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Reflexión Crítica a la idea de los Derechos Humanos

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Reflexión Crítica a la idea de los Derechos Humanos
Andrés Coronel Calderón.
Estudiante de Segundo Ciclo de la Carrera de Derecho, Universidad del Azuay.
I. INTRODUCCIÓN:
Desde mediados del siglo XX, los derechos humanos se han ido impregnando en el lenguaje jurídico y
las agendas políticas, tanto puertas adentro de los Estados como en el ámbito internacional. La
relevancia y posición ideológica privilegiada de la que gozan hoy los han hecho casi intocables, cual
dogma irrefutable que se aparece como un sello de calidad del accionar gubernamental.
Es precisamente ahora, cuando los derechos humanos parecen haberse consolidado más, que se vuelve
imperativo analizarlos, y por qué no, criticarlos, cerrando así la peligrosa brecha que se está abriendo
entre su aceptación casi axiomática, y la reflexión respecto de su validez, que, tal como se pretende
demostrar con este texto, no es siempre real. Todo esto, no con el objetivo de crear un sentimiento de
oposición que niegue los éxitos o posibles ventajas de los derechos humanos, sino para renovar su
concepción evidenciando sus flaquezas, sobre todo cuando de la conciliación cultural se trata,
aterrizando así en un nuevo lenguaje de derechos humanos, menos dogmático, más reflexivo y sobre
todo, más intercultural.
Para ello, se hará en primer lugar una exposición de su origen, que resulta estar enraizado en occidente.
Luego, se reflexionará respecto del pensamiento post-convencionalista que sustenta la concepción de
los derechos humanos, basada en un enaltecimiento permanente del individuo sobre la colectividad, y
su consideración del humano siempre como un fin y nunca como un medio. Posteriormente se construirá
una crítica respecto de la pretensión de “universalidad” de los derechos humanos, para, finalmente,
cuestionar si se puede, en estricto sentido, considerarlos como derechos, tomando como base de esta
crítica, el utilitarismo benthamiano. Todo ello, mezclando la exposición y cuestionamientos de otros
autores, con ejemplos, ideas y argumentos personales, para poder aterrizar en una nueva propuesta
intercultural de los derechos humanos que concluye este artículo.
II. SOBRE EL ORIGEN OCCIDENTAL DE LOS DERECHOS HUMANOS:
Es menester hacer una breve alusión histórica al origen de la idea de los derechos humanos, que, tal
como se explica en estas líneas, está fuertemente enraizado en occidente. Hallpike (2004) ubica a Locke
como principal precursor ideológico de los derechos humanos, por sus reflexiones en la lucha del
parlamento inglés contra los aires absolutistas de la monarquía Stuart. Por su parte, Ramos Pascua
(1998), citando a Peces Barba, menciona que los derechos humanos tienen, sobre todo, dos
circunstancias históricas que los hacen emerger como una necesidad social europea: por un lado, la
ruptura de la unidad religiosa europea como efecto del surgimiento del movimiento protestante, de
donde surgen las ideas de libertad de pensamiento y culto, para articular un nuevo régimen moral que
permitiese la convivencia pacífica en Europa a pesar de la diferenciación religiosa; y por otro, el
abandono del Estado absoluto, promovido por la clase burguesa en la búsqueda de consolidar sus
intereses en el mundo industrial, de donde nace la importancia de un derecho a la propiedad privada y
al libre comercio.
Además, es fundamental mencionar que si bien el origen ideológico de los derechos humanos nos remite
a sucesos del siglo XVI (movimiento protestante) y XVIII (inicio de las revoluciones liberales), la
legitimidad y aceptación de la que hoy en día gozan es consecuencia de su establecimiento como
instrumento central que delinea la convivencia internacional entre Estados, a partir de la adopción de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de las Naciones Unidas el
10 de Diciembre de 1948.
Desde ahora, vale aclarar que no se considera válido el común argumento utilizado por los defensores
de los derechos humanos respecto de la internacionalización de los mismos como un fundamento casi
irrechazable de su universalidad. Tal como menciona Dávila (2013), se debe distinguir el concepto de
internacionalización, que se refiere al proceso de adopción de derechos fundamentales que han llevado
a cabo los Estados en su ordenamiento jurídico luego de la segunda guerra mundial, de la
universalización, que es un concepto filosófico y sustancial. Si bien la internacionalización puede ser
un indicio de universalidad, no es, en realidad, un fundamento válido por sí mismo. Menos aún, si se
analizan las palabras de Constantinides (2008), quien nos habla de que la declaración adolece de un
“defecto de nacimiento”, siendo aceptada por tan solo cincuenta y seis Estados, menos que un tercio
de los miembros actuales de la ONU, que en aquel entonces tenía una proporción dispar de sus
miembros, con poca presencia africana, y una notable mayoría occidental, en el contexto de un mundo
aún ampliamente colonizado. La estructuración del Estado moderno es occidental, la cultura que
propugna el Estado moderno es occidental, ignorante de las culturas de las minoritarias sociedades
ancestrales que cohabitan el territorio de ese Estado.
La breve alusión histórica que se ha realizado, permite, más allá de encontrar el origen de los derechos
humanos, colegir su fuerte enraizamiento occidental. Toope (1997), usa la idea de un árbol como
metáfora de la cultura, comparando que la cosmovisión, epistemología y valores de una sociedad
equivalen a las raíces, de donde nace toda la estructura cultural. En base a ello, menciona que la raíz
cultural de los derechos humanos es innegablemente occidental.
III. INCOMPATIBILIDAD DE LOS DERECHOS HUMANOS CON SOCIEDADES NO
OCCIDENTALES:
Varias críticas pueden surgir respecto de cómo los presuntos derechos “universales” en el papel, sacan
a relucir su espíritu occidental en la práctica, generando diversos problemas. Hallpike (2011) menciona,
por ejemplo, que la libertad de expresión no tiene significado en una sociedad tribal sin gobierno que la
amenace, así como el derecho al voto es incomprensible para el campesino analfabeto. Esto evidencia,
que la aplicabilidad de los derechos humanos en sociedades particulares no solamente puede ser
contradictoria con ciertos principios de moralidad, o ciertas costumbres, sino que puede resultar
totalmente ajena a la cosmovisión forjada históricamente por dicha sociedad. En este sentido, toda
imposición de los derechos humanos, por ejemplo, a colectivos indígenas, se torna equivalente a la
colonización religiosa propiciada por Europa en América en el siglo XVI, donde las ideas traídas por
los colonizadores, no solo que eran diferentes, sino conceptualmente incomprensibles.
Es menester mencionar que no solo se trata de una incompatibilidad de los derechos humanos con
sociedades minoritarias, muchas veces aisladas, como el caso de los indígenas, sino en efecto, con
grupos humanos que representan una gran porción de la humanidad como es el caso de China. Shen
(2018) proporciona un muy valioso análisis respecto del funcionamiento del gobierno en China,
repetidamente condenado como opresor en occidente. Menciona que para poder hablar de “opresión”
en los términos occidentales, hay que asumir que existe un contrato entre el gobierno chino y los
ciudadanos, donde estos últimos le han conferido parte de su libertad a cambio de la seguridad de sus
“derechos”, y que este contrato que debe ser respetado por el gobierno sin interferir arbitrariamente en
la vida del pueblo, so pena de ser considerado opresor. La realidad es que ni la idea del contrato social
ni un lenguaje de “derechos” ha estado presente en el desarrollo histórico del sistema político chino. La
idea de libertad como sinónimo de no interferencia del gobierno es más bien el núcleo del liberalismo
occidental, y que a diferencia con la tradición política China, en ésta última el gobierno concibe la
protección a su gente, como un deber moral, no como una obligación contraída a través de un contrato
social que impone límites al poder estatal.
IV. CRÍTICA A LA CORRIENTE POST-CONVENCIONALISTA:
Una vez se ha expuesto el origen histórico de la concepción de los derechos humanos y, a manera de
una primera reflexión, la difícil relación que muchos de sus conceptos occidentales llevan con la
práctica de diversas sociedades, cabe ahora hablar acerca del origen filosófico de los derechos humanos,
para realizar una segunda crítica, dirigida a la corriente de pensamiento que la sustenta: el pensamiento
post-convencionalista.
Kohlberg es el formulador de la idea del pensamiento post-convencionalista que se define, en palabras
de Hallpike (2004), como el momento del pensamiento donde se toma conciencia de la existencia de
principios éticos universales. Una de las características primordiales que sustentan la idea del
pensamiento post-convencionalista es el entendimiento del individuo como un ente abstracto, que está
más allá de la sociedad y del entorno, y que es poseedor de derechos connaturales, que priman sobre la
ley, la sociedad y el interés colectivo.
De la conceptualización del pensamiento post convencionalista se coligen dos ejes que sustentan la idea
de los derechos humanos: la primera, que existe una prevalencia del individuo sobre la colectividad. La
segunda, que se adopta la postura Kantiana de considerar a la persona siempre como un fin y no como
un medio (Sanchís, 1989). A continuación, se desarrollan críticas a estas dos ideas.
Respecto de la priorización permanente del individuo sobre la colectividad, cabe preguntarnos, por un
lado, si esta idea es igualmente válida en otras partes del mundo más allá de Occidente, considerando
que el mismo Hallpike (2011) critica a Kohlberg de no haber sido lo suficientemente crítico respecto
de la tradición occidental y su influencia en la idea de los “universales” derechos humanos.
La respuesta a la pregunta, parece ser un rotundo no. Lee Kuan Yew, ex jefe de gobierno de Singapur
solía ser muy crítico de la concepción de los derechos humanos, tal como se concebían en Naciones
Unidas, considerándola como insensible con los valores asiáticos, que dan preferencia a la armonía
social y el bienestar colectivo antes que a la libertad del individuo (Shen, 2018). De manera análoga,
Tharoor (2009) hace un importante análisis que muestra que la concepción post convencionalista de los
derechos humanos, donde el individuo es abstraído de la sociedad, adquiriendo derechos connaturales
a su condición humana, contrasta con la cosmovisión de la tradición védica o confuciana, donde los
deberes se consideran más importantes que los derechos, o tradiciones africanas, que se resumen en la
frase: "Yo soy porque nosotros somos, y porque nosotros somos, entonces yo soy", que revelan una
prevalencia de la comunidad sobre los derechos individuales.
Ahora bien, respecto de la postura Kantiana de considerar las personas siempre como fines, se debe
mencionar que también parece invalidarse al contrastarse con las sociedades que priorizan como valor
al interés colectivo sobre la individualidad, donde el ser humano pasa a considerarse tanto el medio para
construir el bienestar social, a la par que el fin de ese bienestar social del cual gozará.Se puede ir un
paso más allá de esta crítica, para evidenciar ejemplos incluso en las sociedades de tradición occidental,
donde a priori sí prima el individuo, en los que las personas se convierten en instrumentos más que en
fines: cuando un individuo ha cometido homicidio, no es privado de la libertad porque la sociedad tiene
una legítima esperanza de que se rehabilite en prisión, sino porque en efecto, aislarlo es el medio para
proteger al resto de la sociedad, al interés colectivo, al menos desde una teoría
La conjugación de la consideración del individuo como un permanente fin, y su abstracción, resultan
en la idea de los derechos humanos, mismos que se formulan para “proteger” al individuo de exigencias
colectivas de carácter utilitario. Hasta este punto se ha demostrado ya que se pueden formular críticas
válidas a dichas ideas, y se vuelve entonces fundamental no caer en el error de tomarlas como axiomas
irrefutables, tal como varios defensores de los derechos humanos en Occidente pretenden hacerlo, entre
ellos, Luis Prieto Sanchís.
Sanchís (1989), menciona que tomar en serio los derechos humanos acarrea una visión imperativa de la
moral que prevalece sobre el modelo utilitario, donde la libertad y dignidad del individuo ostentan un
valor preferente respecto de cualquier otra decisión, incluso legítima, relativa a la organización de la
vida colectiva. El problema no es el pensamiento de Sanchís, que tendrá por seguro argumentos válidos
que lo sustentan, sino que cree que los derechos humanos, tal como él los concibe, son el único eje
articulador de un proyecto político “legítimo”, como si su concepción occidentalizada, fuese único
instrumento de medida de la validez del entorno jurídico-político de otras realidades. Su postura toma
como axioma la fundamentalización de la dignidad humana, que no es, en realidad, la cúspide moral de
otras sociedades ya mencionadas, como las asiáticas.
Un pensamiento como el de Sanchís, corre el riesgo de caer en el etnocentrismo antropológico
clastresiano, y es precisamente este lenguaje de divinización de ciertos valores occidentales, como la
libertad o la dignidad humana, el que debe ser erradicado del debate de los derechos humanos, aún más,
cuando se utiliza para cuestionar la legitimidad de los sistemas políticos que no los consideran con la
misma devoción que en occidente, y a quienes suele acusárseles de cuestionar ilegítimamente los
derechos humanos para esconder formas de opresión, algo que no siempre es cierto.
V. REFLEXIÓN SOBRE LA UNIVERSALIDAD DE LOS DERECHOS HUMANOS:
Hasta este punto, se ha explorado el origen de los derechos humanos como medio para entender su
carácter occidental, además de criticar la idea del pensamiento post-convencionalista y el marco
filosófico que sustenta la idea de los derechos humanos. Ahora, se cree pertinente abordar uno de los
puntos centrales de las críticas a los derechos humanos: la idea de la universalidad. Desde ya, se debe
mencionar que no existe un consenso respecto de qué se entiende por universalidad, que puede ser
argumentada desde una postura absolutista o relativista (Dávila, 2013). Este texto se centrará en
reflexionar respecto del universalismo absoluto ontológico, que se considera, es el más perjudicial desde
el que se puede concebir a los derechos humanos.
El universalismo ontológico es expuesto por Jack Donnelly, citado por Villegas (2014), y propone que:
“todos los valores, incluidos los derechos humanos, son enteramente universales, y por tanto no pueden
modificarse por diferencias culturales o históricas”. El universalismo ontológico sustenta la llamada
postura natural universalista de los derechos humanos, que es la mantenida por las Naciones Unidas, y
que considera a los derechos humanos como anteriores a la sociedad y a su ordenamiento (Riva, 2013).
Los derechos humanos, son concebidos así como innatos a la persona, que deben ser respetados
independientemente del régimen social, político o cultural, convirtiéndose en derechos inmutables en
el espacio-tiempo.
La idea de los derechos humanos como inmutables, y sobre todo, como anteriores a la sociedad, es
precisamente sobre la que este escrito pretende hacer una reflexión. Para ello, se considera un
imperativo abordar la distinción realizada por Isaiah Berhin, citado por Toope (1997), entre derechos
positivos y negativos. El derecho negativo es aquel que inhibe la acción del Estado, es decir, aquellos
que se destinan a la protección del individuo, o los llamados derechos de primera generación. Mientras
que los derechos positivos son aquellos que requieren de la intervención estatal, y que son de carácter
económico, social y cultural.
Kenneth Baynes, citado por Riva (2013), expone un razonamiento que se torna bastante obvio acerca
de que los derechos positivos, como el derecho al trabajo, no pueden ser universales porque requieren
de la existencia de instituciones políticas y sociales sin las cuales no podrían ser comprendidos. Es decir,
los derechos positivos, sólo pueden cobran sentido teniendo como base una institución
constructo/producto de la sociedad, y por lo tanto, el argumento de su "presunta" universalidad, cae
fácilmente.
Para ejemplificar el pensamiento de Baynes, basta con tomar uno de los derechos positivos recogidos
en la Declaración Universal de los Derechos Humanos acogida por la ONU en 1948. En este caso, se
ha escogido el numeral 2 del artículo 23 que menciona: “Toda persona tendrá derecho, sin
discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual”. ¿Qué es el salario sino un producto social?,
¿Se puede entender el trabajo sin instituciones construidas socialmente en las cuales desarrollarlo?
Respecto de los derechos negativos, es válido cuestionar su pretensión de universalidad recurriendo a
críticas como la formulada por Habermas, desde la concepción política de los derechos humanos, o a la
crítica tradicionalista de Burke. Además se agregará una apreciación personal que niega la universalidad
de los llamados derechos negativos.
Habermas, citado por Riva (s.f) cree que aunque se le confiriese la etiqueta de innatos a los derechos
humanos, ni aún así escaparán del destino de todo derecho positivo, que para ser cambiado o derogado,
solo hace falta un cambio de régimen político. Para Habermas, si los derechos humanos han conseguido
una validez suprapositiva no es por su origen moral, sino porque su misma naturaleza jurídica los ha
hecho trascender en los ordenamientos jurídicos.
Por su parte, Burke, citado por Ramos Pascua (1998), es uno de los defensores de la crítica
tradicionalista a los derechos humanos, que se constituye en una teoría reaccionaria frente al raciocinio
abstracto del hombre de la ilustración, para rescatar que los derechos y libertades varían en el tiempo,
y dependen de múltiples circunstancias. Burke, en la misma línea de Habermas, considera que los
derechos del hombre no se derivan de su naturaleza, sino de las convenciones del sistema político social
que ha venido desarrollando históricamente una sociedad en particular. Así, rescata la costumbre, la
tradición y la historia para hacer frente a la abstracción que sustenta los derechos humanos.
Como críticas personales, encuentro algunos contraargumentos a la idea de la universalidad de los
derechos negativos, que presento a continuación a través de la ejemplificación y de aludir al
funcionamiento interdependiente de los derechos.
Se considera que el análisis de ciertos derechos negativos, nos permite descubrir que estos también
dependen de instituciones sociales para poder ser comprendidos, quedando en vilo su pretensión de
universalidad. Por ejemplo, el artículo 9 de la DUDH (1948), que menciona que: “Nadie podrá ser
arbitrariamente detenido, preso ni desterrado”, lo cual nos habla de un límite estatal para proteger la
libertad del individuo, es decir de un derecho negativo, que sin embargo, desde mi punto de vista, pierde
todo sentido si no se entiende la institución de la detención, la privación de libertad o el destierro, que
son a toda luz figuras creadas por el hombre, posteriores a la sociedad, mismas que no han existido
siempre, y me niego a creer que existirán siempre, como si de la naturaleza humana formasen parte.
Es evidente que los derechos funcionan de manera sistemática, están interconectados y son
interdependientes. Así, tal como la vulneración de un derecho acarrea la violación de otros, el
funcionamiento de un derecho depende de que otros estén, también, haciéndose efectivos. Con este
punto de partida, debo mencionar que considero que existen derechos de primera generación que no
pueden funcionar aislados de ciertos derechos económicos, sociales y culturales. Por ejemplo,
¿Podemos hablar de una verdadera existencia de libertad de pensamiento u opinión, en estricto sentido,
si no se está haciendo efectivo el derecho a la educación? ¿Cómo hablamos de libertad en condiciones
de desigualdad? ¿Cómo concebimos derechos de primera generación, efectivos en sí mismos, sin
derechos de segunda que los complementen? Considero que los derechos negativos no son, en muchos
casos, efectivos al margen de los derechos positivos, por lo que tampoco podrían considerarse
universales, al hallarse en una relación de dependencia con derechos que exigen la existencia de
instituciones sociales, y que por ende, no son previos a la sociedad, ni inmutables en el espacio-tiempo.
Ahora bien, abandonando la crítica a los derechos negativos, para centrarme en la crítica a la idea de
los derechos humanos en general, se debe mencionar que para poder considerar a un derecho humano
como universal, es menester definir, sin que quepa la más mínima duda en dicha definición, qué
significan cada uno de los derechos, lo cual es una imposibilidad fáctica, tanto desde un punto de vista
lingüístico, como en la delimitación del alcance del derecho.
Respecto del lenguaje, cabe destacar que si escritos en un mismo idioma, una disposición de derechos
humanos, escritos como normas principiológicas, se presta para tener tantas interpretaciones como
intérpretes halla de ella, mucho menos se podrá llegar a una uniformidad interpretativa en distintos
lenguajes. A este fenómeno es al que hace referencia Alchourrón (2000) al mencionar que la
interpretación, a la par que es instrumento de aplicación del derecho, es a la vez fuente de
inconsistencias de un sistema normativo, pues de una misma disposición normativa, se pueden derivar
varias normas, siendo este un fenómeno ineludible, efecto de la codificación lingüística de las normas.
Por otra parte, de la brecha de uniformidad interpretativa que puede haber de persona a persona, y no
se diga de un indígena a un político francés, surge el problema de no poder definir cuál es el núcleo
esencial del derecho humano, o en términos de Ferrajoli, citado por López (2018) esa esfera de lo
indisponible que no puede vulnerarse so pena de que el derecho se desnaturalice. Para que tuviese
sentido una concepción universalista de cualquier derecho, fuese imperativo primero descubrir cuál es
el corazón de ese derecho, sin el cual el derecho se convierte en algo más, lo cual sin embargo, considero
imposible, tal como se expone a continuación.
López (2017), menciona que existen dos teorías respecto de la determinación del núcleo esencial de los
derechos. La teoría absoluta, que considera que el núcleo es predeterminado, y que de la sola lectura
del derecho, éste podría definirse para cado caso, lo cual es a mi opinión descabellado, por las simples
brechas lingüísticas que dan lugar a interpretaciones varias, como ya se explicó. Por contraparte, está la
teoría relativista, que considera que el núcleo no se predetermina en abstracto, pero es determinable
luego de un juicio de ponderación, es decir que los derechos se definen en concreto. Esta segunda teoría,
niega de manera directa la universalidad de los derechos, pues acepta que el descubrimiento del corazón
del derecho depende de casos concretos, contingentes.
En suma, se considera que la teoría absolutista es la única que podría validar la concepción natural
universalista de los derechos humanos, donde estos se definirían en abstracto, lo cual sin embargo, es
una imposibilidad lingüística. Mientras que la teoría relativista, independientemente de considerarla
más o menos válida que la absoluta para la determinación del núcleo esencial del derecho, es de por sí
contraria a la idea de la universalidad pues admite que la esfera indisponible del derecho se descubre en
la praxis, lo cual es contrario con la idea de que los derechos humanos sean independientes de la realidad
social.
VI. ¿SON REALMENTE DERECHOS LOS DERECHOS HUMANOS?
Una vez se han establecido algunas reflexiones respecto de la idea de la universalidad de los derechos
humanos, llegamos ya a la última crítica que este texto pretende realizar tomando como punto de partida
el utilitarismo Benthamiano. Jeremy Bentham, citado por Ramos Pascua (1998), establece una crítica
ampliamente llamativa, que no cuestiona a los derechos humanos por su connaturalidad al individuo o
su pretensión de universalidad, sino directamente, a su denominación como “derechos”, que para
Bentham, no es más que una licencia del lenguaje que ha sido mal utilizada para definir a una lista de
“buenos deseos”.
Bentham, citado por Ramos Pascua (1998), menciona: "Verdaderos derechos sólo son aquellas
exigencias que el ordenamiento jurídico satisface". Partiendo de dicha consideración, se vuelve
cuestionable la idea hoy muy difundida respecto de que los normas principiológicas a través de las
cuales se positivizan los derechos en los ordenamientos jurídicos modernos, sólo pueden ser invocadas
“tomando en cuenta las condiciones reales de su aplicación”. Para ejemplificar esto, basta con decir que
un ciudadano ecuatoriano quien se halle en un estado de indigencia sin vivienda o sin acceso a alimento,
no pueda exigir del Estado la satisfacción de dichas necesidades, a pesar de habérsele concedido como
derechos en la constitución.
Es fundamental aclarar que con dicho análisis no pretendo negar la imposibilidad fáctica que constituye
para el Estado dar satisfacción a todas las pretensiones que podrían exigir los ciudadanos si pudiesen
invocar los derechos como principios positivizados, sin tomar en cuenta las condiciones reales de
aplicación de los mismos. Sino, lo que quiero destacar es que si el Estado se reserva la posibilidad de
negar dichas pretensiones, al estar en la incapacidad de satisfacerlas ¿Estamos realmente ante
verdaderos derechos, como facultades para exigir que algo se haga o no se haga? ¿Cómo concebimos
como derecho a algo que no podemos exigir?
Para Bentham, citado por Ramos Pascua (1998) los derechos son reflejos de los deberes, en tanto el ser
titular de un derecho es ser beneficiario de un deber de otro. De manera análoga, Hallpike (2004)
menciona que los derechos tienen sentido sólo en relación con otra persona, en tanto prescriben como
X debe comportarse respecto de Y, por lo que "Robinson Crusoe no tenía derechos". El razonamiento
de Bentham y de Hallpike hacen saltar a la luz un problema clave de la concepción de los derechos
humanos, que no siempre son derechos strictu sensu, pues no existe un deber consolidado por parte del
Estado para hacerlos cumplir, mientras no tenga los recursos para volver viable su aplicación para cada
caso. ¿Cómo X, el ciudadano, puede exigir de Y, el Estado, un derecho que no tiene deber alguno en
cual reflejarse?
Así, los derechos humanos, presuntamente universales y connaturales a la persona, se pierden en una
realidad donde los buenos deseos son inexigibles. Es claro que la exigibilidad de un derecho no
depende de su previa vulneración. No debo esperar que el Municipio demuela por error mi casa para
decir que se ha vulnerado mi derecho a la vivienda, sino que estamos en una realidad donde no hay
vivienda que demoler, y eso no significa que mi derecho no esté siendo violado, pero en éste último
caso, sí significa que no puede ser exigido.
VII. CONCLUSIÓN:
A través de este texto, se ha evidenciado que la concepción de los derechos humanos está fuertemente
enraizada en Occidente, y en consecuencia, contrastan con la cosmovisión de otras sociedades para
quienes, no solo que los derechos humanos pueden resultar incompatibles, sino directamente
incomprensibles, como un concepto ajeno. Partiendo de esta consideración, es imperativo rechazar toda
pretensión de usar los derechos humanos como instrumento de medida de legitimidad y validez de
contextos jurídico-políticos que tan distantes puedan ser a ellos.
Por otro lado, se ha demostrado también que el pensamiento post-convencionalista en el que se sustenta
la concepción de los derechos humanos, puede ser cuestionado en sus dos pilares, en tanto la prevalencia
de los derechos individuales sobre el colectivo, es una relación que se invierte en sociedades de carácter
no occidental, quienes además, conciben al individuo como un fin y medio en sí mismo, y no solamente
como un fin.
Respecto a la pretensión de “universalidad” ontológica y naturalista de los derechos humanos, se
considera que existen argumentos, con basta solidez para poner en duda la idea de que los derechos
humanos anteceden a la sociedad y que son inmutables en el espacio tiempo, mismos que se han
expuesto a través de las razones intrínsecas que tanto derechos positivos como negativos tienen para ser
considerados productos sociales, que se refuerzan además cuando se considera su interdependencia. En
la misma línea, se ha expuesto también la imposibilidad fáctica de determinar cuál es el contenido de
estos presuntos derechos “universales”, tanto desde un punto de vista lingüístico, como en la frustración
que representa tratar de determinar el contenido esencial de los derechos humanos, ambos factores,
exigiendo una labor interpretativa, que tendrá tantas versiones como intérpretes.
Finalmente, se ha invitado al lector a cuestionar si la denominación de “derechos” humanos, es
realmente fiel a la concepción estricta del derecho como una facultad de acción o abstención exigible,
que necesita verse reflejada en un deber de otro sujeto para poder existir como tal. Hecho que no ocurre
con los derechos humanos, que se quedan en el papel, pues su exigibilidad depende de las condiciones
reales de satisfacción que el Estado pueda dar a dichos derechos, convirtiéndose en derechos sin deber
para reflejarse, dejando de ser derechos.
Así, el análisis que se ha llevado a cabo por este artículo, se ha hecho con el objetivo de poner en duda
a los derechos humanos, no como una forma de oponerse a ellos, sino de evitar que recaigan en un
dogma que pueda ser amenazante para las sociedades cuya cosmovisión se ha forjado desde valores
ajenos a los mismos, permitiendo de esta forma, abrir un nuevo debate en el que los derechos humanos
no colonicen, sino que integren, y que se constituyan en un pretexto para dialogar entre culturas, más
que para dividirlas. O tal como menciona Michael Davis, citado por Hey (2000) para “indigenizar” los
derechos humanos, hacerlos propios, eclécticos, diversos, interculturales.
VIII. BIBLIOGRAFÍA:
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