Subido por Ignacio González Sarrió.

Cerebro Y Agresividad

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CEREBRO Y AGRESIVIDAD.
La función ejecutiva, que es la última instancia cerebral en el control,
regulación y dirección de la conducta humana, son por tanto las
capacidades que permiten llevar a cabo una conducta eficaz, creativa y
socialmente aceptada.
En términos genéricos, pues, las funciones ejecutivas hacen referencia a una
constelación de capacidades cognitivas implicadas en la resolución de
situaciones novedosas, imprevistas o cambiantes y, de forma consensuada,
pueden agruparse en una serie de componentes (Lezak, 1995; Stuss y
Levine, 2000): (i) Las capacidades necesarias para formular metas, diseño
de planes (ii) las facultades implicadas en la planificación de los procesos y
las estrategias para lograr los objetivos, (iii) las habilidades implicadas en la
ejecución de los planes (iv) el reconocimiento del logro/no logro y de la
necesidad de alterar la actividad, detenerla y generar nuevos planes de
acción, (v) inhibición de respuestas inadecuadas, (vi) adecuada selección
de conductas y su organización en el espacio y en el tiempo, (vii)
flexibilidad cognitiva en la monitorización de estrategias, (viii)
supervisión de las conductas en función de estados motivacionales y
afectivos, y (ix) toma de decisiones.
Cuando se alteran las funciones ejecutivas, el sujeto ya no es capaz de
autocuidarse, de realizar trabajos para sí o para otros, ni poder mantener
relacionales sociales normales, independientemente de cómo conserve sus
capacidades cognitivas.
En resumen, la mayoría de los autores (Kolb y Wishaw, 1990; León-Carrión
y Barroso, 1997; Lezak, 1995) coinciden en incluir en el sistema ejecutivo
aquellas capacidades cognitivas empleadas en situaciones en las que el
sujeto debe realizar una acción finalísta, no rutinaria o poco aprendida, que
exige inhibir respuestas habituales, que requiere planificación y toma de
decisiones y que precisa del ejercicio de la atención consciente. Son
consideradas como un conjunto de habilidades cognitivas que operan para
dar lugar a la consecución de un fin establecido con anticipación (Baddeley
y Della, 1998; Lezak, 1995). Estas funciones son primordiales en todos los
comportamientos necesarios para mantener la autonomía personal, así
mismo, fundamentan la personalidad y el mantenimiento del
comportamiento: la conciencia, la empatía y la sensibilidad social.
En el contexto clínico se ha acuñado el término de síndrome disejecutivo
para definir una constelación de alteraciones cognitivo conductuales
relacionadas con la afectación de las funciones ejecutivas. Así, se ha
acuñado el término “síndrome disejecutivo” para definir en primer lugar,
las dificultades que exhiben algunos pacientes con una marcada dificultad
para centrase en la tarea y finalizarla sin un control ambiental externo
(Baddeley y Wilson, 1988). En segundo lugar, presentan dificultades en el
establecimiento de nuevos repertorios conductuales y una falta de
capacidad para utilizar estrategias operativas. En tercer lugar, muestran
limitaciones en la productividad y creatividad, y en la flexibilidad
cognitiva. En cuarto lugar, la conducta de los sujetos afectados por
alteraciones en el funcionamiento ejecutivo pone de manifiesto una
incapacidad para la abstracción de ideas y muestra dificultades para
anticipar las consecuencias de su comportamiento, lo que provoca una
mayor impulsividad o incapacidad para posponer una respuesta.
Así, según Pistoia, Abad y Etchepareborda (2004): (i) Dificultad en el
manejo de la dirección de la atención (dificultad en inhibir estímulos
irrelevantes), (ii) dificultad en el reconocimiento de patrones de prioridad
(falta de reconocimiento de las jerarquias y significado de los estímulos –
análisis y síntesis-), (iii) impedimento de formular una intención: Dificultad
en reconocer y seleccionar las metas adecuadas para la resolución de un
problema, y (iv) imposibilidad de establecer un plan de consecución de
logros (falta de análisis sobre las actividades necesarias para la consecución
de un fin), y, (v) dificultades para la ejecución de un plan, no logrando la
monitorización ni la posible modificación de la tarea según lo planificado.
Recientes estudios lesionales (Lipska, Weinberger y Kolb, 2000), clínicos
(Igarashi, Oguni, Osawa, Awaya, Kato, Mimura y col. 2002) y de
neuroimagen (Campo, Maestú, Ortiz, Capilla, Fernández y Amo, prensa)
han evidenciado la implicación de otras estructuras corticales y
subcorticales en la ejecución de estas tareas. Estos hallazgos retan la idea
tradicional localizacionista, apoyando la hipótesis de que el autentico
sustrato de las funciones ejecutivas no es la corteza prefrontal, sino
circuitos neuronales ampliamente distribuidos en los que participaría, entre
otros, la corteza prefrontal (Campo et al., prensa).
Para Jurado y Junque (1996), la conducta manifiesta por pacientes con
lesión frontal, se asemejaría a la de los individuos con personalidad
antisocial en el sentido de la incapacidad para inhibir la conducta
socialmente incorrecta, aún reconociendo cual es la conducta correcta,
asociándose el daño del lóbulo frontal principalmente con la disfunción
ejecutiva.
Para Parkin (1999) el daño de los lóbulos frontales podría estar asociado con
dos tipos de dificultades comportamentales: la rigidez comportamental –
conocida como perseveración - y la tendencia a la distracción (Muñoz,
1997). Estos pacientes tienden a perseverar en patrones de respuesta
estereotipados (Brass, Derrfuss, Matthes y Von Cramon, 2003),
manifestando una gran dificultad para suprimir la tendenciasobraprendida
de reaccionar ante las palabras vistas mediante su lectura, teniendo una
mayor interferencia en pruebas como el Stroop (Adair, Schwartz, Na,
Roper, Gilmore y Heilman, 1997). Son personas que perseveran en su
respuesta a una serie de situaciones de test variadas, particularmente
aquellas en las que cambian lo que se les pide. El mejor ejemplo de este
fenómeno se observa en el Test de Clasificación de las Cartas de Wisconsin
(Kolb y Whishaw, 1986). Presenta, además, dificultades para responder
adecuadamente a diferentes consignas propuestas, según la demanda,
denominándose flexibilidad cognitiva.
De acuerdo con Phillips (1997), las tareas destinadas a la evaluación de las
funciones ejecutivas deben reunir tres criterios: que sean novedosas, que
exijan cierto esfuerzo y que requieran el concurso de los procesos de la
memoria de trabajo para su resolución
Diversos autores (Alegri y Harris, 2001; Denis, 2003) han conceptualizado
tres síntomas prefrontales asociados a tres zonas específicas: La región
dorsolateral interviene en la conducta ejecutiva, la orbitofrontal en la
conducta social y la medial con la motivación.
Tabla. Relación entre funciones ejecutivas e instrumentos exploratorios
FUNCIÓN
EXPLORACIÓN
Formación de conceptos y solución Twenty Questions Test.
de problemas
WIsconsisn Card Sorting Test
Flexibilidad mental
Wisconsisn Card Sorting Test.
Test de senderos (Trail Making Test)
(TMT A y B).
D – KEPS (Delis – Kaplan executive
function system).
Test de uso de objetos
Impulsividad
Test de emparejameinto de figuras
familiares (MFFT)
Abstracción-razonamiento
Wisconsisn Card Sorting Tes.
Test de Raven.
Comprensión de proverbios.
Prueba de Categorías de Halstead.
Planificación
Torre de Londres, Hanoi y Toronto.
Fluencia verbal
Fluencia de diseños
Test de fluencia verbal oral y escrita
Test de Fluencia visual.
Invention of Design Design Fluency
Test. Five - Point Test.
Modulación-Inhibición
de Go / No – Go paradigm.
respuestas
Stroop Test.
Control mental
Contar hacia atrás...
Problemas en las AVD por T. Behavioral Assessment of the
ejectivos
Dysexecutive System (BADS)
Función visoperceptiva
Cubos
de
Necker
Test
de
Organización visual
Un número significativo de evidencias empleando técnicas de
Neuroimágen estructurales y funcionales como la Resonancia Magnética
(RM) o la Tomografía por Emisión de Positrones (TEP) han corroborado el
vínculo entre córtex prefrontal (CPF) y agresión, comprobando que las
alteraciones en esta región cerebral se asocian con fallas de regulación y
control emocional, impulsividad irritabilidad, fallas en la planeación de la
conducta y del comportamiento ético y moral (Miller & Cummings, 2007).
Adicionalmente, el empleo de técnicas de Neuroimágen ha permitido
evidenciar los circuitos que se establecen entre el CPF y estructuras
subcorticales como la amígdala, el hipocampo o el hipotálamo, lo que
demuestra la importancia de esta región cortical en la regulación cognitivoemocional (Alcazar, et al. 2012; Pinel, 2007; Portellano, 2005).
Un adecuado control emocional favorece la inhibición de la respuesta
agresiva, lo cual está directamente asociado con la integridad del CPF y las
Funciones Ejecutivas (FE), las cuales están asociadas con las capacidades
autoevaluación, inhibición, flexibilidad y solución de problemas (Navas &
Muñoz, 2004; Portellano, 2005; Alcázar, Verdejo, Bouso & Bezos, 2010)
Las funciones de planificación y organización temporal del comportamiento
se asocian con el córtex dorsolateral; al evidenciarse apatía, desinterés o
fallas atencionales, se asocia con la región ventromedial, mientras la
desinhibición, alta reactividad emocional e inestabilidad afectiva emocional
se asocian con la región orbitofrontal (Miller, Cummings, 2007; Arnedo et
al. 2012).
Se ha observado que sujetos agresivos cometen un mayor número de
errores perseverativos, no aprenden a predecir adecuadamente
consecuencias desagradables a partir de las reacciones somáticas generadas
por las consecuencias aversivas experimentadas con anterioridad, la
capacidad de planificación se altera por lo que tienden a elegir soluciones
precipitadas, sin un objetivo específico y sin contemplar las consecuencias
futuras (Bechara & Damasio, 2005; Bembibre, Triviño, 2012; Navas et al.
2004).
Adicionalmente, se ha observado un bajo rendimiento en pruebas de
lenguaje, percepción y habilidades psicomotoras en sujetos agresivos frente
a sujetos normales. Este hecho sugiere la posibilidad de relacionar la
impulsividad con alteraciones prefrontales de tal manera que pueda
comprobarse en la práctica dichas alteraciones mediante el empleo de test
cognitivos y de habilidad, lo que podría ser un mejor predictor de la
conducta agresiva que otras medidas de personalidad. (Alcázar et al. 2010).
Circuitos que se establecen entre estructuras límbicas como la amígdala, el
hipocampo o el hipotálamo, y el CPF, regulan y controlan la expresión
emocional. Se ha demostrado que alteraciones subcorticales alteran el
condicionamiento de miedo y otras formas de aprendizaje relacional
dependiente de estructuras subcorticales, sugiriendo alteraciones
funcionales en las conexiones subcórtico-corticales que participan en el
control emocional, las cuales son deficiencias que caracterizan a los
delincuentes agresivos reactivos (Alcázar et al. 2010).
Sobre la base de esta hipótesis se ha propuesto que existe una perturbación
del sistema top-down, el cual se asocia con el control conductual cuando se
presenta un estímulo que desencadena una emoción negativa. Se sugiere
que esta alteración podría tener un doble dual al estar causada por fallas en
el control inhibitorio controlado por mecanismos prefrontales asociados con
una hiperactividad amigdalina: favorece la reactividad emocional y
disminuye el umbral para el inicio de la respuesta agresiva (Alcázar et al.
2010).
Las alteraciones funcionales subcorticales sugieren que la agresión reactiva
podría estar relacionada con la falta de inhibición prefrontal, que a su vez
podría relacionarse con una disminución en la actividad serotoninérgica del
circuito límbico orbitofrontal. Adicionalmente, se postula que la región
insular desempeña un papel importante en el reconocimiento de las
emociones propias y de otros, lo cual está relacionado con la empatía
(Moya, Herrero & Bernal, 2010).
La empatía entendida como la capacidad para sentir el dolor del otro,
estaría relacionada con la acción gradual de un conjunto de circuitos
neuronales, que le permitan al individuo establecer la experiencia
emocional de otro individuo como propia; al presentarse esta situación,
neuronas en espejo ubicadas en regiones límbicas, el cíngulo anterior, el
córtex premotor, el giro frontal inferior y regiones prefrontales comienzan a
dispararse momentos antes de la experiencia emocional.
Sin embargo, en el grupo de agresores premeditados se evidenció una
actividad prefrontal normal, lo que demuestra un mayor control inhibitorio
y regulación de la propia conducta para ajustarla con los fines deseados,
mientras que los agresores reactivos, al no poder ejercer tal control
inhibitorio manifiestan mayor impulsividad y disminución en la latencia de
la agresión (Cornet et al. 2013).
La 5hidroxitriptamina o serotonina (5-HT) es el neurotransmisor más
relacionado con la agresión; el principal precursor de 5-HT es el triptófano,
el cual se encuentra en alimentos como las carnes, verduras o cereales
(Purves, 2004). La alimentación escasa en triptófano aumenta la irritabilidad
y la agresión en individuos altamente agresivos (Moya, 2010).
Adicionalmente, disminuciones en los niveles de este neurotransmisor se
asocian con aumentos en las reacciones agresivas, impulsividad y
disminución de la evaluación de riesgo. La actividad serotoninérgica
estaría disminuida en regiones cercanas a los ventrículos cerebrales y el
córtex prefrontal (Miczek, De Almeida, Kravitz, Rissman, De Boer & Raine,
2007).
A nivel farmacológico se ha encontrado que las conductas agresivas
disminuyen en pacientes con lesiones y en trastornos de personalidad con
antecedentes de conductas agresivas, cuando se aplica algún inhibidor
selectivo de recaptación de serotonina (ISRS) o inhibidor de la
monoaminooxidasa (IMAO).
Así mismo, se ha evidenciado que la administración crónica de Buspirona
(agonista de 5-HT1A) disminuye las conductas agresivas en pacientes con
demencia y daño cerebral adquirido (Moya, 2010).
EN cuanto a la Testosterona, la relación entre las variables de estudio
apunta a que la agresión aumenta los niveles de Testosterona y no
viceversa (Ross, French & Petera, 2004). Existiendo una interacción entre los
andrógenos y el sistema serotoninérgico en el origen de la conducta
agresiva.
Por su parte, la Vasopresina y la Oxitocina también se han relacionado con
la conducta agresiva. Respecto a la primera se ha descrito que aumentos en
la actividad de este neuropéptido y de sus receptores incrementa la
conducta agresiva. Los individuos agresivos tenían una mayor cantidad de
vasopresina y una menor cantidad de metabolito para 5-HT (5-HIAA),
hecho que indica la implicación de los altos niveles de este neuropéptido en
el aumento de la frecuencia de la respuesta agresiva.
Por otra parte, la disminución en los niveles amigdalinos de Oxitocina se ha
asociado directamente con el incremento de conductas de hostilidad, miedo
y pérdida de confianza, lo que conlleva al aumento en la aparición de
conductas agresivas.
La respuesta fisiológica del estrés está mediada por la acción del eje
hipotálamo-hipofisiario-adrenal (HHA), el cual, durante una situación
desafiante para el individuo favorece la liberación de glucocorticoides,
cortisol y hormona adenocorticotropa (ACTH), las cuales tienen un efecto
directo sobre el eje hipotálamo-hipofisiario-gonadal (HHG), disminuyendo
la liberación de gonadotropinas, Testosterona, hormona del crecimiento y
prolactina, así como de la respuesta agresiva. Sin embargo, si la situación
implica un desafío temporal para el individuo, los glucocorticoides se
liberarán de forma aguda favoreciendo el inicio de la agresión, mientras
que si el desafío se prolonga, tornando crónica la liberación de
glucocorticoides, la agresión se inhibirá (Moya, 2010).
Finalmente, al estudiarse la relación entre glucocorticoides y Testosterona,
cuando un individuo muestra en conjunto mayores niveles de Testosterona
y menores niveles de glucocorticoides, tiende a presentar agresiones de
mayor magnitud, razón por la cual se ha planteado estas variaciones como
marcadores para la agresión.
CONCLUSIONES
El córtex prefrontal ha sido la estructura cerebral que mayormente se ha
asociado con el control y planificación del comportamiento, el control
inhibitorio y la supervisión de la respuesta emocional, razón por la cual se
espera que las lesiones en esta región influyan en la reducción del umbral
para el inicio o la intensidad de la respuesta agresiva. Así mismo, lesiones
observadas a través de métodos de neuroimágen en los circuitos
relacionados entre regiones orbitofrontales y límbicas, muestran una
reducción de volumen de núcleos amigdalinos e hipocampales a nivel
subcortical o en la sustancia gris de la corteza de personas con historial de
agresión, evidenciando que el fenómeno de la agresión implica múltiples
regiones cerebrales interconectadas, por lo que no puede atribuirse esta
conducta a un conjunto de regiones cerebrales de forma aislada sino que es
preciso analizar la conducta agresiva como un fenómeno complejo que
implica conexiones funcionales excitatorias e inhibitorias entre distintas
regiones corticales y subcorticales .
A nivel comportamental, se ha demostrado que en las pruebas
neuropsicológicas que evalúan las funciones ejecutivas las personas
agresivas tienden a generar respuestas más impulsivas, correr mayores
riesgos o perseverar en sus respuestas en relación con sujetos control. Sin
embargo, aunque pueden interpretarse estos resultados como un factor de
riesgo en la génesis de la conducta agresiva, no determinan su desarrollo,
por lo tanto el grado de predictibilidad de estos test es bajo, razón por la
cual se precisa la construcción de instrumentos neuropsicológicos
específicos para la evaluación de la agresión (ya que los empleados hasta el
momento son estrictamente clínicos), que logren integrar cualidades
funcionales cortico-subcorticales propias de los sujetos con estas
características.
A nivel molecular la 5-HT ha sido el principal sistema neurotransmisor
estudiado, asociando las bajas concentraciones de este neurotransmisor con
la respuesta agresiva.
Señalar la necesidad de analizar el papel de la experiencia e historia de vida
del individuo, relacionando variables ambientales y genéticas que puedan
modificar estructuralmente la expresión y sensibilidad de los receptores
serotoninérgicos, y la forma cómo este sistema interactúa con otros sistemas
neurotransmisores de forma directa e indirecta.
Referencias.
Avances en Salud Mental Relacional / Advances in relational mental health Vol.5, núm.2 - Julio
2006.
Liévano-Parra, D., (2013). Neurobiología de la agresión: Aportes para la Psicología. Revista
Vanguardia Psicología Clínica Teórica y Práctica –ISSN 2216-0701. Vol 4, Número 1marzoseptiembre de 2013.
Ignacio González Sarrió.
Doctor en Psicología Jurídica.
Perito judicial y forense.
Miembro del Turno de Peritos Forenses del Ilustre Colegio Oficial de Psicólogos.
Coordinador Grupos de Trabajo en Psicología Jurídica.
http://psicolegalyforense.blogspot.com
NºCol.cv06179.
696102043
Valencia.
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