El clóset del que todavía no pueden salir las minorías sexuales A lo largo de las últimas dos décadas la aceptación de las relaciones entre personas del mismo sexo ha crecido en el mundo. En México el apoyo al matrimonio igualitario se incrementó de 23% en diciembre de 2000 a 56% en mayo de 2016, de acuerdo con una encuesta de BGC. Sin embargo, este avance en la aceptación social y el reconocimiento de derechos en la legislación que se ha ganado no se ha dado sin situaciones de debate y polémica en la esfera pública. Se considera que a nivel mundial la lucha por los derechos de la comunidad LGBT+ tiene su origen en los Disturbios de Stonewall que sucedieron hace 50 años, en junio de 1969, en Nueva York. Mientras que en México el inicio formal se dio en 1971 cuando se creó el Frente de Liberación Homosexual, y fue hasta 1978 que se llevó a cabo la primera marcha del orgullo en la capital del país. El primer gran logro del movimiento en el ámbito público-político se dio en 1997 cuando Patria Jiménez fue elegida como diputada plurinominal, convirtiéndose en la primera persona abiertamente homosexual en ostentar un cargo de elección popular. Luego, en 1999, el Distrito Federal aprobó una ley que prohíbe la discriminación basada en la orientación sexual, y a nivel federal esta protección se logró en 2003 cuando también se creó el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred). Aunque la lucha por la no discriminación avanzó lentamente, la oposición a estas reformas no fue significativa. Lo mismo no se puede decir de la legislación que busca permitir el matrimonio entre dos personas del mismo sexo o la posibilidad de adoptar; en estos casos hay una fuerte oposición por parte de organizaciones conservadoras y por la propia clase política. En el 2000 Enoé Uranga, política abiertamente lesbiana, propuso una ley para permitir la unión civil de parejas del mismo sexo en la capital. Sin embargo, la Asamblea Legislativa jamás discutió la propuesta debido a la oposición no sólo de la Iglesia Católica, sino también del entonces Jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador. Cuando el hoy Presidente de la República renunció para iniciar su primera campaña presidencial, la oposición a la ley desapareció y se aprobó en noviembre de 2006. A esta legislación de uniones civiles le siguieron las de Coahuila (2007), Campeche (2013), Colima (2013), Jalisco (2014), Michoacán (2015) y Tlaxcala (2017). En marzo de 2010 el Distrito Federal volvió a ser ejemplo en la lucha por los derechos de las minorías sexuales al convertirse en la primera entidad del país en legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo y otorgar los mismos derechos que al matrimonio de una pareja heterosexual: adopción, solicitudes de hipotecas, herencia y protección de seguridad social al cónyuge. Esto pese a que el gobierno del presidente Felipe Calderón presentó una controversia constitucional ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, misma que fue desechada por el tribunal. A partir de entonces más estados se han unido a la lista de entidades que reconocen el matrimonio igualitario, ya sea por iniciativas legislativas similares, decretos del Ejecutivo o sentencias del Poder Judicial. Al día de hoy, además de la capital, estas entidades suman 14: Quintana Roo (2012), Coahuila (2014), Chihuahua (2015), Nayarit (2015), Jalisco (2016), Campeche (2016), Colima (2016), Michoacán (2016), Morelos (2016), Chiapas (2017), Puebla (2017), Baja California (2017) y Nuevo León (2019). En junio de 2015 la Suprema Corte de Justicia de la Nación emitió una tesis jurisprudencial en la que afirma que la figura del matrimonio no excluye a las parejas del mismo sexo, por lo que cualquier legislación local que la defina como la unión de un hombre y una mujer es inconstitucional y discriminatoria. Sin embargo, esto no legaliza automáticamente el matrimonio igualitario, sino que permite a las parejas homosexuales acceder al matrimonio interponiendo un amparo. En mayo de 2017 el presidente Enrique Peña Nieto presentó una iniciativa para reformar el artículo 4o constitucional para legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo en el país. La propuesta no prosperó, pues se enfrentó a una fuerte oposición de grupos conservadores y religiosos a nivel nacional, y se le atribuyó los malos resultados electorales del PRI en las elecciones de ese año. Como se puede apreciar, el avance del matrimonio igualitario en México (y también en el mundo) se ha dado en un contexto de debate ideológico, principalmente religioso, y legal, con muchos de los avances ganados en las cortes. Pero, ¿podrá encontrarse una justificación económica para avanzar en la legislación y protección de los derechos de las minorías sexuales? La investigación económica enfocada en las minorías sexuales es reciente, se inició apenas a mediados de los 90, y escasa, ya que en la mayoría de las fuentes de información es difícil detectarlas. Los estudios que se han hecho se basan en uno de tres métodos para identificar a las minorías sexuales. Primero, en encuestas enfocadas principalmente a temas de salud se pregunta si la actividad sexual de una persona es con alguien de su mismo sexo, diferente, o ambas. El problema con estas encuestas es que una persona puede tener actividad sexual con alguien de su mismo sexo y no identificarse como parte de una minoría sexual, y que el investigador lo considere erróneamente como tal; además de que usualmente no se hacen preguntas de variables profesionales o económicas. Segundo, en encuestas en hogares es posible identificar a parejas del mismo sexo si se cuenta con información sobre el sexo de cada miembro del hogar y las relaciones entre ellos. Aunque este método es el más usado, tiene la limitante de sólo poder clasificar binariamente a las parejas: heterosexual u homosexual, dejando fuera a otras orientaciones como la bisexual, que queda sujeta a la relación que se tiene en el momento de la observación; y no considera a todos aquellos miembros de una minoría sexual que no se encuentran en una relación. Finalmente, la encuesta puede pedir que el entrevistado revele su orientación sexual. Pero este tipo de encuestas aún son pocas, de muestras pequeñas, de temas específicos que no recogen variables económicas, y que no garantizan que la respuesta sea sincera. Con la información que los investigadores han podido trabajar se han estudiado principalmente dos temas: el efecto de la orientación sexual sobre los salarios, y el efecto de la legalización del matrimonio igualitario sobre los salarios. En el primer caso se han hecho estudios con datos de Estados Unidos, Reino Unido, Suecia y Canadá. Lo que se ha encontrado es que los hombres homosexuales tienen un penalización en sus salarios, es decir, ganan menos que sus pares heterosexuales, posiblemente producto de la discriminación. Mientras que las mujeres homosexuales reciben una prima, es decir, ganan más que las mujeres heterosexuales; como principal explicación se propone que al tener una probabilidad de embarazo menor, disponen de más tiempo para su desarrollo profesional y sus empleadores podrían percibirlas como “menos riesgosas”. Para el segundo caso los estudios son más escasos. El que cuenta con mayor información, hecho con registros administrativos suecos, encuentra la misma prima para mujeres en una relación del mismo sexo y la penalización para los hombres. Mientras que un segundo estudio, enfocado en hombres en Estados Unidos, encuentra una prima de 8% sobre salarios después de que el matrimonio igualitario es legalizado a nivel local. En el caso de México es posible analizar si la aprobación del matrimonio igualitario en los estados ha tenido efectos positivos o negativos sobre diversas variables laborales como salario, horas trabajadas, acceso a seguridad social y especialización en el trabajo de la pareja (que uno se dedique al hogar y otro a un empleo remunerado). La fuente de información es la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) que levanta trimestralmente el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) desde 2005, con la que se puede identificar si las parejas en los hogares encuestados son del mismo o diferente sexo. Lo que se encuentra es que el ser homosexual, revelado por el sexo de la pareja, tiene un impacto negativo sobre el salario de 6%, positivo en horas trabajadas de 2.6 horas más a la semana y positivo de 20 puntos porcentuales en la probabilidad de tener acceso a seguridad social. Y el ser homosexual en un estado y momento en el que el matrimonio igualitario es legal tiene un impacto positivo de 24% en el salario, positivo de 30 puntos porcentuales en la probabilidad de tener acceso a seguridad social, y negativo de 5 horas en el diferencial de horas trabajadas entre los miembros de la pareja. En balance, pareciera que el aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo tiene un beneficio económico sobre los beneficiados de 18% sobre los salarios y 50 puntos porcentuales en la probabilidad de tener acceso a seguridad social. Sin embargo, hay que tomar estos resultados con cuidado. Ya se dijo que el método de analizar el sexo de la pareja deja fuera a buena parte de la población que integra a las minorías sexuales, pues no considera a los solteros, pero también deja fuera a otras parejas que al preguntarse la relación entre dos miembros del hogar prefieren no revelar que son una pareja. Esto es evidente si se analiza cuántas personas en una relación del mismo sexo es posible identificar en la ENOE; la cifra ronda las 30 personas por trimestre de 2005 a 2012 y aumenta cada trimestre posterior hasta un máximo de 120 en el segundo trimestre de 2017. Esto lleva a suponer que conforme la aceptación y protección legal ha avanzado, también la disposición de las personas a revelar su orientación sexual a los encuestadores, por lo que los resultados posiblemente presentan un sesgo. Ante esto surge la pregunta: ¿cómo podemos medir mejor a las minorías sexuales para tener información que permitan tomar decisiones de política pública informadas? La mejor manera es preguntar directamente por la orientación sexual e identidad de género en las encuestas o censos, aunque esto requiere asegurar a los entrevistados que sus respuestas son secretas y nadie podrá identificarlos a partir de la respuesta, y asesorarse por organizaciones que trabajen los temas de minorías sexuales para asegurarse hacer las preguntas correctas con el lenguaje adecuado. Las oficinas de estadística de diversos países, incluido México, están conscientes de la necesidad y urgencia de contar con información sobre poblaciones minoritarias y vulnerables, como la comunidad LGBT+; sin embargo, aún hay obstáculos metodológicos y conceptuales que se deben sortear. La mejor manera de que el tema avance es con un diálogo constante entre las oficinas de estadística y los activistas de la propia comunidad. Marco Antonio Gómez Lovera Es egresado de la maestría en economía del Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México (promoción 2016-2018). Actualmente es Subdirector de Análisis del Contexto Macroeconómico en la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos.