Subido por jruizdelafuente

Entrevista arquitecto Félix Candela

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RECORDANDO AL ARQUITECTO Félix Candela
Nació el 27 de enero de 1910 en Madrid (España). En 1935 le fue concedido el título de
arquitecto por la Escuela Superior de Arquitectura de esta misma ciudad. Ingresó en el ejército
español como alférez de artillería y al estallar en 1936 la Guerra Civil, tomó partido por la
República. Cuando la contienda llegó a su fin, se exilia en México, país donde se nacionalizó
en 1941. Destacan sus estructuras en forma de cascarón generadas a partir de paraboloides
hiperbólicos, una forma geométrica de una eficacia extraordinaria que se han convertido en el
sello distintivo de su arquitectura y el laboratorio de Rayos Cósmicos (1952) para la ciudad
universitaria de México, con su cubierta ondulada de hormigón; la iglesia de La Milagrosa
(1953) en la colonia Narvarte de esa ciudad; el restaurante Los Manantiales (1958) en
Xochimilco y el Palacio de los Deportes para los Juegos Olímpicos de México celebrados en
1968, un impresionante edificio proyectado junto con Enrique Castañeda y Antonio Peyrí,
cubierto por una gran cúpula picuda forrada en cobre. Candela también ha desempeñado una
importante labor docente, primero en la capital mexicana desde 1953 y más tarde en Chicago
desde 1971 hasta 1978, año en que adoptó la nacionalidad estadounidense.
A continuación una entrevista realizada por el periodista Héctor Rivera, además de algunos
datos biográficos complementarios.
El arquitecto español Félix Candela renovó las técnicas de construcción en México (baste
recordar obras excepcionales como el Palacio de los deportes y la fábricaÊde Bacardí).
Candela murió hace algunas semanas en los Estados Unidos. Héctor Rivera, periodista de
Proceso, pasó una larga temporada con él y rescató para nosotros esta invaluable
conversación.
Con los cabellos entrecanos, cortos, ligeramente encorvado por el peso de los años, haciendo
una vida monacal, el arquitecto Félix Candela vio pasar sus últimos años en Raleigh, una
pequeña ciudad de 300 mil habitantes en la costa atlántica norteamericana, donde residía
desde 1990. Muy religiosa y cuidadosa de las buenas costumbres, esta localidad de Carolina
del Norte no tenía una idea clara de quién era ese hombre que hablaba el inglés manoteando y
con marcado acento español, que paseaba a menudo entre los árboles y la hojarasca del
bosque que rodeaba su casa de madera blanca. Muy pocos sabían que ese hombre que
frecuentaba los restaurantes estudiantiles en una comunidad básicamente universitaria, era
uno de los arquitectos más importantes del mundo.
De ello dan testimonio en la ciudad de México, entre muchas de sus muy notables obras, el
Palacio de los Deportes, la iglesia de la Medalla Milagrosa y el Pabellón de Rayos Cósmicos de
la Ciudad Universitaria. Cuando lo visité en noviembre de 1993, se veía bien a sus 83 años,
repuesto de un par de cirugías cardiacas más o menos recientes. Acababa de comprar una
computadora para escribir sus memorias. Candela, quien vivió en México desde 1939 (cuando
llegó con el exilio español) hasta 1970, falleció el pasado 7 de diciembre.
Por qué se retiró en pleno éxito?
-Hay que retirarse cuando está uno en lo alto. Yo creo que, como los toreros, la gente debe
retirarse cuando está en su auge, no cuando está de caída. Como los atletas.
-No...
-Sí, claro. Desaparece uno y no pasa nada.
-Pero Buñuel, Picasso...
-No. Ellos eran otra gente.
-Buñuel corría a los ochenta y tantos años. Tenía muy mal carácter pero buena condición
física...
-Sí, era muy agrio.
-Y Picasso también estaba bien, hasta el fin de sus días, y Dalí...
-Dalí es de los que tuvieron un mal final. Siempre tuvo negocios en Estados Unidos. Yo no lo
he tragado nunca. Me pareció siempre una persona odiosa, un personaje verdaderamente
lamentable en todos los sentidos. Pero tuve que relacionarme con él por Emilio, un amigo
nuestro, que inventó unas cúpulas de hierro que se desplegaban. ƒl mostraba un modelo,
tiraba de una cuerda y se habría la cúpula. Era un genio. Murió muy joven, a los treinta y
tantos. ƒl le había hecho a Dalí varias cosas, entre ellas una cúpula en su estudio, en Figueras.
Hacia 1968 este amigo me fue a ver a México. Yo era uno de los profesores que se habían
quedado encargados de mantener aquello en la escuela de arquitectura mientras duraba la
huelgaÊde los estudiantes. Me amenazaron de muerte, y gentes del gobierno me mandaron un
recado: dile a ese Candela que se cuide. Pero bueno, me fue a buscar Emilio a México. Me dijo
que tenía esas patentes, que si las podíamos vender con mis amistades. En Washington
fuimos a ver al ejército, a la marina, para tratar de vender el invento. Anduvimos por todos esos
sitios con el modelo ese, y él sin hablar una palabra de inglés, y yo que lo hablo muy mal.
Todos se quedaban muy emocionados, pero al final no pasó nada. Al cabo de unos meses fui a
dar una conferencia en una universidad en Houston; estábamos hablando de este chico y de
las cosas que hacía y alguien dijo que tenía unos amigos en la Nasa. Nos pusieron en contacto
y nos dijeron que nos fuéramos inmediatamente para allá. Resulta que acababan de llegar del
viaje a la Luna, y se habían traído un poco de polvo lunar, un polvo negro, y eso lo habían
echado en unos cultivos vegetales. Y donde echaban unos granitos de esos, crecían los
vegetales como tres o cuatro veces más. Aún no habían descubierto por qué pasaba eso, y
estaban muy interesados en montar una especie de invernadero, cubriendo uno de los cráteres
de la Luna. Entonces este invento les caía de perlas y, además, Emilio ya había inventado una
de esas cúpulas que se abrían solas, con unos muelles. Nos enseñaron el mapa de la Luna y
nos dijeron: a ver, cuál es el cráter que les gusta para cubrirlo. Estábamos muy entusiasmados
con la idea. Pero los técnicos de la Nasa presentaron el proyecto a sus superiores y no les
pareció la idea para nada.
-Bueno, todo esto venía porque hablábamos de Dalí...
-Ah, sí. Emilio le hizo a Dalí una ventana portátil enorme. Era una ventana que se llevaba en un
cubo geométrico. Al abrirla, se abría la estructura y, al mismo tiempo, llevaba las plantas de
vidrio pegadas. Con ese motivo, Dalí se hizo en París unas fotos debajo de la torre Eiffel,
enseñando la ventana. Emilio me llamó por teléfono a Chicago desde Madrid, diciendo que Dalí
me llevaría el modelo de la ventana, a ver qué podíamos hacer con él. Yo pensaba que
podíamos ir a la televisión con cualquiera de estos tipos que hacen entrevistas y enseñar la
ventana como propaganda. Ya sé que no te gusta Dalí, me dijo, pero no me queda más
remedio que hacerlo así. Fui a ver a Dalí al hotel en Nueva York. Después de un rato de estarlo
esperando, bajó con una capa y su bastón y con una rubia muy despampanante, muy
aparatosa, para presumir, claro. Pero el paquete con la ventana no llegó a tiempo y se nos
fastidió todo el asunto de la publicidad con la televisión. Pero de todos modos la relación con
Dalí no era buena; a mí siempre me había caído mal.
-¿Se habían conocido antes?
-No. Yo sabía que él le había ofrecido a Franco una monstruosidad de esas increíbles: hacer
una serie de estatuas desde Madrid hasta el Valle de los Caídos; eran estatuas cada vez más
grandes, construidas con los huesos de los milicianos republicanos muertos. Una cosa
tremenda. Cuando Emilio murió, muy joven, en un accidente de automóvil, me llamaron y fui
desde Chicago a Madrid a leer un texto en la ceremonia fúnebre que le hicieron en el Ministerio
de la Vivienda. Antes de eso, pusieron una peliculita de Dalí en la que hablaba de la
monarquía, que era como una esfera, decía, y en cambio la república era plana. Y dijo una
serie de cosas que a mí no me gustaron nada. Entonces dije que no estaba de acuerdo con
Dalí, con sus ideas de la monarquía. Todavía vivía Franco, y además hablé de Federico García
Lorca, que entonces no se podía hablar de él. Se organizó un tumulto tremendo. El que salvó el
asunto fue el ministro de la Vivienda, que era
del Opus Dei.
-¿Le duele aún el tema de la guerra?
-Lo que se jugaba en España en aquel
momento era muy importante. La guerra
nuestra fue la última causa por la que valía la
pena dejarse matar y, efectivamente, mucha
gente dejó la vida ahí. Era una cosa muy
enternecedora ver a esa gente joven en las
Brigadas Internacionales. Yo estaba entonces
en Albacete, trabajando como arquitecto para
el ejército, y ahí estaba el cuartel general de las Brigadas Internacionales. Los conocí a muchos
de ellos. Se iban al frente y volvían unos cuantos y destrozados.
-¿Cómo era Madrid antes de la guerra?
-Era una ciudad encantadora, con sus tranvías. Era un paso mucho más lento. Se paseaba
todavía a la una y media de la mañana, se iba a la calle de Alcalá. Era muy agradable, conocía
uno a todo el mundo. Yo conocí a García Lorca, éramos cercanos, amigos de amigos, parte de
un grupo.
Ortega y Gasset nos recibió un día a mí y a un amigo. Nos echó una conferencia estupenda
sobre lo que era la arquitectura popular. Era un hombre que tenía conocimientos
enciclopédicos. Hablaba muy bien, con una soltura extraordinaria y con una precisión total. Era
un encanto oírlo.
Tuve la suerte de vivir una época de oro en España, los años treinta, la época en que ValleInclán, Unamuno, Ortega y un montón de gente más dominaban el panorama intelectual, y lo
viví en Madrid, viéndolos en la calle y hablando con ellos y yendo a la tertulia de alguno.
Después, en México, conocí a todos esos monstruos: Diego Rivera, Tamayo... He vivido,
quizás un poco como espectador, los mejores momentos de la cultura española y mexicana.
-¿Dejó a su familia en España?
-Perdí a mi padre muy joven. Murió de tuberculosis, que entonces era una enfermedad muy
corriente. A mi madre y mi hermana me las llevé a México en 1945. Al poco tiempo llegaron mi
hermano y su mujer. ƒl era aparejador, como llaman en España al ayudante del arquitecto. Se
hizo aparejador en dos años sin haber estudiado nada, ni primeras letras.
-¿Está de acuerdo con la definición que lo hace heredero de Gaudí?
-No. Bueno, eso lo dice un arquitecto que escribió sobre mí en España. Dice: es como si le
hubiera salido un tío en España. Claro que me parece muy bien.
-¿Dejó alguna influencia en la arquitectura en México?
-Al contrario: México me influyó a mí. Yo siempre he tenido esa teoría de que no se puede
hacer la arquitectura mexicana, o la típica de algún país, de una manera consciente, sino que
la gente la hace de manera inconsciente, porque viene de adentro, porque la ha mamado. La
Ciudad Universitaria, por ejemplo, es mexicana, cuando lo que querían era hacer cosas de
estilo internacional, porque era la época en que se descubre de un golpe el movimiento
arquitectónico moderno, por llamarlo de
alguna manera.
-Pero tuvo en México miles de alumnos...
-El otro día fui a un diálogo público y
resulta que todos habían sido alumnos
míos y yo no me acordaba. En realidad he
sido un profesor muy malo, lo que pasa es
que he tenido muy buena gente
ayudándome.
-¿Cómo se definiría usted mismo en
términos de corrientes de arquitectura?
-No tengo ninguna corriente. Yo lo que quería hacer era desarrollar mis ideas y lo hice, y esas
ideas no tienen antecedentes. Hay antecedentes de cosas semejantes, pero la variedad y la
riqueza de lo que yo hice no existían.
-Su arquitectura no es exactamente funcionalista...
-No, qué va a ser. El funcionalismo no existe, no hay tal cosa. ¿Qué es el funcionalismo? ¿El
cumplir con un programa? Eso es un requerimiento de cualquier obra de arquitectura, pero no
tiene nada que ver con el aspecto estético. Funcionalismo quiere decir que lo que importa es
que funcione el edificio, y se supone que funcionando bien tiene que resultar bonito, lo cual no
es cierto. Yo creo que hay que poner algo más; la voluntad de forma es importantísima, el
detalle.
-¿Cómo ve a la arquitectura norteamericana?
-Es seria en muchos sentidos. Lo que pasa es que ha tenido una época de crisis muy grande.
Bueno, la arquitectura siempre está en crisis en un cierto modo, siempre se está haciendo y
deshaciendo. Y en esos intentos de deshacer, el primero que tuvo éxito fue el llamado estilo
internacional. Después de eso vino el posmodernismo, que quiso terminar con ese estilo sin
ofrecer nada valioso en sustitución. Y hay gente que ha vivido de eso quince o veinte años.
-¿Cómo ve el futuro de la arquitectura?
-No lo sé. No tengo ni idea. Hay otros intentos, como el high tech, como el Pompidou, de
París...
-¿Le parece feo?
-No es que sea feo, es una exageración, es todo lo contrario de la sencillez.
-¿Cómo ve el futuro de la arquitectura mexicana?
-Depende del futuro del país, pero en eso no me voy a meter. Yo no puedo influir en la
evolución del país. Quiero decir que la arquitectura refleja la situación del país. Lo que pasa en
la arquitectura es un reflejo de lo que está pasando en la sociedad mexicana, y si esa sociedad
cambia también la arquitectura. No se puede separar la arquitectura del funcionamiento de la
sociedad y de lo que se llama cultura.
-¿Qué época le gusta más?
-Naturalmente me gusta más la época que yo viví. Yo siempre me he encontrado un poco fuera
de época en todos los sitios, porque en este siglo se ha dado el cambio más tremendo en la
historia de la humanidad: desde principios de siglo hasta ahora se ha cambiado más que en
todos los siglos anteriores. Entonces, el hecho de que todavía siga por aquí y me permita
incluso opinar sobre este asunto me parece absolutamente increíble. Yo tendría que estar
totalmente arrinconado en un sitio, porque ya no pertenezco a esta época. He tenido que ir
adaptándome, malamente, a como van las cosas, y he conseguido sobrevivir, pero nada más.
-¿Cómo fueron sus treinta años en México?
-Fueron estupendos, porque además son los mejores de mi vida. Llegué a los treinta y me fui a
lo sesenta. Fueron los más productivos y los mejores en todos los sentidos. Además disfruté un
México que me parece que era más amable que el de
ahora. México tenía un encanto especial.
-¿Su idea de los cascarones fue bien recibida en México?
-Fue bien recibida, pero me costó un trabajo espantoso
meterlos. Fue bien recibida porque los hacía muy baratos,
no porque les parecieran bonitos. Los clientes que tenía
eran personas a las que no les preocupaba en lo más
mínimo el aspecto de la cosa. Lo único que les interesaba
era cuánto costaba. Me decían por teléfono: tengo diez mil metros, a cómo me pone usted los
paraguas. Pues tanto, y ahí va. Y luego ya las otras cosas fueron con otros arquitectos a los
que les empezó a gusta la idea. Sobre todo Enrique de la Mora, que le llamaban el Pelón. Fue
uno de mis mejores amigos y me ha dado veinte mil ideas. He construido con él unas cuarenta
iglesias. ƒl me ponía a trabajar, y yo tenía que apresurarme a ver cómo les metía mano a los
números necesarios para hacer aquello, y entre los dos conseguimos cosas muy buenas.
-Al salir de México en 1970, ¿ya tenía conciencia de lo importante que era su aportación a la
arquitectura?
-Tenía muchos premios, pero esos premios los consigue uno porque hace amigos. Es cierto,
pero para tener esos amigos hay que tener algo que les interese. Yo tengo dos o tres
doctorados honoris causa. Y lo curioso es que ejercí en México sin título.
-¿No lo pudo sacar de España?
-No lo pude sacar de España porque no lo tenía. Había que pagar 800 pesetas y no las tenía.
Luego conseguí que mi hermano, que se había quedado en Madrid, fuera a la escuela a
buscarlo. No se lo querían dar porque decían que tenía que ir yo personalmente, pero al final
consiguió amigos y pudo mandarme el título. Entonces fui a ver al director de la escuela, que
era Enrique del Moral, el socio de Pani, a quien llamaban El Gringo. Me dijo que tenía que
examinarme en dos o tres materias, porque no estaba muy seguro de que en España se diera
la clase de Resistencia de Materiales tan bien como en México. Y yo precisamente de lo que
sabía era de eso. Total que tenía que hacer una tesis y tal y cual, y yo dije que ya era muy viejo
para meterme en estos asuntos; no hice las gestiones necesarias para revalidar el título, lo fui
dejando y dejando, y al final me lo dieron digamos que con mordida, a última hora, cuando ya
casi me iba de México.
-Un honoris causa a la mexicana...
-Lo curioso es que vine a Estados Unidos y me dijeron que querían darme el título de
arquitecto. Fui a Chicago a ver al secretario de la Asociación de Arquitectos, y me dijeron: ¿es
usted americano? No, respondí. Entonces no podemos dárselo. Fui luego a España y me
dijeron lo mismo, que como ya no era español tampoco podía tener el título. Después en
España me lo arreglaron.
-Me impresiona que al cabo de tantos años no haya caído en la tentación de hacer
elaboraciones filosóficas o artísticas sobre su trabajo.
-Sí, pero no vienen al cuento. Una obra de arte no necesita explicación.
-Me parece que usted parte en dos a la arquitectura, entre la línea recta y la curva...
-Lo que pasa es que una superficie que tiene líneas rectas en dos sentidos, dos sistemas
lineales, produce una serie de curvas, y según se mire tiene curvas en un sentido y en el otro.
Es decir, tiene doble curvatura hecha con rectas planas. Es una especie de milagro. La belleza
no consiste solamente en la curva. Las proporciones son importantes. En un hueco, por
ejemplo una ventana, la proporción es importante. ¿Por qué es noble una ventana vertical y no
una ventana horizontal? ¿Por qué sentimos nobles esos balcones en los edificios
renacentistas, verticales, con una altura descomunal, comparados con una pila de ventanas
horizontales? Es la proporción. Los dos son lo mismo, son cuatro rectas.
-Hay una ruptura en la arquitectura con la curva, una opción por los ángulos y las rectas...
-Sí, pero hay mucha gente que siguió haciendo curvas. Los puentes se han hecho con curvas
siempre.
-Pero usted ha llevado la curva hasta abajo...
-Bueno, sí... Lo que pasa es que hablamos de lo
que se conoce desde los tiempos griegos como
una de las cuádricas; es decir, una superficie
que se representa por una ecuación de segundo
grado. La esfera, el elipsoide, el paraboloide, el
paraboloide hiperbólico, el hiperboloide, son
figuras geométricas de segundo grado,
inventadas en la antigua Grecia. Los franceses
empezaron a usarlas en la construcción desde
los años treinta, y yo las tome de ahí, y empecé a desarrollarlas un poco más.
-Es la época del art decó, de la arquitectura decorativa.
-Pues sí. Y antes que eso, el art nouveau. Esa época es la que influye a Gaudí y a todos los
catalanes de la época. Fue en Bélgica donde se empezó con el art nouveau, y también en
Austria. Es una época muy rica, anterior al art decó. Las rejas del metro de París están hechas
en el estilo art nouveau, que influyó mucho en el mundo de entonces.
-¿Se nutrió usted del gótico?
-La Milagrosa, por ejemplo, dicen que es un gótico lineal. Ahí no hay curvas; bueno, sí hay,
pero lo que se ve más bien son las rectas. Ahí sí hay un espíritu que podríamos llamar gótico,
pero son cosas que salen por casualidad.
-¿Y cómo va la escritura de sus memorias?
-Me he arrancado varias veces, pero no estoy haciendo mucho. Es agradable para mí, pero no
sé si las cosas que digo han de tener ninguna importancia, porque no son más que las cosas
que me pasaban: que fui a la escuela y me daban palmetazos...
-¿Era mal alumno?
-No, pero creo que se los daban a todo mundo.
Más información
En el comienzo de la arquitectura moderna, el acero impulsó
a los constructores a buscar nuevos modelos, los cuales
pudieron materializarse en sus formas más extremas gracias
a otra innovación, una que envolvía al metal: el concreto
armado.
A partir de entonces, la audacia siguió a la fantasía y los
materiales se ajustaron a todos los esfuerzos, volviéndose
equilibrios y armonías. Ya no existían límites para la
organización de los espacios; nada que impidiera
evolucionarlos hacia otros contornos Uno de los principales
“Félix Candela
detonadores de esa transformación fue, desde la década de
los 50, Félix Candela Outeriño, a quien se le recuerda por
sus paraboloides hiperbólicos (“denominación complicada
abreviada por los estadounidenses con el término hypars,
hyperbolic paraboloids), por sus estructuras atrevidas y
también porque, entre otros galardones, ganó el Premio
Augusto Perret (en 1961) que se otorga a los más
destacados constructores de concreto armado.
Aunque comparte con Buckminster Fuller la capacidad de innovación en el terreno estructural,
su carrera arquitectónica está más asociada a la del italiano Pier Luigi Nervi, que también
investigó en el campo del hormigón armado desde su doble condición de arquitecto y promotor.
A Félix Candela le tocó vivir años difíciles. La Guerra de España le rozó el alma, y la
emigración
lo dejó marcado. Nació en Madrid el 27 de enero de 1910, y luego de una infancia risueña y
despreocupada estudió sin sosiego. Se cuenta que no sintió una vocación tan definida como la
que narran haber sentido otros arquitectos o ingenieros famosos, urgidos desde pequeños por
el ansia de construir.
Él escogió la carrera de arquitectura más bien por casualidad, o por
consejo de algún amigo, porque ni siquiera era buen dibujante. Eso sí, lo suyo eran las
matemáticas y, sobre todo, la geometría. “Más tarde –anota uno de sus biógrafos- comprendió
que su verdadera vocación bien pudo haber sido la ingeniería estructural.”
Ingenieros contra arquitectos
En su época de estudiante, las profesiones de arquitecto e ingeniero estaban confrontadas,
como todavía ocurre por razones inaceptables, en algunas facultades provincianas.
De hecho, aún hay arquitectos que critican a Candela porque, según ellos, “no terminaba sus
obras” y nunca se preocupaba por “los acabados”, aunque admiten que era un buen
“estructurista”. Y por otro lado, desde la orilla de la ingeniería, tampoco le va bien. Algunos
ingenieros no sólo lo critican porque no contaba con un título de ingeniero, sino “porque no
sabía calcular sus estructuras”, operación –dicen- que efectuaba “a ojo de buen cubero”. No
saben que en Madrid, en la Escuela Superior de Arquitectura, se les exigía a los arquitectos
estudios de ciencias exactas. Además, aprendían Teoría de la Elasticidad, un verdadero
escollo para los estudiantes.
Por eso, Candela desarrolló una profunda devoción por la geometría descriptiva, aunque nunca
sintió proclividad por la matemática pura.
Su inteligencia visual y su talento para la geometría analítica y la trigonometría llamaron la
atención de Luis Vegas, su maestro de Resistencia de Materiales, quien al apreciar sus
facultades lo hizo su «ayudante”. Una vez graduado, Candela dio clases a sus compañeros y
empezó a recibir encargos para calcular estructuras de acero y concreto. De acuerdo con otros
comentaristas “Candela heredó de su maestro Eduardo Torroja algunos de los fundamentos de
su obra: la idea de que el ingeniero ha de ser un poeta, la convicción de que la estructura
depende de la forma más que del material empleado, y la línea de investigación sobre
cubiertas ligeras de hormigón armado”.
Por entonces, para ganar una beca presentó la tesis: “La influencia de las Nuevas Tendencias
en las Técnicas de Concreto Armado sobre la Forma Arquitectónica”. Al año siguiente, en
1936, justo en los días que escogió para ir a estudiar con los más connotados especialistas en
cascarones de Alemania: Dischinger y Frinsterwalder, la Guerra de España se desencadenó de
improviso, hecho que materialmente no lo dejó ni subir al tren.
El azar y la necesidad
Según describe uno de sus numerosos biógrafos, Candela no lo tomó a mal y se refirió al
hecho como un ejemplo de la suerte, de “estar en el lugar y el momento preciso, porque si no
logré beneficiarme con las sabias enseñanzas de los profesores alemanes, absorbí algunas de
las lecciones impartidas por la revolución y la guerra civil, que me fueron mucho más útiles”.
Con su hermano Antonio se adhirió al lado republicano, ingresó en el ejército español como
alférez de artillería y fue incorporado a la Comandancia de Obras en Albacete, donde más
adelante sería nombrado capitán de ingenieros. Cuando los acontecimientos se hicieron
insostenibles tuvo que retirarse hacia los Pirineos.
En Perpignan, justo.en la frontera con Francia, Candela fue recluido en un campo de
concentración por cuatro meses, esperando ser acogido por alguno de los pocos países, como
México, que recibían refugiados. Por suerte, su nombre fue extraído de entre otros muchos
(escogido de entre 70 mil prisioneros), y arribó a Veracruz en junio de 1939.
Poco resignado a su condición de emigrado, Candela inició un largo
camino, siempre cuesta arriba, para adaptarse (tardó diez años en hacerlo). Primero consiguió
un puesto en una colonia de españoles al norte de Chihuahua. Ahí se casó con Eladia Martín,
una chica que ya había conocido en Madrid. Ambos adoptaron la nacionalidad mexicana, y de
ese matrimonio nacieron sus cuatro hijas, Antonia, Teresa, Pilar y Manola.
La vida en México
A inicios de los años 40, Candela trabajó en Acapulco, que se había puesto de moda, donde
erigió algunas mansiones, una casa de departamentos y muchas cabañas en el Hotel
Papagayo. Años después, colaboró con Jesús Martí, otro refugiado como él, pero que ya se
había establecido en la ciudad de México.
Con él levantó más residencias, como una en Tepozotlán y reconstruyó en Cuernavaca el Hotel
Casino de la Selva, en donde hace poco, para edificar una tienda Costco se produjeron
numerosas protestas de grupos diversos por el derribo vandálico, sin respeto al patrimonio
cultural que albergaba dicha construcción.
Muy propenso a la lectura, Candela “era un autodidacta insuperable”; aprendió varios idiomas y
se mantuvo al día con artículos técnicos de su profesión. En una oportunidad tuvo acceso a un
artículo del Journal of the American Concrete Institute (ACI) que mostraba la construcción de
losas dobladas y sus implicaciones. Revisó sus apuntes de juventud, recopiló artículos sobre
cascarones, “siempre con la idea en la cabeza de que estas estructuras podían ser analizadas
por métodos más simples que el clásico”.
Carlos Ruiz, en su recomendable biografía virtual de Félix Candela
(http://www.geocities.com/SoHo/Gallery/1608/candela.html) recuerda que “el primer contrato
fue un bloque de departamentos de
renta baja, con una bodega en el piso inferior. Sus cálculos estructurales fueron difíciles y
llevados a cabo hasta el más mínimo detalle”. Candela todavía “tenía fe en la exactitud de los
cálculos”.
El mismo cliente le solicitó después la construcción del Hotel Catedral, en la calle de Donceles.
“Su estructura fue de acero, pero su fachada, tradicional, en relación con la arquitectura
colonial del rumbo.
La cimentación fue perfilada por Nabor Carrillo (más adelante rector
de la UNAM), y casi no se lleva a cabo ya que hubo que escarbar cinco metros de profundidad,
dos metros abajo del nivel del agua”.
En Guamúchil, por cuenta propia, construyó un hotel y un cine.
Con lo que ganó pudo traerse a la familia de España; a su madre, a su hermana Julia y a su
hermano Antonio, a quien convenció de que trabajaran juntos.
Por entonces fundó una empresa especializada en la instalación de estructuras industriales:
Cubiertas Ala (1950), en sociedad con los hermanos arquitectos Fernando y Raúl Fernández
Rangel, quienes lo habían reinducido en el tema de los cascarones. Sin embargo, esta
sociedad se disolvería tres años más tarde, aunque la empresa perduraría hasta 1976, con
Antonio Candela al frente (cabe aclarar que Félix se apartó de la firma en 1969).
La constructora sumó durante 20 años numerosos éxitos. Según Luis Basterra, que catalogó la
obra de esta compañía, de 1439 proyectos elaborados, pudo concretar alrededor de 896. Una
gran parte de esa obra fue de carácter industrial:
“y adoptaban esas formas muy conocidas de paraguas que se aprecian todavía en algunas
gasolineras y estaciones de servicio del DF”. La más notoria de todas fue el Palacio de los
Deportes, en la Olimpiada de 1968.
La obsesión por las estructuras
Su mayor aportación en este ámbito fueron sin duda las estructuras
en forma de cascarón, generadas a partir de paraboloides hiperbólicos, una forma geométrica
de una eficacia extraordinaria que se han convertido en el sello distintivo de su arquitectura.
Juan Antonio Tonda, uno de sus discípulos, destaca en la biografía
que le dedica (Félix Candela. Círculo de Arte, CONACULTA), la importancia de las estructuras
en la obra de Candela: “…sí podemos afirmar que, en cuanto a estructuras, Félix Candela no
levantó edificios altos, con columnas, trabes, entrepisos y las complicadas cimentaciones que
se requieren para soportarlos y evitar que sismos y hundimientos los dañen. Candela –continúa
Tonda sólo incursionó en las ‘cubiertas’ de concreto que se conocen coloquialmente como
‘cascarones’ –por su similitud con la dura membrana exterior del huevo- y se aplican de modo
muy generalizado en fábricas, templos, centros deportivos y, por lo común, en todas las
construcciones que sólo tienen un techo, como indica la palabra cubierta…”
El Pabellón de Rayos Cósmicos (1952) para la Ciudad Universitaria de México, con su cubierta
ondulada de hormigón de tan sólo 15 mm de espesor, fue uno de los edificios más
emblemáticas de su obra. Con su forma característica de nave espacial que acaba de aterrizar,
fue la primera estructura aclamada por todos. Se puede asegurar que ese proyecto lo impulsó
a la fama. Más seguro de la importancia de su trabajo, Candela empezó a escribir artículos y se
propuso dar a conocer su obra “estructurística” a través de medios tan prestigiados como el
A.C.I. Journal del American Concrete Institute. Por ejemplo, «Estructuras Simples de Concreto
», o un ensayo que presentó en 1951, «Hacia una nueva Filosofía de las Estructuras», en el II
Congreso Científico Mexicano.
“Siempre con una actitud rebelde y un vigoroso espíritu crítico, Candela empezó a obtener
fama internacional y a divulgar sus conocimientos en congresos a los que asistía y en
conferencias que impartía”, acota al respecto Tonda, quien desribe que Candela continuó
buscando más simplificaciones para el diseño. “La estructura más sencilla
creada con los hypars fue el paraguas, cuya planta rectangular abarca cuatro mantos que se
juntan al centro en cuatro rectas inclinadas y una sola columna central que aloja la bajada
pluvial”.
El de las Aduanas, por ejemplo, fue importante porque su diseño se condicionó a la necesidad
de construirla sistemática, rápida y económicamente. La ingeniosa solución al problema
constructivo hizo parecer triviales a sus obras anteriores. Candela llegó a ser conocido como el
principal diseñador de cascarones en el mundo e invitado a dictar conferencias en numerosas
universidades, principalmente en Estados Unidos. Candela quiso exagerar la forma del
paraguas para obtener nuevos efectos. Este fue el origen de la iglesia de la Virgen de la
Medalla Milagrosa (1954), en la colonia Narvarte, que iba a ser su estructura más conocida.
Bajo cuyas bóvedas dobladas se configura un espacio que recuerda de algún modo las
construcciones de Antoni Gaudí.
Hacia 1955 proyectó con Enrique de la Mora y Fernando López Carmona una serie de
estructuras, entre ellas, la Capilla del Altillo, que resultó una concepción completamente
diferente a la del templo de la Medalla Milagrosa. Con los mismos intérpretes, pero con otro
son, erigió el edificio de la Bolsa de Valores, precursora de una tendencia particular que
mantuvo “encandilado” a Candela: el desarrollo del borde libre. Desde entonces, todas sus
estructuras adoptaron esta característica, aunque el restaurante Los Manantiales, de
Xochimilco, construido entre 1957 y1958, es probablemente el ejemplo más decantado del
mismo. Ese mismo año, Candela construyó una quinta mediterránea para él y su familia en
Tlacopac, al sudoeste de la ciudad de México.
La conquista del mundo
Más tarde, Candela experimentó una profunda transformación profesional y creativa que lo
alentó a abandonar su trabajo de ingeniero y concentrarse cada vez más en la arquitectura. Se
trasladó a Chicago y fue profesor de tiempo completo en la Universidad de Illinois, desde 1971
hasta 1978, cuando adoptó la nacionalidad estadounidense.
Pero no dejó de lado su trabajo creativo. Se asoció con una constructora con sede en Toronto y
participó en ambiciosos proyectos, inclusive en España donde participó en un proyecto del
estadio de fútbol de Madrid “Santiago Bernabeu”, que no se llevó a cabo; en la Ciudad
Deportiva de Kuwait; en el Centro Cultural Islámico de Madrid, y en la Ciudad de las Artes y las
Ciencias de Valencia (“donde se confeccionaron réplicas de las estructuras de bordes rectos,
con picos, a diferencia de Los Manantiales, que fueron curvos), espacio que incorporó un gran
parque oceanográfico en el que también participó el destacado arquitecto-ingeniero Santiago
Calatrava.
Afectado por una dolencia cardiaca, Candela regresó a Estados Unidos, a Carolina del Norte,
donde residía, y falleció en 1997.
HACIENDA DE SAN JOSÉ DEL ALTILLO. DELEGACIÓN COYOACÁN
Está situada al oriente del río Magdalena, al sur de la ciudad de México, entre las
poblaciones de San Ángel y Coyoacán. El sitio donde se construyó era una zona elevada, lo
que permitió que el ojo de agua existente en la hacienda irrigara los campos cultivados
vecinos donde crecían árboles frutales, trigo y sobre todo magueyes. A las márgenes del río
Magdalena se les conocía como "el arenal" (limo de río), excelente tierra para las macetas,
comercio que se desarrolló ahí en el siglo XIX.
La hacienda de San José del Altillo perteneció a los marqueses de Aguayo, don Agustín de
Echeverz y Subizar, Gobernador del Nuevo Reino de León (1682-1685), y doña Francisca
Valdés y Alceaga. La entrada de su propiedad estaba de su propiedad estaba a dos
cuadras de lo que hoy son los Viveros y, calle de por medio (Panzacola), con lo que fue la
Huerta de Quevedo, en la calle de Francisco Sosa.
La fachada del casco de la hacienda es de dos pisos, con una espaldaña del lado izquierdo,
en su interior hay un patio con naranjos y una fuente en el centro. Junto al patio había una
pequeña capilla "familiar" dedicada a San José, conservándose el retablo y la imagen
originales.
La hacienda fue testigo de un hecho histórico, durante la invasión norteamericana (1847),
cuando las tropas enemigas se aprestaban a asediar la ciudad de México: después de las
batallas de Padierna y Churubusco alojaron en esta hacienda a una parte de su ejército, la
leyenda afirma que la última propietaria de la finca, descendiente de los marqueses, doña
Elena Piña Aguayo viuda de Sánchez Gavito, tenía como recuerdo de su niñez la imagen
de las tropas yankees alojadas en su propiedad.
En 1951 doña Elena donó el casco y partes de los terrenos de la hacienda a la
Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo, acto loable pues se preservó para la
posteridad este valioso lugar. En los años de 1955 y 1956 se construyó, junto al casco, una
capilla diseñada por el arquitecto Enrique de la Mora y el ingeniero Félix Candela,
obteniendo varios premios internacionales por lo original de su construcción. Con una alta
escultura de Nuestra Señora de la Soledad al frente.
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