Subido por Enrique Francesco Lavarello Rojas

Goldberg

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La presencia perdurable de Heinz Kohut: la empatía
y sus vicisitudes
Autor: Goldberg, Arnold
Palabras clave
Kohut h., Empatia.
“The enduring presence of Heinz Kohut: Empathy and its vicissitudes” fue originariamente
publicado en el Journal of American Psychoanalytic Association, 59 (2): 289-312.
Traducido y publicado con autorización de la editorial de la revista.
Este artículo amplia y desarrolla un poco más la importancia de la empatía en el
psicoanálisis tal como propuso Heinz Kohut. Usando ejemplos clínicos, diferencia la
empatía sostenida como el componente distintivo del psicoanálisis, y demuestra alguna
de las dificultades para determinar los límites de la empatía en la práctica del
psicoanálisis. Se la distingue también de la lectura de la mente, un ejercicio puramente
cognitivo, como lo es la intuición (Carruthers, 2009). Para perseguir una percepción
psicoanalítica de la empatía uno debe confrontar sus limitaciones e ir más allá de la
afirmación, en cierto modo simplista, de su efecto terapéutico incuestionado. La empatía
es más que un acto cognitivo, y en tanto sostenida en el tiempo puede ser difícil de lograr,
mal entendida y a veces puede no tener efecto terapéutico.
Antes de escribir sobre el narcisismo o los trastornos narcisistas, Heinz Kohut
presagió sus ideas teóricas a través de una delineación cuidada de su posición y su
actitud en relación con sus pacientes analíticos (Kohut, 1959). Su énfasis en la
introspección vicaria o empatía dejó claro que no se limitaba a escuchar u observar
a un paciente; él más bien conectaba con el paciente mediante una identificación
temporal o compartiendo creencias y sentimientos. Esta conexión, respaldada ahora
por ciertos hallazgos neurológicos (Gallese, 2008), pronto se elaboró como la
construcción psicológica llamada objeto del self (objetoself) en pacientes que a su
vez sentían al analista como parte del self. No todos los pacientes se daban cuenta
de este tipo de experiencia, pero en aquellos que sí lo hacían, se podía construir y
describir teóricamente una nueva configuración de la transferencia. La mayor
elaboración de los principios de la psicología del self y sus manifestaciones de
transferencia produjo diversas modificaciones y alteraciones, pero la importante
cuestión de la inmersión empática como fuente singular de datos ha seguido siendo
crucial.
Aunque la psicología del self ha prosperado en ciertas áreas del psicoanálisis,
también ha sido ignorada o negada en otras. Las nuevas ideas a menudo son
víctimas de los promotores con exceso de celo y de los detractores convencidos,
de modo que no podemos decir si le aguarda el mismo destino que a cualquier
innovación. Como sucede con toda nueva idea, aquellos que la adoptan la ven
en todas partes, y quienes la desdeñan aún no la han visto. El tiempo dirá si las
investigaciones de Kohut sobre el self y sus trastornos continuarán
contribuyendo a una mejor comprensión de nuestros pacientes. Pero parece
estar fuera de dudas que sí perdurará su insistencia en el papel central de
obtener acceso a la vida interna del otro.
Introducción
No hay duda de que la empatía a menudo ha asumido una popularidad
posiblemente inmerecida al ser descrita en diversos mamíferos (especialmente
en los elefantes [DeWall, 2009]) y a medida que ha ido obteniendo el mérito de
todo tipo de efectos psicológicos (Cacioppo y col., 2002).
La popularidad del concepto de empatía, junto con el nuevo interés en las
neuronas espejo, ha dado lugar a un esfuerzo por encontrar una base
neurológica para la empatía (Gallese, 2008) y a una vigorosa contrarreacción a
cualquier forma de vinculación prematura entre la mente y el cerebro (Vivona,
2009). Esta contribución pretende presentar una perspectiva psicoanalítica para
el término empatía, que enfatice el proceso de una empatía contextualmente
limitada y sostenida en el tiempo.
Definiendo la empatía
La “Historia del concepto de la empatía”, de Lauren Wispé (1987) muestra cómo
el concepto ha cambiado con el tiempo. Como punto de partida podemos usar la
definición ofrecida en el American Heritage Dictionary, donde se define como
“entender de forma íntima que los sentimientos, pensamientos y motivaciones
de uno son fácilmente comprendidas por otro” Michael Franz Basch (1983)
modificó esa definición, escribiendo que el término empatía necesitaba estar
sujeto a la noción de comprensión para considerar adecuadamente su papel en
psicoanálisis, pero también enfatizando el papel del afecto y la necesidad de una
definición operativa. La comprensión empática es un proceso por el que una
persona llega a conocer a otra. Con el tiempo, se han introducido frases
como empatía madura y empatía generativa (Schafer, 1968) para diferenciarla
de la mera sintonía o una serie de términos cargados de valores diseñados
principalmente para reflejar motivaciones altruistas. Para introducir ahora una
modificación más a un término tan susceptible de definiciones y modificadores
existe un esfuerzo por distinguir un proceso por el cual el psicoanálisis le da un
estatus especial: empatía sostenida.
Aunque la literatura sobre la empatía, no importa cómo se defina ésta, es
enorme, a menudo no se hace el esfuerzo de distinguir lo que uno podría llamar
“empatía ordinaria” o “empatía de sentido común” de a empatía sostenida
(Aragno, 2008). Este último concepto fue defendido por Kohut (1971) en su
explicación de la psicología del self, pero normalmente se pierde en el seno de
una colección mayor de ideas acerca de ser empático en general o de tener
empatía por ciertos estados afectivos concretos. Mi objetivo aquí es distinguir
dos concepciones de empatía –la normal, a menudo de tipo instantáneo, y un
proceso sostenido que requiere un esfuerzo- y luego elaborar algunas
distinciones peculiares de esta última. Lo primero puede simplificarse invocando
una comparación entre una instantánea y un video; en otras palabras, se
introduce una línea temporal para separar lo que parece caracterizar la mayoría
de discusiones y definiciones de empatía el sentido ordinario de lo que distingue
la prologada inmersión de una persona en el estado psicológico de otra. La
calidad de esta última condición –lo que la hace única, además de las
implicaciones del esfuerzo- es lo que pretendo delinear. La empatía a lo largo
del tiempo es un fenómeno cualitativamente diferente, más de lo que sugeriría la
mera idea cuantitativa de medición temporal. Comprender a otra persona a lo
largo del tiempo da lugar a una secuencia de acontecimientos, y esa secuencia
ofrece al psicoanálisis una forma particular de explicación.
Dos aspectos de la empatía sostenida: el tiempo y la narrativa
R.G. Collingwood, el filósofo inglés, cree que todas las ideas, todos los hechos,
deben ser historizados. Cree que el pasado sólo puede ser entendido
descubriendo las intenciones de personas determinadas en momentos concretos
(Inglis, 2009). Así, uno debe poner las ideas en un contexto, así como a las
personas que captan esas ideas, y a las historias de esas personas. Darwin, por
supuesto, nos enseñó que toda persona es el resultado de una serie de
acontecimientos históricos (Coyne, 2009). Freud es la voz preeminente para
resaltar nuestra necesidad de ver cómo alguien ha llegado donde está, aunque
a menudo leemos acerca de ser empáticos con otra persona como si ocurriera
en una porción de tiempo en lugar de ser una historia continuada. Esto es
especialmente cierto en gran parte del estudio neurológico de la empatía.
Un artículo reciente sobre actividad eléctrica en el cerebro humano demostró una
activación neuronal en el área de Broca para la producción del habla. Yo añadí
la salvedad: “Como se sabe para las neuronas en el cortex visual, la contribución
específica del área de Broca puede variar con el tiempo, como consecuencia de
las distintas redes corticales dinámicas en las que está incrustada en distintos
momentos. Esto encaja con el hallazgo de que el área de Broca no es específica
del lenguaje, sino que también participa al servicio de otras áreas específicas,
tales como la música y la acción, y con el hallazgo de que su contribución al
procesamiento del lenguaje traspasa las fronteras de la semántica, la sintaxis y
la fonología” (Hagoort y Levelt, 2009). Esto resuena con mi opinión de que los
datos recogidos por la conexión empática o en realidad por cualquier media
deben observarse contextualmente y a lo largo del tiempo. Las diferentes
porciones de tiempo no son sino instantáneas encaminadas a abarcar un
complejo conjunto de significados. El “aquí y ahora” es un momento en el tiempo
que bien puede ser interesante, pero que normalmente requiere un lugar en una
secuencia continuada de significados.
Presentaré algunos casos clínicos, primero para demostrar el papel de la
empatía en el círculo hermenéutico de la comprensión; segundo, para ilustrar las
demandas de establecer y mantener conexiones empáticas. Mi tesis puede
parecer simple y obvia para algunos. La intención de este ejercicio es subrayar
que la empatía generalmente (pero no siempre) se extiende a lo largo del tiempo,
como parte de una narrativa, mientras que los estudios cerebrales son con
mucha frecuencia representativos de un solo momento en el tiempo.
Caso I. Charles: un ejemplo de preconcepción
Los psicoanalistas enfocan el material de un caso de un modo distinto de cómo
pueden hacerlo quienes no tienen una orientación analítica, y este enfoque a
menudo se describe como implicando la hermenéutica o la ciencia de la
interpretación. Su proceso se denomina círculo hermenéutico. El proceso
comienza con el hecho de que por lo general sabemos lo que estamos buscando,
o, como Heidegger, el padre de la hermenéutica, diría: la interpretación se basa
en una preconcepción (Heidegger, 1946, p. 141). El proceso sugerido para lograr
esta base es un proceso triple cuyos componentes son: 1) anticipación; 2)
previsión; y 3) preconcepción. Esto implica: 1) un conocimiento tentativo de lo
que va a descubrirse o revelarse, seguido de 2) un enfoque que haga las cosas
comprensibles; y luego 3) una base en una comprensión firme. Estos son los
pasos del círculo, y el círculo es la estructura de significado (Goldberg, 2004, p.
205). Este caso se presenta para ilustrar cómo uno escucha a lo largo del tiempo
y con el tiempo en mente para ir adquiriendo el significado y participar así en el
círculo hermenéutico.
Charles, un homosexual de 52 años, vivía solo y no había tenido parejas
duraderas importantes. Vino al tratamiento con dudas a causa un sentimiento de
que se estaba perdiendo la vida. Era el cuarto de diez hijos nacidos de una madre
coreana que hablaba poco inglés y de un padre caucásico al que describía como
distante y lejano. Tras una serie de visitas semanales, se sugirió que Charles
comenzara un análisis, una sugerencia con la que rápidamente estuvo de
acuerdo. Inicialmente, el análisis transcurrió apaciblemente, y Charles
manifestaba sentirse cómodo y esperanzado. Después de un mes, contó un
sueño que fue interpretado de mutuo acuerdo entre Charles y su analista. Sin
embargo, el día siguiente a esta interpretación, Charles insistió en sentarse.
Acusó al analista de estar tramando algo insidioso, y anunció que abandonaba.
Inexplicablemente, tras una corta ausencia, Charles volvió al análisis y lo
reanudó con la actitud más calmada de un analizando satisfecho con el proceso
y con sus resultados. Junto con esta manifestación de satisfacción y mejoría,
tras otra presentación de un sueño y su interpretación exitosa, tuvo lugar un
conjunto de conductas similares, con acusaciones y separación. Esta secuencia
de calma, seguida de un severo cambio de estado emocional con la subsiguiente
recuperación, sólo para luego repetirse, causaba perplejidad al analista, quien
veía que una mejora gradual y general se seguía de lo que parecía deshacer
todo lo que se había logrado.
Cuando este caso se presentó en una conferencia para discutir cuán erróneo era
el tema de su analizabilidad, y por qué el tratamiento estaba tan cargado de
esperanza y de desesperación a la vez, alguien sugirió una explicación. Ésta
consistía en un esfuerzo por ser empático a través del tiempo. La hipótesis que
se ofreció, aunque ciertamente no podía ser confirmada, era que el paciente
podía estar demostrando cómo era haber sido uno de diez hijos y haber visto
reiteradamente interrumpida la cercanía con su madre por el nacimiento de otro
hijo. No bien estaba contento, su vida se ponía patas arriba. Así, un asistente
aportó al caso una perspectiva evolutiva para guiar su escucha empática (esta
era su preconcepción).
Este caso no se presenta como un retrato necesariamente preciso de este
paciente, sino más bien como un recordatorio de que normalmente utilizamos la
empatía en una línea de tiempo; y pensamos en los casos de un modo narrativo,
es decir, como historizado. Cuando el paciente se sentaba y se comportaba de
un modo que el analista denominó “paranoide”, uno podía ser empático con su
rabia, y podría conceptualizarlo como un estado emocional modificado tras una
interpretación. Sin embargo, ser empático en el aquí y ahora no es sino un primer
paso hacia la tarea global de entender. El círculo hermenéutico, del que con
frecuencia decimos que representa la actividad del psicoanálisis (Goldberg,
2004) se ve como un proceso de avance y retroceso modificado por cada uno de
los participantes, en cada nuevo contexto de interpretación. La capacidad para
sostener la empatía propia durante el transcurso del proceso analítico permite al
analista reproducir la historia del desarrollo vital de un individuo. Por supuesto
que esto no es definitivo como tal, pero sirve para distinguir el psicoanálisis como
una ciencia interpretativa que emplea la empatía sostenida.
Caso 2. Elizabeth: se revela la modificación del círculo hermenéutico como
nuevo material
Después de que su analista se mudara a otra ciudad, Elizabeth ser vio urgida a
retomar su análisis sin demora, y lo hizo sin dudar ni un momento. Se presentó
ante su nuevo analista como una paciente llena de sufrimiento que había perdido
a alguien de enorme importancia para ella y cuya pérdida parecía generarle un
intenso enfado que sorprendentemente pronto se dirigió hacia su nuevo analista.
Este analista sustituto sentía que podía ser empático con la ira y el sufrimiento
de su paciente, pero Elizabeth no tenía nada de esta “empatía”, la cual
ridiculizaba y de la que se burlaba. En realidad, pronto reveló que no estaba tan
enfadada por la pérdida de su anterior analista; en cambio, había construido una
compleja justificación para su rabia hacia su nuevo analista actual,
aparentemente inocente.
El nuevo analista de Elizabeth cambió rápidamente de su postura empática de
intentar entender el enfado de su nueva paciente a otra de asombro mezclado
con su propia rabia. Una vez más, vemos que la empatía nunca es un
acoplamiento de sentimientos y la ansiada comprensión resultante, sino que en
cambio es una compleja configuración que es una historia contada a lo largo del
tiempo.
La historia que explicaba la rabia de Elizabeth fue revelada tras algún periodo de
tratamiento y sorprendió y consternó a su nuevo analista, que inicialmente había
interpretado su rabia en el contexto del abandono. En cambio, Elizabeth sentía
que su antiguo analista no la había ayudado en absoluto, y sin embargo era
totalmente incapaz de desprenderse de él. Había construido un escenario
imaginario que consistía en que su nuevo analista o alguien como él, interfería
con el proceso en curso de su antiguo analista, y o bien ponía a éste en su sitio
o la rescataba a ella de su desafortunado enredo. Por tanto, estaba
justificadamente (para ella) enfadada con el fracaso de su nuevo analista en
haberla rescatado antes. Por supuesto, esta fantasía posiblemente no tenía una
base de hecho, ni se podía acceder fácilmente a ella mediante una posición
empática inmediata.
La empatía a veces puede ofrecer un punto de entrada en el círculo
hermenéutico, pero también puede servir como una puerta totalmente errónea a
ninguna parte. La empatía generalmente tiene distintas capas y es secuencial.
Bajo el enfado de Elizabeth estaba su tremenda y dolorosa decepción por el fallo
de su analista, así como de sus padres. No hay modo de obtener acceso a esta
experiencia salvo mediante el proceso analítico, y esto sucede necesariamente
a lo largo del tiempo. Por tanto su analista tenía que ser, a su vez, empático con
su rabia, sus experiencias vitales que habían dado lugar a esta fantasía y su
consiguiente decepción. De modo que es necesario sostener y modificar la
empatía para lograr la comprensión. La empatía cambia con el tiempo, y por sí
misma explica pocas cosas. Debería considerarse que la empatía arroja datos
que deben ser cuidadosamente organizados en términos de causa y efecto,
secuencia y objetivos (Goldberg, 2004, p. 130). Si se usa por sí sola no es más
que una forma de sintonización o resonancia afectiva que no tiene significado en
sí misma. Su universalidad no debería tomarse como un indicador de que tenga
beneficio terapéutico alguno. Como acontecimiento aislado, ser empático puede
tener un efecto bueno, llevar a malentendidos o constituir una mínima diferencia
terapéuticamente.
Caso 3. Mike: capas de significados a lo largo del tiempo en el desarrollo
del círculo hermenéutico
Mike vino a tratamiento en medio de un divorcio contencioso que ser resolvió
sólo después de meses de acritud. El matrimonio podría caracterizarse como
uno en el que Mike se ocupaba de todo, incluyendo hacer la cena cuando volvía
de trabajar, mientras que su mujer hacía lo menos posible. Por supuesto que
esta era la caracterización que hacía Mike, pero no creo que se alejara mucho
de la verdad. Me convencí más de esto cuando Mike me contaba incidente tras
incidente en el que él demostraba su mayor competencia. Cuando le explicó
cuidadosamente a un mecánico qué era exactamente lo que fallaba en un coche
extranjero, resultó que tenía razón, y el mecánico se quedó impresionado y
agradecido. Explicó paciente a un colaborador cómo organizar un conjunto de
ideas particularmente complejo, mostrando una vez más su extraordinaria
capacidad para resolver problemas complejos. En todas estas ocasiones, y hubo
muchas, Mike era extremadamente educado y gracioso, aunque al contar estas
historias era poco menos que caritativo hacia la gente con la que trataba, quienes
desde su punto de vista podían ser descritos como pupilos, colegas o
adversarios. En general, en el mejor de los casos eran tolerados.
No era difícil empatizar con el sentimiento de superioridad de Mike sobre sus
incompetentes compañeros. A veces estaba exasperado, a veces contento, a
veces furioso, y a veces incluso sorprendido de su inteligencia. Mike podía
discutir sobre cómo él afectaba a los otros, incluyendo a su ex mujer y a diversas
mujeres a las que había estado cortejando. Estas discusiones llevaron a que
Mike contara una infancia en la que parecían dominantes dos temas: por un lado
el aprender de un tío suyo a cómo arreglar todo tipo de complejas maquinarias y
por otro, el ser absolutamente terrible en los deportes, desde ser eliminado en
un partido de béisbol tras otro hasta no haber aprendido nunca a nadar. Un ramal
era de competencia, el otro de fracaso. Bajo el hecho de que Mike siempre
estuviera enseñándole a los demás cómo hacer las cosas, estaba el niño
pequeño que apenas podía hacer nada bien. Entrar en contacto con el niño
indefenso a quien Mike continuamente intentaba repudiar fue una postura
empática alcanzada por el analista con el tiempo. Este niño pequeño se ocultaba
bajo la persona extremadamente competente que podía ser captada y
reconocida más inmediatamente. Cuando el propio Mike pudo entrar en contacto
con este miedo a su propia incompetencia, casi llegó a pedir perdón por saber
tanto.
El efecto terapéutico de la empatía sostenida
Hemos visto que la empatía sostenida está encaminada no a un momento de
significado sino a una explicación amplia de significados que a veces son
contradictorios y están ocultos.
El efecto terapéutico de esta empatía sostenida proviene de su impacto en aquel
que es objetivo de la misma, a veces llamado el “empatizando”. Hay mucha
evidencia en la práctica cotidiana de que las personas se sienten mejor cuando
se sienten comprendidas, y hay miles de explicaciones para este estado positivo.
Diferentes teorías psicoanalíticas ofrecen explicaciones que van de la liberación
de lo reprimido (atribuido a la teoría clásica) hasta multitud de posibilidades. Sin
embargo, parece haber una diferencia entre el placer que uno recibe cuando
(digamos por ejemplo) se interpreta un sueño y de ese modo parece tener
sentido, y el bienestar y la satisfacción que se experimentan cuando uno se
siente conectado y comprendido a lo largo del tiempo. Agosta (2010) afirma que
uno adquiere su propio sentimiento de humanidad de otro ser humano, y así
declara que “la empatía es el fundamento de la comunidad humana donde
‘comunidad’ significa ‘estar en interrelación humana con otra persona” (p. xvi).
Esta conexión de una persona con uno o más otros debe considerarse en sus
efectos tanto a corto como a largo plazo. Ambos parecen similares y diferentes.
Los efectos a corto plazo se consideran a menudo un logro cognitivo, como
cuando uno adquiere un insight después de una interpretación. Los efectos a
largo plazo no necesitan tener una dimensión cognitiva significativa sino que
pueden tener lugar cuando uno siente una conexión con una persona o un grupo
que se considera sostenedor o gratificante. En realidad, se han realizado multitud
de estudios ajenos al psicoanálisis para demostrar los efectos terapéuticos
positivos que resultan de este sentimiento de pertenecer o participar.
Estos estudios no analíticos relativos a los beneficios de la relacionalidad
humana van desde la investigación para medir los mecanismos biológicos que
explican la asociación positiva entre la integración social y la salud física
(Hawkley y Cacioppo, 2003) hasta estudios de enfermedades concretas y
relaciones sociales (p. eh. Bae y col., 2001). Se extienden también a temas
bioquímicos hormonales implicados en la conexión de un individuo con los
demás (van Anders y Watson, 2007). Hay mucha investigación y datos sobre
una amplio espectro de temas que implican los efectos tanto positivos como
negativos de las relaciones sociales (Cacioppo y col., 2002). Lo que falta entre
tanto dato es una adecuada explicación psicoanalítica o incluso psicológica de
la importante correlación entre el bienestar emocional y las redes sociales. Se
mencionan y se miden todos los niveles excepto el inconsciente, pero se pasa
por alto la empatía sostenida y su impacto Psicológico. A Basch le pareció
necesario utilizar el término comprensión empática para enfatizar esta dimensión
psicológica y nuestro uso del término empatía sostenida debería ser considerado
como una abreviatura de comprensión empática sostenida.
Puesto que la empatía sostenida es una piedra angular de la psicología
psicoanalítica del self, no es sorprendente que una de las mejores explicaciones
(aunque no la única) de su efecto terapéutico provenga de esa perspectiva
teórica. La teoría que propongo se construye en torno al concepto de objeto del
self (objetoself), otra persona que sirve como parte fundamental del self. Desde
esta perspectiva, el individuo usa a los demás como estructura psíquica; la
persona es constituida y sostenida por las relaciones con los otros.
Esencialmente, entonces, la psicología del self es una psicología unipersonal
que explica cómo los otros se convierten en aspectos del self de una persona.
Las deficiencias en el self son rellenadas por los demás, y así una relación de
objeto del self (objetoself) da lugar a un sentimiento de integración del self. Uno
se vuelve entero por los otros.
Cuando consideramos la empatía sostenida como un proceso continuado de
encajar entre los otros y el self para colaborar en la integración del self, podemos
extrapolar esta forma de conexión de su papel en el psicoanálisis a todas las
formas de interacción social. Si uno considera una relación social tal como el
matrimonio y evalúa los efectos positivos y negativos de esa conexión, los
resultados pueden observarse y explicarse a muchos niveles. Por ejemplo, los
hombres casados tienen más posibilidades de seguir las recomendaciones para
un examen de colonoscopia que los no casados (Denberg y col., 2005). Si uno
estudia este nivel de interacción en su nivel más obvio, se pueden pasar por alto
datos a nivel psicológico. Una persona podría decir que su esposa o esposo
estaría orgullosa/o y especularizar la actividad de esa adherencia. Esas
conexiones pueden ser duraderas y mantener las experiencias psicológicas
necesarias para regular la autoestima. Otra forma de considerar estas
conexiones es verlas como relaciones empáticas sostenidas. Dichas relaciones
duraderas sirven para mantener un self integrado.
Al mismo tiempo, es importante delinear lo que es particular de la empatía en el
contexto del tratamiento analítico. La diferencia es que el proceso analítico está
encaminado a permitir que una persona forme conexiones empáticas estables y
sostenibles fuera de la situación analítica. La experiencia analítica no debe ser
copiada o imitada fuera de la situación analítica, ni es sólo otra relación social.
Por ejemplo, sería un error fundamental considerar que la soledad de una
persona se trata con la compañía de un terapeuta o analista, puesto que la
soledad no resulta tanto de la falta de compañía como de la incapacidad de lograr
y mantener una compañía. Tratar el aislamiento como una situación
desafortunada, lo cual seguramente es, no nos permite ver cómo la empatía
sostenida es un logro a base de esfuerzo y no una casualidad.
Al igual que el objetivo de la empatía sostenida –el “empatizando”- será evaluado
por sus aspectos de mejora o negativos, del mismo modo debemos considerar
también el impacto emocional en el “empatizador”. No debe ser tarea fácil
persistir en una conexión empática. Hace algún tiempo acudí a una sesión clínica
en la que se discutía en detalle un paciente con esquizofrenia severa. Uno de los
ponentes dijo que el material era demasiado doloroso como para seguir con él,
y de ese modo ilustraba el terrible estado en que vivía el paciente. La empatía
es siempre una empresa bidireccional y puede suponer un coste o un beneficio
para ambos participantes. A uno se le pide que funcione como un objeto del self
(objetoself) particular cuando entra en una conexión empática. A menudo este
acoplamiento es fortuito, como cuando un paciente pide ser especularizado y el
analista necesita ser idealizado. Más importante que el simple acoplamiento de
un objeto del self (objetoself) deseado es la necesidad de persistir en el vínculo
a lo largo del tiempo. Más abajo hago alguna consideración más para establecer
y mantener la experiencia de empatía sostenida.
Prerrequisitos para la empatía sostenida
Thomas Metzinger, filósofo y científico, sugiere que ampliemos el concepto de
empatía para explicar los diferentes aspectos de la conducta expresiva que nos
permite establecer vínculos significativos con los otros. Él propone el
término colector compartido para captar los niveles fenomenológicos,
funcionales y subpersonales de la conexión humana. El fenomenológico es el
sentido consciente de semejanza; el funcional consiste en las acciones o
emociones que observamos en los otros; el subpersonal es la actividad de los
circuitos de neuronas espejo (Metzinger, 2009, p. 175). Al igual que muchos otros
que consideran la empatía como algo similar a leer un texto, Metzinger supone
que todos leemos la misma frase y posiblemente la interpretamos de forma
diferente. De forma similar, en una columna de opinión reciente, David Brooks
(2009) listaba una serie de conexiones entre el cerebro y la psicología, en un
rango que va desde la situación de “amenaza” que activa la amígdala, a la
mediación del dolor que realiza el cingulado anterior; acto seguido saltó a cómo
esos estudios pueden algún día contarnos “cómo son realmente las personas”.
Estas instantáneas de interacción humana construyen un escenario en el que el
observador permanece fuera de la interacción. Esta perspectiva no reconoce que
toda la empatía, inmediata o sostenida, es una calle de dos sentidos.
Pero cuando observamos y participamos en las interacciones, nos damos cuenta
de que existe un cierto conjunto de demandas en la persona que practica la
empatía. La primera de estas demandas es el requerimiento de evitar la clausura
prematura. Este retraso en la toma de decisiones puede requerir que toleremos
la angustia o cualquier afecto positivo o negativo asociado con los recuerdos y
sentimientos que se han despertado en nosotros. Así, por ejemplo, la conexión
de “amenaza” con la amígdala puede normalmente estimular nuestro propio nivel
funcional (según la categorización de Metzinger) y de este modo llevarnos en
una dirección divergente de la persona con la que deseamos empatizar. En
realidad, no hay modo de mantener una posición completamente neutral en la
empatía sostenida, ni nadie debería intentar tal cosa. Cada categoría de las
propuestas por Metzinger debería ser calibrada en términos del input del
empatizador. Así, el segundo requerimiento para la empatía sostenida es que el
empatizador comprenda y maneje las fantasías estimuladas por el esfuerzo.
Estas fantasías, por supuesto, son valiosas contribuciones a considerar en la
práctica de la empatía y no deben ser desestimadas ni condenadas; en cambio,
son una ayuda para entender. A continuación, si uno puede resistirse a la
clausura prematura y reconocer la contribución personal propia al esfuerzo de
entender a otro, surge un tercer requerimiento: establecer una línea temporal
propia y romper así la conexión empática. Este acto de interrupción empática es
importante para facilitar el crecimiento psicológico y/o el posible insight. Gran
parte de ese crecimiento es predicado sobre la capacidad de reactivar una
conexión empática que permita a uno evaluar, de nuevo a lo largo del tiempo, el
impacto de la empatía sostenida seguida de la interrupción empática y su
posterior reconexión. Sostener la empatía es un esfuerzo cuidadoso y deliberado
que recae en aquellos que intentan una responsabilidad que va más allá de los
tres niveles de observación de Metzinger. La observación supone participación,
y esta participación varía de un observador a otro.
Mentalización, etc.
La mentalización, un término recientemente popular, se introdujo para ofrecer
una teoría de cómo se desarrolla la capacidad de leer la mente de los otros. Se
dice que depende del apego seguro (Fonagy y col., 2002); se dice que, a su vez,
los tipos de apego/patrones de apego están correlacionados con ciertas formas
de patología. La empatía es considerada por algunos como una forma de
mentalización (Frith y Frith, 2004, p. 115), uniéndose así a multitud de palabras
o frases empleadas para explicar mejor cómo las personas se comunican con
otros y los entienden. A veces la mentalización se limita a una conducta
observada ajena al lenguaje (Meltzoff y Decety, 2004, p. 48) y a veces se hace
un esfuerzo por explicarla en términos de neurociencia. Es esencialmente
cognitiva y por tanto es distinta de la empatía ordinaria, que debe incluir afecto y
el interés psicoanalítico por la empatía a lo largo del tiempo.
La mentalización no es sino una serie de palabras y frases que pretenden
diferenciar una actividad particular involucrada en una relación terapéutica. Al
igual que Basch prefería comprensión empática, otros prefieren inmersión
empática o entonamiento o posición empática, o variaciones similares de este
tema. La única distinción atribuida a la empatía sostenida es la línea temporal
requerida para determinar el significado que se formula y la interpretación que
se ofrece.
Se puede ver fácilmente cómo distintas perspectivas psicoanalíticas, cada una
con sus propios términos y conceptos, desde la interpersonal a la intersubjetiva
y la relacional, derivan de la cuestión de cómo una persona se las arregla para
determinar lo que le está pasando a otra, y qué impacto tienen esas conexiones.
Los intentos por diferenciar estos términos entre sí son, probablemente, fútiles,
y es probable que la empatía sostenida sea un factor en todos ellos. Sin
embargo, en tanto la empatía común u ordinaria es parte y parcela de multitud
de operaciones psicológicas, es importante forjar una actividad particular que
sea el campo de la empatía sostenida. No es simplemente escuchar, ni leer la
mente (Carruthers, 2009). No es simplemente tener una relación, interpersonal
o intersubjetiva. Escuchar, apreciar la perspectiva del otro en el contexto de una
relación, contribuye a comprender a lo largo del tiempo, pero los cambios que
tienen lugar con el tiempo –las rupturas y reparaciones- son el ingrediente
crucial.
Consideraciones adicionales sobre la empatía: ¿ser una mente o dos?
Un paciente (una persona inusualmente sensible al tema de la empatía) me
habló recientemente de un encuentro con su compañero de piso. Los dos habían
estado compartiendo un apartamento durante varios meses, y un día el
compañero de piso pidió que se bajara la temperatura del apartamento o tal vez
que se apagase la calefacción porque “está matando al planeta”. El paciente
respondió que en tanto el termostato marcaba 20ºC y él estaba cómodo así, era
reticente a bajar la temperatura. Añadió que el tema de cómo estaba el planeta
era, en su opinión, llevar la discusión a un nivel irrelevante de discurso. El
compañero de piso respondió que esta era una mera diferencia semántica. El
paciente dijo que todas las discusiones son diferencias en la semántica, y que
deberían discutir sus diferencias pronto en algún momento. Cuando me contaba
esto, dijo que podía entender la posición de su compañero de piso, y que
probablemente estaba de acuerdo en apagar la calefacción y llevar más ropa.
Posteriormente, fue por la casa de varios amigos suyos revisando los
termostatos y no encontró ninguno por debajo de los 20º, pero aun así siguió
pensando que sería mejor acceder a la petición de su compañero de piso.
Al preguntar al paciente cómo se sentía por esta petición, dada la incomodidad
que le supondría acceder a ella, dijo que le era difícil pensar en sus propios
sentimientos. La idea personal privada del analista, como alguien que está a
gusto en una temperatura de 21-22ºC, era que el paciente debía estar disgustado
si no enfadado por la petición de su compañero de piso. Cuando el paciente se
esforzaba por reconocer sus propios sentimientos, dijo “Esto es empatía con
ganas”, es decir, parecía capaz de pensar sólo en “el otro”. Entonces recordó (no
por primera vez) un incidente con un matón del colegio que implicó que se
burlaran de él. Se sintió impotente frente a este matón. Al contarle a su madre
esta desafortunada situación, ésta le contó que los padres de su contrincante se
estaban divorciando; le pareció que le ofrecían una explicación que justificaba la
brutalidad de este matón. Armado con esta información, el paciente confrontó
inmediatamente a este matón, pretendiendo contrarrestar la burla con su propia
arma de retaliación, y se burló de él por el divorcio de sus padres. El paciente le
dijo entonces a su analista que, en clara distinción con sus sentimientos respecto
a la petición de su compañero de piso, no sentía empatía alguna hacia este
matón, con quien podía concentrarse sólo en sus propios sentimientos.
Este paciente continuó pensando en estas situaciones contrastantes: pensar
sólo en el otro y pensar sólo en sí mismo. Poco después, experimentó un cambio
tanto en sus sentimientos hacia su compañero de piso como hacia su enemigo
del patio de recreo. En cuanto al primero, notó que estaba enfadado por la
(ahora) ridícula petición de que se apagara la calefacción. Reconoció que ver la
situación desde lo que a él le parecía un punto de vista empático parecía
impedirle ver sus propios sentimientos y hacer una valoración “realista” (para él)
del problema. En cuanto al segundo, se dio cuenta de que su rabia e impotencia
por ser acosado y finalmente ser capaz de tomar represalias le impidió ver el
propio tormento de su agresor por la ruptura de su familia. Ahora viene el
problema. Él parecía capaz de sentir o bien cómo debía sentirse su compañero
de piso o bien la forma en que se sentía él hacia el matón. Sin embargo, era
capaz de entender cómo su torturador llegó a su desagradable temperamento,
así como podía entender cuánto significaba la temperatura para su compañero
de piso. Pero, esta comprensión ¿era la comprensión de que había logrado un
estado exitoso de empatía hacia estas dos personas? ¿O tenía que sentir que a
él mismo le gustaban los apartamentos fríos y que él, al igual que el matón, tenía
derecho a maltratar a otros en el patio del colegio?
Seguramente, la empatía no necesite ser equivalente al acuerdo total, ¿o sí?
Durante un breve período, hasta que lo discutió en el tratamiento, estuvo de
acuerdo con su compañero de piso y lo entendía. Sin embargo, una vez que
reconoció y sintió su propia posición, que incluía su enfado con el compañero de
piso, ya no pudo sentirse como antes. ¿Es que era menos empático, o ya no era
empático, o qué? Aunque él podía entender al matón del colegio, no podía estar
de acuerdo con su crueldad, ni sentir el mínimo de crueldad en sí mismo. ¿Se
las había arreglado para ser empático con el chico que se suponía que era para
él? Cuando habló de él en el tratamiento, se sintió menos agraviado por su
maltrato, pero nunca lo perdonó; ni siquiera por un momento pudo abandonar
sus viejos sentimientos. Al igual que su comprensión original de su compañero
de piso, en que no se preocupó de sí mismo, era desde la empatía con ganas, o
empatía total, igual podrían calificarse sus sentimientos iniciales hacia el matón
como una ausencia de empatía. Para él parecía no haber término medio.
Empatía y acuerdo
La empatía es definida por algunos como la capacidad natural de compartir,
apreciar y responder a los estados afectivos de los otros (Mason y Bartal, 2010).
Por supuesto que existen muchas definiciones de la palabra, y muchos esfuerzos
por diferenciarla de la compasión y el altruismo. Puede haber una cierta
confusión de significado aquí, pero todos los idiomas contienen cierta
ambigüedad, un aspecto que le confiere flexibilidad al lenguaje. El lenguaje
necesita sus defectos para poder hacer la enorme cantidad de cosas para las
que lo utilizamos (Okrent, 2009, p. 258). Así, la empatía puede considerarse una
identificación transitoria, introspección vicaria, “saborear pero no tragar”, o una
variedad de descripciones imprecisas en cierto modo. Todas ellas implican
instalarse en la mente de otra persona y llevar, por tanto, inevitablemente algo
de equipaje propio. Si la empatía implica algo que se parezca a una identificación
plena y duradera con otro, entonces uno está “sobreidentificándose” y por tanto
es incapaz de lograr un nivel de objetividad, en gran parte como la percepción
inicial que mi paciente tenía de su compañero de piso.
Si uno es totalmente incapaz de unirse al otro para experimentar un estado
afectivo, se dice que falta un componente importante de la empatía. Parece
necesaria una cierta amalgama de dos estados psíquicos, y por tanto existe la
posibilidad de desacuerdo: “Nosotros dos simplemente vemos el mundo de
forma diferente”. Estas amalgamas de sentimientos personales con elementos
compartidos de los sentimientos de otro son los constituyentes necesarios de la
empatía, el punto medio”.
Caso 4: dificultades para compartir
Un analista presentó una paciente en una sesión clínica. Sentía que había
analizado a la paciente sin éxito durante años y, finalmente, le pareció que esta
paciente simplemente no podía ser analizada. Se trataba del caso de una mujer
de mediana edad que había perdido a su marido y había comenzado un análisis
a causa de su prolongado dolor. Poco después de haber entrado en análisis se
había unido a un grupo de viudas de ideas similares a las suyas que compartían
la creencia de que sus difuntos maridos eran irremplazables y que, por tanto,
sería de tontas considerar tener una relación con otro hombre. Esta paciente
tenía sueños recurrentes en los que estaba sentada junto a una silla vacía. El
analista interpretó reiteradamente la resistencia de la paciente a tener una
relación con él, pero pronto sintió que era un ejercicio inútil a causa de la
insistencia de la paciente de que su marido era “un buen vino tino que no podía
reemplazarse con Coca-Cola”. Aunque aquí podrían ofrecerse numerosas
interpretaciones y enfoques, podemos dejarlos a un lado para tener en cuenta el
comentario de un asistente que insistió en que el analista simplemente no había
sido empático con su paciente. Su consejo sobre cómo establecer un estado de
conexión empática era estar de acuerdo en que su marido era realmente un
hombre perfecto, y que ningún otro hombre sería nunca tan maravilloso. Este
congresista sugirió que no era suficiente que el analista simplemente afirmase
entender que su paciente sentía que su último marido era tan irremplazable; sino
que, el analista debía unirse a ella en esta creencia. El analista objetó con
firmeza a este consejo, y dijo que si bien podía entender cómo se sentía ella, no
podía estar de acuerdo con lo que le parecía una creencia fantasiosa y
extravagante. Era reacio a la idea de que la empatía requiera acuerdo. Sin
embargo, podía ver que su paciente sentía que posiblemente nadie, salvo tal vez
los miembros de su asociación de viudas dolientes, podía entenderla a menos
que estuviera de acuerdo con ella.
El analista sugirió un compromiso. Él podía evocar una relación que hubiera
tenido y perdido, y que le pareciera irremplazable. De este modo podría lograr
un estado de ánimo similar al de su paciente y así compartir su estado afectivo
sin compartir su creencia. ¿Se consideraría esto empatía? Por supuesto, los
miembros del grupo de viudas iban un paso más allá y estaba de acuerdo con
su creencia, pero esta convicción eludía al analista.
La discusión que (suponemos) siguió pretendía desenredar los sentimientos
compartidos, las creencias compartidas y la mera comprensión. Algunos
pensaban que las tres son necesarias. Otros se conformaban con una o más. En
cuanto a la “comprensión” hubo acuerdo en cuanto a que es esencial pero
también en que es un concepto borroso que puede ser tomado en un sentido
puramente cognitivo y que por tanto requiere un modificador tal como
“verdadera” o “real”. El “sentimiento compartido” obtuvo un veredicto similar de
insuficiencia, en tanto que requiere un andamiaje cognitivo explicativo para
cumplir con la tarea de la empatía. Parecía demasiado fácil sentir con un
paciente sin conocer el lugar de los sentimientos en la narrativa explicativa. La
“creencia compartida” fue la más problemática. No quedaba claro si es un
requerimiento universal o uno peculiar para algunos pacientes y no para otros.
¿Hay ciertos pacientes que necesitan que la “comprensión” incluya el estar de
acuerdo? Esa podría ser una especie de solución: ser empático con un paciente
a veces puede demandar compartir sentimientos y a veces compartir creencias.
Así, “comprensión” es un término flexible. Puede haber casos fáciles y casos
difíciles, de modo que a continuación nos fijaremos en estos últimos.
Empatía y trastornos de conducta
Las personas que se comportan de un modo contrario a las costumbres normales
de nuestra sociedad ponen a prueba nuestra capacidad empática y a menudo la
tensan hasta un punto que no permiten el tener éxito a la hora de entenderlos.
Reconocemos una reacción negativa común a los ladrones, asesinos y
delincuentes de todo tipo, y raramente intentamos ir más allá de estas reacciones
de aborrecimiento. Hay casi una reacción automática de enfado hacia aquellos
que se comportan mal, y aunque esto a veces nos provoque un interés por
intentar explicar su conducta, raramente logramos el nivel de preocupación
atribuido a la empatía, en el que “compartimos, apreciamos y respondemos a los
estados afectivos de otros”. A menudo podemos decidir que un delincuente es
psicopático o sociopático, relegando así a esa persona a una posición que
parece ir más allá de la psicología. No podemos unirnos a esas personas,
emocional ni intelectualmente, no importa lo interesantes e intrigantes que
puedan ser.
Estudios recientes sobre trastornos de conducta (Goldberg, 1999) han
establecido una categoría de trastornos caracterizados por sectores paralelos de
la psique; un sector ejecuta una conducta inaceptable, mientras que el otro la
mira de soslayo y la condena. Se dice que estos sectores indican una escisión
en la psique, y el tratamiento psicológico debe estar dirigido a esta “escisión
vertical”. En estos casos, es crucial el papel de la empatía. Uno puede ser
empático con el sector que refleja las normas sociales, y no empático con el que
se comporta mal. Es muy común que en estos casos el terapeuta se una al
paciente en desaprobar la conducta inadecuada, y el tratamiento se dirija a
diversas medidas de control. Los programas dirigidos a controlar la conducta
inadecuada, como sucede en las adicciones, intentan fortalecer el sector
socialmente aceptable para regular y, en último caso, eliminar la conducta
inapropiada. En contraste con esos esfuerzos por el control, está el tratamiento
que implica la conexión empática con el sector que se comporta mal, repudiado
y escindido. El esfuerzo por logar una conexión significativa y duradera con un
aspecto de la psique que periódicamente es ofensivo e incluso repulsivo plantea
de nuevo la cuestión de si la empatía y el estar de acuerdo necesitan ir de la
mano.
Casos 5 y 6: más desafíos
Los siguientes casos no se presentan para ilustrar la técnica correcta, ni están
diseñados para defender la existencia de esta categoría de trastornos de
conducta, temas que discuto en otro lugar (Goldberg, 2000). En cambio,
pretenden demostrar el desafío de ser empático con este tipo de paciente. Uno
puede ser arrastrado por el material clínico, pero en ambos se ha omitido la
mayoría de la historia del paciente y el curso del tratamiento para centrarnos en
cómo se siente el analista acerca del paciente.
El Dr. E era un médico exitoso con una consulta amplia y lucrativa compartida
con diversos socios. Disfrutaba haciendo lo que hacía al ser médico y era
respetado y admirado tanto por pacientes como por colegas. Sin embargo, para
su consternación periódica, el Dr. E. tenía relaciones sexuales secretas con sus
pacientes. En tanto estaba casado y tenía tres hijos, estaba constantemente
ansioso de ser descubierto y expuesto a la luz. El Dr. E vino a psicoterapia a
causa de su matrimonio infeliz y su angustia por implicar a sus numerosas
pacientes en la actividad sexual. Las aventuras con sus pacientes no eran
duraderas y generalmente eran erráticas e impredecibles. Él insistía en que
nunca se enamoró de ninguna de estas pacientes, excepto de una con la que él
contempló la idea de divorciarse de su mujer y casarse con ella. Decía que
disfrutaba de las relaciones tanto como del sexo. Aunque el Dr. E no dudaba en
admitir que lo que hacía era estúpido, también sentía que todo hombre desearía
hacer lo mismo; sólo el miedo de verse pillados los disuadía. Su caracterización
de esta conducta como “estúpida” no se extendía a considerarla también mal o
pecaminosa o incorrecta. Sólo era tonta.
El terapeuta del Dr. E tuvo cuidado de no condenarlo ni criticarlo por sus
escarceos, concentrándose en cambio en su matrimonio infeliz y en la posibilidad
de que se metiera en problemas debido a su conducta. Puesto que el Dr. E
seguía sin hacer caso de su consejo, el terapeuta, desesperado, lo refirió a otro
terapeuta. El primer terapeuta pensaba que el Dr. E estaba haciendo algo malo;
difícilmente podía estar de acuerdo en que este tipo de conducta fuera
simplemente estúpida. Es curioso que uno de los compañeros de consulta del
Dr. E también era infiel a su mujer, ampliando su actividad sexual a pacientes y
a personal del hospital. Juntos, compartían un placer secreto por su conducta
inadecuada y se apoyaban el uno al otro.
De repente, ahora en su nueva terapia, el Dr. E se enfrentó a la posible
exposición de su conducta por parte de una de sus pacientes; le pareció que las
advertencias de su primer terapeuta eran proféticas, y juró que nunca más
correría ese riesgo. Sin embargo, su determinación duró poco y una vez más
empezó a buscar oportunidades. El Dr. E quería que su terapeuta se uniera a él
en el reconocimiento de la necesidad de estas escapadas “perfectamente
inofensivas”, que nunca deberían considerarse como aprovecharse de nadie.
Este segundo terapeuta pensaba que para ser empático con su nuevo paciente
debía estar de acuerdo en que en realidad esta actividad era más estúpida que
malvada. El Dr. E no tenía problema en reconocer la desaprobación de su primer
terapeuta y en registrarla como haber sido incomprendido. No discutía que nadie
que pensase que estaba actuando mal, simplemente no estaba de acuerdo con
ese juicio. El segundo terapeuta se dio cuenta de que el Dr. E necesitaba que
estuviera de acuerdo con él para lograr una conexión empática. Aunque el Dr. E
sentía que hacía cosas que más tarde lamentaba y que desearía no haber
sucumbido a estas tentaciones, racionalizaba su conducta como algo que se
merecía, puesto que su mujer y él ya no disfrutaban de las relaciones sexuales;
generalmente eran fríos y distantes el uno con el otro. No importa cómo pueda
conceptualizarse la organización psíquica del Dr. E, o lo que uno pueda
considerar como un tratamiento efectivo para él, sentía que para entenderlo, uno
tenía que ver las cosas como las veía él.
Con cierto contraste dramático con el caso del Dr. E está el caso de John, que
ya he contado en otro lugar (Goldberg, 1995, p. 85). John también era un médico
que mantenía relaciones sexuales con sus pacientes. Para John, no eran más
que vehículos anónimos para conseguir una felación. John tenía un encuentro
sexual ritual con sus pacientes, que tenía lugar de forma aleatoria, episódica y
siempre era seguido por profundos sentimientos que sólo más tarde en el análisis
caracterizaba como vergüenza y remordimiento. John se sentía fatal por lo que
había hecho, decidía no hacerlo más, aunque de vez en cuando se veía inmerso
en la misma actividad sexual. En su primer análisis, se aconsejó a John que se
masturbara antes de ver a las pacientes para disminuir las probabilidades de su
actuación. Una vez más, la conducta inapropiada se vio como algo a controlar,
regular y erradicar. No fue difícil para el segundo analista ser empático con el
simbolismo de estas aventuras sexuales, y unirse así a verlas no sólo como
vergonzosas, sino también como necesitando ser entendidas.
El contraste entre el Dr. E y John puede considerarse significativo o no. Como
he apuntado, estos casos se presentan no sólo para ilustrar el diagnóstico y
tratamiento, sino más bien para subrayar los desafíos empáticos. Mientras que
John sentía que lo que hacía estaba mal y era vergonzoso, algo que deseaba
repudiar, el Dr. E sentía que su conducta era estúpida y errónea y algo que sólo
a veces quería repudiar. Sin embargo, John no sentía que su conducta estaba
mal mientras la llevaba a cabo, sólo en retrospectiva. En eso no era distinto del
Dr. E, que disfrutaba de su actividad sexual y sabía que estaba mal de acuerdo
a los estándares sociales. El Dr. E se diferencia de John principalmente en los
sentimientos posteriores de vergüenza.
Si nos concentramos en los esfuerzos de un terapeuta por entender a estos
hombres, no hay duda de que provocan sentimientos diferentes y, por tanto,
desafíos diferentes. La historia evolutiva de John provoca más simpatía, y su
actividad sexual ritual incita a tener más curiosidad sobre su significado. Aunque
la historia evolutiva del Dr. E también puede provocar un enfoque comprensivo,
éste rápidamente se evapora cuando él justifica su conducta con la
racionalización de que se merece algo de placer. Los dos difieren también en su
relación con sus pacientes, a las que básicamente no conocen; para John siguen
siendo unas desconocidas, mientras que el Dr. E insiste en que llegar a
conocerlas mejor es tan importante como el sexo. Tanto John como el Dr. E
tenían inicialmente terapeutas a quienes disgustaban sus síntomas y que
deseaban controlarlos de alguna manera. Sólo después cada uno de ellos tuvo
un terapeuta que sintió que comprender sus síntomas era el mejor camino para
su posible eliminación. Para cada hombre era muy diferente, sin embargo, lo que
valía como comprensión.
Estos casos traen al foco los tres componentes esenciales de la empatía:
compartir sentimientos, apreciar sentimientos y responder a sentimientos. Estos
tres se añaden a la comprensión. El primero parece el más fácil, aunque, como
vemos en el paciente y su compañero de piso y su historia de ser acosado, el
compartir sentimientos nunca es suficiente. En cambio, siempre requiere cierto
esfuerzo y se modifica cuando uno viene cargando con sus propios prejuicios. El
segundo componente, apreciar sentimientos, trae a primer plano la evaluación
de uno mismo y la aceptación o rechazo definitivos de los sentimientos. Uno
puede identificarse excesivamente con el paciente o, por el contrario,
condenarlo. Aquí es donde parece primordial el tema de estar de acuerdo con el
paciente, y donde suele asomar la cabeza la cuestión de la moralidad. Uno
puede apreciar por qué alguien se siente de un cierto modo, pero no
necesariamente aprobarlo. Muchas personas, sin embargo, sienten que no son
realmente entendidas a menos y hasta que sus sentimientos sean aprobados. Y,
nos guste o no, muchas personas no pueden ser ayudadas a menos y hasta que
se sientan así de entendidas. En realidad, el mismo acto de compartir
sentimientos a menudo requiere estar de acuerdo para otorgarles legitimidad.
Los tres componentes de la empatía pueden, en ciertas personas, estar tan
entretejidos que no pueden considerarse de forma individual.
Un ejemplo final: el periódico matutino cuenta el juicio de un hombre que había
secuestrado y violado a una chica a la que tuvo encerrada durante muchos años
y de la que abusó reiteradamente (New York Times, 20 de marzo 2010, p. A9).
También detalla algunas de las formas de acoso que infligió a su víctima. La
mayoría de los lectores seguramente comparte los sentimientos con la
desafortunada niña pero no podría hacer lo mismo con los del delincuente. La
mayoría de los terapeutas no podrían tratarlo, porque no podrían ampliar su
empatía para entenderlo plenamente. Víctima y delincuente demuestran el rango
de objetivos de nuestra empatía. Pero también ambos ilustran los límites de
nuestras capacidades terapéuticas. Es relativamente fácil compadecerse de
alguien que es maltratado, y es enormemente difícil hacerlo con un sinvergüenza
que hace daño a los otros. Sin embargo, en un contexto terapéutico, ambos
requieren empatía y, a veces, tal vez, incluso estar de acuerdo con sus
sentimientos.
Resumen y conclusiones
La empatía puede estudiarse como producto de ciertos cambios hormonales,
como una forma particular de actividad cerebral, como un ingrediente vital en la
formación de relaciones sociales, e incluso como funciona en los animales, de
los elefantes a los primates no humanos. En tanto son diferentes niveles de
indagación, existe el peligro de que el concepto pueda ser trivializado hasta el
punto de perder su significado o glorificado hasta el punto de ser considerado
como una panacea para problemas de cualquier tipo.
De una forma en cierto modo abreviada, la empatía es un método de recolección
de datos, una categoría de lectura de la mente (Carruthers, 2009; Hurley, 2008).
Cuando leemos lo que creemos que está pasando en la mente de otra personal,
los datos que recogemos son normalmente tratados no como un conjunto de
palabras o frases, sino como ideas cargadas de significado. Así, la empatía no
es un mero registro de pensamientos y sentimientos, sino una configuración
compleja que es más correcto considerar como una historia o narrativa. Si
añadimos el componente histórico a lo que leemos en la mente de otra persona,
perseguimos la empatía a lo largo de una línea temporal y, por tanto, avanzamos
hacia la empatía sostenida. Esta actividad de recogida de información sobre el
otro a menudo parece, en sí misma, cambiar la naturaleza de la información que
recogemos. No sólo es que el observador afecta a los datos recogidos; el mero
acto de la observación cambia al observador y al observado. Así, una empatía
puede considerarse una simple rebanada de información en capas, y otra como
un amplio conjunto de información con una causa, una secuencia y un objetivo.
Esto último es lo que caracterizamos como empatía sostenida y estudiamos por
separado por sus efectos terapéuticos específicos.
Si estudiamos la empatía principalmente a nivel de la psicología, la psicología
psicoanalítica del self ofrece una forma particular de insight sobre sus efectos
saludables y negativos. El empatizador, el que ofrece la empatía, es
experimentado como un objeto del self (objetoself) necesario para el
empatizando, el que la recibe. Con el tiempo, este encuentro y encaje del self y
el objeto del self (objetoself) ayuda a la integración del self y a la regulación de
la autoestima y así da lugar a un sentimiento de bienestar. Este sentimiento
puede a veces ser compartido por ambos participantes. Las personas se sienten
mejor cuando son entendidas y logran un sentimiento adicional de cohesión del
self cuando son entendidas a lo largo del tiempo. La empatía sostenida es
cualitativamente distinta de una conexión empática a corto plazo con otra
persona. En realidad, la primera puede ser una de las características que definen
a los seres humanos.
La complejidad y el rango del concepto de empatía en psicoanálisis y en la
psicoterapia dinámica requieren el reconocimiento no sólo de sus distintos
sentidos, sino también del hecho de que afecta a las personas de forma
diferente. La empatía debe verse desde las dos perspectivas: la capacidad y
limitaciones de la persona que la ejerce y el impacto en la persona que es su
objetivo. Al igual que nadie es capaz de entender a todo el mundo, así nos vemos
afectados de forma diferente por los intentos de entendernos. La equivocación
más común en el mundo de la terapia es su preocupación por ser empáticos con
los otros, suponiendo que todo el mundo reacciona de forma similar, y que la
reacción siempre es positiva. Las personas que desean aprovecharse de los
otros, o hacerles daño, pueden ser exquisitamente empáticos. Alguien a quien
podemos desear ayudar no nos dejará entrar en su mundo interno. El camino de
dos sentidos de la empatía demanda nuestra resistencia continuada al
reduccionismo y la simplificación excesiva. Con el reciente interés en la empatía
creado por el estudio de las neuronas espejo y la aplicación del concepto a
primates no humanos, es más crucial ahora que nunca que el psicoanálisis
clarifique lo que la palabra significa para nuestra disciplina.
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