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Podría parecer innecesario denunciar una vez más el absurdo de un mercado omniscie1te,
omnipotente y autorregulador. La presente obra, sin embargo, demuestra que este aparente caos procede de una racionalidad cuya acción es subterránea, difusa y global. Dicha
lógica construye y define la esencia del neoliberalismo. Al explorar SJ génesis doctri1al, los
autores despejan numerosos malentendidos: no se trata de un retorno al liberalismo
clásico, ni un retorno a un capitalismo «puro», y sostener este contrasentido es no entender sus nuevos rasgos. Por múltiples vías, el neoliberalismo se ha irrpuesto como la nueva
razón del mundo, que hace de la competencia la norma universal de los comportamientos.
sin dejar intacta ninguna esfera de la existencia humana. Una lógica tan corrosiva erosiona hasta la concepción clásica de la democracia, e introduce formas novedosas de
sujeción que constituyen, para quienes las rechazan, un desafio político e intelec:ual
inédito. Sólo entendiendo esta racionalidad se le podrá oponer una verdadera resistencia
y abrir la puerta a otro porvenir.
Christian Laval es profesor de Sociología en la Universidad de París X Nanterre y director
del programa en el College international de philosophie. También es miembro del Centro
Bentham e investigador asociado del Instituto de la Fédérotion Svndicole Unitaire. Está
especializado en la filosofía utilitarista de Jeremy Bentham, sobre el cual ha publicado
varias obras, como La escuela no es uno empresa (2004), y en el análisis de las políticas
educativas de inspiración neoliberal. Actualmente participa en las revistas Revue du
MAUSS y Cités et La Pensée. Entre sus trabajos recientes destacan: L'Homme économique,
Essai sur les rocines du néolibéralisme (2007), La nouvelle école capitaliste (2011) y Marx au
combat (2012).
Pierre Dardot es docente y filósofo especializado en la obra de Marx y Hegel. Junto a
Cnristian La val, fundó en 2004 el grupo Ouestion Marx. En colaboración con este autor ha
publicado varios libros sobre Marx y su obra, como Souver Marx? (2007) y Marx, Prénom:
Korl (2012). que han despertado el interés de los grupos de izquierdas en diversos paises.
En La nueva razón del mundo, ambos desarrollan la genealogía de la representación
u;ilitarista más neoliberal, que Laval ya había iniciado en su libro Lo nouvelle école copitaliste, con el objetivo de contribuir a la renovación del pensamiento critico.
7 Ensayo sobre
la sociedad neoliberal
«Un aná lisis fundamental de la "sociedad neoliberal". Su cuerpo de investigación
trata la historia de las ideas, la filosofía y la sociología>>. Le Monde
«Este libro es una llamada urgente a impulsar la teoría crítica y social
del orden actual». Le Monde Diplomatique
IBIC:KCA
ISBN 978·84·9784· 744 ·5
gecij~
1!1111111111111111111 111111111
9 788497 847445
891021
Christian Laval y Pierre Dardot
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
,
LA NUEVA RAZON DEL MUNDO
Ensayo sobre la sociedad neoliberal
Christiatl Laval y Pierre Dardot
El salario de lo ideal
El paso de una bU1guesía propietaria a una bu¡guesía asalariada
Jean Claude Milner
De la riqueza al poder
Los orígenes del liderazgo mundial de Estados Unidos
Fareed Zakaria
Carisma
Análisis del.fenómeno carismático y su relación
con la conducta humana y los cambios sociales
Charles Lindholm
Imagine ... No copyright
Joost Smiers
Marieke van Schündel
El miedo al disenso
El disenso periodístico como expresión democrática
de las diferencias y no como provocación de violencia
Ana María Miralles
El sueño de la igualdad de oportunidades
Crítica de la ideología meritocrática
Ángel Puyol
Informar no es comunicar
Contra la ideología tecnológica
Dominique W olton
flistoria de las lenguas y los nacionalismos
Xabier Zabaltza
Multitudes inteligentes
Las redes sociales y las posibilidades de las tecnologías de cooperación
Howard Rheingold
La nouvelle raíson du monde, Christian Laval y Pien·e Dardot
© Éditions La Découverte, París, 2009, 2010
9 bis, rue Abel Hovelacque
75013 París
T
In dice
Traducción: Alfonso Diez
Diseño de cubierta: Elisabeth Pla Jund
Primera edición: marzo de 2013, Barcelona
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano en todo el mundo
©Editorial Gedisa, S.A.
Avda. Tibidabo, 12, 3°
08022 Barcelona (España)
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Preimpresión:
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Depósito legal: B. 297-2013
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Impreso por Romanya Valls, S.A.
Impreso en España
Prínted ín Spaín
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en
forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.
Introducción. A viso de crisis para la Europa neoliberal ...... .
Un error de diagnóstico .......................................................... ..
El neoliberalismo como racionalidad ........................................ .
La crisis generalizada de un modo de gobierno de los hornbres ..
Liberalismo clásico y neoliberalismo ........................................ ..
11
12
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17
23
Parte I
Los límites del gobierno
1. Crisis del liberalismo y nacimiento del neoliberalismo .. .
Una ideología demasiado estrecha ........................................... ..
La inquietud precoz de Tocqueville y de Mili .......................... .
La defensa del libre mercado .................................................... .
Contra la superstición estatal ................................................... ..
El nacimiento del cornpetencialismo de fin de siglo ................ .
El «nuevo liberalisn1o» y el «progreso social» ............................. .
La doble acción del Estado según Karl Polanyi ......................... .
El neoliberalismo y las discordancias del liberalismo ................. .
29
31
34
38
41
44
49
56
61
Parte II
La refundación intelectual
2. El Coloquio Walter Lippmann o la reinvención
del liberalismo ....................................................................... .
Contra el naturalismo liberal ................................................... ..
67
69
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
ÍNDICE
9
8
La originalidad del neoliberalismo . .. .. .. .. ... . .. .. .. .. .. .. ... .. .. .. .. .. .. .. ...
La agenda del liberalismo reinventado . .. .. . ... . .. .. .. .. ... .. .. .. .. .. .. .. ... .
Neoliberalismo y revolución capitalista......................................
El reino de la ley .. .. . ... .. .. ... . .. .. .. .. . ... . ... . .. ... . .. .. .. .. .. .. ... . ... . .. .. .. ... .. .
Un gobierno de las élites........ .. .. . .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . ... .. . ... .. .. .. .. .. .. .. ..
75
82
85
90
94
3. El ordoliberalismo entre «política económica»
y «política de sociedad» ........................................................
El «orden» (ordo) como tarea política . .. .. . .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ...
La legitin1ación del Estado por la econonúa
y su «suplem_ento social» ..... .............. ............. .. ......... ................ ...
El orden de con1petencia y la «constitución econónnca» . . ... .. .. ..
Política de <<ordenan1Íento» y política «reguladora>> . .. .. .. .. . .. .. ... ...
El ciudadano-consurnidor y la «sociedad de derecho privado»...
La «econonúa social de n1ercado>>: los equívocos de lo <<social»..
La «política de sociedad» del ordoliberalismo.............................
La pequeña en1presa con1o re1nedio a la proletarización............
La «tercera vÍa>>..........................................................................
104
109
111
114
118
121
127
129
4. El hombre empresarial.........................................................
Crítica del intervencionis1no .. .. .. . ... . .. .. .. .. . ... . .. .. .. .. . .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..
Una nueva concepción del mercado.........................................
El mercado y el conocimiento...................................................
El e1nprendinnento como modo del gobierno de sí . .. .. .. . .. .. ... . ..
Formar al nuevo emprendedor de masas . .. .. . .. .. .. .. . ... . .. .. .. .. .. .. .. ..
La universalidad del hombre-en1presa........................................
133
136
139
142
145
149
152
5. El Estado, fuerte guardián del derecho privado...............
Ni laissez-faire ni «fines sociales».................................................
El «orden espontáneo del1nercado» o «catalaxia».......................
La «esfera garantizada de libertad» y el derecho
de los individuos . . ... .. .. .. .. .. .. .. .. . .. ... . .. .. . .. .. .. .. .. .. . .. .. . ... .. .. . .. .. .. .. .. ..
El <<donnnio legítin1o de las actividades gubernan1entales>> y la
regla del Estado de derecho.......................................................
El Estado fuerte, n1~jor que la detnocracia.................................
157
158
160
99
99
165
171
182
Parte III
La nueva racionalidad
6. El giro decisivo . .. . .. . . . .. . . .. . . . . .. . .. . .. .. .. . .. . . ... .. ... . .. . .. .. .. .. ... .. ... . .. ...
Una nueva regulación mediante la competencia........................
El auge de capitalismo financiero...............................................
Ideología (1): el «capitalis1no libre»............................................
Ideología (2): el «Estado providencia>> y la des1noralización
de los individuos .. . .. . .. . . .. . .. . . . . .. . .. .. .. . .. .. . .. . .. ... . ... .. . .. .. .. . ... ... . .. .. .. ..
Disciplina (1): un nuevo sistema de disciplinas...........................
Disciplina (2): la obligación de elegir.........................................
Disciplina (3): la gestión neoliberal de la einpresa......................
Racionalidad (1): la práctica de los expertos
y de los administradores.............................................................
R.acionalidad (2): la «tercera vía» de la izquierda neoliberal........
189
194
200
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211
217
225
227
232
235
7. Los orígenes ordoliberales de la construcción europea . . .
Arqueología de los principios del Tratado Constitucional
Europeo .. .. .. .. . .. .. .. . .. .. .. ... . .. . .. . .. . .. .. .. . .. .. . .. . .. ... ... . .. . .... .. .. ... .. .. ... .. ..
La hegemonía del ordoliberalismo en la R.FA .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .
La construcción europea, bajo influencia...................................
¿Hacia la competencia entre legislaciones?.................................
247
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266
8. El gobierno empresarial........................................................
De la «gobernanza de en1presa» a la «gobernanza de Estado»......
Gobernanza n1undial sin gobierno mundial...............................
El modelo de la empresa .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .
La hipótesis del actor egoísta y racional .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .
Pub líe Choice y la nueva gestión pública .. .. .. .. .. . .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..
La con1petencia en el corazón de la acción pública .. .. .. .. .. ... .. .. ..
¿Una política de izquierdas?.......................................................
Una tecnología de control.........................................................
Gerencialismo y democracia política..........................................
273
277
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294
299
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311
317
321
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
10
9. La fábrica del sujeto neoliberal.. ......................................... .
El sujeto plural y la separación de las esferas ............................ ..
La rnodelización de la sociedad mediante la ernpresa ................ .
La «cultura de ernpresa» y la nueva subjetividad ........................ .
La en1presa de sí como ethos de autovalorización ..................... .
Las «ascesis del rendimiento» y sus técnicas ............... ·............... .
El management del alma y el management de la empresa .............. .
El riesgo: una dimensión de existencia y un estilo
de vida impuesto ..................................... ·· ·········· ·········........ ·······
«Accountabílity» ........................................ ···················......... ·······
El nuevo dispositivo <<rendimiento/ goce» ................................. .
De la eficacia al rendimiento ................... · ·. · ·· · ·· ·· ·· ··· ·· ........... · ·.. ·
Las clínicas del neosujeto .......................................................... .
El sufrimiento en el trabajo y la autonomía contrariada ................. .
La erosión de la personalidad ................................................... ..
La desmoralización ....................................... · .......................... .
La depresión generalizada ............................. · ........................... .
La desimbolización ............................... ·····················....... ········
La <<pewersión ordinaria» ........................ ·. ······· ········· .......... ······
El goce de sí del neosujeto ..................... ·····················. ··.. ··········
El gobierno del sujeto neoliberal ................................................. .
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326
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Conclusión. El agotamiento de la democracia liberal .......... .
Una racionalidad a-democrática ............. · ·. ·· ·· ·· · ·· · ·· ·· · .......... ·· ·· ·· ·
Un dispositivo de naturaleza estratégica .................................... .
Inventar otra guben1arnentalidad ............. · .. · ·· ·· · ·· ·· · ·· · ............ · ·· ··
Las contra-conductas como prácticas de subjetivación .............. .
383
385
391
395
402
Índice de nombres ................................ ·······································
411
Índice de contenidos ............................. ······································
421
Introducción
A viso de crisis para
la Europa neoliberal
«No hemos tenninado con el neoliberalismo»: tal era la primera frase de la
introducción a la primera edición francesa del libro, publicada en enero de
2009. Se trataba entonces de disipar lo antes posible las ilusiones que siguieron a la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Fueron n1uchos
los que, tanto en Europa como en Estados Unidos, anunciaron el fin del
neoliberalismo y dijeron que había llegado la época del «retomo al Estado» y
a la regulación de los n1ercados. Joseph Stiglitz recorría el planeta anunciando
«el fin del neoliberalisrno» y responsables de primera fila, corno el presidente
francés Nicolas Sarkozy, proclarnaban la intervención gubernamental en la
economía.
Estas ilusiones, peligrosas ya que podían provocar una desmovilización
política, no podían sorprendernos: se basaban en un error de diagnóstico
muy común que nuestro libro, precisamente, tenía con1o objetivo combatir. Equivocarse en cuanto a la verdadera naturaleza del neoliberalisrno, ignorar su historia, no ver sus profundos rnecanisrnos sociales y subjetivos, era
en efecto condenarse a la ceguera y a permanecer desarmados ante lo que
no iba a tardar en llegar: lejos de acarrear un debilitamiento de las políticas
neoliberales, la crisis ha llevado a su refuerzo brutal, en forrna de planes de
austeridad instaurados por Estados cada vez más activos en la promoción de
la lógica de la competencia de los mercados financieros. Nos parecía entonces, y nos parece hoy día más que nunca, que el análisis de la génesis y del
funcionamiento del neoliberalismo es la condición de una resistencia eficaz,
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
12
tanto a escala europea como a escala mundial. Así, aunque este libro pretende respetar los criterios de la investigación científica, no es «académico» en
el sentido tradicional del témuno, sino que se plantea, de entrada y ante
todo, cmno una obra de clarificación política en lo referente a esa lógica
normativa global que es el neoliberalismo. En pocas palabras: la con1prensión del neoliberalismo representa a nuestro n1odo de ver una cuestión de
alcance estratégico universal.
Un error de diagnóstico
Desde finales de la década de 1970 e inicios de la de 1980, el neoliberalismo
ha sido interpretado, por lo general, como si fuera al mismo tiempo una
ideología y una política económica directamente inspirada en esta ideología. El
núcleo duro de tal ideología estaría constituido por la identificación deltnercado con una realidad natural. 1 De acuerdo con esta ontología naturalista,
bastaría con dejar que dicha realidad actúe por sí misma para conseguir
equilibrio, estabilidad y crecimiento. Toda intervención del gobierno, por
el contrario, sólo podría desajustar y perturbar este curso espontáneo, de
modo que habría que fomentar una actitud abstencionista a ese respecto. El
neoliberalismo, entendido de esta forma, se presenta con1o una rehabilitación del puro y sirnple laissezjaíre. Considerado en su implementación
política y desde un punto de vista restringido fue analizado, de acuerdo con
la perspicaz observación de W endy Brown, «como un instrumento de la
política económica del Estado, con el desrnantelamiento de las ayudas sociales, de la progresividad del impuesto y otros útiles de redistribución de
las riquezas, por una parte, y la estimulación de la actividad sin trabas del
capital n1ediante la desregulación del sistema de la salud, el trabajo y el medio ambiente, por otra parte». 2 Aunque se admite que sí hay «intervención», se hace tan solo en el sentido de una acción mediante la cual el Es1. Este credo naturalista, que fue el de Jean-Baptiste Say y de Frédéric Bastiat, fue perfectamente formulado por el ensayista francés Alain Mine en estos términos: «El capitalismo
no puede hundirse, es el estado natural de la sociedad. La democracia no es el estado natural
de la sociedad. El mercado sí»; en Cambio 16, Madrid, diciembre de 1994.
2. Wendy Brown, Les habíts neufs de la politíque mondíale. Néolibéralísme et néoconservatísme,
Les prairies ordinaires, 2007, pág. 37. Este ensayo incisivo nos ayudó mucho a formular
nuestra propia comprensión del neoliberalismo.
AVISO DE CRISIS PARA LA EUROPA NEOLIBERAL
13
tado socavaría los fundatnentos de su propia existencia debilitando las
misiones vinculadas al servicio público que se le habían confiado. «<ntervencionismo» exclusivan1ente negativo, se podría decir, que no es nada n1ás
que la organización por parte del Estado de su propia retirada, siguiendo,
por lo tanto, un principio anti-intervencionista.
No es nuestra intención discutir la existencia y la difi1sión de esta ideología, como tampoco se trata de negar que tal ideología ha alimentado por
mucho tiempo las políticas económicas masivamente fomentadas desde los
años de Reagan y Thatcher, o que encontró en Alan Greenspan a su adepto
más entusiasta, con consecuencias que son bien conocidas. 3 Lo que Joseph
Stiglitz llamó con justicia «fanatismo deltnercado» es todavía hoy, por otra
parte, lo que m~jor saben fmnentar entre sus lectores el Wall Street.Journal o
The Economist, así como todos sus equivalentes en el mundo. 4 Pero el neoliberalisn1o está tnuy l~jos de reducirse a un acto de fe fanático en la naturalidad del mercado. El profundo error cometido por quienes anunciaron la
«muerte del liberalismo» fue confundir la representación ideológica que
acompaña a la instauración de las políticas neoliberales con la normatividad
práctica que caracteriza propiamente al neoliberalismo. Por este nwtivo, el
relativo descrédito que afecta hoy día a la ideología dellaíssezjaire no impide
en absoluto al neoliberalismo prevalecer más que nunca como sistema normativo dotado de cierta eficiencia, o sea, capaz de orientar desde el interior
la práctica efectiva de los gobiernos, de las empresas y, más allá de esto, de
nlillones de personas que no son necesariamente conscientes de ello. Porque
éste es, cierta1nente, el meollo de la cuestión: ¿cómo es posible que, a pesar
de las consecuencias más catastróficas a las que han llevado las políticas neoliberales, éstas sean cada vez más activas, hasta el punto de hundir a los Estados y las sociedades en crisis políticas y regresiones sociales cada vez más
graves? ¿Córno es posible que, desde hace treinta años, estas tnismas políticas
se hayan desarrollado y que se haya profundizado en ellas sin tropezar con
resistencias masivas que las impidan?
La respuesta no se limita, ni puede limitarse, a los aspectos «negativos» de
las políticas neoliberales, es decir, la destn1cción programada de las reglarnentaciones y las instituciones. El neoliberalismo no es sólo destructor de reglas,
3. Reagan hizo de La ley, de Frédéric Bastiat, su libro de cabecera a comienzos de los
años sesenta; véase Alain Laurent, Le líbéralisme amérícain, Les Belles Lettres, 2006, pág. 177.
4. Joseph Stigliz, Un autre monde. Contre lefanatísme du marché, Fayard, 2006.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
AVISO DE CRISIS PARA LA EUROPA NEOLIBERAL
14
de instituciones, de derechos, es también productor de cierto tipo de relaciones sociales, de ciertas n1aneras de vivir, de ciertas subjetividades. Dicho de
otro n1odo, con el neoliberalismo lo que está en juego es, nada más y nada
menos, la jorma de nuestra existencia, o sea, el modo en que nos vemos llevados
a comportarnos, a relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. El
neoliberalisrno define cierta norrna de vida en las sociedades occidentales y,
más allá de ellas, en todas las sociedades que las siguen en el camino de la
<<Inodernidad». Esta nonna obliga a cada uno a vivir en un universo de com-petición generalizada, ünpone tanto a los asalariados corno a las poblaciones
que entren en una lucha econónúca unos con otros, sujeta las relaciones sociales al modelo del mercado, empuja a justificar desigualdades cada vez
mayores, transforma también al individuo, que en adelante es llamado a concebirse y a conducirse como una e1npresa. Desde hace más de treinta años,
esta norma de existencia preside las políticas públicas, rige las relaciones económicas rnundiales, remodela la subjetividad. Las circunstancias de este éxito
nom1ativo han sido descritas a menudo. Ya sea en su aspecto político (conquista del poder por las fuerzas neoliberales), ya sea en su aspecto económico
(auge del capitalismo financiero rnundializado), ya sea en su aspecto social
(individualización de las relaciones sociales a expensas de las solidaridades
colectivas, con la polarización extrema entre ricos y pobres), ya sea en su
aspecto subjetivo (aparición de un nuevo sujeto y desarrollo de nuevas patologías psíquicas). Todo ello son dirnensiones complementarias de la nueva
razón del mundo. Esto da a entender que se trata de una razón global, en los
dos sentidos que puede revestir el térrnino: es «mundial», porque es válida a
escala mundial y aden1ás porque, lejos de limitarse a la esfera económica,
tiende a totalizar, o sea, a «hacer mundo» mediante su poder de integración
de todas las dimensiones de la existencia hun1ana. Razón del mundo, es al
mismo tiempo una «razón-rnundo». 5
5. La idea de una razón configuradora de mundo se encuentra en Ma."X Weber, con la
limitación de que concierne esencialmente al orden económico capitalista, ese «inmenso
cosmos» que «impone al individuo atrapado en las redes del mercado las normas de su actividad económica» (La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Prometeo, 2003). Pero en un
pasaje de esta misma obra, consagrado al carácter «relativo» e «impersonal» del amor al prójimo en el calvinismo, encontramos la expresión «configuración racional del cosmos social». En
cierto sentido, y con la condición expresa de no reducir lo social a una dimensión entre otras
de la existencia humana, de la razón neoliberal se podría decir del modo más preciso que es
la razón de nuestro «cosmos social».
15
El neoliberalismo como racionalidad
La tesis que defiende este libro es precisarnente que el neoliberalismo, antes
que una ideología o una política económica es, de entrada y ante todo, una
racionalidad; y que, en consecuencia, tiende a estructurar y a organizar, no
sólo la acción de los gobernantes, sino tarnbién la conducta de los propios
gobernados. La racionalidad neoliberal tiene como característica principal
la generalización de la competencia corno nom1a de conducta y de la empresa como modelo de subjetivación. El término «racionalidad» no se ernplea aquí corr1o un euferrúsrno que pern1ite evitar pronunciar la palabra
«capitalisrno>>. El neoliberalismo es la razón del capitalismo contemporáneo, un
capitalismo sin el lastre de sus referencias arcaizantes y plenarnente asurrúdo
como construcción histórica y norma general de la vida. El neoliberalismo
se puede definir conw el conjunto de los discursos, de las prácticas, de los
dispositivos que determinan un nuevo modo de gobierno de los hombres
según el principio universal de la con1petencia.
El concepto de «racionalidad política» fue elaborado por M. Foucault en
relación directa con sus investigaciones consagradas a la cuestión de la «gubernamentalidad». Así, en la exposición del curso irnpartido en el College de
France durante el año 1978-79 -publicado con el título Nacirniento de la
biopolítica6- encontramos una presentación del «plan de análisis» elegido para
el estudio delneoliberalisrno: se trata, dice esencialrnente M. Foucault, «de
un plan de análisis posible -el de una "razón gubemarnental", es decir de
esos tipos de racionalidad que se han instaurado en los procedimientos mediante los cuales se dirige, a través de una adrrúnistración de Estado, la conducta de los hombres». 7 Una racionalidad política es pues en este sentido una
racionalidad <<gubemarnental».
Pero hace falta un mayor esclarecimiento acerca de esta noción de «gobierrlo>>: «se trata [... ], no de la institución "gobierno", sino de la actividad
consistente en regir la conducta de los hombres en un marco y con instru-
6. Michel Foucault, Naissance de la biopolitique, Seuil/Gallimard, París, 2004. Indicado en
adelante como NBP. Este curso constituye la referencia central que rige en todo el análisis
que tratarnos de hacer del neoliberalismo en la presente obra. [En español: Nacimiento de la
biopolítica. Curso en el College de France (1978-79), Fondo de Cultura Económica, 2007.]
7. NBP, op. cit., reproducido en Dits et écn"ts JI, 1976-1988, Quarto Gallimard, p. 823.
Sobre la noción de «racionalidad política», ver en la misma obra, pág. 818 y págs. 1645-1646.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
AVISO DE CRISIS PARA LA EUROPA NEOLIBERAL
17
16
mentas de Estado». 8 M. Foucault reton1a varias veces esta idea del «gobierno»
como <<actividad» rnás que con1o <<institución». Por ejen1plo, en el resun1en
del curso del College de France titulado Del gobierno de los vivos; esta noción
«se extiende al sentido amplio de técnicas y procedimientos destinados a dirigir la conducta de los hon1bres». 9 O bien, en el Prefacio a la Historia de la la
sexualidad, encontramos esta ilustración retrospectiva de su análisis de las
prácticas punitivas, cuando dice haberse interesado, sobre todo, en los procedimientos del poder, o sea, «la elaboración y la ünplementación, desde el
siglo XVII, de técnicas para "gobernar" a los individuos, en el sentido de
"conducir su conducta", y ello en dominios tan diferentes como la escuela,
el ejército, el taller». 10 El térnúno <<gubernarnentalidad>> fue introducido, precisamente, para significar las n1últiples fonnas de esa actividad mediante la
cual los hombres, que pueden pertenecer o no a un «gobierno», pretenden
conducir la conducta de otros hombres, o sea, gobernarlos.
Es bien cierto que el gobien1o, lejos de recurrir tan solo a la disciplina para
alcanzar al individuo en lo más íntüno, apunta últimamente a conseguir un
auto-gobierno del propio individuo, producir cierto tipo de relación consigo
mismo. En 1982, M. Foucault dirá que se había interesado cada vez n1ás <<en el
modo de acción que un individuo ejerce sobre sí rnisn1o a través de las técnicas
de sÍ», hasta el punto de an1pliar su prirnera concepción de la gubernamentalidad, demasiado centrada en técnicas de ejercicio del poder sobre los dernás:
<<Llarno guberna1nentalidad -escribe entonces- al encuentro entre las técni11
cas de donúnación ejercidas sobre los otros y las técnicas de sÍ>> . Así, gobernar
es conducir la conducta de los hombres, a condición de precisar que esta con~
ducta es tanto la que se tiene hacia uno mismo como la que se tiene hacia los
denlás. Por eso el gobierno requiere la libertad con1o su condición de posibilidad: gobernar no es gobernar contra la libertad o a pesar de ella, es gobernar
mediante la libertad, o sea, jugar activamente con el espacio de libertad dt:jado
a los individuos para que acaben sometiéndose por sí mismos a ciertas normas.
Abordar la cuestión del neoliberalismo por la vía de una reflexión política sobre el modo de gobierno 1nodifica, inevitablen1ente, la forma de enten-
8. NBP, pág. 324, reproducido en Dits et écrits II, op. cit., pág. 819.
9. Dits et écrits II, op. cit., pág. 944.
10. Dits et éaits II, op. cit., pág. 1401.
11. «Les techniques de soi», en Dits et écrits II, op. cit., pág. 1604. Aquí tomaremos el
término «gubemamentalidad» en este sentido ampliado.
derlo. En prin1er lugar, permite refutar los análisis sin1plistas en ténninos de
«retirada del Estado>> frente al mercado, ya que lo que se revela es que esta
oposición entre el n1ercado y el Estado es uno de los principales obstáculos
para caracterizar con exactitud el neoliberalismo. En contra de lo que se ve
en una percepción inn1ediata y de la idea, den1asiado sin1plista, de que son
los n1ercados los que, desde el exterior, han conquistado los Estados y les
dictan las políticas a seguir, son ciertan1ente los Estados -empezando por los
n1ás poderosos entre ellos- los que han introducido y universalizado en la
economía, en la sociedad y hasta en su propio seno, la lógica de la competencia y el modelo de la ernpresa. No hay que olvidar nunca que la expansión de las finanzas de mercado, así como la financiación de la deuda pública
en los mercados de bonos son fruto de políticas deliberadas. Como se ve
incluso en la crisis actual en Europa, los Estados llevan a cabo políticas nmy
<<intervencionistas>> con el objetivo de modificar profunda1nente las relaciones sociales, así como el papel de las instituciones de protección y educación,
orientando los comportanúentos n1ediante la introducción de una competencia generalizada entre los sujetos; y ello es así porque los mismos Estados
están inmersos en un campo de competencia regional y mundial que los
conduce a actuar como lo hacen. Una vez más, se verifican aquí los grandes
análisis de Marx, de Weber o de Polanyi, de acuerdo con los cuales el mercado moderno no actúa solo, sino que siernpre se ha apoyado en el Estado.
Por otra parte, esto permite cmnprender que es una núsma lógica normativa la que rige las relaciones de poder y las fonnas de gobernar en niveles y
dorninios muy diferentes de la vida económica, política y social. Contrariamente a lo que plantea una lectura del mundo social que lo divide en campos
autónon1os y los fragr11enta en microcosn1os y tribus separadas, el análisis en
ténninos de gubernamentalidad destaca el carácter transversal de los rnodos
de poder ejercidos en una sociedad en una núsn1a época.
La crisis generalizada de un modo de gobierno
de los hombres
Al destacar la dünensión «productiva» del neoliberalis1no, un análisis de este
tipo pern1ite pensar la crisis actual de un modo distinto que con1o la consecuencia de un «exceso de las finanzas», como un efecto de «la dictadura de
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
18
los mercados», o incluso como una <<colonización» de los Estados por el capital. La crisis que atravesarnos se rnuestra entonces como lo que es: una
crisis global del neoliberalismo como modo de gobierno de las sociedades.
La crisis actual del euro no es una sirnple crisis <nnonetaria», como las
crisis de los países del Sur de Europa no son sin1ples crisis «presupuestarias>>,
ni la crisis mundial que se abrió en otoño de 2008 es una sirnple crisis «econónuca». La primera, considerada aisladamente, puede parecer una réplica
diferida de la crisis de las subprímes, una transición entre una crisis de la deuda
privada y una crisis de la deuda pública, debida a los efectos de los mercados
especulativos incontrolados. Pero esta visión es estrecha, incluso engañosa.
La crisis rnundial es una crisis general de la «gubernan1entalidad neoliberal»,
o sea, de un rnodo de gobierno basado en la generalización del rnercado y de
la cornpetencia. La crisis financiera está profundarnente ligada a medidas que,
desde finales de la década de 1970, introdujeron en la esfera de las finanzas
de Estados Unidos, así corno en la de las finanzas rnundiales, nuevas reglas
basadas en la instauración de una cornpetencia generalizada entre establecimientos bancarios y fondos de inversión, que los llevó a incrementar el nivel
de los riesgos asumidos y a difundirlos por el resto de la econornía con el
fin de acun1ular ganancias especulativas colosales.
Aunque ya es cosa coni.ente achacar la ni.sis al «nuevo régimen de acutnulación financiera», caracterizado por una inestabilidad cróruca en la que se
suceden la forn1ación de <<burbujas especulativas» y su estallido, no se destaca
lo suficiente que la financiarización del capitalismo a escala mundial es sólo
un aspecto de un conjunto de normas que han invadido progresivamente
todos los aspectos de la actividad económica, de la vida social y de la política
de los Estados desde finales de los años 1970. La autonomía y la inflación de
la esfera financiera no son las causas primeras y espontáneas de un nuevo
rnodo de acumulación capitalista. La hipertrofia financiera es, sin duda, el
efecto históricamente constatable de políticas que han estimulado la competencia entre los actores nacionales y 1nundiales del rnundo financiero. Creer
que los «rnercados financieros>>, un buen día, escaparon del control político
es un puro y simple cuento de hadas. Son los Estados y las orgaruzaciones
económicas mundiales, en estrecha connivencia con los actores privados, los
que fmjaron las reglas favorables al presente auge deltnercado financiero.
Mientras que la crisis financiera nortearnericana n1ostró sobre qué bases
inestables y productoras de desigualdad funciona el nuevo capitalismo rnun-
AVISO DE CRISIS PARA LA EUROPA NEOLIBERAL
19
dial (especulaciones cínicas del rnercado financiero, sucesión de burbujas cada
vez más gigantescas, son1etirniento a la deuda bancaria de las poblaciones, de
las clases pobres y los países periféricos, etcétera), la actual crisis europea muestra hasta qué punto los fundamentos de la construcción europea («el orden de
la competencia libre y no falseada») conducen a asirnetrías crecientes entre
países más o menos «competitivos». Y a que es ciertarnente este imperativo de
la «competitividad», que en todas partes es elogiada con1o úruco «remedio», lo
que da cuenta de la especificidad de la actual crisis europea. La carrera de la
competitividad, a la que Alemarua se lanzó a cornienzos de la década del 2000
con éxitos crecientes, no es sino el efecto de la irnplementación de un principio inscrito en la Constitución Europea: la cornpetición entre las economías
europeas, combinada con la existencia de una moneda úruca gestionada por
un Banco Central garante de la estabilidad de los precios, constituye en efecto
la base rnisma del edificio comunitario y el eje dominante de las políticas nacionales. Lo cual sigillfica que cada país rniembro es libre de utilizar el dumping
fiscal más hostil para atraer a las multinacionales y a los contribuyentes rnás
ricos, libre de bajar elruvel de los salarios y de la protección social para crear
empleo a expensas de sus vecinos, libre de buscar la bajada de los costes de
producción deslocalizándola, del todo o en parte, libre de reducir la inversión
pública y el gasto, también en salud y educación, para poder disrninuir elruvel
de las contribuciones obligatorias y los impuestos.
Corno principio general de gobierno, la «cornpetitividad» representa precisamente la extensión de la norrna neoliberal a todos los países, a todos los
sectores de la acción pública, a todos los dorninios de la vida social, y la puesta en marcha de esta norma es lo que conduce a disrrunuir en todas partes,
simultánearnente, la demanda -con la excusa de hacer que la oferta sea rnás
«competitiva»-, a introducir la competencia entre los asalariados de los países europeos y de los otros países del mundo, con la consecuencia de una
deflación salarial y desigualdades crecientes.
La actitud de la casa Renault en España es a este respecto muy ilustrativa:
rnientras que la dirección del grupo elogia la competitividad de los asalariados españoles ante los trabajadores franceses, en España no duda en destacar
el ejemplo de Rmnanía para pedir a los asalariados que trabajen gratuitamente los sábados. 12
12. Véase Le Monde 08-11-2012, «En France, Renault veut une compétitivité espagnole».
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
20
AVISO DE CRISIS PARA LA EUROPA NEOLIBERAL
21
¿Cómo explicar esta carrera suicida por saber quién será el can1peón de la
austeridad? ¿Hay que achacarlo a una falta de lucidez o, más profundan1ente,
ver en ello la consecuencia del propio 1necanismo de la con1petencia? En el
interior de un sisten1a europeo basado en la competencia y la moneda única,
la presión especulativa de los inversores privados en el mercado de la deuda
pública y la presión ejercida por las agencias de calificación, por no mencionar la imposibilidad de devaluar, son otros tantos aspectos de una misma lógica disciplinaria dotada de una ten1ible eficacia para deprin1Ír los salarios y
disminuir la protección social. Resulta incomprensible la obstinación, hasta
el fanatistno, con el que los expertos de los gobiernos de la Unión Europea
y del FMI persiguen una política llamada de <<austeridad», si no se ve que
están atrapados en un n1arco normativo, tanto mundial como europeo, hecho de reglas privadas y públicas y de «consensos>> que tienen valor de conlpromiso de cara al futuro, construidos activatnente por ellos n1isn1os a lo
largo de decenios. Incapaces de romper con este marco y sin querer hacerlo,
se ven arrastrados en una fuga hacia adelante para adaptarse cada vez más a los
efectos de su propia política anterior. En este sentido, los planes de austeridad
que disminuyen los ingresos de la gran 1nasa de la población son inseparables
de la voluntad de gestionar las economías y las sociedades con10 empresas
«lanzadas a la competición mundial».
Aquí y allá, donde todavía quedan espacios para la crítica, se condenan los
«errores» de las políticas de austeridad europeas que, repitiendo las de los años
1930, agravan la depresión dondequiera que se instauran, llevando a sociedades enteras a una regresión social hace poco inimaginable. Paul Krugman
reclan1a desde hace años un relanzanlÍento del gasto público para volver a
poner en marcha la máquina. 13 Pero hay que ir más lejos en el análisis para
comprender mediante qué encadenanuentos mortíferos los gobiernos «técnicos>> instaurados en Grecia, España, Portugal o Italia, pero también el gobierno «socialista» francés, se ven conducidos a llevar a cabo políticas tan contrarias al «buen sentido», ya que reducen la demanda y matan el empleo,
cuando deberían ser expansionistas y creadoras de actividad.
Mentes keynesianas o postkeynesianas bienintencionadas pueden poner
de relieve hasta qué punto estas políticas aplicadas en Europa del Sur, no
sólo son contrarias al bienestar de la mayoría, sino igualn1ente suicidas para
13. Paul Kmgman, End this Depression now, Norton & Company, 2012.
el crecimiento, incluso para la supervivencia de la construcción europea;
pero fracasarán al intentar convencer mediante sin1ples razonanuentos a los
dirigentes europeos, a los medios financieros y a todos los expertos y periodistas encargados de la justificación del suicidio colectivo. Seguir creyendo
que el neoliberalismo se reduce a no ser nlás que una «ideología», una
«creencia», un «estado de ánimo», que los hechos o~jetivos, debidamente
observados, bastarían para disolver de la n1Ísrna n1anera que el sol disipa las
nieblas matinales, es equivocarse de combate y condenarse a la impotencia.
El neoliberalismo es un sistema de nom1as ya profundamente inscritas en
prácticas gubernamentales, en políticas institucionales, en estilos einpresariales. Y también hay que precisar que este sistema es tanto más «resilíente»
cuanto que excede ampliamente a la esfera 1nercantil y financiera donde
reina el capital: lleva a cabo una extensión de la lógica del mercado mucho
más allá de las estrictas fronteras del mercado, especialmente produciendo
una subjetividad «contable» mediante el procedimiento de hacer competir
sistemáticamente a los individuos entre sí. Piénsese, en particular, en la generalización de los métodos de evaluación, surgidos de la empresa, en la
enseñanza pública: la larga huelga de los profesores de Chicago en septiembre de 2012 puso freno, al menos mon1entáneamente, a un proyecto de
evaluación de los docentes en función de la tasa de éxito de sus alumnos,
valorados mediante tests hechos a n1edida para permitir la calificación de los
profesores por parte de sus alun1nos, con la posibihdad de despedir a aquéllos cuyo alumnado obtuviera resultados insuficientes. Piénsese, igualmente,
en el modo en que el endeudamiento crónico es productor de subjetividad
y acaba convirtiéndose en un verdadero «modo de vida>> para cientos de
miles de individuos: el rnovitniento de los estudiantes quebequeses permitió
evidenciar la lógica infernal del endeudamiento de por vida, in1puesto por
el alza bn1tal de los derechos de matrícula.
De lo que se trata en todos estos t:je1nplos es de la construcción de una
nueva subjetividad, lo que llamamos una «subjetivación contable y financiera», que no es sino la fon11a más lograda de la subjetivación capitalista. Se
trata, de hecho, de producir una relación del sujeto individual consigo n1Ísmo que sea hmnóloga a la relación del capital consigo n1isn1o: una relación,
precisamente, del sujeto con él mismo con1o «capital humano» que debe
aumentar indefinida1nente, o sea, un valor que hay que incre1nentar cada vez
más. Como se ve, no se trata tanto de teorías falsas que hay que con1batir, o
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
22
de conductas imnorales que hay que denunciar, corno de todo un marco
nom1ativo que hay que desmantelar para sustituirlo por otra «razón del mundo». Esto es lo que está en juego en las luchas sociales actuales, que decidirán
la prolongación o incluso la radicalización o, por el contrario, el fin de esta
lógica neoliberal.
En cuanto al Estado, con el que algunos todavía cuentan ingenuamente
para que «controle>> los rr1ercados, la crisis ha mostrado hasta qué punto se
erigía en co-productor 1nuy voluntario de las norrnas de competitividad, a
expensas de todas la consideraciones de salvaguarda de las condiciones míninlas de bienestar, de salud y educación de la población; pero tarr1bién ha
mostrado que, mediante su defensa incondicional del sistema financiero, estaba implicado en las nuevas forrnas de sornetimiento de los asalariados al
endeudarniento de masas característico del füncionamiento del capitalismo
contemporáneo. En consecuencia, el Estado neoliberal no es un «instnlrrlento» que se pueda sorneter indiferenternente a finalidades contrarias. Con1o
«Estado-estratega» que interviene en la decisión de las inversiones y mediante normas, es una pieza de la rnáquina que es preciso cornbatir.
Al golpear a Europa, la crisis mundial ha actuado como un revelador
btutal y despiadado. Ha puesto al desnudo las ilusiones sobre las cuales hasta
ahora se había constnúdo: la creencia de que se podía construir la Europa
política sobre el éxito económico y la prosperidad rnaterial, «constitucionalizando>> las normas del equilibrio presupuestario, de la estabilidad rr10netaria y
de la competencia. La crisis de Europa es una crisis de sus fundamentos. No
bastará con <<reorientar» Europa hacia el crecirrliento, ni siquiera «resolver el
déficit dernocrático» adornando el gran rnercado con la superestructura institucional de un Estado federal pero dejando intactos sus fundamentos. N o es
el techo de la «casa Europa» el que es dernasiado frágil, sino sus cimientos,
que crujen por todas partes. En efecto, es necesario entender hasta qué punto los tres aspectos de la Europa actual están íntirnamente ligados entre sí:
constitucionalización de la competencia y de la regla de oro presupuestaria,
<<federalismo ejecutivo» que consagra la primacía de lo intergubemamental y
secundariedad de los derechos sociales. 14
En particular, el hecho de que el Parlamento esté privado de todo poder
de iniciativa en materia de legislación, que la Comisión, instancia no elegida,
14. Recordemos que el artículo 210--2 del Tratado de Lisboa prohíbe a los Estados tomar
medidas dirigidas a una armonización social.
AVISO DE CRISIS PARA LA EUROPA NEOLIBERAL
23
sea la única habilitada para proponer leyes y disponga de un poder de bloqueo en materia legislativa, y que esta misma Comisión y el Consejo de
Ministros (exentos de cualquier responsabilidad ante el Parlamento) sean
considerados órganos independientes encargados de promover el «interés ge-·
neral>>, nada de ello se deriva de un concurso accidental de las circunstancias:
por el contrario, hay ahí una fuerte coherencia institucional, basada en el
principio antidemocrático de acuerdo con el cual la independencia respecto
de los ciudadanos es la mejor garantía para perseguir el interés general.
Así, hay que nifundar Europa. O sea, entendiendo bien este término: darle nuevos fundamentos. Contrariamente a los tratados precedentes, un acto
así no puede ser negociado e implementado por una instancia intergubemarnental, ni siquiera puede ser monopolio de un parlamento. Sólo puede ser
el acto de los propios ciudadanos europeos.
Liberalismo clásico y neoliberalismo
Aparte de esta cuestión, decisiva en lo político, abordar el estudio del neoliberalismo a partir del problerr1a de la gubemamentalidad produce por fuerza
ciertos desplazamientos con respecto a los planteamientos dominantes o las
líneas divisorias mejor establecidas. El presente volumen se propone examinar
las características diferenciales que especifican a la gubemarnentalidad neoliberal. No se trata aquí, por lo tanto, de tratar de restablecer una sirnple continuidad entre liberalismo y neoliberalismo, como se suele hacer, sino de destacar lo que constituye propiamente la novedad del «neo»-liberalisn1o. Esto
implica ir en dirección contraria a la tendencia que consiste en presentar el
neoliberalismo como un «retomo» al liberalismo de los orígenes o como su
<<restauración» tras el largo eclipse posterior a la crisis de los años 1890-1900.
En la izquierda, las consecuencias políticas de esta confusión de pensatniento son fácilmente discernibles. Dado que toda reglan1entación de la vida
econórrlica es considerada por definición corr1o a- o anti- liberal, se considerará obligado apoyarla, sin tener en cuenta su conterlido. O, peor aún, prejuzgando favorablemente dicho contenido. 15
1.5. Tal fue uno de los argumentos invocados constantemente por aquéllos de los responsables socialistas que militaron por la ratificación del Tratado Europeo durante la campaña del
referéndum en Francia.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
24
El «primer liberalisrno», el que toma cuerpo en el siglo XVIII, se caracteriza por la elaboración de la cuestión de los límites del gobierno. El gobierno
liberal está enn1arcado por «leyes» rnás o menos ensambladas unas con otras:
leyes naturales que hacen del hon1bre lo que es «naturalmente» y que deben
servir como límites a la acción pública; leyes económicas, igualnrente «naturales», que deben circunscribir la decisión política. Pero, rnás finas y flexibles
que las doctrinas del derecho natural y de la dogrnática del laissez-faire, las
técnicas utilitaristas del gobierno liberal persiguen orientar, estimular, combinar los intereses individuales para hacer que sirvan al bien general. Aunque
es cierto que hay en este primer liberalismo una primera concepción compartida del hon1bre, de la sociedad y de la historia, y también es cierto que
en él el problema de la limitación de la acción gubernamental es central, la
unidad del liberalismo «clásico» se tornará cada vez más problemática, como
lo ponen de manifiesto las vías divergentes que seguirán los liberales a lo
largo del siglo XIX, entre el dogmatismo del laissez~faire y cierto reformismo
social, divergencia que conducirá a una crisis cada vez rnás marcada de las
antiguas certezas. 16
La primera parte de este libro muestra que desde su acta de nacimiento,
durante la gran crisis de la década de 1930, el neoliberalisn10 introduce una
distancia, incluso una franca ruptura respecto de la versión dogmática delliberalisnw que se había impuesto en el siglo XIX. Y es que la gravedad de la
crisis de dicho dogmatismo obligaba a una revisión explícita y asumida de
la doctrina del laissezfaire. Combatir el socialismo y todas las versiones del
«totalitarisn1o» imponía un trabajo de refundación de las bases intelectuales
del liberalismo. En esta coyuntura de crisis económica, política y doctrinal,
se produce la refundación «neoliberal» de la doctrina, que tarnpoco entonces conduce a una doctrina enteramente unificada. En el Coloquio W alter
Lippmann de 1938 se esbozaron dos grandes corrientes: la con1ente del ordoliberalismo alemán, representada principalmente por W. Eucken y
W. R.opke, y la corriente austro-nortean1ericana, representada por Ludwig
von Mises y Friedrich Hayek.
La segunda parte permitirá establecer que la racionalidad neoliberal que
se despliega verdadera1nente en los años 1980-1990 no es la simple puesta en
práctica de la doctrina elaborada en la década de 1930, no se pasa de la teoría
16. La edición francesa del presente libro contiene cuatro capítulos consagrados a este
primer liberalismo.
AVISO DE CRISIS PARA LA EUROPA NEOLIBERAL
25
a su aplicación. Una especie de filtro, que no se debe a una selección consciente y deliberada, elige ciertos elementos a expensas de otros, en función
de su valor operatorio o estratégico en una situación histórica dada. Se trata,
no de la acción de una monocausalidad (de la ideología hacia la economía o
a la inversa), sino de una multitud de procesos heterogéneos que han conducido, en virtud de «fenómenos de coagulación, de apoyo, de refuerzo recíproco, de cohesionanúento, de integración>>, a un <<efecto global»: la instauración de una nueva racionalidad gubernamental, en el sentido antes definido. 17
En consecuencia, el neoliberalismo no es heredero natural del prin1er liberalismo, como tampoco constituye su traición, ni su extravío. No retoma
la cuestión de los límites del gobierno allí donde el liberalismo la había dejado. Ya no se pregunta por el tipo de límite que se debe asignar al gobierno
político: el mercado (Adan1 Sn1ith), los derechos (John Locke) o el cálculo
de utilidad Gere1ny Bentham). Sino, n1ás bien: ¿cómo hacer del n1ercado el
principio del gobierno de sí (Parte I). Considerado como racionalidad gubernan1ental, y no como doctrina más o menos heteróclita, el neoliberalisrno es
precisamente el despliegue de la lógica del mercado como lógica normativa
generalizada, desde el Estado hasta lo más íntin1o de la subjetividad (Parte II).
Es esta coherencia práctica y normativa, 1nás que la de las fuentes lústóricas y
las teorías de referencia, lo que funda nuestro planteamiento. Esclareciendo
el modo en que se imponen y funcionan a todos los niveles cierto tipo de
normas, nuestra finalidad no es sino contribuir a la renovación del pensamiento crítico y la reinvención de las forrnas de lucha.
17. Michel Foucault, Sécurité, territoire, population, op. cit., pág. 244. En este pasqje, el
autor sustituye la pregunta acerca de la asignación de una causa o fuente única por la de la
constitución o composición de los efectos globales como medio privilegiado de establecimiento de la inteligibilidad en la histmia.
Parte 1
Los lítnites del gobierno
1
Crisis del liberalistno y
nacitniento del neoliberalism.o
El liberalismo es un mundo de tensiones. Su unidad, desde el conúenzo, es
problemática. El derecho natural, la libertad del comercio, la propiedad privada, las virtudes del equilibrio del rr1ercado son cada uno, ciertamente, dogmas en el pensamiento liberal dominante a mediados del siglo XIX. Tocar los
principios sería quebrar la máquina del progreso y ron1per el equilibrio social. Pero este wlúggismo triunfante no ocupará él solo todo el terreno en los
países occidentales. A lo largo del siglo XIX se desarrollarán críticas tanto en
el plano doctrinal como en el político. Y es que en todas partes y en todos
los dominios, la «sociedad» no se dt:ja reducir a una serie de intercambios
contractuales entre individuos. La sociología francesa no había dejado de
decirlo al menos desde Auguste Comte, por no hablar del socialismo, que
denuncia la mentira de una igualdad tan solo ficticia. En Inglaterra, el radicalismo, después de haber inspirado las refonnas nlás liberales de la asistencia
a los pobres y de ayudar a la promoción del libre intercambio, alimentará una
oposición a esa metafisica naturalista e incluso impulsará refonnas deinocráticas y sociales a favor deltnayor nún1ero.
La crisis del liberalismo es ta1nbién una crisis interna, lo cual se suele olvidar cuando se insiste en hacer la lústoria delliberalisn1o cmno si se tratara de
un coqms uruficado. Desde n1ediados del siglo XIX, elliberalisn10 expone líneas de fractura que se irán profi.Jndizando hasta la Prin1era Guerra Mundial
y el período de entreguerras. Las tensiones entre dos tipos de liberalisn1o, el
de los reformadores sociales que defienden un ideal de bien con1ún, y el de
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
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los partidarios de la libertad individual como fin absoluto, en realidad nunca
cesaron. 1 Este desgarramiento, que reduce la unidad delliberalisrno a un simple mito retroactivo, constituye propiamente esa larga «crisis del liberalismo»
que va desde los años 1880 hasta la década de 1930 y que ve cón1o poco a
poco se van cuestionando dogmas en todos los países que se industrializan,
donde los reformadores ganan telTeno. Este cuestionamiento, que a veces
parece conciliarse con las ideas socialistas de dirección de la economía, constituye el contexto intelectual y político del nacimiento del neoliberalisrno en
la prin1era rnitad del siglo xx.
¿De qué naturaleza es esta «crisis delliberalisrno»? Sin duda, Marcel Gauchet tiene razón cuando identifica, entre sus aspectos, un problerna eminente:
¿de qué rnodo la sociedad que se ha liberado de los dioses para descubrirse
como plenamente histórica podría abandonarse a un destino fatal y perder, así,
todo control de su porvenir? ¿Acaso podría ser la autonornía humana sinónimo de irnpotencia colectiva? Tal corno lo plantea M. Gauchet: «¿Qué es una
autonomía que no se dirige a sí misma?>> El éxito del socialismo se debería
precisamente a que supo mostrarse -y en esto es digno sucesor del liberalismo- como encamación de la voluntad optimista de construir el porvenir. 2
Pero ello sólo es cierto si se reduce el liberalismo a la sola creencia en las virtlldes del equilibrio espontáneo de los mercados y si se sitúan las contradicciones únicamente en la esfera de las ideas. Pero, como hemos visto, desde el
siglo xvm la cuestión de la acción gnbemarnental se planteó de forma mucho
rnás cornpleja. En realidad, lo que se acosturnbra llamar «crisis del liberalismo»
es una crisis de la gubemamentalidad liberal, de acuerdo con el témuno de M.
Foucault, o sea, una crisis que plantea esencialmente el problen1a de la intervención política en materia económica y social, así como su justificación
doctrinaJ.3
Lo que estaba planteado con1o una limitación exterior a esta acción, en
particular los derechos inviolables del individuo, se convirtió en un puro y
sirnple factor de bloqueo del «arte del gobierno», en un momento en que
este último, precisamente, se ve confrontado a cuestiones económicas y so-
1. Para la presentación de estas dos fomus de liberalismo, véase M. Freeden, Liberalism
Divided. A Study in British Política[ Thought 1914-1939, Clarendon Press, Oxford, 1986.
2. Véase Marcel Gauchet, La Crise du liberalisme, vol. 11, L'Averzement de la démocratie,
Gallimard, París, 2007, pág. 64 y siguientes y pág. 306.
3. Véase Michd Foucault, NBP, op. cit., pág. 71.
ciales a la vez nuevas y apremiantes. Lo que hace entrar en crisis al liberalismo
dogrnático es la necesidad práctica de la intervención gubernamental para
hacer frente a las mutaciones en la organización del capitalisrno, los conflictos
de clase que amenazaban a la «propiedad privada>> y las nuevas correlaciones de fi1erza internacionales. 4 Solidarismo y radicalismo en Francia, fabianismo y liberalismo social en Inglaterra, nacimiento del «liberalisrno» en el sentido norteamericano del térrnino, son tanto los síntornas de esta crisis del
modo de gobierno como algunas de las respuestas que se produjeron para
responder a ellos.
Una ideología demasiado estrecha
Mucho antes de la Gran Depresión de los años 1930, la doctrina del libre
mercado no conseguía integrar los nuevos datos del capitalismo tal como se
había desarrollado durante la larga fase de industrialización y urbanización,
mientras que cierto número de «viejos liberales» no querían renunciar a sus
proposiciones más dogmáticas.
La constatación de la «debacle del liberalismo» iba mucho más allá de los
medios socialistas o reaccionarios más hostiles al capitalismo. Todo un conjunto de nuevas tendencias y realidades obligaron a revisar a fondo la representación de la economía y la política. El «capitalismo histórico» correspondía cada vez 1nenos a los esquemas teóricos de las escuelas liberales cuando
hacían florituras idealizando las «am10nías económicas». En otras palabras, el
triunfo liberal de mediados del siglo XIX fue poco duradero. Los capitalisrnos
norteamericano y alemán, las dos potencias emergentes de la segunda mitad
del siglo, demostraban que el modelo atomístico de agentes económicos independientes, aislados, guiados por la preocupación por su interés bien entendido y cuyas decisiones estaban coordinadas por la competencia de nlercado, ya no correspondía a las estn1cturas y a las prácticas del sisterna industrial
y financiero realmente existente. Este últirno, cada vez más concentrado en
ramas principales de la econon1Ía, dmninado por una oligarquía estrechamente imbricada con los dirigentes políticos, se regía por «reglas de juego»
4. Cada país ha conocido, en fi.mción de sus tradiciones políticas, su propia forma de
renovación del liberalismo. Sin duda, Francia tuvo en el republicanismo de fin de siglo y en
las doctrinas solidaristas su forma singular de repensar las tareas gubernamentales.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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que no tenían nada que ver con las concepciones rudimentarias de la «ley de
la oferta y la den1anda>> de los teóricos de la econon1Ía ortodoxa. El reino
de algunos autócratas al frente de compañías gigantescas que en los Estados
Unidos controlaban los sectores del ferrocarril, del petróleo, de la banca, del
acero, de la química -quienes en la época fueron calificados como «barones
ladrones» (robber barons)- daba pie quizás al nacimiento de la mitología del
se!f-made man, pero al misn1o tiempo d~jaba sin crédito a la idea de una coordinación annoniosa de los intereses particulares. 5 Mucho antes de la elaboración de la «competencia imperfecta>>, del análisis de las estrategias de la
empresa y de la teoría de los juegos, el ideal de una competencia de mercado
perfecta ya parecía quedar muy lejos de las realidades del nuevo capitalismo
de grandes dimensiones.
Lo que el capitalismo clásico no había integrado suficientemente era,
precisamente, el propio hecho de la empresa, de su organización, sus fom1as
jurídicas, la concentración de sus medios, las nuevas formas de competencia.
Las nuevas necesidades de la producción y de la venta reclamaban una «gestión científica», que nwvilizara ejércitos industriales enmarcados en un sistema jerárquico de tipo militar, por parte de personales cualificados y abnegados. La en1presa nwdema, cornpuesta de una multiplicidad de divisiones,
administrada por especialistas de la organización, se había convertido en una
realidad que la ciencia econónlica dominante todavía no conseguía conlprender, pero que mentes menos preocupadas por los dogn1as, particularmente rrmchos economistas <<institucionalistas», habían empezado a sorneter
a examen.
La aparición de los grandes grupos cartelizados marginalizaba al capitalismo de pequeñas unidades, el desarrollo de las técnicas de venta debilitaba la
fe en la soberanía del consumidor, los acuerdos, las prácticas de donunación
y nunipulación de los precios por parte de los oligopolios, arruinaban las
representaciones de una competencia leal en provecho de todos. Una parte
de la opinión etnpezaba a ver en los businessmen a estafadores de altos vuelos
rnás que a héroes del progreso. La democracia política parecía definitivamente comprometida por los fenómenos masivos de corrupción en todos los
escalones de la vida política. Los políticos hacían el papel, sobre todo, de
marionetas en manos de los detentadores del poder del dinero. La «mano
5. Sobre este punto, véase M. Debouzy, Le Capítalisme «sau¡;age» aux États-Unís, 18601900, Seuil, París, 1991.
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
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visible» de los manage1~5, de los financieros y los políticos a ellos vinculados
había debilitado fonnidablen1ente la creencia en una «n1ano invisible» del
1nercado.
La inadecuación de las fórmulas liberales a las necesidades de n1ejora de las
condiciones de trabajo, incluso su incompatibilidad con las tentativas de reformas sociales hechas aquí o allí, constituyeron otro factor de crisis delliberalisn1o dogmático. Desde n1ediados del siglo xrx, con una intensificación a partir
de las primeras reformas de Bismarck -a finales de los años 1870 y a principios de los años 1880-, se asistió en Europa a un movimiento ascendente de
dispositivos, reglamentos, de leyes destinadas a consolidar la situación de los
asalariados y evitar todo lo posible que siguieran cayendo en la pauperización
obsesivamente presente durante todo el siglo XIX: legislación sobre el trabajo
de los niños, limitación de los horarios, derecho de huelga y asociación, indenmización por accidentes, jubilaciones obreras. La nueva pobreza, conectada con el ciclo de los negocios, era sobre todo lo que había que contrarrestar n1ediante n1edidas de protección colectiva y de seguridad social. Cada vez
más, la idea de que la relación salarial era un contrato que comprometía a dos
voluntades independientes e iguales, mostraba ser una ficción perfectarnente
al~jada de las realidades sociales en el n10mento de las grandes concentraciones
industriales y urbanas. Eltnovimiento obrero, en pleno desarrollo tanto en el
plano sindical como en el plano político, hacía que estuviera constanternente
presente la din1ensión altnismo tiempo colectiva y conflictual de la relación
salarial, desafiando la concepción estrictamente individual y «a11.11ónica» del
contrato de trabajo tal con1o Io pensaba la dognlática liberal.
En el plano internacional, el final del siglo XIX no se parecía en nada a
aquella gran sociedad universal y pacífica organizada de acuerdo con los
principios racionales de la división del trabajo ünaginada por Ricardo a principios de siglo. Protección aduanera y ascenso de los nacionalismos, imperia-·
lisn1os rivales y crisis del Fondo Monetario Internacional (FMI), surgían
con1o otras tantas derogaciones del orden liberal. Ni siquiera parecía ya cier~·
to que el libre intercan1bio debiera ser la fórn1ula de la prosperidad universal.
Las tesis de Friedrich List sobre la <<protección educativa» parecían más fiables
y adecuadas a las nuevas realidades: tanto Alemania como Nortean1érica
ofrecían igualmente el rostro de un capitalisn1o de grandes unidades protegido por barreras aduaneras muy elevadas, nuentras que Inglaterra veía como
sus propias posiciones industriales eran puestas en entredicho.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
34
La concepción del Estado corno «vigilante nocturno», difi.1ndida en Inglaterra por la Escuela de Manchester y en Francia por los econornistas doctrinarios sucesores de Jean-Baptiste Say, proporcionaba una visión singularrnente estrecha de las funciones gubernamentales (rnantenimiento del orden,
respeto de los contratos, eliminación de la violencia, protección de los bienes
y las personas, defensa del territorio contra los enemigos exteriores, concepción individualista de la vida social y econórnica). Lo que en el siglo xvm
constituía una crítica de las diferentes formas posibles del «despotisnlo>> se
había convertido progresivan1ente en una defensa conservadora de los derechos de propiedad. Esta concepción, muy restrictiva incluso en relación a los
campos de intervención de las «leyes de policía» irnaginadas por Stnith y
los dorninios de administración del Estado benthamiano, parecía cada vez
rnás desfasada fi·ente a las necesidades de organización y de regulación de la
nueva sociedad urbana e industrial de finales del siglo xrx. En otros ténninos,
los liberales no disponían de la teoría de las prácticas gubernatnentales que se
habían desarrollado desde rnediados de siglo. Lo que es peor, se aislaban y
parecían conservadores obtusos e incapaces de cmnprender la sociedad de su
tiernpo, aun cuando pretendían encarnar su n1ismo n1ovirniento.
La inquietud precoz de Tocqueville y de Mill
Esta «crisis delliberalisrno» a finales de siglo, lo que algunos han llamado el
sentirniento del «paraíso perdido del liberalismo», no estalló de repente.
Aparte de los socialistas o de los conservadores declarados, hubo, en el seno
misn1o de la gran corriente liberal, rnentes lo suficienten1ente inquietas como
para poner en duda tnuy pronto la creencia en las virtudes de la armonía
natural de los intereses y en el libre desarrollo de las acciones y las facultades
individuales.
Los intercambios intelectuales entre Tocqueville y Mili, por no tornar tnás
que un ejemplo, ilustran esta lúcida inquietud. Es entre 1835 y 1840 cuando
estos dos hmnbres conversan sobre las tendencias profundas de las sociedades
modernas, y en particular la tendencia del gobierno a intervenir de f()n11a tnás
extensa y detallada en la vida social. Quizás más que su viaje a Nortean1érica,
fueron los encuentros que tuvo Tocqueville durante su viaje de 1835 a Inglaterra los que le pernlitieron establecer la relación entre den1ocracia, centrali-
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
35
zación y unifonnidad. 6 Esta relación está para él vinculada a la sociedad democrática, aunque, en su opinión, ciertos países como Inglaterra o los Estados
Unidos podrían resistir rnejor debido a la vitalidad de las libertades locales. 7
Estas ideas, que elabora durante su viaje a Inglaterra, se encuentran desarrolladas en la segunda Democracia en América, de 1840, y en particular en el
capítulo 2 del libro IV, «Que las ideas de los pueblos den1ocráticos en materia de gobierno son naturalmente favorables a la concentración de los poderes». Partiendo de la constatación de que a los pueblos democráticos les gustan las «ideas sirnples y generales», Tocqueville deduce de ello la preferencia
por un poder único y central y una legislación uniforme. La igualdad de
condiciones conduce a los individuos a querer un poder central fuerte, surgido del poder del pueblo, que los lleve de la rnano en todas las circunstancias. Una de las características de los poderes políticos modernos es, pues, la
ausencia de lírnite a la acción gubernarnental, el «derecho a hacerlo todo». La
sociedad, representada por el Estado, es omnipotente, a expensas de los derechos de los individuos. Los soberanos tenninan comprendiendo, a su vez,
que «el poder central que representan puede y debe administrar por sí rnismo
y en un plano uniforme todos los asuntos y a todos los hombres». 8 Así, sean
cuales sean sus posiciones políticas, «todos conciben el gobierno a irnagen de
un poder único, sin1ple, providencial y creador».
Esta fuerza secreta etnpuja a que el Estado se apodere de todos los dominios, aprovechando el repliegue de cada cual en sus asuntos privados. En
consecuencia, la demanda que hacen todos de protección, educación, socorro, adnlinistración de justicia, aumenta, del mismo modo que, con la industria, crecen la reglamentación de las actividades y de los intercambios y la
necesidad de llevar a cabo obras públicas. Este nuevo despotistno, con1o lo
llama Tocqueville, este «poder imnenso y tutelar» más extendido y tnás suave
a la vez, es tolerable desde el punto de vista del individuo porque es ejercido
6. A. de Tocqueville, Voyage e11 Angleterre et e11 Irla11de de 1835, OeUtJres I, Gallimard, «La
Pléiade», París, 1991, pág. 466 y ss.
7. Apela, por otra parte, a un ejercicio de ponderación entre el centro y lo local, una
neutralización recíproca entre dos principios opuestos, el de la centralización de los Estados
modernos y el de la libertad local. La ley inglesa relativa a los pobres del14 de agosto de 1834
es para éL precisamente, un modelo de esta clase de ponderación entre el Estado y las comunas. lb id., Appendice JI, pág. 597.
8. A. de Tocqueville, De la Démocratie en Atnérique, II, libro IV, cap. 2, Oeuvres JI, Gallimard, «La Pléiade», París, 1992, pág. 810.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
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en nombre de todos y ha surgido de la soberanía del pueblo. Este instinto de
la centralización, tal crecimiento del dominio de la administración a expensas
de la esfera de la libertad individual, no provienen de alguna perversión ideológica, sino que dependen de una tendencia inscrita en el movimiento general de las sociedades hacia la igualdad.
En cuanto a este punto, John Stuart Mili manifiesta su acuerdo, aunque
formula cierto número de objeciones. La reacción de J. S. Mili marca una
inflexión respecto a las perspectivas utilitaristas de su padre, ]an1es Mili y del
propio Jeremy Bentham, cuando imaginaban una den1ocracia representativa
capaz de autocorregirse. 9 J. S. Mili mantiene, es cierto, que los peligros
concebidos por Tocquevilie tienen su fundamento en una idea errónea de
la den1ocracia. Ésta no es el gobierno directo del pueblo, sino la garantía
de que el pueblo será gobernado de acuerdo con el bien de todos, lo cual
supone el control de los gobernantes por electores capaces de juzgar su acción. Pero reprocha, sobre todo, a Tocquevilie, haber confundido la igualdad de las condiciones y el carnina hacia una «civilización n1ercantil», en la
cual la aspiración a la igualdad no es sino un aspecto entre otros.
Para J. S. Mili, la tendencia fundamental la constituyen el progreso económico y la «multiplicación de quienes ocupan las posiciones intern1edias»: 10
Pero esta igualdad creciente es sólo uno de los elementos de la civilización; uno
de los efectos accidentales del progreso de la industria y de la riqueza: un efecto de
los más importantes y que, como lo muestra nuestro autor, actúa de mil formas
sobre los otros, pero no por ello hay que confundirlo con la causa. 11
Para John Stuart Mili, la transfon11ación principal reside en el predominio de
la búsqueda de la riqueza, 12 en el origen del declive de ciertos valores intelectuales y n1orales. No sin hacerse eco de las preocupaciones de un Thon1as
Carlyle, deplora el aplastan1Íento del individuo valioso bajo el peso de la
opinión, describe la charlatanería generalizada que invade el comercio, denuncia la devaluación de todo lo que es rnás elevado y n1ás noble en el arte
y en la literatura. Si el nuevo estado de la sociedad se 1nanifiesta por el irre-
9. Véase J. S. Mili, Essais sur Tocqueville et la société américaine, Vrin, París, 1994.
10. Ibíd., pág. 195.
11. lb id.' pág. 195.
12. J. S. Mili, «Civilisation», retomado en Essays on Politics and Culture, Peter Smith,
Gloucester, 1973, pág. 45 y ss.
versible poder de las masas y por la extensión de las interferencias políticas,
es preciso examinar, por lo tanto~ cuáles podrían ser los n1edios para remediar
la impotencia del individuo. Considera dos n1edios principales: uno, ya promovido por Tocquevilie, es la «combinación» de los individuos fon11ando
asociaciones para adquirir la fuerza que le falta a cada átmno aislado; el otro
es una educación concebida para revigonzar el carácter personal con el fin de
resistir a la opinión de la masa. 13
Con Tocqueville y J. Stuart Mili, se entiende n1\jor la duda que se apoderó del campo liberal bastante tempranamente, y sobre todo desde dentro.
Los poderes gubernamentales aumentan con la civilización mercantil: he
aquí una observación que revela el hecho de que los dogmas dellaissez:faire
no eran objeto de una creencia unánime. Por el contrario, no se cmnprendería nada del siglo xrx conformándose perezosan1ente con leer en él tan solo
la triunfal historia intelectual y política de las virtudes del libre intercambio y
de la propiedad privada absoluta. Muy precozrnente, el optimismo ante el
advenimiento de la sociedad de libertad individual, de progreso y de paz fue
objeto de las mayores reservas. Pero rnuy pronto también, la tradición del
radicalismo abrió brechas en el dogn1a de la no intervención. El recorrido de
John Stuart Mili es en sí mismo significativo de esta evolución.
J. S. Mili, en On socialism, un texto tardío de 1869 y que no se publicó
estando él en vida, criticaba severamente el ideal socialista del control total
de la política, pero sostenía igualmente, en un capítulo cuyo título era muy
fiel al espíritu de Bentham («The Idea of Prívate Property not Fixed but
Variable»), que las «leyes de propiedad deben depender de consideraciones
de naturaleza pública». 14 A su modo de ver, la sociedad está plenamente justificada para n1odificar o incluso derogar derechos de propiedad que, tras un
debido examen, no sean ElVorables al bien público. is Encontramos aquí de
nuevo algo que ya era objeto de debate desde finales del siglo xvrrr. ¿Se
debe considerar el derecho de propiedad como un derecho sagrado, o es
preciso considerarlo de acuerdo con los efectos que tiene sobre la felicidad
del mayor número, o sea, de acuerdo con su utilidad relativa?
Que el utilitarismo podía desen1bocar en una justificación de la intervención política e incluso en un relativismo del derecho de propiedad, fl.Ie un
13. Ibid., pág. 63.
14. J. S. Mili, On Socialism, Prometheus Books, Buff1lo, Nueva York, 1987, pág. 56.
15. lbíd., págs. 145 y 146.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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hecho rápidamente destacado, y con intención polénüca, por Herbert Spencer. Su violenta reacción, a finales del siglo xrx, contra el intervencionismo
econónúco y social, así corno contra el «utilitarismo etnpírico>> que era, según él, su fundarnento doctrinal, es un síntmna principal de esta crisis de la
gubernamentalidad liberal. Su evolucionisrno es igualn1ente una prin1era
tentativa de refundación filosófica delliberalisn1o que no puede ser obviada,
a pesar del olvido en el que ha caído. El <<spencerismo» introdujo algunos de
los ternas nlás irnportantes del neoliberalisrno, en particular la prin1acía de la
competencia en las relaciones sociales.
La defensa del libre mercado
El spencerisrno participa de una contraofensiva de los «individualistas» que
denuncian con1o traidores y acusan de «socialismo» a todos aquéllos que sostienen las refon11as sociales buscando el bienestar de la población. 16 Hacia
1880, los viejos liberales sienten que el triunfo de 1860 ha quedado atrás,
arrastrado por un an1plio movinúento anti laissez1aire. Reagtupados en la
Liberty and Property Defence League, fundada en 1882, han perdido mucha
de la influencia intelectual y política que tenían en plena edad victoriana.
Spencer considera necesario refundar el utilitarisrno sobre nuevas bases
para ren1ediar las derivas del «utilitarisrno ernpírico». Cmno se sabe, la filosotia spenceriana fue extrernadarnente popular en Inglaterra y en los Estados
Unidos a finales del siglo xrxY Para É. Durkheim, H. Spencer, que fue su
gt·an adversario en el plano teórico y político, es el prototipo del utilitarista.
Pero ¿de qué utilitarismo se trata? Spencer reivindica un utilitarisn10 evolucionista y biológico n1ucho nlás que jurídico y econórnico. 18 Sus consecuencias políticas son explícitas: se trata de transformar las bases teóricas del utilitarisn1o para contrarrestar la tendencia reformista del benthanüsn1o. En
efecto, Spencer trata de desbaratar la «traición» de los reformadores que quie-
16. M. W. Taylor, lvien ¡;ersus che State, op. cit., pág. 13.
17. P. Tort, Spencer et l'é¡;o[utionnisme philosophique, op. cit.
18. Él núsmo advierte, por otra parte, hasta qué punto ha «evolucionado» con respecto a
Bentham bajo el efecto de los progresos de la ciencia de la naturaleza. Se podría añadir que
la doctrina de Spencer debe mucho a Saint-Simon y a Comte, aunque transformó sus doctrinas respectivas e invirtió las consecuencias políticas que ellos extraían de las mismas.
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
39
ren tomar medidas coercitivas cada vez más numerosas reivindicando el bien
del pueblo. Estos falsos liberales no hacen más que obstaculizar la tnarcha de
la historia hacia una sociedad en la que debería predonlÍnar la cooperación
voluntaria de tipo contractualista en detrimento de las fornus rnilitares de
coordinación.
Es en función de una «ley de evolución» 19 como Spencer se alza contra
toda intervención del Estado, incluso cuando es llevada a cabo por responsables del Estado que proclarnan su liberalistno. En las disposiciones legislativas
y en las instituciones públicas que extienden las protecciones de la ley a los
nlás débiles, no ve n1ás que «injerencias>> y <<restricciones» que entorpecen la
vida de los ciudadanos. Las leyes que linütan el trabajo de las mujeres y de los
niños en las manufacturas de tinte o en las lavanderías, las que itnponen la
vacunación obligatoria, las que instauran cuerpos de inspectores y controles
en las fábricas de gas, las que sancionan a los propietarios de nünas que enlplean a niños de menos de doce años, las que ayudan a la compra de sinüente para los arrendatarios irlandeses, todas estas leyes, que ton1a corno ejemplos
de lo que no hay que hacer, deben ser revocadas porque pretenden hacer el
bien directamente organiza.ndo de un modo coercitivo la cooperación. Lo
que resulta insoportable y retrógrado es su carácter obligatorio. 20 La lista de
las «leyes de coerción>> que denuncia es en sí nüsma muy significativa, puesto
que concierne a los donünios sociales, tnédicos y educativos: trabajo, alojan1iento, salud, higiene, educación, investigación científica, rnuseos y bibliotecas, etcétera. 21
Spencer explica esta traición por la desafortunada precipitación en querer
socorrer a los pobres. Se ha tornado el canúno equivocado. En efecto, hay
dos formas de conseguir un bien. O bien se consigue por medios coercitivos,
19. El discurso, de tono profetico, de Spencer en la segunda mitad del siglo xrx supone
una naturalización integral de la historia humana que va mucho más allá de todo lo que antes
se hubiera podido imaginar. Según él, la sociedad es un organismo, sometido, como todo
organismo, a una ley de evolución. De acuerdo con tal concepción, la historia de la humanidad debe ser entendida como un proceso que conduce desde la horda primitiva hasta la
sociedad industrial, pasando por la sociedad militar. Cada uno de estos momentos debe ser
pensado, por su parte, según un modelo de tipo biológico.
20. Ibid., pág. 13.
21. Ibid., págs. 13-19. Karl Polanyi da mucha importancia a esta lista, considerándola
particulannente indicativa del «contra-movimiento» que se esbozó a partir de 1860 (K. Polanyi, La Grande Tran~fimnation, Gallimard, París, 1983, pág. 197). Desarrollamos este punto
más adelante.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
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o sea, directamente, o bien se consigue dis1ninuyendo tales n1edios, o sea
indirecta1nente:
Siendo la adquisición de un bien por el pueblo la característica externa sobresaliente, común a las medidas liberales en los tiempos antiguos (y dicho bien consistía entonces esencialmente en una disminución de la opresión), ocurr-ió que
los liberales vieron en el bien del pueblo no un fin que había que alcanzar indirectamente mediante la disminución de la coacción, sino el fin que había que
alcanzar directamente. Y, tratando de alcanzarlo directamente, emplearon métodos intrínsecamente contrarios a los que habían empleado en el ol-igen. 22
En respuesta a la den1anda de nH~jora social de las poblaciones desheredadas,
esos liberales reforn1adores habían destruido el siste1na de libertad y de responsabilidad que los old whígs quisieron instaurar?' Esto se ve particulan11ente bien en lo relativo a la ayuda a los pobres, contra la cual Spencer no encuentra palabras lo suficientemente duras.
Spencer reton1a los argumentos malthusianistas contra este género de
ayuda: hay quien lan1enta «las miserias de los pobres 1nerecedores (worthy
poor), en vez de representárselas -lo cual en la mayoría de casos sería n1ás
justo- con1o las n1Íserias de los pobres no merecedores» unworthy poor)24 Y
propone como regla de conducta una máxima «cristiana» cuya relación con
el deber de caridad es l~jano:
En mi opinión hay un dicho, cuya verdad es igualmente admitida por la creencia
común y por la creencia de la ciencia, que puede considerarse como provisto de
una autoridad indiscutible. ¡Pues bien! El mandamiento «si alguien no quiere
trabajar no debe comer» es simplemente el enunciado cristiano de esa ley de la
naturaleza bajo el impel-io de la cual la vida ha alcanzado su grado actual, la ley
según la cual una cl-iatura que no tiene la suficiente energía como para bastarse a
sí misma, debe perecer.
22. H. Spencer, L'índivídu contre l'État, op. cit., pág 10. Distinción que coincide ampliamente con la diferencia que popularizará Isaiah Berlín entre libertad positiva y libertad negativa, que ya está presente en el propio Bentham.
23. El mismo esquema explicativo («La impaciencia de las masas>>) se encuentra en F. Hayek, Camino de serllídumbre, Alianza Editmial, 200.5.
24. H. Spencer, L'individu contre l'État, op. cit., pág. 26 (Le Droit d'ígnorer l'État, op. cit.,
págs. 43-44). [Nota del T.: desde la época isabelina, se introdujeron en Inglaterra leyes que
establecían dos categorías de pobres, los merecedores de ayuda y lo no merecedores. Entre
los primeros se incluían las personas incapacitadas por la edad o por una minusvalía, así como
viudas y huérfanos. La segunda categoría se componía, supuestamente, de aquéllos que podían trabajar pero preferían no hacerlo.]
Pero esta asistencia a los pobres no es más que un aspecto de los petjuicios de
la injerencia del Estado, que no tiene lünites si pretende remediar todos los
males de la sociedad. Esta tendencia casi autornática a la ilimitación de la
intervención estatal es reforzada por la educación, que acrecienta los deseos
inaccesibles para la gran masa, y por el sufragio universal, que en1puja a hacer
promesas políticas. Spencer quiere ser el p~jaro de mal agüero que anuncia
esa «esclavitud futura» que es el socialisn1o. Pretende impedir su advenirniento 1nediante una obra de sociología científica que expondrá las verdaderas
leyes de la sociedad. Porque la sociedad tiene leyes fundamentales, cmno
cualquier otra parte de la naturaleza. Los utilitaristas, o n1ás bien los «falsos
utilitaristas» ignoran las leyes del contrato, de la división del trabajo, de la liInitación ética de la acción. Tmnan, pues, sin saberlo, por ignorancia y por
superstición, la vía del socialis1no. Esos falsos utilitaristas han resultado ser
empiristas demasiado cortos de vista. Su cmnprensión en1pírica de la utilidad
«les impide partir de los hechos fündamentales que dictan los límites de la legislación». La ciencia sociológica podrá decir, por el contrario, qué es la
verdadera utilidad, o sea, la fundada en leyes exactas: «Así, la utilidad, no
evaluada empírica1nente, sino determinada racionalmente, prescribe n1antener los derechos individuales y, por in1plicación, prohíbe todo lo que les
puede ser contrario». 25
Contra la superstición estatal
Una de las fi1entes de la deriva socialista del utilitarismo en1pírico es la creencia rnetafisica en la instancia soberana. El Estado y las categorías políticas que
fundan su legitimidad constituyen una «gran superstición política». Spencer
1nuestra de este n1odo hasta qué punto Hobbes y luego Austin trataron de
justificar la soberanía sobre la base del derecho divino. Esto es lo 1nismo que
decir que dichos filósofos fueron incapaces de ft1ndar la soberanía en sí misIna, o sea, sobre la función que debe desempeñar. Por lo tanto, hay que corregir toda la teoría política que trata de fundar la democracia n1oderna. La
on1nipotencia gubernamental, que la caracteriza, descansa en la superstición
de un derecho divino de los parlamentos que es también un derecho divino
2.5. !bid., pág. 156 (pág. 201).
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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de las rnayorías, el cual no ha hecho rnás que prolongar el derecho divino de
los reyes. 26
No debe causar sorpresa, pues, ver que Spencer la en1prende contra
Benthan1 y sus discípulos a propósito de la creación de los derechos por el
Estado. Spencer recuerda el contenido de esa teoría, n1ostrando que in1plica una creación ex níhilo de los derechos, a menos que quiera decir que,
antes de la formación del gobierno, el pueblo no poseía la totalidad de los
derechos de forma indivisa. Para Spencer, la teoría benthan1iana y austiniana de la creación de los derechos es falsa, ilógica y peligrosa, porque
utiliza unafallacy. 27 El Estado, de hecho~ se limita a dar fornn a lo que ya
existe.
La referencia al «derecho natural» no tiene pues más sentido del que tenía en el iusnaturalisn1o de los siglos xvn y XVIII. En adelante, el derecho se
basará tanto en las condiciones de la vida individual como en las de la vida
social, que provienen de la misrna necesidad vital. En lo concerniente a las
segundas, según Spencer, es «la experiencia de las ventajas posibles de la
cooperación» lo que anünó a los prüneros hornbres a vivir en grupo. Ahora
26. !bid., págs. 116 y 122 (págs. 121 y 132).
27. !bid., pág. 132 (pág. 153). [Nota del T.: es interesante notar que en este punto Spencer
usa contra Bentham -¡en cierto sentido, falaciosamente!- sus propias armas, ya que recurre
a un térnlino, el de «falacia», que había sido fundamental en la parte crítica de su teoría benthaminana de las «ficciones», en la que se demuestra, precisamente, la falsedad y los efectos
perniciosos de toda una serie de instituciones jurídicas y políticas. Una diferencia fundamental, sin embargo, es que para Bentham no todas las ficciones son falacias, nuentras que en la
epistemología spenceriana, plenamente naturalista, ambos términos serían tendencialmente
equivalentes. Para Bentham, por otra parte, si el gobierno puede «crear derechos», es precisamente porque lo que debe crear son ficciones, pero no cualesquiera, sino aquéllas capaces
de maxinlÍzar la felicidad pública. La idea de que el derecho de propiedad no tenga origen
natural, sino que sea creado por una ficción jurídica, abre un frente fundamental de debate,
y los partidarios de los derechos naturales, como l'Abbé André Morellet (Traité de la propriété
de l'homme sur les choses, ed. Eugenio di Rienzo y Lea Campos Boralevi, Centro Editoriale
Toscano, Florencia, 1990), vieron enseguida los riesgos que ello suponía, ya que abría a la
posibilidad de un refornlismo radical. El debate de Spencer contra Bentham se inscribe en
este aspecto en la nlÍsma línea, en torno a una discusión todavía plenamente vigente en la
actualidad, sobre las ficciones, lo ficticio, lo Ütlacioso y lo real. Cuestión, por otra parte, vinculada desde su migen con el impacto del discurso de la ciencia. En cuanto a las ficciones en
Bentham, véase Ch. Laval, Jeremy Bentham et le pouvoir des Jictiorzs, PUF, 1994. Para el tema
subyacente de la ficción, la realidad y lo real, véase a lo largo del presente volumen: «ficción
de la mercanCÍa>>, «entrega y conciencia profesional como ficciones engañosas según la nueva
doxa», derechos naturales como «ficciones liberales» en Lippmann, relación salarial igualitaria
como «ficción alejada de las realidades sociales».]
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
43
bien, esta cooperación, demostrada según Spencer por las costmnbres de las
sociedades salvajes, tiene por condición la existencia de contratos tácitos
que todos se cmnprmneten a respetar. La «evolución» testünonia aquí en
favor de la anterioridad inrnemorial del derecho y de los contratos en relación a toda legislación posterior. La misión del Estado está por este motivo
estrechamente circunscrita: no hace otra cosa más que garantizar la ejecución de contratos librernente consentidos; no crea en absoluto derechos
nuevos ex níhílo.
La función del liberalismo en el pasado fue poner un límite a los poderes
de los reyes. La función delliberalisrno en el fi1turo será limitar el poder de
parlamentos sometidos a la presión irnpaciente de las masas incultas. 28 Al
atacar a Bentham, Spencer va a la raíz teórica de las tendencias intervencionistas del liberalismo y del radicalisrno inglés surgido del utilitarismo. La
en1prende contra una interpretación que consiste en hacer del bienestar del
pueblo el fin suprerno de la intervención del Estado, sin tomar lo suficientenlente en cuenta las leyes naturales, o sea, las relaciones de causalidad entre
los hechos.
La cuestión esencial planteada concierte a la verdad de la teoría utilitaria, tal
como es recibida generalmente, y la respuesta que hay que dar aquí, es que,
tal como es recibida generalmente, no es verdadera. Los tratados de los moralistas utilitarios y los actos de los hombres políticos que consciente o inconscientemente siguen su dirección, suponen que la utilidad debe ser determinada directamente por la simple inspección de los hechos presentes y la estimación de los
resultados probables; en lugar de esto, el utilitarismo, bien comprendido, implica
guiarse por conclusiones generales proporcionadas por el análisis experimental
de los hechos ya observados. 29
Esta justa con1prensión de la utilidad en el marco de una sociología evolucionista perrnitirá evitar la esclavitud socialista, que es sie1npre, únicarnente, la regresión a un estado anterior de la evolución, la edad rnilitar.
Para evitarlo, elliberalisn1o debe apartarse de la lógica 1nortal de las leyes
sociales a donde lo condujo un reformisrno benthamiano científica1nente
inepto.
28. !bid., pág. 158 (pág. 206). Sobre la experiencia de las vent<tias posibles de la cooperación en el origen de la vida en grupo de los hombres prinlÍtivos: H. Spencer, «La grande
superstition politique», en L'Indivídu contre l'État, Alean, París, 1885, p. 146.
29. !bid.' pág. 154 (pág. 198).
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
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El nacimiento del competencialismo de fin de siglo
Aunque el evolucionismo biológico de Spencer les parecerá a ciertos neoliberales rnuy anticuado, hasta tal punto que muy a menudo «olvidarán» mencionarlo, salvo para rechazarlo, dejó sin ernbargo una marca profunda en el curso ulterior de la doctrina liberal. Puede decirse incluso que el spencerismo
representa un momento decisivo.Ya hemos dicho más arriba de qué modo Spencer, a través de Cmnte, había hecho de la división fisiológica del trabajo una
de las piezas principales de su «síntesis filosófica». En un primer tiempo, la
evolución se explica como un fenómeno general que obedece a dos procesos,
la integración en un <<aglomerado» y la diferenciación de las partes mutuamente dependientes. Con esta últinu idea del paso, observable en todas partes, de
lo homogéneo a lo heterogéneo;)0 Spencer opera una extensión del principio
de la división del trabajo al conjunto de las realidades físicas, biológicas y humanas; hace de él un principio del funcionamiento universal de la materia y
de la propia vida.
Comte, así con1o Darwin más tarde, destacaron la especificidad de la
especie humana y 1nostraron, por vías diferentes, lo que Cmnte lla1nÓ una
«inversión radical de la economía individual», que hacía primar los motivos
simpáticos sobre el instinto egoísta. Si bien Spencer retonu la idea de la
diferenciación de las funciones económicas, se niega a admitir la necesidad,
para la especie humana, de un centro político dedicado a la regulación de
las actividades diferenciadas. Ciertamente, cuando examina la evolución de
la n1ente hu1nana cmnparando las <<razas superiores» con las «razas inferiores», no olvida la lección comtiana que hacía del altruismo una reacción al
impulso egoísta de la econmnía liberal. 31 Pero se niega a extraer la conclusión de que el gobierno tenga un deber regulador del tipo que sea. La
«cooperación voluntaria», tal cmno se desarrolla en las sociedades tnás evolucionadas en forn1a del contrato le parece que asegura, a diferencia de
Comte y más tarde de Durkheün, una dependencia n1utua entre las unidades lo suficientemente consistente como para hacer que se sostenga el «superorganismo social». Esta premisa lo conducirá a reinterpretar la teoría
30. H. Spencer, «Progress: its law and causes» The Tlflestmimter Review, vol. 67,
1857.
,
31. H. Spencer, «Esquisse d'une psychologie comparée de l'homme>> Revue plzilosophique
'
de la France et de l'étranger, t. 1, 1876.
darwiniana de la selección natural a su manera y a integrarla en su síntesis
evolucionista. 32
Darwin había publicado en 1859 su obra El origen de las especies, haciendo
de la selección natural, como todo el mundo sabe, el principio de la transformación de las especies. Algunos años n1ás tarde, rindiendo homenaje a
Darwin, Spencer foljará en sus Principios de biología (1864) la famosa expresión
«supervivencia de los n1ás aptos>> (survival ~f the.fittest), 33 que a su vez Darwin
retomará en la quinta edición de El origen de las especies, presentándola como
equivalente a la de la «selección natural». Sin entrar en el detalle de las razones
de estos entrecn1zamientos y los n1alentendidos mutuos que los caracterizan,
nótese que, para Spencer, la teoría darwiniana parecía corroborar la teoría del
laissez:faire cuyo heraldo se consideraba, cmno lo indica suficientemente el
paralelo que establece en sus Principios de biología entre la evolución econónuca y la evolución de las especies en general. La prin1era, a su n1odo de ver, no
es sino una variedad de la <<lucha por la vida» que hace que prevalezcan las
especies n1ás adaptadas a su 1nedio. Este paralelisn1o conducía directan1ente a
una profunda deformación de la teoría de la selección, en la medida que ya no
era la herencia selectiva de los caracteres n1ás aptos para la supervivencia de la
especie lo que importaba, sino la lucha directa entre clases, interpretada en
términos biológicos. Una problemática de la cmnpetición prevalecía entonces
sobre la de la reproducción, dando así nacüniento a lo que se llamó de forma
muy impropia «darwinis1no social». Como lo mostró Patrick Tort, Darwin,
por su parte, consideraba que la civilización se caracterizaba más bien por la
prevalencia de «instintos sociales» capaces de neutralizar los aspectos eliminatorios de la selección natural, y pensaba que el sentinuento de simpatía estaba
llamado a extenderse indefinidamente. 34
32. Acerca de todos estos puntos, véase la tesis clásica del historiador norteamericano
Richard Hofstadter, redactada en 1944, Social Danvinism in American Thought (reeditada por
Beacon Press, Boston, 1992). Fue esta obra la que popularizó la expresión «darwinismo social», hasta entonces raramente usado. Adviértase que dicha expresión, aparecida en 1879 en
un artículo de la revista Popular Science y fimudo por Osear Schmidt, fi1e utilizada luego
por un anarquista, Émile Gautier, en un escrito publicado en París en el año 1880, bajo
el título Le Danvinisme social.
33. En la tercera parte de esta obra, en referencia a los Principies C?f Biology, Spencer escribe: «This survival of the fittest [... ] is that which Mr. Darwin has called natural selection, or the
preservation qf thefavored races in the strugglefor lije».
34. Véase P. Tort, Spencer et l'évolutionnisme philosophique, op. cit. Léase también la actualización completa acerca de este punto por parte del mismo autor, en L'Effet Danvín. Sélection
naturelle et naissance de la civilisation, Seuil, París, 2008.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
46
Conviene subrayar el giro que representa el pensamiento de Spencer en
la historia delliberalisn1o. El punto decisivo que permite pasar de la ley de la
evolución biológica a sus consecuencias políticas es el predorninio en la vida
social de la lucha por la supervivencia. Sin duda, la referencia a Malthus sigue
siendo en Spencer nmy in1portante: no todos los hon1bres están invitados al
gran «banquete de la naturaleza». Pero a esta influencia se ha añadido la idea
de que la competición entre los individuos constituye para la especie humana, en esto asirnilable a las otras especies, el principio misrno del progreso de
la humanidad. De ahí la asinülación de la con1petencia econón1ica a una lucha vital general, que hay que dejar que se desarrolle para no detener su
evolución, de ahí las principales consecuencias políticas que hen10s exarninado más arriba, especialmente la condena de la ayuda a los rnás desfavorecidos,
que deben ser abandonados a su suerte.
Spencer desplazará de este n1odo el centro de gravedad del pensarniento
liberal, pasando de un n1odelo de la división del trabajo al de la con1petencia
con1o necesidad vital. Este naturalisrno extrerno, además de que podía satisfacer intereses ideológicos y dar cuenta de las luchas con1erciales feroces entre ernpresas y econonúas nacionales, hace pasar la concepción del rnotor del
progreso desde la especialización hasta la selección, lo cual no tiene las nlismas
consecuencias, indudablernente.
En el primer n1odelo, que se encuentra ejemplarn1ente en Smith y Ricardo, pero que les es rnuy anterior, el libre intercarnbio favorece la especialización de las actividades, la repartición de las tareas en el taller, así con1o la
orientación de la producción nacional. El mercado, nacional o internacional, con su juego propio, es la n1ediación necesaria entre las actividades, el
n1ecanisrno de su coordinación. La pri.n1era consecuencia de este n1odelo
cmnercial y mercantil es que, rnediante el aurnento general de la productividad n1edia derivada de la especialización todo el mundo gana en el intercarnbio. No es una lógica elirninatoria del peor de los sujetos econónúcos,
sino una lógica de cmnplernentariedad, que rnejora incluso la eficacia y el
bienestar del peor de los productores. Sin duda, aquél que no quiera obedecer a esta «regla del juego» debe ser dejado a su suerte, pero el que participa
no puede perder con ello. En el segundo rnodelo, rnuy al contrario, nada
garantiza que el que participa en la gran lucha de la selección natural sobreviva a pesar de sus esfuerzos, su buena voluntad, sus capacidades. Los n1enos
aptos, los n1ás débiles, serán elin1inados por quienes son los más aptos, los
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
47
más fuertes en el lucha. Y a no se trata, entonces, de una lógica de pronlOción general, sino de un proceso de elirrlinación selectiva. Este n1odelo ya
no hace del intercambio el rnedio de reforzarse, de rnejorar; lo convierte en
una prueba constante de confrontación y supervivencia. La competencia ya
no es pues considerada, como en la econonúa ortodoxa, clásica o neoclásica,
una condición de la buena n1archa de los intercarnbios en el rnercado, es
directamente la ley despiadada de la vida y el rnecanisn1o del progreso por
elirrlinación de los más débiles. Muy marcado por la «ley de la población» de
Malthus, el evolucionismo spenceriano concluye abruptarnente que el progreso de la sociedad y, rnás arnpliarnente, de la hurnanidad, supone la destrucción de algunos de sus componentes.
Ciertan1ente, estos dos rnodelos seguirán superponiéndose en las argurnentaciones delliberalisrno ulterior. En el propio Spencer, no resulta simple
la delünitación entre la cooperación voluntaria, característica de la sociedad
industrial, y la ley de selección. De todos n1odos, la «reacción» de Spencer a
la crisis del liberalismo, con el deslizamiento que opera desde el rnodelo del
intercarr1bio hasta el de la cmnpetencia, constituye un acontecinúento teórico que tendrá efectos rnúltiples y de larga duración. El neoliberalisn1o, en sus
diferentes ramas, quedará profundamente marcado por él, aun cuando el
evolucionisrno biológico sea abandonado. En adelante, resultará obvio que
la cmnpetencia es, cmno lucha entre rivales, elrnotor del progreso de las
sociedades y que todo obstáculo que se le oponga, en particular rnediante el
apoyo a las ernpresas, a los individuos, incluso a los países rnás débiles, debe
ser considerado un obstáculo al proceso continuo de la vida. ¡Ay de los vencidos en la cornpetición econórrlica!
El tan nralllamado <<darwinisrno social>> es rnás exactarnente un <<cornpetencialisrno social» que instituye la competición con1o norma general de
la existencia individual y colectiva, de la vida nacional y de la vida intemacional.35 De este modo, la adaptación a una situación de competencia considerada con1o natural se convirtió en la consigna de la conducta individual,
asirrlilada a un cornbate por la supervivencia. Prolongación del malthusiamsmo, que, en la gran época victoriana, hacía de la pobreza un efecto de la
irresponsable fecundidad de las clases populares, el competencialisrno tuvo
un gran éxito en Europa y sobre todo en los Estados Unidos. En respuesta a
35. M. Hawkins, Social Danvinism in European and American Tlzottght, 1860-1945. Nature
as JVIodel and Nature as Threat, Cambridge University Press, 1997.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
49
48
las acusaciones de predación y pillaje, grandes industriales norteam.ericanos
como Andrew Carnegie o John D. Rockefeller e1nplearon esta retórica seleccionista para justificar el crecin1iento de los grupos capitalistas gigantes que
estaban edificando. Este últin1o resumió la ideología declarando: <<La variedad de rosa A1nerican Beauty no puede ser producida con el esplendor y el
perfun1e que entusiasnun a quien la conten1pla, salvo si se sacrifican los primeros capullos que crecen a su alrededor. Lo núsn1o ocurre en la vida econónúca. Esto no es nlás que la aplicación de una ley de la naturaleza y una
ley de Dios». 36 Esta ideología con1petencialista renovó el dogn1atisn1o del
laissezjaire, con prolongaciones políticas significativas en los Estados Unidos,
que pusieron en tela de juicio cierto número de leyes de protección de los
asalariados.
Pero en el plano teórico, fue el sociólogo nortean1ericano y profesor en el
Y ale College Willian1 Graham Sumner (1840-1910) quien puso las bases de
este cmnpetencialismo del n1odo más explícito. 37 En su ensayo The Challenge
~f Facts, dirigido contra el socialis1no y todas las tentaciones del pensanúento
social «sentin1entab, Sunmer quiere recordar que el hombre está desde el
inicio de los tiempos en lucha por su existencia y por la de su nllljer e lUjos.
Esta lucha vital contra una naturaleza que sólo con parsimonia dispensa los
medios de subsistencia obliga a los hmnbres a trabajar, a disciplinarse, a moderarse sexualn1ente, a fabricar útiles, a constituir un capital. La escasez es la
gran educadora de la humanidad. Pero la hmnanidad tiene tendencia a reproducirse nlás allá de sus capacidades de subsistencia. La lucha contra la naturaleza es al núsn1o tien1po, inevitablemente, una lucha de los hombres entre
ellos. Esta tendencia es la que ha sido fuente del progreso. Lo propio de la sociedad civilizada, caracterizada por el reino de las libertades civiles y de la
propiedad privada, consiste en hacer de esta lucha una con1petición libre y
pacífica de la que resulta una distribución desigual de las riquezas, produciendo necesariamente ganadores y perdedores. No hay razón para deplorar las
consecuencias no igualitarias de esta lucha, como hacen los filósofos sentinlentales desde Rousseau, destaca Sunmer. La justicia no es nada nlás que la
justa recmnpensa del1nérito y de la habilidad en la lucha. Aquéllos que fraca-
36. Citado por John Kenneth Galbraith, «Deniere la fatalité, l'épuration sociale. L'art
d'ignorer les pauvres», Le Monde Díplomatíque, octubre de 2005.
37. Véase W. G. Sumner, The Challenge of Facts and Other Essays, ed. Albert Galloway
Keller, Y ale University Press, New Haven, 1914.
san sólo se lo deben a su debilidad y a su vicio. Así, uno de los ensayos más
significativos de Smnner afinna que:
También la propiedad privada, que como hemos visto es una de las características de una sociedad organizada de acuerdo con las condiciones naturales de la
lucha por la existencia, produce desigualdades entre los hombres. La lucha por
la existencia se libra contra la naturaleza. Debemos extraer los medios de satisfacer nuestras necesidades a pesar de su avaricia, pero nuestros compañeros son
nuestros competidores para disponer de los magros recursos que ella nos ofrece.
La competición, en consecuencia, es una ley de la naturaleza. La naturaleza es
enteramente neutra, se somete a aquél que la asalta con más energía y con mayor
resolución. Concede sus recompensas a los más aptos, sin tener en cuenta otras
consideraciones del tipo que sea. Así pues, si la libertad existe, lo que los hombres obtienen de ella está en la exacta proporción de sus trabajos, y aquello que
poseen y de lo que gozan está en la exacta proporción de lo que son y de lo
que hacen. Tal es el sistema de la naturaleza. Si no nos gusta y si tratamos de
corr-egirla, sólo hay un medio de hacerlo. Podemos quitarle al mejor y darle al
peor. Podemos quitar los castigos a aquéllos que lo han hecho mal para infligirlos
a los que lo han hecho mejor. Podemos quitar las recompensas a aquéllos que lo
han hecho mejor y darlas a aquellos que lo han hecho peor. Así disminuiremos
las desigualdades. Favoreceremos la supervivencia de los menos aptos (the suwival
~f the unfittest) y lo llevaremos a cabo destruyendo la libertad. Hay que entender
bien que no podemos salir de esta alternativa: libertad, desigualdad, supervivencia de los más aptos (stuvíval c:fthe.fittest); no libertad, igualdad, supervivencia de
los más ineptos (suwíval if the un:fittest). La primera vía conduce a la sociedad
hacia adelante y favorece a todos sus mejores miembros. La segunda vía lleva a la
sociedad hacia atrás y favorece a todos sus peores miembros.
Tenemos aquí una pe1fecta síntesis de este «darwinismo social», que de
darwiniano sólo tiene el nombre que se le aplicó. Pero ésta no es la única
dirección en la que se transfonnará el liberalismo para salir de su crisis.
El «nuevo liberalismo» y el «progreso social»
Por importante que fuera esta reacción violenta del spencerisn1o, significativa por sí 1nisrna de los can1bios en curso y preñada de las transformaciones
ulteriores del liberalismo, füeron muchos quienes estuvieron de acuerdo en
la segunda mitad del siglo con las observaciones de Tocqueville cuando éste
describía el crecimiento de la intervención gubernamental, así corno con los
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
50
argumentos económicos y sociológicos planteados por John Stuart Mili.
Muchos igualn1ente, también entre las filas de quienes decían ser liberales,
fueron los que, siguiendo a Cornte o a Darwin, hicieron de los instintos de
simpatía y de solidaridad la tnás elevada expresión de la civilización. En un
libro famoso en su tien1po, John Atkinson Hobson había hecho del crecitniento de las funciones gubernamentales uno de los temas principales de su
reflexión, al igual que, en Aletnania, el «socialista del púlpito» Adolf Wagner.38 A rnuchos, el Estado les parecía un interviniente, no sólo legítin1o sino
necesario en la econornía y en la sociedad. En todo caso, la cuestión de la
«organización» del capitalismo y la rnejora de la condición de los pobres, que
no eran todos perezosos y viciosos, se había convertido ciertarnente en la
cuestión central al final del siglo XIX.
La Primera Guerra Mundial y las crísis que vinieron a continuación no
hicieron tnás que acelerar un cuestionamiento general de los dogrnas liberales
del siglo XIX. ¿Qué hacer de las viejas imágenes idealizadas del libre intercatnbio cuando es todo el equilibrio social econórnico el que parece tambalearse.
Las crisis económicas repetidas, los fenómenos especulativos, los desórdenes
sociales y políticos, tnostraban toda la fragilidad de las democracias liberales. El
período de crisis múltiples engendraba una desconfianza rnuy generalizada
ante una doctrina económica que promulgaba una libertad cmnpleta para los
actores en el n1ercado. Se consideró que ellaíssez1aire estaba superado, también en el campo de quienes decían pertenecer alliberalisn10. Fuera de un
núcleo de economistas universitarios irreductibles, aferrados a la doctrina clásica y profundatnente hostiles a la intervención del Estado, cada vez rnás autores esperaban una transforrnación del sistema liberal capitalista, no para destruirlo sino para salvarlo. Sólo el Estado parecía estar capacitado para restaurar
una situación económica y social drarnática. De acuerdo con la fón1mla propuesta por K. Polanyi, la crisis de los años 1930 hizo que sonara la hora de un
«re-encaje» del mercado en disciplinas reglamentarias, marcos legislativos y
principios rnorales.
Si bien la Gran Depresión fue la ocasión para un cuestionarniento n1ás
radical de la representación liberal, en los países anglosajones, como se ha
visto, mucho antes de eso ya se permitían dudar. El New Deal fue preparado
por un trabajo crítico considerable que fue nmcho n1ás allá de los rnedios
38. Véase J. A. Hobson, Tize Evolution of!v1odem Capitalism, The Walter Scott Publishing
Co., Londres, Nueva York, 1894.
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
51
tradicionalmente hostiles al capitalismo. Por otra parte, desde finales del siglo
xrx, en los Estados Unidos, las significaciones respectivas de las palabras líberalism y liberal empezaban a tnodificarse, para designar una doctrina que rechazaba ellaíssez-faire y apuntaba a reforrnar el capitalismo. 39 Un «nuevo liberalismo», más consciente de las realidades sociales y econórnicas, trataba de
definir desde hacía tiernpo una nueva n1anera de comprender los principios
del liberalismo, tomando del socialistno algunas de sus críticas, pero para
llevar a cabo mejor los fines de la civilización liberal.
El «nuevo liberalisn1o» se basa en la constatación de la incapacidad de los
dogmas liberales para redefinir los lírnites de la intervención gubernatnental.
Esta incapacidad de los dogrnas antiguos, en ninguna otra parte se puede leer
mejor que en el pequeño ensayo de J. M. Keynes cuyo título es por sí solo
una indicación acerca del espíritu de la época: El final dellaissez-faire (1926).
Aunque más tarde Keynes se convertiría en el blanco del neoliberalismo, no
hay que olvidar que keynesianismo y neoliberalismo compartieron por un
tiempo las misrnas preocupaciones: ¿cómo salvar, contra el propio liberalismo, lo que se pueda del sistema capitalista? Este cuestionamiento concierne
a todos los países, con notables variaciones de acuerdo con el peso que en
cada caso tuviera la tradición del liberalisrno económico. Estaba de moda,
en efecto, la búsqueda de una tercera vía entre el puro liberalismo del siglo
pasado y el socialismo, pero sería erróneo representarse esta «tercera vía»
corno un <~usto n1edio». En realidad, esta búsqueda sólo adquiere todo su
sentido si se la sitúa en el marco de la pregunta central de la época: ¿sobre qué
bases repensar la intervención gubernantental? 40
Toda la fuerza de Keynes file, ciertarnente, saber plantear este probletna
de la época en témrinos de gubernamentalidad, cmno lo hará algo nlás tarde,
39. Ciertos autores consideran este deslizamiento como una traición o una «desviación»
del liberalismo. Es el caso de A. Laurent, Le Libéralisme amérícain. Histoíre d'un détoumemellt,
Les Belles Lettres, París, 2006.
40. Gilles Dostaller presenta así la visión política de Keynes: «La visión política de Keynes
se dibuja, en un primer tiempo, en negativo. Es más clara respecto de lo que rechaza que de
lo que promueve. Por un lado, Keynes sostiene una lucha contra el liberalismo clásico, del
que se había apropiado un conservadurismo que podía, en su forma extrema, convertirse en
fascismo. Por otro lado, rechaza las fom1as radicales del socialismo, que califica según las
veces de leninismo, bolchevismo y comunismo. Se trata, pues, de navegar entre la reacción
y la revolución. Tal es la misión de una "tercera vía", calificada alternativamente como nuevo liberalismo, liberalismo social o socialismo liberal, en cuyo propagandista se erige él mismo». G. Dostaler, Keynes et ses combats, Albín Michel, París, 2005, pág. 156.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
53
52
por otra parte, su a1nigo Walter Lippmann, aunque en una dirección diferente. Tras recordar el planteamiento de E. Burke 41 y la distinción de Bentham
entre agenda y non-agenda, Keynes escribe lo siguiente:
La tarea esencial de los economistas es hoy, sin duda, repensar la distinción entre
agenda del gobierno y non-agenda. El contrapeso político de esta tarea sería concebir, en el marco democrático, fomus de gobierno que serían capaces de llevar
a cabo las agenda. 42
Keynes no pretende cuestionar el liberalismo por entero, sino la deriva dogmática que de él resultó. Así, cuando plantea que «lo esencial para un gobierno no es hacer un poco n1ejor o un poco peor lo que los individuos ya hacen, sino hacer lo que en la actualidad no se hace en absoluto», 43 no podría
ser más claro en cuanto a la naturaleza de la «crisis del liberalismo»: ¿cón1o
reformular teórican1ente, moraln1ente y políticamente la distinción entre
agenda y non-agenda? Esto era volver a una cuestión antigua, sabiendo que la
respuesta ya no podía ser exactamente la de los fundadores de la economía
liberal, y en particular la de Adan1 Smith.
Keynes quiere establecer la distinción entre lo que los economistas han
dicho efectivamente y lo que la propaganda ha difundido. A su modo de ver,
el laíssez~faíre es un dogma social simplista que ha arnalgamado tradiciones y
épocas diferentes, principalmente la apología de la libre competencia del siglo xvm y el «darwinismo social» del siglo XIX:
Los economistas enseñaban que la riqueza, el comercio y la industria eran fmto
de la libre competencia -que la libre competencia había fundado Londres. Pero
los darwinistas iban más lejos: la libre competencia había creado al hombre. La
humanidad ya no era el fruto de la Creación, que todo lo disponía a pedir de
boca, sino el fmto supremo del azar sometido a las condiciones de la libre competencia y del laissez:faire. El principio mismo de la supervivencia del mejor
adaptado se podía considerar, de este modo, una amplia generalización de los
principios económicos ricardianos. 44
41. E. Burke consideraba que «uno de los problemas más sutiles del derecho» era «la
definición exacta de aquello que el Estado debe asumir a su cargo y gestionar de acuerdo con
los deseos de la opinión pública, y de aquello que debe ser dejado a la iniciativa privada,
protegida tanto como sea posible de toda injerencia».
42. J. M. Keynes, The End qf Laísserfaíre, Agone, Marseille, 1999, pág. 26.
43. !bid., pág. 31.
44. !bid., pág. 9.
Keynes destaca que esta creencia dogmática es am.plian1ente rechazada por la
mayoría de los economistas desde mediados del siglo XIX, a pesar de que siga
siéndoles presentada a los estudiantes con1o una propedéutica. Aunque quizás exagera la an1plitud de la revisión, silenciando la constitución de la econonúa de inspiración «marginalista», que hace de la cmnpetencia la condición más perfecta para el funcionamiento de los 1nercados, sin embargo
indica un momento de refundación de la doctrina que se llamó <<nuevo liberalismo», en el que él misn1o se reconoce. Este nuevo liberalisn1o apuntaba a
controlar las fuerzas econó1nicas con el fin de evitar la anarquía social y política, decantando la cuestión de la agenda y la non-agenda en una dirección
favorable a la intervención política. Se concede al Estado un papel regulador
y de redistribución fundan1ental en lo que tan1bién se presenta como un
«socialismo liberal». 45
Como lo demuestra Gilles Dostaler, esto era, sobre todo, reconciliarse
con el radicalismo inglés, que siempre defendió la intervención del Estado
cuando era necesaria. En esta tradición, sin duda, se inscribían a finales del
siglo XIX y a principios del siglo xx autores cmno John A. Hobson y Leonard Hobhouse. A1nbos defendían una democracia social considerada
como la prolongación norn1al de la den1ocracia política. En la plmna de
estos partidarios de las reformas sociales, los principios de la libertad del
comercio y de la propiedad se convertían en medios entre otros, no ya en
fines por sí mismos, lo cual evidentemente recordaba a Bentha1n y J. S.
Mili. Más aún, este movimiento pretendía llevar a cabo una lucha radical
contra el individualismo en la con1prensión de los 1necanismos económicos
y sociales, criticando frontaln1ente la ingenuidad dogmática del vü::jo liberalismo que lo llevaba a confundir el Estado 1noderno con el Estado monárquico despótico.
45. Gilles Dostaler describe así este «nuevo liberalismo»: «Se trata en definitiva de transformar profundamente un liberalismo económico que había tenido costes sociales demasiado
elevados durante la era victoriana y que corría el riesgo de provocar el alzamiento de la clase
obrera. El nuevo liberalismo se presenta como una alternativa al socialismo colectivista y
marxista. Los nuevos liberales rechazan la lucha de clases como motor de transformación
social. Más bien se adhieren a una fmma de socialismo liberal, que se puede calificar de social-demócrata, al menos en el sentido que adquirirá esta expresión tras las escisiones en los
partidos obreros a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, este nuevo liberalismo es exactamente lo opuesto de lo que hoy día se llama neoliberalismo, que es, en
primer lugar, una reacción ultraliberal contra el intervencionismo keynesiano» (G. Dostaler,
Keynes et ses combats, op. cit., pág. 179).
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
55
Hobhouse había propuesto en 1911 un relectura sisten1ática de la historia
delliberalismo. 46 El lento y progresivo movirniento de liberación del individuo de las dependencias personales es, según él, un fenómeno eminentenlente histórico y social. Condujo a una cierta fonna de organización, imposible de reducir a un ensan1blaje inuginario de individuos fmmados todos
ellos fuera de la sociedad. Esta organización social tiende a producir colectivarnente las condiciones de desarrollo de la personalidad, también en el plano
econó1nico. Esto sólo es posible si las relaciones rnúltiples que cada uno rnantiene con los dernás obedecen a reglas colectivamente establecidas. La democracia más con1pleta, fundada en la proporcionalidad de la representación, es
necesaria para que esta realización sí sea efectiva: cada cual debe estar en
condiciones de participar en la instauración de las reglas que asegurarán su
libertad efectiva. 47 Y es que la libertad conoce una nueva concepción, más
concreta, con la legislación protectora de los trabajadores. Según L. Hobhouse,
en el siglo XIX pareció necesario reequilibrar los intercambios sociales en favor de los más débiles 1nediante una intervención de la legislación: «El verdadero consentirniento es un consentirniento libre, y la plena libertad del
consentirniento irnplica la igualdad de las dos partes cornpron1etidas en la
transacción». 48 Al Estado le corresponde asegurar esta fonna real de libertad
que no había concebido el viejo liberalismo, a él le corresponde esa «libertad social» (social freedom), que Hobhouse opone a la «libertad no social»
(unsocial freedom) de los rnás fuertes. De un n1odo una vez más muy benthamiano, Hobhouse explica que la libertad real sólo puede asegurarse nlediante la coerción ejercida sobre aquél que resulta más amenazador para la libertad de los demás. Esta coerción, lejos de ser atentatoria contra la libertad,
procura a la cornunidad una ganancia de libertad en todas las conductas evitando la desarrnonía social. 49 La libertad no es lo contrario de la coerción,
sino nlás bien la combinación de las coerciones ejercidas sobre aquellos que
son fuertes y las protecciones de aquellos que son los más débiles.
En esta perspectiva, la lógica liberal auténtica se puede condensar fácilInente: la sociedad n1oderna rnultiplica las relaciones contractuales, no sólo
en el dmninio econónlico, sino en toda la vida social. Conviene, por lo tan-to, rnultiplicar las acciones reequilibradoras y protectoras para asegurar la libertad de todos y sobre todo de los más débiles. Elliberalisn1o social asegura
de este n10do, tnediante su legislación, una extensión nláxima de la libertad
para el rnayor núrnero. Filosofía plenan1ente individualista, este liberalis1no
otorga al Estado el papel esencial de asegurar a cada uno los tnedios para
realizar su propio proyecto. 50
Entre las dos guerras, este nuevo liberalistno tendrá in1portantes prolongaciones en los Estados Unidos. 51 John Dewey, en sus conferencias de
1935, reunidas en Líberalism and Social Action, rnostró la impotencia delliberalisnlO clásico en lo que se refiere a realizar su proyecto de libertad
personal en el siglo XIX, al ser incapaz de pasar de la crítica de las forn1as
antiguas de dependencia a la organización social enteramente basada en los
principios liberales. Dewey reconoce a Bentham el mérito de haber visto
la gran arnenaza que pesaba sobre la vida política en las sociedades rnodernas. La den10cracia que éste quería instaurar estaba destinada a irnpedir a los
hombres políticos que se sirvieran de su poder en su propio interés. Pero
Dewey le reprocha, tanto a él como al conjunto de los liberales, haber ignorado que el rnismo mecanismo iba a intervenir en la econon1ía, y no
haber previsto, en consecuencia, «cerrojos» para evitar esta desviación. 52 En
sun1a, en Dewey, como anteriormente en Hobhouse, el liberalismo del
siglo xx ya no puede conformarse con los dognus que permitieron la crítica del orden antiguo, debe plantearse imperativan1ente el problema de la
construcción del orden social y del orden econótnico. A esto es, sin duda,
a lo que pronto se dispondrán -aunque en una dirección del todo opuesta- los neoliberales modernos.
46. L. Hobhouse, Líberalism and Other Wrítíngs, ed. James Meadowcroft, Cambridge
University Press, 1994.
47. Se puede advertir que esce nuevo liberalismo es un movinlÍento profundamente democrático, que abandona la desconfianza que todavía se encontraba en Mili hacia la «tiranía
de la mayoría». Más cercano en este punto a Bentham, teme más la reconstitución de las
oligarquías que el poder de las masas.
48. L. Hobhouse, op. cit., pág. 43.
49. Ibíd., pág. 44.
el mundo euro-atlántico. En Francia le corresponde al proyecto republicano moderno estudiado por].-F. Spitz, Le Moment républícain en France, Gallimard, «NRF Essais», 2005.
50. Este «resurgir» liberal debe articularse, evidentemente, con la tradición republicana en
51. Según Alain Laurent, los «liberales modernos», conducidos por J. Dewey, habrían
llevado a cabo una operación muy semejante en los años 1920 en Estados Unidos, lo cual
sería determinante en cuanto a la significación que luego ha tomado en el léxico político
norteamericano el térnuno <<liberal».
52. Véase]. Dewey, Liberalism and Social Action, en The Later Works, vol. 11, 1935-1937,
Southern Illinois University Press, Carbondale, 1987, pág. 28.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
57
56
Hobhouse, Keynes o Dewey encarnan una corriente, o más bien un rrledio difuso a finales del siglo XIX y comienzos del siglo xx, en la encrucijada
entre el radicalismo y el socialismo, que se pone a pensar la reforma del capitalisrno. 53 La idea de que la política está guiada por un bien común, de que
debe estar smnetida a fines n1orales colectivos, resulta esencial en esta corriente, lo cual explica sus intersecciones posibles con el rrwvirniento socialista. El fabianisrno, a través de revistas y círculos, constituye uno de los polos
de estos encuentros. Pero este nuevo liberalismo debe ser reinscrito, sobre
todo, en la historia del radicalismo inglés. Hay que tomarse en serio a Hobson
cuando declara querer «un nuevo utilitarismo en el que las satisfacciones fisicas, intelectuales y morales tengan su justo lugar». 54
Ver aquí una «desviación» del verdadero liberalismo sería evidentemente
un error basado en el postulado de una identidad esencial delliberalisn1o. 55
Supondría olvidar que, más adelante, el utilitaristno doctrinal se vio llevado
a oponer una pura lógica hedonista a una ética de la tnayor felicidad de la
mayoría, como en Sidgwick. Pero también ignorar el sentido de las inflexiones manifiestas que dio J. S. Mili a su propia doctrina, como lo hen1os recordado más arriba.
La doble acción del Estado según Karl Polanyi
La cuestión de la naturaleza de la intervención gubernan1ental debe distinguirse de la de las fronteras entre Estado y mercado. Esta distinción permite
captar mc:jor un problema planteado en La Gran Tran~formación, libro en el
que K. Polanyi sostiene que el Estado liberal llevó a cabo una doble acción
de sentido contrario en el siglo XIX. Por un lado, actuó a favor de la creación de
los ntecanismos de mercado y, por el otro, tuvo en cuenta y reforzó el «contramovimiento» de resistencia de la sociedad frente a los mecanismos de
mercado.
K. Polanyi muestra que la puesta en rnarcha de los factores económicos
es la condición del crecimiento capitalista. La revolución industrial tuvo
53. P. Clarke, Liberals and Social Democrats, Cambridge University Press, 1978.
54. Citado por M. Freeden, Liberalism Dívíded. A Study in Brítish Política[ Thought 19141939, op. cit., tomado de J. A. Hobson, Wealth and Life, Macnllllan, Londres, 1929.
55. Véase A. Laurent, Le Libéralísme amérícain. Hístoire d'un détournement, op. cit.
como condición la constitución de un sisten1a mercantil en el que los hombres deben concebirse a sí misrnos, «aguijoneados por el hambre», como
vendedores de servicios para poder adquirir los recursos vitales mediante el
intercambio rnonetario. Para que esto sea así, es preciso que la naturaleza y
el trabajo se conviertan en mercancías, que las relaciones que el hombre
tnantiene con sus sen1ejantes y con la naturaleza adopten la forma de la relación mercantil. Para que la sociedad entera se organice de acuerdo con la
ficción de la mercancía, para que se constituya en una gran rrtáquina de producción y de intercambio, la intervención del Estado es indispensable, no
sólo en el plano legislativo para ftiar el derecho de propiedad y de contrato,
sino tarnbién en el plano administrativo para instaurar en las relaciones sociales múltiples reglas necesarias para el funcionamiento del mercado de la conlpetencia y hacerlas respetar. El mercado autorregulador es producto de una
acción política deliberada, uno de cuyos teóricos principales fue precisamente, según Polanyi, J. Benthan1. Citemos aquí un pasaje decisivo de La Gran
Tran~formacíón:
El laissezjaire no tenia nada de natural; los mercados libres nunca hubieran podido ver la luz sí simplemente las cosas hubieran sido dejadas a ellas mismas [... ]
Entre 1830 y 1850, no se ve únicamente una explosión de las leyes que derogan
reglamentos restrictivos, sino también un crecimiento enorme de las fimciones
administrativas del Estado, que ahora está dotado de una burocracia central capaz
de cumplir con las tareas fijadas por los partidarios del liberalismo. Para el utilitarista típico, el liberalismo económico es un proyecto social que debe ser instaurado para la mayor felicidad de la mayoría; el <<laissez7faire>> no es un método que
permite llevar a cabo algo, es la cosa que se debe realizar. 56
Este Estado administrativo creador y regulador de la economía y de la sociedad de mercado es inmediatamente tan1bién, sin que se pueda distinguir dónde acaba lo uno y donde empieza lo otro en cada intervención, un Estado
administrativo que pone diques a la dinámica espontánea del mercado y protege a la sociedad. Ésta es la segunda paradoja de la demostración de K. Polanyi, que él fon11ula así: «Mientras que la economía dellaissez-faíre era creada
por la acción deliberada del Estado, las restricciones ulteriores empezaron
espontáneatnente. El azaissez -:faire ''fue planf.ficado, la planfficacíón no lo fue». 57
56. K. Polanyi, La Grande Tran~f(m¡¡afion, op. cit., pág. 189. La cursiva es nuestra.
57. Ibíd., pág. 191. La cursiva es nuestra.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
58
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
59
A partir de 1860 y para gran pesar de Herbert Spencer, se generalizó un
<<contramovüniento» en todos los países capitalistas, tanto en Europa corno
en los Estados Unidos. Inspirado en las ideologías más diversas, respondía a
una lógica de «protección de la sociedad». Tal movirniento de reacción
contra las tendencias destructivas del mercado autorregulado adquirió dos
formas: el proteccionisn1o cornercial nacional y el proteccionisrno social
que se instauró a partir de finales del siglo XIX. Por lo tanto, la historia debe
leerse teniendo en cuenta un «doble n1ovimiento>> de sentido contrarío, el
que empuja a la creación del rnercado y el que tiende a resistírsele. Este
movimiento de autodefensa espontánea, corno dice Polanyi, dernuestra
que la sociedad de mercado integral es imposible, que los sufrimientos que
acarrea son tales que los poderes públicos se ven obligados a establecer
«diques» y «muros».
Todo desequilibrio ligado al funcionamiento del mercado a1nenaza a la
sociedad que le está sornetida. La inflación, el desernpleo, la crisis del crédito
internacional, el crack bursátil, todos estos fenórnenos golpean directamente a
la sociedad rnisma y exigen, por lo tanto, defensas políticas. A falta de haber
entendido esta lección, que se podía extraer del período previo a la Prirnera
Guerra Mundial, los responsables políticos, tras la detención de las hostilidades, quisieron reconstruir un orden liberal mundial muy frágil, que acurnularía las tensiones entre el n1ovinliento de reconstnlCción del rnercado (en
particular, a nivel mundial, con la voluntad de restauración del sisterna del
patrón oro) y el n1ovimiento de autodefensa social. Dichas tensiones, derivadas de la contradicción interna propia de la «sociedad de mercado», pasaron
de la esfera económica a la esfera social, desde ésta a la esfera política, de la
escena nacional a la escena internacional, e inversamente, lo cual provocó
finalmente la reacción fascista y la Segunda Guerra Mundial.
La «gran transformación>> que caracteriza a los años 1930 y 1940 es una
respuesta de gran envergadura al <<colapso de la civilización del n1ercado» 58
y, más precisarnente, una reacción frente a la tentativa última y desesperada
de restablecer el n1ercado autorregulador en los aí1os 1920: «El liberalisrno
económico llevó a cabo un órdago por el restablecinlÍento de la autoregulación del sistema, elirnínando todas las políticas intervencionistas que con1prometían la libertad de los mercados de la tierra, del trabajo y de la
58. Ibid., pág. 285.
moneda». 59 Desde este órdago, en el que la 1noneda desetnpeñó el papel
principal, hasta la gran transforn1ación, hay una relación de consecuencia
directa. El imperativo de la estabilidad monetaria y la libertad del comercio
mundial prevaleció sobre la preservación de las libertades públicas y la vida
den1ocrática. El fascisn10 fue el síntmna de una «sociedad de rnercado que
se negaba a funcionar» 60 y el signo del fin del capitalisrno liberal tal con1o
había sido inventado en el siglo XIX. El gran giro político de los años 1930
se rnanifiesta cmno una resocialización violenta de la econon1ía. 61 En todas
partes la tendencia es la rnistna: se sustraen al mercado de la con1petencia las
reglas de fijación de los precios del trabajo, de la tierra y de la rnoneda, para
son1eterlas a lógicas políticas cuyo objetivo es la «defensa de la sociedad». Lo
que K. Polanyi llama «la gran transfonnación» es ciertan1ente, a su modo de
ver, el fin de la civilización del siglo XIX, la muerte delliberalisn1o econónlÍco y de su utopía.
Pero K. Polanyi creyó dernasiado pronto en la n1uerte definitiva del liberalismo. ¿Por qué cornetió este error de diagnóstico? Se puede plantear la
hipótesis de que subestirnó uno de los principales aspectos del liberalismo,
que sin ernbargo él mistno había puesto de relieve. Con10 hetnos visto rnás
arriba, entre las diferentes formas de intervencionisrno estatal, había dos que
iban oponiéndose una a otra: las intervenciones de creación del mercado y las de
protección de la sociedad, el «movimiento» y su «contra-n1ovüniento». Pero hay
intervenciones de una tercera clase, de las que Polanyi habla nlás sunuriantente: las intervenciones de funcionamiento del mercado. Aunque indica que
son dificiles de distinguir de las otras, las menciona, de todos rnodos, como
una constante de acción del gobierno liberal. Estas intervenciones, destinadas
a asegurar la autoregulación del mercado, están destinadas a hacer respetar el
principio de competencia que debe regirlo. Polanyi cita a modo de ejemplos
las leyes antí-trust y la reglamentación de las asociaciones sindicales. En ambos
casos, se trata de ir en contra de la libertad (en este caso, de la libertad de
coalición) para hacer que las reglas de la cornpetencía funcionen 1nejor. Por
otra parte, K. Polanyi menciona a esos «liberales consecuentes consigo rnisnlos», entre ellos Walter Lippmann, que no dudan en sacrificar ellaissez-jaíre
59. Ibid., pág. 299.
60. Ibid., pág. 308.
61. Véase «Pref~1cio» de L. Dumont, en K. Polanyi, La Grande Tran~formation, op. cit.,
pág. 1.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
60
61
en provecho de la con1petencia en el mercado. 62 Porque una cosa y la otra
no son sinónimos, a pesar del lenguaje corriente que las confunde. Citemos
un pasaje particularmente elocuente:
Estrictamente hablando, el liberalismo económico es el principio director de una
sociedad en la cual la industria se basa en la institución de un mercado autorregulador. Es cierto que una vez que este sistema ya está más o menos realizado, se
hacen necesarias intervenciones de cierto tipo. Sin embargo, ello no significa, ni
mucho menos, que el sistema de mercado y las intervenciones sean ténninos
mutuamente excluyentes. Y a que mientras este sistema no esté instaurado, los
partidarios de la econonúa liberal deben reclamar -y no dudarán en hacerloque el Estado intervenga para establecerlo y, una vez establecido, para mantenerlo. El partidario de la econonúa liberal puede, por lo tanto, sin ninguna inconsecuencia, pedir a un Estado que utilice la fuerza de la ley, puede incluso apelar
a la fi1erza violenta, a la guerra civil, para instaurar las condiciones previas de un
mercado autorregulador. 63
Este pasaje, demasiado poco citado, notable incluso en lo que tiene de anticipación de ciertas «cruzadas» recientes, nos lleva lejos de la «disyunción>>
entre Estado y mercado que se creía que era lo propio de liberalismo. La
realidad histórica es en efecto muy diferente, como lo pone de manifiesto
Polanyi al citar la guerra que declaró el Norte contra el Sur para unificar las
reglas de funcionamiento del capitalismo norteamericano.
Esta forma permanente de intervención y «mantenimiento» del n1ercado
muestra bajo una nueva luz el error de K. Polanyi y de quienes le han seguido: no es más que la presunción optimista de un fin ardientemente deseado
o el resultado de una confusión de pensamiento, cuyo riesgo vio el propio
Polanyi. 64 El liberalismo econónlico no se confunde con ellaissezjaire, no es
contrario al «intervenciorlismo» como todavía se piensa a n1enudo.
En realidad, lo que hay que distinguir son diferentes clases de intervenciones del Estado. Pueden derivarse de principios heterónomos a la mercantilización y obedecer a principios de solidaridad, de reparto, de respeto de
tradiciones o de nom1as religiosas. En este sentido, participan del «contramovimiento>> que se opone a la tendencia principal del gran mercado. Pero
también pueden derivarse de un programa cuya finalidad es la extensión del
62. Ibíd., pág. 200.
63. Ibid., pág. 201.
64. Ibíd.
mercado (o cuasi-mercado) de sectores enteros de la producción y de la vida
social, mediante ciertas políticas públicas o ciertos gastos sociales que enmarcan o sostienen el despliegue de empresas capitalistas. K. Polanyi, cuando
quiso ser «profeta», quedó como fascinado por la contradicción entre el movimiento mercantil y su contra-movimiento social, contradicción que, a su
modo de ver, condujo finalmente a la «explosión del sisterna». Pero esta fascinación, explicable tanto por el contexto como por las intenciones demostrativas de su obra, le hizo olvidar las intervenciones públicas a favor del
mercado autorregulador que, sin ernbargo, él mis1no había evidenciado.
Este error de K. Polanyi es in1portante, en la medida que tiende a oscurecer la naturaleza específica del neoliberalismo, que no es sin1plemente una
nueva reacción frente a la «gran transfom1ación», una «reducción del Estado»
que precedería a un nuevo <<retorno del Estado». Lo que m_ejor lo define es
cierto tipo de intervencionismo destinado a dar forn1a política1nente a relaciones econónlicas y sociales regidas por la cmnpetencia.
El neoliberalismo y las discordancias del liberalismo
La «crisis» del liberalismo reveló la insuficiencia del principio dogmático de
la no intervención en la conducción de los asuntos gubeman1entales. El carácter fijo de las «leyes naturales» las hizo incapaces de guiar a un gobierno
cuyo objetivo declarado fuese asegurar la mayor prosperidad posible y al
mis1no tiempo el orden social.
Quienes siguen apegados a los ideales del liberalismo clásico, han formulado dos tipos de respuestas que es importante distinguir, aunque histÓiicamente a veces se han mezclado. La prin1era en el orden de la cronología es
la del <<nuevo liberalismo», la segunda es la del <<neoliberalisn1o». Los nmnbres dados a cada una de estas vías no se impusieron de golpe, por supuesto.
Lo que nos permite distinguirlas a posteriori es el uso que se ha hecho de estos
dos ténninos, los contenidos que se les han ido dando, las líneas políticas que
poco a poco se individualizaron. La proximidad de nmnbres traduce, de
entrada, una comumdad de proyecto: se trataba en ambos casos de responder
a una crisis del modo de gobierno liberal, de superar las dificultades de toda
clase surgidas de las mutaciones del capitalismo, de los conflictos sociales, de
los enfrentamientos internacionales. Se trataba tan1bién, nlás fundan1ental-
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
62
rnente, de hacer frente a lo que en cierto rnmnento pudo parecer el «fin del
capitalisnlo», encarnado en la ascensión de los «totalitarisrnos» tras la Primera
Guerra Mundial. Lo que una y otra corriente descubrieron progresivan1ente
que cornpartían, por decirlo brutalmente, era un enemigo común, el totalitarisrno, o sea, la desttucción de la sociedad liberal. Esto es sin duda lo que
las llevó a fmjar un discurso al rnisrno tiernpo teórico y político que da una
razón, una forma y un sentido a la intervención gubernamental, un discurso
nuevo capaz de producir una nueva racionalidad gubernarnental. Ello suponía cuestionar, de parte a parte, el naturalismo liberal que se había transmitido a lo largo del siglo XIX.
La distinción entre uno y otro nombre, «nuevo liberalismo>> y <<neoliberalismo>>, por discreta que sea en apariencia, traduce una oposición que no se
hizo manifiesta de una vez, ni siquiera a veces para los mismos actores implicados en estas dos formas de renovación del arte del gobierno. El <<nuevo liberalismo», una de cuyas expresiones tardías y más elaboradas en el plano de
la teoría económica fue la de J. M. Keynes, consistió en reexaminar el conjunto de los medios jurídicos, rr10rales, políticos, económicos, sociales, que
permitían realizar una «sociedad de libertad individual» provechosa para todos. Dos proposiciones podrían resumirlo: 1. Las agenda del Estado deben ir
rnás allá de las fronteras que el dogmatismo dellaissez:faire les había impuesto,
si se quiere salvaguardar lo esencial de los beneficios de una sociedad liberal;
2. Estas nuevas agenda deben poner en cuestión en la práctica la confianza
hasta entonces concedida a los n1ecanismos autorreguladores del mercado y
la fe en la justicia de los contratos entre individuos supuestamente iguales. En
otros términos, la realización de los ideales del liberalismo reclan1a que se
sepan utilizar 1nedios aparentetnente ajenos y opuestos a los principios liberales, para mejor defender su puesta en práctica: leyes de protección del trabajo, impuestos progresivos sobre los beneficios, seguros sociales obligatorios, gastos presupuestarios activos, nacionalizaciones. Pero, aunque este
refonnismo acepta restringir los intereses individuales para proteger mejor
el interés colectivo, lo hace siempre, únicamente, para garantizar mejor las
condiciones reales de los fines individuales.
El <<neoliberalismo» surge más tarde. Se presenta, en ciertos aspectos,
corr1o una decantación del «nuevo liberalismo» y en otros aspectos cmno una
alternativa a los tipos de intervención econórrlico y al refonnismo social pronlovidos por el «nuevo liberalisrno». Compartió con él arnpliatnente la pri-
CRISIS DEL LIBERALISMO Y NACIMIENTO DEL NEOLIBERALISMO
63
mera proposición. Pero, aun cuando los neoliberales admiten la necesidad de
una intervención del Estado y rechazan la pura pasividad gubernamental, se
oponen a toda acción que obstaculice el juego de la competencia entre intereses privados. La intervención del Estado tiene incluso un sentido contrario:
se trata, no de lirnitar el rr1ercado n1ediante una acción correctiva del Estado
sino de desatTollar y purificar el mercado de la competencia mediante u~
tnarco jurídico cuidadosarnente adaptado. Ya no se trata de postular un acuerdo espontáneo entre los intereses individuales, sino de producir las condiciones óptin1as para que el juego de la rivalidad satisfaga el interés colectivo. A
este respecto, al rechazar la segunda de las dos proposiciones antes detalladas,
el neoliberalisrno con1bina la rehabilitación de la intervención pública con
una concepción del rnercado centrada en la cmnpetencia, cuya fuente hemos
visto que se encontraba en el spencerisn1o de la segunda rnitad del siglo XIX. 65
65. M. Foucault señaló este paso del intercambio a la competencia, que caracteriza al
neoliberalismo en comparación con el liberalismo clásico. M. Foucault, NBP, op. cit., págs.
121-122.
La refundación intelectual
2
El Coloquio alter Lipptnann
o la reinvención del liberalistno
Si es cierto que la crisis del liberalismo tuvo como síntoma un reformismo
social cada vez más pronunciado desde finales del siglo XIX, el neoliberalisn1o
es una respuesta a dicho síntoma, o incluso una tentativa para obstaculizar esta
orientación hacia las políticas redistributivas, garantistas, planificadoras, reguladoras y proteccionistas que se habían desarrollado al final del siglo xrx,
orientación considerada corno una descomposición que conducía directarnente al colectivis1no.
Se cita a rnenudo erróneamente la creación de la Sociedad de MontPelerin en 1947 corno el acto de nacimiento del neoliberalismo. 1 En realidad,
el mmnento fundador del neoliberalisn1o se sitúa antes: se trata del coloquio
W alter Lipptnann, que se celebró en París a partir del 26 de agosto de 1938 y
durante cinco días en el n1arco del Instituto Internacional de Cooperación
Intelectual (ancestro de la Unesco), en la calle Montpensier, en el centro de
París. 2 La reunión de París destaca por la calidad de sus participantes, quienes,
en gran n1edida, marcarán la historia del pensamiento y de la política liberal en los países occidentales después de la guena, como Friedrich Hayeck,
Jacques Rueff: Rayrnond Aron, Wilheln1 Ropke o Alexander von Rüstow.
1. En cuanto a la histmia de la Sociedad del Mont-Peletin, véase Ronald Max Hartwell,
A history ~f the lvfont-Peterin Society, Liberty Fund, Indianapolis, 1995.
2. Para más detalles, véase Fran~·ois Denord, «Aux origines du néolibéralisme en France:
Louis Rougier et le Colloque Walter Lippmann de 1938», Le iVJol/l!CIIIC/lt social, 2001, no 195,
págs. 9-34; y, más recientemente, el libro muy documentado de Serge Audier, Le Colloque
Lippmann. Aux origines du néolibéralisme, Le Bord de 1' ea u, Latresne, 2008.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
68
La elección de una de estas dos fechas para situar un mmnento de origen
no es indiferente, cmno veremos. Está en juego el análisis que se hace del
neoliberalismo.
Por otra parte, estos dos acontecimientos no carecen de relación. El coloquio W alter Lippn1ann concluye con la declaración de la creación de un
Centro Internacional de Estudios para la renovación del liberalistno, cuya
sede se instalará en el Museo Social, en la calle Las Cases, en París, centro que
entonces se concebía con1o una sociedad intelectual internacional destinada
a celebrar sesiones regulares en un país distinto cada vez. Los acontecimientos en Europa decidieron que no fl1era así. Desde este punto de vista, la Sociedad de Mont-Pelerin se ve como una prolongación de la iniciativa de
1938. Uno de los puntos en común, que no tuvo una importancia tnenor
para la difusión del neoliberalismo, es el cosmopolitisn1o del que da pruebas.
Dicho coloquio es la primera tentativa de creación de una «internacional»
neoliberal que luego tendría su prolongación en organisn1os, entre los cuales
se encuentran, en estos últünos decenios, la Trilateral y el Fórun1 Internacional de Davos. El otro punto en común es la in1portancia concedida al trabajo intelectual de refundación de la doctrina para asegurar mejor su victoria
contra los principios adversos. La reconstn1cción de la doctrina liberal se
beneficiará de instituciones académicas prestigiosas y bien financiadas, empezando, desde principios de los años 1930, por el Instituto Universitario de
Altos Estudios Internacionales, filndado en 1927 en Ginebra, la London
School of Economics y la Universidad de Chicago, por no mencionar sino
los lugares n1ás célebres, para luego destilarse en algunos centenares de think
tanks que difundirán la doctrina a través deltnundo.
El neoliberalistno se desarrollará siguiendo diversas líneas de fuerza, son1etidos a tensiones que es preciso tener en consideración. El coloquio de
1938 puso de n1anifiesto la discordancia que, desde el conúenzo, divide a los
intelectuales que reivindican el neoliberalisn1o. Incluso constituye un buen
revelador de las divergencias que, tras la Segunda Guerra Mundial, seguirán
actuando de forma más o tnenos abierta. Estas divergencias son de diversos
tipos y no hay que conflu1dirlas. El coloquio Walter Lipptnann pone de tnanifiesto, en prin1er lugar, el hecho de que la exigencia con1Ún de reconsttucción del liberalismo no ha pernútido todavía en 1938 que se distingan por
con1pleto las tendencias del «nuevo liberalismo» y las del «neoliberalistno».
Como lo n1ostró Serge Audier, cierto n{unero de participantes franceses en
EL COLOQUIO WALTER LIPPMANN O LA REINVENCIÓN DEL LIBERALISMO
69
el coloquio fonnan parte típicatnente de la prin1era corriente cuando se refieren a un <<liberalisn1o social», cmno Louis Marlio, o a un «socialismo liberal», como Ben1ard Lavergne.
Pero el «nuevo liberalismo» no es el eje principal del coloquio, que es n1ás
bien el mmnento en que se decanta otro n1odo de reconstrucción, que tendrá en cmnún con este <<nuevo liberalistno» su aceptación de la intervención
gubernamental, pero que tratará de darle una nueva definición y, por lo tanto, asignarle nuevos línútes. Aunque esto es simplificar las cosas. Otras divergencias se refieren al sentido mismo de este <<neoliberalistno» que se quiere
edificar: ¿se trata de trasformar el liberalismo volviendo a darle una nueva
fin1dación, o bien se trata, más bien, de darle vida nuevamente alliberalisn1o
clásico, o sea, llevar a cabo un «retomo al verdadero liberalismo» en contra
de las desviaciones y las herejías que lo pervirtieron? Frente a los enemigos
comunes del colectivismo (el colectivismo bajo sus fom1as conmnista y fascista, pero tan1bién las tendencias intelectuales y las corrientes políticas reformadoras que, se supone, conducen a ellas en los países occidentales, empezando por el keynesianisrno), estas divergencias parecerán secundarias, sobre
todo vistas desde el exterior. En efecto, durante la travesía del desierto intelectual y político de los neoliberales, es importante oponer un frente unido
al <<intervencionismo estatal>> y al «ascenso del colectivismo». Esta oposición
es la que la Sociedad de Mont-Pelerin consiguió encarnar agrupando a las
diferentes corrientes del neoliberalistno: la corriente nortean1ericana (fuertemente influenciada por los <<neoaustríacos>> Friedrich Hayek y Ludwig von
Mises) y la corriente alen1ana -lo cual permite que se confundan las líneas
divergentes que se habían afirmado antes de la guerra. Esta agrupación de los
neoliberales ocultó, sobre todo, uno de los aspectos principales del vuelco
que se produjo en la histmia delliberalisn1o moderno: le teorización de un
intervencionismo propiamente liberal. Esto es precisan1ente lo que ponía de
relieve el Coloquio W alter Lippmann. En este sentido, este último no es sólo
un acto de nacimiento, es un revelador.
Contra el naturalismo liberal
El coloquio se reunió del 26 al 30 de agosto de 1938. El arquitecto de esta
reunión internacional de veintiséis econonústas, f1ló~ofos y altos funcionarios
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL
COLOQUIO
W ALTER
LIPPMANN O LA REINVENCIÓN DEL LIBERALISMO
71
70
de diversos países es Louis Rougier, filósofo hoy olvidado. Rougier era entonces profesor de filosofía en Besan~on, adepto del positivismo lógico,
mien1bro del Círculo de Viena y autor de numerosas obras y artículos que
prornovían un «retorno delliberalisrrw» sobre bases nuevas. La ocasión, por
partida doble, para esta reunión, es la publicación de la traducción francesa
del libro de Walter Lippmann, An irzquiry into de Principies ofthe Good Society,
bajo el título La Cité libre, 3 y la presencia del autor en París. Este libro es
presentado por el organizador del coloquio como el manifiesto de una reconstrucción delliberalisrno en torno al cual se pueden reunir espíritus diversos que han trabajado en la rnisma dirección. La idea que anilna a Rougier
es bastante sirnple: sólo habrá «retorno del liberalismo» si se consigue fi.mdar
teórican1ente la doctrina liberal y deducir de ella una política liberal activa
que evite los efectos negativos de la creencia rnetafisica en ellaissez-jclire. La
línea que Rougier quiere fijar en el coloquio es una prolongación de la convicción afinnada con mucha fuerza por Lipprnann en su obra, cuando definía de este rnodo la «agenda» del liberalismo que había que reinventar:
La agenda demuestra que el liberalismo es algo muy distinto que la estéril
apologética en la que se había convertido en la época de su sujeción al dogma
del laissez-jiúre y a la incomprensión de los economistas clásicos. Demuestra,
en mi opinión, que el liberalismo es, no una justificación del statu quo, sino
una lógica de reajuste social que se ha hecho necesaria debido a la revolución
industrial. 4
3. W. Lippmann, La Cité libre, Librairie de Médicis, París, 1938. Walter Lippmann, publicista y editorialista norteamericano, célebre por sus análisis de la opinión pública y de la
política extranjera norteamericanas, se encontró, en el período de entreguerras, en la encrucijada entre el «nuevo liberalismo» y el neoliberalismo. En Drift and Mastoy (1913), se pronunciaba por un control científico de la econonúa y de la sociedad. Más tarde, sus escritos
sobre la Gran Depresión y sobre el New Deal prolongarán su tesis, de acuerdo con la cual no
hay libertades sin intervención gubernamental. En The New Imperative (1935), subraya que el
«nuevo imperativo'> político, que fiJe puesto en práctica con las políticas de respuesta a la
crisis, consiste en que el Estado «asuma la responsabilidad de la condición de vida de los ciudadanos». Estas politicas, llevadas a cabo tanto por Hoover como por Roosevelt, inauguraron
según él un «New Deal permanente», rompiendo con la ideología dellaíssez-j(úre anterior a
1922, que da al gobierno una nueva función, consistente en <<hacer uso de todos sus poderes
para regular el ciclo de los negocios». Si el gobierno de la economía moderna es indispensable, queda por determinar la mejor política posible. Todos sus esfuerzos en este sentido
apuntan a repensar un modo de gobierno liberal. Véase Ronald Steel, TValter Líppnzann and
the American Century, Little Brown, Boston, 1980.
4. W. Lipmann, La Cité libre, op. cit., pág. 272.
Rougier, en su apertura de los trabajos del coloquio, advierte que este esfuerzo de reconstrucción todavía no tiene nornbre oficial: ¿hay que hablar
de «liberalísmo constructor», de «neocapitalísrno», o bien de «neoliberalisrno», ténnino que, según él, se in1pone como rnás usual? 5 Refilndar el liberalismo para con1batir mejor el gran ascenso de los totalitarismos es el objetivo que L. Rougier pretende dar a la reunión cuyo prornotor fue él mismo,
y destaca que la arnbición de este coloquio es condensar un movimiento
intelectual difuso. 6 El coloquio es al rnisrno tiernpo para él el acto inaugural
de una organización internacional destinada a construir y a difundir una
doctrina liberal de un género nuevo: el Centro Internacional de Estudios
para la Renovación del Liberalisrno, que antes hemos mencionado. Dicho
centro llegará a organizar algunas reuniones temáticas más, pero acabará
desapareciendo debido a la dispersión de sus n1iernbros por causa de la guerra y la ocupación.
En su discurso de apertura, L. Rougier recuerda igualmente la importancia de la tesis de W. Lippmann, de acuerdo con la cual el liberalismo no
se identifica con el laissez-faire. Esta asimilación ha demostrado, en efecto,
tener todas sus consecuencias negativas, ya que, ante la evidencia de los
males del laissez-j(úre, la opinión concluye apresuradamente que el socialisrno es la única salvación contra el fascismo o que, a la inversa, el fascismo
es la única salvación contra el socialisrno, mientras ambos son variedades de
una misma especie. Rougier insiste igualrnente en la crítica que ha sabido
llevar a cabo W. Lippmann del naturalismo de la doctrina «rnanchesteriana». A su modo de ver, La Ciudad libre tuvo el gran mérito de recordar que
el régimen liberal es el resultado de un orden legal que supone un intervencionismo jurídico del Estado. Resume de este modo la tesis central de
esa obra:
La vida económica se desarrolla dentro de un marco jurídico que fija el régimen
de la propiedad, de los contratos, de las patentes, de la quiebra, de las asociaciones profesionales y las sociedades comerciales, la moneda y la banca, cosas todas
5. La expresión ya había sido utilizada antes del coloquio, en particular por Gaetan
Piro u.
6. L. Rougier considera el coloquio como la continuación de una serie de trabajos ya
publicados dentro del pensamiento liberal y cuyo tema en común es la «crisis del capitalismo». Menciona las obras de Jacques Rueff; La Críse du capitalísme (1935), de Louis Marlio, Le
Sort du capitalisme (1938), de Bemard Lavergne, Grandeur et dédin du capítalisme (1938).
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LIPPMANN O LA REINVENCIÓN DEL LIBERALISMO
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ellas que no son datos de la naturaleza, como bs leyes del equilibrio económico,
sino creaciones contingentes del legislador. 7
Ésta es la expresión de la línea dominante del coloquio, que será objeto de
reticencias, incluso de oposición por parte de cierto nún1ero de invitados, en
particular los «neo-austríacos» von Mises y, sin duda, Hayek. Este últüno, a
pesar de que no se n1anifiesta durante las discusiones, en aquel entonces está
de acuerdo con aquel a quien considera su maestro. Pero todos los participantes cmnparten sin lugar a dudas su rechazo del colectivisn1o, del dirigisn1o
y del totalitarismo, bajo sus diferentes fonnas con1unista y fascista. Tatnbién
está muy extendido el rechazo de las refonnas de izquierda que apuntan a la
redistribución de los beneficios y a la protección social, tales cmno las llevadas a cabo por el Frente Popular en Francia. 8 Pero ¿qué hacer para cmnbatir
estas tendencias? ¿R.eactualizar el liberalismo en un nuevo contexto, o revisar
en profundidad elliberalistno? Esta alternativa está estrechamente ligada al
diagnóstico de la «gran crisis» y de sus causas.
Las divergencias que entonces se expresan deben ser puestas en relación
con una diferencia principal en la interpretación de los fenómenos económicos, políticos y sociales de la época de entreguerras, que cierto número de
autores de diferentes horizontes políticos conciben como una «crisis del capitalismo». Sin lugar a dudas, como hemos visto antes, la situación ha sufrido
un cambio profundo respecto a la «belle époque» del liberalismo, bien descrita por Karl Polanyi.
Dos interpretaciones radicalmente opuestas del «caos» del capitalismo se
enfrentan durante estas jornadas. Por otra parte, en una perspectiva más amplia, dichas interpretaciones dividen a los tnedios liberales en Europa. Para
unos, la doctrina del laissez:faire debe ciertamente ser renovada, pero ante
todo hay que defenderla frente a quienes pron1ueven injerencias estatales.
Entre estos, Lionel R.obbins en Inglaterra y Jacques Rueff en Francia son,
con los «austríacos» von Mises y Hayek, de los autores más conservadores en
n1ateria doctrinal. 9 Para los otros, elliberalisn1o debe ser completatnente refundado y debe favorecer lo que ya se denomina un «intervencionismo liberal», de acuerdo con la expresión etnpleada por A. von Rüstow o Henri
Truchy. 10 Las divergencias de estas dos opciones posibles en los análisis de la
gran crisis son particulatmente significativas. Para los primeros, los factores
principales del caos deben buscarse en la traición de la que fueron objeto
progresivamente los principios delliberalisn1o clásico (Robbins, R.ueff, Hayek, von Mises); para los otros, las causas de la crisis se deben encontrar en el
propio liberalismo clásico (Rougier, Lippmann y los teóricos alemanes del
ordoliberalismo). 11
Así, en su obra La gran depresión, 1929-1934, Lionel R.obbins explicaba
que la crisis es la consecuencia de las intervenciones políticas que desajustaron el n1ecanis1no autocorrectivo de los precios. Con1o lo destaca J. Rueff en
el prefacio que hace para el libro, fueron las buenas intenciones de los reformadores sociales las que condujeron al desastre. La reacción de L. Robbins y
de J. Rueff pone de manifiesto la nostalgia de un n1ercado espontáneamente
autorregulado que habría fi1ncionado en una edad de oro de las sociedades
occidentales. Esto es lo que traduce muy bien J. Rueff en su opúsculo La
crisis del capitalismo, cuando opone el cuasi-equilibrio antes de la Primera
Guerra Mundial al caos de la gran crisis. 12 Antes, escribe, «los hombres actuaban independientemente unos de otros, sin preocuparse nunca de las repercusiones de sus actos sobre el estado general de los n1ercados. Y, sin embargo, del caos de las trayectorias individuales nacía aquel orden colectivo que
se traducía en el cuasi-equilibrio revelado por los hechos. 13 Pero luego, las
intervenciones públicas, todas las formas de dirigismo, los in1puestos, las planificaciones, las reglamentaciones, «hicieron posible la alegre caída de la
prosperidad>>. 14 El postulado de estos autores, que se encuentra igualmente en
von Mises o en Hayek, es que la intervención política es un proceso acun1u-
7. Travaux du Centre international d'études pour la rénovation du libéralisme, Le Coloque
Lippmann, Librairie Médicis, París, 1939, pág. 15. La recensión del coloquio fue publicada recientemente por Serge Audier, en Le Colloque Lippmann. Aux origines d11 néolibéralisme, op. cit.
8. El acuerdo sobre este punto no es tan general. Demostrando la «complejidad del neoliberalismo francés», en expresión de Serbe Audier, cierto número de participantes en el
coloquio W alter Lippmann son partidarios de los «progresos sociales» y del «liberalismo social». Tal es el caso, ya n1.encionado, de Louis Marlio o de Bemard Lavergne. Véase Serge
Audier, Le Colloque Lippmann. Aux origines du néolíbéralisrne, op. cit., págs. 140-157 y págs.
172-180.
9. Más adelante veremos que autores como Von Mises y sobre todo Hayek desarrollaron
reflexiones originales, que no se pueden asimilar simplemente al viejo laissez:faire.
10. Henri Truchy, «Libéralisme économique et économie dirigée», L'Année politique
franfaise et étrangere, diciembre, 1934, pág. 366 (mencionado por F. Denord).
11. Les consagramos una presentación en el capítulo 3.
12. J. Rueff, La Crise du capitalisme, Éditions de la Revue bleue, París, 1936.
13. !bid., pág. 5.
14. !bid., pág. 6.
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lativo. Una vez iniciado, conduce necesariarnente a la colectivización cornpleta de la econonúa y al régimen policial totalítario, ya que es preciso adaptar los con1portamientos individuales a los in1perativos absolutos del progra1na
de gestión autoritaria de la econonúa. La conclusión es clara: no se puede
hablar de fracaso del liberalismo, porque es la política intervencionista la que
engendró la crisis. El1necanisn1o de los precios, cuando se deja que funcione
libremente, resuelve todos los problemas de coordinación entre las decisiones de los agentes económicos.
J. Rueff, por ejerr1plo, durante la sesión del coloquio del donlingo 28 de
agosto, consagrada a las relaciones entre el liberalismo y la cuestión social,
sostiene del1nodo rnás ortodoxo que la inseguridad social que sufren los trabajadores se debe a los desequilibrios económicos periódicos contra los cuales
no se puede hacer nada y que no son tan graves corno parece, en la medida
en que si no se desajusta el rnecanisrno de los precios, hay una vuelta automática al equilibrio. Por el contrario, si el Estado interviene rompe la máquina autmnática:
El sistema liberal tiende a asegurar a las clases más desprovistas el máximo de
bienestar. Todas las intervenciones del Estado en el plano económico han tenido
como efecto el empobrecimiento de los trabajadores. Todas las intervenciones
de los gobiernos han parecido querer mejorar la condición del mayor número,
pero para ello no hay otro medio más que aumentar la masa de los productos a
compartir. 15
más elevado de lo que resultaría del estado del n1ercado. El abandono de esta
política conduciría muy rápidan1ente a una disminución considerable del
nún1ero de parados». 18
El día anterior, una pregunta planteada, «¿se debe el declive delliberalisnlo a causas endógenas?», ilustraba igualmente las tensiones. Para el pensador ordoliberal W. Ropke, la concentración industrial que destruye la
competencia se debe a causas técnicas (peso del capital fijo), mientras que
von Mises sostiene 1nás bien que los cárteles son producto del proteccionisnlo que fragn1enta el espacio econórnico mundial, frena la con1petencia
entre países y favorece, por lo tanto, los acuerdos a nivel nacional. Según
él, pues, sería absurdo prornover la intervención del Estado en materia de
concentración, ya que ella es precisamente la causa del mal: «N o es el libre
juego de las fuerzas econó1nicas, sino la política antiliberal de los gobiernos, lo que ha creado las condiciones favorables para el establecimiento de
los n1onopolios. Son la legislación y la política las que han creado la tendencia al monopolio.» 10
Esta línea de no intervención absoluta que se expresa en el coloquio pone
de rnanifiesto en este plano la persistencia de una ortodoxia prácticamente
intacta. Pero lo que M. Foucault llamará con razón una «fobia al Estado» no
resume el plantearniento más novedoso del coloquio.
La originalidad del neoliberalismo
Ante la interr-ogación escéptica de W. Lippmann acerca de los beneficios
sociales de la libertad de mercado («¿es posible aliviar los sufrirnientos que
conlleva la n1ovilidad de un sistema de 1nercados privados? Si bien el equilibrio hay que dejarlo sie1npre solo, ello supone grandes sufrimientos»), 16
J. Rueff responde poco después con la sentencia definitiva: «El sistema liberal
deja al sisten1a econónúco una flexibilidad que pemúte, por sí sola, luchar
contra la inseguridad>> Y Y von Mises recordará además, a propósito del seguro de desempleo, que «el paro, corno fenórneno masivo y duradero, es la
consecuencia de una política que apunta a mantener los salarios a un nivel
15. Travaux du Centre internacional d'études pour la rénovation du libéralisme, Le Colloque Líppmann, op. cit., pág. 69.
16. Ibíd., pág. 69.
17. Ibíd., pág. 71.
Mediante los planteanlientos de nun1erosos participantes se in1pone una redefinición delliberalisn10 que deja a los ortodoxos particularmente desarmados. Esta línea de fuerza del coloquio reúne la perspectiva de L. Rougier, de
naturaleza esencialmente episte1nológica, con la de W. Lippmann, que recuerda la importancia de la construcción jurídica en el fimcionanliento de la
econmnía de mercado, el cual no es capaz por sí solo de asegurar la integración de todos.
Los participantes del coloquio eran aparentemente n1uy conscientes de las
divisiones que los separaban. Así, A. von Rüstow afirn1a:
18. Ibid., pág. 74.
19. Ibíd., pág. 37.
LA
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Es innegable que aquí, en nuestro círculo, están representados dos puntos de
vista diferentes. Los hay que no encuentran nada esencial que criticar o cambiar
en el liberalismo tradicional [... ] . Nosotros buscamos la responsabilidad por el
declive del liberalismo en el propio liberalismo; y, en consecuencia, buscamos la
salida en una renovación fundamental delliberalismo. 20
Son particularmente L. R.ougier y W. Lippmann quienes, durante el coloquio, definen lo que entonces debe entenderse por «neoliberalisnlo» y cuáles
son las tareas que le corresponden. Ambos autores habían desarrollado anteriormente, en sus obras respectivas, ideas bastante parecidas y en especial la
misma voluntad de reinventar el liberalismo. Para comprender mejor la naturaleza de esta reconstrucción, conviene examinar más detenidamente los
escritos de L. Rougier y sobre todo los de W. Lippn1ann.
El «retorno al liberalismo» promovido por L. R.ougier es en realidad
una refundación de las bases teóricas del liberalismo y la definición de una
nueva política. Rougier parece guiarse especialmente por su rechazo de la
metafisica naturalista. Lo in1portante para él es afirmar de entrada la distinción entre un naturalismo liberal de corte tradicional y un liberalisn1o activo dirigido a la creación consciente de un orden legal en cuyo interior la
iniciativa privada, sometida a la competencia, pueda desarrollarse con toda
libertad. Este intervencionismo jurídico del Estado se opone a un intervencionismo administrativo que entorpece o impide la libertad de acción de las
etnpresas. Eltnarco legal debe dejar que sea el consumidor quien arbitre el
mercado entre los productores que compiten, en vez de una gestión autoritaria de la econonlÍa.
La gran diferencia, según Rougier, entre este neoliberalismo y el liberalismo antiguo se basa en la concepción de la vida económica y social. Los
liberales tenían tendencia a considerar el orden establecido corno un orden
natural, lo cual los conducía a adoptar sistemáticatnente posiciones conservadoras que tendían a mantener los privilegios existentes. No intervenir era, en
suma, respetar la naturaleza. Para R.ougier,
20. F. Denord hace sobre esta declaración el siguiente comentario: «En público, Rüstow
respeta las buenas formas universitarias, pero en privado confiesa a Wilhelm Ropke lo mal
que piensa de Friedrich Hayek y Ludwig von Mises: su lugar se encuentra en el museo, en
formol. La gente de su calaña son responsables de la gran crisis del siglo XX» (F. Denord, «Aux
origines du néoliberalisme en France: Louis Rougier et le Colloque Walter Lippmann de
1938», op. cit., pág. 88).
ser liberal no es en absoluto ser conservador, en el sentido de un mantenimiento
de los privilegios de hecho resultantes de la legislación anterior. Es, por el contrario, ser esencialmente «progresivo», en el sentido de una perpetua adaptación
del orden legal a los descubrimientos científicos, a los progresos de la organización y la técnica económicas, a los cambios de estructura de la sociedad, a las
exigencias de la conciencia contemporánea. Ser liberal no es, como el «manchesteriano», dejar que los automóviles circulen en todas las direcciones, a su antojo,
con el resultado de atascos y accidentes incesantes; no es, como el «dirigista»,
fijarle a cada automóvil su hora de salida y su itinerario; es imponer un código
de circulación, admitiendo que no es el mismo en la época de los transportes
rápidos que en la época de las diligencias. 21
Esta metáfora del código de circulación es una de las imágenes más utilizadas
por todo el neoliberalisn1o, casi constituye su fin11a distintiva más general.
Lipprnann la explota, 22 pero también lo hace el libro famoso que publicará
Hayek después de la guerra, El camino de la servidumbre.
La idea decisiva del Coloquio es que el liberalismo clásico es el pritner
responsable de la crisis que padece. Son los errores de gobierno a los que ha
conducido los que favorecieron el dirigismo y la planificación. ¿Cuál es la
naturaleza de dichos errores? En lo esencial, consistieron en confundir reglas
de funcionamiento de un sistema social con leyes naturales intangibles.
L. R.ougier ve, por ejemplo, en la fisiocracia francesa la expresión más clara
de este tipo de confusión. 23 Lo que élllarna la «nlÍstica liberal>>, o creencia en
una naturaleza inmutable, que por su parte quiere distinguir cuidadosan1ente
de la verdadera ciencia económica, proviene del paso de la observación de las
características científicas de un orden regido por la libre con1petencia a la
idea de que tal orden es intocable y perfecto por ser obra de Dios. 24 El segundo error n1etodológico, vinculado a esta confusión, consiste en la creencia en
la «prin1acía de lo económico sobre lo político». Este doble error puede re-
21. Travaux du Centre international d' études pour la rénovation du libéralisme, Le Colloque Lippmann, op. cit., págs. 15-16.
22. W. Lippmann explica en La Ciudad libre que los funcionarios están ahí para hacer
respetar el código de la carretera, no para decir a dónde hay que ir (La Cité libre, op. cit., págs.
355-336).
23. Véase Louis Rougier, Les Mystiques économiques. Comment l'on passe des démocraties libérales aux États totalitaires, Librairie de Médicis, París, 1938.
24. Según L. Rougier, la creencia naturalista es una mística, pero menos grosera que ,la
doctrina colectivista, que es una pura creencia mágica en los poderes absolutos
~a razon
humana sobre los procesos sociales y políticos. Hay, pues, distintos grados en la nustlca.
d:
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sumirse, según Rougier, mediante la siguiente fórmula: «El rnejor legislador
es el que se abstiene siempre de intervenir en el juego de las fuerzas económicas y les subordina todos los problenus morales, sociales y políticos». Tal
sumisión a un supuesto orden natural, que se encuentra en el origen del
laissez:faire, es una ilusión basada en la idea de que la econornía constituye un
dominio separado que no estaría regido por el derecho. Esta independencia
de la economía respecto de las instituciones sociales y políticas es el error de
fondo de la nústica liberal, que lleva a ignorar el carácter construido del funcionamiento del n1ercado.
W. Lippmann, en La Ciudad libre, llevó a cabo un análisis muy parecido
de los errores de los <<últimos liberales», tal como él los llan1a. El laissezfaire, cuyo origen, recuerda, está en Gournay, era una teoría negativa, destructiva, revolucionaria, que por su propia naturaleza no podía guiar la
naturaleza de los Estados. Se trataba, no de un progran1a, sino de una consigna que «no fue sino una objeción histórica a leyes obsoletas». 25 Estas
ideas, iniciahnente revolucionarias, que habían permitido abatir los vestigios del régimen social político antiguo e instaurar un orden de mercado,
«se transforn1aron en un dognu oscurantista y pedante». 26 Es muy propio
del naturalisrno que impregnaba las teorías jurídico-políticas de los prinleros liberales que condujera a esa nmtación dogn1ática y conservadora. Si
bien los derechos naturales fueron en cierta época ficciones liberales que
permitieron resguardar las propiedades y, por lo tanto, favorecer los cornportamientos de acumulación, tales mitos quedaron congelados como dogmas inalterables que ünpidieron toda reflexión sobre la utilidad de las leyes,
explica Lippn1ann. Al irnpedir la reflexión sobre la ünportancia de las leyes, ese respeto absoluto de la «naturaleza» reforzaba las situaciones conquistadas por los privilegiados.
Este análisis no deja de mantener un estrecho parentesco con las posiciones de los fundadores franceses de la sociología del siglo xrx. El gran defecto
delliberalisnw econónúco, corno tnostró en su época Auguste Comte, residía en la imposibilidad de edificar un orden social viable sobre una teoría
esencialmente negativa. La novedad del neoliberalisn1o «reinventado>> reside
en el hecho de poder pensar el orden del n1ercado corno un orden constnlÍdo y, por lo tanto, estar en condiciones de establecer un verdadero programa
25. W. Lipprnann, La Cité libre, op. cit., pág. 227 y ss.
26. !bid., pág. 228.
político (una «agenda») que tenga corno objetivo su establecimiento y su
manteninuento permanente.
La idea n1ás falsa de los «últimos liberales» como J. S. Mili o H. Spencer7
consiste en sostener que hay dominios donde hay una ley y otros donde no
la hay. Esta creencia en la existencia de esferas de acción «naturales», de regiones sociales sin derecho, como lo sería a su modo de ver la economía de
mercado, fue lo que deformó la inteligencia del devenir histórico e in1pidió
desarrollar las políticas necesarias. Como advierte Lippmann, además, la dogrnática liberal se separó progresivarnente en el siglo xrx de las prácticas reales
de los gobiernos. Mientras los liberales discutían sentenciosan1ente sobre la
extensión dellaíssez:faire y la lista de los derechos naturales, la realidad política era la de la invención de leyes, de instituciones, de normas de toda clase
indispensables para la vida económica moderna: «Todas aquellas transacciones dependían de una ley u otra, de la disposición del Estado a hacer valer
ciertos derechos y proteger ciertas garantías. En consecuencia, preguntarse
dónde estaban los límites del donunio del Estado era no tener ningún sentido
de las realidades». 28 Los derechos de propiedad, los contratos más diversos, los
estatutos jurídicos de las ernpresas y, finalmente, todo el enorme edificio del
derecho cornercial y el derecho laboral, desmentían en acto la apologética
del laissez:f'aire de los «Últimos liberales», que se habían vuelto incapaces ele
reflexionar sobre la práctica efectiva de los gobernantes y la significación
de la obra legislativa. El error es incluso rnás profundo. Los liberales fueron
incapaces de comprender la dimensión institucional de la organización social:
Sólo reconociendo que los derechos legales son proclamados y aplicados por el
Estado se puede someter a un examen racional el valor de un derecho en particular. Los últimos liberales no se dieron cuenta. Cometieron el grave error de no
ver que la propiedad, los contratos, las sociedades, así como los gobiemos, los
parlamentos y los tribunales, son criaturas de la ley y sólo existen como haces de
derechos y de deberes cuya aplicación puede exigirse. 29
Estas fórmulas clan a ver hasta qué punto la crítica neoliberal de Lippmann
desciende hasta el plano de la gubernan1entalidad tal como la había pensado
27. W. Lippmann confunde a estos dos autores, sin tener en cuenta las dudas e inflexiones de Mili.
28. W. Lippmann, La Cité libre, op. cit., pág. 230.
29. !bid., pág. 293.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL CoLoquro WALTER LrPPMANN o LA
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Benthan1, antes de las fórmulas naturalistas que habían invadido la literatura
apologética del n1ercado. Lippmann, aun sin establecer por completo el
vínculo entre la crítica que lleva a cabo de la ilusión iusnaturalista y la fom1a
en que Benthan1 pensaba las relaciones entre la libertad de acción y el orden
jurídico, analiza la evolución doctrinal como una degradación que se produjo
entre finales del siglo XVIII y finales del siglo XIX, entre Bentham y Spencer.
Lippmann considera que puede explicar las razones de la ignorancia que
1nanifestaron los liberales tardíos en relación al trabajo de los juristas para
definir, emnarcar, corregir el régimen de los derechos y obligaciones relativos a la propiedad, los intercambios y el trabajo. Esta ignorancia del hecho
de que «todo el régimen de la propiedad privada y de los contratos, de la
empresa individual, de la asociación y de la sociedad anónima forma parte de
un conjunto jurídico del que es inseparable», se explica por el modo en que
el derecho en cuestión ha sido producido. Debido a que, según él, es más
producto de la jurisprudencia que sanciona los usos que de una codificación
en toda regla, pudieron considerarlo erróneamente la expresión de una «especie de derecho natural fundado en la naturaleza de las cosas y dotado de un
valor, por así decir, sobrehumano». Esta ilusión naturalista los empujaba a ver
en cada disposición jurídica que no les gustaba una injerencia insoportable
del Estado, una violación intolerable del Estado de naturaleza. 30 No reconocer el trabajo propio de la creación jurídica es el error inaugural en el origen
de la retórica que denuncia la intervención del Estado:
El título de propiedad es una creación de la ley. Los contratos son instrumentos
jurídicos. Las sociedades son criaturas del derecho. Se comete, por lo tanto, un
error al considerar que tienen una existencia fuera de la ley y preguntarse luego
si está pennitido «intervenir» respecto a ellas[ ... ]. Toda propiedad, todo contrato, toda sociedad existe tan solo porque existen derechos y garantías cuya aplicación se puede asegurar, cuando son sancionados por la ley apelando al poder de
coerción del Estado. Decir que no se puede tocar nada es hablar por hablar.31
Una fuente suplen1entaria de error ha consistido en ver en las necesarias simplificaciones de la ciencia económica un 1nodelo social a aplicar. Para Lippnlann, cmno para Rougier, es pe1fectamente nonnal que el trabajo científico
elimine las escorias y las hibridaciones de la realidad de las sociedades, para
30. Ibíd., pág. 252.
31. Ibid., págs. 320-321.
extraer por abstracción relaciones y regularidades. Pero los liberales consideraron estas leyes con1o creaciones naturales, una imagen exacta de la realidad,
de modo que ya no vieron en lo que se escapaba del modelo sirnplificado y
purificado más que in1perfecciones o aberraciones. 32 La conjunción de esta
interpretación episten1ológica errónea con esa ilusión naturalista explica la
fuerza duradera del dogmatismo liberal hasta com_ienzos del siglo XIX.
Elliberalisn1o, que en el siglo XVIII era portador del ideal de la emancipación hun1ana, se transformó progresivan1ente en un conservadurisrno estrecho que se oponía a todo movimiento hacia adelante de las sociedades en
nombre del respeto absoluto del orden natural:
Las consecuencias de este error han sido catastróficas. Porque al imaginar ese
dominio de la libertad, enteramente hipotética e ilusoria, donde los hombres
supuestamente trabajan, compran y venden, establecen contratos y poseen bienes, los liberales renunciaron a toda crítica para convertirse en los defensores del
derecho que resultaba estar vigente en ese dominio. Se convirtieron, de este
modo, en apologistas obligados de todos los abusos y todas las miserias que contenía. Al haber admitido que no existían leyes, sino un orden natural proveniente de Dios, su enseñanza sólo podía ser enseñar una alegre adhesión o una resignación estoica. De hecho, defendían un sistema compuesto de vestigios jurídicos
del pasado e innovaciones interesadas introducidas por las clases más afortunadas
y más poderosas de la sociedad. Además, como habían supuesto la no existencia
de una ley humana que rigiera los derechos de propiedad, los contratos y las
sociedades, no pudieron interesarse naturalmente en la cuestión de saber si tal ley
era buena o mala, y si podía ser reformada o mejorada. Con razón hubo quien
se burlaba del confonnismo de estos liberales. Probablemente tenían tanta sensibilidad como el resto de los hombres, pero sus cerebros habían dejado de funcionar. Con la afirmación de que la econonúa de intercambio era «libre>>, o sea,
situada fuera del dominio de la jurisdicción del Estado, se habían metido en un
callt;.jón sin salida [... ] Por este motivo perdieron el dominio intelectual de las
grandes naciones y el movimiento progresista dio la espalda alliberalismo.-33
No sólo liberalismo y progresismo se separaron, sino que, sobre todo, se vio
surgir una protesta cada vez 1nayor contra el capitalismo liberal y las desigualdades que engendraba. El socialismo se desarrolló aprovechándose de la petrificación conservadora de la doctrina liberal, puesta al servicio de los intereses
económicos de los grupos dominantes. El cuestionamiento de la propiedad es
32. Ibid., pág. 244.
33. Ibid., págs. 234-235.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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para W. Lippn1ann particularrnente sinton1ático de esta deriva: «Si la propiedad privada está tan gravemente comprometida en el rnundo moderr10, es
porque las clases posesoras, resistiendo a la rnodificación de sus derechos, ha
provocado un rnovimiento revolucionario que tiende a abolirlas». 34
La agenda del liberalismo reinventado
Los «Últimos liberales» no con1prendieron que, «muy lejos de ser abstencionista, la economía liberal supone un orden jurídico activo y progresista» dirigido a la adaptación permanente del hmnbre a condiciones que cambian
constanternente. Es preciso un «intervencionismo liberal, un «liberalisrno
constn1ctor», un dirigismo del Estado que convendrá distinguir de un dirigisnlo colectivista y planificador. Apoyándose en la evidencia de los beneficios de la competición, este intervencionismo abandona la fobia spenceriana
frente al Estado y combina la herencia del con1petencialisrno social con la
promoción de la acción estatal. Su finalidad es, precisarnente, establecer sin
cesar las condiciones de la libre cornpetencia, an1enazada por las lógicas sociales que tienden a limitarla, para garantizar la «victoria de los nlás aptos»:
El dirigismo del Estado liberal implica que se ejerza de tal modo que proteja la
libertad, no que la someta; de tal manera que la conquista del beneficio será el
resultado de la victoria de los más aptos en una competición leal, no el privilegio
de los más protegidos o los más pudientes a consecuencia del apoyo hipócrita del
Estado. 35
Este liberalismo «rnejor entendido», este «liberalismo verdadero», pasa por la
rehabilitación del Estado corno fuente de autoridad imparcial frente a los
particulares:
Quien quiera volver al liberalismo deberá devolver a los gobiernos una autoridad
suficiente como para resistir al empuje de los intereses privados sindicados, y sólo
se les devolverá esta autoridad mediante refom1as constitucionales en la medida
en que se haya recompuesto la opinión pública mediante la denuncia de los
pe1juicios del intervencionismo, el dirigismo y la planificación, que demasiado a
34. Ibid., pág. 329.
35. L. Rougier, op. cit., pág. 84.
LIPPMANN O LA REINVENCIÓN DEL LIBERALISMO
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menudo no son sino el arte de desajustar sistemáticamente el equilibrio económico en detrimento de la gran masa de ciudadanos-consumidores para beneficio, muy momentáneo, de un pequeño número de privilegiados, como vemos
abundantemente en la experiencia rusa. 36
Sin duda, no resulta sencillo distinguir la intervención que n1ata la competencia de aquella que la refuerza. En todo caso, si se constata que hay fuerzas
politicas y sociales que ernpujan para desajustar la 1náquina, es preciso aceptar
que una contrafuerza apunte a devolver todo su lugar y su fuerza al «gusto
por el riesgo y por las responsabilidades»Y De hecho, Rougier sostiene dos
posiciones diferentes. De acuerdo con una, el intervencionis1no del Estado
debe ser esencialn1ente jurídico. Se trata de irnponer a todos los agentes económicos reglas universales y resistirse a todas las intervenciones que deformen la competencia dando ventajas o concediendo privilegios y protecciones a categorías particulares. El peligro es que el Estado quede sometido a
grupos coaligados, ya se trate de los más ricos o de las masas pobres.
Para Rougier, hay fuerzas en la sociedad que se esfuerzan por pervertir en
su provecho los juegos de la competencia, empezando por fuerzas políticas
que, para conquistar los sufragios de los electores, no dudan en practicar políticas dernagógicas. El Frente Popular francés constituye para él un ejemplo
perfecto. También hay lógicas sociales que van a favor de estas deforrnaciones y que no son tenidas en cuenta por un pensarniento econónuco denJasiado restringido: «[ ... ] no somos n1oléculas de gas, sino seres pensantes y
sociales: coaligamos nuestros intereses, estamos sometidos a tendencias gregarias, experirnentamos presiones exteriores de agrupamientos organizados
(sindicatos, organizaciones políticas, estados extranjeros, etcétera)». 38 Un Estado fuerte protege de los chantajes y las presiones, es necesario para garantizar una igualdad de tratamiento ante la ley.
Pero también sostiene otro argtmlento. El Estado no debe abstenerse de
intervenir para hacer filncionar n1ejor los engranajes de la econornía. Elliberalisnlo constructor consiste en
lubrificar mejor la máquina económica, desatascar los factores autorreguladores
del equilibrio; en pemútir que los precios, la tasa de interés, la disparidad, re-
36. Ibid., pág. 10.
37. Ibid., pág. 192.
38. Ibid., pág. 192.
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84
adapten la producción a las necesidades reales del consumo, devueltas a una
situación de solvencia; el ahorro, a las necesidades de inversión justificadas en
adelante por la demanda; los salarios, a las posibilidades técnicas y a la rentabilidad de las empresas. 39
Esta injerencia adaptadora llega a estimular ciertos con1portanlientos deseables de los agentes con el fin de restablecer equilibrios que, aunque sean
«naturales», no se constituirían por sí solos:
Un intervencionismo liberal debe preocuparse, en un período de exceso de
oferta, de estimular el consumo, lo único que permite valorizar la producción,
ya que si el volumen de la producción es en función del precio coste, sólo la
demanda solvente determina su valor mercantil y social; y esto, no mediante los
procedimientos esterilizantes de ventas a crédito, sino distribuyendo la mayor
parte de los beneficios en forma de dividendos a los accionistas y de salarios a los
obreros. Al hacerlo, el Estado no tiene la finalidad de crear equilibrios artificiales,
sino de restablecer los equilibrios naturales entre el ahorro y las inversiones, la
producción y el consumo, las exportaciones y las importacíones. 40
El capitalismo competencia! no es un producto de la naturaleza, es una nláquina que reclama una vigilancia y una regulación constantes. Se ve, sin
embargo la ambigüedad que rodea al «intervencionismo liberal» en la versión que de él da Rougier, que por fuerza tenía que causar inquietud a los
liberales más cercanos a la ortodoxia. Rougier mezcla tres din1ensiones en
la legitimación de la política pública: el establecimiento de un Estado de
derecho; una política de adaptación a las condiciones cambiantes; una política que ayuda a la realización de los «equilibrios naturales». Estas dinlensiones no son del mismo orden. R.omper con la «fobia al Estado» tal corno ésta
se manifestaba ejemplarmente en Spencer es una cosa, f~jar el límite que
separará a una intervención legítima de otra que no lo sea es otra cosa.
¿Cómo evitar caer en los extravíos de los <<políticos dernagogos» y los <<doctrinarios iluminados»? El criterio absoluto es el respeto de los principios de
la competencia. Contrariamente a quienes explican que «la competencia
mata a la competencia», Rougier sostiene -con todos los demás liberales,
por otra parte- que las distorsiones de la con1petencia provienen principalmente de las injerencias del Estado y no de un proceso endógeno. Desde el
39. Ibíd., pág. 194.
40. Ibid., pág. 85.
proteccionismo aduanero hasta la instauración de un monopolio, siempre es
el estado el que se encuentra, solo o acon1pañado, en el origen de una limitación o una supresión del régimen de con1petencia en detrirnento de los
intereses del mayor número. Lo que, sin embargo, introduce una distancia
entre las diferentes posiciones es que para R.ougier la con1petencia sólo
puede establecerse rnediante la injerencia del Estado. Esto constituye igualmente un eje del neoliberalisrno alemán, como lo indica A. von Riistow
durante el Coloquio:
No es la competencia lo que mata la competencia. Es más bien la debilidad intelectual y moral del Estado, que, en primer lugar, ignorando y descuidando Sl~S
deberes como policía del mercado, deja que la competencia degenere, luego deja
que los caballeros saqueadores abusen de sus derechos para dar el golpe de gracia
a esa competencia degenerada. 41
Para L. Rougier, el «retomo al liberalismo» sólo tiene sentido por el valor
que se reconoce a la «vida liberal», que no es la jungla de los egoísmos, sino
el juego reglado de las realizaciones de sí mismo. Así, predica el «sabor de la
vida resultante del riesgo que comporta, pero en el marco ordenado de un
.
JUego
cuyas reg1as se conocen y se respe t an». 4?-
Neoliberalismo y revolución capitalista
Lippmann, por su parte, desarrollará un conjunto de argumentos bastante
diferente, y sin duda más consistente, para justificar el neoliberalismo Y explicar su significación histórica. A su modo de ver, el colectivisrno es una
«contrarrevolución>>, una «reacciÓn>> contra la verdadera revolución nacida
en las sociedades occidentales. Porque para él la verdadera revolución es la de
la economía capitalista y mercantil extendida a todo el planeta, es la del capitalismo, que trastorna permanentemente los modos de vida al hacer del
mercado el «regulador soberano de los especialistas en una economía basada
en una división del trabajo muy especializado». 43
41. Travaux du Centre international d'études pour la rénovation du libéralisme, Le Colloque Lippmann, op. cit., pág. 41.
42. L. Rougier, Les Mystiques économiques, op. cit., pág. 4.
43. W. Lippmann, La Cité libre, op. cit., pág. 209.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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Esto, olvidado por los últimos liberales, obliga a un <<redescubrirniento del
liberalistno». Este último, en efecto, no es una ideología corno las otras. Todavía es menos aquel «adorno marchito» del conservadurisrno social en el
que se ha convertido progresivamente. Para Lippn1ann es la única filosofia
capaz de conducir la adaptación de la sociedad y de los hombres que la componen a la rnutación industrial y mercantil basada en la división del trabajo y
la diferenciación de los intereses. Es la única doctrina capaz, si es bien comprendida, de construir la «Gran Asociación» y hacer que funcione armoniosarnente: «El liberalismo no es, como el colectivisrno, una reacción a la revolución industrial, es la filosofia misma de dicha revolución industrial». 44 El
carácter necesario del liberalismo, su inscripción en el rnovirniento de las sociedades, sugiere una sirnetría respecto a la tesis rnarxiana que hace del socialismo otra necesidad de la historia.
La econmnía basada en la división del trabajo y regulada por los mercados
es un sistema de producción que no puede rnodificarse en lo fundamental. Es
algo dado por la historia, una base histórica, al igual que el sistema económico
de los cazadores recolectores. Más todavía, es una revolución muy sernejante
a la que conoció la hurr1anidad en el Neolítico. El error de los colectivistas es
creer que se puede anular esta revolución social rnediante el control total de
los procesos econónucos, y el de los rnanchesterianos pensar que se trata de un
estado natural que no reclama ninguna intervención política.
La palabra importante en la reflexión de Lippmann es adaptación. La agenda
del neoliberalisrno está guiada por la necesidad de una adaptación permanente de los hombres y las instituciones a un orden econórnico intrínsecarnente
variable, basado en una competencia generalizada y sin descanso. La política
neoliberal se requiere para favorecer este funcionarniento con un ataque contra los privilegios, los monopolios y las rentas. Va dirigida a crear y mantener
las condiciones de funcionarrlÍento del sisterna de la competencia.
A la revolución permanente de los métodos y las estructuras de producción le debe corresponder igualmente la adaptación permanente de los modos
de vida y de las rnentalidades. Esto es ciertarnente lo que habían comprendido
los primeros liberales, inspirados por la necesidad de las reformas sociales y
políticas, pero es también lo que habían olvidado los «últimos liberales», más
preocupados por la conservación que por la adaptación. A decir verdad, los
44. !bid., pág. 285.
LIPPMANN O LA REINVENCIÓN DEL LIBERALISMO
partidarios del laissez:faire suponían que estos problenus de adaptación se resolvían mágicamente o, más bien, que ni siquiera se planteaban.
El neoliberalismo se basa en la doble constatación de que el capitalisrno
ha abierto un período de revolución permanente en el orden económico,
pero que los hmnbres no se han adaptado espontánearnente a este orden de
mercado cambiante, porque fueron fonnados en un mundo diferente. Esta
es la justificación de una política que debe tener como objetivo la vida individual y social en su conjunto, algo en lo que insistirán, después de Lippn1ann,
los ordoliberales alemanes. Esta política de adaptación del orden social a la
división del trabajo es una tarea inrnensa, escribe Lipprnann, que consiste en
«dar a la humanidad un nuevo género de vida». 45 Es particulam1ente explícito en cuanto al carácter sistemático y cmnpleto de la transformación social
que se debe producir:
La falta de adaptación se debe al hecho de que se ha producido una revolución
en el modo de producción. Como esta revolución tiene lugar en hombres que
han heredado un género de vida enteramente distinto, el reajuste necesario
debe extenderse a todo el orden social por entero. Casi con toda seguridad, debe
proseguir tanto como lo haga la propia revolución industrial. No puede haber
un momento en el que el «orden nuevo» esté realizado. Debido a la naturaleza
de las cosas, una econorrúa dinámica debe alojarse necesariamente en un orden
social progresista. 46
Al Estado y la legislación que éste produce, o de la que es garante, les corresponde insertar las actividades productivas y tnercantiles en relaciones
evolutivas, en armonía con la especialización productiva y la extensión de
los intercambios rnercantiles. Lejos de negar la necesidad de un marco social, rnoral y político para dejar jugar rnejor los mecanismos supuestamente
naturales de la economía de rnercado, el neoliberalismo debe ayudar a la
redefinición de un nuevo marco que sea con1patible con la nueva estructura econórnica.
Más todavía, la política neoliberal debe cambiar al hombre mismo. En una
economía en perpetuo movimiento, la adaptación es una tarea siempre actual con el fin de recrear una armonía entre la fmma en que se vive y piensa
y los condicionantes econórnicos a los que hay que someterse. Nacido en un
45. !bid., pág. 272.
46. !bid., pág. 256.
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Estado antiguo, heredero de hábitos, de modos de conciencia y de condicionamientos inscritos en el pasado, el hombre es un inadaptado crónico que
debe ser objeto de políticas específicas de readaptación y de modernización.
Y estas políticas deben ir hasta la transfom1ación de la forma misma en que
el hombre se representa su vida y su destino, para evitar los sufi.i.mientos
morales y los conflictos ínter o intra-individuales:
Los verdaderos problemas de las sociedades modernas se plantean sobre todo allí
donde el orden social no es compatible con las necesidades de la división del
trabajo. Una revisión de los problemas actuales no sería más que un catálogo de
tales incompatibilidades. El catálogo empezaría por lo heredado, enumeraría todas las costumbres, las leyes, las instituciones y las políticas, y sólo se completaría
después de haber tratado de la noción que tiene el hombre de su destino en la
Tierra, de sus ideas acerca de su alma y la de todos los otros hombres. Porque
todo conflicto entre la herencia social y la fom1a en que los hombres deben ganarse la vida acarrea necesariamente un desorden en sus asuntos y la división en
sus espíritus. Cuando la herencia social y la economía no forman un todo homogéneo, hay necesariamente una revuelta contra el mundo o una renuncia al
mundo. Por eso, en épocas como la nuestra, el descontento conduce a algunos a
la violencia y a otros al ascetismo y al culto del más allá. Cuando los tiempos
andan revueltos, unos hacen batTicadas y otros entran en el convento. 47
Para evitar esa crisis de adaptación, es conveniente llevar a cabo un conjunto de reformas sociales, que constituyen una verdadera política de la condición
humana en las sociedades occidentales. Lippmann indica dos aspectos propiamente hun1anos de esta práctica política global de adaptación a la cornpetición: el eugenisrno y la educación. La adaptación reclama hon1bres nuevos, dotados de cualidades no sólo diferentes, sino n1uy supeti.ores a aquellas
de las que disponían los hombres antiguos:
La economía necesita no sólo que la cualidad de la especie humana, que el equipamiento de los hombres para la vida se mantengan a un grado mínimo de calidad, sino también que tal calidad sea progresivamente mejorada. Para vivir con
éxito en un mundo de interdependencia creciente del trabajo especializado, se
requiere un crecimiento continuo de las facultades de adaptación, de la inteligencia y de la comprensión informada de los derechos y los deberes recíprocos,
de los beneficios de tal género de vida y de sus posibilidades. 48
47. Ibid., págs. 256-257.
48. Ibid., pág. 258.
En particular, se requiere una gran política de educación de las masas que
prepare a los hombres para las funciones económicas especializadas que les
esperan y los forme en el espíritu del capitalistno al que deben adscribirse
<<para vivir en paz en una Gran Asociación de miembros interdependientes»: 49
Educar a grandes masas, equipar a los hombres para una vida en la que deben
especializarse aun permaneciendo capaces de cambiar de especialidad, he aquí un
imnenso problema todavía no resuelto. La economía de la división del trabajo
exige que estos problemas de eugenismo y de educación sean efectivamente
tratados, y la econonúa clásica supone que ya lo están. 50
Lo que hace necesaria esta gran política educativa en beneficio de las n1asas,
ya no únican1ente de una pequeña élite cultivada, es que los hombres deberán cambiar de posición profesional y de empresa, adaptarse a nuevas técnicas, enfrentarse a la competencia generalizada. La educación no se corresponde, en Lippmann, con el argumentario republicano tradicional, sino con
la lógica adaptativa, la única que justifica el gasto escolar: «Si el liberalismo
quiere consagrar a la educación una parte considerable de los presupuestos
públicos, es para hacer a los hombres más aptos para su nuevo género de
vida». 51
La política de Lippmann promueve otros aspectos, que la acercan, como
se verá más adelante, a los temas de la sociología ordoliberal de W. Ropke y
de A. von Rüstow: protección del rnarco de vida, de la naturaleza, de los
barrios y de las ciudades. Los hombres, si bien tienen que ser rnóviles económicamente, no deben vivir conw nómadas desarraigados, sin pasado. La
cuestión de la integración social en las comunidades locales, muy presente en
la cultura norteamericana, forma parte de los contrapesos necesarios para el
desarrollo de la economía mercantil: «Es indudable que la revolución industrial descivilizó a enormes masas de hombres arrancándolos de sus hogares
ancestrales y reuniéndolos en enormes suburbios monótonos y anónimos
llenos de cuchitriles superpoblados». 52 Al igual que los ordoliberales alemanes
de la posguerra, Lippmann no ve contradicción entre el tipo de economía
que quiere ver perdurar -pues la considera un hecho histórico cuyos lírnites
49.
50.
51.
52.
Ibid.,
Ibíd.,
Ibid.,
Ibíd.,
pág.
pág.
pág.
pág.
285.
258.
285.
260.
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no se pueden franquear- y las consecuencias sociales que dicha econonúa
puede engendrar. A su modo de ver, la defensa de una sociedad integrada y
estabilizada corresponde a la política social, exactamente corr1o la lucha contra el colectivisrno de las grandes sociedades del tipo holdír1g es una necesidad
para 1nantener la cmnpetencia. En ciertos aspectos, este neoliberalisrno, que
quiere ser una política de adaptación, conduce a cierta hostilidad respecto a
las fom1as que adquiere el capitalisn1o de las grandes unidades. Es así como se
puede entender la voluntad de luchar contra las rr1anipulaciones de los monopolios y el deseo de ver extenderse la vigilancia de las transacciones comerciales y financieras: «En una sociedad liberal, la rr1ejora de los mercados
debe ser objeto de un estudio incesante. Es un vasto dorninio de reformas
necesarias». 53
Destaquernos, en todo caso, que esta reinvención delliberalisrr10 se niega
a cerrar los ojos ante las necesidades políticas ligadas al funcionarrlÍento de los
mercados, en particular en el plano de la n1ovilización, la forrnación de la
fuerza de trabajo y su reproducción en estructuras sociales e institucionales
estables y eficaces. Ésta es sin duda, incluso, la principal preocupación de La
Ciudad libre, como lo derrmestra la justificación del impuesto progresivo destinado entre otras cosas a la educación de los productores, pero también a su
inderrmización en caso de despido para ayudarlos a reconvertirse y a desplazarse: «N o hay ninguna razón para que un Estado liberal no asegure e indemnice a los hmnbres contra los riesgos de su propio progreso. Por el contrario,
tiene todas las razones para hacerlo». 54
El reino de la ley
Herr10s dicho rnás arriba hasta qué punto la crítica neoliberal del naturalismo
llevada a cabo por W. Lippn1ann confim1a la concepción bentharrliana del
papel creador de la ley, en particular en el dorrlÍnio de la acción econórrlica.
La idea de que la propiedad no está inscrita en la naturaleza, sino que es producto de una rnadeja de derechos cornpleja, variable, diferenciada, les es
cornún, indiscutiblemente. Encontramos igualrnente la núsma preocupación
por el cambio de la an11adura legal en función de las evoluciones sociales y
53. Ibíd., pág. 268.
54. lbid., pág. 270.
econÓrrlÍcas, contra las concepciones conservadoras del iusnaturalismo. La
ley debe ser rnodificada cuando haga falta en un sisterna económico en permanente evolución. Pero Lippmann muestra mucha más simpatía que Benthatn por la práctica jurisprudencia! de la Common Law y n1ucha más desconfianza frente a la creación parlan1entaria de la ley. Muestra incluso, mucho
antes que Hayek, que hay una afinidad de espíritu entre la fom1a de creación
de la ley en la práctica anglosajona y las necesidades de coordinación de los
individuos en las sociedades modernas.
La cuestión del arte del gobierr10 es central. Los colectivistas y los partidarios del laissez-faíre se engañan por razones opuestas en cuanto al orden
político que corresponde a un sisterna de división del trabajo e intercambio.
Unos quieren adrrlinistrar todas las relaciones de los hon1bres entre ellos, los
otros quisieran creer que dichas relaciones son libres por naturaleza. La democracia es el reino de la ley para todos, es el gobíerr10 rnediante la ley común hecha por los hmnbres: «En una sociedad libre, el Estado no adrrlinistra
los asuntos de los hornbres. Adrrlinistra la justicia entre los hombres que conducen, ellos rrlÍsrnos, sus propios asuntos». 55 Es cierto que hubo dificultades
para llegar a esta conclusión, como lo demuestran los debates desde finales
del siglo XVIII.
¿Córr1o organizar el Estado en una época en la que el pueblo está en posesión legítima del poder, para hacer que sirva a los intereses de las masas?
Éste es todo el problema de la constitución que se plantearon los Foundíng
Fathers, es igualmente el de los republicanos franceses, así como de los demócratas radicales ingleses. Según W. Líppmann, el rr10do de gobierno liberal
no atañe a la ideología, sino a la necesidad de estructura, como se ha dicho
más arriba. Se debe a la naturaleza núsma de los vínculos sociales en la sociedad mercantil.
La división del trabajo impone cierto tipo de política liberal y no pernúte
la arbitrariedad de un poder dictatorial que disponga de los individuos como
le plazca. En el plano político, es irnposible dirigir rnediante órdenes y decretos una sociedad civil compuesta de agentes econórrlicos, como si se tratara
de una organización jerarquizada. Sólo se pueden conciliar intereses diferenciados determinando una ley cornún. «El sistema liberal se esfilerza por definir lo que un hornbre puede esperar de todos los den1ás, incluidos los fun-
55. Ibíd., pág. 318.
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cionarios del Estado, y asegurar la realización de esta expectativa». 56 Esta
concepción de las relaciones sociales define el único modo de gobierno posible de una ciudad libre que limita la arbitrariedad y no pretende dirigir a los
individuos.
Una ley es una regla general de las relaciones entre individuos privados,
sólo expresa las relaciones generales de los hombres entre sí. No es ni la emanación de un poder trascendente ni la propiedad natural del individuo. Es un
modo de organización de los derechos y deberes recíprocos de los individuos
unos con otros, objeto de cambios continuos en función de la evolución
social. El gobierno liberalrnediante la ley con1Ún, explica Lippn1ann, «es el
control social ejercido no por una autoridad superior que da órdenes, sino
por una ley común que define los derechos y los deberes recíprocos de las
personas y las invita a hacer aplicar la ley sometiendo sus casos respectivos a
un tribunal». 57 Esta concepción de la ley extiende al conjunto del derecho el
dominio de los derechos privados corno institución de las obligaciones relativas de los individuos unos respecto a los otros.
W. Lippmann restablece la concepción relacional de la ley, que era la de
los primeros liberales. N o somos, explica, pequeñas soberanías independientes, como Robinsones cada uno en su isla: estamos vinculados a un conjunto
denso de obligaciones y de derechos que instauran cierta reciprocidad en
nuestras relaciones.
Estos derechos no están calcados de la naturaleza, tampoco son deducidos
de un dogma planteado de una vez por todas, todavía son menos la producción de un legislador omnisciente. Son producto de una evolución, de una
experiencia colectiva de las necesidades de reglamentación nacidas de la multiplicación y la modificación de las transacciones individuales. Lippmann,
heredero de los escoceses Hume y Ferguson, hace de la sociedad civil, mu·cho antes que Hayek, el resultado de un proceso de descubrinliento de la
regla general que debe gobernar las relaciones recíprocas y que, por este
mismo hecho, contribuye a civilizarlas, en el sentido de que la aplicación del
derecho civil obedece al principio tan general como sin1ple del rechazo de la
arbitrariedad en las relaciones. Este principio de civilización asegura a cada
uno una esfera de libertad, fruto de las restricciones del ejercicio del poder
arbitrario del hombre sobre el hon1bre. El desanollo de la ley, que es nega56. Ibíd., pág . .343.
57. Ibíd., pág . .316.
ción de las posibilidades de agresión al prqjimo, es lo único que permite liberar las facultades productivas y las energías creadoras.
Para W. Lippmann, la nueva gubernarnentalidad es esencialn1ente judicial:
más que son1eterse a la forn1a de la administración de la justicia en toda su
extensión y en sus procedimientos, realiza una operación íntegramente judicial en su contenido y en su efecto. La oposición simplista entre intervención
y no intervención del Estado, que tanto se impone en la tradición liberal,
impidió comprender su papel efectivo en la creación jurídica y bloqueó las
posibilidades de adaptación. El conjunto de las nmmas producidas por la
costumbre, la interpretación de los juicios y la legislación, con la garantía del
Estado, evoluciona mediante un trabajo constante de adaptación, mediante
una reforn1a pern1anente que hace de la política liberal una función esencialmente judicial. No hay diferencia de naturaleza en las operaciones de los
poderes ejecutivo, legislativo o propiarnente judicial: todos se dedican a juzgar, en escenas diferentes y de acuerdo con procedimientos distintos, reivindicaciones, a rnenudo contradictorias, de grupos de individuos que tienen
intereses diferentes. La ley como regla general apunta a asegurar obligaciones
equitativas entre los individuos portadores de intereses particulares. Todas las
instituciones liberales ~jercen un juicio sobre los intereses. Adoptar una ley
es decidir entre intereses en conflicto. El legislador no es una autoridad que
ordena e impone, es un juez que decide entre intereses. El modelo más puro
es, por lo tanto, el de la Common Law, opuesto al derecho romano del que
surgió la teoría moderna de la soberanía.
La administración de la justicia, esencialmente conmutativa, adquiere un
lugar vital en el universo social donde los conflictos de interés son inevita-·
bles. Precisamente porque los intereses se han diferenciado en la «Gran Asociación», de acuerdo con una imagen muy estimada por los prirneros liberales, el modo de gobierno debe cambiar, pasando del «método autoritario» al
«método recíproco» del control social. Los arreglos nonnativos están destinados a hacer compatibles las reivindicaciones individuales rnediante la definición y el respeto de las obligaciones recíprocas, de acuerdo con una lógica
esencialmente horizontal. El Soberano no gobierna por decreto, no es la
expresión de un fin colectivo, ni siquiera el de «la rnayor felicidad para el
mayor nún1ero». La regla liberal de gobierno consiste en remitirse a la acción
privada de los individuos y no a apelar a la autoridad pública para determinar
lo que es bueno hacer o pensar. Éste es el principio del límite de la coerción
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estatal. Lo cual, cmno verernos más adelante, supone una desconfianza respecto al poder del pueblo por n1edio del pueblo.
En W. Lippnunn, lo esencial es, sin duda, que no se pueden pensar independienternente la economía y el sisterna normativo. Su irnplicación recíproca parte de la consideración de la interdependencia generalizada de los intereses en la sociedad civil. El descubrinúento progresivo de los principios del
derecho es al rnistno tiempo el producto y el factor de esa «Gran AsociaciÓn>>
en la que cada uno está vinculado a los detnás para la satisfacción de su interés.
Los hombres, que se han vuelto dependientes los unos de los otros por el intercambio del trabajo especializado en mercados cada vez más extensos, se han
dado como am1adura jurídica un método de control social que consiste en definir, juzgar y enmendar derechos y obligaciones recíprocas, no en ordenar por
decreto. 58
El ejercicio de este nuevo rnodo de gobierno no pudo sino ensanchar el
campo de la interdependencia, haciendo entrar cada vez rnás individuos y
pueblos en la red de transacciones y de cornpeticiones, hasta tal punto que es
posible imaginar una «Gran Asociación» a escala mundial, resultado lógico de
la división mundial del trabajo. Lejos de constituir un gobierno mundial o un
imperio, la nueva sociedad civil establecerá relaciones pacíficas entre pueblos
independientes gracias al refuerzo de la división mundial del trabajo, ligada
ella núsma a la «aceptación creciente en el mundo entero de los principios
esenciales de una ley común que todos los parlamentos, representación de las
diferentes colectividades hurnanas, respeten y adapten a la diversidad de sus
condiciones respectivas». 59
Un gobierno de las élites
¿Qué es lo que distingue al colectivistno del Estado fiterte liberal? Los colectivistas se hacen ilusiones sobre la capacidad que tienen de controlar el conjunto de las relaciones econórnicas en una sociedad tan diferenciada con1o la
sociedad moderna. La experiencia de la Pritnera Guerra Mundial y luego de
58. Ibíd., pág. 385.
59. Ibíd., pág. 383.
la Revolución de 1917 ha hecho creer en la posibilidad de una gestión directa y total de las relaciones econórnicas. Sin ernbargo, los hornbres no
pueden dirigir el orden social debido a la cornplejidad y a la maraña de los
intereses: «Cuanto más cornplejos son los intereses que hay que dirigir, se
hace rnenos posible dirigirlos por medio de la coerción ejercida por una autoridad superior». 60
Pero no nos equivoquen1os. No se trata de disrninuir la cantidad de
fuerza de dicha autoridad. Se trata de can1biar el tipo de autoridad, el catnpo
de su ejercicio. Deberá conforn1arse con ser garante de una ley común que
gobernará indirectatnente los intereses. Lipptnann insiste en ello en todas
sus publicaciones: hay que abandonar la ilusión de un poder gubernan1ental
débil tal con1o pudo propagarse durante el siglo XIX. Esta gran creencia liberal en el Estado discreto, superfluo, ya no es adtnisible después de 1914 y
1917:
Mientras la paz parecía garantizada, el bien público residía en el agregado de
las transacciones privadas. No había necesidad de un poder que fuera más allá
de los intereses particulares y los mantuviera en un orden dado dirigiéndolos.
Todo esto, ahora lo sabemos, no era más que el sueño de un día de buen tiempo excepcional. El sueño se terminó cuando sobrevino la Primera Guerra
Mundial. 61
Esta tesis del Estado fuerte lleva :1 los neoliberales a reconsiderar lo que se
entiende por democracia y, rnás particularmente, por «soberanía del pueblo».
El Estado fuerte sólo puede ser gobernado por una élite competente, cuyas
cualidades están en el extren1o opuesto de la mentalidad rnágica e impaciente de las rnasas:
Es preciso que las democracias se refcnmen constitucionalmente, de tal manera
que aquellos a quienes confían las responsabilidades del poder se consideren, no
los representantes de los intereses económicos y los apetitos populares, sino
como los garantes del interés general contra los intereses particulares; no como
los instigadores de subastas electorales, sino como los moderadores de las reivindicaciones sindicales; dándose por tarea hacer respetar por todos las reglas comunes de las competiciones individuales y de los acuerdos colectivos; impidiendo
que las minorías que actúan o las mayorías iluminadas falseen a favor suyo la
60. Ibíd., pág. 57.
61. W. Líppmann, Crépuscule des democratíes?, Fasquelle, París, 1956, pág. 18.
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lealtad en el combate que debe asegurar, para el bien de todos, la selección de las
élites. Es preciso que éstas inculquen a las masas, mediante la voz de nuevas instituciones, el respecto de la competencia, el honor de colaborar en una obra
común. 62
Hay aquí un rasgo común entre las tesis políticas de L. R.ougier, que desarrolló en su obra La Mística democrática, 63 y las posiciones de W. Lippmann en
favor de un gobierno de las élites. 64 Encontraremos nuevamente esta redefinición de la den1ocracia en la concepción hayekiana de la «demarquía». 65
Mucho antes de La Ciudad libre, en sus escritos sobre la opinión pública y los
problerr1as de gobierno en las democracias, W. Lippmann exarninó detenidamente la imposibilidad de conciliar un sistema de regla de juego irnparcial
con el principio efectivo de la soberanía popular, de acuerdo con el cual las
masas podrían dictar sus deseos a los gobernantes.
La opinión pública, objeto de dos obras principales de Lippmann en la
década de 1920, impide a los gobernantes adoptar rnedidas que se imponen, especialmente en lo concerniente a la guerra y la paz. El hecho de
que los pueblos tienen demasiada influencia a través de la opinión pública
constituye la debilidad congénita de las democracias. Este dogma derrwcrático considera que los gobernantes deben seguir la opinión mayoritaria,
los intereses del mayor número, lo que supone ir en la dirección de lo rnás
agradable y menos penoso. Por el contrario, hay que dejar a los gobernantes gobernar y limitar el poder del pueblo a la nominación de los gobernantes de acuerdo con una línea <<jeffersoniana». Lo esencial es proteger al
gobierno ejecutivo de las interferencias caprichosas de las poblaciones,
causa del debilitan1iento y la inestabilidad de los regímenes democráticos.
El pueblo debe non1brar a quien le dirigirá, no decir qué deberá hacer en
todo n1omento. Tal es la condición para evitar que el Estado se vea lleva-do a una intervención generalizada e ilünitada. De ahí la necesidad de una
tecnología política que le impida someterse a los intereses particulares,
con1o ocurre con el parlatnentarismo. Lippmann, de quien se ha llegado a
62. L. Rougier, Les Mystiques économiques, op. cit., págs. 18-19.
63. L. Rougier, La Mystique démocratique (ses origines, ses illusiom), 1929, reed. Éditions de
l'Albratros, Paris, 1983.
~4. Véase Francis Urbain Clave, «Walter Lippmann et le néoliberalisme de La Cité libre>>,
Caluers d'économie politique, vol. 48, 2005, págs. 79-110.
65. Véase i¡ifra, cap. 4.
decir que era «platónico» en política, tiene en todo caso el mérito de la
coherencia. 66
El n1arco general del neoliberalismo fue diseñado en los años 1930, antes
de que F. Hay ek asmniera la dirección deltnovimiento inn1ediatamente desla
Imés de El Camino de la servidumbre. Las relaciones entre esta fase inaumral
b
'
evolución del neoliberalismo después de 1947 y la creación de la Sociedad de
Mont-Pelerin, no se pueden entender sólo en términos de «radicalización» o
de <<retomo al liberalismo clásico>> contra las derivas intervencionistas surgidas
en 1938. 67 El desarrollo del pensarniento de Hayek, en particular, no se puede comprender sin1plemente como una «reafirmación» de los principios antiguos, porque integrará de un modo singular la crítica del viejo laissez:faíre
con la necesidad de un «código de ruta» firme y riguroso. Este pensamiento,
que se puede considerar como una respuesta original a los problemas planteados por la redefinición del liberalismo, tratará de articular las posiciones respectivas de la mayoría y de la minoría del coloquio Lippmann, permitiendo
al menos por un tiempo mantener en la misma corriente a los ordoliberales
alemanes y los austro-norteamericanos.
66. Su admiración por De Gaulle y su amistad con él se debían a esta encarnación del
~stado por encima de los intereses particulares. Adviértase, por otra parte, que muchos otros
hberales, en particular en Francia, vieron en De Gaulle un modelo de política típicamente
neoliberal, desde J. Rueffhasta R. Barre, pasando por R. Aron. Véase F. U. Clave, «Walter
Lippmann et le néoliberalisme de La Cité libre>>, op. cit., pág. 91.
67. Tal es la interpretación errónea que da Alain Laurent en Le libéralisme amérícaÍit. Hístoire d'un détournement, op. cit., pág. 139 y ss. Su error, como el error, simétrico, de los ~<anti­
liberales», reside en la falta de comprensión de la naturaleza del «intervencionismo liberal», lo
cual les impide entender el modo en que Hayek prolonga el liberalismo y la inflexión que le
imprime.
3
El ordoliberalistno entre
<<política econótnica)> y
«política de sociedad)>
Nacido en los años 1930, en Freiburg im Breisgau, de la aproximación entre
economistas corno Walter Eucken (1891-1950) y juristas como Franz Bohm
(1895-1977) y Hans Grossman-Doerth (1884-1944), el ordoliberalisrno es la
fom1a alemana del neoliberalismo, que se irnpondrá tras la guerra en la República Federal de Alemania. El ténnino <<ordoliberalisrno» se debe a la insistencia común de estos teóricos en el orden constitucional y procedirnental que se
encuentra en el fundan1ento de una sociedad y de una econonúa de mercado.
El <<orden» (ordo) como tarea política
El propio término «orden» debe entenderse en dos sentidos: un sentido
propiamente epistemológico o sistémico, derivado del análisis de los diferentes
<<sistemas» econón1icos, y un sentido normatiz;o, que no deja de detenninar
una cierta política económica. Así, en el capítulo final de los Gnmdlagen der
Nationalokonomie (1940), W. Eucken distingue entre «orden econótnico»
(Wírtschaftsordnung) y «orden de econ01nÍa» ( Ordnung der Wirtschqft): el primer concepto se inscribe en una tipología de las «formas de organizaciÓn>>;
el segundo tiene un sentido normativo, en la medida en que remite a la
realízación y la defensa de un orden económico capaz de superar los múlti-
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
100
ples aspectos de la crisis de la vida moderna, o sea, el orden de competencia
(Wettbewerbsordnung) .1 En esta última perspectiva, se pone de manifiesto que
el orden de cornpetencia, lejos de ser un orden natural, debe ser constituido
y ajustado mediante una política «ordenadora» o de «puesta en orden>> 2 ( Ordnungspolitik). El objeto propio de dicha política es el marco institucional,
único capaz de asegurar el buen func;ionamiento de ese «orden econórnico»
específico. En efecto, a falta de un marco institucional adecuado, las medidas de política económica, hasta las más bienintencionadas, están condenadas a la ineficacia.
En un artículo de 1948 titulado «Das ordnungspolitische Problem>> («El
problema político del ordenamiento»), Eucken torna como ejemplo la Alemania de la posguerra para subrayar la importancia decisiva de ese rnarco. En
1947 se promulgaron leyes de disolución de los carteles, para combatir la
concentración del poder económico. Pero tales leyes fueron instauradas
cuando el control del proceso económico estaba en manos de las oficinas del
gobierno central. En el marco de un «orden económico» semejante, propio
de una economía dirigida, aquellas medidas quedaron sin efecto: productos
como el cemento, el acero, el carbón o el cuero siguieron siendo repartidos por la vía de la administración, de tal manera que la dirección de la
economía no experimentó cambios esenciales. Pero si el «orden económico»
hubiera sido distinto o, dicho de otra manera, si los precios hubieran servido
como reguladores, no hay duda de que la ley antimonopolio hubiera tenido
un resultado muy diferente. 3 Por eso la tarea política del momento consiste
en instaurar un orden de competencia fundado en el mecanismo de los precios y, con tal finalidad, crear un marco institucional específican1ente adaptado a una econonúa de competencia.
Nacido en círculos intelectuales que se oponían al nazismo, el ordoliberalismo es también una doctrina de transformación social que apela a la
1. Rainer Klump, «Ün the phenomenological roots of gem1an ordungstheorie: what Walter Eucken ows to Edmund Husserl?», en Patricia Conmmn, L'ordolíbéralisme allemand, aux
sources de l'économie sociale de marché, CIRAC/CICC, Cergy-Pontoise, 2003.
2. El término alemán Ordnung debe entenderse, por lo tanto, en un sentido activo: no la
disposición de los elementos que da a un sistema ya constituido su coherencia propia, sino
la actividad de puesta en orden, incluso de instauración de un orden. Traduciremos el sentido
sistémico como «orden» y el sentido político activo por «puesta en orden» u «ordenamiento».
3. W. Eucken, «Das ordnungpolitische Problem», Ordo:fahrbuchfiir die Ordmmg der Wirtschcift und Gesellscluift, J. B. C. Mohr, Freiburg, 1948, vol. 1, pág. 65.
EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD>>
101
responsabilidad de los hombres. ¿Cómo actuar para refundar un orden social liberal tras los extravíos del estatalismo totalitario? Tal es la pregunta
que se plantearon muy tempranamente sus principales representantes. Se
trata, según ellos, de reconstruir la econom_ía de mercado sobre la base de
un análisis científico de la sociedad y de la historia. 4 Pero este análisis incluye una din1ensión moral que le es consustancial: el «orden liberal» pone de
manifiesto la capacidad humana para crear voluntaria y conscientemente
un orden social justo, conforme a la dignidad del hon1bre. La creación
de un Estado de derecho (Rechsstaat) es la condición de ese orden liberal.
Lo cual significa que el establecinüento del capitalismo y su funcionamiento no están predeterminados, dependen de acciones políticas e instituciones
jurídicas. M. Foucault insiste, con razón, en la importancia de confrontar
esta concepción con la concepción marxista de la historia del capitalismo
por entonces donünante. 5 En efecto, el ordoliberalismo recusa con vigor
toda forrna de reducción de lo jurídico a una sin1ple «superestructura», así
como la idea correlativa de la economía como <<infraestructura». Esto se
aprecia particularmente en este pasaje del artículo de 1948 que acabamos de
mencionar:
Sería falsa la visión de acuerdo con la cual el orden económico es como la infraestmctura (der Unterbau) sobre cuya base se elevarían los órdenes de la sociedad,
del Estado, del derecho y los demás órdenes. La historia de los tiempos modernos nos enseña, con igual claridad que las épocas más antiguas, que los órdenes
estatales o los órdenes jurídicos ejercen igualmente una influencia sobre la formación del orden económico.
W. Eucken ilustra su afirrnación refiriéndose de nuevo a la situación de
Alen1ania después de 1945. Por un lado, la transformación del orden económico bajo el efecto del nacimiento de grupos de poder nwnopolísticos
puede influir poderosamente en la toma de decisiones en el Estado; por otro
lado, la formación de nwnopolios puede ser estimulada por el propio Estado, especialmente a través de su política de patentes, su política comercial,
su política impositiva, corno a n1enudo ha sucedido recientemente, según
precisa Eucken:
4. Véase .Jean-Franyois Poncet, La Politique economique de l'Allemag11e occidentale, Sirey,
París, 1970, pág . .58.
5. M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 169 y ss.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y <<POLÍTICA DE SOCIEDAD»
102
En primer lugar, el Estado favorece la formación del poder econónúco privado
y luego se hace parcialmente dependiente de él. De este modo, no hay una dependencia unilateral de los otros órdenes respecto del orden econónúco, sino
una dependencia recíproca, una «interdependencia de los órdenes» (Interdepen-
denz der Ordmmgen). 6
Este análisis tiene una consecuencia decisiva: la evolución del capitalismo no
está enteramente determinada por la lógica económica de la acumulación del
capital, contrariarnente a lo que afirrnaba cierto discurso marxista, entonces
tnuy extendido. Desde este último punto de vista, «no hay de hecho sino un
capitalisn1o, porque sólo hay una lógica del capital»; pero desde el punto de
vista ordoliberal-que ya era el de L. Rougier- «la historia del capitalisrno
no puede ser sino una historia económico-institucional>>; ello significa que el
capitalismo, tal como lo conocemos, resulta de la «singularidad histórica de
una figura económico-institucional», no sólo de la figura única dictada por la
lógica de la acumulación del capital. La apuesta política de esta consideración
es manifiesta: lejos de que el callejón sin salida de esta figura del capitalismo
sea el callejón sin salida del <<capitalismo a secas», se abre todo un carnpo de
posibilidades, a condición de obrar en favor de cierto núrnero de transformaciones econórnicas y políticas. 7
Obra de la voluntad y no producto de una evolución ciega, el orden de
mercado participa, por lo tanto, de un conjunto coherente de instituciones
conformes a la moral. Los ordoliberales no son los únicos que en su época
rornpen de este rnodo con la perspectiva naturalista del viejo free trade, pero
su característica propia es que sistematizaron teóricarnente esta ruptura
mostrando que toda actividad de producción y de intercambio se ejerce en
el tnarco de una constitución econórnica específica y de una estructura
social construida. La crítica de la econornía política clásica la forrnula de un
modo particularmente lín1pido W. Eucken, ya en 1948, en el artículo antes citado:
Los clásicos reconocieron claramente que el proceso econónúco de la división
del trabajo impone una tarea de dirección dificil y diversificada. Esto ya fue un
resultado enúnente, respecto al cual la época ulterior se quedó rezagada. También vieron que este problema sólo se podía resolver mediante un orden econó-
6. W. Eucken, «Das ordnungspolitische Problem», op. cit., pág. 72.
7. Acerca de todo este desanollo, véase M. Foucault, NBP, op. cit., págs. 170-l71.
103
núco (vVirtschajtsordnung) adecuado. Este reconocimiento fue igualmente novedoso y de gran alcance, y del mismo modo se perdió posteri01mente en gran
medida. Con todo, la política econónúca, en la medida en que recibió la influencia de los clásicos, no se orientó lo suficiente hacia el problema del ordenamiento (Ordnungsproblem). Los clásicos veían la solución del problema de dirección en el orden «natural», en el que los precios de la competencia conducen
automáticamente el proceso. Creían que el orden natural se realiza espontáneamente y que el cuerpo de la sociedad no necesita un «régimen alimenticio rigurosamente deternúnado» (Snúth) y, por lo tanto, no requiere para prosperar una
política detenninada de ordenanúento de la economía ( Wirtschciftsordnungspolitik). Así se llegó a una política de laissez:faire y con ella nacieron las formas de un
orden en cuyo marco la dirección del proceso económico produjo daños importantes que se evidenciaron. La confianza en la autorrealización del orden econónúco natural era excesiva (Das Vertrauen auf die Selbstvenvirklichung der natürlichen
Ordnung war zu gross). 8
De un modo aún n1ás tajante, W. Ropke resume bien el espíritu de la doctrina en su Civítas humana, donde se encuentra, a modo de un eco del Coloquio Lipprnann, el rechazo dellaíssez1aíre:
N o será dedicándonos a no hacer nada como suscitaremos una economía de
mercado vigorosa y satisfactoria. Por el contrario, esta economía es una formación erudita, un artificio de la civilización; tiene en común con la democracia
política el hecho de ser particulam1ente dificil, y presupone muchas cosas que
debemos esforzarnos en alcanzar con tenacidad. Esto constituye un amplio programa de rigurosa política econónúca positiva, con una lista imponente de tareas
que cumplir. 9
Aquí resulta particulamrente elocuente la cornparación que se lleva a cabo
entre econonúa de n1ercado y dernocracia política: tanto la una corno la otra
son artificios, en absoluto naturales.
Pero este an1plio acuerdo sobre la crítica de las ilusiones naturalistas de la
economía política clásica no consigue disimular ciertas diferencias, incluso
divergencias, en cuanto a la naturaleza de los rerneclios que es preciso aportar
a los males ele los que sufre la sociedad n1oclerna. Con razón, pues, han destacado a menudo los con1entaristas que la unidad de esta corriente ya resul-
8. W. Eucken, «Das ordnungspolitische Problem», op. cit., pág. 80.
9. W. Ropke, Civítas humana ou les Questiorzs forzdarnentales de la Rijorme économíque et
sociale, trad. P. Bastier, Librairie de Médicis, París, 1946, pág. 65.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y <<POLÍTICA DE SOCIEDAD»
105
104
taba problenlática. Esquemáticamente se pueden distinguir dos grupos principales: por un lado, el de los economistas y juristas de la Escuela de Freiburg,
entre los cuales destacan W. Eucken y F. Bohm; por otro lado, el de un liberalismo de inspiración <<sociológica», cuyos principales representantes fueron Alfred Müller-Am1ack, W. Ropke y A. von Rüstow. 10 Los fundadores
de la Escuela de Freiburg hacen del marco jurídico-político el fundamento principal de la economía de rnercado y el objeto de la constitución económica.
Las «reglas del juego» institucionales parecen monopolizar su atención. Los
autores del segundo gtupo, con no 1nenos influencia que los primeros sobre
los responsables políticos, hacen mucho más énfasis en el marco social en el
que debe desarrollarse la actividad económica. Es el caso de economistas con
preocupaciones sociológicas, pero también religiosas y morales, niás fim1es,
como W. Ropke y A. von R.üstow. Para decirlo rápidamente: mientras que
el primer grupo concede la prioridad al crecimiento económico, que supuestanlente sería portador en sí mismo del progreso social, el segundo está más
atento a los efectos de desintegración social del proceso del n1ercado y asigna
al Estado, en consecuencia, la tarea de instaurar un «entorno social» (soziale
Umwelt) capaz de reintegrar a los individuos a sus comunidades. El primer
grupo enuncia los principios de una «política económica» (Wirtschciftspolitik);
el segundo aborda la tarea de elaborar una verdadera «política de sociedad»
(Gesellschciftspolitik). 11
La legitimación del Estado por la economía
y su «suplemento social»
El ordoliberalisn1o proporcionó la justificación doctrinal de la reconstrucción política de Alen1ania del Oeste haciendo de la econmnía de mercado la
base de un Estado liberal~democrático. Esta justificación supone por sí núsma dos aspectos, uno negativo y el otro positivo.
1O. Y a se trató en el capítulo anterior de estos dos últimos, en relación al papel que
desempeñaron en los debates del Coloquio Lippmann; en cuanto al tercero, lo presentaremos
un poco más adelante en este capítulo.
11. Es lo que subraya Michel Senellart, quien encuentra en su sobreestimación de la
homogeneidad del discurso ordoliberal uno de los límites del trabajo de M. Foucault. M. Senellart, «Michel Foucault: la critique de la Gesellschaftspolitik ordolibérale», en M. Foucault,
L'Ordolibéralisme allemand, op. cit., pág. 48.
En primer lugar, el aspecto negativo: la crítica ordoliberal del nazismo lo
considera como la conclusión natural y la verdad de la econonlÍa planificada
y dirigida. Lejos de constituir una «monstnwsidad>> o un «cuerpo extraño>>, el
nazistno fue como el revelador de una especie de invariante que reunía de
forma necesaria entre sí ciertos elementos: economía protegida, economía
de asistencia, economía planificada, economía dirigida. 12 Significativamente,
W. R.opke llegará a designar la economía planificada ... ¡como «economía de
Komnlando»! (Kommandowirtschqft). 13 Pero esta crítica llega aún más lejos.
Encuentra en el nazismo una lógica del crecimiento indefinido del poder del
Estado y se permite devolverle, en consecuencia, la crítica que aquel no había
dejado de plantear a la sociedad burguesa individualista: de acuerdo con los
ordoliberales, no es el efecto de la econornía de mercado el responsable de la
disolución de los vínculos orgánicos tradicionales y de la atomización de los
individuos, sino el crecimiento del poder del Estado, cuya consecuencia es la
destrucción de los vínculos de comunidad entre los individuos. 14 Una vez
más, le incumbirá a W. Ropke dar a esta crítica del nazismo su fundamento
filosófico: desde el punto de vista del ordoliberalismo, el nazismo no hace
más que llevar hasta el extren1o la aplicación a la economía y a la sociedad del
tipo de racionalidad válida en las ciencias de la naturaleza. En esta perspectiva,
el colectivismo econórnico es considerado cmno la extensión de la «eliminación cientifista del hombre» a la práctica económica y política. Este «napoleonismo económico» sólo puede prosperar a la smnbra del tribunal militar, 15
ya que busca el dominio total de la sociedad mediante una planificación a la
que cada individuo está obligado a obedecer. Colectivismo económico y
coerción tiránica del Estado están vinculados, como lo están economía de
mercado y libertad individual. La econornía de rnercado, por el contrario, es
un obstáculo contra toda «politización de la vida econónlica»; in1pide al poder político que decida por el consumidor. El principio de «libre elección» se
plantea aquí no sólo como una práctica eficaz económicamente, sino también corno un antídoto contra toda deriva coercitiva del Estado.
Considerándola ahora bajo su aspecto positivo, la originalidad doctrinal
del ordoliberalismo, en el contexto histórico de la reconstrucción de las ins-
12.
13.
14.
15.
M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 113.
P. Commun, L/Ordolibéralisme allemand, op. cit., pág. 196, nota 59.
M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 117.
W. Ropke, Civitas humana, op. cit., pág. 57.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
106
tituciones alernanas tras la guerTa, es que instaura un <<doble circuito» entre el
Estado y la econon1ía. Mientras que el prirnero proporciona elrnarco de un
espacio de libertad en cuyo interior los individuos podrán perseguir sus intereses particulares, el libre juego económico creará y legitimará en otra dirección las reglas de derecho público del Estado. En otros términos, <<la economía produce legitünidad para el Estado que es su garante». 16 El problen1a de
los ordoliberales es, en este sentido, rigurosamente inverso del que afrontaban los liberales del siglo xvm: no dar lugar a la libertad econórnica en el
interior de un Estado ya existente que tiene su legitünidad propia, sino hacer
existir un Estado a partir del espacio preexistente de la libertad económica. 17
Para poder entender la irnportancia de esta legitirnación del Estado por el
crecimiento econórnico y el aumento del nivel de vida, obviarr1ente hay que
reinscribirla en la historia política de Alemania, muy particularmente en la
experiencia traurrtática del III Reich.
Esto explica, según M. Foucault, el arnplio y constante «consenso» en
tomo a objetivos económicos planteados por los responsables de Alemania
del Oeste en 1948. En efecto, en abril de 1948, el Consejo Científico constituido ante la administración alernana de la econonúa en la zona anglonorteamericana, del que forman parte, en particular, W. Eucken, F. Bohm y
A. Müller-Amuck, remite a dicha administración un infom1e que afirma
que la dirección del proceso econónúco debe darla el mecanisrno de los precios. Algunos días más tarde, Ludwig Erhard, 18 responsable de la administración económica de la «bizona», asurne este principio y llarna a liberar la
econornía de las constricciones del Estado. De hecho, a la liberalización de
los precios se le añadirá una refonna rnonetaria en el rnes de junio de 1949.
Esta decisión política va a contracorTiente del clirr1a dirigista e intervencionista que por entonces prevalecía en toda Europa, principalmente debido a
las exigencias de la reconstrucción.
Dos hombres jugaron un papel decisivo en la conversión de L. Erhard, al
principio reticente a esta clase de rnedida. El prirnero no es sino el propio
W. Eucken. Ya en 1947 había publicado un texto que llevaba un título significativo: «La rniseria econórnica alemana» («Die deutsche Wirtschqftsnot>>). En
16. M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 86.
17. !bid., pág. 88.
18. Ludwig Erhard, que será el Ministro de Econonúa de Adenauer en 1951, es considerado el padre del «milagro económico alemán».
ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD»
107
él muestra cómo la econornía dirigida conduce a la desintegración del sistema productivo, y apunta a la responsabilidad de los Aliados en ese estado de
cosas. La política de estos últimos le parece la continuación directa de la política nazi: control de los precios y de la distribución, desmantelamientos,
confiscaciones, etcétera. Eucken preconiza, pues, romper el sisterna de la
economía dirigida, coordinando la reforn1a rrwnetaria con la liberalización
de los precios. Manifiestamente, el trabajo de persuasión llevado a cabo por
W. Eucken a lo largo del año 1947 explica en gran parte la rapidez con la
que se ejecutó la reforrna de la n1oneda. 19 El segundo pensador que tuvo una
influencia directa sobre L. Erhard fue W. Ropke. De vuelta en Alen1ania tras
doce años de exilio, llevó a cabo el misn1o análisis que W. Eucken: el problema principal de la econonúa alemana es la «pérdida de la función de los
precios como indicadores de la escasez». 20 En abril de 1948, L. Erhard visita
a W. Ropke, que por entonces vivía en Ginebra, y entonces, según uno de
sus biógrafos, al volver de Suiza tornó la decisión de la reforma rnonetaria. 21
De todos modos, la promoción de la economía a la categoría de instancia
de legitünación no resuelve en absoluto por sí misrr1a la pregunta sobre la
forma exacta que debe adoptar la organización política del Estado que hay
que reconstruir. La institución delrnercado no basta para deterrninar la forma de la construcción constitucional. Si bien podemos. admitir la tesis propuesta por M. Foucault de una legitimación del Estado por la econonúa, no
hay que olvidar que hay igualrrtente en el ordoliberalismo, al n1enos en el
segundo de los gn1pos que antes hemos distinguido, una tentativa de legitirnación de la autoridad política por su «misión social». Así, consideraciones al
mismo tiempo morales y sociales aportarán una inflexión significativa a la
doctrina. Porque no se trata tan solo de decir cuáles son los derechos y las
libertades de los individuos: es preciso tarrtbién situar la raíz de los deberes
que deberán cumplir y en qué medios concretos tendrán que hacerlo.
W. Ropke insistió particularrnente en el hecho de que una de las dimensiones de la gran crisis de civilización que había deserrtbocado en el totalita19. P. Commun, L'Ordolibéralisme allemand, op. cit., pág. 194. Iniciada el 20 de junio de
1948, esta reforma monetaria reemplaza el antiguo Reichsmark por el Deutsche Mark e instala
la Bank deutscher Lander en sus funciones de banco emisor. Tiene un triple objetivo: disminuir la masa monetaria con el fin de reabsorber el excedente de poder de compra, aumentar
la velocidad de circulación de la moneda y restablecer un patrón monetario de los intercambios.
20. !bid., pág. 195.
21. !bid.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD»
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108
rismo adquirió el aspecto de una crisis de la legitimidad del Estado. ¿En qué
debe basarse la legitimidad política? Un Estado legítimo es un Estado que se
somete al derecho, que respeta el principio de libertad de elección, por supuesto, pero es ta1nbién un Estado que obedece al principio de subsidiarie-dad, tal como lo defiende la doctrina católica, o sea, que respeta los n1edios
de integración de los individuos en la~ esferas naturales jerarquizadas. El fundamento del orden político no es sólo económico, es sociológico. Si es pre·ferible dotarse de un Estado descentralizado de tipo federal respetuoso del
principio de subsidiariedad basado en la idea de esa jerarquía de «comunidades naturales», ello es porque sólo esta forma institucional proporciona un
marco social estable, seguro, pero también moralizador a los individuos. Esta
integración en la familia, en el vecindario, en el pueblo o en el barrio, o en
la región, es lo que le dará al individuo el sentido de sus responsabilidades, el
sentimiento de sus obligaciones hacia los de1nás, el gusto por cumplir con sus
deberes, sin los cuales no hay ni vínculo social ni verdadera felicidad. Como
se verá más adelante, se requiere una política específica, de tipo «sociológico», para asegurar esta base moral y social del Estado, de tal manera que se
puede hablar también aquí de un «doble circuito>> entre éste y la sociedad. La
descentralización queda integrada en la doctrina liberal de la limitación del
poder estatal. W. R.opke explica así el «principio de la jerarquía»:
No hay que equivocarse, pues, en cuanto al sentido que da W. Ropke a
la calificación de esta base social como «natural»: aquí el adjetivo sólo está
para significar su carácter de condición de una <<sana integración» del individuo en su medio. La evolución de las sociedades occidentales desde el siglo
XIX engendró una desintegración patológica creciente de las comunidades.
En consecuencia, le corresponde al Estado producir una adaptación permanente de esos rnarcos sociales mediante una política específica que tiene dos
objetivos, presentados por W. Ropke como conciliables y complementarios:
la consolidación social de la economía de mercado y la integración de los
individuos en las cornunidades de proximidad.
El orden de competencia y la «constitución económica))
Pattiendo de cada individuo y ascendiendo hacia la central estatal, el derecho
original se encuentra en cada escalón inferior, y cada escalón superior entra en
juego únicamente de un modo subsidiario, supliendo al inmediatamente inferior, cuando una tarea excede el dominio de este último. Así se constituye un
escalonamiento desde el individuo, pasando por la comuna, luego el cantón,
para llegar finalmente al Estado central; escalonamiento que, al mismo tiempo,
limita al propio Estado, imponiéndole el derecho propio de los escalones inferiores con su esfera inviolable de libertad. Así, en este sentido amplio de la <~e­
rarquía», el principio de la descentralización política implica ya el programa del
liberalismo en su significación más extendida y más general, programa que, de
este modo, fonna parte a su vez de las condiciones de un Estado sano, un Estado
que se fua a sí mismo limitaciones necesarias y que, respetando las esferas libres
de él, adquiere su propia salud, su fuerza y su estabilidad. 22
Con10 se ha visto, en su sentido propiamente normativo, «ordo» designa un~
organización al mismo tiempo económicamente eficaz y respetuosa de la
din1ensión moral del hombre, una «organización capaz de funcionar y digna
del hon1bre». 23 Esta organización no puede ser más que la de una economía de rnercado. En esta medida, el Ordnungspolitik apunta, antes que nada,
mediante una legislación económica adecuada, a determinar un «marco>> estable en el que podrá desarrollarse de fom1a óptima un «proceso económico»
basado en la libre competencia y en la coordinación de los «planes>> de los
agentes económicos por el n1ecanisn1o de los precios. En consecuencia, hace
de la soberanía del consumidor y de la libre con1petencia y no falsificada los
principios fundamentales de toda «constitución económica». ¿Cuál es el fundamento de la superioridad a la vez económica y moral de la economía de
mercado respecto de otros órdenes económicos posibles?
La superioridad de la economía de mercado se debe según ellos al hecho
de que es la única fom1a capaz, al misrno tiernpo, de superar la escasez de los
bienes (primer criterio o criterio de la «capacidad de funcionamiento») y de
dejar libres a los individuos para que conduzcan su vida como les plazca (segundo criterio o criterio de la <<dignidad del hombre»). El principio que está
22. W. Ropke, Civitas humana, op. cit., pág 161. Se sabe el lugar que la constmcción europea ha reservado al ptincipio de subsidiariedad. Sobre la relación de esta constmcción con el
ordoliberalismo, véase infra, cap. 7.
23. W. Eucken, Grundsiidze der Wirtschaftspolitik, J. C. B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 1952 [6a ed.], pág. 239, citado por Laurence Simonin, «Le choix des regles constitutionnelles de la concurrence: ordolibéralisme et théorie contractualiste de l'État», en P. Commun, L'Ordolibéralisme allemand, op. cit., pág. 71.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL
ORDOLIBERALISMO ENTRE «POlÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD»
110
111
en el corazón de este orden econórnico no es más que el principio de competencia, y por eso precisarnente este orden es superior a todos los demás. En
palabras de F. Bohn1, el sisten1a de la con1petencia es «el único sistema que
da una oportunidad completa a los planes espontáneos del individuo» y consigue «poner de acuerdo los millones de planes espontáneos y libres con los
deseos de los consurnidores», todo ello «sin imperativos y sin obligaciones
legales». 24 Como se ha visto antes, esta promoción del principio de la competencia introduce necesariatnente un desplazamiento fundamental respecto
al liberalismo clásico, en la rnedida en que el mercado ya no se define por el
intercambio, sino por la cornpetencia. Mientras que el intercatnbio funciona
rnediante la equivalencia, la competencia implica la desigualdad. 25
Pero lo más importante es la actitud profundan1ente antinaturalista y antifatalista que se desprende de este reconocimiento de la lógica de la cornpetencia que rige la economía de mercado: mientras que los antiguos economistas
liberales habían concluido en la necesidad de una no intervención del Estado,
los ordoliberales hacen de la libre competencia el objeto de una opción política
fündamental. Y esto porque la competencia no es para ellos, precisamente, un
dato natural, sino una «esencia» extraída tnediante el rnétodo de la «abstracción
aisladora». 26 Se trata de la «reducción eidética» elaborada por Husserl, puesta en
acción en el can1po de la ciencia económica. El objetivo es extraer lo necesario de lo contingente, haciendo variar mediante la írnaginación un objeto
cualquiera, hasta aislar un predicado que no pueda ser separado de él: el invariante así obtenido revela la esencia o eidos del objeto examinado, de ahí el
non1bre de «eidética>> que se da a este n1étodo. Lejos de basarse en la observación de hechos naturales, elliberalisrno ron1pe así con toda actitud de «ingenuidad naturalista», 27 justifica su preferencia por una determinada organización económica tnediante una argurnentación racional que invita a la
consttucción jurídica de un Estado de derecho y de un orden de rnercado.
De hecho, la política ordoliberal depende enterarnente de una decisión
constitutiva: se trata, literalrnente, de institucionalizar la econornía de rnerca-
Una vez establecidas las reglas institucionales, ¿cómo definir de un modo
preciso la política que debe dirigir el gobierno? Ésta debe ejercerse a un doble nivel, de desigual importancia: en un primer nivel, proporcionando un
marco sólido, incluso rnodelando la sociedad mediante la legislación y, en un
segundo nivel, tnediante la acción vigilante de una «policía de los mercados».
Los neoliberales alenunes están muy lejos de mostrar una hostilidad de
principio frente a toda intervención del Estado. Consideran, por el contrario,
24. F. Bohm, «Die Idee des Ordo im Denken Walter Eucken», Ordo, voL 3, 19.50,
pág. 15, citado por L. Simonin, «Le choix des regles constitutionnelles de la concurrence ... »,
op. cit., pág. 71.
25. Véase supra, cap. 1.
26. En alemán se lee exactamente: «pointiert hetvorhebende Abstraktion».
27. De acuerdo con la expresión husserliana utilizada muy pertinentemente por
M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 123.
28. Véase Franc;:ois Bilger, La Pensée économique libérate dans l'Allemagne contemporaíne,
cap. II, LGDJ, París, 1964.
29. Véase J.-F. Poncet, La Politique économique de l'Allemagne ocddelltale, op. cit., pág. 60.
30. Sylvain Broyer, «Ordnungstheorie et ordolibéralisme: les lessons de la tradition. Du
caméralisme al'ordolibéralisme: ruptures et continuités?», en P. Commun, L'Ordolíbéralísme
allemand, op. cit., pág. 98, nota 73.
do en la fonna de una <<constitución econórnica>>, ella rnisnu parte integrante
del derecho constitucional positivo del Estado, de tal forma que se desarrolle
la fom1a de rnercado más cornpleta y más coherente. 2H El derecho económico de la competencia, explican los econornistas y juristas de Freiburg, es una
de las vías principales del sistema jurídico establecido por el legislador y por
la jurisprudencia. W. Eucken y L. Erhard llarnarán a esta constitución económica la «decisión de base>> o la «decisión fundarnental». Su principio es
sirnple: «la realización de un sistema de precios de con1petencia perfecta es el
criterio de toda medida de política económica». 29
Todos los artículos de la legislación econórnica deben contribuir a asegurar el buen funcionamiento de esta lógica de la «competencia perfecta>>. Las
diferentes piezas del rnodelo se ajustarán unas con otras gracias al trabajo de
los expertos científicos que elaboran sus «principios constituyentes» (konstítuíerende Prínzípíen). Como su nornbre indica, estos principios tienen por
función constituir el orden con1o estructura formal. Son seis en total: principio de la estabilidad de la política económica, principio de la estabilidad
monetaria, principio de los mercados abiertos, principio de la propiedad privada, principio de la libertad de los contratos y principio de la responsabilidad de los agentes econórnicos. 30
Política de <<ordenamiento» y política «reguladora»
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
112
que se pueden distinguir las buenas intervenciones de las malas de acuerdo
con el criterio de su conformidad al «modelo» propuesto por la constitución.
La distinción ordoliberal entre acciones «conformes>> y acciones «no conformes» al orden del mercado no debe confilndirse con la distinción behthamiana entre agenda y non-agenda. No es el resultado de la acción lo que constituye el criterio discriminante, sino el respeto o no de las «reglas del juego»
fundamentales del orden con1petitivo. La lógica es más procedin1ental que
consecuencialista.
La distinción fundamental entre el «marco» y el «proceso» funda la distinción entre los dos niveles de la politica ordoliberal, o sea, la politica de «ordenamiento» y la política «reguladora»: las acciones conformes pueden corresponder al «rnarco» y entonces definen una política <<ordenadora>> o de
«ordenamiento», pero también pueden corresponder al «proceso» y entonces
corresponden a una política «reguladora». Según W. Eucken, el «marco» es
el producto de la historia de los hombres, de tal manera que el Estado puede
seguir modelándolo mediante una politica activa de «ordenamiento»; el proceso de la actividad tiene que ver con la acción individual, por ejemplo la
iniciativa privada en el n1ercado, y deber ser regido exclusiva y estrictamente
por las reglas de la competencia en una economía de mercado.
El objetivo de la politica de «ordenamiento» es crear las condiciones jurídicas de un orden de competencia que funcione sobre la base de un sisten1a
de precios libres. Usando una expresión de W. Eucken, conviene modelar
los «datos» globales, aquéllos que se imponen al individuo y escapan al rnercado, con el fin de construir el n1arco de la vida económica de tal modo que
el mecanis1no de los precios pueda funcionar regularmente y de fom1a espontánea. Estos datos constituyen las condiciones de existencia del n1ercado
sobre las cuales debe intervenir el gobierno. Pueden dividirse en dos tipos:
los datos de la organización social y económica y los datos materiales. Los
primeros son las reglas de juego que es preciso ünponer a los actores económicos individuales. El libre intercambio mundial es un eje1nplo de ello. Hay
que incluir igualmente la acción sobre los espíritus, incluso el condicionamiento psicológico (lo que con Erhard se llamó el Seelen Massage). 31 Los datos
n1ateriales comprenden las infraestructuras (los equipamientos), por una parte, y los recursos hmnanos (demográficos, culturales, morales y escolares) por
31. ¡Literalmente, «masaje de las almas»!
EL OR DO LIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD»
113
otra. El Estado puede actuar igualmente sobre las técnicas favoreciendo la
enseñanza superior y la investigación, así como puede estimular el ahorro
personal gracias a su acción sobre el sistema fiscal y social. W. R.opke afirmará que esta política de enmarcamiento, típica del <<intervencionismo liberal»,
se apoya en «instituciones y disposiciones que aseguran a la competencia ese
marco, esas reglas de juego y ese aparato de vigilancia in1parcial, de las cuales
tiene tanta necesidad como la tiene un torneo, so pena de degenerar en una
riña salvaje. En efecto, un ordenamiento de competencia verdadera, justa,
leal, flexible en su funcionamiento, no puede funcionar sin un marco moral
y jurídico bien concebido, sin una vigilancia constante de las condiciones
que perrnitan a la competencia producir sus efectos como verdadera competencia de rendinúento>>. 32
Cuanto más eficaz es esta politica de ordenamiento, menos importante se
vuelve la política reguladora del procesoY En efecto, la politica «reguladora»
tiene por función «ajustan> las estructuras existentes de tal modo que evolucionen hacia el orden de la competencia o se garantice su conformidad a
dicho orden contra toda deriva. En consecuencia, lejos de contrariar la lógi-ca de la' competencia, su tarea consiste en suprinlir todos los obstáculos al
libre juego del rnercado mediante el ejercicio de una verdadera policía de los
mercados, uno de cuyos ejemplos es la lucha contra los carteles. Así, no se
proscribe la política coyuntural, pero ésta debe obedecer a la regla constitucional supre1na de la estabilidad de los precios y el control de la inflación, y
no atentar contra la libre f~ación de los precios. Ni el manteninúento del
poder de compra, ni el mantenimiento de un pleno empleo, ni el equilibrio
de la balanza de pagos pueden constituir objetivos primordiales y están necesariamente subordinados a los «principios constituyentes».
La ley de 1957 sobre la creación del Bundesbank es un ejemplo perfecto
de esta orientación, cuando precisa que el Banco Central es independiente,
que no está sometido a las directivas del gobierno y que su misión esencial es
salvaguardar la moneda. Debe negarse, por lo tanto, a intervenir en el «proceso», en particular con una politica monetaria laxa que recurra a la bajada
abusiva de las tasas de interés para conseguir el pleno empleo. La política
32. W. Ropke, Cívitas humana, op. cit., pág. 66.
33. Como lo escribe J.-F. Poncet: «Cuando más activa y esclarecida es la política de ordenación, menos tendrá que manifestarse la política reguladora», La Politíque économíque de
l'Allemagne occídentale, op. cít.J pág. 61.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
114
activa de tipo keynesiano es, de derecho, incorr1patible con los principios
ordoliberales. Efectivan1ente, dicha política favorece la inflación y rigidifica
los rnercados, núentras que la política estructural debe apuntar, por el contrario, a la flexibilidad de los salarios y los precios. De una manera general,
quedarán proscritos todos los instrumentos a los que recurre la planificación,
corno la fijación de los precios, el sostenimiento de un sector concreto del
n1ercado, la creación sisternática de empleos, la inversión pública. Además de
estar subordinada a las leyes de la constitución econórnica, la política reguladora está regida por cierto número de principios específicos, definidos precisamente como <<reguladores>> (regulierende Prinzipíen): creación de una oficina de vigilancia de los carteles, política fiscal directa y prof,rresiva, vigilancia
de los efectos no deseados que pueden ser producidos por la libertad concedida a los agentes econórnicos, vigilancia específica del mercado del trabajo. 34
En resumen: la política de ordenamiento interviene en el «marco» o las condiciones de existencia del rr1ercaclo de forrna tal que se realicen los principios
de la constitución econórnica; la política reguladora interviene, no directamente en el «proceso» mismo, sino n1ediante una vigilancia y un control
destinados a apartar los obstáculos que se alzan contra el libre juego de la
corr1petencia y a facilitar, de este n1odo, el «proceso».
El ciudadano-consumidor y la <<sociedad
de derecho privado»
El ordoliberalismo pretende fundar un orden social y político en un tipo
determinado de relación social: la competencia libre y leal entre individuos
perfectamente soberanos en lo que a sus vidas se refiere. Toda distorsión de
la competencia traduce la dominación ilegítirna, ya sea del Estado, ya sea
de un grupo ele intereses privados sobre el individuo. Es asimilable a una tiranía y a una explotación.
La cuestión central, para el ordoliberalismo, es la del poder: al mismo
tiempo, la del poder de derecho del que dispone cada individuo sobre su vida
-la propiedad privada se entiende, a este respecto~ corno un medio de independencia-, y la del poder ilegítin1o de todos los agruparnientos ele inte-
34. S. Broyer, «Ordnungstheoríe et ordolibéralisme: les les:ons de la tradition ... », op. cit.
EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD»
115
reses capaces de atentar contra este poder de los individuos rnediante prácticas contra la competencia. El ideal social, a veces muy arcaizante, remite al
mismo tiempo, como ocurre en W. Ropke, a una sociedad de pequeños
emprendedores, ninguno de los cuales puede ejercer un poder exclusivo y
arbitrario sobre el mercado, y a una dernocracia de consumidores que ejercen cotidianamente su poder individual de elección. El orden político rrlás
perfecto parece ser el que da satisfacción a una multitud de soberanos individuales que tendrían la últirr1a palabra, tanto en política como sobre el mercado. Así, L. Erhard subrayaba que «la libertad de consurno y la libertad de
producción son en la rr1ente del ciudadano derechos fundamentales e
intangibles». 35
Es preciso advertir que esta promoción política del consumidor, lejos de
ser anodina, tiene una relación directa con el principio constitucional de la
competencia. Ciertarnente, los individuos se relacionan entre ellos mediante
acciones económicas en las que intervienen al misrno tiempo corno productores y como consurnidores. La diferencia estriba en que el individuo corr1o
productor busca satisfacer una denuncia de la sociedad -de este modo es
como un «criado»- mientras que con1o consunúdor está en posición de
«mandar». La tesis de los orcloliberales es que existen entre los consumidores
«intereses constitucionales cornunes» que no existen en los productores.
Efectivamente, los intereses de los individuos corno productores son intereses de tipo proteccionista, ya que buscan obtener un tratamiento particular
para personas o grupos determinados, o sea, un «privilegio», y no reglas válidas uniformemente para todos. Por el contrario, los intereses de los individuos como consurrridores son consensuales y comunes, y ello aunque se
concentren en mercados diferentes: todos los consumidores tienen, corno consumidores, un mismo interés por el proceso de la competencia y el respecto
de sus reglas. Desde este punto de vista, la «constitución económica» del
orden de competencia parece emanar de una especie ele contrato entre el
consumidor-elector y el Estado, en la medida en que al consagrar la soberanía del consumidor consagra el interés general. 36
El Estado, evidenternente, tiene que empezar por respetar la igualdad de
oportunidades en el juego de la competencia suprinúendo todo aquello que
35. L. Erhard, La Prospéríté pour tous, Plon, París, 1959, pág. 7.
36. Para todo este desarrollo, véase L. Simonin, «Le choix des regles constitutionnelles de
la concurrence ... », op. cit., pág. 70.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
116
pueda parecerse a un privilegio o una protección concedidos a algún interés
particular a expensas de los otrosY Uno de los argumentos principales de la
doctrina, que se encuentra igualmente en otras corrientes liberales, pretende
que una de las principales desviaciones del capitalismo, la concentración excesiva y la cartelización de la industria, no es de naturaleza endógena, sino
que se origina en políticas de privilegio y de protección llevadas a cabo por
el Estado cuando está bajo el control de grandes intereses privados. Por eso
se necesita un «Estado fuerte», capaz de resistir a todos los grupos de presión
y libre de los dogmas «manchesterianos>> del Estado mínimo.
L. Erhard resumió muy bien el espíritu de esta doctrina en su obra La
prosperidad para todos. 38 El Estado tiene un papel esencial que desempeñar: es
el protector supremo de la competencia y de la estabilidad monetaria, considerada como «un derecho fundamental del ciudadano>>. El derecho fundamental a gozar de la igualdad de derechos y oportunidades, así como de un
«rnarco estable», sin todo lo cual la competencia sería falsa, legitirna y orienta
la intervención pública. A. su modo de ver, la política consiste en atenerse a
reglas generales sin privilegiar nunca ningún grupo particular, porque esto
sería introducir distorsiones graves, ya sea en la asignación de las ganancias,
ya sea en la distribución de recursos en el conjunto de la economía. Ésta es
un todo, cuyas partes están vinculadas entre sí de forma coherente: «Los intereses particulares y el sostenimiento de grupos bien definidos deben quedar
proscritos, aunque sólo sea por la interdependencia de todos los fenómenos
económicos. Toda medida especial tiene repercusiones en dominios muy
diferentes, en los que nadie hubiera pensado que tales incidencias pudieran
producirse. »39
Pero es en el ensayo, ya clásico, de F. Bohm Sociedad de derecho privado y
economía de mercado40 (Privatrechtsgesellschqft und Marktwirtschcift) donde se encuentra la legitimación teórica, al mismo tiempo más lograda y más original,
de la «preferencia constitucional» por el orden de la competencia. El autor
ataca el prejuicio de los juristas de acuerdo con el cual el individuo, en el
plano del derecho, estaría directamente confrontado al Estado. Muestra que
37. Véase Viktor Vanberg, «L'École de Fribourg», en Philippe Nemo y Jean Petitot,
Histoire du libéralisme e11 Europe, PUF, París, 2006, pág. 928 y ss.
38. L. Erhard, La Prospérité pour tous, op. cit.
39. !bid., pág. 85.
40. F. Bohm, Privatrechtsgesellschqft und Marktwirtschqft) Ordo ]ahrbuch, vol. 17, 1966,
págs. 75-151.
EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD>>
117
la Revolución Francesa, l~jos de haber e1nancipado al individuo de la sociedad, en realidad «lo d~jó en la sociedad»: es la sociedad la que quedó entonces
transformada, dejando de ser sociedad feudal de privilegios para convertirse
«en una pura sociedad de derecho privado» (eine reine Privatrechtsgesellschcift). 41
Bohm precisa qué se debe entender por «sociedad de derecho privado»: <<Sin
embargo, una sociedad de derecho privado no es en ningún caso una simple
vecindad de individuos sin vínculo, sino una multitud de hombres sometidos
a un orden unitario (einheitlichen Ordnung) y, en verdad, a un orden de derecho (Recthsordnung)». Este orden de derecho privado no establece únicamente reglas a las cuales todos los miembros de la sociedad están igualmente sometidos cuando concluyen contratos entre ellos, adquieren bienes y títulos
los unos de los otros, cooperan unos con otros o intercambian servicios, etcétera, sino que, por encin1a de todo, otorga a todas las personas que están
bajo su jurisdicción una gran libertad de movinúento, una con1petencia para
concebir planes y conducir su existencia en relación con sus prójimos, un
estatus en el seno de la sociedad de derecho privado que no es un «don de la
naturaleza», sino un «derecho civil social», no un «poder natural» sino una
<<autorización social». La realidad de derecho es, pues, no que el individuo
está frente al Estado, sino que está ligado a él «a través de la sociedad de derecho privado>>. 42
Innegablemente, hay aquí una forma de rehabilitación de la «sociedad
civil» contraria a cierta tendencia del pensamiento alemán a subordinarla al
Estado. 43 Este punto en particular merece ser subrayado, ya que el funcionamiento del sistema de dirección de la economía de mercado presupone la
existencia de una sociedad de derecho privado. 44 En estas condiciones, la
tarea del gobierno se limita a «establecer el orden-marco» (die Rahmenordnung), a cuidar de él y «obligar a su observancia». 45 Lo n1ás notable es que
F. Bohm no duda en adoptar la distinción de Rousseau entre «voluntad general» y «voluntad particular», 46 alterando su sentido. Al cumplir con su misión, el Estado actúa imparcialmente y garantiza que la «voluntad general» no
41. !bid., págs. 84-85.
42. Ibid., pág. 85.
43. No hay más que pensar en el modo en que Hegel hace del Estado el verdadero fundamento de la sociedad civil en sus Principios de la.filosqfia del derecho.
44. F. Bohm, Privatrechtsgesellschaft und Marktwirtschqft) op.J cit., pág. 98.
45. Ibid., pág. 138.
46. Ibid., especialmente págs. 140-141.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL ORDOLIBERALISMO ENTRE
118
será sacrificada en el altar de las diferentes voluntades particulares. Por un
lado, todos los grupos de presión organizados sobre la base de intereses profesionales, que tratan de debilitar el rnandato constitucional del Estado haciendo prevalecer un interés particular en detrimento de la generalidad de las
reglas del derecho privado; por otro lado, el interés general de todos los
rnierrrbros de la sociedad porque se instaure y se mantenga un orden de competencia regido por el derecho privado. En esta perspectiva, la «voluntad
general» es la voluntad de defender la generalidad de las reglas del derecho
privado, mientras que la «voluntad particular» es la «voluntad profesional» en
virtud de la cual uno u otro grupo de interés actúa para conseguir exenciones
de la ley o una ley particular en su favor. Mientras que en Rousseau la voluntad general constituye, como relación del pueblo consigo rnisn1o, el fundamento del derecho público, en Bohm tiene como objeto el establecimiento y el mantenitníento del derecho privado. El gobierno es, de este modo, el
guardián de la «voluntad general» por el hecho de ser el guardián de las reglas
del derecho privadoY
La «economía social de mercado»:
los equívocos de lo «social»
Para los ordoliberales, el témúno «social» rerrúte a una forma de sociedad
fundada en la competencia como tipo de vínculo hurnano, forma de sociedad que se trata de construir y defender mediante la acción deliberada de una
«política de sociedad» (Gesellschciftpolitik), corno la bautizaron A. Rüstow y
A. Müller-Armack. Objeto de una política deliberada, este tipo de sociedad
de individuos soberanos en sus elecciones es igualmente el fundamento últirno de un Estado de derecho, como acaban1os de ver.
Pero este rnismo término designa también, en un sentido rrrás clásico,
una cierta fe en el resultado benéfico del proceso económico de mercado, fe
bien resumida en el título del libro famoso de L. Erhard antes citado: La
prosperidad para todos. Así, A. Müller-Am1ack, 48 propagador de la expresión
47. Se verá en el capítulo 5 todo el partido que Hayek sacará de esta delimitación de la
tarea del gobierno.
48. Alfred Müller-Armack fue el economista ordoliberal alemán más implicado en la
implementación de las políticas económicas con Ludwig Erhard. Fue igualmente uno de los
«POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD»
119
«econornía social de rnercado», explicaba que la econonúa de rnercado era
llan1ada «social» porque obedece a las elecciones de los consumidores, porque realiza una dernocracia de consurno gracias a la con1petencia, presionando a las en1presas y los asalariados para n1ejorar la producción de tal
forrna que se n1ejora la productividad: «Esta orientación al consumo equivale de hecho a una prestación social de la econonúa de n1ercado»; y añadía
que «el aumento de la productividad, garantizada e impuesta constanternente por el sistema de la cornpetencia, actúa al mismo tiempo como una filente de progreso social». 49
Antes de terminar asumiendo este concepto, los socialistas alemanes lo
criticaron objetando que la econonúa de rrrercado no podía ser social, que era
incluso, por principio, contraria a toda economía fundada en la solidaridad y
la cooperación social. A. Müller-Armack respondía con dos argumentos:
•
Un sisterna de economía de mercado es superior a toda otra forrna de
econonúa en lo que se refiere a asegurar el bienestar y la seguridad econórrúca. «Es la búsqueda de una síntesis entre las reglas del rnercado, por
un lado, y las necesidades sociales de una sociedad de masas industrial,
por otro lado». 50
• La economía social de mercado se opone a la econmnía liberal de mercado. La econorrúa de mercado es querida por una sociedad, es una elección colectiva irrevocable. Un orden de mercado es un «orden artificial»
detemúnado por fines de sociedad. Es una rnáquina social que hay que
regular, un artificio, un medio técnico, que debe producir resultados
hombres más en la defensa de las condiciones alemanas en el proceso de construcción europeo. Profesor de economía y responsable en el Ministerio de Finanzas, establece el vínculo
entre teoría y práctica. Es él quien en 1946lanza la formula de «economía social de mercado»,
en su obra titulada Wirtschaftslenkung und Marktwirtschajt (Economía planificada y economía de
mercado). Universitario en Colonia, fue sobre todo uno de los negociadores del Tratado
de Roma de 1957, así como el artesano del compromiso que aseguró su doble firn1a. Después
fue subsecretario de Estado para Asuntos Europeos a partir de 1958, y fue muchas veces el
representante alemán en las diversas negociaciones vinculadas a la construcción europea.
49. Citado por Hans Tietmeyer, Éconornie sociale de marché et stabilité monétaire, Economica et Bundesbank, Frankfurt, 1999, pág. 6. Hay que señalar que la expresión fue creada un
año antes de que A. Müller-Armack se adhiriera a la Sociedad de Mont-Pelerin de Hayek y
de Ropke (será uno de los primeros alemanes miembros de dicha sociedad).
50. A. Müller-Armack, At!f dem Weg nach Europa. Erinnerungen und Ausblicke, Rainer
Wuderlich, C. E. Poeschel, Tübingen y Stutgart, 1971, citado por H. Tietmeyer, Économie
socia le de marché et stabilité monétaíre, op. cit., pág. 207.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
120
benéficos con la condición de que ninguna ley contravenga las reglas del
mercado.
El sentido de «social» es, pues, equívoco: unas veces rerrúte directamente a
una realidad construida por la acción política, otras veces procede de una
creencia en los beneficios sociales del sistema de competencia perfecta. Por
otra parte, lo cubre todo. Para A. Müller,-Armack, una economía social de
mercado comprende la política cultural, la educación y la política científica.
La inversión en capital humano, el urbanismo, la política ecológica, participan de esta política de enmarcarrúento social.
En su significación ordoliberal, la «economía social de tnercado>> es una
expresión diametralmente opuesta a la del Estado providencia o el Estado
social. La «prosperidad para todos>> es una consecuencia de la economía de
mercado por sí sola, nlientras que las segutidades sociales y las indemnizaciones de toda clase que paga el Estado social -rnal necesario, sin duda, pero
provisorio y que hay que lirrútar todo lo que se pueda- corren eltiesgo de
desmoralizar a los agentes econónücos. La responsabilidad individual y la
caridad en sus diferentes formas son los únicos remedios verdaderos para los
problemas de la pobreza.
Los ordoliberales, aun cuando tuvieron n1ucha influencia sobre el poder
político en Alemania desde el final de la guerra, no pudieron desembarazarse de un sistema de seguridades sociales que provenía de Bisn1ark, ni lirnitar su desarrollo como hubieran querido. Igualmente, tuvieron que adrrútir
la ca-gestión de las empresas, en una especie de solución de compromiso con
los sindicatos alemanes en la postguerra. Pero es un contrasentido absoluto
confundir este intervencionistno social con el ordoliberalismo. 51 Según su
doctrina, la «política social» debía lirrútarse a una legislación mínima de protección de los trabajadores y una redistribución fiscal muy moderada que
debía perrrútir a todos seguir participando en el <:juego del n1ercado». También debía ceñirse a la lucha contra la exclusión, tema que pemlite conjugar
la doctrina cristiana de la caridad con la filosofía neoliberal de la integración
de todos en el mercado mediante la <<responsabilización individual». W.
Ropke insistió en el hecho de que el «intervencionismo liberal» también
tenía como tarea garantizar a los individuos un rnarco de vida estable y segu-
51. Véase sobre este punto el cap. 7, dedicado a la construcción europea.
EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD»
121
ro, y esto suponía no tanto «intervenciones de conservación» como intervenciones de adaptación, las únicas capaces de proteger a los rnás débiles contra
las asperezas de los cambios econórrricos y tecnológicos.
El progreso social pasa por la constitución de un «capitalismo popular»
basado en la estimulación de la responsabilidad individual rnediante la constitución de <1reservas» y la creación de un patrimonio personal obtenido mediante el trabajo. L. Erhard lo explicaba sin ninguna arnbigüedad: «Los
térnlinos libre y social son equivalentes [... ]; cuanto más libre es la economía,
más social se vuelve y mayor es el provecho para la economía nacional». 52 De
donde nacerá todo progreso social es de la libre competencia: «El bienestar
para todos y el bienestar rnediante la competencia» son sinónimos. 53 En materia de política social, hay que rechazar, por lo tanto, el principio indiscrirrúnado de la protección de todos. El valor ético está en la lucha de la competencia, no en la protección generalizada del Estado providencia, «en el que
cada uno mete la mano en el bolsillo de su vecino>>. 54
La «política de sociedad» del ordoliberalismo
Cmno se ha visto más arriba, uno de los aspectos de la doctrina es la afirmación de la interdependencia de todas las instituciones, así como de todos los
niveles de la realidad humana. El orden político, los fundamentos jurídicos,
los valores, las mentalidades, forman parte del orden global e influyen todos
en el proceso econórrúco. Los objetivos de la política incluirán, lógicamente,
una acción sobre la sociedad y el marco de vida, con el fin de hacerlos conformes al buen funcionarrúento del mercado. La doctrina conduce, en
consecuencia, a reducir la separación entre el Estado, la economía y la sociedad existente en elliberalisrr10 clásico. Confunde las fronteras al considerar
que todas las dimensiones del hombre son sem~jantes a piezas indispensables
para el funcionarrúento de una «máquina econórrúca» (A. Müller-Am1ack).
La economía de mercado sólo puede funcionar si se apoya en una sociedad
que le procura las formas de ser, los valores, los deseos que necesita. No basta con la ley, también se requieren las costumbres. En esto reside indudable52. Citado por H. Tietmeyer, Économie sociale de marché et stabilité monétaire, op. cit., pág. 6.
53. L. Erhard, La Prospérité pour tous, op. cit., pág. 3.
54. !bid., pág. 133.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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n1ente la significación rnás profunda de la expresión «econonúa social de
n1ercado», si se quiere considerar dicha econmnía cmno una entidad global
dotada de coherencia.SS
El ordoliberalismo concibe la sociedad a partir de una determinada idea
del vínculo entre los individuos. La competencia es, en materia de relación
social, la norma. Va de par con la libertad. N o hay libertad sin competencia,
no hay competencia sin libertad. La cornpetencia es el modo de relación
interindividual que, al rnismo tiempo, es tnás conforme con la eficacia econórnica y con las exigencias tnorales que se pueden esperar del hombre, en
la n1edida que le perrnite afirmarse como un ser autónorno, libre y responsable de sus actos.
Esta competencia es leal si concierne a individuos capaces de ejercer su
capacidad de juicio y de elección. Tal capacidad depende de las estructuras
jurídicas, pero también de las estructuras sociales. De ahí la idea de una «política de sociedad>>, que en toda lógica completa las consideraciones constitucionales de la doctrina. Por lo tanto, es preciso, para evitar cualquier confusión, tener cuidado de traducir Gesellschaftspolitik como «política de
sociedad>>, no corno «política social»: el genitivo objetivo tiene aquí una
función esencial, pues significa que la sociedad es el objeto y el blanco de la
acción gubernamental, de ningún rnodo que dicha acción deba proponer
una transferencia del tipo que sea de los beneficios tnás elevados hacia los
n1ás bajos. Por eso, cuando M. Foucault habla aquí de «gobierno de sociedad», en oposición al «gobierno económico» de los fisiócratas, 56 lo hace con
todo fundarnento.
W. Ropke es indiscutiblemente uno de quienes nlás teorizó esta especificidad de la política de sociedad. Para defender la econonúa de mercado
contra el veneno rr10rtal del colectivisrno, es importante, escribe en sus nutnerosas y copiosas obras, criticar el capitalisn1o histórico, o sea, la forma
concreta que ha tornado el principio de orden de la econmnía de tnercado. 57
Ésta sigue siendo eltnejor sistetna económico y, corno se ha visto, la única
base para un Estado auténticamente liberal. Pero la econonúa de mercado
55. Remitirse en este punto a la lectura que hace de él M. Foucault en NBP, op. cit.,
pág. 150. Véase igualmente el artículo de M. Senellart, «Michel Foucault: la critique de la
Gesellschaftpolítík», en P. Conumm, L'ordolibéralisme allemand, op. cit., págs. 45-48.
56. M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 151 (la cursiva es nuestra).
57. Véase W. Ropke, CitJitas humana, op. cit., pág. 26.
EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD»
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«ha sido falsificada y desfigurada por el monopolisrno y los abusos irracionales del Estado», 58 hasta tal punto, que en su forma actual el capitalisn1o es una
fom1a «mancillada, adulterada, de la econornía de mercado>>. 59 El <<humanisrno económico», aún llamado <<tercera vía», se apoya en el liberalismo sociológico (soziologische Liberalísmus) «contra el cual se ernbotan las arnus ernpleadas
contra el antiguo liberalismo únicamente econónuco». 60 W. Ropke admite
que el antiguo liberalismo ignoraba la sociedad o suponía su adaptación espontánea al orden de mercado. Era ésta una ceguera culpable, producida por
el racionalisrno optitnista de la Ilustración, que desconocía el vínculo social,
la diversidad de sus fornus, los marcos «naturales» en los que se desarrolla. En
consecuencia, conviene definir las condiciones sociales de funcionarniento
del sistenu de la corr1petencia y considerar las reformas que se debe enlprender para reunir dichas condiciones. Esto especificará a la llarnada «tercera vía»
corno la vía del «liberalisrno constnictor» y del «hmnanisrno econórnico>>, tan
ajenos al colectivismo como al capitalismo monopolista, dos tipos de economía que favorecen el autoritarismo, el despotismo y la dependencia.
La pregunta planteada en la obra de W. Ropke es, pues, la siguiente: ¿de
qué clase deberá ser la sociedad en la que el consurnidor pueda ejercer plenarnente y de forma continua su derecho a elegir, en total independencia, los
bienes que más lo satisfagan?
Esta «tercera vía», que se distingue del constitucionalismo más estrechamente jurídico de los fundadores de la Escuela de Freiburg por su dirnensión moral rrmy reafirmada, tiene que responder a un desafío n1ucho mayor
que los solos desajustes econórnicos. Debe remediar la <<etisis total de nuestra
sociedad». Ello explica que esta «política de estnictura» 61 se defina, de un
modo más completo, como una «política de sociedad», es decir, como una
política cuyo objetivo es una transformación cornpleta de la sociedad, en un
sentido, evidenten1ente, muy distinto del colectivismo. La formula decisiva
la da Civítas humana: «Pero la propia econonúa de mercado sólo puede durar rr1ediante una política de sociedad que se apoye en una base renovada.» 62
58. !bid., pág. 37.
59. !bid., pág. 65.
60. !bid., pág. 43.
61. !bid., pág. 69.
62. !bid., pág. 74. Hemos modificado la traducción, vertiendo Gesellschajtspolitik como
«política de sociedad», no como «política social», por razones que luego explicaremos. La
frase alemana es la siguiente: «Die Marktwírschaft selbst ist aber nur zu halten bei einer wídergela-
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EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD>>
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Esta política, que pretende producir individuos capaces de elecciones responsables y fruto de la reflexión, debe buscar la descentralización de las
instituciones políticas, la descongestión de las ciudades, la desproletarización
y desmasificación de las estructuras sociales, la supresión de los monopolios,
tanto en lo económico como en lo social: en una palabra, hacer una «econorrúa hurr1ana», de acuerdo con una expresión que W. Ropke gusta de
emplear y cuyo ejemplo ve en los pueblos de la comarca de Berna, compuestos de explotaciones agrícolas pequeñas y medianas, además de enlpresas artesanales.
El aspecto arcaizante y nostálgico de este liberalismo sociológico no debe
enrr1ascarar el hecho de que con él se trata de responder a un problerna crucial para el conjunto de los neoliberales. ¿Cómo rehabilitar la econorrúa de
mercado, cómo seguir creyendo en la plena soberanía del individuo en el
contexto del gigantisrr10 creciente en la civilización capitalista industrial y
urbana? Este problema se le planteó a Hayek, quien se vio obligado a distinguir entre «el orden espontáneo» de las interacciones individuales y «la organizaciÓn>>, basada en una concertación deliberada, en particular la de la producción moderna en las empresas capitalistas y en los aparatos administrativos
de Estado. 63 ¿En qué medida se puede considerar al individuo independiente,
consumidor y productor, la entidad de referencia del orden económico de
mercado? W. Ropke tiene el mérito de no eludir el problerna. Si se quiere
evitar la «sociedad de horrnigas» del capitalismo de las grandes unidades y del
colectivismo, hay que hacer de tal manera que las estructuras sociales proporcionen a los individuos las bases de su independencia y de su dignidad.
M. Foucault vio muy bien el equívoco que encierra esta «política de
sociedad». 64 Tiene que hacer que la sociedad no esté del todo dominada por
la lógica del mercado (principio de heterogeneidad de la sociedad respecto
de la econorrúa), pero tiene que hacer, igualmente, que los individuos se
identifiquen con micro-ernpresas, lo cual permite la realización de un orden
de competencia (principio de homogeneidad de la sociedad y la econorrúa).
«Econorrúa de mercado y sociedad no con1ercializada se completan y se apoyan nmtuamente. Se ajustan entre sí como espacio vacío y n1arco, como una
gerten Gesellschciftspolitik» (Civitas humana, Grunclfragen der Gesellschcift tmd Wírtshciftsriform, Bugen R.entsch Verlag, Erlenbach, Zurich, 1944, pág. 85).
63. Véase úifra, cap. 5.
64. M. Foucault, NBP, op. cit., págs. 246-247.
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lente convexa y una lente cóncava que fom1an conjuntan1ente el objetivo
fotográfico». 65
Este punto merece un atento examen. fiay que enrnarcar la econonúa de
1nercado, situarla firmemente en el «marco sociológico-antropológico» del
que se alin1enta, pero sin desconocer el hecho de que también debe distinguirse de él.
La econonúa de mercado no lo es todo. En una sociedad sana y viva, tiene su
lugar asignado, en el que no se puede prescindir de ella, en el que tiene que ser
pura y nítida. Pero inevitablemente degenera, se pudre y envenena con sus gérmenes pútridos las otras fracciones de la sociedad si, además de este sector, no
hay otros: los sectores del aprovisionamiento individual, de la econonúa de Estado, de la planificación, de la abnegación y de la simple y nada comercial humanidad.66
El mercado debe encontrar sus lhnites en las esferas sustraídas a la lógica
mercantil: la autoproducción, la vida familiar, el sector público, son indispensables para la existencia social. 67 Esta exigencia de pluralidad de las esferas sociales no se deriva de una preocupación por la eficacia o la justicia,
sino de la naturaleza plural del hombre, lo que el «viejo liberalismo económico no entendió>>. El vínculo social no puede reducirse a una relación
mercantil.
Se había perdido de vista que la econonúa de mercado no forma sino una sección estrecha de la vida social, enmarcada y sostenida por un dominio mucho
más extenso: campo exterior, donde los hombres no compiten, no son productores, comerciantes, consumidores, miembros de sociedades de explotación, accionistas, ahorradores, sino simplemente hombres que no viven sólo de pan,
65. W. R.opke, Cívítas humana, op. cit., pág. 74. Esta imagen del marco y del hueco, del
borde y el vacío, no de:ja de recordar la temática del ajuste (embeddedness) de K. Polanyi. A
partir de los mismos síntomas de la crisis de la civilización capitalista, W. Ropke y K. Polanyi extraen consecuencias políticas diametralmente opuestas.
66. Ibíd., pág. 72.
67. En La Crisis de nuestro tiempo (La Crise de notre temps, Payot, París, 1962), W. Ropke
escribía en este mismo sentido: «El principio del mercado supone, también él, ciertos límites,
y si la democracia debe tener esferas sustraídas a la influencia del Estado para que no vire
hacia el despotismo excesivo, la economía de mercado también debe de tener esferas qu_e
no estén sometidas a las leyes del mercado, so pena de llegar a ser intolerable: queremos deCir
la esfera del auto-aprovisionamiento, la esfera de las condiciones de vida simples Y modestas, la esfera del Estado y de la economía planificada» (pág. 136).
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miembros de familias, vecinos, con-eligionarios, colegas profesionales, ciudadanos de la cosa pública, seres de carne y hueso, con sus pensamientos y sentimientos eternamente humanos, que aspiran a la justicia, al honor, a la ayuda mutua,
al sentido del interés general, a la paz, al trabajo bien hecho, a la belleza y a la paz
de la naturaleza. La economía de mercado es sólo una organización detemlinada
y, como hemos visto, absolutamente indispensable dentro de un estrecho dominio en el que encuentra su lugar verdadero y no deformado; abandonada a sí
misma, es peligrosa y hasta insostenible, porque entonces reduciría a una existencia del todo antinatural a los hombres, quienes, tarde o temprano, rechazarían
tanto esa orga1lización como la econonúa de mercado, que habría acabado por
resultarles odiosa. 68
La causa principal de la gran crisis social y moral de Occidente, que conduce
directamente al colectivismo, se debe al hecho de que el marco social no fi1e
lo suficientemente sólido. No fue la economía de mercado la que no funcionó, fueron las estructuras que debían enmarcarla las que cedieron. W. Ropke
piensa la crisis social corno un hundimiento de los diques que debían «contener» al mercado: «Esos bordes carcomidos fi.1eron los que llevaron a la ruina
a la economía liberal de tiempos pasados, con todo el sistema social del liberalismo».
¿Cuál sería, pues, el remedio? Si la economía de rnercado es como un
hueco, conviene consolidar sus bordes, proseguir una política dirigida a conseguir <<Una mayor solidez del marco sociológico-antropológico». 69
Este «progratna sociológico» cmnprende diversas vías: descentralización,
desproletarización, desurbanización. Todas ellas tienden a un objetivo común: una sociedad de pequeñas unidades farniliares de habitación y de producción, independientes entre sí y que compiten entre ellas. Cada persona
debe insertarse profesionalmente en un marco de trabajo que le garantice su
independencia y su dignidad. En una palabra, cada uno debe gozar de las
garantías que ofrece la pequeña ernpresa, o mejor, cada uno debe funcionar como
una pequei:Za empresa. Se aprecia el equívoco que subraya M. Foucault: aquello
que se supone debe funcionar como un exterior del mercado, limitándolo
desde fuera, es pensado precisamente de acuerdo con el modelo de un nlercado atomístico cmnpuesto de n1últiples unidades interdependientes.
68. W. Ropke, Ciuítas humana, op. cit., págs. 71-72.
69. !bid., pág. 74.
EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD»
127
La pequeña empresa como remedio a la proletarización
Examinemos rnás detalladamente la crítica que plantea W. Ropke a la proletarización, principal factor del colectivismo. La sociedad industrial ha llevado a un desarraigo urbano y a un nomadisn1o sin precedentes de masas asalariadas: <<Es un Estado patológico con1o nunca antes ha existido, con tal
amplitud, a lo largo de la historia». 70 Volviendo a un discurso cargado de
resonancias casi ausentes desde Auguste Comte, W. Ropke muestra que este
non1adisn1o proletario, vinculado a la destrucción del catnpesinado y el attesanado por la gran explotación concentrada, ha creado un gran vacío en la
existencia de trabajadores privados de seguridad y de estabilidad: «asalariados
urbanos, sin independencia, sin propiedad, insertos en explotaciones gigantes
de la industria y del comercio». 71 Debido al vacío que crea, la proletarización
es analizada corno una pérdida de autonomía y un aislamiento social.
La proletarización significa que hay hombres que caen en una situación sociológica y antropológica peligrosa, caracterizada por la falta de propiedad, la falta de
reservas de toda clase (incluyendo los vínculos de la familia y de la vecindad), la
dependencia económica, el desaiTaigo, las viviendas masificadas como cuarteles,
la militarización del trabajo, el alejamiento de la naturaleza, la mecanización de la
actividad productiva, en suma, una desvitalización y despersonalización generalizadas.72
La política de sociedad debe tener como prioridad «cerrar el foso que existe
entre los proletarios y la sociedad burguesa, desproletarizándolos, haciendo
de ellos, en el sentido más verdadero y noble de la palabra, burgueses, ciudadanos, o sea, auténticos miembros de la civitas». 73 Esta política de integración, cuyo campo ya había despejado A. von Rüstow durante el Coloquio
W alter Lipprnann, pasa por el desarrollo de la pequeña explotación familiar
y la difusión de la propiedad en el marco de pequeñas ciudades o de pueblos
donde se puedan establecer vínculos de conocimiento mutuo. Tal política se
70. !bid., pág. 228.
71. !bid.' pág. 229.
72. !bid., pág. 230.
73. !bid., pág. 167. Hay que destacar que W. Ropkejuega deliberadamente con el equívoco de la palabra alemana Bürger, que significa tanto «burgués» como «ciudadano». Pero este
juego dice mucho acerca de la tendencia del neoliberalismo a la dilución de la distinción
entre lo económico y lo político.
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EL ORDOLIBERALISMO ENTRE «POLÍTICA ECONÓMICA» Y «POLÍTICA DE SOCIEDAD»
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opone, por lo tanto, al Estado social, que no hace sino disminuir todavía más
al hombre haciéndolo depender de subsidios colectivos. El gran peligro es
que el desarraigo proletario y la pérdida de toda propiedad personal, característicos de esta situación, conduzcan a la nueva esclavitud que es el Estado
Providencia: «Cuanto más se extiende la proletarización, más impetuosamente se afirma el deseo de los desarraigados de que el Estado garantice sus
necesidades y su seguridad económica, y más desaparecen los restos de la
responsabilidad personal». 7-+ Desproletarizar las masas desarraigadas por el capitalismo industrial es hacer de ellas, no asegurados sociales, sino propietarios, ahorradores, productores independientes. La propiedad es, a su modo
de ver, el único medio para volver a arraigar a los individuos en un rnedio,
para aportarles la seguridad que desean y n1otivarlos para el trabajo: «Nuestro
deber es n1antener con todas nuestras fuerzas el nún1ero de campesinos, de
artesanos, de pequeños industriales y comerciantes, en suma, de todos los
individuos independientes, provistos de propiedad, de producción y de
habitación». 75 La economía de mercado necesita esos «zócalos humanos»,
esos «hombres sólidamente anclados en la existencia gracias a su género de
trabajo y de vida>>. 76
Esta idealización de la explotación familiar que inspira la política de restauración de la propiedad individual, considerada como punto esencial de la
reforrna social, nunca da a pensar que todos los asalariados vayan a convertirse efectivamente en pequeños empresarios. Se trata más bien de un modelo
social al que cada cual podrá acercarse y cuyos beneficios rnorales y materiales
podrá apreciar, gracias a la propiedad de su casa y el cultivo de su jardín:
«Estamos persuadidos, incluso, de que el huerto detrás de la casa producirá
milagros», exclarna R.opke. 77 Con su huerto, gracias a la autoproducción de
la que podría disponer, el asalariado será su propio amo, corno un empresario
que es responsable de todo el proceso de producción. Convirtiéndose en
propietario y productor farniliar, el individuo recuperará las virtudes de la
prudencia, la seriedad, la responsabilidad, tan indispensables para la econonlÍa
de mercado. Esta últirna necesita que las est111cturas sociales le proporcionen
los hombres independientes, valientes, honrados, trabajadores, rigurosos, sin
74.
75.
76.
77.
!bid., pág. 231.
Ibid., pág. 257.
W. Ropke, La Críse de rzotre temps, op. cit., pág. 198.
Ibid., pág. 152.
los cuales sólo puede caer en el hedonisnw egoísta. Esta din1ensión moral de
la pequeña empresa constituye lo que Ropke llama, significativamente, el
«núcleo campesino de la economía política». 7s Sólo cuando el «código de la
honradez», una ética del trabajo y un deseo de libertad están lo suficientemente anclados en cada individuo, se puede desarrollar una con1petencia
sana y leal en el mercado, y entonces se puede recuperar igualmente el equilibrio social. En una palabra, los «diques» morales que permiten que los individuos «aguanten» son idénticos a los que penniten que «se sostenga» la economía de mercado. Dichos diques se basan en la generalización efectiva del
modelo de la ernpresa a escala del conjunto de la sociedad. La en1presa pequeña y media es la tnuralla contra los desórdenes introducidos por el capitalismo, exactamente deltnismo modo que las comunidades naturales, en
el principio federalista de subsidiariedad, constituyen los línútes del poder del
Estado.
La <<tercera vía»
El neoliberalismo de W. R.opke es un proyecto social cuya meta es una «organización econónúca de hombres libres>}. 79 Según él, sólo se es libre si se es
propietario, núembro de una comunidad fanúliar, empresarial y local, capaz
de contar con las solidaridades de proxinúdad (farnilia, amigos, colegas), y si
se tiene la suficiente energía como para hacer frente a la con1petencia generalizada. Esta «tercera vía» se sitúa entre el «darwinisnw social» del laissezfaire y el Estado social que cuida del individuo desde la cuna hasta la tumba. 80
Debe basarse en la idea de la «responsabilidad individual»: «Cuanto 111ás se
ocupe el Estado de nosotros, menos inclinados nos sentiren1os a recurrir a
nuestras propias fuerzas». 81 Así, la propiedad y la en1presa son los marcos sociales de esta autononúa de la voluntad econónlica: «El campesino sin deudas, en posesión de un donúnio lo suficienten1ente grande, es el hon1bre n1ás
libre del globo». 82
78.
79.
80.
81.
82.
W. Ropke, Ciuitas humana, op. cit., pág. 290.
W. Ropke, La Crise de notre temps, op. cit., pág. 201.
Ibid., pág. 183.
!bid.
lbid., pág. 227.
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130
Esta tercera vía tiene diversos rostros. Podríarnos linutamos a leer en ella
tan solo una fórrnula de cornpromiso, una especie de vía interrnedia entre
liberalisrno y planificación. Es lo que W. Ropke parece indicar en algunos
de sus escritos de antes de la guerra83 cuando rechaza las oposiciones bnltales
entre las diferentes «soluciones totales>> de los fanáticos:
¿Por qué seguir disponiendo en orden de batalla, el uno contra el otro, a liberalismo e intervencionismo, si en verdad no puede tratarse más que de más o
menos liberalismo, no un sí o un no brutal, porque el liberalismo integral es una
imposibilidad y el intervencionismo integral se anula a sí mismo y se conviette
en puro comunismo? 84
Pero en otros lugares sus planteamientos son rnucho más arnbiciosos. La
tercera vía define un liberalistno sociológico «constructor» cuyo objeto es
una cornpleta refundación de la sociedad, indispensable para retnediar la gran
crisis de nuestra época. Ropke define la Gesellschajtspolitik como
una política que perseguirá al unísono la restauración de la libertad económica,
la humanización de las condiciones de trabajo y de vida, la supresión de la proletarización, del desanaigo social, de la formación en masa, del gigantismo y del
privilegio; una política semejante es más que una simple refonna económica y
social (... ] Todos los desórdenes económicos de nuestro tiempo no son sino los
síntomas superficiales de una crisis total de nuestra sociedad, y como tal hay que
tratarla y curarla. De este modo, una reforma económica eficaz y duradera debe
ser al mismo tiempo una rqorma radical de la sociedad. 85
Sin duda, con esta insistencia en el aspecto rnoral del <<espíritu de ernpresa>>,
de la «responsabilidad individual», de la «ética de la cornpetición», elliberalism.o sociológico de W. Ropke ilustra n1uy bien todos los esfuerzos desplegados con el fin de hacer de la en1presa una especie de forrna universal que
daría a la autonomía de elección de los individuos el poder de ejercerse.
Desde luego, la exaltación de las virtudes de la vida carnpesina puede
hacernos sonreír hoy día, por su ronuntícisn1o y su vitalisrno, algo anticuados. Pero la contribución esencial de W. Ropke a la gubernan1entalidad
83. Como, por ejemplo, en W. Ropke, Explication économique du 111onde modenze, Librairie
de Médicis, París, 1940, pág. 281.
84. !bid., pág. 282.
85. W. Ropke, Explication économíque du monde modeme, op. cit., págs. 284-285.
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131
neoliberal es otra: reside en el hecho de recentrar la intervención gubernamental en el individuo, con el fin de conseguir que organice su propia existencia, ya sea su relación con su propiedad privada, con su unidad farniliar,
con sus seguros o su jubilación, de taltnanera que su propia vida haga de él
como «una especie de en1presa pen11anente y múltiple». 86 Hay que destacar
aquí hasta qué punto esta prmnoción a la universalidad del n1odelo de la
empresa nos aleja de J. Locke. Para este último, el sentido extendido de
la noción de «propiedad» tenía la función de legitin1ar la propiedad de los
bienes exteriores con1o extensión de la propiedad de sí n1is1no realizada
tnediante el trabajo.H 7 Para algunos de los neoliberales contemporáneos, tanto la relación consigo mismo corno la relación con los bienes exteriores
debe tonur como n1odelo la lógica de la empresa, entendida conw unidad
de producción que entra en cornpetencia con otros. Dicho de otra rnanera,
no es el resultado del trabajo lo que se anexa a la persona cmno su prolongación, es el gobierno de sí del individuo lo que en adelante deberá ínteriorizar las reglas de funcionamiento de la ernpresa; no es que el exterior (o sea,
el resultado del trabajo) pase de algún nwdo al interior, sino que el exterior
(la empresa) proporciona a la interioridad de la relación con uno tnismo la
norrna de su propia reorganización.
86. M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 247.
87. Hay un punto, indiscutiblemente, en el que todo el liberalismo ulterior, neoliberalismo incluido, está en deuda con Locke: la justificación filosófica del derecho de propiedad.
Sin embargo, si se lee bien el Segundo Tratado, se aprecia que «el derecho de propiedad sobre
los bienes materiales no es primero, ni está directamente andado en la naturaleza: se deriva del
deber de cada cual de preservarse a sí mismo» Qohn Locke, Second Treatise on Cí1Jíl Govenunent,
cap. 5, «OfProperty»), de tal manera que la justificación de este derecho no se puede abstraer
de las premisas teológicas de la argumentación de Locke. Cosa bien dificil, ya que, de acuerdo con estas mismas premisas, «Dios dio el mundo a los hombres en común)>. ¿Cómo justificar el derecho a la apropiación privada a partir de la tesis de una posesión originalmente
indivisa, sin hacer intervenir una convención? En último análisis, es el trabajo el operador de
la transfom1ación de la posesión común inclusiva en apropiación privada exclusiva. La acción
misma de trab;Uar consiste en hacer tuyo eso que trab<uas y, por lo tanto, apropiártelo. Se
confirma así que el derecho de propiedad no puede tener la primacía de un derecho puramente «natural»: es cierto que tampoco tiene un origen convencional, pero sólo se introduce
como «medio para el cumplimiento de una obligacióm Q.-F. Spitz, La liberté politique. Essai
de généalogie conceptuelle, PUF, París, 1995, pág. 57). En último análisis, el hecho de que el
hombre sea propiedad de Dios limita la propiedad que el hombre puede tener de sí rnismo,
de sus acciones y de su trab;Uo, en cuanto a este último a título de su autor. Y tal límite afecta igualmente al derecho a la apropiación privativa. Véase J. Tully, A Discourse 011 Property:
jo/m Locke and His Adversaríes, Cambtidge University Press, 1978.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
132
En definitiva, aunque la coherencia de conjunto de la doctrina resulte
problemática, el legado político de las dos ran1as del ordoliberalismo alemán
al neoliberalismo contemporáneo consiste en dos cosas esenciales. En primer
lugar, la promoción de la competencia a la categoría de nom1a destinada a
guiar una «política de ordenamiento>>: si bien es cierto que la epistemología
de W. Eucken, más allá de algunos círculos de especialistas, ha caído en el
olvido, los principios de la «constitución económica» siguen siendo invocados para evaluar tal o cual medida de política económica, aunque a 1nenudo
la cosa se reduzca a una machacona repetición formal. En segundo lugar, la
asignación a la acción política de un objeto completan1ente específico, o sea,
la «sociedad» entendida hasta su tran1a más fina y, en consecuencia, el individuo con1o sede del gobierno de sí y punto de apoyo del gobierno de las
conductas. Aquí es, en efecto, donde debemos situar el sentido profiindo de
la universalización de la lógica de la empresa, preconizada por la «política de
sociedad» en su fom1a 1nás desarrollada.
4
hotnbre etnpresarial
No captarían1os la originalidad del neoliberalismo si no viéramos su punto
focal en la relación entre las instituciones y la acción individual. En efecto,
cuando ya no se considera corr1o enteramente natural la conducta económica maximizadora, condición absoluta del equilibrio general, conviene explicar los factores que en ella influyen, el modo en que se aproxima, sin poder
alcanzar nunca la perfección, a cierto grado de eficiencia. Las diferencias
entre los autores neoliberales se deben en parte a las soluciones respectivas
que aportan a este problema. Mientras que los principales responsables del
«renacimiento neoliberal, L. R.ougier, W. Lippmann y los ordoliberales alenlanes enfatizan la necesidad de la intervención gubema1nental, L. von Mises
se niega a definir la función de las instituciones en términos de intervencionismo. Mises reivindica incluso, en voz alta, su apego al principio dellaissezfaire: «En la economía de mercado, tipo de organización social centrado en el
laissez:faire, hay un dominio en el interior del cual el individuo es libre de
elegir entre diversas formas de actuar, sin que le ponga trabas la an1enaza
de ser castigado». 1 Leyendo pasajes corr10 éste, parecería que con L. von Mises, como por otra parte ya lo había observado A. von R.üstow en 1938, se
vuelve a las apologías más dogmáticas del laissez1aire como fuente de prosperidad para cada uno y para todos.
l. L von Mises, L'Action luunaine, Traíté d'écono111ic, PUF, 1<J85, pág. 297.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
134
Pero sería precipitado concluir que esta corriente de pensamiento no
aporta nada nuevo y se contenta con un sirnple retorno al liberalismo dogtnático. Sobre todo, ello supondría ignorar un cambio fundamental en la
argum.entación, que reside en la valorización de la competencia y de la empresa cmno fonna general de la sociedad. Ciertarnente, el punto en común
con elliberalistno clásico es la exigencia de justificar la limitación del Estado
en nornbre del rnercado, destacando el papel de la libertad econónüca en la
~ficacía de la nláquina económica y en la prosecución del proceso de rnercado. De ahí cierta confusión que lleva a pensar que L. von Mises y F. Hayek
serían tan solo «resucitados» del viejo liberalisrno manchesteriano.
Lo que puede confundir en la tendencia austro-atnericana2 es su
«subjetivisnlo» 3 rnás o rnenos acentuado, que pudo conducir a algunos de los
discípulos de L. von Mises, cmno Munay Rothbard, hasta el «anarco-capitalismo», o sea, la negación radical de toda legitirrüdad a la entidad estatal. Sin
desconocer lo mucho que tiene de <<clásica» esta orientación, que la aleja de
la inspiración constructivista del neoliberalismo, es importante situar la contribución original del pensamiento de estos autores: está enteran1ente estnlcturada por la oposición entre dos tipos de procesos, uno de destrucción y otro
de construcción. El pritnero, llanudo por von Mises el «desttuccionisrno»,
tiene como agente principal al Estado. Se basa en el encadenanliento perver-so de las injerencias estatales que conducen al totalitarismo y a la regresión
econórnica. El segundo, que corresponde al capítalisrno, tiene con1o agente
al emprendedor, o sea, potenciah11ente a todo sujeto econónlico.
Al hacer énfasis en la acción individual y el proceso de mercado, los autores austro-norteamericanos apuntan, en primer lugar, a producir una descripción realista de una rnáquina econórrüca que tiende hacia el equilibrio si
no es perturbada por ningún n1oralisn1o o por intervenciones políticas y sociales, todos ellos destructivos. En segundo lugar, apuntan a n1ostrar córr1o se
2. La expresión «austro-norteamericano» designa aquí a los economistas inmigrados a
Estados Unidos, así como a los estadounidenses que se vinculan a la escuela austríaca moderna, cuyas dos figuras teóticas e ideológicas importantes son L. von Mises y F. Hayek. Además
de las teorías de estos últimos, enfatizaremos los desarrollos de la doctrina producidos por
Israel Kirzner.
3. En The Counter-Rel!olution ofScience, The Free Press, Nueva York, 1955, Hayek escribe que todos los avances en la teoría económica durante los últimos cien años fi.Ieron pasos
adelante en la aplicación coherente del subjetivismo (pág. 31). Y en este punto tinde un homenaje especial a Von Mises, a quien considera su maestro.
EL
HOMBRE EMPRESAR.IAL
135
constn1ye en la cornpetencia general cierta dimensión del entrepreneurship, 4
que es el principio de conducta potencialrr1ente universal más esencial para
el orden capitalista. De este modo, como lo dice con tanta pertinencia Thomas Lemke en su con1entario de M. Foucault, el neoliberalisrno se presenta,
ni más ni n1enos, «com.o un proyecto político que busca crear una realidad
social supuestan1ente ya existente>>. 5 Será precisamente esta din1ensión antropológica del hornbre-empresa, bajo una modalidad distinta de la propia de la
sociología ordoliberal, la principal contribución de esta corriente.
A ella, mucho más que a la econmnía neoclásica, se deben las vías estratégicas prornovidas por el neoliberalismo: la creación de situaciones de mercado y la producción del sujeto err1presarial. En el programa neoclásico, la
competencia remite siempre a un deternúnado Estado, y en este sentido corresponde nlás a una estática que a una dinámica. Más exactarnente: es un
canon respecto del cual pueden ser juzgadas diversas situaciones en las que se
encuentra un rnercado y, altnisrn~- tiempo, el rr1arco en el que la acción racional de los agentes puede conducir, idealmente, al equilibrio. Toda situación que no corresponda a las condiciones de la con1petencia pura y perfecta
es considerada una anomalía que no pennite realizar la armonía preconcebida
entre los agentes econónúcos. De este modo, la teoría neoclásica se ve llevada a prescribir un «retomo» a las condiciones de la con1petencia planteadas a
priori como «norm~les». Si bien es cierto que el programa neoclásico aportó
al discurso del libre rr1ercado una fuerte caución acadénlica, en particular bajo
la forma del «rnercado eficiente» de las finanzas globales, es falso que la racionalidad neoliberal se apoye exclusivamente, o incluso prirnordialmente, en la
base que constituye el prograrr1a walras-paretiano del equilibrio general.
Lo que constituye el fundarnento específico de la doctrina neoliberal en
este aspecto es una concepción muy distinta de la competencia, que sólo
tiene en común con la versión neoclásica el non1bre. El gran paso adelante
que dieron los austríacos von Mises y F. Hayek, consiste en considerar la
cornpetencia en el rnercado como un proceso de descubrimiento de la información pertinente, con1o cierto modo de conducta del sujeto que busca
4. Este ténnino es traducido como «entrepreneurialité» en francés. [Nota del T.: el Diccionario de la Real Academia Española incluye en el término «emprendimiento» una segunda acepción que en este caso conviene: «cualidad de emprendedor».]
5. T. Lemke, «The birth ofbio-politics: Michel Foucault's lecture at the College de France on neo-liberal governmentality», Economy and Society, vol. 30, n° 2, 2001, pág. 203.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
136
superar a los den1ás en el descubrimiento de nuevas oportunidades de ganancias y adelantarse a ellos. En otras palabras: al radicalizar y sisten1atizar, en una
teoría coherente de la acción humana, cierto número de aspectos ya presentes
en el pensamiento liberal clásico (el deseo de mejorar el propio destino, de
hacerlo mejor que el prójimo, etcétera), la doctrina austríaca privilegia una
dimensión agonística, la de la competición y la rivalidad. A partir de la lucha
de los agentes se podrá describir, no la formación de un equilibrio definido
por condiciones fom1ales, sino la vida econónuca 1nisma, cuyo actor real es
el emprendedor, aniinado por un espíritu empresarial que está presente en
todo sujeto en grados diferentes y que encuentra ante sí, como único freno,
al Estado cuando éste dificulta la libre cmnpetencia o la supri1ne.
Esta revolución en la forma de pensar ha inspirado múltiples investigaciones, con1o aquellas, en plena expansión, que tienen con1o OQjeto la innovación
y la infom1ación. Pero, sobre todo, llan1a a una política que va mucho más allá
de los n1ercados y servicios y que concierne a la totalidad de la acción humana.
Aunque rnuy a n1enudo se destaca cmno típica de una política neoliberalla
constn1cción de una situación económica que la acercaría al canon de la competencia pura y pe1fecta, se suele olvidar que hay otra mientación, más enmascarada o quizás n1enos inmediatamente perceptible, que apunta a introducir, a
restablecer o sostener dimensiones de rivalidad en la acción y, 1nás funda1nentaln1ente, a modelar a los s~jetos para hacer de ellos emprendedores capaces de
aprovechar las oportunidades de ganancias, dispuestos a con1pron1eterse en el
proceso pernunente de la competencia. Donde esta orientación ha encontrado
su traducción 1nás fi1erte es en el dominio del management.
Crítica del intervencionismo
Recorden1os que, durante el Coloquio W alter Lippn1ann, L. von Mises era
uno de los que n1ás vituperios lanzaban contra cualquier clase de relegitinución de la intervención estatal, hasta tal punto que algunos de los den1ás
participantes lo veían con1o un old liberal bastante fuera de lugar en aquel
encuentro. De hecho, von Mises ni soporta el socialismo ni tolera la intervención estatal. 6 Por otra parte, a su 1nodo de ver, la últinu es el gennen del
6. Stéphane Longuet, Hayek et l'École autríchienne, Nathan, París, 1998.
EL
HOMBRE EMPRESARIAL
137
segundo. La interferencia del Estado puede destnür la economía de n1ercado
y arruinar la prosperidad confi.mdiendo la información transmitida por el
mercado. Los precios orientan los proyectos individuales en el tiempo~ permiten coordinar sus acciones. La manipulación de los precios o de la mone-da perturba sobre todo el conocüniento de los deseos de los consumidores e
in1pide a las en1presas responder a ellos de un n1odo conveniente y a tien1po.
Estos efectos negativos, resultado de las trabas a la adaptación, desencadenan
un proceso cada vez más nefasto. Cuánto más interviene el Estado, nlás trastomos provoca, más interviene a su vez para eliminarlos y ello sucesivanlente hasta la instauración de un socialismo totalitario. Esta cadena de reacciones
es facilitada por la ideología de la den1ocracia ilimitada, que a su vez se funda
en los 1nitos de la soberanía del pueblo y la justicia social.
Desde este punto de vista, no hay tercera vía posible entre el .free market y
el control del Estado. Para von Mises, la intervención es, por definición, una
traba a la econmnía de n1ercado. Por eso no se ahorra críticas contra los ordoliberales, esos «intervencionistas que buscan soluciones en un "tercer
cmnino ''>/ Sin miedo a la exageración, von Mises ve en esos teóricos a secuaces, sin duda involunta1ios, de la dictadura. Según él, no se dan cuenta de
que conducen al despotisn1o absoluto del gobierno, en vez de a la soberanía
absoluta del consmnidor sobre las decisiones de producción, por lo que son
los dignos herederos del «socialisn1o alemán, 1nodelo Hindenburg». 8 El gobierno debe conformarse con asegurar las condiciones de la cooperación
social sin intervención. «El control es indivisible»: o es todo él privado, o es
del todo estatal; o la dictadura del Estado o la soberanía del consunudor. No
hay ténnino n1edio entre el totalitarismo estatal y el mercado definido con1o
7. L. von Mises, L'Action humaine, op. cit., pág. 858.
8. Ibid., pág. 761. Mises añade: «También los partidarios de la variante más reciente del
intervencionismo, la Soziale Marktswirtschaft [economía social de mercado) afim1an en voz
alta que consideran la economía de mercado como el m~jor y más deseable de los sistemas de
organización económica de la sociedad, y que rechazan la omnipotencia gubernamental
de los socialistas. Pero, evidentemente, todos estos abogados de una econonúa de "tercer
camino" insisten con el mismo vigor en su rechazo del liberalismo manchesteriano y ellaissezJaire. Es necesario, dicen, que el Estado intervenga en los fenómenos de mercado, cada
vez y en cada lugar en que "el libre juego de las füerzas económicas" conduzca a situaciones
que parezcan "socialmente" indeseables. Al sostener esta tesis, consideran como obvio que es
al gobierno a quien le corresponde decidir, en cada caso particular, si tal o cual hecho económico debe ser considerado reprensible desde el punto de vista "social" y, en consecuencia,
si la situación del mercado requiere o no del gobierno un acto especial de intervención».
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
138
una «dernocracia de consurnidores». 9 Esta posición radical, que prohíbe toda
intervención, se basa en la disyunción entre dos procesos autoalirnentados y
de sentido contrario: el n1al proceso estatal que crea seres asistidos y el proceso de rnercado que crea emprendedores creativos.
Lo que perturba la perfecta dernocracia del consumidor y abre la puerta
el despotisn1o totalitario es la intrusión de principios éticos heterogéneos al
proceso del mercado, diferentes del que constituye el solo interés:
(A la econonúa] no le interesa saber si las ganancias deben ser aprobadas o condenadas desde el punto de vista de una supuesta ley natural o un supuesto código
eterno e inmutable de la moralidad, comunicados por las informaciones pretendidamente precisas de la intuición personal o la revelación divina. La econonúa
establece simplemente el hecho de que las ganancias y las pérdidas son fenómenos esenciales de la economía de mercado. 10
Lo rnismo ocurre con los juicios de valor aportados por los intelectuales,
juicios que, ajenos a la lógica econórnica, no respetan la dernocracia absoluta
del consumidor y, por lo tanto, del funcionarniento del rnercado:
Los moralistas y los predicadores formulan críticas erróneas contra las ganancias.
No es culpa de los emprendedores que los consumidores -el pueblo, el hombre
ordinario- prefieran un aperitivo a la Biblia y las novelas policíacas a los libros
serios; y si hay gobiernos que prefieren a la mantequilla los cañones. El emprendedor no obtiene ganancias más elevadas vendiendo cosas «malas» en vez de
«buenas». Sus ganancias son mayores si consigue procurar mejor a los consumidores lo que piden con más intensidad. 11
El ejercicio de la autoridad llarna a su propio rdorzanliento. Ante los fracasos
de sus intervenciones, el Estado sie1npre irá más lejos en los actos de autoridad, poniendo en tela de juioo de fonna cada vez rnás acusada las libertades
individuales:
Es importante recordar que la intervención del gobierno significa siempre, ya sea
una acción violenta, ya sea la amenaza de recurrir a ella (... ] Gobernar es, en
último análisis, hacer uso de hombres annados, policías, soldados, guardianes de
prisión y verdugos. El aspecto esencial del poder es que puede imponer sus vo-
9. Ibíd., pág. 856.
10. Ibid., pág. 315.
11. Ibid., pág. 316.
EL HOMBRE EMPRESARIAL
139
luntades aporreando, matando y encarcelando. Los que reclaman más gobierno,
lo que reclaman a fin de cuentas es más coacción y menos libertad. 12
Esta condena inapelable de la ihtervención se basa en la denuncia de una
usurpación. El Estado pretende saber, en lugar de los individuos, qué es bueno para ellos. Ahora bien, lo que tanto para von Mises como para Hayek
constituye la particularidad y la superioridad de la econon1Ía de rnercado, es
que el individuo debe decidir él solo la finalidad de sus acciones, porque sólo
él sabe lo que es bueno para él.
En la economía de mercado, el individuo es libre de actuar en el interior de la
órbita de la propiedad privada y del mercado. Sus elecciones son inapelables.
Para sus semejantes, sus acciones son hechos que por füerza han de tener en
cuenta en su propia actividad. La coordinación de las acciones autónomas de
todos los individuos está asegurada por el fi.mcionamiento del mercado. La sociedad no dice a alguien qué debe hacer. N o hay necesidad de hacer que la cooperación sea obligatoria mediante órdenes y prohibiciones. La no-cooperación se
penaliza por sí sola. El ajuste a las exigencias del esfúerzo productivo en sociedad
y la persecución de objetivos propios del individuo no están en conflicto entre
sí. En consecuencia, no hay necesidad de arbitraje. El sistema puede funcionar y
cumplir su papel sin la intervención de una autoridad que emita órdenes y prohibiciones y castigue a los recalcitrantes. 13
Sin duda, es in1posible ser más explícito en la exaltación de las virtudes del
libre n1ercado y del papel del interés individual en el fl.mcionarniento de la
econonúa capitalista. Pero, ¿significa ello, acaso, una vuelta a Adan1 Srnith, o
a Mandeville?
Una nueva concepción del mercado
Si el pensanliento austro-arnericano concede un papel central al n1ercado, es
porque lo considera con1o un proceso subjetivo. La palabra clave, mercado, sigue
siendo la misrna que en el pensamiento liberal tradicional, pero el concepto
por ella designado ha cambiado. Ya no es el de Adan1 Srnith, ni el de los
neoclásicos. Es un proceso de descubrimiento y de aprendizaje que modifica
12. Ibíd., págs. 756-757.
13. Ibíd., pág. 762.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
140
a los sujetos ajustándolos unos con otros. La coordinación no es estática, no
vincula seres que pern1anecen semejantes a sí misn1os; produce una realidad
siempre cambiante, un tnovimiento que afecta a los entornos en los que
evolucionan los sujetos y los transfonna, también a ellos. El proceso de mercado, una vez instaurado, constituye un marco de acción que ya no requiere ninguna otra clase de intervenciones: éstas sólo podrían constituir obstáculos, fuente de destrucción de la econonúa. Pero el mercado ya no es ese
«aire» natural por el que circulan las mercancías sin obstáculo, ya no es un «nledio» dado de una vez por todas, regido por leyes naturales, gobernado por
un principio misterioso de equilibrio. Es un proceso regulado que pone en
acción mecanistnos psicológicos y competencias específicos. Es un proceso
que es menos autorregulador (o sea, conducente al equilibrio perfecto) que
autocreador, capaz de auto-engendrarse en el tiempo. Y si no tiene necesidad, precisamente, de poderes externos reguladores, es porque tiene su propia dinátnica. Una vez instaurado, podría seguir un perfecto n1ovinliento
perpetuo, autopropulsado, salvo en caso de que lo ralenticen o lo perviertan
los obstáculos estatales o éticos que constituyen, todos ellos, fricciones perjudiciales.
El mercado se concibe, en consecuencia, como un proceso de autofortnación del sujeto económico, como un proceso subjetivo auto-educador y
auto-disciplinario tnediante el cual el sujeto aprende a conducirse. El proceso de n1ercado construye su propio sujeto. Es autoconstructivo.
Von Mises quiere ver al hombre como un ser activo, con1o un Horno
agens. El n1otor inicial es una especie de vaga aspiración a estar n1ejor, un
impulso a actuar para mt:jorar la propia situación. N o define la acción hurnana mediante un cálculo de n1aximización propiamente dicho, sino n1ediante
una racionalidad núnima que lo empuja a destinar medios a un objetivo de
mejora de la situación. La acción hun1ana tiene una finalidad. He aquí el
punto de partida, lo esencial: a partir de este ünpulso a realizar tal finalidad,
no se trata de que vaya a intercambiar lo que, debido a algún hecho azaroso,
ya tenía en exceso -las pieles de conejo o los peces de los que no sabía qué
hacer- como lo suponían los teóricos del orden del n1ercado; lo que hace
es emprender, y en1prendiendo, aprenderá. Concebirá un plan individual de acción y se lanzará a otras empresas, elegirá sus o~jetivos y les destinará medios,
construirá, con1o lo dice un alun1no y continuador de von Mises, Israel
Kirzner, «sistemas fines-n1edios» en función de sus propias aspiraciones que
EL HOMBRE EMPRESARIAL
141
orientarán su energía. El ser de referencia de este neoliberalismo no es, de
entrada y esencialmente, el hombre del intercambio que hace cálculos a partir de los datos disponibles, es el hon1bre del emprendüniento que elige un
objetivo y pretende realizarlo. Von Mises proporciona la fórmula: <<En toda
economía real y viva, cada actor es sietnpre en1prendedor». 14
Podría parecer que con esta corriente de pensanliento austro-norteatnericano ya hemos dt:jado atrás la problernática de la gubernamentalidad neo-·
liberal. No es así, en absoluto. Es con1o si dejara exclusivamente en manos
del proceso de n1ercado la tarea de construir al sujeto empresarial.
A diferencia de los ordoliberales alen1anes, que confian al tnarco de la
sociedad el cuidado de lünitar las acciones humanas, los austro-norteamericanos ton1an la vía del «subjetivismo>>, o sea, del autogobierno del sujeto. Si
el hmnbre sabe cmnportarse, no es gracias a la «naturaleza», sino gracias al
mercado, que constituye un proceso de formación. Poniendo lo nlás a tnenudo posible al individuo en una situación de mercado es como se le pernlÍtirá aprender a conducirse racionaln1ente. Se esboza entonces, pero esta vez
in1plícitamente, el tipo de acción relevante para la gubernamentalidad neoliberal: la creación de situaciones de mercado que permiten tal aprendizaje
constante y progresivo. Esa ciencia de la elección en situación de competencia es en realidad la teoría sobre el modo en que el individuo se ve llevado a
gobernarse en el mercado.
La economía es un asunto de elección más que de cálculo de maxinlización, o más exactatnente, este últin1o es tan solo un momento o una dinlensión de la acción, que no puede resunlirla enteramente. El cálculo presupone
datos, en efecto, e incluso se puede considerar que los datos lo determinan
-como ocurre en el caso de las doctrinas del equilibrio general. La elección
es más dinán1ica: implica creatividad e indetenninación. Es el eletnento propiamente humano del comportamiento económico. Como lo dice igualmente l. Kirzner, una máquina puede calcular, no puede elegir. La economía, por su parte, es una econonlÍa de la elecciónY Y, para en1pezar, la
elección por parte de los consumidores, los nuevos soberanos activos que
14. Citado por l. Kirzner, The Memtíng ~f Market Process. Essays in the Development ~f
Modern Austrian Economics, Routledge, Londres, 1992, pág. 30.
15. Ibid., pág. 123. En la famosa definición de Lionel Robbins («la economía es el estudio
del comportamiento humano como una relación entre fmes y medios escasos cuyos usuarios
son mutuamente excluyentes») se advierte la influencia de los economistas austríacos, según
l. Kirzner.
NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL HOMBRE EMPRESARIAL
143
142
buscan el mejor negocio, el mejor producto que corresponderá a su propia
construcción de los fines y los medios, o sea, su plan. Esta es la aportación,
en smna, del subjetivismo que reivindican von Mises y Kirzner: haber «transfornudo la teoría de los precios del mercado en una teoría general de la
elección humana». 16
Este punto es fundamental. Si el opus magnum de L. von Mises se titula La
acción humana, es conveniente tornarse el título con la mayor seriedad. De lo
que se trata, ciertan1ente, es de una redefinición del Romo oeconomicus:
La teoría general de la elección y de la preferencia [...] es mucho más que una
simple economía del «lado económico» de las iniciativas del hombre, de sus esfuerzos por procurarse cosas útiles y acrecentar así su bienestar material. Es la
ciencia de todos los géneros del actuar humano. El acto de elegir determina todas las
decisiones del hombre. Al elegir, el hombre no opta sólo entre los diversos objetos y servicios materiales. Todos los valores humanos se ofrecen como opciones. Todos los fines y los medios, las consideraciones, tanto materiales como
morales, lo sublime y lo vulgar, lo noble y lo innoble, son dispuestos en una
serie única y son sometidos a una decisión que toma una cosa y deja de lado otra.
Nada de lo que los hombres desean obtener o evitar queda fuera de este ordenamiento en una sola gama de gradaciones y de preferencias. La teoría moderna del
valor ensancha el horizonte científico y amplia así el campo de los estudios económicos. De este modo, de la economía política de la escuela clásica, emerge
una teoría general de la acción humana, la praxeología. Los problemas económicos o catalácticos17 están atTaigados en una ciencia más general y ya no pueden, en
adelante, ser separados de esa conectividad. Ningún estudio de problemas propiamente económicos puede dispensarse de partir de actos de elección; la economía se convierte en una parte -aunque ésta sea, hasta ahora, la mejor elabo18
rada hasta la actualidad- de una ciencia más universal: la praxeología.
El mercado y el conocimiento
No hay punto rnedio: o la dernocracia del consurnidor, o la dictadura del
Estado. Los principios éticos no valen nada en la esfera del rnercado, corno
hemos dicho. No puede haber econmnía de mercado sin la prin1acía absoluta del interés, con exclusión de todo otro rnotivo de acción:
16. L. von Mises, L'Action humaíne, op. cit., pág. 3.
17. Sobre el sentido exacto de este término, véase Íf!{ra, capítulo siguiente.
18.L. von Mises, L'Action humaine, op. cit., pág. 3-4.
La única razón por la que la economía de mercado puede fimcionar sin que
órdenes gubemamentales digan a cada cual lo que debe hacer y cómo debe hacerlo, es que no le pide a nadie que se aparte de las líneas de conducta que más
convienen a sus propios intereses. Lo que asegura la integración de las acciones
individuales en el conjunto del sistema social de producción es la persecución,
por parte de cada individuo, de sus propios objetivos. Siguiendo su «avidez»,
cada actor aporta su contribución a la mejor disposición de las actividades de
producción. Así, en la esfera de la propiedad privada y de las leyes que la protegen contra los atentados que suponen acciones violentas o fraudulentas, no hay
ningún antagonismo entre los intereses del individuo y los de la sociedad. 19
La limitación del poder gubernamental encuentra su fundarnento, no en los
«derechos naturales>>, ni tarnpoco, en últinu instancia, en la propiedad engendrada por la libre iniciativa privada, sino en las condiciones mismas de
funcionarniento de la máquina econórrrica. Sin duda, hay conciliaciones posibles, pero lo esencial se basa en la idea de que la econonúa de mercado
tiene como condición la libertad individual más completa. Éste es un argumento rnás funcional que ético: la condición del funcionamiento del mecanismo de mercado es la libre decisión en función de las informaciones que
cada qpo posee. El mercado es, incluso, uno de esos instnunentos que funcionan solos, precisarnente porque coordina los trabajos especializados usando de fonna óptüna conocirrrientos dispersos.
En este punto, la teoría hayekiana del conocirniento es particulannente
significativa. 20 Hayek cornparte con von Mises la idea de que el individuo no
es un actor omnisciente. Es, quizás, racional, como sostiene von Mises, pero
sobre todo es ignorante. Por eso, por otra parte, hay reglas que sigue sin
saberlo. Lo que sabe, lo sabe a través de reglas, nmmas de comportamiento,
esquernas de percepciones que la civilización ha desarrollado progresivarnente.21
El problema del conocüniento no es periférico respecto de la teoría económica, es central aunque haya sido ignorado por rnucho tiempo en prove-
19. !bid., pág. 763.
20. Esta teoría está contenida en dos textos principales, el de 1935, titulado «Economics
and knowledge», y el de 1945, «The use ofknowledge in society», ambos reproducidos en
F. Hayek, Individualism and Economic Order, The University of Chicago Press, 1948.
21. Ibíd., pág. 88. F. Hayek cita a Alfred Whitehead, para quien «la civilización avanza
incrementando el número de operaciones importantes que podemos llevar a cabo sin tener
que pensar en ellas».
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL HOMBRE EMPRESARIAL
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cho del análisis de la división del trab~jo. El objeto económico por excelencia era el problenu de la coordinación de las tareas especializadas y la
asignación de los recursos. Pero, dice Hayek, lo que constituye «el principal
problema de la economía, incluso de las ciencias sociales», 22 es el problen1a de
la división del conocüniento. En una sociedad estructurada por la división
del trab~jo, nadie lo sabe todo. La infonnación es estructurahnente dispersa.
Pero, rnientras que el primer reflejo consiste en querer «centralizar» la información -el socialismo lo intenta, como lo demuestran los teóricos que
elogian la <<superioridad del cálculo socialista»- Hayek, siguiendo a von
Mises, rnuestra que se trata de una tentación condenada al fracaso debido a la
insuperable dispersión del saber.
No se trata aquí de conocimiento científico. «Knowledge» significa para
Hayek, que es el prin1ero en desarrollar esta teoría, cierto tipo de conocimientos directarnente utilizables acerca del mercado, los que conciernen a las
circunstancias de tiernpo y de lugar; los que se refieren, no al por qué sino al
cómo; los que puede adquirir un individuo en su práctica; aquellos cuyo
valor él solo puede captar y puede utilizarlos de modo provechoso para superar a los den1ás en la cornpetición. Este conocüniento específico y gisperso, demasiado a rnenudo despreciado y dejado de lado, tiene tanto valor
con10 el conocüniento de los sabios y los administradores. En este sentido,
para Hayek, no es anonnal que un agente de can1bio o un agente inmobiliario ganen mucho rnás que un ingeniero, un investigador o un profesor: todo
elrnundo gana, incluso lo hacen estas últimas categorías, con el hecho de que
las posibilidades de ganancias se realicen efectivarnente en el mercado.
Estos conocünientos individuales y particulares se encuentran entre los
que n1ás cuentan, son en todo caso rnás eficaces que los datos estadísticos
añadidos, en la rnedida en que pern1Íten la realización de todos los pequeños
can1bios pennanentes a los que hay que adaptarse en el mercado. De ahí la
importancia de una descentralización de las decisiones, para que cada cual
pueda actuar con las inforn1aciones de que dispone. Es inútil, incluso peligroso, reclarnar un «control consciente» de los procesos económicos: la superioridad del rnercado se debe, precisan1ente, a que puede prescindir de
todo control de esa clase. Pero sí es preciso facilitar la cmnunicación de las
informaciones, para con1pletar los fragmentos cognitivos que cada uno po22. Ibid., pág . .50.
145
see. El precio es un rnedio de comunicación de la información mediante la
cual los individuos podrán coordinar sus acciones. La econorrúa de mercado
es una econorrúa de información que permite prescindir del control centralizado. Sólo los rnóviles individuales llevan a los individuos a hacer lo que
deben hacer, sin que nadie tenga que decirles que lo hagan, haciendo uso de
los conocimientos que ellos solos poseen o buscan.
El mercado es un mecanisrno social que permite movilizar esta información y comunicarla a los demás a través de los precios. El problema de la
econon1Ía no es, pues, el del equilibrio general, sino el de saber córrw los
individuos podrán sacar el m~jor partido de la información fragmentaria de
la que disponen.
El emprendimiento como modo del gobierno de sí
No se puede entender esta defensa de la libertad del n1ercado sin relacionarla
con el postulado que la acmnpaña necesarian1ente: no hay ninguna necesidad
de intervenir, porque sólo los individuos son capaces de calcular a partir de las
informaciones que poseen. Este postulado de la acción hmnana es el que
desbarata por adelantado las pretensiones del dirigismo. De ahí la importancia
del esfuerzo de von Mises, que consiste en hacer que la ciencia económica se
base en una teoría general de la acción humana, la <<praxeología».
La econorrúa clásica estándar dt::jaba abierta la posibilidad de una intervención correctiva del Estado. En efecto, al construir modelos de equilibrio
sobre la base de hipótesis irreales (cmno el conocimiento perfecto de los datos), los n1arginalistas, por su propio irrealisn1o, no hicieron más que mostrar
la irrealidad deln1ercado puro y perfecto. El subjetivismo que reivindican los
austro-norteamericanos permite evitar tener que pagar caro políticamente
un resultado teórico tan dudoso como el equilibrio general, que no tiene
mucho interés para el conocimiento de las econorrúas reales. Se trata más
bien de comprender cómo actúa realn1ente el sujeto, cómo se conduce
cuando se encuentra en una situación de mercado. A partir de este funcionarniento, se podrá plantear la pregunta por el modo de gobierno de sí.
Este autogobierno tiene un nombre: es el entrepreneurship. Tal dimensión
prevalece sobre la capacidad de cálculo y n1axirnizadora de la teoría económica estándar. Todo individuo tiene algo de emprendedor en él y la econorrúa
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de n1ercado tiene con1o característica liberar y estimular este «emprendirniento>> humano. I. Kirzner define así esta dimensión fundarr1ental: «El elerrlento ernprendedor del cornportanuento econón1ico de los participantes
consiste [... ] en su vigilancia de los can1bios de circunstancias, anteriorrnente
no percibidas, que les permiten hacer el intercambio más provechoso de lo
que lo era antes». 23
El puro espíritu de tnercado no requiere ninguna dotación específica inicial, porque se trata de explotar una posibilidad de vender un bien rnás caro de
corr1o uno lo ha cmnprado: <<De ello se sigue que cada uno de nosotros es un emprendedor potencial, ya que el papel del ernprendedor puro no presupone ninguna buena fortuna inicial en fom1a de activos de valor». 24 El ernprendedor no es
un capitalista, no es un productor, tarnpoco es el innovador schumpeteriano
que n1odifica sin cesar las condiciones de la producción y constituye el rnotor
del crecinuento. Es un ser dotado de espíritu cmnercial, en busca de cualquier
opmtunidad de provecho que se le presente y de la que pueda sacar partido
gracias a las infmn1aciones que posee y que los demás no tienen. Se define
únicamente por su intervención específica en la circulación de los bienes.
Para von Mises, con1o para Kirzner, el emprendin1iento no es sólo un
cornportan1iento «economizante», o sea, tendente a la maxin1ización de los
provechos. Conlleva igualmente una dimensión «extra-econornizante» de
actividad descubierta, de detección de «buenas ocasiones». La libertad de acción es la posibilidad de experirr1entar las propia facultades, de aprender, de
con-e-girse, de adaptarse. Eltnercado es un proceso de formación de sí.
Para von Mises, el emprend~dor es el hombre que actúa para mejorar su
destino usando las diferencias de precios entre factores de producción y productos. El espíritu que desarrolla es el de la especulación, 111ezclando riesgo y
anticipación:
Como todo hombre en tanto que productor, el emprendedor es siempre un
especulador. Considera actuar en función de situaciones futuras e inciertas. Su
éxüo o fracaso dependen de la exactitud de su previsión de acontecimientos
inciertos [... ] La única fuente de la que provienen los provechos del emprendedor es su aptitud para prever mejor que los demás cuál será la demanda de los
consumidores. 25
23. l. Kirzner, Concurrence et esprit d'entrepríse, Economica, París, 200.5, pág. 12.
24. Ibid., pág. 12 (la cursiva es nuestra).
25. L. von Mises, L'Actíon humaine, op. cit., pág. 307.
A diferencia de Lionel Robbins, que supone que el hombre se encuentra
siernpre en una situación dada, en la que debe tnaxinuzar los recursos a su
alcance, para conseguir una serie de rnetas que no se sabe de dónde le vienen,
el Horno agens de von Mises y de Kirzner que quiere n1ejorar su suerte tiene
que constituir los «<narcos de fines y de tnedios>> en los que deberá llevar
a cabo sus elecciones. No es un tnaxin1izador pasivo, es un constn1ctor de las
situaciones provechosas que descubre gracias a su vigilancia (alertness) y que
podrá explotar. Debido a que el hombre es un sujeto activo, creativo, constnlctor, no hay que interferir en sus elecciones, pues se podría n1enoscabar su
capacidad de vigilancia y ese espíritu cqmercial tan esencial para el dinatnismo de la econorrúa capitalista. Aprender a buscar infonnación se convierte
en una cornpetencia vital en el n1undo competitivo descrito por estos autores. Si bien no se puede tener conocinuento del futuro, se puede, gracias al
proceso de competencia y emprendinuento, adquirir la información favorecedora de la acción.
La pura dimensión de emprendirniento, la capacidad de estar alerta ante
la oportunidad comercial, es una relación de uno consigo mismo, principio fundarnental de la crítica de la interferencia. Todos son1os en1prendedores, o
más bien, aprendemos a serlo, nos forrnanws rnediante el funcionanuento
del mercado en la disciplina de gobernamos cotno en1presas. Lo cual significa igualmente que, si eltnercado es considerado cotno un espacio libre para
los ernprendedores, todas las relaciones hmnanas pueden quedar afectadas
por esta din1ensión empresaríal, constitutiva de lo hurnano. 26
La coordinación del n1ercado tiene por principio el descubrírniento mutuo de los planes individuales. Así, el proceso de tnercado se parecería a un
escenario donde una seríe de ignorantes aislados, al interactuar, irían revelándose poco a poco, los unos a los otros, las oportunidades que rr1ejorarán sus
situaciones respectivas. Si todo el mundo lo supiera todo, habría un ajuste
inmediato y todo se detendría. 27 El mercado es un proceso de aprendizaje
continuo y de adaptación permanente.
26. I. Kirzner, Concurrence et esprit d'entrepríse, op. cit., pág. 12.
27. Israel Kirzner, en su prefacio a la edición fi·ancesa de Concurrence et esprit d'entreprise,
destaca hasta qué punto la teoría estándar difiere del planteamiento miseniano, ya que se
centra en el equilibrio del mercado, no en el proceso de mercado, de modo que ignora el
papel del emprendedor en el proceso de competencia, constituido por una serie de descubrimientos empresariales, prefiriendo, pues, meditar las condiciones hipotéticas del equilibrio en
vez de estudiar los procesos reales de mercado. Ibid., pág. IX.
LA NUEVA R.AZÓN DEL MUNDO
EL HOMBRE EMPRESARIAL
148
Lo importante en el proceso es la reducción de la ignorancia que permite,
ellearning by discovery. Este aprendizaje se opone tanto al saber total del planificador cmno al saber total del equilibrio general. Los etnprendedores no
hacen siempre las tnejores elecciones, porque ignoran las decisiones de los
demás. Pero pueden aprender la naturaleza de los planes de los demás tnediante la confrontación cornercial, mediante el juego mismo de la competencia. Descubrir las oportunidades de comprar y de vender es descubrir las
empresas rivales que podrían perturbarlas. Es pues, también, adaptar tu oferta
o tu den1anda a todos los que compiten. Lo que define al n1ercado, su naturaleza intrínseca, es la competencia. Cada participante trata de superar a los
otros en una lucha incesante para llegar a ser el líder y seguir siéndolo. Esta
lucha tiene virtudes contagiosas. Se imita a los rr1ejores, uno se vuelve cada
vez más vigilante, se gana progresivan1ente entrepreneurship. El emprendedor
que trata de vender, tnediante todos los métodos de la persuasión tnoderna,
tiene los efectos más positivos sobre los consmnidores. Haciéndolos conscientes de las posibilidades de con1pra, su esfuerzo apunta a «procurar a los consumidores el emprendüniento del que están privados, al menos parcialmente». 28
Aquí estamos ya n1uy lt:jos de Schurr1peter, que se limitaba a jurar que el
desequilibrio introduce la innovación. La competencia y el aprendizaje que
ésta permite tienen efectos de equilibrado entre oferta y den1anda debido a
la infonnación circulante. 29
El desequilibrio económico resulta de la mutua ignorancia en la que se
encuentran los participantes potenciales en el mercado. Estos últin1os no ven
inmediatamente las oportunidades de ganancias mutuas, pero las descubren
en un momento u otro. Las ignoran, pero están dispuestos a descubrirlas. El
proceso de mercado no es nada más que la secuencia de descubrimientos que
hacen salir de ese estado de ignorancia. El proceso de descubrimiento en
cuestión es un proceso de equilibrado. Al final del proceso, cuando sólo
quedan lagunas residuales de ignorancia, aparece un nuevo estado de equilibrio. Se trata, por supuesto, de un estado hipotético, en la medida en que se
producen, incesanten1ente, cambios de toda clase que modifican las oportunidades: «las fi1erzas en pro del descubrüniento mutuo y la elitninación de la
ignorancia siempre están actuando». 30
28. !bid.' pág. 117.
29. Sobre todos estos puntos, véase I. Kirzner, The lv!eaning qf lv!arket Process ... , op. cit.
30. !bid., pág. 45.
149
El proceso de descubrimiento del1nercado modifica el concepto mismo de
lo que se debe entender por conocimiento e ignorancia. El descubrinliento
de lo que no sabíamos no se confunde con una búsqueda deliberada de conocimiento, que supone que sepamos por adelantado lo que no saben1os. El descubrimiento que nos pennite llevar a cabo la experiencia de n1ercado se basa en
el hecho de que no sabíamos que ignorában1os, ignorában1os que ignorábamos.
Si el descubrimiento pertinente está ligado a una ignorancia que se ignora en
cuanto tal, entonces se entiende n1ejor la dificultad de los planificadores, quienes, ignorando que ignoran, no pueden encontrar. Esta ignorancia desconocida, es el punto de partida del análisis del n1ercado. La sorpresa, el descubrimiento hecho al azar, desencadena la reacción de aquéllos que se encuentran más
«alerta», o sea, los «emprendedores». Si se descubre durante un paseo, por azar,
que un comerciante vende a 1 dólar fruta que nosotros le cmnpran1os a otro a
2 dólares, el espíritu emprendedor que nos rr1antiene alerta nos alejará del más
caro. El sujeto de mercado está comprometido en una experiencia de descubrimiento en la cual lo que primero descubre es que no sabía que ignoraba.
Como se ve, l. Kirzner llevó a cabo una síntesis de la teoría hayekiana de
la información y de la teoría miseniana del emprendedor, renovando así el
argumentario en favor del libre mercado. El rnercado tiene necesidad de la
libertad individual como uno de sus con1ponentes fundamentales. 31 Esta libertad individual no consiste tanto en definir la propia escala de preferencias
corr1o en llevar a cabo los propios descubrimientos de cara al en1prendüniento : «El individuo libre tiene la libertad de decidir acerca de lo que ve>>. 32 La
libertad sin finalidad no es nada, su valor sólo proviene del único sistema que
le proporciona tnetas concretas, o sea, ¡ocasiones de provecho! Las ventajas
del capitalismo no se derivan de los contratos libres entre intercambiadores
que saben de antemano qué quieren. Su n1otor es el proceso de descubrimiento «competitivo-empresarial».
Formar al nuevo emprendedor de masas
Según L. von Mises no hay conciencia espontánea de la naturaleza del espíritu
humano, del mismo modo que según F. Hayek no hay conciencia de las reglas
31. lb id.' pág. 52.
32. !bid., pág. 5.3.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
150
que se obedecen. Así, la acción humana se desanolla siernpre dentro de cierta
neblina. Tal es, incluso, una de sus cualidades más erninentes y rnenos conocidas. La racionalidad efectiva que la caracteriza, que es adaptación eficaz de los
n1edios a los fines, excluye todo racionalismo que haga de la reflexión acerca
de la acción una condición para una actuación conecta. Esta inconsciencia es
igualmente una debilidad explotada por los racionalistas demagogos, que consideran que pueden reetnplazar la coordinación del mercado, fitente según ellos
de anarquía y de injusticia, por el control consciente de la econonúa. Permitir
que todos se conviertan en verdaderos sujetos del mercado supone con1batir a
quienes critican el capitalismo. Esta batalla contra los intelectuales es indispensable en la rnedida en que las ideologías tienen gran influencia sobre las orientaciones de la acción individual. V on IVlises y Hayek, y tras ellos sus sucesores,
se convencieron de ello rápidatnente. En su gran obra crítica, El socialismo,
Mises sostiene que no hay nada tnás importante que la «batalla de ideas» entre
capitalistno y socialisn10Y Si las rnasas, que no piensan, se adhieren al socialismo, es porque creen que éste les garantizará un tnayor nivel de bienestar. 34
Von Mises no oculta la influencia posible y deseable de la ciencia econótnica en las políticas econónlicas. Las políticas liberales se han lirnitado siernpre a poner en práctica la ciencia econótnica. Fue esta últinu, por otra parte,
la que consiguió hacer saltar cierto nútnero de candados que entorpecían el
desatTollo del capitalismo:
Fueron las ideas de los economistas clásicos las que hicieron apartar los obstáculos
que leyes seculares, hábitos y prejuicios, alzaban contra las mejoras tecnológicas;
fueron ellas las que liberaron el genio de los refom1adores y de los innovadores,
encerrado hasta entonces en la camisa de fuerza de las corporaciones, la tutela
33. L. von Mises, Socialisrne, Librairie de Médicis, París, 1938, pág. 507.
34. Mises escribe lo siguiente: «Es exacto afirmar que las masas no piensan. Pero ésta es
precisamente la razón por la que siguen a aquéllos que piensan. La dirección espiritual de la
humanidad corresponde al pequeño número de hombres que piensan por sí mismos; estos
hombres ejercen de entrada su acción sobre el círculo capaz de acoger y de comprender el
pensamiento elaborado por otros; por esta vía, las ideas se difunden por las masas, donde se
condensan poco a poco hasta formar la opinión pública de la época. El socialismo no se
ha convertido en la idea dominante de nuestra época porque las masas hayan elaborado y
luego transmitido a las capas intelectuales superiores la idea de la socialización de los medios
de producción; el propio materialismo histórico, por impregnado que esté del "espíritu popular" del romanticismo y de la escuela histórica del derecho, nunca ha osado plantear semejante afirmación. El alma de las muchedumbres nunca ha producido por sí misma nada más
que masacres colectivas, actos de devastación y de destrucción» (!bid., pág. 510).
EL
HOMURE EMPRESARIAL
151
gubernamental y las presiones sociales de toda clase. Fueron estas ideas las que
menoscabaron el prestigio de los conquistadores y los expoliadores, y demostraron los beneficios sociales que se de~·ivan de la actividad económica privada.
Ninguna de las grandes invenciones rnodemas se hubiera podido producir si la
mentalidad de la era precapitalista no hubiera quedado completamente desmantelada por los economistas. Lo que comúnmente se llama la <<revolución industrial» fue un retoí1o de la revolución ideológica llevada a cabo por las doctrinas
de los economistas. 35
Esto n1isn1o intentarán hacer von Mises y Hayek, por su parte, para combatir
los nuevos peligros que se oponen a la plena libertad del mercado, criticando
las diferentes forrnas de la intervención del Estado. 36 Al igual que George
Stigler y Milton Friedn1an, como se sabe, no sólo fueron economistas tnuy
reconocidos, sino también tetnibles «etnprendedores ideológicos», que no
ocultaban su rnilitancia constante y abierta en pro del capitalismo de la libre
ernpresa, contra todos aquellos que, de un n10do u otro, se habían resignado
a la intervención reformadora del Estado. Estos autores desarr-ollaron incluso
la teoría de la lucha ideológica: si las masas no piensan, como von Mises
gustaba de decir, les corr-esponde a estrechos círculos de intelectuales sostener
el combate contra todas las formas de progresisrno y de reforma social, gérmenes de totalitarismo. De ahí la extrema atención que prestan los neoliberales norteamericanos a la difusión de sus ideas en los n1edios y a la enseñanza de la econonlÍa en las escuelas y los institutos norteamericanosY Si el
mercado es un proceso de aprendizaje, si el hecho de aprender es, incluso,
un factor esencial del proceso subjetivo de n1ercado, el trabajo de educación
realizado por los economistas puede y debe contribuir a la aceleración de la
autorefornu del sujeto. La cultura de empresa y el espíritu de empresa pueden aprenderse desde la escuela, al igual que las ventajas del capitalismo sobre
toda otra organización económica. El combate ideológico es parte integrante del buen füncionamiento de la rnáquina.
35. L. von Mises, L'Action hurnaine, op. cit., pág. 9.
36. El destino expreso de la praxeología es servir de base teórica para las nuevas políticas
liberales.
37. Una de las principales movilizaciones públicas de los autores neoliberales fue una viva
protesta ante el informe de la Task force encargada de establecer un programa de enseñanza en
economia para las high sclwols, demasiado descriptivo para su gusto y poco positivo para con
la economía capitalista. L. von Mises, «The objectives of economic education», Memorarndum for Foundation for Economic Education, en Economíc Freedom and Interventionism. Tite
Foundationfár Econornic Education, Nueva York, 1990, pág. 167.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
152
EL HOMBRE EMPRESARIAL
153
La universalidad del hombre-empresa
Esta valorización del emprendimiento y la idea de que esta facultad sólo
puede formarse en un n1edio mercantil forman parte de la redefinición del
sujeto de referencia de la racionalidad neoliberal. Con von Mises se opera un
claro desplazamiento de tema. Y a no se trata tanto de la función específica
del emprendedor en el funcionamiento económico como de la facultad de
emprendinuento tal como existe en todo sujeto, de la capacidad que tiene
éste para convertirse en en1prendedor en los diversos aspectos de su vida,
incluso ser el emprendedor de su vida. Se trata, en suma, de hacer que cada
cual se haga lo más enterprising posible.
Esta proposición genérica, de naturaleza antropológica, rediseña en parte
la figura del hombre econónuco: le da un aspecto aún nlás dinámico y más
activo del que tenía en el pasado. La in1portancia que se concede al papel del
emprendedor no es nueva. Y a en el siglo xvm, el hombre de proyecto (projector) les parece a algunos, como a Daniel Defoe, el verdadero héroe moderno. Tras Richard Cantillon, que destacará la función económica del emprendedor, será sobre todo Jean-Baptiste Say quien, queriendo distinguirse
de Adam Smith, distribuirá la noción de trabajo, a su n10do de ver demasiado homogénea, en tres f\1nciones separadas: la del sabio que produce conocimientos, la del emprendedor que las lleva a cabo para producir nuevas
utilidades, la del obrero que ejecuta la operación productiva. 38 El emprendedor es un mediador entre el conocimiento y la ejecución: «El emprendedor
saca provecho de las facultades rnás elevadas y al mismo tiempo de las más
hunllldes de la humanidad. Recibe las orientaciones del sabio y las transmite
al obrero». 39 Únicamente en él se apoya el progreso de la empresa y, generalizándolo, la prosperidad de un país. Por muchos sabios que tenga Francia,
Inglaterra la supera en el plano industrial por el talento de sus emprendedores
y la habilidad de sus obreros. 40 ¿Por qué es esta función tan in1portante?
El emprendedor industrial es el agente principal de la producción. Las otras operaciones son, ciertamente, indispensables para la creación de los productos; pero
38. Véase J.-B. Say, Traité d'économie politique, Guillau:min, París, 1841 [6a ed.], libro 1,
cap. VI, pág. 78 y ss., y Cours complet d'éconornie politique pratique, Guillaurnin, París, 1848,
1a parte, cap. VI, pág. 93 y ss.
39. J.-B. Say, Cours complet d'économie polítíque pratique, op. cit., pág. 94.
40. J.-B. Say, Traíté d'économie politique, op. cit., pág. 82.
es el emprendedor quien las lleva a la práctica, quien les da un impulso útil,
quien extrae de ellas valores. Él es quien juzga las necesidades y sobre todo los
medios de satisfacerlas, quien compara el fin con los medios; de este modo, su
principal cualidad es eljuicio. 41
El emprendedor, si bien deberá tener un juicio sano, necesita igualmente la
ciencia de su práctica, que sólo se aprende mediante la experiencia. Por otra
parte, debe estar dotado de ciertas virtudes que harán de él un verdadero jefe
capaz de mantener el rumbo: la audacia juiciosa y la perseverancia tenazY
Pero estas cualidades tan necesarias en la incertidumbre de los negocios no
están distribuidas por igual entre la población. Ellas constituyen el mérito de
los emprendedores que tienen éxito y justifican su provecho. Tal es el origen
de la leyenda de los emprendedores que acompañará a la revolución industrial, leyenda a cuya propagación contribuyeron mucho, en Francia, los partidarios de Saint~Simon. 43
La valorización teórica del en1prendedor tendrá un nuevo irnpulso, más
adelante, conJoseph Schumpeter y su Teoría de la evolución económica (1911). 44
Para este economista austríaco, el hecho fundamental que debe tener en
cuenta la teoría es la modificación de los Estados históricos, que excluye que
se pueda razonar como si el circuito fuera puramente repetitivo. En otros
térnunos: una ciencia económica que privilegia la inmovilidad sobre el movimiento, el equilibrio sobre el desequilibrio, deja de lado lo esencial. La
evolución económica resulta de rupturas ligadas a nuevas combinaciones
productivas, técnicas y con1erciales, a innovaciones de muchas clases, desde
la creación de nuevos procedimientos, pasando por la utilización de nuevas
materias pritnas, para llegar a la puesta en práctica de nuevas formas de organización.
Este punto de vista dinámico, que destaca las discontinuidades, obliga a
redefinir los conceptos: la empresa es el lugar de ejecución de esas nuevas
combinaciones, deltnismo modo que el emprendedor es el personaje activo
y creativo cuya función es ponerlas en práctica. Por su esencia, el emprende-dor schun1peteriano es un innovador que se opone al personqje rutinario que
41. J.-B. Say, Cours complet d'économie politique pratique, op. cit., pág. 97.
42. Ibid., cap. XII.
.
43. Véase Dimitri Uzinidis, La légende de l'entrepreneur. Le capital social, ou commen vtent
l'esprít d'entreprise, Syros, París, 1999.
44. J. A. Schumpeter, Théorie de l'évol11tion économique, Dalloz, París, 1999.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
154
se conforrna con explotar los métodos tradicionales. 45 Su función es central
en la explicación de la evolución económica, que opera mediante rupturas
sucesivas de los <<Estados económicos».
Pero para Schumpeter no todo el mundo es ernprendedor. Sólo los «conductores» (Führer) pueden serlo. Aunque su tarea no es la de dorninar, sino
realizar posibilidades que existen en la sítuación en estado latente. 46 El emprendedor es un jefe que tiene la volu~ltad y la autoridad, y que no teme ir a
contracorríente: crea, rmportuna, rmnpe el curso ordinario de las cosasY Es
el hombre del «plus ultra», el hornbre de la «destrucción creadora» 48 • No es
un individuo calculador hedonista, es un cornbatiente, un cornpetidor, a
quien le gusta luchar y vencer, cuyo éxito financiero no es sino un índice de
su éxito como creador. La actividad econónúca debe ser entendida como un
deporte, como un cornbate de boxeo, perpetuo y despiadado. 49 La innovación es inseparable de la con1petencia, es su forma príncipal, porque la competencia no afecta sólo a los precios sino tarnbién y sobre todo a las estnlcturas, las estrategias, los procedimientos y los productos.
J. Schurnpeter no tiene nada de un militante neoliberal. En una obra escríta treinta años rnás tarde, Capitalismo} socialismo y democracia, expresa su
pesimismo prediciendo «el crepúsculo de la función de emprendedor», 50 que
conducirá a una situación estacionaría. La innovación se ha convertido en
rutina, ya no provoca rupturas. Se burocratiza, se autornatiza. De forrna más
general, el capitalismo, al no beneficiarse ya de las condiciones sociales y
políticas que hasta entonces lo protegían, está amenazado.
Lejos de este pesirnisrno, un neoschumpeterisrno se propagará durante los
aí1os 1970 y 1980, tras las crísis petrolíferas y con las nuevas forrnas de funcionamiento del capitalisrno. La referencia a la figura del ernprendedor-innovador, tal cmno la trazó Schtmlpeter, adquirírá entonces una dirnensión
clararnente apologética, convirtiéndose adernás en uno de los elen1entos de
la vulgata gerencial (manageria0. Lo que es todavía rnás irnportante, este
neoschun1peterisrno contribuirá a la concepción de la «sociedad del en1pren45. Ibid., pág. 106.
46. Ibíd., pág. 12.5.
47. Ibid., pág. 126.
48. Título del capítulo VII de J. A. Schumpeter, Capitalisme, socíalisme et démocratíe, Payot, París, 1990.
49. Ibid., pág. 135.
50. !bid., pág. 179.
HOMBRE EMPRESARIAL
155
dimiento>> (entrepreneuria0. Peter Drucker, gran figura del management, rehabilitará esa figura heroica anunciando el advenimiento de la nueva sociedad
de emprendedores y fmmulando el deseo de que se difunda ese espíritu de
empresa en toda la sociedad. 51 El management será la verdadera fuente del
progreso, la nueva ola tecnológica que relanzará la economía. La gran innovación «schunlpeteriana», según P. Drucker es, más que la inforrnática, el
management: «El management es la nueva tecnología que, rnejor que ninguna
ciencia o invención particular, hizo que la econonúa norteamericana alcanzara el estadio de la econonúa de emprendedores». 5 ~ Tal sociedad se caracteriza por su «adaptabilidad>> y su non11a de funcionanúento, el can1bio perpetuo: «El emprendedor va en busca del carnbio, sabe actuar sobre él y
explotarlo como una oportunidad». 53 El nuevo <<management de ernprendedores>>, como lo define P. Drucker, pretende extender y sisten1atizar el esphitu
de empresa en todos los donúnios de la acción colectiva, muy particulam1ente el del servicio público, haciendo de la innovación el principio universal de
organización. Todos los problemas se pueden resolver dentro del «espíritu de
gestión» y con la «actitud managerial»; todos los trabajadores deben conten1plar sus funciones respectivas y su comprmniso para con la ernpresa con los
ojos del manager.
La concepción del individuo como un emprendedor al rnisn1o tiempo
mnovador y explotador de las oportunidades es, por lo tanto, la culn1inación
de varias lineas de pensamiento, entre las cuales se encuentran la «praxeología» de von Mises y la difusión de un nwdelo de management que aspira a una
validez universal. Esta din1ensión del discurso neoliberal se manifestará bajo
rnúltiples fon11as, que volveren1os a considerar en la última parte de esta
obra. La educación y la prensa, sobre todo, serán llarnadas a desernpeñar un
papel determinante en la difusión de este nuevo rnodelo humano genéríco.
Las grandes organizaciones internacionales e interguben1amentales, unos
veinte o treinta años nlás tarde, desempeñarán un papel rnuy importante en
lo que se refiere a estirnular dicho modelo. No carece de interés la constatación de que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económi-
51. P. Drucker, Les Entrepretzeurs, Hachette, París, 1985. Peter Drucker no comparte del
todo la visión romántica de Schumpeter. Ser emprendedor es una profesión y supone una
disciplina.
52. Ibíd., pág. 41.
53. !bid., pág. 53.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
156
cos (OCDE) y la Unión Europea, sin referirse explícitamente a los lugares de
elaboración de este discurso sobre el individuo-empresa universal, serán
agentes muy potentes al servicio de su transmisión, haciendo de la forn1ación
en el «espíritu en1prendedor», por ejen1plo, una prioridad de los sistemas
educativos en los países occidentales. Que cada cual sea ernprendedor en sí y
por sí rnismo: tal es la inflexión principal que la con-iente austro-norteamericana y el discurso managerial neo-schmnpeteriano habrán dado a la figura
del hombre econórnico. Sin duda, respecto a las formas conten1poráneas de
la gubernatnentalidad neoliberal, el principal límite de esta corriente parece
residir en una fobia al Estado que la lleva demasiado a menudo a reducir la
actividad de gobierno a la imposición de una voluntad por medio de la coacción. Esta actitud le impide cornprender cómo podría el gobierno del Estado
articularse positivarnente con el gobierno de sí del sujeto individual, en vez
de contrariado o de obstaculizarlo de algún modo. Pero limitarse a este punto sería ignorar la originalidad de Hayek, que consiste en haber legitimado
abiertamente el recurso a la coacción del Estado cuando se trata de hacer
respetar el derecho del mercado o derecho privado.
5
El Estado, fuerte guardián
del derecho privado
A menudo Hayek tiende a la subestin1ación retrospectiva del papel determinante que desempeñó el Coloquio Walter Lippmann en el «resurgir» del liberalismo. Esta propensión se revela de un modo particularmente notorio en
cierta nota añadida a posteriori al artículo de 1951 titulado «La transmisión de
los ideales de la libertad econónúca>>. En el n1omento de presentar al «grupo
alemán» de los ordoliberales (W. Eucken, W. R_opke) Hayek ese1-ibe lo siguiente:
En la versión original de este artículo tuve un olvido imperdonable al no mencionar un inicio prometedor de este renacimiento liberal que, aunque se detuvo
en seco por el estallido de la guerra en 1939, pemutió numerosos contactos
personales que formaron la base de un esfuerzo renovado a escala internacional
después de la guerra. En 1937, Walter Lippmann entusiasmó y animó a los liberales con la publicación de su brillante <<reafirmación» de los ideales fundamentales del liberalismo clásico en The Good Society. 1
Antes hemos visto en qué consistía esta supuesta «reafirmación» que en realidad pretendía ser una verdadera «revisión». 2 La confesión contenida en esta
nota dice rnucho de la voluntad de negar toda discontinuidad entre liberalisn1o y neoliberalismo. Pero sería un eiTor concluir que Hayek haya pura y
l. F. Hayek, «La transmissión des idéaux de la liberté économique», en Essais de philosophíe, de scíence politique et d'économíe, trad. C Piton, Les Belles Lettres, París, 2007, pág. 300,
nota 3 (la cursiva es nuestra).
2. Véase supra, cap. 2.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
158
sirnplerr1ente ignorado la contribución del Coloquio Lippmann. En realidad,
se 1nostrará sien1pre preocupado por desmarcarse del viejo liberalisrno nunchesteriano, siguiendo fielrr1ente la crítica ya esbozada en 1938. 3
En consecuencia, lejos de que elliberalisrrw «renovado» condene por
principio la intervención del Estado con1o tal, su originalidad consiste en
sustituir la alternativa «intervención/no intervención» por la cuestión de saber de qué naturaleza deben ser dichas intervenciones. Más precisan1ente, la
cuestión es diferenciar las intervenciones legítimas de las intervenciones ilegítimas. Es lo que dice de un rrwdo del todo explícito en El camino de la servidumbre: «¿Debe o no el Estado "actuar" o "intervenir"? Plantear la alternativa
de este modo es desplazar la pregunta. La expresión laissez-jaire es extremadatnente atnbigua y no sirve sino para deforn1ar los principios en los que se basa
la política liberal». 4 En sunu, «lo que in1porta es el carácter de la actividad del
gobierno, n1ás que su volmnen». 5 La recurrencia de estas fónT1ulas pennite
verificar que cierta crítica de las insuficiencias del «viejo liberalisn1o» iniciada
por el Coloquio Lipprnann fue compartida ampliamente y de un rnodo duradero por quien se convirtió en el principal artesano del <<renacirruento liberal» después de la guerra.
Ni laissez-faire ni «fines sociales)>
Esta proxin1idad en la crítica, sin etnbargo, no debe dar lugar a engaño. En
efecto, no implica de ningún rnodo una cornpleta sirrillitud entre las visiones
acerca de la naturaleza de las intervenciones que el Estado debe llevar a cabo
y sobre el criterio de su legitirnidad. El rnejor índice de la existencia de un
desacuerdo persistente nos lo proporciona lo que parecería ser del orden de
una discrepancia puratnente tenninológica. Lo que está en juego es el sentido de una palabrita de nada: la palabra «social». Un ensayo de Hayek publicado en 1957, «¿Social? ¿Qué puede significar esto?»\ evidencia hasta qué
3. Véase, en particular, La Route de la mvitude, PUF. París, 2002, pág. 33.
4. Ibid., pág. 64 (la cursiva es nuestra).
5. F. Hayek, La Constitution de la liberté, Litec, París, 1994, pág. 223. En el mismo sentido,
ibid., pág. 231, y Droit, législation et liberté, vol. 1, PUF, París, 1980, pág. 7 3.
6. Título otiginal: «What is Social? \Vhat does it mean?>>, en Essais de philosophie, de scíence politique et d'économíe, op. cit., págs. 353-366.
EL ESTADO, FUERTE GUARDIÁN DEL DERECHO PRIVADO
159
punto este solo ténnino cristaliza una divergencia irreductible respecto del
ordoliberalisn1o alemán. A su n1odo de ver, el error de esta corriente consiste en sostener una confusión conceptual entre las condiciones del orden de
rnercado y las exigencias «nlorales» de la justicia. De hecho, cierta preocupación por la <~usticia social» 7 anima desde el origen a los prmnotores de la
«econonúa social de mercado»: con1o se pudo ver, esta perspectiva carga
efectívan1ente la palabra «social» con todos los equívocos. 8
Por eso Hayek no deja de insistir. Además del ensayo de 1957, otros dos
textos van exactarnente en la n1Ísnu dirección. Para ernpezar, la conferencia
titulada «Clases de racionalisn1o» (1964), que reton1a la rnisma crítica de fondo contra <<una de las palabras rnás engañosas y más perjudiciales de nuestro
tien1po», puesto que «la palabra "social" priva a los ténrunos con los que es
cornbinada de todo contenido preciso (cmno en las expresiones alernanas
sozíale Marktwirtschajt o sozialer Rechtstaad)»: «Me sentí obligado a tornar posición contra la palabra "social" y demostrar, en particular, que el concepto
de justicia social no tenía ninguna significación y creaba una ilusión engañosa que la gente de ideas claras debía evitar». 9 En segundo lugar, un desanollo
consagrado al sentido del térrrilno «social» en el volmnen II de Derecho, legislación y libertad (publicado en 1973): «Se habla no sólo de "justicia social" sino
tarnbién de "dernocracia social de rnercado" o de "Estado de derecho social"
(o de soberanía social de la ley, en aletnán sozialer Rechstaad); y aunque justicia, den1ocracia, econmnía de n1ercado o Estado de derecho sean expresiones con un sentido perfectarnente claro, la adición del adjetivo "social" las
hace susceptibles de designar cualquier cosa deseable». 10
Se con1prende n1ejor, en consecuencia, que la posición de Hayek acerca
de la cuestión espinosa de la legitimidad de la intervención gubemarnental
exije ser situada en el interior de un marco que ha quedado delirnitado de un
7. O, al menos, la voluntad de asignar al gobierno «objetivos sociales» (véase supra,
cap. 3).
8. Véase supra, cap. 3.
9. Ivid., pág. 141.
10. F. Hayek, Droit, légíslatío11 et liberté, vol. 2, PUF, París, 1981, pág. 96. Vale la pena
reproducir la nota que sigue a la fi·ase citada: <<Deploro este uso, aunque con él algunos amigos de rnis anúgos en Alemania (y más recientemente también en Inglaterra) han conseguido
que resultara aceptable para medios más amplios la clase de orden social por el que abogo»
(pág. 207). Si hemos entendido bien, la única justificación del uso del térnúno «social» por
parte de los neoliberales alemanes es que pemútió aclimatar al «espíritu de la época» la propia
doctrina de Hay e k ...
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
160
modo enteramente negativo: por un lado, una crítica de las insuficiencias del
liberalismo manchesteriano cuya función es justificar cierto tipo de intervención, que todo indica que se vuelve indispensable por el papel esencial de la
«annadura jurídica» para el buen funcionamiento del n1ercado; por otro lado,
un rechazo de principio de toda fmma de asignación al gobietno de objetivos
«sociales», por el motivo fi.mdamental de que tales o~jetivos implican necesariamente una concepción artificialista de la sociedad, de acuerdo con la cual
ésta podría ser conscientemente dirigida hacia fines colectivos positivamente
definibles. 11
El definitiva, la cuestión es saber cómo legitimar cierto tipo de intervención gubernamental (contra la doctrina del laíssez~faire) sin por ello adnutir
que el orden de mercado -fi1ndamento, según Hayek, de la cohesión de la
sociedad- es un orden artificial (en contra de la opinión de los neoliberales
alemanes, que lo sostienen como una de sus tesis principales). Responder a
esta pregunta implica clarificar en qué consiste la atmadura jurídica nusma
(¿es un artificio o, por el contrario, es de algún modo «natural»?) y, en una
perspectiva más amplia, examinar la concepción alternativa de la sociedad
que Hayek opone a toda concepción artificialista.
El «orden espontáneo del mercado» o «catalaxia»
En un artículo demasiado poco conocido que supone un momento decisivo
en la elaboración de su pensamiento, titulado significativamente «El resultado de la acción humana pero no de un designio humano» 12 , Hayek cmnplica
la oposición clásica entre lo «natural» y lo «convencional» elaborando una
división tripartita entre tres clases de fenón1enos. En efecto, el ptincipal inconveniente de la oposición clásica -heredada de la distinción establecida
por los sofistas griegos entre physis y aquello que es thesei o nomos- es que
puede significar tanto la diferencia entre el resultado de la acción hmnana y
lo que es independiente de ella, como la diferencia entre lo que resulta de
11. Al mismo tiempo, F. Hayek muestra muchas reservas acerca de la pertinencia práctica de la distinción que hace W. Ropke entre acciones y acciones no conformes (ibid.)
12. El título original, «The results ofhuman action but not ofhuman desigm, alude a una
fórmula de Ferguson, tomada de An Essai on the History ~f Civil Society, en Essais de philosohie,
de science politique et d'écono111ie, op. cit., pág. 159-172.
EL ESTADO, FUERTE GUARDIÁN DEL DERECHO PRIVADO
161
una voluntad humana y lo que es independiente de ella. Hayek destaca que
hay ahí una fuente de confusión: lo que es independiente de la voluntad
hmnana no es necesarian1ente independiente de la acción hun1ana; ciertos
resultados de la acción hununa pueden no haber sido deseados en sí 1nismos
y aun así poner de manifiesto una forma de orden o de regulatidad.
De este modo, conviene introducir entre lo artificial (que procede directanlente de la acción hmnana) y lo natural (independiente de la acción humana) una «categoría intermedia»: la clase de tenón1enos correspondientes a
todas aquellas estructuras que, aun siendo independientes de toda intención,
resultan de la acción humana. En la sistematización posterior de esta división
tripartita, tendremos: taxis, tén11.ino griego que designa un orden construido
por el hombre, de acuerdo con un designio claramente establecido, lo tnás a
menudo de acuerdo con un plan (se le llamará «orden fabricado», o bien
«artificial», algo que Hayek designará a n1enudo con el témúno <<organización»: puede ser una vivienda, una institución o un código de reglamentos);
kosmos, tétmino griego que designa un orden independiente de la voluntad
humana, porque tiene en sí mismo su propio principio motor (se le llatnará
<<orden natural» u «orden madurado>>: un organismo, por ejen1plo, es un orden natural de esta clase); y, finalmente, el tercer tipo de orden al que Hayek
llamará <<orden espontáneo», que escapa a la alternativa de lo artificial y lo
natural, ya que agn1pa a todos los fenómenos resultantes de la acción hunlana sin que sean consecuencia de un designio (design) hun1ano. La ganancia
conceptual obtenida con esta tripartición es ciertamente decisiva, porque
pennite pensar el orden específico que constituye el rnercado: éste es, en
efecto, un orden espontáneo, de ningún n1odo un orden artificial.
Esta tesis, central en el pensanúento de Hayek, tiene diversos aspectos. El
pri1nero de ellos es que no hay que confundir el orden del rnercado con una
«economía>>. En el sentido estricto del término, una <<economía» (por ejemplo, una par~ja, una grar~a, una en1presa) es una «organización» o una «disposición» deliberada de cierto número de recursos al servicio de un n1isn1o
fin o de un «orden unitario de fines>> que, con1o tal, corresponde a la categoría de la primera de las categorías n1encionadas, la taxis. 1" Pero a diferencia de
una econonlÍa, el orden de mercado es independiente de todo fin particular,
lo cual hace que «pueda ser utilizado para perseguir objetivos individuales
13. Ibid., pág. 2.52, (véase también Droit, léc~islation et liberté, vol. 2, op. cit., págs. 129-130).
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL ESTADO, FUERTE GUARDIÁN DEL DERECHO PRIVADO
162
rnuy nun1erosos, divergentes e incluso opuestos>>. En surna, se basa, no en
objetivos cornunes, sino en la <<reciprocidad, o sea, la reconciliación de objetivos diferentes, en beneficio mutuo de los participantes». 14
El segundo aspecto de la tesis de Hayek es que la cohesión del orden de
mercado se hace posible por reglas formales que valen, precisarnente, por su
generalidad: toda regla que procediera de un fin particular determinado sería en
este caso ruinosa, ya que al prescribir una conducta deterrninada (la correspondiente a dicho fin particular), no podría sino perturbar el funcionamiento de un
orden independiente, por su principio, de todo fin particular. Las reglas, por lo
tanto, no deben fijar lo que las personas deben hacer, sino únicarnente lo que
no deben hacer. Consisten <<tan solo en prohibiciones de invadir el dorninio
protegido de cada cual». 15 Hayek llanu leyes a este tipo de reglas, para distinguirlas de las prescripciones positivas particulares (llarnados tarnbién mandatos) 16 : de
este rnodo, el orden de n1ercado podrá ser caracterizado corno nomocracia (regido por la ley) y no con1o teleocracia (regido por una finalidad u otra) .17
El tercer aspecto es que la sociedad rnisrna debe ser con1prendida como
un orden espontáneo. Ciertan1ente, la sociedad no se puede reducir al orden
del rnercado, aunque sólo sea porque en ella se encuentran, al misn1o tien1po, órdenes espontáneos (elrnercado, la rnoneda) y organizaciones u órdenes
construidos (las farnilias, las ernpresas, las instituciones públicas, entre las cuales se encuentra el propio gobierno). Ello no irnpide que, en este orden de
conjunto que es una sociedad, el orden del rnercado ocupe un lugar esencial.
Para empezar, en el sentido de que es la extensión de este orden del mercado
a lo largo de la historia la que tuvo corr1o resultado la arnpliación de la sociedad desde las estrechas organizaciones de la horda, el clan y la tribu, hasta la
aparición de lo que Hayek llama la <<Gran Sociedad» o «Sociedad Abierta». 18
14. Ibid., pág. 251.
15. Ibid., pág. 253 (véase también Droitj législatiott et liberté, vol. 2, op. cit., pág. 148).
16. Acerca de la distinción ley/mandato, véase La Constitution de la liberté, op. cit., págs.
148-149. [Nota del T.: traducimos como «mandatos» el término fi·ancés «commandements»,
que a su vez traduce el inglés «commandments>>. A menudo en espai1ol se usa «Órdenes», pero
esto introduciría confusiones en lo sucesivo ya que en el texto se usa «orden» en diversos
contextos en el sentido de «ordenamiento».]
17. Ibid., pág. 251.
18. Ibid. De este modo, Hayek no deja de estar renovando una de las grandes ideas de Ferguson, la de la «sociedad civil» como motor del progreso histórico (dando por entendido que el
concepto de «orden de mercado» no coincide exactamente con el de <'sociedad civil»). Así, no
debe producir sorpresa que siempre se haya desmarcado de toda forma de «conserv:tdurismo».
163
Y tarnbién, porque «los únicos vínculos que mantienen unida a una Gran
Sociedad son puramente económicos>>: porque, aunque existan indudablemente en la estructura de conjunto de dicha sociedad relaciones distintas de
las económicas, «es el orden de mercado el que hace posible la conciliación
de proyectos divergentes», y ello aunque tales proyectos persigan fines no
econórnicos. 1 ~ Este tercer aspecto de la posición de Hayek no se subraya lo
suficiente: el orden de rnercado no es una «econornía», sino que está constituido por «relaciones econórnicas» (en las cuales la con1petición entre proyectos divergentes es lo que dispone la asignación de todos los rnedios disponibles) y son estas relaciones econónricas las que están en el fundamento del
vínculo social. 20
Una concepción corno esta del orden del mercado como orden espontáneo es solidaria de otra tesis, iguahnente central en el pensan1iento de
Hayek: la de la «división del conocinliento». Esta noción, elaborada muy
tempranarnente, 21 está construida por analogía con la noción snuthiana de
«división del trabajo». Cada individuo dispone únicamente de conocinlientos lünítados y fragrr1entarios (constituidos por inforrnaciones prácticas y por
savoir:faíre más que por conocüníentos racionales), por lo que nadie puede
poseer en un mornento dado el conjunto de los conocimientos dispersos
entre los millones de individuos que cornponen la sociedad. Sin embargo,
gracias al mecanisrno del mercado, la combinación de esos fragrnentos dispersos engendra, a escala de la sociedad, resultados que no se hubieran podido producir deliberadarnente por la vía de una dirección consciente. Ello
sólo es posible en la rnedida en que, en un orden de n1ercado, los precios
desempeñan el papel de vectores de transmisión de la información. 22
En el plano de la doctrina econónuca, tal concepción se opone irreductiblemente a la teoría del equilibrio general (L. Walras): mientras que esta última presupone agentes perfectarnente inforrnados de todos los datos susceptibles de fundamentar sus decisiones, la concepción hayekiana insiste, por el
19. F Hayek, Droit, l(¡¿islation et liberté, vol. 2, op. cit., pág. 135.
20. Aquí va mucho más allá del liberalismo clásico, que en sus primeros representantes
(Sm.ith, Ferguson) siempre se negó a fimdar el vínculo social únicamente en el vínculo económico. Una nota de Droit, législation et liberté (cap. 10, pág. 212, nota 12) cita en favor de
esta tesis la afirmación de Antoine-Louis-Claude Destutt de Tracy: «Commerce is the whole ofSociety».
21. Para este punto, remitirse al capítulo anterior.
22. F. Hayek, Droit, législatio11 et liberté, vol. 2, op. cit., pág. 141.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL ESTADO, FUERTE GUARDIÁN DEL DERECHO PRIVADO
165
164
contrario, en la situación de incertidumbre en la que el mercado pone a los
agentes econónücos. 23 También en este caso, Hayek vuelve de forn1a original
a una de las ideas-fuerza del liberalismo snüthiano, ya que, con1o se ha visto,
la metáfora de la «mano invisible» significa esencialmente la in1posibilidad de
una totalización del proceso econónüco y, por lo tanto, una especie de incognoscibilidad benéfica. 2-+
El término con el que Hayek pretende condensar su concepción del orden de rnercado es el de «catalaxia»:
Propongo que llamemos a este orden espontáneo del mercado una catalaxia, por
analogía con el ténnino «catalaxia», que file propuesto para reemplazar a la expresión «ciencias económicas». Catalaxia está derivado del verbo griego antiguo
kattallattein, cuyo sentido, muy significativamente, es no sólo <<trocar» e «intercambiar», sino también «admitir en la comunidad» y «convertir a un enemigo en
amigo». 25
Aquí, ante todo, hay que prestar atención al doble sentido del verbo griego,
que da a entender que el intercambio está en el origen del vínculo social en
tanto que crea un orden rnediante un ajuste mutuo de las acciones de los diferentes individuos.
Hayek vincula esta noción de orden espontáneo con la gran filosofía escocesa del siglo xvm, ilustrada por los nombres respectivos de Ferguson,
Smith y Hume. En el artículo de 1965, «Clases de racionalisrno», opone una
a otra dos clases de racionalismo: un «racionalismo ingenuo» y un «racionalisnlo crítico>>. El primero, el de Bacon, Descartes y Hobbes, sostiene que
todas las instituciones humanas son «creaciones deliberadas de la razón consciente»: a este prirner racionalisrno, ignorante de los línütes de los poderes de
la razón, le conviene la apelación de «constructivismo» 26 • El segundo se define, por el contrario, por la conciencia de esos línütes, y es precisamente dicha conciencia lo que le permite dar un lugar a órdenes no procedentes de
una deliberación consciente.
23. Acerca del vínculo entre orden espontáneo de mercado y división del conocimiento,
véase la presentación clara e informada que da G. Dostaler, Le líbéralísme de Hayek, La Découverte, París, 2001, págs. 31-.32 y págs. 50-51. Véase igualmente supra, cap. 4.
24. M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 285.
25. F. Hayek, Essais de philosophie, de science politique et d'économie, op. cit., págs. 252-25.3.
26. Ibid., pág. 143.
La «esfera garantizada de libertad» y el derecho
de los individuos
Con1o hen1os visto, para Hayek el orden espontáneo debía ser caracterizado
con1o <<nomocrático>> y no corno «teleocrático». Para comprender el lugar
asignado por este autor al derecho, conviene volver brevemente a esa noción
de <<ley>> (nomos). En efecto, este témüno debería designar, strictu sensu, sólo
las reglas impersonales y abstractas que se in1ponen a todo individuo con
independencia de que persiga uno u otro fin particular e independientenlente de toda circunstancia particular. 27 Tales reglas de conducta formales constituyen la an11adura del derecho privado y del derecho penal. La confusión nlás
desastrosa consistiría en asirnilarlas a las reglas del derecho público. Estas últin1as
no son reglas de conducta, sino reglas de mganización: su fi1nción es definir la
organización del Estado y dan a una autoridad el poder de actuar de tal o cual
manera <<a la luz de fines particulares». Hayek observa que la intronüsión
progresiva del derecho público en el derecho privado a lo largo del siglo
anterior tuvo como consecuencia que el térnüno «ley», que en el origen
designaba sólo reglas de conducta aplicables a todos, acabó designando «toda
regla de organización o incluso todo orden particular aprobados por la legislatura constitucionalmente instituida». 28
El liberalismo por fuerza tiene que oponerse a esta evolución: el orden
que él quiere promover puede ser definido, efectivamente, como una «sociedad de derecho privado» (Prívatrechtsgesellschqft), de acuerdo con la füerte
expresión del ordoliberal alemán F. Boh1n, que Hayek adopta. 29 Precisamente porque toda regla de organización se dirige a un fin, núentras que lo propio de una regla de conducta es ser independiente de todo o~jetivo, hay que
tener cuidado de distinguirlas norninalmente. No hay que olvidar que los
Griegos distinguían n1uy juiciosan1ente nomos y thesís: sólo el derecho privado es nomos, el derecho público es thesis) lo cual significa que el derecho
público es <<dictado» o <<construido», y en este sentido constituye un orden
«fabricado» o «artificial»; n1ientras que el orden privado es esencialn1ente un
27. F. Hayek, Droit, législation et liberté, vol. 2, op. cit., pág. 42. Por «abstracta», hay que
entender que «la regla debe aplicarse en un número indeterminado de instancias filturas».
28. F. Hayek, Essais de philosophie, de sciwcc politique et d'économie, op. cit., págs. 258-2~9.
29. Ibíd., pág. 258; Ver también F. Hayek, Droit, législation et liberté, vol. 2, op. ctt.J
pág. 37. Para este concepto, véase supra, cap. 3.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
166
orden «espontáneo». Las reglas de conducta, únicas que hacen posible la forrnación de un orden espontáneo del mercado, han surgido a su vez, no de la
voluntad arbitraria de algunos hornbres, sino de un proceso espontáneo de
selección que opera a largo plazo.
En este punto es donde el pensamiento de Hayek se inspira de cerca en
la teoría danviniana de la evolución, y no faltan razones para hablar a este
respecto de un «evolucionistno cultural». Tal como la cmnprende Hayek, la
noción de evolución designa un «proceso de adaptación continua a acontecimientos ünprevisibles, a circunstancias aleatorias que no se hubieran podido prever». 311 Esta idea es la que autoriza una analogía entre la evolución
biológica y la evolución de las reglas de derecho a escala de las sociedades
humanas. Al igual que el1necanisrno de la selección natural asegura la supervivencia de las especies n1ejor adaptadas a su entorno y la desaparición de las
otras, la selección inconsciente de reglas de «conducta justa» (o reglas de derecho privado) favorece la adaptación de las sociedades a un entorno a tnenudo hostil. Este proceso de selección de las reglas «por ensayo y error»
permitió a la larga la 1nás arnplia difusión de las reglas 1nás eficaces de
acuerdo con una lógica de «evolución convergente», sin que sea necesario,
en consecuencia, postular una irnitación consciente de ciertas sociedades por
parte de otras. 31
Cualquiera que sea la pertinencia de la referencia a Datwin, lo que está
en juego es la idea de que la selección de las reglas de conducta justa (just
conduct) está en el origen del progreso de las sociedades. Por esta vía pudo
salir la humanidad de las primer:1s sociedades tribales y liberarse de un orden
fundado en el instinto, la proxünidad y la cooperación directa, hasta fonnar
los vínculos de la «Gran Sociedad>>. El punto esencial es que este progreso no
se debe a una creación consciente por parte de legisladores particulam1ente
inventivos: esas reglas de derecho privado (en particular, las del derecho
n1ercantil) fueron incorporadas a la tradición y a la costumbre rnucho antes
de ser codificadas por los jueces, quienes en suma no hicieron más que descubrirlas sin nunca haberlas tenido que crear. Por otra parte, esto es lo que
justifica suficienternente que se distingan tales reglas de las que han sido «establecidas» (thesís). Con1o Hayek plantea explícitan1ente, <<el ernpleo del ca30. F. Hayek, La Présomption fatale: les erreurs du socialisme, PUF, París, 1993, pág. 38
(citado por G. Dostaler, Le Libéralísme de Hayek, op. cit., pág. 86).
31. F. Hayck, Droit, législation et liberté, vol. 2, op. cit., pág. 48.
EL ESTADO, FUERTE GUARDIÁN DEL DERECHO PRIVADO
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lificativo "positivo" aplicado a la ley se deriva del latín, que traducía rnediante posítus o positivus (que ha sido establecido) la expresión griega thesei, que
designaba algo creado deliberadamente por una voluntad hurnana, por oposición a lo que no había sido inventado sino que se había producido physei,
por naturaleza>>. 32
Aquí Hayek se opone directamente a toda la tradición del positivismo
jurídico. Dos autores en particular son objeto de crítica. En primer lugar,
Hobbes: éste, al hacer suyo el adagio latino non veritas sed auctoritas facit legem, 33
define la ley con1o «el rnandato de aquél que tiene el poder legislativo» 34 • No
se puede expresar n1ejor la confusión entre la ley y el mandato denunciada
por Hayek, ya que para Hobbes es el soberano, él solo, quien es el legislador.
Luego le toca a Bentharn: rnientras que el derecho inglés se divide en dos
rarnas, según él sólo la ley hecha por el legislador merece ser designada con el
nmnbre de derecho real (statute law); entonces «todos los aneglos que se considera que han sido hechos por la otra rarna [... ] deberían ser distinguidos
mediante las apelaciones de derecho ineal, no realmente existente, irnaginario, facticio, ilegítimo, derecho hecho por el juez». 35 Este derecho «hecho» por
el juez es la common law, o ley no escrita, que Bentharn insiste en desacreditar
en la medida en que no es «la voluntad de la orden de un legislador», lo cual
sería propiarnente la ley. 36 En opinión de Hayek, esta tradición intelectual
-prolongada por John Austin y Hans Kelsen- reduce el derecho a lavoluntad de un legislador, en oposición a la tradición liberal que afim1a la anterioridad del derecho sobre la legislación.
Sin embargo, el reconocimiento por parte de Hayek de esta anterioridad
de la justicia sobre toda legislación y sobre todo Estado organizado no supone en absoluto su adhesión a la doctrina del derecho natural. Hayek da vuelta a la alternativa entre el positivis1no y el naturalismo: las reglas de la justicia,
ni se deducen abstractamente n1ediante la razón «natural>> (iusnaturalismo), ni
son el fruto de un designio deliberado (positivismo). Son <<producto de la
32. !bid., pág. 53 (ver también Essaís de philosophíe, de science poli tique et d' économie, op. cit.,
pág. 169, nota 21).
33. Citado por F. Hayek, íbíd. (T. Hobbes, Lévíathan, 1651, cap. 26, «No es la verdad
sino la autoridad lo que hace la ley»).
34. Citado por F. Hayek, ibíd .. pág. 54 (T. Hobbes, Dialogue on the Common Laws, 1681).
35. Citado par F. Hayek, íbíd. Oa cursiva es nuestra).
36. Citado por F. Hayek, ibíd., pág. 197, nota 35: «The prim.itive sense ofthe word law,
and the ordinary meaning of the word, is ... the will of command of a legislator.»
168
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
169
experiencia práctica de la especie humana», 37 o sea, «el resultado in1previsto
de un proceso de crecimiento» 38 • N o es cuestión, pues, para Hayek, de invocar, siguiendo a Locke, una «ley natural» inscrita por Dios en la criatura bajo
la forma de un mandamiento de la razón. 39 Si se insiste en hablar de «ley de la
naturaleza>>, hay que entenderlo en el sentido de Hume: las reglas de justicia
no son conclusiones de la razón, que es perfectamente incapaz de constituirlas. Por otra parte, se las podría llamar «artificiales» (puesto que no son innatas) pero no «arbitrarias», ya que su elaboración ha sido progresiva, como la
de las lenguas y el dinero, a partir de la experiencia repetida de los inconvenientes de su transgresión. 40 Estas reglas se resun1en todas ellas en tres leyes
funda1nentales: «las de la estabilidad de las posesiones, de su transferencia
consentida y el cun1plinuento de las promesas», 41 o sea, el contenido esencial
de todos los siste1nas de derecho privado, «la libertad de contrato, la inviolabilidad de la propiedad y el deber de indemnizar a otros por los peljuicios
que uno les inflige». 42
Esta identificación del núcleo fundamental de la reglas del comportamiento adecuado es inseparable de una reelaboración del problenu de la libertad y los derechos individuales, tal cmno había sido planteada por las
principales corrientes del liberalismo clásico. Efectivan1ente, estas reglas son
las que, al ir tomando cuerpo de un 1nodo progresivo, hicieron posible, paralelatnente a la formación del orden espontáneo del1nercado, una extensión
del «donünio» de la libertad individual. Este donlÍnio coincide con la «esfera
de decisión privada» de la que dispone el individuo cuando sitúa su acción en
el interior del n1arco formal de las reglas. Hasta tal punto la libertad, l~jos de
ser un dato natural o una invención de la razón, resulta de una larga evolución cultural: «Aunque la libertad no sea un estado de naturaleza, sino un
bien fabricado por la civilización, no nació de designio alguno»Y Una vez
más, no se da la razón ni al naturalismo y ni al voluntarismo. La libertad no
es «poder hacer lo que uno quiere», es indisociable de la existencia de reglas
37.
38.
39.
nota 7.
40.
41.
42.
43.
EL ESTADO, FUERTE GUARDIÁN DEL DERECHO PRIVADO
!bid., pág. 180.
!bid., pág. 167.
F. Hayek, Essais de philosophie, de science politique et d'économie, op. cit., pág. 162-163,
!bid., pág. 183.
!bid.; ver también, F. Hayek, La Constitution de la liberté, op. cit., pág. 157.
F. Hayek, Droit, législatíon et liberté, vol. 2, op. cit., pág. 48.
F. Hayek, La Constitutio11 de la liberté, op. cit., pág. 53.
nwrales transnutidas por la costumbre y la tradición que, debido a su 1nisma
generalidad, prohíben a todo individuo ejercer coacción alguna sobre los
demás. En consecuencia, la única definición de la libertad que resulta aceptable para Hayek es «negativa»: es la «ausencia de ese obstáculo muy preciso
que es la coerción ejercida por los demás»:H Toda otra definición de la libertad es engañosa, ya sea la «libertad política» entendida con1o participación de
los hon1bres en la elección de gobierno, o la elaboración de la legislación,
incluso la «libertad interior>> tan alabada por los filósofos (el donunio de sí,
opuesto a la esclavitud de las pasiones).-+5 De la coerción cmno contraria a la
libertad, Hayek da la siguiente definición: «Por coerción entende1nos el hecho de que una persona sea tributaria de un entorno y de circunstancias tan
controlados por otro, que está obligada, para evitar un 1nayor daño, a no
actuar en confornlÍdad con su propio plan y a hacerlo en cambio al servicio
de los fines de la otra persona».-+6
Esta definición de la coerción corr1o la imposición a un individuo de los
fines de uno o varios otros parece situar a Hayek en línea directa como heredero de un .John Stuart Mili. Pero al autor de La Constitución de la libertad,
la distinción entre las acciones que sólo afectan a su propio agente y las que
afectan a los intereses de otros (se sabe lo importante que esto podría resultar
para J. S. Mili) le parece poco operativa en sí misn1a. 47 Por otra parte, Hayek
juzga excesiva la violenta carga de J. S. Mili contra el «despotisn1o de la costumbre» en el capítulo III de De la libertad: en su crítica a la coerción 1noral
<<llevaba demasiado lejos la defensa de la libertad», ya que la presión de la
opinión pública no puede ser asinülada a una «coerción».-+ 8 Sólo una definición estricta de la coerción, que implica una instrmnentalización de la persona al servicio de los fines de otros, parece poder <<trazar los línlÍtes de la esfera protegida». En tanto que las «reglas-leyes>> tienen como función proteger
al individuo de la coerción ~jercida por otros, hay que establecer que en un
régimen de libertad <<la esfera libre del sujeto comprende toda acción que no
está explícita1nente restringida por una ley general». 49 Si se puede esperar
44. !bid., pág. 19.
45. !bid., pág. 13-16. Hayek denuncia la confusión de pensamiento que rodea al concepto filosófico de «libertad de la voluntad>> ifreedom qf the wi!O.
46. !bid., pág. 21.
47. !bid., pág. 145.
48. !bid.' pág. 146.
49. !bid., pág. 215.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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encontrar un fundanrento de los derechos individuales, será con la condición
de haber producido previarnente esa delinlitación. La originalidad de Hayek
consiste en vincular tales derechos, no con una ley natural prescrita por Dios
(Locke) o con la ley general de la vida (Spencer), sino con las propias reglas
de conducta justa: <<Hay un sentido de la palabra "derecho" según el cual toda
regla de conducta justa crea un derecho correspondiente en los individuos», de tal manera que, al delimitar dichas reglas «los dominios personales», «el individuo
tendrá derecho a ese dominio». 50
Se ve bien aquí que todo depende del reconocin1iento previo de una
<<esfera privada» o «reservada», garantizada por las reglas generales: «El carácter
"legítirno" de las expectativas de alguien, o los "derechos" del individuo, son
la culrninación del reconocirniento de la esfera privada considerada». 51 De
este modo, definir la coerción con1o «violación de los derechos individuales»
sólo es lícito si ese reconocirniento fue consentido, porque el reconocirniento efectivo de la esfera privada equivale al reconocimiento de los derechos
otorgados por las reglas que delinlitan dicha esfera. Por lo tanto, las reglas
generales son ante todo reglas de composición de las esferas protegidas y,
como tales, garantizan a cada individuo derechos cuya extensión es estrictarnente proporcional a la de su esfera propia. El error consistiría en restringir
esta extensión a la de los bienes materiales que pertenecen a un individuo:
No hay que representarse esta esfera como constituida exclusivamente, ni siquiera principalmente, por bienes materiales. Sin duda, repartir las cosas que nos
rodean entre lo que es mío y lo que no lo es, es el objetivo principal de las reglas
de composición de las esteras, pero estas reglas nos garantizan también una
serie de «derechos» diferentes, como la seguridad en ciertos usos de los objetos,
o simplemente, la protección contra las injerencias en nuestras actividades. 52
De un 1nodo más general, se otorgará a la noción de «propiedad» un sentido
arnpliado, que coincide con el que Locke ya había dado al ténnino genérico
«propiedad» en el Segundo Tratado del gobierno:
Desde la época de John Locke, es habitual llamar a este dominio protegido «propiedad» (algo que el propio Locke había definido como «la vida, la libertad y las
50. F. Hayek, Droit, législatíon et liberté, vol. 2, op. cit., pág. 121 (la cursiva es nuestra).
51. F. Hayek, La Constitution de la liberté, op. át., pág. 139.
52. Ibid., pág. 140.
posesiones de un hombre»). Aunque el término en sí sugiere una concepción
mucho más estrecha y puramente material del dominio protegido, de hecho
incluye no sólo los bienes materiales, sino igualmente recursos diversos contra
los demás, así como ciertas expectativas. Si el concepto de propiedad es interpretado en este sentido ampliado (con Locke) es cierto que la ley, en el sentido de
reglas de justicia, y la institución de la propiedad son inseparables. 53
En todo caso es importante ver que, aunque Hayek recupera de este modo
el concepto lockeano de «propiedad», lo hace deduciéndolo de su propia
idea de la ley entendida con1o regla general resultante de un «crecimiento
inconsciente». Separándola, por lo tanto, de su fundación iusnaturalista.
El <(dominio legítimo de las actividades
gubernamentales>> y la regla del Estado de derecho
Los contornos de la esfera protegida parecen trazar por sí misnros los lírnites
de la inte1vención del Estado: toda injerencia de este último en el interior de
dicha esfera constituirá un atentado arbitrario contra los derechos del individuo. En consecuencia, se tiene ahí el criterio que pemlÍte discriminar entre
intervenciones legítünas e intervenciones ilegítirnas. Efectivan1ente, hay que
insistir en ello, la cuestión es para Hayek, en primer lugar, la legitimidad, no
la rificacia. El argumento de la ineficacia práctica o de los efectos pe1judiciales
de la intervención judicial le parece propenso a oscurecer la «distinción fundanlental entre medidas cornpatibles y nredidas inconrpatibles con un sistema
de libertad». 54
No hay rnás que recordar el modo en que John Stuart Mili busca deterrninar los lírnites de la acción guben1amental en el capítulo V de su ensayo
De la libertad, para tomar la rnedida de la distancia entre la vía que él adoptó
respecto de la iniciada por Hayek. J. S. Mili no hace derivar la doctrina del
libre intercan1bio del principio de la libertad individual: las restricciones impuestas al cmnercio son, sin duda, coerciones, pero «si son condenables, ello
es únicamente porque en verdad no producen los resultados esperados>>, no
porque la sociedad no tenga el derecho de ejercer coerción alguna. 55 Hayek
53. F. Hayek, Essais de philosophie, de science polítique et d'économie, op. cit., pág. 257.
54. F. Hayek, La Constitution de la liberté, op. cit., pág. 222.
55. J. S. Mill, De la liberté, Gallimard, París, 2005, pág. 209.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
172
es consciente de la insuficiencia del punto de vista de J. S. Mili a este respecto. En la nota 2 del capítulo XV de La constitución de la libertad, subraya lo
siguiente: con1o los economistas tienen el hábito de considerarlo todo desde
el punto de vista de la oportunidad, «no es sorprendente que hayan perdido
de vista los criterios rnás generales». Y sigue una referencia a Mili: <]ohn
Stuart Mili, al adnlitir ( On Liberty, 1946, pág. 8) que "de hecho no hay principio reconocido que permita juzgar de un modo general la legitimidad de la
intervención del poder", ya dio la impresión de que todo era un asunto de
oportunidad». 56 Lo que pretende enunciar Hayek es, precisan1ente, un principio general de legitimidad.
Para acceder a este principio, hay que entender, de entrada, que la constitución de la esfera de acción reservada al individuo procede entera y exclusivamente de la existencia de las reglas generales de conducta justa. En consecuencia, todo lo que suponga cuestionar dichas reglas sólo puede ser una
amenaza contra la libertad individual misma. Por eso hay que plantear como
principio que ninguna intervención del Estado, por bien intencionada que
sea, debe exinlirse del respecto debido a las reglas generales. Dicho de otra
1nanera: el Estado debe aplicarse a sí mismo las reglas que valen para toda
persona privada. Ahora se ve cómo hay que entender la proposición de acuerdo con la cual el orden liberal constituye una «sociedad de derecho privado»,
según la fórmula de F. Borun retomada por Hayek: las reglas del derecho
privado deben prevalecer universalmente, no sólo para las «organizaciones>>
que conciernen al orden espontáneo del mercado, sino tarnbién al Estado. En
cierto sentido, aquí se encuentra la consecuencia jurídica de la idea de que es
la sociedad por entero («the whole if Society» 57 ) la que se basa en «relaciones económicas» (ya que éstas están estructuradas por el derecho privado). Para Hayek, es este principio de auto-aplicación por parte del Estado de las reglas generales del
derecho privado lo que ha recibido rustóricamente en Alemania la denominación de «Estado de derecho» (Rechtsstaad). De ahí su tesis: «el Estado de derecho es el criterio que nos pennite establecer la distinción entre las medidas
que son compatibles con un sisten1a de libertad y las que no lo son>>. 58
¿De dónde viene esta «tradición alen1ana del Rechtsstaad» cuya importancia decisiva para todo el movimiento liberal ulterior destaca La constitución de
56. Ibid., pág. 484.
57. Véase supra, nota 17 del presente capítulo.
58. Ibid., pág. 223.
EL ESTADO, FUERTE GUARDIÁN DEL DERECHO PRIVADO
173
la libertad? De creer a Hayek, esta tradición debería lo esencial de su inspiración teórica a la influencia ejercida por la filosofía del derecho de Kant. Invirtiendo el orden deductivo en el que el propio Kant articula moralidad y
derecho, Hayek interpreta libre1nente el célebre «imperativo categórico» 59
como una <<extensión al dmninio total de la ética de la idea que se encuentra
en la base de la noción de supremacía del Derecho». 60 Esta inversión adquiere, a partir de 1963, su formulación más clara en el texto de la conferencia
consagrada a La .filos~fia jurídica y política de David Hume:
A veces se sugiere que Kant desarrolló su teoría del Estado de derecho aplicando
a los asuntos públicos su concepto moral del imperativo categórico. Lo que
ocurrió fue probablemente lo inuerso, o sea, que Kant desarrolló su teoría
del imperativo categórico aplicando a la moral el concepto de Estado de derecho
(Rule ~f Law) que encontró listo para ser usado. 61
La equivalencia aquí postulada entre la expresión alemana «Estado de derecho» y la expresión inglesa «soberanía de la ley» permite a Hayek ir más l~jos
todavía y afirmar en el mismo texto que «lo que Kant tenía que decir a este
respecto parece derivarse directa1nente de Hume>>. 62
Para situar lo que está en juego en el plano teórico y político en este
punto, hay que recordar, siguiendo a M. Foucault, 63 que la norma del Estado
de derecho se constituyó en Ale1nania a partir de una doble oposición: opo59. «Actúa únicamente según la máxima gracias a la cual puedes querer al m.ismo tiempo
que se convierta en una ley universal», E. Kant, Fondation de la tnétaphysíque des moeurs, Flammarion, París, 1994, pág. 97.
60. F. Hayek, Essais de phílosophíe, de science poli tí que et d' écotzomie, op. cit., pág. 197. Es
cierto que, en la arquitectura del sistema kantiano, la Doctrina del derecho precede a la Doctrina de la virtud, pero ambas son precedidas por la Fundamentación de la metafísica de las
costumbres, a la que le corresponde extraer en toda su pureza el principio supremo de la
moralidad.
61. Ibid., pág. 189. Si bien es cierto que el problema de la «aplicación» de la moralidad
pura es, con toda evidencia, en el interior del kantismo, un problema delicado, nada justifica
la afimución de que Kant habría «aplicado» el derecho a la moral para alcanzar el concepto
de imperativo categórico.
62. Ibid., pág. 188. También en este caso, por fuerza hay que oponerse a la posibilidad de
semejante «derivación»: en Hume, las «leyes de la naturaleza» son fruto de una experiencia
progresiva, mientras que en Kant la «ley moral» es enteramente a priori y, en tanto tal, inde-·
pendiente de toda experiencia, lo cual verifica el carácter puramente formal de dicha ley (en
contraste con el contenido determinado de las tres reglas destacadas por Hume: estabilidad de
las posesiones, transferencia de las posesiones por consentimiento, c;jecución de las promesas).
63. M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 173-174.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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sición al despotisrr10, por una parte, oposición al Estado policial (Polízeistaad), por otra. Una y otra noción no son equivalentes. El despotisn1o hace de
la voluntad del soberano el principio de la obligación, irnpuesta a todos, de
obedecer a los nundatos del poder público. El Estado policial se caracteriza,
por su parte, por la no diferenciación entre las prescripciones generales y
pernunentes del poder público (lo que se conviene en llamar las <<leyes») y
los actos particulares y coyunturales de ese mismo poder público (que en
derecho corr-esponden al nivel de los <<reglamentos»). De ahí una doble definición del Estado de derecho: para ernpezar, el Estado de derecho emnarca los actos del poder público rnediante leyes que los limitan por adelantado,
de rnanera que no es la voluntad del soberano sino la forrna de la ley lo que
constituye el principio de la obligación; en segundo lugar, el Estado de derecho establece una distinción de principio entre las leyes, que valen por
su validez universal, y las decisiones particulares o medidas administrativas. 64
Un poco tnás tarde, en la segunda rnítad del siglo XIX, fue cuando la elaboración de esta noción de Estado de derecho fue desalTollada en una dirección que puso de relieve el problema de los «tribunales administrativos»
como un asunto central. Efectivamente, de acuerdo con esta elaboración, el
Estado de derecho no tiene como única característica la de restringir su
acción al marco general de la ley, es tarnbién un Estado que ofi·ece a cada
ciudadano vías de recurso jurídicas contra el poder público. Facilitar estas
vías ünplica la existencia de instancias judiciales encargadas de arbitrar las
relaciones entre los ciudadanos y el poder público. Precisarnente sobre la
condición de tales tribunales Ciistalizará la controversia en Alernania a lo
largo del siglo XIX. 65
I-tetomando la idea de que el Estado debe poder ser denunciado ante un
tribunal por todo ciudadano corno cualquier particular, en la medida en que
está sometido a las 1nismas reglas de derecho que cualquier persona privada,
Hayek da a esta noción de Estado de derecho una amplitud inédita, haciéndole desempeñar el papel de regla para toda legislación. Un pasaje de La constitución de la libertad lo dice rnuy explícita1nente:
Dado que el Estado de derecho es una limitación de toda legislación, no puede
64. Ibid., pág. 174-175.
~oucault
se refiere a la obra pionera de C. T. Welcker, Les Derniers Príncipes du droit, de l'Etat et de la punitíon (1813).
65. Sobre estas controversias, F. Hayek, La Constitution de la liberté, op. cit., pág. 201-204,
así como el comentario de M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 175-176.
ser una ley en el mismo sentido que la leyes hechas por el legislador[ ... ] El Estado de derecho no es, en consecuencia, una regla instituida por la ley, sino una
regla que concierne a lo que debería ser la ley, una regla meta-legal o un ideal
político. 66
Quedan establecidos así tres niveles distintos, que convendría poder jerarquizar siempre cuidadosarnente: prirnero, el nivel meta-legal, que es el de la regla
del Estado de derecho; en segundo lugar, el nivel propia1nente legal) que es
el de la legislación, entendida en el sentido de la determinación de nuevas
reglas generales de conducta; en tercer lugar, por fin, el nivel gubernamental, que
es el de la prorrmlgación de los decretos y reglamentos particulares. Corno se
ve, en esta jerarquización la regla del Estado de derecho es la regla que debe
presidir la elaboración de todas las reglas generales o leyes. Lo irnportante es
comprender el verdadero alcance de este principio: constituir <<una lin1Ítación de los poderes de todo gobierno, incluidos los poderes dellegislador». 67
Porque esta fl.Inción prohíbe que se la reduzca a una sirnple exigencia de
legalidad: la conformidad de las acciones del gobierno con las leyes existentes
no garantiza en absoluto por sí n1Ísma que el poder de actuar del gobierno
quede lirnítado (ya que, en efecto, una ley podría dar al gobierno la potestad
de actuar como le parezca); lo exigido por la regla del Estado de derecho es
•
•
.
•
• .
68
que todas las leyes eXIstentes <<se ajusten a ciertos pnnCipios».
Habrá que distinguir, en consecuencia, el «Estado de derecho formal»
lformelle Rechtsstaat) del «Estado de derecho 1naterial» (materielle Rechtsstaat): el
Estado de derecho tal como lo entiende Hayek colTesponde al «Estado de
derecho material», que exige que la acción coercitiva del Estado quede estrictamente limitada a la aplicación de reglas uniformes de conducta justa,
mientras que el <<Estado de derecho formal» sólo requiere la legalidad, o sea,
«exige sirnplemente que cada acción del Estado sea autorizada por la legisla-·
ción, ya sea que dicha ley consista en una regla general de conducta justa, o
no». 69 Así adquiere todo su sentido la crítica dirigida contra la concepción
íntegrarnente artificialista de la ley, como la de Bentham. Plantear que todo,
incluso los derechos reconocidos al individuo, procede de la «fábrica» del
66. Ibid., pág. 206.
67. Ibid., pág. 205.
68. Ibid.
69. F. Hayek, Essais de philosophie, de science politique et d'économie, op. cit., pág. 197.
pág. 254.
LA NUEVA I:UZÓN DEL MUNDO
EL ESTADO, FUERTE GUARDIÁN DEL DERECHO PRIVADO
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legislador, es consagrar teórican'lente «la omnipotencia del poder legislativo». 70
A la inversa, reconocer que la extensión de los derechos individuales va de
par con la elaboración de las reglas del derecho privado, es hacer de tales
reglas el1nodelo al que debe conformarse en su actividad el poder legislativo
nusmo y, por lo tanto, asignarle por adelantado límites infranqueables.
¿Cuáles son, pues, rnás precisa1nente, las condiciones que debe satisfacer
toda ley para conforn1arse a la regla n1eta-legal del Estado de derecho? Hayek
enun1era tres «atributos de la verdadera ley», es decir, de la ley en el sentido
«sustancial» o «nlaterial» que acaban1os de especificar. El primer atributo de
estas reglas es, por supuesto~ su generalidad: no deben hacer referencia «a
ninguna persona, espacio u objeto particulares», deben «sien1pre apuntar al
futuro y nunca tener un efecto retroactivo». 71 Lo cual implica que la ley
auténtica se abstenga de dirigirse a un fin particular, por deseable que éste
pueda parecer a primera vista. Su segundo atributo es que «deben ser conocidas y seguras». 72 Si Hayek insiste muy particulannente en esta condición, es
porque la certeza de la ley y la previsibilidad de sus decisiones garantizan al
individuo -destinado, en virtud del orden espontáneo del mercado, a actuar
en un contexto de incertidumbre- ese núnimo de estabilidad sin el cual
tendría las n1ayores dificultades para llevar a buen fin sus propios proyectos:
«La cuestión es saber si el individuo puede prever la acción del Estado, y si
este conocimiento le proporciona puntos de referencia para ajustar sus propios proyectos». 73 Finahnente, el tercer atributo de una verdadera ley no es
sino la igualdad, lo cual significa que <<toda ley debe aplicarse de forn1a igual
a todos». 74 Esta última exigencia es «incmnpatible con el hecho de proporcionar ventajas o desfavorecer a personas deternunadas». 75 En consecuencia, itnplica que el Estado <<se smneta a la misn1a ley que todos y se encuentre así
linútado del misnw modo que cualquier persona privada». 76
De los tres atributos de la ley (generalidad, certidun1bre, igualdad), es
indudablen1ente la tercera la que n1ás evidencia el hecho de que, en la nlente de Hayek, el ideal del Estado de derecho se corifunde con el ideal de una sociedad
70.
71.
72.
73.
74.
75.
76.
F. Hayek, Droit, législation et liberté, vol. 2, op. cit., pág. 6.3.
F. Hayek, La Constítution de la liberté, op. cit., pág. 208.
!bid
F. Hayek, La Route de la servítude, op. cit., pág. 64.
F. Hayek, La Constitution de la liberté, op. cit., pág. 209.
!bid., pág. 210.
!bid.
de derecho privado. Es en este punto donde el neoliberalismo va mucho más
allá del principio de control de la am:oridad política, enunciado por toda una
corriente delliberalisn1o clásico. Hmne hace de las leyes «generales e iguales»
a las que deben someterse los órganos del gobierno el principio de una limitación que impide que la autoridad se convierta en absoluta, 77 pero nunca
afirma que las leyes dictadas por la autoridad legislativa deban obedecer al
modelo de las reglas del derecho privado, ni tampoco confunde tales leyes
con los principios de justicia que son las «leyes de naturaleza» (estabilidad de
las posesiones, transferencia consentida de la propiedad, obligación de las
prmnesas).
La misma observación es válida para Locke. Hayek, en Derecho, legislación
y libertad se refiere elogiosamente al Segundo tratado del gobierno y cita en una
nota78 el inicio del apartado 142: allí explica Locke que el Estado «debe gobernar de acuerdo con leyes estables y promulgadas (promulgated stablished laws),
que no deben variar a merced de los casos particulares; tiene que haber una
sola regla para el rico y para el pobre, para el favorito en la corte y para el
campesino en su carreta». 79 Pero también en este caso hay que destacar que
la argumentación de Locke se inscribe en una problemática de la limitación
del poder legislativo que no equivale en absoluto a trazar el ideal de una
«sociedad de derecho privado». Una cosa es sujetar el poder de hacer leyes a
la regla formal de la fijeza y de la igualdad, otra 1nuy distinta exigir de esas
leyes que se alineen en cuanto a su <<sustancia» con las leyes del derecho pri-·
vado, como sostiene Hayek. Lo detnuestra suficientemente el hecho de que
en Locke sólo se plantea el imperativo de igualdad en tanto concierne a la
aplicación de la ley a individuos definidos por su situación social (el rico y el
pobre, el cortesano y el campesino), nunca para la auto-aplicación por parte
del Estado de una regla de derecho privado.
¿Qué consecuencias hay que extraer de esta extensión del derecho privado a la «persona» del Estado? La prin1era, y sin duda la más importante desde
el punto de vista de Hayek, es que en un Estado de derecho <<el poder político sólo puede intervenir en la esfera privada y protegida de una persona
para castigar una infracción de una regla cualquiera prornulgada». 80 Ello sig-
77. D. Hume, Essais moraux, politiques et littéraires, Vrin, París, 1999, pág. 100.
78. Se trata de la nota 60 de la obra, pág. 20 l.
79. J. Locke, Second Traité du gouvemement, op. cit., pág. 104.
80. F. Hayek, La Constitutíon de la liberté, op. cit., pág. 206.
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LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
nifica que el ejecutivo no tiene que dar «Órdenes» o imponer «n1andatos» al
individuo (o sea, recordérnoslo, prescripciones particulares relativas a un fin
deternünado); sólo tiene que velar por el respeto de reglas de conducta justa
igualmente válidas para todos, y es precisarnente este deber de protección de
la esfera privada de todos los individuos lo que, en caso de violación de las
reglas por parte de un individuo, lo autoriza a intervenir en la esfera privada
de este individuo, con el fin de aplicarle una sanción penal. Pero fuera de
tales situaciones, tiene que quedar clararnente establecido que «las autoridades gubernamentales no deben tener ningún poder discrecional que les permita esa clase de invasión» en la esfera privada de un ciudadano. 81 Lo contrario equivaldría, efectivan1ente, a considerar a la persona privada y su
propiedad como un sirnple medio a disposición del gobierno. Por eso debe
caberle siempre a esa persona la posibilidad de recurrir ante tribunales inde-pendientes, habilitados para decidir si el gobierno se ha sometido en su función al marco estricto de las reglas generales o si, por el contrario, se ha salido arbitrariarnente de dicho marco (aquí volvernos a encontrarnos con la
cuestión del lugar que corresponde a los «tribunales adrrünistrativos»). Una
vez más, el punto importante «es que toda acción coercitiva del poder político debe ser definida sin ambigüedad en un marco jurídico perrnanente
que pennita al sujeto gestionar sus proyectos en un clima de confianza,
y que reduzca todo lo posible las incertidumbres inherentes a la existencia
hun1ana>>. 82
Lo que está en juego aquí es, ciertamente, la preservación de la ljiciencia del
orden del mercado, ya que el elemento decisivo de la confianza reside en el
hecho de que el individuo pueda contar al misrno tiempo con la aptitud del
Estado para hacer respetar las reglas generales y con el respeto de dichas leyes
generales por parte del mismo Estado. En surna, la certidumbre procurada
por el marco jurídico debe cmnpensar la incertidumbre inherente al lugar
que ocupa el individuo en un orden espontáneo como el orden del mercado.
Se ve la importancia de la acción coercitiva del Estado cuando se trata de
velar por el castigo de las infracciones de las reglas de conducta: garantizar la
seguridad de los agentes econónücos es la verdadera justificación del monopolio en el uso de la coerción por parte del Estado. Esto implica «que no
tenga ningún otro monopolio nlás que éste y que, desde todos los puntos de
81. !bid., pág. 213.
82. !bid., pág. 223.
EL EsTADO, FUERTE GUARDIÁN DEL DERECHO PRIVADO
179
vista, opere en las nlÍsrnas condiciones que todo el mundo» 83 (condición
de igualdad reinterpretada por Hayek).
La segunda consecuencia de la necesaria subordinación del poder gubernamental al principio del Estado de derecho es de orden positivo: en la nledida en que este principio sólo constituye una lirrütación para las acciones
coercitivas del gobierno, queda libre para el Estado todo un carnpo de actividades, el de las no coercitivas. El liberalismo, tal como lo entiende Hayek, «exige
una distinción neta entre los poderes de coerción del Estado, en cuyo ejercicio sus acciones están limitadas a la aplicación de reglas de conducta justa, con
la exclusión de toda arbitrariedad, y la prestación de servicios por parte del Estado,
en el curso de la cual puede usar los recursos puestos a su disposición para tal
fin, en lo que no tiene poder de coerción ni de n1onopolio, pero puede hacer
amplio uso de sus recursos a su discreción». 84 El problen1a aquí es que la financiación de las actividades de «puro servicio>> hace interverür cierta coerción en la forma de cobro de in1puestos. 85 Este aspecto coercitivo de las actividades de servicio sólo se justifica con la condición de que el Estado no se
arrogue el derecho exclusivo a proporcionar ciertos servicios, lo cual supondría ipso facto la constitución de un monopolio (y esto acarrearía la violación
de la condición de igualdad antes 1nencionada). Pues «lo cuestionable no es la
empresa del Estado, sino el rnonopolio del Estado». 86 De entre todas las actividades de servicio que pueden corresponder legítiman1ente al Estado, las más
importantes son aquellas <<relacionadas con su esfuerzo por instaurar un marco
favorable para las decisiones individuales>>: la instauración y el rnanteninüento
de un sistema n10netario eficaz, la definición de los pesos y las tnedidas, la
puesta a disposición de infonnaciones para la elaboración de estadísticas,
la organización de la educación de una forrna u otra, etcétera. 87 A esto conviene añadir «todos los servicios que son claran1ente deseables, pero no los
proporciona la ernpresa en un marco de competencia, bien sea porque resulta imposible o dificil de costear por parte de los beneficiarios». En este apartado habría que incluir «lo esencial de los servicios sanitarios y de salud pública,
la construcción y eltnantenirrüento de las carreteras y la mayoría de equipa83. !bid., pág. 224.
84. F. Hayek, Essais de philosophíe, de science politique et d'économie, op. cit., pág. 254 (la
cursiva es nuestra).
85. F. Hayek, La Constítution de la liberté, op. cit., pág. 223.
86. !bid., pág. 225.
87. !bid., pág. 224.
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mientos urbanos creados por las rnunicipalidades para sus administrados». 88
Por otra parte, hay rnedidas que la regla del Estado de derecho excluye
por principio. Son todas aquellas cuya ejecución implica una discriminación
arbitraria entre las personas porque se dirigen a la obtención de resultados
particulares para personas particulares, en vez de limitarse a la aplicación de
las reglas generales válidas indistintamente y uniformemente para todas las
personas. Aquí se consideran, particularmente, «las medidas dirigidas a regir
el acceso a los diversos negocios y oficios, los témrinos de las transacciones y
los volúmenes producidos o comercializados». 89 Todo control de los precios
y de las cantidades que hay que producir debe, pues, proscribirse, porque es
necesariamente <<arbitrario y discrecional» e impide al mercado fi1ncionar correctamente (impidiendo que los precios desempeñen su papel de transmisores de la infonnación). Por las mismas razones de fondo, se excluirá toda intervención del gobierno destinada a reducir las inevitables diferencias de
situación material resultantes del fi1ncionamiento de la catalaxia. La persecución de objetivos relativos a una justa distribución de los beneficios (lo que
por lo general se llanu <~justicia social» o «distributiva») es, por lo tanto, una
contradicción formal con la regla del Estado de derecho. Efectivamente,
una rernuneración o una distribución <~ustas» sólo tienen sentido en un sistema de «fines comunes» («teleocracia»), mientras que, en el orden espontáneo
del mercado, no puede prevalecer ningún fin de esta clase, con la consecuencia de que la «distribución» de los beneficios no es ni <~usta» ni «injusta». 90 En
definitiva, «todas las tentativas para garantizar una "justa" distribución tienen
que orientarse hacia la conversión del orden espontáneo del n1ercado en una
organización o, en otros ténninos, en orden totalitario». 91 Lo que queda así
condenado por principio, es la idea de que la justicia distributiva pueda formar parte de las atribuciones del Estado: «Si se basa en una justicia conmuta88. !bid. Hayek se refiere inmediatamente después a la famosa reflexión de Smith sobre
«esos trabajos públicos que [... )son de una naturaleza tal que el beneficio no puede compensar el gasto que representarían para un individuo o un grupo numeroso».
89. F. Hayek, La Constitution de la liberté, op. cit., pág. 227.
90. A diferencia de los libertarios que, recordémoslo, consideran que este orden es intrínsecamente justo, y en consecuencia abogan por un «Estado núnimo» C'fl. Kymlicka, Les
théories de la justice: une introduction, La Découverte, París, 2003, pág. 109). Hay que aí1adir
que Hayek recusa incluso la pertinencia del término «distribución» aplicado a un orden espontáneo y prefiere el de «dispersión», que presenta la ventaja de no sugerir una acción deliberada (Essais de philosophie, de science politíque et d'économie, op. cit., pág. 261).
91. !bid., pág. 261.
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tiva, el Estado de derecho excluye perseguir una justicia distributiva». 92 Por el
contrario, el hecho de que el gobierno se dedique a asegurar «fuera del mercado» una protección contra la indigencia extretna a todos aquellos que son
incapaces de ganarse su subsistencia en el mercado, «en fon11a de una renmneración mínima garantizada o un nivel de recursos por debajo del cual la
persona no debe caer», no tiene por qué implicar «una restricción de la libertad o un conflicto con la soberanía del derecho»: lo único que plantea un
problema es que la remuneración de los servicios sea fijada por la autoridad. 93
Se entiende ahora que, en su versión hayekiana, el neoliberalismo no sólo
no excluye, sino que reclama la intervención del gobierno. Porque la concepción, que en él prevalece, de la ley como <<regla del juego econónlico»
detennina necesariamente lo que Foucault ilan1a un «crecirniento de la demanda judicial, que se deberá practicar como arbitraje en el tnarco de las
reglas deljuego». 94 Hay que tomar la medida de lo que supone la transformación que se ha producido con respecto a lo judicial en el pensamiento del
liberalismo clásico. En el siglo XVIII, la idea de la primacía de la ley suponía
necesariamente una «reducción de lo judicial o lo jurispn1dencial»; en principio, lo judicial se dedicaba a la aplicación pura y simple de la ley, lo cual
explica en gran parte que el Segundo Tratado no diga nada del poder judicial,
junto a los poderes legislativo, ejecutivo y federativo. 95 Pero ahora, al no ser
la ley nada más que «regla de juego para un juego cuyo amo es cada cual, para
sí y por su parte», lo judicial adquiere <<una nueva autonomía y una nueva
importancia». 96 Porque en este <~juego de catalaxia», el verdadero s~jeto económico es la empresa misma. Cuanto más se anima a ésta a que haga su
92. F. Hayek, La Constítutíon de la liberté, op. cit., pág. 232. Desde Aristóteles, la expresión
•.9usticia conmutativa» designa la justicia en los intercambios.
93. F. Hayek, Droit, légíslation et liberté, op. cit., pág. 105.
94. M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 180 (la cursiva es nuestra).
95. La preocupación fundamental para Locke, en efecto, reside en el fundamento de la ley
Y en que el poder legislativo se ajuste a los límites que le impone el mismo hecho de que su
función es instituida por la comunidad, por lo que no se deriva directamente de los derechos
i~dividuales. Los legisladores tienen el poder de hacer leyes por delegación del pueblo, mediante una «concesión positiva», de tal modo que la comunidad es siempre el poder supremo.
En este sentido, se entiende la hostilidad de Locke contra la multiplicación de las leyes, así
como contra el sistema de la Common Law, que según él conduce a una acumulación incoherente de legislaciones, derivadas de la costumbre. En definitiva, las leyes no tienen otro fin,
en última instancia, más que el bien del pueblo, con lo que el acento no recae precisamente
sobre el derecho privado (véase .John Locke, Second Traíté, op. cit., págs. 103 y 109).
96. M. Foucault, NBP, op. cit.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL ESTADO, FUERTE GUARDIÁN DEL DERECHO PRIVADO
183
182
juego corno considere en el marco de las reglas fom1ales, más se fúa por sí
misma libretnente sus propios objetivos, dando por supuesto que no hay
ningún fin común intpuesto y que la etnpresa nilsn1a c~ns~ituye u~a «organización>> (en el sentido técnico que Hayek da a este termtno). Ast, cuanto
nlás se rnultipliquen las oportunidades de conflicto y de litigio entre los. sujetos económicos, rnás crecerá la dernanda de arbitraje por par~~ de las .u~s­
tancias jurídicas; dicho de otra manera, cuanto rnás recula la acoon adnumstrativa, más campo de intervención gana la acción judicial.
.
Sen1ejante autonomización de lo judicial no es en absoluto un acodente,
forrna sistema con otras modificaciones igualmente irnportantes respecto del
liberalismo clásico. En últirno análisis, se pueden destacar tres n1odificaciones
principales. La prirnera consiste en hacer de las relaciones económicas internas del juego del rnercado el fundarnento de «la sociedad entera». La segunda
consiste en sustraer la annadura jurídica constitutiva de dicho orden a la alterr1ativa entre el derecho natural y la creación deliberada: las reglas jurídicas
se identifican con las reglas del derecho privado y penal (particulannente, las
del derecho comercial), surgidas de un proceso inconsciente de selección.
Este segundo deslizarniento ya perrnite trazar, en negativo, el ideal de. una
«sociedad de derecho privado», del que nada pemute decir que fuese eltdeal
del liberalismo clásico. La tercera rnodificación corona a las otras dos y representa la culnilnación de toda esta doctrina: el Estado debe aplicarse a sí rnisrno las reglas del derecho privado, lo cual significa no sólo que tiene que
considerarse igual que cualquier persona privada, sino que debe imponerse
en su propia actividad legislativa la pronmlgación de leyes fieles a la lógica de
ese tnísn1o derecho privado. Todo ello queda lejos, muy lejos, de una simple
«reafirmación» delliberalistno clásico.
El Estado fuerte, mejor que la democracia
Finalmente, Hayek está rrmy lejos de la «rehabilitación dellaissez:fclire» con la
que demasiado a menudo se quiere definir elneoliberalismo. Por ot~a parte,
Havek
considera la doctrina dellaíssez:faíre como profundamente aJena a la
J
tesis de los «econorrilstas clásicos ingleses» en los que se reconoce:
De hecho su tesis nunca se dirigió contra el Estado como tal, ni se acercó al
anarquismo -que es la conclusión lógica de la doctrina racionalista dellaissez:fclire; fue
una tesis que tenía en cuenta, al mismo tiempo, funciones propias del Estado y
límites de su acción. 97
O sea, que para él no se trata de suscribir la concepción libertaria del «Estado núnüno» defendida por Robert Nozick, de acuerdo con la cual una
agencia de seguridad que consiguiera otorgarse eln1onopolio de la fuerza al
término de un proceso de competencia, haría perfectan1ente las veces de
Estado, ni tampoco otras posiciones también radicales como el anarco-capitalisrrlO (David Friedman), partidario de una privatización de todas las funciones atribuidas al Estado por el liberalismo clásico (ejército, policía, justicia, educación).
Pero muy en contra de la representación que él misn1o da de su relación
con el liberalismo clásico, Hayek no es un simple «continuador» que se limite a devolver su vigor a las tesis de esa corriente. Su insistencia en los derechos de los individuos no autoriza en absoluto hacer de él un heredero de
Locke, del rrilsn1o rr10do que el constructivismo asumido por el ordoliberalisrno alernán no pemilte ver en él a un heredero de Bentham. Lo que separa a Hayek de Locke respecto de la cuestión esencial de la función del poder
político no consiste en unos pequeños ajustes sin consecuencias. En realidad,
lo que está en juego es un profiutdo cuestionanuento de la democracia liberal.
N o hay rnás que torr1ar tres de las nociones clave que le permiten a Locke
definir el <<gobierno linutado» (el <<bien común», el legislativo como poder
supretno, el consentimiento de la mayoría del pueblo) para convencerse de
que se trata, ciertarnente, de una tuptura. En prin1er lugar, como se ha visto
más arriba, Locke hace del «bien comÚn>> o «bien del pueblo», positivamente
definido, el fin al que debe ajustarse toda la actividad gubernamental. Hayek,
por su parte, vacía la noción de «bien común» de todo contenido positivo
asignable: a falta de corresponder a un «fin», el «bien cornún» se reduce al
«orden abstracto del conjunto», hecho posible por las «reglas de conducta
justa», lo cual equivale exactarnente a hacer consistir el «bien con1Ún» en un
simple «medio», ya que dicho orden abstracto sólo vale con1o «medio que
facilita la persecución de una gran diversidad de intenciones individuales». 98
En segundo lugar, como también se ha visto, Locke considera el poder
legislativo como «poder supremo» del gobierno, lo cual se debe entender en
97. F. Hayek, La Constitution de la liberté, op. cit., pág. 59 (la cursiva es nuestra).
98. F. Hayek, Droit, législation et liberté, vol. 2, op. cit., pág. 6.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
184
un sentido fuerte: le corresponde verdaderamente hacer leyes, algo que no se
puede reducir a convalidar las variaciones de la <<costumbre». Por su parte,
Hayek denuncia sin cesar la confusión entre gobierno y legislación, entre
elaboración de los decretos y reglamentos particulares, por un lado, y ratificación de las leyes o «reglas generales de conducta», por otro lado, y esto le
lleva a atribuir estas dos funciones respectivarnente a dos asarnbleas diferentes. A la asamblea gubernamental, el poder ejecutivo; a la asamblea legislativa, el poder de determinar las nuevas reglas generales. Esta últin1a asamblea
escapa a todo control democrático: los nomotetas serían hornbres maduros (de
45 años como mínimo), elegidos por electores de la misma edad para un
período de quince años. Para evitar el ernpleo de la palabra «den1ocracia»,
«mancillada por un abuso prolongado», Hayek fo~ja el ténnino «demarquía>>. 99
En tercer lugar, y ahí está el fondo del problema, Locke hace del consentimiento de la mayoría del pueblo la regla que obliga a todos los rniembros
del cuerpo político. Llega a sostener, incluso, que <<subsiste siempre en el pueblo un poder supremo de destituir o de cambiar al legislativo cuando se percata de
que éste actúa en contradicción con la misión que le fue confiada». 10° Contrarianlente a esto, Hayek se niega a otorgar a la mayoría del pueblo un poder
absoluto para obligar a todos sus miernbros. En su opinión, el contenido del
concepto «soberanía popular» 101 es que la regla mayoritaria no es limitada ni
limitable; este concepto tiene la fi1nción de legitimar una «democracia ilimitada», siempre susceptible de degenerar en «democracia totalitaria». Esto significa que la democracia no es un fin en sí misma, sino un medio que carece
de valor como método de selección de los dirigentes. De modo que Hayek
tuvo el mérito de ser franco cuando declaró a un diario chileno, bajo la die99. Ibid., pág. 48. Mientras que la «democracia» puede generar una coerción ejercida por
la mayoría sobre la minoría, la «demarquía» no concede ningún poder de obligar a la voluntad del mayor número, salvo con la condición de que la mayoría se comprometa a seguir la
regla general.
100. J. Locke, Second Traité du gouvemement, op. cit., pág. 108. En Locke, en efecto, el
acto de establecer al poder legislativo como poder supremo es inseparable del nilsmo acto de
constitución de la república (civitas o commonwealth). En virtud de dicho acto, cada hombre
entrega los dos poderes de los que dispone en la naturaleza, tanto el de hacer aquello que
estima necesario para su propia preservación, como el de castigar a cualquiera que transgreda
la ley de la naturaleza. La obligación que cada cual contrae para con todos los demás equivale al compromiso de someterse, en adelante, a las decisiones de la mayoría, ya que sólo el
«consentimiento de la mayoría» puede dar a una comurildad la fuerza de actuar en una úrilca
dirección (véase op. cit., pág. 71).
101. F. Hayek, La Constitution de la liberté, op. cit., pág. 104.
tadura de Pinochet, exactan1ente en 1981: <<Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo
liberalismo esté ausente». 102 Esta crítica de la «soberanía popular» y de la «detnocracia ilimitada» responde a una preocupación fundamental: se trata, en
últüno análisis, de sustraer las reglas del derecho privado (el de la propiedad
y el intercan1bio nrercantil) a toda especie de control ejercido por una «voluntad colectiva». Resulta muy lógico, si recordarr1os qué implica el ideal de
una «sociedad de derecho privado»: un Estado que adopta por principio sorrteter su acción a las reglas del derecho privado no puede correr el riesgo de
una discusión pública sobre el valor de dichas normas, a fortiori no puede
aceptar remitirse a la voluntad del pueblo para decidir a este respecto.
¿Cómo valorar la contribución propia de Hayek a la elaboración del neoliberalismo? Está fuera de duda que su influencia intelectual y política fue
detenninante a partir de la fi1ndación de la Sociedad de Mont-Pelerin (1947).
Nmnerosas proposiciones políticas formuladas en la tercera parte de La constitución de la libertad, en particular las que tienen como objetivo cornbatir la
«coerción» ejercida por los sindicatos, inspiraron directamente los programas
respectivos de Thatcher y Reagan. 103 Por otra parte, si adoptamos como criterio, no ya la influencia política directa, sino la contribución a la instauración de la racionalidad neo liberal (en el sentido de M. Foucault), se impone
una reevaluación. Sin duda, Hayek dio una amplitud inédita a temas que
pertenecían ya al fondo doctrinal de origen (el que instauraron L. Rougier y
W. Lippmann al destacar la importancia de las reglas jurídicas y la necesidad
de un «Estado fuerte liberal»). A él hay que reconocerle, igualmente, y quizás
sobre todo, que profundizó en la idea planteada por F. Bohm de un gobierno guardián del derecho privado, hasta llegar a darle el significado explícito
de una aplicación de tal derecho al propio gobierno. Finalmente, hay que
reconocerle, en el orden de la teoría econótnica, la elaboración de la noción
102. Citado por Stéphane Longuet, Hayek et l'École autrichienne, Nathan, París, 1998, pág.
175. El texto de la entrevista de abril de 1981 en el diario El Mercurio, tal como lo publica el
Instituto Hayek, dice exactamente: «As you will understand, it is possible for a dictator to
govem in a liberal way. And it is also possible for a democracy to govem with a totallack of
liberalism. Personally 1 prefer a liberal dictator to democratic govemment lacking liberalism.»
103. Margaret Thatcher declaró el 5 de enero de 1981 en la Cámara de los Comunes: «Soy
una gran admiradora del profesor Hayek. Estaría bien que los honorables miembros de esta
Cámara leyeran algunos de sus libros: La Constitución de la libertad, los tres volúmenes de Derecho, legisladón y libertad» (Citado por G. Dostaler, Le Libéralisme de Hayek, op. cit., pág. 24).
186
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
de «división del conocimiento». Pero, en lo referente a la cuestión decisiva de la construcción del orden del mercado, forzoso es reconocer que lo que hoy
tiende a prevalecer en la práctica del neoliberalismo es un procedimiento
constructivista, muy alejado del evolucionismo cultural hayekiano.
Parte 111
La nueva racionalidad
6
El giro decisivo
Los años 1980 estuvieron tnarcados en Occidente por el triunfo de una política que ha sido calificada a la vez como <<conservadora» y «neoliberal». Los
nombres de R .. Reagan y M. Thatcher simbolizan esta ruptura con el «welfaristno» de la socialdemocracia y la instauración de nuevas políticas que se
suponían capaces de superar la inflación galopante, el descenso de los beneficios y la ralentización del crecimiento. Los eslóganes, 3_ menudo simplistas,
de esa nueva derecha occidental son conocidos: las sociedades pagan demasiados impuestos, están demasiado reglatnentadas, sometidas a las presiones
múltiples de los sindicatos, de las corporaciones egoístas, de los funcionarios.
La política conservadora y neoliberal pareció ser, sobre todo, una respuesta
política a la crisis al mismo tiempo econótnica y social del régin1en llamado «fordista» de acumulación del capital. Aquellos gobiernos conservadores
cuestionaron profundamente la regulación keynesiana macroeconónúca, la
propiedad pública de las empresas, el sistema fiscal progresivo, la protección
social, la restricción del sector privado por reglamentaciones estrictas, especialmente en materia de derecho del trabajo y representación de los asalariados. La política de la den1anda destinada a sostener el crecimiento y a alcanzar
el pleno empleo fue el blanco principal de aquellos gobiernos, para los cuales
la inflación se había convertido en el problema prioritario. 1
1. Para tener una visión sintética de estas políticas, basta con considerar el manifiesto del
partido conservador inglés de 1979 que coincidió con la elección de M. Thatcher. Su programa preveía el control de la inflación, la disminución del poder de los sindicatos, la restan-·
ración de los incentivos al trabajo y al enriquecimiento, el refuerzo del Parlamento Y de la
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
190
Pero ¿es acaso suficiente relacionar con deterrninada coyuntura histórica
las políticas neoliberales para comprender su naturaleza y situar las relaciones
que mantienen con los esfuerzos de refundación teórica del liberalismo?
¿Cómo explicar la pennanencia de estas políticas durante varios decenios? Y,
sobre todo, ¿cón1o dar cuenta del hecho de que algunas de estas políticas
hayan podido ser llevadas a cabo tanto por la «nueva derecha» 2 como por la
«izquierda moderna»?
En realidad, estas nuevas tonnas políticas in1plican un cambio mucho más
importante que una simple restauración del «puro» capitalisn10 de antaño y del
liberalismo tradicional. Su característica principal es que rnodifican radicaln1ente el modo de ejercicio del poder gubernamental, así con1o las referencias
doctrinales, en el contexto de un ca111bio de las reglas de funcionanuento del
capitalismo. Ponen de manifiesto una subordinación a cierto tipo de racionalidad política y social atticulada con la mundialización y la financierización del
capitalismo. En una palabra, si hay un «giro decisivo», es porque se instaura una
nueva lógica norrnativa capaz de integrar y de reorientar de forrna duradera
políticas y cornportamientos en una nueva dirección. Andrew Garnble resurnió este nuevo curso de las cosas con la fórrnula: «Econon1Ía libre, Estado
fuerte». Esta expresión tiene el n1érito de destacar que no nos enfrentarnos a
una simple retirada del Estado, sino a un nuevo cornpronúso político del Estado sobre nuevas bases, con nuevos métodos y nuevos objetivos. ¿Qué significa
exactan1ente esta formula? Con toda naturalidad se puede ver en ella el contenido que las corrientes conservadoras quieren darle: el papel reforzado de la
defensa nacional contra los enemigos exteriores, de la policía contra los enenugos interiores y, más generahnente, controles sobre la población, sin olvidar la
voluntad de restaurar la autoridad establecida, instituciones y valores tradicionales y, en particular, «familiares». Pero hay algo más que esta línea de defensa
del orden instituido, bastante conservadora clásica1nente.
En este punto preciso los malentendidos persisten. Algunos autores han
querido ver en las políticas sociales instauradas por la nueva derecha y por
ley, la ayuda a la vida familiar mediante una política más eficaz de los servicios sociales, el
refi.1erzo de la defensa. Véase A. GambJe, Tlie Free Econo111y and thc Strong State. The Politics o{
Thatclzcrism, Duke University Press, Durham, 1988.
2. La expresión «nueva derecha» es la traducción de la expresión inglesa new r(glzt, que
designa precisamente a las formaciones políticas, las asociaciones y los medios de comunicación que sostuvieron el discurso neoliberal y conservador desde los aí1os 1980. No debe establecerse ningún parentesco con lo que recibió este mismo nombre en Francia.
EL
GIRO DECISIVO
191
la izquierda tnoderna tan solo un «retorno deltnercado». Y recuerdan, con
razón, que este tipo de políticas siempre se han apoyado en la idea de que
para que los n1ercados funcionen bien, hay que reducir los impuestos, disminuir el gasto público, llegando a linlitar su evolución rnediante reglas
constitucionales, transferir al sector privado las ernpresas públicas, restringir
la protección social, privilegiar las «soluciones individuales» frente a los
riesgos, controlar el crecirniento de la nusa n1onetaria para reducir la inflación, disponer de una moneda fuerte y estable, desregular los tnercados, en
particular el del trabajo. En el fondo, si el «compron1iso socialdemócrata»
era sinónirno de intervencionismo estatal, por su parte el «cornprorniso
neoliberal» era sinónimo de libre rnercado. Lo que ha pasado rnás desapercibido es el carácter disciplinario de esta nueva política, que da al gobierno
un papel de guardián vigilante de reglas jurídicas, n1onetarias, conlportamentales, atribuyéndole la función oficial de controlador de las reglas de
cornpetencia en el rnarco de una colusión oficiosa con grandes oligopolios, y quizás aún tnás, asignándole el objetivo de crear situaciones de
mercado y fonnar individuos adaptados a las lógicas del mercado. En otros
términos, la atención exclusiva que se presta a la ideología del laissez-jcúre
desvió la atención del examen de las prácticas y los dispositivos estimulados o directatnente instaurados por los gobiernos. En consecuencia, lo que
fue paradójicamente descuidado en la crítica «antiliberal» estándar es la
din1ensión estratégica de las políticas neoliberales, puesto que dicha din1ensión está articulada, de entrada, con una racionalidad global que ha
pasado desapercibida.
¿Qué entender exactamente por «estrategia>>? En su sentido nlás con-iente, el térrnino designa la «elección de los 1nedios etnpleados para alcanzar un
fin». 3 Es innegable que el giro de los años 1970-1980 rnovilizó todo un abanico de rnedios para alcanzar en el plazo más breve ciertos objetivos bien
determinados (desmantelamiento del Estado social, privatización de las empresas públicas, etcétera). Con todo fundarnento se puede hablar, por lo
tanto, de una «estrategia neoliberal»: por ello entenderen1os el conjunto de
los discursos, las prácticas, los dispositivos de poder destinados a instaurar
nuevas condiciones políticas, a n1odificar las reglas de funcionanuento econórnico, a transfornur las relaciones sociales de manera que se in1pongan
3. Hubert Dreyft1s y Paul Rabinow, Jvlichel Foucault. Un parcours philosophique, Gallimard,
París, 1984, págs. 318-319.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GIRO DECISIVO
192
tales objetivos. Sin etnbargo, por legítimo que sea, este uso del término «estrategia>> podría dar a entender que el objetivo de la competencia generalizada entre empresas, econorrúas y Estados, fue resultado de una larga elaboración a partir de un proyecto nudurado desde mucho tiempo atrás, como si
hubiera sido objeto de una elección racional y controlada de medios puestos
al servicio de los o~jetivos iniciales. De ahí a pensar este giro en ténninos de
«complot», sólo hay un paso que algunos han franqueado enseguida, en particular en la izquierda.
Lo que vemos, más bien, es que el o~jetivo de una nueva regulación por
la cornpetencia no preexistió a la lucha contra el Estado providencia en la
que se implicaron, sucesiva o sin1ultáneamente, círculos intelectuales, grupos
profesionales, fuerzas sociales políticas, a menudo por n1otivos bastante heterogéneos. El vuelco se prod1~jo bajo la presión de ciertas condiciones, sin que
nadie pensara todavía en una nueva regulación a escala mundial. Nuestra
tesis es que este objetivo se constituyó en el curso del propio enfrentarniento,
imponiéndose a fuerzas muy distintas debido a la misma lógica del enfrentamiento, y que a partir de ese mmnento desernpeñó un papel de catalizador
ofreciendo un punto de reagrupamiento para fuerzas hasta entonces relativamente dispersas. Para tratar de dar cuenta de esta emergencia del objetivo a
partir de las condiciones de un enfrentamiento ya iniciado, hay que recurrir
a otro sentido del térrnino «estrategia», un sentido que no la hace derivar de
la voluntad de un estratega o la intención de un sujeto. Esta idea de una «estrategia sin sujeto» o «sin estratega» file elaborada precisamente por M. Foucault:
tomando cmno ejernplo el o~jetivo estratégico de moralización de la clase
obrera en los años 1830, sostiene que aquel objetivo produjo entonces a la burguesía cmno agente de su implementación, lejos de que fuese la clase burguesa, como s~jeto preconstituido, la que concibiera ese objetivo a partir de
una ideología ya elaborada. 4 Lo que se trata de pensar aquí es cierta <<lógica
de las prácticas»: hay de entrada prácticas, a menudo dispares, que ponen en
funcionamiento técnicas de poder (entre ellas, en prin1er lugar, técnicas disciplinarias), y son la multiplicación y la generalización de todas esas técnicas
193
las que, poco a poco, imprimen una dirección global, sin que nadie sea el
instigador de este «avance hacia un fin estratégico». 5
No se puede describir n1ejor la forma en que la competencia se constituyó como nueva nmma mundial a partirde ciertas relaciones entre las fuerzas
sociales y ciertas condiciones económicas, sin haber sido <<elegida» de forma
premeditada por ningún «Estado mayor». Poner de n1anifiesto la dimensión
estratégica de las políticas neoliberales es, por lo tanto, no sólo evidenciar en
qué corresponden a la elección de determinados n1edios (de acuerdo con el
primer sentido del término «estrategia»), sino también evidenciar el carácter
estratégico (en el segundo sentido del mismo témuno) del objetivo de la
cmnpetencia generalizada que pennitió dar a todos esos n1edios una coherencia global.
En este capítulo, nos proponernos examinar sucesivan1ente los cuatro
puntos siguientes. El pri1nero se refiere a la relación de apoyo recíproco en virtud
del cual las políticas neoliberales y las transformaciones del capitalismo se
respaldaron unas a otras para producir lo que hen1os llamado el «giro decisivo». Pero ese giro no se debió solamente a la crisis del capitalismo, ni se
produjo de golpe. Fue precedido y acompañado por una lucha ideológica, que
consistió sobre todo en una crítica sistemática y duradera del Estado providencia por ensayistas y hornbres políticos. Esta ofensiva alimentó directamente la acción de determinados gobiernos y contribuyó en gran rnedida a
legitimar la nueva norma cuando ésta finalmente ernergió. Éste es el segundo
punto. Pero no bastó con la conversión de los espíritus; fue preciso conseguir
una transformación de los comportamientos. Ésta fue, en lo esencial, obra de
técnicas y dispositivos de disciplina, o sea, sistemas de coacción, tanto económicos cmno sociales, cuya función fue obligar a los individuos a gobernarse
bajo la presión de la cornpetición, de acuerdo con los principios del cálculo
maxin1izador y en una lógica de valorización de capital. Es el tercer punto.
La progresiva extensión de estos sisternas disciplinarios, así con1o su codificación institucional, condujeron finalmente a la instauración de una racionalidad
general, una especie de nuevo régirnen de evidencias que se ünpone a los
gobernantes de toda clase con1o único n1arco de inteligibilidad de las conductas humanas.
4. «Le jeu de Michel Foucault», (entrevista con D. Colas, A. Grosrichard, G. Le Gaufey,
.J. Livi, G. Miller,J. Miller, J.-A. Miller, C Millot, G. Wajeman), Ornirar?, Bulletin Péríodique
du champ.freudien, no 10, juÜo de 1977, págs. 62-93. Incluido en M. Foucault, Dits et Écrits,
tomo III, texto no 206. Mencionado en H. Dreyfus y P. Rabinow, Jvlichel Foucault, op. cít.,
págs. 306-307.
5. H. Dreytus y P. Rabinow, Mirhel Foucault, <p. cit., págs. 268-269.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
194
u·na nueva regulación mediante la competencia6
Hay dos formas de errar en cuanto al sentido del «giro decisivo». La primera consiste en hacerlo proceder exclusivamente de transformaciones económicas internas al sisterna capitalista. De este modo se aísla artificialmente la
din1ensión de reacción-adaptación a una situación de crisis. La segunda consiste
en ver en la «revolución neoliberal>> la aplicación deliberada y concertada de
una teoría económica, destacando, como se hace a menudo, la de Milton
Friedtnan. 7 Entonces, lo que se sobrevalora es la dimensión de revancha ideológica. En efecto, la instauración de la norrna mundial de la competencia se
operó mediante el entronque de un proyecto político en una dinámica endógena, al n1isn1o tietnpo tecnológica, con1ercial y productiva. En esta sección
y en la siguiente, quisiéran1os poner de relieve los principales aspectos de esta
dinámica, reservando el exatnen específico de la segunda dimensión a las
secciones ulteriores, consagradas a la ideología y a la disciplina.
El prograrna político de M. Thatcher y de R. Reagan, copiado luego por
gran núrnero de gobiernos y adoptado por organizaciones internacionales
corno el FMI o el Banco Mundial, se presenta de entrada corno un conjunto
de respuestas a una situación que se consideraba «irnposible de adrninistrar».
Esta dünensión propiamente reactiva es perfectarnente manifiesta en el informe de la Comisión Trilateral8 titulado The Crisis cif Democracy, documento
clave que da testin1onio de la conciencia de la «ingobernabilidad» de las democracias, compartida por n1uchos dirigentes de los países capitalistas. 9 Los
expertos invitados a forrnular su diagnóstico en 1975 constataban que los
gobernantes se habían vuelto incapaces de gobernar debido a la excesiva im~
6. El contenido de esta sección retoma en parte una exposición llevada a cabo por El
Mouhoub Mouhoud y Dominique Plihon en el seminario «Question Marx». Ha sido revisado por entero con ocasión de la presente publicación por los autores, con la ayuda de El
Mouhoub Mouhoud.
7. Este aspecto se destaca de un modo muy unilateral en la obra de Naomi Klein, La
Doctrina del slzock. El ascenso del capitalismo del desastre, Paidós, 2010.
8. La Comisión Ttilateral, fi.mdada en 1973 por David Rockefeller, agmpa, como dice
su documento fundacional, a doscientos «ciudadanos distinguidos», o sea, miembros muy
selectos de la élite política y económica mundial provenientes de la <<tríada» (Estados Unidos,
Europa, Japón), dedicados a «desarrollar proposiciones prácticas para una acción cor~unta.
9. M. Crozier, S. Huntington y J. Watanuki, Tlze Crisis ofDemocracy: Report on the Governability cif Democracies to the Trilateral Commission, New York University Press, Nueva York,
1975.
EL
GIRO DECISIVO
195
plicación de los gobernados en la vida política y social. A la inversa que
Tocqueville o Mili, que deploraban la apatía de los tnodernos, los tres redactores de la Cornisión Trilateral, Michel Crozier, San1uel Huntington y Joji
Watanuki, se quejaban del «exceso de detnocracia» surgido en los años 1960,
o sea, a su modo de ver, el ascenso de las reivindicaciones igualitarias y el
deseo de participación política activa de las clases más pobres y rnás marginalizadas. Según ellos, la detnocracia política sólo puede funcionar norn1almente con cierto grado de «apatía y de no-participación por parte de ciertos individuos y ciertos grupos». 10 Retomando los temas clásicos de los prin1eros
teóricos neoliberales, llegaban a reclamar que se reconociera que «hay un límite deseable para la extensión indefinida de la den1ocracia política». 11
Esta llamada a poner «límites a las reivindicaciones» traducía a su rnanera
la entrada en crisis de la antigua norrna fordista. Esta últinta conjugaba los
principios del taylorisnto con reglas de reparto del valor añadido favorables
a un alza regular de los salarios reales (indexados en función de los precios y
las ganancias de productividad). Esta articulación de la producción con el
consumo de masas se apoyaba, además, en el carácter relativamente autocentrado12 de ese n10delo de crecirniento que garantizaba cierta «solidaridad>> macroeconómica entre el salario y las ganancias. Las características de
la demanda (poca diferenciación de los productos, elasticidad elevada de la
demanda en relación a los precios, 13 progresión de los beneficios) correspondían a la satisfacción progresiva de las necesidades de los hogares en
forrna de bienes de consun1o y equipamiento. De este n10do el crecüniento
sostenido de los beneficios, asegurado por el aun1ento de los incren1entos en
productividad, permitía que la producción masiva fluyera hacia mercados
esencialrnente domésticos. Sectores industriales poco expuestos a la cornpetencia internacional desen1peñaban un papel rnotor en el crecimiento. La
organización de la actividad productiva se basaba en una división del trabajo muy elevada, una aut01natización incren1entada pero rígida, un ciclo de
producción/ consumo largo, que perrnitían obtener econonúas de escala so10. !bid., pág. 114.
11. !bid., pág. 115, citado por Serge Halimi, Le Gmnd Bond en arriere, Fayard, París, 2004,
pág. 249.
12. El término permite definir un circuito macroeconórnico centrado en la base territorial del Estado-nación.
13. La flexibilidad-precio de la denuncia designa en el lenguaje económico la sensibilidad
de la demanda a la variación de los precios.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GIRO DECISIVO
196
bre bases nacionales e incluso internacionales, ya vinculadas éstas últimas a
la deslocalización masiva de segmentos de ensamblamiento en los países
asiáticos. Se comprende que tales condiciones harían posibles, en el plano
político y social, equilibrios y ~justes que articulaban hasta cierto punto la
valorización del capital con un aumento de los salarios reales (lo que se llegó
a llatnar «compromiso socialdemócrata»).
Pero al final de los años 1960, el modelo «virtuoso» del crecüniento fordista tropieza con lÍlnites endógenos. Las en1presas experitnentan entonces
un descenso muy sensible de sus tasas de beneficio. 14 Esta caída de la «rentabilidad» se explica por el enlentecimiento en los incren1entos de productividad, debido a la relación de fi1erzas sociales y la combatividad de los asalariados (lo que da a los «años 68» su característica histórica), debido a la fuerte
inflación amplificada por las dos crisis petrolíferas de 1973 y 1979. La estanflación pareció firmar el acto de defunción del arte keynesiano de «pilotar la
coyuntura», que suponía el arbitraje entre la inflación y la recesión. La
coexistencia de an1bos fenótnenos, altas tasas de inflación y de paro, parecía
desacreditar los instrmnentos de la política económica, en particular, la
acción benéfica del gasto público sobre el nivel de la demanda y el nivel de
actividad -en consecuencia, sobre el nivel de empleo.
La desregulación del sistema internacional instaurado tras la Segunda
Guerra Mundial constituirá, al mismo tiempo, un factor suplementario de
crisis. La flotación general de las monedas a partir de 1973 abre la vía a una
mayor influencia de los mercados sobre las políticas económicas y, en un
contexto nuevo, la apertura creciente de las economías socava las bases del
circuito autocentrado «producción-beneficios-demanda».
La nueva política monetarista se esfuerza precisarnente por responder a
los dos problernas principales que constituían la estanflación y el poder de
presión ejercido por las organizaciones de asalariados. Rompiendo la indexación de los salarios en fi1nción de los precios, se trató de transferir la sangría
producida por las dos crisis petrolíferas al poder de cmnpra de los asalariados
en beneficio de las empresas. Los dos t::jes principales del vuelco de la política económica fueron la lucha contra la inflación galopante y la restauración
de los beneficios a finales de los años 1970. El aumento brutal de las tasas de
interés, a costa de una severa recesión y un aumento del paro, pemútió lanzar
14. Véase Gérard Duménil y Daniel Lévy, Crise et sortie de crise, ordre et désordres ttéolibéraux, PUF, París, 2000.
197
rápidan1ente una serie de ofensivas contra el poder sindical, recortar los gastos sociales al mismo tiempo que los in1puestos y favorecer la desregulación.
Los propios gobietnos de izquierdas se convirtieron a esta política monetarista a comienzos de los años 1980, como lo pone de 1nanifiesto de un rnodo
ejemplar el caso de FranciaY
Mediante otro «CÍrculo virtuoso», esta alza de las tasas de interés desetnbocó en la crisis de la deuda de los países latinoamericanos -en especial
México- en 1982, lo cual supuso la oportunidad para el FMI de in1poner,
a cambio de la negociación de las condiciones de reen1bolso, planes de ajuste estn1ctural que suponían profundas reformas. La multiplicación por dos de
las tasas de interés norteamericanas en 1979 y sus consecuencias, tanto internas como externas, volverán a dar a los acreedores más poder sobre los deudores, de modo que podrán exigir de ellos una ren1uneración real más elevada imponiéndoles al mismo tietnpo condiciones sociales y políticas muy
desfavorables. 16 Esta disciplina monetaria y presupuestaria se convierte en la
nueva nonna de las políticas anti-inflacionistas en el conjunto de los países de
la OCDE y los países de Sur que dependen de los créditos del Banco Mundial y el apoyo del FMI.
De este modo, una nueva orientación fue tornando cuerpo progresivamente en dispositivos y mecanismos económicos que modificaron profundamente las «reglas del juego» entre los diferentes capitalismos nacionales y
entre las clases sociales en el interior de cada uno de estos espacios nacionales.
Las más famosas de entre las medidas adoptadas son la gran ola de privatizaciones de las empresas públicas (la mayoría de las veces a precio de saldo) y el
movimiento general de desregulación de la econonúa. La idea directiva de esta
orientación es que la libertad dada a los actores privados, que se benefician
de un mejor conocinliento del estado de los asuntos y de su propio interés,
es siempre más eficaz que la intervención directa o la regulación pública.
Mientras que el orden econónúco keynesiano y fordista se basaba en la idea
de que la competencia entre empresas y entre economías capitalistas debía de
estar enmarcada dentro de reglas fljas comunes en materia de tasas de cambio, políticas comerciales y reparto de beneficios, la nueva norma neoliberal
--
15. Con el vir~je a una política de rigor monetarista llevado a cabo por el gobierno Delors en 1983.
16. Véase Dominique Plihon, Le Nou¡;eau Capitalisme, La Découverte, «Reperes», París,
2003.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
198
instaurada a finales de los años 1980 erige la competencia en regla suprerna y
universal del gobierno.
Este sisterna de reglas ha definido lo que podrían1os llamar un sistema
disciplinario mundial. Corno mostraremos más adelante, la elaboración de
este sistema representa la culrninación de un proceso de experin1entación
de los dispositivos disciplinarios puesto a punto desde los años 1970 por los
gobiernos que se habían sun1ado al dogma del monetarisrno. Encontró su
fonnulación más condensada en lo que John Williamson llan1Ó el «consenso de Washington». Dicho consenso se estableció en la cornunidad financiera internacional cmno un conjunto de prescripciones que deben seguir
todos los países para obtener préstan1os y ayudas. 17
Las organizaciones internacionales dese1npeñaron un papel n1uy activo
en la difi1sión de esta norn1a. El FMI y el Banco Mundial vieron con1o el
sentido de su 1nisión se transformó radicaln1ente en los a1'1os 1980, bajo la
influencia de la adhesión rápida y progresiva de los gobiernos de los países
n1ás poderosos a la nueva racionalidad gubernamental. La rnayoría de las
econmnías rnás frágiles tuvieron que obedecer a las prescripciones de esos
organisrnos para beneficiarse de sus ayudas o, al menos, para obtener su
«aprobación», con el fin de 1nejorar su imagen ante los acreedores e inversores internacionales. Dani Rodrick, un econonusta de Harvard que trabajó
rnucho con el Banco Mundial, no dudó en hablar a este respecto de una
«hábil estrategia de marketing»: «Se presentó el ajuste estructural con1o un
procedimiento que los países debían en1prender para salvar sus econonúas
de la crisis». 18 En realidad, cmno dernostró Joseph Stiglitz, los resultados de
los planes de ajuste fueron a menudo muy destructivos. Las «terapias de choque» ahogaron el crecimiento con tasas de interés muy elevadas, destruyeron producciones locales exponiéndolas sin precaución a la con1petencia de
los países rnás desarrollados, a menudo agravaron las desigualdades e incre17. Entre las diez prescripciones que constituyen la nueva norma mundial, se encuentran:
la disciplina presupuestaria y fiscal (respeto del equilibrio presupuestario y descenso de las
retenciones obligatorias y tasas de imposición), la liberalización comercial con supresión de
las barreras aduaneras y fijación de tasas de cambio competitivas, apertura a movimientos de
capitales extranjeros, privatización de la econonúa, desregulación e instauración de mercados
de libre competencia, protección de los derechos de propiedad, en particular la propiedad
intelectual de los oligopolios internacionales.
18. Citado por N. Klein, op. cit., pág. 202. Dicho sea de paso, tenemos aquí una ilustración bastante buena del primer sentido del térnúno «estrategia» como elección de los medios
que permiten alcanzar un objetivo deternúnado con anterioridad.
EL
GIRO DECISIVO
199
mentaron la pobreza, reforzaron la inestabilidad económica y social y sometieron esas econornías «abiertas» a la volatilidad de los n1ovirnientos de capitales. La intervención del FMI y del Banco Mundial tenía con10 objetivo
irnponer el n1arco político del Estado de la competencia, o sea, el del Estado
cuya acción, toda ella, tiende a hacer de la cornpetencia la ley de la economía nacional, ya sea esta competencia la de los productores extranjeros o la
de los productores nacionales.
De un modo más general, las políticas seguidas por los gobienws, tanto
del Norte con1o del Sur, consistieron en buscar en el amnento de sus cuotas
respectivas de mercado a nivel nmndialla solución a sus problemas interiores. Esta carrera de la exportación, a la conquista de los mercados extranjeros
y la captación del ahorro, ha creado un contexto de competencia exacerbado
que ha llevado a una «reforma» pem1anente de los sistemas institucionales y
sociales, presentada a las poblaciones con1o una necesidad vital. Las políticas
econórnicas y sociales han integrado todas ellas como dimensión principal
esta <<adaptación>> a la rnundialización, buscando incrementar la reactiviclad de
las empresas, disminuir la presión fiscal sobre los beneficios del capital y los
grupos más favorecidos, disciplinar la mano de obra, bajar los costos del trabajo y aurnentar la productividad.
Los propios Estados se convirtieron en elementos clave de esta cornpetencia exacerbada, tratando ele atraer una parte mayor de las inversiones
extranjeras 1nediante la creación ele las condiciones fiscales y sociales más
favorables a la valorización del capital. De este nwclo, por lo tanto, han
contribuido a la creación de un orden que los somete a nuevas exigencias,
que los lleva a cornprimir los salarios y los gastos públicos, a reducir «derechos adquiridos», que se consideran demasiado costosos, a debilitar los mecanismos de solidaridad, que no entran en la lógica de los seguros privados.
Al misrno tiempo actores y objeto, cada uno ele ellos, ele la competencia
rnundial, constn1ctores y auxiliares del capitalismo financiero, los Estados
están cada vez más sometidos a la ley ele hierro de una dinámica de la munclialización que se les escapa en gran medida. Los dirigentes de los gobiernos
y de los organisrnos internacionales (financieros y comerciales) pueden sostener, pues, que la mundialización es un jatum, rnientras al mismo tiempo
no dejan de obrar continuamente a favor ele la creación de esa supuesta
<<fatalidad».
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GIRO DECISIVO
200
El auge de capitalismo financiero
A nivel n1undial, la difusión de la norma neoliberal encuentra un vehículo
privilegiado en la liberalización financiera y la rnundialización de la tecnología. Un n1ercado único de los capitales se instaura a través de una serie de
reformas de la legislación, las n1ás significativas de las cuales han sido la liberalización con1pleta de los cambios, la privatización del sector bancario, la
liberalización de los mercados financieros, y, a nivel regional, la creación de
la moneda única europea. Esta liberalización política de las finanzas se basa en
una necesidad de financiamiento de la deuda pública que se satisfará recurriendo a los inversores internacionales. En la teoría, está justificada por la
superioridad de la con1petencia entre actores financieros sobre la administración del crédito en lo que se refiere a la financiación de las empresas, las familias y los Estados endeudados. 19 Ha sido facilitada por una revisión progresiva de la política n1onetaria norteatnericana, que abandonó los cánones
estrictos del rnonetarisrr10 doctrinal.
Las finanzas tnundiales han conocido durante cerca de dos decenios una
extensión considerable. El volumen de las transacciones a partir de los años 1980
muestra que el n1ercado financiero se ha autonomizado respecto de la esfera de
la producción y de los intercambios comerciales, incren1entando así la inestabilidad, ya convertida en crónica, de la economía rnundial. 20 Desde que la «globalización>> es anastrada por las finanzas, la mayoría de los países se encuentran
en la in1posibilidad de tomar medidas que vayan contra los intereses de los
dueños de los capitales. Por este motivo no han impedido ni la fom1ación de
las burbujas especulativas ni su estallido. Lo que es n1ás, han llegado a contribuir a su fonnación, como ocurrió en Estados Unidos a partir del año 2000,
rnediante una política n10netaria que se alejó del monetarismo clásico. La unificación del n1ercado mundial del dinero se ha acompañado de una homoge~
neización de los criterios de contabilidad, una unifon1úzación de las exigencias
de rentabilidad, un min1etismo de las estrategias de los oligopolios, las oleadas de compras de etnpresas, fusiones y reestn1cturaciones de las actividades.
El paso del capitalisn1o fordista al capitalismo financiero ha estado nurcado igualn1ente por una modificación sensible de las reglas de control de las
19. Véase D. Plihon, «L'État et les marchés financiers», Les CahiersfranfaÍs, n° 277, 1996.
20. Véase Fran<;ois Chesnais, La Mondíalísatíon .financíere, Genese, cot'lt et enjeux, Syros,
París, 1997.
201
empresas. Con la privatización del sector público, el peso creciente de los
inversores institucionales y el aumento de los capitales extranjeros en la estructura de la propiedad de las en1presas, una de las transforn1aciones principales del capitalistno reside en los OQjetivos que persiguen las empresas bajo
la presión de los accionistas. De hecho, el poder financiero de los propietarios de la empresa ha conseguido de los managers que e:jerzan una presión
continua sobre los asalariados con el fin de acrecentar los dividendos y aumentar los valores bursátiles. De acuerdo con esta lógica, la «creación de
valor accionarial», o sea, la producción de valor en provecho de los accionistas tal como los mercados bursátiles lo detenninan, se convierte en el principal criterio de gestión de los dirigentes. Ello afectará profundatnente a los
comportamientos de las empresas. Éstas desanollan toda clase de tnedios para
aumentar esta «creación de valor» financiero: fusiones-adquisiciones, recentramiento en actividades principales (core business), externalización de determinados segrnentos de la producción, reducción del tamaño de la en1presa. 21
La gobernanza de la empresa (corporate govemance) está directamente ligada
a la voluntad de tomar el control de la gestión de las empresas por parte de
los accionistas. El control llamado «indicial», determinado solan1ente por la
variación del índice bursátil, tiene la finalidad de reducir la autonorrlÍa de la
gestión de los managers, que tienen supuestamente intereses diferentes de los
de los accionistas, incluso opuestos a los suyos. El principal efecto de estas
prácticas de control ha sido hacer del aumento del valor en bolsa el objetivo
con1Ún de los accionistas y los dirigentes. El mercado financiero ha quedado
así constituido corno un agente disciplinador para todos los actores de la empresa, desde el dirigente hasta el asalariado de base: todos deben estar sometidos
al principio de accountability, o sea, la necesidad de «rendir cuentas» y ser evaluados en función de los resultados obtenidos.
El reforzamiento del capitalismo financiero ha tenido otras consecuencias
importantes y, en primer lugar, sociales. La concentración de los beneficios
Y de los patrimonios se ha acelerado con la financierización de la economía.
La deflación salarial en la que se traduce el aumento de poder de los propietarios de capitales les ha perrrútido a estos últimos captar un increrr1ento de
valor imponiendo sus criterios de rendimiento financiero al conjunto de la
esfera productiva y poniendo a todas las fuerzas de trabajo, a escala rnundial,
21. D. Plihon, Le Nouveau Capitalisme, op. cit., pág. 67 y ss.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
202
EL
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en competencia unas con otras. Adernás, esto ha conducido a muchos asalariados a recurrir al endeudamiento, que se volvió más fácil tras el crack monetario del 2000 debido al activisrno rnonetario del Federal Reserve Bank.
Su en1pobrecinúento relativo y a rnenudo absoluto los ha son1etido de este
modo al poder financiero.
En segundo lugar, la relación del sujeto consigo núsmo se ha visto profundamente afectada. Debido a una fiscalidad nlás atractiva, y al estírnulo de
los poderes públicos, el patrimonio financiero e inrnobiliario de rnuchas parejas de nivel n1edio y superior ha aun1entado considerablernente desde los
años 1990. Aunque se está lejos del sueño thatcheriano de poblaciones occidentales hechas de millones de pequeños capitalistas, la lógica del capital financiero ha tenido, sin en1bargo, efectos subjetivos que no se pueden
despreciar. Cada sujeto se ha visto con1pelido a concebirse a sí nlismo y a
comportarse en todas las dünensiones de su existencia corno portador de un
capital que se debe revalorizar: estudios universitarios de pago, constitución
de un ahorro y una jubilación individual, compra de su vivienda, inversiones
a largo plazo en títulos bursátiles, tales son los aspectos de esta «capitalización
de la vida individual» que, a rnedida que ganaba terreno entre los asalariados,
erosionaba más las lógicas de solidaridad. 22
El advenirniento del capitalismo financiero, contrariamente a lo que vaticinaron algunos analistas, no nos ha hecho pasar del capitalisrno orgarúzado del
siglo xrx a un «capitalisnlo desorganizado>>. 23 Más justo es decir que el capitalisrno se ha organizado sobre nuevas bases, cuyo rnecarlisn1o es la instauración
de la cornpetencia generalizada, también en el ámbito de la subjetividad. Lo
que algunos se han cornplacido en llan1ar desregulación, expresión equívoca
que podría dar a pensar que el capitalisrno ya no conoce ninguna fonna de
regulación, es en realidad un nuevo ordenamiento de las actividades econónúcas, de las relaciones sociales, los cornportanlÍentos y las subjetividades.
Nada lo indica rnejor que el papel de los Estados y las organizaciones
econónúcas internacionales en la instauración del nuevo régin1en de acmnulación de predorninio financiero. Hay, en efecto, cierta falsa ingenuidad en
el hecho de deplorar el poder financiero en oposición a la fuerza declinante
de los Estados. El nuevo capitalisrno está profimdamente ligado a la construcción política de un mundo financiero global regido por el principio de la
con1petencia generalizada. En esto, la «puesta en el rnercado» (rnarketizatíon)
de las finanzas es hija de la razón neoliberal. Conviene, por lo tanto, no confundir el efecto con la causa identificando sumariamente neoliberalismo y
capitalisrno financiero.
Desde luego, no todo proviene de la rnano del Estado. Si bien, al principio,
uno de los objetivos de la liberalización de los n1ercados financieros era satisfacer las necesidades crecientes de los déficits públicos, la expansión de las finanzas globales es tarnbién resultado de rnúltiples innovaciones en productos financieros, prácticas y tecnologías que no habían sido previstos en el origen.
Lo que sí es cierto es que fue el Estado el que, en los años 1980, constituyó, 1nediante sus refonnas de liberalización y privatización, un sistema
financiero de rnercado, en vez de una gestión rnás adrninistrada de los financiarnientos bancarios de las empresas y las Ennilias. Recordernos que, desde
los años 1930 a los años 1970, el sistema financiero estaba enrnarcado por
reglas cuyo objetivo era protegerlo de los <;fectos de la competencia. A partir de los
años 1980, las reglas a las que el n1tmdo financiero seguirá estando sometido
carnbian radicalnrente de sentido, ya que se dirigen a reglamentar la competencía general entre todos los actores financieros a escala internacional. 24 Francia
ofrece un buen ejernplo de esta transforn1ación. Los gobiernos franceses
acornetieron la tarea de poner fin a la gestión adnúnistrada del crédito: supresión de su marco de contención, supresión del control de can1bios, privatización de las instituciones bancarias y financieras. Estas medidas pernlÍtieron la creación de un gran rnercado único de los capitales y estimularon
el desarrollo de conglornerados que rnezclaban las actividades de banca, seguros y asesoría. Paralelarnente, la gestión de la deuda pública, en plena
expansión a con1ienzos de los años 1990, fue profundamente modificada
para recurrir a los inversores internacionales, de tal rnanera que, por este
medio, los Estados contribuyeron amplian1ente y de forma directa al auge
22. Véase sobre este punto, R. Martín, The Fínancializatior; cijDaily L{fe, Temple University Press, Philadelphia, 2002. Sobre lo que llamaremos la «subjectivación financiera», véase
ínjra, cap. 9.
23. Scott Lasch y John Urry, The End qf Organized Capitalísm, Polity Press, Cambridge,
1987.
24. Como plantean Dominique Plihon, Hézabel Couppey-Soubeyran y Dhafer Sa'idane,
«entonces, la finalidad de la reglamentación ya no ha sido sustraer la actividad bancaria a la
competencia, sino crear condiciones legales y leales de actividad (leve! playing field)».
D. Plion, J. Couppey-Soubeyran y D. Sa'idane, Les Banques, acteurs de la globalísation financiere,
La Documentation fi:an~aise, París, 2006, pág. 113.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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EL GIRO DECISIVO
205
de las finanzas mundializadas. Por un efecto «boomerang» de su propia acción, el mismo Estado vio como se le obligaba a llevar a cabo de fonna
acelerada su «adaptación» al nuevo reparto financiero internacional. Cuanto
más importantes han sido las transferencias de beneficios a los prestamistas,
por n1edio de los impuestos, 1nás ha sido necesario disnúnuir el número de
funcionarios y reducir sus remuneraciones, y más falta ha hecho transferir al
sector privado segmentos enteros del sector público. Las privatizaciones, así
como el estímulo del ahorro privado, han acabado por dar un poder considerable a los banqueros y los aseguradores.
La ampliación del tamafío de los mercados, su liberalización, la creación
del mercado de los productos derivados, han sido sisten1áticamente estimuladas por los poderes públicos para hacer frente a la competencia de otras
plazas financieras (en particular, de las más poderosas, como Londres y Nueva York). En los Estados Urudos, en los afíos 1990, se asistió a la liberalización completa del sector bancario con la supresión de la Glass-Stagall Act de
1933 y el nacimiento paralelo de grandes conglomerados n1ultifunción (onestop shopping). La titularización de los créditos, iruciada en los Estados Unidos
en los afíos 1970, se benefició de un marco legal en la mayor parte de países
(en Francia en 1988). 25 Finalmente, en un dominio diferente, también le
correspondió al Estado construir el vínculo entre el poder del capital financiero y la gestión de la empresa: dio a las normas de la gobernanza de la
empresa un marco legal26 que consagraba los derechos de los accionistas instaurando un sistema de remuneración de los dirigentes basado en el incrernento de valor de las acciones (stock-options). 27
Esta construcción política del mercado financiero por parte de los gobiernos ha sido continuada y extendida sin cesar por la acción del FMI y el Banco Mundial. Las políticas públicas han ayudado activa y poderosamente a los
«inversores institucionales» a instaurar la nom1a del máximo valor accionarial, a captar flujos de beneficios cada vez más importantes, a alimentar, gracias a las deducciones fiscales, una especulación sin freno. La concentración
de las instituciones financieras, ahora situadas en el centro de los nuevos dis-
positivos económicos, ha pennitido un drenaje masivo del ahorro de las familias y las empresas, consiguiendo al mismo tiempo un control creciente
sobre todas las esferas económicas y sociales. Lo que se llama, pues, «liberalización» de las finanzas, que es nlás propian1ente la construcción de los mercados financieros internacionales, ha engendrado una «criatura» dotada de un
poder al mismo tiempo difi1so, global e incontrolable.
Paradójicamente, este papel activo de los Estados no fue ajeno al tropiezo
que sufrieron las instituciones de crédito a mediados de los afíos 2000. Fue,
ciertamente, la competencia exacerbada entre instituciones de crédito <<Inultifuncionales>>, lo que las llevó a asumir riesgos cada vez mayores para mantener su propia rentabilidad. 28 Asmnir esos riesgos sólo era posible si el Estado
seguía siendo el garante supremo del sistema. El salva1nento de las cajas de
ahorro en los años 1990 en los Estados Unidos puso de tna1úfiesto que el
Estado no podía permanecer indiferente ante el hundimiento de los grandes
bancos, de acuerdo con el principio «too híg to fail». En realidad, el gobierno
neoliberal desen1peí1a desde hace tiempo el papel de prestatnista en última
instancia, como lo muestran claramente en Estados Urudos las prácticas de
compra de créditos a los bancos y su titularizacion. 29 En consecuencia, no hay
que sorprenderse al ver que los gobiernos n1ultiplicm las intervenciones de
«salvamento» de las instituciones bancarias y de las sociedades de seguros
desde el desencadenamiento de la crisis en 2007: estas intervenciones no
hacen sino ilustrar a muy gran escala el principio de «nacionalización de los
riesgos y privatización de las ganancias». Así, el gobierno británico de Gordon Brown nacionalizó cerca del 50% del siste1na bancario, el gobierno
norteamericano recapitalizó los bancos de W all Street por un n1onto de billones de dólares. Contrariatnente a lo que han pretendido ciertos analistas,
no se trata, evidentemente, de «socialistno», ni de una nueva «revolución de
octubre», sino de una extensión forzada y forzosa del papel activo del Estado neoliberal. Constructor, vector y socio del capitalistno financiero, el Estado neoliberal ha franqueado un paso suplernentario convirtiéndose efectivarnente,
aprovechando la crisis, en la institución financiera de última instancia. Ello es
25. !bid., págs. 18-19.
26. Como, en Francia, la «ley sobre las nuevas regulaciones económicas», de mayo de
2001.
27. No hay que olvidar que estas medidas favorables al capitalismo financiero fueron
objeto de un gran consenso entre las élites políticas y económicas. En Francia le correspondió
a un gobierno de izquierdas ponerlas en práctica.
28. Sobre los mecanismos de la crisis financiera, véase Paul Jorion, Vers la crise du capítalisme américaín, La Découverte, París, 2007 y Frédéric Lordon,]usqu'a quand? Pour en.fznír avec
les crises.financieres, Raisons d'agir, París, 2008.
29. Así, los créditos hipotecarios fi.1eron garantizados masivamente en Estados Unidos
por las dos agencias públicas encargadas de los préstamos para vivienda, Fannie Mae Y
Freddie Mac.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
206
tan cierto, que dicho <<salvatnento» puede convertirlo provisionalrr1ente en
un Estado bursátil que con1pra a bajo precio títulos para tratar de revenderlos
más tarde a un precio nlás elevado. La idea según la cual después de una
«retirada del Estado», estarían1os asistiendo a un <<retorno del Estado», debe
ser seriamente cuestionada.
Ideología (1): el «capitalismo libre))
Que semejante ilusión sea tan con1Ún se debe en gran parte a una estrategia
eficaz de conversión de las rnentalidades que adoptó, durante los años 1960
y 1970, la doble fom1a de una lucha ideológica contra el Estado y las políticas
públicas, por un lado, y una apología sin reservas del capitalisrno rr1ás desatado, por otro lado. Toda una vulgata fue elaborada sobre el ten1a del necesario
<<desentendinúento del Estado>> y la incomparable «eficacia de los rnercados».
Así, en algún rrwmento de los años 1980, parecía que se estaba asistiendo al
retorno del mito del mercado autorregulador, a pesar de políticas neoliberales dirigidas a la construcción nlás activa de los tnercados.
Esta conquista política e ideológica fue objeto de numerosos trabajos. Algunos autores desarrollaron una estrategia rrmy consciente de lucha ideológica.
Hayek, von Mises, Stigler o Friedtnan pensaron verdaderamente en la importancia de la propaganda y de la educación, tema que ocupa una parte notable
de sus escritos y de sus intervenciones. Incluso quisieron dar a sus tesis una
forma rnás popular, para que alcanzaran, si no directamente a la opinión, al
rr1enos a quienes la crean, y ello rnuy ten1pranamente, corno lo dernuestra el
éxito mundial de El camino de la servidumbre, de Hayek. Esto explica iguahnente la constitución de los think tanks, el más célebre de los cuales, la Sociedad
de Mont-Pelerin, fundada en 1947 en Vevey, Suiza, por Hayek y Ropke, es
sólo la <<cabeza de red» de un vasto conjunto de asociaciones y círculos militantes en todos los países. La historiografia describe así el n1odo en que los
think tanks, «evangelistas deltnercado», permitieron lanzar un asalto para copar
los grandes partidos de derechas, apoyándose en una prensa dependiente de
los medios financieros; y luego, ganando teneno, cuando las «ideas modernas»
del rnercado y de la mundialización habían conseguido que se retiraran y
acabaran desapareciendo los sistemas ideológicos que se les oponían de un
n1odo más inmediato, la emprendieron con la socialdemocracia.
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GIRO DECISIVO
207
Este aspecto de las cosas es sin duda esencial desde un punto de vista histórico. Fue mediante la fijación y la repetición de los rnismos argurr1entos
corno acabó imponiéndose en todas partes una vulgata, particularrnente en los
medios de comunicación, la universidad y el mundo político. En Estados Unidos, Milton Friedman desernpeñó el papel principal en la rehabilitación del
capitalismo, además de con sus trabajos académicos, mediante una producción excepcional de artículos, libros y ernisiones de televisión. Es el único
economista de su época que haya aparecido en la portada de Time (en 1969).
Perfectamente consciente de la irnportancia de esta propagación de las ideas
procapitalistas, advertía que la mayoría de veces la legislación se lirnitaba a
seguir un movirrúento de la opirúón pública efectuado veinte o treinta años
antes. 30 Así, el giro de la opinión pública contra ellaissez-faire de los años 1880
no se trasladó a las políticas hasta cornienzos del siglo xx. Según Friedman, un
nuevo cambio favorable al capitalismo de la competencia tuvo lugar hacia los
años 1960 y 1970, tras el fracaso de las políticas de regulación keynesianas, de
lucha contra la pobreza y redistribución de los beneficios, debido también al
rechazo creciente del modelo soviético. Según él, la revuelta de los contribuyentes californianos, que se extendió progresivamente por los Estados
Unidos y, rnás allá, por gran número de países occidentales, puso de manifiesto esa nueva aspiración de la población a reducir el gasto público y los
irnpuestos. M. Friedman, consciente de estos ciclos de los efectos retardados
de la opinión sobre la legislación y la política, acierta cuando anuncia en
1981 que se trata de un vuelco fundamental que se traducirá en medidas
gubemarnentales.
N o ha habido país que no haya tenido conocimiento, en su día, de sus
best-sellers alabando la revolución conservadora norteamericana y la vuelta al
mercado, denunciando además con vehemencia los costosos abusos de la
función pública y del «Estado providencia». Esta inmensa ola, portadora de
nuevas evidencias, fue fabricando un nuevo consentimiento, si no de las
poblaciones, al menos de las «élites» en posesión del discurso público, y perrnitió estigrr1atizar corno «arcaicos» a quienes todavía osaban oponerse. 31
30. Véase su conferencia «The invisible hand in economics and politics», Institute of
Southeast Asian Studies, 1981.
31. Por ejemplo, en Estados Unidos, George Gilder, Wealth and Poverty, Bantam Books,
Nueva York, 1981; o, en Francia, Henri Lepage, Demain le capitalisme, Hachette, «Pluriel»,
París, 1978.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GIRO DECISIVO
209
208
No hay que olvidar, de todos modos, que no es la fuerza de las ideas
neoliberales, por sí sola, lo que ha asegurado su hegemonía. Se han ido in1poniendo a partir del debilitanliento de las doctrinas de la izquierda y el
hundinliento de toda alternativa al capitalismo. Sobre todo, se afirmaron en
un contexto de crisis de las fmmas antiguas de regulación de la econonúa
capitalista, en eltnmnento en que la econmnía mundial estaba tocada por las
crisis petrolíferas. Esto es lo que explica que, a diferencia de lo sucedido en
los años 1930, la crisis del capitalismo fm·dista desen1bocara en una situación
favorable, no a menos capitalismo, sino a más capitalismo. El tema principal de
esta guetTa ideológica ha sido la crítica del Estado como fuente de todos los
derroches y freno de la prosperidad.
El éxito ideológico del neoliberalismo fue posibilitado, en prin1er lugar,
por el nuevo crédito concedido a críticas ya n1uy antiguas contra el Estado.
Desde el siglo XIX, el Estado ha inspirado las n1as virulentas diatribas. Frédéric
Bastiat, precediendo a Spencer en este registro, sobresalió en sus Armonías
económicas. Los servicios públicos -escribió- tnantienen la irresponsabilidad, la incornpetencia, la injusticia, el expolio y el inmovilisn1o: «Todo lo
que ha caído en el donlinio del fi1ncionarismo es, poco tnás o menos, estacionario» a falta del aguijón indispensable de la cmnpetencia. 32 No hay sorpresa, por lo tanto: se echa tnano otra vez de temas apenas rejuvenecidos por
un nuevo vocabulario: el Estado es demasiado costoso, desajusta la frágil
máquina de la econonúa, «desincentiva» a los actores en lo que a producir se
refiere. El «costo del Estado» y el peso excesivo del impuesto fueron destacados constanten1ente desde hace treinta años para legitünar un primer viraje
en el plano fiscal. Luego se añadieron otras críticas, adonundo el discurso en
torno a la idea del derroche burocrático: el carácter inflacionista de los gastos
del Estado, dünensión insoportable de la deuda acmnulada, efectos disuasorios de impuestos detnasiado elevados, fi1ga de empresas y de capitalistas
fuera del espacio nacional que se ha vuelto <<no competitivo>> por el peso de
las cargas que recaen sobre los benef1cios del capital. M. Friedman soñaba en
estos términos en una sociedad tnuy poco fiscalizada:
producto nacional. Estamos muy l~jos de esto. Evidentemente, existen otros
criterios, como el grado de protección de la propiedad privada, la presencia de
mercados libres, el respeto de los contratos, etcétera. Pero todo esto se mide finalmente con el peso global del Estado. 1O% era la cifra de Inglaterra en el
apogeo de la reina Victoria, a finales del siglo XIX. En la época de la Edad de Oro
de la colonia, Hong-Kong alcanzaba menos del15%. Todos los datos empíricos
e históricos muestran que 10-15% es el tamaño óptimo. Hoy día, los gobiernos europeos se sitúan en cuatro veces más de media. En Estados Unidos estamos sólo a tres veces.-33
Mi definición sería la siguiente: es «liberal» una sociedad donde los gastos públicos, de todas las colectividades conjuntamente, no superan del 10 al 15% del
Esta argun1entación recupera el tema muy antiguo del «gobierno frugal» que
debe evitar quedarse con riquezas excesivas para no estorbar la actividad de los
agentes econón1icos privándolos de recursos y destn1yendo sus tnotivaciones.
Fue reforzada por los análisis de L. von Mises y F. Hay ek en los años 1930
sobre la ineficacia burocrática, esenciahnente debida, según ellos, a la ünposibilidad del cálculo en la econonúa dirigida y a la ausencia de todo arbitraje
posible entre soluciones alternativas. Los argumentos elaborados por estos autores contra la «burocracia» y el <<Estado omnipotente>>, que en el momento de
su formulación iban a contracorriente, conocieron cincuenta años más tarde un
gran éxito en la prensa, y ello n1ucho n1ás allá de la derecha, en un mon1ento
en que el hundimiento de la Unión Soviética parecía aportar la demostración en acto del fracaso de toda econonúa centralizada. Finalmente, la amalgama de la burocracia de tipo estalimsta y las diferentes formas de intervención de la econonúa, que Hayek o von Mises no habían dudado en hacer, se
convirtió en algo usual en la nueva vulgata. Los fracasos de la regulación keynesiana, las dificultades con las que tropezó la escolarización de las rrtasas, el
peso de la fiscalidad, los diferentes déficits de las cajas públicas de seguridad
social, la incapacidad relativa del Estado social para suprin1ir la pobreza o reducir las desigualdades, todo fue un pretexto para cuestionar las formas institucionales que, tras la Segunda GueiTa Mundial, habían asegurado un cmnpron1iso entre las grandes fi1erzas sociales. Más aún, todas las refom1as sociales
desde finales del siglo XIX fueron cuestionadas en nombre de la libertad absoluta de los contratos y de la defensa incondicional de la propiedad privada. En
claro ataque a las tesis de Polanyi sobre la «gran transfom1ación», los años 1980
se caracterizan, en el plano ideológico, como una época «spenceriana».
, 32. F. Bastiat, Oetlllres économiques, textos presentados por Florín Aftalion, PUF, «Libre
Echange>>, París, 1983, pág. 207.
33. «Milton Friedman: le triomphe du libéralisme», entrevista con Henri Lepage, Polítique internationale, n° 100, verano de 2003.
210
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GIRO DECISIVO
211
Todo se ha mezclado, con un contenido sin duda algo diferente, pero de
acuerdo con el mismo rnétodo empleado por Hayek en El camino de la servidumbre. El gulag y el impuesto no eran, en el fondo, más que dos elernentos
de un tnismo continuum totalitario. En Francia, por ejemplo, «nuevos filósofos» y «nuevos economistas» participaron simultáneamente en la misma denuncia del gran Leviathan. Más aún, asistimos a una completa inversión de la
crítica social: mientras que, hasta los años 1970, el paro, las desigualdades
sociales, la inflación, la alienación, todas las «patologías sociales» eran relacionadas con el capitalismo, desde los años 1980 los mismos males eran sistetnáticamente atribuidos al Estado. El capitalisn1o ya no es el problema, se ha
convertido en la solución universal. Tal era el mensaje de las obras de
M. Friedrnan desde los años 1960. 34
En efecto, en los años 1920 la intervención pública había sido justificada
en nombre de los «fiacasos del mercado», y pudo extenderse después de la
guerra. Esta inversión de la crítica fi.1e perfectarnente resumida por M. Friedrnan en La libertad de elección:
El gobierno es uno de los medios con los cuales podemos tratar de compensar
los «defectos del mercado», y utilizar nuestros recursos más eficazmente para
producir las cantidades de aire, agua y tierra limpias que aceptemos pagar. Por
desgracia, los mismos factores que producen el «defecto de mercado» impiden
iguahnente al gobierno alcanzar una solución satisfactoria. Por regla general, el
gobierno tiene tanta dificultad como los participantes del mercado para identificar quién ha sufrido y quién se ha beneficiado, y para evaluar el volumen exacto
de los perjuicios y los beneficios. Tratar de emplear el gobierno para corregir un
«defecto de mercado» consiste a menudo, de hecho, en sustituir un «defecto de
mercado>> por un «defecto de gobierno». 35
Ronald Reagan lo hizo de ello un eslogan: «El gobierno no es la solución, es
el problema». 36
34. Véase M. Friedman, Capitalísme ct libertés, Robert Laffont, París, 1971 [1962].
35. M. Friedman, La Liberté du choix, Belfond, París, 1980, pág. 204.
36. Otros argumentos han concurrido para apoyar este cuestionamiento de la intervención pública. La escuela económica norteamericana llamada Public Choice desarrolló un punto de vista más elaborado, aplicando a las actividades públicas la lógica del cálculo económico
individual. Examinaremos esta doctrina en el capítulo 9.
Ideología (2): el «Estado providencia»
y la desmoralización de los individuos
Gran número de tesis, infom1es, ensayos y artículos tratarán de calcular el
balance de los costes y ventajas del Estado, para concluir con un veredicto
inapelable: el subsidio de paro y las rentas mínünas son responsables del paro,
el hacerse cargo de los gastos por enfermedad agrava el déficit y provoca la
inflación de los costes, la gratuidad de los estudios empuja a la vagancia y al
nomadismo de los estudiantes, las políticas de redistribución de los beneficios
no reducen las desigualdades, sino que desincentivan el esfuerzo, las políticas
urbanas no han puesto freno a la segregación, pero han sobrecargado la fiscalidad local. En suma, se trataba de plantear en todas partes la pregunta decisiva por la utilidad de las interferencias estatales con un orden del mercado
y de demostrar que, en la mayoría de los casos, las «soluciones» aportadas por
el Estado producían más problemas de los que resolvían. 37
Pero la cuestión del coste del Estado social está lejos de lin1itarse a la dimensión contable. En realidad, es en el terreno rnoral donde la acción pública puede tener los efectos más negativos según nurr1erosos polemistas. Más
precisarr1ente, si la política del «Estado providencia» ha llegado a ser particularmente costosa, ello es por la desmoralización que corre el riesgo de engendrar en la población. El gran tema neoliberal afirma que el Estado burocrático destruye las virtudes de la sociedad civil, la honradez, el sentido del
trabajo bien hecho, el esfuerzo personal, la civilidad, el patriotistno. No es
el mercado el que destruye la sociedad civil por el «apetito de ganancias», 38
37. Uno de los primeros <<dossiers inculpatorios» producidos e:1 Francia: Henri Lepage,
Demain, le capitalísme, Hachette, «Pluriel», París, 1978, cap. VI, «L'Etat-providence demystifié». [Nota del T.: demystifier es acabar con el misterio que rodea a algo.]
38. Recuérdese que Ferguson criticó el «apetito» en cuestión. En su Ensayo sobre la
historia de la sociedad civil (1767) se ponen de relieve las tensiones que, ya en el liberalismo
clásico, existían en torno a la cuestión del «interés» y la moral. En la Primera Parte de esta
obra, considera haber descubierto los «caracteres generales de la naturaleza humana», que
estarían en el origen de los principios de la moral. En la sección II de esta misma primera
pa1te, Ferguson expone los «principios de conservación de sÍ» (empezando por el amor de sí
o seg:love) y muestra, en oposición a Mandeville (quien deriva todas las pasiones del amor
propio o se!f-liking, derivado a su vez del amor de sí) que el interés nace de una «cormpción»
de los principios y no de su desarrollo natural. La sección III se refiere a los <<ptincipios de
unión entre los hombres», o sea, los vínculos del afecto que dan al tejido social su fuerza y su
solidez.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
212
porque no podría funcionar sin las virtudes de la sociedad civil; es el Estado
el que mina los 1necanismos de la moralidad individual. Como lo mostró
Albert O. Hirschman, el argun1ento no era nuevo. Constituye uno de los
tres esquemas :fi1ndamentales de la «retórica reaccionaria», el que él llama el
«efecto perverso». Desear el bien de la mayoría mediante políticas protectoras
y de redistribución conduce ineludiblemente a causarles la desgracia. 39 Tal
fue la tesis ampliamente di:fi1ndida de Charles Murray en Losing Ground, obra
que se publicó en pleno período reaganiano. 40 La lucha generosa contra la
pobreza fracasó porque disuadió a los pobres de tratar de progresar, contrariamente a lo que habían hecho numerosas generaciones de emigrantes. El
mantenirniento de los individuos en categorías desvalorizadas, la pérdida de
dignidad y de autoestima, la homogeneización de la clase pobre, he aquí algunos de los efectos no deseados de la ayuda social. Para Murray no hay más
que una solución: la supresión del Welfare State y la reactivación de la solidaridad de la familia y el vecindario, que obliga a los individuos, para evitar la
deshonra, a asunúr sus responsabilidades, recuperar su orgullo.
Una de las constantes del discurso neoliberal es su crítica de la «cultura del
subsidio>> engendrada por la cobertura excesivamente generosa de los riesgos
por parte de los sistetnas de seguridad social. Los reforrnadores neoliberales
no sólo recurrieron al argun1ento de la eficacia y el costo, sino que destacaron la superioridad moral de las soluciones del mercado o inspiradas por él.
Esta crítica se basa en un postulado que se refiere a la relación del individuo con el riesgo. El «Estado providencia>>, al querer prmnover el bienestar
de la población mediante mecanismos de solidaridad, desresponsabilizó a los
individuos, disuadiéndolos de buscar trabajo, de estudiar, de ocuparse de sus
hijos, de protegerse de enfem1edades debidas a prácticas nocivas. El remedio
consiste, por lo tanto, en hacer que actúen en todos los dmninios y a todos
los niveles, pero empezando por el nivel n1Ícroeconómico del comportamiento de los individuos, los mecanismos del cálculo económico individual.
Esto debería tener un doble efecto: una rnoralización de los comportamien-tos, una rnayor eficiencia de los sistemas sociales. Así, en los Estados Unidos,
la ayuda prestada a las familias con niños a su cargo (Aid to Families wíth Dependent Children) se convirtió en los años 1970 en el símbolo de los efectos
nefastos del Welfare State: estimulaba la disolución de los vínculos farrúliares,
39. A. O. Hirschman, Deux síecles de rhétoríque réactíonnaire, Fayard, París, 1995.
40. C. Murray, Losing Ground. American Social Policy, Basic Books, Nueva York, 1984.
EL GIRO DECISIVO
213
la multiplicación de las familias asistidas y la falta de estímulo para el trabajo
de las welfare mothers. Así lo confirmará, bajo una modalidad académica, la
demostración aportada por el Tratado de la familia de Gary Becker, basado en
el cálculo de las ventajas y los costos para las 1nadres jóvenes de pennanecer
solteras. 41 El «Estado providencia» tiene el efecto perverso de incitar a los
agentes econótnicos a preferir el ocio al trabajo. Este argumentaría, repetido
hasta la saciedad, relaciona la seguridad aportada a los individuos con la pérdida del sentido de sus responsabilidades, el abandono de los deberes parentales, la pérdida del gusto por el esfuerzo y el amor por el trabajo. En una
palabra, la protección social es destn1ctora de los valores sin los cuales el capitalismo no podría seguir funcionando. 42
Sin duda, fue el ensayista norteamericano George Gilder, en su best-seller
Wealth and Poverty, publicado en el momento de la llegada al poder de
R .. R.eagan, quien insistió más elocuenten1ente en la relación entre valores y
capitalismo. 43 Para él, el porvenir se basa en la fe en el capitalismo, tal como
la manifestaba W. Lippmann en The Good Society:
La fe en el hombre, en el porvenir, la fe en los rendimientos crecientes del
don, la fe en las ventajas mutuas del comercio, la fe en la providencia de Dios,
son todas ellas esenciales para el éxito del capitalismo. Todas son necesarias para
estimular el ardor en el trab~jo y el espíritu de emprendirniento contra todos los
fracasos y frustraciones inevitables en un mundo venido a menos; para inspirar la
confianza y la solidaridad en una economía en la que a menudo serán traicionadas; para animar a la renuncia a los placeres inmediatos en nombre de un porvenir que corre el riesgo de desvanecerse en humo; y, finalmente, para estimular el
gusto del riesgo y de la iniciativa en un mundo donde las ganancias se evaporan
cuando otros se niegan a participar en el juego. 44
Si la riqueza se apoya en estas virtudes, la pobreza es estimulada por políticas
doblemente disuasorias en relación al trabajo y la fortuna: <<La ayuda social y
las otras subvenciones, lo único que hacen es peljudicar al trabajo. Los pobres
45
eligen el ocio porque se les paga para hacerlo, no por debilidad moral». Y
41. G. S. Becker, A Treatíse on Family, Harvard University Press, Cambridge, 1981.
42. Un e:jemplo de este argumentario se encuentra en Philippe Bénéton, Le Fléau du bien.
Essaí sur les polítíques sociales occidentales, Robert Laftont, París, 1983, pág. 287.
43. G. Gilder, Ríchesse et pautJretés, Albin Michel, París, 1981.
44. Ibid., págs. 85-86.
45. Ibíd., pág. 81.
214
LA
NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
GIRO DECISIVO
215
quitarles a los ricos para dar a los pobres, es igualmente disuadir a los ricos,
n1ediante la fiscalidad, de enriquecerse: «El impuesto progresivo es el principal peligro que an1enaza a este sistema y desanirna a los ricos, que no querrán
arriesgar su dinero». 46
Los remedios que cabe aportar a esta situación son evidentes: disminuir
las transferencias entre unos y otros. La única guerra contra la pobreza que
verdaderamente se sostiene consiste en volver a los valores tradicionales:
<<Trabajo, familia y fe, son los únicos rernedios contra la pobreza». 47 Los tres
medios están vinculados, porque es la familia la que transmite el sentido del
esfuerzo y la fe. Matrimonio monógarno, creencia en Dios, espíritu emprendedor, son los tres pilares de la prosperidad una vez que nos desembarazamos
de la ayuda social que destruye familia, coraje y trabajo.
Milton Friedman y su esposa Rose van en la misn1a dirección al considerar que <<la expansión del Estado durante los últin1os decenios y el desarrollo
de la criminalidad durante el n1isrr10 período constituyen las dos facetas de
una misma evolución» :H3
Y es que la intervención del Estado se basa en una concepción del individuo corno «producto de su entorno, por lo que no puede ser considerado
responsable de sus actos». Hay que dar un vuelco a esta representación y considerar al individuo, por el contrario, con1o plenarnente responsable. Responsabilizar al individuo es responsabilizar a la farnilia. 49 Tal será, entre otros objetivos, la finalidad de la libre elección de la escuela por parte de los padres y
la libertad que les asistirá de financiar en parte la escolaridad de sus hijos. Si el
enriquecimiento debe ser el valor supremo, es porque se considera la motivación nlás eficaz para estimular a los trabajadores de tal rr10do que aun1enten
sus esfl.Ierzos y sus rendimientos, al igual que la propiedad privada de sus viviendas o de sus empresas se considera condición de la responsabilidad individual. Por eso hay que vender el parque de las viviendas sociales, para favorecer
una «dernocracia de propietarios» y un «capitalismo popular». Del mismo
rnodo, hay que sorneter rr1ediante la privatización las direcciones de las empresas a accionistas que serán exigentes en lo que se refiere a la gestión de su
patrimonio. Más globalrr1ente, hay que poner al cliente en posición de arbi-
46.
47.
48.
49.
EL
Ibid., pág. 72.
!bid., pág. 81 (subrayado por el autor).
Milton y Rose Friedman, La Tyrannie du statu qua, Lattes, París, 1984, pág. 211.
Ibid., págs. 214 y 215.
traje entre varios operadores, de rnodo que presione sobre la ernpresa y sus
agentes para ser rnejor servido. La competencia que se introduce así a través
de los consumidores es el principal mecanisrno de «responsabilización» y, por
lo tanto, de rendinuento, de los asalariados en las empresas.
Un nuevo discurso que valoriza el «riesgo» inherente a la existencia individual y colectiva tenderá a hacer pensar que los dispositivos del Estado social
son profl.Indamente perjudiciales para la creatividad, la innovación, la realización de sí. Si cada uno es el único responsable de su destino, la sociedad no le
debe nada; pero por otra parte, él debe smneterse a pruebas para merecer las
condiciones de su existencia. La vida es una perpetua gestión de los riesgos
que reclarna una rigurosa abstención de las prácticas peligrosas, el control
pem1anente de sí, una regulación de los propios cornportamientos que rnezcla
ascetisn1o con flexibilidad. La palabra clave de la sociedad del riesgo es la «autorregulación». Esta «sociedad del riesgo» se ha convertido en una de esas
evidencias que acorr1pañan a las proposiciones rnás variadas de la protección y
de la seguridad privadas. Un inmenso mercado de la seguridad personal, que
va desde la alarma dorr1éstica a las inversiones para la jubilación, se ha desanollado de forma proporcional a la debilitación de los dispositivos de seguros
colectivos obligatorios, reforzando así, mediante un efecto de bucle, la sensación de riesgo y la necesidad de protegerse individualrnente. Mediante una
especie de extensión de esta problernática del riesgo, cierto número de actividades han sido reinterpretadas corno rr1edios de protección personal. Es el
caso, por ejernplo, de la educación y de la forrnación profesional, consideradas
como escudos que protegen contra el paro y aun1entan la «ernpleabilidad».
Para cmnprender esta nueva moral, es preciso recordar la «revolución» que
pretendieron llevar a cabo los econornistas nortean1ericanos desde los años
1960. La razón económica aplicada a todas las esferas de la acción privada y
pública permite hacer que se borren las líneas de separación entre política,
sociedad y economía. Entendida como global, debe estar en la base de todas
las decisiones individuales, permite la inteligibilidad de todos los corrlportarnientos, sólo ella debe estnrcturar y legitin1ar la acción del Estado. 5°
50. Para G. Becker, toda acción humana es económica: «The economic approach provides a valuable unified framework for understanding all human behavior», escribe en The
Economic Approach to RUinan Behauíor, University of Chicago Press, 1976, pág. 14. Lo que
significa que todos los aspectos del comportamiento humano son traducibles a precios (véase
pág. 6). Empezó sus trabajos con una tesis, The Economics of Díscrímínatímt (1957), que trata
sobre fenómenos de discriminación en el mercado del trabajo en Estados Unidos. Los conti-
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GIRO DECISIVO
216
Esto es lo que 1nuestran los economistas a quienes se ha venido en llamar
«nuevos>>, que han buscado el modo de extender el campo de análisis de la
teoría estándar a nuevos objetos. En este caso no se trata, como ocurría con
los teóricos austro-americanos, de proporcionar nuevas bases para la ciencia
económica mediante una teoría en1presarial; para ellos la cuestión consiste en
salir de los dominios tradicionales del análisis económico para generalizar el
análisis costos-beneficios al conjunto de la acción hurr1ana -que es n1ucho
decir. Sin duda, entre estas corrientes hay puentes n1uy numerosos, pero las
lógicas son heterogéneas. Von Mises, por su parte, ambicionaba una ciencia
total de la elección humana. Pero creía tener que elaborarla refundiendo los
conceptos y los métodos de la econorrúa. Así, trataba de distinguir entre la
acción humana en general, considerada como creación de sistenus mediosfines y estudiada por la praxeología, y la economía monetaria y mercantil
específica (correspondiente al donúnio de la catalaxia).
Los economistas nortearr1ericanos adeptos a la economía estándar pretenden establecer que los útiles más tradicionales del análisis son capaces de la
n1ayor extensión, demostrando así que pueden ahorrarse una revolución paradigmática y conservar los viejos instrumentos del cálculo de maxitnización.
La familia, el matrimonio, la delincuencia, la educación, el paro, pero tanlbién la acción colectiva, la decisión política, la legislación, se convierten en
objetos del razonamiento económico. Es así como Gary Becker formula una
nueva teoría de la familia, considerándola como una en1presa que emplea
cierto volumen de recursos en moneda y en tietnpo para producir «bienes»
de diferentes clases: con1petencias, salud, autoestinta y otras «ntercancías»
corno los niños, el prestigio, el placer de los sentidos, etcétera. 51
El fundamento del procedimiento de G. Becker consiste en extender la
función de utilidad, en1pleado en el análisis econón1ico, de tal manera que el
individuo sea considerado como un productor y no como un simple consumidor. Produce n1ercancías que van a satisfacerlo haciendo uso de bienes y
servicios comprados en los mercados, tiempo personal y otros <<inputs» dotados de valor, con precios ocultos pero calculables.
nuó con un análisis de los efectos de la educación en su libro sobre el capital humano, en
1964 (Human Capital : A Titeoretical and Empírica! Analysis wíth Special Riference to Education);
y teorizó sobre su método en Economic Theory (1971) y en EconomícApproach to Human Behavior (1976).
51. G. S. Becker, A Treatise on Family, op. cit., pág. 24.
217
Se trata, en smna, de elegir entre «funciones de producción» suponiendo
que todo bien es «producido» por el individuo que rnoviliza recursos variados: dinero, tiempo, capital humano e incluso relaciones sociales identificadas cmno un «capital social». 52 Lo cual plantea, evidentemente, el problema
de la identificación de los «inputs», pero también de la cuantificación de todos los aspectos no monetarios que entran en el cálculo y que conducen a
una decisión.
Lo esencial en esta nueva invasión de las regiones exteriores al campo
clásicamente delimitado de la ciencia econónúca es dar, o rnt::jor dicho, volver a dar una consistencia teórica a la antropología del hombre neoliberal.
No sólo, corno dice G. Becker, con la intención de alcanzar un o~jetivo
científico desinteresado, sino para proporcionar apoyos discursivos indispensables a la gobemabilidad neoliberal de la sociedad. Por sí sola, por muy in-·
fluyente que haya podido ser, esta concepción del hombre como capital -que
es propiamente la significación del concepto «capital humano»- no habría
podido producir las mutaciones subjetivas de masas que hoy día se pueden
constatar. Para ello ha sido necesario que tomara cuerpo a través de la instauración de dispositivos múltiples, diversificados, simultáneos o sucesivos, que
han modelado de forma duradera la conducta de los sujetos.
Disciplina (1): un nuevo sistema de disciplinas
El concepto mismo de gubernamentalidad, corno acción sobre las acciones
de individuos supuestamente libres en sus elecciones, permite redefinir la
disciplina corno técnica de gobierno propia de las sociedades de mercado. El
término disciplina podrá sorprender aquí. lrrtplica, al menos en apariencia,
cierta inflexión respecto al término que le dio M. Foucault en Vigilar y castigar cuando lo aplicaba a las técnicas de distribución espacial, de clasificación
y doma de los cuerpos individuales. El modelo de la disciplina era para él el
Panóptico benthamiano. Sin en1bargo, lt::jos de oponer la «disciplina», la <<norn1alización» y el «control», con1o han sostenido ciertos exégetas, M. Foucault
hizo cada vez n1ás visible la n1atriz de esta nueva fonna de «conducción de
las conductas», que puede diversificarse, según los casos a tratar, desde el
52. Como se hace en Gary Becker y Kevin M. Murphy, Social Economics. Market Behavior
in a Social Environment, Harvard University Press, Cambridge, 2000.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
218
encierro de los prisioneros hasta la vigilancia de la calidad de los productos
vendidos en el rnercado. 53 Si «gobernar es estructurar el campo de acción
posible de los demás>>, la disciplina puede ser redefinida, de forma más arnplia, como un conjunto de técnicas de estructuración del campo de acción,
distintas según la situación en la que se encuentre el individuo. 54
Desde la edad clásica de las disciplinas, el poder no puede ejercerse, por
lo tanto, n1ediante una pura coacción sobre los cuerpos, debe acornpañar al
deseo individual y orientarlo haciendo que intervengan todos los mecanislnos de lo que Bentham llama la «influencia». Lo cual supone que penetre en
el cálculo individual, que participe de él incluso, para actuar sobre las anticipaciones imaginarias que llevan a cabo los individuos: para reforzar el deseo
(mediante la recompensa), para debilitarlo (mediante el castigo), para desviarlo (substituyendo su objeto).
Esta lógica consistente en dirigir indirectarnente la conducta es el horizonte de las estrategias neoliberales de promoción de la «libertad de elegir».
No siempre se aprecia la dimensión normativa que necesariamente les es
propia: la «libertad de elegir» se identifica de hecho con la obligación de
obedecer a una conducta maximizadora en un marco legal, institucional,
reglamentario, arquitectónico, relacional, que debe estar construido, precisamente, para que el individuo elija «con toda libertad» lo que necesita elegir
obligatoriamente en su propio interés. Todo el secreto del arte del poder,
decía Bentharn, es hacer de tal manera que el individuo persiga su interés
como si fi.1era su deber e inversamente.
Hay que distinguir tres aspectos de las disciplinas neoliberales. La libertad
de los sujetos económicos supone, para empezar, la seguridad de los contratos y la fijación de un marco estable. La disciplina neoliberal conduce a extender el campo de acción que es preciso estabilizar mediante reglas fijas. La
constitución de un marco, no sólo legal, sino también presupuestario y monetario, debe impedir a los sujetos anticipar variaciones de política económica, o sea, hacer de dichas variaciones objeto de anticipación. Esto es lo rnisrno que decir que el cálculo individual requiere apoyarse en un orden de
rnercado estable, lo cual excluye que el rnarco misrno se convierta en objeto
de un cálculo.
53. Tal es el sentido que hay que dar a la frase: <<El panóptico es la f6nnula misma de un
gobierno liberal», M. Foucault, NBP, op. cit.
54. M. Foucault, «Le sujet et le pouvoir», Díts et Écrits 11, 1976-1988, op. dt., pág. 1056 y ss.
EL GIRO DECISIVO
219
La estrategia55 neoliberal consistirá entonces en crear el mayor número
posible de situaciones de 1nercado, o sea, en organizar por diversos n1edios
(privatización, introducción en la competencia de servicios públicos, «hacer
salir al mercado» la escuela o el hospital, obtención de recursos mediante la
deuda privada) la «obligación de elegir», con el fin de que los individuos
acepten la situación de mercado tal como se les in1pone a modo de «realidad», o sea, corno la única «regla del juego>>, y así integren la necesidad de
hacer un cálculo de interés individual si no quieren perder «en el juego»
-más aún, si quieren valorizar su capital personal en un universo donde la
acurnulación parece la ley generalizada de la existencia.
Sistemas de recornpensas y puniciones, sistemas de incentivación y <<desincentivación» sustituirán finahnente a las sanciones del mercado para guiar las
elecciones y la conducta de los individuos cuando las situaciones rnercantiles
no son enteramente realizables. 56 Se construirán sisternas de control y de
evaluación de la conducta, con medidas que condicionarán la obtención
de recornpensas y la evitación de castigos. La expansión de la tecnología
evaluativa como modo disciplinario se basa en el hecho de que cuanto más
libre de elegir es, supuestan1ente, rnás es preciso vigilar y evaluar al individuo
calculador para eludir su profundo oportunismo y para obligarlo a conjugar
su interés con el de la organización que lo ernplea.
Friedman es uno de los principales pensadores de esta nueva fom1a de disciplina. Ya hernos dicho rnás arriba qué papel dese1npeñó en la difusión masiva de los ideales del libre n1ercado y de la libre empresa. Mucho rnás conocido
que Hayek y sin duda con más influencia que él sobre los responsables políticos
norteamericanos, desarrolló una carrera académica -consagrada por el premio
Nobel de Economía, que recibió corno líder de la Escuela Económica de Chicago y como fundador del monetarismo- además de una carrera de propagandista en pro de los beneficios de la libertad económica.
Friedrnan se distinguió por hacer del principio del monetarisrno algo
equivalente, en un plano estrictarnente económico, a las reglas fonnales que
55. El término debe entenderse aquí en su primer sentido (véase supra la distinción de los
dos sentidos de «estrategia»).
56. Del mismo modo, pero en un contexto muy diferente, Bentham había distinguido
entre la estructuración nom1alizadora de las acciones espontáneas en el mercado, por un lado,
y la vigilancia más finamente construida, por otro lado, de las conductas en las instituciones
destinadas a educar o reeducar a quienes no conseguían funcionar por sí solos en el espacio
de los intercambios mercantiles.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
220
concibieron los neoliberales en los años 1930. Este principio particular puede
enunciarse así: para coordinar bien sus actividades en el mercado, los agentes
económicos deben conocer por adelantado las reglas simples y estables que
presiden sus intercatnbios. Lo que es cierto en materia jurídica, debe serlo a
fortiori en las políticas económicas. Éstas debe ser automáticas, estables y perfectamente conocidas de antetnanoY La moneda participa de esta estabilidad
que les es indispensable a los agentes económicos para que puedan desarrollar
sus actividades. Pero :fijar este marco estable significa que los agentes económicos deberán adaptarse a él y modificar sus comportamientos. Todo el intervencionismo friedmaniano consiste en instaurar restricciones de mercado que
fi.1erzan a los individuos a adaptarse a ellas. En otros térrninos, se trata de
poner a los individuos en situaciones que los obligan a la «libertad de elegir»,
o sea, a manifestar prácticamente sus capacidades de cálculo y a gobernarse
ellos mismos con1o individuos «responsables». Este intervencionisn1o especial
consiste en abandonar toda una serie de instrumentos de gestión antiguos
(gastos presupuestarios activos, políticas salariales, control de los precios y de
los cambios) y limitarse a algunos indicadores clave y algunos o~jetivos linlitados, con10 la tasa de inflación, la tasa de crecimiento de la masa tnonetaria,
el déficit presupuestario y el endeudamiento del Estado, con el fin de encerrar a los actores de la economía en un sistema de limitaciones que los obligue a comportarse como lo exige el modelo.
A continuación de Friedman, cuya teoría de la moneda se basa en el principio de la ineficacia de las politicas monetarias activas, algunos economistas
norteamericanos desarrollaron en los años 1970 la idea de que las políticas de
regulación macroeconómicas sólo podían perder eficacia debido a los comportamientos de aprendizaje de los agentes econónlicos. La pretensión de
una reactivación mediante una bajada de las tasas de interés, o 1nediante un
estímulo presupuestario, tiene cada vez menos éxito a medida que se usa, ya
que los agentes econón1icos «aprenden» que tales n1edidas no tienen los efectos proclarnados. La «teoría de las anticipaciones racionales» es un caso particular de explicación por los efectos no deseados. Las intenciones políticas
siempre se frustran en cuanto a sus resultados por no tener en cuenta las ca-·
pacidades de cálculo sofisticado de los propios agentes, que, al cabo de una
serie de experiencias de las consecuencias de tales políticas, no se dejan seguir
57. Bemard Élie, «Milton Friedman et les politiques éconorniques», en M. Lavoie y
M. Seccareccia (dir.), op. cit., pág. 55.
EL GIRO DECISIVO
221
engañando por las ilusiones de la abundancia de moneda o las bajadas de
impuestos. De ello resulta que el gobierno ya no puede considerarlos como
seres pasivos, que reaccionan por refl~jo a los estímulos monetarios y presupuestarios. El cálculo maximizador integra de algún tnodo las políticas mismas como uno de los parán1etros a tener en cuenta. Esta «internalizaciÓn>> de
lo político en el cálculo individual pennite repensar el n10do en que el propio neoliberalismo ha evolucionado.
El monetarismo, tal como Friedman lo había teorizado, conoció una rápida expansión debida a la situación creada por el estallido del Fondo Monetario Internacional (FMI) después de la gueiTa, la instauración de tasas de
cambio flotantes y el papel. cada vez mayor de capitales volátiles que podían
poner en peligro cualquier divisa que no fuera gestionada de acuerdo con las
nuevas normas de la disciplina rnonetaria. Dicha disciplina se convirtió, en
suma, en una disciplina impuesta por los mercados financieros, con1o se vio
en Gran Bretaña en 1976, en Francia en 1991 y en Suecia en 1994. Así, la
lucha contra la inflación se convirtió en la prioridad de las políticas gubernamentales, mientras que la tasa de paro se convirtió en una simple <<variable de
ajuste». Toda la lucha por el pleno e1npleo cayó incluso bajo la sospecha de
ser un factor de inflación sin efectos duraderos. La teoría fi-iedmaniana de la
«tasa de desentpleo natural>> fue an1plia1nente aceptada por los responsables
políticos de todas las orientaciones.
El mismo presupuesto se convirtió en un instrun1ento de disciplina de los
comportamientos. La bajada de los impuestos aplicados a las rentas tnás elevadas y las entpresas ha sido presentada a n1enudo como un n1odo de reforzar
las incitaciones al enriquecimiento y la inversión. En realidad, de forn1a mucho más disinmlada, el objetivo de la disminución de la presión fiscal, así
corno la negativa a aumentar las cotizaciones sociales, han sido medios, más
o menos eficaces según la situación de las relaciones de fuerza, para in1poner
reducciones del gasto público y de los programas sociales en nombre del
respeto de los equilibrios y de la linlitación de la deuda del Estado. El n1~jor
ejemplo de esta estrategia fiscal sigue siendo, sin lugar a dudas, el de R. Reagan, quien hizo adoptar en 1885 una ley que obligaba a la reducción automática de los gastos públicos hasta el restablecin1iento del equilibrio presupuestario en 1995 (Balanced Budget and D~ficit Reduction Act), precisarnente
después de haber producido un déficit considerable. Consiguiendo que se
olvide que los descensos en las retenciones obligatm-ias de unos tenían nece-
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
222
sariamente una contrapartida para los otros, los gobiernos neoliberales instrurnentalizaron los «agujeros» que de este n1odo se iban abriendo para denlostrar el costo «exorbitante» e «insoportable» de la protección social y los
servicios públicos. Mediante un encadenamiento nlás o 1nenos voluntario, el
racionanüento impuesto a los prograrnas sociales y a los servicios públicos,
que degradaba las prestaciones, engendró rnuy a n1enudo un descontento de
los usuarios y su adhesión, al rnenos parcial, a las críticas de ineficacia que
habían recibido dichos servicios. 5H
Esta doble presión, 1nonetaria y presupuestaria, fi.1e usada con1o una disciplina social y política <<macroeconónüca» cuyo objetivo era disuadir, debido a la inflexibilidad de las reglas establecidas, toda política que tratara de dar
prioridad al ernpleo, que pretendiera satisfacer las reivindicaciones salariales
o relanzar la econornía mediante el gasto público. Todo ocurre, pues, corno
si el Estado estableciera para sí rnisn10, rnediante estas reglas, prohibiciones
definitivas itnpidiéndose el uso de ciertos mecanisrnos de acción sobre el
nivel de actividad, pero corno si, al nüs1no tiempo, al obligar a los agentes a
interiorizar todas esas reglas, se diera los rnedios para actuar sobre ellos permanentemente a través de una «cadena invisible», por emplear una expresión de Bentharr1, que los obligara a comportarse como individuos en competición unos con otros.
Mientras que se intentaba persuadir a las poblaciones de que debían aceptar una rnenor cobertura social de las enfennedades y de la vejez, ya que se
trata de «riesgos universales», era nlás fácil arren1eter contra los parados y establecer un principio de división entre los buenos trabajadores serios, que
tenían éxito, y todos aquéllos que habían fi·acaso por su propia culpa, que no
conseguían «salir adelante» y, adernás, vivían a costa de la colectividad. El
thatcherismo interpretó esa pa1titura de la culpabilidad individual, desarrollando la idea de que la sociedad ya nunca debía ser considerada responsable
del destino de los individuos.
Uno de los argumentos principales de las políticas neoliberales ha consistido en denunciar la excesiva rigidez del n1ercado de trabajo. La idea directiva en este caso es la de la contradicción entre la protección de la que disfi·utaría la mano de obra y la eficacia econó1nica. Esta idea no es nueva.
Jacques Rueff, ya en los años 1920, denunciaba el dole 59 británico como cau58. Más adelante analizaremos el argumentatio de la escuela Public Choice.
59. El do/e es el nombre dado a la indemnización por desempleo en Gran Bretai1a.
EL
GIRO DECISIVO
223
sa del paro. Lo que es rr1ás nuevo es la concepción disciplinaria de la ayuda a
los parados. En efecto, no se trata de suprinür pura y simplemente toda asistencia a los desernpleados, sino de hacer de tal manera que la ayuda conduzca a una mayor docilidad de los trabajadores privados de empleo. Se trata de
hacer del mercado del trabajo un mercado 1nucho más conforme al modelo
de pura competencia, no sólo por una preocupación dogmática, sino para
disciplinar 1nejor la rnano de obra sometiéndola a los irnperativos de restauración de la rentabilidad. Así se reinstaura, bajo una fom1a nueva, una política que apunta a penalizar al trabajador privado de empleo para que de algún
n1odo se vea llevado a encontrar lo antes posible un trabajo, sin poder conforrnarse por 1nucho tien1po con las ayudas recibidas. En otra época, la refornla de la asistencia en Inglaterra ya persiguió fines parecidos. La ley sobre los
pobres de 1834, prorrmlgada a instigación de Nassau W. Senior y de Edwin
Chadwick, en el espíritu de la economía clásica y del principio de utilidad,
se tradujo en la imposición a los residentes de las workhouses de un régin1en
de trabajo casi penitenciario, hecho para desanimar a quienes valoraban su
dignidad y su libertad.
Éste es el espíritu de las políticas de «Welfare to Work» (<<pasar de la ayuda
social al trabajo»), construidas también a partir del postulado de la elección
racional. En el terreno de la política del en1pleo, la disciplina neoliberal ha
consistido en «responsabilizar» a los parados usando el arma del castigo para
quienes no aceptaran lo suficiente someterse a las reglas del mercado. El paro
sería una traducción de una preferencia del agente econónüco por el ocio,
cuando éste es subvencionado por la colectividad, de rnodo que sería «voluntario». Querer reducirlo rr1ediante políticas de relanzanúento es inútil e incluso nefasto, de acuerdo con la doctrina del paro natural. La indemnización
de los parados crea «trarr1pas de paro». La primera tarea práctica consistió en
ir contra todo aquello que pudiera contribuir a la rigidez que supuestamente
sería la causa del paro. La segunda tuvo como objetivo construir un sistema
de «retorno al en1pleo>> mucho más exigente.
Los sindicatos y la legislación del trabajo fúeron los prin1eros blancos de
los gobiernos que se reconocían corno neoliberales. Sin duda, la desindicalización en la n1ayoría de los países capitalistas desarrollados tuvo causas objetivas, como la desindustrialización, la deslocalización de las fábricas en regiones y países de bajos salarios, sin tradición de luchas sociales o son1etidos a un
régimen despótico. Es también producto de una voluntad política de debili-
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
224
tamiento del poder sindical que se tradujo, especialmente en Gran Bretaña y
en Estados U nidos, en disposiciones legislativas que limitaban el poder de
intervención y de movilización de los sindicatos. 60 La legislación social se
transforn1Ó entonces en una dirección mucho nüs favorable a los empleadores: revisión a la baja de los salarios, supresión de su indexación con el coste
de la vida, precarización creciente de los empleos, etcétera. 61 La orientación
general de estas políticas reside en el desmantela1niento de los sistemas que
protegían a los asalariados de las variaciones cíclicas de la actividad económica y su ree1nplazo por nuevas normas de flexibilidad, que permitían a los
empresarios ajustar de forma óptima sus necesidades de mano de obra, reduciendo al mismo tiempo el coste de la fuerza de trabajo.
Estas políticas se dirigen igualmente a «activar» el 1nercado de trabajo
n1odificando el cmnportamiento de los parados. Se espera que el «buscador
de e1npleo>> se convierta en un sujeto actor de su empleabilidad, un ser «selfentreprising», que se hace cargo de sí mismo. Los derechos a la protección
están cada vez más subordinados a los dispositivos de incentivación y de
penalización que obedecen a una interpretación económica del comportamiento de los individuos. 62
Medidas así de «responsabilización» de los <<buscadores de empleo» no
son exclusivas de los gobiernos conservadores. Encontraron en la izquierda
europea a algunos de sus mejores defensores, como lo dernostraría la «va-·
liente» Agenda 201 Odel canciller alemán Gerhard Shroder, que condiciona
severamente la ayuda del Estado a quienes buscan empleo a su docilidad
para aceptar los trabajos que se les propongan, pero también a su nivel de
ingresos y a los bienes que posee la familia: «Todo beneficiario del dinero
60. Recuérdese la brutalidad con la que R. Reagan despidió a todos los controladores
aéreos tras su huelga en 1981, reemplazándolos por no sindicados. No era más que una señal
de una ofensiva generalizada contra los compromisos sociales que nacieron en el momento del
New Deal. Lo mismo ocurrió en Gran Bretaña, donde M. Thatcher desencadenó una ofensiva frontal contra los sindicatos y sometió su acción a drásticas restricciones.
61. Para un análisis de la evolución de la legislación social en Estados Unidos, véase Isabelle Richet, Les Dégáts du libéralisme. États-Unis: 1111e sodété de marché, Textuel, París, 2002.
62. Acerca de este punto, véase Mark Considine, Enterprísing States. Thc Public Management qf Welfare-to- Work, Cambridge University Press, 200 l. Así, las condiciones de indemnización no han hecho sino endurecerse más o menos en todas partes. En Francia, por ejemplo,
en 2005, se reinstauró un sistema de penalización que hace descender la indemnización en
un 20% tras el primer rechazo de una proposición de empleo, un 50% tras el segundo y un
100% tras el tercero. En 2008, esta política punitiva se reforzó aún más.
EL GIRO DECISIVO
225
de los contribuyentes debe estar dispuesto a limitar todo lo posible la carga
que representa para la colectividad, lo cual significa que todos los bienes e
ingresos propios deber ser usados, en primer lugar, para satisfacer sus necesidades elen1entales». 63 Esta política disciplinaria, como se ve, cuestionaradicalmente los principios de solidaridad con las víctimas eventuales de los
riesgos económicos.
Disciplina (2): la obligación de elegir
No hay un solo dmninio donde la con1petencia no sea alabada como n1edio
de acrecentar la satisfacción del cliente gracias al estímulo ejercido sobre los
productores. La «libertad de elección» es un tema fi1nda1nental de las nuevas
formas de conducta de los sujetos. Parece que no se pueda concebir un sujeto que no sea activo, calculador, al acecho de las 1nejores oportunidades.
Olvidando incluso todos los límites de sus beneficios, que muestra la teoría
económica desde hace al menos un siglo (diferenciación de los productos,
monopolio natural, etcétera), la nueva doxa sólo quiere tener en cuenta la
presión que el consumidor es capaz de aplicar sobre el proveedor de bienes
y servicios. Se trata, en suma, de construir nuevas constricciones que sitúan
a los individuos en situaciones en las que se ven obligados a elegir entre dos
ofertas alternativas y son incitados a maxitnizar su interés propio.
La «libertad de elegir», que resmne para M. Fried1nan todas las cualidades
que se pueden esperar del capitalismo de la con1petencia, constituye una de
las principales misiones del Estado. Su tarea no sólo consiste en reforzar la
competencia en los n1ercados existentes, sino en crear la competencia allí
donde todavía no existe. Y es que el capitalismo es el único sistema adecuado para proteger la libertad individual en todo lugar, en particular en el
dominio político. Se trata, por lo tanto, de introducir dispositivos de mercado e incentivaciones mercantiles o casi mercantiles para conseguir que los
individuos se tornen activos, en1prendedores, «actores de sus elecciones», que
<<asuman nesgas».
Hay que recordar el rnodo en que cierto ethos de la elección supuestatnente libre está en el corazón de los mensajes publicitarios y las estrategias de
63. G. Schroder, 1\!Ia vie et la politique, Odile .Jacob, París, 2006, pág. 295.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GIRO DECISIVO
226
marketing, y el n1odo en que esta disposición, que poco a poco se ha ido fornentando, ha sido facilitada por los desarrollos tecnológicos que han ampliado la gama de los productos y los canales de difusión de los mass media. El
consumidor debe volverse previsor. Como hemos visto antes, debe proveerse individualrnente de todas las garantías (cobertura por seguros privados,
propiedad de su vivienda, rnantenerse en estado de ernpleabilidad). Debe
elegir de forma racional en todos los dmninios los n1ejores productos y cada
vez rnás los tnejores prestatarios de servicios (la fornu de recibir su correo, su
proveedor de electricidad, etcétera). Y, como cada empresa atnplía la ganu
de sus productos, el sujeto tiene que «elegir» cada vez rnás sutihnente la oferta cmnercial nlás ventajosa (su viaje en avión, por ejen1plo, su producto de
seguros y de ahorro, etcétera) Esta privatización de la vida social no se detiene en el consumo privado y en el dominio del ocio de rnasas. El espacio
público, cada vez tnás, se construye siguiendo el n1odelo del «global shopping
centen>, de acuerdo con la expresión, rnuy fuerte, que emplea Peter Dn1cker
para designar el universo en el que ahora vivirnos.
Uno de los casos ejernplares de la construcción de la situación de mercado
en cuyo favor los neoliberales están n1uy n1ovilizados en el terreno político es
el de la educación. También en este dominio M. Friedtnan es la figura pionera. Ante la degradación del sector público de la educación en Estados
Unidos, propuso en los años 1950 la instauración de un sistetna de cmnpetencia entre establecimientos escolares, basado en el «cheque educación». 64 El
sistema consiste en no financiar ya directatnente a las escuelas, sino dar a cada
farnilia un «cheque» que representa el costo tnedio de la escolaridad; la familia es libre de usarlo en la escuela de su elección y de añadir la surna que le
parezca en función de sus elecciones en materia de escolaridad. En este caso
igualrnente, el razonarniento se basa en el comportatniento supuestarnente
racional del consurnidor, que debe poder arbitrar entre diversas posibilidades
y elegir la mejor oportunidad. En realidad, el sistema de los «cheques educación» tiene dos objetivos que están vinculados uno con otro: está destinado a
convertir a ]as fanlliias en <<consurrudoras de escuela»; apunta a introducir la
con1petencia entre los establecimientos escolares, para aun1entar el nivel de
64. «The role of govemment in education», retomado por M. Friedman, Capítalism and
Freedon1, University of Chicago Press, Chicago, 1962 [1955]. La idea fue luego desarrollada
por John E. Chubb y Teny M. Moe, Politics, Markets and Arnerica's Schools, The Brookings
Institution, Washington, 1990.
227
los más rnediocres. Este sistema combina, por lo tanto, financiarruento público, considerado legítin10 para la «pritnera educación» por sus efectos positivos
sobre toda la sociedad, y una adtninistración de tipo en1presarial del establecitniento escolar, puesto en una situación de competencia con otros. Esta
orientación a favor de un «mercado escolar» dominó desde los años 1990 las
políticas de refonna escolar en el rnundo, en grados diferentes según los países, con consecuencias cmno la fi-agn1entación creciente de los sístetnas educativos y la diferenciación de los lugares y los n1odos de escolaridad de acuerdo con las clases sociales.
Disciplina (3): la gestión neoliberal de la empresa
La disciplina neoliberal no se detiene en este modo «negativo» de orientar las
conductas mediante reglas innmtables de un plan económico que se espera
que los agentes racionales integren en su propio cálculo. Tampoco se reduce
a la instauración de situaciones de cornpetencia que obliguen a elegir, rnás
allá de la esfera del consumo de bienes y de servicios tnercantiles. La extensión y la intensificación de las lógicas de mercado han tenido efectos muy
sensibles en la organización del trabajo y las formas de empleo de la fuerza de
trabajo. La lógica del poder financiero no ha hecho nlás que acentuar la disciplinarización de los asalariados, sometidos a exigencias de resultados cada
vez más elevados. 65 La búsqueda obsesiva de plusvalía bursátil no sólo implica
garantizar a los propietarios del capital un crecimiento continuo de sus ganancias a expensas de los asalariados, con el resultado de una divergencia
creciente de la evolución de los salarios respecto de los aurnentos de productividad y, como se ha dicho, un incremento aún tnás marcado de las desigualdades en la distribución de los beneficios. 66 Tarnbién, y sobre todo, se
traduce en la ünposición de normas de rentabilidad 1nás elevadas en todas las
econmnías, en todos los sectores y en todos los escalones de la ernpresa. De
65. Catherine Sauviat habla muy pertinentemente del capital financiero como de una
«máquina para disciplinar a los asalariados» (C. Sauviat, «Les fonds de pension et les fonds
mutuels: acteurs majeurs de la finance mondialisée et du nouveau pouvoir actionnariah, en
F. Chesnais (dir.), La Fi11ance mondiahsée, racines sociales et politiques, co¡ifiguration, conséqttellces,
La Découverte, París, 2004, pág. 118).
66. Michel Aglietta y Laurent Benebi, Désordres dans le capítalisme 111ondíal, Odile Jacob,
París, 2007,pág. 34.
228
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
este rr10do, asalariados cada vez más nun1erosos han sido son1etidos a sistemas
de estínmlo y de sanción para alcanzar o superar los objetivos de creación de
valor accionarial, OQjetivos definidos a su vez mediante métodos de ajuste a
normas internacionales de rentabiHdad. Toda una disciplina del valor accionarial
ha tomado forn1a, pues, en técnicas contables y evaluativas de gestión de la
mano de obra, cuyo principio es hacer de cada asalariado una especie de
«centro de beneficios» individual. Y es que el principio de la gestión neoliberal, que algunos autores llaman la «autonomía controlada», la «coacción
suave», el «autocontroh>, tiene como n1eta, al misn1o tiernpo, «internaHzar»
las exigencias de rentabilidad financiera en la empresa n1Ísma y hacer interiorizar a los asalariados las nuevas formas de eficacia productiva y de rendimiento individual.
Hacer actuar a los individuos en la dirección deseada supone crear condiciones particulares que los obliguen a trabajar y a con1portarse como
agentes racionales. El resorte del paro y de la precariedad ha sido, indudabletnente, un medio poderoso de disciplina, en particular en cuanto a la
tasa de sindicación y las reivindicaciones salariales. Pero esta palanca «negativa>>, cuyo resorte es elnliedo, quedaba muy lejos de bastar para provocar
la reorganización de las empresas. Fueron necesarios otros instrmnentos de
gestión para reforzar la presión jerárquica sobre los asalariados y hacer que
se implicaran tnás. El nzanagement de las e1npresas privadas ha desarrollado
prácticas de gestión de la mano de obra cuyo principio es la individualización de los objetivos y las recompensas, basándose en evaluaciones cuantitativas repetidas. Esta orientación, a menudo identificada con un cuestionamiento del modelo burocrático -cuyo tipo ideal describió Max
Weber-, consistió igualmente en producir un vuelco en el sentido de la
obediencia. En vez de obedecer a procedinlientos formales y órdenes jerárquicas que vienen de arriba, los asalariados se han visto llevados a plegarse
a las exigencias de calidad y de plazos impuestos por el «cliente», erigido en
fi1ente exclusiva de exigencias ineludibles. En todos los casos, la individualización de los rendimientos y de las gratificaciones ha llevado a los asalariados a competir entre ellos, cmno tipo normal de relación dentro de la
empresa. Es cmno si el n1undo del trabajo hubiera «internalizado» la lógica
de la cornpetición exacerbada existente o supuestan1ente existente entre las
empresas y, al1nisn1o tiempo, la lógica de la competencia destinada a captar
y conservar los capitales aportados por accionistas que presionan para que
EL GIRO DECISIVO
229
haya más «creación de valor» en su provecho. Esto ha puesto bajo la presión directa de los mercados a un número n1ayor de asalariados, no ya sólo
a los t;jecutivos, sino tan1bién a los obreros y empleados. Esto no ha conducido a una disminución de los controles jerárquicos, sino a su tnodificación progresiva en el marco de un «nuevo management» que se ha podido
apoyar en nuevas formas de organización, nuevas tecnologías de contabilidad, registro, comunicación, etcétera. 67
Este <<nuevo management» ha adquirido formas muy diversas, como el
desarrollo de la contractualización de las relaciones sociales, la descentralización de las negociaciones entre asalariados y patronato, la introducción de
la cmnpetencia entre las unidades de la empresa o con unidades exteriores,
la normalización n1ediante la irnposición generalizada de estándares de calidad, el auge de la evaluación individual de los resultados. 68 Las fronteras
entre el interior y el exterior de la empresa se han hecho más difi1sas con el
desarrollo de la subcontratación, la autonorrlización de las entidades dentro
de la empresa, el recurso al empleo temporal, las estructuras de trabajo por
proyectos, el trabajo recortado en forma de «misiones», el recurso a consultores externos.
Estas nuevas formas de organización del trabajo y del management permi-ten definir un nuevo modelo de empresa que Thmnas Coutrot llama la
«empresa neoliberal». 69 La mayor autonomía de los equipos o de los individuos, la polivalencia, la movilidad entre «grupos de proyecto» y unidades
descentralizadas se traducen en un debilitanliento y una inestabilidad de los
colectivos de trabajo. Las nuevas fonnas de disciplina de la empresa neoliberal se ejercen a rnayor distancia, de un modo indirecto, antes o después de la
actividad productiva. El control se lleva a cabo mediante el registro de los
resultados, a través de sisternas que penniten rastrear los diferentes morr1entos
de la producción, con una vigilancia más difi1sa de los con1portanlientos, de
las formas de ser, los modos de relación con los dernás, especialmente en
todos los lugares de producción de servicios que están en contacto con la
67. Véase Michel Gollac y Serge Volkoff, «Citius, Altius, Fortius. L'intensification du
travaih, Actes de la recherche en sciences sociales, no 114, septiembre de 1996.
.
68. Véase sobre este punto, Michel Lallement, «Transformation des relations du travall_ et
nouvelles formes d'action politique», en Pepper D. Culpepper, PeterA. Hall Y Bruno Palier
(dir.) La France en mutation, 1980-2005, Presses de Sciences-Po, París, 2006.
69. T. Coutrot, L'Entreprise néo-libérale, n.ouvelle utopíe capítaliste. Enquéte sur les modes
d'organísation du travaíl, La Découverte, París, 1998.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
230
clientela, así corno en todas las organizaciones donde la realización del trabajo supone la cooperación y el intercambio de inforrnaciones. Esta gestión
más «personalizada» y más difusa incide en la cornpetencia entre asalariados y
entre segrnentos de la en1presa, con el fin de obligarlos, comparando resultados y métodos (benchmarking)/ 0 a ajustarse en un proceso sin fin a rendirnientos n1áximos y a «rnejores prácticas». La competencia se convierte así en una
fonna de interiorización de las exigencias de rentabilidad del capital, lo cual
pernute aliviar a las líneas jerárquicas y los controles intennedios, a la vez que
se introduce una presión disciplinaria ilirnitada.
La externalización de determinadas actividades, la descentralización en
unidades autónmnas, acrecientan las necesidades de evaluación con el fin de
coordinar las actividades. La evaluación se convierte en la clave de la nueva
organización, y esto no deja de cristalizar en tensiones de toda clase, corno la
contradicción entre la obligación de la creatividad y de asumir riesgos, por
un lado, y por otro lado el juicio social que actúa corno un recordatorio de
las relaciones efectivas de poder en la ernpresa.
Esta nueva fonna de organización de la en1presa ha tenido consecuencias
in1portantes sobre el trabajo y el empleo. Se ha traducido en la intensificación del trabajo, el acortanuento de los plazos, la individualización de los
salarios. Este último método, al vincular la remuneración con el rendirniento
y la competencia, acrecienta el poder de la jerarquía y reduce todas las fonnas
colectivas de la solidaridad. Pero es coextensiva de una nueva práctica del
gobierno de los asalariados basada en el «autocontrol», que se supone mucho
n1ás eficaz que la obligación externa. Esta <<filosofía delmanagement>> fue formulada por Peter Drucker. En la nueva econornia del saber, explica, no se
trata ya de gestionar estructuras sino de «guiar» a personas que tienen conocimientos para que produzcan lo rnás posible. El management por objetivos,
la evaluación de los rendimientos alcanzados, el autocontrol de los resultados, son los tnedios de esta gestión de los individuos:
La ventaja principal delmanagement por objetivos es que pemúte a los directivos
medir su propio rendimiento. El autocontrol refuerza la motivación, el deseo de
mejorar, de no dejarse llevar [... ] Aunque no fuera indispensable para dar una
70. El benclunarking es, precisamente, un método de managemcnt que consiste en seleccionar referencias estándar de rendimiento que permiten comparar los resultados de una entidad
productiva (filial, departamento, empresa), detenninar «buenas prácticas» y fijar objetivos de
rendimiento más elevados.
EL
GIRO DECISIVO
231
unidad de dirección al equipo dirigente, elmanagement por objetivos lo sería para
pemútir el autocontrol. 71
Este autocontrol es al mismo tiempo rnás económico, porque pennite reducir la piránude jerárquica, y rnás eficaz, al no depender ya el trabajo de una
necesidad exterior sino de una presión interior:
Sustituye el control exterior por el control interior, mucho más estricto, más
exigente y más eficaz. Empuja al trabajador a actuar no porque alguien le ha
dicho lo que tiene que hacer, o le ha obligado a hacerlo, sino porque las necesidades objetivas de su tarea lo exigen. Este hombre actuará, no porque otro lo ha
querido así, sino porque él núsmo ha decidido que debía hacerlo -dicho de otra
manera, ha actuado como hombre libre. 72
Esta «filosofía de la libertad», que es de aplicación universal, «asegura el rendimiento transfmmando necesidades objetivas en metas personales. Ésta es la
definición misma de la libertad -la libertad dentro del marco de la ley». 73 El
management busca así captar energías individuales, no de acuerdo con una
lógica «artista» o «hedonista», sino de acuerdo con un régimen de autodisciplina que manipula las instancias psíquicas del deseo y de la culpabilización.
Se trata de movilizar la aspiración a la «realización de sÍ» al servicio de la empresa, haciendo recaer la responsabilidad del cumplimiento de los objetivos
únicamente en el individuo. Esto tiene, por supuesto, un coste psíquico elevado para cada individuo. 74
Este autogobiemo de sí no se consigue espontánearnente como un simple
efecto de un discurso ernpresarial seductor, que rnanipule la aspiración de
cada cual a la autononúa. Este control de la subjetividad sólo se produce
eficazmente en el marco de un mercado de trabajo flexible donde la amenaza del desempleo es el horizonte de todo asalariado. Tarnbién es producto de
técrucas de gestión que han buscado objetivar las exigencias del mercado y
las de rentabilidad financiera en fmma de indicadores cifrados de objetivos
y resultados, así como a través de la individualización de los logros, rnedi71. P. Drucker, Devenez manager! Les meilleurs textes de P. Drucker, Village mondial, París,
2006, pág. 122.
72. !bid., pág. 127.
73. Ibid., pág. 127.
74. Véase Nicole Aubert y Víncent De Gaulejac, Le Coút de l'excellence, Seuil, París,
1991.
232
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
dos y cmnentados en entrevistas personales, para hacer interiorizar a los asalariados la necesidad vital que es para ellos mejorar constantemente su «empleabilidad». El coln1o del autocontrol, que n1uestra lo perverso que es el
mecanismo que hace de cada cual el instrumento de sí mismo, tiene lugar
cuando el asalariado es invitado, no sólo a definir los objetivos que debe al-·
canzar sino los criterios en función de los cuales quiere ser juzgado.
Racionalidad (l): la práctica de los expertos
y de los administradores
Y a no se trata, pues, con1o en el welfaristno, de redistribuir los bienes de
acuerdo con cierto régin1en de derechos universales a la vida, o sea, a la educación, a la integración social, a la participación política, sino de apelar a la
capacidad de cálculo de los sujetos para hacer elecciones y para alcanzar resultados planteados cmno condiciones de acceso a cierto bienestar. Ello supone que los sujetos, por el hecho de «ser responsables», disponen de los
elementos de dicho cálculo, indicadores de comparación, traducciones contables de sus acciones, o incluso, más radicalmente, de la monetarización de
sus «elecciones>>: hay que «responsabilizan> a los enfermos, los alurnnos y sus
fanlilias, los estudiantes, los que buscan empleo, haciéndoles soportar una
parte creciente del «coste» que ellos nlismos representan, exactatnente con1o
hay que <<responsabilizar» a los asalariados individualizando las recompensas y
las sanciones ligadas a sus resultados.
Este trabajo político y ético de responsabilización está íntilnamente ligado
a las numerosas fonnas de «privatización» de la conducta, porque la vida se
presenta sólo cmno el resultado de elecciones individuales. El obeso, el delincuente o el n1al alunmo son responsables de su suerte. La enfennedad, el paro,
la pobreza, el fi·acaso escolar y la exclusión son considerados consecuencias de
malos cálculos. Las problemáticas de la salud, de la educación, del empleo, de
la vejez, confluyen en una visión contable de capitales que cada uno acunlularía y gestionaría a lo largo de toda su vida. Las dificultades de la existencia,
la desgracia, la enfennedad y la nliseria, son fracasos de esa gestión, por falta
de previsión, de ptudencia, de haberse asegurado frente a los riesgos. 75 De ahí
75. La transformación de los individuos en «riesgófilos» era la base de la «refundación social» deseada por el Movimiento de las Empresas de Francia (MEDEF). La oposición entre dos
EL GIRO DECISIVO
233
el trabajo de <<pedagogía» que es preciso para que cada cual se considere poseedor de un <<capital humano» que debe hacer fructificar, de ahí que se instauren dispositivos destinados a «activan> a los individuos obligándolos a cuidar de sí nlismos, a educarse, a encontrar un etnpleo.
Es importante, a este respecto, no confundir la ideología triunfal de la
nueva derecha con la racionalidad gubernamental en la que se apoya. La gran
ofensiva ideológica contra la intervención del Estado, no sólo ha precedido
a las reorientaciones prácticas, las ha acon1pafíado. Y lo más in1portante en el
giro neoliberal, no ha sido tanto la «retirada del Estado» como la transforma~
ción de sus modalidades de intervención en nombre de la <<racionalización»
y de la «modernización» de las e1npresas y las adnlimstraciones. Desde este
punto de vista, no son tanto los intelectuales mediáticos y los periodistas
conversos quienes han desernpefíado el papel1nás irnportante, sino los expertos y adnlinistradores dóciles que, en los diferentes donlinios donde tenían
que intervenir, han instaurado los nuevos dispositivos y modos de gestión
propios del neoliberalismo, presentándolos como técnicas políticas nuevas
guiadas tan solo por la búsqueda de resultados benéficos para todos. Estos
«intelectuales orgánicos» del neoliberalismo, unas veces considerándose a sí
nlismos de derechas y otras veces de izquierdas/6 han desen1pefíado un papel
principal en la naturalización de estas prácticas, en su neutralización ideoló-·
gica y, finalmente, en su in1plantación práctica. Grupos de investigación,
numerosos coloquios, an1plias operaciones de formación para el control de
las funciones públicas, producción y difusión n1asiva de un léxico homogéneo, verdadera lingua franca de las élites rnodenlizadoras, han acabado por
clases de humanos, los «riesgófilos», dominantes y valientes, y los «riesgófobos», dominados
temerosos, fue teorizada en 2000 por Franc;:ois Ewald y Den.is Kessler, «Les noces du risque et
de la politique», Le Debat, no 109, 2000. Robert Castelles propinó una respuesta mordaz en
Le Monde (Robert Castel, «R.isquophiles», «risquophobes»: l'individu selon le Medef », Le
Mo11de, 6 junio de 2001): «En otros tiempos, los "malos pobres" sólo podían reprocharse a sí
mismos su suerte porque eran holgazanes, intemperantes, lascivos, sucios y malos. Versión
modernizada y algo eufemizada de la misma buena conciencia moral, hoy día merecen la invalidación social los riesg~fobos, los temerosos y todos aquéllos que siguen tan estúpidamente
aferrados al pasado que son incapaces de participar en esos mañanas luminosos que nos prepara el capitalismo fi1turo. Es éste, sin duda, un discurso de los dominantes para los dominantes».
76. En cuanto a esto, convendría considerar las trayectorias personales de los actores de
esta implantación práctica de los esquemas neoliberales. Podemos preguntamos, por ejem.pl~,
si la «segunda izquierda>> en Francia no ha constituido, en algunos casos, una «pasarela» faCllitadora del paso de un compromiso político o sindical a una participación activa en la «reforma» de los dispositivos del Estado social y educador.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
234
ünponer el discurso ortodoxo del management. No nos equivoquernos: las
políticas neoliberales no han sido instauradas en nornbre de la «religión del
n1ercado», sino en nmnbre de in1perativos técnicos de gestión, en nornbre de
la eficacia, incluso de la «democratización de los sistemas de acción pública>>.
Las élites convertidas a la racionalización de las políticas públicas han desernpeñado el papel principal, ayudadas en ello, evidentemente, por el conjunto
de aparatos destinados a fabricar consentimiento, que han retransrnitido sus
argumentos en pro de la <<lnodernidad».
En Francia, tanto en la derecha corno en la izquierda, algunas figuras pioneras se distinguieron precozm_ente, con1o Raymond Barre en 1978 o Jacques
Delors algunos años más tarde: ambos interpretaron la nlÍsma partitura del
«realismo», del «rigor» y de la «modernidad». Fueron, efectivarnente, las élites
políticas las que pasaron en pocos años de un rnodo de gestión «keynesiano»
a un modo «neoliberal», arrastrando con ellas a buena parte de los funcionarios y de los partidos. Corno rnuy bien dijo Bruno Jobert: «Los vectores de
estos cambios no son tanto nuevas élites, sino élites antiguas que han tratado,
a menudo con éxito, de perennizar su influencia, aun a costa de cambiar su
orientación. Los promotores del neoliberalismo son los rnás a rnenudo arrepentidos, tocados por la gracia de este nuevo verbo». 77 Lo que es cierto para
los antiguos países del Este, donde los apparatchiks stalinianos se han convertido en los nuevos amos del capitalisrno restaurado, lo es igualmente, de
fonna sin duda rnenos visible, para el Oeste, donde los expertos, a veces de
izquierdas, y administradores a rnenudo educados en el culto al servicio público, se convirtieron al léxico del management y del rendimiento.
El giro neoliberal de las prácticas de los altos funcionarios constituye un
desmentido de la tesis de Publíc Choice, que afirman que estos últünos no han
dejado de aun1entar la extensión de la intervención y el volumen de los recursos de la burocracia. En realidad, el rnodo neoliberal de la acción pública
constituye un viraje en la racionalización burocrática, mucho más que una
desünplicación del Estado. Los altos funcionarios no están interesados necesarian1ente en el aumento de los in1puestos y en el incremento del número
de sus subordinados, como lo pensaron los economistas de la «elección racional». Se interesan más bien en el crecimiento de su poder y de su legitimidad
-corno lo mostró ya, por otra parte, Max Weber-, lo cual supone hacerse
77. B. Jobert (dir.), Le Tournant néo-libéral en Europe. Idées et recettes dmzs les pratíques gouvernementales, L'Ham1attan, París, 1994, pág. 15.
EL GIRO DECISIVO
235
adeptos al «carnbio», la «refonna», incluso «el final» de la burocracia del Estado, al menos cuando esta reorientación no cuestiona la dominación que ellos
mismos ejercen.
Racionalidad (2): la <<tercera vía>> de la izquierda
neoliberal
El éxito duradero del neoliberalismo fi1e pem1itido, no sólo por la adhesión
de las grandes fonnaciones políticas de derechas a un nuevo proyecto político de competencia a escala mundial, sino también por la porosidad de la
<<izquierda moderna» ante los grandes ternas neoliberales, hasta el punto, en
algunos casos -pensamos sobre todo en el «blairisrno» 78- , de dar la sensación de una completa smnisión a la racionalidad donlÍnante. Encontrarían1os
en los Estados Unidos una rnisrna tendencia, donde se ha visto a los <<liberals»
ponerse a hablar, a pensar y a actuar cmno los «conservatives». 79 Lo nlás notorio
en esta institucionalización del neoliberalisrno consistió en la aceptación, por
parte de la izquierda moden1a, de la visión neoliberal del n1ercado de trabajo
flexible y de la política destinada a forzar la vuelta al trabajo de los parados.
Esto se acompañó igualn1ente, en el plano doctrinal, de un abandono de toda
referencia a Keynes y a jortiori de una renuncia a toda elaboración de un
nuevo keynesianisrno adaptado al cambio de escala que supone la construcción de Europa y la rnundialización.
Nada ilustra mejor el giro neoliberal de la izquierda que el carnbio de significación de la política social, rornpiendo con toda la tradición socialdemócrata, cuya línea directriz era un rnodo de reparto de bienes sociales indispensables para la plena ciudadanía. La lucha contra las desigualdades, central en el
viejo proyecto socialden1Ócrata, fue sustituida por la «lucha contra la pobreza»,
de acuerdo con una ideología de la «equidad» y de la «responsabilidad indi78. Hay muchos otros casos, entre ellos la política de G. Schroder y la gran alianza entre
la derecha y la izquierda alemanas, y, en Francia, el éxito de la apertura de N. Sarkozy a
cierto número de «personalidades» del Partido Socialista, que han mostrado hasta que p~~to
el nuevo curso ideológico de las cosas había descompuesto la annadura intelectual y política
de la socialdemocracia.
79. Para un análisis de la «fascination» de la izquierda norteamericana por la forma de
pensar de la derecha, véase James K. Galbraith, The Predator State. How Conservatíves Abandonned the Free Market and Why Liberals Should Too, The Free Press, Nueva York, 2008.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
236
vidual» teorizada por algunos intelectuales del blairismo como Anthony
Giddens. A partir de entonces, la solidaridad es concebida con1o una ayuda
dirigida a los «excluidos>> del sistema, a las «bolsas» de pobreza, de acuerdo con
una visión cristiana y puritana. Esta ayuda que tiene como objetivo a <<poblaciones específicas» («disminuidos», «personas mayores», <<baja jubilación», «madres solteras», etcétera), para no ser creadora de dependencia debe acompañarse de un esfuerzo personal y de un trabajo efectivo. En otros ténninos, la
nueva izquierda adoptó la nutriz ideológica de sus oponentes tradicionales,
abandonando el ideal de la construcción de los derechos sociales para todos.
Sin embargo, no se corr1prendería el neoliberalismo de izquierda, esa
nueva forma política que ha sucedido a la socialdernocracia, de confomlarse con ver en ella una simple adhesión a la ideología neoliberal. Por otra
parte, esta «izquierda moderna>> se defiende de tal atribución, tomando sus
distancias respecto de lo que considera que es el neoliberalisrr10, o sea, un
puro y simple retorno a un laissez-faire integral. Pero, aunque denuncie esa
<<ideología de la jungla» para desmarcarse de la derecha, acepta, asurne, reproduce una forma de pensamiento, una manera de pl,a.ntear los problemas
y, en consecuencia, un sistema de respuestas que constituyen una racionalidad envolvente -es decir, un tipo de discurso normativo con el que la
realidad entera se torna inteligible y en virtud del cual se prescriben, como
si «cayeran por su propio peso», cierto número de políticas detemlinadas.
En pocas palabras y de un modo quizás paradójico, nada manifiesta rr1ejor
la racionalidad neoliberal que la evolución de las prácticas de los gobiernos
que desde hace treinta años se dicen de izquierdas aunque lleven a cabo una
política muy parecida a la de la derecha. 80 Todo discurso «responsable»,
«moderno» y «realista», o sea, que participa de esa racionalidad, se caracteriza por la aceptación previa de la economía de mercado, de las virtudes de
la competencia, de las ventajas de la mundialización de los mercados, de las
exigencias ineludibles introducidas por la «modernización» financiera y tecnológica. La práctica disciplinaria del neoliberalismo se ha impuesto co1no
un hecho dado, una realidad frente a la cual lo único que se puede hacer es
adaptarse.
80. No hay que olvidar, de todos modos, que los partidos de izquierda han estado atravesados por luchas internas más o menos virulentas. Por fi1erza hay que constatar que quienes
se oponen a esta orientación neoliberal han quedado a la defensiva, acusados de ser partidarios
de la antigua administración, costosa, ineficaz y desmoralizadora.
EL GIRO DECISIVO
237
El rr1ejor ejen1plo de esta identificación nos lo proporciona, sin duda, el
Manifiesto firmado por T. Blair y G. Schroder en 1999 con ocasión de las
elecciones europeas, y titulado La tercera vía y el nuevo centro (The Third
Way!Das neue Mitte). El objetivo de la derecha rnoderna, se afirma allí, es
proporcionar
un marco sólido para una econonúa de mercado competitiva. La libre competencia entre los agentes de producción y el libre intercambio son esenciales para
estimular productividad y crecimiento. Por esta razón, es necesario dotarse de un
marco que pennita a las fuerzas del mercado funcionar convenientemente: esto
es esencial para el crecimiento económico y es una condición previa para una
política eficaz en favor del empleo.
Este «marco», objeto de la <<nueva política de la oferta para la izquierda», se
opone a los «Últin10s veinte años del laissez-faire [en francés en el original]
neoliberal», que se consideran «superados». Así, se ve hasta qué punto la interpretación errónea del neoliberalismo permite constnür una falsa oposición. Y se comprende tarnbién que, partiendo de tal premisa, el Manifiesto
despliegue prácticamente el conjunto del argumentaría auténticatnente neoliberal: coste nmy elevado del trabajo, gasto público den1asiado Ílnportante,
peligrosa primacía de los derechos sobre las obligaciones, exceso de confianza en la gestión de la economía por parte del gobierno.
Este Manffiesto de la izquierda moderna traduce particularn1ente bien lo
que aquí llamamos la <<racionalidad neoliberal>>. Empieza por un cuestionamiento de las viejas soluciones de la izquierda arcaica: «El compromiso por
la justicia social se confundía demasiado a menudo con la consigna de la
igualdad de los beneficios. La consecuencia que ello tenía era la poca atención que se prestaba a la recornpensa personal en el esfuerzo y en la responsabilidad: se corría el riesgo de confundir en las mentes de todos "socialdemocracia" con "conformismo y mediocridad", en vez de encarnar la
creatividad, la diversidad y el rendimiento>>. Por el contrario, hay que reforzar la responsabilidad individual corr1o principio general de las políticas públicas: «Los socialdemócratas quieren convertir la boya de salvamento de los
derechos sociales en un trampolín para la responsabilidad individual», según
una expresión típicamente blairista.
Es necesario igualmente flexibilizar los 1nercados del trabajo: «Las empresas deben tener el margen de rnaniobra suficiente para actuar y aprovechar las
238
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL
GIRO DECISIVO
239
ocasiones que se presenten: no tiene que haber un exceso de reglas que las
entorpezca. Los 1nercados del trabajo, del capital y de los bienes deben ser
todos ellos flexibles: no es posible acomodarse a la rigidez en un sector de la
econonúa y a la apertura y al dinarnísn1o en otro. La adaptabilidad y la flexibilidad son ventajas cada vez más rentables en una econonúa basada en el
conocimiento».
Luego hay que bajar los in1puestos, n1uy en particular los que podrían
peljudicar a la cornpetitividad de las empresas, y reducir el papel del Estado:
El coste del trabajo soportaba el peso de cargas siempre demasiado elevadas. La
creencia de que el Estado debería combatir todos los defectos o lagunas del mercado ha conducido demasiado a menudo a una extensión desmesurada en las
misiones de la administración y una burocratización creciente. El equilibrio entre las acciones individuales y h acción colectiva se ha roto. Valores importantes
para el ciudadano -la construcción autónoma de sí, el éxito personal, el espíritu emprendedor, la responsabilidad individual y el sentimiento de pertenencia a
una comunidad- fueron demasiado a menudo subordinados a las garantías sociales universales.
Demasiado a menudo, los derechos fueron puestos por encima de las obligaciones, pero es imposible remitir sólo al Estado las responsabilidades hacia uno
mismo, hacia la familia, el vecindario o el conjunto de la sociedad. Si se olvida
el principio de obligación mutua, lo que se debilita es el sentimiento de pertenencia colectivo, lo que desaparece es la responsabilidad hacia los allegados o los
vecinos, lo que aumenta es la delincuencia o el vandalismo y es todo nuestro
aparato legal el que ya no puede seguir. Se ha exagerado la capacidad de los
gobiernos para ajustar con precisión sus economías nacionales con el fin de f~lVO­
recer el crecimiento y el empleo. La importancia de las empresas y de los actores
económicos en la creación de riquezas ha sido subevaluada. De hecho, se han
exagerado las debilidades del mercado y subestimado sus cualidades.
Las proposiciones de esta nueva política de la oferta que debe suplir a la política superada de la demanda, o sea, al keynesianismo, se basan en el principio general de la primacía de la empresa privada en la econon1Ía y en la importancia de los «valores» que es capaz de difundir en la sociedad. Esto lleva
a definir una nueva fonna de gobernar, n1ás tnoderna: «El Estado no tiene
que remar sino agarrar el tin1Ón, sólo el control imprescindible, ése es el desafío>>. En consecuencia, el con1bate contra el desarrollo de la adnunistración
y los gastos públicos se convierte en una prioridad de esta nueva política de
la oferta: «En el sector público, la burocracia debe reducirse a todos los niveles; se deben formular objetivos de resultados concretos; la cantidad de los
servicios públicos debe ser evaluada permanentemente y se tienen que eiTadicar los disfuncionamientos». Pero esta nueva forma de «pilotar>> tiene que
apoyarse en un «estado de ánirno>> y en valores que ya no tienen nada que ver
con los de la vieja derecha:
Para el pleno éxito de las nuevas políticas públicas, hay que promover una mentalidad de ganador y un nuevo espíritu de empresa a todos los niveles de la sociedad. Esto requiere: una mano de obra competente y bien fonnada, deseosa de
asumir nuevas responsabilidades; un sistema de seguridad social que dé una nueva oportunidad y, al mismo tiempo, estimule el espíritu de iniciativa. Hay que
actuar de tal manera que la creación y la supervivencia de las pequeñas empresas
se vean facilitadas; queremos una sociedad que honre a sus empresarios, como lo
ha hecho con sus artistas y sus filtbolistas, y que revalorice la creatividad en todos
los dominios de la vida.
Este 1\llaní.fiesto petmite comprender mejor la naturaleza del <<realismo» de la
izquierda moden1a, cuyo principal prornotor en la escena europea fue Tony
Blair. La característica principal del blairisn1o desde la victoria en 1994 del
Partido Laborista es el modo en que retoma la herencia thatcheriana, considerada no corno una política a invertir, sino con1o un hecho establecido. 81
Este su libro escrito en cmnún, La tercera vía, Anthony Giddens y Tony
Blair teorizan este viraje. La 1nisión del New Labour, afirn1an, es aportar
respuestas de «centro izquierda» dentro del nuevo n1arco impuesto por el
neoliberalisrno, considerado con1o dato iiTeversible. La palabra clave de esta
línea política es la adaptación de los individuos a la nueva realidad, en vez de
su protección contra los azares de un capitalismo mundial y financiero. La
«nueva izquierda» es la que acepta el marco de la mundialización liberal y
alaba todas las oportunidades que éste ofrece para el crecirniento y la competitividad de las econornías. 82 El Cornisario Europeo para el Comercio, Peter
81. Véase sobre este punto la demostración de Keith Dixon, Un digne hérítier. Blair et le
thatchérisme, Raisons d'agir, París, 1999.
82. Tony Blair da una excelente definición en una entrevista: «Yo diría que las actividades de un gobierno no deben ir destinadas a poner obstáculos a la competición entre
empresas en el mercado global. Esto no constituye una respuesta adecuada y no funcionará,
porque el mercado nos domina. Si tratamos de proteger las empresas de los efectos del mercado global, lo que ocurre es que durante años sobrevivirán, luego desaparecerán porque las
presiones de la competición global son tales, que esto sucederá necesariamente. Por el contrario, lo que puedes hacer es equipar a esas empresas, así como a los individuos que trabajan
para ellas, con el fin de que puedan enfientarse a los rigores de este mercado global. He aquí,
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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Mandelson, da del <<consenso» una fórmula tnuy clara, cuando elogia el «boom
de la apertura de los rnercados>> a escala rnundial, que a su modo de ver impide toda vuelta atrás en nuteria de política económica y social, que no sería
posible ni por otra parte deseable, ya que la prosperidad de todos depende de
esta apertura económica. 83
La izquierda moderna es también la que admite que la principal, si no la
única fuente de riqueza y de crecimiento es la empresa privada, y extrae de
ello la consecuencia de que, en todas sus acciones, el poder público debe
favorecerla, para, en lo que respecta a proporcionar servicios públicos, asociarse con este actor principal de la econonúa. Una de las primeras <<batallas»
que libró Tony Blair file la abolición del artículo 4 de los estatutos del Labour Party, que le daba cmno objetivo la socialización de los medios de pro~
ducción. De hecho, el New Labour nunca reconsideró la gran ola de privatizaciones llevada a cabo por M. Thatcher, que afectó a rnás de cuarenta
grandes empresas con cerca de un millón de asalariados, como tampoco la
«izquierda plural» en Francia, entre 1997 y 2002, limitó el proceso iniciado en
los años 1980.
La concepción de la sociedad y de los individuos en la que se apoya esta
política es n1uy semejante a la que estructura las orientaciones de la derecha
neoliberal. Primacía de la competencia sobre la solidaridad, habilidad para
aprovechar las oportunidades de éxito, responsabilidad individual, son consideradas los fundamentos principales de la justicia social. 84 La politica de la
izquierda rnoderna debe ayudar a los individuos a ayudarse a sí tnismos, o sea,
«apañárselas» en una competición general que en sí núsma no es cuestionada.
Esto se traduce en un discurso que se apoya en la reintroducción de las categorías propias del esquema del vínculo social considerado como cmnpetencia: el capital humano, la igualdad de oportunidades, la responsabilidad individual, etcétera, en detrimento de una concepción alternativa del vínculo
social basada en una tnayor solidaridad y objetivos de igualdad real. Incluso,
en el fondo, la doctrina de la «izquierda moderna>> se construyó por oposi-
en mi opinión, lo que es la tercera vía». Citado por Philippe Marliere, Essais sur Tony Blaír et
le New Labour. La troísieme uoie dans !'impasse, Syllepse, París, 2003, págs. 97-98.
83. P. Mandelson, «Europe's openness and the politics of globalisation», Tlze Alwín Lecture, Cambridge, 8 de febrero de 2008.
84. Michael Freeden, «True blood or false genealogy: New Labour and british social democratic thought», en Andrew Gamble y Tony Wright, Tlze New Social Democracy, I3lackwell,
Oxford, 1999, pág. 163.
241
ción a esa concepción «arcaica» de la sociedad, defendida por la «vi~ja izquierda» . .Jacques Delors, en el prefacio a la traducción francesa, resmnen
bien lo que plantean los dos autores:
Los socialdemócratas adeptos a la tercera vía ya no defienden la idea de acuerdo
de que el ciudadano debe ser protegido por el Estado, alimentado, alqjado y
vestido, desde el nacimiento hasta la muerte, como lo formulaba Hobhouse; su
meta es más bien crear las condiciones que pem1itan a los individuos un nivel de
vida decente gracias a sus propios esfuerzos.ss
Giddens resume así la política de la tercera vía, con un eslogan: «ningún derecho sin responsabilidad>>, lo cual, según él, significa que hay que aun1entar
las obligaciones individuales en el n1ercado de trab~jo. 86 En su opinión, el
Estado es un «inversor social» que ayuda a la gente a adaptarse, n1ás que protegerlos.
Los socialdemócratas deben modificar su concepción de la relación entre el riesgo y la seguridad heredada del Estado providencia, y esforzarse en desarrollar una
sociedad de personas responsables que asumen riesgos, tanto en las esferas del
Estado, como en las de la gestión de la empresa y en el mercado del trabajo. 87
La ciudadanía ya no es definida como participación activa en la definición de
un bien cornún propio de una cmnunidad política, sino con1o una nlOvilización permanente de individuos que deben con1prometerse en contratos y
etnprendimientos de toda clase con empresas y asociaciones, para la producción de bienes locales que den satisfacción a los consumidores. La acción
pública debe dirigirse ante todo a instaurar las condiciones favorables para la
acción de los individuos, orientación que tiende a disolver el Estado entre el
8.5. T. Blair y A. Gidens, La Troisieme Voie. Le Renouueau de la social-démoaatíe, Seuil,
París, 2002, pág. 10 . .J. Delors retoma el argumentario y el léxico clásico de los adversarios
del we!farism cuando plantea que «las políticas de protección social tradicionales han engendrado a menudo una cultura de la dependencia y de la irresponsabilidad» (pág. 12). Es interesante observar, aunque sólo sea para dt;jar de lado las hipocresías de un socialismo francés o
de una construcción europea que habrían escapado milagrosamente al dominio de la racionalidad neoliberal, que J. Delors inscribe su propio proyecto europeo en el marco de esta
tercera uía. Su Libro Blanco de 1993, publicado por la Comisión Europea (Croissance, compétítivité, emplot), adopta sus grandes líneas.
86. Ibid., pág. 78.
87. lb íd.' pág. 111.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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GIRO DECISIVO
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242
conjunto de los productores de «bienes públicos». A. Giddens define así el
papel de la acción pública:
El Estado no puede confotmarse ya con asegurar la protección social. Debe asumir un papel más amplio, pero también más flexible, de regulador, contribuyendo a crear una esfera pública eficaz y bienes públicos satisfactorios. No es el
único actor en este dominio, ni mucho menos. Así, la disttibución de alimentos
a los almacenes, a los supermercados, etcétera, representa un bien público. Le
corresponde al Estado crear el marco de regulación de esta actividad. 88
¿En qué consiste exactarnente esta «regulación» que debe conducir a la «buena» sociedad, según su propia expresión? Se trata de hacer de tal manera que
el individuo tenga siempre la opción de arbitrar mediante su elección entre
productos y servicios. De un modo nada original, el principio de la competencia debe ser universal, tarnbién para los servicios públicos. La única diferencia es que las normas que deben seguir los competidores no se definen en
todos los casos de la rnisrna forma ni lo hacen los misrnos actores. Según
Giddens:
En los dominios donde las füerzas del mercado se ejercen libremente, se podría
decir que el individuo se comporta como ciudadano-consumidor. Las nmmas
son principalmente normas surgidas de la competencia. Un mal televisor propuesto al mismo precio que los otros no se sostendrá mucho en el mercado. El
papel desempeñado por el Estado y las otras autoridades públicas se limita a supervisar el marco general, impidiendo la formación de monopolios y ofreciendo
medios para garantizar los contratos. En las esferas no comerciales -el Estado y
la sociedad civil-, el consumidor debería poder elegir entre algunas opciones.
Y ello aunque los principios reguladores del mercado sólo desempeñen ahí un
papel menor. En el sector público, por ejemplo, habría que poder elegir entre
diversos médicos de cabecera, escuelas o servicios sociales. Aunque las normas
no pueden ser garantizadas por la competencia, como ocurre en la esfera mercantil. Deben ser supervisadas directamente por profesionales y por las autoridades públicas. Digamos que, en estas esferas, el individuo es un consumidor-ciudadano -tiene derecho a esperar que las normas sean rigurosamente aplicadas
por una autoridad exterior. 89
88. A. Giddens, Le Nouveau Modele européen, Hachette Littératures, París, 2007,
pág. 147.
89. Ibid., pág. 158-159. Adviértase, de paso, que la expresión «supervisar el marco general» es de inspiración muy ordoliberal.
Giddens retoma de este rnodo el argurnentario de los teóricos de Public Choice y el «nuevo management público>>.Yo Contra el egoísrno de los fimcionarios,
«hay que estimular la diversidad de los proveedores y crear incentivos eficaces» en todos los donlinios y en particular en la salud y en la educación. 91
Introducción de c01npetencia y obligación de elegir son las vías de la refom1a
del Estado: «la posibilidad de elección y, rnás en general, el reconocimiento
de un 1nayor poder del usuario contribuyen a estirnular la eficacia y el control de los costos», 92 porque en1pujan al prestatario a mejorar el servicio: 93
«Los socialdemócratas deben inspirarse en la crítica que dice que las instituciones públicas, al no beneficiarse de la disciplina del mercado, se vuelven
perezosas y sus servicios tienen mala calidad». Y4
La doctrina de la «tercera vía» traduce bastante bien el abandono de los
pilares fundamentales de la socialdemocracia (y del laborismo). El Estado
social y las políticas de redistribución de los beneficios son concebidos, en
adelante, como obstáculos al crecimiento y no ya con1o ele1nentos centrales
del compromiso social. El New Labour prolongó y legitirnó la denuncia de
las políticas sociales construidas a partir de los derechos y de la experiencia,
exaltó el éxito individual con acentos rnoralizadores que no hubieran rechazado Malthus o Spencer. 95 Sin duda, el blairismo mantuvo ciertas diferencias
con la pura ortodoxia económica de tipo monetarista: la instauración del
salario mínirno, una política presupuestaria contracíclica, reinversión, con
ayuda del sector privado, en servicios públicos y de educación. Aun así, estas
90. Ibíd., pág. 163. Para el «nuevo management público», véase cap. 8.
91. A. Giddens toma como ejemplos la privatización de las escuelas en Suecia y los cheques de educación en Estados Unidos (ibíd., págs. 166-167).
92. Ibíd., pág. 165-166.
93. Ibid., pág. 165. A. Giddens desearía establecer una diferencia entre lo que él llama
«democratización de lo cotidiano», que refi.1erza el poder del usuario, y el puro y simple
«consumismo» neoliberal. Pero no se ve bien en qué se distinguen. Por ejemplo, en materia
escolar y universitaria, A. Giddens es una muestra del nuevo consenso entre la izquierda
modema y la nueva derecha para que los estudiantes financien ellos mismos sus estudios recurriendo a préstamos.
94. Citado par K. Dixon, Un digne héritier, op. cit., pág. 77.
95. Florence Faucher-King y Patrick Le Gales lo ponen de relieve: <<El New Labour
adopta una posición que valoriza a los ganadores, los emprendedores (sea cual sea su color,
su origen o su edad), la seguridad de los bienes y de las personas; las cuestiones de integración
en la sociedad, de la redistribución o el discurso sobre la solidaridad, el espacio público, son
dejados de lado» (F. Faucher-King y P. Le Gales, Tolly Blair, 1997-2007, Presses de SciencesPo, París, 2007, pág. 18.
244
LA NUEVA RAZÓN DEL
EL GIRO DECISIVO
245
diferencias políticas, por innegables que sean, se inscriben en el interior de
un mismo marco fundan1ental, el de la racionalidad política y las prácticas
disciplinarias propias delneoliberalismo.
A propósito del New Labor, Keith Dixon habla de un «neoliberalismo de
la segunda generación>>. 96 Si d~jamos de lado definitivamente la idea de que
el neoliberalismo significa la retirada del Estado, podemos distinguir en el
activismo refmmador y centralizador del blairismo esa dimensión estructurante de la nueva forma de gobierno de los individuos. 97 Es esto lo que revelan ciertos análisis de la política del New Labour cuando trataron de hacer un
balance sobre este movimiento:
El programa de reformas ha sido llevado a cabo movilizando y desarrollando las
capacidades de control y de dirección del gobierno. Siguiendo y adaptando el
marco legado por los conservadores, modernizando la herencia utilitarista (desconfianza en la sociedad), los neolaboristas reformaron el gobierno y sus modos
operatorios en el seno de un sistema de constricciones y de controles reforzados,
un sistema «conducción de las conductas», hubiera dicho M. Foucault, que no
siempre escapa a una deriva burocrática, incluso autoritaria. 98
Lo que a veces se llama impropiamente la «conversión neoliberal de la izquierda>> no se explica únicamente, pues, por las campañas ideológicas de la
derecha o por la capacidad de persuasión de esta última. Se explica más fundamentahnente por la difusión de una racionalidad global que funciona
con1o una evidencia ampliarnente compartida, que no es del orden de la
lógica de partido sino de la técnica, supuestamente neutra ideológicamente,
del gobierno de los hombres.
Lo más importante no es tanto el triunfo de la vulgata neoliberal como la
forma que en el neoliberalismo se ha traducido en políticas concretas, final-
96. K. Dixon, Un abécédaire du blairistne, Le Croquant, Bellecombe-en-Bauges, 2005,
pág. 15.
97. Encontramos una manifestación de esto mismo bajo la forma de la falacia del «ni-ni»,
que se quita de encima el antiguo compromiso socialdemócrata. Tony Blair formulaba así
las cosas antes de acceder al poder: «Si bien rechazo la actitud habitual del laissez:faire de
quienes dicen que el gobierno no tiene que desempeñar ningún papel, también rechazo el
retorno a un modelo de Estado corporatista, cuya época se término. El papel del gobierno
no es el del gran comandante de la economía, sino el del compañero de ruta» (T. Blair, La
Nouvelle Grande-Bretagne. Vers une société de partenaires, L'Aube, La Tour-d'Aigues, 1996,
pág. 101).
98. F. Faucher-King y P. Le Gales, op. cit., pág. 16.
rnente sufi-idas y a veces incluso aceptadas por una parte de la población
asalariada, sin que fuera óbice para ello que tales políticas tuvieran como
n1eta explícita hacer retroceder derechos adquiridos, solidaridades entre grupos y entre generaciones, ni que pusieran a rnuchos st~jetos sociales en dificultades, enfrentándolos a arr1enazas crecientes, al introducirlos sistemática y
explícitamente en una lógica de «riesgos». El neoliberalismo es rrmcho más
que una ideología partidaria. Por lo general, por otra parte, los responsables
políticos que ponen en práctica las prácticas neoliberales se defienden de la
atribución de toda ideología. El neoliberalismo, cuando inspira políticas concretas, se niega a sí mismo como ideología porque es la razón rnisma.
En consecuencia, políticas muy parecidas pueden recibir fom1as distintas
de moldes distintos (conservadores, tradicionalistas, modernistas, republicanas,
en función de las situaciones y los casos), poniéndose así de manifiesto su
extrerna plasticidad. Para decirlo de otro modo, la dogn1ática neoliberal se
propone como una pragmática general indiferente a sus orígenes partidarios. La
modernidad o la eficacia no son de derechas ni de izquierdas, de acuerdo con
la fórmula de quienes «no hacen política». Lo esencial es que «la cosa funciona», como repetía a menudo Tony Blair. Esto permite medir iguahnente la
distancia entre el período militante del neoliberalismo político de M. Thatcher
y R .. Reagan, y el período de gestión, en el que ya se trata únicamente de
«buena gobemanza», de «buenas prácticas» y de «adaptación a la mundialización». Durante este período de madurez, los antiguos oponentes tuvieron que
abjurar en gran parte de su antigua crítica del capitalismo: finalrr1ente tuvieron
que reconocer la «economía de mercado» como el medio más eficaz de coordinación de las actividades económicas. En suma, la gran victoria ideológica
del neoliberalismo consistió en «desideologizar» las políticas que llevaba a
cabo, hasta tal punto que ya no deben ser ni siquiera objeto de debate.
Se encuentra aquí una de las causas del hundirniento doctrinal tan completo de la izquierda en el curso de los años 1990. Si se admite que los dispositivos prácticos de gestión neoliberal de los individuos son los únicos
eficaces, incluso los únicos posibles, o en todo caso los únicos que se pueda
imaginar, resulta dificil pensar qué oposición real podría haber frente a los
principios que los sustentan (por ~jemplo, la hipótesis de las elecciones racionales), o cuestionar efectivamente los resultados a los que llegan (mayor exposición a la cmnpetencia y a los «accidentes» de la coyuntura mundial). N o
queda sino la lógica de la persuasión retórica, que consiste en denunciar en
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
246
alta voz lo que se acepta por lo bajo. Algo que los rnás «hábiles» entre los
responsables de izquierdas han hecho cuando se requería. 99 Pero, lo que es
más, el neoliberalismo político tal corno se ha desanollado ha tenido efectos
de primer orden sobre las conductas efectivas de los individuos, incitándolos
a «hacerse cargo de sí rnismos», a no seguir contando con la solidaridad colectiva, a calcular y maximizar sus intereses persiguiendo lógicas 1nás individuales en un contexto de competencia rnás radical entre ellos. En otros términos, la estrategia neoliberal ha consistido y consiste siempre en orientar
sistemáticamente la conducta de los individuos corr1o si estuvieran siempre y
en todas partes participando de relaciones de transacción y competencia en
un mercado.
7
Los orígenes ordoliberales
de la construcción europea
Al gran giro mundial que se produjo en los años 1980 y 1990 le siguió la
poderosa ola conservadora proveniente de Gran Bretaña y Estados Unidos.
Esto dio nacirniento, a modo de reacción, a una especie de leyenda dorada
de la constn1cción europea considerada como bastión de resistencia al «ultraliberalisrrlo» anglosajón. Es una de las cantinelas del liberalismo de izquierda.
La historia es mucho rnás compleja, al misrno tierr1po menos lineal y menos
maniquea. En realidad, corno lo destacan con razón los universitarios norteamericanos del colectivo Retort, <<la noción de una Europa políticamente
autónoma -una Europa que se opondría a la "barbarie" norteamericana y
ocuparía un lugar relativarnente positivo dentro del capital y la modernidad- es en gran medida ilusoria. Conternplándose en la "irnagen autosatisfecha" de una supuesta "excepción", europea, "la izquierda abandona toda
posibilidad de resistencia real"». 1 Porque, si bien es cierto que esta construcción de Europa es el producto de diversas tradiciones, entre las cuales se
encuentra la de la democracia cristiana, tradición poderosa, también resulta
de una de las más antiguas estrategias neoliberales, de cuyos principales fundarnentos teóricos hemos hablado más arriba, con el análisis del ordoliberalismo. Esta estrategia original, a menudo desconocida en cuanto tal, es anterior a la difilsión de la ideología neoliberal en los años 1970, así como a la
99. La Francia «socialista» de Mitten·and fue sumergida en un baño retórico muy hostil al
neoliberalismo, mientras que, mucho antes del blairismo, ya había adoptado muchos métodos neoliberales.
1. Retort, Des ímages et des bombes, Polítique du spectacle et néolibéralisme militaire, op. cit.,
págs. 8-9.
248
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
crisis de regulación del capitalismo fordista. El liberalismo europeo, en efecto, no esperó a triunfar en el plano de las ideas para institucionalizarse progresivamente gracias a políticas dirigidas con un gran espíritu de continuidad.
La constn1cción jurídica y política de un 1nercado de la competencia se llevó
a cabo poco a poco mientras seguía predominando una racionalidad administrativa y burocrática, y mientras prevalecía en los hechos el intervencionismo keynesiano -o, como en Francia, las diferentes formas de «colbertismo». No se trata en absoluto de considerar Europa el banco de pn1ebas de
una experin1entación neoliberal que luego se extendiera por contagio al resto del mundo; se trata simplen1ente de dar todo su lugar a la lógica ordoliberal que imprimió n1uy pronto cierto curso a la constn1Cción europea. Como
lo advertía en 1967 un observador de los primeros pasos de esa constn1cción,
«el competencialismo sustituye alliberalistno de antaí1o». Ésta es, añadía, «la
idea de base del neoliberalis1no conten1poráneo». 2
La construcción del «mercado común» en Europa ofrece un ejemplo particulam1ente interesante de instauración de este competencialismo neoliberal. El Tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA)
en 1951, y después el Tratado de Roma de 1957, empezaron a instaurar reglas estrictas para evitar que la competencia fi1ese falseada por prácticas discriminatorias, abusos de posición dominante, subvenciones estatales. Desde
entonces, la Comisión Europea, con un fuerte apoyo por parte de la Corte
de Justicia Europea, ha elaborado un conjunto de instrumentos que fmmaron la base, según un infonne de la OCDE, de una verdadera «constitución
económica». 3 Esta política de la con1petencia, que no ha dejado de ampliarse
y de profundizarse, 4 es considerada, por otra parte, como uno de los resortes
2. Louis Franck, La Libre Concurrence, PUF, París, 1967. L. Franck precisaba: «En la actualidad ya se admite que hay intervenciones necesarias para preservar ciertas formas de libre
competencia, que dicha libre competencia no forma pa1te de la naturaleza de las cosas, que
las dos nociones de libre competencia y de laisser7faire deben disociarse: esto es, como se sabe,
una de las lecciones del nuevo liberalismo, pero es, con respecto a la escuela clásica, un poco
revolucionario» (pág. 7).
3. OCDE, Droit et politique de la concurrence en Europe, París, 2005, pág. 12.
4. La competencia libre y no falseada, considerada como un medio para la eficacia económica, funda la legitimidad de las directivas, muy normativas, y de la jurisprudencia de las
instituciones europeas. Las normas jurídicas definidas por la Dirección General de la Competencia y sostenidas por la jurisprudencia de la Corte de .Justicia responden todas ellas a
objetivos económicos de bienestar y de competitividad. En cuanto a este punto, la Comisión
ha permanecido perfectamente fiel al programa neoliberal. Limitándose en un primer tiempo
a controlar las condiciones de la competencia en el sector privado, la Comisión y la Corte
Los ORÍGENES ORDOLIBERALES DE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA
249
más poderosos de la integración económica: «El estímulo dado por la Corte
a la Cmnisión a propósito de la fijación por esta última de las condiciones de
la integración del mercado ha conferido a las reglas de competencia del Tratado una naturaleza casi constitucional», destaca una vez más la OCDE. 5
Este neoliberalisn1o político tiene un origen. El ordoliberalismo constituyó lo esencial del fundamento doctrinal de la actual constn1cción europea,
incluso antes de que ésta quedara sometida a la nueva racionalidad rnundial.
Para los neoliberales europeos confesos, la filiación entre el ordoliberalismo y
el espíritu que presidió la instauración del Mercado Común, luego de la
Unión Europea, es indudable. Es incluso reivindicada por cierto número de
ellos. Uno de los testimonios n1ás convincentes a este respecto es la conferencia pronunciada por Frits Bolkestein en el Instituto W alter Eucken en Freiburg el 10 de julio del 2000. El orador, que se presentaba entonces como el
«responsable del mercado interior y de la fiscalidad>> de la Comisión Europea,
daba a su conferencia el siguiente título: 6 «Construir la Europa liberal del siglo
XXI». Tras recordar el papel de los ordoliberales en la política económica y
monetaria de la R.epública Federal de Alemania (R.FA), y más en particular
el lugar eminente de W alter Eucken en la doctrina, Frits Bolkestein afirmaba:
En una visión de la Europa del mañana, la idea de libertad, tal como la defendía
Eucken, debe ocupar, sin duda, un lugar central. En la práctica europea, esta idea
se concreta en las cuatro libertades del mercado interior, o sea, la libre circulación de las personas, de los bienes, de los servicios y de los capitales.
Y añadía:
En efecto, queda mucho por hacer para que estas libertades se conviettan en
cettezas. La Comisión Europea y el Consejo son conscientes de este desafío y lo
empezaron a perseguir los monopolios de las empresas públicas a partir de los años 1980 en
el sector de las telecomunicaciones. En 1988, la Comisión, generalizando sus o~jetivos de
lucha contra las distorsiones de la competencia, inició su largo combate en favor de la liberalización de los servicios públicos mediante una directiva cuyo objetivo es eliminar todos los
monopolios públicos que transgreden el derecho de la competencia. Energía, transportes,
seguros, servicios postales, radiodifusión ... en muy vastos dominios, las empresas públicas son
obligadas a alinearse con el derecho de la competencia vigente en el sector privado.
5. Ibid., pág. 12.
6. F. Bolkestein es un político holandés, responsable durante mucho tiempo del Partido
Popular (liberal), presidente de la Internacional Liberal de Londres entre 1996 y 1999, autor
de la directiva «Servicios», que elaboró durante su mandato en la Comisión Europea entre
1999 y 2004.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
Los ORÍGENES ORDOLIBERALES DE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA
251
250
han asumido, adoptando un programa ambicioso de desreglamentación y de
flexibilización, resumido en el acto final de la cima de Lisboa, que tuvo lugar el
mes de marzo último. La instauración del conjunto de medidas propuestas en
Lisboa representará un progreso considerable en la realización de una Europa
conforme a las ideas «ordoliberales».
La continuación es todavía rnás explícita:
El proyecto ambicioso de la Unión Europea y monetaria representa a este respecto un desafio particular. Este proyecto no sólo tiene como finalidad reforzar
las libertades del ciudadano, sino que constituye igualmente uno de los principales instrumentos políticos que deben pennitir estabilizar la enorme econonúa de
mercado que es Europa. En este sentido, pues, se trata de un puro producto del
pensamiento «ordoliberal».
Frits Bolkestein detallaba el programa de refonnas que debía pennitir la realización integral de esa Europa <<ordoliberal». Se destacaban cuatro puntos:
1. Flexibilidad de los salarios y los precios mediante la reforma de los rnercados del trabajo. («Es absolutarnente necesario progresar en el dominio
de la flexibilización del mercado del empleo»; «Uno de nuestros principales desafios es, por lo tanto, mejorar la flexibilidad del mercado del
trabajo y del mercado de los capitales».)
2. La reforma de las jubilaciones mediante el estímulo de los planes individuales. («Si quere1nos evitar igualmente que estalle la bornba de relojería
que son las pensiones, es urgente afrontar la reforma de la legislación sobre las jubilaciones. Los fondos de pensiones deben poder aprovecharse
de las nuevas posibilidades de inversión que ofrece el euro».)
3. La promoción del espíritu de empresa. («Los europeos parecen tener un
espíritu de ernpresa insuficiente. El problema de Europa no es tanto la
falta de capital-riesgo para lanzar nuevos proyectos de negocio. El dinero
no falta. Pero hay pocas personas dispuestas a dar el paso para crear su
propia ernpresa. Las reformas estructurales deben ir a la par, por lo tanto,
con un cambio de mentalidad en el ciudadano».)
4. La defensa del ideal de civilización libre contra el «nihilisnlo». («El relativisrno moral y epistemológico de esta corriente arnenaza con quebrantar
los valores esenciales del proyecto liberal, corno el espíritu crítico y racional y la creencia en la dignidad fundamental del individuo libre»; «El ad-
vemrruento de la Europa liberal de rnañana corre peligro debido a la
formación que hoy día se transmite a los jóvenes europeos en las escuelas
y las universidades [... ] La tarea de los universitarios es, por lo tanto, transmitir, rnediante su trabajo, los valores fundadores de la sociedad libre o,
en todo caso, combatir las ideas que tienden a poner en peligro este tipo
de sociedad».)
Bolkestein no ocultaba que, para él, la constnrcción de Europa era desde el
principio un proyecto antisocialista, incluso un proyecto contra el Estado
social. Recordaba que «para Eucken el socialismo era una visión de horror,
un modelo, no sólo de ineficacia, sino ta1nbién, y sobre todo, de ausencia de
libertad».
De 1nodo que la <<Europa liberal» es un prog¡·arrra clararrrente trazado,
como F. Bolkestein tuvo el rnérito de recordar. También estuvo en lo cierto
al subrayar que su construcción se inscribía en la línea del ordoliberalismo
alernán, en contra de la idea que pretende que Europa encarnaría un «nlodelo social» opuesto a la mundialización «ultraliberal» de los anglosajones. La
confusión, en gran medida voluntaria, se centra en el sentido de la expresión
típicamente ordoliberal, «econonúa social de rnercado>>, que muchos consideran un sinónimo de «Europa social». En una entrevista de 2005, Jacques
Delors, ante la pregunta de un periodista: «¿ Córr10 perrrlitiría el nuevo tratado luchar contra las perversiones del1nercado?», dio la siguiente respuesta:
Desde 1957, los países europeos habían considerado que si tenían un mercado
común incrementarían al mismo tiempo su eficacia y su solidaridad entre ellos.
Esto no es facil de llevar a cabo. Lo que este tratado retoma son los primeros
principios. No es innovador a este respecto. Lo nuevo es el mayor poder que
han adquirido las fuerzas políticas que rechazan la intervención del Estado y de
las instituciones para equilibrar las fuerzas del mercado. En nombre de un monetarismo que siempre he combatido, se rechaza el reequilibrio entre lo económico y lo monetario ... El tratado no decide en este punto. Deja a las fuerzas
políticas la posibilidad de ir en un sentido o en el otro. Sin el tratado, disponemos de menos instrumentos para defender los intereses legítimos de Francia e ir
hacia esa economía social de 1nercado, renovada, que es una respuesta a la mundialización y al poder financiero. 7
7. Nord-Éclair, 14 de mayo de 2005.
252
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
Esta respuesta es bastante característica de cierta lectura de la historia europea que tiende a hacer olvidar que esa <<economía social de mercado>> fue
la fórmula del neoliberalismo alemán antes de convertirse en la del neoliberalismo europeo. Jacques Delors no es el único que mantiene esta ocultación.
Casi todos los partidarios del Tratado Constitucional Europeo (TCE) defendieron interpretaciones setnt:jantes. Jacques Chirac, en una ttibuna publicada
por veintiséis diarios europeos en la víspera de la cumbre de Harnpton Court
del27 de octubre de 2005, declaraba: el n1odelo de Europa «es la economía
social de mercado. Su contrato es la alianza de la libertad y la solidaridad, es
el poder público garante del interés general». Y añadía: «Por eso Francia no
aceptará nunca ver a Europa reducida a una simple zona de libre cambio [y]
deben1os relanzar el proyecto de una Europa política y social, basada en el
principio de la solidaridad».
Estas citas destacan la necesidad de una clarificación, tanto acerca de las
fuentes del neoliberalismo europeo, como acerca de las vías por las que se
Impuso.
Arqueología de los principios del
Tratado Constitucional Europeo
Remitámonos por un n1omento a la «Constitución Europea», en cuya elaboración desempeñaron un papel fundamental los partidos liberales y cristianodemócratas europeos. La campaña del referéndum que se desarrolló en Francia en 2005 planteó el problema de la <<constitucionalizacióm> de cierto
número de orientaciones de política económica: el monetarismo del Banco
Central Europeo, la competencia como principio de la actividad económica,
la parte reducida y secundaria que se dejaba a los «servicios económicos de
interés general». Estas opciones planteaban la pregunta por la «economía social de mercado», fórmula de referencia oficial de la nueva constitución para
toda la Unión.
El tratado, que en 2007 se convertirá en el «Tratado de Lisboa» tras unos
smneros retoques, contenía desde el inicio una setie de principios fundamentales sobre la naturaleza de la economía europea, principios que se declinaban
en la parte III. Allí se encontraba, en particular a partir del artículo 3, una
fonnulación del principio a seguir, que se suponía estaba claro para todos:
Los ORÍGENES ORDOLIBERALES DE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA
253
«una economía social de mercado altamente cmnpetitiva». Toda la política
econónuca definida en la parte III tiene como objetivo organizar Europa en
tomo a algunos principios fundamentales de una «economía de mercado
abierta donde la con1petencia es libre», como se repite constantemente en
partes y artículos de la constitución. Ésta última consagra dos pilares de esta
«economía social de mercado»: el principio supremo de la competencia en las
actividades económicas y la estabilidad de los precios, garantía para un Banco
Central independiente.
La Unión Europea dispone así de una competencia exclusiva para el «establecimiento de las reglas de competencia necesarias para el funcionamiento
del mercado mterion> (artículo I-13). Los artículos III-162 y III-163 aplican
este principio prohibiendo todas las prácticas que podrían falsear la competencia en el mercado interior, así con1o todas las prácticas consideradas abusos de posición dominante. El artículo III-167 prohíbe, más específican1ente,
las ayudas del Estado que podrían distorsionar la competencia.
La estabilidad de la moneda es el segundo principio decisivo. En la parte
!-título III, sobre «Las competencias de la Unión», se encuentra en el artículo 29 la definición de las misiones y del estatuto del Banco Central Europeo.
El apartado 2 declara:
El Sistema Europeo de Bancos Centrales es dirigido por los órganos de decisión
del Banco Central Europeo. El o~jetivo principal del Sistema Europeo de Bancos Centrales es mantener la estabilidad de los precios. Sin perjuicio del o~jetivo
de estabilidad de los precios, aporta su apoyo a las políticas económicas generales
en la Unión, con el fin de contribuir a la realización de los objetivos de la Unión.
El apartado 3 precisa:
El Banco Central Europeo es una institución dotada de personalidad jurídica. Es
la única habilitada para autorizar la emisión del euro. En el ejercicio de sus poderes y en sus finanzas, es independiente. Las instituciones y órganos de la Unión
así como los gobiernos de los Estados miembros se comprometen a respetar este
principio.
Los ptincipios en cuestión no son nuevos. El Tratado de Maastricht en 1992,
al crear la Unión Europea, ya había introducido, mediante su artículo 3, el
objetivo de un «régimen que asegure que la competencia no es falsificada en
el n1ercado interior», y, mediante un artículo 3A, que no era anodino, plan-
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
Los ORÍGENES ORDOLIBERALES DE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA
254
teaba como objetivo «la instauración de una política económica basada en la
estrecha coordinación de los Estados mietnbros, en el mercado interior y en
la definición de objetivos comunes», llevada a cabo de un modo conforme al
respeto del principio de una «economía de mercado abierta en la cual la
competencia es libre». Esta últin1a expresión, utilizada luego como un verdadero eslogan, se repite en el Tratado de Maastricht en varias ocasiones, con1o
se repetirá luego en el Tratado Constitucional.
Pero a su vez, el Tratado de Maastricht se inscribía en una lógica más
antigua. El Tratado de Rorna de 1957 afirmaba la necesidad del «establecimiento de un régimen que asegure que la cornpetencia no es falsificada en el
mercado común» (I-3). En el artículo 29, se precisaba que la Comisión «seguía la evolución de las condiciones de competencia en el interior de la
Comunidad, en la medida en que esta evolución tendrá como efecto aumentar la fuerza competitiva de las empresas».
La tercera parte, consagrada a la política de la Comunidad, definía cuidadosamente las «reglas de la cornpetencia>>. En el artículo 85, se podía leer que
«son incompatibles con el rnercado común y quedan prohibidos todos los
acuerdos entre empresas, todas las decisiones de asociaciones de empresas y
todas las prácticas concertadas susceptibles de afectar al comercio entre Estados miembros y que tengan por objeto impedir, restringir o falsear el juego
de la competencia en el interior del Mercado Común». El artículo 86 trazaba la imagen de una economía de cornpetencia sin monopolios privados o
públicos: «Es incornpatible con el mercado común y queda prohibido, en la
medida en que el comercio entre Estados rniembros puede quedar afectado,
el hecho de que una o varias empresas exploten de forma abusiva una posición dominante en el mercado o en una parte substancial de éste». Estaban
ya proscritas las prácticas de dumping, pero también las ayudas del Estado. El
artículo 92 indicaba: «Salvo derogaciones previstas por el presente tratado,
son incompatibles con el mercado común, en la medida en que afectan a los
intercambios entre Estados miembros, las ayudas concedidas por los Estados o por medio de los recursos del Estado, bajo la forrna que sea, que falseen
o amenacen con falsear la cornpetencia favoreciendo a determinadas ernpresas o determinadas producciones».
El Tratado de Rorna que instituía una Conmnidad Económica Europea
(CEE) ya contenía lo esencial de la doctrina de la construcción europea.
Desde 195 7, las libertades económicas fundarnentales (las «cuatro libertades
255
de circulación de las personas, de las n1ercancías, de los servicios y de los
capitales») adquieren por otra parte un valor constitucional, reconocido
como tal por la Corte Europea de Justicia, como derechos fundamentales de
los ciudadanos europeos. 8 Es lo que el TCE confirmaba en sus numerosos
artículos, donde se trata de los <<principios de una economía de mercado
abierta en la que la competencia es libre». 9
Desde 1957, la lógica de «constitucionalización» de la econornía social de
n1ercado se ha hecho cada vez más manifiesta. Se revela entonces que la línea
de fuerza principal de la construcción europea no es la cooperación sectorial
y la organización de políticas específicas, sino más bien la integración en el
derecho constitucional de los principios fundamentales de la econonúa social
de mercado. 10 El TCE constituye a este respecto el apogeo de un lento movimiento en favor de una norma econónúca suprema considerada como un
componente esencial de la constitución política en el sentido más arnplio del
término.
Esta «constitucionalización>> de las libertades econótnicas conesponde
muy ampliamente a la realización de los principios fundamentales del ordoliberalisrno, tales como fueron definidos entre 1932 y 1945 y, rnás generalmente, del neo].iberalismo europeo.U Una parte de los responsables políticos
8. Véase Laurence Sirnonin, «Ordolibéralisrne et intégration éconornique européenne»,
Revue d'Allemagne et des Pays de langue allemande, t. 33, fascículo 1, 2001, pág. 66.
9. Los socialistas franceses favorables a la ratificación, cuya práctica de la denegación de
la realidad se hizo particularmente visible durante este episodio del referéndum, sostenían,
por el contrario, que este tratado marcaba el fin del «todo económico», mostrando de esta
manera hasta qué punto no captaban, o no querían captar, la lógica ordoliberal del proceso
que estaba en curso. Así, por no tomar más que un ejemplo, Dominique Strauss-Kahn y
Bertrand Delanoe escribían en una tribuna de Le Monde: «Hasta ahora, la historia de la Unión
se había escrito ampliamente en torno a la construcción económica [... ] El nuevo tratado
marca el fin de este planteamiento demasiado monolítico y diversifica la ambición de la Comunidad Europea: además de los derechos sociales de los ciudadanos, consagra el modelo
europeo de sociedad, que tiene en su corazón el modelo de justicia social-la "economía social
de mercado"- al que nos adherirnos» («<l faut ratifier le Traité», Le Monde, 3 de julio de
2004).
10. Esto, por otra parte, es perfectamente reconocido por especialistas que defienden su
legitimidad y su necesidad. Francesco Martucci escribió acerca de lo que llama la «constitución econórnica europea»: «La Comunidad Europea dispone de una constitución económica
fundada en una econonúa de mercado>>, y detalla sus objetivos, sus instrumentos y sus principios («La Constitution européenne est-elle libérale?», Supplément de la Lettre de la Fondation
Robert Schuman, no 219, 2005, <www.robert-schuman.eu>).
11. Véase supra, cap. 3.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
257
y económicos de inspiración liberal, en particular en Francia y en Italia, apoyaron muy conscientemente esta construcción, en la que veían la puesta en
marcha de los principios del competencialismo. El caso de Jacques Rueff, de
quien más arriba se dijo qué papel desempeñó en la oposición a políticas
intervencionistas de tipo keynesiano, es n1uy ilustrativo a este respecto.
En 1958, J. Rueff mostraba que el Tratado de Roma, firmado algunos
meses antes, tenía la particularidad de que creaba un «mercado institucional», que debía ser distinguido cuidadosamente del «mercado manchesteriano». Aunque tenía las misrnas cualidades de equilibrio que el otro y
aunque «era tatnbién una zona de "dejar-pasar", no era una zona de "laissez-faire"»Y El poder público era invitado a intervenir para proteger el
mercado de los «intereses privados>> que de otro modo se pondrían de
acuerdo y controlarían n1ercados reservados; también era invitado a atenuar las consecuencias sociales de la apertura de los mercados a la competencia. J. Rueff explicaba que la marca principal del mercado institucional
era lo que élllatnaba «realistno profundo». Los fundadores habían «preferido un n1ercado limitado por intervenciones que le darían una oportunidad
de ser moralmente y políticamente aceptado». 13 Esto no significaba una
traba, del tipo que fuese, al n1ercado porque, como él lo subrayaba igualmente, las intervenciones admitidas sólo debían consistir en procedimientos «respetuosos de los mecanismos de los precios» y que no perturbaran en
nada su libre formación en el mercado.
Este «mercado institucional» cuya construcción europea constituye el
prototipo tiene asegurado, según J. Rueff, un gran porvenir. Su realización
debe reunir a todos los partidos liberales y socialistas, y debe extenderse al
conjunto de las relaciones económicas mundiales. El neoliberalismo, si ya era
para él el zócalo de la construcción europea, no podía dejar de ser igualmente el fundamento del mercado mundial que «unirá mañana, en una civilización común, a todos los individuos y a todos los pueblos que quieren dar a
los hmnbres la libertad sin desorden y el bienestar sin servidmnbre, y altnismo tiempo reducirá, todo lo que sea humanamente posible, la desigualdad y
la injusticia>>. Medio siglo más tarde, sólo puede causar sorpresa el carácter
premonitorio de los planteanuentos de J. Rueff cuando anunciaba que libe-
rales y socialistas tendrían que acabar poniéndose de acuerdo en el mismo
objetivo de construcción del «n1ercado institucional>>, retomando su cantinela de antes de la guerra que decía que el liberalismo, ni es de derechas, ni es
256
12.]. Rueff, «Le marché institutionnel des Communautés européennes», Revue d'économie
poli tique, enero-febrero 1958, pág. 7.
13. Ibid., pág. 8.
de izquierdas.¡.¡
Pero, ¿de dónde viene esta idea de un mercado constnüdo y vigilado por
la autoridad política? Para J. Rueff, como para otros observadores de la época, no cabe la tnenor duda de que la idea que anima el <<rnercado con1Ún» es
un puro producto del neoliberalisn1o surgido al final de los años 1930:
El mercado institucional es así la culminación y el coronamiento del esfuerzo
de renovación del pensamiento liberal, que nació hace una veintena de años,
y que, con el nombre de neoliberalismo, o de liberalismo social, incluso de
socialismo liberal, tomó conciencia progresivamente de sus aspiraciones y
de los métodos adecuados para satisfacerlas, para reconocerse, finalmente, en
las fórmulas comunitarias de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero,
así como en aquéllas cuya aplicación general será, el día de maüana, la Comunidad Económica Europea (CEE). 15
Aunque el ordoliberalisn1o, como hetnos visto suficientemente, no goza de
ningún nwnopolio, hay que adnlitir que constituyó el cuerpo de doctrina
más coherente del neoliberalismo europeo. El homenaje que le hace J. Rueff,
la influencia que tendrá en Francia en responsables de alto nivel con1o
V. Giscard d'Estaing o el antiguo Primer Ministro R.aymond Barre, son otros
tantos signos de lo nlÍstno. 16
14. J. Rueff afirmaba que «liberales y socialistas están condenados, unos y otros, si
quieren alcanzar sus fines, a las disciplinas del mercado institucional, ya que tanto los unos
como los otros adhieren a las mismas "civilizaciones de mercado" contra el totalitarismo
planificado».
15. Ibid., pág. 8. Otros autores, a comienzos del año 1969, establecieron el vínculo
entre los principios del mercado común y el neoliberalismo. Es el caso de Louis Franck en
La Ubre Concurrence, op. cit., pág. 20: «No cabe duda tampoco de que el neoliberalismo ha
influido profundamente en la política de salvaguarda de la competencia, adoptada por l~s
tratados de París y de Roma, que instituyeron, el ptimero la CECA y el segundo la prop1a
CEE».
16. No hay que olvidar que la construcción europea sirvió conscientemente Ymuy pronto como palanca para cuestionar las «rigideces de las estructuras sociales y económicas» de los
países miembros. En 1959, el biforme sobre los obstáculos a la expansión económica, llam:do «Rapport Armand-Rueff», fimda sus recomendaciones en la preparación de la econorma Y de la
sociedad francesas para la competencia europea.
258
LA NUEVA RAZÓN DEL
La hegemonía del ordoliberalismo en la RFA
Para comprender de qué modo pudieron estos principios conquistar Europa,
hay que volver a la manera en que se impusieron en la RFA tras la Segunda
Guerra Mundial y a cómo constituyeron la base de un consenso en el que
encontramos a las formaciones políticas alernanas más irnportantes. Es importante, de todos modos, no confundir, como a menudo se ha hecho, lo
que en Alemania corresponde estrictamente a la filiación ordoliberal y lo que
se debe a una herencia n1ás antigua (el Estado social «bismarckiano»), o a las
condiciones sociales y políticas del compromiso entre fuerzas sindicales y
patronales Oa «cogestión»). El <<capitalisrno renano» no es la «economía social
de rnercado>> tal como la definieron los teóricos liberales alemanes; remite a
una realidad híbrida, fruto de la historia y de las relaciones de filerza sociales
y políticas.
El éxito inicial del neoliberalismo alemán es tributario de diversos factores: para la RFA se trataba de refundar la legitimidad del nuevo Estado, de
integrarse en el rrmndo libre, de tomar sus distancias respecto del pasado
nacionalista y totalitario. 17 Habría que mencionar igualmente la influencia de
Estados Unidos sobre la reconstrucción y el miedo a la inflación que había
destruido la economía en 1923. Todos estos factores influyeron a favor de un
vuelco de la situación en un país que durante mucho tiempo se había n1ostrado reticente ante elliberalisn1o. El ordoliberalismo pudo imponerse porque combinó, después del nazismo, un rechazo del estatismo autárquico con
un rechazo del liberalismo puro de la economía política clásica y neoclásica,
que había tenido su responsabilidad en los desórdenes del período entre las
dos guerras. Promovió un liberalismo organizado que se acomodaba a un
«Estado fuerte», pero imparcial, capaz de imponerse ante los intereses privados coaligados y de hacer respetar por todos las reglas del juego de la competencia.
En el plano histórico y práctico, la «oportunidad» del ordoliberalismo fi.1e
la creación en 1948, ante las instancias de ocupación responsables de la política económica, fomentada al parecer por Ludwig Erhard, de un Consejo
Económico dominado por los ordoliberales. Erhard, a tnenudo presentado
cmno el <<padre del milagro alernán>>, fue, más que un teórico, un práctico de
17. Véase sobre este punto, M. Foucault, NBP, op. cit.
Los ORÍGENES ORDOLIBERALES DE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA
259
la econonúa que se atenía a las «necesidades del sistema» y rechazaba todo
dirigismo económico. Fue el artesano de la reforma econórnica del 21 de
junio de 1948 que creó el Deutsche Mark. Poco tiempo después, fue él
quien liberó brutalmente los precios. Fue él también quien hizo votar la ley
«anticartel» de 1957 18 y decidió la independencia del Bundesbank el mismo
año. Su dogtna era «la competencia ante todo»: «Sostener la econornía con1petencial es un deber social», escribe en su best-seller La prosperidad para todos, 19
haciéndose eco de una obra de un discípulo de Walter Eucken que había
publicado en los años 1930 un libro sobre «la competencia como deber social». L. Erhard contó con la ayuda en esta tarea de hombres rnedio teóricos,
medio prácticos como Alfred Müller-Annack, a quien se debe al parecer la
expresión Sozíal Marktwirtschajt. 20
El éxito del ordoliberalismo se ve en primer lugar en la conversión de los
grandes partidos alernanes a la «economía social de rnercado». Desde 1949,
la democracia cristiana adopta en su programa lo esencial de la doct1ina
ordoliberal bajo la influencia de Ludwig Erhard. Los den1ócratas cristianos
estaban divididos entre dos referencias: el cristianismo social que inspiró el
Programa de Ahlen de 1947 y las directivas de Dusseldorf, más liberales. 21
Estas últimas prevalecerán sobre el prograrna rnás social de Ahlen. Como lo
subrayaJoachirn Starbatty, el vínculo entre las dos orientaciones, cristiana y
ordoliberal, es el principio de subsidiariedad: <<Se deja a cada ciudadano,
18. SegúnJean-Fran~ois Poncet, la ley de 1957 contra los monopolios es considerada una
«ley fundamental» y como una traducción de la constitución en el dominio económico
Q.-F. Poncet, La Politique économique de l'Allemagne contemporaine, op. cit., pág. 156). El autor
muestra que es el fruto de un compromiso laborioso entre un patronato pragmático preocupado por el poder económico y un gobierno influido por el ordoliberalismo.
19. L. Erhard, La Prospérité pour tous, op. cit., pág. 113.
20. Según ciertos testimonios, la expresión le fue por lo menos sugerida por L. Erhard
en 1945. Alfred Müller-Armack fue nombrado por L. Erhard, primero como «director
para las cuestiones de principios» en el Ministerio de Finanzas, título que constituye todo
un programa. Luego se convertiría en Secretario de Estado para los problemas europeos y
participó en la redacción del Tratado de Roma, en el Cháteu de Val-Duchesse, cercano a
Bruselas.
21.]. Starbatty, «L'économie sociale de marché dans les programmes de la CDU/CSU»,
en Les Démocrates chrétiens et l'économie socia/e de marché, Economica, París, 1988, pág. 91. Las
interpretaciones del concepto de «econonúa social de mercado» por parte de la CDU reflejan
las tensiones programáticas entre dos textos de referencia: uno, llamado Programa de Ahlen,
influido por la doctrina social católica, y el otro, titulado Directit;as de Düsseldoif; más claramente de inspiración ordoliberal.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
260
dentro de los límites de lo posible, la iniciativa y la responsabilidad. Esto
determina la toma de decisiones descentralizada y la fmmación de un patrimonio privado: los componentes de la economía de n1ercado». 22 Esta conciliación del cristianismo y del liberalismo fue hecha posible por el hecho de
que los objetivos sociales se plantean como una consecuencia <0usta» de una
competición econótnica leal y por el hecho de que ese neoliberalismo reprueba la tradición hedonista anglosajona y reivindica una «ética económica» inspirada en Kant.
El partido socialdemócrata (SPD), por su parte, se convertirá oficialmente a la economía de mercado exactamente diez años más tarde, en
1959, en el Congreso de Bad-Godesberg. Aunque habla de economía de
mercado <<dirigida», el SPD adoptará pronto la expresión consagrada Sozial
lvlarktwirtschqft. Así, desde los años 1960, los principales partidos de gobierno han adoptado la doctrina. Ocurre lo 1nismo con los sindicatos, ya que
el poderoso Deutscher Gewerkschciftsbund (DGB) declara en 1964 su adhesión a la econonúa de mercado. En veinte años, el ordoliberalistno se ha
convertido en un «credo nacional», según la fuerte expresión de Franyois
Bilger. 23
La doctrina se realizó en gran parte, aunque la política social fi1e más
«global» de lo previsto y aunque la cogestión de las empresas constituyó una
práctica ajena al progran1a ordoliberal. Este último chocó con una realidad
social e histórica nlás con1pl~ja, que in1puso comprmnisos sociales políticos.
Los cristiano-detnócratas, en el poder hasta mediados de los años 1960, tuvieron que llegar a soluciones de con1promiso con un Estado providencia
heredado de Bismarck, así cmno con una clase obrera n1uy organizada y
poderosa, durante toda la fase de reconstrucción industrial. A partir de finales
de los años 1960, el <<lnodelo alenlán» se «socialdemocratiza» y se «keynesianiza» cuando el SPD está en el poder. En 1967, la ley sobre la «prornoción
de la estabilidad y del crecimiento de la economía» ilustra esta conjunción ünprevista del ordoliberalisn1o y de la política coyuntural keynesiana. 24
De 1965 a 1975, la «econonúa social de tnercado» adquirirá una imagen de
22. Ibid., pág. 92.
23. F. Bilger, «La pensée néolibérale fran<;aise et l'ordolibéralisme allemand», en P. Commun (dir.), L'Ordolibéralísme allemand, op. cit., pág. 17.
24. Adviértase que esto es, sin duda, lo que trataron de reeditar los socialistas franceses
cuando, a finales de los at1os 1990, quisieron introducir una flexibilidad coyuntural en el
Pacto de Estabilidad Europeo.
261
«izquierda», que sin duda se encuentra en el origen de la confilsión que se
mantiene sobre el sentido de la expresión. 25
Es importante no confundir doctrina ordoliberal con «modelo alemán»
del capitalismo. En un libro que tuvo mucha repercusión en Francia a comienzos de los años 1990, Michel Albert contribuyó a propagar una confiisión que desde entonces es común, entre la «economía social de mercado» y
el «capitalismo renano», o sea, un tnodelo de capitalismo nacionalmente organizado.26 Michel Albert ve en la economía social de mercado un «conjun27
to compuesto» en el que incluye las medidas welfaristas y la cogestión. En
su empresa de construcción de un «modelo de capitalismo» opuesto al que
tendría curso en los países anglosajones, mezcla las aportaciones originalmente liberales y las correcciones socialdemócratas que les fueron aportadas.
Mientras que la expresión «economía social de n1ercado» fue creada en 1947,
la expresión <<lnodelo alemán» surgió tnás tarde, en los años 1970, en el nlotnento en que la socialdemocracia había conseguido una inflexión en la política alemana en favor de los asalariados y la habría reorientado igualmente
hacia un sostén coyuntural mucho más activo. Esto se tradujo por una extensión de las prestaciones sociales, una política redistributiva tnás importante,
un peso creciente de las retenciones obligatorias de impuestos y prestaciones
sociales, de modo que la RF A se alineaba con los otros países europeos en
materia de protección social.
Uno de los aspectos más notables del «modelo alemán>> en el plano social
es la importancia de las relaciones negociadas entre patronato y sindicatos
28
que limitan las relaciones de puro mercado entre empleadores y asalariados.
El socialdemócrata Karl Schiller, que sucedió a L. Erhard, quiso llevar ntás
lejos la «acción concertada» entre los sindicatos, la patronal y el gobierno en
materia de política social y de salarios. Cierto número de leyes simboliza esta
«concertación» estructurada e institucionalizada: son la ley de cogestión
25. La inversión fue tal, que en 2004 el canciller Schroder reivindicaba la economía social
de mercado, mientras que los cristiano-demócratas tenían tendencia a renegar de una noción
que se había convertido en demasiado cercana a la imagen del Estado sociaL Acerca de todos
estos puntos, Fabrice Pesin y Christophe Strassel, Le Modele allemand en question, Economica,
Paris, 2006,pág. 14.
26. M. Albert, Capítalísme contre capítalístne, Seuil, Palis, 1991.
27. Ibíd., pág. 138.
28. P.Wagner, «Le "modele" allemand, l'Europe et la globalisation», 2004 [199.5],
<http :/ /multitudes.sarnizdat.net>.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
262
(1976, que modificaba la de 1951) y la ley sobre el estatuto de las empresas
(1972), que regulan la participación de los representantes de los trabajadores
en los consejos de administración y de supervisión, así como en los corrútés
de empresa elegidos. Esta participación de los asalariados en el proceso de
decisión de las empresas se completa con convenios colectivos, que conciertan a nivel sectorial y territorial los salarios y el tiempo de trabajo. El Estado
deja teóricamente a los sindicatos y la patronal libres en sus negociaciones, de
acuerdo con un principio de autonomía. Como lo pone de manifiesto una
vez más P. Wagner, fue la ley, ciertamente, la que estructuró estas relaciones
e impuso la «paz social», prohibiendo el recurso a la huelga previo a los procedimientos de conciliación.
A finales de la década de 1970 se abre en Ale1nania, corno en otros lugares, un proceso de cuestionarrúento de la gestión social y keynesiana del capitalismo. A partir de los años 1980 se asiste, con la llegada al poder de la
Unión Cristiano-de1nócrata (CDU), a un <<retomo a las fuentes» acornpañado de una critica de la «deriva social de la econorrúa social de mercado», según la expresión de Patricia Comrnun. 29 Este retomo a los principios del
ordoliberalismo significa que los progresos sociales deben ser considerados,
en adelante, corno efectos del orden de la con1petencia y de la estabilidad
monetaria, no corr1o objetivos en sí 1nismos.
La construcción europea, bajo influencia
Es en este contexto en el que hay que entender de qué rnodo el ordoliberalismo, verdadera <<tradición oculta» de Europa, se convertirá a partir de los
años 1980 en la doctrina de referencia de las élites gubernan1entales de la
Unión, con algunas reticencias aquí o allá, en particular francesas. En este
punto, hay que desconfiar de cierto reflejo nacionalista que irnputa a Alemania la responsabilidad de un débil crecirrúento y de un paro in1portante, debido a un apego a la moneda fuerte. En realidad, no es la potencia alerr1ana
la que impuso su «modelo renano» de capitalisrno, fueron los responsables
europeos quienes dieron a la construcción europea una lógica an1plian1ente
influenciada por el ordoliberalisn1o. Hay que advertir, por otra parte, que el
29. P. Commun (dir.), L'Ordolibéralísme allemand, op. dt., pág. 9.
Los ORÍGENES ORDOLIBERALES DE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA
263
«rnodelo ale1nán» de capitalismo nacionalmente organizado es cuestionado,
precisamente, por la unificación europea, aunque sólo sea porque el «diálogo
social europeo>> está 1nuy lejos de la reglas muy formalizadas y obligatorias de
la «acción concertada». Se puede sostener, incluso, que la transferencia de la
negociación social hacia el nivel europeo, así como hacia el nivel infranacional, es para la patronal alerr1ana un modo de quitarse de encima el peso de las
obligaciones de la negociación a nivel nacional, tal como habían sido fijadas
en una fase anterior de la relación de fi1erzas entre patronato y asalariados.
Más aún, al producirse la integración europea cada vez más 1nediante la puesta en cmnpetencia de los sisternas institucionales (corrw se verá rrlás adelante), en nmnbre del <<reconocirrúento mutuo», 30 lo que es cuestionado por la
«desregulación cornpetitiva» es la propia idea de una autonomía de la concertación nacional.
La otra curiosidad reside en el hecho de que esta referencia al «modelo
alemán>> se hace en el rrwmento en que éste es cuestionado tanto por los
cristiano-demócratas corno por el SPD, y ello en nombre de la necesidad de
las reformas estn1cturales europeas. Más chocante todavía es el hecho de que
se esté tratando de extender a toda Europa las rigideces presupuestarias y
monetarias que evidenciaron· en la propia Alemania su ineficacia en materia
de crecirrúento de en1pleo, rrúentras que la construcción europea es considerada uno de los «resortes» que perrrútirían reimportar a la propia Alernania los
principios de corr1petencia del ordoliberalismo. La mundialización se plantea
como la constricción principal que condena tanto a Alernania corr1o a la
Unión Europea entera a aumentar la flexibilidad, a aligerar el costo salarial de
las empresas. 31
La historia de las relaciones entre el ordoliberalisrno y la construcción
europea es un asunto con1plejo. Pasa, en un período de unos cuarenta años,
de la resistencia de los ordoliberales a la conquista ideológica por su parte.
Desde el principio, los ordoliberales, teóricos o prácticos como L. Erhard, se
mostraron desconfiados ante lo que pudiera parecerse a un control adrrúnis30. De acuerdo con este principio, que se aplica tanto a los productos como a los diplomas, todo lo que está perrnitido en un país debe estarlo en los otros países de la Unión Europea.
31. Como lo dice Hans Tietmeyer, antiguo presidente del Deutsche Bundesbank, «la
mundialización recompensa al que es flexible, sanciona, por el contrario, la falta de flexibilidad». H. Tietmeyer, Économie sociale de marché et stabilité monétaire, Economica et Bundesbank,
París, 1999, pág. 81.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
264
trativo y una planificación económica. Todo lo que venía de Francia, por
otra parte, resultaba sospechoso de disimular algún insoportable dirigismo.
Así, cuando Konrad Adenauer presentó en 1950 el plan Schuman, sobre la
Comunidad del Carbón y del Acero, a W. R.opke, éste le dirigió una nota
desaconsejándole vivamente ampliar a otros sectores esa iniciativa peligrosa,
ya que se debía evitar «poner la economía europea bajo la tutela de una planificación omnipotente». 32 L. Erhard, en el ministerio de Finanzas, en su
deseo de limitar el supuesto dirigismo de los franceses, se opuso a la política
de Jean Monnet y de la Alta Autoridad de Luxemburgo, que quería ampliar
las colaboraciones económicas administradas a otros sectores. La estrategia
del gobierno alemán consistía, de entrada, en integrar la economía del país
en un sistema de libre intercambio mundial. El mercado común europeo no
debía ser concebido como una fortaleza, sino como una etapa en esa vía.
En mayo de 1955, en un texto titulado «Consideraciones sobre el problema de la cooperación», L. Erhard escribió que Europa debería apuntar a la
«integración funcional», o sea, la liberalización generalizada de los movimientos de bienes, servicios y capitales, así como a la convertibilidad de las
monedas, no a la «creación de instituciones nuevas cada vez>>. En realidad, el
gobierno alemán estaba dividido entre los federalistas y los ordoliberales. Los
primeros querían una unificación política que pasaba por una integración
económica progresiva, los segundos optaban por una economía de mercado
europea y una integración en el gran n1ercado n1undial.
El mercado con1Ún de 1957 es, de hecho, el resultado de un doble cmnpromiso: entre Francia y Alernania, y entre tendencias en el interior del gobierno alemán. Francia consiguió que se instauraran políticas cmnunes, como
la agraria, con la que hasta hoy día sigue muy cmnprometida, viendo en ella
uno de los principales logros cmnunitarios. Consiguió también algunos
acuerdos en el plano social, en particular sobre los despidos de los asalariados,
una Tarifa Exterior Común bastante elevada, en contra de la opinión alemana, así como una especie de relación preferente para la importación proveniente de colonias o ex-colonias. La lógica de la posición francesa, como se
sabe, aparte de las ventajas que quería conservar para sus agricultores, consis-
32. Citado en Andreas Wilkens, <]ean Monnet, Konrad Adenauer et la politique européenne de l'Allemagne fédérale. Convergences et discordances (1950-1957)», en Gérard
Bossuat y AndreasWilkens, ]ean Monnet, l'Burope et les chemins de la paíx, Publications de la
Sorbonne, París, 1999, pág. 154.
LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA
265
tió en dotar al conjunto de Europa de una fuerza suficiente como para garantizar su independencia respecto de los «bloques».
Pero el Tratado de Roma surgió igualmente de un acuerdo interno dentro del gobierno alenlán entre la corriente federalista (Etzel) y la corriente
ordoliberal (Müller-Armack). En él, por un lado, se preconiza una ampliación sectorial, por otro lado, una «integración fi1ncional» de los mercados.
Este acuerdo fue sellado silnbólicamente en la casa de campo de A. MüllerArmack el 22 de mayo de 1955, donde se encontraron representantes de
a1nbas corrientes. 33 Sobre la base de este acuerdo entre los responsables alemanes34 se prepararon los dos Tratados de Roma firmados el mistno día: sobre el Mercado Común y sobre la Comunidad de la Energía Atónúca. Evitando la instauración de órganos administrativos supranacionales, salvo para
lo referente a la energía, Alemania se aseguró el éxito de su concepción de
una integración horizontal y «funcional», basada en las cuatro libertades económicas fimdatnentales y el principio de competencia libre y no falseada. L.
Erhard se salió con la suya, aunque J. Monnet y los federalistas tatnbién
creían haber ganado la partida. Para L. Erhard, como lo explicó el día después de la conferencia de Messina de 1955, la cooperación europea debía
producirse en un «sistema de economías libres» y los únicos órganos supranacionales ünaginables serían los «Órganos de vigilancia con el fin de garantizar
que los Estados nacionales se atienen a las reglas del juego que habrán fijado
previa1nente>>. 35
El tratado que instituyó la Cmnunidad Económica Europea (CEE) puede
parecer como una formación de compromiso entre la exigencia de políticas
33. A. Wilkens describe así este episodio: «Nos pusimos de acuerdo, por una parte, en la
aceptación del principio de la creación por etapas sucesivas de un "mercado común de libre
intercambio", en el seno del cual debería estar asegurada la libre circulación de las personas, de
los bienes, de los servicios y los capitales; y, por otra parte, en la participación en el proyecto
de una comunidad europea en el dominio de la energía atómica y -concesión suplementaria
del Ministerio Federal de la Economía a los amigos de Monnet- en la creación de un fondo
europeo destinado a sostener inversiones productivas de los países de la comunidad. El hecho
de que Müller-Am1ack se hubiera adhelido, en una etapa antelior, al principio de un mercado
común estmcturado institucionalmente jugó un papel importante en la consecución de este
compromiso» (Andreas Wilkens, <~Jean Monnet, Konrad Adenauer et la poli tique europée1me
de l'Allemao-ne fédérale. Convergences et discordances (1950-1957)», op. dt., pág. 181).
34. A d~stacar que el SPD se adhirió al federalismo de J. Monnet y su Comité de Acción
por los Estados Unidos de Europa.
35. Citado por A.Wilkens, <Jean Monnet, Konrad Adenauer et la politique européenne
de l'Allemagne fédérale ... », loe. cit., pág. 186.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
266
comunes (agricultura, transporte) y medidas dirigidas a crear un n1ercado libre de las personas, de las mercancías, servicios y capitales. Pero el mercado
común tiene, de entrada, un estatus extraño. Esa «comunidad económica
europea» es una «comtmidad» entre otras (carbón y acero, átomo, agricultura), pero las engloba también sometiéndolas a un principio general, del que
las otras no son sino partes o excepciones. El principio de la competencia está
inscrito en él como principio estn1cturante: el tratado establece un «régimen
que asegura que la competencia no es falseada en el mercado cmnún».
¿Hacia la competencia entre legislaciones?
Encontramos los grandes principios ordoliberales en acción en la lógica europea de la constitucionalización del orden liberal, en la aplicación estricta de
la política de competencia, así como en la independencia del Banco Central
Europeo (BCE). En la actualidad, podríamos verlos igualmente detrás de una
política favorable a la ampliación de la Unión, así como en la defensa del libre intercambio mundial, orientaciones que replican los cmnbates que libraron los responsables políticos alemanes a favor de la adhesión de Gran Bretaña, la rebaja de la Tarifa Exterior Común y la participación en el gran
mercado mundial.
Estos principios están igualrnente en acción en la aplicación de reglas de
disciplina destinadas a limitar la acción presupuestaria de los gobiernos y, más
amplia1nente todavía, en la descalificación de la política coyuntural en provecho de la política de «refom1as estructurales», las de flexibilización de los
mercados del trabajo y de <<responsabilización individual» en rriateria
de formación, ahorro y protección social. Hans Tietmeyer trazó la línea
de conducta ordoliberal que había que seguir en Europa, anticipando en
sus intervenciones escritas y orales la «Estrategia de Lisboa», fommlada en el
año 2000. Según él, el imperativo consiste en limitar los esfuerzos de reparto
y de protección que bloquean la econornía y el progreso social. El argumento del subempleo en Europa ya no debe seguir sirviendo para favorecer los
gastos públicos y la creación rnonetaria. La seguridad, es el ernpleo de cada
cual, no la ayuda social. 36
36. H. Tietmeyer, Économie sociale de marché et stabilité monétaire, op. cit., pág. 39.
LOS ORÍGENES ORDOLIBERALES DE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA
267
De este modo, el neoliberalismo europeo se construyó y se difundió vía
la construcción europea, verdadero laboratorio a gran escala del ordoliberalismo de los años 1930. Habrá quien diga, por supuesto, que no es un modelo puro, que los principios liberales tuvieron que llegar a acuerdos con
lógicas sociales, nacionales, políticas heterogéneas, pero dichos principios
han sido los que han prevalecido cada vez más, cmno lo demuestran, sobre
todo, el Tratado Constitucional y su tentativa de constitucionalizar la economía de mercado.
La derrota sufrida por el gaullisrno y sus opciones estratégicas (política
extranjera de rechazo de los bloques, independencia militar a través del arInarnento nuclear, modelo «político» de construcción de la Europa de las
naciones y de las patrias) 37 ya era un hecho asumido en 1970 por V. Giscard
d'Estaing y R. Barre. La adhesión de J. Chirac en octubre de 2005 a la «econorma social de rnercado», cuatro rneses después de su fracaso con ocasión de
la ratificación del Tratado, traduce sirnbólicamente el hundimiento definitivo de una construcción política de Europa «a la francesa». Pero tarnbién se
ha visto que tal fracaso era resultado del fracaso de la «socialden1ocracia» europea y su adhesión al modelo neoliberal, con algunos apaños sociales.
La fuerza del modelo ordoliberal es particularmente evidente en materia de política monetaria. Articulada con los <<criterios de Maastricht», la
línea que se ha seguido prohíbe en teoría todo ajuste de la coyuntura con
ayuda de los instrumentos de la rnoneda y del presupuesto, o sea, de la
policy míx de inspiración keynesiana. La idea típicarnente ordoliberal de
H. Tietrneyer, según la cual la estabilidad de los precios es un «derecho
f1.Indamental del ciudadano» se ha convertido en una convicción compartida. Esta lógica doctrinal es explícita en rnateria de política de competencia, que, desde el Tratado de Rmna y su artículo 3, se encuentra en el
corazón de la construcción europea. 38 Todos los objetivos fijados responden a esta primacía: la asignación óptima de los recursos, el descenso de los
precios, la innovación, la justicia social, el funcionarniento descentralizado,
la apertura de las economías nacionales, todo ello se considera, en unos
37. De Gaulle siempre había criticado una Europa de los mercados dirigida por «algún
aerópago tewocrático, apátrida e irrespollsable» y se pronunció en favor de una cooperación organizada de los Estados que evolucionara, sin duda, hacia una confederación (conferencia de
prensa del 9 de septiembre de 196.5).
38. Fabrice Fries, Les Grands Débats européens, Senil, París, 199.5, pág. 186.
268
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
269
casos como causas, en otros con1o efectos del orden de cmnpetencia que
persigue la Cmnisión. 39
La Conusión dispone de un poder excepcional, aunque perfectarnente
conforme a la lógica ordoliberal, que consiste en dar a una instancia «técnica», situada por encima de los gobiernos, el poder de imponer las «reglas del
juego». Siguiendo esta lógica es como la Comisión desarrolla su trabajo de
vigilancia y de sanción ante acuerdos, abusos de posición dorninante y concentraciones. También de acuerdo con esta lógica es como la Comisión
toma n1edidas preventivas, que le permiten, por t;_jen1plo, prohibir una firsión
que juzga no conforme a sus principios, lo cual da a las autoridades europeas
un poder de fiscalización y de control sobre las estructuras de la econonúa. 40
La Con1isión supervisa iguah11ente las ayudas del Estado y las aportaciones
de capitales públicos que pueden ser interpretadas en determinados casos
con1o subvenciones; es ella tan1bién quien da su autorización para pennitir
derogaciones. Esto constituye una «política industrial» que es al n1ismo tietnpo una «no-política>>, ya que se deternuna de acuerdo con reglas y no de
acuerdo con .fines, con1o sí lo hace la política norteamericana, que, desde este
punto de vista, es mucho nlás «utilitarista», es decir, menos formalista. La de
la Conusión es, con toda exactitud, ,una política del marco, que le concede a
ella un poder de interpretación muy impmtante acerca de la naturaleza legí-·
tima o no de una ayuda, un poder que es al misn1o tiempo de tipo administrativo (investigaciones de rutina, dossieres, aplicación de sanciones) y de tipo
judicial, ya que juzga e inflige castigos. Sin ser tan independiente como la
Oficina ale1nana de los carteles (Bundeskartellamt), la Comisión afim1a la superioridad del derecho de la con1petencia sobre toda otra consideración, en
particular social o política. Esta supremacía política plantea numerosos problemas. Por ejemplo el proble111a, n1uy complejo, del análisis de los n1ercados:
¿Qué es una posición dominante? ¿Es de por sí un obstáculo para la competencia? ¿Cuál es la escala adecuada para el análisis: un país, Europa, el mundo?
Parece bastante evidente que, en la fase de mundialización-concentración del
capital, los criterios ordoliberales de una «econonúa humana>> hecha de pequeñas y medianas en1presas son un nlito amplia1nente superado.
Pero si hay un don1icio donde la Conusión parece ser de una fidelidad
casi perfecta a la doctrina ordoliberal, es en el de los «servicios econónucos
de interés general», que deben estar sometidos también a la regla suprema de
la competencia, ya que por definición el derecho de la competencia es superior a cualquier otro. 41 Lo ocurrido con los transportes, las telecomurucaciones, la energía y el correo lo ilustra a la perfección. En esta materia, Europa
se ajusta a este ideal del «consumidor rey» que siernpre debe poder elegir su
empresa de servicios.
Hoy día, la Europa ampliada va todavía más lejos en la lógica de la com.petencia, hasta el punto de que el viejo ordoliberalismo, tal como está inscrito en los tratados, parece desbordado por concepciones «ultra». Una lógica
más radical parece estar tomando forma en la actualidad, basada en la introducción de la competencia entre los propios sistemas institucionales, ya sea que se trate
de la fiscalidad, de la protección social o la enseñanza. Lo que se llanta, para
criticarlo, «dumping social y fiscal» no cae bajo la crítica liberal de la distorsión
de la competencia, y nuentras que las subvenciones del Estado están proscritas, no ocurre lo mismo con las bajadas del ilnpuesto sobre las sociedades,
destinadas a atraer los capitales de los inversores o los ahorros privados de los
países vecinos. Desde este punto de vista, es Irlanda la que muestra el canuno
a seguir. Todos los países europeos, en particular los nuevos nuen1bros, se
han lanzado a esta nueva etapa del «orden de competencia», que es presenta~
do como un modo privilegiado en rnateria de integración económica.
Es como si las transformaciones que han afectado a la gestión del capitalismo desde los años 1970 y 1980 hubieran inducido una inflexión del neoliberalisnlo europeo, invirtiendo los ténninos que lo particularizaban: ya no
se trata de fabricar el orden de la competencia mediante la legislación europea, sino de fabricar la legislación europea n1ediante el libre juego de la
competencia. Lo que parece esbozarse hoy día es una especie de mutación de
ciertas corrientes del ordoliberalismo que pone de manifiesto una mayor convergencia entre las dos matrices del liberalismo: la alemana y la austro-norteanlencana.
39. F. Fries muestra muy bien que esta política de «competencia pura» es formal, incluso
formalista, en oposición a la práctica más «substantiva» norteamericana, que permite las «tj/iciwcy excuses», o lo que se podría llamar excepciones en raz6n de la lificacia.
40. !bid., pág. 192.
41. Desde este punto de vista, el compromiso de «mini-Tratado simplificado» no cambia
estrictamente nada. En cierto sentido, la formulación que se mantiene, la competencia como
«o~jetivo» y no ya como «principio», no hace más que poner aún más de relieve la dimensión
constructivísta del proceder de los dirigentes europeos.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
270
Esta mutación corr-esponde al deseo de cierto nún1ero de corrientes de
volver a las fuentes del neoliberalisrno europeo e incluso de radicalizarlo con
el fin de acabar con aquello con lo que tuvieron que llegar a acuerdos: el
Estado social, los servicios públicos que proporcionan bienes sociales y el poder sindical. 42 Parece, por otra parte, que la concepción «estática» y estatal de
los ordoliberales de la prin1era generación haya quedado superada ya por la
concepción dinámica y evolucionista de los «neo-ordoliberales» de la segunda generación, una de cuyas preocupaciones esenciales se refiere a la integración europea, que quisieran llevar a cabo rnediante el «principio de la con1petencia entre sistemas». En otros térnúnos, rnás que rnoldear un marco para
la legislación, quisieran que dicho marco sea producto de la cornpetencia
entre sistemas institucionales.
La deslocalización, las migraciones de trabajadores, los desplazanúentos
de residencia, son los vectores de la nueva integración europea n1ediante la
competencia. El criterio del «país de origen», opuesto al del país de destino,
resulta fundarnental. Y a que es de este rnodo corno se puede forzar la cornpetencia entre las reglan1entaciones nacionales, para llegar así a una amlOnización que ya no es un dato previo al interca1nbio, sino posterior a él, armonización que no viene de arriba sino de abajo, por el libre funcionamiento
de los mercados. El consmnidor de regla1nentos e instituciones, por así decir,
es el árbitro final. 43 Esta am1onización rnediante la cornpetencia debe producirse en los servicios públicos y en los servicios de seguridad social, así cmno
en los ünpuestos, tanto en el derecho laboral como en la legislación comercial y financiera. H Para esta nueva generación de ordoliberales quedan todavía rnuchos obstáculos, algunos de los cuales los alza la propia Comisión
42. Patricia Commun habla a este respecto de «nueva econorrúa social de mercado», sin
duda muy alejada de los suei1os de renovación de un Jacques Delors ... (P. Commun [dir.],
L'Ordolíbéralísme allernand, op. cit., pág. 11.). Véase igualmente P. Commun, «Faut-il réactualiser 1' ordolibéralisme allemand? Réflexions sur la Jimension historique, philosophique
et culturelle de la pensée économique allemande>>, Allemagne d'my'ourd'huí, na 170, 2004. La
autora se refiere a la tentativa de retorno a las fuentes por parte de quienes se reagruparon
en la I11itiative Neue Sozíale Markttvirtsclwjt. Estos nuevos neoliberales redefinen lo «social» en
estos términos: «Es social aquél que muestra iniciativa personal y responsabilidad, cualidades
esenciales para una verdadera solidaridad».
43. De acuerdo con una observación de Laurence Simonin, «la posibilidad de emigrar da
a los ciudadanos un poder suplementario, ya que es perfectamente suficiente con una amenaza de emigración para disciplinar a un gobierno» L. Simonin, «Ürdolibéralisme et intégration économique européenne», loe. cit.
44. Ibíd., pág. 85.
Los ORÍGENES ORDOLIBERALES DE LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA
271
cuando pretende establecer reglas sociales uniformes, con1o ocurría aún en
los años 1980. Quisieran que la Conúsión fijara reglas del juego más claras,
que pennitan esta competencia entre sistemas y reglarnentos, generalizando
los principios del «país de origen» y del «reconocimiento mutuo» para dejar
que los agentes económicos arbitren libremente entre los sistemas n1ediante
su completa movilidad. A su modo de ver, es el único medio para que Europa no siga siendo un «cartel de Estados providencia».
Pero para estos «neo-ordoliberales», es irnportante que el «establecimiento de esta cmnpetencia entre jurisdicciones sea consagrada en una constitución
europea de la libertad». 45 La expresión, que evoca a Hayek, por supuesto, parece indicar un acercamiento decisivo entre las dos variantes alemana y austronorteanlericana del neoliberalismo. En todo caso, esta orientación radical
perrnite reconocer la dirección que ha tomado Europa, dirigida por la Cornisión, desde los años 1990.
M. Foucault acertó cuando vio en el ordoliberalismo esa ambición, muy
original, incluso excepcional, de legitimar instituciones políticas exclusivanlente sobre la base de los principios económicos del libre mercado. Hay una
relación de homología entre la construcción ale1nana -el mito del «año
cero»- y el de Europa como «tabla rasa» de las instituciones políticás existentes. Construir un edificio político rnínimo sobre la base de la econonlÍa
de mercado y la cmnpetencia, mediante la instauración de la constitución
económica, revela ser el principal resorte del éxito del ordoliberalismo. Pero
rnientras que el ordoliberalisn10 en su primera versión perseguía ennurcar el
rnercado con leyes hechas por los Estados y las instancias europeas, el nuevo
ordoliberalismo persigue hacer del mercado nlisn10 el principio de selección
de las leyes hechas por los Estados. En esta óptica, el papel de la Comisión
Europea se reduciría a sancionar el arbitraje llevado a cabo por el propio
rnercado en materia de legislación, lo cual tendría la ventaja, para los nuevos
ordoliberales, ele frenar el activismo regla1nentario y el exceso de celo que ha
caracterizado a esta instancia en el pasado. Así se instauraría una legislación
europea que acabaría imponiéndose a los poderes legislativos mismos, tanto
los nacionales con1o el europeo, de un modo indiscutible al estar consagrado
por el veredicto del mercado.
45. Citado por L. Simonin, ibid., pág. 84.
272
Una evolución así, si acabara verificándose , arr~jaría una luz singularInente cruda sobre el ideal de una «sociedad de derecho privado>>, que fue
desde el principio el ideal del neoliberalismo (F. Bohm, retomado por F. Hayek): la aspiración a que los Estados tengan que aplicarse a sí nlisn1os las reglas
del derecho privado encuentra una forma de cuhninación en esta proposición de hacer del principio de la con1petencia el principio de an11onización
de las legislaciones nacionales y, en consecuencia, el principio de elaboración
de la legislación europea 1nisn1a. Una tendencia setnejante indica, de ahora
en adelante, que ciertas fuerzas en el propio seno del neoliberalismo europeo
pretenden vaciar la democracia liberal de toda su substancia, quitando a los poderes
legislativos sus ptincipales prerrogativas. Se puede prever, de todos modos,
que un proyecto como éste no dt:;jará de topar con resistencias en el interior
de las propias instancias europeas, en especial por parte de quienes permanecen apegados a la especificidad «europea» del ordoliberalismo. La crisis financiera que se abrió en 2007, cuyo p1imer efecto fue hacer que se movieran las líneas en el interior del neoliberalismo político, bien podría devolver
un lustre inesperado a las viejas fórn1ulas de la tradición más clásica del ordoliberalisn1o.
8
El gobierno e111presarial
Por razones opuestas, tanto los «liberales» como los «antiliberales» parecen
seguir adnlitiendo la separación tradicional entre la esfera de los intereses
privados y la del Estado, como si la primera pudiera funcionar de forma autónoma y autorregulada. Así, la crítica «antiliberal» sigue cayendo en la trampa de la representación que hace del mercado un sisten1a cerrado, natural y
anterior a la sociedad politica. Lo que es más, esta interpretación del neoliberalisino como un puro laissezjaire ha pemútido a una «izquierda moderna»
presentarse cmno una alternativa a la derecha neoliberal por el solo hecho
de pretender, por su parte, dar un «marco sólido» a la economía de mercado.
Es así igualn1ente con1o se perpetúa el error de diagnóstico histó1ico cometido por K. Polanyi, cuando creía que el retorno del Estado significaría el
final definitivo de la utopía liberal.
De hecho, las grandes olas de privatización, desregulación y bajadas de
irnpuestos que se propagaron desde los años 1980 por todo eltnundo dieron
crédito a la idea de un desentendinliento del Estado, o del final de los Estados
nación, liberador de los capitales privados en los campos hasta ahora regidos por principios no mercantiles.
Pero hace ya 1nucho tiempo que la fábula de la inn1aculada concepción
del 1nercado espontáneo y autónomo fi1e puesta en duda. Puede resultar
asombroso que se repita la n1is1na constatación a varios decenios de distancia:
lo que algunos se complacen en llamar «libre mercado» forma parte de un
nlito que, a pesar de tener efectos de n1uy alto riesgo, sigue ahí, n1uy lejos de
lo que son las prácticas reales. En 1935, Walter Lippmann explicaba del
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
274
EL GOBfERNO EMPRESARIAL
275
modo siguiente, en un texto breve y notable (<<El New Deal perrnanente») la
pérdida de autoridad en la opinión de la creencia en la autorregulación de los
mercados:
Quienes predican el evangelio no lo ponen en práctica en absoluto. Y a no es la
regla de su propio comportamiento. Sostienen encarnizadamente que la econorrúa es automáticamente autorreguladora, que el libre juego de la oferta y la demanda regulará la producción y la distribución de la riqueza más eficazmente
que una gestión y una administración conscientes y concertadas. Pero en los
hechos, no aplican en absoluto este principio. Quienes más insisten en el ideal
dellaissez.jclire son los mismos que, con la ayuda de los derechos de aduana y de
componendas, han organizado la vida industrial del país en sistemas de empresas
sometidas a un control altamente centralizado. En el modo en que expresan su
pensamiento, son partidarios del libre intercambio. En su práctica real, suspenden el libre juego de la oferta y la demanda y la reemplazan, siempre que ello es
posible, por la gestión consciente de la producción y la determinación administrativa de los precios y los salarios.'
Así, desde los años 1930, se pone de manifiesto que la cuestión ya no se
planteaba en los témlinos de la alternativa sirnplista entre el rnercado autorregulador y la intervención del Estado, sino que consistía en la naturaleza de
la intervención gubernan1ental y sus fines. Según W. Lippmann, «la verdad
es que, en el Estado rnoderno, incluso una política de laissez-faire debería ser
administrada de rnanera deliberada, hasta el libre juego de la oferta y la demanda debería ser mantenido de una n1anera deliberada». 2 No carece de interés destacar que es la misrna constatación hecha por James K. Galbraith en
The Predator State (2008). La economía llamada de mercado, sostiene Galbraith, no podría fi1ncionar sin la densa red de dispositivos sociales, educativos, científicos, militares, heredados de períodos anteriores del capitalismo norteamericano, en una fórmula curiosamente muy cercana a la de
W. Lippmann, <<the enduring New Deal». 3
Pero no basta con constatar la pem1anencia de la intervencíón del Estado.
Todavía es preciso examinar detalladarnente los objetivos a los que aspira y
los métodos que ernplea. Se olvida demasiado a menudo que el neoliberalis-
1. W. Lippmann, «The Permanent New Deal», en The New Imperative, Macmillan,
Londres, 1935, págs. 42-44.
2. lbid., pág. 47.
3. James K. Galbraith, 11ze Predator State, op. cit.
mo no busca tanto el «retroceso» del Estado y la arnpliación de los dorninios
de acumulación del capital, como la tranifonnación de la acción pública, haciendo del Estado una esfera regida, tarnbién ella, por reglas de cmnpetencia y
sometida a exigencias de eficacia semejantes a las que conocen las empresas
privadas. El Estado ha sido reesttucturado de dos rnaneras que se tiende a
confundir: exteriormente, n1ediante privatizaciones rnasivas de las empresas
públicas, poniendo fin al <<Estado productor», pero tatnbién desde dentro,
con la instauración de un Estado evaluador y regulador que rnoviliza instrumentos de poder nuevos y estructura con ellos nuevas relaciones entre gobierno y sujetos sociales. 4
El principal reproche que se le hace al Estado es su Jcllta global de ~ficacia y
de productividad en el marco de las nuevas exigencias impuestas por la mundialización: cuesta demasiado caro en cornparación con las ventajas que
aporta a la colectividad, y obstaculiza la competitividad de la econornía. Por
lo tanto, el análisis al que es sometida la acción pública es un análisis econótnico, para discriminar no sólo entre las agenda y las non-agenda, sino el rnodo
mismo de llevar a cabo las agenda. Tal es el objetivo de la línea de argumentación sobre el «Estado eficaz» o el «Estado gerencial>> (manageria0, que se
ernpieza a construir a partir de los años 1980. Tanto la derecha neoliberal
como la izquierda moderna han admitido, en la práctica, que el gobierno no
podía desinteresarse de la gestión de la población en lo referente a su seguridad, su salud, su educación, los transportes, las viviendas y, por supuesto, el
empleo. Ello no es posible, con mayor razón, si la nueva nom1a mundial de
la competencia irnpone que los dispositivos administrativos y sociales cuesten
rnenos y se orienten principalrnente hacia las exigencias de la cornpetición
económica. La diferencia que estas políticas quieren introducir reside en la
eficiencia de la gestión y, por lo tanto, de los rnétodos a etnplear para proporcionar bienes y servicios a la población. Cuando dicha gestión se halla
entre las rnanos de la adrninistración, va ·-de acuerdo con las <<evidencias» de
la nueva ortodoxia- contra la lógica del mercado en cuanto al papel de los
precios y la presión de la competencia. Éste es el fundatnento de la postura
4. Véase acerca de este punto las observaciones de Desmond King, «Une nouvelle conception de l'État: de l'étatisme au néolibéralisme», en Vincent Wright y Sabino Cassese (dir.),
La Recomposition de l'État en Europe, La Découverte, París, 1996; y, sobre la dimensión estructurante del instrumento, Pierre Lascoumes y Patrick Le Gales (dir.), Gouverner par les nonnes,
Presses de Sciences-Po, París, 2007.
276
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
antiburocrática de la fracción «modernista» de los dirigentes de la administración del Estado y sus expertos acreditados. El desprecio por los agentes de
base de los servicios públicos, los bajos salarios que se les pagan, pero también
la falta crónica de personal y medios de que disponen dichos servicios, por
no hablar de las campañas n1ediáticas contra la gestión burocrática y el «peso
de los impuestos», han contribuido mucho a devaluar lo relacionado con la
acción pública y la solidaridad social. La parad~ja es que esta denigración ha
partido a Inenudo de una parte de las élites administrativas nlÍsmas, que han
encontrado en ello un n1edio para reforzar su poder en el campo burocrático.
Pero es sobre todo la transformación de la concepción de la acción publica la
que ha cambiado, cmno efecto de la lógica de la cmnpetencia Intmdial. Si el
Estado es considerado un instrumento encargado de reformar y dirigir la
sociedad para ponerla al servicio de las empresas, debe plegarse él mismo a las
reglas de eficacia de las fin11as privadas.
Esta voluntad de imponer en el corazón de la acción pública los valores,
las prácticas y los funcionannentos de la en1presa privada conduce a instaurar
una nueva práctica de gobierno. Desde los años 1980, el nuevo paradigma en
todos los países de la OCDE pretende que el Estado sea más flexible, reactivo,
basado en el 1nercado y orientado hacia el consumidor. El management se
presenta como un 1nodo de gestión «genérica», válida para cualquier dominio, con1o una actividad puramente instn1mental y formal que se puede trasponer al sector público en su conjunto. 5 Esta mutación empresarial no va
dirigida sólo a aun1entar la eficacia y reducir los costos de la acción pública,
subvierte radicalmente los fi1ndamentos modernos de la democracia, o sea, el
reconocimiento de los derechos sociales vinculados al estatus de ciudadano.
Esta reducción de la intervención política a una interacción horizontal
con actores privados introduce un cambio de perspectiva. La que se le plantea al Estado, ya no es únicamente, como en la época de los primeros utilitaristas, la cuestión general de la utilidad de su acción, sino la cuestión de la
medida cuantificada de su ~ficacia comparada con la de otros actores. Esta nueva concepción «desencantada» de la acción pública, que conduce a ver en el Estado
a una e1npresa en el nns1no plano que las entidades privadas, «en1presa estatal»
que no tiene sino un papel reducido en materia de producción del <<interés
general». En otros ténninos, aunque se acepte la suposición de que el merca5. Véase Denis Saint-Martin, Building the Nell! Managerialíst State. Consultants and the Politics ¡?f Public Sector Rq(m11 in Comparative Perspective, Oxford University Press, 2000.
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
277
do no hace que nazca una armonía natural entre los intereses, de ello no se
sigue que el Estado, por su parte, esté en condiciones de instaurar una ar~
1nonía artificial, salvo que sea sometido tan1bién él a un modo de control
1nuy estrecho.
Así, la institución del mercado regido por la cmnpetencia, construcción
querida y sostenida por el Estado, ha sido confirmada y prolongada por una
orientación consistente en «importar» las reglas de funcionamiento del nlercado competitivo al sector público, en el sentido más a1nplio, hasta llegar a
pensar el propio ejercicio del poder gubernamental de acuerdo con la racionalidad de la en1presa. Se ve así que la expresión «n1ercado institucional>> se
ha vuelto con el tiempo particularmente ambigua: ya no se trata tan solo de
una institución política del n1ercado, sino, 1nediante una inversión, de una
salida al mercado de la institución pública, obligada a funcionar de acuerdo con
reglas empresariales. Desde este punto de vista, el neoliberalismo ha conocido una inflexión práctica n1uy clara hacia lo que se puede identificar con1o
un retorno sobre sí de la lógica de la competencia que aspiraba a construir el
poder público. La evolución de estos veinte últin1os aí1os ha acabado por
desmentir a L. W airas, para quien «el principio de la libre competencia aplicable a la producción de las cosas de interés privado, ya no lo es a las cosas de
interés público». 6 Ya que es esto nnsmo, claramente, lo que han pretendido
llevar a cabo quienes sostienen la nueva «gobernanza». Desde este punto de
vista, el neolíberalismo político ha sufrido una radicalización al considerar
la con1petencia co1no el m~jor instrumento para 1n~jorar el rendimiento
de la acción pública.
De la «go bernanza de empresa»
a la «gobernanza de Estado»
El ca1nbio en la concepción y la acción del Estado ya ha quedado in1preso en
el vocabulario político. El ténnino «gobernanza» se ha convertido en una
palabra clave de la nueva norma liberal a escala n1undial. En cuanto a la palabra «gobernanza» (gobernantía), es Intry antigua. En el siglo XIII designa el
6. Citado por L. Franck, La Libre Concurrence, op. cit.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
278
hecho y el arte de gobernar. 7 El témlino se desdobló progresivan1ente en las
nociones de soberanía y de gobierno, durante todo el período de constitución
de los Estados nacionales. Vuelto a poner en circulación por el presidente
senegalés Léopold Sédar Senghor a finales del siglo xx, fue adquiriendo ftlerza en los países anglosajones para significar, en un prirner momento, una
modificación de las relaciones entre managers y accionistas, para luego recibir
una significación política y adquirir un alcance nonrtativo cuando se ha aplicado a las prácticas de los gobiernos sometidos a las exigencias de la mundialización. Entonces se convierte en la categoría principal en1pleada por los
grandes organisrnos encargados de difundir los principios de la disciplina
neoliberal a escala mundial, muy particularrnente el Banco Mundial en los
países del Sur. La polisen1ia del término es una indicación de su uso. Permite, en efecto, reunir tres dirnensiones del poder cada vez más entremezcladas:
la conducción de las ernpresas, la de los Estados y, finaln1ente, la delnmndo. 8
Esta categoría política de «gobernanza», o nüs exactamente, de «buena
gobernanza>>, desentpeña un papel central en la difusión de la norma de la
cmnpetencia generalizada. La «buena gobernanza» es la que respeta las condiciones de gestión establecidas para los préstarnos para el ajuste estructural y
la apertura a los flujos cmnerciales y financieros, de talrnanera que está estrechan1ente ligada a una política de integración en el mercado mundial. Va
ocupando así, paulatinan1ente, el lugar de la categoría anticuada y desvalorizada de «soberanÍa». Un Estado ya no deberá ser juzgado por su capacidad de
asegurar su soberanía sobre un territorio, de acuerdo con la concepción occidental clásica, sino por su respeto de las non.rtas jurídicas y las «buenas prácticas» econórnicas de la gobenltmza. 9
7. VéaseJ.-P. Gaudin, Pourqttoi la.gouvernance?, Presses de Sciences-Po, París, 2002.
8. La Commission on Global Governance, creada a iniciativa del antiguo canciller
alemán Willy Brandt en 1992, define esta noción como sigue: «La suma de las diferentes
formas en que los individuos y las instituciones públicas gestionan sus asuntos comunes. Es
un proceso continuo de cooperación y de acomodación entre intereses diversos y en conflicto. Incluye a las instituciones oficiales y los regímenes dotados de poderes ejecutivos, así
como los arreglos informales en los que los pueblos y las instituciones se han puesto de acuerdo o perciben que responden a sus intereses». Citado en Jean-Christophe Graz, La Gouvertumce de la mondíalísatíon, La Découverte, París, 2008, pág. 41.
9. Las dos nociones de «gobernanza>> y de «soberanÍa» son pues, en parte, antinómicas.
La gobernanza supone de entrada la obediencia a los mandatos de los organismos que representan los grandes intereses comerciales y financieros; permite también, en función de
las relaciones de fuerza internacionales y los intereses geoestratégicos, el derecho de injerencia de ONG, de fuerzas armadas extranjeras o de acreedores, en nombre de los derechos
EL G013IERNO EMPRESARIAL
279
La gobernanza de los Estados torna prestado de la empresa un carácter
principal. Al igual que los nwnagers de la empresa han quedado bajo la vigilancia de los accionistas en el marco de la corporate governance, predominantemente financiera, los dirigentes de los Estados, por las mismas razones, han
quedado bajo el control de la comunidad financiera internacional, de organisn1os de peritaje, de agencias de calificación. La homogeneidad de los modos de pensanúento, la identidad de los instrun1entos de evaluación y de
validación de las políticas públicas, las auditorías y los informes de los consultores, todo indica que la nueva forrna de reflexión sobre la acción de gobierno ha tomado prestados, amplian1ente, elernentos de la lógica gerencial que
reina en los grandes grupos n1ultinacionales. El éxito de un útil como el benchmarkíng10 en el análisis y la conducción de las políticas públicas muestra de
qué n1odo un instrumento que perrnite controlar y estin1ular la actividad
de las filiales de grandes rnultinacionales ha podido pasar de la estera de la
empresa a la del gobierno. Este préstamo tomado del managernent privado ha
perrnitido introducir en la definición núsma de la <<buena gobernanza» a actores del todo ajenos a las entidades clásicamente reconocidas en los principios de soberanía. Estos actores son los acreedores del país y los inversores
exteriores, que tienen que juzgar la calidad de la acción pública, o sea, su
conforrnidad respecto de sus propios intereses financieros. Desde el momento
en que los inversores extranjeros respetan las reglas de la corporate governance,
esperan que los dirigentes locales adopten las reglas de la state (_r¿overnance. Se
ve, pues, que esta última consiste en poner bajo control a los Estados mediante un conjunto de instancias supragubernamentales y privadas que determinan los objetivos y los medios de la política a llevar a cabo. En este sentido,
los Estados son considerados <<unidades productivas>> con1o las dernás, dentro
de una vasta red de poderes político-econónúcos sometidos a reglas sinlilares.
La gobernanza ha sido descrita a menudo con1o un nuevo modo de ejercicio del poder que implica a instituciones políticas y jurídicas internacionales y nacionales, asociaciones, iglesias, empresas, thínk tanks, universidades,
etcétera. Sin entrar aquí en el exarnen de la naturaleza del nuevo poder mundial, por fuerza hay que constatar que la nueva nom1a con1petitiva ha implicado el desarTollo creciente de fmmas múltiples de concesiones de autoridad
del hombre o de las minorías, o bien, más prosaicamente, en nombre de la <<libertad del
mercado».
10. Véase supra, cap. 6, «Disciplina (3): La gestión neoliberal de la empresa».
280
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
a las empresas privadas, hasta tal punto que se puede hablar, en múltiples dominios, de una coproducción pública-privada de las normas internacionales. Es el caso,
por ejernplo, de internet, de las telecmnunicaciones y las finanzas internacionales. Esta co-gobernanza privada-pública de la politica económica ha llevado
a la producción de medidas y dispositivos en materia fiscal y reglamentaria
sistenüticamente favorables a los grandes grupos oligopolisticos. Una de las
manifestaciones de este proceso es la delegación de la elaboración de las normas contables a un organismo privado n1undial (IASB), muy influido, a su
vez, por los principios de contabilidad en vigor en los Estados Unidos. 11
La empresa se convierte en uno de los fundamentos de la organización de
la <<gobernanza» de la econonúa mundial con el apoyo de los Estados locales.
Son los in1perativos, las urgencias y las lógicas de las firmas privadas las que
dirigen ahora directamente las agenda del Estado. Ello no significa que las
firmas multinacionales sean omnipotentes y organicen unilateralrnente el
«deterioro del Estado», ni que el Estado sea un «sin1ple instrun1ento» entre sus
manos, de acuerdo con un esquema marxista todavía bastante extendido.
Significa que las políticas n1acroeconómicas son en gran n1edida fruto de codecisiones públicas y privadas, nlientras que el Estado conserva cierta autononúa en los otros donunios, aunque esta autonomía esté igualmente mermada por la existencia de poderes supranacionales y por la delegación de
numerosas responsabilidades públicas a redes enn1aral1adas de O N G, de comunidades religiosas, ernpresas privadas y asociaciones.
Esta nueva hibridación generalizada de la política es lo que explica la promoción de la categoría de la «gobernanza» para pensar las funciones y las
prácticas del Estado, sustituyendo a categorías del derecho público, en primer lugar la de soberanía. La gobernanza remite a una privatización de la
fabricación de la norma internacional y a una norn1alización privada necesaria
para la coordinación de los intercambios de productos y de capitales. No
significa que el Estado se bata en retirada, sino que ejerce su poder de forma
más indirecta, orientando todo lo que puede las actividades de actores privados, al mismo tiempo que integra los códigos, los estándares y la nom1as
definidos por agentes privados (sociedades de consulting, agencias de rating,
acuerdos comerciales internacionales). Exactamente igual que el management
11. Véase Nicolas V éron, «~ormalisation comptable internationale: une gouvernance en
devenir», en Conseil d'Analyse Economique, Les Normes comptables et le monde post-Enton, La
Documentation fran<;:aise, París, 2003.
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
281
privado tiene como objetivo hacer trabajar a los asalariados lo rnás posible
mediante un sistema de incentivos, la «gobernanza de Estado» tiene oficialmente como rneta hacer que las entidades privadas de bienes y servicios
produzcan de un modo supuestamente más eficiente, y concede al sector
privado la capacidad de producir normas de autorregulación que ocupan el lugar
de la ley. El Estado espera ahora de los actores privados nacionales o transnacionales que actúen coordinándose internacionalmente. Es, por lo tanto, un
Estado que es más <<estratega>> que productor directo de servicios. Tal fue, por ejernplo, el sentido del acuerdo de Basilea II, que dejó a las instituciones financieras internacionales el cuidado de definir sus propios criterios de autocontrol.
El fracaso de la Comisión de Basilea, brutalmente revelado por la crisis
financiera a partir de 2007, es ante todo el fracaso de la gobernanza híbrida
típicamente neoliberal, que implica al mismo tiempo a los poderes públicos
y los grandes actores privados del sistema. Conviene recordar, para empezar,
que el sector financiero no estuvo del todo solo en esto. A este respecto, tal
como ya se subrayó en la introducción de este libro, no hay que confl.1ndir
ausencia de reglas con fallo de las reglas. La cornpetencia mundial entre conglornerados bancarios y entre bolsas de valores hizo progresivamente necesarias nuevas reglas internacionales. Desde 1974, en un contexto marcado por
el fin del Fondo Monetario Internacional y el aumento de los riesgos vinculados a la fluctuaciones de las divisas, 12 fue creado el Comité de Basilea para
el control bancario, bajo la égida del Banco de R.eglamentos Internacionales
(BRI). Dicho comité quedó encargado de desalTollar lo que se suele llamar
la «supervisión prudencial» del sisten1a financiero. Se trataba de un conjunto
de nom1as que respondían a la instauración de una competencia generalizada
entre instituciones financieras. 13 Esta nueva regulación iba dirigida a obligar
12. Quiebras, respectivamente, del banco Herstatt en 197 4 y del Franklin N ational Bank
en Estados Unidos.
13. Lo que Dominique Plihon, Jézabel Couppey-Soubeyran y Dhafer Sa'idane escriben
acerca de Francia es válido igualmente acerca del sistema financiero en su conjunto: «La
desreglamentación y la privatización del sector bancario en Francia han sido juzgados a veces
como signo de un distanciamiento del Estado e inicio de una verdadera desregulación del
sector bancatio. A menudo, incluso, son consideradas responsables de las dificultades experimentadas por los bancos durante los ali.os 1990. Sin emba(¡;o, desreglamentacíón no significa desregulación. La reglamentación ;w desaparece, cambia de naturaleza [la cursiva es nuestra]. Se trata de
una reglamentación prudencial, que ya no tiene por o~jetivo la administración de la actividad
de los bancos, sino orientar hacia una mayor prudencia, haciendo énfasis particularmente en
nornus de solvencia. De este modo emergen las condiciones de una nueva regulación. La
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
282
a los bancos, no sólo a obedecer las reglas legales, sino a ejercer un autocontrol más riguroso (control interno) y a someterse a norrnas rnás estrictas de
transparencia frente a los demás actores del mercado.
Dentro del edificio de la supervisión del sector, el Comité de Basilea
tiene la vocación de definir estándares que se puedan incorporar a reglamentos nacionales. Por otra parte, las autoridades que ejercen esta tutela delegan
a los bancos la responsabilidad del control interno, imponiéndoles la separación entre las actividades ligadas al riesgo y las actividades de control del
riesgo. Estas autoridades han codificado progresivarnente los procedimientos
de control interno a todos los niveles. 14 En 1988, los acuerdos llamados de
Basilea I habían fijado nmmas de fondos propios que enseguida dernostraron
no ajustarse al aurnento de los riesgos de mercado y los riesgos operacionales.
A finales de 2006, se llegó a nuevos acuerdos, llanudos de Basilea II, al término de largas negociaciones en las cuales los establecimientos bancarios
hicieron valer todo su peso. Estos acuerdos fijan nuevas reglas de solvencia,
rnétodos más estrictos de control interno, obligaciones de transparencia de
gestión. Estos «tres pilares» de reglamentaciones completan las disposiciones
nacionales ya existentes. En los Estados Unidos, la ley Sarbanes-Oxley, de
2002, trató de reforzar, tras el affaire Enron, los tnecanismos de supervisión
de los establecimientos financieros, así como, en Francia, la ley de seguridad
financiera de 2003 aumentó la transparencia de las operaciones e instauró
una instancia de vigilancia del mercado (Autoridad del mercado financiero).
Este conjunto normativo público/privado se ha revelado ineficaz. Perrnitió el desarrollo, a través de la titularización de los créditos y los productos
derivados, de una práctica sistemática de expulsión hacia el exterior de los
riesgos asumidos por los bancos. De hecho, estos últimos de algún modo
eludieron las reglas establecidas en los acuerdos de Basilea II en rnateria de
ratios de solvencia, a la vista y en conocimiento de las autoridades encargadas
de tuteladas (empezando por las de Estados Unidos), transfiriendo los riesgos,
en mercados poco reglamentados, a actores menos vigilados y tnenos controlados que los propios bancos (cmno los hedge funds y las aseguradoras). El
reglamentación ya no excluye al mercado, núentras que el aumento de los 1iesgos ha sensibilizado naturalmente a los bancos hacia una gestión interna de sus riesgos» (D. Plihon,
J. Couppey-Soubeyran y D. Sa1dane, Les Banques, acteurs de la globalisation fmanciere, op. cit.,
pág. 113.)
14. Ibid., pág. 109.
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
283
error consistió en creer que la difi1sión de los riesgos del crédito en el mercado entre actores mucho más nmnerosos era un factor de estabilización del
mercado financiero internacional. De este modo, las autoridades de tutela
dejaron que se instalara un mecanismo de desestabilización sistémica. A través de toda clase de «vehículos» de una gran complejidad, los riesgos vinculados a los créditos «tóxicos» se transmitieron a lo largo de una cadena muy
extensa de transferencia, de tal manera que quienes estaban en el extrerno de
dicha cadena ya no eran capaces de evaluar la pérdida potencial que representaban las carteras titularizadas, o sea, de hecho, contaminadas. 15 Este
mecanismo de transferencia de riesgo, basado en teorías optimistas sobre la
eficiencia de los mercados 16 , multiplicó mecánicamente la asunción de riesgos: cuanto más pueden los bancos desprenderse de los riesgos externalizándolos, más relajan su propia vigilancia.
La crisis financiera hace evidente pues, de un modo notable, los peligros
inherentes a la gubernamentalidad neoliberal cuando ésta, en pleno corazón
del sisterna económico capitalista, conduce a confiar una parte de la supervisión prudencial a los propios «actores», con la excusa de que sufren directamente las exigencias de la competencia mundial, por lo que saben gobernarse a sí mistnos al perseguir su propio interés. Fueron precisarnente estas
lógicas de hibridación las que hicieron bajar la guardia y condujeron a cornportamientos altamente desestabilizadores. Entre los actores privados que
desen1peñaron los papeles más petjudiciales se encuentran, en particular, el
pequeño número de agencias de calificación encargadas de evaluar a los establecimientos bancarios. Estos actores, encargados de la vigilancia, función
altamente estratégica, escapan por su parte a toda vigilancia, además de estar
ellos mismos afectados por agudos problernas de conflictos de intereses, ya
que las evaluaciones son solicitadas y pagadas por las ernpresas calificadas. Las
fallas del dispositivo de vigilancia son, evidenternente, muy diversas. Pero
son las reglas en sí nlismas las que constituyeron el factor decisivo: adetnás del
hecho de que fueron elaboradas e instauradas por los propios <<vigilados», sólo
15. Véase Michel Aglietta, Macroéconomiefinanciere, La Découverte, París, 2008, págs. 9697, para el análisis técnico de las escapatorias reglamentarias que han pemútido a los bancos
evitar las reglas de Basilea II.
16. Es la teoría según la cual la puesta en venta de los propios riesgos mediante productos
financieros sofisticados pennite evaluarlos mejor. Al dar un valor mercantil a los riesgos, se
supone que el mercado financiero produce una mejor eficiencia en la distribución de los
recursos financieros.
284
LA
NUEVA RAZÓN DEL
se referían a los establecintientos ton1ados individualmente, lo cual, de entrada, las hacía inoperantes en caso de crisis sisténlica. Lo que está en tela de
juicio, por lo tanto, es la capacidad de los actores privados para autodisciplinarse teniendo en cuenta, no sólo el propio interés, sino el interés del propio
sistema. 17
Encontramos la misma lógica de regulación indirecta e híbrida en todos los procesos de especificaciones técnicas necesarias para el comercio
mundial, que se d~jan a la negociación entre profesionales de cada sector.
Esta evolución está relacionada, por supuesto, con las transfonnaciones
técnicas y financieras en sí n1ismas. La competencia está tan exacerbada,
que ha provocado diversas reacciones en materia de producción y de marketing: por ~jemplo, la acentuación de la <<diferenciación de los productos»
por parte de las empresas, como forma privilegiada de con1petición entre
ellas. La con1petencia oligopolística entre grandes grupos mundiales los ha
llevado a establecer alianzas en materia de «Investigacion y Desarrollo»
(I +D), con el fin de mutualizar los recursos y los riesgos. En esta configuración, los Estados ya no tienen sino un papel subordinado o de asistente,
e interiorizan tanto este papel, que ya no son capaces de definir políticas
sociales, ambientales o científicas sin el acuerdo, al menos tácito, de los
oligopolios.
El Estado no se retira, 18 se pliega a condiciones nuevas que ha contribuido
a instaurar. La construcción política de las financias globales constituye la
m~jor demostración de este hecho. 19 Haciendo uso de los medios del Estado
y recurriendo a una retórica a menudo bastante tradicional (el «interés nacional», la «seguridad del país», «bien del pueblo», etcétera), los gobiernos, en
17. Esto es algo que, ya muy tarde, admitió Alan Greenspan en su intervención ante el
Congreso el 23 de octubre de 2008: «Cometí el error de pensar que el interés bien entendido de las organizaciones, y en particular de los bancos, los hacía más capaces de proteger a sus
propios accionariados y el capital de las empresas. Mi experiencia en mis fimciones en la Fed
durante 18 años y en mis fimciones anteriores me ha llevado a pensar que los dirigentes de
los establecimientos conocen mucho mejor los riesgos de difault que los m~jores reguladores.
El problema es, por lo tanto, que un pilar particularmente sólido se ha hundido [... ] No sé
exactamente qué se ha producido, ni por qué. Pero no dudaría en cambiar mis puntos de
vista si los hechos lo exigen». Y añade, a propósito de la «ideología liberal»: «He quedado
muy afectado por esta falla en la estructura esencial que define lo que yo llamaría el modo en
que el mundo funciona».
18. Véase S. Strange, The Retreat qf the State. The Diffusion qfPower in the World Economy,
Cambridge University Press, 1996.
19. Véase supra, cap. 6, «El auge del capitalismo financiero».
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
285
nombre de una competencia que ellos ntis1nos han querido y de un rnundo
financiero global que ellos mismos han constnlido, lleva a cabo políticas favorables a las en1presas y desfavorables para los asalariados de sus propios
países. Cuando se habla del peso creciente de los organismos internacionales
o intergubernamentales como el FMI, la OMC, la OCDE, o incluso la Comisión Europea, se olvida que los gobiernos que ponen cara de sujetarse
pasivamente a las auditorías, informes, consignas, directivas de dichos organismos, están activamente implicados en ellos. Es como si la disciplina neoliberal,
que impone regresiones sociales a una gran parte de la población y que organiza una transferencia de los beneficios hacia las clases más adineradas, incluyera un <Duego de máscaras» que pennitiría hacer que sean otras instancias las
que carguen con la responsabilidad del desmantelamiento del Estado social y
educador, mediante la instauración de reglas de competencia en todos los
dominios de la existencia.
Las grandes instituciones internacionales creadas tras la Segunda Guerra
Mundial (FMI, BM, GA TT) han sido los principales vectores de imposición
de la nueva nom1a neoliberal. Tmnaron el relevo de los Estados Unidos y de
Gran Bretaña, sin encontrar demasiada resistencia. Para ello, las instituciones
de Bretton-Woods tuvieron que redefinir su papel y dar paso a nuevas instituciones y agencias no guben1amentales. El poder creciente de la Organización Mundial del Comercio (OMC) es una señal muy in1portante de este
cambio. Sería erróneo no ver en ella nada más que el instru1nento de reglas
universales de mercado, sin la influencia de presiones e intereses estatales y
oligopolísticos; más erróneo aún sería, quizás, ver en esta institución al prin~
cipal defensor de los países del Sur por el desplazamiento del contenido de
las negociaciones comerciales hacia las prioridades ligadas al desarrollo. Donde la lógica de los intereses oligopolísticos se manifiesta n1ás abiertamente es,
sobre todo, en el dominio de las innovaciones tecnológicas. En el marco de
las negociaciones dentro de la OMC, los países del Norte son propensos a
servir a los intereses de los oligopolios en sectores que implican mucho
gasto de I +D, pemlitiéndoles extender derechos de propiedad intelectual. A
través de las instituciones internacionales, los grupos de presión de los aligopolios del conocimiento organizan la protección de las rentas de innovación, para
recuperar así los frutos de los gastos de investigación y desarrollo privados,
contribuyendo igualmente a la marginación de los países en desarrollo en un
nivel de subdesarrollo.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
286
Otra inflexión en la acción de los gobiernos está todavía más directamente ligada a la norma de la cornpetencia mundial. Afecta al recentramiento de
la intervención del Estado en los factores de producción.
El Estado tiene ahora una responsabilidad eminente en materia de apoyo
logístico y de infraestructuras a los oligopolios, tan1bién en lo que se refiere
a atraer la implantación de dichos grandes oligopolios en el territorio nacional por él administrado. Esto afecta a dominios rrmy diversos: investigación,
universidad, transportes, estírnulos fiscales, entorno cultural y urbanizaciones, garantía de beneficios (rnercados públicos abiertos a las PYME en Estados Unidos). En otros térnúnos, la intervención gubernamental adquiere la
fom1a de una política de factores de producción y entorno económico. El
Estado de la competencia no es el Estado árbitro entre intereses, es el Estado
socio de los intereses oligopolísticos en la guerra econónúca mundial. Se ve
perfectamente en el registro de la política comercial. El propio libre intercarnbio adquiere otra significación. Debido a la fragmentación de los procesos productivos, los productos exportados por una econornía contienen una
proporción cada vez más in1portante de cornponentes que han sido importados. Así, los Estados se ven llevados a sustituir el proteccionismo tanjario
por un proteccionisrr10 estratégico) el proteccionismo de productos mediante
una lógica de subvención a los }actores de producción.
La norma de la competencia generalizada presiona a los Estados, o a otras
instancias, para que produzcan las condiciones locales óptimas de valorización del capital, lo que se podría llarnar -de un rnodo que no deja de ser
paradójico-los «bienes comunes del capital». Tales bienes son producto de
las inversiones en infraestructuras y en instituciones necesarias en el régimen
de la competencia exacerbada para atraer capitales y asalariados cualificados.
Estructuras de investigación, fiscalidad, universidades, medios de circulación,
redes bancarias, zonas de residencia y de ocio para los ejecutivos, son algunos
de estos bienes necesarios para la actividad capitalista, lo cual de1nuestra que
la rr10vilidad del capital tiene con1o condición que se lleven a cabo por parte
del Estado infraestructuras fijas e inrr1óviles.
El destino del Estado ya no es tanto asegurar la integración de los diferentes niveles de la vida colectiva, corno acomodar las sociedades a las exigencias
de la competencia mundial y las finanzas globales. La gestión de la población
ca1nbia de significación y de método. Mientras que en la época fordista la
idea predominante era, según la fórrnula consagrada, el «acuerdo entre efica-
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
287
cia económica y progreso social>> en el marco de un capitalisrr10 nacional, en
la actualidad ya sólo se percibe a esta rnisma población como un «recurso»
para las empresas, de acuerdo con un análisis en términos de costos-ventajas. La política que, por inercia semántica, se sigue llamando «social» ya no
sigue la lógica de un reparto de las ganancias de productividad destinado a
mantener un nivel suficiente de demanda para los beneficios de la producción masiva, sino que apunta a maximizar la utilidad de la población, aumentando la «empleabilidad» y la productividad, y a disminuir su coste mediante
políticas «sociales» de un nuevo tipo, consistentes en debilitar el poder de
negociación de los sindicatos, degradar el derecho del trabajo, disminuir sus
costes, así como el monto de las jubilaciones y la calidad de la protección
social, todo ello en nombre de la «adaptación a la mundialización». De
rnodo que el Estado no abandona su papel en materia de gestión de la población, sino que su intervención ya no obedece a los misrnos imperativos ni a
los mismos rnecanismos. En lugar de la «economía del bienestar», que hacía
énfasis en el acuerdo entre progreso econórruco y distribución equitativa de
los frutos del crecirniento, la nueva lógica considera a las poblaciones y los
individuos desde el punto de vista, rnás estrecho, de su contribución a la
cornpetencia rrmndial y su coste.
Con el gobierno empresarial, también cambian las condiciones en las que
entran en conflicto los grupos sociales. Así, la racionalidad neoliberal da por
terr1únado el régimen <<inclusivo» de la oposición de clases instituido tras la
Segunda Guerra Mundial en las detnocracias liberales. Lo que se llan1Ó <<integración» de los sindicatos, tendencia de la gestión socialden1ócrata, hacía
del conflicto de intereses uno de los motores de acurnulación del capital y de
la lucha de clases un factor funcional del crecirniento. La escansión clásica del
conflicto regulado por los sindicatos, la negociación y el <<avance social» que
de ello resultaba, era a rnenudo la manifestación rnisma de esta inclusión
conflictual. Ya no es así cuando la población es considerada doblemente
desde el punto de vista del «recurso hurnano» y de la «carga social». La única
forma admisible de las relaciones con los sindicatos y, más en general, con los
asalariados es la «concertación», la «convergencia>>, el «consenso>> en tomo
a objetivos supuestatnente deseados por todos. Quienquiera que se negara a
respetar los principios empresariales, el sindicato que no aceptara de entrada
los resultados a los que la «concertación» debe conducir necesarimnente y, en
consecuencia, se negara a actuar «concertadarnente» con los gobernantes,
288
quedaría excluido del <~uego». El nuevo régimen de gobierno sólo reconoce
a «stakeholders», «partes interesadas» que están directamente interesadas en el
éxito del asunto en el que se han comprometido voluntariamente. El hecho
más sintomático es, sin duda, la unidad obligatoria del discurso empleado.
Mientras que en la regulación antigua de las relaciones sociales se trataba de
conciliar lógicas que de entrada eran consideradas diferentes y divergentes, lo
que suponía que se buscaran «soluciones de compromiso», en la nueva regulación los términos del acuerdo están fijados desde un principio y de una vez
por todas, ya que nadie puede considerarse enemigo del rendimiento y la
eficacia. Sólo pueden ser todavía objeto de discusión las modalidades prácticas, los ritmos y algunos arreglos marginales. Como se sabe, tal es el principio
de las «valientes reformas», en particular aquellas destinadas a degradar la situación general deltnayor número de personas. Se ve de este modo que las
modalidades de conflictividad están destinadas a cambiar en las empresas, en
las instituciones, en la sociedad entera. Dos transformaciones principales se
ponen de manifiesto. Por un lado, la lógica en1presarial unifica los campos
económicos, sociales y políticos, creando así las condiciones de posibilidad
de una lucha transversal. Por otra parte, al deconstruir sistemáticamente todas
las instituciones que pacificaban ia lucha de clases, esta lógica «externaliza» el
conflicto, dándole el carácter de una protesta contra el Estado ernpresarial y,
por lo tanto, contra el nuevo capitalismo.
Gobemanza mundial sin gobierno mundial
Se está instaurando una forma inédita de «poder mundial>> adaptado a las características de la economía mundializada. La con1petición económica adop~
ta ahora el aspecto de una confrontación entre Estados que tejen entre sí
alianzas y se coaligan con empresas cuyas redes de acción están cada vez más
mundializadas. Lo que se llama «mercado mundial» constituye un vasto entrelazado movedizo de coaliciones entre entidades privadas y públicas, que hace uso de
todos los mecanismos y todos los registros (financieros, diplomáticos, históricos, culturales, lingüísticos, etcétera) para promover los intereses entremezclados de las entidades estatales y económicas. Hay que añadir a este panorama
el papel creciente de las entidades públicas regionales, como las comunidades
autónomas o las ciudades, que hacen uso de un margen de libertad nlás o
EL
GOBIERNO EMPRESARIAL
289
rnenos grande para librarse entre ellas a otras formas de competencia con el fin
de hacerse con los mejores triunfos en la partida que se juega.
Uno de los aspectos principales del período no es exactamente el «fin de
los Estados nación >, según la fórmula de Kenichi Ohmae/0 sino la relativización de su papel como entidad integradora de todas las dimensiones de la
vida colectiva: organización del poder político, elaboración y difusión de
la cultura nacional, relaciones entre clases sociales, organización de la vida
económica, nivel del empleo, etcétera. Los Estados tienden a delegar gran
parte de estas funciones a las empresas privadas, a menudo ya n1undializadas
o b~jo la obediencia de normas mundiales. Les confian en parte la tarea de
garantizar el desarrollo socioeconómico del país, como la «cultura de masas»,
de la que se hacen cargo n1edios de comunicación privados. Por este motivo,
asistimos a una privatización parcial de las funciones de integración, funciones que
no responden en sí mismas a las mismas exigencias y temporalidades cuando
en ellas interviene la competencia entre finnas privadas cornpitiendo entre
sí, en vez de estar sometidas a las prerrogativas de los poderes públicos. Es
lo que ocurre en materia de empleo, ya que las subvenciones a las en1presas
sólo cumplen de un modo precario, a largo plazo, las núsiones de desarrollo
y ordenamiento del territorio. Lo mismo ocurre en materia de «cultura» o
enseñanza, ya que las empresas privadas no persiguen los mismos objetivos
que los clásican1ente asignados al Estado.
El efecto que tiene esta situación es que crea un complejo de intereses
estatales y privados que mina la antigua división entre intereses privados e
interés general. N o se trata únicatnente de que el Estado experimente una
erosión de sus márgenes de maniobra, sino, más bien, de que queda al servicio de intereses oligopolísticos específicos, al delegarles sin dudarlo una parte
no despreciable de la gestión sanitaria, cultural, turística, también <<lúdica», de
la población.
Ante esta situación inédita, no se atisba ningún gobierno mundial cuya
vocación sea mantener a las sociedades nacionales locales a salvo de la competencia entre los oligopolios mundiales, como tampoco emerge, por otra
parte, un gobierno europeo que proteja a las poblaciones del dumping social
y fiscal de los países de la Unión Europea. En consecuencia, no se lleva a
cabo ninguna regulación de los intercan1bios, ni en tnateria de condiciones
1
20. K. Ohmae, De l'État-nation aux États-régions, Dunod, París, 1996.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
291
290
sociales, ni en materia de fiscalidad, ni en cuestiones rnonetarias, más allá de
la zona euro. Ni que decir tiene que ninguna instancia mundial ha sabido,
tarnpoco, prevenir las crisis financieras ni proteger a las economías y a las
sociedades de la inestabilidad creciente del capitalismo predorninantemente
financiero.
Es cierto que este contraste entre la facilidad en la circulación del capital
a través de los territorios y la debilidad de las instituciones de regulación
queda atenuada, en parte, por el papel creciente que corresponde a las instituciones internacionales corno el FMI, el Banco Mundial, la OMC, el G8 o
el G20, que aseguran un 1nínimo de coordinación a nivel n1undial. La estructura mundial del poder tiene cada vez menos que ver con la representación antigua del «derecho de gentes» (el antiguo íus gentíum) propio de la
época del desarrollo de las soberanías nacionales. Esta transformación alimenta la tesis posmoderna de la muerte de la soberanía estatal y de la emergencia
de nuevas formas de poder mundial. 21 De acuerdo con esta tesis, habría
un desplazarniento del poder del Estado hacia el poder rnúltiple y fragmentado de agencias y órganos «híbridos», medio públicos, medio privados. Si
bien esta concesión a las empresas del trabajo de codificación de las normas
es real, con1o se ha dicho, conviene recordar que la transforrnación en curso
es más global. Son, en efecto, los principios y los modos de la acción pública
los que cambian con el predorninio creciente del modelo de la en1presa,
también en el seno de las fi.1nciones nlás clásicamente ligadas al ejercicio de
la soberanía (iura regalía). Así Naomi Klein recuerda el rnodo en que la adnlinistración Bush sacó partido del contexto de la <<guerra contra el terrorismo»
para externalizar, sin el menor debate público, «buen núrnero de las funciones más delicadas del gobierno, desde la prestación de cuidados de salud a los
soldados, hasta los interrogatorios de prisioneros, pasando por la colecta y el
análisis pmmenorizado (data miníng) de los datos sobre cada uno de nosotros». El gobierno actúa entonces, sigue diciendo Naomi Klein, «no corr1o el
administrador de una red de proveedores, sino más bien como un inversor
de capital-riesgo con la bolsa bien llena que proporciona al complejo en
cuestión los fondos iniciales necesarios y se convierte luego en el principal
21. La tesis posmoderna, tal como la presentan, por ejemplo, M. Hardt y A. Negri en su
obra Imperio (Paidós, Barcelona, 2005), supone que la soberanía estatal es reemplazada por
nuevas formas de sujeción más directa al orden productivo capitalista.
cliente de sus servicios». 22 Por lo tanto, la extensión del carnpo de la «gobernanza» no consiste tan solo en un tejido de relaciones múltiples con actores
no estatales, no es simplemente el signo del declive del Estado nación, sino
que significa, nlás profundamente, una transfonTlación del «fonnato» y el
papel del Estado, que desde ahora es percibido como una empresa al servicio de
las empresas. 23 Sin duda, en esta transformación del Estado es donde mejor se
puede captar la nueva articulación entre la norrna nmndial de la cornpetencia
y el arte neoliberal de gobernar a los individuos.
El modelo de la empresa
El modelo neoliberal no se da corno objetivo corregir sistemátican1ente los
«fracasos del mercado» en función de objetivos políticos que se juzguen deseables para el bienestar de la población. Su meta es, en primer, lugar crear situaciones de cornpetencia que supuestarnente son ventajosas para los rnás «aptos» y
los más fuertes, así como para adaptar a los individuos a la competencia, considerada fi1ente de todo lo que es beneficioso. No es que el mercado sea siempre
preferible en sí mismo a la gestión pública, es que los «fracasos del Estado», supuestamente, son más pe~udiciales que los del mercado. Por eso las tecnologías
del management privado son consideradas rernedios más eficaces a los problemas
planteados por la gestión administrativa que las reglas del derecho público.
El ejen1plo británico es, desde este punto de vista, notable. Como lo destacanJack Hayward y RudolfK.lein,
lo que empezó como un retomo a una opinión que evocaba el siglo XVIII, de
acuerdo con la cual «gobernar mejor significa gobernar menos», se ha convertido
22. N. Klein, La Stratégie du choc, op. cit., pág. 22. Por «complejo» la autora entiende en
este caso una «entidad tentacular» mucho más vasta que el complejo militar-insdustrial. Las
cifras dan por sí solas una idea de la amplitud de la transformación: «en 2003, el gobierno de
Estados Unidos finnó 3.512 convenios con sociedades encargadas de ejecutar las funciones
ligadas a la seguridad; durante el período de 22 meses finalizado en agosto de 2006, la Seguridad Interior (Department ofHomeland Security) otorgó ella sola más de 115.000 contratos
de esta clase», ibid., pág. 23.
23. La expresión corporate state, utilizada por Naomi Klein, no significa otra cosa. La traducción francesa del libro de Klein, que esctibe «État corporatiste» (ibid., pág. 26), introduce
un contrasentido lamentable. [Nota del T.: la edición española, de Paidós, traduce correctamente por «corporativo».]
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LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
293
cada vez más en una búsqueda de la eficacia empresarial basada en la substitución
de los métodos de la administración pública por los métodos de las empresas
privadas (que, sin embargo, tienen poco renombre en Gran Bretaña). 24
lismo, evidentemente, da al manager y a su saber un lugar eminente que lo
292
Para los nuevos conservadores, no bastaba con imponer frenos automáticos
al crecimiento del gasto público, había que modificar en profundidad
el modo de gestión de la acción pública. El thatcherisrrw inició un profundo
movimiento de recentralización administrativa a expensas de las colectividades locales -siguiendo una tendencia claramente contraria a los principios
doctrinales de otros neoliberales favorables a la descentralización del poderal misrno tiempo que una refundición «managerial» de los modos de gestión.
De este modo, la función pública fue dividida en agencias independientes,
dotadas de objetivos específicos y regidas por normas fijadas por «centros de
control», que quedan expuestas a la cornpetencia y sometidas a las decisiones
«soberanas» de los consumidores. Se trataba, en este caso, de substituir una
administración que obedecía al derecho público por una gestión regida por
el derecho común de la competencia.
En los años 1980 se da prioridad a la empresa, vector de todos los progresos, condición de la prosperidad y, en primer lugar, proveedora de empleos.
Este culto de la empresa y el ernprendedor no se debe únicamente a lobbies
patronales y doctrinales. Quienes lo celebran todos los días son las élites administrativas, los expertos en gestión, los econonústas, los periodistas dóciles
y los responsables políticos. La homogeneización ideológica se conjuga con
la internacionalización de las economías: la competitividad se convierte en
una prioridad política en el contexto de la «apertura». Frente a la empresa,
adornada con todas la cualidades, el Estado providencia es presentado como
una «carga», un freno al crecimiento y fuente de ineficacia. 25 «Hacer recular
las fronteras del Estado providencia», siguiendo la consigna thatcheriana, da
lugar a un conjunto de creencias y prácticas, el gerencialismo (managerialism),
que se presenta como un remedio universal para todos los males de la sociedad, reducidos éstos a cuestiones de organización que se pueden resolver
rnediante técnicas que busquen sisten1áticamente la eficiencia. Este gerencia24. Jack Hayward yRudolfK.lein, «Grande-Bretagne: de la gestion publique ala gestion
privée du déclin éconornique», en B. Jobert y B. Théret (dir.), Le Tournant néo-líbéral en
Europe, Idées et recettes dans les pratiques gouvernementales, L'Harmattan, París, 1994.
25. Véase sobre este punto .Jean-Pierre Legoff, Le Mythe de l'entreprise, La Découverte,
París, 1992.
26
convierte en un héroe de los nuevos tiempos.
El postulado de esta nueva «gobernanza» es que el management ?rivado
es siempre más eficaz que la administración pública; que el sector pnvado es
más reactivo, más flexible, más innovador, técnicamente más eficaz porque
está más especializado, rnenos sometido a reglas estatutarias, que el sector
público. Hemos visto antes que el principal factor de esta superi.oridad resi~e
para los neoliberales en el efecto disciplinador de la competencra como estimulo del rendimiento. Ésta es la hipótesis que ha estado en la base de todas
las medidas tendentes a <<externalizan> hacia el sector privado tanto servicios
públicos enteros como, otras veces, segmentos de actividades; o a nmltiplicar
relaciones de asociación contractual con el sector privado (bajo la forma, por
ejemplo, del «partenariado público-privado»); o bien a desarrollar vínculos
sistemáticos de subcontratación entre administraciones y empresas. El Estado
«regulador» es el que mantiene relaciones contractuales para ~a re~z~ción de
objetivos detenninados con empresas, asociaciones o agencias publicas que
' de gestwn.
. ' 27
gozan de una autonorma
.
Tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, el conservadunsmo
ha can1biado de rostro y ha querido rnostrarse cmno una «revolución» o una
«ruptura>> con el pasado en nombre de los valores de la mod~rnidad. La nueva derecha ha querido presentarse como una fuerza anticonservadora Y
«antisistema», que tiene en sus manos el monopolio de la reforma Y el cambio, aprovechando de este modo a su favor el descontento de las fracciones
populares y recurriendo para ello a un populismo anti-élite y anti-Estado, a
menudo teñido de xenofobia. Una de las constantes de la retórica de la nueva derecha ha consistido en rnovilizar la opinión contra los «derroches>>, los
<<abusos» y los «privilegios» de todos los parásitos que supuestamente ~ueblan
la burocracia y viven a expensas de la sana población honrada y labonosa. El
gerencialismo se ha convertido así, como lo indica Christopher Pollit~, en «el
rostro aceptable del pensamiento de la nueva derecha en lo concermente ~1
Estado». Al presentar esta reforma como una operación quirúrgica, ideológr26. C. Pollitt, Managerialism ami the Publíc Services. Cuts or Cultural Change in the 1990s?,
Blackwell Business, Londres, 1990, pág. 8.
27. Según Luc Rouban, <<Los contratos, ya sean ent~e colectivi~~des ~ú~licas o con empresas del sector privado, ofre;en el nuevo marco normativo de la acoon publi.c~» (L. R;~uban,
«La réforme de l'appareil d'Etat>>, en V. Wright y S. Cassese, La Recomposttwn de 1Etat en
Europe, op. cit., pág. 148).
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
294
camente indiferente, benéfica para todos, ha conseguido apoyos rnucho más
allá del campo conservador y ha im.pregnado ampliamente las representaciones de la izquierda rnoderna, que, compitiendo con la derecha en materia de
«modernidad», cuyo verdadero representante quisiera ser, ha querido mostrar
que el neoliberalismo de izquierdas no era menos «audaz>> que el neoliberalismo de derechas. El aspecto <<técnico» y «táctico» de la nueva gestión pública ha permitido hacer olvidar que lo esencial era, nada más y nada menos,
introducir las disciplinas y las categorías del sector privado, incrementar el
control político en el conjunto del sector público, reducir todo lo posible los
presupuestos, suprimir el máximo de agentes públicos, disminuir la autonomía profesional de cierto número de profesiones (médicos, profesores y
maestros, psicólogos, etcétera), debilitar los sindicatos del sector público, en
una palabra, realizar en la práctica la reestructuración neoliberal del Estado. 28
La hipótesis del actor egoísta y racional
La reestn1cturación de la acción pública se basa en el postulado de que tanto
los funcionarios como los usuarios son agentes económicos que sólo responden a la lógica de su interés personal. Mejorar la eficacia de la acción pública
consistirá en desarrollar constricciones e incentivos que orientarán el modo
en que se cornportan los individuos, de tal n1anera que las decisiones que se
verán llevados a tomar disminuyan los costes y maxinricen el resultado. La
corriente Publíc Choice, ya n1encionada, desernpeñó un papel pionero en este
tipo de metodología, al plantear que nada demostraba a priori la hipótesis de
que las opciones de los electores y las decisiones de los funcionarios desembocarían en rnedidas óptimas para la población. Por su parte, gran número de
trabajos producidos por econonlistas de la Escuela Económica de Chicago
trataron de demostrar que los progran1as sociales y las reglamentaciones estaban lejos de tener los resultados esperados por sus promotores, en especial
debido a la existencia de efectos perversos o costes ocultos que no habían sido
tenidos en cuenta en sus decisiones.
Estas investigaciones retomaban el hilo de los prirneros pasos en la evaluación cuantitativa de las decisiones públicas, dados por Bentham en su Teoría de
28. C. Pollitt, Managerialísm and the Public Seruíces, op. cit., pág. 49.
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
295
las penas y de las recompensas. Como los análisis bentharnianos, dichas investigaciones se basaban en la idea de que todos los agentes concernidos (beneficiarios, pagadores, funcionarios) persiguen intereses específicos y adoptan
un comportamiento racional para satisfacerlos, corno cualquier otra ernpresa o
cualquier consumidor en el n1ercado. 29 Además, basando sus análisis en la lógi-·
ca del cálculo individual, estas rnisrnas investigaciones trataban de mostrar que
algunos «obtienen más por su dinero que otros». De este modo, una abundante literatura, destinada a privar de toda legitinúdad al Estado providencia, así
corno a las políticas redistributivas en general, se dedicó a rnostrar que esos
dispositivos tendían a tener efectos contrarios a la igualdad que se buscaba.
De fmma general, la aplicación del cálculo costo-beneficio tiende a mostrar que el «consumidor» paga siempre más caro un bien público que un bien
privado, y paga tan1bién más caro un bien privado cuya producción está reglamentada que un bien privado cuya producción no lo está. Pero más allá
de esta voluntad demostrativa, este tipo de análisis de la «producción política»
importa por el tipo de concepción del Estado que supone. El Estado sólo
queda sujeto al análisis económico común en la medida en que es concebido
a priori como un agente entre otros en el sistema económico, que persigue
sus propios objetivos y está obligado a responder mediante una oferta a dernandas cuya producción sería comparable a la de los otros agentes económicos privados.
Esta interpretación neoclásica de la acción pública surgió como algo relativamente nuevo en la historia oficial de la teoría económica. Considera al
Estado no ya como una entidad «exógena» respecto del orden mercantil, que
debe respetar línrites externos, sino como una entidad enteramente integrada
en el espacio de los intercarnbios, en el sisterna de interdependencia de los
agentes económicos.
Partir de la hipótesis de que todo agente público es un ser que hará que
su interés particular pase delante del interés general no es en realidad nada
29. Numerosos análisis de J. Bentham anticipan las críticas de la extensión burocrática:
«El interés del ministro es tener tantos empleados, o sea, personas bajo su dependencia, como
sea posible: multiplicar los agentes es multiplicar sus criaturas; darles grandes salarios es apegados tanto más a su protector; y no hay motivo para vigilarlos de cerca, porque con su negligencia nada pierde» (Théoríe des peines et des récompenses, 1811, vol. 1, pág. 224). Pero la
solución de J. Bentham es muy diferente de las prescripciones de los economistas neoclásicos,
ya que se basa en la democracia más radical y la vigilancia continua de los representantes Y
fimcionarios en dispositivos panópticos.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
296
nuevo. Y a hemos dicho que el primero que, en la historia de la teoría política, hizo de ello un principio de análisis y de reforma fue Jeremy Bentham.
Si no fuera remitiéndose a esa filente esencial, hoy día no se entenderían las
relaciones entre la promoción del mercado, por un lado, y los principios del
«nuevo management>>, por el otro. Bentham busca racionalizar la acción pública para acrecentar su eficacia, empleando para ello n1ecanismos finos y
ajustados de control y de incentivación, destinados a orientar el comportamiento de los individuos en un sentido favorable al interés general o, por lo
menos, reducir la divergencia entre el interés de cada agente y lo que se espera colectivamente de él en términos de servicios útiles.
Bentham, que comprendía que el Estado debe intervenir en la economía
y en la sociedad, a la vez directamente mediante su legislación e indirectamente para dirigir y vigilar las poblaciones, con el fin de orientar los intereses
y las acciones en la dirección más adecuada para asegurar «la mayor felicidad
para el rnayor número», trató de reflexionar, a lo largo de toda su larga can-era con1o pensador y como tecnólogo, acerca de los dispositivos de coerción
y de incentivación capaces de forzar a los agentes públicos a unir sus intereses
particulares con el interés colectivo, de acuerdo con el «principio de unión
del interés con el deber». 30 Su originalidad, que hace de él uno de los precursores ignorados de lo que luego se ha llamado la «nueva gestión pública»,
reside en que no se conforma con apelar al mercado para luchar contra los
derroches burocráticos. Considera haber descubierto n1edios sustitutivos de
control sobre los agentes públicos que tendrán la misma eficacia que tiene el
mercado sobre los individuos que en él participan. El objetivo es suprimir
todos los abusos, las incmnpetencias, las v~jaciones, las demoras, las opresiones, los fraudes que hacen sufrir a sus administrados funcionarios y hombres
políticos espontáneamente corrornpidos por su «sinister interest», contrario al
interés del mayor nún1ero. En gran cantidad de textos, pero especialmente
en su Código constitucional redactado en los años 1820, describe el cuadro
de un aparato burocrático a1nplísin1o enteran1ente son1etido al principio de
control de la conform..idad de las acciones de los funcionarios con el interés
del público. 31
30. Véase sobre este punto la ,tesis de Christophe Chauvet, «Les apports de .Jeremy Bentham a1' analyse économique de 1' Etat», Université de Picardie, UFR de sciences économiques
et de gestion, 2006.
31. Véase L. J. Hume, Benthan1 and Bureaucracy, Cambridge University Press, 2004.
EL
297
Mediante este conjunto de dispositivos, la intervención pública responderá bien al objetivo gubernamental de «la mayor felicidad para el mayor
número». En lo referente a la organización del Estado, este objetivo se especificará mediante la aplicación de dos principios subordinados: el principio de maximización de la aptitud de los agente públicos y el de minimización del gasto público («Ojficíal Aptitude maximized, Expense minilnized>>). El
principio de utilidad pennite pensar al mismo tiempo la eficacia de las acciones privadas espontáneas en el n1ercado y la necesidad de controlar estrechamente las actividades de quienes podrían dar prioridad a su interés
privado respecto del interés colectivo. La primacía del interés personal conduce, en efecto, en dos direcciones que no son tan contradictorias como
podría parecer: por un lado, lleva a dejar la n1ayor libertad posible a los
agentes que persiguen sus fines propios en eltnercado; por otro lado, lleva
a ejercer los controles n1ás minuciosos sobre todos aquellos que, trabajando
supuesta1nente para el bien colectivo, se sienten inevitablemente tentados
de trabajar en favor de sus propias satisfacciones cuando no son lo bastante
vigilados. La confianza, sin duda relativa, concedida a los unos se acompaí1a
de una desconfianza absoluta hacia los otros. El rrüsmo principio, el del
interés, llevará por lo tanto a descubrir dispositivos normativos que producirán en la esfera pública resultados tan deseables cmno el mercado en la
esfera privada. 32 Para contrarrestar los abusos del poder, que son las enferrnedades estructurales de toda relación política, Benthan1 propone con1o
remedio universal la transparencia, que impide a los funcionarios y a los
representantes elegidos trabajar en provecho propio o derrochar los dineros
públicos. Benthan1 es uno de entre los que erigieron con1o regla de oro el
control de los agentes públicos por el público. Invirtiendo el dispositivo
panóptico en el que un pequeño nún1ero de inspectores podrían vigilar a
gran nún1ero de individuos, Bentharr1 describe en su Código constitucional
disposiciones arquitectónicas que permiten al público, situado en palcos distribuidos en torno a los espacios de trabajo adnunistrativo y ocultos tras espejos sin azogue, vigilar la intensidad del trab~jo de los funcionarios. Basta,
como en la prisión panóptica, con que el agente público se pueda creer
vigilado permanentemente para que el dispositivo produzca el efecto deseado. Gracias a esta vigilancia, la esperanza de ganancias procuradas por el
32. C. Chauvet, «Les apports de .Jeremy Bentham al'analyse économique de l'État», op.
cit.' pág. 22.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
299
298
comportamiento delictivo se compensa en la rnente del agente son1etido a
observación n1ediante la fuerte probabilidad de la sanción. «El buen gobierno depende más de lo que hasta ahora se ha pensado de la arquitectura»,
escribe Bentham. 33 Todo el edificio burocrático benthamiano está concebido como un siste1na de control al que todo debe someterse: la definición
precisa de los cargos, funciones y cornpetencias requeridas, la fijación de las
normas en las relaciones entre los funcionarios y el público, el rigor y la exhaustividad en los libros de cuentas que se llevan, la publicación regular de
infonnes de actividad, el régirnen pennanente de inspección de los servicios
y, por encima de todo, el control ejercido por la opinión pública sobre la
acción de los agentes del Estado.
Pero la vigilancia no lo es todo. Tarnbién hay que saber emplear incentivos positivos que anirnen al cumplimiento del deber. En la Teoría de las penas
y de las recompensas, Bentham atribuía a la igualdad de los salarios la responsabilidad principal de la languidez y la ociosidad que reinaban en las oficinas.
Para asegurar la unión del interés con el deber, hay que procurar hacer del
salario una recompensa proporcionada a la asiduidad y a la forma con que el
servicio es prestado. Esto se recon1Íenda particulannente para la ren1uneración del responsable del servicio. En los hospitales o en las prisiones, en los
lugares de trabajo, en el ejército, en la marina, el responsable será penalizado
o recompensado en función del núrnero de heridos, de enferrnos, de rnuertos, de tal manera que los intereses de dicho responsable estén en armonía
con los de quienes le han sido confiados.
Los análisis de Benthanr anticipan los de Public Choice ya que parten del
misrno postulado del agente calculador que siempre se dejará guiar por su
interés personal. Pero, como veremos luego, existe una gran diferencia con
los análisis de Public Choice acerca del papel atribuido a los mecanismos de la
democracia. Por otra parte, es cierto que no se cornprendería la relación
entre estos dos plantearnientos de no situarlos a ambos en lo que constituye
propiamente la gubernamentalidad basada en los intereses, entendiendo, por lo
tanto, que las prácticas de medida y de incentivación destinadas a guiar los
comportarnientos son parte integrante del rnodo de gobernar a los hombres
en las sociedades de mercado. La medida de los efectos, lo que hoy se llama
la evaluación, no es un elernento exterior a la práctica gubernamental moder33. J. Bentham, Constitutional Code, vol. 1, ed. F. Rosen y J. H. Burns, Clarendon Press,
Oxford, 1983.
na. No es un añadido tardío; la evaluación es su característica desde el inicio,
corno lo muestra la atención que le presta toda la tecnología del utilitarismo
benthamiano. Sin duda, hizo falta cierto tiempo para que esta dirnensión de
evaluación de la eficacia adquiriera toda la arnplitud que tiene hoy día y se
presentara como la forma «evidente» de regulación de la actividad pública.
Desde este punto de vista, la práctica neoliberal es un poderoso revelador de
las lentas mutaciones que han afectado a las formas de gobierno desde el siglo
XVIII.
Public Choice y la nueva gestión pública
El consenso en favor de una refomra de inspiración neoliberal de la acción
pública procede de la creencia en el fin de la «edad de la burocracia». 34 En
otras palabras, la reestructuración de la acción gubernarnental a la que asistimos en grados y ritmos diferentes según los países no debe ser interpretada
de acuerdo con sus propios criterios (las tres E: eficacia, economía, eficiencia), sino de acuerdo con la lógica antropológica de la que participa, cuyos
principales teóricos han sido los economistas de Public Choice, en particular
jan1es Buchanan y Gordon Tullock.
La escuela Publíc Choice, que se originó en la Universidad de Virginia
Charlottestville, produjo un análisis del gobierno interesándose, no en la
naturaleza de los bienes que produce, sino en la fomra en que lo hace. Aplicando la teoría económica a las instituciones colectivas, la escuela Public
Choice considera que, partiendo de la suposición de la unidad del funcionanriento hunrano en todos los dominios, no hay ninguna razón para no llevar
a cabo una homogeneización al rrrisrno tiernpo teórica y práctica del funcionarrriento del Estado y del rnercado. El funcionario es un horr1bre como los
demás, es un individuo calculador, racional y egoísta que trata de maxinrizar
su interés personal en detrirnento del interés general. Sólo los intereses privados tienen una realidad y una significación para los agentes públicos, en
contraste con sus proclarnas virtuosas. El Estado no maxinuza el interés ge-
34. Se pasaría del modelo burocrático como centro y organización de la sociedad a un
paradigma «postburocrático» (noción atribuida a Michael Barzelay, Breaking through Bureaucracy: A New Vision jór Managing in Govermnent, op. cit.) basado en la nueva economía
política.
300
LA NUEVA
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
301
neral, son los agentes públicos quienes persiguen la mayor parte del tie1npo
sus intereses privados, a costa de un derroche social considerable: 35
Como hombres ordinarios, parecidos a todos los demás, los burócratas tomarán
la mayor parte de sus decisiones (aunque no todas) en función de lo que les favorece personalmente, no considerando el beneficio que resultará para la sociedad en su coqjunto. Ocasionalmente pueden sacrificar su propio bienestar en
aras de un interés más general, como puede hacerlo a veces cualquier mortal,
pero lo esperable es que esta actitud sea excepcional. 36
El burócrata trata de aun1entar los créditos de su servicio, el nútnero de sus
subordinados, o ascender en la jerarquíaY Williatn Niskanen, tras definir de
forma muy laxa un despacho (bureau) como cualquier organización sin afán
de lucro y cuyos agentes no obtienen beneficios de la venta de un producto,
afimu que la filnción de utilidad del burócrata está ligada al aumento de
presupuesto de su despacho. Mientras que una empresa busca maximizar las
ganancias, el despacho burocrático busca amnentar el presupuesto. 38 G. Tullock viene a decir lo tnismo:
Por regla general, el burócrata verá aumentar sus posibilidades de promoción, su
poder, su influencia, el respeto que despierta e incluso las condiciones materiales
en su despacho cuando crece su administración. Si la burocracia se expande, casi
todo burócrata que fom1e parte de ella ganará algo, más todavía si la que aumenta de tamaño es la subdivisión en la que está empleado. 39
A esta tendencia automática al crecimiento de la oferta le corresponde una
tendencia a la expansión de la demanda. Cmno el Estado social suscita múltiples den1andas de intervención, la burocracia parasitaria se hincha. Se establece una especie de gran alianza entre los funcionarios y los miembros de las
clases n1edias que más se aprovechan de los servicios públicos, lo cual provo-
35. Véase Xavier Greffe, Analyse économique de la bureaucratie, Economica, París, 1988,
pág. 13.
ca una inflación de los efectivos y del gasto público. Quienes se benefician
de él se organizan en grupos de presión internos (los burócratas) o en grupos
de presión externos (los lobbies) a expensas de los contribuyentes atomizados. Este fenó1neno se ve reforzado por el comportamiento de los parlamentarios que tratan de «comprar» votos decisivos de las fracciones movilizadas
del electorado y beneficiarse del apoyo de funcionarios cada vez más numerosos. Cuantos tnás burócratas hay en el cuerpo electoral, más electores hay
favorables a los impuestos y al gasto. El resultado es que la burocracia tiende
a «sobreproducir» servicios con respecto a las necesidades reales de la población. Aprovechándose de recursos importantes que no son restituidos a la
colectividad, las administraciones los gastan, cueste lo que cueste, para justificar su existencia y su crecimiento. Como decíaJean-Jacques Rosa, «el mercado político es un lugar donde se intercambian votos contra promesas de
intervenciones publicas>>. 40 Esta crítica de la burocracia, por lo tanto, deduce
del postulado del egoísn1o racional de los agentes el conjunto de efectos negativos a los que conduce la ausencia de competencia en la producción de los
servicios públicos. 41
W. Niskanen propone, con1o principal resorte para el cambio estructural,
introducir la competencia entre despachos, con ofertas de servicios semt:jantes, con el fin de rmnper el monopolio público e incrementar la influencia
de la producción. 42 Sugiere iguahnente modificaciones en los incentivos
para el trabajo, como por ejemplo la introducción de un siste1na de beneficios personales basados en la apropiación, por parte de los jefes de servicio,
de una parte de la diferencia entre el presupuesto concedido y los costos
efectivos, o bien un sisten1a de pron1ociones cuya rapidez sería proporcional
a la reducción de los presupuestos gastados. Los objetivos normativos de
Public Choice son explícitos:
Por lo general, las constricciones que experimenta el comportamiento de un
individuo en el mercado son más «eficaces» que las que pesan sobre los empleados del Estado, de tal manera que en el mercado los individuos, buscando satisfacer su propio bienestar, sirven mucho mt:jor al bienestar de sus conciudadanos
36. G. Tullock, Le Marché politique. Analyse économíque des processus polítiques, Economica,
París, 1978, pág. 34.
3~. G. Tullock, The Polítics cif Bureaucracy, Public Affairs Press, Washington, 1965;
W. N1skanen, Bureaucracy and Represmtative Government, Aldine Publishing Company, Chicago, 1971.
38. W. Niskanen, op. cit., pág. 42.
39. G. Tullock, Le Marché politíque, op. cit.
40. «Face-a-face Attali-Rosa», L'Express, 9 de junio de 1979, citado por Henri Lepage,
Demaín le líbéralísnze, Hachette, «Pluriel», París, 1980, pág. 60.
41. Véase el resumen hecho por H. Lepage de las tesis de la corriente Pub líe Choice, ibíd.,
págs. 202-206.
42. W. Niskanen, op. cit., pág. 19.5.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
302
303
que los hombres que trabajan para el gobierno. En verdad, uno de los objetivos
de la «nueva econonúa» es elevar, mediante reformas, el coeficiente de «eficacia»
del gobierno para que se acerque al delmercado. 43
Aunque nunca se conseguirá alcanzar dicho coeficiente -ya que, «incluso
puestas en una situación de con1petencia, las administraciones no se n1uestran
nunca tan eficaces como las sociedades privadas en una industria competitiva»- se puede esperar que mejore la situación utilizando diferentes rnecanismos.44 El prirnero, evidentetnente, es introducir la con1petencia entre servicios públicos y privados dando la posibilidad a sociedades privadas bájo
contrato que contribuyan a proveer servicios hasta entonces provistos exclusivanlente por la administración pública. Pero puede hacerse igualn1ente poniendo a competir entre sí a los propios servicios burocráticos. Para ello basta,
como lo explica G. Tullock, con dividir una adrninistración «en sectores más
pequeños con presupuestos separados», para luego cornparar sus rendimientos respectivos. 45
Como se ve, el análisis de los economistas de la Escuela de Virginia coincide en muchos puntos con el diagnóstico y los ren1edios de J. Bentharn. En
ambos casos se trata de crear incentivos positivos o negativos, sinlilares a los
del mercado, para guiar el interés del funcionario. Sin embargo, sigue habiendo una gran diferencia en lo relativo a la concepción de la democracia.
Para el Bentham radical de los años 1820, «el principio de unión del interés
con el deber» se podrá llevar a cabo tnediante un estrecho control ejercido
por los electores sobre los representantes y los funcionarios. Public Choice,
coincidiendo en este terreno con las críticas ya forrnuladas por Hayek, constituye un movimiento muy hostil contra la democracia representativa, a la
que acusan de ser el factor principal del desarrollo de la burocracia. En un
régimen democrático, los ciudadanos no pueden ejercer un verdadero control sobre los burócratas, rnás bien tratan de aliarse con ellos cuando consiguen organizarse. Los parlarnentarios, por su parte, estinn1lan la superproducción burocrática para ser reelegidos. Mientras que los pobres, que no
pagan impuestos, usan y abusan ele un poder electoral más in1portante que el
ele los ricos, menos numerosos, para hacerles soportar lo esencial del peso del
43. G. Tullock, Le Marché politíque, op. cit., pág. 15.
44. Ibid., pág. 44.
45. Ibíd., pág. 46.
ilnpuesto. Es por eso por lo que Jarnes Buchanan, en Los límites de la libertad
(1975), título en sí nlismo sintomático, aboga por la supresión del Estado
providencia y su sustitución por un nuevo contrato social en el que los ricos
pagarían a los pobres una compensación financiera a cambio de la supresión
de las prestaciones recibidas. J. Buchanan nlilita, en un plano rnás global, por
una «revolución constitucional» que obligaría a los gobiernos a respetar línlites para la deuda, para el déficit y el nivel ele los impuestos46 : «La denwcracia
puede convertirse en su propio Leviatán si no se le irnponen, haciéndoselos
respetar, línlites constitucionales>>. 47 Esta revolución tendría corno objetivo
«reconstruir los fundarnentos del propio orden constitucional», medida radical indispensable ante los callejones sin salida del pragmatisrno tradicional de
los nortean1ericanos.
Aquí está el corazón de los nuevos modos de gobierno propios de la racionalidad neoliberal, uno de cuyos grandes principios puede resurmrse con
la fórrnula benthatniana: «I11e more strictly we are watched the better we behave»
(«Cuanto rnás de cerca somos vigilados, mejor nos comportamos»). 48 El postulado del comportanúento profi.mclamente interesado de los agentes públicos conduce a refommlar los medios para controlarlos y conducirlos. Esta
vigilancia, que ha adquirido el aspecto rnasivo y difuso de una evaluación
contable de todos los actos de los agentes públicos y de los usuarios, es el
principio implícito de la reforma del sector públíco, presentado como el único posible. Esta reforrna se inspira en prácticas del management privado, basado en la eficiencia. 49 Si hay que privatizar tanto con1o se pueda, tarnbién es
necesario quebrar las lógicas que hasta ahora han hecho crecer las burocracias
y los gastos públicos, o sea, las alianzas de intereses entre grupos de presión
internos, lobbies exterr10s y representantes elegidos. La empresa debe reemplazar a la burocracia sien1pre que sea posible; y cuando no lo es, el burócrata debe conducirse lo más posible como un emprendedor.
Hernos visto más arriba que, según los econorrlistas de Public Choice, sólo
los intereses privados están dotados de realidad y de significación para los
individuos maxinlizadores. La suposición de que todo agente público es un
1
46. J. Buchanan, Les Limites de la liberté, entre l' anarchie et le Léviathan, Litec, París, 1992,
pág. 42.
47. Ibid., pág. 184.
48. Citado por F. Faucher-King y P. Le Gales, Tony Blair, 1997-2007, op. cit., pág. 65.
49. La eficacia tiene como criterio la mejor solución aportada a un problema, mientras
que la eficiencia supone evaluar financieramente la solución más económica.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
304
calculador oportunista se encuentra en el origen de todos los dispositivos de
control que se instauran. Los tnodelos de referencia de la nueva gobetnanza
pública, surgidos de la economía de la en1presa, vuelven a plantear la cuestión de la oposición entre los intereses del ordenante y los del ejecutor. El
n1odelo «principal!agent», aparecido en los años 1970, es empleado en la literatura económica para pensar las relaciones entre niveles jerárquicos. Este
modelo se basa en elecciones racionales: el director (principa0 es el que tiene
la autoridad y el agente es el que debe ejecutar. El problen1a que se plantea
consiste en saber cómo se puede asegurar, n1ediante dispositivos de vigilancia
y de incentivación, que los que t:iecutan (agent) actúen congruentemente
con los intereses de los que dirigen (principa0, sabiendo que los individuos
persiguen rnaxin1izar sus beneficios y quieren extraer ventajas del hecho de
que los contratos no prescriben detalladamente el contenido de las tareas a
efectuar (postulado de no con1pletitud ele los contratos). Este modelo, en un
principio utilizado para analizar las relaciones entre el accionista y el manager,
se ha convertido en la parrilla de lectura de las relaciones entre el «centro de
decisiÓn>> político y los órganos de ejecución, dotados de autonomía de ges~
tión y son1etidos a evaluación. Ésta es incluso, en adelante, la forma más
común de pensar las relaciones entre niveles jerárquicos: se supone que la
evaluación cada vez más sofisticada resuelve el «problema de la agencia», o
sea, el comportamiento oportunista del t:iecutante que dispone de información no accesible al que decide.
Esta nueva economía política ha servido cmno «sentido común» para un
movimiento muy amplio de reorganización de las administraciones al que
Christopher Hood dio en 1991 el nombre genérico de <<nueva gestión pública» (New Public Management). Su objetivo es transforn1ar el Estado inspirán·dose sistenláticarnente en lógicas de competencia y métodos de gobierno
que se emplean en las empresas ptivadas. 50 La nueva gestión pública pretende
50. Se podría decir que estas tentativas de m~jora de la productividad del sector público
no son nuevas. Los Estados Unidos :fi1eron pioneros en este movimiento, como lo demuestra
el tr~bajo de la Comisión Hoover, que preconizó en 1949 la creación de «presupuestos de
ren~miento»,
cual originó la Budget Accounting Procedures Act de 1950. Este trabajo se prol~ngo en los anos 1960 con el Planning Programming Budgeting System (PPBS) que dio lugar a
d1versas modalidades de «racionalización de las opciones presupuestarias». Pero estas tentativas no han tenido el carácter sistemático y universal que ha adquirido el movimiento de reforma de la «nueva gestión pública» a partir de finales de los aí1os 1980 y comienzos de los
1990. Tampoco tenían por modelo exclusivo el management del sector privado.
!o
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
305
«reinventar el gobierno» frente a lo que se presenta como una decepción de
las esperanzas que se habían puesto en los grandes programas de los años 1950
y 1960, en un contexto político donde los gobiernos persiguen poder limitar
los costos, rr1~jorando al mismo tiempo la satisfacción de los usuarios considerados corno clientes.
Este «paradigma global» de la reinvención del gobierno ha presentado
rostros distintos en fi1nción de los países, los gobiernos o sus diversos intérpretes, que unas veces insisten en la Ílnportación del n1odelo de la empresa,
otras veces en la necesaria participación den1ocrática de las poblaciones en las
decisiones, mezclando a veces ambas. Pero la tendencia principal en los países desarrollados ha consistido en imponer a las administraciones un nuevo
rnodo de racionalización que obedece a las lógicas empresariales. La competencia, el downsizing, el outsourcing (externalización), la auditoría, la regulación por agencias especializadas, la individualización de las remuneraciones,
la flexibilidad del personal, la descentralización de los centros de beneficio,
los indicadores de rendimiento y el benchmarking, constituyen otros tantos
instrun1entos que administradores llenos de celo y políticos con poder de
decisión, pero con poca legitimidad, importarán para difundirlos en el sector
público en nombre de la adaptación del Estado a las «realidades del mercado
y de la rnundialización».
La nueva gestión pública consiste en hacer de tal rnanera que los agentes
públicos no actúen ya por la simple conformidad con las reglas burocráticas,
sino que busquen maximizar los resultados y el respeto de las expectativas de
los clientes. Ello supone que cada una de las unidades administrativas sea
responsable de su producción específica y que goce de cierta autonomía en la
realización de su propio proyecto. 51 Las técnicas de management se basan en
51. Christian de Visscher y Frédéric Varone aportan una excelente síntesis: «La definición de los o~jetivos cuantitativos para la ~jecución de políticas públicas, la focalización en
las prestaciones aportadas, más que en el procedimiento seguido, la reducción de los costos
de producción de los servicios públicos, la gestión de una unidad administrativa por un manager que distribuye libremente sus recursos, la motivación del personal mediante incentivos
pecuniarios, la garantía de libertad de elección para los usuarios, etcétera. En una palabra, la
Nueva Gestión pública apunta a hacer de las administraciones tradicionales organizaciones
orientadas hacia el rendimiento. El Estado se aseguraría así una legitimación secundaria a
través de la calidad de las prestaciones públicas y el uso eficiente de los dineros públicos. Esto
reforzaría su legitimidad primera, basada en el respeto de las reglas democráticas que enmarcan los procesos de decisión» («La nouvelle gestion publique "en action"», Revue internationale de politique comparée, «La nouvelle gestion publique>>, vol. 11, no 2, 2004, pág. 79).
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
306
el tríptico «objetivos-evaluación-sanción». Cada entidad (unidad de producción, colectivo o individuo) es considerada <<autónoma» y «responsable» (en
el sentido de la accountability). En el rnarco de sus misiones, se le asignan objetivos a alcanzar. Es evaluada regularmente en cuanto a la realización de tales objetivos y, finalmente, sancionada positivamente o negativamente de
acuerdo con sus logros. Se supone que la eficacia aumenta por la presión,
constante y objetivada, que se ejercerá a todos los niveles sobre los agentes
públicos, de tal manera que serán puestos artificialmente en la rnisma situación que el asalariado del sector privado, expuesto a las presiones de los
clientes que su propia jerarquía les retransmite.
Uno de los aspectos irnportantes de este nuevo management, además de la
insistencia en el «rendimiento», es la importación de los criterios de «calidad»,
empleados por las empresas privadas, que subordinan su actividad a la satisfacción del consumidor.
La competencia en el corazón de la acción pública
La competencia es la palabra clave de esta nueva gestión pública. En este
sentido, es la traducción del dogrna friedrnaniano:
El peor peligro para el consumidor es ciertamente el monopolio --sea éste privado o gubernamental. La protección más eficaz del consumidor es la libre competencia en el interior y el libre intercambio en todo el mundo. Lo que protege
al consumidor de la explotación por parte de un comerciante es la existencia de
otro comerciante a quien le pueda comprar y que no quiere hacer otra cosa más
que venderle. La posibilidad de elegir entre diversas filentes de aprovisionamiento defiende al consumidor mucho más eficazmente que todos los Ralph Nader
del mundo. 52
Si la acción pública debe ser una «política de competencia», el Estado misrno
tiene que convertirse en un actor sometido a la cornpetencia de otros, en
particular en el plano mundial. Se trata de conjugar dos operaciones que,
si parecen homogéneas, es por la unicidad de las categorías empleadas: por
una parte, constnür mercados lo rnás parecidos que se pueda a los de la cornpetencia en la esfera mercantil; por otra parte, hacer intervenir la lógica de la
52. M. Friedman, La Liberté du choíx, op. cit., pág. 217.
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
307
competencia en el propio marco de la acción pública. Así, la cornpetencia se
encuentra en el origen de la liberalización de las industrias de redes, como los
sectores de las telecomunicaciones, la electricidad, el gas, los ferrocarriles 0 el
correo, liberalización que, sin confundirla con la privatización o la desregulación, revela las nuevas forrnas de intervención pública, con la creación de
rnercados o cuasi-n1ercados en sectores considerados monopolísticos o que
responden a criterios ajenos a las consideraciones de coste. En concordancia
con lo que reza el título del libro de l. Kirzner, competencia y espíritu de empresa son las dos fórmulas clave de la práctica gubernamental neoliberal. 53
Una de las primeras n1edidas importantes del gobierno Thatcher fl.Ie instaurar el Compulsory Competítive Tendering (CCT), un sistema que hacía obligatorio apelar a ofertas que compitieran entre sí para proveer servicios locales, obligando a elegir la oferta más cornpetitiva de acuerdo con los criterios
de Value for Money, lo cual suponía hacer cornpetir a las colectividades locales
con empresas privadas. 54
Esta institucionalización de la competencia debía supuestamente favorecer una mejor realización de las finalidades atribuidas a los servicios públicos,
aportando así una 1nayor satisfacción a los clientes que pueden elegir libremente entre prestatarios de servicios y reduciendo los costes. Ello supone
que la fonna de la prestación, pública o privada, no afecta al contenido y sus
efectos. Al reforzar la eficacia de los servicios públicos, la política de la elección les da, supuestarnente, una nueva legitimidad. Esta idea es central en la
retórica de la izquierda moderna, como lo destaca T. Blair:
La elección es un principio fundamental de nuestro programa. Hace falta poder
elegir mucho más, no sólo entre prestatarios de servicios públicos, sino en el interior de cada servicio. Siempre que sea posible, la elección mejora la calidad del
servicio que se presta a los más pobres y ayuda a luchar contra las desigualdades,
al mismo tiempo que refuerza la vinculación de las clases medias a un servicio
colectivo. En el dominio de la educación, esto significa la elección entre diversas
escuelas, con el fin de que los padres puedan elegir más a menudo un establecimiento que responda plenamente a las necesidades de su hijo. 55
53. l. Kirzner, Concurrence et esprit d'entrepn'se, op. cit.
54. Véase El análisis de los CCT en Patrick Le Gales, «Controle et surveillance. La restructuration de l'État en Grande-Bretagne», en P. Lascoumes y P. Le Gales (dir.), Gouverner
par les instruments, Presses de Sciences-Po, París, 2004.
55. T. Blair, «Comment réformer les services publics?», En temps réel, les Cahiers,junio de
2003, pág. 36.
308
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
La realidad es algo diferente: la «libre elección» promueve la desigualdad, ya
que no todas las familias tienen las mismas posibilidades de ejercerla con
iguales recursos, con1o lo han den1ostrado diversos estudios en el dominio
escolar. 56
La competencia debe ser igualrr1ente el principio de la «gestión de los
recursos humanos». La constitución de mercados internos de bienes y de
servicios se acompaña de una introducción de la competencia entre los mismos agentes dentro del sector público. El nuevo management público produce una 1nutación profi1nda de los vit:jos sistemas de calificación y de remuneración, en provecho de evaluaciones centradas en el rendimiento y de
incentivaciones financieras personalizadas. Los managers que están a la cabeza
de los servicios serán evaluados, por lo tanto, ex-post, ya no ex-ante, de acuerdo con el cumplimiento de objetivos para los que se han comprometido.
Como ellos mismos evalúan a sus subordinados, los servicios y las administraciones se parecen cada vez más a largas cadenas de vigilancia y de control
del rendimiento individual. 57
Este «management del rendimiento» participa de una especie de «desfiincionarización» del servicio público, algunos de cuyos aspectos son flexibilizar
o suprimir reglas de derecho público que los funcionarios tenían que cumplir, sustituir las oposiciones por contratos de derecho privado, introducir la
movilidad entre servicios y entre sector público y sector privado, posibilitar
.56. Tampoco hay que olvidar que la «salida al mercado» de los servicios en Gran Bretaña fue concebida como un poderoso medio de control ejercido sobre las autoridades
locales, al dotarse el gobierno central de medios de sanción para hacer aplicar los nuevos
procedimientos.
57. En el Libro Blanco redactado por Jean-Ludovic Silicani (Lívre blanc sur !'avenir de la
Fonctíon publíque,Jaíre des servíces publícs et de lafonctíon publique des atouts pour la France, La Documentation fran<;aise, París, 2008) hay una formulación particularn1ente depurada de este
modo de concatenación evaluativa: «Si la "cadena gerencial" no ha sido movilizada desde la
cima hasta la base, sin discontinuidad, el resultado no será alcanzado», escribe J. L. Silicani. Y
añade: «Es esencial, por lo tanto, que estos objetivos gerenciales sean recordados en la carta de
misión que recibe cada ministro y que luego éste sea juzgado en función de sus resultados en
este dominio. Esto lo incitará a proceder de la misma forma con sus directores, que harán lo
mismo con sus propios colaboradores, y así sucesivamente. La primera condición para que esta
dinámica gerencial virtuosa se ponga en marcha y genere así rápidamente una mejora considerable de la eficacia de la administración, es que se establezca una relación directa de confianza entre un ministro y sus directores de administración central». En esta pesadilla burocrática, desde el ministro hasta el más modesto agente público, una cadena continua de control
debe asegurar, supuestamente, la eficacia de la totalidad administrativa. Cada uno es evaluador
Y evaluado. Sólo el Presidente, Evaluador supremo, constituye sin duda la excepción.
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
309
el despido de funcionarios considerados incorr1petentes. 58 Pero rnientras que
la dimensión estatutaria tradicional del empleo público está en cuestión, se está
muy lt;,jos, sin en1bargo, de una «desburocratización» del tipo que sea, como
veremos más adelante.
Tiende a instaurarse un nuevo 1nodelo de dirección de los agentes públicos: el gobierno err1presarial. Se basa en los principios del «management del
rendimiento», moviliza útiles ünpmtados del sector privado -indicadores de
resultados y gestión de las motivaciones mediante un sistema de incentivos-'que permiten un <<gobierno a distancia» de los comportamientos. Este gobierno supone el control estrecho del trabajo de los agentes públicos mediante
una evaluación siste1nática y su subordinación a la demanda de «ciudadanos·clientes>> invitados a t;,jercer una capacidad de elección ante una oferta diversificada, de acuerdo con el principio Demand-Driven (guiado por la demanda). Esta estrategia es de naturaleza doble: financiera y normativa. Permite
hacer contribuir directamente al usuario en el costo del servicio, «responsabilizándolo» financieran1ente, lo cual persigue bajar la presión fiscal; y es igualmente el medio para modificar el comportamiento del <<consumidor>> de servicios públicos, invitado a regular su demanda. El libro que rnejor ha reunido
el conjunto de características de esta nueva práctica gubernamental es el bestseller, publicado en 1992, de David Osborne y Ted Gaebler, Reinventing government.59 Para estos dos autores ningún gobierno de la historia es fijo. Del
rrlÍsmo modo que se renovaron las formas de acción pública con ocasión
del New Deal, hoy día se debe inventar un nuevo gobierno adaptado al <<nuevo mundo» de la «era de la infonnación», de la globalización y de la crisis
«fiscal». 60 La producción de los servicios públicos debe obedecer a la misrna
regla que presidió la reorganización de las empresas: reducción de tamaño,
concentración en un «oficio», aumento de la calidad, descentralización de la
autoridad, aplanamiento de la líneajerárquica. 61 No se trata tanto de modifi-
58. B. Guy Peters, «Nouveau management public (New Publíc Management)», en Díctíonnaíre des politiques publiques, Presses de Sciences-Po, Paris, 2006.
59. D. Osborne y T. Gaebler, Reínventíng Governme11t. How the Entrepreneuríal Spírít ís
Tran.iformíng the Publíc Sector, from Schoolhouse to State House, .from Cíty hall to the Pentagon,
Addison-Wesley Publishing, Reading, 1992. D. Os borne también es el autor de Baníshing
Bureaucracy: The Five Strategies for Reinventing Government y de The Price cif Government: Getting
the Results We Need in An Age C!f Permanent Fiscal Cn'sis.
60. !bid., pág. XVII.
61. !bid., pág. 12.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
311
310
car el volumen de los gastos, aurnentándolo o reduciéndolo, sino de reinventar las políticas y los organismos públicos. Vivimos, escriben, un período en
el que hay que abandonar el modelo burocrático weberiano para pasar a un
rnodelo postweberiano. La expresión con la que quieren resumir sus planteamientos es la de «gobierno en1presarial (entrepreneuriaD». 62
Los autores no pretenden estar planteando un nuevo modelo surgido de
su imaginación, sino dar cuenta de lo que está ocurriendo en los propios
Estados Unidos. La reinvención del gobierno empresarial es un proceso que,
según ellos, empezó cuando los electores californianos votaron, el 6 de junio
de 1978, la famosa «proposición 13», que disminuyó a la mitad los impuestos
locales sobre la propiedad. Esta «revuelta fiscal» se extendió a todos los Estados de Estados Unidos, hasta que Reagan hizo de ella el eje de su política. Al
constatar la disminución de sus recursos, los alcaldes y los gobernadores se
vieron obligados en los años 1980 a desarrollar nuevas formas de organización, así como a estimular «partenariados públicos-privados». Estas nuevas
prácticas fueron las que permitieron inventar, a nivel local, «gobiernos empresariales».
Estos obedecen a diez principios analizados en detalle por Osborne y
Gaebler. La mayoría de los gobiernos de esta clase prornueven la competencia entre proveedores de servicios. Quitan poder a la burocracia para devolvérsela a los ciudadanos. Miden el rendimiento de sus agencias concentrándose, no en los recursos, sino en los resultados. Su guía es el cumplimiento
de objetivos, no el respeto de reglas y regulaciones. Consideran a los usuarios
corno consumidores y les ofrecen posibilidades de elección entre escuelas,
entre programas de formación, entre tipos de hábitat. Previenen los problemas antes de que smjan en vez de conforn1arse con ofrecer servicios a posteriorí. Invierten su energía en evitar el gasto rnás que en conseguir fondos.
Descentralizan la autoridad, favoreciendo el management participativo. Prefieren los mecanismos del rnercado a los mecanismos burocráticos. N o se
concentran únicamente en proporcionar servicios públicos, sino en poner en
acción a todos los sectores -público, privado, asociativo- para resolver los
problemas de la comunidad. 63
62. La palabra «emprendedor» tiene para ellos un sentido preciso, que toman de J.-B.
Say: un emprendedor es quien, cualquiera que sea el dominio donde se encuentra, aumenta
la eficacia y la productividad.
63. !bid., pág. 20.
No habría que confimdir, escriben Osborne y Gaebler, el gobien1o empresarial así resumido en sus diversos aspectos con el }fee market de los conservadores: «Esttucturar el mercado para realizar un objetivo público es, de hecho, lo
opuesto a dejar al "libre rnercado" la tarea de regular las cosas, se trata de una
forma de intervención sobre el mercado». 64 De todas fonnas, aúaden, el libre
mercado no existe hasta tal punto, si lo que por él se entiende es un mercado
libre de toda intervención gubernarnental. Todos los mercados legales están
estructurados por reglas establecidas por los gobien10s, con excepción de los
rnercados negros, controlados por la fuerza y regidos por la violencia. 65 Esta
gobernanza empresarial, que utiliza rnecanismos públicos para orientar las decisiones privadas hacia fines colectivos permite definir según ellos una «tercera
VÍa» entre el jfee market de los conservadores y los programas burocráticos del
bíg government de los «liberales» (en el sentido norteamericano del témtino).
Este terna del gobierno empresarial no cayó en saco roto. Fue bajo el
gobierno de Bill Clinton cuando se lanzó la National Peiformance Revíew, inspirada en el libro de Osborne y Gaebler. Tras el inforrne de Al Gore, en
1993, que planteaba como programa <<la creación de un gobierno que fimcione mejor y cueste rnenos», 66 la administración Clinton organizó una amplia operación de comunicación, instauró <<equipos» y «laboratorios>> de reinvención del gobierno Y Según Al Gore, la National Peiformance Review habría
pemtitido disminuir el empleo público en 351.000 personas. Una iniciativa
serrtejante en Canadá perrnitió rebajar el número de funcionarios en 45.000.
Este procedimiento de auditoría general, fuerternente estirnulada por instituciones de asesoría internacional como la OCDE, se propagó por todas partes
con nombres diferentes pero de acuerdo con la nlisn1a lógica.
¿Una política de izquierdas?
Esta «reinvención del gobierno» se presenta a menudo corno una reinvención
de la política de izquierdas. En verdad, en todos los casos se trata tan solo del
64. !bid., pág. 283.
65. Ibíd., pág. 284.
66. Véase From Red Tape to Results: Creating a Government that Works better and Costs less,
Government Printing Office, Washington DC. El término «red tape» designa la cinta roja que
rodea a los documentos administrativos. En español equivale a «papeleo». El significado sería
que hay que pasar de la burocracia a los resultados.
67. Véase X. Greffe, Analyse économique de la bureaucratie, op. cit., pág. 143.
312
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
313
~jemplo más llamativo del dominio ejercido por la nueva razón neoliberal. Esta
reforma de los instrumentos de intervención pública se convirtió, a fmales de los
años 1990, en la base del acuerdo entre B. Clinton, T. Blair y algunos otros
dirigentes de la izquierda europea. El teórico de la tercera vía, A. Giddens describía en estos términos las nuevas orientaciones de la «reforma del Estado»:
La mayoría de los Estados tienen todavía muchas lecciones que aprender de las
mejores técnicas de la gestión de empresa. Deberían proceder, en particular, a
controles de resultados, a verdaderas auditorías, a instaurar estructuras de decisión más ágiles o asegurar una participación mayor de los empleados. 68
Pero lo que se presentaba de buen grado como una «renovación» de la izquierda tendía a hacer olvidar que la mutación gerencial de la acción pública
no era sino una profi1ndización de una política iniciada por los gobiernos
neoliberales de los años 1980. Los conservadores británicos fueron los pioneros en esta vía. Desde 1980 se instauraron una serie de dispositivos para aplicar sistemáticamente en el sector público el principio de eficiencia, tan apreciado por los consultores de las sociedades especializadas en auditorías que
aconsejaban al gobierno: 69 la Efficiency Unit, el Scrutiny Programme, la Financia! Management Initiative, el National Audit Office.
En 1988, un informe presentado al Pri1ner Ministro británico lanzó la
operación ambiciosa y sistemática de los next steps, 70 que consideraba a la administración como un conjunto de «unidades de producción>> o <<agencias»
dotadas de su propia autononúa, con sus propios o~jetivos y sus indicadores
de rendimiento. Estaban abiertas diversas posibilidades para mejorar la productividad del servicio público: la privatización, la subcontratación a empresas privadas o la autonomización de la agencia. 71 En este último caso, se tra68. A. Giddens y T. Blair, La Troisieme Voie. Le Renouveau de la socíal-démocratie, op. cit.,
pág. 87.
69. Véase D. Saint-Martin, Building the New Managerialist State, op. cit.
70. «Improving management in Government- the next steps». Véase Christopher Hood,
«A public management for All Seasons (in the UK)?», Public Adminístratíon, 69/1, 1991,
págs. 3-19 ; Perry Anderson, «Histoire et lec;:ons du néolibéralisme», Page 2, noviembre 1996,
pág. 2 ; Xavier Greffe, Gestion publique, Dalloz, París, 1999.
71. Xavier Greffe cita el Libro blanco de 1991 Competíng .for Quality que hace del «test
del mercado» uno de esos métodos para abrir a la competencia la prestación de servicios: «la
competencia para la calidad: privatizar si las soluciones mercantiles son mt;jores, si no, introducir los mecanismos de mercado lo más posible para aumentar el control del cliente sobre
el servicio» (X. Greffe, Gestíon publique, op. cit., pág. 151).
taba de producir el estallido de un servicio público, muy unificado y muy
normalizado, en numerosas entidades descentralizadas y responsables ante el
ministro encargado. La función pública británica, pues, se dividió progresivamente en unas 11 O agencias autónomas que reagrupaban a cerca del 80%
de los agentes públicos. Cada agencia sería dirigida por un responsable reclutado en función de su competencia empresarial y pagado de acuerdo con su
rendimiento. Libre en lo que se refiere a su gestión, puede decidir subcontratar los servicios a empresas privadas, si considera que esta solución es más
eficiente.
La Gran Bretaña de Tony Blair siguió las orientaciones del thatcherismo.
La Prívate Finance Initiative, también llamada Public-Private Partnership
(PPP) permite a las empresas del sector privado financiar y gestionar servicios
públicos en la educación, la salud y la seguridad. El contrato da al sector privado derecho a explotar un servicio durante un largo período (veinte o
treinta años) a cambio de una financiación de la infraestructura y su mantenimiento. Pero las empresas privadas no proporcionan necesarian1ente un
servicio de calidad equivalente, y el Estado se ve obligado a participar en los
gastos subvencionando a las empresas privadas. 72
En Canadá se desarrolló igualmente un progran1a de reestructuración del
sector público a partir de 1988 (Public Service 2000), también en Australia,
Nueva Zelanda, Dinamarca y Suecia. En Francia, Michel R.ocard quiso impulsar este tipo de orientación en 1991 (la «renovación del servicio público>>).
En 1992, hizo publicar la «Carta de los servicios públicos» (Charte des services
publícs), que introducía la lógica empresarial mediante la creación de «centros
de responsabilidad» en los servicios descentralizados del Estado, centros que
deberían establecer con su ministro responsable <<proyectos de servicio». Las
dos categorías clave de esta «renovación», la «responsabilización» y la «evaluación», no eran muy originales. 73 Este primer injerto del nuevo management
público no ha adquirido la arnplitud que tiene en otros lugares, sin duda
porque en Francia la resistencia a considerar el sector público como productor de servicios proporcionados a un cliente sigue siendo fuerte, tanto cultural conw políticamente.
72. Philippe Marliere, Essais sur Tony Blair et le New I.abour. La Troisieme Voie dans
!'impasse, Syllepse, París, 2003, pág. 104.
73. En ese momento fueron creados un Comité Interrninisterial de la Evaluación, un
Consejo Científico de la Evaluación y un Fondo Nacional de Desarrollo de la Evaluación.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
314
La reforma empresarial, tema que han enarbolado desde hace tiempo las
élites rnodernizadoras que ocupan la cabeza del Estado francés, 74 fue relanzada a finales de los años 1990 y a principios de los años 2000, con la elaboración y la votación de la ley orgánica relativa a las leyes de finanzas (LOLF)
en agosto de 2001. Esta ley pretende plantear la obligación de rendirnientos
en la gestión financiera del Estado. La financiación presupuestaria no debe
depender ya de la naturaleza del gasto sino de los resultados de los «programas», de los que se espera que expliciten objetivos precisos que serán sornetidos a evaluación. Corno se ve, tampoco hay nada nmy original en esta
nueva práctica que apunta a «reemplazar una lógica de medios por una lógica de resultados».
Una segunda fase, llamada de aceleración, en1pezó enjulio de 2007, poco
después de la elección de Nicolas Sarkozy, bajo el nombre «Revisión general
de las políticas públicas» (expresión que recuerda a la Natíonal Peiformance
Revíew de Al Gore).
Tras llevar a cabo una valoración muy discreta de las prirneras n1edidas de
modernización, el gobierno quiere producir una verdadera n1ptura. Tampoco en este caso la práctica es demasiado nueva en comparación con lo ocurrido en otros lugares, ya que se trata de instaurar una auditoría sistemática de
todas las políticas públicas y de los gastos sociales, con el fin de disminuir el
gasto público, mejorando al mismo tiempo la eficacia y la calidad del servicio
proporcionado por las adrninistraciones. El procedüniento debe consistir en
establecer la pertinencia de cada acción pública sin tabúes ni a príorís, luego
fijar el nivel de los recursos tn~teriales y humanos necesarios para llevar a
cabo sus objetivos, teniendo en cuenta los rnedios para mejorar la productividad de los servicios. La originalidad reside quizás en los procedirnientos
extremadamente centralizados de esta revisión general, dirigida desde el entomo más próximo al presidente de la República, marginando al misrno
tiempo a todas las instituciones e instancias que hasta entonces habían tenido
un papel en el control del presupuesto y de la administración.
El nuevo modelo de gobierno ha conquistado muchos otros países. Los
temas y los térrninos de la buena gobernanza y de las buenas prácticas se han
74. Véase el «informe Picq» sobre las responsabilidades y la organización del Estado
(mayo 1994), Jean Picq, L'État en France. Sewír une natíon ouverte sur le monde, La Documentation fran<;:aise, París, 1995. Véase igualmente Roger Fauroux y Bemard Spitz, Notre État: le
lívre··tJéríté de lafonctíon publique, Robert Laffont, París, 2000.
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
315
convertido en los mantras de la acción gubernamental. Las organizaciones
internacionales han propagado muy extensamente las nuevas norrnas de la
acción pública, especialmente en los países subdesarrollados. De este modo,
el Banco Mundial, en su informe sobre el desarrollo en el rnundo, de 1997,
propuso sustituir la expresión «Estado mínimo» por la expresión un <<mejor
Estado». Actualmente, más que estimular sistemáticamente la privatización,
quiere ver en el Estado a un regulador de los mercados. El Estado debe tener
autoridad, debe concentrarse en lo esencial, debe ser capaz de crear marcos
reglamentarios indispensables para la economía. Según el Banco Mundial, el
Estado eficaz es un Estado central fuerte cuya prioridad es una actividad reguladora que garantiza el Estado de derecho y facilita el mercado y su funcionamiento.75 La OCDE no se ha quedado rezagada, pues desde mediados
de los años 1990 ha rnultiplicado las recomendaciones de reformas de la reglamentación y de apertura de los servicios públicos a la competencia, a través de las actividades de su departamento consagrado al management público
(PUMA). Lo rnismo ocurre con la Comisión Europea y su libro blanco sobre la gobernanza europea, de 2001, aunque en este caso se mezcla el funcionamiento de las instituciones con la prornoción del modelo empresarial y
de la competencia en los servicios públicos.
Esta reforma de la administración pública participa de la mundialización
de las fom1as del arte de gobernar. En todas partes, cualquiera que sea la situación local, se preconizan los misrnos métodos, se emplea un léxico uniforme (competítion, process reengineeríng, benchmarking, best practíces, peiformance indícators) estos métodos y estas categorías son válidos para todos los problernas,
para todas las esferas de acción, desde la defensa nacional hasta la gestión de
los hospitales, pasando por la actividad judicial. Esta reforma «genérica>> del
Estado, de acuerdo con los principios del sector privado, se presenta con1o
neutra ideológicamente. Su objetivo no es otro que la eficiencia o, corno dicen
75. El Banco Mundial escribía en su informe de 1997: «Estamos constatando que el mercado y el Estado son complementarios, ya que incumbe al segundo instaurar las bases institucionales necesarias para el funcionamiento del primero. Además, para atraer la inversión
privada, la credibilidad del gobierno -o sea, la previsibilidad de las reglas y de las políticas
públicas y la constancia de su aplicación- es quizás tan importante como su contenido».
Banque Mondiale, Rapport sur le dét;eloppement dans le monde, Washington, 1997, pág. 4 (citado por Matthias Finger, «Néolibéralisme contre nouvelle gestion publique», en M. Hufty
(dir.), La Pensée comptable. État, néolibéralísme, nouvelle gestion publique, PUF, «Les Nouveaux
Cahiers de l'Institut universitaire d' études du développement», París, 1998, pág. 62.
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LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
los expertos británicos de la auditoría, el valuefor money, o sea la optimización
de los recursos empleados. Como hemos visto más arriba, la adhesión a la
nueva gestión pública superó las divisiones partidarias, hasta el punto de constituir uno de los ejes principales de la «tercera vía» que supuestamente reunía
a los nuevos demócratas norteamericanos con la socialdemocracia europea
renovada. Se trata en realidad de una racionalidad extremadamente invasiva
y poderosísin1a, ya que tropieza con pocas críticas y oponentes. Esta nueva
gestión pública, tan universalmente aceptada, actúa mucho más eficazmente
que cualquier discurso radical, debilitando las resistencias éticas y políticas en
el sector público y el sector asociativo.
Con este léxico y con la racionalidad que encierra, se difi1nde una concepción utilitarista del hombre, de la que ya no se salva ningún dominio de actividad. El funcionario es un agente racional que sólo reacciona ante incentivos
materiales. Los códigos de honor propios de los oficios, las identidades profesionales, los valores colectivos, el sentido del deber y del interés general que
animan a cierto número de agentes públicos y dan sentido a su compromiso
son deliberadamente ignorados. En todas partes, en todos los sectores, los
motivos para actuar son los mismos, así corno los procedimientos de evaluación que condicionan las recompensas y las sanciones. Se está llevando a cabo
un formidable trabajo de reducción del sentido de la acción pública y del
trabajo de los agentes públicos: sólo es relevante el motivo más interesado de
la conducta, o sea, los incentivos pecuniarios que supuestamente la orientan.
Con este gobierno empresarial, el mercado ya no se impone simplemente
porque «muerda» en los sectores estatales o asociativos, sino porque se ha
convertido en un modelo universalmente válido para pensar la acción pública y social. Hospitales, escuelas, universidades, tribunales y comisarías son
todos ellos considerados empresas que responden a los mismos útiles y las
mismas categorías. Este trabajo de reducción propio del management público
está naturalmente relacionado con la mutación antropológica que caracteriza
a las sociedades occidentales. No es sólo su reflejo, es un vector de dicha
mutación, particularrnente eficaz cuando se introduce en dominios que pueden parecer heterogéneos a la lógica cuantitativa de los rendimientos. Con
esto nos referimos a la educación, la cultura, la salud, la justicia o la policía. 76
76. En cua}lto a la reforma del hospital público, véase Frédéric Pierru, Hippocrate malade
de ses riformes, Editions du Croquant, Bellecombe-en-Bauges, 2007. Para el análisis de la reciente ley de refom1a de la universidad, llamada «Ley sobre la responsabilidad de las univer-
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
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Ahora bien, en estos dominios, las mutaciones no son menos sensibles que en
los otros. Nociones como la «gestión de los flujos judiciales», que se difunden
desde los años 1990, tienden a convertir al magistrado en un manager de quien
se espera un aumento anual de su «cartera de procedimientos», y ello de un
modo imperativo, ya que su promoción y su salario dependerán cada vez más
del respeto de las ratios. La concepción masivarnente contable de la acción
judicial, médica, social, cultural, educativa o policial tiene consecuencias no
despreciables sobre el modo en que son considerados los «clientes» de tales
servicios, regidos por los nuevos principios de gestión; como también las
tiene sobre el modo en que los agentes viven la tensión entre estas lógicas
contables y la significación que atribuyen a sus oficios respectivos. 77
Las normas contables constituyen no tanto una ideología como una forma específica de racionalidad itnportada de la economía. A este respecto, la
«gestión por el rendimiento» plantea problemas gravísimos que por lo general tiende a dejar de lado: problerna de la fijación de los indicadores de rendimiento, problema de la puesta en forma de los resultados, problema de la
circulación de la información entre «arriba» y «abajo». La cuestión es qué
significa la «cultura de resultados» en la justicia, la medicina, la cultura o la
educación, en función de qué valores puede ser juzgada. En realidad se sustituye un acto de juicio, que depende de criterios éticos y políticos, por una
medida de eficiencia a la que se le supone una neutralidad ideológica. De este
modo se tienden a ocultar las finalidades propias de cada institución en provecho de una norma contable idéntica, corno si no tuviera cada una de dichas instituciones valores constitutivos que le son propios. 78
Una tecnología de control
Esta refundición empresarial de la acción pública se apoya en la creencia en
las virtudes de una evaluación general y exhaustiva capaz de dar cuenta «rasidades», véase Annie Vinokur, «La loi relative aux libertés et responsabilités des universités:
essai de mise en perspective», Revtte de la régulation, n° 2, enero de 2008.
77. Véase, por ejemplo, para la nueva «economía judicial», Gilles Sainati y Ulrich Schalchli, La Décadence sécuritaire, La Fabrique, París, 2007.
78. En términos weberianos, el tipo ideal de la «racionalidad de fmalidad» (Zweckrationalitiit),
ordenada por una lógica de adaptación óptima de los medios a un objetivo, tiende a confundirse
con la realidad. Resulta que ninguna institución puede privarse por completo de su «racionalidad
de valoD> (Wertratiotwlitiit), que subordina la acción a principios éticos, religiosos o filosóficos.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
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cionalmente» y «científican1ente» de los efectos de un programa político, de
la actividad de un servicio, del trabajo de cada agente. 79 Esta lógica de evaluación generalizada la sostienen grupos sociales cuyo poder efectivo y su
legitimidad se apoyan cada vez rrlás en la concepción y el donlinio de útiles
prácticos de observación, investigación y juicio. El reclutamiento, la formación, la socialización de los jefes de servicio han adquirido en todas partes
una gran importancia, ya que son considerados los principales «agentes de la
modernización». La alta administración, cada vez más formada en el marco
de las bussíness schools, en una relación cada vez rnás simbiótica con los medios de la en1presa privada, ha encontrado ahí una fi1ente de legitinúdad suplernentaria que mezcla «n10dernidad>'• con «cientificidad>>, todo ello en detrimento de las instituciones democráticas, que quedan privadas, rnediante
este poder de los «expertos>>, de su papel en lo concerniente a hacer propuestas y controlar a la administración.
Esta nueva gestión pública se da por objetivo el control estrecho de los
agentes públicos, con el fin de aun1entar su cornpromiso con el trabajo. De
ellos se espera que obtengan resultados, cifrados como en la empresa privada,
por encirna del respeto de los procedirrúentos funcionales y las reglas jurídicas. Esta medición del rendimiento se ha convertido en la tecnología elemental de las relaciones de poder en los servicios públicos, verdadera «obsesión de control» de los agentes, fuente de una burocratización y de una
inflación normativa considerables. 80 Tiende a tnodelar la propia actividad y a
producir transformaciones subjetivas en los «evaluados», para que se sometan
a sus «comprornisos contractuales» con las instancías superiores. De este modo
se trata de reducir la autonornía adquirida por cierto número de grupos profesionales, como los ntédicos, los jueces y los docentes, considerados dispendiosos, laxistas o poco productivos, imponiéndoles criterios de resultados
79. La idea de que la acción de los ministros debería responder a la lógica de la auditoría,
no ya del juicio público de los ciudadanos, idea aplicada por decisión de Nicolas Sarkozy en
diciembre de 2007, no es sino la culminación caricaturesca de la dogmática mundial del
«espíritu de gestión».
80. Michael Power, La Société de l'audit. L'obsessíon du colltróle, La Découverte, París,
2005. En la práctica, las nuevas técnicas de control suponen un gasto de tiempo, de energía
y de dinero, lo cual cuestiona el dogma de la eficacia. Audiciones, evaluaciones, tiempo de
elaboración de los «proyectos», búsqueda de los contratos, pueden resultar particulannente
dispendiosos, requieren mucho tiempo y distraen de los objetivos principales de las actividades. Esto tiende a ocurrir dondequiera que estos métodos son puestos en práctica, en particular en el dominio de la enseñanza superior y la investigación científica.
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construidos por una tecnoestructura experta que va proliferando. Idealrnente, cada cual debe tener su propio programa de vigilancia, tener al día la
contabilidad de sus resultados en conformidad con los objetivos que le han
sido ordenados. Uno de los objetivos consiste en hacer interiorizar las normas de rendimiento y a veces, mejor todavía, conseguir que el evaluado pro-
duzca las normas que servirán para juzgarlo.
La evaluación es un proceso de normalización que conduce a los individuos a adaptarse a los nuevos criterios de rendimiento y de calidad, a respetar
nuevos procedirnientos que a menudo no son menos formales que las reglas
burocráticas clásicas. Pero, a diferencia de estas últimas, los nuevos criterios
pueden apuntar más directamente al «corazón del oficio» en cuestión, su
significación social, los valores en los que se basa, como puede ser el caso en
los mundos profesionales más diversos, desde los investigadores hasta los policías, pasando por las enfermeras o los carteros. Estos modos uniformes de
medida del rendimiento y de la incentivación propias de la nueva gestión la
convierten en una terrible rnáquina de guerra contra las formas de autonomía
profesional y los sistemas de valor a los que obedecen los asalariados. 81
El management se basa en una ilusión de control contable de los efectos de
la acción. La interpretación puramente cifrada de los resultados de una actividad, exigida por el uso de «paneles de control» (control panels) que orientan
el pilotaje de los servicios, entra en contradicción con la experiencia del oficio y sus din1ensiones no cuantificables. 82 La eficacia buscada puede verse así
dificultada por los conflictos de valor que engendra esta «cultura empresarial»
en universos profesionales regidos por otros valores. Los efectos de «desrnoralización» no carecen de consecuencias sobre la calidad del servicio, ya que
en la nueva doxa la entrega y la conciencia profesional son consideradas ficciones engañosas o excepciones.
Por otra parte, la paradoja es que la nueva gestión pública se escapa de la
evaluación de sus efectos. En efecto: ¿quién evalúa a la evaluación? Cuando
se pone en primer plano, con1o prueba de productividad aumentada, el descenso del número de funcionarios en Suecia o en Canada, nadie puede decir,
81. Ciertos teóricos de la organización, como Henry Mintzberg han mostrado la necesidad de diferenciar los modos de organización de acuerdo con el tipo de actividad. (H. Mintzberg, Structure et dynmníque des otganisations, Éditions d' organisation, París, 1982).
82. Esta ilusión se ha llevado muy lejos en Gran Bretai'ía, con la constmcción de un indicador único de medida de la gestión local, en una escala de 1 a 4.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL
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sin embargo, si los efectos que esto tiene sobre la sociedad son benéficos, si
no habrá costos no evaluados o transferencias de cargas hacia determinados
grupos sociales. 83 La disminución del número de funcionarios y la reducción
de sus rernuneraciones (corno en el caso de los funcionarios franceses desde
la desindexación de 1982) no constituyen en sí condiciones para un mejor
rendimiento.
Lo que se verifica es tan solo lo que se ha construido previamente, se
mide aquello que ha sido reducido a algo rnesurable. 84 La evaluación es una
empresa de normalización en la cual las características propias de las actividades se borran en la uniforrnización de los estándares (del tipo ISO 9000). 85
Con los nuevos dispositivos de control, se desarrollan nuevas percepciones
de las tareas a realizar, nuevas relaciones con el trabajo y con los demás. Mediante la selección del criterio y de la norma, la evaluación tiene corno efecto hacer visibles o invisibles determinados aspectos del oficio, valorizándolos
o desvalorizándolos: lo que en la actividad es visible adquiere valor en detrimento de lo que no se ve. La cuestión a menudo planteada de la «objetividad>> de la evaluación no tiene sentido. Esta tecnología de poder va dirigida
a crear un tipo de relación que se valida a sí misma mediante la conformidad
de los sujetos con la definición de la norma de comportamiento legítimo.
Por lo tanto, corno hay que considerar este modo de gobierno que se introduce en el servicio público, es corno la construcción de un suJeto, cuyo comportamiento sería guiado mediante los procedimientos de evaluación y de las
sanciones a ellos vinculadas.
La interiorización de las normas de rendimiento, la autovigilancia constante para son1eterse a los indicadores, la competición con los demás, son
ingredientes de esta «revolución de las mentalidades» que los «modernizadores» pretenden producir. Este régirnen general de inspección, que moderniza
el viejo sueño behthamiano, tiene su propia lógica, que puede hacer que se
convierta en una pesadilla burocrática, corno lo experitnentaron las autorida-
83. Véase sobre este punto los análisis de C. Pollitt, Managerialísm and the Publíc Setvíces,
op. cit.
84. M. Power advierte con razón que «la eficiencia y la eficacia de las empresas son tanto
construidas como verificadas durante el proceso mismo de la auditoría» (La Société de l'audít,
op. cit., pág. 111).
85. La tesis fuerte de M. Power es que la tecnología de poder pasa por una transformación
de la mirada sobre la actividad, para hacerla «auditable». Esta «auditabilidad» es una construcción social y política.
321
des locales británicas, en especial bajo los gobiernos neolaboralistas, cuando
estos quisieron perfeccionar el siste1na de auditorías n1ultiplicando los crite86
rios y los objetivos a alcanzar (Best Value.for l\lloney).
Gerencialismo y democracia política
La nueva gestión pública tiene dos dirnensiones: introduce modos de control
1nás finos que participan de una racionalización burocrática tnás sofisticada;
confunde las misiones propias del servicio público alineándolas forrnalm_ente
con la producción del sector privado. De tal manera que es posible destacar,
al misn10 tiempo, la continuidad respecto de la lógica burocrática antigua y
cierto número de puntos de n1ptura.
Uno de los aspectos principales es, sin duda, el incren1ento de centralización burocrática al que conduce el nuevo régitnen de inspección a partir de
estándares nacionales y uniformes, en países donde las libertades locales eran
fuertes. En Gran Bretaña, la conducción a través de indicadores de renditniento sirvió, por ejemplo, para acentuar 1nuy fuerten1ente el control de las instancias centrales sobre las colectividades locales a partir de 1982, gracias a la instauración de una Comisión Nacional de Auditoría. La sumisión de los
cornportanlientos a las constricciones de instrumentos sofisticados, lt::jos de dar
más libertad a los actores sobre el terreno, tiende a encerrarlos en una hiperoq_jetivación de la actividad. Las normas estadísticas han demostrado ser poderosos ntedios de estandarización y de normalización de los comportamientos,
en la lógica de la burocracia de tipo <<weberiano». 87 Así, la tensión entrelacentralización de las instancias de auditoría y de regulación, por un lado, y la autonomía supuesta de los servicios sometidos a competencia, por otro lado,
acarrea efectos perversos que no se pueden obviar, pues empujan a los servicios
a focalizarse obsesivarnente en sus ratios de rendinuento sin ocuparse dernasia-
86. Patrick Le Gales describe la situación ubuesca de los responsables locales que pasan su
tiempo redactando informes compl~jos para satisfacer los controles de la Audit Comrnission,
que, en una inflación descontrolada, aumenta el número de inspecciones rep~titivas de los
servicios locales (P. Le Gales, «Controle et surveillance. La restructuration de l'Etat en Grande-Bretagnc>>, loe. cit., pág. 52 y ss.).
87. Lo que tendería a demostrar que el análisis económico de Pub líe Choice, centrado en
los costos de la burocracia, ha d~jado de lado uno de los aspectos fundamentales de los procesos de racionalización destacados por la sociología.
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do del contenido real de sus nusiones respectivas: una tasa de éxito en un
examen, una tasa de ocupación de camas en un hospital, una ratio de hechos
constatados/hechos elucidados, pueden suponer resultados efectivos muy diferentes e incluso desviaciones muy graves en cuanto a la realidad del servicio
proporcionado. Esta fetichlzación de la cifra conduce a esa hlperracionalización hacia una «fabricación de resultados», que están muy lejos de ser la traducción de mejoras reales, tanto más cuanto que los managers y sus subordinados
están todos obligados a <9ugar el juego>> y contribuir a una producción colectiva de cifras. Nada permite afirmar que las realidades coincidan siempre con
la retórica empresarial y comercial. Los criterios de evaluación cuantitativa
están leios de coincidir con los criterios cualitativos de atención a los clientes.
Est; nueva etapa de la racionalización burocrática se acompaña de la pérdida de la significación de los servicios públicos. Uno de los efectos de la
nueva gestión pública es, en efecto, la confusión de las fronteras entre el
sector público y el sector privado. Por otra parte, es la idea misma de un sector
público, cuyos principios derogarían la lógica mercantil, la que es cuestionada con la multiplicación de las relaciones contractuales y las delegaciones en
cascada, así como con las transformaciones del empleo público hacia una
mayor diversidad de fom1as y una precariedad más desarrollada. 88 La promoción de la competencia, por ejemplo, no se concilia fácilmente con las obligaciones de servicios públicos a los que siguen vinculados muchos agentes
públicos y ciudadanos. La nueva gestión pública corta con los principios de
la función pública, tales corno fueron establecidos en Francia (prirnacía
del derecho público, igualdad de tratamiento de los usuarios, continuidad del
servicio, laicidad y respeto de la neutralidad política). La transforrnación
del usuario en consumidor, al que conviene vender la rnayor cantidad posible de productos para aurnentar la rentabilidad, no es tan «neutra» como
pretenden los expertos. En cuanto a los procedinuentos de evaluación, tienden a confundir la medición de los resultados que se puede hacer internamente con los efectos múltiples y de larga duración que puede tener una
política sobre el cor~unto de la sociedad.
88. Para Luc Rouban, «la mutación administrativa de estos últimos años tiende a restringir, no la acción pública, sino los medios públicos de la acción gubernamental. Este movimiento conduce a poner fin a la noción de "Sector público", entendido como englobando
actividades que se benefician de un régimen jurídico y financiero que no cumple las reglas
de mercado>> (L. Rouban, «Laréforme de l'appareil d'État», loe. cit., pág. 147).
EL GOBIERNO EMPRESARIAL
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La importación de las lógicas contables surgidas del rrmndo económico
mercantil tiende, no sólo a «desrealizar>> las actividades y sus resultados, sino
ta1nbién a despolitizar las relaciones entre el Estado y los ciudadanos. Estos
son considerados compradores de servicios que deben «conseguir cosas por
su dinero». Esta prioridad dada a la dimensión de la eficiencia y al rendimiento financiero elimina del espacio público toda concepción de justicia que no
sea la equivalencia entre lo que el contribuyente ha pagado personalmente y
lo que ha recibido personalmente.
La desconfianza corr1o principio y la vigilancia evaluativa con1o n1étodo
son los rasgos más característicos del nuevo arte de gobierno de los hornbres.
El espíritu ernpresarial que lo anima se impone en detrimento de los valores
venidos a menos del servicio público y la entrega de los agentes a una causa
general que iría Inás allá de ellos mismos. En la antigua forrna de gobierno,
vinculada al ideal de una soberanía democrática, la autonomía relativa del
funcionario se basaba en el compromiso que asumía de servir a una causa que
le era impuesta, en virtud de la cual se le consideraba obligado a respetar el
derecho público y los valores profesionales que cornponían un «espíritu de
cuerpo». Este compromiso, simbolizado mediante un estatuto, tenía como
reciprocidad cierta confianza -sin duda siempre ponderada por una preocupación por las formas reglamentarias- en la conducta virtuosa del agente
público. En la medida en que el postulado del nuevo management sostiene
que no se puede seguir confiando en el «individuo ordinario», intrínsecamente privado de todo apego a un «espíritu» público y de toda adhesión a
valores ajenos a él mismo, la única solución que queda es el control y un
«pilotaje a distancia» de los intereses particulares. Y a sea que se trate de los
personales hospitalarios, de los jueces o de los bomberos, los rnecanisrnos y
los principios de sus actividades profesionales respectivas ya sólo se conciben
desde el punto de vista de sus intereses personales y corporativos, negando así
toda dimensión moral y política de su compromiso con un oficio basado en
valores propios. Las tres E del management, «econorrlÍa, eficacia, eficiencia»,
han hecho desaparecer de la lógica del poder las categorías del deber y de la
conciencia profesional.
La desconfianza caracteriza igualmente a la relación entre las instituciones
públicas y los sujetos sociales y políticos, considerados, ellos también, «oportunistas» en busca de sus rnáxirnas ventajas sin consideración del interés colectivo. La reestructuración neoliberal convierte a los ciudadanos en consu-
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LA NUEVA
midores de servicios que nunca tienen en su mira otra cosa más que su
satisfacción egoísta, lo cual conduce a tratarlos en consecuencia mediante
procedimientos de vigilancia, de restricción, de penalización, de <<responsabilización». Es esto lo que conduce a «implican> a los enfermos haciéndoles
soportar una parte creciente de los gastos médicos, a los estudiantes aumentando el precio de los derechos de inscripción en las universidades. El «pilotaje» de las administraciones, de las colectividades locales, de los hospitales y
las escuelas mediante indicadores sintéticos de rendimiento, cuyos resultados
se difunden ampliamente en la prensa nacional y local en forma de «palmarés», invita al ciudadano a no seguir basando su juicio en nada más que en la
relación coste/beneficio.
El deterioro de toda confianza en las «virtudes» cívicas tiene, sin lugar a
dudas, efectos performativos sobre el rnodo en que los nuevos ciudadanosconsumidores consideran su contribución fiscal en las cargas colectivas y el
«retomo» que obtienen a título individual. Dichos ciudadanos-consumidores
ya no son llamados a juzgar las instituciones y las políticas de acuerdo con el
punto de vista del interés de la comunidad política, sino en función tan solo
de su interés personal. Lo que así resulta radicalmente transformado es la d~finici6n
misma del sujeto político.
9
La fábrica del sujeto neoliberal
La concepción que hace de la sociedad una empresa formada de empresas es
inseparable de una norma subjetiva nueva, que no es exactamente la del sujeto productivo de las sociedades industriales. El sujeto neoliberal en fomlación, algunos de cuyos rasgos principales quisiéramos esbozar aquí, es el correlato de un dispositivo de renditniento y de goce que es objeto hoy día de
numerosos trabajos. No faltan en la actualidad las descripciones del hombre
«hipermodemo», <<incierto>>, <<flexible», «precario», «fluido», «sin gravedad».
Estos trabajos preciosos, a rnenudo convergentes, en el cruce entre el psicoanálisis y la sociología, dan cuenta de una nueva condición del hombre que
afectaría, en opinión de algunos, a la propia economía psíquica.
Por un lado, muchos psicoanalistas dicen recibir en sus despachos a pacientes que sufren de síntomas que evidencian una nueva era del sujeto. Este
nuevo estado subjetivo es relacionado a menudo en la literatura clínica con
categorías muy amplias~ como la «era de la ciencia» o el «discurso capitalista».
Que lo histórico se apodere de lo estructural no debería sorprender a los
lectores de Lacan, para quien el sujeto del psicoanálisis no es una substancia
eterna ni un invariante intrahistórico, sino el efecto de discursos inscritos en
la historia y en la sociedad. 1 Por otro lado, en el campo sociológico, la transformación del «individuo» se considera un hecho innegable. Lo que se designa más a menudo con el término equívoco de «individualismo>> es remitido
l. Si profundizáramos en este punto, podríamos mostrar que J Lacan indicó en varias
ocasiones, en sus escritos y seminarios, la importancia del viraje utilitarista en la historia
occidental. Véase, por c;jemplo, J. Lacan, Écríts, Seuil, París, 1966, pág. 122.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
326
unas veces a tnutaciones morfológicas en la tradición durkheimniana, otras
veces a la expansión de las relaciones mercantiles en la tradición marxista,
otras aún a la extensión de la racionalización a todos los dominios de la existencia, de acuerdo con una tradición tnás weberiana.
Psicoanálisis y sociología, pues, cada uno a su manera, registran una mutación del discurso sobre el hombre que, como hace Lacan, se puede poner
en relación por un lado con la ciencia y por el otro con el capitalismo: es
ciertamente un discurso científico el que, desde el siglo xvn, empieza a
enunciar qué es el hombre y qué debe hacer; y es, sin duda, para hacer de él
este animal productivo y consumidor, este animal de necesidad y de dura
labor, que un nuevo discurso científico se ha propuesto redefinir la marca del
hornbre. Pero este rnarco muy general es todavía muy insuficiente para situar
de qué modo una nueva lógica normativa ha podido imponerse en las sociedades occidentales. En particular, no permite situar las inflexiones que ha
podido conocer la historia del sujeto occidental en estos tres últimos siglos,
menos todavía las transformaciones en curso que podemos relacionar con la
racionalidad neoliberal.
Y es que, si hay nuevo sujeto, hay que captarlo en las prácticas discursivas
e institucionales que, desde finales del siglo xx, engendraron la figura del
hornbre-empresa o del «sujeto empresarial», favoreciendo la instauración de
una red de sanciones, incentivos, implicaciones cuyo efecto es producir funcionamientos psíquicos de un nuevo tipo. Llevar a su culminación el objetivo de reorganizar a fondo la sociedad, las empresas y las instituciones
mediante la multiplicación y la intensificación de los mecanismos, de las relaciones y los cornportamientos de rnercado, he aquí cosas que no pueden
llevarse a cabo sin una transformación de los sujetos. El hornbre bentharniano
era el hornbre calculador del mt>rcado y el hombre próductívo de las organizaciones industriales. El hornbre neoliberal es el hombre cornpetitivo, íntegralnente sun1ergido en la competición mundial. De esta transfomución se ha
tratado ya en las páginas anteriores. Ahora se trata de describir más sistemáticamente sus múltiples formas.
El sujeto plural y la separación de las esferas
¿De dónde partin1os? Por mucho tiempo, el sujeto occidental llamado «moderno>> ha dependido de regín1enes normativos y políticos heterogéneos
327
unos a otros y que al misrno tiempo mantenían entre sí relaciones conflictivas: la esfera de las costumbres y de la religión en las sociedades antiguas, la
esfera de la soberanía política, la esfera del interca1nbio rnercantil. El sujeto
occidental vivía así en tres espacios diferentes: el de las prestaciones y creencias de una sociedad todavía ruralizada y cristianizada; el de los Estados nación y de la comunidad política; el del 1nercado monetario del trabajo y la
producción. Esta partición fue móvil desde el inicio, y lo que estaba en juego en las relaciones de fi1erza y las estrategias políticas consistía, precisarnente, en fijar y rnodificar sus fronteras. Las grandes luchas sobre la naturaleza
rnisma del régimen político daban de esto una expresión singulannente condensada. Más irnportantes, pero rnás dificiles de captar, son la rnodificación
progresiva de las relaciones hurnanas, la transformación de las prácticas cotidianas inducidas por la nueva econornía, los efectos subjetivos de las nuevas
relaciones sociales en el espacio mercantil y de las nuevas relaciones políticas
en el espacio de la soberanía.
Las democracias liberales han sido universos de tensiones múltiples y de
empujes divergentes. Sin entrar en consideraciones que superarían nuestro
propósito, podemos describirlas como regímenes que pemutían y respetaban
dentro de ciertos límites un funcionamiento heterogéneo del sujeto, en el
sentido de que aseguraban a la vez la separación y la articulación de las diferentes esferas de la vida. Esta heterogeneidad se traducía en la independencia
relativa de las instituciones, de las reglas, las normas n1orales, religiosas, políticas, económicas, estéticas, intelectuales. Lo cual no significa que con esta
característica de equilibrio y «tolerancia» esté todo dicho respecto del movimiento que las animaba. Dos grandes err1pujes paralelos tuvieron lugar: la
democracia política y el capitalismo. Entonces, el hombre rnodemo se desdobló: el ciudadano dotado de derechos inalienables y el hombre económico
guiado por su interés, el hombre como «fin» y el hombre como «Útil». La
historia de esta «modernidad» consagró un desequilibrio en favor del segundo polo. Si se quisiera privilegiar el desarr-ollo, incluso con sus tropiezos, de
la democracia, como hacen ciertos autores, 2 se perdería de vista el eje principal que, de un modo diferente, Marx, Weber o Polanyi pusieron de relieve: el desarr-ollo de una lógica general de las relaciones humanas sometidas a
la regla del máximo provecho.
2. Véase supra la discusión del punto de vista de M. Gauchef en el cap. 1.
328
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
No cabe ignorar aquí todas las modificaciones que ha podido engendrar
en el sujeto la propia relación mercantil. Marx, junto a otros, pero quizás
mejor que otros, señaló los efectos de disolución del mercado sobre los
vínculos hmnanos. Con la urbanización, la Inercantilización de las relaciones
hurr1anas fue uno de los factores rr1ás poderosos de la «err1ancipación» del
individuo respecto de las tradiciones, la raíces, los vínculos familiares y las
fidelidades personales. La grandeza de Marx consistió en mostrar que esta
libertad subjetiva tenía un precio: una nueva forma de sujeción a leyes impersonales e incontrolables de la valorización del capital. El individuo liberal
podía creer, corr10 el sujeto lockeano propietario de sí mismo, que gozaba de
todas sus facultades naturales, del ejercicio de su razón y de su voluntad, podía proclamar al mundo su irreductible autonorrlÍa, pero ello no le impedía
convertirse en el engranaje de los grandes mecanismos que la economía política clásica había empezado a analizar.
Esta Inercantilización expansiva adquirió en las relaciones humanas la forma general de la contractualización. Los contratos voluntarios, que corrlprometen a personas libres, contratos, ciertamente, siempre garantizados por la
instancia soberana, sustituyeron a las formas institucionales de la alianza y
la filiación y, rr1ás generalmente, a las forn1as antiguas de la reciprocidad sünbólica. El contrato se ha convertido más que nunca en la medida de todas las
relaciones humanas. De tal manera que el individuo percibe más en su relación con los demás su entera libertad de compromiso voluntario, percibiendo la sociedad cmno un conjunto de relaciones de asociación entre personas
dotadas de derechos sagrados. Éste es el corazón de lo que se suele llamar
«individualismo» moderno.
Cmno lo Inostró É. Durkheim, en ello hay una singular ilusión, puesto
que en el contrato siempre hay n1ás que el contrato: sin el Estado garante,
ninguna libertad individual podría existir. Pero también se puede decir, con
M. Foucault, que bajo el contrato hay algo 1nás que el contrato, o bien, que
bajo la libertad subjetiva hay algo más que la libertad subjetiva. Hay una
configuración de procesos de normalización y de técnicas disciplinarias que
constituyen lo que se puede llanur un dispositivo de ~ficacia. Los st~jetos nunca
se hubieran <<convertido>> voluntarian1ente o espontáneamente a la sociedad
industrial y n1ercantil n1ediante la sola propaganda del libre intercambio, ni
únicamente por los atractivos del enriquecinliento privado. Fue preciso pensar e instalar, «n1ediante una estrategia sin estrategas>>, los tipos de educación
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
329
del espíritu, de control del cuerpo, de organización del trabajo, de reposo y
de ocio, que eran la forma institucional del nuevo ideal del hon1bre, al mismo tiempo individuo calculador y trabajador productivo. Es este dispositivo
de eficacia el que proporcionó a la actividad económica los «recursos humanos» necesarios, el que no ha dejado de producir las almas y los cuerpos aptos
para funcionar en el gran circuito de la producción y del consumo. En una
palabra, la nueva normatividad de las sociedades capitalistas se impuso mediante una normalización subjetiva de un tipo particular.
Michel Foucault dio de este proceso una pri1nera cartografia, por otra
parte proble1nática. El principio general del dispositivo de eficacia no es tanto, como se ha dicho demasiado a menudo, un «amaestramiento de los cuerpos», como una «gestión de los espíritus». O tnás bien habría que decir que
la acción disciplinaria sobre los cuerpos no fi1e sino un momento y un aspecto de un moldeado de cierto rrwdo de funcionamiento de la subjetividad. El
Panóptico de Bentha1n es, en efecto, emblemático de este n1oldeado subjetivo. El nuevo gobierno de los hombres penetra hasta su pensan1iento, lo
acompaña, lo orienta, lo estimula, lo educa. El poder ya no es sólo la voluntad soberana, sino que, como lo dice muy bien Bentham, se hace «método
oblicuo» o «legislación indirecta», destinada a dirigir los intereses. Postular la
libertad de elección, suscitar esta libertad, constituirla prácticamente, supone
que los sujetos se vean conducidos como por una «tnano invisible» a hacer las
elecciones que serán provechosas a cada uno y a todos. En el trasfondo de
esta representación se encuentra, no tanto un gran ingeniero, de acuerdo con
el modelo del relojero supren1o, sino una máquina que funciona idealmente
por sí sola y que encuentra en cada sujeto un engranaje dispuesto a responder
a las necesidades de ~juste del conjunto. Pero este engran~e, hay que fabricarlo y necesita un mantenimiento.
El suJetoproductivo fue la gran obra de la sociedad industrial. No se trataba
solamente de amnentar la producción material, aún era necesario que el poder se redefiniera con1o esencialmente productivo, con1o un estimulador de
la producción cuyos línlites quedarían detenrlinados ya sólo con los efectos
de su acción sobre la producción. Este poder esencialn1ente productivo tenía
como su correlato al sujeto productivo, no sólo el trabajador, sino el s~jeto
que, en todos los dmninios de su existencia, produce bienestar, placer, felicidad. Muy pronto, la econonúa política tuvo el acompañan1Íento de una
psicología científica que describía una economh psíquica que le era horno-
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
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génea. Y a en el siglo XVIII se esbozan las nupcias de la mecánica económica
y la psicofisiología de las sensaciones. Esta es, sin lugar a dudas, la convergencia decisiva que trazará la nueva economía del hombre gobernado por los
placeres y las penas. Gobernado y gobernable rnediante las sensaciones: si el
individuo debe ser considerado en su libertad, es tarnbién un bribón irreductible, un «delincuente potencial», un ser movido ante todo por su interés
propio. La nueva política se inaugura con el monumento panóptico erigido
para glorificar la vigilancia de cada uno por todos y de todos por cada uno.
Pero, se preguntará: ¿por qué vigilar a los sujetos y maximizar el poder?
La respuesta se imponía entonces por sí misma: para la producción de la mayor felicidad. La intensificación de los esfi1erzos y de los resultados, la rninimización de los gastos inútiles, tal es la ley de la eficacia. Fabricar hombres
útiles, dóciles para el trabajo, dispuestos al consumo, fabricar el hombre eficaz, he aquí lo que ya se dibuja -¡y de qué rnanera!- en la obra benthamiana. Pero el utilitarismo clásico, a pesar de su formidable trabajo de triturado de las categorías antiguas, no pudo acabar con la pluralidad interna del
sujeto, 3 ni con la separación de las esferas a la que correspondía dicha pluralidad. El principio de utilidad, cuya vocación homogeneizadora era explícita,
no consiguió absorber todos los discursos y todas las instituciones, al igual
que el equivalente general de la moneda no consiguió subordinar todas las
actividades sociales. Este carácter plural del sujeto y esta separación de las esferas prácticas son precisan1ente lo que hoy día está en cuestión.
La modelización de la sociedad mediante la empresa
El paso inaugural, como se ha dicho, consistió en inventar el hombre del
cálculo que ejercía sobre sí mis1no el esfuerzo de rnaximización de los placeres y las penalidades exigido por la existencia entre los individuos de relaciones
interesadas. Las instituciones estaban hechas para fom1ar y enmarcar a los sujetos más bien reacios y para hacer converger intereses diversos. Pero los discursos de las instituciones, empezando por el discurso político, estaban lejos
3. El pensamiento de Locke reflejó esta diferenciación del sujeto en sujeto de interés, sujeto jurídico, sujeto religioso, etcétera. En cierto modo, la influencia persistente de este pensamiento, a pesar de la hegemonía del utilitarismo, es un testimonio de cierta forma de resistencia a la subsunción del sujeto bajo el régimen exclusivo del interés.
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
331
de ser unívocos. El utilitarismo no se impuso corno la única doctrina legítiIna, ni mucho menos. Los principios siguieron siendo diversos, incluso surgieron en las relaciones económicas, al final del siglo XIX, consideraciones
«sociales», derechos «sociales», políticas «sociales» que pusieron serios límites
a la lógica de acumulación del capital, contrariando la concepción estrictarnente contractualista de los intercambios sociales. La construcción de los
Estados nación siguió escribiéndose en las palabras antiguas de la tradición de
los legistas y siguió inscribiéndose en forrnas políticas ajenas al orden de la
producción. En una palabra, la norma de eficacia económica siguió estando
contenida por discursos que le eran heterogéneos, la nueva racionalidad del
hombre económico permaneció enmascarada y confl.mdida por el encabalgamiento de las teorías.
Por el contrario, el momento neoliberal se caracteriza por una homogeneización del discurso del hornbre en tomo a la figura de la empresa. Esta
nueva figura del sujeto lleva a cabo una unificación sin precedentes de las
formas plurales de la subjetividad que aún dejaba subsistir la democracia liberal y con las que a veces sabía jugar para perpetuar su propia existencia.
En la actualidad, diversas técnicas contribuyen a fabricar este nuevo sujeto unitario que describiremos indiferentemente cmno «sujeto ernpresarial»
(entrepreneuría0 o sujeto «neoliberal>>, o bien, de urúnodo todavía rnás simple,
neosujeto. 4 Ya no nos encontramos frente a las viejas disciplinas que se dedicaban, rnediante la coacción, a amaestrar los cuerpos y doblegar los espíritus
para hacerlos nüs dóciles, rnetodología institucional que desde hace rnucho
tiempo se encuentra en crisis. Se trata de goberr1ar a un ser cuya subjetividad
debe estar implicada en la actividad que se requiere que lleve a cabo. Con tal
fin, hay que reconocer en él la parte irreductible del deseo que lo constituye.
Las grandes proclarnas sobre la irnportancia del «factor humano>> que pululan
en la literatura del neomanagement deben ser leídas a la luz de un tipo nuevo
de poder: ya no se trata tanto de reconocer que el hombre sigue siendo un
hombre en el trabajo, que nunca se reduce a la condición de un ser pasivo;
se trata de ver en él al sujeto activo que debe participar totalrnente, cornprorneterse plenamente, entregarse por entero en su actividad profesional. El
sujeto unitario es, por lo tanto, el sujeto de la implicación total de sí. El blanco del nuevo poder es la voluntad de realizarse uno mismo, el proyecto que
4. Retomamos aquí el neologismo propuesto por Jean-Pierre Lebmn en su obra La Perversion ordínaíre. Vívre ensemble sans autrui, Denoel, París, 2007.
332
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
se quiere llevar a cabo, la motivación que anima al «colaborador>> de la empresa -finalmente, el deseo, bajo todos los nombres que se le quieran dar.
El ser deseante no es sólo el punto de aplicación de dicho poder, es el retransmisor de los dispositivos de dirección de los comportamientos. Porque
el efecto buscado por las nuevas prácticas de fabricación y de gestión del
nuevo sujeto es hacer que el individuo trabaje para la empresa con1o si lo
hiciera para él mismo, suprimiendo así todo sentimiento de alienación, incluso de distancia entre el individuo y la empresa que lo emplea. Tiene que
trabajar en su propia eficacia, en la intensificación de su esfuerzo, como si esa
conducción viniera de él mismo, corr1o si le fuera ordenada desde el interior
por el mandanliento itnperioso de su propio deseo, al que le es imposible
pensar en resistir.
Las nuevas técnicas de «la empresa de sÍ» alcanzan, sin duda, el colmo de
la alienación al pretender suprimir todo sentimiento de alienación: obedecer
al propio deseo y al Otro que habla en voz baja dentro de uno mismo, todo
es lo mismo. El management n10derno es en este sentido un gobierno «lacaniano»: el deseo del sujeto es el deseo del Otro. Al poder moderno le corresponde hacerse el Otro del sujeto. A esto tiende, ciertamente, la construcción
de las figuras tutelares del. mercado, de la empresa y del dinero. Pero, sobre
todo, es lo que pernliten obtener sofisticadas técnicas de motivación, incentivación y estín1ulo.
La «cultura de empresa» y la nueva subjetividad
La gubernamentalídad empresarial emana de una racionalidad de conjunto cuya
fuerza reside en su propio carácter englobante, ya que permite describir las
nuevas aspiraciones y con1portamientos de los sujetos, prescribir formas de
control y de influencia que deben ejercerse sobre ellos en sus formas de actuar, así como redefinir las rnisiones y las formas de la acción pública. Del
sujeto al Estado, pasando por la empresa, un mismo discurso permite articular una definición del hombre con el modo en que quiere que su existencia
resulte «lograda», además de la forma en que debe ser «guiado», «estimulado»,
«fom1ado», «capacitado» (empowered) para llevar a cabo sus «objetivos>>. En
otros términos, la racionalidad neoliberal produce el sujeto que necesita disponiendo los medios de gobernarlo, para que se comporte realmente como
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
333
una entidad que cmnpite y que debe 1naxinúzar sus resultados exponiéndose
a riesgos que tiene que aírontar asunúendo enteramente la responsabilidad
ante posibles fracasos. <<En1presa» es tatnbién el nombre que se debe dar al
gobierno de sí en la era neoliberal. Es decir, que el «gobierno de sí empresarial» es otra cosa que la «cultura de empresa» de la que hen1os hablado más
arriba, supone mucho más que eso. Es cierto que la valorización ideológica
del modelo de la empresa forma parte de ello; es cierto que la en1presa se
presenta en todas partes como el lugar donde los individuos alcanzan su plenitud, como la instancia en la que pueden conjugarse al fin el deseo de realización de los individuos, su bienestar rnaterial, el éxito comercial y financiero de la «comunidad» de trabajo y su contribución a la prosperidad general de
la población. De este modo, el nuevo management tiene la ambición de superar en el plano imaginario la contradicción que en su día advirtió Daniel Bell
entre los valores hedonistas del consumo y los valores ascéticos del trabajo. 5
Pero dejarse seducir por este «nuevo management» sería un gran error. Al
igual que la filantropía del siglo XVIII acon1pañaba con una dulce música la
instauración de nuevas técnicas de poder, los planteamientos humanistas y
hedonistas de la gestión moderna de los hombres acompañan a la instauración de técnicas destinadas a producir nuevas formas de sujeción más eficaces. Éstas, por nuevas que sean, están impregnadas de la n1ás sorda y más
clásica de las violencias sociales propias del capitalismo: la tendencia a transformar al trabajador en una simple mercancía. La erosión progresiva de los
derechos vinculados a la condición del trabajador, la inseguridad instilada
paulatinamente en la masa de asalariados mediante las «nuevas formas de
empleo» precarias, provisionales y temporales, las mayores facilidades para el
despido, la pérdida de poder de compra hasta el empobrecimiento de fracciones enteras de las clases populares, son otros tantos elementos que han
producido un incremento considerable del grado de dependencia de los trabajadores respecto de sus empleadores. Este contexto de miedo social es el que
ha facilitado la instauración del neomanagement en las empresas. A este respecto, la «naturalización» del riesgo en el discurso neoliberal y la exposición cada
vez más directa de los asalariados a las fluctuaciones del mercado mediante la
disminución de las protecciones y las solidaridades colectivas no son sino dos
caras de una misma moneda. Haciendo recaer los riesgos sobre los asalaria-
5. D. Bell, Les Contradictíons culture/les du capítalísme, PUF, París, 1977.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
335
334
dos, provocando el aumento de la sensación de riesgo, las empresas han podido pedir de ellos una disponibilidad y un cornpromiso rnucho más importantes.
Esto no equivale a decir que el11eomanagement no tenga nada nuevo y que
el capitalismo sea, en el fondo, siernpre el misrno. Al contrario, la gran novedad reside en el moldeado rnediante el cual los individuos son transformados para que sean capaces de soportar las nuevas condiciones creadas, y de
tal n1anera que ellos misrnos contribuyen con su propio cornportamiento
a que dichas condiciones se vuelvan cada vez rnás duras y cada vez más perennes. Resumidarnente: la novedad consiste en disparar un <<efecto de cadena» para producir «sujetos emprendedores» que, a su vez, reproducirán, ampliarán, reforzarán las relaciones de competición entre ellos. Y esto les
irnpondrá, de acuerdo con la lógica de un proceso autonealizador, adaptarse
subjetivamente cada vez n1ás a las condiciones cada vez más duras que ellos
mismos habrán producido.
Esto no lo ven sufrcienternente Luc Boltanski y Eve Chiapello en El nuevo espíritu del capítalismo. 6 Al tomar corno objeto la ideología que, de acuerdo
con su definición del espíritu del capitalisrno, <~ustifica el comprorniso en el
capitalismo»/ tienden a tomarse al pie de la letra lo que el nuevo capitalisrno
tuvo a bien decir de sí misrno en la literatura «managerial» de los años 1990.
Sin duda, no carece de importancia destacar el rnodo en que esta literatura
recuperó cierto tipo de crítica de la burocracia, de la organización y de la
jerarquía, para desacreditar el n10delo antiguo del poder basado en la gestión
de los diplomas, estatutos y can-eras. Tan1poco carece de irnportancia poner
de relieve hasta qué punto la apología de la incertidumbre; de la reactividad,
de la flexibilidad, de la creatividad y de la red constituye una representación
coherente, cargada de pron1esas, que favorece la adhesión de los asalariados
al modelo «conexionista» del capitalismo.
Pero así se destaca únicarnente la faz seductora y estrictamente retórica de
las nuevas forrnas de poder. Así se olvida que su efecto es la constitución, me-diante técnicas específicas, de una subjetividad particular. Dicho de otra rnanera: ellos subestiman el aspecto propiarnente disciplinario del discurso gerencial, al tmnar demasiado al pie de la letra su argun1entario. Esta subestimación
6. L. Boltanski y
E.
Chiapello, Le Nouvel Esprit du capitalisme, op. cit. [Ed. española: El
.
nuevo espíritu del capitalismo, Akal.]
7. Ibid., pág. 42.
es la contrapartida de la sobreestimación de la ideología de la «plenitud» (épanouissement) individual, en una tesis, al fin y al cabo muy unilateral, que hace
derivar el «nuevo espíritu del capitalismo» de la «crítica artista» surgida de
Mayo del 68. Ahora bien, lo que las evoluciones del «mundo del trabajo»
hacen cada vez más visible es, precisamente, la importancia decisiva de las
técnicas de control en el gobierno de los comportarnientos. El neomanagement
no es «antiburocrático». Corr-esponde a una nueva fase, rnás sofisticada, más
<<individualizada», más <<competitiva» de la racionalización burocrática, y sólo a
través de un efecto ilusorio ha podido apoyarse en la «crítica artista» del 68 para
asegurar la mutación de una forrna de poder organizacional a otra. No hemos
salido de la <~aula de acero» de la econornía capitalista de la que hablaba W eber. En cierto sentido habría que decir, más bien, que se obliga a cada cual a
que construya por su cuenta su pequeña <~aula de acero» individual.
El nuevo gobierno de los sujetos supone, en efecto, que la empresa no
sea, de entrada, una «comunidacl» o un lugar de plenitud sino un espacio de
con1petición. Ante todo, se plantea como el lugar de todas las innovaciones,
del cambio permanente, de la adaptación continua a las variaciones de la
dernanda del rnercado, de la búsqueda de la excelencia, del «cero defectos».
De este modo se ordena al sujeto que se someta interíormente, mediante un
constante trabajo sobre sí núsrno, a esta imagen: debe velar constantemente
por ser lo n1ás eficaz posible, n1ostrarse como completarnente entregado a su
trabajo, tiene que perfeccionarse mediante un aprendizaje continuo, aceptar
la rnayor flexibilidad requerida por los can1bios incesantes que imponen los
mercados. Experto en sí misrno, su propio empleador, tarnbién su inventor
y ernpresario: la racionalidad neoliberal ernpuja al yo a actuar sobre sí mismo
para reforzarse y así sobrevivir en la competición. Todas sus actividades deben compararse a una producción, una inversión, un cálculo de costes. La
economía se convierte en una disciplina personal. M. Thatcher dio la fórmula nlás precisa de esta racionalidad: «Economits are the method. The object is
to change the soul». 8
Las técnicas de gestión (evaluación, proyecto, normalización de los procedimientos, descentralización) se supone que permiten objetivar la adhesión
del individuo a la norma de conducta que se espera que cumpla, al evaluar
mediante tablas y otros instrumentos de registro del «panel de control» del
8. Sunday Times, 7 de mayo de 1988 Oa cursiva es nuestra). [Nota del T.: «La econonúa
es el método. El objetivo es cambiar el alma».]
336
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
manager su implicación subjetiva, bajo an1enaza de penalización en su empleo, en su remuneración y en el desarrollo de su carrera. 9 Por supuesto, esto
se acon1paña de la n1ayor arbitrariedad por parte de una jerarquía invitada a
manipular categorías psicológicas que, con1o se asegura, «garantizan la ol~je­
tividad» de la medición de las con1petencias y los rendimientos. Lo esencial,
de todas formas, no es la verdad de la medición, sino el tipo de poder que
con ella se ~jerce «en profundidad» sobre el sujeto, invitado a <<entregarse sin
reservas», «trascenderse» por la en1presa, «motivarse» para satisfacer cada vez
nlás al diente, o sea, comninado por el tipo de contrato que lo ata a la empresa y por el modo de evaluación que se le aplica, a demostrar su compromiso personal en el trabajo.
La racionalidad en1presarial presenta la vent~ja incomparable de articular
todas las relaciones de poder en la trama de un mismo discurso. El léxico de
la ernpresa encierra, a este respecto, un potencial de unificación de los diferentes «regímenes de existencia», lo cual explica que los gobien1os recurran
n1ucho a éL En particular, pennite articular los objetivos de la política en
curso con todas las con1ponentes de la vida social e individua1. 10 La ernpresa
se convierte así, no sólo en un modelo general a imitar, sino tan1bién en
cierta actitud que se valora en el niño y el estudiante, una energía potencial
que se solicita en el asalariado, una fmma de ser que al mismo tiempo es
producida por los cambios institucionales y productora de mejoras en todos
los donúnios. Al establecer una correspondencia estrecha entre el gobierno
de sí y el gobien1o de las sociedades, define una nueva ética, o sea, cierta
disposición interior, cierto ethos, que es preciso encarnar n1ediante un trabajo de vigilancia que se ~jerce sobre uno rnisrno y que los procedirnientos de
evaluación se encargan de reforzar y verificar.
En esta rnedida, se puede decir que el prirner n1andamiento de la ética del
emprendedor es «ayúdate a ti mismo», de modo que su ética es una ética
9. Cierto número de trabajos han insistido particularmente en los instrumentos de gestión
que tienden a basar la obediencia de los asalariados a las exigencias de la empresa en mecanismos de identificación, intetiorización y culpabilización. El management por proyectos es una
forma de imponer de forma <<flexible» al mando y al asalariado en general que demuestren
constantemente su fidelidad y su respeto de las expectativas de rendimiento. Véase, por ejemplo, David Courpasson, «Régulation et gouvernement des organisations. Pour une sociologie de l'action managériale», Cahiers de recherclzes, Groupe ESC Lyon, 1996, et L'Action contrainte. Organísatíons líbérales et domínation, PUF, París, 2000.
10. Véase Nikolas Rose, Inventing Ourselves. Psychology, Power and Personhood, Cambridge
University Press, Camb1idge, 1996, pág. 154.
LA FÁBRICA DEL
NEO LIBERAL
337
del se!f-help. Puede decirse, con razón, que esta ética no es nueva, que participa del espíritu del capitalismo desde los orígenes. Así, encontraríarnos su
formulación en Benjamín Franklin y, mejor aún, un siglo más tarde, en
Samuel Snúles, el autor de un best-seller mundial publicado en 1859 bajo el
título Self-Help. Snúles apostaba enteramente por la energía de los individuos, que debía ser dejada lo más libre posible. Pero se circunscribía a la
ética individual, que a su modo de ver era la única detenninante. No se le
ocurría pensar que el se!f-help pudiera ser otra cosa más que una fuerza nwral
personal que cada cual debía desarrollar por sí mismo, ni se le ocurría, sobre
todo, que pudiera llegar a ser una forma de gobierno político. 11 Pensaba,
incluso, lo contrario, basándose en una estricta delimitación de la esfera privada y la esfera pública: «El modo en que un hombre es gobernado puede no
tener una inmensa importancia, mientras que todo depende del modo en
que él se gobierna a sí mismo.» 12 La gran innovación de la tecnología neoliberal consiste, precisanrente, en vincular directamente la manera en que un
hombre «es gobernado>> con la manera en que «se gobierna» a sí misrno.
La empresa de sí como ethos de autovalorización
Pero esto rnismo presupone todo un trabajo de racionalización llevado hasta
lo nlás íntimo del propio sujeto: una racionalización del deseo. Esta racionalización del deseo se encuentra en el corazón de la nonna de la empresa de sí.
Cmno lo destaca uno de sus tecnólogos, Bob Aubrey, consultor internacional californiano, «hablar de ernpresa de sí es traducir la idea que cada uno
puede tener sobre su vida: conducirla, gestionarla, dominarla en función de
sus deseos y necesidades, elaborando estrategias adecuadas>>. 13
Como forma de ser del yo humano, la empresa de sí constituye un modo
de gobernarse de acuerdo con principios y valores. N. R.ose pone de relieve
11. S. Smiles, Self-Help ou caractere, conduite et persévérance illustrées al'aide de biographíes, trad.
fr. de Alfred Talandier, Plon, París, 186.5. El autor explica en su introducción este resumen
de lo que se propone: «En la vida, el bienestar y la felicidad individuales son siempre en razón de
nuestros propios esfuerzos, del cuidado más o menos diligente que aportamos al cultivo, la
disciplina y el control de nuestras aptitudes, y por encima de todo, el cumplimiento honrado
y valiente del deber, que constituye verdaderamente la gloria del carácter individual» (pág. 1).
12. !bid., pág. 5.
13. B. Aubrey, L'Entreprise desoí, Flammarion, París, 2000, pág. 11.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
338
algunos ele ellos: «La energía, la iniciativa, la an1bición, el cálculo y la responsabilidad personal». 14 El individuo con1petente y competitivo es el que busca
el modo ele maximizar su capital humano en todos los dominios, que no
trata únicamente de proyectarse en el porvenir y calcular sus ganancias y sus
costes, como el antiguo hornbre económico, sino que persigue, sobre todo,
trabajar sobre sí mismo con el fin ele transforrnarse perrnanenternente, de
mejorar, de volverse cada vez rnás eficaz. Lo distintivo de este sujeto es el
proceso misrno de rnejora ele sí al que se ve conducido, que lo lleva a perfeccionar sin cesar sus resultados y sus rendimientos. Los nuevos paradigmas,
que engloban el mercado del trabajo, el de la educación y el de la forrnación,
<<fom1ación a lo largo ele toda la vida» (longlije training) y «en1pleabilidacl», son
sus modalidades estratégicas rnás significativas.
Sería una equivocación denigrar esta dimensión de la ética ernpresarial
como si no fuera más que engaño y usurpación. Es la ética de nuestro tiernpo. Pero no hay que confundirla con un existencialisn10 débil o un hedonismo fácil. La ética empresarial encierra, sin duela, estas formas éticas, ya que
elogia al «hombre hecho a sí misn1o» y «la realización integral», pero lo que la
singulariza es otra cosa. El talante de la ética empresarial es más guerrero,
exalta el combate, la fuerza, el vigor, el éxito. Hace del trabajo el vehículo
privilegiado de la realización de sí: mediante los «logros>> en el trabajo es
corno se consigue tener una vida «lograda». El trabajo asegura la autonomía
y la libertad, por ello es la forma tnás benéfica de ejercer las propias facultades, de invertir las energías creativas, de dernostrar el valor que uno tiene.
Esta ética del trabajo no es una ética de la auto-renuncia, no hace de la obediencia a las órdenes ele un superior una virtud.
En lo que a esto se refiere, está en las antípodas de la ética de <<conversión»
(metanoia), que fue la propia del ascetismo cristiano de los siglos m y rv, una
ética, precisamente ele ruptura con uno mismo. 15 Es incluso profundamente
distinta de la ética del trabajo que fue la del protestantismo de los inicios:
porque, si bien es cierto que invita del rnismo modo al sujeto a una autoinquisición permanente y a un «control de sí misn10 sistemático», ya no hace
del éxito en el trabajo el «signo de elección divina» que debía supuestamente
procurar al sujeto la salvación. 16 Si el trabajo se convierte aquí en el espacio
14. N. Rose, Inventíng Ourselves, op. cit., pág. 154.
15. M. Foucault, L'Herméneutíque du sujet, Gallirnard/Seuil, París, 2001, pág. 203.
16. M. Weber, L'Éthíque protestante et ['esprit du capítalísme, op. cit., pág. 176 y ss.
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
339
de la libertad, es con la condición ele que cada cual sepa superar la condición
pasiva del asalariado de antaño, es decir, se convierta en una empresa de sí
rnismo. El gran principio ele esta nueva ética del trabajo es la idea de que sólo
puede producirse la cor~unción ele las aspiraciones individuales y los objeti-vos de excelencia de la empresa, del proyecto personal y el proyecto de la
etnpresa, si cada uno se convierte en una pequeña empresa. Dicho de otra
rnanera, ello supone concebir la empresa como una entidad compuesta de
pequeñas empresas ele sí: «La en1presa en el sentido económico del término
es un conjunto de empresas de las personas que la cmnponen. Hoy día no
hay que considerar a los individuos que trabajan únicarnente corno einpleados, sino como personas que en sí mis1nas tienen estrategias, objetivos de
vida»Y En este mismo sentido es como hay que entender la siguiente afirmación: «la empresa en el sentido clásico y econónilco del térrnino se basa
ante todo en la yuxtaposición de las "ernpresas de sí" de todos sus miembros,
así como ele todas las partes implicadas (integrando, por ejernplo, a los asalariados de sus clientes y proveedores, junto con su entorno)». 18
Preocupado por procurar a esta nueva ética una caución teórica, Bob
Aubrey afirrna haber tornado de Foucault la formula de la <<empresa de sÍ»
para hacer ele ella un método de fonnación profesional. 19 Aunque resulta
bastante curioso ver cómo la analítica crítica del poder se convierte en un
conjunto de proposiciones prescriptivas y pe1fom1ativas dirigidas a los asalariados, la idea no deja de ser rnuy reveladora. En el nuevo mundo de la
«sociedad en desanollo», el individuo ya no debe considerarse a sí mismo
corno un trabajador, sino como una etnpresa que vende un servicio en un
mercado: <<Todo trabajador debe buscar un cliente, posicionarse en un nlercado, establecer un precio, gestionar sus costes, hacer su I+D y formarse. En
suma, considero que, desde el punto ele vista del individuo, su trabajo es su
ernpresa, y su clesanollo se define corno una etnpresa de sÍ». 20 ¿Cón10 se
puede entender esto? La empresa de sí es una «entidad psicológica y social,
incluso espiritual», activa en todos los donunios y presente en todas las rela-
17. «L'entreprise de soi, un nouvel age», con B. Aubrey, Autrement, no 192, 2000,
pág. 97.
18. B. Aubrey, L'Entrepríse desoí, op. cit., pág. 193.
19. Ibid. Anteriormente había escrito con Bruno Tilliette, Savoír faíre savoír, Interéditions,
París, 1990 y Le Travaíl apres la críse, Interéditions, París, 1994.
20. B. Aubrey, Le Travaíl apres la críse, op. cit., pág. 85.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
340
341
ciones. 21 Sobre todo, es la respuesta a una nueva regla de juego que cambia
radicalmente el contrato de trabajo, hasta el punto de abolirlo como relación
salarial.
La responsabilidad individual respecto a la valorización del trabajo de uno
mismo en el mercado se ha convertido en el principio absoluto. Esta relación
que cada cualrnantiene con el valor de su trabajo es «o~jeto de gestión, de
inversión y de desarrollo en un mercado del trabajo que es un n1ercado
abierto y cada vez rnás a escala mundial». 22 En otras palabras, dado que el
trabajo se ha convertido en un «producto» cuyo valor mercantil, precisamente, se puede rnedir con más precisión, ha llegado el momento de sustituir el
contrato salarial por una relación contractual entre «empresas de sÍ>>. Desde
este punto de vista, el uso de la palabra empresa ya no es tan solo una metáfora. Porque toda la actividad del individuo es concebida como un proceso de
valorización de sí. El térnuno significa propiamente que «la actividad del individuo, bajo sus diferentes facetas (trabajo remunerado, trabajo ad honorem
para una asociación, gestión de la economía doméstica, adquisición de competencias, desarrollo de una red de contactos, preparación de un cambio de
actividad ... ) es pensada cmno empresarial en su esencia». 23
Esta equivalencia entre valorización mercantil del trabajo de uno y valorización de sí es la que conduce a B. Aubrey a asimilar la empresa de sí a una
forma moderna del «cuidado de sÍ>>, una versión contemporánea de la epímeleía.24 La epímeleia consistiría hoy día en «gestionar una cartera de actividades»,
desarrollar estrategias de aprendizaje, de matrimonio, de amistad, de educación de los h~jos, gestionar el <<capital de la empresa de sí». 25 Inspirándose en
Gary Becker, busca, de este modo, integrar todo aquello que puede engrosar
un capital que es tanto fanUliar como individual: experiencias, fmn1ación,
sabiduría, redes, pero también energía y salud, «base de clientela», «beneficios
y haberes». La noción de «empresa de sÍ» supone una «integración de la vida
21.
22.
23.
24.
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
Ibíd., pág. 86.
Ibíd., pág. 88.
B. Aubrey, L'Entreprise desoí, op. cit., pág. 15.
B. Aubrey, Le Travaíl apres la crise, op. cit., pág. 103. Recordemos que la epimeneia
heautou es la formulación del «cuidado de sÍ» en la cultura griega clásica: ver, sobre este punto, M. Foucault, L'Herméneutique du sujet, op. cit.
25. «Trabajar, aprender, mantener relaciones, asegurar el buen entendimiento en el matrimonio y criar a los h~jos, participar en la vida social, hacer obras benéficas, m~jorar la propia
calidad de vida; hoy día es imposible dedicarse a estas actividades sin asumir responsabilidades
y desarrollando estrategias» (ibid., pág. 105).
personal y profesional», una gestión familiar de la cartera de actividades, un
cambio de la relación con los tiempos, que ya no serán determinados por el
contrato salarial sino por proyectos a desarrollar con ernpleadores diversos.
Pero esto va tnucho rnás allá del1nundo profesional: es una ética personal en
tiempos de incertidumbre. «La empresa de sí es encontrar un sentido, un
conrpromiso en la globalidad de la vida de uno». Y esto se produce pronto:
a los quince años se es ernpresario de sí nusmo en cuanto uno se pregunta
qué hacer de su vida. Toda actividad es empresarial, porque ya nada se da por
sentado. Todo hay que conquistarlo y defenderlo constantemente. El propio
niño debe ser «empresario de su saben>. Todo se convierte en ernpresa en
algún sentido: el trabajo, pero también el consumo, sin olvidar el ocio, porque «se trata de sacar el máximo partido de riquezas y de utilizarlas para la
realización de sí mismo como una fonna de crean>. 26
De ahí un modo de redefinición del «dominio de sí»: «Hoy día emerge
una idea nueva: nos enfrentamos a decisiones, posibilidades, oportunidades
cada vez más nurnerosas, más rápidas. El dominio de sí no consiste, por lo
tanto, en conducir la vida de uno de forma lineal, rígida y dentro de un marco definido; sino en mostrarse capaz de flexibilidad, de emprendinuento».
Cuantas rnás opciones hay, más obligado es valorizarse en el mercado. Pero
el valor del individuo ya no se debe a derechos que haya adquirido milagrosamente por nacimiento, añade Aubrey, se conquista mediante la «propia
empresa, por la voluntad de no confonnarse con el mundo del derecho donde todo está dado, detenninado, inscrito, sino entrando en un mundo en
movimiento, un nmndo social en el que hay que valmizarse rnediante el intercambio. El mercado del trabajo forma parte de ese n1undo.» 27
El interés del planteamiento de B. Aubrey es que relaciona esta nueva
figura del hombre con un conjunto de técnicas prácticas de las que disponen
los individuos para alcanzar esa nueva fom1a de sabiduría que es el «desarrollo
autodirigido de la ernpresa de sÍ>>. 28 Si «la empresa de sí no va inmediatamente de suyo», nuevos ejercicios deben reenrplazar el «abordaje terapéutico de
acompañamiento individual y familiar, aportándole nuevos útiles y estrategias pragmáticas». 29 Porque se trata, ciertamente, de una verdadera ascesís: «El
26.
27.
28.
29.
!bid., pág. 101.
«L'entreprise de soi, un nouvel age», loe. cit., pág. 99 y ss.
B. Aubrey, Le Travail apres la crise, op. cit., pág. 133 y ss.
Ibíd., pág. 138.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
343
342
verdadero trabajo de la empresa de sí es, por lo tanto, un trabajo que se hace
sobre uno mismo al servicio de los demás». 30 Y precisa: «La ernpresa de sí no
es una filosofía, ni una ideología: es un movimiento que produce experiencias y útiles que conducen a hacer evolucionar a las personas en sus contextos
de vida (empresas, barrios, asociaciones, familia, redes ... ). Es una técnica del
desarrollo a lo largo de toda la vida». 31
Es decir, que cada uno debe aprender a convertirse en un sujeto «activo»
y «autónorno>> en y mediante la acción que debe llevar a cabo sobre sí mismo.
Así aprenderá él solo a desplegar «estrategias de vida» para incrementar su
capital humano y valorizarlo de la mejor rnanera posible. <<La creación y el
desarrollo de sÍ>> son una <<actitud social» que se debe adquirir, un «procedimiento de acción» a desarrollar, 32 «para enfrentarse a la triple necesidad del
posicionamiento de la identidad, del desarrollo de su capital hurnano y de la
gestión de una cartera de actividades». 33 Esta actitud ernpresarial debe ser
válida para todo el mundo, no sólo para los dirigentes de ernpresa o los trabajadores autónornos. Para todos es pertinente una formación similar como
empresa de sí, con ayuda de «consejeros en estrategia de vida», formación
que perrnitirá hacer un «autodiagnóstico» en seminarios modulares sobre diferentes aspectos del procedimiento: «Yo y rnis cornpetencias», «Yo y mi
forma de actuar», <<Yo y mi escenario de éxito», etcétera. 34
Las «ascesis del rendimiento» y sus técnicas
Si esta ética neoliberal del sí rnisrno no se detiene en las fronteras de la empresa, no es sólo porque el éxito de la carrera se confi1nde con una vida lograda, sino más fundamentalmente todavía, porque el management moderno
persigue «enrolar a las subjetividades>> con ayuda de controles y evaluaciones
de la personalidad, de las disposiciones del carácter, de las fom1as de ser, de
35
hablar, de moverse, cuando no se trata de las rnotivaciones inconscientes.
30. Ibíd., pág. 198.
31. B. Aubrey, L'Entreprise de soi, op. cit., pág. 9.
32. Ibíd., pág. 10.
33. Ibíd., pág. 10.
34. !bid., pág. 22.
35. Véase Franc;ois Aballéa y Lise Demailly, «Les nouveaux régimes de mobilisation des
salariés», en Jean-PietTe Durand y Daniele Linhardt (dir.), Les Ressorts de la mobílísatíon du
travaíl, Octares Éditions, Toulouse, 2005.
El discurso gerencial es inseparable de múltiples técnicas que proponen un
trabajo sobre uno misn1o destinado a favorecer la «eclosión del hmnbre-actor de
su propia vida». La vida en la empresa es considerada ya en sí rnisrna como una
<<formación», como el lugar donde se adquiere una sabiduría práctica, lo cual
explica que los responsables políticos y económicos insistan tanto en la participación de todos en la vida de empresa desde la rnisrna infancia. B. Aubrey sostuvo en este sentido que la empresa constituye un recorrido educativo que da
una legitimidad a quienes alcanzan el éxito en ella, de tal manera que los managers pueden ser considerados <<como equivalentes de los sabios o los maestros». 36
Esta temática está tomada a sabiendas de los trabajos de M. Foucault y de
P. Hadot consagrados a los ejercicios o ascesis de la sabiduría antigua. Corno
se recordará, tales prácticas consisten en producir un sí mismo que se acerca
a un ideal propuesto en el discurso, cosa que supone llevar a cabo consultas
acerca de los deberes en una serie detenninada de circunstancias. Foucault
amplió este análisis al establecer que un deterrninado gobierno de sí, una
cierta subjetividad, era la condición misrna del ejercicio de un gobierno político y religioso. Esto es válido, n1uy particulam1ente, acerca de la relación
entre gobierr10 de sí y gobierno de los dernás en la ciudad, tal corno la piensa la ética griega clásica: aquél que es incapaz de gobernarse a sí mis1no es
incapaz de goben1ar a los demás. 37 En todo caso, la asimilación de las prácticas antiguas y las prácticas de management es, evidenten1ente, un procedimiento falaz destinado a darles a estas últimas un mayor valor sirnbólico en el
rnercado de la formación de los asalariados. Para demostrarlo, basta con
el hecho de que la ascesis de la ernpresa de sí tiene como punto de llegada la
identificación del sujeto con la empresa, debe producir lo que hemos llamado
más arriba el sujeto de la implicación total; todo lo contrario de los ejercicios
de la «cultura de sÍ» de los que habla M. Foucault, cuyo objetivo es instaurar
una distancia ética respecto de sí misrno, que es también una distancia respecto de todo rol social. N o obstante, es cierto que lo que encontra1nos en el
caso de la empresa de sí son, como Éric Pezet lo llarnó rnuy sensatarnente,
<<ascesis del rendirniento», que constituyen un mercado en plena expansión». 38
36. B. Aubrey y B.
3 7. Acerca de esto,
del Aldbiades de Platón
38. É. Pezet (dir.),
V uibert, París, 2007.
Tilliette, Savoirfc1ire savoir, op. cit., pág. 265.
léanse las lecciones en el College de France consagradas a la lectura
en M. Foucault, L'Herméneutique du sujet, op. cit., págs. 27 a 77.
Management et conduite de soi, enquéte sur les asceses de la peiformance,
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
344
Diferentes técnicas, como el coachíng, la programación neurolingüística
(PNL), el análisis transaccional (AT) y múltiples procedimientos vinculados
a una «escuela» o a un «gurú», tienen como n1eta un n1ejor «dominio de sí
mismo», de las propias emociones, del estrés, de las relaciones con clientes o
colaboradores, jefes o subordinados. El o~jetivo de todas ellas es un refuerzo
del yo, su mt;jor adaptación a la «realidad», aumentar su operacionalidad en
situaciones difíciles. Todas tienen su historia propia, sus teorías, sus instituciones correspondientes. Aquí sólo nos interesan los puntos que las reúnen.
Su primer aspecto en común es que se presentan con1o saberes psicológicos,
con un léxico especial, autores de referencia, n1étodos particulares, modos de
argumentación de aspecto empírico y racional. El segundo es que se presentan como técnicas de transformación de los individuos que se pueden enlplear tanto en la empresa cmno fuera de la empresa, a partir de un conjunto
de principios de base.
Cada una de estas técnicas posee sus instn1mentos, sus nwdalidades, su
jerarquía de técnicos. 39 Lo que importa subrayar, sobre todo, es que son técnicas que apuntan a «la conducción de sí mismo y de los demás»; en otros
términos, son técnicas de gubernamentalidad que pretenden, en lo esencial,
incrementar la eficacia de la relación con los demás. Así, en una presentación
pedagógica de la PNL se puede leer: «No se trata de decir lo que es verdad y
lo que no lo es. Se trata de preguntarse cuál es la forma rnás eficaz y n1ás
constructiva de comunicarse con alguien». 40 Se pone así el acento en el dominio de la «comunicación» para un mejor conocimiento práctico de sus
reglas, tanto en el caso de la PNL como del AT. Estos métodos están estrechamente ligados a las exigencias del rendimiento intelectual, que pasa por la
fuerza de persuasión en la venta, en la dirección de los subordinados, en el
éxito de una búsqueda de empleo o una demanda de promoción.
Conocerse más, a través de una fase de meditación, de auto-reflexión o
auto-diagnóstico, con o sin la ayuda de un coach, a solas o en grupo, sólo
tiene sentido para comprender mejor lo que uno hace y lo que hace el otro
en un «process de comunicación». El AT se presenta como una teoría y una
práctica que buscan enseñar a construir una con1unicación de igual a igual, o
39. Para un análisis crítico de las prácticas de coaching, en pa1ticular en el dominio de la
salud, véase Roland Gori y Pierre Le Coz, L'Empire des coachs. Une nouvelleforme de contróle
social, Albín Michel, París, 2006.
40. Antoni Girod, La PNL, Interéditions, París, 2008, pág. 37.
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
345
sea, entre personas que están en un mismo «estado del yo», con el fin de
evitar las <<comunicaciones sesgadas, en las que los interlocutores no tienen
realmente conciencia de las motivaciones profundas que guían aquello que
dicen»Y Alcanzar un estado mental adecuado, descifrar signos de reconocimiento, pero sobre todo, controlar las <<transacciones», las unidades elementales de la comunicación, para asegurarse «estados del yo» que entran en relación en la comunicación. Conocer mejor los «estados» del propio yo, el
«escenario de la vida>> de uno, las reglas de diferentes <~uegos sociales», es
comprender cómo se comunica y, por lo tanto, controlar la comunicación
misn1a. Del rnismo modo, la PNL propondrá ~jercicios de «sincronización»
con los demás, técnica dirigida a establecer una relación mediante la coinci-dencia de diferentes parámetros verbales y no verbales, con el fin de poder
«conducir» al otro de acuerdo con el principio «pacing and leading».
Los procedimientos propuestos son «pragrnáticos>>; son, de acuerdo con la
vulgata dominante, «orientadas a resultados». No apuntan tanto a decir el por
qué como a decir «cómo funciona eso». Éste es el estilo que se encuentra en
este tipo de discurso: «el hecho de encontrar el clavo responsable de un pinchazo no dice nada del tnodo de cambiar la rueda». De acuerdo con otra
fórmula en boga, su punto fuerte consiste en «hacer lo que es necesario para
conseguir lo que se quiere de verdad ... a condición de saber qué se quiere». 42
Una de las definiciones más elaboradas que se han dado de la PNL resume
bien lo que está en juego: «La PNL es un planteamiento en las ciencias humanas cuyo objetivo es la eficacia de nuestros rendimientos en los diferentes
dominios donde decidimos aplicarla. Esencialmente pragrnática, proporciona medios concretos para comunicarse eficazmente, así con1o para elaborar
o~jetivos claros y alcanzarlos>>Y
La teoría psicológica a la que se recurre está siempre determinada por el
uso práctico, de nwdo que se puede hablar en este caso de una pragmática de
la ~ficacia comunícacíonal, para la cual el dominio de los afectos por parte del yo
es sólo un sitnple medio (esto, dicho sea de paso, pone en su lugar la referencia al ideal del «dmninio de sÍ», abundante en todos estos discursos). 44 Todos
41. Sitio de fonnación en AT <www.capitecorpus.com>.
42. Sitio de la PNL, <www.france-pnl.com>.
43. A. Girod, La PNL, op. ctt., pág. 13.
44. Recordemos a este respecto que la enkrateia, o imperio sobre uno mismo mediante la
lucha contra los deseos, estaba sometida desde la época clásica a un ideal de temperancia y de
justicia, en las antípodas de la «gestión de los afectos».
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
347
346
los principios de la PNL van dirigidos a hacer al individuo más eficaz,
empezando por el trabajo de auto-persuasión en virtud del cual cada uno
debe creer que los «recursos» se encuentran en él: «Postular que cada uno de
nosotros posee los recursos necesarios para evolucionar, alcanzar sus objetivos o resolver problemas estimula la responsabilización y la autonomía, además de constituir un vector fimdarnental del desarrollo de la estima de sÍ». 45
Estas técnicas de gubernamentalidad encuentran en el mundo profesional
su dominio de aplicación más arnplio y, sin duda, más lucrativo. La relación
«abierta» y «positiva>> con los dernás es la condición de la productividad. Las
relaciones en la empresa, de las que todo depende, son vistas en su dimensión
purarnente psicológica. El postulado fundamental es que el «desarrollo personal», la mejor comunicación en el trabajo y el rendirniento global de la
ernpresa están estrechamente ligados. El «desarrollo del potencial personal»
de uno rnisrno es considerado el rnejor rnedio de mejorar la calidad y satisfacer más al cliente. La PNL se presenta como un «modelo de adaptación y de
conducción del ca1nbio» de la ernpresa en un contexto de cornpetencia
mundial, donde el cambio es obligatorio. Dirigidas a los managers, estas
técnicas les ayudan a conducir a los dernás reforzando sus «potenciales» respectivos, su «confianza en sí mismos», su «estirna de sÍ». La PNL promete a
los dirigentes de empresa <<acrecentar su carisma y estirnular su leadershíp». De
entrada, permite comprender córno funcionan «las personas que rodean al
manager, quien, apoyándose en este conocimiento, orienta la energía hacia el
objetivo común»: «La PNL, por su eficacia en temas de cornunicación, proporcionará útiles eficaces al manager para que pueda motivar a su equipo hacia la satisfacción del cliente». Darse objetivos claros; comprender la relación
hurnana y «activar los rnecanismos de la rnotivaciÓn>>; mejorar la comunicación interpersonal en la empresa, «clave de bóveda del éxito» («Una mala
comunicación en la empresa dispersa las energías»); «gestionar bien el ftedback» para «dar cuenta eficazrnente a una persona de lo que ha hecho y para
que esa persona mejore lo que ha hecho»: tales son algunas de las aportaciones de la PNL para un management eficaz. 46
45. A. Girad, La PNL, op. cit., pág. 21.
46. Citas extraídas de la página «PNL et business» <www.france-pnl.com>.
El management del alma y el management de la empresa
Todos estos ejercicios prácticos de transformación de sí tienden a remitir
toda el peso de la complejidad y de la competición al individuo solo. Los
«managers del alma», de acuerdo con una expresión de Lacan retomada por
Valérie Brunel, introducen una nueva forma de gobierno que consiste en
guiar a los sujetos haciéndoles asumir plenamente determinado comportamiento que se espera de ellos y, en general, cierta subjetividad en el trabajo Y
Si cada uno debe desarrollar sus cualidades personales para reaccionar deprisa,
innovar, crear, «gestionar la complejidad en una economía globalizada»,
como rezan las expresiones estereotipadas al uso, es porque cada uno es idealrnente un manager con el que hay que contar para resolver los problernas. El
dominio de sí y de las relaciones de comunicación es el contrapunto de una
situación global que nadie puede controlar. Si ya no hay un control global de
los procesos económicos y tecnológicos, el con1portamiento de cada uno ya
no es programable, no es descriptible ni prescriptible. El dominio de sí se
plantea como una especie de compensación frente al imposible dorninio del
mundo. El individuo es el mejor «integrador» de la complejidad y el mejor
actor de la incertidumbre, si no el único.
Aunque se trate de «trabajo sobre uno mismo», «realización de sÍ», «responsabilización», esto no significa en absoluto una especie de clausura del
sujeto que se tomaría a sí rnismo por objeto, sin relación con ninguna instancia o un orden exterior. Para decirlo con M. Foucault, el <<cuidado de sÍ»
-si es que existe-- no es en este caso autofinalizado, ya que el sí rnisrno no
es al mismo tiempo el objeto y la finalidad del cuidado: 48 no se trabaja sobre
uno mismo con el único fin de producir cierta relación con uno mismo, o
sea, únicamente para sí.
Por otra parte, Pierre Hadot había observado que, en contra de lo que la
interpretación foucaltiana podía dar a entender, la «cultura de sÍ» de la época
helenísitica (siglos I-rr) remitía a un detenninado orden del rnundo, una relación universal inmanente al cosrnos, de tal manera que el rnovimiento de
interiorización era entonces, al mismo tiempo, ir rnás allá de uno mismo y
47. V. Brunel, Les Managers de l'árne. Le Développement personnel en entreprise, nouvelle
pratique de pouvoir?, La Découverte, París, 2004 [reed. de bolsillo 2008).
48. M. Foucault, L'Herméneutique du sujet, op. cit., pág. 81.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
348
universalización. 49 En cierto modo, las «ascesis del rendimiento» no escapan
a esta lógica. Por supuesto, este orden ya no es el de la «Naturaleza>> estoica,
tampoco el orden querido por el Creador al que se vinculaba la «ascesis intramundana» de la ética protestante. Lo cual no impide que esta «ascética»
halle su justificación última en un orden económico que va rnás allá del
individuo, puesto que está expresamente concebida para conformar el com~
portamiento del individuo con el «orden cosmológico» de la competencia
mundial que lo envuelve. Es cierto que se trabaja sobre uno misrno para
rendir nlás, pero se trabaja para que rinda nlás la empresa, que es la entidad
de referencia. Lo que es más, los ejercicios que supuestamente aportan una
mejora en la conducta del sujeto hacen del individuo un «microcosmos» en
perfecta armonía con elrnundo de la empresa y, más allá de él, con el «macrocosn1os» del n1ercado n11mdial.
Se trata, a fin de cuentas, de hacer de tal modo que la norma general de
eficacia que se aplica a la empresa en su cor~unto se traslade al plano del individuo mediante una puesta al trabajo de la subjetividad destinada a incrementar su desempeño, planteándose su bienestar personal y la gratificación
personal tan solo con1o consecuencias de este incremento. Las cualidades que
deben ser desarrolladas por el sujeto renuten, por lo tanto, a un universo
social donde la «presentación de sÍ» constituye una cuestión estratégica para
la empresa. Si hay que ser «abierto», «síncrono», «positivo», «empático», «cooperativo», no es con vistas exclusivamente a la felicidad de los individuos,
sino de entrada y ante todo para obtener de los «colaboradores>> el desempeño que de ellos se espera.
Se puede pensar que hay algo perverso en la manipulación de ten1áticas al
mismo tien1po morales y psicológicas. Si el sujeto interesa -y si se le quiere
dictar cierta conducta <<recta» hacia los demás- es claramente para hacer de
él un instrurnento eficaz. Contrariamente a las apariencias, que por otra parte participan plenamente en el management de las subjetividades, no se trata
de aplicar en el mundo de la empresa conocimientos psicológicos o proble~
máticas éticas; se trata, inversamente, de construir técnicas de gobierno de sí
que participan del gobierno de la empresa.
Éste es el fi.mdamento de la teoría de Will Schutz, el psicólogo norteamericano autor de una teoría titulada «Orientaciones fundan1entales de las rela49. P. Hadot, «Réflexions sur la notion de "culture de soi"», en Exercíces spirituels et philosophie antique, Albin Michel, París, 2002, pág. 330.
NEO LIBERAL
349
ciones interpersonales>> (FIRO), que en su Human Element: Self-Esteem,
Productivíty and the Bottom Líne escribe: «Elijo mi propia vida -mis comportamientos, mis pensamientos, mis enfermedades, todo- o bien, elijo no sa50
ber que puedo elegir. Soy autónomo cuando elijo la totalidad de mi vida».
En otros términos, cuando no se puede can1biar el mundo, lo que queda es
inventarse a sí misn10. Ni la empresa ni el mundo pueden ser modificados,
son datos intangibles. Todo es un asunto de interpretación y de reacción del
sujeto. W. Schutz sigue escribiendo: «El estrés no resulta de los "estresores"
51
sino del modo en que yo los interpreto y reacciono a lo que n1e imponen».
Técnica de sí y técnica de la elección se confunden por entero. Dado que el
sujeto es plenamente consciente y dueño de sus elecciones, también es plenamente responsable de lo que le ocurre: a la «irresponsabilidad» de un mundo que se ha vuelto ingobernable debido a su propio carácter global, le corresponde, en contrapartida, la infinita responsabilidad del individuo en
cuanto a su destino, su capacidad de tener éxito y ser feliz. No cargar con el
pasado, cultivar anticipaciones positivas, tener relaciones eficaces con otros:
la gestión neoliberal de sí mismo consiste en fabricarse un yo capaz, que se
exige cada vez más y cuya autoestirna crece, parad~jicamente, con la insatis-·
facción que puede experimentar por los logros ya obtenidos. Los problemas
económicos son vistos como problemas organizacionales, y estos últimos, a
su vez, son reducidos a problemas psíquicos ligados a un insuficiente dominio
de sí misn10 y de la relación con los demás. La fuente de la eficacia está en el
interior de uno rnismo, ya no puede provenir de una autoridad exterior. Se
hace necesario un trabajo intrapsíquico para ir en busca de la nrotivación
profunda. El jefe ya no puede imponer, debe despertar, reforzar, sostener la
motivación. Las exigencias económicas y financieras se convierten de este
modo en una auto-exigencia y una auto-culpabilización, ya que somos los
únicos responsables de lo que nos sucede.
Es cierto que la nueva norma de sí mismo es la autorealización: conviene
conocerse y amarse para tener éxito. De ahí la insistencia en la expresión
mágica: la autoestíma, clave de todos los éxitos. Pero estos planteamientos
paradójicos sobre la obligación de ser uno mismo, de amarse tal como uno
es, se inscriben en un discurso que ordena lo que es el deseo legítimo. El
50. Citado por V. Bmnel, Les Managers de l'áme, op. cit., pág. 67. Véase W. Schutz, L'Élétnent
humain, Comprendre le lien entre estime de soí, confiance et pe!fórmance, Interéditions, 2006.
51. Ibíd.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
350
management es un discurso de hierro en palabras de terciopelo. Su eficacia se
debe a la racionalización lexical, 1netodológica, relacional, en la que el sujeto
es obligado a entrar. En estos métodos que pretenden «desarrollar a la persona», lo que vemos son procedimientos esenciahnente ernpresariales y productos plenamente comerciales, como lo subraya Valérie Brunel. Sus procedimientos técnicos, sus esquernas de presentación, su división del trabajo
entre técnicos y practicantes, sus códigos estandarizados y transmisibles, sus
«rnodos de uso», sus argumentos de venta, sus métodos de persuasión, son los
diferentes aspectos de una «tecnología» hurnana, pensada como tal y vendida
como un producto de gran consumo convenientemente etiquetado. Productos intelectuales sofisticados, para hacer creer que se trata de recursos de
alto valor añadido n1erecedores de su elevado precio, son también instrumentos cuya utilización es simple y con resultados rápidos.
Este management de sí mismo es objeto, por otra parte, de un comercio
intenso, que n1oviliza a grandes rnáquinas oligopolísticas y a pequeños artesanos que tratan de hacerse un lugar en el mercado del «desarrollo personal».
Semejante expansión corr1ercial no tiene nada de sorprendente. No olvidemos que las técnicas de gestión buscan producir una «transformaciÓn>> de la
persona entera en todos los dominios de su vida. Y ello, al rnenos, por dos
razones complementarias. Todos los dominios de la vida individual se convierten potencialmente en <<recursos» indirectos para la empresa, ya que suponen para el individuo la ocasión de incrementar su rendinúento personal;
todos los dominios de la existencia son de la incumbencia del management de
sí misrno. Lo que es convocado a este modo de gestión, por lo tanto, es la
entera subjetividad, no sólo el «hornbre en el trabajo», y ello con más razón, si
se tiene en cuenta que la empresa contrata de acuerdo con criterios cada vez
nlás «personales», físicos, estéticos, relacionales y comportamentales.
El riesgo: una dimensión de existencia
y un estilo de vida impuesto
El nuevo sujeto es contemplado con1o un propietario de «capital humano»,
capital que es preciso acumular mediante elecciones sabias, maduradas por un
cálculo responsable de los costes y los beneficios. Los resultados obtemdos en
la vida son fruto de una serie de decisiones y de esfuerzos que sólo competen
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
351
al individuo y no requieren ninguna cmnpensación particular en caso de
fracaso, salvo las contenidas en los contratos de seguros privados facultativos.
La distribución de los recursos econórmcos y de las posiciones sociales se
considera exclusivamente como consecuencia de recorridos, logrados o no,
de realización personal. El sujeto en1presarial está expuesto en todas las esferas de la existencia a riesgos vitales a los que no puede sustraerse y su gestión
depende exclusivamente de decisiones estrictarnente privadas. Ser ernpresa
de sí supone vivir enteramente en riesgo. B. Aubrey establece una correlación
estrecha entre arnbas cosas: «El riesgo forma parte de la noción de empresa
de sí»; «la empresa de sí es una reactividad y una creatividad en un universo
donde no se sabe de qué estará hecho el rr1añana». 52
Esta dimensión no es nueva. Hace mucho tiempo que la lógica de mercado se asocia con el peligro de pérdidas, de bancarrota. La problenlática del
riesgo es inseparable de los «riesgos del mercado», de los que había que protegerse, desde finales de la Edad Media, recurriendo a técnicas relacionadas
con los seguros. Lo nuevo reside en la universalízación de un estilo de existencia económica reservada hasta entonces a los emprendedores. El financiero y fisiócrata Richard Cantillon, a cornienzos del siglo xvm, había establecido corno principio «antropológico» que había que distinguir entre los
hornbres de <<remuneración segura» y los <<hombres de remuneración incierta», o sea, los «emprendedores»:
Mediante todas estas inducciones y una infinidad de otras que se podrían hacer
en una materia que tiene por objeto a todos los habitantes de un Estado, se puede establecer que, con excepción del Príncipe y de los Propietarios de Tierras,
todos los habitantes de un Estado son dependientes; que es posible dividir en dos
clases, a saber, Emprendedores y gente remunerada; y que los Emprendedores
son de remuneración incierta, y todos los demás de remuneración cierta, por el
tiempo que gozan de ella, aunque sus funciones y rangos respectivos sean muy
desproporcionados. El General que tiene una paga, el Cortesano que tiene una
pensión y el Doméstico que tiene remuneración caen dentro de esta última especie. Todos los demás son emprendedores, ya sea que se establezcan con un
fondo para conducir su empresa, ya sea que se trate de Emprendedores por su
propio trabajo, sin ningún fondo, y pueden ser considerados como viviendo en
la incertidumbre; también los Mendigos y los Ladrones son Emprendedores de
esta claseY
52. «L'entrepr:ise de soi, un nouvel age», loe. cit., pág. 101.
53. R. Cantillon, Essai sur la naturc du cot111nercc en général, Londres, 1755, págs. 71-72.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
352
Ahora ya todos los individuos serían gente de «remuneración incierta», incluidos los «mendigos y ladrones». Tal es el talante de las estrategias políticas
activamente estimuladas por la patronal. La oposición entre dos clases de
horr1bres, los «riesgóftlos», dominantes valientes, y los «riesgófobos», dominados temerosos, fue consagrada, por otra parte, por dos teóricos vinculados a
la patronal francesa, Fran¡;:ois Ewald y Denis Kessler. 54 Estos autores sostenían
que toda «refundación social» supone la transformación del mayor número
de individuos en «riesgófilos». Algunos años más tarde, Laurence Parisot, la
responsable de la patronal francesa, düo de forma aún más directa: «La vida,
la salud, el amor, son precarios. ¿Por qué iba a escaparse el trabajo de esta
ley?» 55 Con esto daba a entender que las leyes positivas deberían someterse a
esta nueva «ley natural>> de la precariedad. En este discurso, el riesgo se plantea como una dirr1ensión ontológica, que es el doble del deseo que anirr1a a
cada cual. Obedecer al propio deseo es correr riesgos. 56
Pero si desde este punto de vista <<vivir en la incertidurr1bre» se presenta
como un «estado natural», las cosas adquieren un aspecto completarnente
distinto sobre el terreno cuando se exarrlinan prácticas efectivas. Cuando se
habla de «sociedades del riesgo», hay que ver bien qué se quiere decir. El
Estado social ha tratado en forma de seguridad social obligatoria cierto número de riesgos profesionales ligados a la condición de asalariado. Ahora la
producción y la gestión de los riesgos obedecen a una lógica muy distinta. Se
trata, en realidad, de una fabricación social y política de riesgos individualizados, de tal rr1anera que puedan ser gestionados, no por el Estado social, sino
por esas empresas, cada vez más numerosas y poderosas, que proponen servicios estrictamente individuales de «gestión de riesgos». El «riesgo» se ha
convertido por entero en un sector rr1ercantil, en la medida en que se trata
54. Véase sobre este punto la nota 75 de la página 232.
.5.5. Le Fígaro, .30 de agosto de 200.5.
56. Sobre este punto en concreto, Ulrich Beck se equivoca al oponer tajantemente la
ontología del interés del liberalismo clásico y la ontología del riesgo del capitalismo contemporáneo, la sociedad burguesa gobemada por el interés y la sociedad modema gobemada por
el riesgo (U. Beck, La Société du rísque, Aubier, 2001, pág. 13.5). Por el contrario, tiene razón,
sin duda, cuando destaca la insistencia actual en la obsesión del «riesgo», como peligro o
como conciencia del peligro. Pero, ¿justifica ello relacionarlo, como él hace, con mutaciones
fundamentales en el dominio técnico de la naturaleza, ahora integrada en la sociedad?
(pág. 146) ¿No habría que relacionarlo igualmente, y quizás sobre todo, con la nueva forma de la competencia generalizada? Por otra parte, es esto lo que la segunda parte de su obra
tiende a poner de relieve.
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
353
de producir individuos que podrán contar cada vez menos con formas de
ayuda mutua, como los mecanistnos públicos de solidaridad. Al igual que se
produce el sujeto del riesgo, se produce el sujeto de la seguridad privada. La
forma en que los gobiernos reducen la cobertura socializada de los gastos por
enfermedad o las pensiones, para derivar su gestión a empresas de seguros
privados, fondos comunes o mutuas, permite establecer que se trata de una
verdadera estrategia.
Esto es, por otra parte, lo que hay que destacar, en nuestra opinión, de los
trabajos de Ulrich Beck y, en particular, de La sociedad del riesgo. Para él, el
capitalismo avanzado es esencialmente destructor de la dünensión colectiva
de la existencia. Destruye, no sólo las estructuras tradicionales que lo precedían, empezando por la familia, sino igualn1ente las estructuras a cuya creación contribuyó, como las clases sociales. Se asiste a una individualización
radical que hace que todas las formas de crisis sociales sean percibidas cmno
crisis individuales, todas las desigualdades sean achacadas a una responsabilidad
individual. Hay toda una maquinaria que transfmma «las causas exteriores en
responsabilidades individuales y los problemas vinculados al sistema en fracasos personales>>. 57 Lo que U. Beck llama «agentes de su propia subsistencia
mediada por el mercado» son los individuos «liberados» de la tradición y de las
estructuras colectivas, liberados de los estatutos que les asignaban un lugar. En
adelante, esos seres «libres>> deben «auto-referenciarse», es decir, dotarse ellos
tnisrr1os de puntos de referencia sociales y adquirir un valor social a costa de
una movilidad social y geográfica sin límite asignable. Aunque esta individualización por el mercado no es nueva, U. Beck muestra que se ha vuelto más
radical. El Estado-providencia ha desetnpeñado un papel bien ambiguo, ayudando al reemplazo de las estructuras comunitarias por las «ventanillas» de
prestaciones sociales. Sus dispositivos han desempeñado un papel de primer
orden en la constitución de «riesgos sociales» cuya cobertura era, lógicarr1ente,
social. Pero tanto sus modos de financiación como sus principios de distribución inscribían en los hechos que estos «riesgos sociales>> se derivaban del
fundamento de la economía y de la sociedad, en sus causas (desempleo) así
como en sus efectos posibles (estado de salud de la mano de obra).
La nueva norma en materia de riesgo es la de la «individualización del
destino». La extensión del «riesgo» coincide con un can1bio de su naturaleza.
57. Ibíd., pág. 161 y pág. 202.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
LA FÁBRICA DEL
354
Es cada vez menos el «riesgo social», asurnido por una u otra figura política
del Estado social; es, cada vez más, el «riesgo de existencia». En virtud del
presupuesto de la responsabilidad ilimitada del individuo, de la que se ha
hablado más arriba, el sujeto es considerado responsable de este riesgo y también de la elección del modo de cubrirlo. Una vez más, vemos aquí la idea
de que debe mostrarse «activo», «gestionan> sus riesgos, de modo que lo conveniente es suscitar y acompañar una gestión «activa» en rnateria de empleo,
de salud, de formación. Para ciertos teóricos, como Franc;ois Ewald, esta
sociedad del riesgo individual supone una «sociedad de la información»: el
papel de los poderes públicos y de las empresas debería consistir en proporcionar inforrnaciones viables sobre el rnercado de trabajo, el sistema educativo, los derechos de los enfermos, etcétera. 58
Encontrarnos aquí una vez más una cornplementariedad ideológica entre
la norrna de mercado fundada en la «libre elección» del sujeto racional y la
«transparencia» del funcionamiento social, condición de una elección óptirna. Pero se trata, sobre todo, de instaurar un rnecanisn1o que identifica la
distribución de la infonnación con la distribución de los riesgos: a partir del
momento en que se supone que el individuo está en disposición de acceder
a las informaciones necesarias para su elección, hay que suponer que se convierte en plenamente responsable de los riesgos que corre. En otros términos,
la instauración de un dispositivo de información de tipo comercial o legal
permite una transferencia del riesgo hacia el enfem10 que «elige» un tratamiento o una operación, el estudiante o el «parado» que «eligen» una formación, el futuro jubilado que «elige>> un n1odo de ahorro, el viajero que acepta las condiciones de un itinerario, etcétera. Se cornprende entonces hasta
qué punto la confección de indicadores y de «palrnarés» participa de la extensión del modo de subjetivación neoliberal: toda decisión, ya sea médica, escolar, profesional, corresponde de pleno derecho al individuo. Esto, hay que
recordarlo, se replica como en un eco en el propio individuo, en tanto aspira a controlar el curso de su vida, sus uniones, su reproducción y su muerte.
Pero todo ocurre como si esta ética <<individualista» permitiera transferir a
cargo del sujeto todos los costos, mediante mecanisn10s que no tienen nada de
«natural». En el fondo, la estrategia consiste en partir de las aspiraciones personales a tomar decisiones en rnateria de opciones de existencia, para reinter-
58. «Entretien avec Fran<;ois Ewald», Nouueaux Regards, n° 21, primavera de 2003.
NEO LIBERAL
355
pretar el conjunto de los riesgos con1o opciones de existencia. B. Aubrey
había forrnulado rnuy bien este deslizanlÍento: «El riesgo se ha convertido en
un micro-riesgo muy personalizado: en la medida que tengo un trabajo, este
trabajo tiene riesgos; dado que tengo salud, esta salud tiene riesgos; como
tengo relaciones de pareja, esta pareja tiene riesgos». 59
«Accountabili ty»
La novedad del gobierno empresarial reside en el carácter general, transversal, sisten1ático, del rnodo de dirección basado en la responsabilidad individual y el autocontrol. Esta facultad de responsabilidad no se da por sentada,
se considera el resultado de una interiorización de las exigencias. El individuo debe gobernarse desde su interior mediante una racionalización técnica
de su relación consigo mismo. Ser «empresario de uno n1Ísn1o» significa que
consigues convertirte en el instnunento óptimo de tu propio éxito social y
profesional. Pero no bastaría con la tecnología del training y el coaching. Las
técnicas de auditoría, vigilancia, evaluación, están destinadas a aumentar la
exigencia de control de sí y de rendimiento individual. Los coachs expertos
en subjetividades eficaces pretenden hacer de cada uno un «experto de sí
60 1
.
. 1, como 1o vio muy bien Eric
'
rmsmo>>,
o esenCia
Pezet, es fabricar el hombre accountable. Las técnicas de producción del yo cornpetente están estrecharnente ligadas a este rnodo de control, a modo de una serie de momentos
preparatorios o secuencias reparadoras.
Si se exa1ninan los diferentes sentidos de la expresión inglesa en uso, esto
significa que el individuo debe ser al rnisrno tiempo responsable de sí mismo,
capaz de dar cuenta (accountable) de sus actos ante otros y enteramente calculable. Como escribe É. Pezet: «la "entrada en contabilidad" de los individuos
no los hace sólo responsables, se convierten en contables de su comportamiento a partir de escalas de n1edida confeccionadas por los servicios de
gestión de los recursos humanos y por los managers». 61 La evaluación se ha
convertido en el principal medio para orientar los comportamientos incitan-
59. «L'entreprise de soi, un nouvel age», loe. cit., pág. 100.
60. yéase V. Brunel, Les Managers de l'áme, op. cit.
61. E. Pezet et al., Management et conduíte de soí. Enquéte sur les asees es de la peifónnance,
Vuibert, París, 2007, pág. 8.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
356
do al <<rendimiento» individual. Podemos definirla como una relación de
poder ejercida por superiores jerárquicos que tienen asignada la función
de evaluar los resultados, relación cuyo efecto es una su~jetivación contable de
los evaluados. Al aceptar ser juzgado en función de las evaluaciones y sufrir
sus consecuencias, el sujeto se convierte en un sujeto evaluable en todo nlomento, es decir, un sujeto que sabe que depende de un evaluador y de los
útiles que éste ernplea. Con mayor razón, si se tiene en cuenta que él mismo
ha sido formado para reconocer por adelantado la cornpetencia del evaluador
y la validez de sus útiles.
El sujeto neoliberal no es, por lo tanto, el sujeto benthamiano. Este último, recordémoslo, es gobernable mediante el cálculo porque él mismo es
calculador. Pero ahora ya no se trata, como en el utilitaristno clásico, de disponer de un marco legal y de un conjunto de n1edidas de «legislación indirecta», conocidos por todos, para que cada cual calcule rnejor; se trata de
emplear instrumentos mucho más cercanos al individuo (su superior innlediato), más constantes (los resultados continuos de la actividad), n1ás objetivables (las medidas cuantitativas registradas por procedimientos infonnáticos).
El sujeto neoliberal ya no es exactamente el hombre que es posible situar
en los sistemas administrativos de clasificación, distribuirlo en categorías siguiendo criterios cualitativos, repartirlo por las inn1ensas tablas exhaustivas de
la burocracia industrial, privada y pública. A este antiguo <<hombre de la organizaciÓn>> lo guiaba el cálculo que podía hacer de sus intereses de acuerdo
con una carrera planificada y relativamente previsible, en función de su condición, de sus diplomas y de su lugar en una matriz de cualificaciones. El
antiguo sistema de valoración burocrático se basaba en la probabilidad estadística de una relación entre la situación del individuo en la clasificación y su
eficacia personal. Todo cambia cuando ya no se quiere pr~juzgar la eficacia
del sujeto basándose en sus títulos, sus diplomas, su experiencia acumulada,
o sea su lugar en una clasificación, ya que entonces se recurre a la evaluación
más detallada y más regular de sus cornpetencias, puestas en acto efectivamente en todo momento. El sujeto ya no vale por sus cualidades estatutarias
que le han sido reconocidas a lo largo de su recorrido escolar y profesional,
sino por el valor de uso directamente medible de su filerza de trabajo. Se ve
entonces que el modelo humano de la empresa de sí es necesario para este
modo de poder que aspira a irr1poner un régin1en de sanción homólogo al
propio del mercado.
LA FÁBRICA DEL
NEO LIBERAL
357
El ideal, que constituye cmno el modelo de esta actividad de evaluación
también en los sectores más alejados de la práctica financiera (salud mental,
educación, servicios a la persona, justicia), consistiría en poder evaluar los
beneficios que cada equipo, o cada individuo, producen, considerados responsables del valor accionarial creado por su actividad. 62 La trasposición de la
auditoría, a la que se ven sometidos los «centros de utilidad» (pr~fit centers) de
la empresa, al conjunto de las actividades económicas, sociales, culturales y
políticas, desencadena una verdadera lógica de su~jetivación .financiera de los
asalariados. Todo producto se convierte en un «objeto financiero>> y el sujeto
misrno es instituido como un creador de valor accionarial responsable ante
los accionistas. 63
Todo indica que la principal mutación introducida por la evaluación es
de orden subjetivo. Mientras que las nuevas tecnologías centradas en la producción de la «etnpresa de sÍ» podrían parecer responder a una aspiración de
los asalariados a más autonomía en el trabajo, la tecnología evaluativa incrementa la dependencia respecto de la «cadena gerencial». Obligado a cumplir
con «su» objetivo, el sujeto de la evaluación se ve obligado igualmente a
in1poner a otros, sus subordinados, clientes, pacientes o alumnos, las prioridades de la empresa. Es la ventanilla de Correos, que debe aumentar
las ventas de un determinado «producto», exactamente cmno el consejero
financiero de cualquier banco, pero tarr1bién el médico, que debe prescribir
«actos» rentables o dejar libres lo antes posible un número de camas. De entre
los efectos que esto tiene, con toda seguridad, está el hecho de que las «transacciones» adquieren un lugar cada vez más importante a expensas de las
«relaciones», además de que la instrumentalización de los demás gana importancia en detrimento de todos los otros modos de relación con los demás.
Pero, más fundamentalmente, la transformación reside en la forma en que se
requiere a los sujetos su participación activa en un dispositivo muy diferente
del dispositivo característico de la era industrial. La técnica de sí es una técnica de rendimiento en un campo de competencia. Su objetivo no es sólo la
adaptación y la integración, sino la intensificación de los rendimientos.
62. Véase Nelarine Cornelius y Pauline Gleadle, «La conduite de soi et les st~jets entreprenants: les cas Midco et Lbco», en É. Pezet et al., Management et conduite de soi, op. cit.,
pág. 139.
63. Sobre todos estos puntos, véase supra, cap. 8.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
358
El nuevo dispositivo «rendimiento/ goce»
No se cmnprendería la amplitud del despliegue de la racionalidad neoliberal, ni
las formas de resistencia con las que tropieza, de considerarla la imposición de
una fi.Ierza mecánica sobre una sociedad y sobre individuos que serían sus puntos de aplicación externos. La füerza de esta racionalidad, como hemos visto,
resulta de la producción de situaciones que obligan a los sujetos a funcionar de
acuerdo con las reglas de juego que se les imponen. Pero ¿en qué consiste funcionar corno una empresa en el marco de una situación de competencia? ¿En
qué medida nos conduce esto a un «nuevo sujeto»? Sólo tomaremos aquí algunos de los ele1nentos que cornponen el dispositivo de rendinliento/ goce y que
dan a ver directarnente su novedad respecto del dispositivo industrial de eficacia.
El nuevo sujeto es el hornbre de la competición y del rendinliento. El
ernpresario de sí 1nismo es un ser hecho para «triunfan>, para «ganan>. El deporte de competición, más aún que las figuras idealizadas de los dirigentes de
en1presa, es el gran teatro social que exhibe a los dioses, senlidioses y héroes
modernos. 64 Aunque el culto al deporte proviene de conlienzos del siglo xx,
y aunque ha demostrado ser perfectamente compatible con el fascismo y el
sovietisn10, así con1o con el fordismo, ha experimentado una gran inflexión
al penetrar en las prácticas rnás diversas, no sólo tomando prestado un léxico,
sino, más decisivamente, por la lógica del rendinliento que modifica su significación subjetiva. Esto se verifica en el mundo profesional, pero tarnbién
en otros donlinios, por ejemplo la sexualidad. Las prácticas sexuales, en el
inmenso discurso <<psicológico» que hoy día las analiza y las estimula, rodeándolas de consejos de toda clase, se convierten en ejercicios en los que cada
uno se ve confrontado a la norrna de un rendinuento socialn1ente requerido:
número y duración de los coitos, calidad e intensidad de los orgasrnos, variedad y propiedades de las parejas, número y tipo de posiciones, estimulación
y sosteninliento de la libido a cualquier edad, se convierten en objeto de
encuestas detalladas y recomendaciones precisas. Cmno lo puso de rnanifiesto Alain Ehrenberg, el deporte se ha convertido, sobre todo desde los años
1980, en un «principio de acción a todos los niveles» y la cornpetición en un
rnodelo de relación social. 65 El coachíng es al nlis1no tiempo el signo y el me64. Véase A. Ehrenberg, Le Culte de la peiformance, Hachette, «Plurieh, París, 1999.
65. Ibíd., pág. 14. A. Ehrenberg observa, con razón, que Max Weber había anticipado
esta tendencia: <<En Estados Unidos, en los lugares mismos de su paroxismo, la persecución
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
359
dio de esta constante analogía entre deporte, sexualidad y trabajo. 66 Este modelo, quizás más que el discurso econónlico sobre la competitividad, es el que
ha permitido «naturalizan> el deber de rendinliento, el que ha difundido entre
las masas cierta normatividad centrada en la competencia generalizada. En el
dispositivo en cuestión, la ernpresa se identifica frecuentemente con los campeones, a quienes esponsoriza y cuya imagen emplea, nlientras que el mundo
del deporte, corno se sabe, se convierte en el laboratorio de un bussiness sin
cornplejos. Los depmtistas son perfectas encamaciones del emprendedor de
sí, que no dudan un instante en venderse al mejor postor sin consideraciones
de lealtad y fidelidad. Pero, más todavía, el cuidado del cuerpo, la mejora de
sí nlismo, la búsqueda de sensaciones fuertes, la fascinación por lo «extremo»,
el gusto por el ocio activo, el franqueanliento idealizado de los «línutes», indican que el modelo deportivo no se reduce al espectáculo divertido de los
«poderosos» que se devoran entre ellos. Cierto número de juegos televisados
llamados de «telerealidad>> ilustran ta1nbién esta «lucha por la vida» en la que
sólo los más astutos y a menudo más cínicos consiguen «sobrevivir» (Survivor
y su versión francesa, Koh Lanta), en una reactivación del nlito de Robinson
y la supervivencia de los más aptos en situaciones de peligro extraordinarias.
Esta clase de robinsonadas contemporáneas radicaliza, sin duda, la nueva norrnal social, pero al hacerlo rnuestran mejor un inuginario en el que rendirniento y goce son propiamente indisociables.
El sujeto neoliberal es producido por el dispositivo «rendinliento/goce».
Numerosos trabajos insisten en el carácter paradójico de esta situación subjetiva. Los sociólogos 1nultiplican los <<oxírnoron» para tratar de describirlo:
«autonomía controlada», «implicación obligada». 67 Todas estas expresiones,
sin embargo, presuponen un sujeto exterior y anterior a la relación específica de poder que lo constituye, precisamente, como sujeto goberr1ado. Pero
cuando no se sigue oponiendo poder y libertad subjetiva, cuando se plantea
que el arte de gobernar no consiste en transforrnar a un sujeto en objeto
de la riqueza, despojada de su sentido ético-religioso, tiene tendencia hoy día a asociarse a las
pasiones puramente agnósticas, lo que le confiere muy a menudo el carácter de un deporte»
(citado en la página 176).
66. Véase R. Gori y P. Le Coz, L'Empíre des coachs, op. cit., pág. 7 y ss.
67. Como lo subrayajean-Piene Durand en La Chaíne ínvísíhle. Travaíller aujourd'huí: du
flux tendu a la servitude volontaire, Senil, París, 2004, pág. 373, el modelo de esta paradoja es
idéntico al enunciado antaño por Étienne De La Boétie con el nombre de «servidumbre voluntaria».
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
360
pasivo, sino en conducir al sujeto a que haga lo que acepta querer hacer, la
cuestión se presenta bajo una nueva luz. El nuevo sujeto ya no es sólo el
sujeto del ciclo producción/ ahorro/ consumo, típico de un período maduro
del capitalisrno. El antiguo modelo industrial asociaba, no sin tensiones, el
ascetismo puritano del trabajo, la satisfacción del consumo y la espera de un
goce apacible de los bienes acumulados. Los sacrificios consentidos en el
trabajo Oa «desutilidad>>, de desutility) eran compensados por los bienes que se
podían adquirir gracias a los beneficios, utilíty. Como lo hemos recordado
más arriba, D. Bell había mostrado la tensión cada vez mayor entre la tendencia ascética y el hedonismo del consumo, tensión que, según él, había
alcanzado su culmen en los años 1950. Así se entreveía, sin poder todavía
observarla, la resolución de esta tensión en un dispositivo que identificaría
rendimiento y goce, cuyo principio es el del «exceso» y la «superación de
uno misn1o». Porque ya no se trata de hacer lo que se sabe hacer y consmnir
aquello de lo que se tiene necesidad, en una especie de equilibro entre desutilidad y utilidad. Lo que se requiere del nuevo sujeto es que produzca
«cada vez más» y goce «cada vez más», que esté así conectado con un «plusde-gozar» que ya se ha convertido en sistémico. 68 La vida misma, en todos
sus aspectos, se convierte en objeto de los dispositivos de rendimiento y de
goce.
Tal es el doble sentido de un discurso gerencial que hace del rendimiento un deber y de un discurso publicitario que hace del goce un imperativo.
68. Esta intensificación y esta aceleración dieron a Gilles Deleuze y a Félix Guattari la
primera idea de otra economía política no separada de la econonúa libidinal, expuesta en el
Antiedipo y en Mil mesetas. El capitalismo, para estos autores, sólo puede fimcionar liberando
flujos deseantes que desbordan los marcos sociales y políticos dispuestos para la propia reproducción del sistema de producción. Es en este sentido que califican el propio proceso de
subjetivación como «esquizofrénico». Pero si bien el capitalismo sólo puede fimcionar liberando dosis cada vez más elevadas de energía libidinal que «descodifican» y «desterritorializan», trata de reincorporados sin cesar en la máquina productiva. «Cuando más desterritorializa la máquina capitalista, descodificando y axiomatizando los flujos para extraer de ellos la
plusvalía, más sus aparatos anexos, burocráticos y policiales, re-territorilizan incansablemente,
absorbiendo una parte creciente de plusvalía» (G. Deleuze y F. Guattari, L'Anti·-CEdipe, Minuit, París, 1972, pág. 42). Aunque en los años 1970 hace énfasis en las máquinas represivas
«paranoicas>> que tienden a controlar en vano las líneas de fi1ga del deseo, Deleuze destacará
más tarde la relación entre esta liberación de los fl~jos deseantes y los dispositivos de guiado
de los flujos en una sociedad de control, entre el modo de subjetivación por estimulación del
«deseo» y la evaluación generalizada de los rendimientos. Véase G. Deleuze, «Controle et
devenir» y <<Post-scriptum sur les sociétés de controle», en PoUiparlers, Minuit, París, 1990.
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
361
Destacar sola1nente la tensión entre a1nbos sería olvidar todo lo que establece
una equivalencia entre el deber de rendimiento y el deber de goce; sería
subestimar el imperativo del «cada vez 1nás», cuya finalidad es intensificar la
eficacia de cada sujeto en todos los dominios: escolar, profesional, pero también relacional, sexual, etcétera. We are the champions, tal es el hilnno del
nuevo sqjeto empresarial. De la letra de la canción que anunciaba a su manera este nuevo curso de la su~jetividad, hay que destacar sobre todo esta
advertencia: «No tímefor losers». La novedad consiste, precisan1ente, en que el
perdedor es el hombre ordinario, aquel que, por esencia, pierde.
La norma social del sqjetol en efecto, ha cambiado. Ya no es el equilibrio,
la media, sino el rendimiento máximo lo que ahora es el objetivo de la «reestnlcturación» que cada cual debe llevar a cabo sobre sí mismo. Y a no se le
pide al sujeto, simplemente, que sea «conforme>>, que entre sin rechinar en el
disfraz ordinario de los agentes de producción econónúca y de la reproducción social. N o sólo no basta ya con el conformismo, sino que éste se vuelve
sospechoso, porque el sujeto está obligado a «trascenderse», a «hacer retroceder los límites», como dicen los managers y los entrenadores. Más que nunca
hasta ahora, la máquina econónuca no puede füncionar en equilibrio, mucho
menos perder. Tiene que apuntar a un <<más allá», un <<más» que Marx había
identificado como la «plusvalía».
Esta exigencia propia del régimen de acumulación del capital no había
desplegado hasta ahora el conjunto de sus efectos. Es cosa hecha cuando la
implicación subjetiva es tal, que ahora este «más allá de sÍ» se ha vuelto
la condición de fi1ncionamiento, tanto de los sujetos con1o de las empresas.
De ahí el interés que reviste la identificación del sujeto con1o empresa de sí
y como capital humano: es, ciertamente, un <<plus de goce» que uno se arranca a sí mismo, a su placer de vivir, al simple hecho de vivir, lo que hace
funcionar al nuevo sqjeto y al nuevo sistema de competencia. Subjetivación
«contable» y subjetivación «financiera» definen en último análisis una subjetivación a través del exceso de sí respecto de sí mismo, o a través de la superación ind~finida
de sí mismo.
Se dibuja entonces una figura inédita de la subjetivación. No es una
«trans-subjetivación», lo cual implicaría apuntar a un más allá del sí mismo,
que consagraría una ruptura consigo misn1o y una renuncia a sí mismo.
Tampoco es una «auto-subjetivación» con la que se trataría de alcanzar una
relación ética consigo mismo, con independencia de toda otra finalidad, de
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
362
tipo político o económico. 69 Es, de algún rnodo, una «ultra-subjetivaciÓn>>70
que no tiene como finalidad un estado últirno y estable de «posesión de sí
mismo», sino un rnás allá de sí mismo, que se aleja cada vez y que cada vez
más está constitucionalmente ordenado de acuerdo con la lógica de la empresa -y, más allá de ella, con el «cosmos» del1nercado mundial.
De la eficacia al rendimiento
¿Qué diferencia hay respecto del hombre económico clásico? Antes, el alma
seguía dependiendo del cuerpo, ese fundarnento rnaterial de las sensaciones,
de sus ideas, de sus esperanzas y sus motivaciones. Si por un tiempo pudo
parecer que M. Foucault restringía el can1po de la disciplina al amaestramiento y la gestión de los cuerpos, ello es porque los aspectos corporales
eran previos en la clasificación y la distribución de los individuos y en su
forma de gestión. La división del trabajo, que repartía los cuerpos y distribuía
los gestos, era de algún rnodo el paradigma de la gestión de los sujetos. Todo
el utilitarismo clásico estaba gobernado por este predominio, incluyendo la
idea de que mediante las palabras se podía actuar sobre los 1necanismos de las
rnotivaciones. El propio principio de utilidad descansaba en la idea de que
todo lo que era del orden de la fuerza corporal, y por lo tanto psíquica, debía
servir al máximo, sin resto alguno. El cuerpo como dato previo tenía que
llegar a ser íntegramente útil mediante las disciplinas clásicas. «Las disciplinas funcionan como técnicas que fabrican individuos útiles», destaca
M. Foucault. 71
Ahora ya no es así. Este <<marco natural del cuerpo humano» imponía límites al goce y al rendirniento que hoy día se han vuelto inaceptables. Actualmente el cuerpo es producto de una elección, de un estilo, de un rnodelado. Cada uno es accountable de su cuerpo, que reinventa y transforma a su
69. Los términos <<trans-subjetivación» y «auto-subjetivación» son propuestos por
M. Foucault para dar cuenta de la diferencia entre el ascetismo cristiano de los siglos m y rv,
por un lado, y la «cultura de sÍ» de la época helenística, por otro lado. Véase L'Hennéneutique
du sujet, op. cit., pág. 206.
70. En el sentido en que ultra significa en latín «más allá de»: la ultra-subjetivación no es,
pues, una subjetivación exagerada o excesiva, sino una subjetivación que apunta siempre a un
más allá de sí en el sí mismo.
71. M. Foucault, Suweiller et punir, op. cit., pág. 246.
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
363
rnanera. Es el nuevo discurso del goce y del rendimiento el que obliga a darse un cuerpo tal que sea capaz de ir siempre n1ás allá de las propias posibilidades actuales de producción y de placer. Este rrlismo discurso es el que iguala
a todos frente a las nuevas obligaciones: ningún handicap de nacimiento 0
debido al medio puede ser un obstáculo infranqueable para la irr1plicación
personal en el dispositivo general. Este vuelco sólo fue posible a partir del
rnornento en que la función «psi», sostenida por el discurso «psi», fue identificada como el rnotor de la conducta y corno el objetivo de una transformación posible rnediante técnicas <<psi». No es el que el sujeto neoliberal sea el
producto directo de esta construcción, pero el discurso sobre el sujeto ha
aproxirnado hasta fusionarlos enunciados psicológicos y enunciados econÓ·micos. Este sujeto es, en realidad, un ifecto compuesto, como lo era el individuo
del liberalismo clásico. Como hemos visto, este último era el producto amalgamado de consideraciones rnúltiples provenientes de órdenes distintos (entonces la anatomía y la fisiología se habían combinado con la economía política y con la ciencia rnoral para darle una base intelectual sólida). Del mismo
rrwdo, mediante la combinación de la concepción psicológica del ser humano con la nueva norma económica de la competencia, con la representación
del individuo corno «capital hurr1ano», con la cohesión de la organización
mediante la «corrmnicación», con el vinculo social concebido como «red», se
ha podido ir construyendo poco a poco esta figura de la «empresa de sÍ».
N. Rose mostró en sus trabajos, rnuy inspirados en las investigaciones de
M. Foucault, que el discurso <<psi», con su poder como discurso experto y su
legitimidad científica, había contribuido ampliamente a definir el individuo
gobernable moderno. 72 El discurso «psi», entendido corno «tecnología intelectual», ha pemlitido dirigir a los individuos a partir de un saber sobre su
constitución interna. De este rnodo, ha forrnado a individuos que han aprendido a concebirse corno seres psicológicos, a juzgarse y a transformarse mediante un trabajo sobre sí rrlisrrws, al rnisn1o tiempo que ha dado a las instituciones y a los gobernantes medios para dirigir sus conductas. Concibiendo
72. N. Rose, Governing the Soul. The Shaping ofthe Prívate Self, Free Association Books,
Londres, 1999 [2a ed.], pág. vii. Sin embargo, N. Rose comete un error de datación. El giro
«psi» no se produce a finales del siglo xrx, sino que se esboza con anterioridad. Aunque entonces no están separados de la fisiología, el inicio de los discursos «psi» es contemporáneo del
nacimiento de la economía política y de la gubernamentalidad liberal: para gobernar las conductas, es preciso saber influir en la formación de los motivos, o sea, actuar sobre la «dinámica psicológica» de acuerdo con la e::\."Presión f01jada por Bentham.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
364
al sqjeto como lugar de pasiones, de deseos, de intereses, pero tan1bién de
nmmas y de juicios morales, se ha podido comprender que las fuerzas psicológicas son n1otivos de comportamientos y que se puede actuar técnicamente sobre lo psíquico mediante sisten1as adaptados de estimulación, incentivación, recompensa, castigo. Todo un conjunto de técnicas de diagnóstico y
de «ortopedia psíquica>), en el dominio educativo, profesional y fanúliar, se
han integrado, por lo tanto, en el gran dispositivo de eficacia de las sociedades industriales. La idea directiva era la de la adaptación mutua de los mecanismos psicológicos y las exigencias sociales y económicas, abriendo la posibilidad de ver en la «personalidad» y en el «factor humano» un recurso
económico del que hay que «cuidar» muy bien.
La psicologización de las relaciones sociales y la humanización del trabajo
han ido por rnucho tiempo a la par, con las me::jores intenciones. Ergónmnos,
sociólogos, psicosociólogos, han querido responder a la aspiración de los
trabajadores a vivir mejor en el trabajo, a encontrar en él, incluso, algún placer. Alrnismo tiempo la dimensión su~jetiva se ha convertido tanto en una
realidad en sí como en un instrmnento o~jetivo de éxito de la en1presa. La
<<motivación>> en el trabajo demostró ser entonces el principio de una nueva
forma de dirigir a los hombres en el trabajo, pero tarnbién a los alumnos en
las escuelas, los enfermos en los hospitales, los soldados en los carnpos de
batalla. La subjetividad, hecha de emociones y de deseos, de pasiones y
de sentin1ientos, de creencias, de actitudes, fue considerada la clave del rendimiento de las en1presas. Todo un trabajo específico de conciliación entre
la subjetividad deseante y las finalidades de la empresa fue desarrollado por las
direcciones de recursos humanos, los gabinetes de selección de personal y los
expertos en formación. Este «hun1anismo» empresarial fue sostenido desde el
exterior por todos los refom1adores bien intencionados que creían que un
trabajador más seguro y realizado era un trabajador más motivado y, por lo
tanto, más eficaz. De ahí la insistencia en la armonía del grupo, en el «sentimiento de pertenencia» y en la «comunicaciÓn>>, con sus virtudes terapéuticas
y sus efectos de persuasión. Como dice N. R.ose, «la democracia iba de la
mano con la productividad industrial y la satisfacción hun1ana». 73 Numerosas
consideraciones, en la encruc~jada entre la psicosociología y el cornpromiso
social y político, llegaron a ver en los efectos del «estilo democrático de lide-
73. Ibid., pág. 88.
LA FÁBRICA DEL
NEO LIBERAL
365
razgo» sobre la <<subjetividad colectiva» argumentos científicos en favor del
socialisrno autogestionario.
El discurso «psi», cuando se encontró con el discurso económico, tuvo
otros efectos en la cultura cotidiana, al dar una forma científica a la ideología
de la elección. En una «sociedad abierta», cada cual tiene derecho a vivir
como le parezca, a elegir lo que quiera, a obedecer a las modas que prefiera.
La libre elección no fue recibida al principio como una ideología económica
«de derechas», sino como una norma de conducta <<de izquierdas», de acuerdo con la cual nadie puede oponerse a la realización de sus deseos. Enunciados económicos y enunciados «psi» se agruparon para dar al nuevo sujeto la
forma de árbitro supremo entre «productos>> y estilos diferentes en el gran
mercado de los códigos y los valores. Fue también esta conjunción la que dio
nacimiento a técnicas de sí dirigidas al rendimiento individual mediante una
racionalización en1presarial del deseo. Pero fue otra rnodalidad de esta conjunción la que permitió el despliegue del dispositivo de rendimiento/ goce,
modalidad consistente en preguntarse, no en qué rnedida el individuo y la
empresa, cada cual con sus exigencias respectivas, pueden adaptarse el uno a
la otra, sino cómo pueden identificarse el sujeto psicológico y el sujeto de la
producción. Por decirlo en términos freudianos, la cuestión no es ya hacer
pasar a los individuos del principio de placer al principio de realidad, finalidad terapéutica de quienes defienden un psicoanálisis <<adaptativo» que promete un aumento de «felicidad» a los n1ejor adaptados/ 4 sino hacerles pasar
del principio de placer al más allá del principio de placer. La identificación de
los dos sqjetos se aleja de los horizontes homeostáticos del equilibrio para
avanzar en la lógica de la intensificación y de lo ilünitado.
Sin duda, se dirá que la ilusión del buen goce, de la adaptación del sujeto
y el o~jeto, bajo la forma de la <<realización» y del «dmninio de sÍ», se mantiene. Pero no es esto lo esencial. Desde este punto de vista, si bien N. R.ose
tiene razón cuando plantea que las técnicas «psi» y la gubemamentalidad
propia de las democracias liberales van juntas la una con la otra, no ve lo
suficiente que el ideal de dominio de sí ya no caracteriza a la subjetividad
propiamente neoliberaJ.7 5 La libertad se ha convertido en una obligación de
74. Recordemos que para Freud la adaptación a la realidad, l~jos de significar una renuncia al placer, genera en sí misma cierta forma de placer.
75. N. Rose, Inventing Ourselves. Psychology, Power and Personhood, Cambridge University
Press, 1996. Véase supra en este mismo capítulo la nota 44, sobre el ideal ético de la enkrateia.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
366
mayor rendüniento. La normalidad ya no es el dominio y la regulación de las
pulsiones, sino su estin1ulación intensiva como fuente energética prirnordial.
Porque la fusión del discurso «psi» y del discurso económico se produce en
torno a la nonna de la competición entre ernpresas de sí -de este modo es
como se identifican las aspiraciones individuales y los objetivos de excelencia
de la ernpresa, con1o se hacen concordar, en surna, el «microcosn1os» y el
«rnacrocosinos».
Evidentemente, el management no es lo único que asegura esta conjunción.
El marketing constituye un incesante y onmipresente ernpuje a gozar, tanto más
eficaz cuanto que prornete el imposible goce últüno n1ediante la simple posesión de los signos y los objetos del «éxito». Una inmensa literatura de revistas, emisiones permanentes, un teatro político y mediático norz-stop, un inmenso discurso publicitario y propagandístico, no cesan en la escenificación
espectacular del «éxito>> como valor suprerno, cualesquiera que sean los medios para alcanzarlo. Este «éxito» como espectáculo es válido por sí mismo.
Lo único que todo ello pone de manifiesto es la voluntad de triunfar, a pesar
de los fracasos inevitables, y la satisfacción que proporciona haberlo logrado
al menos por un 1nomento en la vida. Tal es la irnagen misrna en la que se
condensa el dispositivo de rendüniento/ goce. Desde este punto de vista,
responsables políticos de un nuevo género, como S. Berlusconi y N. Sarkozy, en1blernatizan el nuevo recorrido subjetivo. 76
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
367
recta de la sustitución general y abierta de la err1presa por la institución, o, más
exactamente, de la mutación de la institución, convertida en err1presa. Ahora
es la empresa la que tiende a ser la principal institución dispensadora de reglas,
categorías, interdicciones legítimas; es también corno empresa que toda institución de otro tipo obtiene la legitimidad para fijar reglas e identidades sociales; y como toda institución participa en la normativa es a la manera de una
empresa, de acuerdo con una lógica de eficacia y de competitividad.
La paradoja en tomo a la que gira toda la clínica es que las instituciones
que distribuyen los lugares, fijan las identidades, estabilizan las relaciones,
imponen lÍinites, están regidas, cada vez más, por un principio de constante superación de los límites, principio que el neomanagement, precisamente, se encarga de irnplementar. El «mundo sin lhnite» no corresponde a ningún retorno
a la «naturaleza», es efecto de un régirnen institucional particular que considera todo límite como potencialrnente ya superado. Lejos del modelo de un
poder central que dirigiría a distancia a los sujetos, el dispositivo rendimiento/ goce se distribuye en mecanisrr1os de control, evaluación e incentivación
diversificados y participa de todos los engranajes de la producción, de todos
los rr10dos de consumo, de todas las formas de relaciones sociales.
Nos proponemos establecer aquí un cuadro de conjunto de los diagnósticos que configuran la clínica en curso de desarrollo.
El sufrimiento en el trabajo y la autonomía contrariada
Las clínicas del neosujeto
Un sujeto así sitúa su verdad en el veredicto del éxito, se somete a un <~uego
de verdad>> en el que pone a pn1eba tanto su valor corno su ser. La verdad
queda completamente identificada con el rendimiento, tal cmno lo define el
poder gerencial. Este dispositivo de conjunto produce efectos patológicos de
los que nadie se escapa por completo. En la abundante literatura clínica conternporánea se pueden distinguir cierto núrr1ero de síntornas. Éstos tienen un
punto en cornún: todos ellos pueden relacionarse con el debilitamiento de los
marcos institucionales y de las estructuras simbólicas en las que los sujetos
encontraban su lugar y su identidad. Este debilitamiento es consecuencia di76. Véase Michael Foessel y Olívier Mongín, «Les mises en scene de la réussite. Entreprendre, entrainer, animen>, Esprit, noviembre de 2007, págs. 22-42.
Los efectos del management por objetivos y por proyectos han sido objeto de
numerosos análisis sociológicos y psicológicos, algunos de los cuales han tenido rrmcha repercusión. 77 El «estrés» y el «acoso» en el trabajo son reconocidos en la actualidad, en relación con la rrmltiplicación de los suicidios en el
lugar de trabajo, como «riesgos psicosociales» dolorosos, peligrosos y especialn1ente costosos para los seguros colectivos. 78
Aunque estos síntorr1as a veces dependen de la intensificación del trabajo,
ligada a su vez a los flujos tensos y los efectos perversos de la reducción del
77. Véase Chrístophe Dejours, So~!ffrance en France. La Banalisatíon de l'ínjustice sociale,
Seuil, París, 2006.
78. Véase el «Rapport sur la détermination, la mesure et le suivi des risques psychosociaux au travail», remitido el12 de marzo de 2008 por Philíppe Nasse, magistrado honorario,
y Patri.ck Légeron, médico psiquiatra, a Xavier Bertrand, ministro de Trabajo, Relaciones
Sociales y Solídalidad de Francia.
368
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
tiempo de trabajo en fi1nción de las exigencias de productividad, hay patologías rnentales como el «stress» que son puestas en relación con la individualización de la responsabilidad en la realización de los o~jetivos. El asalariado,
solo ante tareas ünposibles u órdenes contradictorias, tiene más riesgo que
antes de perder la consideración de sus jefes o de sus pares. El debilitamiento
de los colectivos en el trab~jo refi1erza este aislamiento del asalariado. El incrernento de controles cuestiona el <~juego social» en la organización, o sea,
el margen de libertad que deja la relación salarial y que da sentido al trabajo,
y del nüsmo nwdo, va contra la aspiración de los asalariados a una mayor
autonomía real. 79 El riesgo profesional, que ya se ha convertido en normal,
sitúa al individuo en una constante vulnerabilidad que los manuales de gestión interpretan positiva1nente como un estado que exalta y enriquece («una
puesta a pn1eba que te hace crecer»). Cuando el sujeto empresarial ha vinculado su narcisis1no al éxito de la etnpresa y conjuntatnente al suyo propio,
dentro del clima generado por la guerra de la con1petencia, el menor «revés
de la fortuna» puede producir efectos de una violencia extren1a. La gestión
neoliberal de la etnpresa, al interiorizar la exigencia del mercado, introduce
la incertidumbre y la brutalidad de la competición y hace que las soporten los
sujetos bajo la fonna de fracaso personal, vergüenza y desvalorización.
Las contradicciones de la nueva organización del trabajo, de las que testimonian los oxímoron sociológicos ya evocados («Ünplicación obligada»,
<<coacción flexible», etcétera) no hacen más que reforzar las decepciones profesionales y bloquear toda posibilidad de un conflicto abierto y colectivo.
Una vez que el equipo y el individuo han aceptado entrar en la lógica de la
evaluación y la responsabilización, ya no puede haber una verdadera protesta, ya que el sujeto ha llevado a cabo lo que de él se esperaba n1ediante una
coacción autoimpuesta. 80 El sujeto en el trabajo se tnuestra en todo caso mu79. Como lo ese1iben Michel Gollac y Serge Volkoff, «aparte de los modos y de las técnicas gerenciales, captar en provecho de la empresa la energía que los individuos pueden
invertir en actividades económicamente desinteresadas es una preocupación constante y confesa de la gestión de recursos humanos: cuando se trata de aumentar la productividad, no
debe dc;:jarse de lado ninguna fuente, y tal es el sentido del "cero desprecio". Pero esto, cuando la intensificación del trabajo lo vuelve más penoso, desvaloriza la experiencia del cargo,
dificulta los aprendizajes, perturba a los colectivos, los términos de autonomía o de participación cambian de sentido. El cero desprecio se combina entonces con una infinita duplicidad>>
(M. Gollac y S. Volkoff, «Citius, Altius, Fortius. L'intensification du travail», loe. cit., pág. 67).
80 . .J.-P. Durand, La Chaíne invisible. Travailler aujourd'hui: du.flux tendu ala servitude volontaire, op. cit., pág . .309.
LA FÁBRICA DEL Sl]JETO NEOLIBERAL
369
cho más vulnerable cuando el management ha exigido de él un compronüso
total de su subjetividad. 81 Una de las paradqjas del nuevo poder en1presarial,
que exige este comprmniso, es sin duda la deslegitimación del conflicto,
debida a que las exigencias impuestas no tienen <<Sl~jeto», no tienen un autor,
ni fuentes identificables, pues se dan cmno íntegramente objetivas. El conflicto social está bloqueado porque el poder es ilegible. Esto es, sin duda, lo
que explica una parte de los nuevos síntomas de «suftinüento psíquico».
La erosión de la personalidad
En la línea de las observaciones de M. Mauss sobre el carácter histórico y
cultural de la persona, muchos sociólogos han insistido en lo «líquido», la
«fluidez» o la «evanescencia>> de las personalidades contemporáneas. Para Richard Sennett, la organización flexible, a veces presentada como la oportunidad de rnoldear libremente la vida de uno, tnenoscaba en realidad el carácter y erosiona todo lo que la personalidad tiene de estable: los vínculos con
los demás, los valores y los puntos de referencia. 82 El tiempo de la vida es cada
vez menos lineal, cada vez menos programable. Desde este punto de vista, el
signo más tangible de la nueva normatividad es que «el tiempo largo no
existe». 83 El trabajo ya no ofrece un marco estable, una calTera previsible, un
conjunto de relaciones personales sólidas. Inestabilidad de los «proyectos» y
de las «nlisiones>>, variación continua de las «redes» y los «equipos»: el mundo
profesional se convierte en una suma de «transacciones» puntuales en lugar
de relaciones sociales que impliquen un mírümo de lealtad y de fidelidad. Lo
cual por fuerza tiene efectos en la vida privada, la organización fanüliar, la
representación de sí nüsmo: «El capitalismo del corto término an1enaza con
corroer el carácter, especiahnente los rasgos de carácter que vinculan a los
seres hmnanos unos con otros y dan a cada cual un sentinúento duradero de
su propio yo». 84 En particular, el asalariado ya no puede apoyarse en la acumulación de experiencia a lo largo de su vida profesional.
81. Véase Nicole Aubert y Vincent De Gaulc;:jac, Le Cottt de l'excellence, Seuil, París,
1991.
82. R. Sennett, Le Travail sans qualités. Les Conséquences humaines de la flexibílite, Albín
Michel, París, 2000. El título en inglés es más elocuente: The Corrosion C?f Character, The Personal Consequetzces C?f Work in the New Capitalísm. [En español: La corrosión del carácter, Anagrama, Barcelona.]
83. !bid., pág. 24.
84. !bid., pág. 31.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
371
370
Esta tendencia a no considerar rrlás que las competencias inmediatamente
utilizables explica la rápida obsolescencia, así corno la expulsión de los «seniors» fuera de la vida profesional. Tendencia que tiene una relación compleja con la representación de la vida corr1o un <<capital humano» que se
conservaría a través del tiempo. Este último, en realidad, está sometido al
rrrismo riesgo de desvalorización que el capital técnico, cosa que por fuerza
afecta profundarnente a los individuos, quienes con la edad se enfrentan al
sentirrriento deprimente de su inutilidad social y econórrrica. Los principios
prácticos se enuncian claramente en la encuesta que R. Sennett llevó a cabo
con asalariados: «Siempre hay que volver a empezar», «siernpre hay que derrwstrarlo todo>>, hay que «volver a partir de cero». Los efectos son múltiples:
un desgaste profesional acelerado y un <<caos» relacional y psíquico. ¿La nueva personalidad? «Un yo rr1aleable, collage de fragmentos en perpetuo deve-nir, siempre abiertos a la nueva experiencia>> -según R. Sennett. 85
Al ser la <<tnovilidacl» la principal cualidad esperada del individuo conternporáneo, la tendencia al desapego y la indiferencia que de ello resultan entran
en contradicción con la exaltación del «espíritu de equipo» y la pretensión de
soldar «la comunidad de la empresa». Pero esta valorización del teamwork no
tiene nada que ver con la constitución de una solidaridad colectiva: el equipo
de georr1etría variable es estrictamente operativo y actúa sobre los rrrietnbros
como un mecanismo para realizar los objetivos asignados. En un sentido más
arnplio, la ideología del éxito del individuo <<que no le debe nada a nadie», la
del se!f:help, es destn1ctiva para el vínculo social en la medida que este último
descansa en deberes de reciprocidad para con los demás. ¿Cón1o hacer que se
apoyen mutuamente sujetos que no le deben nada a nadie? Sin duda, la desconfianza, incluso el odio, hacia los rr1alos pobres, los perezosos, los viejos
improductivos y los inrrrigrantes tiene efectos de «cola» social. Pero también
tiene efectos boomerang dado que cada cual siente la arnenaza de volverse algún día ineficaz e inútil.
La desmoralización
Hetnos visto n1ás arriba hasta qué punto tendía el nuevo rnanagement a controlar los corr1portarrrientos y actitudes solicitando un esfuerzo constante de
auto-exigencia. 86 Esta <<ascesis» al servicio del rendimiento de la empresa,
combinada con una evaluación regular de los asalariados dentro de la cadena
gerencial, nom1aliza las conductas anuinando, al tnismo tierr1po, los compromisos de los sujetos unos con otros. Las relaciones, los sentirrrientos y los
afectos positivos son movilizados en nombre de la eficacia. Eva Illouz destaca el modo en que en el espacio de la empresa y del consumo está saturado
de sentitnientos que serán instrun1entalizados por las estrategias econórrricas. 87 La importancia del terna de las «emociones» en las formaciones y en los
test («capital emocional», «inteligencia emocional», «competencias errwcionales») rerrrite a esta obligación de bienestar y de amor, que necesarian1ente
introduce una duda permanente acerca de los sentirrrientos expresados.
La erosión de los vínculos sociales se traduce en el cuestionamiento de la
generosidad, de las fidelidades, las lealtades, las solidaridades, de todo aquello
que participa de la reciprocidad social y simbólica en los lugares de trabajo.
85. Ibid., pág. 189.
86. Véase Gabrielle Balazs y Jean-Pierre Faguer, «Une nouvelle forme de management,
l'évaluation», Actes de la recherdze en sciences sociales, 11° 114, septiembre de 1996.
87. E. Illouz, Les Sentiments du capitalisme, Seuil, París, 2006.
La depresión generalizada
El hornbre del «flujo tenso», que vive al ritmo de la econornía financiera, está
expuesto a crisis personales. 88 Para A. Ehrenbert, el culto del rendirrriento
conduce a la mayoría a experimentar su insuficiencia y a padecer formas de
depresión a gran escala. Se sabe que el diagnóstico de «depresión» ha conocido una multiplicación por siete entre 1979 y 1996. Se trata de una verdadera enfemwdad de «fin de siglo», como lo fue en su día la «neurastenia». 89
La depresión es, en realidad, el reverso del rendirrriento, una respuesta del
sujeto a la obligación de realizarse y ser responsable de sí rrrisrr10, de superarse cada vez más en la aventura empresarial. 90 «El individuo se ve confrontado
a una patología de la insuficiencia más que a una enferrnedad de la falta, al
universo del disfuncionarrriento más que al de la ley: el deprirrrido es un
hombre averiado». 91 El síntmna depresivo ya fom1a parte de la normatividad
88. Nicole Aubert, Le Culte de l'urgence. La socíété malade du temps, Flammarion, «Champs»,
París, 2004. [Nota del T.: el flujo tenso es una forma de gestión de la producción destinada a
minimizar stocks, también llamada <0ust-in-time».]
89. Véase Philippe Pignarre, Comment la dépression est devenue une épidémie, La Découverte,
París, 2001.
90. Véase Alain Ehrenberg, La Fatigue d'étre soi. Dépression et sodéte, Odile Jacob, 2000.
91. Ibid., pág. 16.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
LA FÁBRICA DEL
NEO LIBERAL
372
co1no su elen1ento negativo: el sujeto que no soporta la con1petencia, a través de la cual -únicamente a través de ella- puede entrar en contacto con
los demás, es un ser débil, dependiente, de quien se sospecha que no está «a
la altura». El discurso de la «realización de sÍ» y del «éxito en la vida» induce
una estigmatización de los «fallidos», de los «pasrnados» y de la gente infeliz,
o sea, incapaz de acceder a la norma social de la felicidad. El «fracaso social»
es considerado, en ellínute, cmno una patología. 92
Cuando la empresa se convierte en una forma de vida -una Lebensführung, hubiera dicho Max Weber-, la multiplicidad de las elecciones frente a lo cotidiano, el estín1ulo a asumir riesgos constantemente, la incitación
pennanente a la capitalización personal, pueden acarrear a la larga una «fatiga
de ser uno nusmo». Un universo cmnercial cada vez más complejo hace
potencialn1ente de cada acto el resultado de una colecta de información y de
una deliberación que toman tiempo y suponen un esfuerzo: el sujeto neoliberal debe ser previsor en todos los dominios (seguros de todo tipo), debe
operar en todo como si se tratara de inversiones (en un «capital educación»,
un «capital salud», un «capital vejez»), debe elegir de forma racional entre una
atnplia gatna de ofertas cmnerciales para la compra de los servicios más simples (eltnodo de recibir su correo, sus accesos a las redes, sus proveedores de
electricidad y de gas).
Ante esta «enfem1edad de la responsabilidad>>, ante este desgaste provocado por la elección pern1anente, el retnedio más extendido es un dopaje generalizado. El medican1ento tmna el relevo de la institución que ya no aporta sostén, que ya no reconoce, que no protege a individuos que están
denusiado solos. Adicciones diversas, como dependencias a los 1nedios visuales, constituirían algunos de estos puntales artificiales. El consumo de
las mercancías participaría también de esta medicación social, supliendo a las
instituciones debilitadas.
Esta sintomatología se asocia a menudo a una demanda no satisfecha de
reconocimiento dirigida a los empleadores. Lejos de ser simplemente ignorada, esta dimensión de la dignidad, de la estinu de sí, del reconocimiento es
sin etnbargo, como hemos visto, omnipresente en la retórica empresarial. Sin
duda, hay que ver en esta demanda la traducción de un fenómeno fundamental: la relación del sujeto con instituciones que ya no son capaces de
92. Véase las observaciones de Eva Illouz, Les Sentiments du capitalisme, op. cit.
373
dotarlo de las identidades y de los ideales que harían que dudara menos de su
propio valor.
La desimbolización
El debilitamiento de los ideales de los que las instituciones son portadoras, la
«desimbolización» de la que hablan los psicoanalistas, da lugar, según algunos
de ellos, a una «nueva economía psíquica» que tiene cada vez menos que ver
con la clínica de los tiempos de Freud. 93
La relación entre generaciones y la relación entre los sexos, en otra época
estructuradas y puestas en forma de relato por una cultura que distribuía los
diferentes lugares, se han convertido, por lo menos, en inciertas. Ningún
principio ético, ninguna prohibición, parece sostenerse ya frente a la exaltación de una capacidad de elección in±1nita e ilimitada. Puesto en situación de
«ingravidez simbólica», el neosujeto se ve obligado a fundarse a sí mismo, en
nombre de la libre elección, para conducirse en la vida. Esta llamada a la
elección permanente, esta solicitación de deseos supuestamente ilimitados,
hacen del sujeto un sujeto flotante: un día es invitado a cambiar de automóvil, otro de par<::ja, otro de identidad y otro, todavía, de sexo, en función del
juego de sus satisfacciones e insatisfacciones.
Pero, ¿habría que concluir que se trata de una desin1bolización del mundo?94 Sería mejor decir que la estructura simbólica es objeto de una instrumentalización por la lógica económica capitalista. Tal es el sentido que se
puede dar a lo que Lacan lla1nÓ el <<discurso capitalista». Las identificaciones
con empleos, funciones y competencias propias de la empresa, así como la
identificación con grupos de consumo, signos y 1narcas de la tnoda y de la
publicidad, funcionan cotno sujeciones sustitutivas frente a los lugares en el
parentesco o en la ciudad. La manipulación de estas identificaciones por parte del aparato econórnico hace de ellas «ideales del yo volátiles en constante
reconfiguración». 95 En otras palabras, la identidad se ha convertido en un
producto consumible. Si, con1o lo indicaba Lacan, el discurso capitalista lo
93. Véase sobre este punto las reflexiones de Charles Melman, L'Homme sans gravité. ]ouir
.
,
.
94. Dany-Robert Dufour, L' Art de réduire les tétes. Sur la nouvelle servttude de l homme lzbe~e
al'ere du capitalísme total, Denoel, Paris, 2003, pág. 13: «Hoy día, el intercambio mercantil
tiende a desimbolizar el mundo».
95. Jbid., pág. 127.
atout prix, entretien avec ]ean-Pierre Lebrun, Denoel, París, 2002.
1
1
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
375
374
consurne todo, y si consume tanto recursos naturales como rnaterial hurnano, también consume muchas formas institucionales y sirnbólicas, de acuerdo con la observación hecha por Marx en el Manifiesto comunista. Pero no
para hacerlas desaparecer todas, sino para reemplazarlas por otras que ocupan
su lugar: las empresas y los mercados. 96
La ínstrumentalización de lo sin1bólico por parte de las instituciones económicas introduce en el sujeto, no sólo esa «fluidez» de los ideales, sino igualmente un fantasrna de omnipotencia sobre las cosas y sobre los seres. Se
puede influir en todo: rnediante palabras-herranüenta a disposición de los
individuos y sus intereses respectivos, palabras que se confunden con las cosas
nlismas. El n1undo de las prohibiciones y de las fronteras, que instituían la
separación de los lugares sexuales y generacionales, ha sido sustituido por un
universo de la cantidad, que es tanto el de la ciencia como el de la mercancía.
Discurso mercantil y discurso de la ciencia se completan el uno al otro para
constituir lo que el psicoanalista Jean-PierTe Lebnm llama un «mundo sin
límite». 97 El sujeto es remitido constantemente a sí rnismo, conducido a una
oscilación entre las tentaciones perpetuas, estinmladas éstas por las instancias
sociales de la avaricia, y las prohibiciones que él nilsmo se fom1ula a falta de
una instancia interdictora creíble apoyada en un ideal social. La fonnación del
nuevo sujeto ya no se apoya en las vías nonnativas de la familia edípica. El
padre ya no es, a menudo, más que un extraño, condenado por no. estar al
corriente de la última tendencia deltnercado o no ganar el dinero suficiente.
El punto neurálgico, para los psicoanalistas, sigue siendo la ünposibilidad
de disponer de una figura del Otro -en el plano sitnbólico- para separar al
pequeño humano del deseo de la madre y hacerlo acceder, por la mediación
del Nombre del Padre, a la condición de un sujeto de la ley y del deseo.
Ahora bien, con el debilitamiento de las instancias religiosas y políticas, ya no
hay en lo social otras referencias cmnunes aparte del n1ercado y sus promesas.
En muchos aspectos, el discurso capitalista acanearía una psicotización de
masas mediante la destrucción de las formas sirnbólicas. Ésta era la tesis de G.
Deleuze y de F. Guattari, como hemos indicado tnás arriba. Pero también
era la tesis de Lacan, cosa que es menos conocida: «Lo que distingue al discurso capitalista es esto: la Verweifimg, el rechazo, el rechazo fuera de todos
96. Ibid., pág. 137.
97. Jean-PieiTe Lebrun, Un monde sans límite. Essai pour une clinique psychanalytique du social, Éres, Toulouse, 1997, pág. 122.
los carnpos de lo simbólico con lo que ya he dicho que esto tiene con1o
consecuencia. ¿El rechazo ele qué? De la castración». 98 Este mundo de la
omnipotencia en el que está atrapado el sujeto sin límite, ¿se caracteriza ya
por una psicosis de n1asa, con sus bordes esquizofrénico y paranoico, o bien
queda preservado todavía por n10clos ele defensa ele otro registro, por ejen1plo, una perversión sistémica? 99
La <<perversión ordinarian100
Para algunos psicoanalistas, que se benefician, con respecto a Lacan, ele una
perspectiva adicional ele treinta años, habríamos entrado tal vez en un universo donde la decepción característica del neurótico -al tropezar con la
inadecuación entre la cosa y su deseo- es sustituida por una relación perversa
con el objeto, basada en la ilusión imaginaria del goce total. Todo equivale a
todo, todo es monetizado y se negocia. Pero, a la vez que todo parece posible, todo se vuelve dudoso, sospechoso, porque nada es ley para nadie. El
hecho de transformarlo todo en negocios 101 o la propensión a la apología
constante de la transgresión con10 nueva nom1a, serían algunos de los índices
de esta equivalencia general. Charles Melman ha n1ostrado hasta qué punto
el cuestionarniento de todas las representaciones que ponían trabas al trabajo
de la perversión manipuladora directa es cón1plice, hoy día, de una expan-
98. En Lacan, la castración se entiende como una separación respecto del goce de la
madre debida a la entrada en el orden simbólico. Citado por D.-R. Dufour, L'Art de réduire
les tétes, op. cit., págs. 122-123 (Seminario «Üu pire», sesión del 3 de febrero de 1972 ; seminario en Sainte-Anne, «Le savoir du psychanalyste», sesión del 6 de enero de 1972). [En español: J. Lacan, El Seminario, libro XIX, «0 peor», Paidós, 2011.]
99. Dentro del discurso del ma~~agement, ciertas apologías sobre la producción de conductas paranoicas no carecen de interés. Andrew Grove, presidente de Intel Corporation, en su
libro Sólo los paranoicos sobreviven (Only the Paranoid Survive, Doubleday, Nueva York, 1996),
preconizaba un método de dirección que vinculaba directamente la nomn de la competencia
con una gestión «psicotizante» del personal: «El miedo a la competencia, el miedo al fracaso,
el miedo a equivocarse, el miedo a perder, pueden ser poderosas motivaciones. ¿Cómo cultivar el miedo a perder en nuestros empleados? Sólo podemos hacerlo si nosotros mismos lo
experimentamos» (pág. 6). [Edición en español: Sólo los paranoides sobreviven, Granica, 2006.]
100. Tomamos esta fómmla de Jean-PieiTe Lebnm, La Penmsion ordinaíre. Vivre ensemble
sans autrui, Denoel, París, 2007.
101. Acerca de los «negocios» (affáires) como modalidad de la relación perversa con el
objeto, véase Roland Chémama, <<Éféments lacaniens pour une psychanalyse au quotidien»,
Le Discours psychanalytique, Éditions de l'Association freudienne internationale, 1994, págs.
299-308.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
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376
sión econónúca que <<tiene necesidad para alimentarse de ron1per las tinúde·ces, los pudores, las barreras 1norales, las prohibiciones. Esto con el fm de
crear poblaciones de consunúdores ávidos de un goce perfecto, sin línúte y
adictivo». 102 El debilitanúento del ideal haría que el deseo se deslizara hacia la
simple envidia de los bienes poseídos por los semt:jantes, en esa pleonexia que
Hobbes designaba ya como la marca de la sociedad de su tiempo. 103 Pero
cuanto más comprometido está el ser humano en esta adicción a los o~jetos
mercantiles, más tiende a convertirse él núsn1o en un objeto que sólo vale
por lo que produce en el campo econónúco, un o~jeto que, en consecuencia, será descartado entre los restos cuando haya perdido su «rendinúento»,
cuanto esté en desuso.
De hecho, la subjetivación neoliberal se acompaña necesariamente de la
introducción, cada vez más explicita, de una relación de goce obligada para
con todo otro individuo, relación que se podría lla1nar también una relación
de objetalización. No se trata aquí simplemente de convertir al otro en cosa,
de acuerdo con un mecanismo de <<reificación» o «cosificación», por retomar
un tema predilecto de la Escuela de Frankfurt; sino de la imposibilidad de
atribuir al otro, y a uno núsmo como otro, algo distinto que su valor de goce,
o sea, su capacidad para «devolver» un plus. La objetalización, definida de esta
fom1a, se presenta en un triple registro: los sujetos, mediante técnicas empresariales, experimentan su propio ser con1o «recursos humanos» consunúdos
por las empresas para la producción de beneficios; sujetados a la nom1a del
rendimiento, se toman los unos a los otros, en la diversidad de sus relaciones,
por objetos que poseer, modelar y transformar para alcanzar mt:jor su satisfacción; influidos por las técnicas de marketing, los sujetos persiguen en el
102. C. Melman, L'Homme sans gravite, op. cit., págs. 69-70
103. Hobbes había construido ya en el siglo XVII el edificio político sobre los mecanismos
del deseo. Y, como observa Alasdair Maclntyre, «Hobbes es quizás el primer autor de lengua
inglesa que explicó el término de pleonexía como deseo de tener más de lo que te corresponde (Leviathan, 15)» (A. Maclntyre, Quelle justíce? Quelle ratíonalité, PUF, «Léviathan», París,
1993, pág. 120). Lo que así traduce Hobbes es un término de Aristóteles, designación de un
vicio que es a su vez una de las dos formas de la injusticia: la disposición a adquirir con la
única finalidad de poseer más, sin ninguna clase de limite. A. Maclntyre advierte sutilmente
que la traducción de Hobbes, sin ser del todo errónea, induce a error, al ocultar la diferencia,
capital para Aristóteles, entre un simple deseo y una tendencia activa a buscar la posesión por
sí misma, y ve en ese punto un vuelco debido al cual la sed de posesión, considerada como
vicio por los antiguos, será en adelante la fuerza motriz del trabajo productivo moderno»
(A. Maclntyre, Apres la vertu, PUF, «Léviathan», París, 1997, pág. 220).
consumo de mercancías un goce último que se aleja cada vez que se agotan
en su persecución.
Esta lógica implacable tiene un «coste» subjetivo rrmy elevado. Mientras
que el vencido padece sus insuficiencias, el vencedor tiene tendencia a hacer
sufrir a los demás como objetos sobre los que asegura su dominio. La cosa no
es nueva. Pero una vez instalada en un «mundo sin linúte>>, la pequeña perversión cotidiana, o más exactamente lo que hay de incitación a la perversión
en la situación de competencia generalizada, encuentra un campo de expansión inédito. La perversión, que se manifiesta clínican1ente en el hecho de
consunúr partenaires como objetos que se descartan cuanto son considerados
insuficientes, se habría convertido en la nueva norma de las relaciones sociales.104 El imperativo categórico del rendinúento se concilia así con los fantasmas de ommpotencia y la ilusión socialmente difundida de un goce total y
sin línúte. Según C. Melrnan, de este nwdo se pasaría de una economía psíquica orgamzada por la represión a una «economía organizada por la exhibición de goce». 105
El goce de sí del neosujeto
El psicoanálisis puede ayudarnos a considerar el modo en que los neosujetos
funcionan de acuerdo con el régimen de goce de sí. De creer a J. Lacan, dicho
goce de sí, entendido con1o la aspiración a la plenitud imposible -muy diferente en esto del simple placer- se da siempre cmno linútado y parcial en
el orden social. La institución es, de algún modo, lo que se encarga de lünitarlo y de dar sentido a este lÍlnite. La empresa, forma general de la institución humana en las sociedades capitalistas occidentales, no escapa a esta regla,
salvo que ahora lo hace de una forma denegada. Linúta el goce de sí rmsmo
rnediante la obligación del trabajo, la disciplina, la jerarquía, mediante todas
la renuncias que participan de cierta ascesis laboriosa. La pérdida de goce no
es menos acusada en las sociedades religiosas, pero se da de otro modo. En la
actualidad, los sacrificios no son administrados y justificados por una ley considerada inherente a la condición humana, con sus diferentes variedades locales e históricas, sino a través de la reivindicación de una decisión individual
«que no le debe nada a nadie».
104. C. Melman, L'Homme sans gravité, op. cit., pág. 67.
105. Ibíd., págs. 18-19.
RAZÓN DEL MUNDO
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
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378
Lo que hace posible una pretensión subjetiva sernejante es todo un dis106
curso social de valorización a ultranza del individuo auto-construido que
funciona como una denegación: la pérdida no es verdaderamente una pérdida, ya que el propio sujeto la habría decidido. Pero este mito social, cuyos
efectos sobre la educación familiar y escolar no se pueden seguir obviando,
es sólo uno de los aspectos del tl1ncionamiento del neosujeto. Hay que consentir a entregarse al trabajo, plegarse a las exigencias ordinarias de la vida. Si
el sujeto es requerido a hacerlo, es como empresa de sí, de tal manera que el
yo pueda sostenerse en un pleno goce imaginario en un mundo cmnpleto.
Cada cual es el amo, o al menos cree poderlo ser. Goce de sí en el orden
imaginario y denegación del límite se presentan de este rnodo como la ley
misrna de la ultrasubjetivación.
En las sociedades antiguas, el sacrificio de una parte de goce era productivo. Las grandes constn1cciones religiosas y políticas, sus edificios dogn1áticos y arquitecturales, pusieron de rnanifiesto esta producción. En el primer
capitalismo, el capital acurnulado era ciertamente, todavía, un producto de
esta clase, fruto de restricciones impuestas al consumo de las clases populares,
pero también de la burguesía, por otra parte. Para la economía política clásica, la pérdida era interpretada corno un costo en previsión de un beneficio.
Hoy día no es así. Si la pérdida es denegada, la ilirnitación del goce puede
ser movilizada en el plano imaginario al servicio de la empresa, atrapada ella
misma en lógicas imaginarias de expansión indefinida, de valorización bursátil sin límite. Es cierto que habrá que pasar igualrnente por una racionalización técnica de la subjetividad, pero sólo para que «se realice». El trabajo no
es una penalidad, es un goce de sí rnediante el rendimiento que hay que
realizar. No hay pérdida, puesto que si se trabaja es, inmediatamente, «para sí
mismo». Lo que constituye el objeto de la denegación es el carácter heterónomo de la ultrasubjetivación, o sea, el hecho de que la ilirnitación del goce
en un sí mismo más allá está sometida al orden de la ilimitación de la acmnulación mercantil.
Lo que distingue a la nueva lógica nom1ativa es que no reclama una renuncia cornpleta al individuo en provecho de una fuerza colectiva invencible
y un porvenir radiante, sino que pretende conseguir una sujeción no menos
cmnpleta mediante su participación en un juego de «win-win», como reza la
106. Olivier Rey, Unejólle solitude. Lejcmtasme de l'homme autocomtruít, Seuil, París, 2006.
f~rmul~
elocuente que supuestamente da cuenta de la vida profesional y soCial. Mrentras que, en el viejo capitalisrno, todo el mundo perdía algo -el
capitalista, el goce seguro de sus bienes, debido al riesgo que asurnía; el proletario, la libre disposición de su tiernpo y de su fuerza- en el nuevo capitalismo nadie pierde, todo el mundo gana. El sujeto neoliberal no puede
perder, ya que él es al mismo tiempo el trabajador que acurnula capital y el
accionista que goza del mismo. Ser tu propio trabajador y tu propio accionista, «rendir>> sin límites y gozar sin obstáculos, tal es el imaginario de la condición neosubjetiva.
La especie de desanclado (désarrimage) que se pone de rnanifiesto en la
clínica de los neosujetos, su estado de suspensión fuera de los marcos simbólicos, su relación flotante con el tiempo, sus relaciones con los demás reducidas a transacciones puntuales, no es disfuncional respecto de los imperativos del rendirniento y las nuevas tecnologías de red. Lo esencial aquí es
entender que la ilimitación del goce de sí es en, el orden imaginario, el exacto reverso de la desimbolización. El sentirniento de sí se da en el exceso, en la rapidez,
en la sensación bruta que proporciona la agitación, lo cual expone al neosu~
jeto a la depresión y a la dependencia, pero también le permite ese estado
«conexionista» del que extrae, a falta de un vínculo legítimo con una instancia tercera, un sostén frágil y una eficacia esperada. La clínica de la subjetividad neoliberal nunca debe perder de vista que lo <<patológico» participa de la
misma norrnatividad que lo «normal».
El gobierno del sujeto neo liberal
Como revela el cuadro clínico del neosujeto, la en1presa de sí tiene dos rostros: uno, triunfante, del éxito desvergonzado; y el otro, deprinúdo, del
fracaso frente a los procesos imposibles de dominar de las técnicas de nonnalización.107 Oscilando entre depresión y perversión, el neosujeto está condenadopa hacerse doble: maestro de rendimientos adrnirados y objeto de goce
que se descarta.
Confrontada con este análisis, la presentación fatigosa que se hace demasiado a rnenudo de un «individualismo hedonista>> o de un «narcisismo de
107. ~n ~?ndívidu íncer:aí11, A. Ehre_nberg observa con razón que el individuo conquistador y elmdividuo que sufre son «dos facetas del gobierno de sÍ» (Hachette «Pluriel» París
1996, pág. 18).
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LA NUEVA RAZÓN DEL
masas», revela ser una fonna disfrazada de apelar a fonnas tradicionales de la
autoridad. Pero nada es tnás erróneo que considerar al neosujeto como lo
hacen los conservadores. No hay nada en él de un hombre del goce anárquico «que ya no respeta nada». Un error equivalente y simétrico es limitarse a
denunciar la reificación mercantil, la alienación del consurno de masas. Ciertamente, la obligación publicitaria a gozar participa de este universo de objetos electivos que, tnediante la estetización-erotización de la «cosa» y la
magia de la n1arca, son constituidos como «objetos de deseo>> y «promesas de
goce». Pero también es conveniente considerar el modo en que este neosujeto, l~jos de ser librado a sus solos caprichos, es gobernado en el dispositivo
del rendimiento/ goce.
Limitarse a ver en la situación presente de las sociedades el goce sin obstáculos, identificado a veces como «interiorización de los valores de mercado», otras veces como «la expansión ililnitada de la den1ocracia», es olvidar la
faz oscura de la normatividad neoliberal: la vigilancia cada vez n1ás densa del
espacio público, la trazabilidad cada vez tnás precisa de los rrwvimientos de
los individuos en las redes, la evaluación cada más onmipresente de los sistemas fusionados de infon11ación y publicidad y, quizás sobre todo, las formas
cada vez más insidiosas de autocontrol de los propios sujetos. Es, en suma,
olvidar la dimensión de conjunto del gobierno de los neosujetos, que mediante la diversidad de sus vectores articula la exposición obscena del goce,
el imperativo empresarial del rendimiento y la reticulación de la vigilancia
generalizada.
LA FÁBRICA DEL SUJETO NEOLIBERAL
381
desviación y el malestar, los modos de resistencia y de fuga) y todas las formas
de control y de vigilancia que se ejercen sobre ellos. Resulta pues perfectamente estéril deplorar la crisis de las instituciones que tenían una función de
contención, como la familia, la escuela, las organizaciones sindicales o políticas, o llorar la muerte de la cultura y el saber, o tarnbién el declive de la vida
denwcrática. Más vale tratar de captar el modo en que todas estas instituciones, sus valores, sus actividades, se integran hoy día y son transfom1adas en el
dispositivo del rendirniento/ goce en nombre de su «modernización» necesaria; n1ás vale examinar de cerca todas las tecnologías de control y de vigilancia de las poblaciones y los individuos, su medicalización, su fichaje, el registro de sus comportamientos, incluyendo los más precoces; más vale ver cómo
algunas disciplinas médicas y psicológicas se articulan con el discurso securitario y con el discurso económico para reforzar los instrumentos del management social. Porque nada en el dispositivo de gobierno de los neosujetos está
todavía definitivan1ente ftiado. Hay fi1erzas que empujan en diversas direc···
ciones, no faltan ciencias candidatas y sus fusiones están todavía en curso o
por venir. 108 La cuestión central que se plantea al gobierno de los individuos
sigue siendo saber cómo programarlos lo antes posible para que el imperativo
de la superación ilimitada de sí no derive hacia comportamientos demasiado
violentos y demasiado abiertamente delictivos; consiste en saber cómo mantener un «orden público» compatible con un empuje al goce, evitando los
desn1anes de la desmesura. El «management social del rendimiento» corres-ponde, precisamente, a este imperativo gubernan1ental.
Ciertatnente, desde el punto de vista de los tnarcos de referencia antiguos,
muy bien puede parecer que el sujeto ya no es «sujetado». Esto fue ya el error
de perspectiva cometido por los conservadores del siglo xrx. Éstos veían en
los «derechos del hombre» el advenimiento de la anarquía social. La nlutación de las sociedades occidentales era así interpretada como una crisis de las
autoridades tradicionales, que sólo podría ser superada mediante la reslauración de los valores del Antiguo R.égimen. Ello suponía desconocer las nuevas
forn1as de coacción que se ejercían sobre los sujetos de las sociedades industriales, ligadas al trabajo y a su división técnica y social. En pocas palabras: lo
que así se desconocía era el nuevo régimen moral y político de las sociedades
capitalistas de la época.
Un desconocinuento análogo actúa hoy día e impide comprender la relación entre las conductas de los neos1~jetos (incluidas las n1anifestaciones de
108. Tras el auge de la «sociobiología», el nacimiento de una «neuroeconornia» no debería pasar desapercibido. La fusión de la biología del cerebro con la microecononúa ofrece, sin
duda, perspectivas interesantes para el control de los comportamientos.
Conclusión
agotamiento
la democracia liberal
¿Cuáles son los grandes rasgos característicos de la razón neoliberal? Al término de este estudio, podernos destacar cuatro.
En primer lugar, en contra de lo que pensaban los economistas clásicos, el
rr1ercado se presenta, no como algo naturalrr1ente dado, sino corno una realidad constnüda gue requiere, en cuanto tal, la intervención activa del Estado; así corno la instauración de un sistema de derecho específico. En este
sentido, el discurso neoliberal no está directarnente articulado con una ontología del orden rnercantil. Porque, lejos de buscar el fundamento de su propia legitünídad en un «curso natural de las cosas», sea cual sea, asurne deliberada y abiertarnente su carácter de «proyecto constnictivista». 1
En segundo lugar, la esencia del orden de n1ercado reside, no en el intercarnbio, sino en la competencia, definida ella misma con1o relación de desigualdad entre diferentes unidades de producción o «empresas». Construir el
rnercado implica, en consecuencia, hacer valer la con1petencía corno norrna
general de las prácticas económícas. 2 A este respecto, forzoso es reconocer
L W. Brown, Les Habits netljs de la politique mondiale, op. cit., págs. 51 y 97.
2. Esta nonna no excluye en absoluto, sino que por el contrario las implica, estrategias de
«alianzas» instauradas por las empresas para reforzar sus «vent~as para la competencia». De ahí
que hoy día esté en boga en el vocabulario del management el ténnino «coopeticióm, que se
refiere a una combinación flexible de «cooperación» y «competencia». Sin embargo -al igual
que la «cooperación voluntaria» de Spencer en forma de contrato- las relaciones informales
con las que se produce un <<intercambio de saber» entre empresas en competencia no corresponde a una verdadera cooperación en el sentido de una puesta en común no transaccional.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
385
384
que la principal lección de los ordoliberales dio en el blanco: la misión impartida al Estado, que va mucho más allá del tradicional papel del «velador
nocturno», consiste en instaurar un «orden-marco>> a partir del principio
«constituyente» de la competencia, en <<supervisar el n1arco general» 3 y velar
por su respeto por parte de todos los agentes económicos.
En tercer lugar -lo que es todavía más nuevo, tanto respecto del primer
liberalismo como del liberalismo «reformador» de los años 1890-1920- el
Estado no es simplemente el guardián que vigila este marco, sino que está
sometido él mismo en su propia acción a la norma de la competencia. De
acuerdo con este ideal de una «sociedad de derecho privado», 4 no hay ninguna razón para que el Estado constituya una excepción a las reglas de derecho
que él mismo está encargado de hacer aplicar. Por el contrario, toda forma
de autoexención o de auto-sustracción por su parte sólo puede descalificarlo
en su papel de guardián inflexible de dichas reglas. De esta primacía absoluta
del derecho privado resulta un vaciamiento progresivo de todas las categorías
del derecho público que va en la dirección, no de su derogación formal, sino
de una desactivación de su validez operatoria. El Estado está obligado, en
adelante, a contemplarse a sí mismo como una empresa, tanto en su funcionarniento interno como en su relación con otros Estados. Así, el Estado, al
que le corresponde construir el mercado, tiene que construirse al mismo
tiempo a sí misn10 de acuerdo con las norrnas del mercado.
En cuarto lugar, la exigencia de una universalización de la norma de la
competencia excede ampliamente las fronteras del Estado, alcanza directamente hasta los individuos considerados en la relación que mantienen consigo mismos. La «gubemamentalidad en1presarial», que debe prevalece.r en el
plan de acción del Estado, encuentra en efecto una forma de prolongación
en el gobierno de sí del «individuo-empresa»; o bien, más exactamente, el
Estado emprendedor debe, como los actores p1ivados considerados en la
relación que mantienen consigo mismos, llevar indirecta1nente a los individuos a conducirse como emprendedores. El modo de gubernamentalidad
propio del neoliberalismo cubre, por lo tanto, «el conjunto de las técnicas de
gobierno que exceden de la estricta acción estatal y orquestan la forma en
3. Sobre el sentido de estas expresiones, véase cap. 3 para la primera y cap. 6 para la segunda.
4. Sobre esta expresión de F. Bohm, véase cap. 3; acerca de su adopción y su profimdización por parte de F. Hayek, véase cap. 5.
que los sujetos se conducen por sí mismos». 5 La e1npresa es pues prmnovida
a la categoría de rnodelo de subjetivación: cada cual es una en1presa a gestionar y un capital que hay que hacer fructificar.
Una racionalidad a-democrática
Desde la construcción del mercado hasta la competencia con1o nonna de
dicha construcción; luego, desde la con1petencia cmno norma de la actividad
de los agentes econónúcos hasta la competencia como norma de la constnlCción del Estado y de su acción; finalmente, desde la competencia cmno nor~
n1a del Estado-en1presa hasta la competencia como norma de la conducta del
sujeto-e1npresa: tales son los distintos mon1entos 1nediante los cuales se produce la extensión de la racionalidad mercantil a todas las esferas de la existencia humana, haciendo de la razón neoliberal una verdadera razón-n1undo.
Que nadie se equivoque: no se trata aquí, en absoluto, de volver al tema
habennasiano de una «colonización del n1undo vivido», aunque sólo sea por
el hecho de que nunca ha existido nada parecido a un «n1undo de la vida>>
(Lebenswelt) que no esté ya incluido de entrada en discursos o investido por
dispositivos de poder. Se trata de mostrar hasta qué punto esta extensión,
borrando la separación entre esfera privada y esfera pública, erosiona hasta los
funda1nentos de la propia democracia liberal. En efecto, esta últiina presuponía cierta imposibilidad de reducir lo político y lo n1oral a lo económico,
algo de lo que se encuentra un eco directo en la obra de A. S1nith y A. Ferguson.6 Presuponía, además, cierta primacía de la ley con1o acto del poder
5. W. Brown, Les Habits netifs de la politíque mondiale, op. cit., pág. 56.
6. La finalidad del sistema completo de fuosofia moral que se proponía edificar Adam
Smith parece haber sido responder a esta pregunta: ¿cómo pueden combinarse la benevolencia, la justicia y el interés? Sin duda, no lo consiguió por completo y d<:;jó a sus intérpretes el
dificil problema de la compatibilidad entre orden moral y orden económico. La solución
del «problema Adam Smith» no está, por lo tanto, en la facilidad de una separación completa de estos dominios. Smith, lector de los moralistas del siglo anterior y de los filósofos de
su siglo, compartía la idea de que el deseo más imperioso en una sociedad que ha alcanzado su último estadio, el estadio del comercio, no es el de los bienes de primera necesidad,
sino el de la distinción y el prestigio que atraen el respeto, el reconocimiento y la aprobación
del prójimo. Es el deseo de la simpatía lo que más importa. En cuanto a A. Ferguson, tiene
las mismas reservas respecto de la cuestión del provecho. Aunque considera que en materia
de comercio «el interés particular es una guía más segura que todas las especulaciones del
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL AG01 AMIENTO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL
387
386
legislativo y, en esta misma medida, cierta fomu de subordinación del poder
ejecutivo allegislativo. 7 Implicaba igualn1ente, si no un predonlinio del derecho público sobre el derecho privado, sí al rnenos una conciencia de la
necesidad de delinlitar sus esferas respectivas. Estaba anin1ada, conelativamente, por cierta relación del ciudadano con el <<bien cornún» o el «bien
público». Presuponía, por eso mismo, una valorización de la participación
directa del ciudadano en los asuntos públicos, muy particulannente en los
momentos en que la existencia misrna de la cornunidad política está en juego.
La racionalidad neoliberal, aun acon10dándose perfectarnente a la supervivencia de estas distinciones en el plano ideológico, efectúa una desactivación sin precedentes de su carácter normativo. Dilución del derecho público
en favor del derecho privado, conformación de la acción pública a los criterios ele la rentabilidad y de la productividad, devaluación simbólica ele la ley
corno acto propio del poder legislativo, refuerzo del poder ejecutivo, valorización del procedinüento, tendencia ele los poderes ele policía a liberarse de
todo control judicial, promoción del «ciudadano-consumidor» encargado
de arbitrar entre «ofertas políticas» que compiten entre sí, son todas ellas tendencias que dernuestran suficientemente el agotamiento de la dernocracia
liberal como norma política.
Uno de los principales síntomas de esta desactivación es la importancia
que ha adquirido el terna ele la buena «gobernanza» en el discurso de la gestión. Así, toda la reflexión sobre la adrrünistración resulta tecnificada, en
detrin1ento de las consideraciones políticas y sociales que perrnitirían poner
de manifiesto, al rnis1no tiempo, el contexto de la acción pública y la pluralidad de las opciones posibles. 8 Esto afecta profundarnente tanto a la concepción de los bienes públicos corr1o a los principios de su distribución. La
igualdad de tratarniento y la universalidad de los beneficios son cuestionadas,
tanto por la individualización de las prestaciones y la selección de los beneficiarios en calidad de «público-diana», como por la concepción consmnista
gobierno», afirmará igualmente que «el deseo de ganancias es la gran fuente de las injusticias»
(A. Ferguson, Essai sur l'histoire de la société civile, traducción C. Gautier, PUF, «Léviathan»,
1992, pág. 241 y pág. 251). Será Benjam.in Franklin quien, tras la inversión esbozada por
Hobbes, establecerá para su uso personal una lista de virtudes, entre las cuales incluirá la voluntad de adquirir, en contra de toda la tradición surgida de la Antigüedad griega.
7. Como hemos podido vetificar en Locke (véase nota 87 de la pág. 131 y el cap. 5).
8. Véase P. Le Gales, «Gouvernance», en L. Boussaguet, S. Jacquot y P. Ravinet (dir.),
Dictionnaire des politíques publiques, op. cit., pág. 244.
del servicio públíco. Las categorías del rnanagement tienden en este sentido a
ocupar el lugar de los principios sirr1bólicos comunes que hasta ahora eran el
fundamento de la ciudadanía. 9 La única cuestión autorizada en el debate
público es la de la capacidad de llevar a cabo «reforn1as>>, cuyo sentido no se
explicita y sin que se sepa muy bien qué resultados se busca obtener rnediante esta acción sobre la sociedad.
Más allá del modo de gestión y sus útiles técnicos, lo que queda subvertido es la relación entre gobernantes y gobernados. En efecto, es la nusma
ciudadanía, tal con1o se había construido en los países occidentales desde el
siglo XVIII, la que es puesta en cuestión hasta sus raíces. Esto se ve particularmente en el cuestionarniento efectivo de derechos que hasta ahora estaban
ligados a la ciudadanía, empezando por los derechos a la protección social,
que fueron históricamente establecidos como consecuencias lógicas de la
den1ocracia política. «No hay derechos sin contrapartidas», se dice para obligar a los parados a aceptar un empleo degradado, para hacer que los enfermos
paguen o que lo hagan los estudiantes -a carnbio de un servicio cuyos beneficios se consideran estrictamente individuales- o para condicionar las
subvenciones familiares a las forn1as deseables de la educación parental. El
acceso a cierto núrr1ero de bienes y servicios ya no se considera vinculado a
los derechos derivados de la condición de ciudadano, sino corno resultado de
una transacción entre una prestación y un comportamiento esperado o con
un costo directo para el usuario. La figura del «ciudadano», investido ele una
responsabilídad inrnediatarnente colectiva, se borra poco a poco de la escena
para dejar paso al hornbre err1presarial. Éste no es únicamente el «consunudor
soberano» de la retórica neoliberal, es el sujeto a quien la sociedad no le debe
nada, que «no obtiene nada sin nada a carnbio» y que debe «trabajar más para
ganar rnás», por retornar algunos de los clichés del nuevo rnodo de gobierno.
La referencia de la acción pública ya no es el sujeto de los derechos, sino un
actor auto-en1prendedor que finna con otros actores similares los contratos
privados 1nás variados. Los n1odos de transacción negociados caso por caso
para <<resolver problemas» tienden así a reernplazar a las reglas del derecho
público y a los procedünientos de decisión política legitimados por el sufragio universal. Lejos de ser «neutra», esta reforma ernpresarial de la acción
pública atenta directamente contra la lógica democrática de la ciudadanía social: al
9. Marc Hufty (dir.), La Pensée comptable, op. cit., pág. 19.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
388
reforzar las desigualdades sociales en la distribución de las prestaciones y el
acceso a los recursos en n1ateria de empleo, de salud y de educación, 10 refuerza igualmente las lógicas sociales de exclusión que fabrican un número creciente de «subciudadanos» y de «no ciudadanos>>.
De todos modos, no se trata de ver tan solo en la racionalidad neoliberal
el cuestionamiento de la «tercera fase» de la democratización, la que asistió al
surgirrliento de una «ciudadanía social» en el siglo x:x, que venía a completar
la «ciudadanía civil» del siglo XVIII y la «ciudadanía política» del siglo xrx. 11 El
weffarismo no fue únicamente una pura gestión biopolítica de las poblaciones,
no sólo tuvo como efecto el consumo de masas en la regulación fordista de
la postguerra: su razón era, como bien dijo Robert Castel, la integración de
los asalariados en el espacio político mediante el establecirrliento de las condiciones concretas de la ciudadanía. 12 La erosión progresiva de los derechos
sociales del ciudadano no afecta pues únicamente a la ciudadanía llamada
«social», abre la vía a un cuestionarrliento general de los fundamentos de la
ciudadanía en cuanto tal, ya que la historia ha hecho que aquellos derechos y
estos fundamentos sean solidarios entre sí. Todo ello desemboca en una nueva fase de la historia de las sociedades occidentales. 13
A este respecto, resulta in1presionante constatar hasta qué punto el cuestionarrliento de los derechos sociales está estrecharr1ente ligado al cuestionarrliento práctico de los fundamentos culturales y prácticos, no solamente
políticos, de las democracias liberales. El cinismo, la mentira, el engaño, el
desprecio de la cultura, el relajanliento en el lenguaje y los gestos, la ignorancia, la arrogancia del dinero y la brutalidad de la dorrlinación son títulos para
gobernar en non1bre de la sola «eficacia». Cuando el rendirrliento es el único
criterio de una política, ¿qué irnporta el respeto de las conciencias, de la li-
10. Véase Sharon Gewirtz, The Manageríal School. Post-Welfarism and Socíal]ustice in Education, Routledge, Londres, 2002. Todas las investigaciones sobre el efecto de la «escuela
gerencial» (manageria0, llevadas a cabo en los países más avanzados en esta vía, muestra el
incremento de las desigualdades escolares, así como la marginalización de la fracción más
pobre de la población en establecimientos que fimcionan como ghettos.
ll. Este esquema histórico fue presentado por el sociólogo T. H. Marshall en 1949 en
una conferencia titulada «Citizenship and social class», citada par A. O. Hirsshman, Deux
siecles de rhétoríque réactionnaire, op. cit., pág. 14 y ss.
12. R. Castel, Les lvlétamotphoses de la question socíale, Fayard, París, 1995 [reed. Gallimard,
«Folio», 1999].
13. Fase que Colín Crouch ha propuesto llamar «postdemocracia». Véase C. Crouch,
Post-Democracy, Polity Press, Cambridge, 2004.
389
bertad de pensanuento y de expresión, qué importa el respeto de las formas
legales y los procedirrlientos democráticos? La nueva racionalidad promueve
sus propios criterios de validación, que ya no tienen nada que ver con los
principios morales y jurídicos de la democracia liberal. La racionalidad estrictamente empresarial sólo contempla las leyes y las normas como puros instrumentos cuyo valor, nmy relativo, depende únicamente de la realización
de los objetivos. En este sentido, no nos enfrentamos a un simple «desencanto democrático» pasajero, sino a una mutación mucho más radical cuya gran
an1plitud se pone de manifiesto en la des1mbolización que afecta a la política.
En este sentido, el uso por parte de W. Brown del neologismo «des-democratización» tiene todo su fundamento: la neutralización práctica de las
categorías fundadoras de la democracia liberal, tal como se manifiesta en
particular a través de la suspensión de la ley y la transfonnación del Estado de
14
excepción en Estado permanente, tan bien analizadas por Giorgio Agamben,
no equivale en absoluto, ni siquiera preludia la instauración de un nuevo
régimen político. 15 Pone de manifiesto, más bien, una tendencia pronunciada de la nueva lógica normativa a borrar las diferencias entre regímenes políticos, hasta el punto de relegarlos a una relativa indiferenciación, la cual amenaza in .fine hasta la pertinencia de la noción de «régirr1en político» heredada
de toda la tradición clásica.
De cualquier rr10do, no hay que perder de vista que esta indiferenciación,
lejos de deberse a un simple «accidente durante el carrlino», está inscrita desde el inicio en el proyecto intelectual y político del neoliberalismo. La oposición «de1nocracia versus totalitarismo», conternporánea de la guerra fría,
cuya formulación más lograda dio R.aymond Aron, 16 enrnascaró otra oposición igualmente importante entre dos formas de democracia. En efecto, para
F. Hayek, la única oposición pertinente es la que establece entre elliberalis14. G. Agamben, État d'exceptíon. Hamo sacer, Senil, París, 2003.
15. Contrariamente a lo que piensa Jean-Claude Paye, quien sostiene que la suspensión
del derecho signiftca la constitución de una <<dictadura soberana» en el sentido ?e C. Schrnitt,
o sea, una dictadura fundadora de un nuevo orden de derecho (La Fin de l'Etat de droit. La
lutte antiterroríste, de l'état d'exceptíon a la díctature, La Dispute, París, 2004, pág. 197 y ss.).
W. Brown habla más prudentemente de una «nueva configuración política» o de una «forma
política y social para la que todavía no tenemos nombre» (Les Habíts neufs de la politique mondíale, op. cit., pág. 69-70).
16. R. Aron, Démocratie et Totalítarisme, Gallimard, «Folio», París, 1987. Recordemos que,
de acuerdo con esta oposición, la democracia se basa en el pluralismo político, mientras que el
totalitarismo remite al monopolio del partido único.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
390
n1o y el totalitarismo, no entre den1ocracia y totalitarismo. Fundar esta nueva oposición exigía, de entrada, reducir la dernocracia a un procedimiento de
selección de los dirigentes que debe ser juzgado, ante todo, en función de su
resultado práctico, no de los valores que supuestamente la fl.Indan. 17 Mientras
que la democracia sólo concierne al rnodo de elegir los dirigentes (mediante
el voto), el liberalismo se define esencialmente por la exigencia de una limitación del poder (también el de la mayoría). En consecuencia, aunque los
dirigentes sean elegidos por la mayoría, basta con que el poder ejercido por
dicha mayoría sea ilirnitado para que eso se considere una «dernocracia totalitaria». Inversamente, el liberalisrno puede ser dernocrático o autoritario,
según el modo de designación de los dirigentes. Ello no irnpide que elliberalisrno, ya sea dernocrático o autoritario, sea siernpre preferible a la «tiranía
de la mayoría». 18
Lo que aquí está en cuestión es la identificación de la democracia con la
soberanía del pueblo. Para F. Hayek, es ésta una confi1sión típicamente
«constructivista» entre el origen. de la elección de los representantes y el campo
legítirno de ejercicio del poder: la doctrina de la soberanía del pueblo no
puede sino conducir, en realidad, a reconocer al gobierno un derecho ilirnitado a intervenir en los asuntos de la colectividad en fi1nción de las mayorías
electorales. N o es pues sorprendente que la atribución directa de la libertad
a un pueblo, tan esencial para la especificidad del concepto de libertad política, le parezca a Hayek en sí rnisma sospechosa. Decir de un pueblo que es
libre, finalmente, constituye una «transposición del concepto de libertad individual a gn1pos de hornbres considerados como un todo». Pero, de acuerdo con otra observación de F. Hayek, «un pueblo libre en este sentido no es
necesariamente un pueblo de hornbres libres>>: 19 un individuo puede estar
oprirnido en un sisten1a dernocrático, al igual que puede ser libre en un sisterna dictatorial. El valor suprerno es, pues, la libertad individual, entendida
como la facultad otorgada a los individuos de crearse por sí nusmos un donunio protegido (su «propiedad» 20), no la libertad política COlilO participaciÓn directa de los hombres en la elección de sus dirigentes. Lo esencial aquí
17. F. Hayek, La Constitution de la liberté, op. cit., pág. 104.
18. Con esto se aclara una vez más la actitud de F. Hayek y de M. Friedman respecto de
la dictadura de Pinochet (véase supra, cap. 5).
19. F. Hayek, La Constítutiotl de la liberté, op. cit., pág. 13.
20. F. Hayek, Droit, législation et liberté, PUF, París, vol. III, pág. 181.
EL AGOTAMIENTO DE LA DEMOCRACIA
391
es que la reducción de la dernocracia a un nwdo técnico de designación de
los gobernantes perrnite no seguir viéndola conro un régimen político distinto de los dernás. En este sentido, se abre la vía a la relativización de los re{!Ío
menes políticos. Si se sostiene, inversamente, que la democracia descansa en
la soberanía del pueblo, se pone de nranifiesto que corno doctrina el neoliberalisnw es, no accidentaln1ente sino esencialmente, un an.tidemocratismo. Es
esto en particular lo que lo separa ineludiblemente del liberalismo de un
Bentharn, favorable, cmno se sabe, a la democracia radical. 21
Un dispositivo de naturaleza estratégica
El hecho esencial es que el neoliberalismo se ha convertido hoy día en la
racionalidad domin.an.te, que no deja subsistir de la denwcracia liberal nlás que
una envoltura vacía, condenada a sobrevivir bajo la forma degradada de una
retórica unas veces <<conmemorativa», otras «marcial». Esta racionalidad ha
tomado cuerpo en un conjunto de dispositivos tanto discursivos corno institucionales, políticos, jurídicos, económicos, que constituyen una red compleja y n1ovediza, susceptible de ajustes en fimción del surgimiento de efectos no deseados, a veces contradictorios con lo que se buscaba inicialmente.
En este sentido se puede hablar de un dispositivo global que es, como todo
dispositivo, de naturaleza esencialrnente «estratégica», por reton1ar de
M. Foucault uno de sus térrninos predilectos. 22 Esto significa que el dispositivo en cuestión se ha constituido a partir de una intervención concertada en
relaciones de fuerza dadas, con el fin de n1odificarlas en cierta dirección en
función de un «objetivo estratégico». 23 Tal objetivo no emana de una tranrpa
urdida por un sujeto colectivo experto en manipulaciones, se ha impuesto a
los propios actores, e in1poniéndose a ellos es conw ha producido su propio
sujeto. Como se ha visto más arriba, 24 esto es exactarnente lo que ocurrió en
los años 1970-1980 con la puesta en marcha de un proyecto político a partir
21. Véase supra, cap. 1.
22. Sobre el concepto ampliado de «dispositivo)>, como red de elementos heterogéneos
que son de orden tanto discursivo como «social no discursivo>), véase M. Foucault, Dits et
Ecrits JI, op. cit., pág. 299-301.
23. Ibid.
24. Véase cap. 6.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
392
de una dinánlica endógena de regulación, articulación de dos lógicas cuyo
efecto fue in1poner el objetivo estratégico de la competencia generalizada.
Pero no hubo un proyecto consciente de pasar de un modelo fordista de
regulación a otro rnodelo, concebido previamente antes de ser inlplementado de un modo planificado en una segunda fase.
El carácter estratégico del dispositivo, con1o se ve, exige tener en cuenta
las situaciones históricas que penniten su despliegue y explican la serie de
reajustes que lo modifican en el tiempo, así con1o la variedad de formas que
adopta en el espacio. Sólo con esta condición se puede comprender el «viraje» impuesto a los dirigentes de los países capitalistas dominantes por la amplitud de la crisis financiera. Con10 hemos visto, ésta abre una crisis de la gubernamentalidad neoliberal. A lo que nos enfrentamos, más allá de la primera
«reparación» de urgencia (instauración de nuevas fonnas de contabilidad,
control a mínima de los paraísos fiscales, reforma de las agencias de calificación, etcétera) es muy probablemente a un ajuste de co¡~junto del dispositivo
Estado/mercado. Que ciertos economistas se pregunten por la posibilidad de
un nuevo «régimen de acumulación de capital» que sustituya al régimen financiero basado en el endeudanuento tnáxilno de los hogares, resulta muy
normal. Que haya quien se arriesgue a deducir que dicho nuevo régimen de
crecinuento, que operaría con mecanismos distintos de la inflación de los
activos inn1obiliarios y financieros, coincidirá espontánea1nente con un cuestionan1Íento directo de la racionalidad neoliberal, es por el contrario muy
imprudente. Pero que se pronostique el advenimiento cercano de un «buen
capitalismo>> con nonnas de funcionamiento saneadas, anclado de fonna duradera en la «econmnía real», respetuoso del entorno, atento a las necesidades
de la poblaciones, y, por qué no, preocupado por el bien común de la humanidad, he aquí algo que con toda seguridad, si no es un cuento edificante, por
lo n1enos es una ilusión tan nociva como la utopía de un n1ercado autorregulador. Con n1ayor seguridad, entramos en una nuevafase del neoliberalismo.
Es posible incluso que esta nueva fase se acmnpañe, en el plano ideológico, de una forma de «retorno a las fuentes». Después de todo, la llamada a una
«refundación del capitalismo regulado», ¿acaso no suena parecido a lo que
decían los refundadores de los años 1930, cuando oponían el buen «código
de circulación» de las reglas de derecho a la ciega «ley natural» de los vi~jos
partidarios del laissezfaíre? ¿Quizás asistan1os -nunca se sabe- n1ediante
uno de esos movimientos pendulares cuyo secreto está en la ideología, a un
EL AGOTAMIENTO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL
393
retorno triunfal de la variante específicamente ordoliberal? No está excluido,
ya que esta coniente quedó por n1ucho tie1npo relegada a un lugar subordinado por otra corriente que cmnpetía con ella, la austro-nortean1ericana
-cuando no fi.1e pura y silnplemente ignorada. 25
Con1parar el dispositivo neoliberal con la Gestell del últüno Heidegger, o
con la oíkonomía de la teología cristiana del siglo II de nuestra era, como nos
invita a hacer G. Agamben en ¿Qué es un disposítívo?, 26 sería desconocer su
carácter estratégico. Hablar, con1o él lo hace, de una «genealogía teológica»
de los «dispositivos» de Foucault, supone ignorar que, aunque los dispositivos
no tengan, efectivan1ente, «ningún fundan1ento en el ser>> y aunque en consecuencia estén condenados a «producir su st~jeto», ello no implica que repitan la «cesura que separa en Dios ser y acción, ontología y praxis»: 27 a diferencia del gobierno de los hornbres por Dios, que renlite al problema
teológico de la Encarnación, los dispositivos se constituyen a partir de condiciones históticas sien1pre singulares y contingentes, por lo que tienen exclusivamente un carácter <<estratégico>>, no «destina!>> o «epoca!». En este punto,
conviene recordar la observación de M. Foucault sobre la especificidad de la
nueva problen1atización del gobierno, tal con1o surge entre 1580 y 1660: si
entonces la acción de gobernar da lugar a una tematización, es porque ya no
puede encontrar el n1odelo «ni del lado de Dios, ni del lado de la naturaleza». 28
Dicho de otra n1anera: lejos de que la«herencia teológica>> del gobierno de los
hon1bres y del n1tmdo por Dios explique que el gobierno de los hon1bres por
25. Esta ignorancia, que puede llegar hasta la denegación pura y simple (el ordoliberalismo no es neoliberalismo), es ciertamente una de las razones de la reducción del neoliberalismo a la ideología del libre mercado; la otra es la inversión de la relación de causalidad entre
globalización financiera y razón neoliberal, que hemos mencionado más arriba (véase supra,
cap. 8). Así se ha establecido una doble identificación: el neoliberalismo no es nada más que
el mercado autorregulador arrastrado por las finanzas. De ahí la conclusión precipitada de
que la crisis financiera anuncia el deceso del neoliberalismo.
26. G. Agamben, Qu'est-ce qu'un dispositif ?, Rivages, París, 2007, págs. 22-28. El término Gestell significa propiamente la disposición que obliga al hombre a develar lo real «bajo el
modo de un mandato>>, lo que define para Heidegger la esencia de la técnica moderna. En
cuanto a la oiko110mía de los teólogos, permite pensar el gobierno de los hombres en tanto que
confiado por Dios a su H~jo. Es significativo que G. Agamben dé al concepto de «dispositivo»
una extensión difícilmente compatible con el cuidado foucaultiano de la singularidad histótica (ibíd., pág. 31).
27. !bid., pág. 25. Esta idea la retoma y la profundiza en Le Regnc et la,gloíre, Homo sacer,
JI, 2, Seuil, París, 2008, cap . .3, «Étre et agir», págs. 93-109.
28. M. Foucault, Sécuríté, territoire, population, op. cit., pág. 242.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL AGOTAMIENTO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL
394
los hon1bres se convierta en un problenu, la crisis que sufre el modelo del
«gobierno pastoral» del rnundo por Dios libera la reflexión sobre el arte de
gobernar a los hombres. Lo que es válido acerca de la ernergencia del problema general del gobierno, es válido tan1bién acerca de la constitución de la
forma específicamente neoliberal de la gubernamentaliclad. Esta última no es,
ni la continuación necesaria del régimen de acumulación del capital, ni un
avatar de la lógica general de la Encarnación, ni un misterioso <<mensaje del
Ser», ni tampoco una simple doctrina intelectual o una forn1a efÍinera de
«falsa conciencia>>.
En todo caso, la racionalidad neoliberal es capaz de articularse con ideologías ajenas a la pura lógica n1ercantil, sin dejar de ser por ello la racionalidad
dominante. Como muy bien dice W. Brown, «el neoliberalismo puede irnponerse como gubernamentalidad sin constituir la ideología dom.inante». 29
N o hay duda de que esto no puede darse sin tensiones o contradicciones. El
ejen1plo norteamericano es, desde este punto de vista, rico en enseñanzas.
El neoconservadurismo se impuso como la ideología de referencia de la nueva derecha, a pesar de que «el talante altarnente rnoralizador>> de esta ideología parece incompatible con el carácter <<an10ral» de la racionalidad neoliberaP0 Un análisis superficial podría hacer pensar que se trata de un «doble
juego». En realidad, existe entre neoliberalisrno y neoconservatisn1o una
concordancia que no es en absoluto fortuita: si la racionalidad neoliberal
eleva, en efecto, la empresa al rango ele rnodelo de subjetivación, ello es sólo
en tanto que la jimna-empresa es la <iforma celular» de moralización del individuo
trabajador, del rnismo modo que la fanúlia es la «fonna celular» de la rnoralización del nü1oY De ahí el elogio incesante del individuo calculador y res29. El autor añade inmediatamente: «la primera vía rernite al ejercicio del poder y la segunda a un orden de creencias populares que puede o no ser perfectamente conforme a la
primera, y que también puede, de hecho, ofi·ecer un lugar de resistencia a la gubemamentalidad>> (W. Brown, Les Habíts ne¡ifs de la politíque mondiale, op. cit., pág. 67).
30. Ibíd., pág. 86, nota 6. Adviértase que el autor habla en esta misma nota delneoconservadurismo como de una «ideología»: «Neoliberalismo y neoconservadurismo difieren
sensiblemente, en particular porque el primero funciona como una racionalidad política,
mientras que el segundo es una ideología>>. En el prefacio de la edición francesa de este segundo ensayo, <<La pesadilla norteamericana>>, habla del neoliberalismo y delneoconservadurismo como de «dos racionalidades políticas». Por nuestra parte, consideramos que no hay
simetr1a posible entre la racionalidad neoliberal y la ideología ncoconservadora.
31. La empresa constituye el «basamento ético-político» del neoliberalismo. De hecho,
ya desde los orígenes del neoliberalismo, con W. Ropke, la forma-empresa es pensada como
forma de «moralización-responsabilización» del individuo (véase cap. 3).
395
ponsable, lo más a menudo a través de la figura del padre de f~múlia trabajador, ahorrador y previsor, que acmnpaüa al desrnantelarniento de los sistemas
de jubilación, educación pública y salud. Mucho más que una «zona de contacto», la articulación de la empresa con la familia constituye el punto de
convergencia o de recubrin1iento entre nmmatividad neoliberal y moralismo
neoconservador. Por eso siempre es peligroso criticar el conservaduristno
moral y cultural en non1bre del «liberalisn1o>> supuesto de sus partidarios en
el dorninio de la política económica: porque, tratando de revelar su <<incoherencia», lo que se pone de nunifiesto es la incon1prensión de la diferencia
que separa al neoliberalisn1o del laissez-faire y, además, se corre el riesgo de
tener que asunúr uno mismo una especie de laíssez-jáire integral y sisten1ático
para salvar la coherencia de la crítica que acaba de plantear.
Pero la concordancia entre neoconservadurismo y neoliberalisn1o no impide en absoluto que una arnalgarna ideológica, con una con1binación de
ingredientes de procedencias diversas, pueda tomar el relevo de una corriente de ideas hoy día n1uy anérnica. La izquierda de inspiración blairista ya
rnostró en el pasado que la celebración lírica de la modernidad en todos sus
aspectos, incluyendo el de la liberalización de las costumbres, podía perfectarnente articularse con la racionalidad neolíberal. No se excluye que en otro
plano, el de la política económica, algunos elementos de la política keynesiana puedan servir para reforzar la práctica del gobien1o empresarial: relanzanúento presupuestario ten1poral, suspensión provisional de los criterios de
estabilidad nwnetaria, rnedidas que apunten a controlar la especulación de los
mercados, etcétera, elen1entos todos ellos que no implican alterar la repartición fundan1ental de los beneficios entre capital y trabajo mediante la reactivación de un comprorniso salarial cmnparable al de después de la guerra. Por
sí núsmo, este recurso puramente circunstancial y pragmático no es capaz de
mermar la lógica normativa del neoliberalismo, ya que ésta sólo se puede
deshacer rnediante acciones de gran amplitud.
Inventar otra gubernamentalidad
La nueva racionalidad plantea a la izquierda un temible desafio: sin poder
confon11arse con una crítica grosera de la «mercantilización generalizada»,
tiene que inventar una respuesta política «a la altura» de lo que el régin1en
396
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
EL AGOTAMIENTO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL
397
normativo dominante tiene de inédito. En la medida en que éste irnplica el
menoscabo irreversible de la den1ocracia liberal, la izquierda no puede conformarse con defenderla, cmno a n1.enudo tiene tendencia a hacer. No es que
deba renunciar a defender las libertades públicas, pero debe cuidar de no
hacerlo en non1.bre de esta dernocracia, por ejemplo oponiendo «autoritarisIno neoliberal» y «democracia liberal». Citemos otra vez a W. Brown:
Defender la democracia liberal en términos liberales, es no sólo sacrificar una
visión de izquierda; es también, con este sacrificio, desacreditar a la izquierda
reduciéndola tácitamente a no ser nada más que una o~jeción pemunente al
régimen actual: el partido de las reclamaciones, en vez de un partido dotado de
una visión política, social y económica altemativa. 32
Por esta misma razón, no se puede volver a la crítica marxista de la «democracia formal», ya que ello supondría ignorar que el agotamiento de la democracia liberal priva a esta crítica de todo fundamento: la gubernamentalidad
neoliberal no es, precisamente, democrática en la forma y antidemocrática en
los hechos; ya no es democrática en absoluto, ni siquiera en el sentido formal,
aun sin identificarse con un ejercicio dictatorial o autoritario del poder. Es
a-democrática. La escisión entre el «ciudadano» y el <<burgués» ya pasó; y, con
ella la llamada a la reunificación del hombre consigo mismo. Por esta nlisma
razón, la izquierda no puede proponerse «dar nuevo aliento a sisten1as que
envejecen», tratando de sostener la democracia representativa desfalleciente
con los pilares cojos de la «democracia participativa». 33 Tampoco puede cam.par en la línea de repliegue que consiste en oponer «liberalismo político» y
«liberalisrno económico»: semejante oposición supondría ignorar que las bases delliberalisn1o «puramente político» están minadas por un neoliberalisn1.o
que lo es todo menos «puramente económico». En una perspectiva más amplia, es todo el espacio ocupado por lo que se convenía en llamar la «socialdemocracia» el que se encuentra directa y radicalmente cuestionado, ya que
esta denorninación sólo tenía sentido como la posibilidad de prolongar la
democracia política mediante el reconocimiento de los derechos sociales que
definían una ciudadanía social, complementando y reforzando la ciudadanía
política clásica.
32. W. Brown, Les Habits netifs de la politique mondiale, op. cit., pág. 78.
33. ,Como lo sugiere Lo1c Blondiaux en Le Nouvel Esprit de la démocratíe, Seuil, París,
2008, pag. 100.
En este sentido, hay que decir hasta qué punto cierto léxico contribuye a
un verdadero efecto de inte1ferencia. No hay ni puede haber «socio-liberalisn1.o>), simplemente porque el neoliberalisn1.o, al ser una racionalidad global
que impregna de entrada todas las din1ensiones de la existencia hun1ana, impide cualquier posibilidad de una prolongación de sí mismo al plano social.
Es, pues, engañosa la analogía que da a pensar que el «social-liberalismo» es
hoy día al neoliberalisrr10 lo que la «socialdemocracia» fue antaño a la democracia política. Por el contrario, lo que sí existe es un neoliberalismo de izquierda que ya no tiene nada que ver ni con la socialdemocracia, ni con la democracia política liberaP 4 En realidad, lo que disimula n1al el prefijo «social» es
la ecuación mediante la cual el liberalismo es abusivamente identificado con
ellaissezjaire económico. Lo mis1no puede decirse de la etiqueta «ultraliberalisnlo», otorgada por gran parte de la izquierda con una generosidad proporcional a su propia tentación vergonzante de aproximarse a la ortodoxia
neoliberal que reina por todas partes. 35 También en este caso hay que recordar que el neoliberalisn1o no se confunde con el todo-mercado, por lo que
no tiene ningún sentido calificarlo como <<ultraliberalismo», con el fin de dar
a entender que habría un liberalismo «respetable» que no renunciaría, por su
parte, a los instrmnentos de la intervención estatal.
Nunca insistiremos lo suficiente: F. Hayek no es un «ultraliberal», es un
«neoliberal» partidario de un Estado fuerte, al igual que muchos otros neoliberales.36 En cuanto a la reclanución libe1taria de una abolición del Estado,
o su reducción a un Estado mínimo, no es un «ultraliberalismo», sino otro
liberalis1no cuya relación con el neoliberalis1no no puede reducirse a una
simple diferencia de grado.
34. Véase cap. 6.
35. Como observan con toda la razón Gérard Desportes y Laurent Mauduit en L'Adieu au
socialisme, Grasset, París, 2002, pág. 290. La postura adoptada por Michel Rocard frente a la
crisis financiera es a este respecto muy reveladora: «La ctisis actual no pone en cuestión el liberalismo. Pero sí marca el fin del neoliberalismo, esa escuela de pensamiento criminal fundada
por Milton Friedmam (Entrevista publicada en Le Monde, 2-3 de noviembre 2008). La <<criminalización» de la Escuela Económica de Chicago presenta aquí una doble ventaja: permite, en
primer lugar, hacer como si no hubiera nada entre A. Smith y M. Friedman, ¡así se reduce el
neoliberalismo a su versión friedmaniana! En segundo lugar, tiene la función de cubrir a la
derecha francesa, considerada «todavía muy gaullista» (sic), cosa que indirectamente dice mucho
de las razones profimdas de la impotencia de la izquierda francesa con respecto a esta derecha.
36. Véase cap. 5. Serge Audier no evita en absoluto esta simplificación y hace de F. Hayek el autor de una «nueva utopía ultraliberal», para oponerla m~jor al liberalismo «anticapitalista>> de W. Ropke, en Le Colloque Walter Lippmann, op. cit., pág. 234.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
398
La única pregunta que en realidad vale la pena plantear es si la izquierda
puede oponer una gubernamentalidad alternativa a la gubernarnentalidad
neoliberal. Al final de su clase del 31 de enero de 1979 sobre el Nacimiento de
la bíopolítíca, M. Foucault se pregunta si alguna vez ha existido algo así cmno
una «gubernarnentalidad socialista autónoma». Su respuesta es inequívoca: tal
gubernarnentalidad siernpre ha brillado por su ausencia. Lo que la experiencia histórica pone de manifiesto es que el socialismo siernpre se ha «acoplado»
a otras gubernarnentalidades. Así, ha podido ser acoplado a una gubernatnentalidad <<liberal» o a una gubernarnentalidad «administrativa». De ahí la pregunta: ¿qué podría ser una gubernarnentalidad intrínsecarnente socialista? Lo
que destaca M. Foucault es que si se busca en el interior del socialisn10 y de
sus textos, tal gubernan1entalidad es inhallable. Y, puesto que no se la puede
.
1a». 17
encontrar, «hay que mventar
Para cornprender la necesidad de esta invención, hay que consentir en
volver brevemente a considerar la idea misrna de «gobierno». Según
M. Foucault, gobernar consiste propian1ente en «disponer las cosas>>, dando
por entendido que <<cosas» significa, no las cosas en oposición a los hornbres,
38
sino todas las «intrincaciones de los hombres y las cosas». La idea de una
gubernatnentalidad anuda, pues, de algún tnodo, la idea del gobierno de los
hornbres con la idea de la adrninistración de las cosas, rnientras que el paradigma de la soberanía hace prevalecer la relación directa del soberano con
esos h o m b res que son sus su'bd'1tos. ·19
La correlación entre un gobierno de los hmnbres atento a no oponerse a
la naturaleza de las cosas y una administración de las cosas contando con la
libertad de los hon1bres es lo que dará a la reflexión sobre el arte de gobernar
un impulso decisivo, pernutiéndole librarse del antiguo rnarco jurídico de la
soberanía. Porque, en el interior de este rnarco, la prirnacía otorgada a la ley
no hace n1ás que reflejar la relación directa de la voluntad del soberano con
la voluntad de los súbditos, siernpre sospechosa de querer desobedecer Y
siernpre reconducida a su deber de obediencia. Así, todas las tentativas que se
han llevado a cabo de refúndar la teoría de la soberanía sobre nuevas bases
se han consagrado a prorrogar esa rnisrna prin1acía, incluso acentuándola
EL AGOTAMIENTO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL
399
Esto vale, rnuy particularrnente, para la tentativa de J.-J. Rousseau: tratando de dar un lugar tanto a la achninistración de las cosas con1o al gobierno
de los hombres, se empeña en subsmnirlos bajo el principio de la soberanía.
De este modo, en el artículo «Econonúa política» de la Enciclopedia, distingue
la <<econonúa pública», o «gobierno», de la «autoridad suprema», o «soberanía». El gobierno, del que depende tanto el gobierno de las personas como la
administración de los bienes, debe estar estricta1nente subordinado al soberano, el único en posesión del poder de hacer las leyes. De ahí el problerna
que, según él, es a la política lo que la «cuadratura del círculo» es a la geornetría: «poner la ley por encirna del hornbre». 40 Sólo hay un rnodo de conseguirlo, que es «sustituir al hornbre por la ley>>. 41 El ideal sería, por lo tanto,
que las leyes políticas adquirieran la rnisrna inflexibilidad y la n1isma inrnutabilidad que las leyes de la naturaleza, de tal 1nanera que a los hombres les
resultara imposible desobedecerlas. Entonces, la dependencia respecto de las
leyes se identificaría pura y simplen1ente con la dependencia respecto de
las cosas. 42 El principio de la soberanía de la ley, llevado hasta lo absoluto por
una especie de salto allín1ite, tiende así a volver el gobierno de los hombres
completamente supe¡fiuo: si gobernar consiste aquí en asegurar la ejecución
de las leyes, tene1nos derecho a preguntar qué tipo de actividad le quedaría
ejercer a un gobierno que ya no tuviera que temer la violación de las leyes.
Lo ideal sería, finahnente, que el carácter de las leyes pennitiera a los hombres prescindir de todo gobierno.
Habrá quien se pregunte, sin duda, qué tiene que ver este reconocirniento-denegación de la gubernamentalidad por parte de Rousseau con la necesidad de inventar una guberr1an1entalidad de izquierda. Aunque sea indirecta,
la relación no deja de ser real. En efecto, la izquierda se construyó históricamente en torno a la referencia al rnarxisrno. Pero este último le debe a SaintSinlün cierta concepción del gobierr10. En Socialismo utópico y Socialismo cíent(fico (1883), F. Engels se refiere elogiosan1ente en estos térrillnos a la obra de
Saint-Simon titulada La Industria: «[ ... ] el paso del gobierno político de los
hombres a una adrninistración de las cosas y una dirección de las operaciones
de producción, o sea, la "abolición de Estado" que tanto revuelo anTla últi-
hasta una verdadera sacralización de la ley.
37. Para todo este desarrollo, véase M. Foucault, NBP, op. cit., pág. 93-95.
38. M. Foucault, Dits et Écrits JI, op. cit., pág. 643-644.
39. M. Foucault, Sécurité, territoire, population, op. cit., pág. 50.
40. J.--J. Rousseau, Considérations sur le gouvernetnent de Pologne, CE11vres co1npletes, t. III,
Gallimard, «La Pléiade», París, 1995, pág. 955.
41.).-J. Rousseau, Émile, CEuvres completes, t. IV, op. cit., pág. 311.
42. !bid.
400
LA
mamente, se encuentra ya claramente enunciada aquÍ>> Y De hecho, es SaintSimon quien elabora la distinción fundan1ental entre gobierno y administración.
Esta distinción coincide con una verdadera oposición entre dos tipos de régimen: el régin1en «gubernamental o nulitar», por una parte, el «régimen
adnunistrativo o industrial, por otra. 44 En las sociedades preindustriales, también llamadas «militares», el orden social procede enteramente del mando, lo
cual explica el predominio del gobierno: la acción de gobernar consiste en el
ejercicio, por parte de ciertos hon1bres, del poder de mandar a otros hombres, por lo que es esencialmente arbitraria. Esto no se debe en absoluto a la
fonna del gobierno (1nonarquía absoluta o parlamentarisnw), sino a la esencia de tal acción: lo arbitrario forma parte de la esencia mísn1a de toda voluntad y la acción de gobernar consiste, para los hmnbres, en dar órdenes a otros
hombres. 45
Es muy distinto en las sociedades industriales modernas. Son entonces los
sabios y los industriales quienes quedan investidos de las funciones de dirección, y no debido a su aptitud para conseguir que los demás obedezcan su
voluntad, o sea, por su poder, sino únicamente porque saben más que
los otros. En estas condiciones, ya no son los hombres quienes dirigen a los
hon1bres, es la verdad la que habla directamente por la boca de los sabios y
los industriales, y como se sabe, nada es menos arbitrario que la verdad. Es
itnposible resistirse a la verdad, lo único que se puede hacer es tender a ella
por uno n1isn1o, porque no da órdenes, se in1pone por sí misma haciéndose
reconocer. Así, la coacción del gobierno está llamada a desaparecer y, con
ella, la arbitrariedad. En la sociedad industrial, la acción gubernamental queda reducida al mínüno y tiende a cero, de 1nodo que el gobierno regido por
la verdad es el gobierno que gobierna lo menos posible y tiende a su propia
supresión. El ideal saint-sünoniano es, ciertamente, una sustitución total del
gobierno basado en la arbitrariedad del mando por la adn1inistración basada
en el conocüniento de la verdad.
Este ideal, adoptado por el n1arxis1no, presupone una disociación radical
entre la acción de los hombres sobre las cosas y la acción de los hombres sobre
43. F. Engels, Socialísme utopique et Socialisme scientffique, Éditions sociales, París, 1977,
pág. 99.
44. Saint-Simon dice en substancia que la especie humana «está destinada a pasar del régimen gubernamental o militar al régimen administrativo o industrial». Citado por Émile
Durkheim, Le Socia lis me, PUF, «Quadrige», París, 1992, pág. 179.
45. Retomamos aquí la argumentación de É. Durkheim, Ibid., pág. 177-178.
EL AGOTAMIENTO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL
401
los hombres, o «gobierno»: <<No podemos repetirlo lo suficiente: la única acción
útil ~jercida por el hon1bre es la del hombre sobre las cosas. La acción del
hombre sobre el hmnbre es siempre, en sí misma, petjudicial para la especie,
por la doble destrucción de fuerzas que acarrea». 46 Como se ve, esta concepción completainente negativa del gobierno consiste en deshacer el anudamiento llevado a cabo por la idea misma de gubernan1entalidad entre acción
sobre los hombres y acción sobre las cosas, reduciendo así la acción de gobernar a la coerción y el mando.
También en este caso, con en el caso de Rousseau, es la especificidad del
arte de gobernar lo que se esca1notea. Es cierto que Saint-Simon ataca de
buen grado a Rousseau, a quien incluye entre aquellos «legistas» que someten a la sociedad a la arbitrariedad de las leyes. A su n1odo de ver, en el nuevo orden de las cosas, «ya no hay lugar para la arbitrariedad de los hombres,
ni siquiera para la de las leyes, porque tanto la una con1o la otra sólo pueden
ejercerse en la vaguedad que es, por así decir, su elemento natural»Y Es precisamente esta «vaguedad» lo que la verdad de la ciencia eclipsa, y por eso «la
acción de gobernar es entonces nula, o casi nula, con el significado de
"acción de ordenar"». Por lo tanto, si hay alguna forma de soberanía, sólo
puede consistir en «un principio derivado de la naturaleza misma de las cosas»
y no, «en una opinión erigida en ley por la masa». 48 En todo caso, tanto en el
rousseaunisn1o como en el saint-sin1onismo, la actividad del gobierno es
subalterna, ya sea porque la soberanía pertenece a las leyes surgidas de lavoluntad, ya sea porque corresponde a la verdad misma. Del saint-simonistno,
el marxismo tomará dos ideas-fi1erza: en primer lugar, que el gobierno tiene
ante todo una función de policía basada esencialmente en la violencia y la
coacción; en segundo lugar, que el gobierno acorde con la verdad es el que
tiende a su propia supresión en la administración de las cosas. Pero por verdad entenderá, no ya «ese principio inmutable derivado de la naturaleza de
las cosas>>, sino aquella verdad que la historia hace advenir y que su racionalidad n1anifiesta.
Sea como sea, la soberanía de las leyes y la administración científica de las
cosas tienen en común que le quitan a la acción de gobernar toda verdadera
justificación. Conducir a los hombres no es, ni someterlos al yugo inflexible
46. Saint-Simon, Écn'ts politiques et écollomiques, Pocket, «Agora», París, 2005, pág. 327.
47. Ibid., pág. 330. La cursiva es nuestra.
48. Ibid.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
402
de la ley, ni hacerles reconocer la fuerza de una verdad. Por no haber sabido
nunca reconocerlo, la izquierda ha estado siempre condenada a acoplarse a
gubemamentalidades prestadas. En esto, precisarnente, la gubernamentalidad
de izquierda está todavía por inventar.
Las contra-conductas como prácticas de subjetivación
Sin embargo, la gubernamentalidad no puede ser reducida al gobierno de los
dernás. Vista por otra de sus caras, incluye el gobierno de sí. El gran logro del
neoliberalisrno ha sido vincular estas dos caras de un rnodo singular, haciendo del gobierno de sí el punto de aplicación y el objetivo del gobierno de los
otros. El efecto de este dispositivo ha sido -y sigue siendo- la producción
del sujeto neoliberal o neosujeto. La izquierda no puede ignorar esta realidad, debe por el contrario reconocerla para enfrentarla mejor. La peor de las
actitudes por su parte consistiría en preconizar un retorno al cmnpronúso
socialdemócrata, keynesiano y fordista, en un marco nacional o europeo, sin
entender que la dirnensión de los problenras ha cambiado, que las fuerzas
presentes ya no son las mismas, y que la rnundialización del capital ha destruido hasta las mismas bases de un cornpromiso sernejante. Sin embargo, es
una actitud conro ésta la que asoma tras la reducción del neoliberalisrno a una
regresión al «capitalisnlO puro» de los orígenes. Y hay quien se pone a espiar,
sin atreverse a alegrarse abiertatnente, los signos que anuncian un retmno de
la báscula hacia una regulación directa por los gobien1os.
No se presta la sufiCiente atención al hecho de que este «retorno» se produce en beneficio de un Estado etnpresarial. Y se pretende oponer a la «nrala»
racionalidad de la con1petencia la «buena» racionalidad de la regulación estatal. De este rnodo, se ignora el hecho de que la racionalidad del capitalismo
neoliberal no es una racionalidad puramente econórníca y se pierde de vista,
al mismo tiempo, la diferencia de las condiciones históricas, que in1pide todo
retomo a una racionalidad económica adtninistrativa y planificadora (suponiendo que tal retorno sea deseable, lo cual es por lo rnenos discutible). La
cuestión no es: ¿cótno ünponer al capital un retorno al compromiso anterior
al neoliberalisrno? Es: ¿córno salir de la racionalidad neoliberal?
Pero, corno se sabe, es n1ás fácil evadirse de una prisión que salir de una
racionalidad, ya que esto supone liberarse de un sisterna de normas instaura-
EL AGOTAMIENTO DE
403
das ntediante todo un trabajo de interiorización. Ello es cierto rnuy particularmente respecto de la racionalidad neoliberal, ya que esta última tiende a
encerrar a cada sujeto en la pequeña <9aula de acero>> que se ha constnlido él
rnis:Uo. Por eso 1~ cuestión es, de entrada y sobre todo, saber cónro preparar
la v1a para una salida, o sea, cón1o resistir aquí y ahora a la racionalidad dmninante. La única vía práctica consiste en pron1over desde ahora formas de subjetivac~ón alternativas al modelo de la empresa de sí. Hay que destacar que el
neosujeto se fom1ó a partir de condiciones que en gran parte se crearon mediante una reorientación radical de la política guben1amental. Se podría ceder
pues a la tentación -cayendo en la trampa de una analogía engañosa- de
esperar que un cambio de política, consecutivo a un cambio de gobierno,
cree las condiciones de la construcción de este otro sujeto. Esto sería obviar
que la reorientación producida por el neoliberalisn1o, aunque fuese voluntarista, no tuvo nada de una creación ex-nihilo. Se apoyó, sobre todo, en un
rnovimiento de la econonúa mundial articulado con la nueva n 01ma de la
competencia, de tal 1nanera que los sujetos quedaron como interiormente
«sometidos» a dicha norma rnediante rr1últiples técnicas de poder. Sería olvidar, además, que no se sale de una racionalidad o de un dispositivo mediante
un sirnple cambio de política, al igual que no se inventa otra forma de gobernar ~_los ~or~bres c_ambiando de gobierno. Esto no irnplica que se pueda
adrmttr la mdtferenoa en lo referente a cualquier cambio de gobierno, ni en
lo referente a la política llevada a cabo por ese nuevo gobierno. Pero, sin
lugar a dudas, significa que la actitud que hay que adoptar en tal circunstancia
debe obedecer a un único criterio: ¿en qué medida los actos de este gobierno
favorecen o, por el contrario, obstaculizan la resistencia a la racionalidad neoliberal? En consecuencia, la cuestión del gobierno como institución es aquí de
segundo orden respecto a la cuestión del gobierno como actividad que implica una relación consigo rnistno y, al nlisn1o tiempo, una relación con los
den1ás. Ahora bien: esta doble relación depende, precisamente, de la constitución del sqjeto o, dicho de otra manera, de las prácticas de subjetivación.
Cornprenderlo requiere desprenderse de la ilusión de que el sujeto alternativo podría ser hallado como si, de un rnodo u otro, estuviera «ya ahí», en
fom1a de algo dado que por algún rnedio fuera posible activar o estünular.
Una prirnera fom1a de esta ilusión, de la que el marxisrno vivió en el pasado,
es la de una localización ontológica del sujeto de la ernancipación humana:
habría en el ser social un lugar dado que llevaría la opresión a su culmen, o
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
404
sea una clase que al mismo tiempo sería una «no clase», o una «clase universal» que realizaría en sus condiciones de existencia la «pérdida total del hombre» y a la que correspondería, en consecuencia, llevar a cabo la «reconquista total del hombre>>. 49 Esta ilusión se apoya en la idea de un privilegio
ontológico de exterioridad en virtud del cual un tal sujeto social se encontraría
situado en un «exterior» radical con respecto a las relaciones de poder en las
que están siempre atrapados los actores de una sociedad. Volvemos a encontrar una ilusión semejante de exterioridad en la tesis sostenida por Michael
Hardt y Antonio Negri, sobre una «autononúa ontológica de la multitud». 5°
Es cierto que ellos insisten en que ningún lugar interior al espacio del «<mperio» escapa a la acción del biopoder, pero lo hacen para asignar luego a la
multitud un lugar ontológico propio que le pennite sustraerse, al menos en
parte, al control in1perial. 51 Su ignorancia del proceso de subjetivación instam·ado por el neoliberalismo es tal, que Negri llega a afirmar que los «honlbres nuevos» del comunisn1o ya están ahí, producidos por la misma dinámica
del nuevo «capitalismo cognitivo». 52
Otra forma de esta rnisrna ilusión de un sujeto pre-dado ha encontrado
una fonnulación precisa en la renovación de la «teoría crítica» intentada por
Axel Honneth en su análisis de la «reificación». 53 En el capítulo V de su tratado, aborda el análisis del fenón1eno de la auto-reificación. Bajo este ténnino, habría que pensar en una conducta reificante para con uno mismo que
sería una especie de «extravío» de la relación de reconocüniento que de entrada tendríamos con nosotros rnismos. Lo que está en juego, pues, nada rnás
y nada menos, es la prin1acía de esta relación consigo mismo «desde el punto
de vista de la ontología social». 5 4 La afirmación de tal primacía está en el fundamento de todo el análisis: «siernpre somos ya reconocidos». 55 Ciertamente,
en este caso ya no se intenta fundar esta primacía en la posición privilegiada
de una clase social, sea cual sea. Pero la cuestión sigue siendo si «es preciso
49. El lector reconocerá aquí la tesis enunciada por Marx a propósito del proletariado en
la Contribución a la cdtica de lafilos~fia del derecho de Hegel y en La Ideología alemana.
50. M. Hardt y A. Negri, Empíre, op. cit., y Multítude, 10/18, París, 2006.
51. Para una crítica de esta tesis, ver Pierre Dardot, Christian Laval y El Mouhoub
Mouhoud, Sauver Marx?, La Découverte, París, 2007.
52. «Ya somos hombres nuevos», entrevista de .Jean Birnbaum con A. Negri, Le Monde,
1.3 de julio 2007.
53. A. Honneth, La Réfficatíon. Petít traíté de Théoríe critique, Gallimard, París, 2007.
54. Ibíd., pág. 93.
55. Ibíd., pág. 105.
EL AGOTAMIENTO DE LA DEMOCRACIA LIBER.AL
405
suponer previamente una forma de relación consigo mismo "ongmaria",
nonnal, que permitiría describir la reificación como una desviación
problemática». 56 Refiriéndose a la ternática heideggeriana de la «cura» (S01;ge),
A. Honneth rernite, rnás allá, a la reelaboración por M. Foucault del concepto del <<cuidado de sÍ». 57 Ello supone ignorar que para Heidegger la «cura>> no
es nada equivalente a una relación originaria de Enniliaridad consigo misn1o,
sino más bien un modo de dispersión y de inmersión en el mundo que hace
de la apropiación de sí una tarea asignada al Dasein. «Para empezar y lo más
a menudo» -por hablar como Heidegger, con A. Honneth- lo que predmnina es el olvido de sí, no el reconocirniento de sí. La núsma observación
es válida para M. Foucault. El tomo 3 de la Historia de la sexualidad, titulado
El cuidado de sí (1984), así como el curso del College de France consagrado a
la Hermenéutica del s11jeto (1981-1982), insisten en un mismo punto: el cuidado de sí corresponde, no a una relación primordial consigo misn1o, sino a
una verdadera tekhne, la tekhne tou biou (el arte de la vida), que hace del «sÍ
mismo» el término de toda una ascesis (askesis).
Se ve así hasta qué punto nos hace falta asinúlar a nuestra nunera la gran
lección del neoliberalismo: el s11jeto siempre está por construir. La cuestión, entonces, es saber cómo articular la su~jetivación con la resistencia al poder. Y
resulta que este problema se encuentra, precisamente, en el centro de todo el
pensamiento de M. Foucault. Pero, cmno lo ha n1ostrado recientemente
Jeffrey T. Nealon, una parte de la literatura secundaria norteamericana ha
puesto el acento, por el contrario, en el corte que supuestamente existiría
entre las investigaciones sobre el poder y las del últin1o período, sobre la
lústoria de la su~jetividad. 58 Según este «Foucault consensus», corno lo bautiza
con gracia J. T. Nealon, los call~jones sin salida sucesivos del estructuralismo
de los comienzos y del análisis totalizador del poder panóptico habrían conducido a este «Último Foucault» a d~jar de lado la cuestión del poder para
interesarse exclusivamente en la invención estética de un estilo de existencia
desprovisto de toda dirnensión política. Más aún, si se sigue esta lectura despolitizante de Foucault, sem~jante estetización de la ética habría anticipado
56. Ibid., pág. 94. Esta supuesta «originariedad» no carece de relación con la presuposición de una extetioridad de la libertad respecto de las relaciones de poder, contra la cual se
ha construido la noción foucaltiana de gubernamentalidad.
57. Ibíd., pág. 101-102, así como la nota 17 pág. 136.
58. J. T. Nealon, Foucault beyo11d Foucault. Power and íts Intensfficatíon.s since 198 4, Stanford
University Press, Stanford California, 2008.
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
406
la mutación neoliberal, haciendo precisarnente de la invención de sí una
nueva norrna.
En realidad, en Foucault, lejos de ignorarse mutuan1ente, las cuestiones
del poder y del sujeto siempre han estado estrechamente articuladas, hasta los
últimos trabajos sobre los rnodos de subjetivación. Si hay un concepto que
ha desernpeñado en este sentido un papel decisivo, es el de «contra-conduc59
ta», tal como es elaborado en la lección del1 de marzo de 1978. Este curso
gira en gran parte en tomo a la crisis de la pastoral. Se trata de circunscribir
la especificidad de las «revueltas» o las «resistencias de conducta>> que son
corno el correlato del modo de poder pastoral: si tales resistencias son llamadas
«de conducta», es porque son resistencias al poder como conducta y porque, en
cuanto tales, ellas misrnas son }armas de conducta opuestas a este <<poder-conducta». El término «conducta» adrnite en francés, en efecto, dos sentidos: el
de una actividad que consiste en conducir a los otros, o «conducción», y el
que remite a la forma en que uno mistno se conduce, también bajo el efecto
de esa actividad de conducción. 60 La tdea de «contra-conducta» presenta, en
consecuencia, la ventaja de significar directamente una «lucha contra los procedimientos instaurados para conducir a los demás>>, a diferencia del término
61
«inconducta», que sólo se refiere al sentido pasivo de la palabra. Mediante
la contra-conducta, se busca tanto escapar a la conducción de los otros como
definir por sí nusmo el modo de conducirse respecto a los dernás.
¿Qué interés puede revestir esta observación para una reflexión sobre la
resistencia a la gubernan1entalidad neoliberal? Habrá quien diga que este
concepto fue introducido en elrnarco de un análisis de la pastoral y no de la
gubeman1entalidad. Precisamente, la gubernamentalidad, alrnenos en su forma específicatnente neoliberal, hace de la conducción de los otros a través de
su conducta consigo nlisn1o su verdadero fm. Lo propio de esta conducta
consigo rnismos, conducirse corno empresa de sí, es inducir inrnediata y directamente cierta conducta hacia los demás, la de la competencia con los
otros considerados como empresas de sí. La consecuencia que esto tiene es
que la contra-conducta, como forma de resistencia a esta gubemamentalidad,
59. M. Foucault, Sécurité, territoíre, population, op. cit., pág. 195-232 (sobre la etapa esencial
que constituyó este concepto, véase nota 5, pág. 221).
60. Ibíd., pág. 196-197. [Nota del T.: en fi·ancés, el término «conduite» tiene las dos acepciones, mientras que en español se diferencia «conducta» de «conducción».]
61. !bid., pág. 205.
EL AGOTAMIENTO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL
407
debe cotTesponder a una conducta que sea, indisociabletnente, una conducta hacia sí mismo }' una conducta hacia los demás. Es imposible luchar contra
un modo de conducción tan indirecto apelando a la revuelta cmno frente a
una autoridad ejercida por una coacción exterior a los individuos. Si «la política es, nada nlás y nada menos, lo que nace con la resistencia a la gubernarnentalidad, el primer alzamiento, el prin1er enfi·entamiento», 62 esto significa,
entonces, que ética y política son absolutamente inseparables.
A la subjetivación-sometin1iento que constituye la ultrasubjetivación,
hay que oponerle una subjetívación mediante contra-conductas. A la gubernarnentalidad con1o fornu específica de conducir la conducta de los
otros, hay que oponer, por lo tanto, un doble rechazo no menos específico:
negativa a conducirse, para con uno rnisrno, como en1presa de sí; y negativa
a conducirse, para con los otros, de acuerdo con la norrna de la competencia. En lo que a esto se refiere, este doble rechazo no corresponde a una
«desobediencia pasiva». 63 Ya que, si bien es cierto que la relación con uno
tnismo propia de la empresa de sí determina imnediata y directan1ente cierto tipo de relación con los den1ás, el de la con1petencia generalizada, inversamente, la negativa a fimcionar cmno en1presa de sí, que es distanciamiento de sí y negativa a autoenrolarse en la carrera del rendimiento, sólo puede
tener valor práctico con la condición de establecer con los den1ás relaciones
de cooperación, de puesta en común y de cmnpartir. Porque, en efecto,
¿qué sentido podría tener un distanciarse de uno misrno separado de toda
práctíca cooperativa? En el peor de los casos, un cinisrno teñido de desprecio por los que se dejan engañar; en eltnejor de los casos, una sitnulación o
un doble juego, quizás dictado por una preocupación plenarnente justificada de preservación personal, pero extenuante a la larga para el sujeto; en
todo caso, no una contra-conducta. Ya que este juego podría llevar al sujeto a refugiarse, a falta de algo rnejor, en una identidad compensatoria, que
al n1enos ofrecería la ventaja de cierta estabilidad, frente al imperativo de la
superación indefinida de uno misn1o. Pero la fijación identitaria, de la naturaleza que sea, lejos de amenazar el orden neoliberal, es con1o una posición
de repliegue para sujetos cansados de sí misn1os, para todos aquellos que han
abandonado la competición o han quedado excluidos de entrada de la rnis62. Ibíd., nota 5, pág. 221.
63. Actitud que sería el exacto negativo de la «obediencia pasiva)) respecto de los poderes
establecidos, preconizada en su época por Berkeley (De l'obéíssance passive, Vrin, París, 1983).
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
408
ma; lo que es peor, reduce la lógica de la cornpetencia a la escala de las relaciones entre «pequeñas comunidades».
Le:jos de valer por sí misma, independientemente de toda articulación
con la política, la subjetivación individual está vinculada, en lo más profundo, a la subjetivación colectiva. Una pura estetización de la ética es en este sentido
una pura y simple renuncia a una verdadera actitud ética. La invención de nuevas
formas de vida sólo puede ser una invención colectiva, debida a la n-mltiplicación y a la intensificación de las contra-conductas de cooperación. El rechazo colectivo a «trabajar más», aunque sólo sea localmente, constituye un
buen e:jen1plo de una actitud que puede abrir la vía a esta clase de contraconductas: en efecto, rompe con lo que el añorado André Gorz llamaba,
muy adecuadamente, «la con1plicidad estn1ctural>> que ata al trabajador al
capital, ya que «ganar dinero», cada vez más dinero, es la finalidad que los
determina a ambos; así se abriría una prin1era brecha en la «coacción inmanente del "cada vez más", "cada vez más deprisa"». 64
La genealogía del neoliberalismo que henios intentado llevar a cabo en este
libro enseña que la nueva razón del Inundo no tiene nada de un destino necesario que encadene a la humanidad. Al contrario que la razón hegeliana,
no es de ningún tnodo la razón de la historia humana; es en sí misn1a del todo
histórica, o sea, relativa a condiciones estrictan1ente singulares que nada autoriza a pensar como insuperables. Lo esencial es comprender que nada puede ahorrarnos la tarea de promover otra racionalidad. Por eso la creencia de
que la crisis financiera es el clarín del final del capitalistno neoliberal es la
peor de las creencias. Quizás complazca a quienes quieren creer que la realidad puede ofrecerse a sus deseos sin que ellos tengan que mover un dedo.
Conforta, seguramente, a quienes encuentran ahí el modo de congratularse
de lo que habría sido su propia «clarividencia». En el fondo, es la forma menos aceptable de dimisión intelectual y política. El capitalismo neoliberal no
caerá como una «fruta madura» debido a sus contradicciones internas. Los
traders no serán, a su pesar, sus inesperados «sepultureros». Marx ya lo decía
con fuerza: «La historia no hace nada». 65 Lo único que hay son hombres, que
actúan en condiciones dadas y que buscan, mediante su acción, abrirse un
porvenir. A nosotros nos corresponde permitir que se abra camino un nuevo
64. A. Gorz, Ecologica, Galilée, París, 2008, págs. 115 y 13.3.
65. K. Marx, CEuvres III, Gallimard, «La Pléiade>>, París, 1982, pág. 526.
EL AGOTAMIENTO DE LA DEMOCRACIA LIBER.AL
409
sentido de lo posible. El gobierno de los hombres puede ordenarse de acuerdo con otros horizontes, diferentes de los de la maximización del rendimiento, de la producción ilin1itada, del control generalizado. Puede sostenerse en
un gobierno de sí que abra a otras relaciones con los otros, diferentes de las
de la competencia entre «actores auto-emprendedores». Las prácticas de «comunización» del saber, de asistencia mutua, de trabajo cooperativo, pueden
esbozar otra razón del mundo. A esta razón alternativa, no podría dársele
tnejor nombre que éste: la razón del común.
,
Indice de nombres
ABALLÉA, Fran~ois, 342
ADENAUER, Konrad, 106, 264,
265
AGAMBEN, Giorgio, 389, 393
AGLIETTA, Michel, 227, 283
ALBERT, Michel, 261
ANDERSON, Perry, 312
Banco de Reglamentos
Internacionales (BRI), 281
Banco Mundial, 194, 197, 198, 199,
204, 278, 290, 315
BARRE, Raymond, 97, 234, 257,
267
BARZELAY, Michael, 299
ARISTÓTELES, 181, 376
BASTIAT, Frédéric, 12, 13, 208
ARON, Raymond, 67, 97,389
BECK, Ulrich, 352, 353
AUBERT, Nicole, 231, 369, 371
AUBREY, Bob, 337, 339, 340, 341,
342,343,351,355
AUDIER, Serge, 67, 68, 72, 397
AUSTIN,John, 41, 167
- BECKER, Gary S., 213, 215, 216,
217, 340
BELL, Daniel, 333, 360
BENTHAM,Jeremy, 25, 34, 36, 37,
38,40, 42, 43,52, 53, 54,55, 57,
80, 90, 91,167,175,183,217,
218,219,222,294,295,296,297,
BACON, Francis, 164
298,299,302,303,326,329,330,
BALAZS, Gabrielle, 370
356,363,391
Basilea I, Acuerdos de, 282
BERKELEY, George, 407
Basilea II, Acuerdos de, 281, 282, 283
BERLIN, Isaiah, 40
Banco Central Europeo, 252, 253, 266
BILGER,
Fran~ois,
111, 260
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
ÍNDICE DE NOMBRES
413
412
BISMARCK, Otto Von, 33, 258,
260
BLAIR, Tony, 235, 236, 237, 239,
240, 241, 243, 244, 245, 246, 303,
307,312,313,395
BLONDIAUX, Lo"ic, 396
BÓHM, Franz, 99, 104, 106, 110,
116, 117' 118, 165, 172, 186, 272,
384
BOLKESTEIN, Frits, 249, 2.50, 251
BOLTANSKI, Luc, 334
CHÉMAMA, Roland, 375
CHESNAIS,
Fran~ois,
200, 227
BROWN, Gordon, 205
BROWN, Wendy, 12, 383, 385,
389, 394, 396
BROYER, Sylvain, 111, 114
BRUNEL, Valérie, 347, 349, 350,
355
BUCHANAN, James, 299, 303
CHICAGO, Escuela Económica de,
219,294,397
CARLYLE, Thomas, 36
328,400
DARWIN, Charles, 44, 45, 47, 49,
50, 52l 129, 166
EHRENBERG, Alain, 358, 371, 379
ÉLIE, Bemard, 220
CHIRAC, .Jacques, 252, 267
DEBOUZY, Marianne, 32
ENGELS, Friedrich, 399, 400
CHUBB, John E., 226
DEFOE, Daniel, 152
CLARKE, Peter, 56
DEJOURS, Christophe, 367
ERHARD, Ludwig, 106, 107, 111,
112, 115, 116, 118, 121, 258, 259,
CLAVE, Francis Urbain, 96, 97
DELANOE, Bertrand, 255
CLINTON, Bill, 311, 312
Comité de Basilea para el Control
Bancario, 281, 282
Comisión Europea, 241, 248, 249,
271,285,315
DELEUZE, Gilles, 360, 374
DELORS,Jacques, 197, 234, 241,
251,252,270
DEMAILLY, Lise, 342
261,263,264,265
ETZEL, Franz, 265
EUCKEN, Walter, 24, 99, 100, 101,
102, 103, 104, 106, 107, 109, 110,
111, 112, 132, 157, 249, 251, 259
EWALD,
Fran~ois,
233, 352, 354
DENORD, Fran<;:ois, 67, 73, 76
COMMUN, Patricia, 100, 105, 107,
DESCARTES, René, 164
FAGUER, Jean-Pierre, 370
109, 111, 122, 260, 262, 270
DESPORTES, Gérard, 397
FAUCHER-KING, Florence, 243,
COMTE, Auguste, 29, 38, 44, 50,
78, 127
Comunidad Económica Europea
(CEE), 254, 257, 265, 266
CANTILLON, Rjchard, 152, 351
CULPEPPER, Pepper D., 229
DURKHEIM, Émile, 38, 44, 326,
CHIAPELLO, Eve, 334
BOSSUAT, Gérard, 264
BRANDT, Willy, 278
CROZIER, Michel, 194, 195
Comunidad Europea del Carbón y
del Acero (CECA), 248, 257
DESTUTT DE TRACY, AntoineLouis-Claude, 163
FAUROUX, Roger, 314
DEWEY, John, 55, 56
Federal Reserve Bank, 202
DIXON, Keith, 239, 243, 244
FERGUSON, Adam, 92, 160, 162,
DOSTALER, Gilles, 51, 53, 164, 166,
185
CARNEGIE, Andrew, 48
CONSIDINE, Mark, 224
DREYFUS, Hubert, 191, 192, 193
CASSESE, Sabino, 275, 293
CORNELIUS, Nelarine, 357
DRUCKER, Peter, 155, 226, 230,
CASTEL, Robert, 233, 388
Corte de Justicia Europea, 248
Centro Internacional de Estudios para
la renovación del liberalismo, 68,
71
COUPPEY-SOUBEYRAN, Jézabel,
COURPASSON, David, 336
DUMONT, Louis, 59
CHADWICK, Edwin, 223
COUTROT, Thomas, 229
DURAND, Jean-Pierre, 342, 359,
CHAUVET, Christophe, 296, 297
CROUCH, Colín, 388
203,281,282
244,303
231
DUFOUR, Dany-Robert, 373, 375
DUMÉNIL, Gérard, 196
368
163,
16~211,385,386
FINGER, Matthias, 315
FOESSEL, Michael, 366
Fondo Monetario Internacional
(FMI), 33, 221, 281, 285
Fórum Internacional de Davos, 68
FOUCAULT, Michel, 15, 16, 25,
30, 63, 75, 101, 102, 104, 105,
106, 107, 110, 122, 124, 126, 131,
135, 164, 173, 174, 181, 182, 185,
191, 192, 193, 217, 218, 244, 258,
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
ÍNDICE DE NOMBRES
415
414
HOBBES, Thomas, 41, 164, 167,
376,386
KLEIN, Naomi, 194, 198, 290, 291
KLUMP, Rainer, 100
GOLLAC, Michel, 229, 368
HOBHOUSE, Leonard, 53, 54, 55,
56,241
FRANKLIN, Benjarnin, 281, 386
GORE, Al, 311, 314
HOBSON, John Atkinson, 50, 53, 56
FREEDEN, Michael, 30, 56, 240
GORI, Roland, 344, 359
HOFSTADTER, Richard, 45
FREUD, Sigmund, 365, 373
GORZ, André, 408
HONNETH, Axel, 404, 405
FRIEDMAN, Milton, 151, 183, 194,
206,207,208,209,210,214,219,
220,221,225,226,306,390,397
GRAZ, J ean-Christophe, 278
HOOD, Christopher, 304, 312
GREENSPAN, Alan, 13, 284
HOOVER, Herbert, 70, 304
GREFFE, Xavier, 300, 311, 312
HUFTY, Marc, 315, 387
FRIEDMAN, Rose, 214
GROSSMAN-DOERTH, Hans, 99
HUME, David, 92, 164, 168, 173,
FRIES, Fabrice, 26 7, 268
GROVE, Andrew, 375
271,328,329,338,339,340,343,
347,362,363,391,393,398,405,
GISCARD D'ESTAING, Valéry,
406
GLEADLE, Pauline, 357
FRANCK, Louis, 248, 257, 277
257,267
GUATTARI, Félix, 360, 374
274
HUME, LeonardJ., 296
HUNTINGTON, Samuel, 194, 195
GAEBLER, Ted, 309, 310
GALBRAITH, James Kenneth, 235,
177
HADOT, Pierre, 343, 347, 348
HUSSERL, Edmund, 100, 110
KLEIN, Rudolf; 291, 292
KYMLICKA, Will, 180
LA BOÉTIE, Étienne De, 359
LACAN,Jacques, 325, 326, 347, 373,
374, 375, 377
LALLEMENT, Michel, 229
LASCH, Scott, 202
LASCOUMES, Pierr·e, 275, 307
LAURENT, Alain, 13, 51, 55, 56, 97
LAVAL, Christian, 3, 5, 6, 42, 404
LAVERGNE, Bernard, 69, 71, 72
LAVOIE, Marc, 220
HALIMI, Serge, 195
GALBRAITH, John Kenneth, 48
HALL, PeterA., 229
ILLOUZ, Eva, 370, 372
GAMBLE, Andrew, 190, 240
LEBRUN, Jean-Pierre, 331, 373,
374, 375
HARDT, Michael, 290, 404
GAUCHET, Marcel, 30, 327
LE COZ, Pierre, 344, 359
HAWKINS, Mike, 47
Instituto Internacional de
Cooperación Intelectual, 67
GAUDIN, Jean-Piene, 278
HAYEK, Friedrich, 24, 40, 69, 72,
73,76,77,91,92,96,97, 118,
119, 12~ 134, 135, 136, 139, 143,
144, 149, 150, 151, 156, 157, 158,
159, 160, 161, 162, 163, 164, 165,
166, 167, 168, 169, 170, 171, 172,
173, 174, 175, 176, 177, 178, 179,
180, 181, 182, 183, 184, 185, 186,
206,209,210,219,271,272,302,
GAULEJAC, Vincent De, 231, 369
GAULLE, Charles de, 97, 267
GAUTIER, Claude, 386
GAUTIER, Érnile, 45
General Agreernent on TarifE and
Trade (GATT), 285
GEWIRTZ, Sharon, 388
GIDDENS, Anthony, 236, 239, 241,
384,389,390,397
LE GALES, Patrick, 243, 244, 275,
303,307,321,386
JOBERT, Bruno, 234, 292
JORION, Paul, 205
LEGOFF, Jean-Pierre, 292
LEPAGE, Henri, 207, 209, 211, 301
KANT, Emmanuel, 173, 260
KELSEN, Hans, 167
KESSLER, Denis, 233, 352
KEYNES, John l\1aynard, 51, 52, 53,
56,62,235
HAYWARD,Jack, 291,292
KING, Desmond, 275
GILDER, George, 207,213
HEIDEGGER, Martín, 393, 405
GIROD, Antoni, 344, 345, 346
HIRSCHMAN, Albert 0., 212
KIRZNER, Israel, 134, 140, 141,
142,146,147,148,149,307
242,243,312
LÉGERON, Patrick, 367
LÉVY, Daniel, 196
Liberty and Property Defence League,
38
LINHARDT, Daniele, 342
LIPPMANN, Walter, 24,
67, 68, 69, 70, 71, 72,
76, 77, 78, 79, 80,81,
86, 87, 88, 89, 90, 91,
42,
73,
82,
92,
52, 59,
74,75,
83,85,
93,94,
416
95, 96, 97, 103, 104, 127, 133,
136, 157, 158, 185, 213, 273, 274,
397
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
137, 139, 140, 141, 142, 143, 144,
145, 146, 147, 149, 150, 151, 152,
155, 206, 209, 216
LIST, Friedrich, 33
MITTERRAND,
LOCKE,John, 25, 131, 168, 170,
171, 177, 181, 183, 184, 330, 386
MOE, Terry M., 226
MONGIN, Olivier, 366
LONGUET, Stéphane, 136, 185
MONNET, Jean, 264, 265
LORDON, Frédéric, 205
MORELLET, André, 42
MACINTYRE, Alasdair, 376
MOUHOUD, El Mouhoub, 194,
404
MALTHUS, Thomas, 46, 47,243
Manchester, Escuela de, 34
Fran~ois,
246
Movimiento de las Empresas de
Francia (Medefj, 232
MANDEVILLE, Bernard, 139, 211
MÜLLER-ARMACK, Alfred, 104,
106, 118, 119, 120, 259, 265
MARLIERE, Philippe, 240, 313
MURPHY, Kevin M., 217
MARLIO, Louis, 69, 71, 72
MURRAY, Charles, 212
MAR.SHALL, Thomas Humphrey,
388
Museo Social, 68
MANDELSON, Peter, 240
NASSE, Philippe, .367
MAR.X, Karl, 17, 194,327, 328,361,
374, 404, 408
NEALON, Jeffrey T., 405
NEGRI, Antonio, 290, 404
MAUDUIT, Laurent, 397
NISKANEN, William, 300, 301
MELMAN, Charles, 373, 375, 376,
377
MILL, James, .36
MILL, .John Stuart, 34, 36, 37, 50, 53,
54, 56, 79, 169, 171, 172, 195
MINC, Alain, 12
MINTZBERG, Henry, 319
MISES, Ludwig Von, 24, 69, 72, 73,
74, 75, 76, 133, 134, 135, 136,
417
PALIER, Bruno, 229
ROCKEFELLER, David, 194
PARISOT, Laurence, 352
ROCKEFELLER,John D., 48
PAYE, .J ean-Claude, 389
RODRICK, Dani, 198
PESIN, Fabrice, 261
ROOSEVELT, Franklin Delano, 70
PETERS, B. Guy, 309
PIERRU, Frédéric, .316
RÓPKE, Wilhelm, 24, 67, 75, 76,
89, 103, 104, 105, 107, 108, 109,
113, 115, 119, 120, 122, 123, 124,
125, 126, 127, 128, 129, 130, 157,
160,206,264,394,397
PIGNARRE, Philippe, 371
ROSA, Jean-.Jacques, 301
PINOCHET, Augusto, 185, 390
PIROU, Gaetan, 71
ROSE, Nikolas, 336, 337, 338, 363,
364, 365
PLATON, 343
ROTHBARD, Murray, 134
PLIHON, Dominique, 194, 197,
200,201,203,281,282
ROUBAN, Luc, 293, 322
PEZET, Éric, 343, 355, 3.57
PICQ,.Jean, 314
POLANYI, Karl, 17, 39, 50, 56, 57,
58, 59, 60, 61, 72, 125, 209, 273,
.327
MARTUCCI, Francesco, 255
MAUSS, Marcel, 369
ÍNDICE DE NOMBRES
POLLITT, Christopher, 293, 294,
320
PONCET,Jean-Franyois, 101,111,
113,259
ROUGIER, Louis, 67, 70, 71, 73,
75, 76, 77, 78, 80, 82, 83, 84, 85,
96, 102, 133, 185
ROUSSEAU, .Jean-Jacques, 48, 117,
118,399,401
RUEFF,.Jacques, 67, 72, 73, 74, 97,
222, 256, 257
POWER, Michael, 318, 320
RÜSTOW, Alexander Von, 67, 73,
75, 76, 85, 89, 104, 118, 127, 133
RABINOW, Paul, 191, 192, 19.3
SAIDANE, Dhafer, 203, 281, 282
NOZICK, Robert, 183
OHMAE, Kenichi, 289
Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económicos
(OCDE), 155, 197, 248, 276,
28.5, 311, 315
REAGAN, Ronald, 13, 185, 189,
19~210,213,221,224,245,
310
REY, Olivier, 378
RICARDO, David, 33, 46
SAINA TI, Gilles, 317
SAINT-MARTIN, Denis, 276, 312
SAINT-SIMON, 38, 153, 399, 400,
401
Organización Mundial del Comercio
(OMC), 285, 290
RICHET, Isabelle, 224
ROBBINS, Lionel, 72, 73, 141, 147
SAR.KOZY, Nicolas, 11, 235, 314,
318,366
OSBORNE, David, 309, .310, 311
ROCARD, Michel, 313, 397
SAUVIAT, Catherine, 227
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
ÍNDICE DE NOMBRES
418
419
SAY,Jean-Baptiste, 12, 34, 1.52, 153,
310
STIGLITZ, Joseph, 11, 13, 198
VARONE, Frédéric, 305
WATANUKI,Joji, 194, 195
STRANGE, Susan, 284
VÉRON, Nicolas, 280
SCHALCHLI, Ulrich, 317
STRASSEL, Christophe, 261
VINOKUR, Annie, 317
WEBER, Max, 14, 17, 228, 234,
327, 335, 338, 358, 372
SCHMITT, Carl, 389
STRAUSS-KAHN, Dominique, 255
VISSCHER, Christian De, 305
WELCKER, Carl Theodor, 174
SCHRÓDER, Gerhard, 225, 235,
237, 261
SUMNER, William Graham, 48, 49
VOLKOFF, Serge, 229, 368
WHITEHEAD, Alfi·ed, 143
SCHUMAN, Robert, 255,264
TAYLOR, Michael W., 38
W AGNER, Adolf, 50
WILLIAMSON, John, 198
SCHUMPETER, Joseph, 148, 153,
154, 155
THATCHER, Margaret, 13, 185,
189,194,224,240,245,307,335
W AGNER, Peter, 261, 262
WRIGHT, Tony, 240
WALRAS,Léon, 163,277
WRIGHT, Vincent, 275, 293
SCHUTZ, Will, 348, 349
THÉRET, Bruno, 292
SECCARECCIA, Mario, 220
SENELLART, Michel, 104, 122
TIETMEYER, Hans, 119, 121, 263,
266, 267
SENGHOR, Léopold Sédar, 278
TILLIETTE, Bruno, 339, 343
SENIOR, Nassau William, 223
TOCQUEVILLE, Alexis de, 34, 35,
36, 37, 49, 195
SENNETT, Richard, 369
SILICANI, Jean-Ludovic, 308
SIMONIN, Laurence, 109, 110, 115,
255, 270, 271
SMILES, Samuel, 337
SMITH, Adam, 25, 34, 46, 52, 103,
139,152,163,164,180,385,397
Sociedad de Mont-Pelerin, 67, 68,
69, 97, 119, 185, 206
SPENCER, Herbert, 38, 39, 40, 41,
42, 43,44, 45, 46,47, 58, 79, 80,
84,170,208,243,383
WILKENS, Andreas, 264, 265
TORT, Patrick, 38, 45
Tratado Constitucional Europeo
(TCE), 252, 254, 255
Tratado de Maastricht, 253, 254
Tratado de Roma, 119, 248, 254,
256, 259
Trilateral, Comisión, 194, 195
TRUCHY, Henri, 73
TULLOCK, Gordon, 299, 300, 302
TULLY, James, 131
SPITZ, Bemard, 314
Unesco, 67
SPITZ, Jean-Fabien, 55, 131
STARBATTY,Joachim, 259
Unión Europea, 20, 156, 249, 250,
253, 263, 289
STEEL, Ronald, 70
URRY, John, 202
STIGLER, George, 151, 206
UZUNIDIS, Dimitri, 153
,.
Indice de contenidos
Acción
Benchmarking, 230,279,305,315
-conforme y no conforme, 112,
Bien común, 183
160
Bien público, 37, 95, 242, 295
-humana, 136, 140 y ss.
Biopolitic~
-pública, 19, 24,275-277,279,
290,292-296,299,306-309
Accountability, 201, 306, 355
15,388,398
Blairismo, 235 y ss.
Burocracia, 209,234,299-303, 310311,321
Adaptación, 84 y ss., 344,346,364
Agenda, non-agenda, 52-53, 112,
275
Agente racional, 316
Amor de sí, 211
Anarco-capitalismo, 134, 183
Arte de gobernar, del gobierno, 278,
315
Cálculo, 216-221,295
Capital
-humano, 217, 370
régimen de acumulación del-,
202
Capitalismo renano, 258 y ss., 261
Artífice, artificialismo, 103, 160
Catalaxia, 160, 164, 180, 182,216
Ascesis, 341
Ciudadanía, 387
ascetismo, 338, 360
del rendimiento, 342 y ss.
Auditoría, 305,318,321
Autocontrol, 230, 281
Autorregulación, 281
-civil, 388
- politica, 388
- social, 388
Ciudadano, 322
consumidor -, 114 y ss., 364
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
ÍNDICE DE CONTENIDOS
423
422
Civilización, 36, 92, 143, 168
Dispositivo
Cosmos
Clínicas (del neosujeto), 366 y ss.
- del mercado rnundial, 347, 362
Coerción, 169 y ss.
-social, 6
Colectivismo, 69, 90, 94, 105, 122 y ss.
Common Law, 91 y ss., 167
Competencia, 47, 122, 135, 154,225,
228,242,248,253-254,268-270,
293,301,306-308,383
Darwinismo, darwinismo social, 45,
47, 129
Deber, 298
- entre legislaciones, entre sistemas
institucionales, 266, 268-271
orden de-, 100, 109
carácter estratégico del-, 391-392
de eficacia, 363 y ss.
324
- liberal, 326, 385 y ss.
-totalitaria, 185, 390
315
- neoliberal, 205, 280
-global, 391
División del trabajo, 46, 85
-providencia, 192,211-215,292293,295,300
Dominio de sí, 341, 344
-social (we!fare), 119, 128
Estrategia(s), estratégico, 191 y ss., 219
Economía política (ciencia de la-),
Ethos (de la autovalorización), 337
Ética
216
des-democratizacion, 388
-fuerte, 94 y ss., 157, 182, 190,
- de rendimiento/ goce, 358 y ss.
Democracia, 53, 194,272,302,321
-del consurnidor, 137, 142,323-
derecho de la-, 268-269
-de derecho, 101, 171-177
Economía social de mercado, 117 y ss.,
255,259-260,266
Eficacia, 274-276
- de la conversión, 338
- de la renuncia a sí mismo, 338
- del trabajo, 338
Competencialismo, 44-48,248
Deporte (modelo del), 359
Eficiencia, 178, 315
Común
Depresión, síntoma depresivo,
Egoísmo, 301
Europa, 24 7 y ss.
Ejercicios, 343 y ss.
Evaluación, 219,228-229,283,298-
comunización, 409
razón del -·, 408
Conocimiento, teoría del-, división
del-, 144, 163
Conservadurismo,
371 y
SS.
Derecho
Elección, libertad de elección, 219,
civil, 92
-penal, 165
privado, 116, 117, 165
neoconservadurismo, 81,293,
-público, 106,118,165,280,292,
394-395
384 y
Constitución económica, 109 y ss.,
248-249,252-255,266,271
Constructivismo, 164, 183
Consumo, consumidor, 216,225-226,
306,309,324
Contra-conducta, 406-407
SS.
Desarrollo personal, 346, 350
Deseo, 332, 337, 365
contractualización, 328
Corrupción, 30, 57 y ss.
299,317-320
Evolución, evolucionismo, 166
Empleo, empleabilidad, 222-224
Empresa, 227-330,280,291-293
- económica, 153
Exceso de sí, 361
cultura de la -, 151, 292, 332
emprendedor, 303,310
Fallacy(ies), 42
emprendimiento, 135, 145,
Finanzas, financiarización, 200, 203205,280
146-147
Desimbolización, 373,379
espíritu de-, 130
Forma
Despotismo, 35
Desreglamentación, 281
Desregulación, 202, 281
Destrucción creadora, 154
Contrato, contractualismo, 44, 62
225,307-308
y política, 407-408
Disciplina, sistema de las disciplinas,
disciplinarización, 197, 217-218,
222,227
pequeña-, 126 y ss.
-de
SÍ,
337 y
SS.
Epimeleia, 340
- de vida, 372
Función pública, 207, 292, 308, 322
Funcionario, 299, 319-320
Esferas de vida, 326 y ss.
Estado
bursátil, 206
Gerencialismo, 293, 321
neo-management -, 228-231
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
424
ÍNDICE DE CONTENIDOS
425
nueva gestión pública, 233,276,
293 y
SS.,
304 y SS., 321-322
Gobernanza
-de empresa, 201, 277-280
-de Estado, «buena gobernanza»,
lucha ideológica, 151,206-207
-y racionalidad, 233,397-394
Ir~ erencia,
84
Innovación, innovación
schumpeteriana, 154
277-280,293,314,386
-mundial, 279 y ss., 288
Gobierno
Intercambio (y competencia), 110
Interés, 296-297, 324
LaissezJaíre, 6-8,47, 141-143, 148-
- común, 248, 264-265
152,167,243,275,336-337,363
equilibrio del -, 135
free trade, 102
introducción en el -, marketizatíon,
Ley(es)
203,277,308
-de evolución, 39,46
-del trabajo, 222, 224,237
- de naturaleza, 40
- institucional, 256-258
Liberalismo
constructor, 70,81-83, 123, 129
- político, 301-302
proceso de -, 139 y ss.
auto--, 141
armonización de los -s, 298
- de los hombres (y administración
de las cosas), 398-401
principio de unión de los -s, 296,
crisis del -, 67
Monetarismo, 200,221
302-303
- económico (y político), 29 y ss.,
Movimiento, contra-movimiento, 56
-de sí, 131-132, 145,343,403
Interferencia, 13 7
59-60,283
empresarial, 307-311, 316
Intervencionismo
nuevo- (y reformador), 49 y ss.,
institución y actividad del -, 471
administrativo, 7 6
Goce de sí, 377 y ss.
crítica del-, 136
Gubernamentalidad
- estatal, 69
-de izquierda, socialista, 398 y ss.
naturaleza de la -, 298
-judicial, 181
-jurídico, 71, 76, 83
- neoliberal, 283, 384, 392
-pastoral, 394, 406
-y soberanía, 398-399
liberal, neoliberal, 72, 81, 83
Izquierda moderna, neoliberalismo de
Hibridación, 280, 283
Justicia
Hombre
Homo agens, 140, 147
Homo oeconomicus, 59, 93
- calculador, competitivo,
productivo, 325
- eficaz, 331
- conmutativa, 181
- distributiva, 181
social, 159, 180
Naturalismo, 69
sociológico, 123, 130
N omocracia (y teleocracia), 162
ultra- -, 397
Libertad(es) individual(es), 143, 149,
amalgama ideológica, 395
«La mayor felicidad para el mayor
número», 93, 296-297
Nueva derecha (New Ríght), 190,275,
293-294
168,171,390
Libertarismo, libertarios, 397
O~jetalización,
Límite, limitación, 174 y ss., 195
Orden
376
- espontáneo, 160 y ss.
Management del alma, 34 7 y ss.
Mano invisible, 164
Marco
-marco, 117
y puesta en-, 99-100
Ordoliberalismo, ordo, ordoliberales,
- institucional, 100
99 y
-jurídico-político, 104
341,267-272
SS.,
158-159,248-251,257-
Organización, 162
Maximizar, rnaximización, 141, 14 7,
297
Ideología
Mundo de la vida, 385
social, 69
-y proceso, 109, 111
Keynesianismo, 51,235,238
SS.
61
izquierda, 44 y ss., 235 y ss., 273,
294,312-313
y
Mercado
coordinación del -, 147
Panóptico, modelo -, sistema -, 297
Pasión(es), 169
Perversión ordinaria, 375
LA NUEVA RAZÓN DEL MUNDO
ÍNDICE DE CONTENIDOS
427
426
Pleonexia, 376
Razón-mundo, 388
Plus-de-gozar, 360
Reconocimiento
Poder
-supremo, 183-184
Política
-de sociedad, 104, 122 y ss.
- del marco, 268
-económica, 104,193,199-200
-liberal, 158
-monetaria, 197, 200, 220, 267
reguladora (y de ordenamiento),
demanda de -, 372
-de sí, 404-405
Reducción eidética, 11 O
Reformismo, reformismo social ' 24 '
62,67 y SS.
Reglas
- abstractas, formales, generales,
162,165,169,174
de conducta, 165-166, 168
- del Estado de derecho, 17 4
- constituyentes, 111
-reguladores, 114
Privatización, 191, 197, 203,273
Propiedad
Rendimiento, 293,306,308,317,320
Responsabilidad, responsabilización,
213-215,223-224,231-232,
240
Riesgo, sociedad del-, 83,351-354
Riqueza(s), 53, 104, 108, 112, 115
concepto de -, 170
derecho de-, 37
Se[Fhelp, 337
-de sí, 131
Sensibilidad, sensaciones, 29, 65, 111
propietario, 127-128
Sentimientos morales, 30-33, 62, 63,
Psi (discurso), 363 y ss.
65
Psicoanálisis, 325, 365, 3Tl
Simpatía, 31-33,60,65
Public Choice, 234, 294
Soberanía, 185,278-279
Soberano, 93
Racionalidad
-global, 191,244,397
- política, 190
Radicalismo, radical, 298-303, 321
«gran sociedad», <<gran asociación»
90,94
,
- productivo, 329 y ss.
Socialdemocracia, social-liberalismo,
396-397
Sociedad
-civil, 91 y ss.
- política, 324
Superación de sí mismo, 360
Subjetivación
auto-subjetivación, 361
-financiera, contable, 286, 357
u/tra-subjetivación, 362
Taxis (y cosmos), 16l
Técnica de sí, 348,3 57
Tercera vía, 123, 129,235 y ss., 316
Thesis (y nomos), 165-166
Subsidiaridad (principio de-), 108,
128,259
Utilidad (principio de-), 44, 296, 330,
Sujeto, subjetividad
- del contrato, del derecho, interés,
regulación, 194-197
Principios
- plural, 327
trans-subjetivación, 361
111-112
Praxeología, 142 y ss.
- de derecho privado, 116-117
166,272-273,384
,
93 y
362
Utilitarismo, 37-38,41,56
SS.
- económico, 140
- neoliberal, 325 y ss.
neosujeto, nueva subjetividad, 331332, 366 y
SS.
Valor accionarial, 201, 357
Valorización de sí, 340
Vigilancia, 297-298,319
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