Subido por Fernando Faroni

Karl Marx

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Facultad de Psicología y Relaciones Humanas
Licenciatura en Psicología
Problemática sociológica y antropológica
Karl Marx
Autor/a: Fernando Faroni
Docente: Roberto Albanese
-2017-
Karl Marx (1818 – 1883)
Biografía
Karl Marx nació en la Renania prusiana actual Alemania, en la ciudad de Trier (antes
Trèves, en español Tréveris) el 5 de mayo de 1818. Fue uno de los siete hijos del
abogado judío Heinrich Marx y de su esposa holandesa Henrietta Pressburg. El padre
era un hombre inclinado a la Ilustración y a las ideas moderadamente liberales, devoto
de Kant y de Voltaire. Por tanto, Karl tuvo una infancia habitual en la burguesía culta de
su tiempo, y asistió a la escuela y cursó el bachillerato en su ciudad natal.
En octubre de 1835, con diecisiete años, se inscribió en los cursos de humanidades de la
Universidad de Bonn. Pasó allí sólo un año, en el que estudió griego e historia y llevó
una agitada vida estudiantil, incluyendo un duelo y un día de calabozo por alcoholismo
y desórdenes (fue la única vez que el fundador del comunismo científico estuvo en
prisión). El ambiente universitario de Bonn era rebelde y politizado, por lo que Karl se
hizo miembro de un círculo en el que se discutía de política y poesía, y llegó a presidir
el Club de las Tabernas, que tenía otros fines. Pese a tantas actividades, de pronto
resolvió pasarse a la Universidad de Berlín, en la que ingresó al año siguiente, también
en el mes de octubre.
En Berlín se apuntó para estudiar leyes y filosofía, sin abandonar su inclinación por la
historia. Encontró muchos amigos y una novia, Jenny von Westphalen, joven inteligente
y atractiva de veintidós años (cuatro más que Karl Marx), perteneciente a una familia de
funcionarios de reciente nobleza, que jamás tragarían al «noviecito» judío e intelectual
de Jenny.
Georg W. F. Hegel acababa de morir y el ambiente universitario berlinés era
fervorosamente hegeliano, aunque cada grupo o cenáculo estudiantil interpretaba las
ideas del creador de la dialéctica a su manera. El joven Marx se vio inmerso en esas
discusiones, que lo llevaron a una profunda depresión y al primer descalabro de su frágil
salud. En prenda a su rigor intelectual, aceptó incorporarse a «una concepción que
odiaba» (según carta a su padre de noviembre de 1837) y se unió al grupo de seguidores
del joven profesor Bruno Bauer, que sostenía las ideas más progresistas y democráticas
de la obra de Hegel y el cuestionamiento del pensamiento matemático y formal.
Bauer fue expulsado de la universidad por «radical» en 1839, pero los jóvenes
hegelianos ya eran republicanos de izquierdas que utilizaban la filosofía y la dialéctica
como instrumento crítico de la rígida sociedad prusiana en la que vivían. No obstante,
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Marx y sus compañeros eran todavía idealistas y bastante románticos, al confiar en que
la sociedad cambiaría gracias al desarrollo de la cultura y la educación. Esta posición no
era compartida por el periodista Adolph Rutemberg, el más íntimo amigo de Karl en esa
época, que lo impulsaba a conocer la lóbrega realidad de los obreros y los menesterosos.
A instancias de sus amigos y de Jenny, en abril de 1841 presentó una brillante tesis
doctoral que contrastaba la filosofía de Demócrito y la de Epicuro, incluyendo la
después famosa frase: «La crítica es también teoría», con lo que se doctoró en filosofía
cuando aún no había cumplido veintitrés años. No irían mucho más allá sus logros
académicos. A principios del año siguiente se incorporó a una publicación fundada por
las fuerzas más progresistas de Colonia, entonces capital industrial de Prusia.
Como redactor de la Rheinische Zeitung (Gaceta de Renania), Marx tomó contacto con
las realidades sociales y la naturaleza crudamente clasista de la legislación prusiana.
Nombrado otra vez director de la revista en octubre de 1842, sus crónicas
parlamentarias desde la Dieta renana denunciaban al Estado como guardián y valedor de
los intereses de los empresarios y expresaban su interpretación radical del pensamiento
hegeliano, en tanto que el Estado no cumplía su función esencial como realización ética
de la especificidad humana.
Su labor como periodista político lo llevó a tomar conocimiento de los movimientos
obreros en Francia e Inglaterra, especialmente por las crónicas de Heine desde París y
Lyon, y de las ideas del socialismo utópico mantenidas por Fourier, Owen, Saint Simon
y Weitlig. Desde hacía un tiempo estaba fuertemente Influido por el pensamiento de
Ludwig von Feuerbach, discípulo de Hegel que elaboró lo que suele resumirse como un
«humanismo ateo». Marx comenzó a intentar casar ese materialismo con la dialéctica
hegeliana sin llegar a plantearse todavía nada que pudiera llamarse lucha de clases.
Justificaba en sus artículos las reivindicaciones proletarias europeas como rebelión de
«la clase que hasta ahora no ha poseído nada», un fenómeno natural y circunstancial
motivado por la insensibilidad del estamento dominante, que no cumplía
adecuadamente su papel rector. Incluso criticaba abiertamente las ideas del comunismo
utópico por su parcialidad clasista, que dejaba de lado las «comprensiones objetivas» de
la realidad. En última instancia siguió defendiendo el estado integral humanista de
Hegel, frente al «estado de artesanos» que, en su opinión, propiciaban los
protocomunistas.
La censura prusiana presionó seriamente contra los editores de la Rheinische Zeitung y
Marx se vio obligado a dimitir. No deseaba regresar a la carrera académica a causa del
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rígido control ideológico implantado por el gobierno en la universidad. Tras siete años
de noviazgo, se casó con Jenny en junio de 1843 y ambos se sumaron a la emigración
política alemana que se dirigió a París. Allí conocería a la crema de la juventud
revolucionaria europea, como Heine, Borne, Proudhon y, sobre todo, Friedrich Engels.
Marx siguió trabajando sobre la base del humanismo abstracto de Feuerbach, que
criticaba la religión y la filosofía especulativa. Por su parte, Engels lo convenció de la
importancia de profundizar los estudios económicos. Junto al hegeliano Arnold Ruge
editó en 1844 el Deutsch Französische Jahrbücher (Anuario AlemánFrancés), que
incluía dos extensos artículos de Marx: «La cuestión judía» y «La filosofía hegeliana
del derecho» en el que escribía el célebre aserto: «La religión es el opio de los pueblos»
(metáfora de gran actualidad, pues Inglaterra acababa de invadir China en la llamada
«guerra del opio»). También trabajó en esa época en unos Manuscritos económico filosóficos, que dejó en borrador y no publicó durante su vida. En ellos se refleja
especialmente el momento de transición que atravesaba su pensamiento, y el proceso de
elaboración de lo que él mismo llamaría la «mezcla» entre el análisis crítico de las ideas
y el estudio e interpretación de los datos reales.
La presión de Prusia sobre el gobierno de Guizot hizo que Karl Marx abandonara París.
El 5 de febrero de 1845 se instaló en Bruselas, donde transcurrirían dos años de fecundo
trabajo en colaboración con Engels. Fue en ese período cuando efectuaron la primera
formulación del materialismo dialéctico y escribieron La sagrada familia, La ideología
alemana y Miseria de la filosofía, este último cuestionando el libro de Proudhon
Filosofía de la miseria.
En 1847 Marx llegó a Londres y tomó contacto con una sociedad secreta en formación,
la Liga de los Justos, integrada principalmente por artesanos alemanes emigrados, que le
pidieron que escribiera sus estatutos. Engels los relacionó con los obreros izquierdistas
ingleses, y ambos trabajaron desde diciembre hasta enero de 1848 en la carta
fundacional de la Liga, que se publicó como Manifiesto comunista. La declaración
comienza con una frase que se hizo famosa: «La historia de toda sociedad que haya
existido hasta hoy, es la historia de una lucha de clases». Y entre sus consideraciones
afirma que las fuerzas productivas están en tensión constante con «las relaciones de
producción, con las relaciones de propiedad, que son las condiciones de vida de la
burguesía y de su dominio».
Según escribiría más tarde Engels, fue en este período cuando se produjo el punto de
inflexión conceptual que rebasó a Feuerbach, pasando «del culto del hombre abstracto a
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la ciencia del hombre real y su evolución histórica». Apareció entonces también la idea
de la «sobreestructura» compuesta por las instituciones y formaciones ideológicas,
frente a la Verhaltnisse (palabra alemana que significa tanto condiciones como
relaciones) de producción y apropiación del producto social.
En ese momento estallaron en Europa una serie de revoluciones populares en cadena
que afectaron a Francia, Italia y Austria, con repercusiones sociales en Alemania e
Inglaterra. Marx fue invitado a París por el gobierno provisional y se opuso con
vehemencia a la expedición «liberadora» sobre Alemania que proponía el poeta Georg
Herwegh. Esto le granjeó una gran impopularidad entre los revolucionarios, pese a que
él y Engels pasaron en abril de 1848 a Alemania para colaborar con las fuerzas
democráticas. La propuesta de Marx era una alianza de los trabajadores con la burguesía
progresista, que lo llevaría a enfrentamientos frontales con los líderes obreros.
Marx resucitó en Colonia la Neue Rheinische Zeitung, que tuvo corta vida debido al
contraataque represivo del gobierno prusiano. En su último número, espectacularmente
impreso en tinta roja, la revista convocaba tardíamente a la resistencia armada. En 1849,
ante el fracaso de la revolución, Marx volvió a París, de donde fue nuevamente
expulsado. Pasó a Londres, ciudad en la que viviría el resto de sus días. El desencanto
circunstancial respecto al activismo político y su rechazo al radicalismo utópico de
algunos compañeros, lo llevó a disolver en 1850 la Liga de los Comunistas.
La primera época en Londres fue bastante dura para Karl Marx, sumido en la pobreza,
aquejado por su mala salud y acechado por los acreedores. La familia sobrevivió seis
largos años en dos míseros cuartos del Soho, gracias a las ayudas que enviaba Engels
desde la factoría de su padre en Manchester, donde trabajaba como contable. También
colaboraron a su sustento Wilhelm Wolff, amigo de Karl, y esporádicos envíos de los
parientes de Jenny. Dos de los cuatro niños de los Marx murieron en esos años de
privaciones y sufrimientos.
A fines de 1851 el New York Tribune lo designó corresponsal, lo que alivió en parte su
situación económica y mucho su dignidad. En once años de colaboración, Marx escribió
para ese diario más de quinientos artículos y editoriales, un tercio de ellos con Engels.
En esa etapa de su labor intelectual comenzó a preparar datos y materiales para el
primer volumen de El capital (Das Kapital). Trabajos como la Contribución a la crítica
de la economía política, Teorías sobre la plusvalía o un nuevo Esbozo para una crítica
de la economía política suelen ser considerados como escritos preparatorios de su
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monumental obra teórica. Mientras tanto, no dejó de mantener nuevos enfrentamientos
con los que llamaba «aventureros» y «alquimistas» de la revolución.
No obstante, cuando en 1864 se fundó en Londres la Asociación Internacional de
Trabajadores (conocida popularmente como la Internacional), sus dirigentes llamaron a
Karl Marx a participar y a colaborar en la redacción de sus primeros documentos. Si
Marx es considerado el creador del comunismo moderno, y la Internacional su primera
formación concreta para los trabajadores de todo el mundo, lo cierto es que aquél no fue
fundador ni líder de ésta, sino sólo el guía intelectual de un sector de la misma.
Como miembro del consejo general, trabajó activamente en la redacción de la memoria
inicial y los estatutos de la asociación, al tiempo que completaba la elaboración del
primer volumen de El capital, que se editó en Londres en 1867. Fue el único volumen
publicado en vida de su autor (los volúmenes II y III los dio a conocer Engels,
respectivamente, en 1885 y 1894), y el conjunto de esta obra tuvo una influencia
decisiva a lo largo del siguiente siglo. Sólo bastante más tarde se comenzó a dar
importancia al estudio y conocimiento de los trabajos anteriores y juveniles de Karl
Marx. El núcleo ideológico de El capital parte de la negación de la especulación
filosófica como fundamento de la acción política revolucionaria, que debe basarse en el
conocimiento positivo de la realidad histórica social y económica. En este último
aspecto, introduce el concepto de la «plusvalía» como valor del trabajo humano del que
se apropia el dueño de los medios de producción.
La Internacional nació en un momento propicio, como propuesta de unión y
organización concreta del movimiento obrero, en tanto expresión de la clase trabajadora
más allá de las fronteras nacionales. En 1869 alcanzaba ya la cifra de 800.000
asociados, con un consejo general integrado por representantes de las «secciones» de los
distintos países. En 1870 Engels consiguió trasladarse a Londres. Curiosamente, fueron
los italianos quienes le pidieron que se incorporase al consejo como delegado de su
sección. La entrada de su estrecho colaborador alivió a Marx de la intensa tarea como
«cerebro» de la asociación y le permitió dedicar más tiempo a sus estudios en el Museo
Británico y a sus escritos teóricos.
Pese a ser quien era, Karl Marx no era un nombre muy conocido en el resto de Europa:
en parte porque escribía en alemán (pero sus obras no se publicaban todavía en
Alemania) y en parte porque sus elaboraciones conceptuales y su estilo no estaban
precisamente al alcance de las masas. Fue el levantamiento popular de París en 1871,
conocido como la Comuna, el que adoptó El capital como fundamento teórico,
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proclamó la primera experiencia histórica de «dictadura del proletariado» y difundió el
nombre de Karl Marx por todo el mundo. La mayor parte de los revolucionarios y
líderes obreros adoptaron sus ideas (aunque no todos las bebieran en su fuente original)
y se inició la veneración de su persona y su obra como quintaesencia del pensamiento
revolucionario.
Mientras tanto, el Marx de carne y hueso estaba enredado en una furiosa disputa de
facciones en el seno del consejo general de la Internacional. Su adversario era Mijaíl
Bakunin, y el tema de enfrentamiento era el camino a seguir en la lucha revolucionaria.
El líder anarquista ruso, que había levantado la Comuna de Lyon en 1870, propiciaba la
destrucción de los estados nacionales y disentía del papel que otorgaba su rival al
partido y a los obreros industriales como vanguardia revolucionaria. El enfrentamiento
se alimentaba también de las fuertes y tozudas individualidades de ambos adversarios y
de su inocultable encono personal. Marx, que no estaba libre de prejuicios, llegó a
afirmar: «No me fío de los rusos». Hay quien, no sin ironía, vio en esa frase una cierta
intuición profética.
En el congreso celebrado en 1872 en La Haya, los partidarios de Marx consiguieron la
expulsión de Bakunin y sus seguidores de la Asociación Internacional de Trabajadores.
En el mismo encuentro, Engels anunció que la sede del consejo se trasladaría de
Londres a Nueva York, noticia que fue recibida con justificada preocupación por los
asistentes. En efecto, la que pasaría a la historia como la I Internacional languideció en
su sede americana hasta desaparecer. Luego vendrían la II, III y IV Internacional, de
diverso signo ideológico y sin vinculación con la persona de Marx. Éste decidió
retirarse del activismo político en 1873, para dedicarse al estudio y el trabajo teórico.
Varios autores consideran que la capacidad intelectual de Karl Marx se debilitó
notablemente en la última década de su vida. Lo cierto es que era un hombre enfermo,
casi sexagenario y profundamente desengañado por la incomprensión o la trivialización
de su pensamiento por muchos de los que deberían desarrollarlo y llevarlo a la práctica.
En sus obras de madurez recuperó buena parte del estilo y la terminología del lenguaje
filosófico de Hegel, según el propio Marx, por «coqueteo intelectual» con la obra de su
antiguo maestro y como respuesta a la «vulgarización» que mostraba la cultura de
izquierdas desde hacía varios años. Por otra parte, buscó también expresar su
reconocimiento al fundador de la dialéctica, pese a no haber compartido sus
«mixtificaciones idealistas».
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Pese a ese semirretiro y a la declinación de sus energías creativas, Marx recibió en esta
etapa final visitas y correspondencia de líderes obreros y políticos. Nunca descuidó y
siempre mantuvo un magnetismo personal sobre los círculos revolucionarios (incluso
los que no compartían sus puntos de vista), que no podían sustraerse a lo que Engels
denominaba su «peculiar influencia». Hacia 1877 con la salud muy quebrantada, se
refugió definitivamente en la vida hogareña. Y fue precisamente en el círculo familiar
donde se produjeron dos desgracias consecutivas que probablemente precipitaron su
muerte. El 2 de diciembre de 1881 falleció su esposa, y apenas un año después, el 11 de
enero de 1883, su hija mayor, Jenny Longuet. Solo, abatido, con la mente debilitada y
los pulmones seriamente afectados, Karl Marx murió o se dejó morir el 14 de marzo de
1883. Su tumba en un cementerio londinense es hasta hoy meta de peregrinación de
marxistas y no marxistas que veneran la importancia de su obra y la profunda apertura
intelectual de su pensamiento. En ella se observa una frase que podría resumir su
pensamiento «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el
mundo; de lo que ahora se trata es de transformarlo».
Su filosofía
Marx no quiso simplemente conocer el mundo, sino cambiarlo, aunque por supuesto
sabía que no se puede transformar la realidad sin haberla comprendido antes.
Para Marx, el Estado no era, como parecía ser para Hegel, la realización racional de la
libertad, sino la institucionalización de la explotación de toda una clase, la de los
trabajadores asalariados, que quedaba marginada de la plena humanización. La
contradicción entre capitalistas y proletarios exigía su superación dialéctica. Hegel no
veía esto, según Marx, y así su filosofía terminaba legitimando el statu quo. Sin
embargo, no se trataba de rechazar a Hegel, sino de hacerle asentar firmemente sus pies
en la materialidad de lo real, utilizando justamente la dialéctica, el principal
descubrimiento hegeliano. Sólo que en virtud de este giro ya no se estaba ante una
dialéctica idealista, sino materialista. Según Marx, los llamados derechos del hombre —
con sus reivindicaciones de libertad, igualdad, participación en el poder político,
etcétera— no son verdaderamente sino derechos del burgués, dueño ya de un Estado
destinado a garantizar sus privilegios y deseoso ahora de eternizar en un código
inmutable los principios del librecambio. En la sociedad burguesa, todos los hombres
pierden sus perfiles sometidos a la abstracción igualadora del dinero, pero no alcanzan
la auténtica realización de su ser genérico, sino que sencillamente se pliegan a las
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exigencias del sistema capitalista. Lo que se presenta como un ideal político inspirado
por lo más noble de la naturaleza humana no es, en el mejor de los casos, más que el
repertorio de piadosos deseos y buenas intenciones imposibles de cumplir en el Estado
vigente o un enmascaramiento sublimado de la situación real. Para Hegel las sociedades
cambian a partir de contradicciones. La historia está subordinada a la lógica, a esto
llamo lógica dialéctica. Para Marx, esta dialéctica es histórica y las contradicciones del
pensamiento surgen por hechos sociales. El materialismo de Marx está basado en los
medios sociales de producción históricamente construidos. Toda sociedad se divide en
explotados y explotadores (burguesía y proletariado). Marx creía que el estado era un
organismo creado para garantizar los derechos e intereses de los burgueses.
La sociedad
La perspectiva teórica de Marx se basa en lo que él llamó la concepción materialista de
la historia. Según este enfoque, las principales causas del cambio social no son las ideas
o los valores de los seres humanos. Por el contrario, el cambio social está
primordialmente inducido por influencias económicas. El conflicto entre las clases ricos frente a pobres- constituye el motor del desarrollo histórico. En palabras de Marx:
"Toda la historia humana hasta el presente es la historia de la luchas de clases". Aunque
escribió sobre distintos períodos históricos, Marx se centró en el cambio en la época
moderna. Para él, las transformaciones más importantes de este período están
vinculadas al desarrollo del capitalismo, sistema de producción que contrasta
radicalmente con los anteriores órdenes económicos de la historia, ya que conlleva la
producción de bienes y servicios para venderlos a una amplia gama de consumidores.
Los que poseen el capital -fábricas, maquinaria y grandes sumas de dinero- conforman
una clase dominante. El resto de la población constituye una clase de trabajadores
asalariados, o clase trabajadora, que no posee los medios para su propia supervivencia y
que, por tanto, debe buscar los empleos que proporcionan los que tienen el capital. En
consecuencia, el capitalismo es un sistema de clases en el que el conflicto entre éstas es
constante. Para Marx, el capitalismo será reemplazado en el futuro por una sociedad sin
clases, sin grandes divisiones entre ricos y pobres. Con esto no quería decir que fueran a
desaparecer todas las desigualdades entre los individuos sino que la sociedad no estará
dividida entre una pequeña clase que monopoliza el poder económico y político y una
gran masa de personas que apenas se benefician de la riqueza que genera su trabajo. El
sistema económico pasará a ser de propiedad comunal y se establecerá una sociedad
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más igualitaria que la actual. Para comprender los mecanismos de formación de las
sociedades y los cambios que tienen lugar en éstas, se debe entender a estos cambios en
su naturaleza dialéctica: en las sociedades se producen conflictos que son resueltos por
transformaciones fundamentales en la estructura económico-social. La dialéctica como
método de conocimiento de la realidad significa que el pensamiento reconstruye el
movimiento de lo real para conocerlo y comprenderlo. La dialéctica marxista se inspira
en la hegeliana, pero la primera es materialista y la segunda idealista. La Idealista parte
de lo abstracto a lo concreto, la materialista de lo concreto a lo abstracto. 1º Análisis de
lo concreto. 2º Teorización: abstracción. 3º Praxis, lo abstracto vuelve a lo concreto.
La superestructura
La tesis básica del materialismo histórico es que la superestructura (en alemán:
Überbau) depende de las condiciones económicas en las que vive cada sociedad, de los
medios y fuerzas productivas (infraestructura). La superestructura no tiene una historia
propia, independiente, sino que está en función de los intereses de clase de los grupos
(clase/s dominante/s) que la han creado. Los cambios en la superestructura son
consecuencia de los cambios en la infraestructura. Esta teoría tiene importantes
consecuencias:
Por un lado, la completa comprensión de cada uno de los elementos de la
superestructura sólo se puede realizar con la comprensión de la estructura y cambios
económicos que se encuentran a su base.
Por otra parte, la idea de que -en última instancia- no es posible la independencia de la
mente humana, del pensamiento, respecto de las condiciones materiales específicas en
las cuales se está inmersa la sociedad, afirma el determinismo advenido por factores de
índole externa.
En el caso de la filosofía, ello quiere decir que la historia de la misma no puede ser una
historia interna del pensamiento (algo así como la historia de cómo unos sistemas
filosóficos dan lugar a otros); es preciso apelar a algo externo a ella misma, como es la
economía, para comprender la propia filosofía. Las teorías filosóficas son consecuencia
de las circunstancias económicas y de la lucha de clases en la que está inmersa la
sociedad en la que vive cada filósofo.
Otra definición de superestructura es: el conjunto de fenómenos jurídicos-políticos e
ideológicos, tales como el derecho, el estado, las religiones, las manifestaciones, y
demás; así como las instituciones que las representan en una sociedad determinada.
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La infraestructura
Las tesis marxistas de la infraestructura (en alemán: Basis) son las siguientes:
Es el factor fundamental del proceso histórico y determina -en última instancia- el
desarrollo y cambio social; dicho de otro modo, cuando cambia la infraestructura,
cambia el conjunto de la sociedad (las relaciones sociales, el poder, las instituciones y el
resto de elementos de la superestructura). Por cierto, esto no es automático, ni
mecánico, ni instantáneo, sino que es un factor que tiende a establecer paulatinamente
condiciones de irreversibilidad en cada tiempo histórico.
La componen los medios de producción (recursos naturales más medios técnicos) y la
fuerza del trabajo (los trabajadores). Juntos constituyen las fuerzas productivas, que
estarán controladas -a veces frenadas- por las relaciones de producción (los vínculos
sociales que se establecen entre las personas a partir del modo en que éstas se vinculan
con las fuerzas productivas, como por ejemplo las clases sociales).
Hay periodos históricos en los que la estructura social (las relaciones de producción)
frena el desarrollo de las fuerzas productivas. La prolongación de esos periodos no
significa una estabilización, ni siquiera un estancamiento, de las condiciones de
existencia social; por el contrario, se verifican retrocesos más o menos severos, y
tienden a reaparecer contradicciones y limitaciones que al inicio de período se
consideraban definitivamente superadas.
Materialismo
Los materialismos de la Antigüedad, el de un Demócrito, un Epicuro, o de un Lucrecio,
lo eran en un sentido estricto. Explicaban que todo está hecho de átomos, que la realidad
no tiene espíritu, sino que todo es cuerpo. Pero no se introducían en el campo de lo
histórico. El materialismo de Marx parte, en efecto, de estos materialistas clásicos de la
Antigüedad, pero introduce la dimensión histórica. Lo importante no es solamente que
todo el mundo sea material, que todo esté hecho de átomos y de cuerpos, es decir, que
no haya espíritus sobrenaturales. Pero esto no sólo se aplica a la naturaleza, sino que
además influye en la historia, porque también los pueblos y las sociedades se
desarrollan en función de mecanismos materiales. Así, el mundo en el que vivimos está
basado en condiciones materiales. Según Marx, normalmente ponemos por encima de la
realidad a los ideales, las grandes palabras, las virtudes, la justicia, los más elevados
sentimientos, y no nos damos cuenta de que son las condiciones materiales las que
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determinan realmente nuestras sociedades. Los seres humanos nos desarrollamos de
acuerdo con nuestras posibilidades tecnológicas, y también en función de las
desigualdades económicas. Dicho de otro modo, la jerarquía que da el hecho de que
unos posean y los otros tengan que trabajar para los que poseen y para sus subsistencias.
Esas condiciones materiales surgen de lo que comemos y necesitamos en general para
sobrevivir, así como de lo que producimos tecnológicamente. Las condiciones
materiales, además, son las que determinan nuestras ideologías y las impresiones que
tenemos del mundo. Es esa base, esa infraestructura material la que explica, la que da
cuenta de nuestra visión de la realidad y se expresa a través de las ideologías políticas y,
en general, de todas las visiones ideológicas que pretenden explicar lo real. Para Marx
hay que dar la vuelta a las cosas y decir, si queremos entender el mundo, que no
debemos escuchar a los ideólogos, y debemos tratar de comprender la materialidad de
las relaciones tecnológicas, económicas, en las que viven los pueblos. Marx explica que
la naturaleza de los hombres depende de condiciones materiales. Las instituciones e
ideologías mediante las cuales los hombres regulan sus relaciones, se comprenden a sí
mismos y entienden el mundo en el que viven están condicionadas por la base
económica de la sociedad. Por lo tanto, según Marx, los hombres sólo podrán realizarse
plenamente en una sociedad libre y racional. Ahora bien, en la sociedad capitalista
grandes sectores de la población son relegados a condiciones inferiores de vida en
nombre del principio de la división del trabajo. Esto significa que, en términos
hegelianos, la sociedad capitalista carece de realidad racional. Entendiendo esa realidad
es como vemos la verdad de la sociedad, que no está en su ideología o en su discurso, a
veces autocomplaciente, que tiene sobre sí misma, sino en sus relaciones económicas y
sociales. Ése fue el gran giro que promovió el pensamiento de Marx. Marx encontró una
gran afinidad entre sus propias opiniones y las doctrinas de los comunistas, que
cuestionaban radicalmente el sistema capitalista y proponían la propiedad común de los
medios de producción. Marx denunció la naturaleza alienada del trabajo bajo el
capitalismo, contrastándola con la idea de una sociedad posible en la que los hombres
pudieran desarrollarse libremente en un marco de producción cooperativa.
El manifiesto comunista
Los anarquistas rechazaban toda forma de propiedad y de Estado, así como cualquier
alineamiento político. Marx criticaba el régimen de propiedad burguesa y pretendía
reemplazarlo por uno comunista. Para ello aceptaba organizar un partido proletario que
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se planteara la acción política con la finalidad de apropiarse del Estado. Se le encargó
redactar, junto con Engels, un manifiesto. Ese texto, conocido como El manifiesto
comunista, fue publicado en febrero de 1848. En él, Marx y Engels plantearon que la
historia de las sociedades es siempre la historia de las luchas de clases. Este principio
fue la base de lo que luego se llamaría el materialismo histórico. Dicen Marx y Engels
en El manifiesto: «Las particularidades y los contrastes nacionales de los pueblos se
borran más y más al mismo tiempo que se desarrollan la burguesía, la libertad de
comercio, el mercado mundial, la uniformidad de la producción industrial y las
condiciones de vida resultantes. Cuando el proletariado llegue al poder, las hará
desaparecer más radicalmente todavía. Una de las primeras condiciones de su
emancipación es la acción unificada, por lo menos la de los trabajadores de los países
civilizados. En la medida en que se suprima la explotación del hombre por el hombre, se
suprimirá la explotación de una nación por otra nación». Marx expone que el estadio
histórico que denominamos capitalismo debe ser superado en virtud de su radical
irracionalidad.
Plusvalía y fetichismo
Piensa que los seres humanos estamos obligados a trabajar para reproducir nuestras
sociedades, para obtener nuestros alimentos, cobijo, la protección que necesitamos y, en
definitiva, para desarrollar nuestra vida en común. Los individuos estamos alienados
porque la mayoría de nosotros no somos verdaderamente dueños de lo que hacemos y
de nuestro trabajo. ¿Por qué? La respuesta es que hay una distribución socialmente
injusta, un mundo de poseedores del capital —de la masa fundamental económica de
una sociedad— que facilitan y aportan el dinero para la producción, para la maquinaria,
etcétera, en la que van a trabajar el resto de los miembros de la comunidad. Los
poseedores del capital (que, por tener el capital, poseen los medios de producción)
obtienen ese producto, pero además una parte excedente de lo que producen esos
trabajadores, una plusvalía, que en lugar de ir a los trabajadores mismos va a los dueños
de los medios de producción. Ésa es la base de la economía burguesa. El dueño del
capital obtiene lo que ha invertido en el trabajo por costear el trabajo de los demás, pero
también una plusvalía, una renta excedente que le permite ir acumulando cada vez más,
mientras que los trabajadores nunca llegan a ser dueños plenamente de lo que están
haciendo.
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Según Marx, la riqueza no es producida por el capital, sino por el trabajo humano. Lo
que origina la ganancia capitalista no es otra cosa que la explotación de los obreros. Y
esta explotación se produce siempre, sin importar que los sueldos sean más altos o más
bajos. Lo original del enfoque radica en la aplicación del método dialéctico a la
economía política. Allí donde los economistas clásicos ven relaciones entre mercancías,
Marx descubre relaciones sociales, es decir, entre personas. El mismo valor de cambio
de las diversas mercancías deriva del tiempo de trabajo social necesario para
producirlas. El uso del dinero y la cuantificación del valor de los artículos sugieren lo
que Marx llama fetichismo de la mercancía, que consiste en adjudicar a las cosas
valores como si fuesen sus propiedades naturales, olvidando que toda valorización se
resuelve en las mutuas relaciones de los seres humanos como productores y permutantes
de bienes. Esto pasa solamente cuando hay trabajo abstracto. El trabajo concreto es
aquel que produce un producto que solo tiene valor de uso, el trabajo abstracto es aquel
que crea un producto que además de tener valor de uso, posee un valor, y es
intercambiado por dinero, o sea, produce una mercancía. Esa falsa conciencia que no ve
más que relaciones entre cosas encuentra su particular expresión en la cosificación y
venta de la fuerza de trabajo. En este simple hecho de considerar la fuerza de trabajo
como una mercancía entre otras, que puede ser comprada y vendida en el mercado,
consiste precisamente la explotación capitalista. Al vender su fuerza de trabajo, el
asalariado recibe a cambio una cantidad de dinero igual al coste de su subsistencia y de
otras necesidades, que pueden variar históricamente. El propietario de los medios de
producción paga esa suma y adquiere el derecho de utilizar la fuerza de trabajo del
obrero, apropiándose del excedente del valor creado. Si la mitad de la jornada de trabajo
corresponde al valor de los productos necesarios para reproducir la fuerza de trabajo, la
otra mitad es trabajo no remunerado que se apropia el empresario. Marx muestra que la
producción de la plusvalía en el capitalismo sólo es apropiación de trabajo no pagado.
Ese trabajo excedente no pagado se va acumulando una y otra vez por la clase
capitalista de forma expansiva. De hecho, el capitalismo puede ser definido como un
sistema en el que el único objeto de la producción es aumentar sin límite tal
acumulación de capital. Aquí se encuentra precisamente la esencial irracionalidad del
sistema capitalista que Marx revela.
La ganancia de los empresarios proviene de la plusvalía (trabajo obrero no remunerado),
el capitalista se apropia de la “fuerza de trabajo” del obrero, pagándole para que pueda
mantener esa fuerza de trabajo y dejándole un resto para otra cosa. Pero este trabajador
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en su trabajo, crea productos que valen más que su propio trabajo. Por eso el empresario
no paga al obrero por su trabajo (lo producido en la jornada laboral), sino que le paga
para que mantenga esa fuerza de trabajo.
El capital
En 1867, bajo el título de El capital -Crítica de la economía política. Libro primero,
Marx publicó su demorado análisis del proceso de producción capitalista. El texto tuvo
un éxito inmediato y arrollador, y pronto fue traducido a diferentes idiomas. En él va a
proponer que el capitalismo es un conjunto articulado de relaciones sociales que tiene
un orden y una lógica (estructura). Ese orden posee una génesis, un desarrollo y una
crisis (historia). Esta historia no es lineal ni evolutiva, sino que posee saltos, avances,
rupturas, crisis, retrocesos, etc. Como sistema consiste en la producción de mercancías,
plusvalía, alienación, violencia, hegemonía, y reproducción de la misma relación social
de capital. El capitalismo genera mercancías, productos que además de tener un valor de
uso, poseen valor. El capitalismo es un sistema que aspira a expandirse por todo el
mundo (globalización) mediante la colonización, guerras y robos. Para Marx las tierras
pertenecen a quienes las trabajan. Para Marx el capitalismo al explotar a los trabajadores
se está cavando su propia tumba. La explotación puede medirse según dos variables:
Capital variable: parte del capital que los empresarios usan para contratar la fuerza de
producción. Se acrecienta cuanto más se explota al obrero.
Capital constante: capital destinado a la compra de maquinaria. Es constante porque
mantiene el capital que se tenía.
También va a postular la ley general de la acumulación en la que dice que el capitalismo
va a crear siempre más pobreza en un polo, y más riqueza en el otro polo. Refiriéndose
a quienes pretendían hablar en su nombre y representar su pensamiento, como si éste
fuese algo fijo y acabado, había declarado a Engels: «Yo, desde luego, no soy
marxista». Los dos volúmenes siguientes de El capital habían sido terminados por Marx
en los años inmediatamente siguientes a la aparición del primero, pero, sin embargo,
siguió corrigiéndolos hasta su muerte. Sería luego Engels quien los revisaría y
publicaría postumamente. El Libro segundo apareció en 1885 y el Libro tercero, en
1894.
La ideología Alemana
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Es sabido que el libro “La Ideología Alemana” es considerado en el generoso arco de
lectores, exégetas y comentaristas de la obra de Marx, al menos como un texto que
oficia como punto de inflexión en su obra. Efectivamente en este texto, Marx y Engels
encuentran el sujeto, ese sujeto colectivo que podrá realizar la libertad, la parte de la
sociedad que representa al todo porque es el que produce la vida y que, mediante una
Revolución social alcanzará ese universal dentro del cual el hombre se reconoce
hombre. El proletariado es pues, la clase universal. Hallar ese universal basado en la
producción de la vida mediante el trabajo, no es ni más ni menos que el hallazgo del
sujeto que condensa al mismo tiempo cerebro y corazón, el sujeto de una revolución
total, en la que las fuerzas de producción dejen de ser un poder extraño para los mismos
que producen. Lo que se sostiene en este trabajo es que encontrar el sujeto que encarna
el cambio, es dar con la posibilidad efectiva de transformación en la que el hombre deje
de ser un individuo contingente para ser un individuo personal, miembro de una
asociación de individuos libres, del comunismo, pero además, el “concepto” que
permite salir del terreno de la filosofía, de la crítica y de la especulación. Es un sujeto
que puede transformar, es un sujeto actuante y consciente. Ésta es la gran diferencia con
el mundo de los jóvenes hegelianos, todos (o casi todos) enormemente agudos en sus
críticas al orden existente.
Ahora bien, este sujeto colectivo, este universal, se compone de individuos libres que,
lejos de encontrarse indeterminados son seres sociales, porque en tanto individuos son
el conjunto de las relaciones sociales. No hay allí individuo “y” sociedad, individuo “y”
comunidad: “la esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada individuo. Es,
en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”.
«Nos encontramos, pues, aquí, ante dos hechos. En primer lugar vemos que las fuerzas
productivas aparecen como fuerzas totalmente independientes y separadas de los
individuos, como un mundo propio al lado de éstos, lo que tiene su razón de ser en el
hecho de que los individuos, cuyas fuerzas son aquellas existen diseminadas y en
contraposición los unos con los otros, al paso que estas fuerzas sólo son fuerzas reales y
verdaderas en el intercambio y la cohesión entre estos individuos. Por tanto, de una
parte, una totalidad de fuerzas productivas que adoptan, en cierto modo, una forma
material y que para los propios individuos no son ya sus propias fuerzas, sino las de la
propiedad privada y, por tanto, sólo son las de los individuos en cuanto propietarios
privados. En ningún otro período anterior habían llegado las fuerzas productivas a
revestir esta forma indiferente para el intercambio de los individuos, porque su
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intercambio era todavía limitado. Por otra parte, a estas fuerzas productivas se enfrenta
la mayoría de los individuos, de quienes estas fuerzas se han desgarrado y que, por
tanto, despojados de todo contenido real de vida, se han convertido en individuos
abstractos, y por ello mismo, sólo entonces se ven puestos en condiciones de
relacionarse los unos con los otros como individuos.
La única relación que aún mantienen los individuos con las fuerzas productivas y con su
propia existencia, el trabajo, ha perdido en ellos toda apariencia de actividad propia y
sólo conserva su vida empequeñeciéndola.
Son los individuos los que trabajan, los que hacen la historia en la misma medida que la
historia es la que hace a los individuos. Y es el sujeto colectivo que atraviesa a los
individuos, la dimensión de la comunidad, la asociación de individuos libres el medio
de la realización de ese individuo en y con los otros, el reino de la intersubjetividad.
Marx y Engels comienzan su apartado dedicado a Feuerbach, afirmando que la crítica
no ha salido del terrero de la filosofía y que a nadie se le ocurrió preguntar por el
entronque de la filosofía alemana con realidad de Alemania, por el entronque de la
crítica con el mundo real que la rodea. Lo que encuentran como una lucha de frases
contra frases no hace más que interpretar de otro modo lo existente. Frente a ese
diagnóstico, plantean un punto de partida diferente: de la existencia de individuos
humanos vivientes, pues “toda historiografía tiene necesariamente que partir de estos
fundamentos naturales y de la modificación que experimentan en el curso de la historia
por la acción de los hombres”. Ese “punto de partida”, esas “premisas reales” ponen en
primer lugar al hombre en su doble raíz, natural y social. Partir del hombre como un
individuo viviente, que “se diferencia de los animales a partir del momento en que
comienza a producir sus medios de vida”, “produciendo indirectamente su propia vida
material”, es partir del punto al que la filosofía solo había tomado, en todo caso, como
un “momento” en el periplo de la autoconciencia. Primero que nada, el individuo tiene
que estar en condiciones de poder vivir. De ese proceso de producción de la vida
(proceso que es necesariamente con otros y por eso es una fuerza productiva, una fuerza
de cooperación) brota la conciencia. De este modo “la conciencia no puede ser nunca
otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real”. De
ese mismo proceso “independiente de la voluntad”, brotan al mismo tiempo la
organización política y el modo de concebirse los individuos a sí mismos y a la
sociedad. La ideología, en tanto forma concreta de la conciencia, es la representación
que los individuos se hacer respecto de su modo de organización política y social. Así
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pues, no hay una conciencia y una “falsa conciencia” sino que lo que existen son
representaciones (y no la mera presentación o conocimiento) de lo real. El problema de
los filósofos es que no parten de lo real sino de lo que se representan acerca de lo real:
mientras ellos “descienden del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al
cielo”.
Así, pues, “no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la
conciencia”. Efectivamente, abocados a analizar la primer premisa que es que los
hombres deben encontrarse en condiciones de poder vivir, sostienen que la producción
de los medios indispensables para la satisfacción de necesidades es la condición
fundamental de toda historia y que esa acción de satisfacer necesidades y la adquisición
del instrumento necesario para ello conduce a la generación de nuevas necesidades. Se
trata de dos “hechos históricos” que, sumados a que los hombres renuevan su propia
vida creando otros hombres, la producción de la vida es desde sus orígenes una “doble
relación”, ya que la relación es “natural” (pues cualquier ser vivo debe metabolizar con
la naturaleza para vivir) y “social”, pues se produce necesariamente como cooperación
entre los individuos. El modo en que los hombres cooperan, es su modo de actividad, y
ese modo de cooperación es una fuerza productiva. Es de este proceso que brota la
conciencia. La conciencia es, como la propia vida, un producto social: “la conciencia de
la necesidad de entablar relación con los individuos circundantes es el comienzo de la
conciencia de que el hombre vive dentro de una sociedad”.
Ahora bien, el modo en que los hombres se organizan para producir su vida, esconde,
tapa, vela, en suma, representa en lugar de presentar tales relaciones. Representar es
poner una cosa en lugar de otra, por ejemplo, la posibilidad de representarse como
iguales mientras en el terreno de la sociedad civil la división del trabajo los ubica en
diferentes clases sociales. Ocurre que ese modo de organizarse el trabajo, que los
autores definen como la “verdadera división del trabajo” entre el trabajo intelectual y el
trabajo manual, genera la realidad de que las actividades espirituales y materiales, el
disfrute y el trabajo, el consumo y la producción, el disfrute y el padecimiento se
asignen a diferentes individuos. Esta división del trabajo es la distribución desigual del
trabajo y sus productos. Esa distribución desigual, por lo demás, es sinónimo de
“propiedad” en tanto “derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros”, de modo que
“división del trabajo y propiedad privada son términos idénticos”. En este modo de
cooperación “los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil,
que lo sojuzga, en vez de ser él quien lo domine”. “La división del trabajo cumple el
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mismo papel que la alienación porque tiene la misma estructura, sólo que ya no está
expresada en el lenguaje de la conciencia; ahora lo está en el lenguaje de la vida. El
concepto de auto actividad reemplazó al concepto de conciencia”. El poder social, es
decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por obra de la cooperación de los
diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo, se les aparece a estos
individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino natural, no como un
poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos, que no
saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por tanto, no pueden ya dominar,
sino que recorre, por el contrario, una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar
independientes de la voluntad y de los actos de los hombres y que incluso dirige esta
voluntad y estos actos. Al poder ajeno se le opone el poder propio, asociado. La
asociación encierra la noción de decisión libre, el poder social sólo podrá dejar de ser
extraño cuando la fuerza de producción multiplicada surja de la cooperación consciente
de los individuos; esa consciencia no es ni más ni menos que el conocimiento de la
relación, de la mutua (y necesaria) dependencia de los individuos entre sí, que
participan de esa fuerza de producción multiplicada porque conocen sus propias
determinaciones. Ese poder propio es una asociación de individuos libres.
Pero aquella libertad tampoco puede brotar de la nada; debe ser conquistada en la lucha.
Se trata de la lucha por la universalidad; porque lo que hace libre al individuo es
reconocerse en otros, porque el individuo es, como se citó más arriba, el conjunto de las
relaciones sociales. No se trata por cierto de una lucha de autoconciencias sino de una
lucha práctica. El individuo que puede ser libre es el que al producir produce la historia
y se produce a sí mismo, porque “la verdadera riqueza espiritual del individuo depende
totalmente de la riqueza de sus relaciones reales”. El conjunto de individuos que porta la
potencia de transformar el poder social extraño en una genuina universalidad es el
proletariado. El proletariado es el conjunto de los individuos histórico-universales que
por su acción podrán derrocar el orden de cosas existente. El proletariado es la parte de
la sociedad que puede darle unidad y universalidad, el proletariado es la clase universal.
Su devenir sujeto y la revolución, son las condiciones de posibilidad para la asociación
de individuos libres, es decir, para el comunismo. Aquí el comunismo no es un
concepto, sino una potencia que encierra el modo actual de producirse la vida. El
comunismo no es una “nueva” idea a la que el individuo debe someterse. El comunismo
es la realización misma de las potencias individuales. La fuerza propulsora de la historia
no es la crítica sino la revolución.
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Enajenación
Hegel decía que el espíritu llegaría a saber de sí mismo a tener autoconsciencia cuando
un pueblo entre en decadencia, ya que luego vendría un sol naciente que haría remontar
vuelo (como el búho de Minerva). Para Hegel el espíritu alcanza su plena libertad con el
cristianismo. La esencia del hombre es su espíritu. Feuerbach decía que la religión había
alienado al hombre y que, se produciría un giro en la historia cuando el hombre tome
consciencia que Dios para el hombre, es el hombre mismo. Para Marx la emancipación
del dinero y de la usura sería la auto emancipación que nos permitirá desarrollarnos. La
religión para él, es la consecuencia de que el hombre no haya encontrado su esencia o
que la haya perdido en algún momento. Para Marx existe una alienación religiosa, pero,
al contrario de Feuerbach, esta es consecuencia de una alienación previa del hombre. El
hombre del que habla Marx, es un hombre concebido como un ser natural, condenado a
tener que satisfacer sus necesidades. Este ser natural, lejos de ser pasivo, es sumamente
activo frente a la naturaleza. Es decir, el hombre responde a la naturaleza mediante su
praxis. La relación que mantiene con la naturaleza está mediada por su trabajo o praxis,
este trabajo le sirve para superar la inmediatez de la naturaleza y transformarla según
sus necesidades. Esta praxis va constituyendo un proceso y este proceso es historia. El
hombre es praxis, y esta praxis es historia. El hombre no es ni aislado, ni abstracto, por
ello debe considerarse como el conjunto de relaciones sociales que lo constituye, estas
relaciones van a ser la esencia del hombre. Mediante el trabajo el hombre modifica a la
naturaleza, y a la vez se modifica a si mismo (a su esencia también). Desarrollando sus
potencialidades. Este trabajo además permite verse reflejado en el producto que el
hombre obtiene de él. Permitiéndole al hombre beneficiarse de sus productos, los
mismos que el produjo. En algún momento de la historia el hombre comienza a producir
un excedente de productos (más de los que necesita), para así lograr un sobrante que le
permita intercambiarlos por otros productos. En este intercambio el producto va a
adquirir una valoración, lo que lo va a transformar en mercancía. El que valoriza a las
mercancías es el dinero. El dinero no es una cosa, sino que es un conjunto de relaciones
cristalizado en una mercancía determinada, que se vuelve sujeto con vida propia. Por lo
que se obtiene un intercambio de esta manera M=D=M. Cuando algunos empezaron a
darse cuenta de que en el intercambio se puede obtener una suma mayor de la que se
poseía en un principio. Entonces la ecuación seria así D=M=D´. En este momento surge
el capitalismo. Para que ese capital se acreciente es necesario que se genere una
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plusvalía, esta se obtiene de una mercancía muy particular, la fuerza de trabajo, esta es
proporcionada por los hombres que no poseen medios de producción para crear
mercancías y se ven obligados a ofrecer su fuerza de trabajo como una de estas. Con
esto, el hombre dejara de beneficiarse con el objeto que el mismo produjo. De esta
forma lo que el produce se opone a él, este producto que el obrero crea, se convierte en
un ser ajeno a él, y se vuelve en su contra como una fuerza ajena y hostil. Por ende, este
producto, o fuerza de trabajo, deja de pertenecerle al obrero para pertenecerle al
capitalista, y el obrero se va a ver forzado a realizar una actividad cuyo desenlace es una
mercancía favorecedora al capitalista. Producto de esto va a aparecer la propiedad
privada. Son las condiciones materiales las que forman las sociedades. Mientras el
mundo esté dividido entre poseedores y desposeídos, entre los que pueden aprovecharse
de la necesidad ajena y los que no tienen más remedio que hacer lo que les manden si
quieren sobrevivir, mientras haya ese planteamiento que no viene de los cielos, sino que
surge de la organización de la sociedad, no se puede decir que haya auténtica libertad.
Trabajo
Mediante el trabajo, el hombre se realiza a sí mismo, por lo tanto este constituye su
esencia, Por lo tanto, el hombre al enajenar su trabajo, se enajena a sí mismo. Este
trabajo representa el aniquilamiento del hombre. Este hombre termina por sentirse
infeliz, desgraciado y sin poder desarrollarse. Y el producto que obtiene es perteneciente
a otro. A raíz del trabajo enajenado, y recordando que Marx concebía al hombre como
un ser genérico la alienación del hombre, va a ser la alienación del género, un cumulo
de hombres que no pertenecen a sí mismos y que no pueden realizarse. Cada hombre va
a enajenar sus relaciones, llegando a la enajenación de su esencia.
Revolución proletaria
El encargado de liberar el género de esta enajenación es el proletariado, quien
representa la negación de la humanidad, aquí se nota, aquí se nota una fuerte influencia
de la dialéctica del señor y el siervo que desarrolla Hegel. Marx propone que los
proletarios deben generar una revolución que acabe con la propiedad privada, ya que
levantándose harían saltar toda la superestructura de la sociedad. Para Marx con la
recuperación del proletariado, y al ser esta una clase universal, vendría la recuperación
total del hombre. Según Marx “la historia de todas las sociedades conocidas hasta ahora,
es la historia de la lucha de clases”, lucha que, al terminar, genera una revolución que
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pone fin a una etapa, y crea una nueva forma de enajenación. La única revolución que
terminara con la alienación es la revolución del proletariado. Revolución que instaurará
una sociedad sin clases, una sociedad comunista. Esta sociedad es la que, permite la
vuelta del hombre mismo como un ser realmente humano y social. Ahora lo que
distingue al tipo de comunismo propuesto por Marx, defiere de los anteriores
“socialismos utópicos”, en que Marx va a proponer las formas para llevar a cabo la
revolución. A este le llamo “comunismo científico” y postulaba que el hombre está
fuertemente determinado por la estructura económica de una sociedad. El hombre se
introduce en relaciones de producción, independientes a su voluntad, que están en
relación a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas materiales de producción.
El conjunto de estas relaciones de producción constituyen la estructura económica de la
sociedad y esta es la base sobre la que se eleva una estructura jurídica y política y a la
que corresponden determinadas formas sociales de consciencia. El modo de producción
de vida material, condiciona la vida social, política y espiritual en general. No es la
consciencia de los hombres la que determina su ser social, sino que es su ser social el
que determina su conciencia. Al ser la sociedad determinante de la consciencia, quien
tenga el dominio en un momento histórico específico va a imponer sus ideas. El
conjunto de ideas que mantiene una clase dominante es llamado por Marx como,
ideología. Entonces ¿Cómo romper con una estructura y una ideología propicias a una
clase dominante? Marx va a decir que la consciencia va a volver sobre el ser social, lo
que produce una dialéctica entre estos y rompe con la determinación de la
infraestructura. Para que el proletariado tome consciencia de que debe llevarse a cabo
una revolución debe ser la filosofía la que le brinde armas espirituales, y el proletariado
debe brindarle a la filosofía, armas materiales. Por eso la filosofía debe abandonar lo
abstracto y adentrarse en la praxis. El método que utilizaran los proletarios será el
dialectico. Pero en este método, no va a producirse, luego de la síntesis, una
conservación como creía Hegel, sino que se va a producir una negación. Marx estaba
convencido de que la verdadera revolución sólo podía darse en los países burgueses
desarrollados y él esperaba que ocurriera en Inglaterra o en Alemania.
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