Infancia Desde que se tiene memoria, una edad donde no entiendes lo que quieres llegar a ser, tal vez sí, pero no era el momento de luchar por ellos. Era la edad justa de entrar a la primaria, vaya buena forma de hacer travesuras con los amigos, cuyo lugar fue llamado cerro de belén, bañado por el rio magdalena y dos grandes ciénagas que hacen parte de ella, el pueblo solo cobraba vida los fines de semana, o eso era los que los demás pensaban. Lugar donde el paramilitarismo y la guerrilla había estado por un tiempo, un bello sitio del que no quieres partir. Como toda historia una vez el paramilitarismo había avisado a la comunidad de salir del aquel acogedor pueblo, se iban a enfrentar con el ejército, familia angustiadas; algunas personas lloraban ya que el niño se preguntaba, ¿qué mierda está pasando?; el silencio de la brisa del rio, la luna llena que alumbraba el camino, el cielo despejado, estrellas que formaban figuras y la respiración profunda del cansancio que sentía sus tíos al transportar aquellas familia que no tenían como pasar. Llegando a la orilla del otro lado del pueblo, la tía “meche” como la llamaban de cariño había quedado atollada en el espeso y sucio barro, bueno al parecer se había olvidado lo que estaba sucediendo, algunos ráfagas al otro lado del pueblo y aquel niño mirando el espectacular cielo, grillos, cigarras y algunos insectos se apropiaban de la noche, relajándose en las piernas de su abuela preocupada, él viendo pasar algunos aviones y una estrella fugaz a la que le pidió un deseo anhelando lo que en su niñez quería, pero un profundo sueño lo dominó. Al día siguiente los “Paracos” como le llamaban vulgarmente, les avisaba que podían volver, claro estaba que no había pasado nada, aquel ejército nunca llegó y las ráfagas solo habían sido unos tiros al aire, de hecho la calma volvió y las historias graciosas que habían pasado se regaban. En las mañana era un hábito ir con sus tíos a realizar actividades como; ordeñar, cazar, pescar, sembrar o arrancar la yuca entre otras, todo para conseguir el sustento diario, eso sí, apenas los gallos cocoreavan debía estar vestido: camisa manga larga, el pantalón más viejo y manchado que tenía, su sombrero, la macheta; los más parecido a un espantapájaros, lo que hace de especial a un pueblo trabajador y con ganas de salir adelante, no podía faltar su pequeño canalete tallado por su tío Carlos, que para él era su sobrino favorito. Alimentado de agua de panela, leche directo de la vaca, mafufo, pescado, bienestarina entre otros, las energías estaban dispuestas para jugar a toda hora que se podía; escondite, bobi, propaganda, al policía, pistoleo, en donde la preocupación solo estaba en las consecuencias de las travesuras. A llegar a casa, solo me queda agradecer aquellas buenas épocas de las que disfruté, esa familia maravillosa de la que hago parte, esas anécdotas y conocimientos que me enriquecieron y me ayudaron a ser quien soy. Ahora solo tengo la mente en alto, la vida llena de sueños, y con las ganas de vivir día a día con intensidad. Es entonces, cuando el deseo de querer volver a aquellos tiempos se adueña de mí. Sí, soy ese niño, que lleno de esos buenos momentos, hoy comparto con ustedes, lo bella de mi infancia, esa que me enorgullece y me hace sentir amado.