Subido por Carlo Lopez

IMPLICANCIAS ECONOMICAS DE LA OTAN

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IMPLICANCIAS ECONOMICAS DE LA OTAN
La iniciativa de crear el tratado de libre comercio transatlántico, conocido como la OTAN
económica, entre EE.UU. y la UE está progresando. Ambas partes llevan años preparando estas
negociaciones sobre el mayor acuerdo comercial jamás alcanzado. Entre tanto, los ciudadanos
que no son conscientes de lo ocurrido en los círculos políticos y económicos se preguntan '¿por
qué no nos consultan?', enfatiza Monbiot.
Desde el principio, el tratado de libre comercio transatlántico fue impulsado por grandes
empresas y 'lobbies' que aseguran poder "cooperar" en el asunto. Entre tanto, se revela que
hasta hoy se han celebrado ocho reuniones sobre el tema entre grupos de la sociedad civil, y
con 119 empresas y sus 'lobbistas'. Sin embargo, a diferencia de las reuniones habituales, estas
se llevaron a cabo a puerta cerrada y no se dio ningún avance en las negociaciones. Es decir, el
alto secretismo es otro punto que preocupa a los expertos.
En opinión del profesor de Economía Joaquín Arriola, la iniciativa de crear el tratado de libre
comercio transatlántico no es más que un intento de imponer unas normas de negociación
comercial al resto del mundo. "Básicamente es, por un lado, un esfuerzo por tranquilizar o
transmitir ilusión a la ciudadanía, que está bastante escamada por las dificultades que están
teniendo los gobiernos para resolver la crisis y, por otro lado, desde el punto de vista del
comercio, que es importante -lo que se persigue y lo que es real- estas negociaciones tienen
como fin imponer unas normas para la negociación comercial al resto del mundo", dijo a RT
Arriola.
El proyecto de Barack Obama de crear una Zona de Libre Comercio Transatlántico no debe ser
analizado únicamente desde un punto de vista económico. El objetivo es dar a los países
miembros de la OTAN una identidad capitalista y de unirlos entre sí de manera definitiva. Visto
desde ese ángulo, ese proyecto es una manera de prolongar el predominio estadounidense
extendiéndolo a la Unión Europea en su conjunto. Pero también constituye una declaración de
guerra para todo el resto del mundo, en particular para los BRICS.
su mensaje sobre el Estado de la Unión, Obama lanzó una idea audaz, de apariencia comercial
inocua pero de enorme profundidad geoestratégica, ya que encubre la creación de un
superbloque holístico que representaría la máxima superpotencia militar y geoeconómica del
planeta (50% del PIB global y la tercera parte del comercio planetario). Se trata de la creación
de un bloque de libre comercio del Atlántico Norte (TAFTA, por sus siglas en inglés) entre los
tres países del TLCAN [1] –obviamente, ni permiso pidió el omnipotente presidente de Estados
Unidos a sus supuestos «socios» de Canadá y México– con 27 países de la Unión Europea. La
UE, si es que no se balcaniza antes y si finalmente se salva de la grave crisis del euro, podría
incorporar la cuadripartita Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas en
inglés: Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein) y quizá, siendo exageradamente optimistas,
mediante la «agenda de expansión europea», a los países balcánicos escindidos de la antigua
Yugoslavia e incluso a Turquía, donde se libra una batalla ontológica sobre su destino
euroasiático.
No hay que ser genios para ver que el audaz proyecto de Obama, susceptible de transformar
las coordenadas de la geopolítica global, ha sido concebido para contrarrestar el ascenso
irresistible de China, de por sí cercada doblemente: desde el punto de vista militar, por el
nuevo «pivote» de Obama –que ya empezó a cobrar sus frutos con la escalada de tensión en el
noreste asiático, tanto por el choque de intereses entre Japón y China sobre las islas Diaoyu,
como con la reciente prueba nuclear de Corea del Norte– y, desde el punto de vista mercantil,
por la creación del bloque comercial Alianza del Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) del
que curiosamente forma parte el «México neoliberal itamita», totalmente emasculado y
entregado al esquema geoeconómico/geopolítico de Estados Unidos.
La idea del TAFTA es añeja y fue considerada en la década de 1990, en la fase unipolar, cuando
Estados Unidos, en tiempos de la administración de Bill Clinton, anhelaba conquistar el mundo
subrepticiamente mediante tratados comerciales multisectoriales (como el fracasado ALCA [2]
proyecto para el continente «americano»). Ahora, en la incipiente fase multipolar, Obama
resucita el TAFTA, de mayor envergadura, con el fin de someter a China, cuyos medios de
prensa han permanecido apagados, para no decir perplejos, al respecto.
Nadie ha recibido el proyecto mercantilista de Obama en forma más ditirámbica que la prensa
británica y el primer ministro David Cameron, un fundamentalista neoliberal. A él se han
sumado con entusiasmo redentor tanto la atribulada canciller alemana, Angela Merkel, como
los apparatchiks de la Comisión Europea, con la notable reticencia del presidente francés,
Francois Hollande.
De lo que se ha escrito sobre el tema vale la pena resaltar la producción de Philip Stephens, del
Financial Times [3], portavoz de la globalización financierista, quien, al unísono de la euforia
del oligopolio multimediático anglosajón, afirma con euforia que el «Pacto Transatlántico
promete un premio mayor» con la resurrección del «orden político liberal que recientemente
parecía en retirada». Stephens vislumbra el advenimiento del TAFTA como un «fin
geopolítico»: la «economía como medio de un fin». No lo dice, pero se hace eco de un G-2
geopolítico entre las otrora poderosas geoeconomías hoy alicaídas a los dos lados el Atlántico
Norte.
Stephens ni siquiera oculta el desprecio británico hacia la Europa continental: «Europa ya no es
el centro del interés geopolítico de Estados Unidos» frente a los supuestos chantajes de
Vladimir Putin (Nota: aunque el autor no lo explica, seguramente se refiere al gas ruso y a la
detención de la expansión de la OTAN en el Cáucaso). El desprecio que expresa por el zar ruso
es superior incluso al que dedica a Europa: «el líder ruso es alguien que da risa más que
miedo». No comment!
Más allá de las cifras económicas (como «3,5 millones de millones de dólares en acciones de
inversiones compartidas») que sirven de plataforma de lanzamiento para la gran alianza
geopolítica en ciernes, se encuentra el «interés compartido para preservar un orden
internacional abierto basado en reglas como el mejor garante de la seguridad occidental».
¿Se apresta Estados Unidos a tragarse militarmente a la Unión Europea, hoy cruelmente
vapuleada con la grave crisis del euro y el espectro de su balcanización? ¿Llevará el pacto a una
unificación monetarista de las dos mayores divisas del planeta con un euro castrado y
totalmente sometido al dólar?
Stephens define el «poder» en términos modernos que se suman a las cifras secas del
economicismo y que condensa en la «seguridad que reside tanto en la amplia aceptación, de
normas y valores internacionales como en la fuerza militar bruta» con la «capacidad de
configurar los eventos». Se conforma con la consecución de 50% del total teórico del
proyectado pacto y fulmina contra los «tecnócratas», contra quienes los «políticos tendrán
que utilizar el látigo».
El problema es que tras más de tres décadas de «teología neoliberal», la clase política está en
vías de extinción frente a la proliferación contaminante de «tecnócratas» ignaros a quienes se
les ha desplomado su modelito financierista/monetarista.
Pese a sus disonancias cacofónicas y afónicas, Stephens no pierde de vista la realidad que
deben entender los «políticos» cuando los «tecnócratas» se encuentran discapacitados: «El
sistema emergente es una vez más multipolar y menos multilateral. El orden global ya no
pertenece a Occidente».
Lo importante («el verdadero precio»), a su juicio muy sesgadamente británico, reside en que
«el sistema permanezca arraigado en algunos valores universales –el imperio de la ley, la
seguridad colectiva, el respeto a la dignidad humana y la contabilidad gubernamental». Sin
duda alguna.
El grave problema es que el «Occidente neoliberal», presa del bárbaro y misantrópico
«síndrome de Shylock», ha olvidado sus valores humanistas trascendentales.
Aun sin contabilizar los obstáculos que parecieran infranqueables entre Estados Unidos y la
Unión Europea, si la paralizada ronda Doha y los choques culturales –que van desde los
alimentos genéticos alterados hasta los pollos clorados, pasando por la repulsiva
fragmentación o fracking [4]– son de por sí realmente ilustrativos, todavía queda por ver qué
tanta «risa» pueden provocar las ojivas nucleares de Vladimir Putin, precisamente en
momentos en que Washington y Bruselas ya dicen estar aterrados por las bombas nucleares
de Irán, que ni siquiera existen todavía.
¿Acabará el nuevo pacto invitando a Rusia a formar parte de su «OTAN económica»? ¿Lo
aceptará Vladimir Putin, quien prefiere jugar al pivoteo euroasiático entre la Unión Europea y
China?
¿Cuáles serán las medidas preventivas y defensivas de la cercada China, que cuenta
actualmente con las mayores reservas globales de divisas y que, pese a las Casandras
globalistas/Noratlantistas, sigue creciendo en forma impresionante?
Una probabilidad insondable todavía es que el pacto económico noratlántico tenga como
consecuencia un mayor acercamiento entre Rusia, la India y China), extensivo a los BRICS (o
sea, los tres países ya mencionados más Brasil y Sudáfrica), mientras que los demás países
tendrán que escoger por su cuenta y riesgo con cuál de los bloques van a jugar.
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