Subido por kevin ynche

niña

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Dime,te encuentras ? partire por ti esta fria noche , llegaria y sentiria este frio una eternidad ,
solo para darte un beso y que sientas que ninguno de tus sentidos quedaran completos
Te encuentro a lo lejos emocionado por verte
me acerco y miro tus labios
labios de luna ,de aquellas lunas perdidas que vagan
en los cielos nocturnos y muertos Amor imposible que hiciste conmigo podria escribirte mil versos, y
ni mil versos pordrian describir la mirada
de esos ojos, distantes y perfectos Como sabria amarte mujer amarte, amarte como nadie supo jamás! Morir y todavía amarte más
Revivir solo para amarte una vez mas
y vivir 100 años mas , para no olvidarte jamas! Aprovechemos el momento
y guardemos la ocasion en un secreto
como profugos arropados por el miedo,
y con miedo ,saciemos los deseos ocultos
en aquellos lugares prohibidos y secretos
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—Para conseguir lo que se quiere, todo vale —Ya veremos —me echó un beso volado, alejándose—. No pierdas las esperanzas, niño bueno. Era muy delgada, de miembros bien proporcionados, con una cintura tan estrecha que, me pareció, yo hubiera podido ceñirla con mis dos manos. Bajo la pequeña mancha de vellos en el pubis, la piel lucía más clara que en el resto de su cuerpo. Su piel, olivácea, de reminiscencias orientales, era suave y fresca. Se dejó besar largamente de la cabeza a los pies, manteniendo la pasividad de costumbre, y escuchó como quien oye llover el poema Material nupcial, de Neruda, que le recité al oído, y las palabras de amor que le balbuceaba, de manera entrecortada: ésta era la noche más feliz de mi vida, nunca había deseado a nadie tanto como a ella, siempre la querría. Ella se entregaba sin el menor embarazo, pero resultó ser muy estrecha y, en cada uno de mis esfuerzos para penetrarla, se encogía, con una mueca de dolor: “Más despacito, más despacito”. Al final, la amé y fui feliz amándola. Era cierto que nada me hacía tanta ilusión como estar allí con ella, era cierto que en mis escasas y siempre fugaces aventuras nunca había sentido esa mezcla de ternura y deseo que ella me inspiraba, pero dudo que fuera también el caso de la camarada Arlette. Todo el tiempo me dio más bien la impresión de hacer lo que hacía sin que en el fondo le importara. ¿No era lo mejor que podía pasarle a una persona? ¿Vivir, como en el verso de Vallejo, entre «los frondosos castaños de París»? Te veo y no creo lo que veo, niña mala
Contemplando sus labios tan marcados y sensuales, arrullado por la música de su voz, tuve unos deseos enormes de besarla. Sentí que se me apuraba el corazón.
—Bueno, si ya no puedes ser mi mujer, queda siempre la posibilidad de que seamos amantes.
Le dije que sí, muchos. Y que estaba tan linda que vendería mi alma al diablo, cualquier cosa, con tal de hacerle el amor o, siquiera, besarla. Le cogí la mano y se la besé. —Me cuesta trabajo dejarlo porque la mejor experiencia de mi vida la tuve allí. Por eso, para mí, ese cuchitril es un palacio. —¿Esa experiencia es la que me figuro? —me preguntó, adelantando la carita en la que a la curiosidad y a la coquetería se mezclaba siempre la malicia
—Por eso que has dicho, te debo un beso. Hazme recuerdo, la próxima vez que nos veamos. Pero, un momento después, al despedirnos, olvidando las precauciones maritales, en vez de la mejilla me ofreció sus labios. Los tenía gruesos y sensuales y los segundos que los tuve apoyados en los míos los sentí moverse despacito, en una caricia suplementaria, llenos de incitaciones.
Me bastó verla para descubrir que, en estos años, no la había olvidado un solo momento, que estaba tan enamorado de ella como el primer día
Estábamos en un bistrot de l'avenue de Tourville, junto a les Invalides, y yo le besaba las manos y le buscaba la boca, loco de amor y de deseo
Su cuerpo seguía tan delgadito y bien formado como en mi memoria, con su estrecha cintura que parecía caber en mis manos y su pubis de ralos vellos, más blanco que el terso vientre o los muslos donde la piel se oscurecía y matizaba con un viso verdoso pálido. Toda ella despedía una fragancia delicada, pero se acentuaba en el nido tibio de sus axilas depiladas, tras de sus orejas y en su sexo pequeñito y húmedo. En sus arqueados empeines la piel dejaba traslucir unas venitas azules y a mí me enternecía imaginar la sangre fluyendo despacito por ellas. Como la vez anterior, se dejó acariciar con total pasividad y escuchó callada, fingiendo una exagerada atención o como si no oyera nada y pensara en otra cosa, las palabras intensas, atropelladas, que yo le decía al oído o a la boca mientras pugnaba por separarle los labios. —Hazme venir, primero —me susurró, con un tonito que escondía una orden—. Con tu boca. Después, será más fácil que entres. No te vayas a venir todavía. Me gusta sentirme irrigada. No me importaba nada, era totalmente feliz, como no lo había sido en mucho tiempo, acaso nunca. «Jamás podré pagarte tanta felicidad, niña mala.» Estuve largo rato con mis labios aplastados contra su sexo fruncido, sintiendo que los vellos de su pubis me cosquilleaban la nariz, lamiendo con avidez, con ternura, su clítoris pequeñito, hasta que la sentí moverse, excitada, y terminar con un temblor de su bajo vientre y sus piernas. —Entra, ahora —susurró, con la misma vocecita mandona. Tampoco esta vez fue fácil. Era estrecha, se encogía, me resistía, se quejaba, hasta que por fin lo conseguí. Sentí mi sexo como fracturado por esa viscera palpitante que lo estrangulaba. Pero era un dolor maravilloso, un vértigo en el que me hundía, trémulo. Casi inmediatamente eyaculé. —Te vienes muy rápido —me riñó la señora Arnoux, jalándome los cabellos—. Tienes que aprender a demorarte, si quieres hacerme gozar. —Aprenderé todo lo que tú quieras, guerrillera, pero ahora calla y bésame. Apretándola, le dije al oído que nunca había imaginado siquiera que podía estar alguna vez tan bella como en ese momento. Y que me desgarraba las entrañas pensar que, luego del baile, en su casa de Passy sería su marido y no yo quien la desnudaría y amaría. La beauté exotiqué se dejaba adorar con una sonrisita condescendiente, que remató con un comentario cruel: «Qué huachaferías me dices, Ricardito». Yo aspiraba la fragancia que manaba de toda ella y sentía tanto deseo de poseerla que apenas podía respirar. La idea de pasar una noche entera con ella, de hacerle el amor, gustar en mis labios el parpadeo de «su sexo de pestañas nocturnas» sentir que se dormía en mis brazos y despertar en la mañana del domingo con su cuerpecito tibio acurrucado contra el mío, me tuvo los tres o cuatro días que faltaban para el sábado en un estado en el que la ilusión, la alegría y el miedo a que algo frustrara el plan apenas me permitían concentrarme en el trabajo. La estreché por la cintura, la atraje hacia mí y le dije que si se decidía a dejar a monsieur Arnoux y casarse conmigo me comprometía a que tuviera una vida normal y criara todos los perros que se le antojara. En vez de contestarme, me preguntó, burlándose: —¿La idea de pasar la noche conmigo te hace el hombre más feliz del mundo, miraflorino? Te lo pregunto, para que me digas una de esas huachaferías que tanto te gusta decirme. —Nada podría hacerme más feliz —le dije, apretando mis labios contra los suyos—. Hace años que sueño con eso, guerrillera. —¿Cuántas veces me vas a hacer el amor? —siguió ella, con el mismo tonito burlón. —Todas las que pueda, niña mala. Diez, si me da el cuerpo. —Te permito sólo dos —me advirtió, mordiéndome la oreja—. Una al acostarnos y otra al despertarnos. Eso sí, nada de levantarse tempranito. Para no tener nunca arrugas, necesito ocho horas de sueño como mínimo. Lo decía como un conjuro, para que no ocurriera. Sentía una inmensa ternura por ella. Estaba seguro que la querría siempre, para mi dicha y también mi desdicha. Por eso no podría ser tu mujer. Yo nunca estaré contenta con lo que tenga. Siempre querré más. El secreto de la felicidad, o, por lo menos, de la tranquilidad, es saber separar el sexo del amor. Y, si es posible, eliminar el amor romántico de tu vida, que es el que hace sufrir. Así se vive más tranquilo y se goza más, te aseguro. era un imbécil reincidente por seguir enamorado de una loca, de una aventurera, de una mujercita sin escrúpulos con la que ningún hombre, y yo menos que cualquier otro, podría mantener una relación estable, sin terminar pisoteado
Con los años, me he vuelto como tú. Todo vale para conseguir lo que uno quiere. Son tus palabras, niña mala. Y yo, lo sabes de sobra, lo único que de veras quiero en este mundo eres tú. —Te deseo —le susurré en el oído, mordisqueándole el borde de la oreja—. Estás más bella que nunca, peruanita. Te quiero, te deseo con toda mi alma, con todo mi cuerpo. En estos cuatro años no he hecho otra cosa que soñar contigo, que quererte y desearte. Y también maldecirte. Cada día, cada noche, todos los días. —Lo peor no es que las diga. Lo peor es que las siento. Sí, son verdad. Tú me conviertes en un personaje de telenovela. Nunca se las he dicho a nadie más que a ti
Me bastó verla para reconocer que, aun a sabiendas de que cualquier relación con la niña mala estaba condenada al fracaso, lo único que realmente deseaba yo en la vida con esa pasión con que otros persiguen la fortuna, la gloria, el éxito, el poder, era tenerla a ella, con todas sus mentiras, sus enredos, su egoísmo y sus desapariciones
—Por una vez en tu vida, dime que me quieres, niña mala. Aunque no sea cierto, dímelo. Quiero saber cómo suena, siquiera una vez. Y, también, que le dijera de todas las formas posibles y de mil maneras que la amaba. «¿Qué cursilerías me vas a decir hoy día?» era a veces su saludo. —¿Ya no estás enamorado de mi? —se rió. —Sí lo estoy, por lo visto. Para mi desgracia. Me parte el alma lo que me has contado. No quiero que te pase nada, quiero que sigas haciéndome todas las maldades del mundo. ¿Puedo ayudarte de algún modo? Haré lo que me pidas. Porque te sigo queriendo con toda mi alma, niña mala. Pero, no ocurrió así, porque en esta vida rara vez ocurren las cosas como los pichiruchis las planeamos. A la mujer, atrápala por los cabellos, arróllala y a la colcha. Hazla vislumbrar todas las estrellas del firmamento en un dos por tres. Ésa es la teoría correcta. otra manera de ser siempre un extranjero, de estar sin estar, de ser pero no ser. día y noche se me aparecía todo el tiempo la carita morena, la expresión insolente, sus ojos color miel oscura, y todo el cuerpo me ardía de deseos de tenerla en los brazos.
—Yo no soy ni seré nunca tu amigo. ¿No te has dado cuenta todavía? Soy tu amante, tu enamorado, la persona que desde chiquito está loco por la chilenita, la guerrillera, la esposa del funcionario, la del criador de caballos, la amante del gángster. El pichiruchi que sólo vive para desearte y pensar en ti. En Tokio no quiero que recordemos nada. Quiero tenerte en mis brazos, besarte, olerte, morderte, hacerte el amor. —Las noches de luna llena salgo a ladrar al cielo y entonces veo tu carita retratada allá arriba. Ahora mismo, daría los diez años de vida que me quedan por verme reflejado en el fondo de tus ojitos color miel oscura. Eso eres tú, mon vieux, aunque no te guste: un niño bueno. —No te vas a morir. Te he permitido todas las canalladas del mundo desde que éramos niños, pero esta de morirte no. Te la prohíbo. —Desde que te conozco, no has hecho más que crearme problemas. Es mi destino. Y no hay nada que hacer contra el destino. Mira, aquí tienes, por sí la necesitas. Es la tuya. Eso sí, me la devuelves. No se admiten discusiones. Ha llegado el momento de que imponga mi autoridad sobre ti, niña mala. —Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida, niño bueno.
La única mujer que yo he querido, desde que era una niña. He hecho lo imposible por olvidarla, pero, la verdad, es inútil. La querré siempre. La vida no tendría sentido para mí si ella se muere.
—Por qué va a ser, niña mala. Tal vez quiero ganar indulgencias e irme al cielo. También pudiera ser que esté enamorado de ti, todavía
Es un martirio tenerte desnuda a mi lado, deseándote como te deseo, y no poder tocarte.
Y, por eso, esta noche vas a dormir conmigo. Porque nada me gusta tanto como martirizarte. ¿No te habías dado cuenta?
Somos la pareja perfecta: la sádica y el masoquista. —Esta noche no me importa —le respondí—. Estás demasiado linda, y si no te hiciera el amor me moriría. Porque yo te quiero con toda mi alma. La amaba, nunca la haría sufrir, ella era para mí lo más precioso, lo más dulce y tierno de la vida. Estas últimas veinticuatro /horas me has hecho morir mil veces
Si quieres, después me matas, pero, ahorita, hazme el amor.» —No pienso irme ni ahora ni nunca —me susurró en el oído—. No me preguntes por qué, porque ni muerta te lo voy a decir. Nunca te voy a decir que te quiero aunque te quiera. —Tú nunca vas a vivir tranquilo conmigo, te lo advierto. Porque no quiero que te canses de mí, que te acostumbres a mí. Y, aunque vamos a casarnos, no seré nunca tu esposa. Yo quiero ser siempre tu amante, tu perrita, tu puta. Como esta noche. Porque así te tendré siempre loquito por mí. Aunque dicen que sólo los imbéciles son felices, confieso que me sentía feliz. Compartir mis días y mis noches con la niña mala me llenaba la vida. Bueno, en el fondo yo sabía que ella no sería nunca una mujer normal. Y tampoco quería que lo fuese, porque lo que yo amaba en ella era también lo indómito e imprevisible de su personalidad.
No comí, no viví, hasta ver que no te habías ido, que no estabas con un amante. Me ha vuelto la vida al cuerpo, niña mala
No puedo más. Esto no es vida para mí. Si me sigo quedando contigo por compasión, terminaría odiándote. Yo no quiero odiarte. Trata de comprenderme, si puedes. La verdad, había en ella algo que era imposible no admirar, por esas razones que nos llevan a apreciar las obras bien hechas, aunque sean perversas
la niña mala, a la que yo para entonces, creo, recordaba ya sin amargura, sin odio, con cierta ternura incluso, sabiendo muy bien que mis infortunios sentimentales se debían más a mí que a ella, por haberla querido de una manera que ella nunca hubiera podido quererme a mí, aunque, en algunas contadas ocasiones, lo intentara: ésos eran mis recuerdos más gloriosos de París
Pero yo la he convencido de que la primera lealtad no es con el qué dirán sino con los sentimientos. —No te voy a preguntar si sigues enamorado de mí, porque ya sé que no Era lo que más me desesperaba: morirme sin volver a verte". —Porque siempre has querido ser un escritor y no te atrevías. Ahora que te vas a quedar sólito, puedes aprovechar, así no me extrañarás tanto. Por lo menos, confiesa que te he dado tema para una novela. ¿No, niño bueno? "Pobre del corazón apasionado o entregado que se enamora de un ser indiferente y sin iniciativa, su condena es mendigar cariño y besar hielo."
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