2. ILUMINACIoN TERCERA ETAPA

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XXVI ASAMBLEA DIOCESANA DE PASTORAL
(Enero 26-28, 2015)
LA COMUNIÓN ECLESIAL
MIERCOLES 28 DE ENERO
TERCERA ETAPA: F O R T A L E C E R
5. LA FIDELIDAD
(Iglesia en coherencia de fe)
“El edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados por la sangre
de Cristo y por el Espíritu del Señor resucitado, pide a cada uno de nosotros ser coherentes
con el don de la fe y cumplir un camino de testimonio cristiano” (Homilía del Papa
Francisco, 9 de noviembre de 2014).
Francisco reconoció que “no es fácil - lo sabemos todos - la coherencia en la vida, entre la fe
y el testimonio; pero nosotros debemos ir hacia adelante y tener en nuestra vida esta
coherencia cotidiana. ‘¡Esto es un cristiano!’, no tanto por aquello que dice, sino por aquello
que hace; por el modo en que se comporta”.
“Esta coherencia que nos da vida es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir”. El
Papa señaló que “la Iglesia, en el origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha sido
más que una comunidad constituida para confesar la fe en Jesucristo Hijo de Dios y
Redentor del hombre, una fe que obra por medio de la caridad - ¡van juntas!”.
“También hoy la Iglesia está llamada a ser en el mundo la comunidad que, radicada en
Cristo por medio del bautismo, profesa con humildad y valentía la fe en Él, dando
testimonio de ella en la caridad”.
“Con esta finalidad esencial deben ordenarse también los elementos institucionales, las
estructuras y los organismos pastorales. Para esta finalidad esencial: testimoniar la fe en la
caridad. La caridad es precisamente la expresión de la fe, y la fe, es la explicación y el
fundamento de la caridad”. En efecto, siempre que Pablo habla de la fe, se refiere a "la fe
que obra por medio del amor" (Gál. 5. 6), como una respuesta a la Palabra de Dios que
compromete y transforma la vida del creyente.
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5.1. Al propio estado de vida.
El estado de vida, es la forma como una persona se identifica respecto de sí misma y
en relación con los demás. Es frecuente que en el llenado de formas para identificar a las
personas, además de los datos que van en referencia al nombre, edad, sexo u ocupación, se
pregunta: ¿estado de vida? Con las respuestas de soltero, casado, divorciado, viudo, en
unión libre… etc. Casi todas ellas referidas a modo de llevar la vida en relación. Con esto
podemos ya, de alguna forma, comprender que el estado de vida va con la identificación
conmigo mismo y con los demás. Pero también hay que entender que el estado de vida
puede ampliarse más, sobre todo cuando se habla del ser de uno mismo: ¿Quién soy o qué
soy? de lo que digo que soy, se espera que así sea. Se espera autenticidad: “ser lo que se
dice ser”.
Respecto del estado de vida, sobre todo en lo que se refiere al matrimonio, al sacerdocio o a
la vida consagrada se espera fidelidad. ¿Pasó ya la época de la fidelidad? El ideal de vida
que se inspira en la fidelidad no goza hoy de buena prensa. Sin embargo, la fidelidad no
puede quedar eliminada tan fácilmente de nuestra imagen del ser humano. La fidelidad
incrementa la confianza de los seres humanos consigo mismos y entre sí, por tanto, la
fidelidad es un elemento básico de la convivencia humana, porque comienza desde la
decisión por elegir lo que se considera es la voluntad de Dios, lo cual le permite a uno la
realización más profunda que se pueda tener. Allí comienza la fidelidad por la ubicación
que debemos tener frente a la voluntad de Dios y desde esa ubicación ser fieles a Él, a
nosotros mismos y a los demás.
5.2. A la Iglesia.
La iglesia está fundamentada en la roca inconmovible que es Cristo, así que la roca
inconmovible es siempre fiel. Mateo 16,18: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y
sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.
Esto demuestra que Dios edifica sobre cimiento sólido (Cristo) y nos incluye: “ustedes, a
manera de piedras vivas, son edificados como una casa espiritual, para ejercer un
sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1Pe
2,5). Notemos que en este pasaje se nos llama con el nombre de “piedras vivas”, o sea algo
sólido que es el templo de Dios. Esto muestra el carácter que tienen los hijos de Dios sobre
los cuales la iglesia es edificada, y como consecuencia de esa fidelidad, los asaltos de
enemigo por destruir la obra de Dios no tendrán ningún resultado positivo.
La fidelidad a la Iglesia, hemos de comprenderla desde la idea de Iglesia, como formada por
nosotros mismos, y a quienes debemos rendirnos fidelidad. La base para la fidelidad es
responder al Espíritu Santo, que es el dador de la unidad, el que nos recuerda todas las
cosas y nos enseña todo (Jn 14,16).
5.3 Al plan de pastoral.
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CONVERSIÓN PASTORAL: HACIA UNA IGLESIA MÁS DISCÍPULA Y MISIONERA
La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su
misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. Se trata de confirmar,
renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un
encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros.
Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres
nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y
misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere
reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu (DA 11).
A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristiano
por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con
una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (DA
12), (DA 243).
Hemos de reforzar en nuestra Iglesia cuatro ejes:
a) La experiencia religiosa. En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos nuestros fieles un
“encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia religiosa profunda e intensa, un
anuncio kerigmático y el testimonio personal de los evangelizadores, que lleve a una
conversión personal y a un cambio de vida integral.
b) La vivencia comunitaria. Nuestros fieles buscan comunidades cristianas, en donde sean
acogidos fraternalmente y se sientan valorados, visibles y eclesialmente incluidos. Es
necesario que nuestros fieles se sientan realmente miembros de una comunidad eclesial y
corresponsable en su desarrollo. Eso permitirá un mayor compromiso y entrega en y por la
Iglesia.
c) La formación bíblico-doctrinal. Junto con una fuerte experiencia religiosa y una
destacada convivencia comunitaria, nuestros fieles necesitan profundizar el conocimiento
de la Palabra de Dios y los contenidos de la fe, ya que es la única manera de madurar su
experiencia religiosa. En este camino, acentuadamente vivencial y comunitario, la
formación doctrinal no se experimenta como un conocimiento teórico y frío, sino como una
herramienta fundamental y necesaria en el crecimiento espiritual, personal y comunitario.
d) El compromiso misionero de toda la comunidad. Ella sale al encuentro de los alejados, se
interesa por su situación, a fin de reencantarlos con la Iglesia e invitarlos a volver a ella (DA
226).
Para que todo esto se dé, se requiere plan pastoral.
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6. EL SERVICIO
(Iglesia discípula-misionera)
Los discípulos, quienes por esencia somos misioneros en virtud del Bautismo y la
Confirmación, nos formamos con un corazón universal, abierto a todas las culturas y a
todas las verdades, cultivando nuestra capacidad de contacto humano y de diálogo.
Estamos dispuestos con la valentía que nos da el Espíritu, a anunciar a Cristo donde no es
aceptado, con nuestra vida, con nuestra acción, con nuestra profesión de fe y con su Palabra
(DA 377).
En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino,
el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión
entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la
misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a
Jesucristo tal como nos lo transmiten los Evangelios para conocer lo que Él hizo y para
discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales circunstancias (DA 139).
Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el
evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo
discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo
vincula a Él como amigo y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del
Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él
vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad
cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma (DA 144).
Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que
produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión
no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del
acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona,
de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8). (DA
145).
6.1. Caridad evangélica.
La caridad no es filantropía, ni limosna; es amor sobre natural: a Dios y a los hombres por
Dios, en Dios y para Dios. A mayor caridad, mayor perfección cristiana. Es el gran precepto
y lo que distingue a los cristianos:”En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en
que se amen unos a otros.» (Jn 13,35).
El amor no es ocioso; llena de actividad toda la vida. La caridad orienta todo hacia Dios.
Como una buena mamá –porque ama- vive para el hijo. Y es que las mejores obras y
sacrificios sin caridad no valen nada: son campana que suena sin contenido (Cf 1Cor 13,1).
Si nuestros esfuerzos pastorales no están impregnados de caridad, van al fracaso.
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6.2. Procesos de formación.
Para perfeccionarnos en la caridad, como lo manda Jesús: “sean perfectos como su Padre
celestial es perfecto” (Mt 5,48), hay que practicarla, de bien en bien y cada vez mejor,
quitando el pecado mortal, evitando las imperfecciones, esforzándonos cada día con buenas
obras, mas actuales, más universales y concluir diciendo “siervos inútiles somos, solo
hicimos lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10).
Pero el primer aprendizaje del amor se da en la familia: El Santo Padre expresó al Pontificio
Consejo de la Familia, el 25 de octubre de 2013, que la familia es «el lugar donde se
aprende a amar; el centro natural de la vida humana…Cada uno de nosotros construye su
personalidad en la familia… allí se aprende el arte del diálogo y de la comunicación
interpersonal”. Por eso “la comunidad-familia debe reconocerse como tal, todavía más en el
día de hoy, cuando predomina la tutela de los derechos individuales».
6.3. Cercanía con las familias.
“Cercanía con las familias” ha sido una frase utilizada por el Papa Francisco para
consolar a familias que han sufrido las consecuencias sobre todo de la violencia, dígase esto
de lo acontecido en Irak, Siria o en Ayotzinapa, Guerrero. Pero ¿qué quiere decir con esa
frase? Es la cercanía expresada en términos misericordiosos, pero también en acciones
como las que han emprendido algunas diócesis mexicanas o distintas comunidades para
atender a víctimas de violencia, o bien, para realizar una auténtica pastoral familiar, que
comienza desde la misma atención al embarazo.
«La familia se funda en el matrimonio. A través de un acto de amor libre y fiel, los esposos
cristianos atestiguan que el matrimonio, en cuanto sacramento, es la base en la que se
funda la familia y hace más sólida la unión de los cónyuges y su entrega recíproca…El amor
conyugal y familiar también revela claramente la vocación de la persona de amar de forma
única y para siempre y de que las pruebas, los sacrificios y las crisis de la pareja, como de la
misma familia, representan pasajes para crecer en el bien en la verdad y la belleza…Es una
experiencia de fe en Dios y de confianza recíproca, de libertad profunda, de santidad,
porque la santidad presupone entregarse con fidelidad y sacrificio todos los días de la vida»
(Mensaje del Papa Francisco, al Pontificio Consejo de la Familia. 25 de octubre de 2013).
El Santo Padre ha subrayado, a continuación, dos fases de la vida familiar: la infancia y la
vejez, recordando que «los niños y los ancianos son los dos polos de la vida y también los
más vulnerables y, a menudo, los más olvidados. Una sociedad que abandona a los niños y
margina a los ancianos arranca sus raíces y ensombrece su futuro. Cada vez que se
abandona a un niño y se deja de lado a un anciano, no sólo se comete una injusticia, sino
que se sanciona el fracaso de esa sociedad. Prestar atención a los pequeños y a los ancianos
denota civilización».
«La ‘buena nueva’ de la familia es una parte muy importante de la evangelización, que los
cristianos pueden comunicar a todos con el testimonio de sus vidas: ya lo hacen, es
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evidente en las sociedades secularizadas…Propongamos por tanto a todos, con respeto y
valentía, la belleza del matrimonio y de la familia iluminados por el Evangelio. Y por eso
nos acercamos con atención y afecto a las familias que atraviesan por dificultades, a las que
se ven obligadas a dejar su tierra, que están divididas, que no tienen casa ni trabajo, o que
sufren por tantos motivos; a los cónyuges en crisis y a los que están separados. Queremos
estar cerca de todos», concluyó Francisco.
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