Subido por Baltazar Covarrubias

ADSCRIPCIONES JUVENILES Y VIOLENCIAS

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ADSCRIPCIONES JUVENILES Y VIOLENCIAS
TRASNACIONALES:
“Cholos” y “Maras”.
Alfredo Nateras Domínguez1
“[...] Uno dice que cruza el alma del otro y cuando te volteas
y le das un plomazo a alguien y te subes al carro o vas caminando,
tu lo llevas contigo, pero si lo cruzas, si le cruzas la cabeza,
eso es cruzar el cuerpo y a lo mejor todavía darle una patada,
le estas pasando su alma porque según, su alma ya no te sigue
(Relato de un joven ex pandillero “Cholo”)2
“[...] Vine a Los Angeles en 1979. Casi no había niños salvadoreños [...].
Estando en la secundaria, donde sólo había güeros, empezaron a llegar
salvadoreños que también se habían ido por la guerra. Se asociaron para defenderse de
todo lo que yo también andaba huyendo: la discriminación, la soledad, el miedo. Y a este
grupo le llamaron la Mara Salvatrucha. No tenían
miedo de expresarse. Miedo de Nada. Me gustó. Me sentí orgulloso. Pertenecía a una
pandilla salvadoreña. Dije: ésta es mi gente”.
(Alex Sánchez, Fundador de la Mara en Los Angeles, California)3
Coordenadas de entrada.
Somos partícipes de diversos acontecimientos socioculturales a escala global que en ciertas
vetas tienden a converger a nivel nacional configurando así específicos escenarios y estados
1
Profesor Investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. México, D.F. Coordinador
General del Diplomado: “Culturas Juveniles. Teoría e Investigación”.E-mail: [email protected]
2
Entrevista realizada al “Viruta”, en Ciudad Netzahualcoyótl, Edo. de México. Noviembre de 2002.
3
Extracto de entrevista retomada del periódico Reforma, 18 de julio de 2005. Reportero, Luis Enrique
Pacheco. Testimonio. “Al principio no había violencia”. Sección 4A Nacional.
106
de ánimo en el ámbito de lo público (lo colectivo), aunque también en lo privado (lo
individual), por demás complejos y delicados en torno, por ejemplo, a la inseguridad
pública, las violencias sociales, el miedo de la gente, la discriminación hacía las minorías,
la exclusión social y la expansión de las bandas (culturales) y las pandillas (industriales)
juveniles en el espacio urbano (Más adelante se hará la diferencia correspondiente).
Aunado a lo anterior, hay una grave inconsistencia entre la construcción social que la
mayoría de los medios masivos de comunicación, electrónicos como escritos, realizan con
respecto a la violencia (sensacionalistas y sobredimensionados), las estadísticas de la
delincuencia y del crimen organizado que tienden a ser inferiores y, una alta percepción
social de la población acerca de la inseguridad pública,4 junto con su estela de prejuicios,
estigmas y estereotipos dirigidos particularmente contra ciertos actores sociales: los jóvenes
agrupados en las bandas y las pandillas.
Las violencias y la delincuencia asociadas a éstos grupos juveniles, son ya un asunto que
adquiere, en la mayoría de los casos, un carácter preocupante, ya que, no solamente se
ubican en lo local / nacional, sino que las encontramos más allá de las fronteras geográficas
y simbólicas a las que pertenecen. Por ejemplo, tenemos el caso de “La Mara Salvatrucha
(MS-13)” que igual se localizan en Canadá, en los Ángeles California (USA), en México,
en Centroamérica, en Perú, en Panamá, en Europa o en el Líbano.
Así, la finalidad de esta narración es problematizar la fractura de los sentidos sociales de
nuestras ciudades urbanas contemporáneas, las violencias que se construyen (junto con sus
miedos sociales y la respuesta represiva de la sociedad) y, los jóvenes (banda y
pandilleros), como objetos y sujetos de ella.
La reflexión es desde América Latina, por lo que la idea es llevar a cabo las articulaciones
a que haya lugar entre los siguientes aspectos: lo urbano, las violencias y este tipo de
4
La relación entre la construcción de la violencia, la seguridad pública y los medios masivos de
comunicación, es discutida de una forma amplia e interesante por Marco Lara y Ernesto López Portillo. Cfr.
Lara y López Portillo (Coord.) Violencias y Medios. Seguridad Pública. Noticias y Construcción del Miedo.
INSYDE y CIDE, México, 2004.
107
agrupamientos de jóvenes, a partir de los cuales cobran significado las poblaciones de
los estratos populares.
El texto esta estructurado en tres apartados, el primero denominado: “Las escenografías y
los discursos del deterioro urbano”, en el cual se da un panorama de la situación que
prevalece a nivel social y cultural, el segundo le denominé: “De la construcción de los
datos a las realidades de las violencias sociales y juveniles” que se centra en una
cartografía teórica con base a datos empíricos y, el tercero llamado: “De las adscripciones
identitarias a las etnografías con jóvenes”, donde los protagonistas son las pandillas
juveniles quienes habitan el espacio de la calle y administran el miedo y el pánico social, en
tanto son los agregamientos que mejor expresan, de la forma más cruda y sin concesiones,
las tensiones, el conflicto social y el rompimiento de las mediaciones entre este tipo de
jóvenes, el Estado y sus instituciones.
Por ser casos paradigmáticos y emergentes sociales, las dos pandillas que se van a
abordar son: a) los denominados “Cholos” que es el agrupamiento juvenil más longevo que
tenemos y que da cuenta de las identificaciones duras y de las culturas de frontera 5 y b) “La
Mara Salvatrucha (MS-13)”,6 la cual adquiere sentido y rostro a partir de “Los Cholos”
(Siguiendo una interesante hipótesis teórica de José Manuel Valenzuela, 2002).
1) Las escenografías y los discursos del deterioro urbano.
Desde las perspectivas de investigación e intervención en torno a la seguridad pública, las
violencias sociales y las pandillas juveniles queda claro que los contextos globales, los
5
Uno de los teóricos imprescindibles, sociólogo de formación y quien más ha investigado con respecto a la
cultura juvenil de “Los Cholos”, es sin duda José Manuel Valenzuela. Cfr. ¡A la Brava Ese! Cholos, Punks,
Chavos Banda, El Colegio de la Frontera Norte, México, 1988. “De los pachuchos a los cholos. Movimientos
juveniles en la frontera México-Estados Unidos”, en Feixa, Molina y Alsinet (Coord.) Movimientos Juveniles
en América Latina. Pachuchos, Malandros, Punketas, Ariel, España, 2002.
6
Como es sabido, la Mara en El Salvador, significa grupo de amigos, por lo que hay distintos tipos de Maras:
estudiantiles, deportivas, del barrio, callejeras y delincuenciales . En el caso de las Maras tipo pandillas y
dada la migración forzada de niños y jóvenes hacia los Estados Unidos por la guerra en el Salvador, “La
Mara Salvatrucha” se origina en los Ángeles California por la década de los 80, como una forma de
reivindicación étnica ante la discriminación racial y para defenderse de los otros grupos y pandillas. Lo de la
Mara es retomado como metáfora de las hormigas gigantes del amazonas conocidas como marabunta que van
destruyendo todo a su paso. Salvatrucha alude a Salva del Salvador y Trucha, ponerse listo o “avispado”. Se
cuenta que la guerra entre “La Mara Salvatrucha 13 (MS-13)” y el “Barrio-18 (B-18 o MS-XV3)”, surgió por
la disputa del territorio y el amor de una mujer.
108
nacionales, los económicos, los históricos, los políticos, los sociales, los culturales y
los de la comunidad inmediata, son infaltables para la comprensión de esos fenómenos. Por
lo que es necesario situar esos contextos que producen la condición juvenil en general y en
particular aquella circunscrita a las violencias cuyas trayectorias nos llevan a los procesos
de la exclusión y la discriminación social para la gran mayoría de la población (joven) de
América Latina, de México en particular y que hace eclosión en las referidas pandillas o
clikas juveniles.
Aún considerando las diferencias (históricas y culturales) de cada uno de los países que
componen la América Latina, podemos trazar determinadas situaciones sociales similares,
aunque con sentidos y significados particulares que nos han cruzado, marcado e influido en
las diversas trayectorias nacionales, en las biografías colectivas e individuales de los sujetos
y actores urbanos (juveniles). Veamos: las sublevaciones, las revueltas y las guerrillas
(México, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Colombia, Bolivia, Venezuela, Brasil); del
autoritarismo y las dictaduras militares hacia la transición a la democracia (México,
Guatemala, Chile, Argentina, Uruguay y Brasil, principalmente); el desdibujamiento del
Estado Benefactor, del Estado Nación y el fracaso del proyecto económico del
neoliberalismo o del capitalismo salvaje en toda América Latina que ha generado crecientes
fantasmas: la pobreza extrema y la miseria en la que viven millones de latinoamericanos, el
desempleo y el subempleo; el desborde y la crisis de la explosión urbana (Brasil,
Venezuela, México); la cancelación de horizontes dignos y humanos de futuros posibles
para la mayoría de la población latinoamericana; la violencia estructural, simbólica, política
y de la vida cotidiana como lenguaje en la geografía de las urbes (Colombia, Brasil,
Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Honduras, México); el amplio descrédito de las
instituciones políticas, religiosas, familiares y educativas incluyendo a los medios masivos
de comunicación en los países de América Latina; mínimas oportunidades de participación
política e incorporación cultural (México, Ecuador, Chile, Argentina); pocos espacios para
la convivencia social, la tolerancia democrática y el incremento de los flujos migratorios
(forzosos) que involucran a los jóvenes como característica de nuestros tiempos,
especialmente en el caso de México, el Salvador, Honduras, Guatemala, Argentina, Chile y
Uruguay.
109
Estos acontecimientos a nivel de América Latina, se articulan con los sucesos nacionales
y locales que para el caso de nuestra sociedad mexicana resaltan los que a continuación se
nombran: desde la década de los 80s, las constantes crisis institucionales (la familia, la
religión, la política,7 la educación); el discurso de las ciudades del país marcadas por las
violencias (por ejemplo, los feminicidios en Cd. Juárez); el avance del crimen organizado
incluyendo a las mafias del narcotráfico, el secuestro y el robo de autos; la impunidad y la
corrupción como cáncer de las instituciones especialmente las de procuración de justicia; la
inseguridad pública junto con el miedo social; la pauperización de lo que queda de la clase
media; la creciente desmovilización colectiva y los déficit de ciudadanía política, social,
civil y cultural (el no ciudadano); el desempleo galopante; la economía informal; la
persistencia de un estado premoderno política y culturalmente hablando; la velocidad y
rapidez como condición de la vida urbana; el triunfo del capital en la versión del
neoliberalismo;8 la frágil transición democrática; el poder de los medios masivos de
comunicación en la construcción de opinión pública, de estados de ánimo colectivos y del
miedo social; el conservadurismo de la sociedad y el avance en la acción de los grupos
sociales más intolerantes y peligrosos de la ultraderecha religiosa de este país.
En términos amplios, la situación de América Latina, se sigue deteriorando, ya que las
condiciones sociales de vida, incluyendo las simbólicas, al parecer no van a mejorar de aquí
a veinticinco años (CEPAL,2000).
El Estado y sus instituciones han sido desbordados y no están cumpliendo la función de
mediar con respecto a las demandas de la población en general y en lo particular en lo que
7
La Encuesta Nacional de Juventud (ENJ, 2000), del Instituto Mexicano de la Juventud (IMJ), reporta que el
89.5% de los jóvenes en México no tiene confianza en los políticos. Asociado a lo anterior, los jóvenes –en
general- son los menos interesados en los asuntos electorales y los que tienen entre 18 y 19 años de edad, son
los menos empadronados y los más abstencionistas. Cfr. Peschard, J. “Educación y Política: una agenda para
los jóvenes”, en Revista de Trabajo Social, Juventud: Participación política y cultura ciudadana”, No. 7. Julio
de 2003, UNAM, pp. 4-11.
8
La ONU acaba de afirmar que México es el mejor ejemplo del fracaso neoliberal. Fundamenta su
aseveración al señalar que a partir del Tratado del Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), se han
perdido 30% de los empleos en maquiladoras creados en 1990, el salario real de los trabajadores ahora es
menor en comparación al que se tenía antes de la firma, hay más desigualdad social y los pobres del campo
son los que llevan el peso del ajuste estructural. Ver el periódico, La Jornada, México, 2 de junio de 2004.
110
atañe al sector de los jóvenes, lo cual complejiza aún más la de por sí etapa difícil de la
juventud y de la condición del ser joven.
La juventud en abstracto y los jóvenes en concreto, los del diario transcurrir, caracterizan
una etapa de transición hacia la vida adulta, es decir, la juventud es una edad social por la
que se pasa y no por la que se está permanentemente, esto implica que ser joven es algo
transitorio (Cfr. Valenzuela, 1997). Además, hay distintas formas de serlo, es decir, los
jóvenes son heterogéneos y diversos, múltiples y variantes, a saber: migrantes, pandilleros,
banda, fresas, religiosos, indígenas, de la calle, urbanos, rurales, escolarizados,
conservadores, “desinstitucionalizados” o “invisibles”.9
En este sentido, el período de la juventud como etapa de transición, a decir de Gonzalo
Saraví (2004), se convierte regularmente en un momento crítico y coloca a una gran
mayoría de jóvenes, en una situación de vulnerabilidad con respecto a la exclusión social, a
las violencias, al uso de drogas, a la delincuencia, al suicidio, a las conductas y las
trayectorias reproductivas.
Esta configuración de los múltiples factores que tensan sus situaciones están marcados
también por el país al que se pertenezca, la adscripción grupal, la edad que se tenga, la
identidad de género, el estrato social, la etnia o incluso al tipo de familia, hogar o
comunidad de la que se es miembro.
Es claro que los contextos referidos; la etapa de transición de la juventud en tanto la
definición del “yo” y lo que implica el ser joven; así como los diversos factores asociados,
colocan a una gran mayoría de este sector poblacional en situaciones socioculturales muy
desfavorables y al límite, es decir, en desventaja social real como simbólicamente
hablando.
9
Esta idea de los “jóvenes invisibles” es retomada del sociólogo José Antonio Pérez Islas y refiere a aquellos
que no están ligados ni a la escuela y ni al trabajo. Expliquemos: con base en los 37 millones de jóvenes
mexicanos que registra la ENJ, se les clasifica en cuatro amplios grupos: los que estudian; los que sólo
trabajan; los que estudian y trabajan; y, los que ni estudian ni trabajan y se calcula que son 8 millones de
jóvenes entre los 12 y los 29 años bajo esta denominación. Cfr. Encuesta Nacional de Juventud (ENJ), 2000,
IMJ, México, 2002.
111
Por lo que en la articulación de todas estas situaciones, emerge el incremento de las
violencias sociales y la visibilidad de las bandas y las pandillas juveniles en la mayoría de
las grandes ciudades de América Latina, articuladas por una especie de expansión (léase
migración –forzada-) hacía otras latitudes, espacios y escenarios, es decir, estamos ante la
trasnacionalización de las violencias sociales y las pandillas juveniles.
Con respecto a las violencias sociales y según informes del Banco Mundial (BM), del
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y de la Organización de Naciones Unidas
(ONU), señalan que América Latina es la región más violenta del mundo (Colombia
aparece en primer sitio y El Salvador en segundo). Por otra parte, la OPS (1996), reporta
que entre 1984 y 1994, la tasa de homicidios en América Latina creció 44%. Además,
sitúan a la violencia como la principal causa de muerte en jóvenes de la región, asociada a
accidentes de tránsito y a homicidios; hablamos de edades muy tempranas comprendidas
entre los 10 y los 29 años (OMS, 2003).
En los últimos diez años, en el Salvador, Honduras también, la violencia social ha
aumentado y se ha asociado a los agrupamientos de jóvenes, es decir, en situación de
posguerra y después de la deportación masiva de pandilleros que llevó a cabo el Gobierno
Norteamericano en la década de los noventas. Por lo que no es fortuito que sean en estos
países, incluyendo a Guatemala, donde más se ha hecho investigación social y científica e
incluso también se han implementado una serie de proyectos de intervención para revertir
los procesos de violencia social y de muerte en la que están inmersas “Las Maras” o las
pandillas juveniles, desde muy diversas perspectivas: la prevención de la violencia
(OMS/OPS); la pastoral religiosa; y, la “rehabilitación” a través de la cultura y el arte
(asociaciones civiles, luchadores sociales, incluyendo a los agrupamientos de expandilleros
por la no violencia, -los Homies Unidos-, ).
En este sentido y con base a lo que reportan Marial L. Santracruz y Alberto Concha
(2001:14-15), tenemos que en Honduras las pandillas juveniles son percibidas como un
problema social de gran magnitud. En Managua Nicaragua, se estima que hay 110
112
pandillas que agrupan a 8,500 jóvenes y en El Salvador la opinión pública vincula
juventud y violencia como sinónimo de delincuencia juvenil. Además se calcula que hay
entre 30, 000 y 35, 000 jóvenes involucrados en las pandillas y que los jóvenes “mareros”,
a finales de 1997, se contabilizan en diez a doce mil, entre 10 y 25 años de edad.
Podríamos afirmar que existe un consenso explícito entre los investigadores, académicos,
gestores y activistas en el trabajo de las violencias sociales y las pandillas juveniles, en
señalar que las raíces y las razones que describen, explican y dan elementos de
comprensión de esta situación se encuentran en los ámbitos de lo social (falta de
oportunidades en lo laboral y lo educativo), en lo económico (el desempleo y subempleo),
lo familiar (desdibujamiento, violencia) y lo cultural (tradición autoritaria, machismo,
ausencia de espacios recreativos y de participación social) que se sintetizan en la crisis
urbana y el conflicto social no resuelto, vehiculizado precisamente por las pandillas
juveniles (Cerbino, 2004).
En el caso de México y en lo que atañe a las violencias sociales, la situación es más que
grave, ya que desgraciadamente, lo implementado hasta ahora ha fracasado, en tanto se
basan en el control, la represión y la intimidación (a través del despliegue de la Policía
Judicial o El Ejército), como el programa más reciente denominado: “México Seguro” –
principalmente dirigido en contra del narcotráfico-.
Mostremos algunas cifras de las violencias sociales: las agresiones con armas de fuego
alcanzan aproximadamente el 50% de los homicidios y el promedio arroja el siguiente dato:
565 niños, adolescentes y adultos jóvenes mueren cada día por la violencia interpersonal, es
decir, familiar, de pareja y comunitaria.
Un estudio realizado en el Distrito Federal y llevado a cabo por la Fundación Mexicana
de la Salud (FMS) en 1998, para medir los factores de riesgo asociados a la violencia en
México, reporta que de enero a febrero de 1997, de 601 casos atendidos (457 hombres y
144 mujeres), el 60.4% tenían entre 15 y 29 años de edad. En cuanto a los factores de
riesgos más frecuentes se encontró el consumo del alcohol, la presencia en la vía pública,
ser hombre y además joven (citado por Rodríguez, 2004).
113
Siguiendo la Encuesta Nacional de Inseguridad realizada por el Instituto Ciudadano de
Estudios sobre la Inseguridad (ICESI) del 2002, reporta que del 54.3% de los delincuentes,
más de la mitad son jóvenes en edades comprendidas entre los 16 y los 25 años, siendo el
robo y el asalto (con navaja y cuchillo, en la mayoría de los casos) el delito que más
cometen con el 58.2%.
Según datos de la Subsecretaria de Gobierno del Distrito Federal del 2003, de 22 mil 483
recluidos en los 8 centros de readaptación social, hay 13 mil 573 jóvenes entre 18 y 30 años
de edad, lo cual significa que el 60.03 % de los que están en las cárceles del D. F., son
jóvenes. Con respecto a los delitos, el robo es el del más alto porcentaje con el (51.75%); le
siguen los relacionados contra la vida (14.03%); después el portar armas de fuego y
explosivos (10.33%); los sexuales (6.97%); contra la salud (5.22%); de seguridad pública
(4.88%) y de privación ilegal de la libertad (3.85%).
En una reciente declaración del Procurador General de Justicia del Distrito Federal,
Bernardo Batís,10 señaló que hay entre 350 y 400 bandas de jóvenes en el Distrito Federal,
aunque solamente el 10% son peligrosas, es decir, cometen delitos graves. De igual manera,
el titular de la Secretaria de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSP), Joel Ortega,
informó del aumento de la delincuencia juvenil en el Distrito Federal en menores de edad
entre 12 y 17 años, mencionó también que de enero a mayo de 2005 fueron detenidos 909
menores y el promedio por día de aprehensiones de adolescentes es de seis.11
Sin duda, en nuestro país, tenemos una amplia tradición en investigación e intervención
con las pandillas y las bandas juveniles que se remonta a finales de los años setentas y
principios de los ochentas, sin embargo, la investigación con respecto a la denominada
“Mara Salvatrucha (MS-13)”, recién inicia, por lo que actualmente el grueso de la
información la tenemos a través de la televisión (notas de reporteros y enviados especiales),
10
11
Nota informativa, periódico La Jornada, 18 de junio de 2005. Sección, La Capital, pg. 36.
La Jornada del 3 de julio del 2005. Sección, La Capital, pg, 38.
114
la radio (entrevistas a especialistas), en la prensa escrita (periódicos, revistas y
secciones especiales), donde regularmente encontramos crónicas, relatos de casos o
historias de vida.
A partir del 2004 a la fecha, la mayoría de los medios masivos de comunicación han
protagonizado una batalla informativa entre sí para “Hacer la Noticia” y literalmente nos
están bombardeando, ocasionando una saturación de imágenes (como diría Rossana
Reguillo, “de imaginería”) que en su mayoría son realmente desatinadas y, lo único que
han ocasionado, es crear alarma, miedo y pánico social entre la sociedad, con respecto a las
pandillas juveniles y en especial a “La Mara Salvatrucha (MS-13)”.
Esto nos lleva a revalorar que además de la academia y la investigación, la otra vertiente
más significativa de información y de construcción de opinión pública, con respecto a esta
problemática de las violencias sociales, la encontramos en los medios masivos de
comunicación quienes en la mayoría de las veces, tienden a construir la noticia de una
manera descontextualizada, precaria y exagerada, hasta llegar a tergiversar la realidad de la
inseguridad pública y de la delincuencia.12
En el caso específico de “La Mara Salvatrucha (MS-13)” y atendiendo a un reporte de
inteligencia del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), de junio de 2005,
elaborado en colaboración con el Centro Nacional de Análisis, Planeación e Información
para el Combate a la Delincuencia (CENAPI), señala que del 1 de enero al 14 de junio de
este año se han detenido en México 304 pandilleros pertenecientes tanto a “La Mara
Salvatrucha (MS-13)” y a la del “Barrio 18 (B-18 o MSXV3)”. Además, consideran que al
día ingresan a territorio mexicano entre 25 y 50 mareros. Asimismo, la presencia de estas
pandillas se ha detectado en la mayoría de los Estados de la República (en 24), de los cuales
12
Tina Rosenberg sostiene que los noticieros fomentan una percepción equivocada sobre el nivel del crimen,
contribuyen al racismo, alimentan el miedo social de la gente, ocasionando un aumento del apoyo público
hacía las políticas de mano dura: “[...]la gente que consume muchas noticias televisivas apoya castigos más
severos para delincuentes juveniles. Tal mirada simplista y descontextualizada fomenta el apoyo a la pena de
muerte, las cárceles inhumanas o a sentencias muy largas”(Rosenberg, 2004:15). Asimismo, lo interesante
de sus planteamientos es que nos lleva a discutir y a pensar el asunto de saber y conocer, ¿Cómo se producen
las noticias sobre las violencias?, o mejor aún, ¿Bajo qué circunstancias se da o se hace la cobertura acerca del
crimen?. Cfr. Rosenberg, T. “Si sangra, encabeza las noticias. Los costos del sensacionalismo”, en Marco
Lara y Ernesto López Portillo (Coord.). Violencia y Medios. Seguridad Pública, Noticias y Construcción del
Miedo. INSYDE y CIDE, México, 2004.
115
los que alarman más se localizan en Tamaulipas, el Distrito Federal, Veracruz,
Chiapas, Guerrero y Oaxaca. Otro dato interesante de este reporte es la presencia de
jóvenes mexicanos que son “maras”: el 63% de los mareros detenidos en el Estado de
Chiapas son mexicanos y el 34% de los detenidos en 23 Estados de la República Mexicana,
también son mexicanos.13
Tenemos datos más que suficientes y cifras internacionales y nacionales de la condición
juvenil contemporánea en América Latina, de la exclusión social, las violencias, la
delincuencia y de las adscripciones identitarias juveniles en torno a las bandas y las
pandillas juveniles, específicamente de “La Mara Salvatrucha (MS-13)”.
Por lo tanto, lo que sigue es interrogar y, en todo caso, desmontar las cifras que hemos
presentado. ¿Qué nos dicen? ¿De qué situaciones socioculturales nos están hablando?
¿Desde dónde “mirar” o “remirar” la condición cualitativa de los jóvenes latinoamericanos
y pandilleros?.
Me queda la sensación de que estamos ante una verdadera devastación y desastre social.
Indicadores probables del fracaso del proyecto neoliberal, donde lo que más resalta, se hace
visible y doloroso es el aniquilamiento en las expectativas de mejoría a inmediato y
mediano plazo, en todos los sentidos, para la mayoría de los jóvenes latinoamericanos,
centroamericanos y mexicanos, sin negar sus biografías individuales, estrategias de
afrontamiento, capitales culturales y simbólicos, inventiva y creatividad.
Podemos decir que estos sectores y grupos juveniles se juegan entre las coordenadas, los
mecanismos y los procesos de estar incluidos o excluidos, de estar afuera o adentro, de
existir o no existir, de ser o no ser, es decir, todo indica que para dichos jóvenes,
particularmente en el caso de México, ser joven ya se convirtió en un distintivo de la
exclusión social.
13
Periódico Reforma, del 18 de julio de 2005. Sección Nacional, pg. 1A y 4A.
116
Enfrentamos a un ejército de jóvenes, “desinstitucionalizados e invisibles”, es decir,
fuera de la escuela, la salud, el empleo, la vivienda y la recreación. Sus biografías
individuales y sus trayectorias sociales y colectivas los ubican en las rutas del desempleo,
en los flujos migratorios, en el uso de drogas (legales e ilegales), confrontando situaciones
límites y trascendentales para su existencia como la salud sexual y reproductiva (el aborto,
el SIDA), la violencia intrafamiliar (el abuso sexual) y la muerte por la guerra urbana
protagonizada por y entre las pandillas callejeras.
Son en su mayoría jóvenes que se viven la vida día tras día en donde regularmente no hay
espacio para construir un proyecto de vida real para el futuro, porque para muchos de ellos,
la temporalidad del futuro no existe, en tanto que el presente, el aquí y el ahora de sus
existencias y de sus vidas cotidianas está negado. Quizás lo que alcanza es simplemente
vivir para el día o los días inmediatos que vienen con todas las secuelas de las afectividades
decaídas, las melancolías colectivas y estar en constantes situaciones límites de ser sujetos
de violencia a manos de los “otros”, principalmente si se es pandillero.
Son definitivamente jóvenes que son construidos y se construyen a partir de constantes
situaciones al límite, de ser sujetos en desventaja social permanente, por lo que es fácil que
muchos de ellos, recorran la vía de acceso rápido para obtener lo que les falta y de lo que
carecen (reconocimiento y prestigio social, renumeración económica, bienestar y poder), a
través de insertarse o ser atraídos por las redes de la delincuencia y del crimen organizado,
pagando un precio muy alto que los coloca en las antesalas de ser sujetos de violencia y
hasta de perder la vida.
Es cierto que la Ciudad de México es una de las urbes más grandes del mundo, la cual se
debate entre la premodernidad (política / cultural) y la modernidad que no tiende a
consolidarse, es decir, es una urbe con la contradicción de pretender ser o situarse como
una ciudad mundializada y al mismo tiempo registra los atrasos característicos de los países
más pobres y en vías de desarrollo.
117
Las principales ciudades del país muestran el deterioro de la calidad de vida de la
mayoría de sus habitantes, ya sea en la alimentación, el ambiente, el divertimento y la
seguridad pública, incluyendo los vínculos intersubjetivos, aunque también refiere a los
sujetos y los actores sociales que por la ubicación que ocupan en el entramado social, son
una especie de emergentes de esa crisis urbana que aparece de la forma más cruda a través
de los rostros de las violencias: me refiero a las bandas y las pandillas juveniles, en este
caso, la de “Los Cholos y La Mara Salvatrucha (MS-13)”.
Las violencias y sus múltiples configuraciones son una realidad muy compleja y difícil de
comprender por la gran diversidad de factores asociados y de variables que intervienen en
su construcción o en su producción social. Estamos también ante un problema estructural y
además muy arraigado en nuestras culturas latinoamericanas de larga tradición.
En sí, las violencias tienen que ver con los particulares vínculos y relaciones que se
establecen con los otros, desde una relación de poder, es decir, son vínculos asimétricos y
sin lugar a dudas, uno de los principales actores o protagonistas de las violencias, son una
parte de los jóvenes, hombres como mujeres, de nuestras ciudades: vía las bandas y las
pandillas juveniles.
2.- De la construcción de los datos a las realidades de las violencias sociales y juveniles.
Atendiendo a la definición que da la Organización Mundial de la Salud, (OMS), tenemos
que la violencia consiste en el: “uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o
como amenaza contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o
tenga mucha probabilidad de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del
desarrollo o privaciones”.14
Es claro que las violencias son formas de relaciones y discursos de poder a través de los
cuales hablan los sujetos, los colectivos y determinados grupos sociales que tiene que ver
con las tensiones y el conflicto social. Asistimos a expresiones de la violencia con
14
Organización Mundial de la Salud, Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud (Prevención),
OPS/OMS, México, 2003.
118
diferentes rostros y tesituras: autoinfligida (el suicidio juvenil), interpersonal (familiar,
de pareja, comunitaria) y colectiva (social, política y económica). Además por su naturaleza
puede ser física, sexual y psíquica.
Con respecto a la relación entre la violencia y la juventud, se define a la violencia juvenil
como: “[...] la que, en forma repetida, ejercen los jóvenes entre los 10 y 24 años, la mayor
parte de las veces como miembros de un grupo [...] La violencia juvenil la ejercen, en gran
medida las pandillas” (Santacruz y Concha, 2001: 3).
Considerando las anteriores definiciones podríamos hacer las siguientes preguntas: ¿Son
los jóvenes por su condición de jóvenes, hombres como mujeres, los que generan las
violencias, o junto con otros agrupamientos sociales o grupos etarios, los jóvenes viven en
una diversidad de mundos violentos?. ¿Qué clase de sociedad somos cuando una parte de
nuestros jóvenes están muertos o van a morir violentamente?
Estas interrogantes nos llevan a decir que ha sido un lugar común asociar directamente
ser joven con ser violento y por consiguiente hablar de juventud violenta o de delincuencia
juvenil. De ahí que es importante decir que los jóvenes por el hecho mismo de ser jóvenes
no son violentos, es decir, la condición juvenil no los hace ser violentos, la violencia no es
una esencia, es una construcción social y cultural que tiene que ver con el ejercicio del
poder.
La mayoría de los jóvenes latinoamericanos, centroamericanos y mexicanos viven en los
mundos violentos, no son ellos los causantes de esos mundos de las violencias, esos ya les
preexisten, lo cual no niega que hay una parte de éstos jóvenes que son sujetos de ella (la
ejercen), aunque también hay que reconocer que la mayoría son objetos (la padecen).
En cuanto a ubicar a los jóvenes como objetos de la violencia podemos desplegar dos
planos, uno que hace al espacio privado y el otro lo que atañe al espacio público. Dentro del
ámbito privado de quien más la padecen es de la familia y con respecto a lo público, es de
119
los cuerpos de seguridad del Estado. Al parecer, el enemigo privado número uno para
una gran parte de jóvenes es la familia15 y el enemigo público número uno es la policía.16
Los jóvenes han sido objetos de la violencia ejercida por estos siniestros cuerpos de
seguridad del Estado ante el silencio de las instituciones encargadas de velar por ellos y
ellas, junto con la mayoría de las autoridades, incluyendo a la sociedad civil y sus
organizaciones no gubernamentales.
Esta situación es muy vergonzosa y grave ya que gran parte de los jóvenes por su simple
apariencia, facha, estética, decoración corporal con tatuajes, perforaciones, adscripción
identitaria particular o prácticas sociales, posturas políticas y expresiones culturales, son
detenidos, extorsionados y golpeados simplemente por ser como son y andar como andan
en el espacio público.
Otro caso donde los jóvenes son objetos de violencia institucionalizada y empleada para
desmovilizar cualquier acción colectiva juvenil se lleva a cabo por ciertas instituciones
educativas como por ejemplo en el Instituto Politécnico Nacional y en la Universidad
Nacional Autónoma de México, a través de los famosos porros quienes son grupos de
choque que ejercen la violencia especialmente contra jóvenes estudiantes, dirigentes y
líderes a cambio de dinero, favores y protección jurídica.
La situación poco mencionada (especialmente por los medios masivos de comunicación)
más indignante, en la cual los jóvenes son objetos de violencia extrema, la tenemos
precisamente en el caso de “La Mara Salvatrucha (MS-13)” y del “Barrio-18 (MS-18 o
XV3)”, con respecto a su aniquilamiento físico, es decir, a su asesinato auspiciado por el
Estado, ciertos empresarios y determinados comités de vecinos. Ejemplos dolorosos los
tenemos en la acción de la Sombra Negra en El Salvador, los Escuadrones de la Muerte en
15
En el caso concreto de los jóvenes pandilleros “mareros”, tenemos que la mayoría han estado expuestos a
la violencia intrafamiliar: tres de cinco han sido víctimas de maltrato físico o verbal por algún miembro de su
familia; la mitad de los pandilleros fueron testigos de violencia en sus hogares, uno de cada dos tiene un
familiar que ha cometido un delito y la mayoría de ellos ingresan a las pandillas justamente para huir de los
problemas que tienen en sus familias, más en el caso de las jóvenes pandilleras (Santacruz y Concha, 2001).
16
A decir de Ernesto Rodríguez: “[...] algunas encuestas conocidas últimamente demuestran que para la
inmensa mayoría de los adolescentes de Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile, la policía es un
peligro del que hay que cuidarse y no una institución a la que se puede recurrir para obtener protección [...]”
(Rodríguez, 2004) (UNICEF, 2002).
120
Honduras, Río de Janeiro, la Policía Cívica en Colombia y, en sí, las Operaciones de
Limpieza Social que se dedican a asesinar y desaparecer a los jóvenes pandilleros.
También tenemos la situación de que se da una especie de interjuego o combinación en el
que algunos jóvenes son al mismo tiempo tanto sujetos de violencia (la ejercen) como
objetos (la padecen), justamente de otros jóvenes y contra otros, similares a ellos, esto se ve
claramente entre los pandilleros, ejemplo: la guerra callejera y urbana entre “Cholos” y la
batalla entre “Mareros: La Mara Salvatrucha (MS-13)” vs. la del “Barrio-18 (B-18 o MSXV3)”.
Este interjuego de violencia es muy particular y complejo, al que podríamos nombrar o
caracterizar como interbandas, ya sean culturales o industriales, es decir, una violencia
interpersonal (comunitaria) dirigida a los otros agrupamientos regularmente de iguales
características identitarias, es decir, el rival y peor enemigo de un pandillero es otro
pandillero, el de un “Cholo” es otro “Cholo” y el de un “Marero” es otro “Marero”.
El ejemplo más llamativo y elocuente de la guerra urbana la tenemos en los “Cholos o
Cholillos” de las principales ciudades del país quienes están enfrascados en una guerra de
exterminio entre ellos por la disputa de los territorios y, algunos -los menos-, por el control
del tráfico de drogas y armas, donde también las mujeres jóvenes “rifan”, muy parecido a
los relatos de la guerra civil entre pandillas de mexicanos y latinos en Los Ángeles
California.
Otro rostro de este tipo de violencia de interjuego entre ser sujeto y objeto de ella al
mismo tiempo, se da en los espacios del divertimento, del tiempo libre y de los
espectáculos deportivos. Me refiero a las porras o a las barras en los estadios de Fútbol
quienes se enfrentan abiertamente unos con otros, es decir, es una especie de batalla entre
grupos pagados por las franquicias de los clubes. Al parecer la disputa es por los boletos de
cortesía, los intereses económicos y de poder que se manifiesta contra la otra adscripción a
un agrupamiento, en este caso, a un equipo o club diferente al de ellos que para el caso de
México, la situación empieza a hacerse delicada y grave (Ejemplos; la porra de La
121
Monumental del Club América, ligada a la Federación Mexicana de Fútbol que está
integrada por varios porros).
Con respecto a ubicar a determinados jóvenes como sujetos de las violencias (el hecho de
ejercerla) de una manera desafiante, de interpelación al Estado y sus instituciones y, que
dan cuenta de la crisis urbana, desnudando crudamente los mecanismos de la exclusión
social y el rompimiento de las mediaciones, lo tenemos en las pandillas (industriales) que
son diferentes a las denominadas bandas (culturales), “tribus urbanas” o ciudadanías
culturales.
Hay que marcar claramente una diferencia importante entre los agrupamientos en el que
sus motivos obedecen al de pertenencia a una determinada adscripción identitaria juvenil
urbana (por ejemplo, “ser del movimiento oscuro” -darketos, góticos, vampiros, fetiches-;
“los raves” -música electrónica-; “los skatos”, “los skey”, “los raztecas”, “los salseros”,
“los gruperos”, “los skin heads”, “los tecnos”, “los heavy metaleros”, “los
roqueros”,”los del hip-hop”; “los del movimiento de los modernos primitivos”
(tatuadores, perforadores), o simplemente como colectivo cuyas prácticas sociales son
diversas y algunas obedecen a características de región, historia, idioma, raza, barrio, de
apropiación de la calle, preocupados por ser respetados, adquirir reputación y como
microgrupo mantener la unidad como una forma de protección ante la amenaza real y
simbólica de los otros grupos y de la sociedad en general, incluyendo a los mundos adultos.
Vamos a caracterizar a éstos agrupamientos como bandas culturales, “tribus urbanas” o
desde sus ciudadanías culturales.17
Estas bandas culturales tienen varios signos o emblemas imprescindibles, uno de ellos es
la significación de sus cuerpos en el espacio público, el uso social de drogas, el diseño
particular de sus estéticas, la apropiación real y simbólica de los espacios de la ciudad, el
17
En términos generales las bandas son colectivos de los sectores sociales más desfavorecidos que emergen a
finales de la década de los setentas y estallan en el espacio público de la calle y el barrio en la década de los
ochentas. Actualmente han tenido una mutación en lo que se conoce como las tribus urbanas
(microidentidades) que muestran ya una composición social variopinta, es decir, incluye a jóvenes de clase
media e incluso de recursos económicos y culturales más favorables.
122
consumo de música de rock con todos sus géneros, acciones ilegales menores, es decir,
no involucrados en los delitos graves, ni en el crimen organizado.
De estos emblemas retomemos el del uso social de drogas que llevan a cabo estas bandas
o tribus urbanas, ya que es un asunto crucial.18 Creo que a la droga cada vez más se le
incorpora como uno de los artefactos o accesorios que acompañan a las acciones sociales y
las expresiones culturales de una parte de éstos jóvenes. Las drogas son una mercancía
como bien material con valor simbólico que entra en el circuito del mercado globalizado, es
un producto más, por lo que hay determinadas drogas en la lógica de la oferta y la demanda
dirigidas particularmente al mundo juvenil como las denominadas y famosas drogas de
diseño “éxtasis” o “tachas”, asociadas a las escenas festivas (raves, antros, discotecas,
tocadas, conciertos y festivales).
En estas escenas festivas el cuerpo es una de las claves de la fiesta en tanto instrumento
para el establecimiento de vínculos, aunque sean fugaces, rápidos, volátiles y presentistas.
Asimismo, esta experiencia de la vivencia corporal se incrementa y se hace intensa
precisamente bajo los influjos de las drogas (de diseño), ya que remite a otros planos y
umbrales de las sensaciones y las percepciones de la realidad ligadas a determinadas
tensiones,
conflictos
y
circunstancias
de
las
sociedades
contemporáneas:
las
hiperindividualidades, los narcisismos agrupados y las vanidades públicas.19
Por otra parte, están también los jóvenes que se agrupan por aspectos identitarios y
aunque sin dejar de ejercer sus prácticas sociales se centran abiertamente en acciones y
actividades ilegales (asaltos, venta de drogas y tráfico de armas). Funcionan como una
18
Con respecto al consumo de drogas legales e ilegales por parte de éstos agrupamientos, me parece que se ha
sobresaturado de significación de su uso desde “las miradas” institucionales y de la mayoría de los que
investigan e intervienen socialmente a dichos grupos juveniles.
19
Es evidente que la línea preventiva en el uso social de sustancias, aquella que sustenta el “dile no a las
drogas”, tendría que replantearse seriamente en tanto que los índices de usuarios jóvenes sigue
incrementándose en cada una de las drogas empleadas. Cfr. Encuesta Nacional de Adicciones (2003).
Este replanteamiento implica reposicionarse y abrir hacia otras perspectivas como lo podrían ser los
programas de reducción de daño y del riesgo y del cuidado de sí. Tales perspectivas no se sustentan en los
discursos de la prohibición y el control, sino que consideran a los sujetos y actores, en este caso a los jóvenes
como ciudadanos con derechos civiles, sociales, políticos, culturales y capacidad de decisión con respecto a
sus prácticas y experiencias individuales, es decir, se trata de conceder el lugar de decisión responsable al otro
con respecto de sí.
123
especie de empresas organizadas hacedoras de ganancias y dinero. A estos
agrupamientos los vamos a caracterizar como pandillas industriales (Ideas propuestas por
Sánchez y Reynolds).20
Hay que decir que el crimen organizado ya penetró a estas adscripciones u organizaciones
identitarias juveniles urbanas, como por ejemplo, a una parte mínima de “Los Cholos” y de
“La Mara Salvatrucha (MS-13)”, por lo que algunos jóvenes involucrados en estos
circuitos se han convertido ya en actores muy visibles o en lo que se empieza a reconocer
como una nueva identidad social vinculada a las redes del crimen organizado. Son grupos
de jóvenes que emergen de la pobreza, la miseria, de los procesos migratorios y que
empiezan a insertarse en las redes de la delincuencia.
3.- De las adscripciones identitarias juveniles a las etnografías de pandillas.
Tenemos dentro de las conformaciones identitarias juveniles urbanas o si se desea de las
bandas juveniles culturales y de las pandillas industriales más visibles en el espacio de las
ciudades en América Latina a la de los cholos, los jóvenes banda, los punketas y los
pandilleros en México; la de las maras en el Salvador, Honduras, Guatemala y México; los
homboys, también en Honduras y Guatemala; los chapulines en Costa Rica; las manchas o
pandillas en Perú; las barras bravas en Argentina, Chile y Perú; los malandros en
Venezuela; los sicarios, las pandillas, los parches, los milicianos y los cambos en
Colombia y las naciones, las patas o las jorgas en Ecuador.
Una característica fundamental que signa a la gran mayoría de estas formas de
agregamiento y adscripción juvenil urbana es el hecho de que están inmersos y forman
20
Los mencionados autores del Center For Investigative Reporting / Centro de Periodismo de Investigación
en Berkeley, realizaron un trabajo durante año y medio con pandillas mexicanas en California y dan cuenta, a
través de testimonios e historias de vida de la estructura de la violencia que ejercen estos agrupamientos en
una confrontación abierta entre jóvenes norteños nacidos en California (chicanos-mexicoamericanos) y los
jóvenes sureños inmigrantes mexicanos radicados allá. Es una batalla entre jóvenes inmigrantes latinos
conformados en dos grandes pandillas: Nuestra Familia –Nuestra Raza- que controlan desde la cárcel el
trafico de armas y drogas (inicialmente seguían los ideales de César Chávez y el radicalismo de las Panteras
Negras) y combaten a los sureños, campesinos inmigrantes de origen mexicano conformados en lo que se
conoce como la Mexican Mafia. Cfr. George B. Sánchez y Julia Reynolds, “La Guerra Civil de las Pandillas
Mexicanas en California: (1ª) Paisanos que se matan entre sí”. (2ª) “Norteños: los Hijos de Chávez” y (3ª)
“Un largo camino a Delano”, en Periódico La Jornada, Suplemento Masiosare, No. 313 del 21 de diciembre
de 2003. No. 314 del 28 de diciembre de 2003 y No. 315 del 4 de enero de 2004, respectivamente.
124
parte de los constantes y permanentes procesos migratorios (del campo a las ciudades,
entre las ciudades y del país de origen a otros países de llegada), con la finalidad, en
primera instancia, de mejorar las condiciones objetivas (económicas, laborales) y subjetivas
de vida (huir de la represión, la exclusión social y del miedo), es decir, en procesos
migratorios forzados.
Esta situación de suyo compleja funciona a través de la constitución de una red de redes,
es decir, de las redes familiares, de amistad y de grupos étnicos que se van edificando entre
los connacionales y también a partir de elementos identitarios dependiendo de la
adscripción grupal y étnica de la que se trate y a la que se pertenezca. De tal suerte que así
es como encontramos las diferentes comunidades de jóvenes (“comunidades de sentido”)
que siguen trayectorias migratorias, de ida y vuelta, hacia los Estados Unidos de América y
Europa, principalmente.
Por su importancia sociocultural y características paradigmáticas tomaremos dos casos a
describir y analizar de estos tipos de agrupamientos juveniles conformados en lo que se ha
dado en llamar como bandas culturales y pandillas industriales, nos referimos a una parte
de “Los Cholos”, en el caso de México y a “La de las Maras” en México, el Salvador,
Honduras y Guatemala, especialmente la denominada “Mara Salvatrucha (MS-13)” y la del
“Barrio-18 o (MS-XV3).
Sin duda, uno de los agrupamientos identitarios juveniles mas longevos que se ha dado en
Latinoamérica es el denominado de “Los Cholos”; jóvenes de cultura de frontera que han
seguido la siguiente trayectoria: de los pachuchos (pasando por lo chicano) a lo cholo
(Valenzuela, 2002).
Es en la década de los años 40s, cuando un grupo de jóvenes mexicanos nacidos en
California, Estados Unidos y, de padres mexicanos, –de ahí lo chicano- conforman un estilo
juvenil combinando elementos de ambas culturas, la mexicana y la norteamericana para
hacer frente al hostigamiento y la discriminación racial a la que eran objeto por ser un
grupo minoritario de jóvenes latinos. Este movimiento posteriormente se expande hacia la
125
frontera norte de México derivando en lo que actualmente se conoce como los “cholos
o los cholillos”, visibles también en las principales ciudades del país; en Tijuana, Baja
California; Guadalajara, Jalisco; Monterrey Nuevo León y en México, D.F.
Lo interesante de este tipo de adscripción identitaria juvenil es que es un movimiento que
se despliega en dos planos, uno; del lado norteamericano y el otro, del lado mexicano, es
decir, del lado norteamericano, los “jóvenes cholos” son demasiado mexicanos para ser
norteamericanos y del lado mexicano, son demasiado norteamericanos o “gringos” para ser
mexicanos (Gama, 2002).
La contradicción y/o paradoja es que no son de aquí, ni de allá. Del lado norteamericano,
su adscripción identitaria reivindica a la cultura mexicana a través del uso de la música, el
cine, las fiestas, la comida, la creación literaria, la forma de vestir, el lenguaje o el “calo”
(combinación del inglés con el español) como identidad étnica ante la sociedad
norteamericana que tiende a marginarlos y discriminarlos por su condición de migrantes
latinos, por lo que se agrupan en gangas y clicas, a como lo hacen las bandas en los Ángeles
California, para hacer frente también a otro tipo de agregamientos juveniles urbanos como
los negros, los asiáticos, los africanos, los europeos (italianos) y, ahora, los
centroamericanos “(La MS-13)”.
Del lado mexicano, se reivindica también la identidad étnica y racial, en tanto la
insistente preocupación en recuperar el pasado prehispánico e indígena, a lo que se ha dado
en llamar el orgullo de ser mexicano o el “Mexican Pridge”, aunque con la tendencia de
vivir como si fuesen norteamericanos, al más estilo de vida americano, el “American Way
of Life”.
Los “Cholos”, son grupos de jóvenes, tanto hombres como mujeres de edades entre los
10 a los 22 años provenientes de los barrios populares y de las clases sociales más
desfavorecidas donde sus procesos de sociabilidad se han dado principalmente en la calle
con una alta desarticulación en la vida familiar. Su forma de agrupamiento es a través de
bandas culturales y mínimamente de pandillas industriales llamadas gangas o clicas que
126
vienen siendo los sustitutos emocionales del grupo familiar ya que se establecen entre
ellos vínculos afectivos duros y fuertes signados por la hermandad y la camaradería que
ayuda a la cohesión grupal frente a la amenaza de los otros grupos de cholos similares a
ellos y ellas, aunque no están exentos de fracturas y traiciones.
Esta adscripción identitaria juvenil urbana se ancla al territorio, de tal suerte que el barrio
y la calle se defiende a balazos creando una cultura de la muerte como forma y estilo de
vida que marca la cotidianidad de estos jóvenes. Son sujetos y objetos de violencia: una de
sus valoraciones o consignas es “la vida loca”, es decir, viven al extremo entre la rapidez y
la fugacidad de las drogas, el peligro y el riesgo constante de morir por la guerra de
exterminio que hay entre ellos, una especie de guerra civil protagonizada por pandillas de
mexicanos o de latinos. Asimismo, la figura de la madre y de la mujer es central en tanto
ser la “jefa”, por lo que la Virgen de Guadalupe cobra un culto religioso muy importante.
En cuanto a sus prácticas sociales y expresiones culturales destacan la significación y el
uso del cuerpo como accesorio importante para la gestualidad y las señas con las manos
como forma de identidad grupal y reconocimiento de la “clica o la placa” a la que se
pertenezca. El tatuaje es básico, ya que ofrece un carnet de identificación al “rayar” el
nombre del barrio o de la banda, la virgen de Guadalupe como acto de fe religiosa,
iconografías
de paisajes
mexicanos,
de imágenes
prehispánicas
y de ciertos
acontecimientos que tengan que ver con lo ilegal. Se fuma marihuana, se bebe mucha
cerveza y se hace uso del arte callejero, es decir, se hacen murales, placas y graffiti,
también se escucha música de hip-hop, breakdance y rap, principalmente.
Como decíamos, uno de los aspectos delicados, cuando devienen en pandillas
industriales, es que probablemente algunos de ellos, están siendo
penetrados por la
estructura del crimen organizado. Situación que coloca a esta adscripción identitaria, a la
banda cultural o “tribu urbana”, en la vulnerabilidad del estigma, los prejuicios y los
estereotipos, ya que ser cholo no implica en sí mismo ser delincuente, en otras palabras, la
mayoría de los jóvenes adscritos a éstas clicas y gangas no están vinculados con la
delincuencia del crimen organizado.
127
El agrupamiento de “La Mara Salvatrucha (MS-13)” y “La del Barrio-18 (MS-18 o
MSXV3), son grupos de jóvenes, hombres como mujeres, en sus orígenes salvadoreños que
incluye también a hondureños y guatemaltecos con características muy parecidas y
similares a la de los cholos mexicanos. Por ejemplo, están inscritos en los procesos
migratorios: “El Barrio-18” tiene sus orígenes en los Ángeles California, en la calle 18, de
ahí la denominación y está conformada por mexicanos, chicanos, cholos, salvadoreños y
demás centroamericanos. Así también se les encuentra en San Francisco, New York y
Washington.21
Se tiene conocimiento de que las primeras “Maras” se conformaron a finales de la década
de los setentas y principios de los ochentas con niños y jóvenes callejeros, entre 12 y 25
años de edad, de los barrios pobres, nacidos y crecidos en el periodo de la guerra en el
Salvador, hijos de combatientes, guerrilleros y guardias nacionales, vinculados al consumo
de drogas y delitos menores como el robo, dedicados a trabajos como obreros, vendedores
ambulantes, albañiles y en las maquiladoras. Muchos de ellos han pasado por las cárceles
tanto de los Estados Unidos como en el Salvador por pleitos. Su manera de agregamiento es
a través de las clicas, por lo que tenemos distintos tipos de maras, las hay del barrio o
callejeras, las estudiantiles y las delincuenciales o industriales (Cuerno, 2000; Sánchez y
Reynolds, 2003).
En cuanto a sus practicas sociales y expresiones culturales, también usan el cuerpo para
comunicarse e identificarse como clica o ganga, traen tatuajes, parecidos a “Los Cholos”,
escuchan música, más del tipo heavy metal, grafitean y plaquean en las paredes de las
ciudades en su apropiación simbólica, construyen mecanismo de ritualización al ingresar al
21
En este sentido y recurriendo a la hipótesis teórica de José Manuel Valenzuela, en el entendido de que “Los
Cholos”, le dan el rostro o configuran de sentido a la “Mara Salvatrucha”, cobra relevancia deducir que “La
MS” incorpora los rasgos identitarios de los “Cholos Mexicanos”: la significación del cuerpo a través del
tatuaje; la forma de organización tipo “clika” o “ganga”; escenificación de la batalla urbana por la disputa del
territorio; ritos de iniciación; códigos y reglas de honor; reivindicación de la raza y la nacionalidad;
administración del poder y del miedo, es decir, “La Mara” Salvadoreña, al llegar a los Angeles California, se
percata que la forma de sobrevivir en un país ajeno, es agruparse como lo vienen haciendo, al menos desde
1940, los jóvenes mexicanos “cholos”.
128
grupo, 13 minutos de golpes por parte de los mareros, igual que los cholos y, emplean
una forma particular de hablar.
En si, tanto el agrupamiento de “los Cholos” como el de las “Maras” son agregamientos
de jóvenes urbanos importantes para la construcción identitaria juvenil con sus practicas
sociales y expresiones culturales muy definidas y visibles en el espacio urbano, en tanto
que funcionan como grupos de pertenencia y referencia cohesionados y con lazos afectivos
muy fuertes entre ellos y ellas, tanto que la negación del barrio, de la placa y del grupo se
considera una traición, por lo que se paga con la vida.
Ambos agrupamientos y, en cierto sentido, son jóvenes organizados y constituidos como
grupos de resistencia y de reivindicación cultural, racial y étnica, ante los otros distintos a
ellos en su vivencia y experiencia de ser extranjeros y migrantes, regularmente indeseables
en el país de llegada. Por lo que agruparse y reconocerse como jóvenes latinos,
centroamericanos, mexicanos o salvadoreños, une y ayuda, máxime cuando lo que más
consume espiritualmente es verse y sentirse alejado de la patria, de la tierra de origen, la
familia y los amigos. Identidades juveniles urbanas de la nostalgia y la tristeza que transitan
en los distintos espacios de las ciudades mundializadas con el ansia de ser aceptados y
caber en algún sitio, aunque sea simbólicamente hablando.
Podemos decir que las bandas, las pandillas y la violencia juvenil marcan parte de la vida
cotidiana de las ciudades, las colonias y los barrios de las comunidades más pobres y
desfavorecidas. Además, se construyen lógicas diferentes y muy particulares con respecto a
los tiempos sociales, los espacios de la realidad y la particular administración del territorio,
del miedo social y del poder.
En este sentido, ser pandillero es una forma de vida a partir de la cual la violencia se va
administrando, por lo que a decir de Carlos Mario Perea (2004), los pandilleros hablan de la
marginación y evidencian la crisis cultural y urbana en la que viven una gran parte de
jóvenes en América Latina.
129
Así, la pandilla es de los pocos agrupamientos (sino es que el único) que todavía su
anclaje identitario se basa en el territorio, es decir, la calle, la esquina y el barrio se
defiende de los “otros” como intrusos y forasteros, incluso a balazos.
Estas situaciones de violencias donde una parte de los jóvenes son sujetos de ella, es
decir, la ejercen, tiene un impacto en los estados de ánimo y en las afectividades colectivas
ya que generan bastante tensión social que favorece a las posturas más conservadoras y
reaccionarias de la derecha de este país que le da acción y protagonismo a las iniciativas de
“mano dura”, “de tolerancia cero”, como a la reducción de la edad penal, a la pena de
muerte, a la Ley de Convivencia Cívica del Gobierno del D.F, a la implementación de los
toques de queda como en Tecate, Baja California o en Tlalnepantla Edo. de México, a los
grupos de autodefensa ciudadana o a la policía comunitaria que violan los más elementales
derechos humanos de éstos jóvenes y que en su acción también se convierten en sujetos de
violencia, es decir, en victimarios.
Este lugar de los jóvenes como sujetos de las violencias y también aunado a la
participación irresponsable, en la mayoría de los casos, de los medios masivos de
comunicación, ha favorecido la construcción de ciertas representaciones estigmatizadas en
tanto señalarlos como los causantes y responsables de la violencia. Así, se ha creado una
opinión pública dominante en contra de ellos y ellas que lo único que hace es crear más
tensión y conflicto social, ya que no aporta absolutamente nada para la solución de los
problemas asociados a las violencias. Por lo que convenios con Elena Azaola (2004:9)
cuando afirma: “[...] los jóvenes no son los únicos, y muchas veces ni siquiera los
principales responsables de la violencia en nuestros países”.
No me queda ninguna duda de que los jóvenes son los chivos expiatorios de los
problemas sociales y la coartada perfecta del fracaso de la mayoría de los Estados
Latinoamericanos y sus instituciones en términos de garantizar mejores condiciones de vida
para su población, especialmente para los estratos históricos y culturalmente más
desfavorecidos: los indígenas, los jóvenes, los ancianos, los pandilleros y todos aquellos
que pertenezcan a los grupos en desventaja social y que se encuentran en situaciones límite.
130
Coordenadas de salida.
¿Qué hacer o seguir haciendo?, ante este panorama demasiado desolador y desfavorable en
el que se encuentran una gran parte de jóvenes latinoamericanos en situaciones de
desventaja social, en situaciones límite, especialmente los agrupados en las pandillas
juveniles.
Pienso que de ya, hay que ciudadanizar los institutos de juventud (Federal y Locales)
donde quepan todos (académicos, investigadores, jóvenes no organizados, ONG’,
asociaciones
civiles,
líderes
comunitarios,
intelectuales,
artistas,
comunicadores,
periodistas, gestores de cultura y de políticas públicas, expandilleros y pandilleros.
Incorporar a los propios jóvenes en el diseño de las políticas sociales y los programas
dirigidos hacía ellos y ellas, a fin de que cobren sentido y significado para este sector
poblacional, con lo cual se incentiva la participación social.
Dirigir las políticas de juventud no sólo a los jóvenes, sino a las demás instituciones (de
salud, educativas, laborales, de vivienda, de recreación, de cultura) y, a los mundos adultos
a fin de que puedan comprender al menos lo que está pasando con sus jóvenes (bandas y
pandilleros) y actuar en consecuencia.
No basta con la legislación en sí misma (por ejemplo, La Ley de los y las jóvenes del
Distrito Federal), hay que trabajar a partir de la construcción de las ciudadanías juveniles
más allá de la adscripción identitaria a la que se pertenezca y en aras de ejercer los derechos
políticos, civiles, sociales y culturales de los jóvenes, especialmente el de las bandas y las
pandillas.
Crear espacios sociales y culturales de tolerancia donde los jóvenes no sean molestados por
su condición de ser joven con respecto a las diversas prácticas sociales y expresiones
culturales que llevan a cabo.
131
Reconstruir el tejido social y los mecanismos de mediación entre la comunidad, los
agrupamientos juveniles y las instituciones del Estado, a través del fomento de la confianza,
la solidaridad, la lealtad y la identificación colectiva.
Implementar dispositivos metodológicos como las etnografías que nos den cuenta de los
sentidos y los significados de la diversidad juvenil en correspondencia con sus distintas
situaciones límite y seguir incorporando a los pandilleros y expandilleros (Homies Unidos),
en los procesos de la investigación e intervención.
Llevar a cabo intervenciones de reacción rápida del tipo observatorios (de violencia, de
uso social de drogas, de conductas y trayectorias sexuales y de prevención en el abuso
sexual, por ejemplo).
En la medida de que seamos capaces de pensar de forma distinta los problemas que nos
atañen (la crisis urbana, los rostros de las violencias, los jóvenes y las adscripciones en
bandas culturales y pandillas industriales y, al mismo tiempo, sí intervenimos esas
realidades o influimos en los principales factores que intervienen de manera integral e
integrada, creo que es posible revertir, poco a poco, a nivel de la localidad, el barrio, la
comunidad y los vínculos sociales, las situaciones de desventaja social, a fin de que
nuevamente nuestras sociedades y ciudades urbanas tengan sentido para la población en
general, los jóvenes latinoamericanos, centroamericanos, mexicanos y, en particular, los
agrupados en las bandas y las pandillas juveniles.
132
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