UNA LARGA NOCHE Mi memoria alcanza a recordar la figura de mis padres entrando por esa puerta, al fondo de la habitación, en lo alto de aquel torreón donde, en mi curiosidad, recorriendo los rincones del castillo había encontrado una anciana que parecía estar hilando. No recuerdo el nombre del instrumento con el que hilaba, quizá nunca lo supe pues jamás había visto algo como aquello, ¿podría ser aquello un huso, ese instrumento que mi padre había mandado desaparecer del reino sin saber yo cual era el motivo? En mi memoria quedan grabadas algunas palabras que escuche pronunciar a mi madre en alguna ocasión, palabras que algo tenían que ver con mi infancia pero que nunca pregunté a qué se referían. La primera persona que entró en aquella habitación fue mi padre, a mi madre no la vi pero sin duda reconocí sus pasos subiendo las escaleras del torreón. Y después de eso me dormí como en el profundo sueño de una eterna noche. Al despertar ya no los volví a ver jamás, nunca conocerán mi nueva familia, nunca conocerán a mis preciosos hijos Aurora o Día. ¿Qué pasó con mis padres? ¿Por qué ya no están conmigo si sólo tenía dieciséis años cuando los vi por última vez? Todavía los necesito y, sin embargo, no puedo contar con ellos. Cuando conocí a mi esposo, a mi príncipe, y desperté del sueño, no pude entender todo lo que me decía, no comprendí las razones por las que me amaba (me acababa de conocer) pero en sus palabras sentí el amor sincero y comprendí que él estaba hecho para mí, que era mi príncipe; en mi largo sueño tuve tiempo de recrear el encuentro con él, aunque no supiera cómo sería y ni siquiera si sucedería así como aparecía en mi sueño una y otra vez. Ese encuentro ya no era un sueño, era la realidad, una realidad que, aunque ni lo imaginaba, sería más dura que el sueño. Mientras conversaba con el príncipe fui dándome cuenta que toda mi gente estaba ahí, incluso mi perrita, pero no mis padres. Más tarde comprendí todo lo que había sucedido. Mi príncipe me contó la historia, mi historia. Había dormido durante cien años por culpa de un maldito don que me había sido otorgado por una vieja hada a quien no habían tomado en cuenta en la fiesta de mi bautizo. Ella predijo todo lo que sucedió en aquel torreón y por más que mis padres hicieron lo posible por evitarlo no dio resultado. Sin embargo el don que me causaría la muerte no tuvo tal efecto, hubiese sido así de no ser por la más joven de las hadas que se escondió para poder remediar, en la medida de lo posible, aquel terrible don. Todos cayeron conmigo en ese eterno sueño, todos menos mis padres, ¿por qué?, ¿no podía haberlos dejado dormir también a ellos junto a todo mi reino? Así tendría la alegría de volverlos a encontrar. Podría decir que al despertar del sueño comenzó mi nueva vida. Me casé con el príncipe y con él tuve dos preciosos hijos llamados Aurora y Día. Vivimos escondidos por más de dos años, yo no comprendía por qué pero lo entendí cuando conocí a mi suegra. La reina era de raza de ogros y se rumoreaba que tenía inclinaciones de ogro. El príncipe sin duda temía por nuestros hijos, sin embargo vivir por más de dos años a escondidas no fue del todo fácil porque me hacía pensar que el príncipe no me quisiera lo suficiente, o tal vez que pudiera tener otra vida distinta fuera de los muros de nuestro castillo. Cuando murió el rey todo cambió, el príncipe me llevó a vivir a su castillo, ¡qué distinta era la vida más allá de los muros del castillo que yo conocía! pero finalmente podría vivir sin esconderme de nadie, eso pensaba. Y comenzó la época más difícil de mi vida, incluso más que el tiempo que pasé dormida pues el hada me había procurado lindos sueños. El primer impacto lo recibí al tener que adaptarme a todos los cambios, no sólo porque el castillo de mi príncipe era distinto al mío, no sólo porque no estuvieran allí todos mis sirvientes y amigos, sino también por el simple hecho de que habían pasado cien años y en cien años la vida había evolucionado mientras yo dormía plácidamente en aquella cama bordada de oro y plata. Llegaron tiempos de guerra incluso con los vecinos, el príncipe tuvo que marchar a enfrentarse contra el emperador Cantalabutte dejando la regencia del reino a su madre la reina, puesto que tenía que ausentarse durante todo el verano. Todavía sufro y duermo mal recordando todo lo que sucedió en esos días. Mi príncipe me amaba pero mi suegra me quería muerta, a mí y a mis hijos. El amor que había recibido de mis padres durante dieciséis años contrastaba con el deseo de la reina de acabar con mi vida. ¿Qué había hecho yo para que me deseara el mal? Apenas mi esposo partió para la guerra, la reina nos envió a mí y a mis hijos a una casa de campo en el bosque para poder satisfacer más fácilmente sus horribles deseos de ogro. Unos días después desapareció mi pequeña Aurora y a los ocho días el que desapareció fue mi pequeño Día. Es horrible perder a tus seres queridos, fue horrible sentir que no los volvería a ver y que ni siquiera había podido despedirme de ellos. ¿Qué había pasado? ¿Por qué nadie podía dar razón de lo sucedido? ¿Y los sirvientes dónde estaban para cuidar de mis pequeños? No podía ser real que ya no estuvieran conmigo, otros que me habían dejado sola. Pasaban los días y en mi tristeza de no encontrar a mis hijos no me daba cuenta de cuál era el motivo por el que ellos no estaban conmigo, sospechaba que algo tenía que ver con la reina pues desde que llegué a vivir con el príncipe pude apreciar el gran rechazo que ella sentía contra mí, nunca supo amarme como me amaba mi madre, mi pobre madre que no vio crecer a su hija. Si ella estuviera aquí todo sería distinto, nada de eso habría sucedido. Con mis hijos muertos, mi esposo en la guerra y mi suegra en contra ya no tenía sentido vivir, en esos momentos preferí volver a quedar dormida durante años pues la realidad era mucho más dura que el sueño, aunque fueran cien años de soledad no eran de un soledad completa. En mi sueño estaban todos aquellos a los que yo quería y nada malo sucedía en ellos. Mis padres vivían y mi príncipe enamorado volvía una y otra vez al castillo para despertar a su amada. El mayordomo de la reina se presentó un día en la casa, puñal en mano, entró en la habitación y me miró fijamente, iba a ser atacada por uno de los míos, en mi propia casa. Sin embargo siempre supe que el mayordomo era buena persona y tenía buen corazón, me contó el plan de la reina y dentro de mí vi un camino abierto para reunirme con mis hijos. ¡En aquel momento el mayordomo me confesó que ellos estaban vivos! «¿Cómo? ¿Vivos? ¿Dónde?» Me explicó todo lo que había sucedido en esas semanas y fui a reunirme con ellos, los tenía escondidos en su casa y su mujer estaba cuidando de ellos. Mientras tanto él me reemplazó por una cierva y se la dio a comer a la reina, engañándola como había hecho con Aurora y Día. Una noche la reina escuchó llorar a Día y reconoció la voz de Aurora, se enfureció al enterarse del engaño y mandó que nos arrojaran a una gran cuba que mandó preparar con sapos, víboras, culebras y serpientes. Pero en aquel momento apareció mi amado príncipe que nos salvó. Viendo que no podía hacer nada la reina se arrojó ella misma dentro de la cuba y allí murió, pobre reina. Nunca podré quitarme la imagen de esos animales comiendo el cuerpo de la reina, ni quitarme la idea de que eso es lo que hubiese sucedido conmigo y mis hijos si no hubiera llegado el príncipe. Con la muerte de la reina terminaron las desgracias pero sigo teniendo dentro de mí el recuerdo de esos años vividos, o mejor dicho sufridos por culpa de la reina, la madre de mi amado príncipe.