PATRIMONIO HISTÓRICO Grafitos históricos (21). Moreruela, un alzado arquitectónico Por José Miguel Lorenzo Arribas Unas de las ruinas monásticas cistercienses más impresionantes que podemos disfrutar en España son las del monasterio de Santa María de Moreruela, sito en el término de un pueblo llamado Granja de Moreruela, provincia de Zamora, que no debe confundirse con las homónimas Moreruela de Tábara o Moreruela de los Infanzones, localidades zamoranas también y a no mucha distancia de los venerados restos arquitectónicos. A pesar de los años de intervención a los que se ha sometido todo el conjunto, la buena dirección de la misma ha conseguido consolidarlo, asegurar el conjunto, hacer accesibles muchas partes que no lo eran por invasión vegetal, y descubrir mil y una cosas que esperaban, pacientes, su turno, sin por ello romper el encanto de «ruina romántica» que tienen los restos y el paraje en que se hallan. Cierto es, Ruskin perdone, que la naturaleza ahora no lo invade todo y que hiedras, enredaderas y especies botánicas varias dialogan con la ruina respetuosamente, sin arrancar de los propios paramentos. Como si todo volviese a su cauce, el medio natural (zarzas, moras > moreruela) está en su sitio y el humano (granja, es decir, la unidad de explotación propia del monacato cisterciense), también. Una construcción de esta envergadura es normal que conserve, a pesar incluso de la ruina, numerosas huellas en sus muros, y efectivamente así es. Esta las tiene, bien en forma de las muchas y muy caprichosas marcas de cantería, bien sub especie grafitera, esa que tanto nos gusta. Nos detenemos en la muestra más espectacular, un grafito representado en este caso directamente sobre varios sillares contiguos del exterior del absidiolo septentrional más cercano al tambor central, que muestra un complejo dibujo arquitectónico. Alzado arquitectónico inciso en el exterior de la cabecera del monasterio de Santa María de Moreruela (Zamora). Fotografía del autor (detalle). José Luis Hernando Garrido lo ha definido como «somero y naíf alzado lateral de un templo —con lo que parece el brazo de un crucero, cuatro capillas, desarrollo superior de una capilla mayor y espadaña—». Efectivamente, el grafitero-dibujante representó dos edificaciones anejas, mayor en altura y anchura una que otra, ambas con cubierta a dos aguas. Al ser siete los absidiolos semicirculares que rodean el gran ábside morerolense parece descartarse que sea una vista del propio lugar donde el dibujo se inserta, aunque desde una mirada frontal a la cabecera suelen verse solo cuatro absidiolos completos simultáneamente, no más. El esquematismo de estas expresiones engaña, lo que bien se ve en la «espadaña» altísima, que más parece chimenea o escala de mano en su ingenua manera de mostrar una sillería que desafía toda ley de la gravedad. Podemos especular con la representación de algunas estructuras de madera (pies derechos, jabalcones, tornapuntas), con el insólito gallardete triangular, ya no inciso sino excavado, que corona la cumbrera de la construcción principal, o con la de los misteriosos puntos que se distribuyen por doquier. ¿Qué indicarán? Es difícil ofrecer una fecha para este cuidado grafito, aunque los trazos parecen dirigirnos a los siglos XVII-XVIII. El informante que responde de la Tierra de Tábara al geógrafo real Tomás López en la segunda mitad del siglo xviii en el interrogatorio o encuesta que este remitió para un mejor conocimiento del reino, al hablar del monasterio, todavía habitado (hasta las desamortizaciones decimonónicas lo estuvo), afirma que «enbaldosando yo la yglesia el año de [17]60 se encontraron muchos lizares que atrabiesan la iglesia, y estos puede fuesen de celdas». ¿A qué se refería con lizares, palabra huidiza de los diccionarios y que se emplea casi exclusivamente en plural? En algunas zonas, se ha mantenido en la jerga propia de la arquitectura popular, y es sinónimo de cimientos. El portugués, efectivamente, ha conservado alicerce para decir lo mismo, derivado del árabe al-‘isas, y en castellano todavía el DRAE recoge como arcaísmo alizace (ya referenciado en el Tesoro de la lengua castellana o española de Covarrubias en 1611), que el Diccionario de autoridades de 1726 reconocía en su doble forma, «alizace o alizaque». Seguro que el improvisado arqueólogo conoció el grafito, pero le interesaron más las huellas subterráneas que las verticales. Sabemos mucho más ahora de los lizares y fundación de Santa María de Moreruela que hace siglo y medio. Quede este trabajado grafito como metáfora del proceso de conocimiento de un todo desaparecido que ofrece la ruina, porque sus trazos en la parte inferior del edificio más pequeño representado se superponen a una marca de cantería del siglo XII, contemporánea al comienzo de la construcción del gran complejo. 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