Subido por Luis D Mendoza Pérez

Casiodoro de Reina y la eclesiología del desplazamiento

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Reforma y disidencia religiosa - Desde el exilio alemán y londinense -...
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Reforma y disidencia religiosa
https://books.openedition.org/cvz/5822?lang=es
| Michel Boeglin, Ignasi
Fernández Terricabras, David Kahn
Casiodoro de Reina y la eclesiología del desplazamiento
Steven Griffin
p. 277-290
Texto completo
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Mientras Casiodoro de Reina (ca. 1520-1594) ha sido por siglos conocido
como el traductor principal de la Biblia del Oso (1569), la teología del
reformador protestante sevillano exiliado apenas ha comenzado a
apreciarse. Aclamado por un biógrafo como «patriarca espiritual de la
iglesia evangélica hispana en todo el mundo1», Reina mostró una notable
versatilidad a lo largo de su carrera. Además de ganarse la vida en el
comercio de seda cuando oficiaba como ministro del Evangelio, logró
componer una confesión de fe en nombre de su congregación en Londres
(1559), un proyecto inusual para un traductor de la Biblia2. Como una
persona que pasó la mayor parte de su carrera semimarginado en las
diversas comunidades cristianas en las tierras de su exilio3 —pero que tenía
en mente aquellos que todavía estaban perdidos en las «tinieblas de
ignorancia de la verdad» en su país natal4—, Reina desarrolló una teología
original que es, a la vez, ecuménica y misionera. Relevante aquí es el hecho
de que su ortodoxia cristológica fuera a veces considerada sospechosa
simplemente porque era compatriota del antitrinitario Miguel Servet5 y que,
como recién llegado a las disputas sobre la Cena del Señor (que, por
ejemplo, el Consensus Tigurinus de 1549 había reavivado entre teólogos
luteranos y reformados), se vio obligado a tomar una decisión rápida acerca
de esta cuestión tan delicada para quien esperase ser recibido en cualquier
ministerio protestante. Por lo tanto, su defensa de la filiación eterna de
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Jesús contra el arrianismo y el mahometismo en un comentario sobre el
evangelio de Juan (1573) refleja un impulso misionero-apologético6. Dos
obras de Reina reflejan las preocupaciones tanto ecuménicas como
misioneras del ministro español: la versión de 1577 de la confesión de fe de
Londres, publicada en Fráncfort del Meno como Declaración, o Confessión
de Fe…, en la que Reina establece su teología confesional7 y un comentario
sobre Mateo 4:1-11 (1573), en el que el autor expone, con referencia a las
tentaciones de Jesús en el desierto, los tres desafíos más peligrosos a los que
se enfrenta la Iglesia en el mundo8.
Las obras doctrinales de Reina comenzaron a recibir atención gracias a una
biografía de A. Gordon Kinder (1975)9. Esta obra atrajo una tesis doctoral
sobre la teología de Reina por Rady Roldán-Figueroa (2004). Mi propia
tesis doctoral (2011) representa un intento de construir sobre esta base un
10
análisis de la eclesiología protestante española del siglo
. El objetivo de
este ensayo es el de apreciar la contribución de Reina a la teología de la
Reforma, así como explorar el impacto del tema del desplazamiento en su
pensamiento sobre la identidad de la Iglesia, su reforma, misión y unidad.
El hecho de que el significado teológico del desplazamiento en el trabajo de
Reina no se haya apreciado hasta ahora condujo a ciertos malentendidos en
cuanto a su teología. Kinder observó «la notable movilidad» de Reina11, pero
la cuestión de la persecución que ocasionó su exilio no llegó a tener
significado teológico. De manera modesta, Kinder supone que Reina
abandonó su patria cuando «se dio cuenta de que la forma del cristianismo
católico romano papal era bastante deficiente y quiso juntarse a un grupo de
creyentes entre los cuales se sentiría en casa12». La omisión de Kinder es
consistente con su enfoque principal, que es el irenismo de Reina, que
observa en una actitud tolerante hacia las disputas cristológica y
sacramental, ya que Reina «no se consideraba obligado a un sistema a la
exclusión de otros13». Por su parte, Roldán-Figueroa observa correctamente
que la «piedra angular» de la teología de Reina es su eclesiología, notando
que Reina compone su confesión de fe para ser recibido en la comunión de
las congregaciones extranjeras en Londres14. Sin embargo, al suponer que
Reina percibe la Iglesia, esencialmente, como una «comunión de los
Santos» invisible, Roldán-Figueroa minimiza el carácter instrumental de la
Iglesia visible que uno encuentra en forma tan desarrollada en las obras de
Reina15. En pocas palabras, al darse por sentados los temas del exilio y el
desplazamiento —y más concretamente, el de seguir a Jesús «fuera de los
reales» (Hebreos 13:13)— la importancia eclesiológica del desplazamiento se
pierde.
Mientras estas características se consideran marcas circunstanciales, y no
esenciales, del pueblo de Dios, se pierde su significado eclesiológico. Al
contrario, es preciso no disociar las preocupaciones eclesiológica y
cristológica en la reflexión de Reina al tratarse de un pensamiento en el que
la cristología es manifiestamente eclesiológica, cuya eclesiología se trabaja
en forma cristológica, y cuya comprensión del bienestar y la misión de la
Iglesia fue formada sobre esa base. Consideraremos esta integridad básica
bajo el título de una eclesiología de desplazamiento, ya que es evidente que
para Reina el triple oficio de Cristo —como rey, sacerdote y profeta— forma
la base de la identidad y tarea de la Iglesia en el mundo.
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Una carrera nómada
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Nacido en torno a 1520, en Montemolín, cerca de Badajoz, Casiodoro de
Reina se graduó en la Universidad de Sevilla y se unió a la Orden de San
Jerónimo, en la que se convirtió en uno de los «principales impulsores del
desarrollo de una célula de creencia protestante16». En 1557 huyó, junto con
unos once monjes del monasterio de San Isidoro del Campo, a Ginebra17.
Puesto que su compatriota Juan Pérez de Pineda había creado en Fráncfort
del Meno un fondo para la impresión de una versión completa de la Biblia
española, Reina se dirigió a esa ciudad en 155818. Debido a una combinación
de circunstancias —falta de recursos19, amenaza de ser capturado por los
agentes del rey Felipe II y oportunidad de refugio proporcionada por la
subida de la reina Isabel al trono de Inglaterra en el mismo año—, Reina se
encaminó a Londres, donde por 1559 servía como pastor de una
congregación española20. Sin embargo, su estancia en la capital inglesa
duraría pocos años, ya que espías españoles levantaron falsas acusaciones
de sodomía y errores doctrinales, lo que lo impulsó a volver al continente en
1563. Desde Amberes, donde Reina temía ser capturado, en 1564 huyó a
Fráncfort21. Hasta la publicación de la Biblia del Oso en 1569, vivió
principalmente en Fráncfort y Estrasburgo, aunque realizó viajes extensos a
Orleans, Bergerac y Basilea para tratar asuntos relacionados con la
traducción y publicación de la Biblia22. Desde 1570 a 1578 residió en
Fráncfort, donde publicó sus dos comentarios y la primera versión impresa
de su Confesión de fe (1577). En 1578, viajó a Londres para ser absuelto de
los cargos presentados contra él en aquella ciudad y, más tarde, pudo
ejercer el ministerio entre los luteranos de habla francesa en Amberes en
157923. Sin embargo, al ser atacada la ciudad flamenca por los españoles en
1585, se vio obligado una vez más a huir. En esta ocasión se fue con su
congregación a Fráncfort del Meno, donde finalmente murió en 159424.
Las obras de Reina revelan una comprensión teológica del desplazamiento.
Al dirigirse a la comunión de congregaciones extranjeras en Londres en
1559, Reina declara que él y sus compatriotas dejaron España y «las
abominaciones del papado» por su propia voluntad. Sin embargo, no fue
por ninguna necesidad temporal que huyeron, insiste el autor, porque el
exilio lo entiende como algo providencial: el mismo Dios que los incluyó a él
y a sus compatriotas en su «pequeña manada» les dio el deseo de unirse a
otros a quienes había proporcionado la misma bendición25. Para 1563, esta
vez en Fráncfort, Reina da gracias a Dios por permitir que su fe «se
ejercitara en este destierro de maravillosos y casi infinitos modos», porque
ha aprendido que aún como «adicto» desde su juventud al estudio de la
Biblia puede hallar felicidad en el trabajo manual26. En 1573, en Capítulo
cuarto del Evangelio de Mateo, el tema del exilio providencial se refuerza
con una visión de la Iglesia como pueblo en el desierto, tentado como Cristo
por Satanás. En 1577, el tema del desplazamiento se entiende nuevamente
en forma cristológica, ya que Reina le exhorta al lector de su Declaración
que se encuentra en España a «salir con Cristo fuera de los reales» (Hebreos
13:13), sosteniendo ante él la promesa dada a los que participan en los
sufrimientos de Cristo:
Pues quál premio será el de aver sido compañeros de su vergüença y cruz?
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Salgamos salgamos con él fuera de los reales llevando alguna parte del
opprobrio que él llevó por nosotros, assegurados que si con él padeciéremos,
con él también reynaremos27.
En Cristo su eterna fundación: hacia una cristología
eclesial
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La convicción de que la Iglesia era la compañía de aquellos que salen con
Cristo y participan en sus sufrimientos (1 Pedro 4:13) tuvo un impacto
profundo en la teología confesional de Reina. El primer resultado de esa
convicción fue el desarrollo de una cristología explícitamente eclesiológica.
Muy singularmente para los reformadores protestantes, Reina introduce
material eclesiológico sustancial en la sección cristológica de su confesión
de fe. Lo que esto subraya es un enfoque completamente sistemático en
cuanto a la doctrina, ya que Reina basa la identidad de la Iglesia en el
munus triplex. Como tal, el primer material eclesiológico sostenido se
encuentra incrustado en la exposición del triple oficio de Cristo28. Aquí
examinaremos la identidad y el propósito de la Iglesia como participación
en Cristo.
Reina describe el triple oficio de Cristo de la siguiente manera. Como
profeta, Cristo manifestó, por un lado, el nombre del Padre y «su verdadera
noticia en el mundo, y haziéndolo illustre entre los hombres por la obra de
nuestra redemción, y por la manifestación de su Evangelio29». Por otro lado,
manifestó la imagen del Padre enseñando su justicia, que es «toda verdad
perteneciente a nuestra salud30». Como «suppremo Monarcha» sobre todas
las cosas por su obediencia al Padre, Cristo ante todo libró a su pueblo «de
la tyrannía del peccado, del demonio, y de la muerte», habiendo triunfado
sobre ella en su muerte. Estando a la diestra del Padre, él sigue defendiendo
a su pueblo31. Como sacerdote,
por su oración […] y por el sacrificio de su muerte y cruz applacó la yra de
Dios […] y nos alcanzo no solamente perdón entero y cumplido de todos
nuestros peccados, mas también mérito y dignidad para poder parecer
delante dél confidamente32.
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Hasta este punto, la atención se centra en lo que Cristo ha logrado y
conseguido. Sin embargo, dado que el sacrificio de Cristo «durará
eternalmente para hazer en su Iglesia los effectos ya dichos33», Reina pasa
de ahí a la manera en que el munus triplex perdura por medio de la
participación dinámica y relacional de los fieles en el trabajo y la pasión de
Cristo. En particular, por la obra del Espíritu Santo, la realidad eclesial se
deriva directamente de la realidad cristológica: Reina deja claro que la obra
del Espíritu Santo es el resultado de la ascensión de Cristo, ya que Cristo,
estando a la diestra del poder del Padre, da a su pueblo «secretas fuerças de
su Epíritu contra todas las tentaciones34».
De esta manera, el munus triplex de la Iglesia se hace una realidad presente.
Así como la obra de Cristo como profeta y sacerdote, según Calvino, forma
la base de la proclamación y autoofrenda de la iglesia35, según Reina la
realeza de Cristo es el fundamento de la identidad real de la iglesia, a través
de la cual los fieles obtienen poderes secretos del Espíritu de Cristo contra la
tentación y alcanzan la victoria en la batalla que Cristo hace por medio de
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ellos36. La victoria de Cristo sobre el mundo (Juan 16), en la que los
creyentes participan por la fe (1 Juan 5), llega a ser la prenda de esa victoria
final, cuando los creyentes triunfarán con Cristo su Rey y «quando serán
subiectadas debaxo de sus pies todas las potestades que en este siglo rebelde
le contradixeron37». De manera que la participación de la Iglesia en el oficio
real de Cristo es una realidad fundamentalmente escatológica, ya que la
resurrección de los fieles depende de la de Cristo como su primera causa,
mientras la participación final de los elegidos en la gloria de Cristo es cierta
porque los justos «son ya participantes» de la naturaleza divina y en la cruz
de Cristo por el Espíritu de Cristo38. El fundamento de la participación de la
Iglesia en el sacerdocio de Cristo es la pasión de Cristo, por medio de la cual
los fieles ofrecen su propio triple sacrificio de su vida, su alabanza y sus
oraciones39. Al ser una realidad presente, la obra sacerdotal de la Iglesia
sirve también como prenda de su plena participación en la obra de Cristo
rey; así como la participación en los sufrimientos de Cristo (1 Pedro 4:13)
viene con la esperanza que les pertenece a los que se mantienen firmes
(2 Timoteo 2:12), la llamada a ser «compañeros de su vergüença y cruz»
viene con la promesa «que si con él padeciéremos, con él también
reynaremos40». Finalmente, Reina explica que la obra profética de Cristo se
deriva en su pueblo que, siendo «enseñado de Dios […] sepa declarar la
divina voluntad en el mundo41». Se observa aquí el mensaje
fundamentalmente misionero que encontramos en la enseñanza de Calvino
sobre el munus triplex, según la cual Jesús «no rezibió la unción solamente
para sí para ser enseñador, sino para todo su cuerpo, a fin que la virtud del
Espíritu Santo correspondiese en la continua predicación del Evanjelio42».
La Reforma del paradero de la Iglesia: hacia una
eclesiología cristológica
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Si para Reina la idea de la participación de la Iglesia en Cristo condujo a una
cristología manifiestamente eclesial, de la misma manera podemos afirmar
que su eclesiología es profundamente cristológica. Como tal, al dirigirnos al
material formalmente eclesiológico en la Declaración, el enfoque se mueve
de la identidad de la Iglesia en Cristo hacia la de estar con él. Dentro de este
segundo tema se encuentra una dialéctica interna-externa con la que Reina
analiza el problema del paradero de la Iglesia.
Por un lado, Reina expone el fundamento cristológico de la Iglesia como una
obra del Espíritu Santo y, por consiguiente, como una realidad
esencialmente secreta u oculta. Como tal, el hombre es hecho una nueva
criatura para que pueda ponerse la imagen del Nuevo Adán, que es Cristo;
es sepultado con Cristo para poder resucitar con él; finalmente, muere a las
cosas del mundo para que otros puedan conocer a Cristo43. En todo esto los
fieles tienen a Cristo como su modelo de reformación. No habiendo tenido
en el mundo «grande apparencia», Cristo es para ellos un «ejemplo bivo»
de obediencia al Padre, así como el medio de la unidad en la fe y el amor,
siendo cabeza de la iglesia44.
Por otro lado, fue precisamente la invisibilidad de esta comunión de los
santos, que incluye a todos los que pertenecen a Dios y son vivificados por el
Espíritu de Cristo, la que condujo a Reina a la pregunta que todos los
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reformadores tuvieron que contestar de alguna manera u otra: ¿ubi
ecclesia45? Por un lado, Reina simplemente unió su voz a la de la naciente
tradición reformada afirmando que la Iglesia externa o visible se podía
conocer en el mundo por tres señales: «La pura predicación del Evangelio,
sin mezcla de humanas doctrinas o constituciones46», «La administración y
uso legítimo de los Sacramentos47» y «La Ecclesiástica y Christiana
disciplina48». Por otro lado, la convicción de que la iglesia, como pueblo
esparcido por todo el mundo, no tiene «cierto lugar señalado49» lo movió a
identificar siete señales de la Iglesia invisible por las cuales los fieles
podrían conocerse cuando se encontrasen en «la tierra de su
peregrinación50». En este sentido, su lógica se asemeja a la de la Confesión
Belga (1561), en la que Guido de Brès distingue las tres marcas de la Iglesia
visible verdadera de las marcas «de los cristianos»: la fe, la búsqueda de la
justicia, el amor a Dios y al prójimo, y la automortificación51.
Por lo tanto, lo que De Brès ofrece en forma de esquema, Reina lo desarrolla
en detalle. Como base, el munus triplex le da forma a su exposición de las
siete marcas de la Iglesia espiritual. Siendo un pueblo real, la Iglesia
invisible se caracteriza, en primer lugar, por la santidad de vida que el
triunfo de Cristo sobre la muerte ha producido en ellos52. En segundo lugar,
la Iglesia invisible está marcada por la misericordia, con la que los fieles
representan al Dios soberano que hace salir el sol «sobre buenos y malos, y
llueve sobre iustos y iniustos53». Siendo pueblo profético, la Iglesia invisible
está marcada, en primer lugar, por la «palabra de verdad, […] llena de
enseñamiento pío, y de edificación y provecho espiritual para los que la
oyen o leen», y en segundo lugar por «ardiente affición, y cobdicia
insaciable a la divina Palabra, y un estudio continuo de oyrla, entenderla y
tractarla54». Finalmente, como pueblo sacerdotal, los miembros de la Iglesia
invisible están marcados por el amor a sus enemigos, lo cual refleja la obra
sacrificial de Cristo; por el amor fraterno, mediante el cual demuestran
paciencia y evitan las riñas; y por la «Cruz y afflicción en el mundo», con las
que dan testimonio de la «enemistad irreconciliable y odio perpetuo con
él55».
La exposición de Reina de las marcas de la Iglesia invisible recoge —y al
mismo tiempo va más allá de— las preocupaciones de los reformadores,
tanto radicales como magisteriales. Del lado radical, Menno Simons
(1496-1561) alentó la idea de una Iglesia pura, separada del mundo como
discípulos marcados por su obediencia al Evangelio. De ahí Simons esbozó
seis marcas de la verdadera Iglesia de Cristo: la doctrina «sin adulterar» de
la Palabra de Dios, el uso bíblico de los sacramentos (es decir, la práctica del
bautismo de creyentes), la obediencia a la Palabra, el sincero amor al
prójimo, la segura confesión del «nombre, voluntad y ordenanza de Cristo»
ante la opresión y la «acuciante cruz de Cristo56». Sin embargo, la
exposición de Simons carece de esa problemática interna-externa que se
observa en la obra de Reina. Para Simons, tanto el bautismo de creyentes
como la aflicción en el mundo son marcas inequívocas y expresiones más o
menos espontáneas de las realidades internas que señalan, de manera que la
dicotomía invisible-visible se reduce al mínimo o incluso se abole.
La aproximación de Lutero, por el contrario, refleja la preocupación de los
reformadores magisteriales de reconocer que la Iglesia es un corpus
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permixtum (es decir, un pueblo en que los fieles se mezclan con los impíos)
y un pueblo que ha recibido de Dios ciertos medios o instrumentos para su
santificación57. Obviamente, el propósito de Lutero es precisamente
introducir la dicotomía que socava la exposición de Simons, ya que describe
esos medios externos que Dios usa para santificar a su pueblo; a saber, la
proclamación de la Palabra, los sacramentos instituidos por el Señor Jesús,
el oficio de las llaves, la consagración de ministros, el culto público, la
desgracia y persecución58. Su enfoque instrumental es coherente con su
visión de la Iglesia como pueblo que día a día aumenta en santidad, que se
esfuerza «constantemente para lograr el objetivo» de santidad perfecta59.
De manera que la dialéctica visible-invisible se problematiza de nuevo, ya
que para Lutero las realidades internas, tales como la obediencia o la
caridad, no son en principio marcas en sí. Sin embargo, lo que surge como
problema es la cuestión de la forma externa de la obediencia cristiana, dado
que Lutero enseña que la verdadera Iglesia se puede buscar no solo dónde
se proclama la Palabra de Dios, sino también donde «se cree, se profesa y se
vive60».
Por su parte, Reina sostiene, en efecto, la tensión que introduce Lutero y
ofrece precisamente las marcas de ese pueblo que cree, profesa y vive el
Evangelio al distinguir las siete marcas de la Iglesia invisible de las tres
marcas de la externa. El resultado es una aproximación que podemos
denominar calcedoniana a la cuestión de la naturaleza de la Iglesia, ya que
la comunión de los santos no se confunde con —ni se separa de— la Iglesia
externa. Después de todo, es con el propósito específico de comunión con
las congregaciones extranjeras en Londres como Reina presenta su
Confesión de fe. Lo que asume es que la Iglesia, aún como pueblo disperso,
no deja de ser una comunidad congregada por el mismo Señor. Por esta
razón Reina ofrece las siete marcas de la Iglesia invisible como un medio de
reconocimiento y añade que «no refusamos de ser exsaminados por ellas
para ser reconocidos de la Iglesia del Señor por legítimos miembros de
ella61». Por lo tanto, la forma de tratar el asunto conduce a un concepto
preciso de la identidad de la iglesia: esta nunca se reduce a una realidad
sencillamente invisible o comunión mística, como si las formas externas
fueran insignificantes, y de ahí la necesidad de una reforma in capite
innecesaria. Tampoco permanece la Iglesia en perpetua dispersión —lo que
permitiría una actitud sectaria—, sino que, más bien, es llamada a ser
católica o universal. En lo que sigue consideraremos la forma en que la
doctrina de Reina relativa a las marcas de la Iglesia condujo a la cuestión de
los medios por los cuales el bienestar y la misión de la Iglesia debían ser
salvaguardados.
El desplazamiento, la unidad y la misión
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Pasamos, finalmente, de una preocupación por el paradero de la Iglesia a la
de su dirección. La visión ecuménica y misionera de Reina se expresa bien
en el « Capítulo cuarto del Evangelio de Mateo ». En esa obra, las
tentaciones de Jesús en el desierto sirven como el paradigma para los
principales desafíos que enfrentan los pastores de la Iglesia. Tomados
juntos, estos últimos proporcionan un punto de partida útil para apreciar lo
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que podríamos llamar el dialecto español del protestantismo, que se
caracteriza por una eclesiología nómada, por la convicción que la Iglesia
depende completamente de Cristo para su reforma tanto como su formación
e identidad, y por el tema que es nuestra preocupación principal en esta
última parte: una visión de la Iglesia en que su reforma, su unidad y su
misión son inseparables.
Antes de abordar ese tema, es importante señalar el papel central que
desempeña una lógica instrumental en la comprensión de Reina de la
relación entre Cristo y su Iglesia, entre la Iglesia invisible y la Iglesia visible,
y, generalmente, entre las realidades invisibles o secretas y esas cosas
externas que en las manos de Dios son instrumentos de los dones interiores
que corresponden. A modo de ilustración, hemos observado una
comprensión instrumental de la dialéctica interna-externa en el hecho de
que el munus triplex de Cristo se extiende por medio de la obra de la Iglesia
fiel. La misma lógica se observa, y se identifica como tal, a través de la
Declaración: se entiende que la gracia interior de la justificación por la fe
(cap. ) tiene sus propios instrumentos externos: los sacramentos, el
ministerio de la Palabra, y la disciplina eclesiástica (caps. - ); las
doctrinas del Espíritu Santo en la vida de los creyentes (cap.
) y de la
comunión de los santos (cap.
) son seguidas por una exposición de las
marcas externas de esas realidades internas; y existe una presente
alimentación espiritual en Cristo por medio del pan y el vino de la Cena del
Señor (cap.
).
El principio instrumental es igualmente fundamental para la teología del
ministerio (o pastoral) de Reina, la cual arroja luz sobre su teología de
reforma. Sea para juntar, sea para juntar de nuevo, a su pueblo, en cualquier
caso Dios es soberano en su elección de instrumentos para la obra. Llamado
por Dios, el ministro del Evangelio llama a la Iglesia de Dios, la congrega
«en unidad de Fe y de Charidad», la apacienta «con el pasto de su palabra»,
y la mantiene «con la misma en Christiano concierto y disciplina62».
Igualmente, cuando la Iglesia llega a encontrarse llena de invenciones,
supersticiones e ignorancia, Dios «por su grande misericordia» se sirve «de
Luthero, o de este hombre, o del otro» para limpiarla «de tanta suerte de
immundicias». Pero esos medios solamente son
instrumentos de que Dios usa, a los quales aun devemos agradecimiento por
sus trabajos, reverencia y obediencia a su ministerio como al del mismo
Christo, quando se nos provare ser nuestro el error y la tiniebla, y de Dios la
merced y misericordia de sacarnos dél por tales instrumentos, quales a él
plugo tomar para tan illustre obra63.
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Por lo tanto, los medios que Dios usa son en cierto sentido necesarios,
porque Reina insiste en que el bienestar de la Iglesia depende de los
ministros: «… tanto su incolumidad como su ruina despende
exclusivamente de los pastores y obispos64». Aunque esto suene algo fuerte,
es precisamente con la idea de exclusividad —de depender en Dios solo—
que Reina aborda su exposición de Mateo 4:1-11. Vemos ahí que la primera
tentación del pastor tiene que ver con el hambre y la pobreza. Si no ha de
desesperarse, o confiar en sus propios recursos, en vez de confiar en Dios
para sus necesidades elementales, el pastor fiel ha de orar ardientemente y
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meditar frecuentemente en la Palabra de Dios. En cambio, el pastor
verdadero que por el hambre se ve obligado a despedirse del ministerio para
ocuparse de las cosas del vientre, le causa «gran daño» a la Iglesia porque
su vida demuestra la completa falta de confianza en Dios65.
Esta dependencia en Dios se refleja en la convicción de que la reforma es
una obra de renacimiento, de regeneración efectuada por Dios. Por eso
Reina llama a esta iglesia Renata, la cual, aun siendo «instaurada y
consagrada», se encuentra «escondida» entre las gentes66. Al mismo
tiempo, la obra de Dios incluye el proceso de juntar a su pueblo en forma
pública y visible, porque Reina habla del recogimiento de un pueblo de las
ruinas de una Iglesia que ya tiene mil quinientos años67. Como tal, la
idolatría y la enseñanza falsa han sido reemplazadas por la adoración
verdadera y una doctrina restaurada y restituida68. Es importante notar, sin
embargo, que la preocupación de Reina no tiene que ver simplemente con la
iglesia específica cuyas ruinas se han abandonado, sino con cualquier
congregación o comunión que en el futuro tomara por sentada su
renovación por Dios69, o que se olvidara de su desprecio y pobreza:
«…condición la más feliz de todas las que le es dado gozar a la Iglesia en el
mundo70».
Se entiende, entonces, que esta clase de reforma es fundamental para la
propia identidad eclesial. En el prefacio a su Declaración, Reina explica que
una vez que él y sus compatriotas habían sido incluidos en la pequeña
manada de Dios, «ninguna cosa hemos mas desseado en esta vida que
hallarnos en la compañía de aquellos un quien él oviesse hecho la misma
merced». Añade que su deseo es este:
… celebrar con vosotros la comunión de los Sanctos, no solamente quanto al
sacro symbolo de ella, que es la Cena del Señor, mas también quanto a lo que
nos significa: pues ha plazido al Padre celestial por Iesús el Christo, hazernos
en el un mismo pueblo, darnos un mismo Espíritu, y unos mismos desseos de
su gloria, llamarnos a una misma heredad celestial, marcarnos con unas
mismas marcas de amor, y de la cruz del Señor Iesús, y finalmente ser el
nuestro común Padre71.
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De esta manera, el camino de reforma no es ni nicodemita, ya que los fieles
son llamados a salir de los reales72, ni de la estricta restauración, en el
supuesto de que la Iglesia primitiva dejara de existir durante siglos73. Más
bien la reforma se considera la regeneración de una institución visible,
como renovación marcada en primer lugar por una salida pública de la
Iglesia muerta, y en segundo lugar por una «reconstitución», ya que el culto
verdadero ha sido restaurado74.
Si la reforma debiera entenderse de esta manera, ¿por qué medios habría de
haber sido salvaguardada? Para Reina, la Iglesia que deseaba mantenerse
fiel a su vocación en el mundo75 y que había aprendido a depender de Dios
para sus necesidades elementales tenía que tomar en cuenta los peligros de
la división, por un lado, y de la búsqueda de la religión «espléndida», por el
otro76. Mientras estos dos peligros se corresponden respectivamente con las
tentaciones dos y tres, Reina se explaya aquí en la tercera. Obviamente, su
razón es histórica: en los primeros siglos del cristianismo, después de
tiempos de persecución y desgracia, los pastores tendieron a perseguir la
riqueza y el honor, y de esa manera llevaron la Iglesia a la idolatría77,
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mientras que, más tarde, durante «tiempos más suaves», al carecer de
autoestima, los líderes de la Iglesia decidieron buscar modos de elevarse
encima de sus colegas78. Aplicando las lecciones de la historia a sus propios
tiempos, Reina temía por los pastores de la Iglesia reformada que, si no
abandonaran la obra por razones de hambre (tentación 1), se podrían
arrojar al precipicio (tentación 2) motivados por «no sé que celo de piedad»,
o podrían desarrollar una forma de religión aún más espléndida de lo que
uno se podía imaginar (tentación 3). En ambos casos, perdería la vista de su
Señor y acabaría desviándose de la «pobreza, humildad y desprecio79». La
caída en el segundo caso sería peor que la de la Iglesia romana, ya que no
tendría las señales de un reino terrenal, con toda su riqueza y pompa, sino
que abrazaría una forma de idolatría que era mucho más sutil, «peligrosa y
funesta». Su base no sería el desprecio de la Palabra, como antes, sino su
abuso80.
Fundamentalmente, la tercera tentación representaba para Reina una ruta
directa de la religión verdadera a la idolatría. En la historia ocurrió así:
debido al pecado que es común a toda la humanidad, se les dio al principio a
pastores ambiciosos un nivel de autoridad que nunca se habría concedido,
bajo el Evangelio verdadero, a un pastor piadoso. Más tarde, dado que la
ambición fue necesariamente seguida por la codicia, de ahí siguió la
búsqueda de la riqueza, que a fin de durar tuvo que ser asegurada por
pastores en la sucesión. De esa manera se ratificó la llamada Donación de
Constantino, por la cual la riqueza, el poder y la autoridad se concedieron al
papa de Roma y a sus sucesores. Tal regla tenía todas las señales de un
imperio terrenal: palacio, cetro y corona real, títulos imperiales, etc. Para
salvaguardar tales bienes, se decretó que deberían pertenecer a perpetuidad
a la Iglesia de Roma. Lo peor de todo, se suponía que todo se dirigía a la
gloria de Dios. Pero al final la pretensión de autoridad suprema era el
principio de la idolatría pura, ya que el papa llegó a disfrutar de lo que Jesús
rechazó81.
La segunda tentación, por contraste, representaba para Reina una ruta
indirecta de la religión verdadera a su falsificación. En este caso, los
pastores abrazan la pobreza por un tiempo82, pero poco a poco buscan la
manera de vencer el desprecio por medio de «intentos grandes», y para ello
se atreven «a cualesquiera cosas, incluso a dejarse caer al precipicio desde lo
alto del templo». En efecto, lo que hacen es actuar «fuera de los límites de
su vocación», bajo el pretexto de buscar la gloria de Dios83, mientras su
vocación es simplemente congregar a los elegidos de Dios y enseñarles el
Evangelio que el Señor Jesús enseñó84. Motivados básicamente por el deseo
de establecer su propia estima85, estos pastores se envuelven en disputas por
menudencias (el cirio pascual, el ayuno del domingo, etc.); y de ahí surgen
posturas extremas, como las del mahometismo y la religión católica
romana86.
El principio que subyace a lo largo de la exposición es la invitación hecha a
los pastores a abrazar el desprecio perpetuo y a reconocer que la Iglesia
siempre ha de ser marcada por la cruz87. Como el Siervo Sufriente de Isaías
53, la Iglesia no ha de tener «grande apparencia» en el mundo88. Aquí
mismo toma su punto de partida la visión ecuménica y misionera de Reina,
y desde aquí pueden sacarse dos conclusiones generales.
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En primer lugar, notamos que la experiencia del desplazamiento condujo a
Reina a reflejar de forma sistemática la relación entre Cristo y la Iglesia. De
manera que tenemos suficiente razón para afirmar que su teología no era
esencialmente no dogmática, como sostuvo Kinder89. Al contrario, al basar
su entendimiento de la Iglesia en la persona y obra de Cristo, y desde ahí
desarrollar una eclesiología cristológica, Reina ofreció una base confesional
para la Iglesia sometida a Cristo en su misión al mundo. Desde ahí su visión
para la evangelización de España y el mundo musulmán es clara: por un
lado, desafía a los españoles que han abrazado el mensaje evangélico, pero
que aún se encuentran en España, «a augmentar la compañía de los fieles
con communicar la luz de Dios a los que el le traxesse a la mano90»; por otro
lado, defiende la eterna divinidad de Jesús en su comentario sobre el
Evangelio de Juan con la esperanza explícita de que los musulmanes
vuelvan a Cristo91.
En segundo lugar, si la definición del fundamento cristológico de la Iglesia
hecha por Reina determinaba una clara perspectiva misionera, así también
conllevaba un evidente alcance ecuménico. En su Declaración, Reina deja
claro el hecho de que, desde el momento en que el pueblo de Dios es
llamado por el Evangelio, está marcado por el amor fraternal y se mantiene
en comunión a través de la Cena del Señor92. Sobre esta base, y como
persona obligada a moverse entre diferentes comunidades protestantes a lo
largo de su carrera, Reina fue movido a mediar entre los enfoques luterano y
calvinista en cuanto al significado de la Santa Cena, convencido de que, si
los líderes cristianos se condenaban mutuamente en cuestiones secundarias,
podrían, en efecto, condenar a esos mismos líderes levantados por Dios para
renovar la Iglesia93.
En suma, en Reina discernimos las marcas de lo que podríamos hoy en día
denominar cristiano mundial, puesto que su obra demuestra el deseo de
reflexionar sobre la misión cristiana y la unidad de los cristianos como
realidades inseparables. Era como si su carrera altamente nómada, vivida
en los márgenes de diversas comunidades cristianas, requiriera mediación e
interpretación constante. Sin embargo, mientras que la teología de Reina es
por esta razón irénica y hasta cierto punto provisional, no deja de ser clásica
y apostólica: en efecto, afirma que su objetivo es anunciar nada menos que
la antigua fe católica «tan necesaria a todos los hombres, q[ue] fuera della
no aya salud94».
Notas
1. R
, 2002, p. 18.
2. H
, 2009, p. 135.
3. Ibid., p. 124.
4. R
5. H
6. R
, Declaración, o Confessión de Fe, epístola §1, p. 255.
, 2009, p. 120.
, «Comentario al Evangelio de Juan», pp. 74-80, 113-17, 230 y 289-290.
7. Una transcripción de la copia localizada en la British Library en Londres se puede
encontrar en G
, inédita, pp. 253-311. Con respecto a la fecha de la primera versión de
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la confesión de fe, firmada el 4 de enero de 1559, véase H
, 2009, pp. 125-26.
8. La primera versión fue publicada como Expositio primae partis quarti Matthaei
(Fráncfort del Meno, 1573). Utilizaremos la traducción castellana en R
, «Capítulo
cuarto del Evangelio de Mateo».
9. Las obras de los reformadores españoles comenzaron a compilarse solo a mediados del
siglo
, por Benjamin Wiffen y Luis Usoz y Río en Reformistas antiguos españoles (20
vols.). Como base para el estudio de la reforma española, véanse, también, M’C , 1829;
M
P
, 1880; S
, 1902; B
, 1874-1904; y B
, 1995.
10. R
11. K
-F
, inédita; G
, 1975, p.
, inédita.
.
12. Ibid., p. 85.
13. Ibid., p. 87.
14. R
-F
, inédita, p. 11, p. 125.
15. Ibid., p. 122.
16. K
1, p. .
, 1975, p. 19. Para los principales lugares citados en este artículo, véase el mapa
17. Ibid., p. 16.
18. Ibid., p. 289. Posiblemente, Reina se sintió obligado a marcharse por la convicción que
la ciudad que ejecutó a Servet era demasiado rígida (ibid., pp. 19-20). Por otra parte,
Hazlett sugiere que la supuesta aversión de Reina por Ginebra se ha exagerado, citando
correspondencia entre Reina y de Beza de 1567 que indica el deseo de Reina de tomar
residencia en esa ciudad (H
, 2009, p. 124).
19. H
, 1967a, p. 85.
20. K
, 1975, p. 21.
21. Ibid., pp. 28-38.
22. Ibid., pp. 38-56.
23. Ibid., pp. 63-66.
24. Ibid., pp. 76-81. Véase, también, H
25. R
, 1967a, pp. 85-101.
, Declaración, o Confessión de Fe, prefacio §1, p. 260.
26. I ., «Comentario al evangelio de Juan», pp. 71, 63.
27. I ., Declaración, o Confessión de Fe, appéndice §6, p. 311.
28. En esto Reina sigue a Juan Calvino, quien expone el munus triplex en C
Instituzión de la Relijión Cristiana, lib. 2, cap. ; C
, pp. 321-328.
29. R
, Declaración, o Confessión de Fe, cap.
30. Ibid., cap. , §2, p. 263; cap.
31. Ibid., cap.
, §2, p. 274; cap.
32. Ibid., cap.
, §7, p. 276.
33. Ibid., cap.
, §8, p. 277.
34. Ibid., cap.
, §5, p. 275.
,
, §1, p. 273.
, §11, p. 278; cap.
, §12, p. 279.
, §4, p. 274; cap.
, §5, p. 275.
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35. C
, Instituzión de la Relijión Cristiana, lib. 2, cap.
cap. , §6, pp. 327-328.
36. R
, Declaración, o Confessión de Fe, cap.
37. Ibid., cap.
, §2, pp. 322-323; lib. 2,
, §5, p. 275; cap.
, §6, pp. 275-276.
, §6, pp. 275-276.
38. Ibid., cap.
, §2, pp. 304-305; cap.
39. Ibid., cap.
, §3, pp. 305-306.
, §9, pp. 277-278.
40. Ibid., appéndice §6, p. 311.
41. Ibid., cap.
42. C
43. R
, §13, p. 280.
, Instituzión de la Relijión Cristiana, lib. 2, cap.
, Declaración, o Confessión de Fe, cap.
44. Ibid., cap.
45. S
46. R
, §1, p. 295; cap.
, §2, p. 323.
, §1, p. 290.
, §4, p. 292.
, 1996, p. 323.
, Declaración, o Confessión de Fe, cap.
47. Ibid., cap.
, §2, p. 296.
, §3, p. 296.
48. Ibid., cap.
pp. 134-135.
, §4, p. 296. Véase la Geneva Confession (1556), en C
49. Ibid., cap.
, §2, p. 294.
50. Ibid., cap.
51. Véase B
52. R
, §5, pp. 296-297.
, «The Belgic Confession of Faith», p. 210.
, Declaración, o Confessión de Fe, cap.
53. Ibid., cap.
, §9, p. 299.
54. Ibid., cap.
, §7, pp. 297-298; cap.
55. Ibid., cap.
, §10, pp. 299-300; cap.
56. S
, 1966,
, §6, p. 297; cap.
, §4, p. 274.
, §8, pp. 298-299.
, §11, pp. 300-301; cap.
, §12, p. 301.
, The Complete Writings of Menno Simons, pp. 739-741.
57. C
, Instituzión de la Relijión Cristiana, lib. 4, cap. , §12, pp. 708-709.
58. L
, «On the Councils and the Church», pp. 149-164.
59. Ibid., p. 166.
60. Ibid., p. 150.
61. R
, Declaración, o Confessión de Fe, cap.
, §13, pp. 301-302.
62. R
, Declaración, o Confessión de Fe, XIV.2, p. 287.
63. Ibid., appéndice §5, p. 310.
64. R
, «Capítulo cuarto del Evangelio de Mateo», p. 382.
65. Ibid., p. 383.
66. Ibid., p. 394.
67. Ibid., p. 395.
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68. Ibid., p. 396; I ., Declaración, o Confessión de Fe, appéndice §5, p. 310.
69.
., «Capítulo cuarto del Evangelio de Mateo», p. 397.
70. Ibid., p. 395.
71. R
, Declaración, o Confessión de Fe, prefacio §2, p. 261.
72. R
, Declaración, o Confessión de Fe, appéndice §6, p. 311. Nicodemita, según de
Beza, era aquel protestante aspirante en Francia que suponía que podía sin ofensa a Dios
participar en las ceremonias del papado siempre y cuando su mente se dedicara a la
religión verdadera. Véase E , 1986b, p. 236.
73. B
, 1991, p. 247.
74. R
, «Capítulo cuarto del Evangelio de Mateo», pp. 394-396.
75. Ibid., p. 382.
76. Ibid., p. 397.
77. Ibid., p. 380.
78. Ibid., p. 392.
79. Ibid., p. 397.
80. Ibid., p. 396.
81. Ibid., pp. 385-389.
82. Ibid., p. 391.
83. Ibid., p. 383.
84. R
, Declaración, o Confessión de Fe, cap.
, §3, p. 287.
85. I ., «Capítulo cuarto del Evangelio de Mateo», pp. 384 y 392.
86. Ibid., p. 392.
87. R
88. R
89. K
90. R
-F
, 2004, p. 217.
, Declaración, o Confessión de Fe, cap.
, §12, p. 301; cap.
, §1, pp. 293-294.
, 1975, p. 82.
, Declaración, o Confessión de Fe, epístola §4, p. 259.
91. I ., «Comentario al Evangelio de Juan», p. 80.
92. I ., Declaración, o Confessión de Fe, prefacio §§1-2, pp. 260-261; cap.
, §3, p. 286.
93. I ., «Response de Cassiodore», vol. 2, pp. 197-198.
94. I ., Declaración, o Confessión de Fe, epístola §1, p. 255.
Autor
Steven Griffin
Seminario
Guatemala
Teológico
Centroamericano,
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© Casa de Velázquez, 2018
Condiciones de uso: http://www.openedition.org/6540
Referencia electrónica del capítulo
GRIFFIN, Steven. Desde el exilio alemán y londinense: Casiodoro de Reina y la
eclesiología del desplazamiento In: Reforma y disidencia religiosa: La recepción de las
doctrinas reformadas en la península ibérica en el siglo
[en línea]. Madrid: Casa de
Velázquez, 2018 (generado el 09 octobre 2019). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/cvz/5822>. ISBN: 9788490961759.
Referencia electrónica del libro
BOEGLIN, Michel (dir.) ; FERNÁNDEZ TERRICABRAS, Ignasi (dir.) ; y KAHN, David
(dir.). Reforma y disidencia religiosa: La recepción de las doctrinas reformadas en la
península ibérica en el siglo
. Nueva edición [en línea]. Madrid: Casa de Velázquez,
2018
(generado
el
09
octobre
2019).
Disponible
en
Internet:
<http://books.openedition.org/cvz/5657>. ISBN: 9788490961759.
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