Subido por Jose Bruno Ortega Tenorio

COMENTARIO SOBRE BERNANOS

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COMENTARIO SOBRE BERNANOS: DOS REFLEXIONES EN DOS EPOCAS:
Los dos artículos periodísticos, relativos al matrimonio cristiano y divorcio civil, reflejan dos posturas,
correspondientes cronológicamente a dos épocas distintas (uno, datado en 1.941, y otro, en 2.016); pero lo
curioso es que, más que una evolución o progreso (que no obstante, de seguro habrá quien lo considere como
tal), se desprende para quien suscribe, una involución o deconstrucción del concepto, componentes y fines del
matrimonio, según se describe a continuación:
La esencia del matrimonio es el hombre y la mujer unidos. Y la monogamia proviene tanto del Dº Natural,
como del Dº Divino. El Dº Canónico define su proyecto de vida en el can. 1055 § 1 como “totius vitae
consortium”, una alianza (foedus), un consorcio de toda la vida; una institución natural derivada del orden de
la creación, que ha sido elevada a la dignidad de sacramento, a virtud de la cual, los esposos quedan
vinculados el uno al otro de la manera más profundamente indisoluble. Y su recíproca pertenencia es
representación real de la misma relación de Cristo con la Iglesia" ("Familiaris Consortio" 22-XI-81, n. 13), y
(“Amoris Laetitia nn. 71-75), que afecta a toda la realidad de la unión conyugal. Por su parte, el c. 1056
afirma: "Las propiedades esenciales del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad, que en el
matrimonio cristiano alcanzan una particular firmeza por razón del sacramento". Y el c. 1057 § 2 se
refiere al pacto o alianza matrimonial como "irrevocable". S. Juan Pablo II enseñó: "las propiedades esenciales,
la unidad y la indisolubilidad se inscriben en el ser mismo del matrimonio, dado que no son de ningún modo
leyes extrínsecas a él". Esta íntima relación se encuentra gráficamente descrita en las fuentes del Derecho
divino, tanto en el AT como en el NT: "serán dos en una sola carne" (Gn); a lo que Cristo añadió: "luego lo que
Dios unió, no los separe el hombre". Por tanto, la "una sola carne" (una caro), está constituido por dos personas
de distinto sexo que forman una unidad indisoluble, y que no pueden desunirse. Ello supone, no sólo un devenir
natural, sino histórico, de la concepción y componentes del matrimonio.
Volviendo a los dos artículos periodísticos, el de Bernanos habla de la supresión del divorcio llevada a cabo
en Francia en 1.941, y afirma que la legislación no hace las costumbres; que la legislación sólo puede
protegerlas cuando están hechas; pero critica la supresión del divorcio preguntándose si se ha restaurado en las
conciencias la noción del matrimonio cristiano, porque luego se reprochará a dicha ley haber tratado de
obligar, porque no se sentía con la fuerza para convencer.
El segundo artículo (2.016), constituye precisamente el reverso: en los tiempos actuales, la pérdida de fe en
el matrimonio, con el pesimismo acerca de las posibilidades de encontrar un amor feliz y duradero, constituye
una crisis generalizada. No pocos católicos consideran que el matrimonio abierto al divorcio es mejor que el
matrimonio unido a la indisolubilidad. En términos teológicos, se podría ver como una tentación contra la fe, ya
que la indisolubilidad, es dogma definido. Jesús insistió en que, según el plan original de Dios, el vínculo
matrimonial es inquebrantable, sobre esta base: Si los dos serán "una sola carne", lo que Dios unió "no lo separe
el hombre". Y así se entiende bien, en esta misma línea, que la tradición cristiana insistiera en que el divorcio es
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"contra la naturaleza, porque la una sola carne (una caro) se corta en dos (dissecatur). También presenta unas
implicaciones antropológicas: Permanecer fiel a un compromiso duradero, por libremente que fuera aceptado,
no es algo que razonablemente puede esperarse hoy día; exige demasiado de la naturaleza humana. Tal idea, al
difundirse, crea una mentalidad hostil a todo tipo de compromiso permanente. La idea de que la
"indisolubilidad es una carga injusta" -para la cual ha de haber un remedio- produce efectos altamente
negativos. Menor esfuerzo por mantener su unión cuando comienza a experimentar tensiones. Pero cuando se
da el fracaso de la convivencia conyugal, no se modifica ni la esencia de la relación establecida entre los
esposos, ni sus ordenaciones o fines (Cfr. cc. 1151-1155): el mantenimiento del vínculo, a pesar de todo,
constituye un bien mayor, puesto que puede vivirse desde la dignidad del sujeto personal; el rompimiento del
vínculo, en cambio, no espera esa dignidad.
De ello se habla en el segundo artículo. Actualmente, se permite comulgar a los divorciados y vueltos a unir
con otra pareja –en ciertas circunstancias-, al margen del deber de no tener ninguna relación sexual física con
quien no sea el cónyuge. Cualesquiera que sean sus intenciones subjetivas, una persona notoriamente
divorciada y vuelta a unir carnalmente, de forma pública con otra, se encuentra objetivamente en “pecado grave
manifiesto”, no pudiendo, por tanto, recibir la Eucaristía (CIC, no 915). Si lo hiciere, por ser público su pecado,
unirá el sacrilegio al escándalo. La reconciliación no puede ser concedida más que a aquéllos que se arrepientan
de haber violado el signo de la Alianza y que se comprometan a vivir en total continencia” (Catecismo, no
1650). Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían
inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.” (S.
Juan Pablo II, Familiaris Consortio, no 84).
En lugar de procurar restaurar en las conciencias la noción del matrimonio cristiano, la propia
exhortación Amoris Laetitia, incurre así, a juicio de quien suscribe, en una aparente contradicción, con la
permisibilidad a los divorciados, que está deconstruyendo el concepto y componentes del matrimonio; que está
convirtiendo la costumbre del divorcio, si no en Ley, sí en Enseñanza de la Iglesia, devaluando el concepto de
matrimonio, en vez de ponerlo en su justo valor, bajo la buena intención de que "El camino de la Iglesia es el
de no condenar a nadie para siempre", aún cuando intenta compensarse aludiendo a un “responsable
discernimiento personal y pastoral de los casos particulares"; y que, atendiendo a la "ley de gradualidad", se
aplique "la lógica de la misericordia pastoral". Que además, no tiene en cuenta la afrenta a la dignidad del
cónyuge que ha permanecido fiel a los preceptos inmanentes de la Iglesia, y que se siente ninguneado cuando
ve a su todavía esposo, comulgar en su presencia a pesar de estar en evidente y público pecado. Las preguntas
por nuestra parte, serían pues: ¿está el divorcio ganando la partida al matrimonio canónico? Y ¿Cómo se puede
convencer a los fieles de vivir conforme al Dogma, si las disposiciones emanadas de la Iglesia no se sienten con
fuerza para convencer conforme a dicho Dogma? JOSE BRUNO ORTEGA TENORIO –ABOGADOABOGADO-
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