La tumba del diablo Dicen que un día el cielo se cubrió de nubes negras y el viento comenzó a soplar con un silbido crepitante de llanto y júbilo. La tierra crujió y se estremeció hasta sus entrañas en cuanto se adentró en su interior. En ese momento el cielo comenzó a llorar, la tormenta había empezado pero a ella no le gustaban sus lágrimas. ¿La semilla cayó del cielo o del infierno? Eso no importaba pues el árbol creció y creció en medio de la nada, vio a los humanos llegar y crear sus hogares cerca de su morada. Los observó combatir entre ellos alegando "tierra y libertad", contempló su muerte y se alimentó de su sangre putrefacta. Una lluvia extraña cayó del cielo, era negra y con olor a muerte. El viento trajo las voces de los humanos hasta el gran árbol que vitoreaban "¡Petróleo! ¡Pozo Número Cuatro!". Aquel líquido le pareció de un sabor inquietante, antiguo y delicioso. A lo lejos observaba a aquella máquina de hierro que llamaban ferrocarril, de ella bajaban cada vez más personas que irrumpían la calma de aquel asentamiento veracruzano y como era de esperar, ellos tenían que morir pero nunca imaginaría que los sembrarían sobre sus raíces. Carne en descomposición fue su alimento durante décadas, bajo su sombra varios cuerpos yacían inertes respetando la tranquilidad que tanto le gustaba a aquel alto y frondoso árbol. Cada año había un día especial en el que la tranquilidad se convertía en tumulto, el fuego de velas de cera iluminaba las tumbas y un fuerte olor a incienso impregnaba el aire puro del campo. Con el paso del tiempo, ya ninguna luz se encendía al llegar aquel día y la calma volvió a reinar en el lugar. Pero no por mucho tiempo, grandes máquinas ruidosas transformaron el sitio en un conjunto de edificios y la paz nunca volvió pues las risas de niños no faltaban durante el día. Solo al llegar la noche aquel viejo árbol podía descansar y añorar aquellos días del pasado. Por lo general las vocecillas de los chiquillos le fastidiaban, en especial las de aquellos que solo sabían herir a los otros. “Los niños no son malos pero a veces suelen ser muy crueles” escuchaba comentar a las maestras cuando se paseaban cerca de ahí. El gigante sentía compasión por uno de esos otros, Jaime o Jimmy como le decían sus compañeros y maestros. Cada día después de clases aquel niño se acercaba a contarle todo lo que le había ocurrido pero el árbol, como era de esperar, no soltaba palabra alguna. 1 El chiquillo era enclenque, distraído y paliducho en contraste con su padre, un leñador extranjero llegado durante la fiebre del oro negro. Él no le agradaba en absoluto al viejo árbol pues éste lo había visto deshacerse de sus hermanos y echarlos en pedazos al ferrocarril. ─ ¡Maestra Lupita, Jimmy se subió de nuevo al “Orijuelo”! ─ gritó uno de los niños que se divertían persiguiendo al pobrecillo arrojándole los frutos del mismo árbol. ─ Pero mira nada más a donde te has subido, ¿Cómo le hiciste si eres muy debilucho? Baja de ahí ahora mismo o te bajaré de las orejas, tu padre no tarda en venir por ti. ─ ¡Anda Jimmy o tu padre tendrá que tumbar este viejo árbol para bajarte! ─ alardeó otro chiquillo mientras se burlaba de él a espaldas de la maestra, lo hacía colocándose dos frutos aparentando ser un par de orejas y es que un defecto de Jimmy era que las tenía muy grandes. Los árboles son pacientes y sabios pero aquellas injusticias tenían que parar, el que sus frutos solo empeoraran la situación del pequeño lo entristecía mucho. El odio crecía poco a poco en el corazón de aquel gigante verde. Cuando el otoño llegó, el asunto no hizo más que empeorar ya que la mente de Jimmy estaba en otro lugar pues acababa de perder a su madre y su padre gastó todos sus ahorros para darle cristiana sepultura, ya no tenían para comer. ─ Buenas tardes Don Jaime, voy por su hijo que de seguro está bajo la sombra del “Orijuelo”. Por cierto, el director quiere hablar con usted. No se preocupe, no son cosas malas. La maestra fue en busca del niño que sin duda alguna se encontraba sentado con la espalda recargada sobre el gran tronco. Cuando Jimmy se fue a buscar a su padre, la joven morena se sintió atraída por la cantidad de frutos que se encontraban secos en el suelo y que en segundos se habían convertido en orejas de verdad. Como no daba crédito a lo que veía, cerró los ojos y se dijo a sí misma que solo era una ilusión óptica debida al parecido de los frutos con el órgano auditivo. Al abrirlos volvió a divisarlos secos y feos, balbuceando palabras altisonantes al árbol se retiró a toda prisa del lugar. ─ Jaime, amigo mío, lamento mucho la pérdida de tu esposa. - le consoló el director cuando lo vio entrar cabizbajo a la oficina ─ Se que tu situación económica no es muy buena en estos momentos y tengo un trabajo para ti, el "Orijuelo" ocupa mucho espacio y me gustaría crear una pequeña biblioteca en ese terreno así que tenemos que cortarlo lo antes posible. 2 ─ ¡No! No pueden tirar el árbol, él es mi único amigo. ─ irrumpió el chillido del niño. ─ Discúlpelo señor director, acaba de perder a su madre y está muy desconsolado. Tenemos un trato, mañana mismo empiezo el trabajo. ─ dijo mientras sacaba al niño del lugar. El infante se paso toda la tarde llorando, ni él ni su padre probaron bocado alguno y una sombra de melancolía se alzaba sobre su casa. El leñador no quería soltar sus lágrimas pero el sentimiento invadía su pecho, su fortaleza era su único hijo. Las horas pasaron y al llegar la noche, Jimmy se escapó sigilosamente de su casa. Fue hasta el árbol a explicarle la situación, pues estaba seguro que ésta vez ese tronco le demostraría que tenía vida. ─ ¿No lo entiendes amigo? Mañana por la tarde mi padre comenzará a tumbarte, eres muy fuerte pero él no se detendrá hasta terminar su tarea. Sé que me entiendes, ayúdate y ayúdame a mí. ¿A qué árbol gigante me subiré cuando me estén apedreando? Si te vas me dejarás desprotegido. ─ decía sollozando frente al gran tronco. Pero fue en vano pues el árbol permaneció indiferente. La última lágrima del niño brotó y al caer a la tierra, fue como un terremoto de emociones para todos los muertos que yacían ahí sembrados. Ellos no habían sido las mejores personas en vida y creyeron que ese era el momento perfecto para redimirse, estaban lejos del cielo pero ahí en las entrañas de la tierra fueron movidos por la fuerza de aquella sacudida hasta el mismísimo infierno. ─ No haré ningún trato con el niño, no tiene nada que me interese y el liberarlos a ustedes dejará mi mansión sin servidumbre ─ alardeó el señor de la oscuridad pero las almas penitentes clamaban tanto por su salvación que el maligno accedió a crear un contrato. Aún frente al árbol y pidiendo una señal, el chiquillo dirigió una mirada de odio y angustiado se dispuso a retirarse sin esperanza alguna. Al instante la tierra empezó a temblar y las raíces del enorme saltaron entre el pasto verde, a la luz de la luna llena un antiguo papiro surgió junto con ellas: Contrato Número 666 El contratista se compromete a dar vida eterna al árbol y liberar a todas las almas en pena de las cuales se alimentó el gigante a cambio del alma pura del firmante. Para sellar el pacto, es necesario derramar su sangre sobre el papiro. 3 Jimmy no se lo pensó dos veces y firmó el pacto pinchándose el dedo con la piedra más puntiaguda que pudo encontrar. El papiro desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Al día siguiente, al llegar a la escuela observó una congregación de compañeros y maestros alrededor de las raíces del gran árbol. ─ Estábamos jugando a las escondidillas, me entró una sensación de miedo, cerré los ojos y sentí como el árbol me tragó ─ escuchó decir a uno de los niños que se divertían haciéndole maldades y sin querer, una sonrisa maléfica se dibujó en su rostro. Esa mañana después de ir a dejarlo, el leñador regresó a su casa y se sentó en el sofá, no pudo evitar soltar su típica frase: "Ya llegué amor". En ese momento el crujir de aceite sobre una sartén se escuchó y un fuerte olor a azufre le provocó náuseas. El padre del niño tomó su hacha, que últimamente siempre dejaba tirada ahí en la sala de estar, y con cautela fue hacia la cocina. Quedó anonadado al ver que quién se encontraba cocinando era el diablo en persona. Dos grandes cuernos de borrego cimarrón coronaban la esbelta y peluda silueta, el ente maligno dio un giro y sus ojos rojos bañados en sangre se posaron fijos en los de él. El leñador salió corriendo de su casa sin detenerse un instante pero el tiempo no hizo lo mismo, de pronto se encontró frente al tétrico árbol. Eran ya alrededor de las seis de la tarde, el viento soplaba levantando polvo mientras una densa neblina comenzaba a formarse. Su vista empezó a acostumbrarse gracias a la luz tenue del atardecer pero en lo profundo de su corazón deseó que la bruma nunca le hubiera dejado ver lo que presenciaría. ─ Mi padre ha llegado con su gran hacha, no temas pues no puede dañarte ─ le dirigía sus palabras mientras lo abrazaba pero la duda lo asaltó ─ no sé porque no quieres hablarme pero si de verdad me has escuchado todo este tiempo, te propongo algo y quiero una señal de aprobación. Quiero formar parte de ti, seamos uno solo. Mi padre jamás me lastimaría a mí. El árbol empezó a crujir y su tronco se hizo blando, el pequeño Jimmy comenzó a hundirse en él pero no sintió miedo. Su padre vio cómo el demonio lo sujetaba con fuerza entre sus brazos pero el fuerte hombre estaba petrificado. Con su mirada, aquel engendro del mal le decía que le quitaría a su único hijo para siempre. La adrenalina se esparció por su sangre y en un arranque de desesperación se abalanzó sobre él y empezó a hacharlo, sin embargo el maligno le sonreía con satisfacción. 4 ─ ¡Te voy a matar, éste árbol será tu tumba! ─ gritaba el hombre una y otra vez con todas sus fuerzas, a lo lejos creyó escuchar unos gritos pero no se detuvo, él solo quería salvar a su hijo. Cansado se detuvo un instante, el corazón del árbol palpitaba pero el hombre en su ansiedad nada escuchaba. Como por arte de magia, la neblina se disipó y sus ojos saltaron grandes fuera de su órbita. La ropa del niño estaba incrustada en el grueso tronco, al cual le había hecho una cavidad enorme con sus hachazos pero su hijo no estaba dentro. El hacha seguía clavada en el tronco mientras un líquido rojizo brotaba alrededor del filo del arma. Las lágrimas invadieron los ojos de aquel humilde hombre, acababa de herir a su propio hijo. El diablo es astuto, viejo e inteligente pero los árboles tienen sabiduría milenaria y su empatía por el pequeño Jimmy era muy fuerte. El ser demoníaco, atado a aquel lugar, no podía hacer más que cuidarlos ahora que su alma era una sola puesto que éste no había reclamado aún la del pequeño. El enorme árbol seguía escuchando a todos a través de sus frutos, ahora Jimmy sabía que éste siempre lo había querido ayudar pero no le era permitido intervenir. Los años pasaron y un viejo conserje seguía aferrado en cuidar a aquel árbol que tiempo atrás estuvo a punto de derribar. Él era un hombre adentrado en años pero décadas atrás ya no envejecía, fuese como si el tiempo no pasara sobre él. La gente del pueblo decía que tenía pacto con el diablo. Su devoción era tal que se ponía muy agresivo cada vez que los niños intentaban acercarse a tan tenebroso árbol o jugar con las orejas que el verdoso dejaba caer para la perdición de ellos. Pero era como si éste alto y frondoso gigante llamara a los traviesos, y es que era difícil no sentirse atraído por la tan extraña e inquietante abertura en su tronco. Pareciera una puerta, la puerta al inframundo. FIN Por Evan Cross 5