Eva María Olivares Tenza. @EvaTenza Psicóloga deportiva

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Mi hijo empieza a jugar al futsal… ¿Cómo lo
apoyo?
Eva María Olivares Tenza. @EvaTenza
Psicóloga deportiva. Colaboradora de @DoblePenalti web especializada en futbol sala
Qué padre no se ha hecho esa pregunta cuando su hijo, de ocho años,
empieza a jugar al fútbol sala. Nosotros, que solamente queríamos que
practicara deporte, por aquello de los beneficios que tiene tanto a nivel físico
como mental, nos encontramos de pronto en una vorágine de entrenamientos y
competiciones, y no sabemos bien cómo tenemos que afrontarnos a esta
situación.
La respuesta a la pregunta qué debo hacer como padre de un niño deportista
es muy simple: ser padre (ojo, cuando hablamos de padres, obviamente
también hablamos de madres). Nuestro hijo no necesita ni un mánager, ni un
entrenador, necesita a su padre. Pero como seguramente habremos leído en
alguna ocasión, los comportamientos de los padres pueden ir agrupándose en
categorías, dando lugar a diversos tipos de progenitores:
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El padre entrenador: el padre entrenador es fácilmente identificable. Nos lo
encontramos tanto en entrenamientos como en partidos, tras la banda, dando
instrucciones a su hijo, haciendo el papel de entrenador. Este padre trae
grandes quebraderos de cabeza a los niños, ya que, ¿a quién le hace caso, a
su papá, o a su entrenador? En la mayoría de casos, el niño elegirá al papá,
porque es con él con quien debe volver a casa, y el que le va a reñir durante
todo el trayecto, estando también enfadado en casa si no ha hecho lo que le
demandaba, mientras que el entrenador le reñirá, pero no tiene que convivir
con él. Es un padre que provoca grandes frustraciones tanto a entrenadores
como a hijos.
El padre excesivamente crítico: este tipo de padre, como su propio nombre
indica, es aquel crítico en exceso con su hijo (normalmente en todos los
aspectos de la vida del niño: deporte, estudios…). Solamente se fija en los
errores del niño, y jamás en los logros. Su hijo nunca hace lo suficiente, nunca
se ha esforzado al máximo, y siempre podría haberlo hecho mejor. El niño
continuamente se encontrará buscando el refuerzo de su padre, que nunca
llega, ya que solamente llegan las decepciones y los reproches.
El padre vociferante: este padre es aquel que está continuamente gritando.
Grita tanto que los niños no son capaces de oír a su propio entrenador.
Normalmente va acompañado de las características del padre entrenador.
El padre sobreprotector: el padre sobreprotector es aquel que está
continuamente preocupado por su hijo. A mi siempre me ha gustado poner el
ejemplo de ese niño vestido con una camiseta térmica, otra de cuello vuelto
encima, un jersey y una chaqueta. El niño lo vemos rojo completamente por el
calor, y desde donde su padre lo está viendo entrenar piensa “¡Ay, si está rojo
del frío, tendría que haberle puesto el anorak encima al pobre!”. Las excesivas
preocupaciones del padre sobreprotector frenan el desarrollo deportivo del
niño, ya que le transmiten esos quebraderos de cabeza, y el niño comienza a
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tener miedo a la hora de meter cuerpo o por si se caen, por ejemplo, no
pudiendo seguir creciendo en el fútbol sala.
El padre desinteresado: este padre es aquel que no muestra interés alguno
por el deporte que realiza su hijo. No asiste a entrenamientos ni partidos, ya
que lo lleva el padre de un compañero. Este padre es, de todos los
incorrectos, el preferido por los entrenadores, porque no les dan quebraderos
de cabeza, pero uno de los que más daño causa a sus hijos. Los niños
observan cómo los padres de los demás niños se preocupan, les llevan agua,
o la merienda, o van a verlos a un partido, y su padre nunca está, es el
continuo ausente. Ojo, cuando hablo de estos padres, muchas veces me
explican que ellos están trabajando y no pueden asistir a los entrenamientos.
El padre que trabaja y no puede acompañar a su hijo a entrenamientos o
partidos no tiene por qué ser un padre desinteresado, ya que cuando ve a su
hijo se interesa por el deporte, le pregunta qué tal le ha ido el entrenamiento,
cómo lo ha pasado; con esto ya está mostrando interés por su hijo y el
deporte que practica. El padre desinteresado es aquel que jamás le pregunta
a su hijo por sus intereses, en este caso, deportivos.
Y ahora que hemos explicado los comportamientos disfuncionales que se
pueden presentar desde el rol de padre, nos volvemos a preguntar, ¿qué hago
entonces, como padre, para apoyar a mi hijo deportivamente hablando?
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En primer lugar, y lo más importante de todo, debemos dejar decidir a
nuestros hijos sobre el deporte que quieren practicar, así como a qué nivel.
Debemos comprender que nuestros hijos no son una continuidad de
nuestra vida deportiva, y que tampoco son adultos en miniatura. Los niños
deben realizar aquel deporte que les guste, y al nivel adecuado a su edad (no
podemos pretender que un niño de ocho años corra o chute con la velocidad
o fuerza de un adulto).
Dedicarle tiempo al niño y mostrar interés por sus aficiones. Esto mejora la
comunicación con nuestro hijo, y la participación activa en su vida.
No dar regalos por resultados. Si queremos premiar a nuestro hijo por
practicar deporte, que no sea en base a si su equipo ha perdido o ha ganado.
Debemos escuchar a nuestros hijos, y ser siempre positivos: debemos
apoyarlos y motivarlos, y no criticarlos o ser negativos.
Debemos controlar nuestra conducta. Si no queremos altos índices de
agresividad en el deporte, debemos comenzar por nosotros mismos: si
insultamos a un árbitro, o criticamos a los compañeros o contrarios del niño,
esas conductas serán repetivas por ellos, y debemos recordar que los niños
son esponjas, y nosotros sus modelos de comportamiento más cercanos.
No debemos exigir ni presionar a nuestros hijos en el deporte: ¡son niños!
Deben disfrutar y pasarlo bien, ya tendrán tiempo de sufrir exigencias en su
práctica deportiva.
Debemos respetar las decisiones y normas de entrenadores y árbitros,
empleando la comunicación formal en caso de no estar de acuerdo con ellos.
Debemos enseñar a nuestros hijos a ganar con humildad y a perder con
deportividad.
Debemos dejar que el niño se caiga, ya que así comprenderá el valor del
esfuerzo. El caerse y el levantarse forma parte del aprendizaje del ser
humano.
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Debemos distinguir la pequeña línea que separa la motivación de la presión,
y enseñar a nuestros hijos a conseguir metas positivas y no tanto a evitar las
negativas.
 Por último, y lo más importante de todo, debemos comprender que el deporte
es un apoyo al proceso educativo. Debemos dar prioridad a la vida
académica de nuestros hijos, no dejando que abandonen los estudios porque
comiencen a destacar en un deporte, ya que son muy pocos los niños de las
bases que acaban dedicándose al fútbol sala profesional, y aún
consiguiéndolo, siempre deben tener una segunda opción por los
contratiempos que pueden surgir en la vida deportiva: una lesión que obliga a
una retirada prematura, etc.
Para finalizar, me gustaría decir que nunca debemos olvidar que lo más
importante es la FELICIDAD de nuestros hijos, y que cuando un deporte
comienza a dejar de proporcionar satisfacción y felicidad, y empieza a resultar
aversivo, y a provocar malas sensaciones, debemos comenzar a plantearnos
ciertas cosas, analizar por qué ocurre, y poner soluciones.
Eva Marr
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