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Temas literatura

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EL MODERNISMO Y LA GENERACIÓN DEL 98
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la sociedad española convive con una serie de conflictos sociales, como el
atraso económico, el escaso acceso a la educación, y los problemas políticos con las colonias españolas. A todo ello, se
suma el “Desastre del 98” con la pérdida de las últimas colonias, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. De esta confluencia surge
un grupo de escritores llamados la Generación del 98, caracterizados por un sentimiento pesimista, por el rechazo de los
valores estéticos del Realismo y Naturalismo y la búsqueda del lenguaje personal. Además se extienden las teorías
irracionalistas (Schopenhauer, Nietzsche), positivistas y darwinistas; y la evasión a épocas y espacios donde el ser
humano pueda vivir libre. Todas estas características se expresaron en dos tendencias: el Modernismo, más preocupado
por la renovación literaria y la búsqueda de la belleza y, la Generación del 98, centrada en el problema de España.
El Modernismo es un movimiento literario que nace en Hispanoamérica con la publicación de Azul (1888), de Rubén Darío.,
que supuso una auténtica renovación en el modo de hacer poesía, incluyendo la española. El movimiento puede explicarse
como el resultado de integrar dos escuelas poéticas francesas: inicialmente el Parnasianismo (“arte por el arte”), basado
en el culto a la belleza, el equilibrio y la perfección formal; y posteriormente, fue mayor la influencia del Simbolismo, más
misterioso y onírico, y preocupado por la musicalidad, el intimismo y el poder de sugerencia de los símbolos. A la hora de
seleccionar los temas, los autores modernistas se fijan en el mundo clásico occidental, su arte y su mitología, en la
América precolombina, el lejano Oriente, la Edad Media y la Francia de Versalles, y en grandes ciudades del mundo
moderno como París, Viena o Buenos Aires, capaces de acoger a la bohemia. Los poemas se caracterizan por escenarios
idealizados (palacios, templos, jardines), personajes aristocráticos o fantásticos (princesas, ninfas, faunos...) y muestras de
lujo (estatuas de mármol, liras y claves, porcelana china, vestidos de seda...). El erotismo, el culto a la mujer, la defensa del
bohemio antiburgués y el gusto por lo irracional son otros temas característicos del Modernismo. En cuanto al estilo, se
caracteriza por la musicalidad, sonoridad, colorismo y léxico muy rico. Se emplean versos pocos usados hasta entonces,
como los alejandrinos, dodecasílabos y eneasílabos, ya que se busca modificar las estructuras estróficas tradicionales.
Por otra parte, los componentes de la Generación del 98 (Término acuñado por Azorín en 1913), nacidos entre 1864 y
1875, manifiestan su protesta contra las costumbres decadentes de la sociedad española y por ello proponen una reforma
total de las conductas sociales y morales del país, y defienden el subjetivismo frente a la fiel reproducción de realidad que
pretendía el Realismo de finales del siglo XIX. Los temas del movimiento se centraban en el tema de España en los
planteamientos reformistas y patrióticos, como Unamuno, pero también escépticos y pesimistas, como Baroja, incluso en
la percepción impresionista o lírica, como Azorín. Pretendían descubrir el alma de España a través de su paisaje,
especialmente Castilla y su historia, pero no de los grandes hombres o acontecimientos, sino la del hombre anónimo y la
vida cotidiana, lo que Unamuno llamo “intrahistoria”. También resalta el tema existencial, con problemas religiosos y
conflictos psicológicos como el sentido de la vida y el destino del ser humano; cuestiones que abordan desde la falta de
una fe religiosa, que, paradójicamente, añoran. En cuanto al estilo, optan por un lenguaje natural y sobrio. Los géneros más
destacados son el ensayo (filosófico, histórico y personal) y la novela renovada, caracterizada por reflejar lo cotidiano, con
autor omnisciente y que se centra en un personaje que focaliza la acción.
Para concluir, los autores más importantes del Modernismo son Rubén Darío, creador e impulsor del Modernismo en
España con su libro Azul (1888); Antonio Machado, con Soledades, galerías y otros poemas (1907) o Campos de Castilla
(1912) que lo enlaza ya con las preocupaciones noventayochistas; Juan Ramón Jiménez (Arias tristes, 1903) ; y ValleInclán (Sonatas: de otoño (1902), de verano (1903), de primavera (1904) y de invierno (1905) ofrecen la mejor muestra de
la prosa modernista). Sobre estos dos últimos autores, ambos evolucionaron alejándose de este movimiento. Los autores
más importantes de la Generación del 98 son Miguel de Unamuno, quien destaca como novelista, con Niebla (1914) , y
como ensayista, con “Del sentimiento trágico de la vida” (1912); y José Martínez Ruiz, “Azorín”, que también cultivó con
brillantez el ensayo, como “Castilla” (1912), y la novela. Ahora bien, el novelista por excelencia de la Generación es Pío
Baroja, autor de El árbol de la ciencia (1911).
Tema 2. El Novecentismo (o Generación del 14) y las vanguardias
En las dos primeras décadas del siglo XX en Europa se da el fracaso de la sociedad burguesa liberal y de las formas de vida
heredadas y desequilibrios en las relaciones internacionales (resueltos en la 1ª Guerra Mundial). Por lo que respecta a
España, las tres primeras décadas del siglo XX, coincidentes con el reinado de Alfonso XIII, están marcadas por el
descontento social, el atraso económico y el creciente malestar político debido al vaivén de gobiernos progresistas y
conservadores ,que se zanjó con el golpe de Estado que desencadena la Guerra Civil. Ahora bien, en el campo de la cultura
y el arte el primer tercio del siglo XX es particularmente fértil, ya que se produce una explosión creativa, de cuya diversidad
dan idea las vanguardias. En nuestro país, artistas e intelectuales se muestran abiertos a las nuevas tendencias europeas, lo
que explica tanto la pronta acogida de las vanguardias, como el auge del espíritu regeneracionista.
La Generación del 14 o Novecentismo está compuesta por intelectuales de sólida formación, conocedores de las novedades
en el extranjero, que deseaban transformar la realidad española mediante medidas prácticas impulsadas por una minoría
culta en campos como el de la educación o la política. Defienden lo europeo y la ciudad, sobre lo castizo y rural, y la idea
del arte puro, según el cual la creación debe obrar al margen de lo humano. Por ello, su estilo se caracteriza por la precisión
conceptual y por un lenguaje cuyos recursos retóricos apelan a la inteligencia y no a los sentimientos. José Ortega y Gasset,
guía e inspirador del grupo, ofrece en sus ensayos inteligentes reflexiones filosóficas, políticas y sociales a través de un
estilo brillante, como “La rebelión de las masas” (1930). Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró son los mejores novelistas del
grupo. Historiadores como Américo Castro, médicos como Gregorio Marañón, o políticos como el republicano Manuel
Azaña también pertenecen a esta generación. Por su parte, Eugenio dÒrs fue el fundador del novecentismo catalán, el
Noucentisme.
En este contexto europeo de renovación se explica el nacimiento de las vanguardias, que pretenden reaccionar
radicalmente contra lo convencional y desarrollar nuevas técnicas de expresión, y rebelarse ante la tradición y el “buen
gusto” de la mayoría. Los vanguardistas defienden por encima de todo la creatividad y la originalidad, a través de la
experimentación, y el irracionalismo. El fenómeno de las vanguardias hace referencia a una serie heterogénea de
movimientos deshumanizados (no solo literarios) que se suceden y superponen. Destacan el Futurismo, Dadaísmo,
Cubismo, Expresionismo y Surrealismo. Las Vanguardias tardan poco en llegar a nuestro país donde se propagan gracias,
sobre todo, a Ramón Gómez de la Serna, una figura difícil de clasificar porque, pese a las conexiones con los novecentistas,
su obra responde al afán experimentador propio de las vanguardias. A pesar de esta rapidez, una vanguardia
específicamente española tarda en desarrollarse, y se concreta en dos movimientos: el Creacionismo, a partir de las
propuestas de Vicente Huidobro, de un arte al margen de la realidad, como obra genuina de un poeta-dios, que crea su
propio lenguaje, y el Ultraísmo, que incorpora elementos de varios ismos a obras efímeras, donde lo sentimental es
relegado.
Juan Ramón Jiménez está vinculado a la Generación del 14 por cronología, pero su creación no responde a los
presupuestos novecentistas, pero podemos reconocer en él la huella de las vanguardias. La concepción de su poesía como
una forma de vencer la imperfección del mundo y como un camino de conocimiento de uno mismo y de la realidad, es el
resultado de una evolución. Comienza con una etapa modernista, donde aparecen temas y recursos propios del
Modernismo, como escenarios idealizados, personajes aristocráticos o fantásticos, muestras de lujo, culto a la mujer, a
través de un lenguaje colorista y sensorial, como en Ninfeas (1900). Después, la etapa intelectual, que se inicia con Diario
de un poeta recién casado (1917), donde medita sobre la eternidad y sobre la civilización norteamericana. En esta obra se
decanta por la “poesía desnuda”, es decir, de expresar exactamente lo sentido, de forma sencilla, breve, prescindiendo de
la adjetivación y ornamentación inútiles. Además, usa innovaciones vanguardistas como el verso libre, poemas en prosa y
enumeraciones desordenadas. La siguiente es la etapa suficiente, la más espiritual, donde el poeta ve colmado su deseo de
eternidad y belleza porque se fusiona con la naturaleza, se siente parte de ella, como en En el otro costado (1936 -1942).
TEMA 3: LA POESÍA DE LA GENERACIÓN DEL 27.
En los años veinte se abrió paso una excelente promoción de poetas que condujo a las letras españolas a uno de sus
momentos más brillantes (la llamada "edad de plata"), en un contexto cultural que tenía a las vanguardias como trasfondo.
En cuanto al contexto histórico, está marcado por el paso de la Monarquía a la Segunda República (tras la dictadura de
Primo de Rivera). La mayoría de los poetas del 27 apoyó la República, bien con su militancia activa o bien con su
colaboración como intelectuales en las Misiones Pedagógicas.
La denominación de Generación del 27 parte de que se reunieron en el Ateneo de Sevilla en 1927 para conmemorar el
tricentenario de la muerte de Góngora. En ese momento, mantenían ya estrechas relaciones de amistad y compartían
similares inquietudes poéticas. Todos tuvieron formación universitaria y muchos pasaron por la Residencia de Estudiantes
de Madrid, donde se impregnaron del ambiente liberal y progresista. Además, colaboraron en una serie de revistas que
consagraron su nueva estética: Revista de Occidente, La Gaceta Literaria, Litoral… Rotunda fe de vida del grupo fue la
Antología presentada por Gerardo Diego en 1932. El grupo está compuesto por Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso
Alonso, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Emilio Prados y Manuel
Altolaguirre; y tienen como “gran epígono” a Miguel Hernández. En cuanto a las escritoras, destacan Concha Méndez,
Carmen Conde, Josefina de la Torre.
Las características comunes del grupo parten de su tendencia al equilibrio entre la tradición y la vanguardia; y, por otro
lado, de su concepción abarcadora y armónica de la poesía, que se nutre de influencias dispares. No adoptan una actitud
de rechazo hacia la generación anterior; por el contrario, consideran como maestros a Juan Ramón Jiménez y a Ortega y
Gasset. Sus preferencias literarias van desde los clásicos españoles (con un especial entusiasmo por Góngora) hasta
Bécquer, Rubén Darío y Antonio Machado. Dentro del grupo, cada poeta tiene una voz propia, muy personal; pero su
aportación común consiste en la creación de un nuevo lenguaje poético, basado en la imagen irracional, las metáforas
sorprendentes y la incorporación temática de realidades de la vida moderna. Apuestan por una métrica renovadora que
incorpora plenamente el verso libre y el versículo, que combinan con estructuras métricas tradicionales cultas y populares.
En la producción literaria de los autores del grupo del 27 cabría señalar tres etapas. En su etapa de juventud (años veinte)
se nota la presencia de tonos becquerianos y modernistas, pero enseguida se impone el ideal de poesía pura de Juan
Ramón Jiménez (Presagios 1924, de Pedro Salinas y Cántico 1928, de Jorge Guillén). Les influyen, además, el Creacionismo
(Imagen 1922 y Manual de espumas 1924, de Gerardo Diego) y el Ultraísmo, que serán las bases de una poesía hermética y
deshumanizada. Al mismo tiempo, cultivan una poesía neopopular (Marinero en Tierra 1924), de Alberti y el Romancero
gitano (1928, de Lorca). Etapa de consagración, iniciada hacia el año 1927. Se caracteriza por la influencia del chileno
Pablo Neruda y su “poesía impura, y sobre todo, del Surrealismo, que coincide con una rehumanización de la poesía y que
conducirá a los primeros brotes de una poesía con inquietudes sociales. Dentro de la corriente surrealista destacan Los
placeres prohibidos (1931 Cernuda), Sobre los ángeles (1929 Alberti), Espadas como labios, (1932 Vicente Aleixandre)
,Poeta en Nueva York (1940, Lorca póstuma). Tras la Guerra Civil el grupo se dispersa: Lorca ha muerto en 1936; los demás
–salvo Aleixandre, Dámaso y Gerardo Diego- parten a un largo exilio, donde aparecerá la nostalgia por la patria perdida.
Son de esta última etapa obras como Desolación de la quimera 1962 de Luis Cernuda, Todo más claro 1949 de Pedro
Salinas, Clamor 1957 de Jorge Guillén o Historia del corazón 1954 de Vicente Aleixandre, quien fue concedido el Nobel en
1977. Ninguno abandonará la poesía hondamente humana y de compromiso social. En España, la poesía deriva hacia un
humanismo angustiado, de tonos existenciales, cuya muestra más intensa es Hijos de la ira 1944 de Dámaso Alonso.
Tema 4: El teatro anterior a 1939. Tendencias, autores y obras principales
Las tres primeras décadas del siglo XX, coincidentes con el reinado de Alfonso XIII, están marcadas por el descontento
social, la radicalización ideológica, el atraso económico y el creciente malestar político, circunstancias que originaron el
vaivén de gobiernos progresistas y conservadores, cuya radicalización se zanjó lamentablemente con el golpe de Estado
que desencadena la Guerra Civil. De esta manera, la producción teatral de este periodo está polarizada entre dos
concepciones muy distintas: por una parte, el teatro convencional, ajustado a intereses comerciales y, por otra parte, el
teatro renovador, producto de un espíritu contestatario que refleja en las artes el descontento ante la fallida sociedad
burguesa.
El teatro tradicional o convencional responde a los gustos del público burgués que ve así atendidas sus necesidades de
entretenimiento gracias a la actividad de empresarios comerciales. Este tipo de producción evita proyectos innovadores o
críticos. En la línea del teatro tradicional reconocemos los siguientes subtipos: la alta comedia, el teatro poético y el teatro
humorístico. La alta comedia presenta en escena los conflictos de la burguesía, interpretados por actores que encarnan
personajes sin profundidad psicológica, visten y hablan con elegancia y se mueven en ambientes distinguidos; así se
retrata (a veces, se critica suavemente) a una clase media conformista que es, en definitiva, la que va a llenar los teatros. El
principal representante es Jacinto Benavente; si bien, en su obra maestra, Los intereses creados, defiende el amor
verdadero frente al materialismo. Por otra parte, el teatro poético responde a los gustos del Modernismo más artificioso,
apreciable en su lenguaje exquisito, simbólico y sensorial, en el uso de la rima y la tendencia a la evasión en el tiempo. En
esta línea se puede destacar a Francisco Villaespesa, Doña María de Padilla, y a Eduardo Marquina, Las hijas del Cid.
Finalmente, el teatro humorístico basa su atractivo en la presentación de personajes populares y castizos que hablan de
forma vulgarmente cómica y protagonizan tramas sencillas e intrascendentes. Destaca Carlos Arniches con La señorita de
Trévelez y los hermanos Álvarez Quintero, El genio alegre. Pedro Muñoz Seca creó el subgénero del “astracán”, basado en
el chiste fácil y las situaciones descabelladas, por ejemplo, La venganza de don Mendo, parodia la comedia clásica española.
El teatro renovador se debe a la labor de dramaturgos influidos por autores europeos y por los movimientos de vanguardia.
Las principales características de esta nueva concepción son la rebeldía, el deseo de provocación y la experimentación
formal. Este nuevo teatro no respondía a los intereses de los empresarios y tampoco contaba con un público amplio que lo
apreciara, aunque hoy día es el más valorado. Todo ello explica que buena parte de estas obras innovadoras no llegaran a
ser estrenadas. Los autores del teatro renovador se sitúan en las generaciones del 27 y el 98: Ramón María del Valle-Inclán
se inicia en el Modernismo pero pronto evoluciona, con las Comedias bárbaras, hacia un teatro donde dominan las
situaciones trágicas y la violencia. Esta concepción se radicaliza en Divinas palabras y, sobre todo, en Luces de Bohemia,
considerada por Valle-Inclán como el primer “esperpento”, nuevo subgénero teatral que presenta un reflejo deformado y
grotesco de la sociedad, protagonizado por personajes estrafalarios que ponen en evidencia su falta de ideales y la
injusticia en la que viven. El teatro filosófico estará representado por Miguel de Unamuno. Fedra representa el
intelectualismo prototípico de su producción, es decir, el conflicto interno de los personajes interesa más que la acción de
la trama.
Tras una etapa modernista, Federico García Lorca busca también la renovación de las fórmulas teatrales: inicialmente
introduce en escena las técnicas vanguardistas más atrevidas, que no fueron comprendidas por el público. Más adelante, la
experiencia de Lorca con la compañía “La Barraca” (que llevó el teatro clásico a la España rural y obrera) lo impulsa a buscar
una solución en la que los elementos vanguardistas se fusionen con los modos tradicionales del teatro. Nacen así las
tragedias de Lorca; en ellas resultan tan importantes el simbolismo y el lenguaje surrealista, como lo popular, que se
concreta en ambientes rurales y en el realismo de los conflictos; a estos principios responden Yerma, Bodas de sangre y La
casa de Bernarda Alba. El mensaje profundo de las tres tragedias llega al público a partir del conflicto entre la autoridad y la
tradición, frente a la libertad, a través de unos personajes dramáticamente oprimidos.
Tema 5: La novela española de 1939 a 1974. Tendencias, autores y obras
Finalizada la Guerra Civil, todos los órdenes de la vida española han sido afectados; en el ámbito artístico la recuperación se
verá frenada por la estrecha censura del régimen dictatorial. Con este fuerte condicionamiento, la producción narrativa de
los años cuarenta se inclina hacia novelas continuadoras del realismo tradicional o novelas que abordan la Guerra Civil
desde la perspectiva de los vencedores. Sin embargo, en medio de este panorama se abrirá paso una nueva tendencia, la
del realismo existencial. En esta línea se pueden citar novelas como La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela,
Nada de Carmen Laforet o La sombra del ciprés es alargada de Miguel Delibes, que tienen en común un protagonista
antiheroico enfrentado a una sociedad hostil o indiferente.
En los años cincuenta la tendencia predominante es el llamado realismo social o realismo crítico. Este tipo de novelas
pretenden promover en el lector una toma de conciencia que le lleve a alguna forma de acción. Con este objetivo se
escriben obras en las que el autor se limita a presentar objetivamente unos hechos que despertarán el espíritu crítico del
lector, como El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio o Los bravos de Jesús Fernández Santos; a la vez, se escriben novelas
donde el autor se decanta ideológicamente y elige la parcela de la realidad que le conviene a sus ideas: La zanja, Alfonso
Grosso, Juegos de manos, Juan Goytisolo; El fulgor en la sangre, Ignacio Aldecoa. A medio camino entre las dos variantes se
encuentra La colmena de Camilo José Cela.
Agotada la fórmula realista, la década de los sesenta da paso al importantísimo auge de la novela experimental, a partir de
la influencia de los novelistas renovadores europeos (Kafka, Joyce y Proust), estadounidenses (Faulkner) y también
hispanoamericanos (Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo o Sábato). La publicación de la extraordinaria novela Tiempo de
silencio, de Luis Martín Santos, marca en España el inicio de la novela experimental, que tendrá continuidad en la mayoría
de los novelistas, Juan Marsé, Últimas tardes con Teresa, Juan Benet, Volverás a Región, incluidos los más veteranos: San
Camilo 1936 de Camilo José Cela, Cinco horas con Mario de Miguel Delibes, La saga/fuga de J.B, de Gonzalo Torrente
Ballester. Los rasgos fundamentales de esta nueva novela son la escasa acción (a veces desaparece el argumento), ruptura
de la división en capítulos, perspectivismo, ruptura de espacio y tiempo, la mezcla de variedades diafásicas y diastráticas,
juego de voces (monólogo, corriente libre de conciencia, estilo directo e indirecto libres...).
El experimentalismo narrativo se prolonga hasta 1975, año en el que Eduardo Mendoza publica La verdad sobre el caso
Savolta. Este título marca un nuevo camino narrativo que vuelve a novelas cuyo principal atractivo es la propia historia; se
recuperan así el interés por la trama y la lectura como placer, a través de conocidos subgéneros como la novela histórica,
de intriga y policiaca.
Los novelistas exiliados merecen atención aparte; además, se cuentan entre ellos algunos de los grandes nombres de
nuestra novela como Ramón J. Sender, Max Aub, Francisco Ayala y Arturo Barea. Estos autores, como no podía ser de otro
modo, comparten su oposición a la Dictadura junto con ciertos sentimientos y obsesiones como el recuerdo de la patria, la
reflexión sobre la Guerra, el desánimo ante el prolongado destierro y la incorporación de ambientes y experiencias
procedentes de sus respectivos países adoptivos.
Tema 6: El teatro desde 1939 hasta final del siglo XX
El largo periodo de seis décadas que abarca desde final de la Guerra Civil hasta el cambio de siglo está marcado por un hito
fundamental: el inicio en 1975 de la Democracia, tras décadas de dictadura. Estas circunstancias marcan, obviamente, la
creación y producción teatrales: Al finalizar la guerra civil, nos encontramos con un panorama arrasado en lo artístico,
cultural e intelectual, al igual que ocurrió en el resto de los órdenes de la vida española. Tras la Guerra se registra un
costoso proceso de reconstrucción y recuperación .El régimen político autoritario impuesto tras la contienda sometió toda
la producción literaria a un estricto sistema de censura. Este control impidió la libre creación artística y afectó
especialmente al teatro: no sólo se revisaba el texto, el montaje era, además, estrechamente supervisado. La censura cede
paulatinamente en rigor por la presión y las críticas internacionales. El paso a la Democracia supone la libertad de
expresión, la adopción de tendencias venidas de Europa y América y, por último, la asimilación de nuestro país a los
modelos sociales de nuestro entorno, caracterizados por el consumismo, la libertad moral y la atenuación de las ideologías,
aspectos que explican la diversidad de tendencias, autores y estilos.
Reconocemos en los años cuarenta un tipo de teatro que, por su falta de sentido crítico y por su carácter intrascendente,
es autorizado por la censura y alabado por el público burgués: se trata de la alta comedia que tanto éxito cosechó en los
primeros decenios del siglo, en ella personajes acomodados viven, entre el sentimentalismo y el humor, enredos sobre
asuntos amorosos que siempre concluyen en un desenlace feliz. Los máximos representantes son José María Pemán y
Edgar Neville. En medio de este panorama se estrena en 1949 una obra definitiva para renovar la escena española: Historia
de una escalera, que logró un gran éxito de público y crítica. La obra supuso el inicio de un teatro realista y comprometido
con la realidad social. Su autor, Antonio Buero Vallejo, y Alfonso Sastre, Escuadra hacia la muerte, serán los iniciadores de
la renovación de la escena española. A partir de la obra de ambos surgirá un grupo de autores realistas que, durante los
años cincuenta y sesenta, desarrollarán su labor dramática en condiciones muy difíciles; entre ellos destaca Lauro Olmo y
su obra, La camisa. En esos mismos años se representan obras clasificadas dentro de lo que se denomina teatro
humorístico; muchas son comedias insustanciales, como excepción destaca la obra de Enrique Jardiel Poncela (que ya
estrenó antes de la Guerra) y de Miguel Mihura, cuya comicidad, radicalmente innovadora logra satirizar los valores
establecidos a través del absurdo, como en Tres sombreros de copa. Mención especial merece Alejandro Casona, que inició
su producción antes de la Guerra, si bien sus mejores obras son posteriores y fueron escritas en el exilio, la mejor de ellas
es La dama del Alba; el estilo cuidado, poético, la mezcla del costumbrismo y lo sobrenatural, el uso de símbolos y la
dimensión moral de las tramas hacen que la obra de Casona resulte muy personal.
En los años sesenta, el teatro comercial atrae al público gracias a autores como Alfonso Paso. Ahora bien, a finales de dicha
década se registran signos de renovación como efecto de la profunda transformación de la escena europea tras la Segunda
Guerra Mundial. Con esta intención escribe Francisco Nieva, Combate de Ópalos y Tasia y Fernando Arrabal, Pic-nic, ambos,
influidos por el teatro experimental europeo, rompen con el realismo: se trata ahora el hecho teatral como un espectáculo
en el que el elemento lingüístico y la coherencia pasan a un segundo plano. El movimiento literario que Fernando Arrabal
inaugura se denomina postismo y se caracteriza por las estampas carnavalescas, la irracionalidad que sublima críticamente
lo grotesco, la simbiosis plástica de las diversas artes y el humor desenfadado. Estos intentos aislados de renovar la escena
se consolidan a partir de 1975 cuando las innovaciones en el contenido y las técnicas dramáticas pueden ya manifestarse
con todo vigor. En estos años, los setenta, nace el teatro independiente, es decir, ajeno a los circuitos comerciales
establecidos; de esta forma, grupos teatrales, formados sobre todo por estudiantes universitarios, crean, financian y
montan obras en las que se mezcla lo lúdico y lo popular en tono irreverente, con la ayuda de técnicas propias del mimo y
del circo, como “Els comediants” y “Els Joglars”.
Una vez consolidada la Democracia y durante las dos últimas décadas del siglo XX reconocemos una serie de rasgos que
caracterizan la producción teatral propia de un país inmerso en una transformación que afectará a todos los órdenes de la
vida (costumbres, creencias, hábitos de consumo, ideologías, relación con otros países…): el teatro pierde su carácter
político, gracias a que existen diferentes foros de debate; se crea la Compañía Nacional de Teatro Clásico que monta
brillantemente obras del patrimonio universal; se consolidan como compañías estables los grupos de teatro independiente;
las obras de talentos como Valle-inclán o Lorca y otros autores rechazados por la censura son llevadas a escena; la cartelera
ofrece una amplia variedad de fórmulas teatrales: adaptaciones de clásicos, obras realistas y costumbristas (que abordan
los males de la sociedad del momento: paro, drogadicción, marginación), piezas experimentales, teatro puramente
comercial (comedias musicales y obras cómicas). Los dramaturgos más interesantes de este periodo son José Sanchís
Sinisterra (Historias de tiempos revueltos (1979)), José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro (1985), Fernando Fernán
Gómez (Los invasores del palacio (2000)), Fermín Cabal (Travesía (1993)), Paloma Pedrero (Androide mío (2010)) y Juan
Mayorga (Reikiavik (2012)).
Tema 7: La poesía española de 1939 hasta final del siglo XX. Tendencias, autores y obras
Tras la Guerra, se registra un costoso proceso de reconstrucción y recuperación, que en el caso de cualquier manifestación
artística se hará más difícil por la acción de la censura, si bien, esta cede paulatinamente en rigor por la presión y las críticas
internacionales. El paso a la Democracia supone la libertad de expresión, la adopción de tendencias venidas de Europa y
América y, por último, la asimilación de nuestro país a los modelos sociales de nuestro entorno, caracterizados por el
consumismo, la libertad moral y la atenuación de las ideologías, aspectos que explican la diversidad de tendencias, autores
y estilos.
En los años posteriores al conflicto, la llamada Generación poética del 36 agrupa a una serie de autores que escriben lo que
se denomina poesía “arraigada” porque el poeta ofrece una visión del mundo coherente y ordenada, interesándose por
temas como la familia, el amor, la patria, la naturaleza, la religión. Se deja de lado el drama de la Guerra y sus
consecuencias en consonancia con la ideología de los vencedores. Estilísticamente, los poetas agrupados en torno a la
revista Garcilaso, recurren a la métrica clásica –el soneto-, al uso cuidado del adjetivo y al interés por la metáfora. Destacan
Leopoldo Panero, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo y Luis Felipe Vivanco. En oposición a la anterior, la poesía “desarraigada” o
existencial arranca con dos obras, Hijos de la ira, de Dámaso Alonso y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre; ambas
suponen un grito de protesta ante un mundo sentido como caos y angustia. El estilo de esta poesía “desarraigada” huye del
virtuosismo y busca ser sencillo y directo; el tono es agrio, cargado de exclamaciones, al margen de los esquemas métricos
tradicionales.
En la década siguiente, la de los años cincuenta, se impone la poesía social y comprometida. Su principal representante,
Blas de Otero, resume la concepción de esta corriente afirmando que la lírica debe servir de instrumento para la denuncia y
la movilización, necesarias ante la injusticia reinante. A partir de estos principios, abordan tanto temas de la situación del
momento, como preocupaciones constantes del hombre, por ejemplo, el amor y la muerte. En cuanto al estilo, se recurre
al verso libre y también a fórmulas métricas establecidas, siempre a través de un lenguaje sencillo, con frecuentes términos
coloquiales y frases breves. Entre los poetas de esta generación sobresalen, el ya citado, Blas de Otero, Pido la paz y la
palabra, Gabriel Celaya, Las cartas boca arriba y José Hierro, Libro de las alucinaciones.
En los años sesenta aparece una concepción poética diferente, la llamada “poesía de la experiencia”, en la que se incluye a
un grupo de poetas que no creen en la eficacia política de la poesía. Para ellos, la creación lírica es un instrumento
individual que les permite conocerse a sí mismos y al mundo que les rodea; los temas de sus composiciones tienen que ver
con sus recuerdos y vivencias: la niñez, la amistad o la iniciación al amor. Los asuntos se tratarán sin formalidades,
utilizando la ironía, el humor y el tono coloquial. Los principales autores y obras son Ángel González, Áspero mundo,
Claudio Rodríguez, Alianza y condena, Jaime Gil de Biedma, Moralidades y Francisco Brines, El otoño de las rosas.
En los años setenta, se renueva completamente el panorama poético con la irrupción de la estética “novísima”, que supuso
una ruptura total con la poesía de las tres décadas anteriores. Los poetas novísimos se dieron a conocer colectivamente en
la antología Nueve novísimos poetas españoles, en la que figuran Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero,
Antonio Martínez Sarrión, Vicente Molina Foix, Leopoldo María Panero, Manuel Vázquez Montalbán. Junto con ellos,
habría que añadir otros nombres, que no aparecen en la colección mencionada pero que comparten sus mismos gustos,
como Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca o Luis Antonio de Villena. Todos estos jóvenes poetas centran su interés en
el lenguaje, la ambientación y en el efectismo : así se entiende la recuperación del exotismo y el lujo modernistas, así como
la vuelta a la idea de la poesía como juego que ya vimos en algunos poetas del 27. A estos elementos suman las referencias
a la sociedad de consumo, a la música pop y a los mitos modernos, que no entran en contradicción con el gusto por toda
clase de citas y referencias culturales. En lo que respecta al estilo, emplean diferentes procedimientos experimentales:
ruptura del verso, recuperación de un cierto surrealismo, disposición gráfica original, supresión de los signos de
puntuación, recurso al “collage” y la estética kitsch con la incorporación de frases publicitarias, letras de canciones y versos
conocidos.
La década de los ochenta supone la ampliación de tendencias dentro de un panorama lleno de vitalidad, en el que surgirán
encendidas y fecundas polémicas. Reconocemos en estos años las corrientes que siguen: (a) Poesía neosurrealista que
continúa la línea de los poetas del 27, en especial de Aleixandre y de los novísimos más cercanos al irracionalismo; la
iniciadora de esta tendencia fue Blanca Andreu. (b) Poesía del silencio o minimalista que nace ahora desde la convicción de
que el lenguaje poético es incapaz de transmitir la vivencia poética, entendida casi como una experiencia mística;
reconocemos en esta poesía hermética la reivindicación de las vanguardias; la ruptura en el discurso para que se perciba el
silencio; la brevedad de los versos, que aparecen despojados de toda retórica, desnudos y, a la vez, muy lejanos al
lenguaje común, sobre todo, por la presencia de símbolos; como principal exponente citaremos a Andrés Sánchez Robayna.
(c)Poesía esteticista, centrada en la exaltación de la sensualidad, el goce vital, la juventud, la belleza corporal, la noche
como ámbito del placer y la asimilación de los grandes símbolos de la cultura mediterránea. Destacan Ana Rosetti y Luis
Antonio de Villena. (c) Revitalización de la poesía de la experiencia; ya que se recuperan la naturalidad estilística, la
cercanía de tono y la presencia de elementos autobiográficos, como en los poetas de los sesenta. La obra de estos autores
fue recogida en la antología-manifiesto La otra sentimentalidad. (d) Nueva épica, en la que agrupamos autores que indagan
en los problemas de la colectividad desde una óptica realista y crítica, o bien, desde la búsqueda de los valores auténticos,
como es el caso de Julio Llamazares.
A medida que avanzan los noventa y hasta final de siglo, el panorama se decanta en dos tendencias dominantes: la poesía
de la experiencia y, en oposición a ella, la poesía del silencio. Las figuras más destacadas de la poesía de la experiencia de
esta década son Andrés Trapiello, Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes o Carlos Marzal. Por lo que se refiere a la
poesía del silencio o hermética de los noventa debemos destacar los siguientes nombres: Olvido García Valdés o Ildefonso
Rodríguez y el ya citado Andrés Sánchez Robayna.
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