Subido por Veronica Egas

Cisneros. Modos de decir desde el punto de vista estructural

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO
FACULTAD DE PSICOLOGÍA
CÁTEDRA: LINGÜÍSTICA y DISCURSIVIDAD
SOCIAL
2016
Serie Estudios del Lenguaje
Cuaderno: Modos de decir en el punto de vista
estructural
Lorelei Cisneros
Modos de decir en el punto de vista estructural
Lorelei Cisneros
0. El punto de vista estructural
Escribir (y estudiar) sobre el Estructuralismo es ciertamente un asunto complejo. Las
dificultades empiezan en el momento mismo en que se quiere encontrar una definición
adecuada para ese movimiento intelectual de límites difusos que fue al mismo tiempo
ciencia, programa, doctrina, método, moda y plataforma ideológica; que impulsó
aluviones de conjeturas en la antropología, la semiología, la semiótica, el psicoanálisis,
(por mencionar solo algunos de los diversos campos del saber en los que esta
perspectiva fructificó) y cuyos postulados resultaron muchas veces degradados,
resumidos o forzados en esa densa zona de cruce entre disciplinas afines1.
Por eso, para empezar, conviene recuperar la afirmación de Milner (2003: 9) según la
cual dentro de esta vasta corriente de pensamiento que se dio en llamar
“Estructuralismo” es posible encontrar reunidas dos entidades básicamente diferentes.
Por una parte –señala Milner– el Estructuralismo es un programa de investigaciones
desarrollado por hombres de ciencia desde fines de la década del ‘20 hasta fines de los
‘60, que se caracteriza por un cierto número de hipótesis y proposiciones, y que se
completa en 1968. Por otro lado, el Estructuralismo es un movimiento de doxa que,
junto a los actores centrales del programa de investigaciones, reúne otros pensadores
que no participaron de él. Este movimiento se desenvolvió durante la década del ‘60 y
en gran medida caracteriza intelectualmente el período. Es afectado por Mayo del ‘68
pero pervive, de diversos modos, hasta mediados de los ‘70.
Si bien disociar absolutamente estas dos entidades abarcadas por el mismo nombre
comporta una reducción, al mismo tiempo, resulta operativo si lo que se busca es volver
explícitas ciertas particularidades que hicieron del Estructuralismo un capítulo
fundamental en la historia de la ciencia del siglo XX. Y, más específicamente, si el
propósito es abordar este punto de vista como una forma de reflexión científica dentro
1
Las dificultades en la búsqueda de la definición se vuelven evidentes cuando se revisa la profusión de
trabajos orientados en ese sentido. Una muestra muy representativa la constituyen dos obras ya clásicas:
la de Ducrot et al. (1968) ¿Qué es el estructuralismo? y el artículo de Deleuze (1972) “¿En qué se
reconoce el estructuralismo?”. Los problemas aumentan cuando muchos de sus propios representantes se
niegan a definirlo. Foucault, por ejemplo, establece que el Estructuralismo no existe como doctrina, que
solo no tiene fronteras sino que tampoco tiene cuerpo, a su juicio es “una categoría que solo existe para
los otros, para los que no son” (citado en Piaget: 1999: 116).
del ámbito de la lingüística, por los resultados ejemplares obtenidos en esta disciplina y
por el impacto que produjo en otros campos2.
Por eso, nos ocuparemos aquí del Estructuralismo lingüístico entendido en el primer
sentido, como un paradigma de investigación, esto es, como un sistema básico de
creencias que guía el recorrido de los investigadores que lo cultivan, no sólo en las
cuestiones de método sino también y, fundamentalmente, en su definición del “mundo”
que se proponen conocer, del lugar del investigador en él y de las posibles relaciones
que se pueden entablar con ese mundo (Guba y Lincoln: 20023).
¿Cuál es la forma y la naturaleza de la realidad del lenguaje que estudian los
estructuralistas?, ¿cuál es la relación entre ella y quien conoce o busca conocer?, ¿por
medio de qué método/s lo hacen?4 El paradigma estructural representa así el punto de
vista que han adoptado sus proponentes de acuerdo con la manera en que han elegido
responder a estas tres preguntas definitorias5.
1. Modos de decir
Y son estas preguntas, por otro lado, las que funcionan como eje principal alrededor del
cual organizaremos este cuaderno cuyo título remite directamente a la necesaria
correspondencia entre la posición paradigmática que orienta una investigación y la
configuración discursiva en que esa investigación se comunica y valida, su “modo de
decir”.
El enlace indisociable entre una teoría y la forma discursivo-retórica que su
comunicación exige es puesto en evidencia por Pérez y Rogieri en Retóricas del decir
(2012: 15):
2
El programa de investigaciones estructuralistas halla su primera expresión como programa científico en
el marco de la lingüística, más específicamente con vistas al estudio de los fonemas, en el año 1928 y,
desde allí, se extiende rápidamente a otras disciplinas. Cf. Benveniste, 2001:93.
3
En sus aspectos fundamentales, en estas líneas sigo el enfoque y el trabajo realizado en el marco del
Proyecto de Investigación “Retórica de los saberes institucionales. Configuraciones verbales en la
escritura académica” P. Rogieri (dir.) y L. Pérez (co-dir.), (1HUM445 PIP/SCyT-UNR), y del PUAyEA
(Programa Universitario de Alfabetización y Escritura Académica), dependiente de la Secretaría
Académica de la Facultad de Humanidades y Artes, creado y coordinado por las Dras. Patricia Rogieri y
Liliana Pérez.
4
Si se atiende a las particularidades de las diferentes escuelas enmarcadas en este punto de vista, podría
decirse que existen “muchos estructuralismos”. No obstante, y a los fines expositivos de este trabajo, nos
detenemos en las coincidencias amplias que convirtieron a esta perspectiva en un prisma a través del cual
se consiguió una determinada “mirada estructural”.
5
Como el lector advertirá, estos interrogantes están vinculados de tal modo que la respuesta que se dé a
cualquiera de ellos necesariamente demarcará la manera en que se pueda responder a los otros dos.
Asumir que lo que una teoría es depende del paradigma de investigación
adoptado implica considerar que las culturas particulares que ellos subsumen
determinan formas de pensar y escribir, diversas instancias de validación
retórica de los saberes. Es decir, y en definitiva, modelos de pensar y escribir
para los acólitos.
En estos “modelos de pensar y de escribir”, se reconoce la intersección del trabajo
conceptual con los diversos modos de nombrar y legitimar el saber en cada cultura.
Se entiende, entonces, que las teorías comunican un saber científico que es, en sí
mismo, un efecto de la palabra porque su configuración resulta de una doble y
simultánea intervención: la de la lengua, forma pura ordenadora de toda experiencia que
media entre los datos sensibles y la conceptualización, y la de un determinado discurso
disciplinar, que se convierte en generador de matrices para la elaboración y
comprensión de los enunciados de ese ámbito.
En lo que sigue, proponemos acercarnos a los modos de configuración conceptualdiscursiva del Estructuralismo en lingüística, modos que alcanzaron, de alguna manera,
a todo aquel que se dispuso a pensar y a decir desde ese campo6.
2. Sobre la ontología del punto de vista estructural
¿Cuál es la forma y la naturaleza de la realidad que estudian los estructuralistas en
lingüística?
Es un hecho canónicamente admitido que la ciencia del lenguaje ganó impulso a partir
de 1916 con la publicación del Curso de Lingüística General. Sin embargo, el riesgo es
creer que se leen en el Curso proposiciones que se formularon después de él y sobre él.
Señala Milner: “El estructuralismo no se equivocaba al creerse surgido del Curso, pero
no está en el Curso” (2003: 18).
Es cierto que Saussure nunca empleó el término “estructura” en ningún sentido. Sin
embargo
la
novedad
de
su
doctrina
es
recogida
por
el
Estructuralismo
fundamentalmente en lo atinente a la respuesta que se otorga en el CLG a la pregunta
ontológica: ¿qué cosa permite decir que una entidad lingüística existe o no?, ¿cuáles son
las propiedades de esa entidad?
6
Para un tratamiento exhaustivo de las fuentes teóricas que sustentan los temas de este cuaderno cf.
Condito, Vanesa (2013). El estructuralismo en lingüística- Ficha de trabajo. Cátedra de Lingüística y
Discursividad social, Facultad de Psicología, UNR.
Como sabemos, Saussure plantea que el objeto de estudio de la lingüística es
enteramente relacional7. Esto surge con evidencia del CLG porque Saussure advierte
que la lingüística no se establecerá como ciencia más que cuando considere su objeto
desde el punto de vista de lo diferencial y de lo negativo. Por ello, toma como
propiedades descriptibles sólo propiedades distintivas: un signo no existe sino por
diferencias:
De una manera discreta, casi oblicua, Saussure introdujo un nuevo tipo de
entidades del que la tradición filosófica no le proporcionaba ejemplos. Ser y
ser uno, estas propiedades estaban hasta entonces enlazadas: «Omne ens est
unum», escribía Santo Tomás. La entidad lingüística tal como la describía
Saussure no existía sino por diferencias; su ser estaba atravesado, pues, por
la multiplicidad de todas las otras entidades de la misma lengua: ya no era,
propiamente hablando, una unicidad; había, por lo tanto, seres que no eran
un ser o cuya unicidad se definía de otra manera: se trataba de la unicidad de
un entrecruce de determinaciones múltiples y no de una unicidad centrada
alrededor de un punto íntimo de identidad consigo mismo (Milner, 2003:
42).
A partir de Saussure es posible establecer, entonces, que los datos de la lengua no
existen por sí mismos. Se abandona la idea de que sean fenómenos objetivos o
magnitudes absolutas pues lo que pasa a ser considerado no es ya el hecho lingüístico
sino la relación.
Así, esta “unicidad nacida en el cruce de determinaciones múltiples” instala la noción de
valor, porque es la que permite concebir lo diferencial8. Al definirse solo por
propiedades distintivas, una entidad solo existe como opositiva y relacional9, es
resultante del sistema que la domina y la organiza en relación con otras10.
7
A propósito, Benveniste (2001: 40) transcribe un segmento de las notas preparatorias de una obra que
Saussure nunca llegará a escribir: “La ley enteramente final del lenguaje es, por lo que nos atrevemos a
decir, que nunca hay nada que pueda residir en un término, por consecuencia directa de que los símbolos
lingüísticos carezcan de relación con lo que deben designar, así que a es impotente para designar nada sin
el socorro de b, a éste le pasa lo mismo sin el auxilio de a, o que ninguno de los dos vale más que por su
recíproca diferencia, o que ninguno vale, ni aun por una parte cualquiera de sí (...) de otro modo que por
este mismo plexo de diferencias enteramente negativas”.
8
En este sentido y aunque aclara que ningún sistema puede en complejidad igualarse con la lengua,
Saussure acerca la lingüística a las ciencias que trabajan con valores, como la economía política: “Y es
que aquí, como en economía política, estamos ante la noción de valor, en las dos ciencias se trata de un
sistema de equivalencia entre cosas de órdenes diferentes: en una, un trabajo y un salario, en la otra, un
significado y un significante” (CLG, 2005: 162).
9
Si bien su importancia ha sido ampliamente destacada, no debe pasarse por alto que, entendida en su
definición más general, la noción de valor (y sobre todo los desarrollos posteriores relacionados con ella)
reveló ser decisiva para el estructuralismo más allá de la lingüística. En ese sentido, nótese, por ejemplo y
por nombrar sólo un caso, que Lévi-Strauss establece el programa de investigaciones de la antropología
estructural sobre la noción de intercambio.
10
Recordemos, a propósito, las afirmaciones saussureanas: “La lengua es un sistema que no conoce más
que un orden propio y peculiar” (CLG, 2005: 76), “la lengua es un sistema en el que todas sus partes
pueden y deben considerarse en su solidaridad sincrónica” (CLG, 2005: 172).
La realidad lingüística debe buscarse, de este modo, en oposiciones y relaciones que se
establecen en el marco de una organización mayor. Y esta es justamente la gran
proposición del CLG que los estructuralistas se encargan de discernir y desarrollar: el
hecho de presuponer el sistema en el elemento (Ducrot, 1975: 51).
Es importante subrayar que el planteo saussureano se sostiene sobre el principio de la
sistematicidad de lo real: es ante todo el sistema el que hay que deslindar y describir11.
Como veremos más adelante (cf. 4. La metodología estructural), el razonamiento
estructural radicaliza estas proposiciones y sistematiza su método.
Ahora bien, ¿cómo se llega a la explicitación de la estructura?
Concebida la lengua como un sistema, se trata de analizar las relaciones en el interior de
ese sistema, el arreglo interno de sus unidades, su trama de dependencias internas. Se
asume que esas unidades están en una disposición formal que obedece a determinados
principios constantes.
Se trata, en suma, de dar cuenta de su estructura que, tal como se puede advertir, es una
noción última que presupone al sistema como principio epistemológico.
El todo no resulta más que de las relaciones o composiciones cuyas leyes son las del
sistema de la lengua constituido por elementos formales articulados en combinaciones
igualmente limitadas. Elementos y combinaciones establecen, así, la base para el estudio
estructural:
El análisis estructural de un campo fenoménico consiste en mostrar que
existe un orden (el sistema) cuyo principio explicativo se encuentra en la
configuración subyacente (la estructura) que lo define en su singularidad y
en su variabilidad. (Peñalver Simó, 1972: 70)
Vemos de este modo cómo es que en la noción de sistema el estructuralismo lingüístico
encuentra sus fundamentos:
Si se agregan (a la noción de lengua como sistema) los otros dos principios,
igualmente saussureanos, de que la lengua es forma, no sustancia, y de que
las unidades de la lengua no pueden definirse sino por sus relaciones, se
habrán indicado los fundamentos de la doctrina que, algunos años más tarde,
sacaría a la luz la estructura de los sistemas lingüísticos. (Benveniste, 2001:
93)
11
Como se verá más adelante, ninguna operación estructural sería posible si no se partiera de la
presunción de sistematicidad del objeto científico.
En 1948, Hjelmslev, el principal exponente de la escuela estructuralista de Copenhague
denominada Glosemática, define así este punto de vista:
Entendemos por lingüística estructural un conjunto de investigaciones que
descansan sobre las hipótesis de que es científicamente legítimo describir el
lenguaje como si fuera esencialmente una entidad autónoma de
dependencias internas, o, en una palabra, una estructura (Hjelmslev,
1972:27).
Tal como apunta Milner (2003: 43), el estructuralismo generalizado de la década del ‘50
extendió progresivamente la validez de estos presupuestos a todos los campos de la
experiencia:
Tomado en extensión, el programa podía aplicarse a toda especie de
realidad, si se admite (hipótesis estructuralista fuerte) que toda realidad
puede ser considerada desde el solo punto de vista de sus relaciones
sistémicas. Llevado al extremo, conducía a una ontología de nuevo tipo. Se
comprende que haya terminado por afectar a todos los sectores de la cultura,
desde el psicoanálisis hasta la filosofía.
En efecto, la doctrina saussureana impregna, de un modo u otro, toda la lingüística
estructural, que construyó un modelo de inteligibilidad con pretensiones de resultar
válido para cualquier objeto, lo que pone en evidencia la capacidad de esta disciplina
para desarrollar por sí sola una epistemología propia que se desbordó de su ámbito
particular y alcanzó, de diversas maneras, el conjunto de las llamadas “ciencias del
hombre”.
Este hecho reenvía a una articulación particular entre la cuestión de la lingüística y la
cuestión de la ciencia, a la que pasamos a referirnos con algo más de precisión en lo que
sigue.
3. Sobre la epistemología en el punto de vista estructural
¿Cuál es la relación entre la realidad del lenguaje y quien conoce o busca conocer?
Se ha dicho que las obras clásicas de la lingüística son (o deberían ser) también clásicos
de la epistemología. Ciertamente, la lingüística es una de las disciplinas que más ha
reflexionado acerca de su metodología, de sus razonamientos, de la naturaleza de sus
datos y ha sido, quizás, la que más ha buscado el camino hacia una cientificidad nueva e
independiente de la de las ciencias naturales12.
Como vimos, en el Estructuralismo, y bajo el influjo saussureano, esa preocupación se
expresa en el esfuerzo por formalizar el objeto de estudio. En sus comienzos, se
construye lógicamente un segmento del mundo sensible –en particular, los fonemas–
con el planteo de que, para esto, no hay ninguna necesidad de una teoría de la
semejanza, sino solamente una teoría de la diferencia. La fonología es, en efecto, una
teoría de las funciones distintivas de los fonemas y de las estructuras de sus relaciones.
No hay dudas sobre su filiación: toma de Saussure el principio epistemológico básico al
que nos referimos en el apartado anterior, el sistema implica la totalidad, es decir, las
entidades estudiadas constituyen un todo significativo y es imposible comprenderlas
fuera de ese orden.
Peñalver Simó explicita las implicancias de este principio:
1° Sólo lo sistemático es inteligible científicamente. Identificar
inteligibilidad y sistematicidad es una reducción epistemológica que
manifiesta una vez más el verdadero proyecto del análisis estructural: la
búsqueda de la exactitud y del rigor en el razonamiento. Se trata de descubrir
en lo percibido las organizaciones, las correlaciones, las correspondencias;
todo lo que puede ser enunciado bajo el término genérico de relación.
La reducción estructural no implica la negación de lo asistemático, sino la
declaración de su no-pertinencia. La sistematicidad no puede ser ni buscada
ni obtenida más que a un cierto nivel: el nivel relacional. (...)
2º Pero esta presunción de sistematicidad supone además que el objeto
considerado puede y debe ser analizado en sí mismo. Es lo que Hjelmslev
llamaba el estudio inmanente del objeto (Hjelmslev, 1953). «Antes de hacer
la historia de un objeto determinado, antes de plantearse las cuestiones de
origen, evolución, difusión, antes de explicar los caracteres de un objeto por
las influencias externas (...), conviene circunscribir, definir y describir este
objeto» (Ruwet, 1963, p. 566). Descubrir lo que hay de específico en un
objeto, lo que lo constituye como tal, es buscar lo sistemático, lo que hay de
constante en todo proceso. El proceso es el conjunto de acontecimientos,
fluctuaciones y cambios dados a la experiencia vivida y sólo a ella accesible.
El análisis estructural postula en todo proceso la existencia de «un sistema
correspondiente, gracias al cual el proceso puede ser analizado en un número
12
Concretamente, es en la década del ‘60 al ’70 que un conjunto de intelectuales entienden, incluso sin
ser algunos de ellos lingüistas, que la lingüística en general y la estructuralista en particular, abre un
camino de conocimiento nuevo, cuando no, como estamos señalando, una nueva ontología: “(La
lingüística) se vuelve indisociable (del conjunto de las ciencias humanas), en efecto, sobre todo en virtud
del hecho de que otras ciencias confluyen con ella en pos de modelos paralelos a los suyos. Puede
suministrar a ciencias cuya materia es más difícil de objetivar, como la culturología –de admitirse el
término– modelos que ya no habrá por fuerza que imitar mecánicamente, sino que procuran cierta
representación de un sistema combinatorio, de suerte que estas ciencias de la cultura puedan a su vez
organizarse, formalizarse a la saga de la lingüística. En aquello que ya ha sido intentado en el campo
social, la primacía de la lingüística es abiertamente reconocida” (Benveniste, 2004: 29).
limitado de elementos, recurrentes a un número limitado de combinaciones»
(Hjelmslev, 1953: 9)13.
El sistema, entonces, se ofrece como una totalidad que permite postular la
inteligibilidad de lo relacional, la realidad intrínseca de la lengua, independientemente
de todo presupuesto teórico o de todo enfoque historicista. Con el estructuralismo, la
lingüística empieza a constituirse como una ciencia sistemática, formal y rigurosa en los
procedimientos, preocupada por formular el algoritmo del lenguaje.
En Introducción a una ciencia del lenguaje (2000: 36 y ss), Milner indica que, al ser
examinado, y pese a sus pretensiones de originalidad, el punto de vista estructuralista se
revela tributario de una representación muy antigua de la ciencia. De acuerdo con su
planteo, el estructuralismo lingüístico supone un renacimiento de la epistemología
aristotélica, según la cual, una teoría será validada sólo por sus propiedades intrínsecas:
especificidad del objeto, evidencia de los axiomas (que son indemostrables),
inteligibilidad inmediata de los términos primitivos y rigor formal de la deducción
(Milner, 1995: 36).
Frente a la epistemología estándar, para la cual la validación es estrictamente extrínseca
(con hipótesis, test, refutación, propios de una epistemología de la falsación), el
Estructuralismo retorna a las validaciones estrictamente internas y al criterio del mínimo
absoluto.
Para Milner, la fuerza del Estructuralismo como programa reside justamente en el
principio de economía que sostiene la elección de lo mínimo. El principio de lo mínimo
plantea que se trata de obtener el máximo posible de propiedades a partir del mínimo
posible de operaciones, en rigor, de sólo una: el corte o la división, un dispositivo
teórico que encontramos en todas las variantes de la perspectiva estructural.
La lingüística es formalizable si y solo si se funda en este principio que, como el lector
recordará, ya estaba en Saussure: “Podemos representar el hecho lingüístico en su
conjunto, es decir, la lengua, como una serie de subdivisiones contiguas proyectadas a
un tiempo en el plano indefinido de las ideas confusas (A) y en el no menos
indeterminado de los sonidos (B)” (CLG, 2005: 212).
13
Hjelmslev sostiene que la teoría en la que se inscribe su propuesta tiene como propósito sustituir la
lingüística tradicional, basada en hipótesis exteriores a la lengua (una lingüística trascendente), por una
lingüística inmanente o interna, que describe la lengua a partir de presupuestos que le son propios.
Así, el objeto esencial de esta perspectiva es la estructura del sistema cuyo análisis debe
dar cuenta de la manera más económica de las leyes de combinación relacionales que
definen el sistema como totalidad estructurada y como actividad estructurante14.
De qué modo se lleva a cabo ese análisis, será el tema del próximo apartado que se
ocupa de las cuestiones de método, procedimientos y operaciones del Estructuralismo
lingüístico.
3. La metodología estructural
En “Los niveles del análisis lingüístico” (1964) Benveniste explicita las implicancias
del estudio científico del lenguaje que llevan a cabo los estructuralistas y destaca la
novedad que ese estudio conlleva:
El gran cambio ocurrido en lingüística reside precisamente en esto: se ha
reconocido que el lenguaje debía ser descrito como una estructura formal,
pero que esta descripción exigía previamente el establecimiento de
procedimientos y de criterios adecuados, y que en suma la realidad del
objeto no era separable del método propio para definirlo (2001: 118).
Ciertamente, los investigadores estructuralistas advierten que la lingüística debe
proporcionarse un método de análisis que dé cuenta de los elementos y las
combinaciones, y que sea capaz de deslindar constantemente unidades que se
condicionan recíprocamente y cada una de las cuales depende de otras sin las que no
sería definible. En otras palabras, debe procurarse un método que pueda captar esa red
de dependencias que constituye su objeto de estudio.
Pero lo verdaderamente relevante del planteo de Benveniste es que, en el marco de la
lingüística estructural, ese objeto y ese método no pueden disociarse, constituyen, en
rigor, una misma entidad.
Puntualicemos un poco más esta afirmación.
En un artículo-programa de la fonología publicado en 1933, Trubetzkoy formula los que
pueden considerarse los principios fundamentales del método estructural. Levi-Strauss
(1968: 29), recupera así sus principales postulados:
14
Lo señalado aparece claramente expresado por Benveniste (2007: 96): “Considerar la lengua (o cada
parte de una lengua, fonética, morfología, etc.) como un sistema organizado por una estructura por revelar
y describir, es adoptar el punto de vista ‘estructuralista’”.
(...) en primer lugar, la fonología pasa del estudio de los fenómenos
lingüísticos "conscientes" al de su estructura "inconsciente"; en segundo
lugar, rehúsa tratar los "términos" como entidades independientes, y toma
como base de su análisis, por el contrario, las "relaciones" entre los términos;
en tercer lugar, introduce la noción de "sistema": “la fonología actual no se
limita a declarar que los fonemas son siempre miembros de un sistema; ella
‘muestra’ sistemas fonológicos concretos y pone en evidencia su estructura”;
en fin, por último, busca descubrir "leyes generales" ya sea que las encuentre
por inducción o bien "deduciéndolas lógicamente, lo cual les otorga un
carácter absoluto".
La cita es interesante en más de un sentido. Por un lado, la afirmación del nivel
inconsciente de la estructura explicativa de lo real implica un principio metodológico
esencial. Como advierte Peñalver Simó (1972: 193), se trata de un movimiento por
medio del cual el fenómeno dado se “objetiviza” científicamente, se vuelve hecho
científico. Y esta objetivación puede considerarse la primera operación del análisis
estructural: “su objeto se sitúa en un nivel que escapa a la percepción sensible, pero esos
objetos concebidos y no percibidos no son, sin embargo, una ficción; son entidades
deducidas o inducidas a partir de la experiencia”.
En particular, importa subrayar de este segmento la referencia a la naturaleza inferencial
del conocimiento científico y a las formas de razonamiento por medio de las cuales ese
conocimiento se alcanza. Resulta destacable porque entendemos que estas estructuras
formales que expresan las distintas vías lógicas por las que es posible derivar un saber
se nos ofrecen como argumentos, como tramas organizadas de proposiciones. Dicho de
otro modo, lo ciertamente relevante es que aparecen como verdaderos esquemas
verbales que permiten la conceptualización.
Incumbe, entonces, a nuestros propósitos el hecho de que estas formas de
razonamientos aludidas no responden sólo al plano de la lógica sino, y
fundamentalmente, remiten también al plano de lo verbal y, en consecuencia, pueden
ser examinadas como “modos de decir” que, lejos de resultar universalmente valederos
para todos los dominios, responden, como vimos, a campos discursivos determinados.
¿Cuáles son esas configuraciones retóricas, esos modos de decir, que dan existencia a
los contenidos conceptuales en el estructuralismo?
Como se sabe, antes de que esta corriente de indagación se impusiera, la lingüística
avanzaba de lo especial a lo general. Por medio de un procedimiento inductivo, iba del
componente a la clase, a través de un movimiento de síntesis y un método
generalizador.
Si bien la inducción resulta el método apropiado para introducir leyes generales de
carácter fáctico a partir de la observación y generalización de casos, sin embargo, no
conduce a la constante sino sólo al casuismo y por ello no siempre es apta para hacer
una descripción exhaustiva, sencilla y ajustada a la exigencia de la no-contradicción en
el marco de un estudio formal como el que se propone el Estructuralismo.
Si reduce la lengua a los elementos significativos de que se constituye y define estos
elementos por su mutua relevancia, el investigador debe trazar un movimiento analítico
y especificativo que vaya de la clase al singular, del todo a la parte15. La tarea del
lingüista será, pues, deslindar y describir estas configuraciones específicas, esa
arquitectura singular que conforman las partes en el todo.
Sobre las transformaciones que la lingüística experimenta y el esfuerzo de los
estructuralistas por sistematizar sus itinerarios y métodos, escribe Benveniste en un
artículo publicado en 1954:
Partiendo de la expresión lingüística nativa, se procede por vía analítica a
una descomposición estricta de cada enunciado en sus elementos, y luego
por análisis sucesivos a una descomposición de cada elemento en unidades
cada vez más sencillas. Esta operación tendrá por fin deslindar las unidades
‘distintivas’ de la lengua, y ya hay aquí un cambio radical de método.
(2001: 10).
Este análisis está sostenido por dos presupuestos: la naturaleza articulada de la lengua16
y el carácter discreto de sus elementos.
15
Como se advertirá, en el pasaje citado, Trubetzkoy considera la inducción y la deducción como
razonamientos válidos y posibles para el descubrimiento de las leyes en lingüística. Peñalver Simó señala
al respecto que a esta afirmación hay que entenderla en un sentido diferente: “El método estructural
implica en realidad una serie de operaciones intelectuales en la que se ejerce no solo la inducción y la
deducción, sino también la analogía. Estas tres formas de razonamiento se realizan en diferentes
momentos del análisis, según un proceso cognoscitivo que, considerado como un todo, constituye lo que
podríamos denominar el razonamiento estructural”.
Por otro lado, Dubois (1968: 7) sostiene que el estructural constituye un método combinado:
“Considerando entonces que la lengua se describe en términos de órdenes, el estructuralismo define un
método combinatorio, cuyas aproximaciones pueden ser diversas, pero que llevan todas a una taxonomía.
La diferencia entre métodos aparecía frecuentemente como una diversidad de teorías, aunque de hecho se
trata de simples modalidades. En la medida en que la Lingüística estructural privilegia el enunciado,
impone un método inductivo-deductivo: las reglas de las sintaxis por ejemplo son inferidas de la
consideración de un corpus (conjunto de enunciados producidos) y estas reglas, una vez definidas, deben
rendir cuenta por un movimiento inverso de las frases posibles, no incluidas en la muestra considerada”.
16
Martinet, figura de relieve en el desarrollo de la fonología estructuralista, plantea el concepto de la
doble articulación del lenguaje: “Una lengua es un instrumento de comunicación con arreglo al
cual la experiencia humana se analiza, de modo diferente en cada comunidad, en unidades
dotadas de un contenido semántico y de una expresión fónica, los monemas. Esta expresión
Se asume, en efecto, que las unidades que constituyen el objeto no son algo continuo ni
idéntico sino, por lo contrario, discontinuo y desemejante17. Y, dado precisamente ese
carácter, el procedimiento discriminatorio que sobre la lengua se debe llevar a cabo es el
de la descomposición (que se distingue del procedimiento de la división con el que
tendría que proceder un investigador puesto ante unidades continuas).
Objeto, método y procedimiento se determinan mutuamente, resultan indisociables.
El estructuralismo sostiene dos operaciones específicas de las que dependen las demás:
la segmentación y la sustitución. Analizar una expresión lingüística supone, entonces,
segmentarla primero en partes cada vez más reducidas hasta llegar a los elementos no
descomponibles y paralelamente identificar tales elementos por las sustituciones que
permiten.
Se asume, también, que los elementos lingüísticos se dejan recombinar. Al ser
separados y distinguidos unos de otros, pueden reagruparse para formar unidades
nuevas que, a su vez, son susceptibles de formar otras más complejas.
Así, la segmentación, que disocia unidades, aparece en concurso con otra operación, la
integración, que reúne estas unidades en unidades de orden superior. Constituyen lo que
Benveniste denomina forma y sentido, respectivamente:
La forma de una unidad lingüística se define como su capacidad de
disociarse en constituyentes de nivel inferior.
El sentido de una unidad lingüística se define como su capacidad de integrar
una unidad de nivel superior. (Benveniste, 2001: 125).
fónica se articula a su vez en unidades distintivas y sucesivas, los fonemas, en número
determinado en cada lengua, cuya naturaleza y relaciones mutuas difieren también de una lengua
a otra. Esto implica: 1°) que reservamos el término de lengua para designar un instrumento de
comunicación doblemente articulado y de manifestación vocal, y 2.°) que, aparte de esta base
común, como lo indican las expresiones «de modo diferente» y «difieren» en la formulación
precedente, no hay nada propiamente lingüístico que no pueda diferir de una lengua a otra. En
este sentido es en el que se debe entender la afirmación de que los hechos de lengua son
«arbitrarios» o «convencionales»” (Martinet, 1984: 28-29).
La unidad lingüística es, así, un articulus (recordemos a propósito que en latín significa ‘miembro,
subdivisión en partes, juntura’). El antecedente de estas formulaciones puede hallarse, una vez más, en el
CLG: “Se podrá llamar a la lengua el domino de las articulaciones”, “cada término lingüístico es un
miembro, un articulus donde se fija una idea en un sonido” (2005:213).
17
Propiedad que constituye el fundamento del lenguaje humano y permite distinguirlo del de los
animales, no reducible a elementos identificables y distintivos, cf. Benveniste: ([1965] 2001)
“Comunicación animal y lenguaje humano”.
De este modo, la estructura lingüística se constituye por operaciones de análisis
descendientes y ascendentes que son posibles merced a la naturaleza articulada del
lenguaje.
Pero antes de avanzar en este sentido, conviene hacer algunas observaciones acerca de
los criterios a través de los cuales es posible distinguir una unidad en este marco.
Vimos más arriba que lo propio de una unidad es lo que la distingue de otras. Añadamos
ahora que el carácter discontinuo de la lengua permite también que la descripción
lingüística se sostenga sobre el concepto de oposición. Ser distinto es, para estos
investigadores, ser opuesto.18
Todo el mecanismo del lenguaje está construido sobre este principio. Las unidades están
en oposición o bien son idénticas, tertium non datur. Pero el análisis de los elementos
como opuestos o como idénticos debe basarse en una determinada propiedad. Así, cada
unidad es caracterizada por un elemento pertinente o marca, un rasgo, que falta en los
otros términos con los que esa unidad establece una oposición19.
Sobre la productividad de este procedimiento, anota Milner (2003:136): “Todo rasgo
puede ser concebido como el valor positivo o negativo de una propiedad: con esto, toda
oposición, por compleja que sea, se resume en un haz de las más simples asimetrías”.
La explicitación de la red de relaciones que se fundamenta mínimamente en la
oposición conduce al análisis de los rasgos distintivos (o merismas, en términos de
Benveniste, 2001: 120) que constituyen las unidades discretas últimas de la lengua, los
elementos más elementales.
Así, al menos para dos de las principales escuelas europeas del Estructuralismo, la de
Praga20 y la de Copenhague, los rasgos distintivos son los constituyentes últimos del
análisis lingüístico.
18
Nuevamente, pueden remontarse al CLG las referencias en este sentido: “Cuando se comparan los
signos entre sí —términos positivos—, ya no se puede hablar de diferencia; la expresión sería impropia,
puesto que no se aplica bien más que a la comparación de dos imágenes acústicas, por ejemplo padre y
madre, o a la de dos ideas, por ejemplo la idea 'padre' y la idea 'madre'; dos signos que comportan cada
uno un significado y un significante no son diferentes, sólo son distintos. Entre ellos no hay más que
oposición. Todo el mecanismo del lenguaje, de que hablaremos luego, se basa en oposiciones de este
género y en las diferencias fónicas y conceptuales que implican” (CLG, 2005: 224).
19
Así por ejemplo, la unidad lingüística /d/ del español tiene el rasgo “sonoro” que la distingue de /t/ (que
es “sordo”), el rasgo “bucal” que la distingue de la consonante “nasal”/n/, el rasgo “dental” que la
distingue de /b/ (que es “labial”) y de /g/ (que es “gutural”).
20
El Círculo lingüístico de Praga, fundado en 1926, reúne a un grupo de lingüistas entre los que se
destacan R. Jakobson y N.S. Trubetzkoy, cuyos desarrollos sobre fonología resultan fundamentales para
otorgarle a esta disciplina un lugar de relevancia dentro de los estudios lingüísticos.
Existen, no obstante, algunas discrepancias, dentro de las diferentes corrientes, en torno
de la naturaleza de los rasgos distintivos21.
En el marco de la Fonología de la escuela de Praga se reduce los rasgos distintivos a
rasgos binarios, esto es, a la oposición en pares. La formulación central es que los
rasgos pueden ser sistematizados en parejas, lo cual implica que una unidad, si es
analizada desde ese par con fines distintivos, debe poseer uno de los términos de la
oposición.
El principio del sistema binario fue defendido por Jakobson, quien llevó a su máxima
radicalización el binarismo fonológico al establecer doce pares de oposiciones binarias
que permitirían, a su juicio, describir los sistemas fonológicos de todas las lenguas
naturales. En Observaciones sobre la clasificación de las consonantes, de 1938,
describe el sistema de correlaciones de las consonantes a través de series de oposiciones
binarias que enfrentan “términos marcados” a “no marcados”, a partir de un rasgo
pertinente. Así, por ejemplo, tomando en cuenta el rasgo pertinente de la “sonoridad”,
opone los términos que se caracterizan por la presencia de esa marca pertinente en el
sistema (las consonantes sonoras) a los que carecen de esa marca (las consonantes
sordas) y así las dos series se definen una en relación a la otra (Dubois, 1968: 9).
Los valores binarios adscriptos a los rasgos resultan, de este modo, muy productivos
para algunas de las vertientes del Estructuralismo, que hacen de la oposición de
entidades marcadas y no marcadas uno de los aspectos esenciales de su análisis22.
Si bien hay diferencias entre las distintas escuelas en cuanto al número o la relación
entre ellos, la metodología estructural se fundamenta en la noción de nivel. Se asume
que la estructura lingüística está conformada por una serie de órdenes jerarquizados, en
los que cada unidad se determina por sus combinaciones en el orden superior. “Una
unidad lingüística no será admitida como tal más que si puede identificársela en una
unidad más elevada” (Benveniste, 2001: 122).
Vimos más arriba que los rasgos distintivos son unidades mínimas que pueden concurrir
en una unidad de complejidad mayor. Esta unidad es el fonema, un concepto de carácter
21
La discusión enfrenta particularmente los puntos de vista de Jakobson y Martinet.
Trubetzkoy se refiere al concepto marcado / no marcado en el marco de su análisis de las oposiciones
privativas, que “son aquellas en las que uno de los miembros se caracteriza por la presencia de una marca
y el otro por la ausencia de esa misma marca [...]. El miembro de la oposición que se caracteriza por la
presencia de la marca se llama miembro “marcado”, y el que se caracteriza por la ausencia de la marca,
miembro “no marcado”» (1973: 66).
22
derivado desde el punto de vista de la estructura lingüística, que remite a los elementos
de articulación despojados de significación. El ensamble selectivo y distintivo de
fonemas produce elementos significantes, los signos23, que aparecen así como las más
pequeñas de las unidades que comportan significado propio y cuya combinación da
lugar a la frase, última unidad de análisis del nivel superior.
La noción de nivel resulta, entonces, esencial para el procedimiento de análisis
estructuralista que, como estuvimos señalando, apunta a delimitar elementos a partir de
relaciones. Benveniste advierte que el nivel constituye, en rigor, un operador, pues no
resulta algo exterior al análisis sino que está en el análisis. (2001: 121).
Pueden reconocerse, así, dos tipos de relación entre entidades lingüísticas: entre
elementos de niveles distintos (relaciones integrativas) y entre elementos de un mismo
nivel (relaciones distribucionales).
En lo atinente a las relaciones integrativas, escribe Benveniste:
Un signo es materialmente función de sus elementos constitutivos, pero el
solo medio de definir estos elementos como constitutivos es identificarlos en
el interior de la unidad determinada, donde desempeñan una función
integrativa. Una unidad será reconocida como distintiva a un nivel dado si
puede identificársela como “parte integrante” de la unidad de nivel superior,
de la que se torna integrante. (2001: 124).
Merced a estas articulaciones, las unidades no se sustituyen sino que se integran en una
unidad más compleja.
Las relaciones distribucionales, por otro lado, establecen que una unidad se define por el
conjunto de los alrededores en que aparece en un mismo nivel, ya sea en su relación con
los demás elementos simultáneamente presentes en la frase, ya sea en su relación con
los demás elementos con los que puede ser mutuamente sustituible.
Recordemos a propósito que, en el marco del Estructuralismo, la combinación y
selección representan las dos operaciones básicas de la actividad verbal: en toda
conducta lingüística es posible advertir este carácter doble pues supone la selección de
determinadas entidades lingüísticas en un “repertorio de posibilidades” y su
combinación en unidades de complejidad mayor, que remiten a los planos del
paradigma y del sintagma, respectivamente.
23
Tomamos la distinción de Benveniste, quien con el término “signo”, remite a categorías como
morfema, lexema y palabra. Cf. Benveniste, 2001: 122.
Todo signo lingüístico se dispone según dos modos: 1) La combinación.
Todo signo está formado de otros signos constitutivos y/o aparece
únicamente en combinación con otros signos. Esto significa que toda unidad
lingüística sirve a la vez como contexto para las unidades más simples y/o
encuentra su propio contexto en una unidad lingüística más compleja. De
aquí que todo agrupamiento efectivo de unidades lingüísticas las conglobe
en una unidad superior. Combinación y contextura son dos caras de la misma
operación 2) La selección. La opción ente dos posibilidades implica que se
pueden sustituir una de ellas por la otra, equivalente a la primera bajo un
aspecto y diferente de ella bajo otro. De hecho, selección y sustitución son
dos caras de la misma operación. (Jakobson y Halle, 1974: 109).
Aun con sus divergencias, las diferentes escuelas estructuralistas toman el par
sintagma/paradigma como conceptos metodológicos. El concepto de sintagma permite
dar cuenta del hecho de que no hay frase, en una lengua, que no se presente como la
combinación o reunión de varias unidades (sucesivas o simultáneas) que puedan
aparecer también en otras frases. El paradigma, por otro lado, constituye la reserva de
elementos virtuales (ya que sólo uno de ellos se actualiza en el discurso) que son
capaces de reemplazarse mutuamente en un sintagma, cualquiera sea el principio que
lleve a reunirlos. Para Jakobson, por ejemplo, los ejes sintagmático y paradigmático
corresponden a dos operaciones de la actividad conceptualizadora (1975: 138). La
dicotomía reviste, en consecuencia, una significación y alcance primordiales para
comprender el comportamiento humano en general.
De este modo, se asume que los elementos entran en dos tipos de relaciones cuya
definición se deduce de la naturaleza misma de toda estructura, en tanto tal, sea o no una
estructura lingüística24.
Como los conceptos de estructura, nivel, rasgo distintivo, marcado/no marcado, también
la distinción sintagma/paradigma se extiende más allá del análisis lingüístico, se vuelve
productiva y orienta las investigaciones en otras ramas del saber.
De qué modo este análisis trascendió la lingüística, en qué medida adquirió perfiles
propios en el discurso de cada disciplina y cuáles son esos rasgos específicos en otras
ciencias y en el Psicoanálisis en particular constituirán, seguramente, el tema de un
próximo cuaderno.
24
El par sintagma/paradigma ha sido particularmente fecundo en el ámbito de la Semiología pues ha
permitido el análisis de objetos no estrictamente lingüísticos como las modas, las comidas, entre otros. Cf.
Barthes, 1990: 53 y ss.
4. Un cierre parcial
Como se desprende de lo desarrollado, el punto de vista que orienta el discurso
estructuralista está sustentado en una ontología de la identidad fundada en la diferencia
y la oposición y en un minimalismo epistemológico que determina métodos y
procedimientos.
El recorrido trazado hasta aquí recupera sólo algunas de las proposiciones que se
formulan desde esta perspectiva porque el propósito central de estas líneas no es
reconstruir la sistematicidad lógica de un paradigma científico sino intentar describir,
bajo el supuesto de la correlación entre modo de decir y modo de conceptualizar, la
configuración discursiva que dio origen a algunos de sus principales conceptos.
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