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Resumen Libro Dirigir Empresas de la teo

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Resumen del libro: “Dirigir Empresas: de la teoría a la realidad”!
!
Introducción. El libro “Dirigir empresas: de la teoría a la realidad” ha resultado ser, para mí, el
libro más completo que he leído sobre historia del pensamiento económico y sobre teoría de la
empresa. Me ha ayudado a entender la estrecha relación entre la teoría económica y la dirección
de empresas, ya que, ambos saberes se han influido mutuamente, tal vez con una mayor
influencia de la teoría económica sobre la práctica empresarial, como diría el autor: “es manifiesta
la influencia que sobre los hombres de empresa ha ejercido la antropología positivista … (y) suele
ocurrir que los llamados “hombres prácticos” se dejan llevar por prejuicios y opiniones vulgares
con más facilidad que los teóricos.”1 Adicionalmente, el autor me ha hecho ver con claridad, la
influencia de la filosofía sobre las ciencias sociales, en especial, cuando nos habla de la crisis de
la modernidad donde la “racionalidad” se ve enfrentada a la “vitalidad” en las organizaciones.
También me ha resultado muy útil la labor del autor de clasificar las teorías tanto económicas
como de dirección en dos grandes tipologías: psicologistas y conductivistas lo que nos permite
distinguir los dos ámbitos que rodean la empresas: el interno y el externo así como la interacción
entre ambos. Finalmente, el autor nos abre un panorama estupendo sobre el futuro de la
investigación para la propia teoría económica y en especial para la teoría de la dirección sobre la
base del entendimiento integral de la acción humana. A continuación realizo un breve resumen de
cada uno de los cinco capítulos que conforman este libro.!
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Capítulo I: Los orígenes de la teoría de la empresa. Este capítulo, el autor, lo inicia planteando
que la producción en sentido pleno es algo propio e inseparable de la vida humana, ya que, surge
de las dos grandes potencias del hombre: inteligencia y libertad, por tanto la producción siempre
supondrá una finalidad y una relación con los demás: “Cuando el hombre produce el mundo de los
artefactos, de modo inseparable mejora o empeora sus potenciase superiores en el plano de su
interioridad individual; mientras tanto, en el plano objetivo de los colectivo y externo, crea
condiciones que potencian o reducen la capacidad de todos. Por tanto, es equivocado, o muy
reduccionista, presentar la producción económica como un proceso que puede llevarse a cabo sin
afectar para nada al desarrollo, positivo o negativo, de las potencias superiores del hombre.”2 Otra
idea interesante es que “el hombre no es propietario para que la producción sea más eficiente,
sino que la producción económica es posible a medida que el hombre puede ejercer de propietario
en su sentido más fundamental. Siempre son las potencias superiores las que hacen posible la
producción económica.” 3 Por lo tanto, para el autor, la producción es una actividad que supone un
1
MARTINEZ-ECHEVARRÍA, Miguel A. “Dirigir Empresas: de la teoría a la realidad.” Pag. 107.
2
Op. Cit. Pags. 19 y 20.
3
Op. Cit. Pag. 21.
1
beneficio mutuo para una comunidad y que mantiene o incrementa los intercambios que
la
conforman facilitando el establecimiento de una vida humana. Seguidamente, el autor, nos hace
un recuento de cómo el concepto de producción ha ido variando desde el mundo antiguo hasta la
modernidad. En la antigüedad existía el prejuicio de asignar el origen de la riqueza (la producción)
a las fuerzas de la materia y no a las potencias más altas, la producción se desarrollaba en un
ámbito natural que nada tenía que ver con la estructura de la vida social. El autor señala que
desde mediados del S. XVIII hasta mediados del S. XIX se fueron poniendo los primeros
fundamentos de lo que hoy se conoce como teoría de la empresa, al final del periodo la empresa
quedó definida como el lugar en el que, con miras a la ganancia monetaria, se llevaba a cabo la
producción. El autor señala que desde el principio, el concepto de empresa estuvo ligado al de
mercado. Para Smith, el mercado no era el ámbito donde se creaba la riqueza, sino el medio por
donde circulaba. La riqueza sólo se creaba en los talleres mediante la “división de la labor”. El
dinero y el comercio se entendían como medios neutrales de transmitir la riqueza generada en la
producción. Esta primera teoría presentaba a la empresa como el lugar donde se producía la
riqueza, y se consideraba al mercado como algo ajeno y desconectado de su proceso de creación.
Además se suponía que el trabajo o labor era una realidad objetiva, homogénea y perfectamente
medible. La producción se desarrollaba en un mundo en el que las mercancías, los procesos y la
labor eran similares a las ideas perfectas y eternas de la filosofía de Platón. El autor termina el
capítulo señalando que esta primera concepción tan materialista o mecanicista de la empresa, tan
desligada de la sociedad y del mercado, hizo que cualquier teoría de la dirección resultase
superflua y que por lo tanto el “gobierno” de algo mecánico y nada complejo terminara siendo de
tipo despótico. !
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Capítulo II: Visiones racionalistas y románticas de la empresa. En este capítulo, el autor, nos
habla de la influencia del positivismo sobre la teoría de la acción a través de modelos matemáticos
y físicos. La pregunta de fondo es ¿si es posible una teoría matemática de la acción? En primer
lugar la modernidad ha demostrado un pretensión de querer abarcar la totalidad de lo que puede
suceder y eso es una error, una utopía, dice el autor que este espíritu positivista de reducir la
acción a sus consecuencias externas y observables es patente en el modo en que las teorías
físicas del S. XIX enfocaron esa especie de acción divina que es la creación del mundo, una visión
del mundo como sistema encerrado sobre sí mismo, donde todo lo que puede llegar a suceder
ocurrirá inexorablemente, y donde no tiene cabida lo inesperado y novedoso: “La pretensión de
totalizar la sociedad y la historia, de agotarlas existencialmente en el plano de las esencias, es
una tremenda falsificación de la realidad, que tiene como primera consecuencia la eliminación de
la acción, y que cierra la posibilidad de entender el sentido no sólo de la justicia, sino también de
la sociedad y de la historia. En el plano más concreto de la acción económica … ese modo tan
reduccionista de entender la acción hace muy difícil elaborar una verdadera teoría de la empresa.
2
Cuando una racionalidad se concibe a si misma como completa, cuando considera arbitrariedad
todo lo que excluye, se convierte ella misma en una suerte de suprema irracionalidad.”4 Por ello,
dice el autor, el llamado modelo de equilibrio general supone que la economía es un sistema
cerrado, compuesto por agentes que conocen todas las posibles consecuencias de sus decisiones
y que son capaces de calcular las combinaciones de esas consecuencias que les proporcionan
máxima satisfacción. A esta teoría matemática de la acción de Walras, le siguieron las teoría
mecanicista de Cournot y la teoría biologicista de Marshall con supuestos similares al modelo
matemático. Seguidamente, el autor menciona el modelo neoclásico de la empresa planteado por
Hicks, el cual refuerza una conducta individual maximizadora asociándola al equilibrio general, de
esta manera “las empresas quedan reducidas a sistemas cerrados que reaccionan a motivos
externos aleatoriamente originados. Todas se guían por una misma y simple regla de decisión
racional, tan elemental como un cálculo de máximos y mínimos. Movidas por esta racionalidad
instrumental de “salida única”, las empresas “toman decisiones”, supuestamente óptimas y
unívocamente determinadas por las condiciones del entorno.”5. Estas teorías que enfatizaban la
“racionalidad” de los agentes en la toma de decisiones y el equilibrio general generaron una
reacción del denominado “romanticismo alemán” que enfatizaba la subjetividad de la teoría de la
acción y el rechazo al positivismo que pretendía que el método de las ciencias naturales debía ser
el único válido para la teoría económica: “Desde la perspectiva de la teoría de la acción, quien
mejor representa esta reacción romántica es, sin duda, Karl Menger (1840-1921). El punto de
partida de su planteamiento era que la acción no podía quedar encerrada en el plano de la
objetividad externa bajo ningún aspecto. Se hacía imprescindible tener en cuenta su radical
subjetividad. Los intento racionalistas de encerrarla en una formalización a priori, ya fuera en
forma de especialización o de temporalización de sus consecuencias, dejaban sin sentido la
existencia del sujeto y estaban, por tanto, condenados al fracaso y la esterilidad. En opinión de
Menger, subjetivismo y equilibrio general eran incompatibles.”6 Pero se podría decir que el aporte
más valioso de Menger es el colocar el “aprendizaje” y la “incertidumbre” como variable
fundamentales a diferencia de la teoría neoclásica: “Erigir el aprendizaje, como hace Menger, en
elemento central del funcionamiento de una economía abre la posibilidad de un fundamento
antropológico más pleno de la acción del empresario. Supone reconocer que lo propio del agente
es enfrentarse con la incertidumbre, y que para eso debe estar continuamente buscando y
descubriendo perspectivas, modificando sus visiones subjetivas de la realidad.”7 Hacia fines del S.
XIX aparecen las denominadas teoría mecanicista de la dirección de empresas o “dirección
4
Op. Cit. Pag. 81 y 82.
5
Op. Cit. Pag 100.
6
Op. Cit. Pag. 102.
7
Op. Cit. Pag. 106.
3
científica” y que tienen como representantes a Taylor, Fayol, Ford y Sloan, se puede decir que
ninguno de estos personajes llegó a elaborar una teoría formal de la empresa o de la producción,
y mucho menos de la acción, pero lo más interesante que aportaron estos hombres de empresa
es su modo de organizar la producción o de dirigir una compañía. Finalizando el capítulo el autor
menciona la visión romántica de la tarea directiva de Marshall, según éste, el empresario era un
individuo que contaba con un determinado carácter. Sus virtudes fundamentales debían ser:
probidad, honradez, seriedad comercial, orden y método de trabajo. Estaba obligado a ser racional
por motivos “éticos utilitaristas” y debía ponerse al servicio del bienestar social, para Marshall el
empresario se situaba por encima de la empresa y su organización y por ello su capacidad de
dirección era vista como algo secundario: un factor más de producción que podía adquirirse en el
mercado.!
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Capítulo III: Teorías de la empresa y crisis de la modernidad. Según el autor a inicios del S.
XX, con la aparición de las nuevas teorías de la relatividad y de la física cuántica, los fundamentos
de la mecánica clásica entraron en crisis, se produjo una especie de explosión y descomposición
súbita del aparentemente sólido edificio intelectual que el proyecto ilustrado había ido
construyendo a lo largo de dos siglos: “La teoría de la relatividad y la teoría cuántica surgieron
como fruto de la evidencia de que no era posible seguir manteniendo los conceptos de tiempo y
espacio absolutos, ni el de simultaneidad de los sucesos, ni el de representación continua de los
fenómenos … De este modo se descubría que una cosa era la realidad que se trataba de estudiar
y otra sus representaciones formales. En otras palabras, no estaba tan claro el supuesto
mecanicista de una exacta correspondencia entre el lenguaje matemático y la realidad.”8 Esta
pérdida de confianza en la mecánica dio paso al positivismo lógico, la teoría del lenguaje y el
pragmatismo como nuevos paradigma de la teoría económica, es decir, la nueva matemática pasó
a ser entonces un lenguaje lógico que adquiría rigor y coherencia pero vacío de contenido real,
pero reducir la acción humana a simples esquemas formales de la lógica y el cálculo no sólo
falseaba la realidad, sino que impedía entender el problema económico que, por esencia, se
refiere a las expectativas y planes futuros del agente. Por otro lado, las teorías de la dirección,
más relacionadas con la acción que con el conocimiento, empezaron a mostrar que la
denominada “dirección científica” presentaba problemas en su ejecución, se puso en evidencia
que cualquier esquema formal de organización, por muy perfecto que fuese y por muy científico
que hubiese sido el modo empleado para diseñarlo, siempre manifestaba un grado de ineficiencia.
Parecía como si hubiese algo en la realidad que se resistiese a entrar dentro de cualquier diseño.
Es por esta razón, que las teoría de la dirección se vieron influidas por la sociología en su empeño
de entender el aspecto no racional de la acción humana. La teoría económica también se vio
influida por este aspecto “no racional” o “vital” en la conducta del empresario cuya característica
8
Op. Cit. Pag. 130.
4
más importante es verse expuesto a la incertidumbre: “La incertidumbre aparecía en la teoría
económica como una barrera que impedía la perfecta adecuación entre realidad y lenguaje
matemático. La presencia de este concepto llevó a una profunda revisión del modo de entender la
función del empresario y de su relación con el logro del equilibrio general. Si el empresario sólo
podía hacer conjeturas más o menos fiables acerca del futuro, sus decisiones eran más o menos
acertadas, con lo que era más probable que contribuyese al desequilibrio que al equilibrio … Con
incertidumbre, nadie podía asegurar que el empresario contratase los recursos que debía
contratar y vendiese los productos que debía vender. En consecuencia, tampoco se podía
asegurar que contribuyese al logro de un equilibrio con asignación óptima de recursos.”9
Shumpeter, Knight y Keynes proporcionaron soluciones a este problema de la decisión del
empresario cuando actúa en incertidumbre y su contribución al logro del equilibrio del sistema,
para estos autores la economía debía entenderse como una situación de equilibrio normativo, en
la que toda la información estaba dada y era disponible de forma gratuita e inmediata. Ante estos
argumentos surgen las corrientes institucionalistas que se apartaban del supuesto equilibrio
general y consideraban que sólo mediante el estudio de la génesis de las instituciones se podía
explicar la sociedad como un proceso de formación y acumulación de conocimientos, en el que
era posible tomar decisiones en presencia de incertidumbre; representantes de esta corriente son:
Veblen y Commons. Así como la “incertidumbre” generó cambios en la teoría económica de igual
manera la aparición de la “motivación” hizo lo mismo en la teoría de la dirección: “En el esquema
de Taylor, motivación y diseño constituían una misma cosa, por eso su crisis comenzó cuando se
descubrió que la motivación era variable y dependía de factores que escapaban al diseño … Se
empezaba a hacer cada vez más evidente que el simple diseño científico de la organización, al
menos como lo había planteado Taylor, no era suficiente para controlar lo que pasaba en el interior
de los talleres y empresas. El problema de los motivos de la acción venía a reflejar la existencia
de una separación entre diseño y ejecución”10 Ante esta situación, especialmente la motivación,
surgieron las denominadas teoría postmodernas de la dirección que se propusieron como objetivo,
según el autor del libro, manipular a los obreros con vista de lograr un mayor nivel de
productividad. Esto quiere decir que los autores de estas teorías no percibían el problema de la
acción humana en su totalidad y, de algún modo, seguían pensando en términos mecanicistas, es
decir, en que existía un máximo objetivo de productividad, un óptimo absoluto en el modo de
producir que podía alcanzarse. Entre los autores de esta teorías encontramos a Mayo, Barnard y
Selznick. A modo de conclusión del capítulo, el autor señala la complejidad de la acción
económica, nos dice que la crisis de la modernidad descubrió algo muy simple, pero no por eso
menos importante: sin la presencia de la incertidumbre, sin un futuro no controlable, sería dudoso
que el hombre necesitase del tipo de inteligencia de la que había sido dotado, es decir, si un
9
Op. Cit. Pag. 142.
10
Op. Cit. Pags. 168 y 169.
5
agente económico viviese en un mundo en el que todo fuera accesible y controlable, le hubiera
bastado, como a los animales, con una conducta instintiva de ciega adaptación a los impulsos del
medio: “Tras una empeñada búsqueda de un conocimiento basado en una certeza absoluta, se
había llegado a la asombrosa conclusión de que cuanto mayor fuese la certeza que se pretendía,
menor sería la conexión con la realidad … Suponer que la acción humana no podía calificarse de
racional mientras no se conociese con exactitud todas y cada una de las consecuencias de sus
acciones, no se correspondía con la realidad. Más bien, todo parecía indicar que sucedía
exactamente al revés, que el hombre iba conociendo en la medida en que actuaba … La súbita
aparición de la incertidumbre y la motivación volvía a plantear la necesidad de la moral y la política
en el gobierno de los hombres … la función que le correspondía al empresario que se moviese en
un mundo de incertidumbre consistía en una verdadera tarea moral: en ayudar a descubrir a otros,
y a uno mismo, cuál era el sentido y la finalidad de la acción.”11!
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Capítulo IV: La empresa entre el psicologismo y el conductismo. Según el autor, el
psicologismo es un modelo de la acción humana que constituye el fundamento antropológico de
los principios de la economía neoclásica, los agentes deciden en función de una magnitud, la
utilidad, que les sirve para determinar cuándo el resultado de una decisión es óptimo: “El
psicologismo entiende al individuo como una razón que, se supone, puede actuar en un vacío
social y vital. Alguien exento de finitud socio-cultural, carente de constitución psico-corporea que,
que sin embargo, es capaz de actuar en el seno de una realidad material y tangible. La
racionalidad queda reducida entonces a una capacidad de cálculo que puede funcionar
desconectada de todo presupuesto biológico y existencial, relacionando unos fines con unos
medios que, por ser inexplicables, se suponen dados. Parte así de un supuesto modelo “natural”
de individuo que dispone de racionalidad perfecta. Algo que no se corresponde con la realidad,
donde constantemente se comprueba que toda acción humana, y por supuesto su conducta
racional, admite continuo perfeccionamiento.”12 En resumidas cuentas este enfoque presenta a la
empresa y al empresario desde una actitud de supervivencia o de adaptación pasiva a las leyes
globales que regulan el entorno y donde el empresario busca maximizar su conducta. A este
enfoque se le opone uno “vitalista” denominado “conductismo” pero que pretende mantener las
hipótesis básicas del paradigma neoclásico, aquí la empresa ni el empresario son pasivos si no
que asumen una conducta de adaptación al mercado sobreviviendo los que sepan amoldarse a
los requerimientos del medio. Dentro de las teorías que mantienen la validez del enfoque
psicologista se tiene las denominadas “teoría directivistas de la empresa” (Baumol, Marris y
Williamson), según estos autores el problema no radica en la debilidad del enfoque psicologista,
sino en que hay que dejar de considerar a la empresa como un agente simple con una sola
11
Op. Cit. Pags. 186 - 188.
12
Op. Cit. 192.
6
función de utilidad. Por otro lado, con una visión alternativa y en cierto modo complementaria a la
teorías directivistas tenemos las llamadas “teorías postkeynesianas” (Kalecki, Bain, Sylos-Labini,
Andrews y Steindl) que estudian la conducta de las empresas cuando se mueven en un entorno
muy alejado del supuesto de competencia perfecta. Dentro del grupo de teorías que siguen el
enfoque conductiva se tiene las desarrolladas por Alchiam, quien recurre al paradigma
evolucionista como un modo de explicar
la conducta del empresario cuando ya no se juzga
oportuno adoptar un enfoque psicologista de la decisión. Otros autores del conductivismo han sido
Simon, Cyert y March, quienes tratan de explicar las implicaciones que existen entre el proceso de
toma de decisión y la estructura organizativa que lo soporta. Finalmente, es importante mencionar
a Edith Penrose cuya teoría inició una revisión de la herencia evolucionista de Marshall y ha
abierto una sugerente línea de investigación sobre el sentido de la finalidad de la empresa, para
esta autora el objetivo de la empresa no puede limitarse a la simple supervivencia, lo que supone
una conducta de adaptación y pasividad, sino que debe aspirar a su crecimiento, entendido como
la búsqueda de un sentido y, por tanto, del diseño de una verdadera conducta intencional. A modo
de conclusión de este capítulo, el autor nos señala: el reconocimiento casi unánime, por parte de
todas las posturas teóricas, de que la empresa es una realidad compleja, en cuyo seno se
desarrollan procesos muy complicados que no pueden ignorarse, ya que, son determinantes de la
conducta global externa. Otra importante conclusión es que se ha ido abriendo camino la idea
clara de que no existe un antagonismo o tajante separación entre empresa y mercado o, lo que es
lo mismo, entre individuo y organización, es decir, se ha ido prestando una mayor atención a la
estructura, no sólo de las empresas, sino del entorno competitivo en que se desenvuelven. Por
último, señala el autor, que la función de los directivos y de la organización ha empezado a
adquirir por fin una dimensión positiva, es decir, descubrir e impulsar las potencialidades de
crecimiento que se esconden en la integración, mediante la mejora en común de esa compleja
estructura humana que es la empresa. !
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Capítulo V: Hacia una nueva teoría de la empresa. Según el autor a partir de 1970, el concepto
de empresa, que apenas dos décadas atrás se consideraba un tema secundario e irrelevante,
pasó a convertirse en uno de los de mayor interés en la moderna teoría económica. “No era
posible seguir ignorando que todo agente humano se ve obligado a tomar decisiones en un
entorno que se caracteriza por un elevado grado de incertidumbre … La aparición de las Escuelas
de Negocios había puesto de manifiesto que, en la práctica, el empresario no se guía por ese tipo
de racionalidad tan abstracta y simplificadora, sino que se ve obligado a resolver situaciones
altamente complejas, con un elevado grado de certidumbre. El problema consistía en que, desde
el punto de vista de la teoría económica vigente, esa conducta no se parecía nada a la que los
economistas llamaban racional.”13 Sin embargo, el positivismo imperante en la teoría económica
13
Op. Cit. Pag. 247.
7
ha continuado manteniendo el enfoque neoclásico y con ello la aparición del coste de transacción
(Coase) y la economía institucionalista neoclásica (Alchiam, Demsetz, Grossman, Hart y
Williamson) para el autor, todo se sigue explicando desde el imposible cerramiento de una
racionalidad individualista, de tal modo que las empresas no dejan de considerarse poco más que
instrumentos imprescindibles para mantener la racionalidad del mercado, fundamento último de
una sociedad de masas. “El individualismo metodológico había reducido toda la riqueza de la
conducta estratégica a algo tan sencillo como una conducta maximizadora. La dirección científica
se limitaba a suponer que el directivo sigue una simple conducta de adaptación a un medio que no
controla, y que le proporciona toda la información necesaria para determinar la racionalidad de sus
decisiones de gobierno.”14 El autor señala que el institucionalismo cibernético (Nelson, Winter y
Kirzner) ha sido una respuesta al enfoque neoclásico de ver a las instituciones como simples
instrumentos al servicio de los intereses de los individuos, este enfoque estudia las instituciones a
partir del carácter cibernético de la acción humana, es decir, se basa en un concepto de
racionalidad más amplio que el empleado hasta ahora por los neoclásicos. Se trata sobre todo de
un proceso de aprendizaje o crecimiento de racionalidad que lleva a un incremento de capacidad
para resolver situaciones no previsibles. Un tipo de racionalidad que tiene en cuenta la
experiencia, el saber implícito, muchas veces no formalizable, que se va acumulando en las
instituciones, y potencia la capacidad para resolver nuevos problemas: “La empresa puede
entonces definirse como un sistema abierto que se mantiene unido por un deseo de aprender.
Las personas que se integran en una empresa se mantendrán unidas si la capacidad personal de
que disponen mejora de algún modo por ese aprender en común. De esta manera, el problema de
la coordinación de conductas individuales, central en la teoría económica, toma una dimensión
cibernética que desborda los estrechos supuestos del paradigma neoclásico.”15 De lo visto hasta
este momento vemos cómo las teorías económicas de la empresa se han ido apartando
progresivamente del esquema del paradigma neoclásico, para irse aproximando a una visión más
completa de la acción humana. Según el autor, se podría decir, que sólo en época muy reciente se
ha producido la ruptura con los paradigmas de la eficiencia determinista y han surgido esquemas
más amplios y enriquecedores. La ocasión ha sido el reconocimiento de la incertidumbre con la
que actúa el agente y la necesidad de darle cabida en los modelos teóricos de dirección. El
resultado ha sido una progresiva convergencia de enfoques que ha ido llevando a una teoría
integral de la empresa, en la que tiende a desaparecer esa rígida separación y donde el
reconocimiento de la incertidumbre con que actúa el directivo ha sido sobre el concepto de
“estrategia”. Esto último ha llevado, en el campo de la teoría de la dirección, al desarrollo de una
serie de soluciones al problema de la incertidumbre y la estrategia como: la planificación contable
(Sloan), la planificación estratégica (Galbraith) y la dirección estratégica (Mintzberg). El auto r
14
Op. Cit. Pag. 250
15
Op. Cit. Pag. 276.
8
señala que con la aparición de las Escuelas de Negocio se empezó a tomar conciencia de que el
problema de la dirección no era un simple asunto de ingeniería, como en el fondo seguían
pensando los propios economistas, aunque de forma tímida, se empezó a reconocer que la
dirección tenía que ver con la prudencia, con el ejercicio de la razón práctica, lo cual nada tenía
que ver con la irracionalidad: “De todas formas, en las mismas Escuelas de Negocios ha persistido
una fuerte tendencia al enfoque racionalista, que considera la dirección como una rama de la
ingeniería. Influidos por prejuicios neoclásico, algunos piensan que la enseñanza mediante
“casos” es poco científica, y tratan de ajustarse a los modelos de las llamadas ciencias “duras”. Se
proponen crear un cuerpo doctrinal, un sistema lógico coherente que permita un análisis científico
de la conducta estratégica. Sólo así será posible establecer “el mejor modo” de diseñar y llevar a
cabo la estrategia que lleve a un máximo de competitividad y rendimiento. Es decir, siguen
pensando, como Taylor, que el diseño y la realización son perfectamente separables. El diseño de
la estrategia debe quedar en manos de “científicos”, expertos en ingeniería de la planificación
estratégica, mientras que los directivos deben limitarse a ejecutar las directrices emanadas del
departamento de planificación. Se trata, por tanto, de una actitud en la que se confunden la
estrategia, que es un concepto amplio y relativo, con la planificación, que es un medio al servicio
de la estrategia. Una verdadera estrategia no es ni puro diseño ni pura ejecución, sino que
actúa como puente entre el pensar y el hacer, y crea una retroalimentación entre ambos en
la medida que se lleva a cabo.”16 Finalizando el capítulo, el autor, nos habla de una
convergencia tanto de las teorías económicas de la empresa como las teorías de la dirección en lo
que se ha denominado “Economía de la Organización”, esta teoría es analizada en sus dos
versiones: la empresa como núcleo de competencias y el enfoque basado en los recursos. La
primera de ellas tiene su origen en la intuición de Penrose de que lo esencial en la empresa es su
crecimiento, luego Kay, motivado por las teorías cibernéticas de Simon, diseñó la empresa como
un sistema abierto dotado de una estructura interna de aprendizaje, que le permite elaborar
estrategias para afrontar los problemas que le plantea un entorno cambiante. El resultado fue que
lo más importante para una empresa era esa capacidad interna de regenerarse. Dice el autor que
la empresa como “núcleo de competencias” desborda el individualismo meteorológico. No surge
de una simple agregación de habilidades individuales, sino de una cultura compartida, de una
historia común. El concepto de racionalidad en que se basa este enfoque no puede quedar
reducido a una conducta maximizadora: “El directivo de una empresa no se comporta como un
calculador, que aplica siempre la misma racionalidad, sino que se ve obligado a crear nuevas
reglas de racionalidad, a comprobar si son suficientes para afrontar los nuevos retos, a innovar y a
poner a prueba “competencias” implícitas hasta ahora no desarrolladas. En este sentido, las
“competencias” no son un recurso escaso, sino algo que se puede crear y potenciar en la medida
16
Op. Cit. Pags. 289 y 290.
9
en haga falta.”17 Por otro lado, el enfoque basado en los recursos es paralelo al anterior y se basa
en la estrategia. Considera la empresa como un sistema abierto que dispone de algo interno y
peculiar, situado más allá de lo simplemente material y cuantitativo, que le permite una autonomía
frente a cualquier estructura. En el caso de una empresa, su objetivo sería un continuo empeño
por distinguirse de los que de un modo u otro se le asemejan, es decir, una creación de diferencia
que se basa sobre todo en el modo de producir, usar y controlar sus propios recursos:
“normalmente, para crear su singularidad no debe limitarse a mejorar en una sola actividad, sino
que deberá formar una determinada combinación de esas actividades, cuyo modo de integración
constituya lo propio e irrepetible de cada empresa. A medida que sea más difícil copiar sus
recursos, mayor será su competencia y éxito.”18!
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El autor finaliza el libro, recordándonos que el reconocimiento de la “incertidumbre” con la que
actúa el agente económico ha sido el punto de partida de las nuevas teorías de la empresa,
incertidumbre generada por el carácter dialógico de la acción humana: acción y reacción entre
agentes libres, no cabe por tanto, un objetivo totalmente previsible, siempre y bajo algún aspecto
será provisional. Luego nos señala que el objetivo de una empresa es un proyecto común e
interno a la empresa que continuamente puede empeorares o mejorarse. Una vez que el objetivo
se entiende como un proceso interno siempre inacabado, la eficiencia pasa a desempeñar un
papel secundario. La eficiencia hace referencia a lo pasado, a lo que la experiencia ha dejado
perfectamente definido, a lo que se hace siempre del mismo y único modo. Pero no sirve para
crear nuevos modos de hacer, para enfrentarse a retos hasta entonces no planteados. Por eso,
dice el autor, el objetivo de la empresa no es tanto aumentar la productividad, como
desarrollar la creatividad: “El verdadero objetivo de una empresa es crecer, no primariamente en
términos de eficiencia, sino generando nuevas capacidades, creando equipos más preparado para
enfrentarse con nuevos retos y nuevas dificultades, y, por tanto, más conscientes de sus propias
posibilidades.”19 Todo esto en un entorno no de competencia hobbesiana sino en un proceso de
creación de valor de suma positiva a través del empeño, de cada empresa, de crear nuevos e
inesperados recursos (diferencias estratégicas) que brinden nuevas y mejores soluciones a las
necesidades humanas. Se ha tratado de una lectura apasionante que me ha hecho reflexionar
sobre el abandono del paradigma del “individuo maximizador de su utilidad” y el paso a
organizaciones compuesta por personas que cooperan, formal e informalmente, para generar
soluciones creativas a los diversos problemas.!
!
17
Op. Cit. Pag. 297
18
Op. Cit. Pag. 299
19
Op. Cit. Pag. 302
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11
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