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LA VIRTUD

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La virtud como camino de fidelidad
Tenemos por delante en nuestra tarea sacerdotal un gran cometido: mostrar a la gente la belleza de la fe del
cristianismo y enseñarles, de un modo práctico, a ser virtuosos. Para eso es imprescindible entender la función de la virtud y su
atractivo en la vida cristiana. Son el camino para una persona que busca ser fiel con todo su ser. De aquí que tengamos que lograr
hablar de la virtud en la dirección espiritual de modo persuasivo. Este es el objetivo de esta sesión.
Sabemos que para encontrar el sentido de la vida es necesario llegar a las preguntas de fondo.
¿Para qué estoy en este mundo? ¿A dónde quiero ir? Si no se realizan estas preguntas no es
posible progresar como persona. Aquí radica el problema del materialismo dominante que hay
en la sociedad actual. Kierkegaard se enfrentó en su tiempo con el protestantismo liberal que
había vaciado la fe en el mundo protestante. Hay una metáfora que utiliza que,
desgraciadamente, mantiene su vigencia hoy día. Dice así: el barco está en manos del
cocinero, y lo que trasmite el megáfono del comandante no es ya la ruta, sino lo que
comeremos mañana. A la razón y a la voluntad – en nuestro caso, transformadas por la fe y la
caridad- las han suplantado los sentimientos, los instintos, etc. Se puede afirmar que lo que
predomina en nuestros días es el emotivismo. La ética emotivista
Pero los hombres tenemos una meta, un destino y un camino que recorrer. Para el cristiano la
orientación es clara. San Pablo en su carta a los filipenses nos confía:
“Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi
carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo
Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del
camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el
premio de la vocación celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús”. (Flp 3,12-14)
El Apóstol habla de esforzarse por ir configurándose con Él. Enseña la prioridad de la gracia, de
la llamada: “habiendo sido yo mismo alcanzado (primero) por Cristo Jesús”. Configurarse con
El en los sentimientos, en los pensamientos, en el querer. Insiste en que siempre es necesario
esforzarse por crecer en santidad. Sirviéndose de una comparación muy expresiva, tomada de
las carreras en el estadio, el Apóstol habla de la ascensión en la perfección como de algo
positivo, de un verdadero deporte sobrenatural con auténtico afán de progreso interior como
también nos enseñaba nuestro Padre.
Todo esto nos conduce a forjar el carácter o, dicho de otro modo, a adquirir virtudes que
conformen nuestra personalidad. Se trata de modelar el carácter a través de la virtud para que
Cristo crezca y viva en nosotros. Seguir a Cristo –enseña S. Juan Pablo II- no es una imitación
exterior, porque afecta al hombre en su interioridad más profunda. Ser discípulo de Jesús
significa hacerse conforme a El (…), el discípulo se asemeja a su Señor y se configura con El
(Veritatis Splendor, 21). De ahí la expresión de S. Josemaría Señor, haz que el fundamento de
mi personalidad sea la identificación contigo.
La virtud forma parte del carácter, es un determinado estilo de vida, una especie de segunda
naturaleza. Y con el carácter define la personalidad.
Entre otros ha sido mérito de MacIntyre con su obra “Tras la virtud” el rehabilitar su papel en
la formación humana. Distanciándose tanto de la ética de Kant como de la de Rosusseau.
También están los trabajos de Martha Nussbaum, premio Príncipe de Asturias, quien afirma
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que Aristóteles es el mayor defensor del enfoque ético basado en el concepto de virtud. Por
eso una buena lectura recomendable para todos es la Etica a Nicómaco del Filósofo que no ha
perdido actualidad como lo muestran las continuas nuevas ediciones y traducciones que
aparecen en las librerías. Y está el comentario de santo Tomás.
La ética no se compone sólo de la virtud. También hay que tener en cuenta el bien y las
normas como recordaba Leonardo Polo en uno de sus libros. Pero las normas, sobre todo las
negativas, indican algo que debe ser evitado semper et pro Semper. En cambio, en la virtud
nunca se alcanza el fin. Propone tareas siempre permanentes. De ahí su atractivo.
Se evita así el rigorismo de la propuesta kantiana de moralidad: la de aquel que no tiene más
motivación para cumplir la ley moral que el sentimiento de respeto por ella. Al cristiano le
mueve el amor y no el respeto de la ley por la ley.
Frente al cumplimiento de la mera norma –del deber por el deber- que lleva al legalismo y al
perfeccionismo hay una música mejor para obrar. La mitología así nos lo muestra
Cuenta la Odisea lo que aconteció cuando el navío de Ulises y sus compañeros llegó a donde
habitaban las sirenas. Se sabía que su hermosura y sus cantos producían un efecto mortal en
los marineros de los barcos que transitaban por allí: ante aquel espectáculo embriagador, se
lanzaban
al
mar
tras
lo
que
era
un
espejismo
y
sucumbían.
Ulises, aun consciente del peligro, deseaba de todos modos escucharlas. La solución se la dio
Circe. Para no perecer debía tomar estas precauciones: atarse él al palo mayor y que todos los
demás –a fin de no escuchar la música– se taponaran con cera los oídos. Llegado el momento
de pasar frente a las sirenas, Ulises dio las órdenes oportunas y dispuso que le apretaran las
cuerdas que lo amarraban, de modo que no pudiera desatarse por sí solo. Así lograron pasar
sin
perder
la
vida.
Sin embargo frente al relato de Homero, Apolonio de Rodas, narra otra versión también
magistralmente. Unos años antes, hacía idéntico recorrido la expedición de Jasón y los
argonautas, que venían de rescatar el vellocino de oro. Viajaba en la nave Orfeo, el gran
músico. Sólo él se percató de que se aproximaban a las sirenas y, para librar a todos de una
muerte segura, ideó una estratagema: cuando llegaron al punto crítico, comenzó a entonar
una bellísima balada con su preciosa voz. Al oírle, los marineros fueron acercándose a su
alrededor, extasiados. Cantaron también las sirenas, pero Orfeo se impuso. La expedición
sorteó el peligro escuchando una música mejor.
Una música mejor, más atractiva que la del rigorismo de la mera norma, de la atadura. La
norma por sí sola no logra atraer a la voluntad para practicar el bien. La virtud en cambio tiene
ese rostro atractivo que se descubre cuando se practica.
Además hay que tener en cuenta que no basta con querer ser buenos, virtuosos, sino que hay
que aprender a serlo. Nuestro Padre comentaba de este modo el discite benefacere (Is 1,17)
del profeta Isaías. Para eso hay que tener el corazón joven, ponerse metas altas pero que se
concreten en el día a día. Sabiendo además que siempre estamos de camino.
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Una ayuda imprescindible en la educación de la virtud es la del ejemplo de otros.
Transmitimos lo que pensamos, pero sobre todo transmitimos lo que somos, porque lo que de
verdad conmueve, convence, impacta y estimula, es la personalidad del otro. Así lo subraya
Benedicto XVI en Spe Salvi: las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han
sabido vivir rectamente. Por lo tanto, junto con la doctrina, el buen ejemplo ha de
acompañarle. La persona que educa, además de tener una conducta recta, ha de proponer
una doctrina verdadera. Y todo lo anterior se ha de conjugar con la delicadeza del espíritu que
se traduce en afabilidad con los demás y con la educación de la voluntad que se resuelve en
una vida virtuosa.
El ejemplo personal siempre tiene una potencia transformadora del corazón humano mucho
mayor que la coacción de leyes y mandamientos, como expresa uno de los personajes de El
doctor Zhivago
“Permíteme que te diga lo que pienso –dice este protagonistaYo pienso que si la bestia que duerme en el hombre pudiera ser sometida por
la amenaza -cualquier clase de amenaza, ya sea de la cárcel o del castigo eterno-, entonces
el supremo emblema de la humanidad sería el domador de circo con su látigo y no el
predicador dispuesto a sacrificarse a sí mismo.
Pero ¿no ves -y ésta es la cuestión- que lo que durante siglos ha elevado al
hombre por encima de la bestia no ha sido el bastón, sino una música interior: el poder
irresistible de la verdad inerme (desarmada), la poderosa atracción de su ejemplo?
Se ha dado por supuesto que lo más importante de los Evangelios son las
máximas éticas y los mandamientos. Pero para mí lo más importante es que Cristo habla en
parábolas tomadas de la vida; que explica la verdad en términos de la realidad de cada día”.
Hasta aquí (B. Pasternak, El doctor Zhivago). Fin de la cita
De esta música mejor, de esta música interior que arrastra el corazón es de lo que estamos
tratando de hablar. Una música que es pegadiza y que puede ser aprendida por todos aunque
se tenga mal oído. La persona que se empeña en la virtud percibe más claramente el bien y lo
realiza con más facilidad. Además las virtudes acentúan la idea de lo personal y creativo en el
campo de la conducta humana. Ya Aristóteles explicó que el justo medio que define la esencia
de la virtud (in medio, virtus) no es el mismo para todos. Para una persona valerosa que
intenta alcanzar la virtud de la fortaleza el justo medio se sitúa en un punto distinto que para
una persona tímida por temperamento. Los deberes y las normas son transferibles, las virtudes
no.
Leo unas palabras de Alejandro Llano de una conferencia impartida en el IESE que luego
prolongó en su libro La vida lograda.
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Y Juan Pablo II en sus primeras intervenciones del año 1979 enseñando la importancia de las
virtud morales advertía:
“Cuando hablamos de las virtudes —no sólo de estas cardinales, sino de todas o de cualquiera
de las virtudes— debemos tener siempre ante los ojos al hombre real, al hombre concreto –(al
hombre de carne y hueso podíamos decir)-. La virtud no es algo abstracto, distanciado de la
vida, sino que, por el contrario, tiene “raíces” profundas en la vida misma, brota de ella y la
configura. La virtud incide en la vida del hombre, en sus acciones y comportamiento. De lo
que se deduce que, en todas estas reflexiones nuestras, no hablamos tanto de la virtud cuanto
del hombre que vive y actúa “virtuosamente”; hablamos del hombre prudente, justo, valiente, y
(…) “moderado” (o también “sobrio”).
Añadamos enseguida que todos estos atributos o, más bien, actitudes del hombre, provienen
de cada una de las virtudes cardinales y están relacionadas mutuamente”
Y fijándose en la virtud de la Templanza que nos da ese señorío sobre nosotros mismos
concluía:
“Esto no quiere decir que el hombre virtuoso, sobrio, no pueda ser “espontáneo”, ni pueda
gozar, ni pueda llorar, ni pueda expresar los propios sentimientos; es decir, no significa que
deba hacerse insensible, “indiferente”, como si fuera de hielo o de piedra. ¡No! ¡De ninguna
manera! Es suficiente mirar a Jesús para convencerse de ello.
Jamás se ha identificado la moral cristiana con la estoica. Al contrario, considerando toda la
riqueza de afectos y emotividad de que todos los hombres están dotados —si bien de modo
distinto: de un modo el hombre y de otro la mujer, a causa de la propia sensibilidad—, hay que
reconocer que el hombre no puede alcanzar esta espontaneidad madura, si no es a través de
una labor sobre sí mismo y una “vigilancia” particular sobre todo su comportamiento”
Termino
Con la virtud se perfecciona la capacidad de elegir, nos damos cuenta de lo que conviene
hacer en cada momento y situación –aquí y ahora- y además conseguimos hacerlo. La virtud
tiene como característica destacada la constancia en el buen comportamiento. Lo que da
facilidad –lo que uno está habituado a hacer, lo hace de ordinario con mayor rapidez y menor
esfuerzo aunque no de modo automático- y agrado, y los demás pueden predecir de manera
aproximada su comportamiento. Estas notas características de la virtud son también notas
características de la virtud de la fidelidad: la estabilidad, la permanencia en el tiempo y la
previsibilidad.
Con la vida virtuosa alcanzaremos la fidelidad y como premio del obrar bien la alegría. Si
descubrimos al Señor en nuestra vida ordinaria nos sentiremos dichosos y, en frase de Maurice
Blondel, conservaremos en la tarde la frescura de la mañana
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