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TiempoenlacasaNo6-7 jul-ago2014

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Número 6-7• julio-agosto 2014
Suplemento de la revista Casa del tiempo
El Diablo
en el jardín
Farsa
en un acto
Alejandro Licona
Casa abierta al tiempo
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA
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Alejandro Licona (ciudad de México, 1953). Dramaturgo, guionista y narrador.
Obtuvo el Premio Juan Ruiz de Alarcón en 1980 a la mejor obra del año por Máquina. En 2001 recibió el Premio Internacional de Teatro Ricardo López Aranda en
Santander, España, por La santa perdida. Entre sus obras infantiles destacan Guau,
vida de perros, El bien perdido, Corajín, Corajón y Corajote y La princesita valiente. Ha
publicado las novelas Con pata de palo y parche en el ojo y La mujer que veía fantasmas.
Foto de portada:
Boceto de un traje de diablo para una ópera de Jean-Baptiste Lully, 1680. Colección
del Museo de Louvre en París. (Imagen: Art Media / Print Collector / Getty Images)
Rector General: Salvador Vega y León Secretario General: Norberto Manjarrez Álvarez Unidad Azcapotzalco Rector:
Romualdo López Zárate Secretario: Abelardo González Aragón Unidad Cuajimalpa Rector: Eduardo Peñalosa Castro
Secretaria: Caridad García Hernández Unidad Iztapalapa Rector: José Octavio Nateras Domínguez Secretario: Miguel
Ángel Gómez Fonseca Unidad Lerma Rector: Emilio Sordo Zabay Secretario: Darío Guaycochea Guglielmi Unidad
Xochimilco Rectora: Patricia Emilia Alfaro Moctezuma Secretario: Guillermo Joaquín Jiménez Mercado
Tiempo en la casa, número 6 - 7, julio - agosto de 2014, suplemento de Casa del tiempo,
Revista mensual de la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA
Director: Walterio Francisco Beller Taboada Subdirector: Bernardo Ruiz Comité editorial: Laura Elisa León, Vida
Valero, Rosaura Grether, Erasmo Sáenz, María Teresa de la Selva, Gabriela Contreras y Mario Mandujano Coordinación y
redacción: Alejandro Arteaga, Jesús Francisco Conde de Arriaga Jefe de diseño: Francisco López López Diseño gráfico
y formación: Rosalía Contreras Beltrán.
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Personajes:
Hugo Montes
Diablo
Teófilo de la Cruz
Joven 1
Joven 2
Inocencia Cordero
Borracho
Solterona
Padre
Policía
Vecina 1
Vecina 2
Voceador
La acción sucede en un pueblo hace años.
A mi dantesco amigo Dante del Castillo.
Pobrecito Diablo, qué lástima me da
José Rubén Romero
La vida inútil de Pito Pérez.
(Sentado en la banca de un jardín público se halla
Hugo, un joven que sostiene una libreta abierta en la
que escribe algo para inmediatamente tachar, insatisfecho)
Hugo: A ver cómo queda esto (escribe) “La noche cubrió con su manto oscuro ese
pacífico pueblito enclavado en lo más… en lo más (lo piensa un poco) recóndito de la sierra”. No, esto además de aburrido es puro lugar común.
Desde el inicio debes atrapar la atención del lector y no lo vas a lograr con
esto. ¿Y si mejor? (Escribe) “Para Genoveva, aquel día era como muchos
más en su árida existencia, preñada de rutina y de las mismas caras grises y
ceñudas que se apiñaban tras la ventanilla, exigiéndole celeridad y eficiencia, virtudes perdidas hacía tiempo por el monstruo devorador del tedio,
hasta que un día apareció delante de ella un rostro joven y bien parecido”.
No, esto está más quemado que el mismísimo Diablo. En definitiva hoy
no vienes inspirado. Debes escribir algo nuevo, original. Lo nunca antes
escrito, pero ¿qué? Todos los temas están agotados.
(Se queda entre desolado y meditabundo. Atrás de un
árbol aparece el Diablo, modesta pero pulcramente
vestido como empleado bancario. Trae en la boca un
puro sin encender. Se busca afanoso en los bolsillos sin
hallarse cerillos. Se acerca a Hugo)
Diablo: Buenas tardes, caballero.
Hugo: ¿Eh? Buenas tardes, señor.
Diablo: Disculpe que lo distraiga, pero ¿no me podría facilitar un poco de fuego?
Por andar de distraído olvidé los cerillos en casa y no he podido disfrutar
de este magnífico habano.
Hugo: Sí, cómo no (Saca unos cerillos y se los entrega). Tenga usted.
Diablo: Muy amable, caballero (enciende su habano). Perdón, ¿no gusta usted uno?
Traigo varios.
Hugo: No, muchas gracias. No fumo.
Diablo: Es una verdadera lástima. Son tan sabrosos. Duran más que los cigarrillos
y su sabor perdura en el paladar.
Hugo: Ay, apestan horrible.
Diablo: No para quien lo disfruta. ¿Le incomodaría si tomara asiento junto a usted?
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Hugo: De ninguna manera, siéntese usted.
Diablo: (Se sienta) Gracias. Es un alivio poder descansar un poco sobre todo después
de andar vagando por todas partes y más con el frío que está haciendo.
Hugo: Hace un poco de fresco, pero frío lo que se dice frío, no hace.
Diablo: Es natural. Yo provengo de un lugar mucho más cálido que éste, y a pesar
de llevar siglos visitando estos lares, nunca he podido acostumbrarme a
su temperatura.
Hugo: Perdone usted, pero su cara se me hace muy conocida. ¿De casualidad no es
actor de cine?
Diablo: No. Pero en muchas ocasiones me han caracterizado. Unas veces bien, la
mayor parte mal.
Hugo: Ya sé. Usted es político.
Diablo: (Ofendido) Por Dios, hombre, que soy decente. Si quiere saber quién soy
con gusto le daré uno de mis muchos nombres con los que se me conoce.
Puede usted llamarme Mefistófeles.
Hugo: (Asustado) ¿Mefistófeles? Entonces usted es…
Diablo: Dígalo sin miedo. Soy el mismito Diablo.
Hugo: No estoy interesado en vender mi alma, así que tenga la bondad de irse de
aquí. Cruz, cruz, que se vaya el Diablo y venga Jesús.
Diablo: ¿Por qué la gente cree en esas tonterías de las películas o de las novelas? El
alma no es un objeto que pueda venderse o comprarse. Esas son babosadas.
Hugo: Entonces, ¿qué es lo que quiere de mí?
Diablo: Sólo descansar y platicar un poco. Ayudarlo. Usted es creador, novelista.
Hugo: Intento serlo… ¿Y cómo me podría ayudar?
Diablo: Yo me sé muchas historias, señor Hugo Montes. Historias originales y nunca
antes escuchadas como la que usted anda buscando, ¿no?
Hugo: (Se incorpora, impresionado) En verdad usted es el Diablo. ¿Me va a pedir algo
a cambio de escuchar una de sus historias?
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Diablo: Sólo un poco de su tiempo. No tema, no pienso llevármelo al Infierno por
ayudarlo a ganar ese concurso de primera novela que tanto le obsesiona.
Hugo: Como que no le creo, don Mefistófeles. Yo sé que usted siempre anda en busca
de almas a quien llevarse.
Diablo: Culpa del teatro, el cine y la televisión que sacrifican la realidad por el
entretenimiento. Uno tiene libre albedrío y uno decide, con sus actos, si
desea irse al Cielo o al Infierno, así de fácil.
Hugo: Entonces el Infierno debe estar vacío. ¿Quién quiere irse allá?
Diablo: Uta, sobra quien quiera estar allí. Mi dominio está tan poblado como el
Paraíso.
Hugo: No me suena lógico eso.
Diablo: Es muy sencillo y se puede resumir con “Zapatero a tus zapatos”. Si a alguien
le gusta robar, en el Cielo no podría hacerlo porque las reglas lo prohíben.
¿Qué sucede con este político, digo ratero? Que si no puede volver a robar
más en su vida, se frustra y se vuelve desdichado. En el Infierno, en cambio
robar, matar, violar son cosas de todos los días. ¿Me doy a entender?
Hugo: Más o menos.
Diablo: Si yo comprara almas como dicen los escritores, quebraría de inmediato.
Cualquier desesperado en noche de luna llena me invocaría para pedirme dinero o poder. Ponga usted que se los concedo. ¿Para qué? Para que
cuando esté agonizando, se arrepienta y me deje con un palmo de narices.
No, señor Montes. Los dramaturgos me pintan como un estúpido al hacer
ese tipo de contratos.
Hugo: ¿Y a qué se debe entonces que ande por el mundo?
Diablo: Ofrezco mi mercancía que es el mal. ¿No desea usted adquirirla?
Hugo: No, paso.
Diablo: ¿Ve lo que le digo? El ser humano tiene el don de la elección.
Hugo: ¿Cómo sabe una persona si se va al Cielo o al Infierno?
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Diablo: Al Infierno cometiendo un pecado capital sin arrepentirse de ello. Eso le
garantiza viaje directo. Y al Cielo no cometiéndolo. Así de fácil. ¿Ha escrito
mucho últimamente, señor Montes?
Hugo: Para serle sincero no y ya casi finaliza el plazo para entregar una novela en
un concurso que además de darme dinero me daría algún prestigio.
Diablo: (Carraspea) No quisiera parecerle un pedante, pero, ¿por qué no escribe
su novela sobre mí?
Hugo: (Nada animado) No estaría mal. Lo que pasa es que el tema ya está muy quemado. Yo quisiera algo más original.
Diablo: No lo culpo. Todas las obras que se han escrito sobre mí siempre dicen lo
mismo. Que tiento a alguien; lo hago firmar un contrato y a último momento pierdo la partida para regocijo del público. Esas son idioteces. Si
supiera la cantidad de veces que he ganado en buena lid, se sorprendería.
Hugo: Tal vez la variante sea interesante. “El Diablo vencedor” podría titularse la
historia.
Diablo: El título es lo de menos. Con que usted escriba la verdad es más que suficiente. Eso de que siempre gana el bueno, aparte de ser una soberana
tontería, es mentira. Yo he sido triunfador muchas veces.
Hugo: ¿Cómo por ejemplo?
Diablo: El horrible caso de Teófilo de la Cruz y su desalmada esposa.
Hugo: Creo haberlo leído en los periódicos. Fue algo espantoso.
Diablo: Ni tanto. Todo comenzó en un jardín como éste, hace algunos años. (Entra
un hombre de aspecto apocado quien viste de oscuro y trae un ramo de flores)
Diablo: Teófilo era la persona más santa y más inofensiva de este pueblo. Era sacristán, vocal de la Acción Católica, miembro honorario de la Vela Perpetua,
socio activo del Divino Socorro y comandaba además un pequeño grupo
de boy scouts. Era en pocas palabras un alma tipo A, de esas que son tan
raras como apetecibles y que son mi debilidad. En aquel entonces me
puse de pie (lo hace). Y me dije: Mefistófeles, tienes que llevarte esa alma.
Observe por favor.
(El Diablo se acerca a Teófilo)
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Diablo: Buenas tardes, caballero.
Teófilo: Buenas tardes, señor.
Diablo: Disculpe, ¿de casualidad no le interesaría irse al Infierno?
Teófilo: No, gracias. Prefiero irme al Paraíso.
Diablo: Se lo digo en serio, hombre. El Infierno está lleno de lugares interesantes,
De personas sensacionales y espectáculos dantescos.
Teófilo: Es inútil que insista, señor. Tengo decidido irme al Cielo.
Diablo: ¿Cómo puede preferir un lugar que ni siquiera conoce? Todo mundo habla
de ellos como si de veras hubieran estado allí alguna vez.
Teófilo: Es fácil de adivinarlo si se lee la propaganda que existe de ambos. Además
yo detesto el calor.
Diablo: (Se alza de hombros) En ese caso no insistiré, pero si llega a cambiar de
opinión, llámeme. Aquí está mi tarjeta. Con su permiso y buenas tardes.
Teófilo: Hasta luego y vaya con Dios.
(El Diablo hace un gesto de desagrado al oír esto
último para dirigirse a la banca con Hugo)
Diablo: Así fue mi primera aparición. Durante días, semanas y meses le estuve
insistiendo para recibir siempre de él un no rotundo y definitivo.
Hugo: ¿Qué hizo entonces?
Diablo: Esperar, desde luego, hasta que cometió un error que habría de costarle
muy caro.
Hugo: ¿Qué error fue ese?
Diablo: El más grande que pueda cometer ser humano: enamorarse.
Hugo: ¿De veras? A mí no me lo parece.
Diablo: Observe por favor.
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Teófilo: ¿Cuál le gustará más? ¿El “Nocturno a Rosario” o “Las golondrinas” de
Bécquer? Mh. Creo que el “Nocturno” sería el más apropiado. Es tan
bonito. (Carraspea) A ver si no se me olvida…En verdad necesito decirte
que te quiero con todo el corazón/ que es mucho lo que sufro, que es
mucho lo lloro/ y al grito que te imploro/ te imploro en nombre de mi
última ilusión.
(Entran dos jóvenes)
Joven 1: (Por Teófilo) ¿Qué te dije? Y hasta trae un ramo de flores.
Joven 2: Es verdad y por la cara de idiota se nota que está enamoradísimo.
Joven 1: ¿De quién será?
Joven 2: Conociéndolo, debe ser de alguna de las beatas de la Acción Católica o de
La Vela Perpetua. Vamos a sacarle la sopa.
Joven 1: Pero antes dime de quién sospechas para que valga la apuesta.
Joven 2: Yo digo que es Chelita, la que vende rosarios.
Joven 1: Va. Yo sostengo que es Chonita. ¿Cinco más de apuesta?
Joven 2: Sale y vale.
(Se acercan a Teófilo)
Joven 1: Uy, qué flores tan bonitas, mi Teófilo.
Joven 2: ¿Y para quién son? Digo, es pura curiosidad. No vayas a pensar que nos
estamos entrometiendo, ¿verdad, tú?
Joven 1: Ante todo, respeto. Sólo deseamos saber el nombre de la afortunada.
Teófilo: No sé si la conozcan. Se llama Inocencia. Inocencia Cordero.
Joven 1: (Aparte) ¿Que si la conocemos? Es más vieja que el hambre y más fea que
la guerra.
Joven 2: ¿Y desde cuándo andas con eso… digo, con ella?
Teófilo: Hoy cumplimos dos meses de salir juntos.
Joven 1: (Aparte) Te deberían dar una medalla al valor.
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Joven 2: Pero no piensas casarte con ella, ¿verdad? Como que hay mujeres mucho
más buena gente y más atractivas.
Teófilo: No. Inocencia es la mujer de mis sueños.
Joven 2: (Aparte) Serán pesadillas.
Teófilo: Es la más dulce y cristiana de las mujeres que he conocido. Dios al crearla
rompió el molde para que fuera única.
Joven 1: Uf, qué bueno que lo hizo.
Teófilo: El amor que siento por ella no tiene nombre.
Joven 2: (Aparte) Sí tiene. Se llama necrofilia.
Teófilo: Primero Dios antes de que finalice el año, unimos nuestros destinos para
siempre. Ella y yo. Yo y ella.
(Se marchan Teófilo y los jóvenes)
Diablo: Y así fue. Teófilo e Inocencia se casaron el día de San Judas Tadeo por las
tres leyes y sin pérdida de tiempo se fueron a pasar una platónica luna de
miel a Chinconcuac. Esto quedó a la libre imaginación del pueblo, que
entre risitas y murmullos, daban su particular versión de dicho suceso.
Hugo: ¿Cómo era ella?
Diablo: Muy parecida a Teófilo. Pulcra, recatada y buena cristiana. Si bien no era
bonita ni con buen cuerpo, atributos que la mantenían soltera desde hacía
35 años, poseía en cambio una mirada inteligente.
Hugo: ¿Sólo eso?
Diablo: Me temo que sí, pero con un alma rechinante de limpia.
Hugo: ¿Y qué pasó?
Diablo: Esto.
(Entran Teófilo e Inocencia con maletas)
Teófilo: (Contento) Al fin llegamos. ¿Qué te parece? No es muy grande, pero es
acogedora. Con una poca de pintura se verá mejor.
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Inocencia: Qué bonita casa, parece de juguete. Oh, Teófilo, qué felices vamos a ser
aquí en lo que será nuestro nidito de amor.
Teófilo: Ven. ¿Ves? Esta es la cocina. Un poco cochambrosa porque el inquilino
anterior era español y cocinaba mucha fabada.
Inocencia: Una buena limpieza la dejará como nueva.
Teófilo: Aquí es el comedor. ¿Te gusta el estilo?
Inocencia: Es sencillo y austero como nosotros.
Teófilo: Y lo mejor está acá. ¿Qué te parece la recámara? Fue una de las primeras
habitaciones que amueblé. Espero te guste.
Inocencia: Está bien, pero… Nada más hay una cama, Teófilo. ¿Tú dónde piensas
dormir?
Teófilo: ¿Cómo que en dónde? Pues aquí contigo.
Inocencia: (Escandalizada) Qué cosas dices, Téofilo. ¿Cómo pasas a pensar que voy
a dormirme contigo?
Teófilo: ¿Qué tiene de malo? Estamos casados.
Inocencia: Me decepcionas, Teófilo. Nunca creí que fueras como los demás hombres
que sólo piensan en la lujuria y la concupiscencia de la carne.
Teófilo: ¿Cuál lujuria, mi vida?, es amor.
Inocencia: Amor es respeto, Teófilo. Jamás de los jamases me imaginé que tú llegaras
a proponerme eso. Tú, a quien siempre creí el más cortés y caballeroso.
Teófilo: Pero, Inocencia, mi vida. Así debe de ser entre marido y mujer.
Inocencia: Basta. No sigas destruyendo la buena imagen que tenía de ti. Qué vergüenza. Mi propio marido proponiéndome hacer “eso”. Creí que te casabas
conmigo por mi inteligencia y mi espíritu, no por mi cuerpo.
Teófilo: Dios dijo “creced y multiplicaos”.
Inocencia: También dijo que hay que permanecer castos y puros y yo pienso hacerlo.
Teófilo: Mi vida, yo quiero hijos. Son la alegría del hogar.
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Inocencia: Si quieres niños, ve al orfanatorio. Ahí hay un montón.
Teófilo: Inocencia. Yo quiero tomarme el trabajo de fabricarlos.
Inocencia: Basta. Esta plática me repugna (inicia mutis). Traeré tus cobijas para que
duermas en el sofá.
(Inocencia se marcha. Teófilo desolado se deja caer
en una silla)
Hugo: Pobre Teófilo.
Diablo: Y eso fue sólo el inicio de una larga cadena de sufrimientos. Durante los
siguientes años fue común verlo cenando comida enlatada, cosiendo o
lavando su ropa mientras su costilla se la vivía en la iglesia, visitando algún
asilo u organizando bazares de caridad. Actividades loables en toda mujer,
no casada desde luego.
Hugo: ¿Y Teófilo qué hizo?
Diablo: Aparte de muchos corajes, trabajar. Con el paso del tiempo y con muchos
esfuerzos logró comprarse una televisión de segunda mano que constituyó
su única distracción y compañía.
Hugo: Uta, qué suerte la suya.
Diablo: Pero un buen día…
(Se marchan Hugo y el Diablo. Teófilo se levanta
para recibir al Joven 1 quien entra)
Teófilo: Apúrate. Ya debe haber comenzado el partido.
Joven 1: Ay, nunca empiezan a la hora. Ahorita deben estar los comerciales y esas
cosas.
Teófilo: Es la final y no quiero perdérmela por nada.
Joven 1: Oye, ¿no anda por allí tu mujer?
Teófilo: No, ¿por qué?
Joven 1: Pues… me he fijado que cada vez que vengo, me hace cara. Como que no
le simpatizo nada.
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Teófilo: No le simpatizas nada. Te detesta porque frecuentas billares, futbolitos y
otros centros de perdición.
Joven 1: Voooy.
Teófilo: (Inicia mutis) Prende la televisión mientras voy por unos refrescos.
(Teófilo se marcha. El Joven 1 busca con la mirada
en su derredor)
Joven 1: Oye, ¿y dónde pusiste la telera que no la veo? (Entra Teófilo)
Teófilo: ¿Cómo que dónde? Pues allí… estaba.
Joven 1: (Tras breve pausa) Chin. A la mejor te la carrancearon.
Teófilo: Imposible. La puerta del zaguán y la de aquí estaban cerradas. Además no
parece que se hayan robado otra cosa.
Joven 1: Con suerte y te faltaba una letra por pagar y vinieron cuando tú no estabas.
Teófilo: Para nada. El último abono lo pagué hace meses.
Joven 1: Bueno, a la mejor se descompuso y tu señora la mandó a reparar. Eso suena
más lógico.
Teófilo: Inocencia jamás ve televisión, y el aparato hasta ayer funcionaba como
nuevo.
Joven 1: Esto debe tener una explicación. Mira, si quieres voy por una radio y así
no nos perdemos el partido. ¿Va?
Teófilo: …
Joven 1: Ahora que llegue tu mujer se aclara todo. No te pongas dramático.
Teófilo: Si supieras con cuantos sacrificios compré esa televisión, me comprenderías.
Joven 1: Lo sé, pero ¿a dónde pudo ir tu mujer con una televisión tan grande? Con
suerte y sólo le fue a echar agua bendita.
Teófilo: No hagas chistes, por favor. No tienes idea de lo que significa ese aparato
para mí. Es mi vida, mi evasión, todo.
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Joven 1: Ya, no hagas teatro. Ahorita regreso con una radio. Mientras serénate y
piensa que tu tele está en buenas manos. No me tardo.
(El Joven 1 se marcha. Teófilo se desploma en una
silla. Poco después se escucha a Inocencia cantar)
Inocencia: Oh, María, madre mía, oh consuelo del mortal, amparadme y llevadme
a la patria celestial…
(Entra Inocencia sumida en un éxtasis religioso)
Inocencia: El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Teófilo: ¿Qué le hiciste?
Inocencia: Oh, María, madre mía, oh consuelo/
Teófilo: ¡Te estoy hablando, Inocencia! ¿Qué le hiciste?
Inocencia: No sabes cómo te han bendecido y elogiado en el orfanatorio. Dicen
que tu bondad y tu ternura no tienen límites y que tu desprendimiento
ha sido tan ejemplar como caritativo. Debiste ver las caritas de los niños
cuando por primera vez se encendió el aparato y en la pantalla aparecieron
las caricaturas. Sus risas y sus exclamaciones eran tan conmovedoras que
poco faltó para que llorara de la emoción.
Teófilo: ¡Mi televisión en manos de esos mocosos! ¿Cómo te atreviste, Inocencia?
¿Cómo pudiste arrebatarme lo único que me quedaba en esta vida?
Inocencia: Por Dios, Teófilo. Tú puedes tener otra televisión. Esos pobres niños, no.
Teófilo: Esos pobres niños no saben lo que es partirse el lomo trabajando para
ahorrar durante años y así poderme comprar un pedacito de dicha, que
tú sin más ni más acabas de regalar.
Inocencia: (Indignada) ¿Quién eres? ¡Te desconozco! Sabía que eras egoísta, pero
nunca al grado de negarle un mendrugo de pan a un hambriento. Parece
mentira que no te importe el bienestar de tu prójimo.
Teófilo: Si en verdad eres tan caritativa, ¿por qué en lugar de dar algo mío, no les
diste, por ejemplo, tu colección de ceniceros?
Inocencia: Sí, mucho que se iban a divertir viendo mis ceniceros. Eres un monstruo de egoísmo (solloza). Y pensar que cuando te conocí eras bueno y
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sobre todo desprendido. No podías ver a un limosnero sin que corrieras
a darle algo.
Teófilo: Daba pesos y tostones. Nunca televisores.
Inocencia: (Solloza) Es igual. No te gusta nada de lo que hago, como si tú fueras
alguien para juzgarme (desafiante). Pero te lo advierto de una vez por todas:
ni tú ni nadie me apartarán de la senda del bien.
Teófilo: No digas tonterías, por favor.
Inocencia: Si para ti el dolor ajeno es una tontería, no sé qué pueda importarte.
Teófilo: Me importa mi televisión que ahorita mismo vas a ir a recoger.
Inocencia: Recógela tú si tanto te interesa. Me gustaría ver con qué cara y con qué
factura vas a traértela de nuevo. Anda, atrévete, después de que medio
pueblo sabe que la donaste con la mejor de tus sonrisas.
Teófilo: Te odio, Inocencia, te odio. Te he soportado todo. Que regales mis trajes,
mis zapatos, mis libros, todo. Pero esto se acabó. O vas por ese aparato en
este momento o te preparas para irte de esta casa para siempre.
Inocencia: ¿Te olvidas que esta casa también es mía?
Teófilo: Lo dudo. Haz regalado la mitad. Tu mitad.
Inocencia: Pues hazle como quieras. Yo de aquí no me muevo.
Teófilo: Como quieras. Ojalá y esta misma noche te mueras para que te vayas
derechito al Infierno. Por haber mentido, por regalar lo que no es tuyo,
lo que equivale a robo, y por hacer rabiar a tu marido, al que se supone
debes querer y tolerar. Ojalá y pronto llegue el ángel de la muerte y de un
espadazo te siegue la vida.
Inocencia: (Con un hilo de voz) Tú también has pecado.
Teófilo: Dime cómo y en qué.
Inocencia: Nada de lo que hago te parece, siempre me estás riñendo.
Teófilo: Está bien. Nos quemaremos juntos en el Infierno.
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(Inocencia hace un mohín de enojo y hace ademán
de marcharse)
Teófilo: ¿A dónde vas?
Inocencia: A confesarme para que te chamusques solito. Ah, y si quieres ver la
televisión, ve al orfanato porque de ahí no sale, hagas lo que hagas.
(Inocencia se marcha. Teófilo enfurecido se deja
caer en una silla. Poco después entra el Joven 1 con
una radio de baterías)
Joven 1: Híjole, por poco y no la consigo. De que a mi madre le da por escuchar
sus radionovelas no hay poder en este mundo que la separe de la radio.
Teófilo: …
Joven 1: Te estoy hablando, ¿qué tienes?
Teófilo: Nada. Lárgate por favor.
Joven 1: Pero ya comenzó el partido, ¿no quieres escucharlo?
Teófilo: (Furioso) Lo único que quiero es que me dejes en paz.
Joven 1: Uy, qué genio. Deberías de guardarte esos corajes para ahora que llegue
tu mujer.
Teófilo: ¡Ya vete! ¿Quieres?
Joven 1: Voy a estar con el Ramiro por si cambias de idea.
(El Joven 1 se marcha. Poco después entra el Diablo)
Diablo: Buenas noches.
Teófilo: ¿Qué no entiendes que… (Descubre al Diablo). Ah, eres tú. Escogiste el
peor momento para visitarme. No estoy de humor para vender mi alma,
así que mejor retírate.
Diablo: ¿Y quién habla de negocios en este momento? Sólo pasé a saludarte y a
ofrecerte mi ayuda. No te enojes por favor.
Teófilo: Es que si supieras lo que me hizo mi mujer.
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Diablo: Ahórrate palabras. Lo escuché todo.
Teófilo: ¡Mh! ¿Y te parece poco la fregadera que me hizo?
Diablo: Yo que tú le ponía fin a esta situación. No puedes seguir representando el
papel de tarado frente a tu esposa. Es tiempo de que hagas algo.
Teófilo: No te creas. Ya lo pensé bien y he llegado a la conclusión de que el divorcio
es la solución a todos mis problemas.
Diablo: ¿De veras, Teófilo? Acuérdate que no existe el divorcio eclesiástico. Te podrás librar de ella por una temporada. Treinta, cuarenta años a lo sumo,
pero cuando te mueras…
Teófilo: ¿Qué?
Diablo: Te la encontrarás en el Paraíso donde vivirán eternamente. Los años que
pasaste aquí en la tierra serán nada en comparación con los que te esperan
allá arriba.
Teófilo: (Asustado) No había pensado en eso.
Diablo: Tanto ella como tú tienen méritos suficientes para ingresar al Cielo, a no
ser, claro, que te decidas a ir al Infierno.
Teófilo: ¿Al Infierno? No, gracias… yo…
Diablo: El Averno no es como lo pintan. Además, cualquier lugar en donde no se
encuentre tu esposa es bueno.
Teófilo: En eso tienes razón, pero… ¿El Infierno? No me gusta el calor.
Diablo: Anímate, hombre. Tu alma es muy especial, son de esas que dan prestigio
a donde llegan. Si vas, te garantizo que te tratarán muy bien.
Teófilo: Pon tú que me anime, ¿cómo lo haría?
Diablo: Fácil. Cometiendo un pecado mortal sin arrepentirte de ello.
Teófilo: ¿Cómo qué se te ocurre?
Diablo: Mmmh, pues… asesinando a tu esposa, por ejemplo.
Teófilo: ¡Estás loco! Yo no haría eso.
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Diablo: Velo de esta manera. Te deshaces de ella en esta vida y en la otra.
Teófilo: Sí, pero hay una cosa. A mí el asesinato se me hace algo repugnante. No
me siento capaz de cometerlo.
Diablo: Depende cómo lo hagas. Si la vas a agarrar a hachazos no te lo discuto,
pero siempre hay maneras más sutiles para acabar con la vida de un
prójimo, sin necesidad de truculencias ni sangre.
Teófilo: Perdón, pero no hay crimen sin sangre.
Diablo: Falso de toda falsedad. A tu linda esposa la podrías llevar de paseo al bosque
cerca de alguna profunda barranca. Le mostrarías el paisaje, pródigo en
flores y en árboles. Le susurrarías algún poema de amor mientras el viento
juega con su cabellera. Entonces tú le darías un suave pero firme empujón
que la mandaría primero al fondo del abismo y de allí a las alturas del
Paraíso. ¿Qué te parece?
Teófilo: (Estremecido) No. De seguro gritaría y el recuerdo de su gemido me perseguiría para siempre. Además no me sé ningún poema de amor.
Diablo: Bueno, en ese caso podrías deslizarle algún letal polvito en la leche que
suele beber.
Teófilo: ¿No le dolerá mucho?
Diablo: Pues… Si le das vidrio molido es de esperarse que pegue de gritos, pero si
usas algo más sofisticado como estricnina o algún destilado de acónito,
lo primero que sentirá será un ligero mareo, luego mucho sueño y por
último se recostará para no levantarse jamás.
Teófilo: Eso suena mejor.
Diablo: Es la muerte más piadosa que existe. No te recomiendo que la intoxiques
con gas porque la más leve chispa ocasionaría una explosión, y en lugar
de ser uno el muertito serían dos, cosa que no nos conviene.
Teófilo: Debe haber otra manera de irse al Infierno sin tener que matar a nadie.
Diablo: Hay muchas formas. Todo es cuestión de querer.
Teófilo: Está bien. Yo quiero irme al Infierno.
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Diablo: Esa es la actitud. Debes cometer una canallada y no arrepentirte de ello.
Nada de titubeos ni remordimientos o todo valdrá sombrilla.
Teófilo: No los tendré.
Diablo: ¿Qué pecado piensas cometer?
Teófilo: No tengo idea.
Diablo: Escoge: hay robo, estupro, gula, estafa, asesinato.
Teófilo: Cualquier cosa que no implique sangre. No soporto verla.
Diablo: ¿Digamos robo?
Teófilo: (Nada convencido) Bueno, sí.
Diablo: Vámonos entonces.
Teófilo: ¿Ya ahorita? ¿No es muy tarde para empezar?
Diablo: De ninguna manera. Que mejor que las penumbras de la noche para asaltar
cristianos. De día también se puede, pero es muy arriesgado.
Teófilo: Tienes razón. Nomás permíteme dejarle una nota a mi mujer para que no
esté con el pendiente.
Diablo: (Impaciente) ¿Y qué le vas a decir? ¿Que no te espere a cenar porque vas a
salir conmigo a asaltar? Por Dios, Teófilo, así nunca vas a irte al Infierno.
Aprende a ser malo.
Teófilo: Es la fuerza de la costumbre. Perdóname.
Diablo: ¡Nunca le pidas perdón a nadie y mucho menos a mí! Uf, vámonos que la
noche es joven y el camino largo.
(Se marchan. Cambio de luz. Entra un Velador
con linterna en mano)
Velador: (Coreado) ¡La una y todo serenooo! ¡La una y todo serenooo!
(Se marcha el Velador. Entran Teófilo y el Diablo)
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Diablo: Aquí está perfecto. Es la callejuela más oscura de todo el pueblo (le entrega
un enorme cuchillo). Recuerda que nada de titubeos ni de remordimientos.
Teófilo: (Mientras mira el puñal) ¿Y esto para qué?
Diablo: Para amenazar a tu víctima. No pensarás asaltarlos así con las manos vacías.
Teófilo: ¿Y si no quieren darme nada?
Diablo: Los matas y ya.
Teófilo: No, no. Quedamos en que nada de sangre ni truculencias.
Diablo: Mira, Teófilo, nadie que tenga la punta de un puñal en la panza se niega a
entregar nada. Tú tranquilo.
Teófilo: ¿Y qué tengo que decirles?
Diablo: ¡Arriba las manos, esto es un asalto! ¡Caite con lo que traigas o te mato!
Teófilo: ¿Y luego, qué?
Diablo: Los desvalijas y ya. ¿A poco está complicado?
Teófilo: Ay, a ver si puedo.
Diablo: Tú pon cara de desalmado. Vamos, quiero verla (aparte). Uta Canuta (a Teófilo). Que no te tiemble la mano y sobre todo, muéstrate cruel y despiadado.
Teófilo: Trataré. Arriba las manos, esto es un asalto. Arriba las manos, esto es un
asalto.
Diablo: Listo. Allí viene tu primera víctima. Recuerda todo lo que te dije.
Teófilo: ¿A dónde vas?
Diablo: Aquí cerca, donde no puedan verme.
(Se marcha el Diablo. Entra un Borracho cantando)
Borracho: Yo sé bien que estoy afuera/ pero el día que yo me muera…
Teófilo: Buenas noches, señor.
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Borracho: Buenas noches, caballero. ¿En qué puedo servirle?
Teófilo: ¿De casualidad no ha visto a un policía cerca?
Borracho: Que yo recuerde, no. ¿Por qué?
Teófilo: Porque esto es un asalto. Arriba las manos (saca el puñal).
Borracho: (Muy asustado) ¡No, por favor! No me mate, señor. Le juro por la virgencita de Guadalupe que no traigo un centavo. Si quiere escúlqueme, pero
no me haga daño. Soy casado, con nueve hijos. No los deje huérfanos a la
edad que más falta hace un padre (llora). Sé que no merezco vivir, que soy
un borracho incorregible, pero ellos qué culpa tienen.
Teófilo: No llore por favor. Mi intención no era asustarlo. Yo solo quería asaltarlo,
pero si no trae dinero, pues…
Borracho: (Sin dejar de llorar) No sólo no traigo sino que además debo mucho y si no
pago en dos semanas, iré a la cárcel. Y mis hijos, mis pobres e inocentes hijos
tendrán que abandonar la escuela para mendigar un mendrugo de pan.
Teófilo: ¿Es mucho lo que debe?
Borracho: Tanto que ni trabajando tres años seguidos podría pagar mi deuda.
De buena gana me dejaba matar por usted de no ser por mis pobres e
inocentes hijos.
Teófilo: Serénese un poco, señor. Dios aprieta, pero no ahorca. Ya vendrán tiempos
mejores.
Borracho: Imposible. Mi vida ha sido un continuo desfile de desgracias. Por eso
bebo. Para escaparme de esta miserable vida. Pero mis hijos, mis pobres
e inocentes hijos, qué culpa tienen de tener un padre borracho sin más
porvenir que la cárcel o la muerte.
Teófilo: Caray, pues… (Saca unos billetes) Es todo lo que traigo. No es mucho, pero
en algo le ha de servir.
Borracho: No, no puedo aceptarlo.
Teófilo: No se ofenda y hágalo por sus hijos.
Borracho: Está bien. Todo sea por mis pobres e inocentes hijos. Gracias, señor. Que
Dios lo bendiga y la virgencita lo colme de prosperidad. Gracias.
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Teófilo: No me agradezca nada. Ahora séquese esas lágrimas y vaya a casa, que sus
hijos ya deben estar con pendiente.
Borracho: ¿Hijos, cuáles? Ah, mis pobres e inocentes hijos. No sé quién sea, pero
de seguro Dios lo mandó a este mundo a socorrer a los pobres.
Teófilo: Adiós y tenga cuidado, no sea que lo vayan a asaltar.
(El Borracho se marcha retomando su canto. Entra
el Diablo)
Diablo: (Furioso) ¿Qué te propones hacer? ¿Irte al Cielo o matarme de un coraje?
Teófilo: No traía dinero. Dijo además que…
Diablo: Sí, sí, lo escuché todo. Lo que de veras me sorprende es que le hayas creído
todo.
Teófilo: ¿A poco no era cierto?
Diablo: Por supuesto que no. Encima de contarte una sarta de mentiras, te sacó
cuanto dinero traías.
Teófilo: Ay, condenado. Se veía tan sincero.
Diablo: Sí tiene hijos. El menor de 25 años.
Teófilo: Bueno, para ser la primera vez… Te juro que para la próxima sí lo robo.
Diablo: Ninguna próxima. Ya demostraste que no das el ancho para esto. Presta
el cuchillo.
Teófilo: ¿Y entonces?
Diablo: ¿Qué será bueno que hagas?
Teófilo: Acuérdate que nada de sangre ni de truculencia.
Diablo: ¿Cómo ves violación?
Teófilo: ¿Yo un violador? Vamos. Hombre.
Diablo: ¿Y por qué no? Todo lo que necesitas es una mujer, poner cara de lujurioso
y darle dos o tres sacudidas antes de echártela.
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Teófilo: ¿Y si grita?
Diablo: Tiene que gritar, si no, no sería violación.
Teófilo: No, yo no puedo hacer eso.
Diablo: ¿Y cómo sabes si nunca lo has intentado?
Teófilo: Porque soy incapaz de forzar a nadie, mucho menos a una mujer a… eso.
Diablo: Está bien. Si no era capaz de pecar, salgo sobrando aquí. Adiós, que te vaya
bien con tu mujercita en el Paraíso.
Teófilo: No. Espera.
Diablo: ¿Vas a violar a alguien, sí o no?
Teófilo: (Apenado) Es que no sé cómo.
Diablo: Para eso estoy aquí, para enseñarte. Todo lo que necesitas es mirarla fijamente a los ojos. Acercarte a ella lentamente y acorralarla de tal modo
que no pueda escaparse. Entonces la tomas de la blusa y de un tirón se la
arrancas para luego arrojarte sobre ella y consumar la violación.
Teófilo: ¿Tengo que seguir todos esos pasos?
Diablo: El orden de los factores no altera el producto. Si primero quieres arrojarte
sobre ella y luego mirarla o arrancarle la blusa después de echártela, es igual.
Teófilo: La miro fijamente, luego la acorralo. ¿Voy bien?
Diablo: De maravilla, Teófilo. Ven, sígueme diciendo mientras buscamos a tu víctima.
Teófilo: Le doy un tirón y le arranco la blusa. Oye, ¿y qué hago si grita mucho?
Diablo: Le das de cachetadas hasta que se calle o de plano le metes un pañuelo a
la boca. Es lo mejor.
(Se marchan. Luz a otra parte del escenario en donde
entra una mujer vestida de negro, quien se hinca
para persignarse)
Solterona: (Mira hacia arriba) Has de perdonar que venga a estas horas a molestarte,
san Antoñito, pero es que estoy tan desesperada que no puedo permanecer
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ni un minuto sin rezarte ni suplicarte que me saques de soltera para siempre. Si vengo a estas horas frente a tu templo, es con la esperanza de que me
escuches a mí solita porque de día y con tanta gente, me da la impresión
de que no me haces caso. No seas malo y mándame a alguien. Ya no me
importa si es guapo, fornido, hogareño y trabajador. Yo todo lo que quiero
es una poca de compañía. Prometo ser buena esposa y no olvidarme de ti.
Ándale san Antoñito. Si me quitas lo soltera y lo virgen prometo traerte
diariamente una veladora y un ramito de flores, ¿sí?
(La Solterona sigue rezando. Entran Teófilo y el
Diablo)
Diablo: Creo que ya te aprendiste la teoría. Ahora te falta la práctica.
Teófilo: Oye, pero ¿en dónde vamos a encontrar una mujer decente a estas horas
de la noche? No creo que haya ninguna.
Diablo: Como de costumbre estás equivocado. Allá hay una.
Teófilo: ¿Ésa? ¿No está un poquito fea?
Diablo: ¿Y qué esperabas encontrar en este pueblo? ¿A una actriz o a una modelo?
Teófilo: No, pero tampoco a eso.
Diablo: Teófilo, por experiencia sé que todas las mujeres feas son decentes. De modo
que no te pongas exigente y llégale.
Teófilo: No sé si pueda. Ésta se pasa de decente.
Diablo: Mejor. Así te condenas más rápido. Ya no la mires como mujer sino como
la llave que ha de abrirte las puertas del Infierno. Ánimo.
Teófilo: Está bien. Trataré.
Diablo: Así se habla. Recuerda todos los pasos y suerte, matador.
(El Diablo se marcha. Teófilo se acerca a la mujer)
Solterona: …te lo pido de todo corazón, san Antoñito. Lo que me mandes lo
recibiré con mucho agrado… ¿Quién anda allí?
Teófilo: (Nervioso) No intente huir. La tengo acorralada.
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Solterona: ¿Quién es usted? ¿Por qué se esconde en la penumbra?
Teófilo: Soy un criminal y vengo por usted. No intente gritar porque me vería
obligado a meterle un pañuelo en la boca y no quiero hacerlo porque
además de detestar la violencia, no traigo pañuelo.
Solterona: Si lo que quiere es dinero, tómelo, pero no me esté amenazando.
Teófilo: No vengo por su dinero (hace acopio de valor). Vengo por su cuerpo.
Solterona: (Emocionadísima) ¿Por mi cuerpo? (Aparte) Gracias, san Antoñito.
Mañana sin falta te traigo tus flores y tu veladora.
Teófilo: Si coopera prometo no hacerle mucho daño, pero por favor no grite.
Solterona: ¿Por qué dice eso? ¿Pues qué piensa hacerme?
Teófilo: La voy a violar.
Solterona: ¿Ya tan rápido? Bueno. Prometo no gritar nada.
(La Solterona comienza a desvestirse)
Teófilo: ¿Qué hace, señora?
Solterona: Así me han dicho que es más cómodo de hacerlo, sin ropa.
Teófilo: Pero, señora. Se supone que yo debo desnudarla.
Solterona: Usted perdone. Como es la primera vez.
Teófilo: Primero la acorralo. Luego la miro fijamente, le agarro la blusa y de un
tirón se la arranco. Así.
(Le da un tirón, pero la blusa no se rompe)
Teófilo: Está un poco dura. Permítame.
(Lo intenta de nuevo sin éxito)
Solterona: ¿No sería mejor que me la desabrochara?
Teófilo: Según las reglas para que sea violación, no. Tengo que rompérsela a tirones.
Déjeme intentarlo de nuevo.
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(Le da otro jalón sin éxito)
Teófilo: Es inútil. Parece de lona.
Solterona: ¿Y no podría violarme así con la blusa entera?
Teófilo: Que más quisiera, señora, pero si quiero condenarme debo seguir todos
los pasos. Ya fallé una vez y no pienso repetir el error.
(Se quedan pensativos por un momento)
Solterona: Oiga, ¿y por qué mejor no viene a mi casa? Allá tengo blusas mucho
más delgadas que esta y además ahí puede violarme sin que nadie nos vea.
Teófilo: ¿No será mucha molestia?
Solterona: Al contrario, me gusta ayudar a la gente con problemas. Sólo espero
que las reglas esas que dice no prohíban violarme en mi propia casa.
Teófilo: Que yo sepa, no. ¿Está muy lejos su casa?
Solterona: Qué va. No son ni tres cuadras. En menos de un minuto estamos allá
(lo toma por un brazo) ¿Nos vamos?
Teófilo: Cuando usted lo disponga, señora.
Solterona: Llámame Magdalena, María Magdalena.
(Se marchan Teófilo y la Solterona. Entran el
Diablo y Hugo)
Diablo: Como puede ver no es nada sencillo corromper a una persona que durante
años se ha dedicado a hacer el bien.
Hugo: Si su educación está basada en la ética y el respeto a la ley, lo veo menos que
imposible.
Diablo: No siempre es así. El Infierno está lleno de almas que tuvieron la mejor de
las educaciones. Todo radica en tomar una decisión. La línea que separa
al bien del mal es muy tenue y no todos las saben distinguir.
Hugo: ¿Y qué pasó entonces con Teófilo? ¿Sí logró pecar?
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Diablo: En un momento más lo sabrá. Lo único que puedo decirle es que a este
paso en lugar de rojo voy a terminar amarillo por tanto coraje.
Hugo: En ese caso me paso a retirar y prosiga con su narración.
(Hugo se marcha. Entra Teófilo feliz y fajándose
los pantalones)
Teófilo: Ya estuvo. Hubieras visto qué violadas nos echamos entre los dos. No acababa yo de cerrar la puerta cuando se me lanzó encima y comenzamos
primero en la sala, luego en las escaleras y por último en la recámara. Qué
bárbara. Es una auténtica fiera.
Diablo: Y tú un auténtico imbécil.
Teófilo: ¿Por qué?, si la violé como me dijiste. Ya estoy condenado.
Diablo: Condenado, madres. Hacerle el amor a una triste solterona no es pecado,
sino favor.
Teófilo: ¿Entonces no pequé?
Diablo: Al contrario. Como buen boy scout hiciste tu buena acción del día. ¿Sabes
qué? Ya estoy harto. Había visto pecadores mediocres, pero como tú, ninguno. Lo mejor será que me largue.
Teófilo: Espera. Tú dijiste que mi alma valía mucho.
Diablo: Sí, pero no por eso voy a acabar con el hígado deshecho. Ya ni Fausto que
era casi un santo me dio tanta lata como tú.
Teófilo: Dame otra oportunidad. Prometo no fallar esta vez.
Diablo: Pero será la última, ¿está claro? (Pensativo) ¿Qué será bueno que hagas?
Teófilo: ¿Y si levanto falsos testimonios y miento?
Diablo: Esas estupideces no son pecado. Nada de sangre ni de truculencias… Amigo,
la única solución es que te suicides.
Teófilo: ¿Matarme dices?
Diablo: Claro. Ya que no puedes dañar a tu prójimo, dáñate a ti mismo.
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Teófilo: Pero si nunca me he suicidado.
Diablo: No necesitas experiencia. Basta que te arrojes desde muy alto, bebas un
raticida o te cuelgues de la regadera (al verlo pensativo). Yo que tú me
atiborraba de pastillas para dormir. Es la muerte más piadosa que existe.
Teófilo: Nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ve perdido. Pero ni modo. Si
para irme al infierno es necesario que me suicide, pues tendré que hacerlo.
Diablo: Vamos, hombre. Nada es para siempre, menos la vida.
Teófilo: (Melancólico) Estaba pensando en mi niñez, cuando todavía vivía mi madre.
Que días aquellos, llenos de luz y de caricias. Luego la escuela…
Diablo: (Impaciente) Allá abajo empezarás de nuevo, pero ya no me la hagas de
emoción y mátate.
Teófilo: ¿Traes pastillas para dormir?
Diablo: ¿No tienes en tu casa?
Teófilo: No y la única botica de este pueblo cierra a las ocho.
Diablo: ¡Me lleva el Diablo! Bueno, no importa. Tendrás que ahorcarte.
Teófilo: No, eso no. Debe ser una horrible agonía.
Diablo: ¿Y que son un par de minutos en comparación con la eternidad que te
espera? Nada. Un granito de arena en una playa, una gota en el mar.
Teófilo: Mejor me espero a mañana a que abran la botica.
Diablo: No, ni madres. ¿Sabes qué? Tú lo que necesitas es un poco de valor que
puedes encontrar en un vaso con alcohol. ¿Eh? ¿Qué dices? Sirve que me
echo una para el frío, que está que cala.
Teófilo: Bueno…
Diablo: Yo sé dónde está abierto. Vamos.
(Teófilo y el Diablo se marchan. Luz a otra parte del
escenario en donde entran Inocencia y un Padre.
La primera trae una botella y el segundo una copa)
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Inocencia: No sé en qué he fallado, padre. He tratado de ser una buena esposa y una
excelente cristiana. He puesto la otra mejilla, ¿y para qué? Para sólo recibir
constantes humillaciones y vejaciones. Ay, padre, si supiera lo desdichada
que me siento, me comprendería mejor.
Padre: (Sin dejar de beber) Calma, hija, y recuerda las palabras de Nuestro Señor
Jesucristo: Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados.
Conozco de muchos años a Teófilo y te puedo asegurar que no es tan malo
como aseguras. Como todos, cometemos errores. ¿Más jerez, hija?
Inocencia: No, gracias, padre.
Padre: Digo que si me sirves más jerez. Esto nos ayuda a pasar la noche.
Inocencia: (Le sirve más) Usted disculpe, padre. Estoy tan alterada que no ato ni
desato. Ha sido una ordalía vivir junto a él. Hay veces que temo por mi vida.
Padre: ¿Te… Te ha golpeado alguna vez, hija?
Inocencia: Físicamente, no, pero sus agresiones verbales son más dolorosas que un
guamazo. Como hoy en que me dijo que me odiaba y que quería verme
en el Infierno.
Padre: Lo que dices es muy grave, Inocencia. Ahora que llegue tu marido tendré que
reprenderlo muy seriamente. No puedo creer que ustedes dos, ejemplo de
cristiandad y decencia, tengan tan graves problemas.
Inocencia: Eso si llega. Ya son más de las cinco de la mañana. Imagínese por dónde
andará.
Padre: No te hagas mala sangre ni te envenenes el alma. Te puedo asegurar que
va a llegar profundamente arrepentido y a implorarte tu perdón. ¿Más
jerez, hija?
Inocencia: Claro que sí, padre (mira la botella). Ay, que lástima, ya se terminó.
Padre: ¿Qué horas dices que son?
Inocencia: Van a ser cinco y media, padre.
Padre: En ese caso me retiro porque tengo que preparar la misa de siete. Espero
verte por allá.
Inocencia: ¿Va a dejarme sola? ¿Qué voy a hacer si llega el energúmeno?
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Padre: No exageres, hija. Todo lo que hizo Teófilo fue dar una vuelta para pensar
y serenarse.
Inocencia: No, padre, usted no lo conoce como yo. Es un hipócrita, un monstruo
de maldad.
Padre: Nada, mujer, nada. Lo que te quieras apostar a que va a entrar por esa puerta
con la cabeza gacha y el corazón contrito.
(Entran Teófilo y el Diablo, ebrios. Se apoyan
mutuamente para no caer)
Teófilo y Diablo: (Cantan) Mañana me voy, mañana /mañana me voy de aquí/ y
el consuelo que me queda/ que se han de acordar de mí…
Padre: ¿Qué significa esto, Teófilo? ¿Cómo es posible que te hayas emborrachado?
Teófilo: Ah, Dio, pos con tequila, con qué iba a ser (al Diablo) ¿Verdad, tú?
Diablo: (Lanza un silbido de aprobación)
Inocencia: ¿A quién le hablas?
Teófilo: ¿Cómo a quién? Pues a mi amigo, el Diablo. ¿Qué no lo ves, babosa?
Inocencia: Babosa, me dijo babosa. Usted está de testigo, padre.
Padre: Teófilo, me sorprendes. Nunca pensé que fueras capaz de presentarte así y de
faltarme el respeto con tus insolencias. Te pido, que digo te pido, te exijo
que le pidas perdón a tu dulce mujercita.
Diablo: Dile que ni madres.
Teófilo: ¡Ni madres, qué! (Al Diablo) ¿Lo dije bien, manito?
Padre: No trates de fingir que hablas con alguien, Teófilo y ten los pantalones para
encarar a tu mujer e implorarle perdón por tu extraviada conducta.
Teófilo: No tengo por qué pedirle perdón a nadie, mucho menos a esta rata de sacristía que tengo por esposa. Antes muerto que pedirle perdón (al Diablo)
¿Voy bien, hermano?
Padre: De pelos, hijo.
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Inocencia: (Pálida) No puedo soportar más, padre. Pronto, tráigame una silla porque voy a desmayarme.
Teófilo: No empieces con tu escenitas, Inocencia, porque ahora sí te doy una buena.
Padre: (Se interpone entre ambos) Antes de tocarle un pelo a tu mujer, tendrás que
vértelas conmigo, Teófilo. No creas que por ser sacerdote no puedo ayudar
a esta indefensa criatura.
Teófilo: ¿Indefensa? ¡Já! Esta cosa es más venenosa que una víbora de cascabel.
Ella siempre ha de ser la víctima y yo el villano, pero eso se acabó. Te voy
a poner una de aquellas para que chilles por algo.
Padre: No te atrevas. Te lo advierto.
Diablo: (A Teófilo mientras le pasa el puñal) Dile que si no se larga, lo conviertes
en ceviche.
Teófilo: (Muestra el puñal) Si no se hace a un lado, lo rejoneo, padre.
Padre: ¡Ave María Purísima! ¿De dónde sacaste eso?
Inocencia: (Aterrada) ¡Se ha vuelto loco, padre! ¡No deje que me haga daño!
Teófilo: Le doy tres para que salga, padre. Después no respondo.
Padre: (Tiembla) ¡Jamás abandonaré a esta mujer!
Teófilo: Una…
Padre: No te atreverás. Te conozco desde pequeño.
Teófilo: Dos…
Padre: Tú eres bueno, ¿verdad que sí?
Teófilo: (Avanza amenazante) ¡Tres!
Padre: ¡Voy a pedir auxilio! ¡No tardo nada, hija!
(El Padre se marcha a toda prisa. Inocencia
trata de imitarlo, pero Teófilo la ataja)
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Diablo: Ahora es tuya. Mírala. Ella es la causa de todos tus males, de que seas un
infeliz, un pobre desgraciado que se ha partido el lomo trabajando. ¿Y
para qué? Para mantener a una bola de holgazanes que se dicen pobres.
Acuérdate de tu televisión.
Teófilo: ¡Es cierto! ¡Mi tele!
Diablo: ¿Por qué has de morir tú y no ella?
Inocencia: Teófilo, cariño, cálmate. Si quieres tu televisión de nuevo, yo voy por
ella mañana, sin falta, te lo prometo.
Diablo: ¿Qué esperas para matarla? ¿Vas a dejar que te engañe otra vez? ¿Que te
prometa cosas que no piensa cumplir? No seas idiota y acaba con ella.
Acuérdate de tu noche de bodas, de que no tienes hijos por su culpa.
Inocencia: (Retrocede) ¿Qué tienes? ¿Por qué no me contestas?
Teófilo: Te voy a matar, Inocencia, pero antes te quitaré lo casta para siempre.
Inocencia: ¡No, Teófilo! ¡No hagas eso! Prometo hacer lo que quieras, pero no me
deshonres ni me mates.
Diablo: ¡Está acorralada! ¡Es tuya! ¡Mátala!
Teófilo: (Apretando los dientes) Si he de irme al Infierno que sea por algo. Ve rezando,
Inocencia, porque te voy a hacer capirotada.
(Inocencia grita y se marcha seguida de Teófilo.
Se escuchan golpes y gritos)
Diablo: (Al público) ¿No que siempre ganaban los buenos? Miren, o mejor escuchen
lo que le está haciendo Teófilo a su mujer. Podría describírselos, porque
la censura en este teatro es muy estricta. Sólo imagíneselo (a alguien del
público). Señor por favor cierre la boca. ¡Viva la perdición y el pecado!
¡Viva yo! ¡Viva el Infierno!
(Se escucha un grito desgarrador. Después silencio)
Diablo: Ya está. Se acabó, fin, finito. Consummatum est. El alma de Teófilo ya me
pertenece. Ya puedo presumirles allá debajo de lo eficaz que soy.
(Entra un Policía seguido por el sacerdote y unas
vecinas. Mutis del Diablo)
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Policía: ¿Dónde está el criminal?
Padre: No puede andar lejos. No tiene ni cinco minutos que los dejé discutiendo.
Vecina 1: Clarito se oía cuando peleaban.
Vecina 2: Y después se oyó un gritote bien feo, como si ansina hubieran matado a
alguien (se persigna).
Vecina 1: A mí siempre me latió que el señor Teófilo estaba medio loco.
Padre: ¿Medio? Loco y medio. Demente furioso. Trató de acuchillarme cuando más
distraído me encontraba.
Policía: No se oye nada. Daré un vistazo. No entren. Puede ser peligroso.
Vecina 2: No toque nada, comadre, que puede dejar sus huellas vegetales.
Vecina 1: No se dicen vegetales sino daitilares…
(El Policía se dispone a entrar a la habitación cuando
repentinamente entra Inocencia cubierta de sangre
y con un puñal en la mano)
Inocencia: (Grita)
Padre: ¿Qué sucede, hija? ¿Dónde está el criminal de tu marido?
Policía: (Mira hacia dentro) Sangre. Sangre por todas partes.
Inocencia: (Llora) Tuve que hacerlo. Era su vida o la mía.
Vecina 2: (Asomándose) Guácala, pobre Teófilo.
Vecina 1: Yo siempre dije que iba a terminar mal. Qué horror, se le ven los sesos.
Vecina 2: Esos no son sesos sino otra cosa, comadre.
Policía: Señora, queda arrestada por asesinato.
(Se marchan todos. Entra el Diablo con Hugo.
Un Voceador pasa mostrando un periódico)
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Voceador: ¡La Extra y el Ovaciones! ¡Terrible crimen en el barrio del Sagrado Corazón! ¡Entérese de cómo la viuda mató al muerto y de cómo el muerto no
pudo hacer nada! ¡La Extra y el Ovaciones!
(Se marcha el Voceador)
Hugo: Por lo que veo y escucho, usted volvió a perder la partida, señor Diablo.
Diablo: Falso de toda falsedad, caballero. Dije que me había llevado un alma tipo
A, pero nunca dije de quién. Inocencia al haber matado a su esposo ya
tiene reservación en la sección de asesinos y similares.
Hugo: ¿Y qué pasó con Teófilo? ¿A dónde se fue?
Diablo: La verdad no me importa. Puede ser al Cielo, al Limbo, vaya usted a saber.
Para ser honesto sí lo extraño. Tantos corajes me hizo pasar que hasta
aprecio le llegué a tener. Bueno. Ha sido un placer platicar con usted,
caballero. Espero que la historia que le acabo de relatar le sea de utilidad
y por favor no sacrifique la realidad por el entretenimiento.
Hugo: Se lo agradezco muchísimo, pero… Me falta el final. Una novela sin un buen
remate, no es novela. La moraleja, pues.
Diablo: Amigo Montes. Mire usted en derredor y busque la respuesta entre los
árboles y flores de este jardín. Hasta la vista y suerte en ese concurso.
Hugo: Adiós, señor Diablo.
(El Diablo se marcha)
Hugo: El final. ¿Cuál puede ser? Él me dijo que lo buscara en este jardín.
(Entran Teófilo y la Solterona que ya no se ve tan
fea. Ambos en medio de una nube)
Solterona: Hola, Teófilo. ¿Te acuerdas de mí?
Teófilo: Este, no te ofendas, pero…
Solterona: Soy María Magdalena, la de la violada.
Teófilo: ¡Claro! Pero te ves… Más guapa.
Solterona: Te lo debo a ti. Hermoseaste mi alma con el amor que me brindaste.
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Teófilo: De haber tenido más tiempo, te la hubiera hermoseado más. ¿A poco ya
te quebraste?
Solterona: (Se encoge de hombros) No me fijé que venía un autobús y…
Teófilo: ¿Tienes algo que hacer ahorita?
Solterona: ¿En la eternidad? No. ¿Tienes algo pensado?
(Teófilo le ofrece su brazo a la Solterona y juntos
se marchan)
Hugo: Y este es el final de esta obra que esperamos les haya gustado. Gracias por
su asistencia.
TELÓN
México, D.F., octubre 13 de 1976 a enero 10 de 1977/ noviembre 22 de 2013.
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