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Walther L. Bernecker, “La historiografía alemana reciente”.

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Walther L. Bernecker, “La historiografía alemana reciente”.
Héctor Pena Taboada
Tendencias II
La historiografía alemana posterior a la Guerra presenta diferentes etapas y evoluciones.
Es muy loable el esfuerzo de síntesis que realiza Bernecker, pues en apenas veinte
páginas traza una sugerente panorámica de toda la evolución de la historiografía
alemana occidental de posguerra.
El tema del III Reich es el núcleo en torno al cual se articula toda esta “nueva”
historiografía nacional.
Por una parte, los historiadores de los años 40 y 50 –historiadores conservadoresarticularon sus historias en torno a las hipótesis de cómo el fascismo pudo llegar al
poder en Alemania, y porque pudo controlar el país –con la venia del pueblo- durante
doce años.
En el ámbito metodológico, se trata de una historia nada innovadora. Sin lugar a dudas,
esta lapidaria frase debe circunscribirse a esta generación de autores. Sin embargo, y a
pesar de las novedades de las décadas de los sesenta y setenta, no se produciría en
ningún momento (y es una idea en la que discrepo con el autor) una ruptura “radical” en
sentido estricto “con las tradiciones de la historiografía alemana”.
Esa famosa “ruptura” surge a comienzos de los años sesenta con la publicación de los
resultados de las investigaciones de Fritz Fischer sobre las causas de la I Guerra
Mundial, a través de los cuales trato de eliminar una serie de tabúes en torno a la figura
del Kaiser Otto von Bismarck, trazándolo como un directo antecedente, como la
“prehistoria” del nacional – socialista: Es decir, se buscarían raíces remotas al nazismo
casi desde principios del XIX.
Toda esta novedad temática pareció verse refrendada con novedades metodológicas:
Esta nueva generación de historiadores pasaría a emplear una nueva metodología,
alejados del historicismo más rancio, cercanos a una metodología estructural –
funcional.
Sin embargo, bajo esta apariencia de cambio –idea que reafirma el propio Bernecker- la
historia política seguía conservando su posición hegemónica –pero ampliando su campo
de actuación, eso sí.
Esta etapa está animada por el debate entre “historiadores sociales” e “historiadores
políticos”, encarnados por Hillgruber y Hildebrand los unos y por la “Escuela de
Bielefield” los otros.
Como se puede apreciar, si bien la evolución en el aspecto temático no es de destacar, lo
cierto es que no se puede negar que, sin embargo, metodológicamente se produjo una
considerable evolución: Es decir, se abandonan las posiciones historicistas más
ingenuas, abriéndose a nuevos campos y métodos.
Así pues, a finales de los años setenta la imagen es que la renovación historiográfica
había culminado. Pero, claro está, toda acción conlleva una reacción, comenzándose a
producir a principios de los ochenta un “cambio de rumbo” en la historiografía
alemana, esta vez hacia posiciones más conservadoras.
Estoy refiriéndome al llamado “neo – historicismo”, que nos ofrece un nuevo
paradigma: Viéndome obligado a una burda generalización por cuestiones de espacio, se
pasa de una condena radical y sin paliativos al empleo del historicismo para lograr una
interpretación menos crítica de la reciente historia alemana
Dentro de las temática, partiendo de la base de que ningún historiador serio pone en
duda los crímenes nazis, se produjeron enconados debates acerca de diversos ámbitos
como el alcance (y origen) del holocausto, entre otros, en una situación que demuestra
que las heridas no habían cicatrizado; hasta el punto de que a la altura ni más ni menos
que de 1986, la dictadura nazi monopolizaba el debate entre historiadores, e incluso
trascendía mas allá, alcanzando gran trascendencia pública. Ese debate, que degeneró en
el famoso “Historikerstreit”, acerca de si los crímenes del Reich podrían ser
relativizados comparándolos con los de otras dictaduras en el mundo, fue interpretada
por Habermas como un intento de crear una nueva conciencia nacional para
fundamentar intelectualmente el cambio político de 1982: La victoria de Helmut Kohl.
El tiempo se encargaría de juzgar la postura de Habermas como exagerada y alarmista,
lo cual no quita la justa condena a ciertas tesis de la derecha alemana cercana a
posiciones neonazis.
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