Ética y Ambiente Hablar de valores es hablar de ética, entendida ésta como la reflexión y estudio de aquellos actos que los seres humanos realizan de modo consciente y libre. Pero no sólo eso, más allá del análisis la ética busca emitir un juicio que determine si esas acciones son buenas o malas. Es un juicio ético y no político, que desgraciadamente en algunos casos no coinciden. La ética ambiental surge sobre todo con el objetivo de dar respuesta a los dilemas antes los cuales se ha encontrado la sociedad desde sus orígenes. Entre ellos, cabe destacar dos que son muy significativos: La superioridad moral de la raza humana sobre cualquier otra especie. La posibilidad de valorar los recursos naturales por su valor intrínseco de existencia. Es importante remarcar que la respuesta que se le ha dado a estos dos dilemas ha marcado de forma crucial el devenir de nuestras sociedades y, en consecuencia, el devenir de la biosfera. Hablar de ética ambiental es hablar de Aldo Leopold el cual en 1948 publicó una de las obras más relevantes sobre este aspecto, A Sand County Almanac (algo así como: Almanaque del Condado Arenoso) que ha servido cómo guía intelectual y espiritual a varias generaciones de ecologistas. En él define la ética ambiental (o ética de la Tierra cómo él le llama) de la siguiente forma: Una cosa es buena cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es mala cuando tiende a lo contrario, en ningún momento hace referencia al valor económico o a las consecuencias productivas que pueda traer el hecho de regirse por estos valores, sino que emite un juicio basado en el valor de la comunidad de la Tierra. Es por lo tanto un gran paso el elevar aquellos conceptos de ética y de moral que parecían exclusivos de la relación entre seres humanos a una escala mayor, a escala planetaria. Sin duda es ésta una de las grandes razones de existencia del sentimiento ecologista profundo. Aquel que defiende la igualdad biocéntrica (todos los seres vivos, los ecosistemas que forman y en general todas las formas de vida tienen derecho a existir) y la posición del hombre en igualdad con la resta de seres vivos. Surge por tanto la necesidad de que el ser humano limite sus posibilidades de existencia, porque al igual que en la relación hombre-mujer, la relación homo-Tierra necesita de una conducta social para llevarse a cabo sin provocar daño a ninguna de las dos partes. Y, por lo tanto, el hombre debe comportarse como un ser social, tanto dentro de la sociedad cómo de la biosfera. Eso implica también aceptar que hay que cambiar la forma actual de vivir en el planeta. Asumir que no tenemos una total libertad de actuación, porque eso sería romper las reglas de toda convivencia social. Es por lo tanto la ecología profunda la que debería regir nuestras decisiones políticas, en contraposición a la ecología reformista (que tiene como objetivos la disminución de la contaminación, el uso eficiente de los recursos, el reciclaje por eso en definitiva la protección de la salud y las condiciones de vida del ser humano y el encaje de la sociedad de mercado en la biosfera), que parece ser que se ha adueñado de los discursos ecologistas institucionales.