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Los mosqueteros

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Presentación
Conscientes de la importancia que tiene la lectura en la vida de
nuestros alumnos, no sólo en su actividad escolar sino como acceso a la
información, a la cultura y al placer que esta pueda brindarle, creemos
conveniente tomar como objetivo primordial la comprensión del texto.
Los alumnos difieren en competencias, en el estilo de aprendizaje y en
las habilidades socio-emocionales, por lo que sugerimos:
1.
2.
3.
4.
5.
Respetar el proceso de adquisición y perfeccionamiento de la lectura
de cada alumno.
Promover juegos para leer con atención y habilidad visual, para
ejercitar la memoria y desarrollar la comprensión, para enriquecer el
vocabulario, perfeccionar la ortografía y el análisis sintáctico.
Impartir directivas para el trabajo grupal e individual cuando sea
necesario.
Aceptar que la comprensión del texto es una actividad productiva que
implica que el alumno puede reelaborar activamente el proceso de
creación realizado por el autor.
Convertir el aula en un escenario de trabajo en el que los alumnos
jugando, compartiendo y creando afirmarán su personalidad en
contacto con toda clase de material escrito, en el que encontrarán un
instrumental nutriente de sus fantasías, juegos y ansias de saber.
Hemos tenido especial cuidado en seleccionar las obras literarias y
lecturas informativas que comprende la serie, procurando en todo
caso que:
•
•
•
•
•
•
No sean demasiado extensas y contengan una idea completa.
Sean adecuadas a la edad psicológica y cronológica del alumno(a).
Puedan ser a adaptadas al trabajo en equipo.
Que no presenten dificultades por su sintaxis o vocabulario.
Que respondan a los auténticos intereses de nuestros alumnos(as).
Que las obras elegidas presenten temas y situaciones que le permitan
al alumno(a) darse cuenta de cuáles son sus valores y puedan sentirse
responsables y comprometidos con ellos.
En suma, la presente serie ha sido preparada para facilitar el trabajo
docente procurando un conjunto de estrategias para promover y fomentar,
en nuestros alumnos, el gusto por la lectura a partir de situaciones
creativas, lúdicas y placenteras.
El editor
Una aventura de
Los tres mosqueteros
Capítulo 1
Un joven con futuro
D'Artagnan era un joven provinciano que tenía una sola ambición:
convertirse en mosquetero del Rey. Aquellos eran tiempos de sustos
permanentes. Los señores guerreaban entre ellos; el Cardenal hacía la
guerra al rey Luis XIII de Francia; los españoles combatían contra los
señores, el Cardenal y el Rey, los mendigos, los lobos y los lacayos
atacaban a cualquiera. El pueblo luchaba contra todos, incluso contra el
Rey, pero nunca contra el Cardenal y los españoles.
Por eso los poderosos se rodeaban de hombres valientes,
buenos espadachines. Así, el Rey tenía su legión de mosqueteros,
a quienes apreciaba mucho y el cardenal Richelieu temía. No
pasaba una semana sin que los mosqueteros del Rey se
enfrentaran con los guardias del Cardenal.
Corría el año 1625 y, un buen día, D'Artagnan
padre, un caballero de Gascoña, habló así a su hijo:
“Toma este caballo, que tiene trece años, y
cúidalo vayas donde vayas. Si llegas a la corte del
Rey para ponerte a su servicio, como
corresponde a tu condición de noble, hablarás
con un viejo amigo, el señor de Tréville,
capitán de los mosqueteros.”
El buen hombre le dio una
carta de recomendación, nueve
francos, y le deseó toda la
suerte del mundo.
02
Imaginen un Quijote con veinte o treinta años menos, alto y
desgarbado, la cara angosta, piel morena y bigote oscuro: ese era
el joven provinciano que partió hacia el palacio del Louvre, en
París, montado en su caballo marrón claro, tirando a anaranjado,
especie de Rocinante un poco mejor nutrido. Antes de salir, se
despidió de su madre y, a pesar de ser un muchacho bravo y
valiente, no pudo evitar el llanto.
Su primera parada fue en la pequeña ciudad de Meung.
D'Artagnan llegó con su ridículo caballo, que estaba muerto de sed
y con el cogote doblado por el cansancio, y se apeó frente a la
única posada. Su llegada provocó el comentario y la sonrisa de los
transeúntes. Pero la espada y el orgullo que se desprendía de los
ojos del muchacho hicieron que todos se guardaran sus burlas.
Todos menos un hombre con cicatriz en la mejilla, que no dejó de
reír en su asiento junto a la ventana de la posada, donde estaba
con los compañeros.
D'Artagnan desmontó, ató a su caballo y se acercó al
hombre de la cicatriz.
“¿Se burla usted de mí?”, le preguntó, desenvainando a
media su espada.
Me río con mis amigos”, respondió el hombre, “pero ya que
usted desenvaina, le daré el gusto.”
Y, dejando su lugar junto a la ventana, salió a la calle, con
espada en la mano.
D'Artagnan arremetió contra él, pero el posadero y los
compañeros del desconocido, armados de palos, se interpusieron.
D'Artagnan peleó con coraje, hasta que un palazo hizo volar su
espada, otro le golpeó la frente y cayó desmayado. Entre varios lo
arrastraron adentro para reanimarlo.
03
Lo llevaron a la cocina, donde la posadera comenzó a curarle sus heridas. El
caballero de la cicatriz se preocupó entonces por su salud y la identidad del muchacho,
e interrogó al posadero.
“Se va a recuperar pronto.” Respondió el hombre, “No sé quién es, pero en su
bolsillo tiene una carta para el señor de Tréville, en París.”
“Sube a tu cuarto, prepara mi cuenta y avisa a tu criado que traiga mi
cabalgadura”, dijo el hombre. Y, mientras el posadero se escurría, se metió en la
cocina, sin duda para leer aquella carta.
Cuando D'Atagnan se reanimó, salió y vio que su provocador conversaba con
una hermosa y joven mujer que estaba en un carruaje. Le daban la espalda y, desde la
puerta, el joven oyó lo que hablaban.
“Así que el Cardenal me ordena...”, decía la dama.
“Que te prepares, Milady, y que a la primera señal, vuelvas a Inglaterra”,
respondió el hombre. “Allí, cumplirás una misión relacionada con el duque de
Buckingham. Pronto recibirás más instrucciones. Yo vuelvo a París. Tú lo harás
por otro camino.”
Entonces D'Artagnan, hizo su aparición.
En guardia, caballero. No será tan cobarde como para escapar
frente una dama”, lo desafió.
El otro tomó el puño de su espada, pero la mujer le dijo:
“Cualquier demora podría arruinar nuestros planes...”
“Es cierto. Es hora de marcharse”, asintió el caballero.
El carruaje comenzó a andar. Y el desconocido, sin responder siquiera al joven gascón,
montó en su caballo y se alejó a todo galope
en la dirección contraria.
04
“¡Cobarde!”, le gritó
D'Artagnan, pero ya era tarde. El
hombre se perdía a lo lejos, en
medio de la polvareda.
Al meter la mano en el bolsillo,
D'Artagnan descubrió que faltaba la
carta de su padre. El posadero le contó
el interés que había mostrado el
caballero de la cicatriz por ese papel.
D'Artagnan deseó que le señor de
Tréville lo recibiera igual. Juró que encontraría
al ladrón y tomaría la revancha. Con ese
sentimiento se quedó en la posada lo suficiente
como para reponerse un poco y darle descanso a su
caballo, y luego partió rumbo a París.
Según sabía, el señor de Tréville era el tercer hombre
del reino de Francia. Gran amigo de Luis XIII, comandaba el
cuerpo de mosqueteros, hombres temerarios y grandes
luchadores. Sus combates con los guardias del cardenal
Richelieu, el segundo hombre más poderoso, muchas veces
terminaban con un saldo de varias muertes.
Ciertas noches, el Rey y el Cardenal se reunían para
jugar al ajedrez. Y cada uno elogiaba el valor de sus
hombres. Pero mientras en voz alta condenaban todos
esos duelos y peleas sin sentido, en secreto los
estimulaban y sufrían horrores por cada derrota, o se
alegraban desmesurada-mente por cada victoria.
D'Artagnan llegó a París, se alojó en un cuarto
y pensión a la altura de sus pobres recursos y,
después de un sueño reparador, a primera hora de la
mañana se dirigió al palacio del señor de Tréville.
05
El patio del
p al ac i o p ar ec í a u n
campamento. Más de
cincuenta mosqueteros armados
se paseaban o hablaban en grupos.
En la antecámara, sentado en largas
banquetas, muchos de ellos esperaban
audiencia con su jefe. El capitán, en su
gabinete, recibía las visitas, daba órdenes y
escuchaba los problemas que le llevaban sus
hombres.
Con sonrisa de provinciano, ceñida la espada a su
pierna y una mano en el ala del sombrero, D'Artagnan se
abrió paso entre la multitud de valientes, que lo miraban
reprimiendo la risa. Por primera vez en su vida, se sintió algo
ridículo.
Ya en la antecámara, D'Artagnan se hizo anunciar por un
guardia, que a los pocos minutos lo hizo pasar. El señor de
Tréville lo saludó gentilmente, luego se disculpó y gritó:
“¡Athos! ¡Porthos! ¡Aramis!”
Tres mosqueteros se presentaron de inmediato en
el gabinete de su capitán que, de muy malhumor, les dijo:
“Supe de que estuvieron peleando en la calle y que
fueron arrestados. ¡Eso no debe ocurrir! El Rey está enojado
y amenaza en reclutar a sus mosqueteros entre los guardias
del Cardenal.”
“¡Pero es injusto! Ellos nos provocaron y nosotros
tuvimos que defendernos”, replicó Porthos, el más alto y el más
corpulento de los tres.
“Es cierto” lo apoyó Aramis, un joven de lánguidos ojos
negros, mejillas rosadas y un fino bigote.
“El Cardenal afirmó lo contrario”, respondió el señor de
Tréville. “Por otra parte, no me gusta que mis hombres pasen sus
noches en la prisión real. Ahora vayan, que tengo que hablar con
este joven”.
06
Los tres mosqueteros salieron. D'Artagnan vio que Athos, de finos rasgos pero
de palidez extrema, caminaba con cierta dificultad y supuso que era a causa de una
herida reciente, ya que además llevaba el antebrazo izquierdo apoyado en el pecho.
Cuando se quedaron a solas, D'Artagnan se presentó, le dijo al señor de Tréville
que había llegado a París con la esperanza de unirse a los mosqueteros y le contó el
episodio del robo de la carta. El capitán se mostró interesado por el caballero de la
cicatriz y la dama que él había llamado “Milady”. Luego le dijo:
“Estoy seguro de que no mientes y de que eres el hijo de tu padre. Y aunque
nadie se hace mosquetero sin haber servido antes en un regimiento menor y haber
probado sus dotes, voy a hacer lo que está a mi alcance para ayudarte”. Y le ordenó
que fuera a la Academia Real para aprender equitación y esgrima.
“Le prometo que no voy a defraudarlo, señor”, contestó el muchacho, y salió.
Desde el patio, creyó ver en la calle al ladrón de la carta de su padre y empezó a
abrirse paso entre los grupos de mosqueteros. Sin querer, tropezó con Athos,
provocándole un espasmo de dolor por su herida.
El mosquetero no aceptó sus disculpas. Herido en su orgullo, D'Artagnan lo retó
a duelo para ese mismo mediodía.
07
Siguió su
camino y, en la puerta del
patio, se enredó con la capa
del mosquetero corpulento que
había visto en la oficina del capitán.
Porthos alardeaba en ese instante, ante
los guardias del palacio, de su flamante
cinturón de oro, pero la capa disimulaba que, por
detrás, esa pieza era de cuero barato. De manera
que pegó un tirón a la capa para impedir que se
descubriera su secreto y recriminó al gascón, quien
ofendido, lo retó a duelo para la una de la tarde.
Ya afuera, el joven aspirante se encontró con
Aramis que conversaba con otros mosqueteros. D'Artagnan
vio un pañuelo de mujer junto a su bota y, queriendo ser
amable, se lo alcanzó.
El error fue grave, porque el pañuelo comprometía a
Aramis con una dama que era la querida de uno de los
presentes. Aramis negó que la prenda se le hubiese caído a él,
e insinuó que el muchacho debía ocuparse sólo de sus asuntos.
Agraviado, el joven lo retó a duelo. Acordaron encontrarse a
las dos.
Finalmente, se alejó. Había perdido a su presa y, para
colmo, había desafiado a tres de los mejores espadachines
del reino.
“Ahora no puedo echarme atrás”, pensó y trató de
consolarse: “Por lo menos, si me matan, moriré en manos
de un mosquetero”.
08
Capítulo II
Un secuestro
D'Artagnan llegó puntualmente a la plaza solitaria donde se encontraría con
Athos. Su sorpresa fue grande cuando lo vio llegar acompañado por los otros dos
mosqueteros a quienes también había citado para distintas horas. El asombro fue de
todos: ellos no sabían que iban a pelear con el mismo hombre y habían decidido que,
mientras Athos realizara su duelo, los otros dos lo asistirían como padrinos. Luego
cambiarían los roles porque cada uno pensaba salir bien parado de su enfrentamiento.
El joven, por su parte, no había designado padrinos porque no conocía a nadie en la
ciudad y porque ni siquiera lo había pensado.
“Ahora que están aquí, caballeros”, dijo D'Artagnan, “No voy a echarme atrás.
Pero a riesgo de parecer cobarde, diré que preferiría batirme con uno por vez, como
habíamos acordado.
Así se hará, y en las horas convenidas”, confirmó Athos.
D'Artagnan y Athos ya habían desenvainado sus espadas cuando apareció un
grupo de guardias del Cardenal.
“¡Peleando en la calle!”, dijo uno de ellos, burlonamente. “Saben que es contra la
ley. Abajo las espadas. Los arresto en nombre del cardenal Richelieu.”
“¡Sobre nuestro cadáver”, contestó Porthos, y sus compañeros asintieron.
“Somos nada más que tres, pero bastará.”
09
“Cuatro”, corrigió el principiante. “Yo,
pelearé.”
D'Artagnan, también
“Muy bien”, dijo Porthos. “Entonces, Athos, Aramis y D'Artagnan,
¡adelante!”
Los hombres chocaron sus espadas y pelearon con ferocidad. El
coraje del joven aspirante asombró a los mosqueteros. Y también a sus
oponentes. En minutos, hicieron retroceder a los guardias del Cardenal que,
finalmente, se dispersaron.
“Todavía no soy un mosquetero”, pensó D'Artagnan, “pero por lo
menos soy un buen aprendiz.”
Allí mismo, los cuatro decidieron que, habiendo combatido juntos,
las ofensas quedaban lavadas, y cancelaron el triple duelo. De hecho, los
mosqueteros comenzaron a sentir simpatía por el principiante.
Más tarde el señor de Tréville reprendió a sus mosqueteros
delante de los demás pero, cuando quedó a solas con ellos, los felicitó.
El relato de los hechos y de la sorprendente valentía de D'Artagnan
llegó a oídos del Rey quien, favorablemente impresionado, decidió
que lo contratará como cadete en el cuerpo de guardia del señor de
Essart.
El episodio tuvo otro saldo positivo para D'Artagnan:
Athos, Aramis y Porthos le ofrecieron su amistad y con ellos
pudo aprender rápidamente muchas cosas sobre la vida de los
nobles en París, las intrigas palaciegas y las virtudes de la
adorable reina Ana. Cada vez veía más real su sueño de
convertirse en un verdadero mosquetero.
Sus posibilidades de demostrar valentía
en hechos concretos no estaban muy
lejanas. Un día, el dueño del hospedaje
donde se alojaba, el señor de
Bonancieux, interrumpió su descanso
golpeando la puerta del cuarto.
10
“Me enteré de que usted es un joven valiente. Y necesito que
me ayude”, le dijo. “Constance, mi mujer fue secuestrada.”
“¿Secuestrada?”, exclamó D'Artagnan.
“Mi mujer trabaja como doncella de la Reina”, explicó el casero,
“pero es mucho más que eso: es una de las pocas personas en quien su
Majestad confía.”
D'Artagnan sabía, como todo el mundo en la corte, que el rey
Luis XIII no amaba a su mujer, y que el Cardenal había ofrecido sus
favores a la hermosa dama, pero ella lo había rechazado. Y que, por
despecho, Richelieu conspiraba en su contra. El duque de Buckingham,
un hombre muy importante en la corte de Inglaterra, estaba enamorado
de la reina Ana. Eso era inadmisible. Sobre todo porque ingleses y
franceses siempre se encontraban a punto de ir a la guerra. Toda esta
trama debía tener que ver con el secuestro de constante.
“Creo que los secuestradores de mi mujer esperan que ella les
confíe algún secreto de la Reina”, dijo con suspiro Bonancieux. “Hace
unos días, mi esposa me dijo que la Reina tiene miedo. Cree que el
Cardenal le ha escrito a Buckinham en su nombre, con el fin de
atraerlo a París para que caiga en una trampa”.
“¿Está diciendo que el Cardenal mandó a secuestrar a su
mujer?”, preguntó D'Artagnan.
“Eso temo”, dijo Bonancieux. “aunque nadie vio a los
raptores. Sólo vieron a un hombre sospechoso cerca del lugar
donde raptaron, próximo al palacio. Tenía una cicatriz en una
mejilla.”
“¡El maldito ladrón de mi carta! ¿Podrá ser él?”, exclamó
D'Artagnan, asombrado por la casualidad.
“¿Me va a ayudar, señor D'Artagnan?”, suplicó el casero.
“Es una forma de ayudar a la Reina también”.
11
“Claro que lo voy a hacer”, prometió D'Artagnan y corrió al cuartel de los
mosqueteros.
Athos, Porthos y Aramis escucharon atentos su relato. Enseguida
aceptaron que no sólo Constance Bonancieux estaba en problemas, sino
también la Reina.
“Pero escuché que la reina Ana ama a nuestros enemigos,
españoles e ingleses, comentó Athos.
“Nació en España” le recordó D'Artagnan. “No es extraño que ame
a los españoles.”
“¿Y a los ingleses?”, dijo Athos.
“Sólo hay un inglés involucrado: el duque de
Buckingham, que la admira”, respondió el joven.
“Personalmente, creo que Richelieu se vale de esa
admiración para armar un complot contra la Reina y, de
hecho, contra el Rey.”
Los tres mosqueteros coincidieron en que el
secuestro de Constance Bonancieux era la clave de
una intriga. Y que detrás de todo el asunto podía
estar el Cardenal. La misión, entonces, era
encontrar a la confidente de la Reina.
Los cuatro hombres decidieron
conjurar para deshacer el complot.
Cruzaron sus espadas y exclamaron:
“¡Todos para uno y uno para
todos!”
12
Mientras caminaba hacia su
alojamiento, D'Artagnan vio estacionado el
carruaje que, en Meung, había transportado
a la misteriosa Milady. Oculto detrás de una
columna, pudo ver la cabeza rubia de la
atractiva joven asomada por la ventanilla. Y,
junto al carruaje, hablando con ella, como en
Meung, estaba de nuevo el hombre de la cicatriz.
“Es mi segunda oportunidad”, pensó
D'Artagnan y se acercó al carruaje. Sin pensarlo dos
veces, el aprendiz de mosquetero desenvainó y
desafió al caballero:
“¡En guardia!”
“Me sorprende sin mi espada”, le dijo el
hombre. “No creo que sea capaz de atacar a un
caballero desarmado”.
“Por supuesto que no”, respondió D'Artagnan,
“pero imagino que tendrá su espada en algún sitio.
Así que propongo postergar el encuentro para hoy a
las seis en Luxemburgo.
Me presento: soy D'Artagnan, de la
compañía del señor de Essart, y pronto seré un
mosquetero del Rey.
“Lord Winter, el señor de Sheffield”,
se presentó el caballero de la cicatriz.
13
Después de hacer una
reverencia a la joven, que le
devolvió una sugestiva sonrisa,
D'Artagnan se alejó. Pero en lugar de
volver a la posada, decidió buscar a Athos.
D'Artagnan le contó sobre el duelo. Y sus
sospechas de que el hombre de la cicatriz tuviera
algo que ver con el secuestro de Constance.
También le confesó a su amigo que sentía un
especial interés por la enigmática joven.
Entonces Athos le previno: le dijo que Milady de Winter
era cuñada del hombre con el que iba a batirse y, tal vez, espía
del Cardenal; y que debajo de esa máscara bella se escondía una
mujer perversa. No descartó que estuviera involucrada en el
secuestro de Constance Bonancieux, junto al propio lord Winter.
A pesar de todo, iría solo al duelo. La presencia de los
mosqueteros junto al joven despertaría la suspicacia del hombre de la
cicatriz. Se encontraría con ellos más tarde. En cuanto a la dama,
D'Artagnan quedó prevenido.
Por otra parte, había escuchado con sus propios oídos que lord
Winter le daba instrucciones de parte de Richelieu pero, aún así,
decidió que averiguaría por su cuenta dónde la hermosa mujer
estaba involucrada en la política del reino y cuán perversa era.
14
Capítulo III
La intriga
Cuando D'Artagnan volvió a su alojamiento y entró a su cuarto, lo
sobresaltó una voz suave que le pidió por lo bajo: “Señor, le ruego, no
encienda la lámpara.”
Con asombro, entrevió en un rincón a Constance Bonancieux. La
mujer le contó enseguida que había logrado escapar de sus
secuestradores. Le dijo que los hombres del Cardenal la habían
amenazado para que contara algunos secretos de la Reina, vinculados
con el duque de Buckingham, pero ella se había negado y, en un descuido
de sus guardianes, había huido.
Entonces D'Artagnan oyó un ruido en el cuarto vecino y se puso en
guardia.
“No se preocupe”, le dijo la mujer. “Es el duque de Buckingham.”
Constance Bonancieux condujo al duque al cuarto de
D'Artagnan. Era joven y apuesto. Había llegado a París en respuesta a
un mensaje de la Reina. Pero sospechaba que era una trampa, y se
dirigió a la posada de Bonancieux antes de ir al palacio. Así supo del
secuestro de Constance, que había escapado de sus secuestradores,
y allí estaban. El joven sabía que se encontraba en peligro, pero
quería ver a la Reina en secreto antes de regresar a Londres.
D'Artagnan y Constance introdujeron de incógnita al Duque
en el palacio del Louvre, donde tuvo un fugaz encuentro con Ana
en una pequeña habitación apartada.
Antes de despedirse, el Duque le pidió a la Reina que le
diera algo suyo, para recordarla hasta que volvieran a
verse.
La Reina depositó en sus manos un estuche y le
suplicó que partiera, antes de que alguien los
descubriese.
15
A pesar de todos los
cuidados para que nadie supiera
del encuentro, lord Winter –que, por
cierto era el espía de Richelieu en el
palacio– se lo hizo saber al Cardenal en su
gabinete.
“Nuestros planes están arruinados”, dijo
Richelieu, mientras se paseaba inquieto de una punta
a la otra de la gran habitación.
“La Reina le dio a Buckingham un estuche con seis
pares de diamantes, que el Rey le regaló para su
cumpleaños”, dijo lord Winter.
“Muy bien”, susurró el Cardenal, y la sonrisa malévola volvió
a su rostro. “Entonces no todo está perdido.”
Inmediatamente, Richelieu escribió una carta y le ordenó a
un sirviente que se la llevara a Milady de Winter. Era órdenes para que
volviera a Inglaterra. Allí, debía averiguar la fecha del primer evento
social al que Buckingham estuviera invitado, y lograr que también la
invitaran a ella para tener ocasión de robarle al conde los diamantes
que, seguramente, usaría en esa fiesta para ordenar su traje de
gala. Enseguida, tendría que informarle sobre el resultado de su
misión.
Esa misma tarde, tuvo lugar el duelo entre D'Artagnan y el
espía de Richelieu. Los dos contrincantes llegaron a las seis al
jardín Luxemburgo. Rodeados de sirvientes y testigos,
comenzaron la pelea. A los pocos minutos, D'Artagnan desarmó
a su adversario.
“En otras circunstancias, lo mataría”, dijo D'Artagnan
cuando puso la punta de su espada contra el pecho de lord
Winter, pero por la admiración que siendo por su cuñada, le
perdono la vida.
16
“Ya que la admira y tiene
usted este gesto de nobleza
conmigo, le ruego que acepte una
invitación a visitar la casa de Milady.
Estoy seguro de que nos recibirá ahora
mismo con placer y tendré yo el gusto de
presentársela”, propuso el hombre de la
cicatriz.
El joven no vaciló en aceptar y, después de
despedir al criado de la posada que lo había
acompañado como asistente y padrino, subió al carruaje
de lord Winter.
Milady estaba encantadora. Pareció gratamente
sorprendida al ver a D'Artagnan. Los invitó a sentarse en un lujoso
salón, y se mostró muy interesada en el joven y en lo que hacía. La
conversación duró poco, porque entró una criada con una carta que
acababa de traer un mensajero. Milady se excusó, prometió seguir la
charla otro día, dijo que debía marcharse y despidió a D'Artagnan. El
joven quedó encantado con la dama. Más aún: una ardiente atracción
comenzó a manifestarse en su pecho. Pero el destino le daría la
oportunidad de descubrir que caminaba por otro terreno peligroso. Y
eso ocurrió de inmediato.
Cuando atravesaba el jardín, una de las criadas de Milady le
chistó desde un grupo de arbusto. El joven se acercó y ella le contó,
sollozando, que estaba preocupada por su ama. Creía que corría
peligro y, como vio al joven caballero tan atraído por Milady, pensó que
quizá pudiera ayudar a liberarla de situaciones ingratas en las que,
seguramente, estaba envuelta.
“Milady dejó sobre su tocador esta carta. Yo no sé leer, pero
usted quizá pueda intervenir en el asunto. Creo que algo muy malo
puede pasar”, le dijo, y le mostró la nota con las órdenes del Cardenal.
No bien D'Artagnan fijó su mirada en el papel, la doncella salió
corriendo. Y enseguida, igual que en Meung, vio el carruaje de Milady,
que partía en el sentido opuesto. Sólo que, esta vez, las cosas se
aclararon cuando terminó de leer la carta. El joven decidió que la Reina
debía enterarse de su contenido antes que nadie, y corrió a la posada
en busca de Constance.
17
Capítulo IV
Al recate de los diamantes
Un segundo paso en la trama del cardenal Richelieu fue informarle
a Luis XIII del encuentro entre su mujer y el duque de Buckingham. El Rey
se enfureció pero sabía que no podía hacer nada: era él quien estaba en
falta con la Reina, puesto que no le demostraba afecto en absoluto.
El Cardenal, entonces, le sugirió que organizara un buen baile en su
honor.
“Así podrá complacerla y buscar la reconciliación que todo el reino
espera”, dijo Richelieu, y comentó: “Será una excelente oportunidad
para que la reina Ana use esos hermosos diamantes que aún no tuvo
posibilidad de estrenar.
La idea del baile surtió el efecto esperado: logró que la Reina
se olvidara del complot en su contra, y que perdonara al Rey por
sus desaires. Pero la paz conyugal no iba a durar mucho.
D'Artagnan, como sabemos, se enteró de la conspiración y le
habló a Constance Bonancieux sobre la carta del Cardenal a
Milady. La doncella corrió a contárselo a la Reina mientras el
muchacho aguardaba en la posada.
Cuando la mujer llegó al palacio, escuchó desde una
antesala una conversación entre el Rey y la Reina.
“La fecha de la fiesta fue fijada para dentro de doce
días, en el Hotel de la Ville. Me gustaría que mi Reina
luciera entonces los diamantes que le regalé para su
cumpleaños”, decía el Rey.
“¿El cardenal Richelieu sugirió que
usara los diamantes?”, preguntó la Reina.
18
“¿A qué viene esa
pregunta? Y, después de
todo, qué importa de
quién fue la idea?, dijo el
Rey.
“Perdón, mi señor”, se
disculpó la Reina. “Por
supuesto, luciré esa noche
vuestros diamantes.”
“¡Estoy perdida!”, exclamó luego en
voz alta, cuando quedó sola.
Constante Bonancieux entró
entonces al salón. La Reina le contó su
congoja.
“No se preocupe, Su Majestad, respondió
la doncella. “Se cómo lograr que esos diamantes
estén en sus manos antes de doce días.”
Después de despedirse de la Reina,
Constance corrió a buscar a D'Artagnan y le
contó lo que había ocurrido.
El joven, con su ímpetu habitual,
decidió que partiría solo a Londres para
rescatar las joyas. Pero antes, y en esto fue
prudente, debía conseguir la aprobación
del señor de Tréville, de manera que
corrió a verlo.
“Debo ir a Londres”, dijo, casi sin
aliento, al capitán, “en una misión que
será importante para la reina Ana”.
El señor de Tréville, sospechaba
una conspiración.
“Es peligroso que vayas solo”
afirmó, “te acompañarán Athos,
Porthos y Aramis.”
19
Los tres mosqueteros se alegraron de entrar en acción. Y los cuatros amigos
dejaron París de noche, para no ser sorprendidos. Al amanecer, pararon en una posada
en Chantilly. Mientras desayunaban, un hombre en otra mesa los invitó a beber a la
salud del Cardenal.
“De acuerdo”, aceptó Porthos, “si a cambio usted bebe también a la salud del
Rey.”
“Yo sólo bebo a la salud del Cardenal”, dijo el otro.
Porthos y el hombre se trenzaron en una discusión. Sus compañeros decidieron
seguir su camino y le dijeron a Porthos que los alcanzara más adelante, cuando
terminara de saldar sus diferencias con el desconocido. A no mucha distancia, se
toparon con un grupo de trabajadores que reparaba el camino. Pero enseguida
pudieron ver que escondían mosquetes.
“¡Es una emboscada!”, gritó Athos, cuando los hombres disparaban contra ellos.
Y siguieron adelante. Cuando se hizo de noche, se detuvieron en una posada. A
la mañana siguiente, tres hombres entraron al comedor del hospedaje, espada en
mano. Athos le hizo señas a D'Artagnan para que escapara y desenvainó. Athos
sobraba para enfrentarse solo con los atacantes.
D'Artagnan galopó hasta el puerto de Calais, donde se embarcaría a Londres.
Pero el Cardenal había dado órdenes de que ningún barco zarpara bajo ninguna
circunstancia. Así se lo informó el capitán de una nave anclada en el puerto.
D'Artagnan no tenía tiempo que perder: puso la punta de su espada en el pecho
del capitán y no hizo faltamás argumento para convencerlo.
20
Capítulo V
En Londres
Era ya muy tarde y D'Artagnan aprovechó el cruce del Canal de la Mancha para
dormir. Se despertó a la mañana siguiente, cuando el barco ancló en el puerto.
El futuro mosquetero no sabía una palabra de inglés. Pero el solo hecho de
pronunciar relativamente bien el nombre del duque de Buckingham le abrió camino en
la ciudad: todo el mundo en Londres lo conocía, naturalmente. Era el número dos del
reino de Inglaterra.
No le costó mucho a D'Artagnan encontrar el palacio del Duque y, Buckingham
ordenó a los criados que lo hicieran pasar, cuando le anunciaron la presencia de un
soldado francés en la puerta. El Duque escuchó con atención y alarma el relato del
joven. Richelieu sabía que ciertas joyas de la Reina estaban en su poder, y había
sugerido al Rey que organizara una fiesta para que ella las luciese. La Reina estaba en
peligro.
“Tengo que restituirle los diamantes”, dijo, “o Luis XIII puede tomar un horrible
represalia.
Pero el Duque abrió el estuche donde estaban las joyas y, con desesperación, vio
que faltaban dos pares.
“¿Esto es imposible!”, exclamó.
D'Artagnan le mostró entonces la carta que Richelieu le había mandado a Milady
de Winter.
21
“¡Usted estuvo con esta dama?”, le
preguntó al Duque, que se había puesto pálido.
“¡Claro! Ahora entiendo, dijo. “Fue en una fiesta,
la única vez que los usé. Ella estaba allí Milady de
Winter... muy gentil esa noche conmigo. Y, por
cierto, nunca nos habíamos dirigido la palabra
antes. Bailamos y, seguramente, fue ella quien se
llevó los diamantes, al aproximarse tanto a mí esa
noche, cuando conversamos en una terraza. Ella
fue, claro, cansado, pensé antes de dormirme que
mi ayudante de cámara había guardado las joyas
en su estuche. Milady, una espía del Cardenal, y
yo no me di cuenta. ¡Qué estúpido soy!” El
Duque estaba inquieto. Faltaban sólo cinco días
para el baile.
“Si la reina Ana no luce todos sus
diamantes, el Rey sospechará. Y el
Cardenal puede salirse con la suya”,
continuó el Duque, pensando en voz
alta. De pronto, su mente pareció
iluminarse, porque dijo: “Pero... sí.
¡Cinco días serán suficientes!”
El Duque ordenó de inmediato
que ningún barco zarpara para Francia
hasta nueva orden. Así se aseguraba de
que Milady de Winter no saliera de
Inglaterra. Eso le daría tiempo para
concentrar su plan. Luego llamó a su
joyero y le encargó dos pares de
diamantes, exactamente iguales a los que
había en la caja. Y prometió pagarle por ellos
como si fueran originales. El trabajo tenía
que estar listo en dos días.
“Y nadie tiene que darse cuenta de la
diferencia”, concluyó el Duque, antes de
despedir al joyero. A los dos días, los diamantes
estaban terminados. Eran perfectos. Imposible
percibir la diferencia.
D'Artagnan partió con ellos, a terminar su
misión. En el camino hacia el puerto, vio el carruaje de
Milady de Winter. Por la ventanilla divisó la inconfundible
cabellera rubia de esa mujer, que lo había cautivado con
su belleza pero lo hería con su traición y se convertía en su
enigma. Espoleó el caballo que le había ofrecido el duque de
Buckingham y lo hizo galopar hasta el límite de sus fuerzas.
Debía llegar antes que ella y zarpar en el primer barco, para
arribar cuanto antes a París.
22
Capítulo VI
Sorpresa en el baile
De lo único que se hablaba en la
ciudad, por esos días, era del baile que Luis
XIII a la reina Ana en el lujoso Hotel de la
Ville. Todo el mundo sabía que las cosas
no andaban bien en la pareja real, y la
ideas de una reconciliación apartaba un
nuevo ingrediente a la novela
palaciega.
Los preparativos llevaron
una semana. Los salones del Hotel
se decoraron con cientos de velas y
flores. Las damas de la corte
competirían esa noche por lucir el
mejor vestido. Y los caballeros no
se quedarían atrás en la
coquetería.
Finalmente, el día tan
esperado llegó. El Rey entró al
salón seguido de su séquito.
Luego, la reina Ana, más hermosa
y resplandeciente que nunca.
Tomados de la mano, los monarcas
saludaron a los invitados, ubicados
en fila en el salón de baile. El que
permanecía apartado, casi oculto
cerca de unos cortinados, era
Richelieu. Una sonrisa maliciosa se
dibujó en su rostro al ver que la Reina
no tenía los diamantes.
Sin perder tiempo, el Cardenal
llamó aparte al Rey y le hizo notar el
detalle. El Rey se acercó a la Reina y le
preguntó cuál era la razón de que no
luciera esa noche las joyas, como se lo
había prometido.
“Pensé que entre tanta gente no
estarían seguras...”, dijo la Reina, mirando
hacía el Cardenal. “Pero si Su Majestad lo
quiere, puedo mandar a buscarlas”.
“Me complacerá mucho que la
Reina las use esta noche”.
23
Mientras la Reina se retiraba a una
habitación contigua, supuestamente a
esperar que un enviado trajera las joyas,
pero en realidad para ocultar su
desesperación, el Cardenal le dio al Rey un
estuche con los dos pares de diamantes
que Milady de Winter había robado al
duque de Buckingham. Milady había
llegado a tiempo con ellos. Richelieu le
sugirió al rey que interrogara a la
Reina sobre la pérdida de las joyas
que, por los buenos oficios de uno de
uno de sus asistentes, dijo, él había
logrado recuperar.
Pero no hubo oportunidad
para eso. Ante la mirada atónita del
Rey y del Cardenal, la Reina
apareció en el salón de baile
luciendo con orgullo los seis pares
de diamantes en su vestido. El
Cardenal maldijo por lo bajo. No
sabía cómo, pero el triunfo se había
transformado súbitamente en
derrota. Sus mejillas se tiñeron de
púrpura y sus ojos se encendieron.
“¿Qué significa esto?”, preguntó el
Rey al Cardenal, señalando los diamantes
que todavía estaban en sus manos.
“Quería hacerle un regalo a Su
M a j e s t a d ”, m i n t i ó e l C a r d e n a l ,
reprimiendo su furia. “Pero sentí pudor
de ofrecérselo directamente, de modo
que busqué una vía un tanto sinuosa,
reconozco, para que llegaran a las
manos de la Reina.”
La Reina llegó junto al Rey, a tiempo
para escuchar la disculpa del Cardenal.
“Agradezco el regalo”, dijo la Reina,
con una gran sonrisa de victoria. “Imagino
que estos dos diamantes le habrán costado a
Su Eminencia el Cardenal tanto como los doce
que me regaló el Rey”.
24
Desde otro punto del salón, D'Artagnan
observa la escena. Había llegado a tiempo para
entrar al hotel por una puerta lateral, en la que
debió convencer a un guardia con un buen golpe
del pomo de su espada. Y ahora veía con agrado
cómo, gracias a su esfuerzo, la Reina triunfaba
sobre el Cardenal.
Antes de que terminara la fiesta, en
un pequeño cuarto, Ana le agradeció y le
regaló un anillo con diamante como
reconocimiento a su lealtad. El joven
se arrodilló y besó la mano de la
Reina.
Salió luego a la noche
de París. Estaba contento:
Sabía mucho ya sobre las
intrigas de la corte y había
probado su valor y eficiencia.
Pronto, podría contar el final
de la aventura a sus amigos
Athos, Porthos y Aramis, que
había vuelto sano y salvo a la
ciudad.
D'Artagnan se preguntó de pronto qué sería de
la misteriosa Milady de Winter.
Seguramente había cobrado
bien por su trabajo, aunque los
resultados no hubiesen sido los
esperados.
“¿Por qué sigo pensando
en esa mujer?”, se dijo, “Si ya
demostró que no vale la pena
distraerse en ella ni en segundo.”
Su principal ambición seguía
tan fuerte como nunca. Debía
continuar sumando actos de coraje y
de servicio ante el Rey el señor de
Tréville. Y un día, estaba seguro, se
convertiría en mosquetero.
Autor:
Alejandro Dumas
25
Una aventura de los tres mosqueteros
es
un
NOVELA
que tiene como
ARGUMENTO
PERSONAJES
son
trata de
PRINCIPALES
LAS INTIGRAS
SECUNDARIOS
TEMA
la
UNIDAD
del cardenal al
D'ARTAGNAN
UNOS
D'ARTAGNAN
se une a los
CARDENAL
RICHELIEU
PORTHOS
LEALES
por lo que
REINA ANA
ARAMIS
con
MOSQUETEROS
MONSIEUR
BONANCIEUX
CONSTANZA
BONANCIEUX
OTROS
para recuperar
cuando
LOS DIAMANTES
LUCHAMOS
que fueron
por una
SUSTRAÍDOS
ATHOS
SEÑOR DE
TRÉVILLE
CAUSA
al
LORD WINTER
DUQUE DE
BUCKINGHAM
desaparición que
MILADY de
WINTER
COMPROMETÍA
a la
26
DEBEMOS
ser
REY
LUIS XIII
MENSAJE
DUQUE DE
BUCKINGHAM
REINA
Relaciona a las palabras con sus significados, colocando en los círculos
los números correspondientes.
Alumno de escuela
militar o de alguna
escuela especializada.
Habitación pequeña
donde se reciben a
personas de
confianza.
1. mosquetero
2. espadachín
3. ridículo
4. apear
Acción parcial o parte
integrante de una
acción principal.
Arte de manejar la
espada y otras armas
similares.
5. carruaje
6. polvareda
Vehículo con armazón
de madera o hierro
para transportar
personas.
Arma antigua
parecida al fusil.
7. gabinete
8. episodio
Confabulación contra
una o más
personas.
9. equitación
10. esgrima
11. colmo
Persona que sabe
manejar bien la
espada.
12. cadete
Último grado que se
refiere a algo o
alguien.
13. complot
14. mosquete
Grupo de gente que
acompaña a una
personalidad.
15. espolear
Soldado armado con
mosquete.
Estimular a la
cabalgadura. Arriar.
Situación humillante
que sufre una
persona y provoca
risa o burla.
16. séquito
Descender de un
caballo.
Polvo que se levanta
de la tierra debido al
viento.
Deporte que enseña a
manejar bien el
caballo.
27
Colorea de amarillo el recuadro que contiene el sinónimo de la palabra
dada.
Dotes
fallas
virtudes
defectos
problemas
magnífico
moderno
ofuscado
sencillo
Insinuó
sinceró
ordenó
decidió
sugirió
Intriga
lealtad
franqueza
maquinación
discreción
complot
fidelidad
honestidad
veracidad
Trama
sinceridad
esclarecimiento
destape
conjuración
Sugestiva
indiferente
malagracia
insinuante
inhibida
sensatez
impulso
moderación
reflexión
indecencia
desvergüenza
descaro
recato
confiado
recelo
crédulo
despreocupado
Flamante
Conspiración
Ímpetu
Pudor
Suspicacia
Escoge del recuadro el antónimo que corresponde a cada palabra y
escríbelo en el espacio correspondiente.
desgarbado
lacayo
......................
inadmisible
desaire
......................
recto
ilusionarlo
28
......................
......................
amo
garboso
defraudarlo
lánguido
......................
......................
restituir
sinuoso
......................
quitar
aceptable
......................
atención
enérgico
Responde de acuerdo al texto.
1.
2.
¿Cuál era la ambición de D'Artagnan?
..................................................................................................
¿Por qué D'Artagnan debía ir con el señor de Tréville?
..................................................................................................
..................................................................................................
3.
¿Con quién tuvo el primer enfrentamiento D'Artagnan en la ciudad de
Meung?
..................................................................................................
4.
¿Escribe el nombre de las personas que apoyaban al Cardenal y al Rey?
Cardenal: ...................................................................................
Rey: ..........................................................................................
5.
¿Porqué el Cardenal conspiraba contra la Reina?
..................................................................................................
..................................................................................................
6.
¿Qué cosas aprendió D'Artagnan con Athos, Aramis y Porthos?
..................................................................................................
..................................................................................................
7.
¿Por qué razón Richelieu mandó a secuestrar a Constance Bonancieux?
..................................................................................................
..................................................................................................
8.
¿Cómo pensaba vengarse el Cardenal de la Reina?
..................................................................................................
..................................................................................................
9.
¿Qué hace D'Artagnan para impedir que inculpa a la Reina?
..................................................................................................
..................................................................................................
10.
¿Qué hace el Duque de Buckingham al notar que le faltaban los diamantes?
..................................................................................................
..................................................................................................
11.
¿En qué consistió la derrota del Cardenal?
..................................................................................................
..................................................................................................
29
Señala con “X” sobre el recuadro que tiene la alternativa correcta.
30
1.
La sirvienta de Milady entregó a D'Artagnan:
una carta del Rey.
una nota del hombre de la cicatriz
una nota con las órdenes del Cardenal.
una carta del señor de Tréville.
2.
Para que se reconcilie con la Reina, el Cardenal le sugirió al Rey:
que celebrara su cumpleaños.
que organizara un baile en su honor.
que realizara una cena de honor.
que la llevara de viaje.
3.
El Rey pidió a la Reina que luciera los diamantes porque:
Richelieu se lo comentó.
Era su gran deseo.
El señor de Tréville le aconsejó.
D'Artagnan se lo pidió.
4.
Con el rostro pálido el Duque de Bukingham expresó a D'Artagnan que:
el Cardenal le robó los diamantes.
vendió los diamantes a un joyero.
Milady se llevó los diamantes.
la Reina le pidió los diamantes
5.
Ante la mirada atónita del Rey y el Cardenal, la Reina apareció en el baile:
luciendo los seis pares de diamantes.
con el rostro muy triste.
acompañada de Constante.
con dos diamantes menos.
6.
El señor de Tréville ordenó a los tres Mosqueteros que acompañaran a
D'Artagnan a Londres porque:
Se imaginaba que el posadero estaba en peligro.
D'Artagnan sentía temor de Richelieu.
El Rey se lo exigió.
Sospechaba una conspiración del Cardenal.
Completa con una sola palabra las siguientes afirmaciones:
1.
En un principio, D'Artagnan retó a .................. a los tres mosqueteros.
2.
Athos previno a D'Artagnan que ................... era una mujer perversa.
3.
El Cardenal Richelieu ordenó el ................... de Constante Bonancieux.
4.
El hombre de la ...................... era cuñado de Milady.
5.
El señor de ..................... era amigo del padre de D'Artagnan.
6.
El ..................... pidió ayuda a D'Artagnan.
7.
La reina entregó al ..................... un estuche de diamantes.
8.
D'Artagnan viajó hasta ..................... para recuperar los diamantes.
9.
El joyero hizo dos ..................... muy semejantes a las originales.
10. Al final la ..................... triunfó sobre el Cardenal.
Contesta brevemente.
1.
¿En la vida actual existe lealtad? Explica con un ejemplo.
..................................................................................................
..................................................................................................
2.
¿Hizo bien la reina al entregar sus joyas? ¿Por qué?
..................................................................................................
..................................................................................................
3.
¿Actualmente existen personajes que luchan por la justicia? ¿Por qué?
..................................................................................................
..................................................................................................
4.
¿Cómo reconocerías una persona leal?
..................................................................................................
..................................................................................................
31
Coloca en cada recuadro el nombre que corresponde a cada idea expresada
en el recuadro.
Fue dado a D'Artagnan
junto a una carta y nueve
francos.
Protegida por los mosqueteros y admirada por el
Duque de Buckingham.
Era desenvainada las veces que D'Artagnan tenía
problemas.
...............................
...............................
...............................
Personaje que conspiraba
contra los reyes durante
toda la historia.
Dama traicionera al servicio del Cardenal
Richelieu.
...............................
...............................
...............................
Encargado de la posada
cuya mujer era confidente
de la reina.
...............................
...............................
Valerosos espadachines al
servicio del señor de
Tréville.
Obsequio valioso del rey a
la reina.
Escribe en orden alfabético los nombres anteriores y luego ubícalos en la
sopa de letras.
1. ....................................
2. ....................................
3. ....................................
4. ....................................
5. ....................................
6. ....................................
7. ....................................
8. ....................................
32
K
D
I
A
M
A
N
T
E
S
P
J
L
R
P
S
R
B
N
T
U
W
X
Y
ADAPSE B
T M AO P C K
E RNI B J K
MK I E F P B
BMES TMD
C A RD E N A
A J ZÑ B R O
B OREDA S
A ZDL EQ V
L L GS RW K
L D TM I L A
O U J GOX N
O
U
O
A
F
L
P
O
E
A
D
T
J M
F O
L S
P Q
A U
Y E
X T
P E
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