Contribuciones de la Filosofía en la construcción del paradigma

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Contribuciones de la Filosofía en la construcción del paradigma pacifista
M.H. Heidi Alicia Rivas Lara
Estudiante del Doctorado de Filosofía/ UANL
Resumen
La paz como problema de investigación en las ciencias sociales como en las humanidades tiene una
antigua tradición que ha sido silenciada ante el predominio de la guerra y la violencia. No obstante, han
surgido nuevas investigaciones que se proponen modificar estas prioridades en aras a la visión necesaria
de la pacificación como paradigma, en el sentido complejo del término. Un paradigma pacifista supone
acciones concretas de investigación, proyección y abordaje temáticos que contribuya a la construcción de
la paz y desarrollo humano en sociedades deseables y armónicas. Para la proyección de este paradigma
la filosofía tiene mucho que ofrecer en términos de ética y antropología.
Palabras clave: paz, guerra, narratividad, complejidad, aplicación.
En la década de los cincuenta del siglo pasado se vio incrementada la preocupación en tono a la
paz como una realidad humana. Los estudios para la paz surgió en las filas de las ciencias sociales, y fue
seriamente impulsada por la creación de diversos centros de estudios de la paz, el más antiguo es el
Instituto de Estudios para la Paz (PRIO) en Oslo, al que siguieron una gran lista de institutos alrededor del
mundo, entre ellos cabe resaltar la fundación de la Universidad para la Paz en Costa Rica a cargo de la
ONU y cuya mayor preocupación ha sido las vías de construcción de la paz, lo cual ha implicado no
únicamente reformular el concepto sino a sí mismo dotarle a la “paz” la autonomía y riqueza suficiente para
convertirse tanto en una labor lo suficientemente legitimada como para recibir el carácter de estudio
científico (multidisciplinar), a sí mismo como una práctica y conjunto de acciones para la “trasformación”
de las situaciones que viven las sociedades contemporáneas. Estos centros son a la vez que instituciones
de investigación como mediadoras de conflictos, son también esfuerzos por trascender los escenarios de
injusticias, pobrezas, en resumen de violencia.
Desde su origen la acepción de “estudios para la paz” estuvo cargada de ambigüedades y
animadversiones ya que desde el punto de vista de los científicos sociales no se justificaba que existiera
una disciplina al margen la ciencia política, sus estudios de la guerra y teoría de conflictos en el específico
campo de las relaciones internacionales. De tal manera que a los estudios para la paz no se le atribuye
novedad pero tampoco necesidad al interior de las ciencias. Rafael Grasa Hernández, en su tesis doctoral
La objetividad de las ciencias sociales: Investigación para la paz y relaciones internacionales (1990), se
detiene en analizar las razones por las cuales definir la Peace Research fue en su inicio un campo
movedizo. Le atribuye cuatro motivos: el primero, por la expresión misma que algunos consideraron
polisémica, polifuncional o con una marcada carga valorativa. Segundo, la especificidad de las definiciones
que han hecho imposible esclarecer qué es y qué deben ser los estudios para la paz. Tercero, los estatutos
propios de la ciencia como aplicada o meramente teórica. Cuatro, las reflexiones en torno a la
diferenciación de la tradición y el empeño por justificar su novedad. (Grasa Hernández, 1990, pág 4-10)
Estas razones que arguye Grasa Hernández resultan centrales para aproximarnos a la aceptación
que el tema ha tenido no sólo en las ciencias sociales, sino en la propia filosofía, asunto que interesa
particularmente a esta investigación. De las características antes mencionadas valen especialmente las
primera al referir al carácter polisémico del término paz, que en el caso de la filosofía puede asociarse con
quietud, y la cuarta como una desconocimiento de la tradición en la historia de la filosofía y negarle con
ello necesidad de las investigaciones particulares.
Las preocupaciones por la paz aparecieron con el fin de mostrar la capacidad humana de hacer el
mal y lacerar la vida humana, derivaron en la inquietud de cómo definir la guerra, si existe guerra justa, o
bien a través de cuales medios es posible construir la paz. En un primer acercamiento la paz no dejó de
ser un asunto de la Polemología. Así lo señala Francisco Muñoz:
(…) en sus comienzos la investigación para la paz permitió desarrollar mucho más la
polemología que la irenología, […] El concepto de paz nació así como ausencia de
guerra o como situación de no-guerra, era la paz negativa. (2003, pág. 20)
Desde esta perspectiva, la mayor aportación de las investigaciones para la paz en la actualidad
se la del propio objeto de estudio. De ahí que resulta central iniciar estudios que rompan con lo que se ha
dado a conocer como el paradigma pacifista. En ese sentido los estudios de paz se construían alrededor
de las investigaciones sobre la guerra, sus causas, sus principios e incluso su condición ontológica, así
mismo los desarrollos acerca de las condiciones de paz. En este tiempo se observaba que las
investigaciones en torno a la guerra no habían producido ningún conocimiento certero, pero en cambio
habían recibido un nuevo impulso a partir del surgimiento de los estudios para la paz. A este abordaje se
le ha clasificado como primera etapa en los Peace Research.
La segunda etapa se inicia con la fundación del Instituto de investigaciones para la paz en Oslo y
los trabajos realizados por Johan Galtung. En esta etapa ya se observa la necesidad de dar el paso hacia
la paz positiva y superar con ello el tratamiento casi exclusivo de la guerra o el desarme. Comienzan a
poner atención a la justicia, a la resolución de conflictos, al bienestar, los cuales aparecen como elementos
centrales para la teorizar la violencia en su triple acepción: directa, estructural y cultural. Esta contribución
resulta fundamental para comprender la novedad de esta segunda etapa. Del triángulo de la violencia de
rastrea la idea de que la paz es mucho más compleja que el cese a la guerra y que en todo caso, esta
última sólo representa una faceta de la violencia y en cierto sentido la menos importante, ya que ésta se
hace posible por la violencia estructural y cultural que engloban a nuestras culturas. Así pues, la paz es
una obligación que debe asumirse en tiempos de guerra pero sobre todo en el permanente estadio de la
violencia que caracteriza a nuestras culturas. De estas investigaciones surge la necesidad de fundar
pensamientos pacifistas, introducir en la mente humana la idea de paz. A lo que se ha denominado tercera
etapa, en la cual aparece por primera vez la preocupación por lo que ahora se conoce como la cultura para
la paz y las iniciativas de la UNESCO. El programa que ha dado sustento a estas preocupaciones ha sido
hasta la fecha la Educación para la paz.
La descripción genealógica de los estudios resalta la aparición positiva del término “paz” se dio en
la segunda etapa, ya que ella estuvo al inicio ligada a la guerra, lo cual suponía que la paz representaba
únicamente el cese al fuego o el suspenso del desplegado militar. La paz en este sentido no representa
una realidad permanente, ya que supone una preparación por la guerra, no hay por ello un cambio ni
empoderamiento de la paz. Así ella misma no tenía un contenido semántico ni de sentido propio que diera
para una disciplina científica. No obstante, el tema de la paz gana positividad cuando se inicia el deseo de
comprender la paz como vía de realización humana en el plano de la resolución de conflictos. En este
sentido el giro epistemológico es asimismo un giro temático que dialoga y rompe con la tradición no sólo
científica sino filosófica; la tarea es alumbrar o visibilizar la PAZ.
Cabe señalar aquí que la marginalidad de la paz no se ha dado únicamente en las disciplinas
científicas, sino también al interior de las humanidades, en la filosofía resulta evidente su ausencia, pero
también lo es en la historia pues según cuenta Francisco Muñoz en su artículo “El re-conocimiento de la
paz en la historia.”(2003) En el cual se indica que la historia como disciplina humanística considera más
importantes relatar actos de guerra y de vencedores que historias de paz y no violencia. En ese sentido se
promueve la idea de que la paz nunca será permanente pues la historia nos indica una evolución trazada
por luchas y vencidos. Con esto queda a un más clara la propuesta de una paz perpetua que buscará
instaurarse al finalizar la guerra.
La tercera etapa de las investigaciones para la paz en la que se ha propuesto la idea de construir
la paz por medios pacíficos ha dado paso a la propuesta de una Filosofía para la paz, como cátedra de la
UNESCO, ella retoma la idea de Galtung acerca de las capacidades para la paz, anidadas en una
conceptualización antropológica.
El asunto de la paz en la filosofía recibió un tratamiento análogo a las ciencias sociales es decir,
asociado con la vertiente de política. Al margen de tales análisis se observa también la necesidad de un
abordaje positivo que reconozca la paz como capacidad humana, atendiendo el concepto introducido por
Vincent Martínez en su libro Filosofía para hacer la paces que resuelve el problema de una antropología
filosófica presente en Galtung pero no lo suficientemente teorizada.
Es posible afirmar que, filosóficamente, la posibilidad de la paz ha estado anclado al deseo por
hacer desaparecer la violencia humana, sea por someterla, legitimarla, o en el mejor de los casos para
sustituirla por el diálogo. El cese a la violencia o la promesa de una paz venidera subyace a los
planteamientos filosóficos, aunque no necesariamente ha sido pensada como una realidad humana, en el
sentido que se enfatiza más el carácter violento del ser humano y se asume la paz como una utopía. Por
ello, la paz no ha sido planteada como un ejercicio del presente sino como un futuro al cual anhelar.
La filosofía para la paz como disciplina específica y centro de trabajo es una heredera de las
posiciones de Galtung, aunque ha luchado por rescatar las múltiples aportaciones de filósofos para crear
una propuesta autónoma a las investigaciones para la paz. Para ello, retoman algunas ideas del pensador
noruego tales como: el triángulo de la violencia y la paz por medios pacíficos; pero no se trata en lo absoluto
de una recuperación ciega sino con el fin de completar o evidenciar los supuestos filosóficos que subyace
a esas propuestas. Por ejemplo, ¿de qué se habla cuando se dice que el ser humano es capaz de hacer
la paz? La filosofía está obliga en este sentido a meditar qué es esa capacidad, pero principalmente, qué
es eso que llamamos “paz”. De esta manera, en un encaramiento con la tradición, la filosofía para la paz
se posiciona en un deseo por establecer diálogos positivos con las ciencias sociales, así como en el
replanteamiento de la ausencia del tema en la tradición filosófica.
De las contribuciones que se han hecho en materia de filosofía para la paz se pueden resaltar a
Vincent Martínez y su equipo de investigación como Sonia París o Irene Comins, en la Universidad de
Jaume I. La aportación que la cátedra de Filosofía para la paz ha hecho para la introducción de la paz
como problema filosófico es esencial, no sólo en su confrontación con la tradición belicista y violenta que
ha acompañado a la filosofía sino también en la discusión que han mantenido con los estudios para la paz,
los cuales han asumido el problema de los estatutos epistemológicos de las ciencias sociales y las
humanidades en camino a construir un paradigma distinto hasta el momento privilegiado.
La antropología de Martínez apoya la visión de que a pesar de que el ser humano es capaz de
hacer el mal y cometer violencia, también está en sí mismo la capacidad de hacer el bien, es decir, de
forjar la paz. Que el ser humano no sea visto de manera exclusiva en su capacidad de hacer daño presenta
posibilidades de solución en las que no sea necesaria la intervención o violencia divina que presentaba
Benjamin. El fin de la violencia es una posibilidad humana: “Los seres humanos performamos nuestras
acciones porque tenemos capacidades o competencias complejas para hacernos muchos daño y generar
varios tipos de violencia, pero también para tratarnos con ternura y cariño desde el punto de vista
interpersonal (…)” (Martínez, 2010, pág.14)
La introducción de la categoría de “competencia compleja” como elemento para la construcción de
la paz puede vincularse con las de Francisco Muñoz, Beatriz Molina y Francisco Jiménez Bautista
miembros del Centro de estudios de paz y conflictos de la Universidad de Granada. Francisco Muñoz
afirma que la condición humana está trazada por la complejidad pues es definida en un sentido naturalista
de la evolución, el ser humano atraviesa procesos complejos que ilustran la capacidad humana de hacer
el mal, entendida como violencia; así, el error en la sobrevaloración de la violencia en el aún vigente
paradigma belicista que consiste en pasar por alto el aspecto de la complejidad y la conflictividad rumbo a
la violencia de manera directa. Demorarse en la conflictividad implica reconocer que la paz es también uno
de los horizontes de complejidad humana: “la paz imperfecta se corresponde con un ser humano
tensionado,  conflictivo, a veces violento, pero también altruista, cooperativo y solidario, sobre lo que
puede promover procesos de empoderamiento pacifista.” (Muñoz, Molina, 2010, pág. 5)
El término de empoderamiento pacifista resalta la idea de una acción realizada con fines de
transformación que en ese sentido no sea marginal; pero para poder comprender la acepción de
empoderamiento tan duramente cuestionada en nuestro tiempo, debe de comprenderse frente al supuesto
filosófico de que poder no es lo mismo que fuerza y que en ese sentido no puede vincularse nunca con la
violencia. En este sentido el empoderamiento se da como noviolencia, pero también más allá de ellos por
el carácter concertado que implica reconocer que todos somos capaces de acciones de paz, porque somos
permanentemente parte del conflicto. Todas las decisiones humanas llevan implícita la paz o la violencia
por ello es necesario un empoderamiento pacifista.
Naturalmente que estas aportaciones no son las únicas que pudieran mencionarse, los aportes de
los pensadores españoles resultan centrales para comprender el tema de la paz en autonomía y legitimidad
como podemos observarlo con áreas como la filosofía de la ciencia o del arte. Así, la filosofía de y para la
paz tiene validez tanto en su objeto como en su método. Hay la historia de la filosofía propuestas pacifistas
silencidas por la sobrevaloración del paradigma pacifista que exigen visibilización con el fin de ampliar y
teorizar las contribuciones de la filosofía en el cambio de paradigma.
¿De qué manera puede la filosofía construir un paradigma pacifista? Desde un enfoque personal
podemos mencionar al menos dos vías. La primera, consiste en la recuperación de una tradición pacifista,
en ese sentido darse la tarea para deconstruir la historia de la filosofía en aras a una versión que dé luz a
aquello que ha quedado en segundo plano. Autores como Juan Luis Vives, Erasmo de Rotterdam, que son
pensadores un poco olvidados ante la magnificencia de autores contemporáneos mucho más belicistas
que ellos. Así mismo consistiría en replantear la historia de la filosofía política en particular al presentar los
procesos de paz, justicia y democracia como temas centrales para la noción de estado, mundo global,
desarrollo social entre otras muchas. Posturas que deben ser pensadas para trascender la violencia. En
este nivel la filosofía realiza una reflexión de la paz en su sentido teórico.
En un segundo plano, la filosofía puede concentrarse en el desarrollo de una ética y de una
antropología para la paz, haciendo especial énfasis en la preposición para, en el sentido en que la filosofía
se presenta aquí en el nivel de la aplicación. Una filosofía aplicada es en este sentido una filosofía
comprometida con la paz y con su construcción, su labor consiste en pensar las capacidades humanas de
mediación y pacificación, como los elementos centrales de una ética fundada en las virtudes para la paz a
decir de Etxeberria, o bien una filosofía de la fraternidad y solidaridad concentra en la violencia estructural.
En ambos casos, antropología y ética, dilucidan acerca de las cualidades humanas con el fin de dar un
revés a la belicosidad que siempre ha caracterizado lo humano porque así como se afirma que el ser
humano es capaz de violencia y laceración, también lo es de amor, ternura y cooperación ¿es posible que
estas capacidades sean bases suficientes para la construcción de la paz?
Responder a esta pregunta no es sencillo y mucho menos si se responde filosóficamente, la
construcción de la paz es una tarea multidisciplinaria y que tiene a su vez diversas aristas, una de esas es
la pedagogía de la paz. Johan Galtung en un artículo titulado “La geopolítica de la Educación para la paz.
Aprender a odiar la guerra, a amar la paz y a hacer algo al respecto” señala: “Mientras las guerra es tan
activa, tan llena de heroísmos y hazañas; la paz es más inactiva, incluso aburrida (…). La paz solo puede
ser atractiva si enlazamos la educación con la acción.(…) La paz y la educación para la paz son
profundamente políticas” (2011, pág.14) esta cita resulta particularmente interesante ya que cuando se
busca justificar la elección de pensar la paz pareciera estar cargada de ingenuidad o quietud, no obstante,
al hacer a la paz una filosofía aplicada ella enuncia a la mera postura contemplativa en aras de una acción
claramente política. Educar en paz es aprender a oponerse a la violencia con acciones particulares a favor
de la justicia y la armonía. Entre las aristas de una pedagogía para la paz podemos contar con la propuesta
de una pedagogía de la memoria y la narratividad.
El enfoque de la narratividad es fundamental para este trabajo, ya que ante la propuesta de educar
para la paz, surge la pregunta acerca de qué ocurre con seres humanos en condiciones de violencia,
marginación o guerra en los que la paz no se avizora salvo como un deseo negativo. ¿De qué manera se
puede construir la paz en escenarios de injusticias e infelicidad? Estas preguntas preocupan en sentidos
múltiples, dejan en entredicho el compromiso internacional por la construcción de la paz, sobre todo
cuando premios Nobles bombardean incansablemente Afganistán, pero sobre todo queda claro que
seguimos educando en el olvido y resentimiento. Así pues mientras halla resentimiento habrá violencia venganza- debido a que se comprende como en Fanon que la violencia se combate con violencia, mientras
que en el espacio de la narratividad la violencia se trasciende. La memoria y todas las filosofías de la
memoria como la de Benjamin, Reyes Mate, pero sobre todo la de Hannah Arendt ayudan en la
recuperación, comprensión y resignificación de la vivencia violenta. Y filosofías de la narratividad como
Ricoeur son claves para comprender como puede el yo, recuperarse a sí mismo en su reflexividad.
En resumen podemos señalar que una filosofía para la paz en cualquiera de las versiones antes propuesta
deberá contar con las siguientes características:
a) Desde esta perspectiva el nihilismo propio de la filosofía desde la modernidad se convierte en una
tarea de superación.
b) Es preciso abandonar el discurso de la identidad fija a favor de las identidades particulares, lo cual
redundara en una actitud solidaria como lo asume Rorty o de juicio ampliado como subraya Arendt.
c) Nuestra antropología debe ser pluralista y admitir la opinión ajena con valor. De ahí que la
hermenéutica sea aplicada aquí como bajo el ejercicio del convencimiento.
d) Para liberar al poder del ejercicio de la violencia es preciso comprenderlo como una práctica en
común y no como posesión del gobernante.
e) Si hemos de desarrollar una cultura, debemos educar en el ejercicio de la crítica y sospecha, ya
que sin ella, es imposible advertir cuando la violencia tiene fuerza para reaparecer.
Referencias.
Comins, I. (2010). "El cuidado, eje vertebral de la intersubjetividad humana." En I. C. Albert,
Investigaciones para la Paz. estudios Filosóficos (págs. 73-87). Barcelona: Icaria.
Galtung, J. (s.f.). Is peaceful research possible? On the methodology of Peace Research. Trascend.org.
----Galtung, Johan (2014) La geopolítica de la Educación para la paz. Aprender a odiar la guerra, a amar
la paz y a hacer algo al respecto, Revista de Paz y Conflictos, nº 7, pp. 9-18.
Grasa Hernández, R. (1990). La objetividad de las ciencias sociales: Investigación para la paz y
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Jiménez Bautista, F. (2011). "Frente a la paz imperfecta y el giro epistemológico proponemos el
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Martínez, Vincent. “Filosofía para hacer las paces: fuentes filosóficas-biográficas de la investigación para
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filosóficos. Barcelona: Icaria, 2010. pp. 11-24.
Muñoz, Francisco, Mario López Martínez. (2003) “El re-conocimiento de la paz en la historia.” España:
Eirene 12, Cap. 1. Universidad de Granada. Instituto de Paz y Conflictos.
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