¿Violencia en la intervención? Una
mirada crítica desde la psicología social
Por Manuel Andrés Villanueva Estudillo
XII Coloquio del Departamento de Educación y Comunicación,
Oaxtepec, Morelos, 5 de noviembre de 2015
1-¿Violencia del investigador?
-La violencia como preocupación creciente en las ciencias sociales que realizan
intervención.
Actualmente no podemos abordar el tema de la intervención si no es como producto de la
modernidad, con una ética determinada por ideas modernas: es por ello que ante el
pesimismo posmoderno la intervención es todavía una herramienta del hacer y del pensar
un futuro distinto, manteniendo la noción del hombre como arquitecto de su destino, en
este caso el cambio social.
Para reflexionar sobre la violencia debemos recordar que los orígenes de la intervención
se hayan en la antropología del siglo XIX, la influencia de Malinowski y la herencia de dos
problematizaciones:
La violencia como supuesta condición ineludible.
La demanda como ilusión.
Estos temas que se esbozaron en su momento cobraron fuerza con la crítica
contemporánea a la antropología que ayudó en los procesos colonizadores; mientras que
sobre la psicología se pasea la sombra de la normalización de la otredad que hay que
reconducir casi a cualquier precio.
Es esas modalidades donde la técnica como “estructura deshumanizada e instrumental es
lógica y objetiva” (Sánchez Vidal), nos remite a un pensamiento positivista de la
intervención social, metodológicamente es el negativo de lo que nos interesa en las
intervenciones cualitativas, particularmente en la psicología social.
Aquí aparece un componente clave para la diferenciación metodológica y epistemológica:
la ética, cuyo campo implica los valores puestos en juego en la reflexividad sin la búsqueda
de ningún perfeccionamiento, sino fijando la atención en cómo se produce el
conocimiento, en lugar de hablar del qué, de los resultados obtenidos mediante tal o cual
técnica.
Es en la metodología cualitativa que la violencia tiene lugar en la reflexión epistemológica
y en el acto mismo de intervenir, mientras que en la positivista es pasada por alto en la
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obtención de datos y aparece sobre todo en la interpretación de los mismos, por ello cabe
preguntarnos lo siguiente:
¿Dónde se aloja la violencia al otro? Una respuesta posible es la normatividad que el
investigador desconoce y que también los sujetos del campo reciben como imposición la
normatividad de la metodología cuando esta es inflexible y cerrada. Entonces ¿al
intervenir se crea una nueva normatividad producto del encuentro? Hasta cierto punto
podría decirse que sí, por lo que adecuarse al entorno donde se interviene es la primera
condición para paliar esa violencia inicial, aunque siempre estará jugándose la extrañeza.
Es preciso reconocer el marco normativo en el que se entra aunque en no pocas ocasiones
este es aprendido a partir de la violación de estos marcos, lo que ya nos permite pensar en
qué estamos haciendo, en los efectos que se están produciendo y que conformarán un
texto de análisis y guía para futuras etapas de la estrategia de intervención.
Hay una asimetría fundada en la diferencia porque al ojo común rara vez se interviene con
pares, sino con otros distintos y que se diferencian del interventor. Es ahí que algunos
acusan la dificultad de un vínculo con el otro, ¿pero entonces me pregunto si solo cabría la
posibilidad de un vínculo entre “iguales”? Considero que todo vínculo debería fundarse
sobre el reconocimiento de la diferencia y con y no a pesar de ella.
En este sentido en ocasiones se piensa que las intervenciones, más allá de su duración,
suponen romper la continuidad de lo cotidiano, pero es que esas intervenciones no están
buscando conocer con el otro sino sobre el otro en una lógica positivista. Esta sola
diferencia en el lenguaje, marca a mi parecer toda una diferencia metodológica y
epistemológica en la aproximación que hacemos con los otros, si nos interesa saber de
ellos, vaciar su información como si fueran vasijas o en verdad aproximarnos al sentido
que tienen sus pensamientos y acciones para a partir de ello hace algo colaborativamente.
Mencionaba el tema de la demanda como herencia problemática porque se la piensa
como justificación para algunas barbaridades de los interventores, sin embargo en la
crítica la demanda se ha llegado al punto de pensar que implica una incapacidad, como si
fuera la enunciación de la impotencia de hacer, pensar o expresar algo.
-la intervención pedida. En estos casos me parece que quedan de manifiesto las
asimetrías porque hay uno que pide ser intervenido y a menudo esto supone colocar al
otro en lugar de saber y por tanto de poder. Es lo que ocurre, desde nuestra práctica
como psicólogos, en las intervenciones que nos piden con fines terapéuticos
fundamentalmente. El rol del psicólogo en la sociedad es usualmente el de aquellos que
saben sobre la condición humana y a la que acuden los supuestos débiles a solicitar
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“ayuda” para “curarse”, cuando no es que los solicitantes son otros que piden la
intervención sobre el supuesto enfermo. Es aquí donde la ética tiene que aparecer como
condición para poder responder a la demanda.
-La intervención NO pedida. Se demuestra más clara la violencia del desear saber sobre el
otro, pero la aproximación a ese conocimiento da la pauta para el vínculo: ¿quiero saber
del otro o construir con el otro?
En este caso me parece que no siempre se tiene en claro que la intervención es siempre
producto de un deseo singular: algo que quiero saber o que ocurra respecto al otro pero
que finalmente me devuelva algo a mí mismo, el reconocimiento de los propios deseos del
interventor es indispensable de la reflexión epistemológica.
Pero también hay que pensar que la intervención opera en dos vías: es un ida y vuelta
donde el otro interviene en mí como investigador, me interpela cuando me permito ser
afectado desde la apertura a la experiencia del otro, al vínculo pensado a partir de la
ineludible diferencia, aceptando que es ahí donde está lo sustancial de la intervención.
2-La ética y la política como alternativas a la violencia.
Si para unos parece que la intervención es la violencia fundada en la voluntad de un grupo
de curiosos ¿Para qué intervenimos? ¿Para normalizar la desigualdad, para una
terapéutica que anestesie conciencias o mejor para colaborar desde nuestro lugar a
cambios significativos por pequeños que estos sean? ¿Cómo intervenir la violencia si este
acto es violento en sí mismo?
El punto de partida sería reflexionar sobre una intervención ética, política y
epistemológicamente válida y académicamente pertinente es el reconocimiento del otro
como sujeto capaz de generar conocimiento y poseedor de saberes por sí mismo, con y no
sobre el cual podemos construir algo nuevo en una relación horizontal en tanto ambos
son sujetos que comparten problemáticas sociales. Además se interviene sobre
problemáticas que afectan a determinados sujetos, por ello no se violenta la
inmaterialidad de un concepto (trauma, represión) sino con sujetos que viven un proceso
en el que estamos interesados y somos parte desde algún lugar.
La intervención obliga a la construcción de una ética que no podrá ser única ni universal
en los sentidos filosóficos, sino adecuada a la diferencia que se traduce en una extrañeza
constante que cada encuentro con el otro supone.
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La intervención entendida en su dimensión política solamente puede aspirar a trabajar
con la autonomía, a cuestionar lo dado para transformarlo, más todavía en nuestro
contexto latinoamericano y nacional donde vivimos en una constante violencia:
estructural, simbólica, cultural, de género, económica… si no intervenimos ética y
políticamente comprendiendo que la violencia puede bordearse en pos de una
construcción entre sujetos investigadores y sujetos sociales entonces nos quedaremos en
una pasividad indiferente.
¿Intervenir para la autonomía? Si la autonomía es algo que acontece pero no una
condición prevaleciente ¿cómo se puede intervenir a favor de un fenómeno apenas
durable? Acaso se me ocurre que un proceso que incluya momentos de autonomía
posibilita pensar en frutos para el presente, por difícil que sea notarlo mientras ocurre,
pero sobre todo al futuro para que sea una base de que lo fue posible lograr para seguir
actuando en aras de lo que debe ser a pesar de las vicisitudes.
Metodológicamente la violencia aparece desde los dispositivos y su creación histórica, a
qué apunta, qué y cómo se busca obtener información. Pero si la estrategia metodológica
articula lo que sujeto investigador y sujeto del campo intervenido buscan, unos al trabajo
académico y otros responder a sus necesidades, ¿habría una violencia en el medio? Podría
argumentarse que la asimetría se hace presente, pero el trabajo conjunto podría
desdibujarla cuanto se trabaja para producir autonomía, por pequeños que parezcan estos
logros.
FINALMENTE:
Con la ética presente, la intervención tiene un carácter instrumental y consciente para
servir a los objetivos del investigador, mientras que si esta no está la metodología y su
perfeccionamiento se encuentran en una lógica positivista y deviene en un fin en sí
mismo.
Preguntarse por la violencia de la intervención es un acto ético en tanto que es una
reflexión epistemológica que incluye el vínculo con los otros, la reflexividad y el para qué
intervenir. Sin embargo considero que este escenario puede salvarse mediante estos
elementos precisamente: vincularnos con los otros a partir de la genuina apertura, del
interés por el otro en tanto diferente y ser capaz de producir conmigo un conocimiento o
el apoyo a un proceso de transformación.
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