Subido por Pablo García

Reflexiones de YOCKAZ

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Los tonos de la prudencia
1 COMENTARIO
Cuando doblé la esquina para entrar en la estrecha calle donde se situaba la oficina de Lorenzo, el zapatero amante
de los libros y de los vinos, me alegré al ver su clásica bicicleta recostada en el poste. Estaba temprano. El sol
acababa de surgir para evaporar el sereno que humedecía el revestimiento de piedras, dando así una agradable
sensación de andar entre brumas. Fui al taller en busca de café y un poco de prosa. Al entrar me deparé con otros
amigos del artesano. Sentados, mientras Lorenzo les llenaba las tazas, estaban reunidos en una especie de asamblea
informal. El zapatero me recibió con la alegría habitual, me acomodó sobre una caja de madera y luego me entregó
un pocillo humeante para ahuyentar el frío de la mañana y despertar las ideas. Aquellos hombres tenían entre sí una
amistad que los unía hacía mucho tiempo. Él me explicó que el grupo tenía un integrante adicional, René, el dueño del
puesto más tradicional de revistas de la ciudad, quien había fallecido recientemente. En frente al puesto de revistas,
todos los días y muy temprano, estos amigos se habían reunido durante años para conversar sobre cualquier asunto,
mientras aguardaban la llegada del periódico. Era un ritual que hacía parte de la historia de todos ellos. El hijo de
René había asumido el negocio desde el tratamiento del padre pero ahora, por causa de una deuda, el distribuidor se
negaba a entregar nuevos periódicos y revistas. Sin renovar el material para trabajar, el local estaba a punto de
cerrar. El hijo los había buscado para pedirles un préstamo para pagar la deuda y evitar que el tradicional negocio
cerrara las puertas. El problema era que el hijo, quien había vivido fuera por mucho tiempo, no tenía buena fama en
la ciudad.
Charles, el más conversador de ellos, dueño de la mejor librería de la región donde apenas se encontraban obras de
ficción pues según él ‘la realidad era demasiado absurda e inverosímil’, inició el debate. Dijo que René había sido uno
de sus mejores amigos y uno de los hombres más honestos que ya había conocido en la vida. Que no dudaría en
prestarle todo el dinero que poseía. Sin embargo, alertó, no podía dejar que la emoción le hurtara la razón: no se
trataba de René. Las historias que había escuchado sobre el hijo lo convencían de que jamás recibiría el dinero de
vuelta.
Yves, propietario de una maravillosa panadería donde era posible encontrar dulces capaces de evocar los mejores
sueños, aprovechó la oportunidad para contar lo que había oído de terceros. Eran muchos los comentarios sobre el
hijo del amigo que lo calificaban de ser negligente en sus empleos, llevar una vida desordenada y ser compulsivo por
el juego. Decían que el motivo por el cual había regresado al lado del padre se debía a una deuda contraída con
agiotistas y que estaba en riesgo si regresaba a vivir en la ciudad. Estaba seguro de que el esfuerzo de los amigos
sería en vano y que pronto regresaría a la perdición.
Antonio, director de una excelente escuela de secundaria, recordó que le habían contado que el hijo de René había
abandonado a sus propios hijos y no les daba ningún auxilio. Resaltó que un hombre digno no desampara a la familia.
Entendía la separación, nunca el abandono. Concluyó diciendo que padre e hijo eran muy diferentes y los amigos no
podrían dejarse engañar.
Francisco, dueño de un gran almacén, confesó que poseía una deuda de gratitud con René quien le había extendido la
mano cuando llegó a la ciudad sin conocer a nadie y sin ningún centavo en el bolsillo. Él fue su fiador ante los
productores para que pudiese llevar un cargamento de los famosos quesos de la región y revenderlo en otras
ciudades. Fue el peldaño necesario para convertirse en el empresario en el que se tornó. No obstante, tenía
conocimiento a través de fuentes confiables que la deuda del puesto de revistas había iniciado justamente con la
internación de René, cuando el hijo asumió el negocio, desviando el dinero para cosas superfluas e innecesarias.
Resaltó la fama que René había construido durante toda una vida basada en la credibilidad, honrando siempre los
compromisos y la palabra. René era un hombre digno para confiar la llave de la caja fuerte de un banco. Sin embargo,
desconocía que la honestidad se transmitiera en los genes. Era mejor que el hijo vendiera el negocio y que gastara el
dinero en otro lugar.
Convencidos y en acuerdo, la cuestión estaba terminada. Yo prestaba atención a todo lo que se había sido dicho y
consideraba que los amigos estaban en lo correcto al negar el préstamo. Sería dinero tirado a la basura. En ese
momento alguien se acordó de Lorenzo. El zapatero había oído a todos sin decir palabra. Le pidieron su opinión y él
no se hizo de rogar: “Todos los puntos de vista fueron muy sensatos. Es verdad que no podemos confundir padre e
hijo o fundirlos como si fueran una única persona. Cada cual es único y hay mucha belleza en esto. Acepto que la
probabilidad de no recibir el dinero de vuelta es enorme y que todo esfuerzo sea en vano. Las historias narradas
apuntan a la mejor decisión. Estoy de acuerdo con todos ustedes”, hizo una pequeña pausa y desentonó: “Hasta antes
de hacer la última curva”.
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Los amigos expresaron no haber entendido la anotación. Yo, callado desde mi lugar, entendía menos todavía. El
artesano nos desconcertó a todos: “Recibir el dinero de vuelta es lo de menos”. Se formó un murmullo. Los amigos
objetaron ante la afirmación. El dinero era fruto de su trabajo honesto y no merecía ser desperdiciado. Lorenzo inició
el raciocinio con una pregunta: “¿Qué los motiva a creer que él no aplicará la cantidad prestada al negocio
heredado?”. Retomaron las variadas historias en contra del comportamiento del joven. El zapatero levantó las cejas e
indagó: “¿Alguno de nosotros fue protagonista o testigo de alguno de esos hechos?”. Hubo un silencio inicial, sin
embargo enseguida uno de ellos recordó que las historias recibidas de fuentes confiables no eran pocas y por esto
merecían ser tomadas en cuenta. Enfatizaron en ser prudentes pues el momento lo exigía. El artesano meneó la
cabeza y dijo: “De acuerdo, la prudencia es una virtud importante para alejarnos de los riesgos innecesarios, sin la
cual los esfuerzos son inútiles. No obstante, ella no puede ser exagerada al punto de servir de disculpa para impedir el
ejercicio de la generosidad, otra valiosa virtud. Es el capítulo dos de la misma lección ofrecida por esta virtud”.
“La verdad mayor se revela con la comprensión de las pequeñas verdades que habitan en todos los corazones”. Hizo
una pequeña pausa y prosiguió: “Por ejemplo, sabemos que cuando recibimos una noticia que ha pasado por una
serie de interlocutores, generalmente está contaminada o alterada por los filtros de las emociones, de los traumas y
de los intereses individuales. Tal vez no sea del todo mentirosa, pero con seguridad no será del todo verdadera”.
Bebió un sorbo de café, se encogió de hombros y dijo: “La prudencia nos enseña a no reaccionar ante las historias
que no vivenciamos”. Frunció el entrecejo y agregó: “La misma prudencia nos recuerda que tales versiones tampoco
merecen ser abrazadas incondicionalmente”.
“De esta manera, utilizar esos comentarios para formar juicio de valor sobre alguien es una decisión equivocada,
trayendo para sí la enorme responsabilidad de alejarse de otra valiosa virtud: la justicia”. Bajó la mirada para que sus
próximas palabras no fuesen dirigidas específicamente a nadie y señaló: “Ser justo es uno de los más estrechos
portales del Camino. Nos erguimos, con enorme facilidad, en el papel de jueces en tribunales donde no fuimos
investidos con tal poder: juzgar la vida ajena. Peor aún, en la mano con que sostenemos la balanza colocamos
nuestras vivencias, emociones, tristezas, decepciones, descompensando la perfecta medida; en la otra mano, movidos
por los mismos sentimientos y experiencias frustrantes, afilamos la espada con el rigor de quienes insisten en mirar
fuera de sí en el intento de evitar el encuentro consigo mismo, con la ilusión de que los errores ajenos, al ser
revelados, puedan esconder nuestras propias dificultades”. Colocó más café en la taza de cada amigo y preguntó:
“¿Qué sabemos de la intimidad y de las crisis del matrimonio de ese joven? ¿Quién de nosotros en algún momento,
especialmente cuando éramos jóvenes, no nos desviamos en busca de placeres sensuales, ante la tentación del dinero
fácil o de las diversiones pasajeras? ¿Quién nunca necesitó examinar los planes y recomenzar? ¿Cuántas veces fuimos
llamados a revaluar la propia conducta?”. Bebió café y continuó: “Podemos considerar que la deuda fue contraída
justo cuando el padre estaba internado, al exigir mayores cuidados y más medicamentos o creer que los ahorros
fueron desviados para fines obscuros en momentos de poca vigilancia. Si el dinero fue gastado en el tratamiento o en
farra no sé responder, pero tampoco quiero adivinar. Sólo sé que cada uno tiene historias que no quiere que sean
recordadas en público, así como tenemos otras que son merecedoras de sincera admiración. La prudencia nos
recuerda ambas”.
“La prudencia nos avisa que corremos serio riesgo de perder el dinero prestado. Por otro lado, la prudencia nos llama
la atención para no desperdiciar la oportunidad de ayudar a alguien en un momento crucial de su vida, de no
desaprovechar la oportunidad de hacer la diferencia. Si pensamos bien, la deuda es el menor de los peligros que
corremos”.
“La prudencia apenas avisa, quien impide es el miedo. La prudencia nos pide que tengamos cuidado al seguir, nunca
que desistamos. Toda virtud necesita de otras para complementarse: la prudencia sin amor se vuelve egoísmo; sin
compasión es abandono; sin coraje es fuga; sin generosidad es renuncia; sin justicia es cobardía. La prudencia, esa
virtud tan mal comprendida, tiene compromiso con el perfeccionamiento, jamás con el retroceso, o no sería una
virtud”.
“Tenemos ‘todo y nada’ que ver con la vida ajena”. Ante los semblantes de duda, explicó: “Absolutamente nada si
consideramos la verdad irrefutable de que el hijo de René es el único responsable por su felicidad y elecciones. O
todo, si consideramos que el Universo necesita de mensajeros para apalancar los destinos de aquellos que se
arrepienten. Cada uno de nosotros necesita de esas oportunidades para ejercitar las variadas virtudes, entre ellas y
principalmente, la del amor en un grado que aún no conoce en sí. Entonces, ir más allá”.
“Experimentar lo mejor de sí y de la vida, aunque existan serios riesgos de pérdidas o esconderse en el vacío de la
aparente seguridad en una existencia sin magia, sin ninguna Luz. Dependiendo del momento, la prudencia puede
recomendar cerrar las ventanas para no oír las voces de las calles o puede aconsejarnos abrir las puertas para invitar
al mundo a la calidez del corazón. ¿Por dónde anda nuestra prudencia?”.
2
Un gran silencio reinó por largo tiempo. Cuando me di cuenta, todos ellos tenían los rostros bañados en lágrimas. Sin
decir palabra, cada cual llenó un cheque y lo dejó encima del mostrador. En seguida, como si aquella conversación no
hubiese acontecido, uno de ellos recordó que el domingo siguiente sería Pascua. Todos se alegraron y comenzaron a
discutir en cuál restaurante irían a almorzar. Escogieron el predilecto de René
De vuelta a casa
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Cuando doblé la esquina y no vi la clásica bicicleta de Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos,
recostada en el poste en frente a su taller pensé que no estaba con suerte aquel día. Los horarios improbables e
inusitados de funcionamiento de la zapatería ya eran leyenda en la pequeña y elegante ciudad, localizada en la falda
de la montaña que acoge al monasterio. Yo estaba triste. Desde siempre, la relación con mi madre había sido
complicada, como si amor y dolor alternasen en el palco de la vida, generando memorias que interferían en los días
por vivir. Tuvimos otra discusión y yo quería reunirme con el buen artesano. Necesitaba hablar para recordar lo que
ya sabía y oír para aprender lo que todavía no sabía. Era hora de almuerzo y decidí ir a un agradable restaurante
cerca de allí. Como si la casualidad existiera, cuando entré me deparé con el zapatero sentado en la mesa con una
mujer más joven que él. Yo no la conocía. Cuando me aproximé percibí que ellos estaban tomados de las manos y
tenían el rostro mojado con lágrimas. Retrocedí pero él me vio, sonrió de manera sincera y me llamó. Me regaló un
fuerte abrazo y me presentó a la joven. Era su hija menor. Ella había salido muy temprano de casa. Después de
muchas peleas con el padre abandonó la universidad sin la debida conclusión y permaneció años sin dar noticias. Yo
conocía la historia y sabía que Lorenzo la había buscado durante mucho tiempo sin éxito. Ella acababa de volver. La
alegría por el reencuentro transbordaba en ambos.
Fuimos presentados y la joven fue muy amable. Habían terminado de almorzar, ella le pidió la llave de la casa al
padre; necesitaba un baño y algún descanso. Feliz, se despidió. Lorenzo me pidió que me sentara para comer. Ordenó
otra copa de vino tinto para acompañarme. A solas, el artesano me contó que la hija había regresado después de
constantes decepciones y frustraciones por las cuales había pasado; venía en busca de apoyo y auxilio. Le comenté
que era una excelente oportunidad para tener una seria conversación y para que fuera riguroso, ya que sólo lo había
buscado porque el mundo había sido hostil con ella. Él sonrió levemente y dijo: “No, Yoskhaz. La vida ya le aplicó las
lecciones más duras, es mi oportunidad para hacer la diferencia, para dar la otra mejilla. Ella necesita comprensión y
cariño, además de mucho amor”.
Bebió un sorbo de vino y agregó: “Todos, por la incomprensión de sí mismo, parten rumbo a un país distante para
encontrarse hasta entender que aquello que buscan está en casa; entonces tarde o temprano regresan”. Lo interrumpí
para decirle que no había entendido esta última parte. Él explicó: “Es un viaje que todos hacen, sin excepción.
Algunos sienten la necesidad de viajar con el cuerpo; no obstante, todos lo realizan en espíritu, dentro de sí”. Insistí
diciendo que no comprendía. El zapatero fue didáctico: “La insatisfacción y la angustia se fundamentan en la
fragmentación del ser. Dividido entre los deseos del ego y las necesidades del alma, el ser alimenta dudas que
dependiendo de cuánto ya se conoce, de cómo lidia consigo mismo y con las propias emociones, del refinamiento de
las percepciones y, en consecuencia, con la situación presente, podrá generar factores de paralización, fuga o
evolución. El hecho desagradable puede generar una inseguridad capaz de llevarlo al completo estancamiento
dejándose dominar por el miedo; a una fuga ante la dificultad para equilibrar los instintos primarios con los deseos
más nobles; o a usar el momento para entender mejor la búsqueda por la esencia que lo ilumina, en la jornada para
la superación de las dificultades que lo limitan en ese momento”.
“Todos traemos herencias sociales, culturales y ancestrales que componen los archivos tanto del ego como del alma.
El ego está ligado a los placeres inmediatos y sensoriales, a los instintos impulsados por las sombras, a los aplausos,
a la seguridad de la vida por el control de la voluntad ajena, a la dominación, a la posesión, al brillo social. El alma es
la parte del ser preocupada con el desarrollo de las virtudes, los sentimientos fraternos, la evolución, el encanto de la
vida por la libertad de los otros y de sí propio, el desapego, la Luz personal. A cada elección separamos aún más las
partes o las aproximamos, en un proceso de armonización y posterior plenitud”.
“En diferentes niveles, todos perciben esa división interna. Entre mayor el abismo, más dolorosa es la herida. Unos
prefieren ignorar la fragmentación y le conceden total poder a las propias sombras. Son los que desean dominar a los
otros, las situaciones que los cercan o viven en función de acumular bienes materiales; miedo, egoísmo, vanidad y
ganancia son las sombras que dominan a esos individuos; suelen estar rodeados de personas con iguales intereses
simulando afecto y, aunque nieguen o intenten disfrazar las apariencias, son profundamente infelices y amargados.
Presta atención, ellos aparentan poseer gran fuerza externa, se sostienen en el orgullo de la ilusión de creerse
mejores, en la arrogancia de sentirse poderosos, pero en el fondo son frágiles y desean auxilio para salir del sótano
oscuro en que se encuentran. Nunca admiten sus errores, permanecen estancados, el ego viajó a un país distante,
lejos de casa y no admite volver. El alma es la verdadera casa del ego, que insiste en negarla, en la búsqueda por la
felicidad en un lugar distante, fuera de sí mismo. En ese momento, ellos se hacen esclavos de las propias sombras”.
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“Otros, un poco más conscientes, optan por sofocar los instintos primarios y los recuerdos traumáticos en verdadera
guerra contra sí mismos, con la ilusión de esconder las sombras, ante el riesgo de permitir su aparecimiento furtivo y
la pérdida inesperada de control. A menudo las sombras se manifiestan como explosiones nerviosas o decisiones
inaceptables de personas aparentemente calmadas y sensatas. ‘No creo que fulano haya hecho eso, él siempre
parecía tan equilibrado’, es la frase que solemos oír en esos casos. Aprisionar las sombras es una guerra sombría que
acabará llevando al individuo al descontrol, a accesos repentinos de furia o a seguir hacia el otro lado, igualmente
negativo, de la depresión, del desánimo o del pánico. Intuyen que necesitan regresar a casa, pero todavía no saben
cómo. El ego está perdido en el bosque de las sombras. Desesperados, intentan huir de sí mismo. Quedan
aprisionados con las sombras como carceleras”.
Algunos, no obstante, pueden verse en el espejo con sinceridad; están dispuestos a profundizar en el
autoconocimiento. Aceptan la existencia de sus sombras y las abrazan con amor. A cada consejo oriundo del ego, el
alma lo convida a conversar con cariño a fin de mostrarle que siempre existen diferentes posibilidades, como si fuese
un niño que necesita ser educado con amor para volverse un adulto mejor. Cualquier memoria desagradable que
traiga culpa o trauma, ya que nunca será olvidada, no debe ser castigada o repelida cuando se presenta. Al contrario,
es una excelente oportunidad para ser tratada con sabiduría, compasión, humildad, equilibrio, perdón y,
principalmente, amor, en trabajo incansable de mostrar que cada uno actúa según la exacta medida de su capacidad
de mente y corazón, en aquel momento del proceso evolutivo. Tanto tú como el otro. Al entender que el error es
permitido a todos en la escuela de la perfección, dejamos de envolvernos en la tristeza, que tanto corroe, o debatirnos
por la culpa, que tanto paraliza, para asumir la responsabilidad de hacer diferente y mejor de allí en adelante. Así
iniciamos el trayecto de regreso a casa. En el ejercicio de armonizar el ego y el alma para que se hagan uno, siempre
teniendo las virtudes como guía, la Luz acaba disipando definitivamente las sombras; esto integra el ser y lo libera”.
“Cuando el ego está desorientado parte a un país distante con el deseo de encontrar la miel de la vida. Las
experiencias vividas, sumadas a la ampliación de la consciencia y a la capacidad amorosa, lo hacen percibir que la
búsqueda de los bienes valiosos e imperecederos tienen como destino el otro lado de sí mismo, el alma. Entonces, ese
día, regresa a casa y sucede el gran reencuentro”.
“Este grado de equilibrio se llama madurez y se refleja en la mejoría de todas nuestras relaciones. Es la
sedimentación de la virtud de la armonía en el ser y la posibilidad de vivir en paz.” Añadió que su hija estaba
comenzando a experimentar esta última enseñanza y concluyó: “El movimiento interno siempre se refleja en la
actitud exteriorizada”.
Argüí que era muy fácil arrepentirse después de ‘estrellarse contra el mundo’. Lorenzo levantó las cejas e hizo una
pregunta retórica: “¿No es así con todos?”, en seguida prosiguió el raciocinio: “Como en la parábola del hijo pródigo,
abandonamos la casa en busca de lo mejor que la vida tiene para ofrecer, ilusionados con riquezas y placeres. Las
tempestades nos obligan a buscar un puerto seguro. El regreso a casa marca la sedimentación de la humildad en el
ser: sólo tendrá espacio para crecer aquel que se admite pequeño y se coloca a disposición de las lecciones. Al
entender que la conquista del tesoro es el desarrollo de las propias virtudes, el andariego admite el rumbo
equivocado, da media vuelta y armoniza el ego con el alma. Esta virtud, la humildad, permite iniciar el Camino y será
indispensable para atravesar el primer portal”. Volviendo a referirse a la hija, dijo: “Tratarla de manera severa es
hacer lo mismo que el mundo ha hecho. Ella ya aprendió estas lecciones. Recibirla con amor es hacer diferente y
mejor. Es entregarle lo que necesita”.
Terminó el vino y pidió permiso para retirarse. Deseaba estar al lado de la hija. Me dio un abrazo y lo vi salir del
lugar, estaba radiante de alegría. Pedí una torta de chocolate como postre y percibí cómo todo aquello se aplicaba a la
relación con mi madre. Aún sin conversar sobre ello con el zapatero, él me había proveído de todas las respuestas que
yo necesitaba. Ya habíamos sido muy rigurosos uno con el otro; muchos cobros y exigencias, ninguna paciencia y
poco respeto para aceptar las diferencias y los límites del otro. Era hora de invertir aquel juego y permitirme hacer
diferente para que yo pudiese descubrir lo mejor de los dos. Corrí a la estación y compré un pasaje en el próximo
tren. Almorzaría con mi madre el domingo. Yo estaba, de varias maneras, volviendo a casa.
Gentilemente traducido por Maria del Pilar Linares
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La Estación
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En la pequeña y elegante ciudad localizada en la falda de la montaña que acoge al monasterio hay una antigua
estación de tren. Estaba con Lorenzo, el elegante zapatero amante de los vinos y de los libros, sentados en un antiguo
banco de madera a la espera de su sobrina, que a pedido de la madre, una de las hermanas del artesano, pasaría
algunos días con el tío, con la intención de ayudarla a disolver la angustia que la sobrecogía. Estaba muy temprano y
el sol aún no ganaba fuerza para ahuyentar el frío de la madrugada. Percibí que Lorenzo estaba encantado con todo
aquel movimiento de llegadas y partidas, típico de cualquier estación. Antes que yo indagase sobre el asunto, apareció
su sobrina. La joven tenía alrededor de treinta años. Muy bonita, aunque bastante desanimada. Se abrazaron
fuertemente como hacen los que se aman al encontrarse. Fuimos presentados y ella fue muy gentil. La joven dijo que
deseaba un café. Nos dirigimos a una cafetería próxima. Cuando la simpática mesera colocó sobre la mesa las tazas
humeantes acompañadas de pan caliente con el delicioso queso de la región, la sobrina abrió su corazón. Lamentó
que la vida hubiera dado un vuelco.
Ella estaba de vacaciones. Trabajaba en una famosa empresa de moda italiana de ropas y accesorios femeninos,
mundialmente conocida. El ambiente en el trabajo andaba pésimo; disputas internas, no siempre dignas, por más
espacio y notoriedad, así como discordia entre todos los del equipo de su sector. Además de esto, no sentía en su
pareja la motivación y alegría sinceras de estar a su lado. Como si no fuera suficiente, el padre se encontraba en
coma terminal, reflejo de la enfermedad que lo acometía hacía años. Finalmente confesó que, aunque siempre había
amado la vida, vivir de aquella manera no le parecía atractivo. Le faltaban fuerzas para proseguir.
El zapatero mordió el sándwich, se limpió los labios, bebió un sorbo de café… Como si no tuviese prisa para escoger la
mejor palabra, apuntó con el mentón hacia la plataforma detrás de la ventana y dijo: “Una vez al día, todos los días,
esta estación recibe y despacha muchas personas. Vengo aquí hace años y cuando veo a dos personas abrazándose,
muchas veces llorando, nunca sé si es por la alegría de la partida o de la llegada”. La joven lo interrumpió para
advertir que podía ser de tristeza, ya que la partida no siempre es deseada. Lorenzo la miró con dulzura a los ojos y
explicó: “Cada vez que hay tristeza por el simple hecho de alguien seguir su rumbo, significa que existe algo errado
en nosotros. Los espíritus libres encaran la partida con sabiduría y amor, por lo tanto, con alegría”. Hizo una pequeña
pausa para volver a beber un sorbo de café y continuó con el raciocinio: “No me refiero apenas a la partida de
personas queridas para otras ciudades o esferas, sino también de empleos, cosas, amores, ideas y comportamientos.
Estamos condicionados a tener el control de nuestras vidas; sin embargo, por error de cálculo pasamos buena parte
del tiempo intentando dominar las situaciones externas que nos envuelven, justo aquellas sobre las cuales casi no
tenemos injerencia, olvidando cuidar de la única parte sobre la cual tenemos total poder: cada uno sobre sí mismo.
Cambiamos la realidad a medida que modificamos nuestras elecciones; tan sólo en el ejercicio de la libertad
encontraremos la plenitud y la paz”.
“Nuestras elecciones nos conceden el poder de la vida. Perfeccionar las elecciones es el verdadero proceso de
liberación y cura del ser. Alas o esposas se definen según entendamos las razones y los sentimientos que mueven
cada decisión. Tristeza o incomodidad en la partida revelan la posibilidad de apego, egoísmo o intento frustrado de
dominación. “Posponer la partida es prolongar el dolor. Suelta todo y a todos. Esto es esencial para quien quiere
aprender a volar”.
Dio una pequeña pausa y prosiguió: “¿Por qué entristecerse con el ciclo de la vida? ¿Percibes que todo y todos tienen
su hora de partir?”. La joven se espantó. ¿Todo y todos? El artesano meneó la cabeza y dijo: “Sí, sólo sufrimos por la
partida de alguien cuando, por infantilidad o miedo, transferimos equivocadamente a otra persona el eje central de
nuestra existencia. Recupera el poder que te pertenece por esencia, mientras tanto, no interfieras en la trayectoria
ajena”.
“No me refiero sólo a las personas que parten hacia otros destinos en busca de sí mismas, también a cosas, lugares y
situaciones que ya tuvieron importancia en nuestras vidas, pero que completaron sus ciclos. En suma, todo lo que
representa el status quo está sujeto a cambio; todo lo que está no permanecerá, de lo contrario no tendrá lugar la
indispensable renovación y la vida no nos deleitará con su fantástica magia. Esto nos ayuda a tener una relación
saludable con lo efímero y, por consecuencia, con la temida muerte, fase necesaria para la continua evolución”.
La muchacha confesó que tenía miedo de perder lo que había conquistado y terminar sin nada. El tío se mantuvo
didáctico: “La vida exige coraje, pero no el heroísmo agresivo o desmedido de los locos, sino la valentía tranquila que
nace de la visión de los sabios. ¿Te has dado cuenta que la estación de partida es la misma de llegada? Precisamos
dejar ir para que podamos tener los brazos abiertos y las manos libres para recibir lo que o a quien vendrá. El sabio
sabe que el fin de un ciclo será necesariamente el inicio de otro, así como una historia comienza cuando otra termina.
Esto alimenta y fortalece tu coraje ante lo nuevo y desconocido”.
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La sobrina preguntó cómo saber que la hora de soltar algo ha llegado. Lorenzo dijo: “Cada vez que nos sentimos
infelices o incómodos significa que algo debe ser modificado. Siempre en nosotros mismos, nunca en los otros. Cada
cual es responsable por sus transformaciones y asume las consecuencias de sus elecciones. Abandona definitivamente
el vicio de desear que el otro, o hasta el mundo, cambie para adecuarse a sus deseos. Esto es falta de respeto y, lo
peor, intento de dominación, además de inútil pues es ineficaz. Haz tu parte de la mejor manera posible y tan sólo
sigue adelante. Podrás no estar de acuerdo con el otro, pero jamás impongas cualquier tipo de cambio bajo ninguna
condición. Lo contrario también se aplica: nunca concedas a nadie el poder sobre tus elecciones. Al final, y gracias a
ellas, cabe a cada cual las duras intemperies o los bellos paisajes del propio viaje”.
“Ten presente la posibilidad de aceptar con paciencia y respeto cuando la decisión de alguien en partir, de alguna
manera, te afecte. El otro también está en la trayectoria para el encuentro consigo mismo. En ese caso es hora de
desear buen viaje y substituir la tristeza de lo que se va por la alegría de lo que vendrá.”.
“Cuando la vida se muestra desabrida o desagradable está avisando que es hora de hacer cambios inevitables para
impulsar los avances, que es momento de partir o dejar ir. La vida precisa de movimiento para que no se estanque.
No el movimiento vacío de la diversión superficial que no pasa de ser una fuga de sí mismo, sino el movimiento que te
lleva al encuentro interior, aquel que te convierte en una persona diferente y mejor; libre y en paz.”.
Permanecimos algún tiempo sin pronunciar palabra hasta que la joven comenzó a llorar. Le pregunté si estaba bien.
Ella movió la cabeza de manera afirmativa. Dijo que necesitaba estar a solas consigo misma. Pagamos la cuenta y
salimos.
Pasados algunos días, regresé al taller de Lorenzo y le pregunté por su sobrina. Dijo que ella había ido a pasar una
semana en la hacienda de una amiga, cerca de allí. Estábamos en el medio de una conversación cuando la sobrina
entró. Quedé sorprendido. El semblante era otro, traía una bonita sonrisa en el rostro. Me saludó y le dio un beso en
la mejilla al tío. En seguida mencionó que los días de introspección le habían permitido una importante revelación
acerca de la realidad. Ella entendió que la terquedad para soltar lo que la cercaba sólo prolongaba el sufrimiento al
mantener a su lado lo que ya no debería estar. El estancamiento trae podredumbre; en el movimiento reside la cura.
Ahora podía ver esto con claridad. Recordaba la dificultad y los dolores del padre durante el tratamiento; el deterioro
físico ocurrido. Tenía la clara percepción de que ambos estaban presos en una celda dolorosa; él a la espera de oír
que podía partir en paz, pues ella estaría bien y, tarde o temprano, se encontrarían en otra estación ya que el amor
alinea los destinos. Confesó ser egoísta y ahora estaba dispuesta a despedirse de él. Le desearía un buen viaje y un
hasta luego. El artesano movió la cabeza y dijo: “Sí, llega la hora de disolver el cuerpo para que el espíritu prosiga
hacia un nuevo trecho de la gran jornada”.
En seguida, la joven comentó sobre la cantidad de concesiones forzadas estaba haciendo para mantener al novio a su
lado, que además de infructíferas, los hacían infelices. Había llegado el momento de cada uno tomar su tren y partir
en busca de nuevas historias. El romance tuvo sentido hasta un determinado capítulo, después las letras no
compusieron palabras. Finalmente, confesó cómo se sentía oprimida en la empresa en la que trabajaba. Aunque
hubiese ganado mucha experiencia, estaba insatisfecha. Sabía que muchos deseaban el empleo que ella tenía, pero
de nada servía ser admirada y vivir el sueño ajeno si ella no era feliz allí. Ya no sentía la alegría de los primeros años.
Admitió que siempre pensó en crear ropa y accesorios de moda a su propio gusto y estilo. Era necesario colocar el
vagón de la vida sobre la carrilera en dirección a su don. Estaba determinada a renunciar, abrir un pequeño atelier,
desarrollar su propia marca. Sabía que al comienzo sería muy difícil, pero igualmente desafiante, pues al final estaría
realizando su sueño. Con los ojos aguados narró que recordaba haber oído de la boca del tío, cuando era niña, que los
riesgos son los condimentos de la vida y que sin libertad el espíritu enferma.
Lorenzo abrió una amplia sonrisa, se levantó y abrazó a la joven por largo tiempo. Se miraron profundamente y el
zapatero dijo: “Estás lista para ir a la estación. El tren de tu próximo destino acaba de llegar”.
Belleza oculta
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En las mañanas era común encontrar al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, en
el jardín del patio interno del monasterio, cuidando de las plantas. Su predilección eran las rosas, a las cuales les
dedicaba horas y horas. Siempre que era posible me gustaba acompañarlo, no por el gusto a la jardinería sino por las
conversaciones proporcionadas. En ese día, una joven fue a buscarlo. La muchacha se declaró desencantada ante la
vida. Nada le entusiasmaba, sus días eran grises y las personas le parecían desprovistas de encanto. Confesó que la
alegría la irritaba pues le parecía una tontería. Los días no era más que una sucesión de errores y frustraciones. No
existía razón para sonreír. Al terminar con sus lamentos le preguntó al Viejo si era feliz. El monje que oyó todo con
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paciencia y atención mientras cuidaba del jardín, le mostró una oruga que tenía en la palma de la mano sacada de las
flores, la guardó en el bolsillo de la túnica para después soltarla en el bosque y dijo: “Siempre habrá motivos para
sonreír; la alegría es una semilla que puede germinar incluso en el desierto. La alegría es una elección de la sabiduría
y del amor”.
La joven lo interrumpió para decir que todo era demasiado poético y poco práctico. No tenía sentido que la alegría
fuera una decisión, mucho menos que estuviera relacionada con la sabiduría y el amor. El Viejo explicó: “El
sufrimiento es una elección. La alegría es la alternativa”. La muchacha se irritó. Acusó de insensible al monje en
relación a los problemas ajenos, algunos muy serios. El Viejo, sin perder la serenidad, prosiguió: “El problema nunca
será el verdadero problema. El problema es la manera como cada uno decide enfrentar las inevitables adversidades.
Puedes percibirlo como una barrera insuperable y sentirte frustrada, entonces ahí tienes un problema. También
puedes entender que allí reside una lección de aprendizaje y superación, en ese caso, estarás ante un maestro. En
cada curva podemos estancarnos o evolucionar. La decisión es personal. Cada cual viaja en condiciones propias, como
heredero de sus elecciones”.
La joven volvió a discordar. Sustentó que el sufrimiento tenía como fuente razones externas, ajenas a la voluntad de
las personas. No había como evitar eso. El monje, con mucha calma, intentó explicarle: “Pienso que no. Lo que
determina la alegría o la tristeza es la visión”. Hizo una pausa y comenzó a hablar como si pensase en voz alta:
“¿Dinero? Ya encontré gente feliz viviendo en barrios pobres, así como personas deprimidas habitando mansiones a la
orilla del mar. ¿Nostalgia? Cierta vez fui a visitar a un amigo internado para tratamiento de un cáncer severo. Nunca
lo había visto tan feliz. Me dijo que la enfermedad había sido la mejor cosa que le había sucedió, pues le dio un nuevo
sentido sobre valores e intereses. Agradecía por aquel momento angular en su vida. La enfermera que cuidaba de
aquel sector estaba mal humorada y lamentaba su suerte por haberse torcido el pie”.
La mujer reveló que había perdido su empleo y, como si no bastara, el novio había terminado la relación
abruptamente, al descubrirse enamorado de otra mujer. El monje se esforzó para mostrarle un infinito abanico de
posibilidades: “Son situaciones que pueden parecer el fin del mundo o que surgen como una oportunidad de
renovación para que tu don personal o la magia de la vida se revelen. Cuántas veces lo que vemos como tragedia no
es más que el universo, en su infinita bondad e inteligencia, intentando corregir una trayectoria errática, conspirando
a nuestro favor, mientras insistimos en interferir”. Volvió a guardar silencio por instantes y expresó: “Un error muy
común reside en confundir los deseos como si fueran escalones evolutivos. No siempre una cosa tiene que ver con la
otra. Entonces, es necesario fracasar para aprender a hacer lo correcto. Nos demoramos para entender al creer que
ya lo sabemos. Como el ego suele gritar al hacer sus exigencias, tenemos dificultad en oír los consejos de la voz
suave del alma. Por esto es tan importante el silencio, la quietud y el encuentro consigo mismo”.
“En resumen, alegría o tristeza, definen la visión que cada cual se ofrece a sí mismo. Orgullo o humildad; vanidad o
sencillez; ilusión o verdad; maquillaje o cura. ¿Qué buscas cuando te observas en el espejo? Esto define si el mundo
continuará siendo un lugar desagradable o no”.
La joven dio una carcajada. Sarcástica, dijo que aquel discurso era bonito, pero distante de la realidad. Mencionó que
le gustaría encontrar un único motivo para sonreír. Declaró que su vida era una tragedia. El Viejo se mantuvo
impasible y dijo con dulzura: “Dificultades financieras, problemas de salud, la muerte de personas queridas, relaciones
afectivas frustradas, sueños negados, muchos son los motivos de tristeza cuando te observas prisionera de la
situación; o de alegría, cuando percibes la herramienta ofrecida para aprender a vivir diferente y mejor. La vida
precisa de las decepciones para provocar el cambio en la manera de ver el mundo; de las dificultades para
perfeccionar la manera de andar. Así, de modo extraño, la vida se vuelve perfecta a través de las imperfecciones”.
La mujer declaró que perdía su tiempo con aquella conversación. Tenía cosas que hacer. Antes de salir, acusó al
monje de mantener aquel bello discurso por el hecho de llevar una vida mansa, cuidando de las flores, sin nunca
haber enfrentado un revés. Se dio media vuelta y partió. Yo quedé perplejo; toda aquella grosería me había
incomodado bastante. El monje se volteó, tomó el alicate y, con enorme tranquilidad, volvió a cuidar de las flores. Me
quedé observándolo y vi que había paz en su expresión. Una calma verdadera e irrefutable. Quise observar si sus pies
tocaban el suelo, pues tuve la sensación de que flotaba en el aire. Cuando comenzó a tararear una antigua canción,
me pareció demasiado y como había visto todo sin decir palabra, resolví entrometerme. Le pregunté si no se sentía
ofendido con la situación. El Viejo me miró sorprendido y respondió: “De ninguna manera. La descortesía fue de ella,
yo la traté con atención y amor. Le ofrecí lo mejor de mí con sinceridad. Por ello, no puedo permitir que la desarmonía
de nadie desestabilice mi paz. Permito que la luz ajena me contagie, la sombra jamás”.
“Todo conflicto o decepción puede ser un problema paralizante o un desafío para la evolución. Este es el poder de las
elecciones. La diferencia reside en la cantidad de luz que está infundida en tu voluntad y qué virtudes has
sedimentado en el ser, así cada cual narra verdaderamente su propia historia. Queramos o no, la película de la vida
de cualquier persona cuenta una trayectoria de superación. Toda victoria está entrelazada a fracasos, errores,
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decepciones, además del compromiso en intentar de nuevo, una y otra vez. Claro que lo puedes hacer con tristeza,
pero considero más leve e inteligente usar la alegría”.
Argumenté que algunas personas tenían una vida más difícil que otras. Para mi sorpresa, el monje paró de podar las
rosas, guardó el alicate y se sentó en el banco de piedra a la sombra de un árbol. Cuando me miró sus ojos estaban
aguados. Le pregunté si estaba bien y asintió con la cabeza. Después dijo: “Cada cual enfrenta las perfectas lecciones
que le corresponden. La vida entrega los instrumentos necesarios y las condiciones adecuadas para que el ser ilumine
las sombras que lo habitan. Ni más, ni menos. En esencia, tenemos que ejercitar el amor a través de las variadas
virtudes existentes. Las virtudes son las herramientas de la Luz, el amor es la más importante de ellas”. Me miró
profundamente a los ojos y dijo: “Vivir el amor y la alegría al lado de quien amamos, en perfectas condiciones de
convivencia y sin problemas es maravilloso, pero es para los débiles. A los fuertes les es destinado el desafío de hacer
florecer el amor y la alegría ante las adversidades”.
Le pregunté si la vida había sido dura con él. Una lágrima escurrió por la piel arrugada del monje. Le pedí disculpas
por haber provocado, sin querer, aquella emoción. Él sonrió y dijo con dulzura: “Está todo bien. Sólo hay nostalgia
donde existe amor. Soy grato a esto”. Después continuó: “Cuando joven, mis sueños eran otros, nunca me imaginé
haciendo parte de una orden esotérica y viviendo en un monasterio. Deseaba una vida cómoda y una familia feliz,
ideal bonito de vida, que nada tiene de malo. Estudié mucho, conseguí un excelente empleo, me casé con una bella
mujer y llegué a la cima de la carrera al conquistar la presidencia de una famosa empresa multinacional. En seguida
mi esposa quedó embarazada y mis mejores sueños estaban en la palma de mi mano. Recuerdo que pensé: ‘llegué a
lo alto de la montaña’. Sin embargo, el parto se complicó y en un sólo instante perdí a mi mujer amada y al hijo
deseado”.
Lo interrumpí para decirle que no era necesario continuar, en caso de que no se sintiese a gusto. Me ofreció una
sonrisa dulce y meneó la cabeza diciendo que no tenía problema. Después continuó: “Como si no bastara, una crisis
financiera de ámbito mundial hizo con que la empresa en la que trabajaba fuera absorbida por otra. Me agradecieron
por mis servicios, pues yo ya no era necesario allí. Tuve varias relaciones, algunas muy interesantes; tuve otros
empleos excelentes, pero ya no me sentía a gusto con esto. Conozco historias de muchos que lo lograron, pero
conmigo fue diferente. Creí que iría a sentirme triste, pero algo había cambiado. Poco a poco percibí que mi éxito, a
pesar de proporcionarme conforto y admiración, era fuente de ansiedad, insomnio y nerviosismo. En el matrimonio,
aunque amaba a mi esposa, las discusiones eran una rutina. Con el pasar del tiempo, por algún motivo, en el auge de
la vida profesional y afectiva yo estaba siempre descontento. Vivía un sueño bonito y deseado por la mayoría de las
personas, pero no era feliz. Sí, atrás de la bella apariencia de un hombre fuerte y eficiente que conquistó el mundo,
era frágil en esencia e incapaz de conquistar mi propia paz. El motivo era simple: aquel no era mi sueño y comenzaba
a entender esto. Otro era mi campo de batalla. Al menos en esta existencia. Era preciso reinventarme. Vinieron
nuevos estudios, otros intereses, personas con nuevos valores, la Orden. Fue una larga caminada hasta llegar aquí,
con las dificultades y alegrías inherentes a todo recorrido, pero diametralmente opuesta a los sueños iniciales. Todos
los problemas, conflictos y frustraciones se mostraron imprescindibles para que el verdadero sueño se presentara y
aconteciese. La visión se modificó y diferentes se volvieron las elecciones. Entonces conocí la felicidad de una manera
inimaginable en otros tiempos”.
El Viejo me miró como un padre y dijo: “Es preciso ver la belleza oculta de la vida. El amor y la sabiduría escondidos
en cada curva cerrada del Camino. Los deseos necesitan frustrarse para que los sueños se revelen; la vida precisa ser
resbaladiza para que corrijamos la ruta; lo incorrecto es el mapa que nos lleva a lo correcto. La necesidad bendice la
evolución; el problema, cuando es bien aprovechado, se convierte en el esmeril de la virtud. De lo contrario,
continuaremos confundiendo pasión con amor; conocimiento con sabiduría; fuegos artificiales con la verdadera Luz”.
Hizo una pequeña pausa antes de finalizar: “Entender la belleza oculta de la vida significa desarrollar la capacidad de
ver el rostro de Dios en todas las cosas”.
Alquimistas modernos.
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Uno de los grandes sueños de la humanidad, a través de los tiempos, ha sido transformar el hierro en oro. El otro es
la imortalidad. Así, la humanidad ha atravesado los siglos alimentando la ambición de vivir para siempre, de manera
ostentosa y sin el esfuerzo del trabajo cotidiano. Bastaría un pedazo de metal barato dentro del calderón en ebullición
para transformarlo en el producto más antiguo y precioso para que el mercado se enterara de la noticia. Castillos
lujosos, comida en abundancia, todos los placeres para siempre.
Existe una buena cantidad de literatura medieval sobre aquellos científicos que sobrevivieron a las explosiones y al
tiempo. Textos con criptografías próprias y en códigos para que apenas los iniciados en asuntos esotéricos fueran
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capaces de leer. Para algunos el motivo del secreto era resguardar la fórmula que garantizaría la transformación y la
fortuna, pues si el valioso metal estuviera a disposición de todos perdería su noble valor. Para otros todo esto es una
gran tontería.
El hombre vive a través de los siglos conforme su nivel de conciencia trayendo para sí las exactas experiencias
esenciales de acuerdo con su aprendizaje. Culturas distintas se mezclan a propósito para aprender y enseñar entre sí.
Como una cadena invisible, la humanidad crea eslabones de libertad y unidad.
La vida nos muestra que la evolución es hija de la transformación. El mundo se renueva y avanza con los cambios
operados sobre su propio eje. Una sociedad o tribu apenas mejora su entendimiento sobre todas las cosas cuando
cada uno de los miembros modifica verdaderamente su forma de ver y actuar sobre algo. Cualquier cambio impuesto
más allá de las fronteras de la conciencia es frágil y pasajero.
En resúmen, desde siempre hemos entendido, o deberíamos entender, el valor de las transformaciones o la esencia
alquímica.
Falta decodificar la piedra filosofal y el elixir de la vida.
Los alquimistas siempre tuvieron fama de ser sujetos extraños e inteligentes. O, por qué no, locos. Pienso que
continúan siendo así, al menos los verdaderos alquimistas. Por qué titularían de piedra filosofal el secreto que
transforma el hierro en oro? Por qué usar el término filosofía en una cuestión puramente financiera o científica?
Desde el comienzo de los tiempos el oro es símbolo de gran riqueza y poder. Trae en sí dos conceptos importantes: su
valor invaluable independiente de las crisis políticas o mundanas; es imperecible, no se oxida o desgasta. En teoría,
sería un puerto seguro para atracar y proteger nuestra flota de preocupaciones e inseguridades. Sin embargo, filosofía
significa, a groso modo, la capacidad de pensar la realidad de forma crítica e independiente, observar y analizar todas
las cosas desde todos los ángulos y posibilidades. Pero, no estábamos hablando de oro? Exacto. Nos falta
conceptualizar el oro al que se referían aquellos brujos extraños de la época. La referencia era en sentido literal o
figurado? La respuesta está en si podemos interpretar los textos y parábolas sagradas en sentido literal.
No. Lo sagrado estará siempre oculto y a disposición del mundo hasta que cada cual lo revele para sí.
Nuestra riqueza más valiosa es nuestro espíritu, totalmente inmaterial. Estamos todos, sin excepción, en un viaje
infinito y maravilloso de la estación de las tinieblas al puerto de la luz. Con muchas escalas. El tiempo de travesía es
propio y relativo, pues depende de la capacidad individual de transformarse, de entender las propias sombras y
transmutarlas en luz. Sombra en luz, hierro en oro, esta es la piedra filosofal.
El espíritu fuerte y libre enfrenta las tempestades de este mundo tridimensional con serenidad, ya que es conciente de
que nadie le puede arrebatar su verdadera riqueza. Incendios destruyen casas, guerras arruinan patrimonios e
imperios poderosos, ladrones te arrebatan tus pertenencias, pero quien te robará el amor y la sabiduría enraizadas en
tu alma? Ningún rey o juez puede condenarte a perder estos bienes. Tampoco el tiempo lo pudrirá o el mercado
depreciará su valor. Tu siempre estarás más allá de esos débiles poderes. Aquí está el oro.
Sin embargo, tendremos la muerte siempre al acecho, con su guadaña afilada amenazándonos y asustándonos con las
señales de enfermedad, desastres, asesinatos, sentencias condenatorias o del propio reloj de la existencia. Para que
serviría todo el oro si la muerte acaba con la vida y con ella toda la ganancia obtenida por el amor y la sabiduría? De
ahí la necesidad del elixir de la eterna juventud que permite que el oro pueda ser disfrutado en paz y para siempre.
Lo más curioso es que ese precioso líquido que permea tu existencia te pertence y has bebido de su fuente desde
siempre. Muchos aún no entendieron o se han olvidado de esto a cada problema que surge. Somos eternos, todos. No
a través de nuestro cuerpo frágil y transitorio, templo provisional del espíritu, el cual es eterno. Tu eres espíritu
infinito y no el personaje físico que hoy recorre un pedazo de la gran travesía, cada trecho tiene su belleza por la
oportunidad para aprender, compartir transformarse y evoluicionar. La muerte es una de las grandes y bonitas
lecciones transformadoras. Tu eres y tienes tan sólo lo que vives: tus sentimientos, la alegría que sembraste por
donde pasaste, el abrazo sentido, la sonrrisa sincera. Aquí está tu equipaje. Se muere muchas veces y cada
nacimiento significa una nueva oportunidad para alcanzar la próxima estación hasta el puerto de destino o la
iluminación, usando el término típico de la milenaria filosofía oriental. Entender este proceso significa liberarse del
sufrimiento que cuestiones y preocupaciones menores, traídas por la transitoriedad de lo físico, te impeden disfrutar
de todo el oro que es tuyo e interfiere en la transformación de una cantidad mayor de hierro en reluciente metal.
Sombras en luz, más y más, cada vez más.
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Así, concientes o no, traemos la alquimia viva latiendo a cada día en nuestras almas. La búsqueda incesante y
esencial opera infinitas transmutaciones capaces de convertir hierro en oro para seguir el viaje, ya que en cada puerto
es necesario presentar un equipaje alquímico mayor y, como consecuencia, más leve. Amor y sabiduría son visados
indispensables para sellar el pasaporte.
Así de fácil? Preguntan los más escépticos y desconfiados. Por qué los sabios de la antiguedad no desvelaron la
fórmula de manera didáctica y directa, en cambio de decodificarla para pocos? Tenemos que entender que todo,
absolutamente todo, está acorde a su tiempo. La Historia está repleta de magos condenados y asesinados por hablar
de asuntos con enfoques distintos a los oficialmente aceptados. Las hogueras de la Inquisición e intolerancia ardieron
y quemaron conciencias cristalinas con la ilusión de que el fuego extinguiera la verdad. Todavía hoy existe
desconfianza y descrédito por parte de muchos que se niegan a entender, disfrutar y deleitarse con la alquimia de la
vida, de la propia vida. El hombre siempre temió lo que no podía entender o imaginaba ser una amenaza capaz de
hurtarle sus pobres posesiones y conquistas ilusorias. El tiempo es inexorable y trae las transformaciones necesarias
para que podamos continuar el viaje. La vida es el camino, somos andariegos, la luz es el destino.

Esclavos contemporáneos.
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Un día te cansas de tí mismo. Del paisaje descolorido de tu cuarto oscuro, de ser tu propio carcelero. Sí, las prisiones
más crueles tejen sus rejas en la ingeniería de ideas enlatadas, preconceptos o covardías impuestas por miedos
ajenos y ancestrales, o por alguien. Llega el momento de probar las alas que siempre fueron tuyas y que nunca
usaste. Entonces te lanzas en un vuelo absurdo en las profundidades coloridas y alturas iluminadas de un universo
desconocido y fantástico que se despliega en la medida de tu ligereza, coraje y osadía. Es así que sucede cuando se
asume el protagonismo de la propia vida. El poder, la magia y el encanto son tuyos, traélos de vuelta!
A veces somos prisioneros de conceptos que nos fueron impuestos y que simplemente aceptamos por miedo o
comodidad; otras veces estamos subyugados por personas y, por algún motivo, no podemos rebelarnos contra la
dominación permitida. Las personas sólo tienen sobre ti el poder que tu mismo les concedes. Entender este sencillo
concepto es verse fuerte frente al espejo de la vida.
La decisión de ser emocionalmente independiente, de manifestarse de acuerdo con la propia verdad, es esencial en el
maravilloso sendero de la libertad. Abdicar de la plena conciencia es transferir al otro la esencia de la vida. Cuando
renunciamos a vivir lo mejor que hay en nosotros le negamos al mundo algo impar, pues no hay dos seres iguales. Tú
eres único y en esto reside toda tu belleza.
Aceptar que algunas personas tengan poder sobre otras como un comportamiento normal, es creer que algunos
nacieron apenas para satisfacer y servir a otros. Conceptos medievales que la historia trató de erradicar por ser
totalmente absurdos. Sin embargo, el deseo de dominación todavía se manifiesta por atavismo, ignorancia o mala fé,
haciendo que muchos se curven ante su existencia tácita como una especie de esclavitud contemporánea, sea en el
ámbito afectivo o social.
El miedo está en la raíz de ese comportamiento castrador que lleva a una persona a anularse frente a otra o incluso
ante todos. El miedo silencioso de que si yo expongo mi verdad voy a terminar mi matrimonio o relación, ser
despedido o discriminado en el trabajo, perder al amigo o ser alejado de determinado grupo, acaba con cualquier
posibilidad de ser pleno. Es como intentar ser feliz siendo apenas la mitad de lo que somos.
Todos quieren ser aceptados, amados y admirados. No obstante, se olvidan de que en el fondo nadie reverencia al
débil. En la mejor de las hipótesis despierta sentimientos de misericordia y compasión. En la peor, desprecio e ironía.
Nadie recuerda el nombre del extra en la película; la historia no menciona a los covardes.
Amenazas mudas de rechazo, despido o deudas morales disimuladamente creadas, y que jamás se pueden pagar, son
algunos trucos de los esclavistas modernos. Sus látigos eficientes y sordos. Conoces a alguien así? Si anteriormente la
fuerza de la ley exigía tal sumisión, hoy tenemos a los esclavos que no se pueden liberar de los grilletes emocionales
que los atan a los absurdos deseos ajenos. Y, claro, son infelices. Todos, víctimas y victimarios, sin exepción.
Dictadores, en cualquier escala o tamaño, son sujetos atormentados.
Sin embargo, libertad no es concesión, es conquista. No se pide, se impone. Sólo tu puedes firmar tu propia
independencia. Si hablas y actúas según tu verdad harás con que el otro pida el divorcio, te despida, nunca más esté
contigo; gritar, patalear o hacer mala cara, mejor. Señal de que esa relación estaba basada en la dominación, en la
mentira, en el abuso y en el dolor. Con seguridad lo que tu estás dejando atrás no te hará falta, pues tiempos y
compañías mejores se presentarán. Nada bueno se puede mantener en la esclavitud de la voluntad. Deja ir lo que no
te sirve más. Sólo así lo nuevo podrá surgir y brillar.
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Si logras establecer un nuevo concepto de relación basado en el respeto y la dignidad será perfecto. Si se acaba es
porque te sublebaste contra el dominio; significa que aquella relación estaba estropeada y el final llegó en un buen
momento.
Nadie le pertenece a nadie. Tu vida es personal e intransferible. No la entregues a nadie, pero no te olvides de
compartir tus alegrías y logros con el mundo.
Pregúntate a ti mismo si el otro tiene el derecho a establecerse como dueño de tu voluntad y verdad. No tengas
miedo de tomar tus propias decisiones, ellas son herramientas poderosas para navegar por la vida. Es a través de tus
elecciones que trazas tu camino en el mundo, escribes tu historia y ejerces tu espiritualidad. En breve tus decisiones
serán sagradas. Hónralas como una deidad!

El pensamiento libre no es sólo pensar.
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Las peores prisiones son las que no tienen rejas. La ilusión de la libertad es la más cruel de las cárceles pues no
permite tener consciencia de los límites de nuestras elecciones, al no percibir que las fronteras son cada vez más
estrechas y, al contrario de lo que parece, apenas limita el tamaño y empalidece los colores del mundo. El
pensamiento libre, la autonomía de las ideas, el espacio para aceptar lo diferente exige esfuerzo, osadía y coraje,
mercancias raras en los estantes de los corazones y mentes.
Al mundo siempre le han parecido extrañas voces y actitudes disonantes que interfieran en la administración, el
control y los negocios de quienes piensan que los otros están ahí para servir y no para compartir. Quien no se adecua
queda relegado del mundo, son marginales.
No cito aqui a los que confunden coraje con violencia, o a los que se encaminan por las sendas de la delincuencia por
ignorancia o cobardía. Me refiero a los hombres más sabios y valientes de la Historia, aquellos que le quitaron el
sueño a los gobernantes sin dar un sólo golpe o incluso emitir alguna palabra agresiva. Jesús fue el mejor ejemplo, sin
embargo tenemos otros más contemporáneos como Martin Luther King. Mahatma Gandhi colocó al poderoso Imperio
Británico de rodillas usando como armas la sabiduría de pensar diferente, la osadía de desobedecer, concomitante con
el amor de caminar por la senda de la no violencia. Arrebató multitudes, pues tocó sus corazones y mentes. Le dió
color a sus almas.
La convivencia social crea la falsa sensación de que para ser aceptado es necesario pertenecer a alguna tribu, pues,
además de cómodo, facilita el control de la administración al encuadrarte en modelos prestablecidos y con límites
definidos. Tu escoges un clan y haces una especie de contrato de adhesión, tácito e inconsciente, igual a esos que
vienen listos para operadoras de telefonía o TV por cable, aceptando los conceptos y preconceptos, ideas
preconcebidas y enlatadas, definiendo lo que es correcto e incorrecto, lo que es permitido y lo que es prohibido. Te
vistes como ellos, usas un vocabulario propio y frecuentas los mismos lugares. Hasta llegas a pensar que eres feliz y
que encontraste tu lugar. Un proceso de estandarización, homogenización y, lo peor, pasteurización. Renuncias a lo
que hay de mejor en ti para ser aceptado sin problemas en el grupo y te sientes feliz. De esta manera renuncias a ti
mismo. Recordaste a Fausto? Bueno, guardando las debidas proporciones es exactamente esto. Abdicas a la libertad
de pensamiento a cambio de aceptación y seudo-felicidad. La administración lo agradece.
Hombres libres piensan globalmente, son ciudadanos planetários, son solidarios, y saben que cada quien es único. No
hay otro igual a ti. Y existe belleza en cada uno de nosotros, cada cual a su modo, a su manera, como piezas distintas
que componen un maravilloso mosaico.
El afán de cada dia con sus múltiples novedades te hacen olvidar lo nuevo. Lo verdaderamente nuevo es lo que de
hecho es diferente y que es capaz de provocar transformaciones estructurales y no apenas cambios aparentes en las
novedades.
En realidad la Historia nos muestra que fueron aquellos que creían que todo podía ser diferente y mejor, quienes
pusieron la cara – al final, a la administración no le gusta ser perturbada – y transformaron el mundo, pues eran el
ejemplo vivo del cambio. Usaron sus propias vidas como materia prima para una obra de arte mayor, y desmoronaron
los alicerces del status quo, haciendo con que el mundo avanzara. Esas personas hacen la diferencia porque se
atreven a pensar diferente. Se transforman en héroes por el simple hecho de no aceptar papeles secundarios,
rechazar los límites que les fueron impuestos, cortar las amarras que les impedian volar. A veces somos como la
oruga que se deslumbra con la belleza y el vuelo de la mariposa sin saber que también tenemos alas.
Será que no es el momento de replantear todos tus conceptos e ideas? De transformarte en el protagonista de tu
propia vida? Tu tienes este poder. Una insurrección en tu forma de pensar, un análisis cuidadoso de lo que de hecho
es tuyo y de lo que te fue impuesto sin que percibieras. Reflexiona principalmente sobre lo que te hace actuar como
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autómata y piensa si realmente tiene sentido. Recapacita si, desde el fondo de tu corazón, estás de acuerdo con esas
ideas o apenas las sigues por pura comodidad o miedo al rechazo social.
Un buen truco es percibir si tu forma de pensar y actuar le trae dolor y sufrimiento a los otros. Si es así, estás en la
hora de cambiar. Sembrar la alegría por donde vayas es una manera inteligente de tenerla dentro de nosotros.
Durante ese proceso te conocerás mejor y, no obstante las flores y las espinas que encontrarás em el caminho, verás
que es maravilloso. Al final tu eres tu mejor compañía. No se te haga raro si las personas comienzan a percibir un
brillo extraño em tus ojos. Es pura luz!
Sé el héroe de tu propia revolución, de la transformación de tu alma. La única manera de cambiar el mundo es
cambiando uno mismo.

Ser más allá de estar.
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Todo texto o palabra es sagrada si tiene la fuerza de iluminar el camino. Entre los muchos libros que nos sirven de
guía en este infinito y fantástico viaje, la Biblia se mantiene como fuente inagotable de sabiduría y amor, elementos
indispensables para nuestra transmutación personal. Así, poco a poco, transformamos el mundo.
Narran los evangelistas, en varios pasajes de los cuatro libros, que Jesús al entrar en cualquier casa o lugar saludaba
a todos de manera serena, “que la paz sea contigo”.
Por algún tiempo creí que se trataba de un error de traducción, ya que la Escritura fue hecha en arameo para
posteriormente ser traducida al griego y solamente después llevada a los demás idiomas. Todos conocemos la
dificultad de traducir de un idioma a otro. Pensaba que el verbo correcto sería esté em lugar de sea. “Que la paz esté
contigo” me parecía la construcción correcta y, por lo visto, para muchos otros, pues ya ví textos y sacerdotes
referirse así a la palabra del maestro. Yo estaba equivocado.
Considero que no hay letra equivocada, falta o exceso en aquellas páginas, rostro iluminado, inspiración de sus
escritores, después reunidos en un único libro, éxito editorial atemporal y sin precedentes para el bien de toda la
humanidad.
Jesús era el orfebre de la palabra y confeccionaba sus discursos y parábolas con tal riqueza que permite hasta hoy
nuevas y hermosas interpretaciones según el nivel de todo el mundo. No tengo duda de que “la paz sea contigo” es la
correcta y más sabia traducción.
Todos anhelamos el paraiso, lugar donde no se conozca el sufrimiento y la felicidad sea inmensa. Al preguntarle donde
se localizaba ese santuario, Él enseñó que no lo encontraríamos en ninguna provincia o país, pues siempre llevaremos
nuestro dolor por donde andemos, al menos mientras permitamos que este exista. Explicó que el amor y la sabiduría
son el mapa y la brújula que guian a la más bella de todas las catedrales que late viva dentro de nosotros. La vida es
tratamiento y cura. Es el encuentro de lo divino que habita en cada uno.
El Reino de los Cielos está situado en el centro de tu corazón. Sus ladrillos están hechos de la paz indispensable que
buscamos para atravesar el largo sendero de la vida. La serenidad y la alegría son necesarias para colorear la belleza
que
hay
en
todo
y
en
todos.
Inclusive
en
nosotros.
La paz es personal y es compartida sin cualquier esfuerzo por quien ya la alcanzó, construida internamente en lo
profundo del alma por la ingeniería del entendimiento y de la tolerancia.
Estar es diferente de ser. Muy diferente. El estar es una estación, ser es el viaje en sí. Estar es transitorio, momento
pasajero condicionado por autorización de una u otra situación ocasional, que por tener estas bases es frágil. El ser es
permanente, erguido mediante experiencias y percepciones que al mostrarse iluminadas se vuelven inquebrantables,
siendo incorporadas a tu manera de ver y actuar. Sabiduría entremezclada con amor que se sedimenta por sí y a
través de sí, como catedral de piedra sobre piedra, indestructible a las peores tempestades debido a la solidez de sus
cimientos. Riqueza inmaterial que ningún rey o juez será capaz de confiscar, ni un ladrón de robar. Es parte infinita de
tu alma, verdadero y eterno tesoro. Estará contigo por donde andes.
Ser es mucho más que estar. “Que la paz sea contigo” es una bonita bendición y una enseñanza de valor inestimable
del maestro.
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
Tus alas son del tamaño de tu corazón.
1 COMENTARIO
A menudo nos encontramos al borde del abismo. Conflictos afectivos, problemas profesionales, disputas familiares, se
asemejan a una figura en el acantilado que nos amenaza con caer y nos roba la paz. El deseo sincero de cambiar el
rumbo de nuestras vidas, comenzar un nuevo trabajo que se adecue más a nuestros verdaderos dones y talentos, una
relación amorosa despojada de mentiras y preconceptos, un hilo nuevo para coser el deshilachado tejido familiar cuyo
desgaste, que de tan viejo, se perdió en los rincones de la memoria, son cuestiones actuales que devastan a todos
con gritos silenciosos desde lo más íntimo de las conciencias y los corazones.
¿Cuál es la manera más sabia de pasar por un desierto abrasador, con sus peligros inherentes, ausencias de agua y
vida, serpientes y escorpiones que lo habitan? ¿Cuál es la forma más inteligente de alcanzar la cima de una montaña,
enfrentando las asperezas de la roca vertical y del fuerte viento que sopla en tus oídos bajo el inminente peligro de
caída?
A través de los tiempos, caravanas y alpinistas nos han ofrecido valiosas lecciones de determinación y desapego
necesarias para enfrentar semejantes desafíos.
“El águila también”, susurró en mi oído, como dulce brisa de verano, un viejo y querido chamán del pueblo Navajo. “El
águila tiene el poder de atravesar las arenas calientes y sobrevolar los altos desfiladeros sin ningún sufrimiento”.
Canción Estrellada, como se hizo conocido después de despertar su don de, mediante palabras cantadas o no,
mantener una lámpara encendida en la noche oscura de sus hermanos, estaba refiriéndose a la capacidad de ver al
mundo desde lo alto como si fuesen los ojos de un águila. “Modificar el ángulo de visión permite observar todo y a
todos bajo otra perspectiva, o miles de ellas, en la infinidad que la vida lo permite. Un muro puede ser un obstáculo
insuperable en tu camino, pero si es visto desde lo alto, con los ojos del pájaro, no pasará de un rayón de tiza en el
suelo. En realidad casi todos los muros tienen la altura de un simple trazo en la arena del camino”, confesó el sabio
sacerdote en una noche fría mientras la conversación fluía al calor de las llamas de la hoguera de otoño. “Cuántos
viajes fueron interrumpidos sólo porque no supiste pedirle al águila sus ojos prestados”, lamentó. Sin demora le
pregunté como me sería posíble tal visión. De la manera peculiar con que los pueblos nativos comparten su sabiduría
ancestral, Canción Estrellada me miró profundamente a los ojos y después de un breve silencio, como si esperase que
el viento le soplara la mejor palabra, me dijo que le mostrara al águila mis alas, pues vuelos altos exigen grandes
alas; así ella entendería a qué altura yo podría aventurarme. Quise indagar por el tamaño de mis alas, todavía sin
entender por completo la lección. “Tus alas son del tamaño de tu corazón”, respondió con su hablar pausado, casi
susurrando, con la mirada perdida en el brillo de una estrella distante.
Le ofrecí un puñado de tabaco y Canción Estrellada me honró al compartir la misma pipa. El humo llevó nuestra
gratitud a los espíritus ancestrales por permitirnos llegar hasta aquel punto. Fumamos en silencio por horas que no se
contar y con el día casi despuntando, se terminó la valiosa lección.
“El infinito sendero de la vida se resume en la escalada para entender y la travesía de vivir las variadas facetas del
amor. Desde su forma más primitiva y sombría, manifestada a través de los celos y de la pretensión de ser dueño de
alguien, hasta la grandeza del amor incondicional de amar al otro como a sí mismo. Lección presente en todas las
tradiciones de oriente a occidente. Iniciamos la jornada con alas tan pequeñas que ni siquiera corremos el riesgo de
volar bajo, ni salir del suelo, para tener una visión más allá de la neblina densa de la mañana. Esto hace del mundo
un lugar pequeño y conflictivo, pues hasta las piedras más pequeñas son obstáculos enormes. La necesidad visceral
de volar – la evolución es inherente a todos – te obliga a crear condiciones para que tus alas, gradualmente,
adquieran tamaño y tus vuelos altura. La sabiduría para comprender que todo lo que eres y tienes se resume a cuánto
amor puedes dar, define hasta que punto puedes seguir al águila y usar sus ojos”.
“Fuiste tu quien me ofreció el tabaco que fumamos hace poco y fue la vida que te proporcionó las condiciones y te
convirtió en instrumento de este encuentro. Tu me diste tu tiempo y tu atención. La humildad, el desapego y la
alegría son formas de agradecer y respetar, pues lo que la vida da, la vida toma. Sólo lo que queda para la eternidad
y delinea tu espíritu es el amor que sentiste y compartiste. Esto es verdadeamente tuyo y ésta es la exacta altura de
tu vuelo”.
“Que tus alas tengan jornadas cada vez más osadas a través de la paz que habita las grandes altitudes del ser”.
Gentilmente traducido por Maria Del Pilar Linares.
El caos es bueno.
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Generalmente usamos la palabra caos para referirnos a situaciones de desorden y confusión en el mundo o en
nuestras vidas. En diversas tradiciones mitológicas el caos significa un vacío informe e ilimitado que propició el
surgimiento del universo. En la tradición platónica es un estado de desarmonía que precede un nuevo orden. El I
Ching enseña que el caos trae la tempestad que le permite a la vida florecer nuevamente. En la Física el témino es
utilizado para explicar un sistema dinámico que evoluciona de acuerdo a la ley determinista, sensible a pequeñas
alteraciones iniciales. De cierta manera todas las definiciones se encajan. El caos es una palanca para la evolución
personal y de toda la humanidad.
La ley de la evolución es inexorable. Avanzamos por gusto o imposición, lo que define el grado de dificultad y el
tiempo del proceso. El entendimiento y las elecciones determinan en cada uno los dolores y las delicias de la travesía.
La vida avanza en ciclos. Ella es un gran ciclo compuesto de innúmeros ciclos menores, que se comportan como
escalas de aprendizaje en el infinito camino hacia la Luz. Si miramos hacia atrás y prestamos un poco de atención no
tendremos dificultad en identificar diversos ciclos ya vividos. La casa de los padres, situaciones académicas,
profesionales, afectivas, paternidad o maternidad, lugares diferentes en los que vivimos, son ejemplos fáciles de
vislumbrar, siendo que cada uno de estos ciclos puede subdividirse en otros. Cada ciclo contiene una lección esencial
para el nuevo tramo de la jornada en el que podemos ser mejores y diferentes para enfrentar nuevos retos. Cuando
nos rehusamos a aprender la lección el ciclo se repite infinitamente, como si el tren diera una vuelta en circulo para
volver a la misma estación. ¿Quién ya tuvo la sensación de repetir muchas veces una misma situación, como si fuera
un libro ya leído? ¿Te has preguntando por qué aquel conflicto es tan recurrente? Son señales de que estás
aprisionado en un ciclo. La vida es antagónica a cualquier tipo de prisión. Sí, la vida es un artesano que te moldea
para que seas libre. Para que la página se voltee definitivamente es necesario darnos cuenta de lo que se necesita
aprender y modificar; entonces el ciclo será finalizado y otro se iniciará. El fin de un ciclo es necesariamente el inicio
de otro nuevo.
Muchas veces permanecemos estacionados en un ciclo por comodidad o adicción. Consciente o inconscientemente
sabemos lo que debe ser modificado, pero nos falta fuerza, voluntad o dignidad. Entonces surge la figura maravillosa
del caos como si fuera un poderoso martillo que derrumba viejas formas y conceptos. El viejo mundo queda destruído
para que el nuevo pueda ocupar su lugar empujándonos hacia la evolución.
Al inicio lo desconocido trae miedo e instala desarmonía en las mentes aún infantiles con la falsa e ingenua sensación
de que es el fin del mundo, cuando en realidad es apenas la persona de la limpieza arreglando el desorden, botando la
basura para reordenar la casa de manera diferente y mejor. Un nuevo universo comienza a abrirse. Como los dedos
del caos son largos, en aquel momento no podemos entender exactamente lo que nos trae, provocando que la
inseguridad domine las acciones. A menudo las personas se desesperan.
No obstante, sabemos que gracias a la destrucción provocada por el caos relaciones adictivas son deshechas para que
nuevos lazos surjan, basados en sentimientos e ideas más nobles; empleos desaparecen para forzar el rescate de
dones y talentos adormecidos que, despertados por el ruido del colapso, terminan alejando la amargura al presentar
nuevas y, hasta entonces, desconocidas pinturas que comenzarán a colorear el camino del viajero. La invitación hecha
por la muerte trae sentido a la vida en mentes distraídas; el horror de la guerra muestra el valor de la paz. Basta
prestar atención, las lecciones están a disposición por toda parte.
Entender y aceptar que todo, absolutamente todo, lo que sucede en nuestras vidas es para nuestro bien es un
concepto extraído de casi todas las tradiciones y es una de las lecciones instauradas en el caos. Sólo el
distanciamiento propiciado por el tiempo y la claridad de ver, fruto de una consciencia libre y ampliada, nos permite
entender y agradecer lo que la hoguera del caos incineró en nuestras vidas.
El universo nunca va a confabular con el estancamiento.
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La vida exige ligereza.
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“Cuanto menos necesito más libre soy. La libertad trae consigo la ligereza de espíritu”, me dijo un anciano y sabio
chamán del Pueblo Nativo del Camino Rojo, sentado alrededor de una fogata una noche en la víspera de Pothlach.
Canción Estrellada -como fue conocido después que descubrió su don de iluminar el camino a las personas de su clan
a través de la palabra, cantada o no, como una linterna de proa que muestra las olas que se acercan- me explicaba
con paciencia la ceremonia del día siguiente, donde cada uno donaría un objeto de su estimación.
El desapego de los bienes materiales es un buen ejercicio para renovar ideas y conceptos que, a veces, al estar
obsoletos, interfieren en nuestra jornada. La simbología del ritual consiste en que cada uno vea y entienda la
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necesidad de renovarse emocional, intelectual y espiritualmente. Al renunciar a algo que estamos apegados,
aprendemos a transformar sentimientos y pensamientos que, al guardarlos inutilmente, se vuelven pesados e
interfieren en nuestro caminar. Entendemos que todo puede ser diferente. La vida exige ligereza.
Para seguir adelante en el infinito y fantástico sendero de la vida tenemos que entender su flujo para que nunca se
interrumpa, o nos volveremos amargados al percibir que los demás siguen el viaje mientras estamos atados al
entretejido de cosas innecesarias.
“Ofrecer un objeto que no sea realmente valioso es manchar la propia dignidad, defraudar el ritual y a la vida. Es
como fingir un sentimiento. Se puede engañar a un hermano, pero jamás engañamos al Universo, que como
respuesta nos niega el permiso para proseguir hasta que el error sea reparado. Vivir es aprender, transformar,
compartir y seguir. Compartir lo mejor de sí es la única forma de prepararse para las nuevas riquezas que la vida
tiene para brindarnos”.
Estimular en sí mismo el deshacerse de un objeto valioso es preparar la transformación de la visión. Alinear los
deseos primarios del ego con las necesidades sutiles del alma exige desapego y coraje, sabiduría y amor. Es pura luz.
“Nuestro verdadero tesoro está apenas en aquello que compartimos. No se puede dar lo que no se tiene y el deseo de
acumular demuestra simplemente el miedo con relación a la eterna generosidad y capacidad de amor incondicional del
Gran Misterio. Hacemos nuestro mejor esfuerzo y se lo entregamos al porvenir en Sus manos, así como no nos
preocupamos de que el sol vuelva a salir al día siguiente”, explicó el sabio anciano mientras tragaba el humo de su
pipa
en
cuenco
de
piedra.
Tal vez al percibir mi mirada perdida en las llamaradas del fuego que ardía y calentaba la noche, Canción Estrellada
continuó con su hablar pausado explicando que el Pothlatch tambiém nos enseña que la única cosa que
verdaderamente poseemos es el amor. “Es fundamental para culminar la lección de la ceremonia que el objeto sea
ofrecido con generosidad. Tu das con amor o no estarás ofereciendo nada que realmente sea tuyo. Todos los bienes
materiales son prestados por el Gran Espíritu para que sean usados como herramientas de evolución de todos los
pueblos. Ya estaban aquí y aquí se quedarán, al cuidado de otros hermanos, cuando partamos con el viento para
cabalgar con nuestros ancestros. Sólo el amor que tu compartes podrá ser llevado en tu maleta sagrada. Todo el resto
es secundario”.
¿Maleta sagrada? Nunca había oído esta expresión. “La maleta sagrada que cargas en el pecho y suena como un
tambor”, explicó Canción Estrellada y después de una pequeña pausa, concluyó: “Es tu corazón”.
“No significa que la ayuda material sea irrelevante, al contrario, esta es importante”, continuó el anciano, “pues quien
tiene frio desea un cobertor, pero cualquier hermano de la Tierra que esté asotado por el viento helado del abandono
necesita, aún más, ser abrigado por el divino manto del abrazo amoroso de otro hermano. La compasión espiritual es
infinitamente más profunda y valiosa que lo material”. “Sólo así podremos Caminar en Belleza”, finalizó el viejo sabio
mientras observábamos como la noche lentamente se convertía en día.
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Ser buena persona nunca pasa de moda.
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La necesidad de estar a la moda, la angustia inconsciente de estar en sintonía con lo que se imagina ser moderno,
revela una búsqueda por identificación y aceptación, un deseo generalmente no percibido de encontrar un lugar para
vivir en paz. La moda nace de la necesidad cultural de las personas de entender quiénes son y para dónde van. Ropa,
accesorios, carros, ideas enlatadas, maneras de actuar y hablar intentan desesperadamente rotular al ser en el
intento de hacerlo creer que por la cáscara se reconoce el valor de la fruta. En vano.
Se pierde la belleza de inventarse a sí mismo y la fuerza de ser único. La moda trae consigo el peligro de proyectar un
supuesto ideal que con seguridad no somos.
La limitación de la forma establece fronteras. Cualquier modelo listo para usar roba la originalidad del individuo, la
belleza de los vuelos solitários en altitudes inimaginables, donde, sólo entonces, se encararán mundos y posibilidades
apenas accesibles para quien tiene la osadía de ir más allá de la normalidad y de las aprobaciones mundanas. El
ejercicio de la creatividad desarrolla las alas de la libertad.
Nada en contra de la industria de consumo como ropa, carros o entretenimiento, que necesita producir y vender para
generar la riqueza y los empleos que mueven el planeta; belleza y comodidad, que al ser alcanzados y disfrutados de
manera digna, son bienvenidos. Para ser feliz no es necesario ser un asceta en el sentido original de la palabra; sin
embargo, hay que entender el límite de todas las cosas y el sentido de la búsqueda de cada uno.
La moda generalmente sirve de referencia para que el sujeto se sitúe en determinado grupo social, ya sea por
aceptación o por destaque. Una manera ingenua de proyectar quién quisiera ser, un lugar en la tribu que admira, en
el intento de imponerse y de encontrar su lugar en el mundo. En suma, la moda intenta acomodar en los rincones de
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la mente las mitológicas indagaciones de quiénes somos y para dónde vamos pero, ¿De qué sirve un espejo si no se
quiere ver? De qué sirve un mapa y una brújula si no se sabe para dónde ir? ¿Puede la forma ganar mayor
importancia que la esencia?
Inconscientemente la moda engaña al consciente, vendiendo lo que no puede entregar.
Aunque no esté claramente decodificado en el entendimiento de cada individuo caminamos, invariablemente, en
búsqueda de la plenitud del ser donde, sólo entonces, conseguiremos encontrar la paz de la cual tanto necesitamos y,
siendo honestos, es lo que importa. No obstante, ¿Cómo llegar hasta ese paraíso? Es la pregunta que no acalla.
Por no haber decodificado aún el proceso, muchos todavía buscan desesperadamente en la moda signos de
identificación con la ilusión de no sentirse perdidos, como si la felicidad estuviera disponible en la vitrina o en el
estante de las tiendas, al alcance de la tarjeta de crédito. Es mucho más simple y cómodo trabajar la forma que la
esencia; sin embargo, el resultado nunca será el mismo. Cambiar de vestido no cicatriza las heridas del corazón; el
brillo de una joya no ilumina los rincones oscuros de la tristeza; un carro bello y caro puede despertar la admiración
de los otros y llevarte a dar un cómodo paseo, pero las angustias mal resueltas te acompañarán a toda parte; el
acceso a las modernas tecnologías no te dan respuesta a las cuestiones profundas del alma.
Posponer el autoconocimiento es quedarse sentado en la estación viendo pasar el tren de la plenitud. Es necesario
coraje para verse y entender quién realmente eres, encarar los propios dolores y frustraciones, asumir las
responsabilidades, limpiar las heridas para curarlas y, entonces, transformarse. La búsqueda es ardua, pero el
encuentro es mágico. Extraer y vivir lo que hay de mejor en nosotros mismos, como diamante que necesita pulir las
impurezas hasta que refleje la luz perfectamente, define tu ropa.
En la medida en que vayamos conociéndonos y transmutando sombras en luz, cambiamos el traje de la inteligencia, el
vestido del corazón, el guardaropa del alma. Saber quiénes somos es fundamental para entender a los otros y al
mundo. Aunque la vida nos ofrezca andrajos o “prêt-à-porter”, recuerda que somos nuestros propios sastres. Cabe a
cada uno escoger las telas del amor, coser con los hilos de la compasión, abotonar con la sabiduría, vestirse con la
paciencia de la eternidad. Después basta distribuir los pañuelos de la alegría por donde pases, a cualquiera, sin
distinción. Encontrar brillo en la trayectoria de todas las personas revela la luz que hay en tí. La belleza de tus nuevos
trajes deslumbrará inimaginables pasarelas y todos desearán estar cerca, desfilar a tu lado, independiente del color
del pantalón, del modelo del carro o de la marca de los zapatos. La elegancia no está en el diseño y sí en el estilo.
No es lo que se utiliza, sino la forma de ser.
Ser buena persona nunca pasa de moda.
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El ego desea brillo, el alma ansia por luz.
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Sólo la claridad para comprender realmente quien se es podrá transformarte en la persona que buscas dentro tí. El
ego, la parte de la consciencia más conectada a las sensaciones primarias e inmediatas, repleto de condicionamientos
sociales y ancestrales, piensa protegerte al crear un personaje acuñado en un modelo de presunta aceptación y
admiración que engaña sobre el sentido de la existencia. El ego estimula al individuo a ser más bello, rico e
importante, alimentando el vicio del aplauso fácil en el rastro del brillo efímero del show de las ilusiones terrestres, de
placeres baratos, resultados vacios y soluciones improductivas. Las consecuencias, imediatas o no, pero que un día
vendrán, son el sufrimiento y las dificultades en las relaciones personales, además del disgusto consigo mismo. El
ego, repleto de buenas intenciones, inventa virtudes que aún no ejercemos, derechos que no poseemos y
comunmente nos victimiza con relación a los movimientos del mundo, creando falsos motivos de rebelión. Más aún,
nos fuerza a huir de la realidad cuando se vuelve desagradable. En cualquiera de estos casos lleva al estancamiento,
pues nos impide enfrentar la situación con la madurez necesaria para entender, transformar, compartir y seguir en
frente.
En presencia de la inseguridad común, producto de la ignorancia, el mecanismo más usual que el ego dispara son las
sombras, nuestros sentimientos más densos, frutos del egoísmo, como su nombre lo dice. Celos, envidia, ganancia y
tristeza son los más conocidos y presentes en las entrañas de todos, sin excepción. Son inherentes a la naturaleza
humana. No obstante, lo que hacemos con ellos define quienes somos.
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Las sombras impiden una mejor visión al proyectar nuestra vida en la vida ajena, como si el otro fuera determinante y
responsable por nuestra felicidad. Transferir a terceros la causa de inevitables frustraciones no ayuda en
absolutamente nada. Entender que no encontrarás paz en ningún lugar, salvo dentro de ti, o aceptar que cada
decisión modela el propio destino significa madurez, pasos fundamentales para la plenitud.
Buda nos enseñó que si alguien quiere saber cómo será su futuro basta con prestar atención a lo que se hace hoy. El
Cristianismo indica que debemos atravezar la estrecha puerta de la virtud. El Chamanismo nos recuerda que somos
herederos de nosotros mismos.
Negar nuestras sombras no es la mejor solución, al contrario, solamente permite que continuen moviéndose sin algún
control hasta que nos dominen por completo. Cada vez que la sombra asume el comando revelamos lo peor de
nosotros. Como un amigo que es mal consejero, al intentar protegerte la sombra únicamente interfiere en tu
evolución. La sabiduría consiste en hacer con que ella comience a trabajar a nuestro favor hasta transmutarla por
completo en luz. Por ejemplo, existe quien por sentir celos mate o maltrate a la persona amada sin ningún respeto al
sagrado derecho de elección del otro. Los periódicos se cansan de contarnos casos así. Sin embargo, existe aquel que
al sentir celos busca su guitarra para componer una bella canción. Con la misma materia prima unos se encaminan
por las sendas de la criminalidad y de la locura, mientras otros hacen de la sombra una aliada para producir la más
fina obra de arte. Una forma iluminada de transformar lo denso en sutil; un bello ejercicio de espiritualidad y
evolución.
La envidia puede transmutarse en fuerza de trabajo y creatividad; la tristeza transformarse al entender que el otro,
así como tú, también está en el camino y que, a veces, no puede ver el paisaje que ya te es claro mediante el
iluminado y perfumado jardín de la compasión. Es importante entender el automatismo de algunas de nuestras
reacciones y modificarlo, principalmente de aquellas que nos dejan un gusto amargo. Percibir que todo puede ser
diferente y mejor hace que las posiblidades sean infinitas y que el el universo se expanda.
Las sombras lanzan un velo que nos impide ver la realidad con la debida claridad. Descubrir la neblina nos lleva al
discernimiento de que no competimos contra nadie y en verdad somos los únicos responsables por nuestra felicidad.
Entender cuales sentimentos realmente motivan nuestras actitudes es un paso importante en el sendero de la
evolución. Venganza no es justicia; celos no es amor. Las mayores batallas son libradas donde habitan las sombras, o
sea, dentro de nosotros.
Así, paso a paso, vamos transmutando sombras en luz, identificando cada vez más temprano cuando la emoción se
presenta para direccionarla hacia el Camino del Sol. Dominarla con inteligencia es imprescindible y, sin la verguenza o
el miedo de admitir su existencia, vamos lentamente refinando nuestras elecciones, herramientas poderosas que
instrumentalizan infinitas transformaciones del ser en busca de la integralidad, donde reside la paz. Poco a poco la luz
leve de la sabiduría y del amor disipa la oscuridad de las emociones pesadas, cada vez más próximo a la raíz,
amansando su salvajismo. Se trata pues de harmonizar los deseos del ego con las necesidades del alma. Mientras el
ego desea brillo, el alma ansia luz. Solamente la percepción afinada de cuáles sentimentos te mueven y de las
consecuentes elecciones que haces te permite adquirir el boleto para la próxima estación. En esencia, la vida es un
infinito y fantástico viaje rumbo hacia la Luz.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares
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Jardineros del alma.
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“Somos herederos de nosotros mismos”, dijo el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la
Orden. Subíamos una pequeña montaña próxima al monasterio por un estrecho sendero en una mañana todavía fría
de la primavera. Éramos recibidos por pequeñas y coloridas flores silvestres que ya mostraban todo el esplendor de la
estación y, subliminalmente, nos enseñaban la lección de las fases de la vida: tras el rigor del invierno, que es
indispensable para fortalecer la determinación del espíritu, llegará la dulzura de la primavera para calentar el corazón.
Todos los ciclos personales – el Sendero es un gran ciclo formado por innúmeros ciclos menores – tienen su razón de
ser y encierran valiosas enseñanzas ocultas e indispensables para la evolución. Situaciones conflictivas y recurrentes
al punto de preguntarnos la razón de la aparente repetición, revelan nada más que la negativa a cambiar nuestra
manera de ver y actuar, de entender y hacer diferente, en fin, de evolucionar. Aprendida la lección, se encierra aquel
ciclo e, inexorablemente, uno nuevo se presentará con otros momentos libre de los viejos problemas. “Quien se queja
del camino es porque no quiere cambiar su manera de caminar”, comentó con su forma peculiar de hablar.
El sol nos acariciaba cariñosamente, como si supiese que los mantos de lana no podían calentarnos por completo. A
medida que subíamos la flora se hacía más rica y atraía para sí una enorme variedad de pajaritos y mariposas. Al
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percibir todo mi encanto, el viejo monge me miró con sus ojos siempre serenos: “El aroma de las flores es como las
energías que emanamos, cuyas fuentes son nuestros sentimientos y pensamientos. Los buenos perfumes atraen
pájaros y mariposas, de la misma manera que el olor agrio de las alcantarillas atrae cucarachas, ratones y
mosquitos”. Dió una pequeña pausa y finalizó. “Así que lo que atraemos hacia nosotros es de nuestra entera
responsabilidad”. Le comenté sobre su extraña insistencia en buscar lecciones escondidas por toda parte. “Lo sagrado
reside disfrazado en lo profano y así está en todo lugar. De esta manera, la vida nos orienta mediante señales y nos
ofrece su sabiduría a través de las cosas más simples, accesible a cualquiera, basta buscar”. Me miró a los ojos y
percibí una hermosa luz que emanaba desde el fondo de una fuente que entre más se daba, más fuerte se hacía, a
pesar de estar enmarcada en un rostro arrugado y desgastado por el tiempo. “Todo el amor que necesitas para vivir
puede estar contenido en un único abrazo”, comentó.
Señalé que él me había comentado en otra ocasión que todo el amor necesario habita en mí en la medida en que este
amor proprio se ejercita. “Sí, es verdad. Ese es el punto más alto del entendimiento, sin embargo hay personas que
se cruzan en nuestra vida y que están, en aquel momento, sedientas por atravezar la aridez del desierto del amor y
necesitan de un pequeño gesto para volver a creer en la magia infinita del Universo y, entonces, volver a germinar.
Un cuidadoso jardinero sabe que es responsable por todas las flores del jardín”.
El Viejo se sentó en la hierba todavía húmeda del rocío y permitió que su espalda descansara al amparo de una gran
piedra. Su cuerpo ya daba señas del peso de la edad, sin embargo, su espíritu se mostraba cada vez más alegre y
jovial. “Deléitate con todos los matices de la naturaleza, después lleva su belleza para tu interior”, dijo minutos antes
de cerrar los ojos en silencio. Hice lo mismo y nos quedamos así por un tiempo que no puedo precisar. Cuando abrí
los ojos vi al maestro un poco distante observando una abeja que polinizaba un lirio mientras hurtaba el dulce que en
breve devolvería como miel. “Esta simbiosis es la síntesis de la existencia. Aprender, transformar, compartir y seguir”,
recitó en voz baja como si hablara consigo mismo, en su incansable búsqueda de ver la belleza que existe en todo y
en todos. Esta era su Luz. Al percibir que me aproximaba apuntó para una pequeña orquídea selvaje que brotaba en
el tronco de un enorme árbol y pidió que le quitara una hierba dañina que pronto la sofocaría. “Siento mucho respeto
y admiración por los jardineros, son la perfecta metáfora de la vida”, comentó. Al ver en mis ojos un gran signo de
interrogación en busca del sentido de aquel verso, me explicó con su paciencia casi infinita: “Un jardinero cuida de
una planta con extremo cuidado, al igual que debemos cuidar de nuestra alma. Poda las hojas y ramas que interfieren
en el crecimento; de igual forma debemos abdicar de cosas y conceptos que, por ser obsoletos, no nos sirven más y
sólo dificultan nuestra evolución. Sacia diariamente la flor con agua fresca para que no se seque por escasez, de la
misma manera que necesitamos regar nuestros gestos con abundante amor, por ser ésta la fuente y la miel de la
vida, de lo contrario nos secaremos por inanición en la amargura. Aleja las plagas agresivas como debemos
protegernos de las hiervas dañinas nacidas en nuestros propios pensamientos y sentimientos nocivos. Procura
exponerla al sol pues la luz es esencial en el desarrollo de todas las formas de vida, así como es indispensable
iluminar nuestras propias sombras para disipar la neblina que nos impiden una perfecta visión. Siembra
incansablemente el pequeño e ínfimo grano con la seguridad de que la magia de la vida lo transformará, a su debido
tiempo, en árbol vigoroso, donde muchos podrán descansar a la sombra y deleitarse con sus frutos. Incluso ante un
panorama gris, la sabiduría del jardinero indica que los colores vibrantes de una única flor tienen el poder de, poco a
poco, irradiar belleza en todo el jardín.
Pequeños gestos hacen una gran diferencia. Percibir que nuestra fortuna está solamente en las flores que plantamos
durante el camino para agradarle la vida a los que vienen atrás, es entender la milenaria y sabia parábola “conocemos
el árbol por sus frutos”. Somos el jardinero de nuestra propia alma y la manera como cuidamos de ella alimentará, o
no, a todo el universo en sus cenas espirituales”.
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Solo hay valor donde antes había miedo.
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Las historias de ficción han fascinado a la humanidad desde el inicio de los tiempos porque revelan secretos
escondidos en el inconsciente; aunque interfieren en nuestra manera de ser, con frecuencia, demoran en ser
decodificados. Justamente allí, en el inconsciente, por ser territorio selvaje, las sombras actuan y terminan
alterarando nuestras vidas. A través de las aventuras imaginarias narradas en los libros o en las pantallas de
televisión, el héroe enfrenta villlanos peligrosos, se le presentan dificultades inesperadas, necesita superar límites,
aprende con pérdidas y frustraciones para finalmente encontrar el mayor tesoro: a sí mismo.
En el fondo, la ficción cuenta la historia de cada uno de nosotros disfrazada con otra ropa, escenario y maquillaje. La
necesidad que tenemos del héroe nace al identificar el valor indispensable para enfrentar nuestros dragones y permitir
que lo mejor de nosotros florezca. El guardián de ese puente que todos debemos atravesar es el miedo.
El miedo es el padre de todas las sombras. Los celos nacen del miedo de que la persona amada nos abandone; la
envidia viene del miedo de que la vida del otro sea más bonita que la nuestra; la rabia no es nada más de que el
miedo de mirarnos al espejo y enfrentar quien realmente somos; la tristeza surge en el momento en que nuestro
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miedo intenta defendernos de nuestras propias limitaciones; la victimización nace del miedo de negar los desafios
inherentes a la evolución; la fuga de la realidad es el miedo de enfrentar la verdad. La lista es enorme, sin embargo
tenemos siempre el miedo al acecho intentando impedirnos caminar a través del fantástico e infinito Sendero de la
Luz.
“Las mayores batallas se libran dentro de nosotros mismos”, solía repetir el viejo monje del monasterio de la
montaña. “Ignorar la prisión lo hace aún más cruel. Los héroes son llamados así porque osaron enfrentar sus propias
sombras, justo aquellas que más temían o fingían que no existían. Sólo hay valor donde antes existía el miedo”,
advertía.
El miedo surge del instinto animal de sobrevivencia y puede sernos útil para alertarnos del peligro inminente. Sólo
eso, pues el miedo se vuelve sombra, nos domina y aprisiona en los sótanos de los sentimentos densos y de los
pensamientos oscuros.En la prisión sin rejas del miedo solemos negar la celda al no ver lo que nos limita, paralisa o
nos saca del camino. Más que sexo, poder o dinero es el miedo que acaba moviendo parte del mundo, pero para el
lado equivocado.
Todo lo que la vida quiere de nosotros es coraje. Coraje para sumergirnos dentro de nosotros, para conocernos por
entero y transformarnos. Dejar atrás ideas y actitudes pasadas, inventar una nueva forma de ser. Coraje para aceptar
y abrazar el sendero, una vez que lo hayamos vislumbrado. Después, coraje para recorrerlo. En esto consiste la
valentía de enfrentar el miedo escondido en los laberintos oscuros del alma con las luces del amor y de la sabiduría.
Sí, nuestras sombras son los grandes adversarios que deben ser enfrentados, entendidos y transformados.
A cada sombra iluminada es como si el héroe – no lo olvides, cada cual es el héroe de su propia historia – adquiriera
una nueva espada o poder y se hiciera más fuerte para continuar rumbo a la misión de salvar a la linda y amada
princesa. Es decir, pulir la piedra de la existencia hasta que se revele el diamante del alma. Luz pura. Es para esto que
las historias sirven, es esto que las historias quieren revelarnos.
Observa que en algunos terrenos de la vida ya caminamos con tranquilidad y despojados de cualquier miedo.
Situaciones que antes nos aterraban, hoy están superadas por completo permitiéndonos transitar sin mayores sustos
o tensión. Ya no representan más obstáculos. Significa que ya tuvimos coraje para enfrentar algunos de nuestros
miedos. Son dificultades y traumas ancestrales, sociales o culturales que nos impiden decir “sí” cuando creemos que
es lo correcto, decir “no” cuando algo nos hace mal, escoger libremente quien queremos ser y por donde seguir
(aunque muchos, todavía asombrados por miedos y preconceptos, griten que estamos errados o que estamos
retrocediendo). En fin, vivir lo mejor de nuestra esencia.
Desde el miedo del cuarto oscuro de la infancia hasta enfrentar a un superior en el ambiente de trabajo porque no
estamosde acuerdo con su modo de actuar, pero callamos por temor a perder el empleo, o por tener conflictos en
establecer los límites necesarios en la convivencia familiar para encontrar la verdadera paz en el hogar. Lentamente
podremos agudizar la percepción, tener la libertad para elegir y revelar la belleza que existe dentro de cada uno de
nosotros en la exacta medida en que enfrentemos nuestros miedos y nos transformemos.
“Cada uno de estos momentos significa una batalla vencida. En ese instante sonrriéte a ti mismo en silencio, como en
oración, pues adquiriste un nuevo don. Los miedos son ritos de pasaje o portales, que al ser superados mejoran y
fortalecen al andariego en la gran travesía de la vida. El coraje del héroe reside en el alma de todos. Úsalo”, enseñaba
el viejo monje.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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Las mejores historias son las de superación”.
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A menudo escucho a las personas diciendo que harían todo “exactamente igual” si comenzaran nuevamente su
trayectoria de vida. Si es simplemente una alusión a cómo aprendieron con sus propios errores y cómo éstos los
ayudaron a llegar a donde están, lo entiendo. Sí, a veces los errores son maestros valiosos que nos ofrecen
importantes lecciones, aunque la vida dispone de otros medios como la percepción y el amor, que nos permiten
acortar el tiempo y pavimentar el camino. Son las mismas lecciones ofrecidas por el error, aunque suministradas de
forma suave; al final se aprende por gusto o por imposición. La opción siempre es nuestra. Sin embargo, en la
mayoría de los casos, veo algunos amigos sosteniendo verbalmente la repetición de la trayectoria de vida por
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verguenza, negación u orgullo. Es una pena, pues al no aceptar el propio camino labrado estaremos impedidos para
entender quiénes realmente somos y, como consecuencia, no podremos ver las transformaciones que debemos
realizar en nosotros, atrasando el viaje evolutivo y con ello, la paz de la plenitud que tanto anhelamos.
Reviso mi historia y agradecido por las duras lecciones que los errores me han ofrecido, percibo que podría haber
hecho diferente. Personas que lastimé, vueltas en circulos que di por terquedad, tiempo y energía desperdiciados en
situaciones que no tenían ninguna importancia y así sucesivamente. La lista es enorme. Es verdad que ese era mi
nivel de consciencia en aquel momento y no podía percibir que podría hacerlo de otra manera. Sí, siempre es posible
hacer las cosas de modo diferente y mejor. Aunque aún estoy muy lejos de donde tengo que llegar, ya no soy el
mismo que partió. Mi forma de ver y de vivir cambió. ¿No nos sucede así a todos?
¿Y qué hice con mi pasado? ¿Principalmente con aquellos capítulos de los cuales tengo hoy internamente la plena
consciencia de que podrían haber sido diferentes? Decidí abrazarlos y ser agradecido por mi historia. En cambio de
quedarme paralizado por el error acepté la responsabilidad, reparé lo que fue posible y seguí adelante con un nuevo
enfoque hacia todo y todos. Nadie debe avergozarse; todo en el universo está en eterna evolución y todos somos
parte de él.
Reinventarse todos los días es una exigencia del sendero. Deleitarse con la transformación que se produce en el
camino de la sabiduría y con la belleza del amor que te contagiará siempre que hagas lo mejor. Las más fantásticas
historias son las de superación.
Imagínate una película en la que un niño nace en un hogar repleto de amor y con todas las condiciones para una vida
saludable. Desde temprano sus padres, almas evolucionadas, le suministran sabias lecciones de amor, tolerancia,
compasión, dentro de un bonito código de ética existencial y de nobles valores morales. Este niño se desarrolla en el
bien y en la luz, aprende con rapidez y siempre esparce semillas de alegría por donde pasa. Al llegar a la vida adulta
abraza la medicina como instrumento para llevar la cura y el bienestar a toda la gente, difundiendo la felicidad y la
alegría que existen en su interior. Sin duda una bellísima historia de vida que seguramente me gustaría ver.
Imaginemos otra película en la que un niño nace en un ambiente gobernado por la discordia, impaciencia, ausencia de
indicadores morales y condiciones razonables de subsistencia. Crece en las calles selvajes de las grandes ciudades,
rodeado de un invertido código de ética, valores morales tergiversados o inexistentes, donde el instinto de
supervivencia se impone ante los sentimentos más nobles y sutiles. Robos menores, actos de violencia que practica y
sufre, sexo irresponsable, son páginas comunes en su adolescencia entre el hambre y, principalmente, la ausencia de
amor. En un principio y lentamente percibe en mínimos actos que, cuando procede diferente y deja florecer lo mejor
de sí, un sentimiento amoroso por todas las personas y cosas crea una esfera agradablemente leve a su alrededor que
parece levantarlo del suelo. Tiene la sensación de que la vida reacciona en la exacta medida ante sus acciones. Se
siente diferente, todo cambia. Poco a pocos comienza a practicar más y más tales actitudes que descubrió
adormecidas en el cajón más alto de su corazón, hasta que toma la decisión de reinventarse. La persona que era ya
no cabe dentro de sí, pues necesita ser otra. Entonces ocurre la transmutación de la que hablaban los alquimistas
medievales y transforma metafóricamente el plomo en oro. Cuando cambia su forma de ser el mundo también se
transforma. Paulatinamente, personas y situaciones comunes en su vida se alejan dando lugar a otras. Decide
retornar a los salones de clase, se dedica con ahínco a los estudios, comienza a entender que el conocimiento
expande la visión y, después de intentos fallidos e innúmeras dificultades, consigue un cupo en una universidad de
derecho. Después de algunos años de incansable lucha se convierte en un juez misericordioso y ejerce la cura en
todos aquellos que cruzan su camino, utilizando herramientas como la verdad y la justicia, plantando alegremente la
semilla de la esperanza en sí y en todos. Otra bella película que me encantaría ver.
En la absurda hipótesis de ver solamente apenas una película, ¿cuál de ellas escogerías? Aunque sean dos historias de
amor bellísimas, mi elección recaería en ésta última. Las historias de superación han fascinado a la humanidad desde
siempre, pues son la prueba de su evolución. En efecto, la historia del mundo se cuenta a través de las pequeñas
historias de personas comunes, como la mía y la tuya. Los grandes personajes que conocemos en los libros son
apenas reflejos más visíbles del cambio hacia un nuevo nivel de consciencia ya sedimentado en lo más íntimo de
todos.
Por lo tanto no existe sendero desagradable. Son las curvas y dificultades del camino que proyectan la belleza de la
trayectoria en cada uno de nosotros, coloreando el paisaje a medida que cambiamos nuestra forma de ser, reflejando
cada decisión que tomamos. Basta estar dispuesto a ver con otros ojos y tener el coraje, la sabiduría y el amor para
hacer diferente. Como decía un ángel que estuvo encarnado recientemente entre nosotros: “Es imposible reescribir el
pasado, pero podemos construir un futuro diferente”.
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Abraza tu historia sin victimización o verguenza, aprovecha para conocerte mejor, acepta los errores como lecciones,
ábrete a la maestría del amor adormecido en tu corazón, permite que el coraje que reside en tu alma guerrera opere
en ti las transmutaciones esenciales a cada día y todos los días. Entender que todo, absolutamente todo, puede ser
diferente y mejor es el boleto para la próxima estación.
Gentilmente traducido por Maria del Pilares Linares.

Lo sagrado habita en el corazón.
1 COMENTARIO
Alguna vez vi una película, estilo Hollywood, con mucha acción, donde el protagonista era un frío asesino profesional
que era perseguido tanto por la policía como por la mafia. Su aparente indiferencia con relación a cualquier tipo de
sentimiento era clave en su personalidad y la principal razón de su nefasta eficiencia. Sin embargo, durante una fuga
llevó consigo todo el tiempo una planta, y si no me engaño, era una orquídea. Aquella simple flor recibía todo y el
único amor que este hombre conocía. Él se preocupaba por ella, la colocaba al sol, la regaba y la cuidaba en caso de
eventuales plagas para que no muriera. La planta era el motivo de su preocupación, pues dependía completamente de
él para vivir; la orquídea tenía la capacidad de hacer florecer lo mejor de un hombre enceguecido en consciencia.
Aquella flor era sagrada.
Sagrado es todo aquello que nos reconecta con la divindad, que nos permite ejercitar nuestros sentimientos más
nobles, nos enseña a ser mejores personas y contribuye con nuestra evolución. En un pequeño altar que tengo en
casa hay varios objetos aparentemente mundanos, pero que tienen gran significado personal y por lo tanto se tornan
sagrados para mí. Algunas personas distraidas no perciben que allí reside una parte importante de mi templo. Por
ejemplo, tengo tres malabaristas de circo. Cuando estoy recogido en reflexión, meditación y oración ellos me
acuerdan que repartir alegría por donde vaya es la mejor forma de agradecerle a la Vida por las bendiciones y
lecciones recibidas durante la jornada. Ellos son sagrados para mí.
Lo sagrado está oculto en lo profano.
Los avatares que inspiraron las tradiciones religiosas no estaban de acuerdo con el culto de imágenes. No obstante,
iglesias y templos en todo el mundo están repletos de ellas. ¿Están equivocados? No; es necesario entender la
diferencia. El objeto en sí no trae ningún poder, sin embargo lo sagrado en una estatua de Buda o de Francisco de
Asís existe y es importante para recordarnos sus enseñanzas de sabiduría y amor, mapa y brújula para guiar el
camino rumbo al Sol. A partir del momento en que algo retira el velo de las sombras para que sentimientos más
sutiles nos sirvan de regla y compás se vuelve sagrado.
Lo sagrado estará donde esté tu corazón.
Así como sucede con los objetos comunes, sucede con nuestras relaciones cotidianas sean familiares, profesionales o
sociales, sencillas o complejas, ya que permiten descubrir y revelar lo mejor que hay en nosotros. Las personas que
amamos, por razones obvias, serán siempre sagradas, pues en ellas depositamos nuestros mejores e incondicionales
sentimientos. Una persona extraña que nos trae complicaciones también puede volverse sagrada si gracias a esta
convivencia entendemos y vivimos formas más sublimes de sabiduría y amor. La razón de ser de las dificultades es
solamente para promover nuestra evolución.
Lo mismo aplica para los lugares sagrados. Jerusalén, Meca, Budigaia, Fátima o Sedona son lugares en donde hace
siglos los peregrinos anclan sus mejores energías y, sin duda, se siente su fuerza y permiten que te sientas diferente
si estás abierto a eso. Sin embargo no podemos olvidar que el mar es un santuario; los bosques y las montañas son
catedrales; tu casa, un templo. Cualquier espacio que te permita la conexión con la otra esfera es divino. Todo lugar
en el cual podamos colocar el ego a dialogar con el alma hará brillar la más pura luz.
Todo lo que toca tu corazón es sagrado.
Una mirada, un abrazo o un beso pueden ser mundanos o sagrados, dependen de los sentimientos depositados en
ellos. Un sincero y humilde acto de compasión siempre, siempre, será sagrado. Idem para cualquier acto de buena
voluntad o cuando en tu elección predomine el amor en detrimento de cualquier otro interés.
Lo sagrado reside mansamente en tu corazón. ¡Invítalo a danzar contigo todas las canciones del Gran Baile de la Vida!
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Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Esto no tiene importancia
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“La magia de la vida sucede mientras vivimos las cosas banales del día a día”, decía el Viejo, como cariñosamente
llamábamos al monge más antiguo del monasterio. Recuerdo esto al percibir como desperdiciamos tiempo y energía
en situaciones que no tiene ninguna importancia en nuetras vidas y, de esta manera, terminamos atrasando el
fantástico viaje al permitir que naveguemos en circulos. “Esto no tiene importancia” es un mantra de una única frase
que él repetía y enseñaba todo el tiempo. Todos los días hay por lo menos un momento mágico que puede
transformar la vida. El secreto para ver y atravesar ese portal reside en tus desiciones y, para ejercerlas a plenitud,
no se puede estar distraído o debilitado con lo que no tiene importancia. Las cosas urgentes e innecesarias son
trampas del camino.
Cierta vez llegábamos de un largo viaje y había una fila enorme para atravesar la aduana del aeropuerto. Mientras yo
observaba irritado el lento movimiento de la fila, el Viejo estaba sereno y parecía encantado con cualquier cosa a su
alrededor. Cuando estaba por llegar nuestro turno una pareja, entre abrazos y besos, pasó adelante nuestro
haciéndonos esperar un poco más. Miré al Viejo indignado y antes de iniciar mi discurso sobre la falta de educación él
dijo bajo, casi en tono de susurro: “Esto no tiene importancia”. Y antes de que yo pudiera extenderme en las palabras
para refutar su mantra, un funcionario nos llamó para pasar por el control. Él apenas me miró con su sonrrisa
picaresca como si dijera “¿viste?”. “Me gusta ver parejas enamoradas”, justificó, lo que aumentó aún más el grado de
mi impaciencia. Percibí que yo, aunque mucho más joven, andaba pesado por cargar las piedras de la irritación. El
Viejo, a pesar de la inexorabilidad del tiempo, circulaba satisfecho y contento por el saguán del aeropuerto, y por la
vida. Entendí que la sabiduría y el amor dan alas.
En otra ocasión, conmigo al volante, enfrentábamos el embotellamiento del tránsito de una gran ciudad, cuando fui
cerrado por otro conductor que no satisfecho, también me ofendió. Contrariado, miré al Viejo sentado en el asiento
del pasajero en busca de su complicidad contra aquella falta de civismo. Él apenas me sonrrió y recitó: “Esto no tiene
importancia”. Y continuó encantado con el murmullo de aquellos que andan con prisa por la vida. Intenté discrepar
pero fui interrumpido por un ligero toque en mi brazo y por su hablar pausado: “De una forma u otra continuamos el
viaje”. No satisfecho, argumenté que la prisa de aquel conductor podría haber provocado un accidente. El Viejo se
volvió de nuevo hacia mí: “¿Por qué incomodarse y perder tiempo con lo que no ha sucedido?”. Guardé silencio al
entender que la falta de tolerancia sólo perturba el viaje.
Un poco más adelante paramos en un semáforo en rojo y un joven se acercó a mi ventana pidiendo limosna;
mencionó que tenía hambre. Acostumbrado a los peligros típicos de las metrópolis, como mecanismo de defensa,
mantuve el vidrio cerrado y la expresión facial dura. El Viejo le hizo un gesto al joven para que fuera hasta su
ventana, le entregó un billete y le ofreció su mejor sonrrisa; recibió otra bella sonrrisa a cambio. Inmediatamente
disparé la desgastada retórica de que aquel muchacho tal vez usaría el dinero para comprar drogas y no comida. El
Viejo me miró con serenidad y recitó el mantra: “Esto no tiene importancia”. Le alegué al decir que su actitud tal vez
estaría alejando al joven de la rutina saludable del trabajo. “Esto no tiene importancia”, volvió a recitar el mantra. No
obstante, amplió su punto de vista. “El hambre tiene prisa. Hice mi parte de la mejor manera que me fue posible. Que
cada uno haga lo suyo y asuma la responsabilidad por sus desiciones. Nunca sabré si aquel joven usó el dinero para
comprar drogas o saciar el hambre. La desición será de él, yo apenas le ofrecí lo mejor de mi y aproveché la
oportunidad que la vida nos presentó a los dos en ese momento”. Guardé silencio y entendí que sin compasión el viaje
se vuelve imposible.
En otra ocasión íbamos camino a una ceremonia familiar. Yo estaba ansioso pues encontraría parientes a los que no
veía hacía años e imaginaba cuál sería su reacción al recibir la noticia del paso de mi abuela a otro plano, pues ella
era una típica matriarca, amorosa y participativa, casi intrusa, en los proyectos individuales de cada hijo o nieto.
Hacía mal tiempo y el miedo de no llegar puntuales fue alterando poco a poco mi estado de ánimo. “Con esta
tempestad sólo falta que un árbol derrumbado haya cerrado el camino”, y así manifesté todo mi temor. “Esto no tiene
importancia”, dijo el Viejo con su habitual suavidad. ¿“Cómo así?”, repliqué. “¡Vinimos de lejos y cuando estamos casi
llegando somos sorprendidos con esta lluvia!”, afirmé revelando todo mi nerviosismo. “Por qué preocuparse cuando no
podemos interferir? Algunas cosas tienen que suceder, otras simplemente no. Vamos a hacer nuestra parte y a
esperar que lo mejor acontezca”; dió una pequeña pausa y concluyó: “Aunque en el momento no entendamos la
extensión de la inteligencia cósmica, los dedos de los maestros son largos y se mueven donde todavía no podemos
ver. Confía, todo lo que sucede en nuestras vidas es para bien… hasta las catástrofes. Tu lo sabes”.
Yo sabía que él estaba en lo cierto y que sólo debía practicar las enseñanzas que ya poseía. ¿Por qué siempre
sabemos más de lo que podemos experimentar? Conocimiento sin práctica no se transforma en sabiduría, es como
pan adormecido en la vitrina que no sacia el hambre. No pronunció más palabras.
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Disminuí la marcha debido al clima. Llegamos después de la hora acordada, no obstante la ceremonia se atrasó ya
que muchas personas enfrentaron la misma lluvia. Saludamos a todos y después, discretamente, nos dirigimos a
donde reposaba el cuerpo de mi abuela para encaminar, en silencio, su alma en paz a la otra estación de la vida. Al
terminar todo nos despedimos de las personas, algunas bastante emocionadas, otras presentes por obligación social o
familiar. Seguimos hacia el aeropuerto, pues tomaríamos el vuelo de regreso en aquel mismo día, alrededor de la
media noche. En la carretera le comenté al Viejo que estaba triste por la manera casi impersonal con que algunos
parientes me habían tratado. “Esto no tiene importancia”, volvió a repetir el mantra. “No se puede dar lo que no se
tiene. Son corazones desiertos de amor”. Y una vez más el Viejo mostraba que en las bifurcaciones del Camino la
compasión era el aviso que indicaba el destino del sol.
Sin embargo le comenté que tuve ganas de abrazar más largamente a un primo que había sido criado conmigo, con
quien tuve una pelea nunca resuelta, hace tiempo, mucho antes de mi iniciación en la Orden. Tal vez habría sido el
momento para perdonarnos. En esa época los dos éramos todavía muy inmaduros y ahora, al mirar atrás, parecíamos
otras personas. Solamente el perdón tendría la fuerza para liberarme de la amargura que aún sentía. Encontré los
ojos del Viejo por el espejo retrovisor mirándome seriamente. Me reí y le dije que ya sabía lo que me diría: aquello no
tenía importancia. El Viejo me tocó el brazo y me reprendió. “No, Yoskhaz. Esto sí tiene importancia. Vamos a volver
ahora”. Ante mi espanto, insistió para que retornásemos inmediatamente. “Remendar lazos entre corazones es el
sentido de la vida”, me explicó. Le dije que si hacíamos esto perderíamos el vuelo, tendríamos varios gastos que no
estaban previstos y otros compromisos se verían perjudicados. En fin, sería una enorme confusión. “Esto no tiene
importancia”, volvió a sentenciar el mantra con una sonrrisa picaresca y volvimos.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La madurez trae en si la verdadera libertad
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“La madurez no es nada más que el entendimiento de sí y la disposición para transformarse. Esto es libertador”, dijo
el Viejo mientras buscábamos zetas en un bosque próximo al monasterio después de una noche de lluvia. El sol
brillaba por entre las hojas, acariciaba nuestros rostros y calentaba la mañana todavía fría. “Entender quiénes somos,
nuestras dificultades y bellezas, permite que dejemos atrás lo que en nosotros no sirve más y abre la perspectiva de
inventar lo que queremos ser. Este es el poder del Sendero”, complementó. Un bello ruiseñor se posó en la rama de
un árbol próximo y nos obsequió una pequeña sinfonía que sólo se escucha en los bosques; después alzó vuelo. Le
comenté que todos querian tener alas como los pájaros para alcanzar las alturas. Él replicó de inmediato: “Pájaros
vuelan por determinismo biológico. Las alas de la libertad son metafóricas, fruto de la sabiduría y del amor, flor de las
decisiones que se toman en cada paso del Sendero”.
Comenté que Mahatma Gandhi cierta vez, cuando estaba preso, dijo que hay hombres más libres en las celdas que
vagando por las calles. El viejo objetó: “Gandhi era un iniciado, un alma antigua e iluminada. Claro que no hablaba de
las mentes sombrías que se encaminan por las sendas de la criminalidad y de la ignorancia. Él se refería a la libertad
de pensar despierto, independiente de preconceptos y condicionamientos culturales y sociales. La libertad de pensar
más allá, de percibir que las más crueles prisiones son aquellas que no tienen rejas”. Se detuvo un poco y concluyó:
“La libertad es mucho más que el derecho de vagar sin rumbo por las calles o llevar una vida completamente
irresponsable. Esto, en general, caracteriza a los foragidos de la vida. Ellos generalmente están presos en la peor de
las cárceles, la propia consciencia. La verdadera libertad trae en sí la responsabilidad. La responsabilidad ante sus
decisiones y compromisos. Estamos comprometidos con todo lo que amamos y en la medida en que ampliamos
nuestra esfera amorosa crecen nuestras alas, permitiéndonos vuelos cada vez más altos. Nuestras alas tienen el
tamaño de nuestros corazones. Nuestras decisiones, a su vez, generan consecuencias y tenemos que
responsabilizarnos por ellas. La serenidad que trae este entendimiento que aunque implique mayor esfuerzo y trabajo,
pues cada cual tendrá los desafios propios según su aprendizaje, se llama madurez”.
El Viejo guardó silencio, estaba encantado con algunos champiñones que había encontrado al pie de un enorme roble.
Yo aún metabolizaba sus palabras, cuando él recomenzó: “La libertad es una herramienta poderosa para la evolución,
pues está directamente relacionada con tus decisiones, que, a su vez, definen y refinan el alma del viajero. No
olvides, sin embargo, la evolución exige esfuerzo, determinación y coraje para enfrentar los desafios y sembrar el bien
en los territorios áridos de la existencia. La responsabilidad con todos los que nos rodean es el propio compromiso con
el Sendero, sin el cual no habrá libertad ni evolución. Vivir este concepto con alegría se llama madurez”.
En la noche cenamos en el monasterio una sabrosa sopa
Después me retiré, absorto en mis reflexiones, cuando el
pensamientos. Le dije que pensaba en las consecuencias
compromisos que acabamos asumiendo. Quise saber cuál es
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hecha con los champiñones recogidos por la mañana.
Viejo se aproximó y quiso saber qué me ocupaba los
de cada decisión que tomamos en la vida y de los
el límite de la responsabilidad. Él me invitó a caminar y
comentó: “Dijo el poeta que tenemos el sentimiento del mundo y dos manos. Hagamos lo mejor a cada día según los
límites de nuestra capacidad de amar y del nivel de consciencia que tengamos y que al día siguiente nos sea permitido
amar, entender y hacer un poquito más. Así es el Sendero. Percibirás que cambia a medida que transformas tu
manera de andar”.
Lo cuestioné sobre aquellas personas que se niegan a los compromisos. “Pobre de aquel que no se preocupa por
alguien. Esto sólo revela al individuo que vive la ilusión de pensar que libertad es no tener compromisos, que vaga
desorientado por el desierto del desamor, perdido en el valle de la soledad.”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió:
“Ese individuo espiritualmente todavía está en la infancia, se niega a crecer y desea vivir sólo por el placer. Aún no
entiende la amplitud y el poder del amor. El sufrimiento será inevitable, pues en algún momento percibirá que se
volvió rehén de su egoismo y está encarcelado en su propia soledad. Sólo el amor genera vínculos eternos y le
atribuye sentido a la vida. Por lo tanto, como se ve, amar en toda su extensión no es un ejercicio destinado a los
débiles”.
Con calma, me explicó que en el universo existen Leyes No Escritas, inexorables en la regencia de la conducta de todo
y todos. Una de ellas dice que la vida reacciona en la exacta medida de las actitudes de cada uno. No por castigo y sí
como lección. El dolor no es la única manera de aprender, sino el último recurso que el Sendero utiliza para corregir
una ruta que lleva al abismo, pues con seguridad todas las señales anteriores fueron ignoradas por el viajero. Como
un padre dedicado que no abdica de la mejor educación para el hijo, la Vida encontrará una manera de hacer que el
sujeto reflexione y, entonces, Entienda (la sabiduría de la lección), Se Transforme (a sí mismo), Comparta (amar
incondicionalmente) y Siga (el infinito viaje). Es escencial para endulzar el ser. De esta manera, tarde o temprano,
dependiendo de las elecciones personales, todos logran cerrar sus ciclos de aprendizaje y de evolución.
Le pregunté cuál era el límite de la libertad. El viejo monge sonrrió como si esperase la pregunta y dijo de forma
afectuosa: “La verdadera frontera es la dignidad. Sin honestidad en el trato con los otros, y con nosotros mismos,
todas las demás virtudes se pudren pues envenenan el árbol. El florecimiento de la dignidad perfecciona las
decisiones, herramienta con la cual cada uno ejercerá su libertad. Tú te defines a cada desición que tomas”.
Insistí en la forma de saber cuál es la mejor desición. El Viejo cerró los ojos y dijo: “ Tu escoges por amor o tomarás
la desición equivocada. Entender esto es tener madurez para proseguir en el Sendero”. Pensó un poco y finalizó: “El
amor es la cinta que entrelaza los corazones libres y despiertos. El amor es el verdadero compromiso y el único
puente hacia la felicidad. No hay otra forma”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Los milagros son transformaciones ocultas en nosotros
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“Lo que se llama magia recibe el nombre de milagro en otras tradiciones. El nombre cambia pero es la misma fuerza y
poder”, dijo Canción Estrellada, anciano nativo del Pueblo del Camino Rojo, mientras preparaba la pipa de cuenco de
piedra. Estábamos sentados alredeor de una pequeña fogata bajo el manto fantástico de la Vía Láctea, haciéndonos
preguntas sobre los misterios del universo. Esperé a que él diera una pequeña bocanada y con ello invitase a sus
ancestrales, que ya cabalgaban con el viento, a participar de nuestra conversación. Me miró con las llamas reflejadas
en sus ojos y dijo: “Magias o milagros son como llamamos a las transformaciones que aún no podemos explicar. Lo
importante es entender que eres parte del milagro. La semilla germina cuando encuentra suelo fértil; cada cual es su
propio jardinero y sin el debido trabajo ninguna rosa florecerá. El sol y la lluvia es para todos pero la siembra es
personal e intransferible. Lo esencial es entender que cada cual tiene que hacer su parte para deleitarse con la magia
de la vida”.
También explicó que hay un intercambio incesante entre esferasy que los aliados del plano invisible solamente pueden
intensificar el trabajo con nosotros si estamos preparados: “Somos los pilares del puente por el que atraviesan; por lo
tanto, entre más firmes sean los cimientos, mayor tránsito habrá. Sin el desarrollo de un código moral propio, donde
no se practique ningún mal a cualquier cosa o persona, no se llega a ningún lugar. Tales conceptos son los sólidos
fundamentos del alma”, acrecentó.
No se pronunció palabra. El pasar de la noche con su sinfonía nos permitió ejercitar el ver más allá. El pensamiento
voló y me trajo recuerdos del Viejo, el monge más antiguo del monasterio de la Orden, que me instruyó sobre la
importancia de las energías que emanamos. “Todo en el universo es energía. Hasta lo que conocemos como materia
no es nada más que energía condensada, concepto admitido hoy por la Física Cuántica, pero reconocido por los
esotéricos hace siglos. Las energías se alinean por afinidad o semejanza, siendo nuestros pensamientos, sentimientos
y actitudes las fuentes generadoras. Así, si deseas la aproximación de los ángeles, benefactores espirituales o amigos
invisibles – no importa cual sea el nombre que se les aplique – sutiliza tu energía para que, en la medida de lo
posible, te aproximes a la frecuencia vibratoria de ellos. Presta atención en ti. Refina lo que piensas, sientes y haces”.
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“Los más importantes milagros están en las pequeñas transformaciones que se dan en nuestro interior, permitiendo
una permeabilidad cada vez mayor entre los planos. La espina dorsal de toda la sabiduría universal se resume en
amar a todos como nos gustaría ser amados. Hacer el bien a cambio de esperarlo. Cualquier otro conocimiento es
apenas un comentario a esta enseñanza mayor. Amar incondicionalmente es un acto de profunda sabiduría, pues trae
consigo la ampliación de la consciencia, la liberación del alma y el consentimiento para ver en la oscuridad.
Conviértete en una mejor persona cada día y despierta el poder adormecido en lo más profundo de tu ser. El antiguo
secreto de los alquimistas de convertir el plomo en oro no era más que iluminar las propias sombras, alineándolas con
el alma. No hay riqueza o milagro mayor”.
Como si adivinara mis pensamientos, el sabio chamán rompió el silencio: “Magia es transformación. Las más
importantes ocurren en la esencia más íntima del ser. Tú eres el mago y también eres la propia magia, pues al
transformarnos modificamos el mundo, operando pequeños milagros en lo cotidiano, casi imperceptibles, sólo visto
por las miradas atentas. Pasamos a rebosar los cambios de manera natural a través del brillo en la mirada, de la
sensibilidad amorosa en el sentir, del pensar claro y luminoso, libre de los automatismos; de la palabra adecuada, de
la compasión al entender al otro, del actuar sereno y digno. Un ser moral desnudo de cualquier moralismo. Sus
emociones primarias y densas, que hasta entonces lo dominaban como reacciones inmediatas ante las dificultades
cotidianas, pasan a transformarse en sentimientos nobles y sutiles cada vez con mayor facilidad, hasta que un día su
corazón vibra en pura luz. Señal de un paso importante, donde trazos de la evolución individual pasan a integrar el
espíritu, como una estrella que brilla en el firmamento y poco a poco expande e ilumina todo y a todos a quienes
encuentra, en sintonía con la expansión del propio Universo, pues lo contiene en sí”.
En aquella noche, dos tradiciones convergían para mostrarme que la verdadera sabiduría es una sóla.
La mañana comenzaba a dar mustras de que no tardaría en llegar. Canción Estrellada tocó su tambor con ritmo suave
para entrar en sintonía con la pulsación del planeta que despertaba. La música me hizo estampar una sonrisa de
satisfacción. El chamán me miró y devolviéndome la sonrisa dijo: “Compartir alegremente con toda la gente lo más
valioso que hay en tu corazón es la mejor manera de agradecer al Gran Misterio por todas las magias permitidas. Sólo
así es posible seguir caminando en belleza. Esta es la lección y el poder del sol que ilumina y calienta a todos
dándonos vida sin distinción”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La magia de encontrarse consigo mismo
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Canción Estrellada estaba sentado en la puerta de su tienda. Soltaba una bocanada de humo de su pipa. Era aquella
hora en que el día se vuelve noche. El sol ya se había ido y la luna aún no había llegado. Yo me sentía cansado, había
acabado de llegar de la ciudad y estaba bastante molesto con una serie de problemas personales. Hacía días andaba
malhumorado. “Hay momentos en que dan ganas de desaparecer”, lamenté la suerte cuando pasé al lado del chamán.
“Huir del mundo no te hará escapar de la vida”, me respondió con una sonrisa irónica. Me callé e intenté seguir.
Apenas quería bañarme y dormir, pero él me mandó a sentar. “Hoy voy a enseñarte sobre la Puerta del Sur” dijo, y en
seguida me pasó su pipa para que fumaramos juntos, en señal de confianza y respeto. Agarró su tambor de dos caras
para marcar el ritmo de una sentida canción nativa. Cerré los ojos y me dejé envolver en aquel ambiente de paz. “En
la Tradición del Camino Rojo, la Rueda de la Vida – o Rueda de Cura, pues la vida no es más que un infinito proceso
de cura del espíritu, según la justa medida de su evolución – posee cuatro portales, representados por las direcciones
magnéticas del planeta. Generalmente me gusta comenzar por el Este, en donde habitan los antepasados que
aprendieron a cavalgar con el viento. No obstante, contigo voy a comenzar por el Sur”, explicó. Antes de que tuviese
tiempo de preguntar el motivo me dijo: “Existe una necesidad urgente de que te desnudes del personaje que creaste
en la vana ilusión de protegerte de todo y de todos; te engañas al intentar mostrar que eres fuerte, pues allí habita tu
debilidad. Esto hizo con que hayas abandonado tu verdadera fuerza. Todo lo que no hace parte de nosotros, incomoda
por inadecuación”.
Alegué, medio herido, que yo era un sujeto auténtico y generoso. Canción Estrellada me ofreció una sonrisa
misericordiosa y buenas palabras: “Si no encuentras la esencia que habita en ti, nunca ejercerás todos los dones y
talentos que la vida te ha concedido. Si podemos ser enteros, ¿por qué contentarse con la mitad?”. Bajé la cabeza y él
continuó: “Ser una persona buena es bastante importante, pero no basta. Es necesario dar un paso al frente para
hacer florecer lo mejor que hay en nosotros. Por ello necesitas encontrarte con alguien muy importante”. Mis ojos
curiosos indagaron de inmediato con quién sería tal encuentro. “Contigo mismo”, respondió con su modo sereno de
hablar.
Sin prisa tomó su pipa, soltó humo al viento y cerró los ojos para proseguir. “Destruye la ilusión de la imagen que
creaste para protegerte del mundo y ser admirado por todos. En general, lo que más adorna, más esconde. La
mayoría de las veces lo esencial no está en lo que las personas muestran y sí, en lo que ocultan. Una pena”. Él debió
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haber percibido mi mirada de espanto y, con su enorme paciencia, fue más claro. “Es necesario soltar las amarras de
los modelos preestablecidos de comportamiento. Todo ser es único y en esto reside su belleza”. Le dije que entendía
sus palabras, pero que si era el caso de tener que libertarme de posturas y conceptos antiguos, éstos estarían
entrañados en el alma y no sería raro que me hicieran pensar y actuar por puro automatismo y sin percibirlos.
Seguramente no sería nada fácil. El chamán me respondió con su voz ronca: “Nadie dijo que es fácil, apenas que es
necesario. Para ello necesitas recorrer la Jornada de los Pequeños, a través de los caminos de la alegría, la humildad,
la confianza, la creatividad y la pureza”.
En los días siguientes participé de vários rituales con diferentes personas de la tribu que me permitieron experimentar
y entender lo verdadero de esas cuatro virtudes, comunes a los niños. Al final de cada etapa era encaminado para
conversar con Canción Estrellada.
La alegría me habló de la ligereza que un niño tiene para reirse de sí mismo; de la tranquilidad para no tomarme tan
en serio y dejar de preocuparme sin razón con situaciones que, de hecho, no tienen ninguna importancia. La
capacidad de reirse de los propios defectos y dificultades es un buen ejercicio para, además de desmistificarlos, ver
como el orgullo y la vanidad son ridículos pues, en el fondo, todos los usamos como escudos de papel para obtener
una falsa sensación de protección. “Esto provoca que caigan todas las máscaras que has creado desde hace años y,
de tan viejas, las hayas aceptado como verdaderas. Encuéntrate contigo mismo y deléitate. Sólo así descubrirás lo
mejor del mundo”.
La humildad me recordó la simplicidad de un niño que aún no sabe hacer las mismas cosas de un adulto, pero que
podrá llegar a cualquier lugar si siempre está dispuesto a aprender. “La humildad es la virtud del eterno aprendiz que
necesita habitar dentro de tí. Aprender, Transformar, Compartir y Seguir. Siempre y para siempre. La humildad está
en los genes de tus mejores decisiones y cada cual escribe su historia a través de ellas. Presta atención a tus
decisiones, ellas pueden herir o curar. Con cada decisión tu revelas lo que traes en tu maleta sagrada, el corazón.
Cuando el brillo aparece, agradece pero rehusa la inivtación. Escoge siempre por amor. Entiende, con humildad, que
solamente el amor te perfecciona y te fortalece, vuelve sagrada la decisión, abriendo el portal de la sabiduría que te
traerá nuevos dones”.
Así como un niño que confía en la protección que sus padres le ofrecen, en la medida en que creamos en la
Inteligencia Cósmica, a cada persona le serán ofrecidas las condiciones indispensables para cada momento de la vida.
“Es imposible ser feliz sin confiar. Aunque un padre o una madre no abdiquen de educar al hijo y corrigir sus pasos,
con mayor o menor rigor, dependiendo de la terquedad, aman incondicionalmente a su hijo y nunca le entregarán una
piedra cuando éste necesite un pan. De igual forma el Gran Misterio, con su sabiduría y amor infinitos, le entrega a
cada uno el perfecto instrumento capaz de hacerlo participar de la Gran Sinfonía del Universo y, de esta manera,
apalancar su evolución. Acepta que las dificultades son maestros disfrazados que te ofrecen valiosas lecciones. Esto es
entender el camino, no desistir de él se llama Fé”.
Cuando un niño destruye un juguete y con los pedazos construye otro diferente, se está permitiendo nuevas
posibilidades de diversión. Él apenas está dejando que su creatividad aflore y despliegue el abanico de su alegría.
Quebrar viejos patrones y reinventar la vida es una actitud saludable que debemos ejercitar todos los días. Sólo así
abriremos espacio para que lo nuevo se instale y nos deleite con sus infinitas y fantásticas aventuras. “La creatividad
no es más que magia vinculada a la creación y a la transformación de nuestras vidas y, por consiguiente, a la del
mundo. Todos somos Hijos de la Creación. Por lo tanto, tu tienes este poder en la raíz del alma. ¡Úsalo y deléitate!”.
Como en aquella famosa historia infantil, es justamente un niño quien revela que el rey está desnudo. Sólo con la
pureza de un chico, sin malicia ni maldad, podremos alcanzar el fondo de nuestro ser y ver más allá de los velos del
mundo. “El día más importante de la vida es cuando te encuentras contigo mismo. Solamente cuando tengamos la
mente y el corazón puros podremos encarar los contornos de nuestro ser sin el humo de la ilusión mundana. Así, nos
depararemos con la distancia que separa las partes del todo. Entonces, habrá llegado la hora de ejercitar los dones
que nos hacen absolutamente capaces de alinear el ego con el alma, en la plenitud del ser integral. El encuentro con
tu esencia es lo que denominamos Cura a través de la Verdad”.
En el último día hubo un bello ceremonial mágico de cierre con la participación de toda la tribu. Entrada la noche
encontré a Canción Estrellada sentado en frente de la hoguera, con las llamaradas estampadas en los ojos. En su
tambor de dos caras marcaba el ritmo de una bonita y lenta melodía en su dialecto nativo, cantada como si buscara la
poesía en el fondo del corazón. “Canto en homenaje a los que ya partieron hacia el otro lado y les aviso que un día
nos reencontraremos. Será una bella fiesta”, dijo al percibir que estaba sentando a su lado. Le agradecí con sinceridad
por todas las oportunidades y enseñanzas que él y su pueblo amorosamente me habían concedido. Bromeé diciéndole
que la Jornada de los Pequeños me había hecho grande. El chamán rió con ganas y se mofó de mi falta de humildad,
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aunque le encantó el chiste. “Buena señal, creo que comenzaste a aprender, me gustó tu irreverencia. Espíritus
iluminados están comprometidos con el buen humor”, dijo. “Tal vez de aquí a algunos siglos llegues allá”, retomó la
burla. Reímos juntos. Le comenté que sentía una extraña ligereza. “Moviste un aro de la Rueda de la Vida, Yoskhaz. Al
encontrarte contigo hubo un entendimiento de cómo funciona la Cura por la Verdad. Ahora, lo más importante, es que
no te olvides de ejercerla eternamente en tí”.
No pronunciamos palabra por un tiempo que no sé contar, hasta que el nuevo día llegó.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares

La belleza del perdón
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“Es imposible ser feliz sin perdonar”, dijo el Viejo a una joven mujer que fue al monasterio en busca de consuelo.
Estábamos sentados en el comedor y yo les servía una taza de café caliente. Ella acababa de narrar su drama
personal y estaba inconsolable, pues no se sentía merecedora de aquel destino. Afligida, la mujer confesó que lo que
la mantenía en pie era ver el sufrimiento de quien la había ultrajado y por esto no lo perdonaría jamás. El Viejo
frunció el ceño ante su intolerancia, sin embargo, los ojos brillantes en su rostro arrugado desbordaban misericordia.
“Las penas eternas constituyen una adaptación a las sombras y no son congruentes con las ideas trabajadas con la
Luz, siempre dispuesta a conceder nuevas oportunidades. El error hace parte del aprendizaje y, por lo tanto, requiere
innúmeras oportunidades. Sólo un ángel podría listar todos los errores de la propia vida”.
La mujer refutó diciendo que ya había cometido algunos errores, pero nunca por maldad. El monge mantuvo el tono
sereno en su voz. “La desarmonía entre las personas reside en que juzgamos a los otros a través del rigor de los
hechos, de las heridas que nos causaron y de desear que seamos juzgados por nuestras intenciones. Siempre
tenemos motivos que justifican nuestros actos, ¿no es así?”. Hizo una pequeña pausa para que la mujer refleccionara
sobre sus palabras y continuó: “Esta es la cuestión. La discordia es la raíz del conflicto en las relaciones. Por esto es
necesario sumergirse en lo más profundo de sí mismo. Olvidar las máscaras y los personajes sociales que hemos
creado con el ego, en el afán de protegernos, al desear ser aplaudidos en público. Hablo de las sombras que
escondemos, que ansian la luz en los rincones aún oscuros del alma, que sólo desean destacar los defectos ajenos con
la vana esperanza de esconder los nuestros. Perdemos demasiado tiempo en la ilusión de corregir los errores de los
otros en vez de perfeccionar nuestro propio corazón, para que pueda reflexionar sobre la belleza de las actitudes que
todavía no poseemos. Puede estar segura de que al conocernos realmente nos volvemos más tolerantes con los
demás”.
Ella argumentó que perdonar sería un irrespeto a su dolor y una manera de abrir las puertas del mal. También dijo
que todo error tenía que ser punido y lamentó que las leyes no fuesen más rigurosas. El Viejo mantenía un tono
sereno y dulce al hablar. “No me refiero al juicio en los tribunales de los hombres. Sin duda el mal debe ser
enfrentado con firmeza para que cese, pero con sabiduría para no sobrepasar el límite necesario en cada caso, al
impedir que usemos la oscuridad en el combate de las tinieblas. Que el infractor tenga un proceso adecuado, con
acceso a todos los medios de defensa, un juez imparcial y una sentencia justa, exento de las pasiones que envuelven
el hecho. La legislación y sus partes, que varian conforme el lugar y el tiempo, como un espejo, están de acuerdo con
el grado de evolución de esta o de aquella sociedad, la cual se modifica de acuerdo con la expansión del nivel de
consciencia de todo un pueblo. No se olvide que usted y yo hacemos parte de ese pueblo. En la barbarie teníamos sed
de venganza y semejante dolor exigió transformación; en la civilización pedimos justicia y seguimos en busca de su
perfecto entendimiento. La diferencia entre venganza y justicia es la carga de amor y sabiduría que reviste cada
decisión. He oído gritos por justicia que en verdad esconden el terrible deseo de venganza. La justicia sólo alcanza su
fin cuando sustenta el aprendizaje, la perfección y la evolción de todos los involucrados”. Quedó en silencio durante
algunos segundos, miró docilmente a los ojos de la mujer y concluyó: “Yo quería hablar del perdón. Perdonar está
más allá de la justicia y muy distante de las acciones judiciales. Se trata de un proceso de cura necesario para el
corazón”.
En el bello rostro de la joven e infeliz mujer estaba estampada su duda con relación a la total extensión del significado
del perdón. El monge tuvo la sensibilidad para oir lo que ella no verbalizó y le explicó de manera dulce: “Perdonar no
significa darle la razón al otro y sí tener compasión por la oscuridad que lo envuelve, la ignorancia que lo limita y que
lo maltrata. Entienda que cada uno actúa, bien o mal, de acuerdo con su grado de evolución, y escribe su propio
destino en los campos de la alegría o en las curvas del sufrimiento. La práctica del perdón demuestra sabiduría, el
amor y coraje de quien lo ejercita. Sabiduría al entender el camino; amor al ofrecer lo mejor aún ante la adversidad;
coraje al no desistir de aliarse con los sublimes principios del Universo en el momento más dificil de la batalla. Sólo un
verdadero guerrero que trae en su escudo el Signo de la Luz tiene la grandeza de perdonar”. La mujer quiso saber a
qué escudo se refería. “El corazón”. El monge cerró los ojos; su hablar era genuinamente sentido.
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La triste joven confesó que desde aquel día en el que todo sucedió, sentía que había perdido su propia vida y que
nunca más volvería a los quehaceres y convivencias que siempre la habían llenado de alegría. El Viejo esperó a que
ella terminara de lamentarse e intentó explicarle: “¿Percibe como el mal se expande a través de usted y cuán
aprisionada está? La reja de esa celda es el odio, su propio odio. Tal sentimiento crea una verdadera prisión
energética donde usted está encadenada a aquel que considera su malhechor. Su tristeza la condena a permanecer en
la mazmorra con el infeliz que la hirió al mantener el mal todavía presente en su vida. Rechace la invitación de un
alma atormentada a danzar en el baile de las tinieblas. Permita que la nobleza de la compasión ocupe el lugar de la
rabia primitiva. Sólo así dejará de alimentar el mal, colocará fin a su dolor y volverá a ser libre para caminar por el
lado iluminado del camino”. Hizo una pequeña pausa y continuó con su raciocinio: “Querer el mal, aunque no lo
practique, le lleva a la venganza nefasta de lanzar más sombras a la oscuridad. Desear el mal es muy parecido a
practicar el mal, pues las frecuencias vibratorias son parecidas y terminan permeando a todos los que se alinean con
este sentimiento pesado, aunque sólo sea en pensamiento. La Física Cuántica ya probó que todo en el universo es
energía, y por lo tanto sus sentimientos no están excluídos. Cuidado con ellos”.
Ella comenzó a llorar y dijo que estaba cansada. Sentía como si cargara una mochila llena de piedras y preguntó cómo
podría librarse de ese sufrimiento. “Perdonando siempre y cada vez más. El perdón es la llave de la libertad y de la
paz. El perdón es la única cura posible. El perdón es sabio porque libera; es un acto de amor porque permite que la
vida prosiga. Cambiar las piedras de la intolerancia por las alas del perdón le devolverá la ligereza necesaria”, susurró
el Viejo.
La jóven dijo que aquella conversación le había hecho bien, pero que le parecía muy difícil ponerla en práctica. El viejo
monge se rascó la barba y continuó después de arquear los labios con una leve sonrisa: “El perdón es un ejercicio
espiritual, así como una maratón es una actividad física. Nadie nace apto para enfrentar toda esa distancia. No
obstante, si se acepta el desafio y comienza a correr todos los días y, poco a poco, alarga los límites con
determinación y coraje, con seguridad alcanzará el objetivo. Así sucede con el perdón. La primera meta es no desear
el mal al otro al entender que aquella actitud la aprisiona en la misma carcel oscura en que él se encuentra. ¡Esto es
liberador! Alcanzada esa etapa, subimos un escalón que consiste en desear el bien a quien le hizo mal, con toda la
fuerza que haya en su corazón, despojándose de las emociones ancestrales de deseo de venganza, ofreciendo nuevas
oportunidades de aprendizaje y mejoramiento. Sólo así paramos de irrigar el mal que también habita en nosotros.
¡Esto es transformador!”.
Ella quiso saber si, además de la justicia de los hombres, todos son punidos por sus errores. “El castigo es un
concepto pequeño, distante de la mejor sabiduría y del amor incondicional que modela, tarde o temprano, a todo y a
todos. El aprendizaje es la meta. Cada cual recibirá los instrumentos y las situaciones adecuadas para el indispensable
pulimiento del ser. La evolución es inexorable. Aprender, Transmutar, Compartir y Seguir, éste es el sentido del
viaje”. Reposó sobre la mesa su pocillo casi vacio de café. “El Universo respetará la libertad ante cada decisión y será
justo al medir las consecuencias. Haga lo mejor y serene el corazón”, concluyó. Le dió un beso fraternal a la joven en
la frente, pidió permiso pues era la hora de su meditación y, finalmente, le dijo: “Que la paz sea contigo”. En silencio
observé al viejo monge retirarse a paso lento, pero determinado.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El arte de la renuncia
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Había bajado de la montaña donde se encuentra el monasterio de la Orden y caminaba entre las calles estrechas y
antiguas de la pequeña ciudad más cercana. Llovía mucho y estaba más oscuro de lo que la hora determinaba. Era
temprano y el comercio comenzaba a abrir sus puertas. De lejos ví la bicicleta de Lorenzo estacionada frente a su
pequeño establecimiento. Durante décadas había sido el único medio de transporte que aquel anciano se permitió
usar. Sonreí de alegría commigo mismo ante la oportunidad de pasar algunos instantes con tan ilustre persona. Tan
pronto entré Lorenzo me miró por encima de sus gafas, soltó el alicate, arqueó los labios y se levantó con los brazos
abiertos para recibirme. Como siempre, el hombre alto y delgado estaba impecablemente vestido. El pantalón negro
de pliegues, bien puesto, sostenido por tirantes, combinaba perfectamente con su elegante camisa blanca abotonada
hasta el cuello y las mangas dobladas a la altura del codo para que no interfirieran en su oficio. Su cabello, del mismo
color de la camisa, todavía abundante y bien peinado, daba muestra de su avanzada edad. Lorenzo había sido
zapatero desde siempre. En sus horas libres le gustaba apreciar un buen vino y amaba los libros. Sus predilectos eran
los vinos tintos y los libros de filosofía.
Había ido por causa de mis sandalias cuyas tiras de cuero, cansadas del uso, se habían rebentado. Aunque viejas, me
gustaba la comodidad que me proporcionaban; parecía que mis sandalias y mis pies habían sellado la paz hacía
tiempo. Después de saludarnos y tomar una taza de café bien caliente para ahuyentar el frío, le pregunté si las
sandalias tendrían arreglo o me restaría buscar unas nuevas. “Pienso que las personas están perdiendo el buen hábito
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de arreglar las cosas y esto puede verse reflejado en las relaciones. Es necesario tener sensibilidad para percibir lo
que ya no sirve y lo que merece ser remendado. Si la vida y todo en ella se vuelve desechable en breve mi profesión,
así como la razón de mi existir, perderán el sentido”, dijo con algo de humor y de razón, mientras llevaba las
sandalias a su mesa de trabajo. “Siéntate. Intercambiaremos una prosa mientras las arreglo”.
Aproveché el comentario para provocarlo y le pregunté cómo saber cuál era el momento para arreglar algo y cuál el
de soltarlo. “Es indispensable entender la diferencia entre cada una de las decisiones. En esto reside el arte”. Me
acomodé en un pequeño banco, pues sentí que aquella mañana aún podría ser soleada.
“Preferir el silencio como respuesta cuando la injuria nos alacnaza, es renuncia. Rehusarse a atender una mano
afligida que ruega auxilio, es abandono. Abdicar de un bien material para evitar una pelea familiar de consecuencias
impensables, es renuncia. Usar las imperfecciones del mundo para ocupar una tarde con lamentos en vez de trabajar,
es desistencia. Solamente lo que transforma el alma tiene importancia, esto es sabiduría”, dijo el zapatero mientras
cortaba nuevas tiras de cuero.
Argumenté que había entendido los ejemplos, pero la esencia de la diferencia se me había escapado. “La decisión por
el abandono significa la incomprensión ante las Leyes de la Vida; la desistencia evidencia debilidad ante las
dificultades que se presentan para apalancar nuestra evolución. Sin embargo, la renuncia ocurre cuando cambiamos
conscientemente la apariencia del mundo por la esencia de la vida”. Le comenté que, a veces, la diferencia podría ser
demasiado tenue. Lorenzo prosiguió con la explicación. “Lo esencial de la cuestión está en soltar la pasión para
abrazar el amor. El ego ha generado la palabra egoísmo, sentimiento movido por pasiones mundanas de alto brillo y
poca sustentación. De esta manera crea conflictos movidos por intereses menores y efímeros, hasta que, tarde o
temprano, se percibe un gran vacío existencial. Valores que hasta entonces dirigían tu vida no pueden llenar la
oscuridad que ahora la envuelven y causan angustia. Sediento por un haz de luz, comienzas a entender el poder del
amor. El amor es la alegría de compartir la vida con el otro, de aprender y de enseñar, de entender las limitaciones y
buscar la superación. Es la materia prima de todas las transformaciones del ser. Tu caminas por amor o no habrá
ocurrido ninguna evolución”. Hizo una pausa mientras martillaba pequeños clavos para fijar las correas de las
sandalias y en seguida reveló:
“La renuncia es la frontera entre la pasión y el amor. Es necesario dejar de sentirse el ombligo del mundo para
reposar en el corazón del otro”, dijo el elegante zapatero cuando yo le pedí que fuera más claro. “La vida se rige por
un Código de Leyes no escritas y el hilo que las conecta es el amor”. El noble zapatero hablaba sin desviar los ojos del
oficio. “El ansia de la pasión encubre la verdad con un velo que solamente la serenidad del amor puede desvendar”.
Yo sabía que él se refería a las Leyes del Camino, pero quería un ejemplo más palpable sobre las diferencias de las
cuales hablaba. Protesté y le dije a mi bondadoso amigo que todo aquel discurso era muy bonito, pero que carecía de
una mejor definición. Él me miró a los ojos y sonrió, sabía que lo estaba provocando. Reposó las herramientas sobre
la mesa de trabajo y acomodó su silla en mi dirección. Colocó un poco de café en nuestras tazas y en seguida dijo:
“Cierta vez le preguntaron a un sabio cual era la diferencia entre la pasión y el amor. El sabio pidió que imaginaran a
una persona que caminaba por el desierto hace días, bajo el calor ardiente, y de repente encuentra un jarro de agua
fresca y bebe toda el agua para saciar su sed. Esto es pasión. No obstante, si esa misma persona, en las mismas
condiciones, con el mismo calor y sed, bebe la mitad del jarro y además se preocupa por dejar el resto del agua para
quien viene atrás”, hizo una pausa dramática con todo propósito y finalizó: “Esto es amor”.
Mi amigo zapatero era un lord. Claramente no poseía títulos aristocráticos. Su realeza venía de la gentileza en el trato
con los demás y la elegancia al traducir los sentimientos en palabras para que fuesen usados de la mejor manera por
cualquier persona. Arreglar zapatos era su oficio. Remendar corazones, su arte.
Calcé mis sandalias y le dí un fuerte abrazo. “Así como no hay transformación sin amor, es imposible amar sin
renunciar”, le confesé. Él apenas sonrió en respuesta como diciendo que había aprendido la lección.
Cuando volví a andar por las calles empedradas de la antigua ciudad, todavía llovía fuerte bajo un manto espeso de
nuves grises, pero no estaba oscuro. Desde arriba, la luz del sol me indicaba el Camino.

El espejo de mi alma eres tú
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“Una mirada perfecta es aquella capaz de encontrar belleza en donde todos apenas ven desastre”, dijo el Viejo, como
cariñosamente llamábamos al más antiguo monge de la Orden, cuando pasé a su lado y no lo noté debido a mi
irritación. Su visión serena percibió que mi corazón estaba atormentado. Me volteé y descargué toda la insatisfacción
que traía por hechos recientes. Con un largo discurso le narré al Viejo toda mi indignación con relación a la ignorancia
que todavía anda suelta en el mundo. Él me oyó pacientemente hasta que mostré mi último vestigio de intolerancia y
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después con su forma suave comentó: “Lo que más nos incomoda de los otros es el reflejo de nuestros más graves
defectos”.
Manifesté mi desacuerdo vehementemente, pues ciertos comportamientos eran totalmente incompatibles con los
míos. “La mayoría con seguridad sí; otros no. Es justamente en estos comportamientos que tu alma, manifiestada a
través del inconsciente, reconoce las propias dificultades. De otra parte tu ego, en la ilusión de protegerte, repudia la
sombra ajena pues teme que el mundo vea otra igual en ti”. Dió una pequeña pausa, me observó durante algunos
instantes y concluyó: “¿Percibes que lo que desequilibra y rasga tu serenidad es el hecho de tener que convivir con el
error que existe en el otro, justamente porque te recuerda que existe en ti una dificultad muy parecida y familiar? Es
exactamente lo que quieres olvidar y te engañas al pensar que no hace parte de tu personalidad. Esta afinidad
funciona como un espejo y el narciso no quiere verse feo. Sin embargo, lo que el ego esconde el alma apunta para
que pueda ser transformado”. Bajé la mirada y no pronuncié palabra.
El monge me invitó a dar un paseo por uno de los senderos de la montaña que abriga al monasterio. Caminamos
durante largo tiempo en silencio y lentamente la calma ocupaba el lugar de mi irritación. El Viejo retomó el tema:
“¿Ya reparaste por qué motivo tenemos la inmensa facilidad de criticar a los otros?”. La pregunta del Viejo era apenas
retórica, él no esperó mi respuesta: “Al resaltar los errores ajenos tenemos la ilusión de que nuestras fallas
desaparecerán, en el ejercicio absurdo de negarlas ante nosotros mismos. No obstante, haciendo un análisis más
profundo, apenas demuestra nuestra covardia al no enfrentar cuestiones de vital importancia referentes a la
estructura del propio ser. Fallas de orden moral o emocional nos desafían y fingimos no percibir que ellas existen en
nosotros. Mejor aún, ellas alimentan nuestras sombras y se esconden. Como un animal sigiloso que, al no percibir su
presencia, arma una emboscada y espera el momento más delicado dentro de la convivencia social. En general,
ocurre en situaciones en las que nos sentimos frágiles por motivos que, muchas veces, todavía no hemos podido
decodificar, provocando en nosotros las peores y más primitivas reacciones de defensa en forma de irritación e
intolerancia, vestigios de un instinto ancestral de defensa que aún no hemos podido transmutar. En la infancia del
alma, edad en que todos nosotros estamos, nos engañamos al pensar que podemos driblar las propias dificultades y
los errores, pero no. Nadie esquivará el enfrentamiento y nuestra evolución está esperándonos para que iluminemos
las sombras que nos habitan”. El Viejo y yo ya habíamos conversado bastante sobre las sombras y sabía que en el
viaje del autoconocimiento el primer paso era reconocer su existencia. Después, aceptar la gran tarea de iluminarlas
desde los sótamos del ser. Esta es la gran batalla, aquella que libramos dentro de nosotros. Sin embargo, esta vez el
enfoque era un poco distinto, por ser más específico. “Las críticas que hacemos al comportamiento del otro es un
truco de nuestro ego para engañarnos al pensar que somos mejores y que todo está bien en nosotros. No, no lo
somos. Es exactamente en este punto que revelamos que tan desarragleda está la casa, al sacar a la luz sentimientos
que todavía rondan nuestro corazón”, el monge hablaba de manera tan suave como la brisa que me acariciaba el
rostro.
Argumenté que en parte tenía razón pero que existía en todo lugar el inconveniente de las personas maliciosas,
siempre animadas a menospreciar virtudes y dispuestas a críticas verbales. “Sin embargo lo contrario también es
verdadero, siendo posible encontrar personas buenas y generosas en cualquier situación, capaces de iluminar los
pasos y serenar los corazones por donde andan”, ponderó el Viejo. De manera sarcástica y amarga le pregunté donde
estaban los buenos, pues los malos yo sabía donde encontrarlos. El viejo monge me miró durante algunos segundos
con sus ojos repletos de compasión, como faroles que irradian luz en las tinieblas y dijo casi en tono de secreto: “Son
las mismas personas, Yoskhaz”. Dió una pequeña pausa para concluir: “Somos todos buenos y malos, algunos más,
otros menos, en eterna búsqueda del perfeccionamiento del ser y, entre ensayo y error, vamos marcando el Camino”.
Un tanto desconcertado, quise confirmar si lo que intentaba decirme era que las personas malas eran también las
buenas. “Así como lo sagrado está oculto en lo profano, la semilla del bien aguarda en suelo desértico la llegada de las
lluvias de luz para germinar”, el viejo monge respondió de repente y en seguida prosigió: “Hay que ayudar a que
emerja lo mejor del otro al quitar el foco de los defectos y desviarlo hacia las virtudes y talentos que la persona
posee”. Se deleitó por algunos instantes con unas flores silvestres que brotaban de manera improbable de la grieta de
una roca y continuó: “Sólo existe belleza en nosotros cuando sabemos ver la belleza del otro. Todos somos seres en
busca de transformaciones que nos permitan evolucionar. Nos entendemos mejor en la medida en que entendemos a
los otros. Ese es el inevitable proceso de perfeccionamiento, que requiere firmeza para superar las etapas específicas
de la evolución individual, reflejada en el desarrollo del todo y de todos. Nadie puede evadir las dificultades inherentes
a la vida, pues hay que entender que maestros disfrazados nos suministran las lecciones concernientes a cada curva
del Camino. Entre más difícil la situación, más valioso el aprendizaje”.
Anduvimos algún tiempo más sin decir palabra. Yo aún intentaba metabolizar toda la conversación, cuando él
concluyó: “Presta atención y percibe si lo que más te irrita del otro no es tu propia falla desafiándote hacia la
superación. Damos demasiada importancia a los errores ajenos en el intento de ocultar los nuestros. Debemos ser
tolerantes con los otros en la exacta medida en que lo somos con nosotros”. Paramos para descansar en un mirador
natural que nos ofrecía una vista espectacular de todo el valle de aquella majestuosa montaña. Le agradecí
sinceramente al Viejo por sus palabras y le comenté que me gustaría tener una nueva oportunidad para reaccionar de
manera menos instintiva. Él se acomodó en una enorme piedra, arqueó los labios brindándome una sonrisa y finalizó
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con su voz mansa: “El Universo, en su infinita generosidad, no permite que las oportunidades dejen de existir -como
el personaje de una vieja novela que siempre aparece en otra escena con inimaginables trajes- posibilitando reescribir
una nueva aventura, diferente y mejor en cada capítulo, hasta que la historia de cada uno se transmute en pura Luz.
Este es el gran milagro de la Vida y, lo más increíble, está a disposición de todos”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El cazador de estrellas
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Pasé varios períodos de mi vida al lado de Canción Estrellada, chamán del pueblo nativo del Camino Rojo, de quien
aprendí mucho. Cierta vez, el Viejo, como llamábamos al más antiguo monje de la Orden fue quien me mandó para
allá. El motivo era que yo estaba indisponiéndome a menudo con otros monjes del monasterio, con los comerciantes
de la pequeña ciudad más próxima y hasta con amigos y familiares. “Cuando pensamos que el mundo interfiere con
nuestros sueños es porque algo anda mal dentro de nosotros”, así él justificó mi cambio temporal de humor.
Fui recibido con la alegría de siempre por el chamán, pero después de los primeros días de vacaciones obligatórias,
comencé a indisponerme con algunos miembros de la tribu. Claro que estaba insatisfecho conmigo, mi visión estaba
nublada con relación a algunas situaciones y, principalmente, siempre le atribuía a alguien la responsabilidad de mi
infelicidad. Por un lado no lo percibía; por el otro, me faltaba coraje para admitir mis propias dificultades que tanto me
incomodaban, causantes de aquellos pequeños conflictos puntuales. Canción Estrellada me observó por un tiempo sin
decir palabra, hasta que cierta noche me invitó a sentarme a su lado en frente de la hoguera. Estábamos sólos. Yo
observaba sus movimientos, mientras él, sin prisa, llenaba con tabaco el hornillo de piedra de su pipa. Teníamos la
Vía Láctea en la bóbeda del Infinito como obra de arte. La noche mal comenzaba. Yo quise saber el motivo por el cual
siempre me invitaba a conversar ante las llamaradas. “El Gran Misterio utiliza el poder de los cuatro elementales –
agua, aire, tierra y fuego – para purificar y alimentar al planeta. Me siento a gusto ante el poder del fuego que
ilumina, calienta y quema las viejas formas”, dijo mientras daba la primera bocanada. Lo interrumpí para preguntarle
a qué se refería con el término “viejas formas”. “Son sentimientos e ideas que ya no nos sirven y, por anticuados,
deben ser transmutados. La vida necesita que siempre haya lugar para lo nuevo, sea en el planeta o dentro de
nosotros”, explicó. En seguida me pasó la pipa, sus ojos se fijaron en los míos en señal de amistad y respeto, como
exige la tradición. Ví el fuego reflejarse en sus pupilas mientras él hablaba: “Es el momento de conversar sobre el
Cazador de Estrellas”. Antes que yo le preguntara de qué se trataba, el anciano explicó: “Es todo aquel que recorre el
Sendero Dorado de la Iluminación”.
Movido por mi enorme curiosidad e impaciencia lo interrumpí nuevamente para saber cuál era el significado o alcance
de la palabra “iluminación”, pues es utilizada por todas las tradiciones de Oriente a Occidente. Él arqueó los labios con
una breve sonrisa y me dijo: “La iluminación es la capacidad de ver más allá de lo mundano, de encontrar sentido en
el caos, belleza en todo y en todos, a pesar de las divergencias de la vida. Es construir por sí mismo la verdadera
morada de paz con los ladrillos de la sabiduría y la argamasa del amor”. Dió una bocanada antes de proseguir: “La
paz habita dentro de tu corazón. No la encontrarás en ningún otro lugar”.
Dimos algunas bocanadas más en absoluto silencio, hasta que él bromeó conmigo al preguntar si podía continuar o si
yo aún tenía muchas preguntas. Reímos y le indiqué con la cabeza que prosiguiera. Canción Estrellada cerró los ojos,
como buscando la mejor idea dentro de su alma y dijo: “El Cazador de Estrellas es todo aquel que atraviesa los
senderos de la existencia en busca de Luz. Él no le transfiere a nadie la responsabilidad de sus errores ni las
dificultades que debe enfrentar. Es consciente tanto de su propósito como de su valor. Sabe que los errores son
desafios a ser vencidos para que pueda mejorar sus dones y talentos y, cada vez más, se convierta en un maestro en
la batalla para iluminar las sombras que lo habitan. Las dificultades, a sua vez, son lecciones ocultas que se presentan
para perfeccionar al ser y apalancar su evolución. Así, el Cazador de Estrellas es grato por todas las personas y
situaciones que surgen, aún las inconvenientes”. “Es consciente de que transferir al otro sus propios problemas es
huir de la gran batalla a la que fue destinado; es desperdiciar la oportunidad de aprender, de transformarse,
compartir y seguir; es aprisionarse en un ciclo de la vida, como en una celda sin rejas; es negar la libertad”.
Canción Estrellada dió una bocanada más, me observó durante algunos instantes y prosiguió: “Al contrario de lo que
se cree, al transferir la responsabilidad no nos libramos de ella. El individuo quedará preso a un ciclo de vida que se
repetirá indefinidamente hasta que tenga la consciencia y el coraje de enfrentar y superar la cuestión. Es necesario
aprender la lección para cerrar el ciclo. Dos ciclos no pueden cohabitar, es necesario terminar con lo viejo para iniciar
lo nuevo. El Gran Misterio exige que cada cual entienda el Camino en la medida en que avanza, sólo así dará un paso
en la Rueda de la Vida. Cuando le atribuímos al otro la razón de nuestro descontento, sólo demostramos el estado
primario de nuestra consciencia al rehusarnos a la transformación interna que la vida, al mismo tiempo, nos exige y
nos oferece en aquel momento”.
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Canción Estrellada marcó el ritmo de una bella canción nativa con su tambor de dos caras; en ella dice que tenemos
que hacer que nuestro corazón lata al compás de la pulsación del planeta para que seamos uno sólo. Cerré los ojos y
arqueé los labios como forma de agradecimiento por aquella oportunidad. Nos dejamos arrullar por un tiempo que no
pude precisar. Más tarde le pregunté cuál era la razón de la expresión “Cazador de Estrellas”. Él respondió con voz
suave y ronca: “Las estrellas son las fuentes de luz del universo físico donde habitan el amor y la sabiduría en la
esfera espiritual. Así como nuestros ancestros tenían la caza como medio de sobrevivencia, moverse en el sentido de
la Luz dignifica la vida y alimenta el alma”.
Volvimos a quedar en silencio durante largo tiempo hasta que él me trajo de regreso: “Quiero contarte un poco más
sobre el Cazador de Estrellas. Para cumplir su misión, el cazador tiene que atravesar tres portales. El primero se
refiere a los dones y talentos. Todos, sin excepción, los poseen. Son las herramientas que el Universo dispone para
que entendamos y recorramos el Camino. Cada cual tiene los suyos. Son las habilidades que nos hacen únicos y que
conceden la magia de la levedad a través de las inherentes dificultades de la jornada. Es preciso desarrollar el dominio
y el atributo de estos instrumentos. Sin embargo, es indispensable que hagamos uso de ellos con creatividad y
osadía, pues todo puede ser diferente y mejor. Los dones y talentos de cada uno tienen el poder de polinizar los
Jardines de la Humanidad”.
“El segundo portal es el de la cura. La vida no es más que un infinito proceso de cura. Hablo de las heridas del alma.
Las tristezas, los recuerdos dolorosos que tanto nos entristecen y generan sombras peligrosas como la rabia, los
celos, la envidia, entre otros sentimientos de baja vibración. Por tanto, el Cazador de Estrellas necesita sabiduría para
admitirlos y entender cuánto esto le hace daño y que sólo el amor, en sus variadas manifestaciones, como el perdón,
la paciencia y la compasión, tiene la fuerza de la cicatrización definitiva. En este portal el Cazador de Estrellas
descubrirá que las más importantes batallas son libradadas donde se esconde la paz: en el corazón”.
“El tercero es el del intercambio. No somos nuestro discurso; somos lo que elegimos. Nuestras decisiones nos revelan
y perfeccionan. El único escenário disponible para el ejercicio de nuestra espiritualidad es la convivencia social. No hay
otro medio. Sólo en el trato con toda la gente podremos enseñar y aprender, descubrir quiénes somos, recomenzar y
transformarnos. Así florecerá lo mejor de nosotros a la luz de cada estrella alcanzada. Esta es la magia del Camino”.
La mañana daba muestras de su llegada y en el horizonte ya podíamos ver los primeros trazos de claridad. Habíamos
fumado lo que había en el hornillo y la hoguera se extinguía. Canción Estrellada me miró con su infinita dulzura y
finalizó: “Agradece a todo y a todos los que se crucen por tu camino, aún por aquellos que aparentemente te trajeron
infortunio, pues son portadores de la indispensable transformación en nuestra forma de ver y vivir. No son los otros
que tiene que cambiar para adecuarse a nuestros deseos; somos nosotros quienes tenemos que transmutar las viejas
formas que todavía nos cubren para no permitir que algo o alguien nos hurte la paz del corazón. No le concedas a
nadie tal poder. El verdadero Cazador de Estrellas es inquebrantable de espíritu”.

LOS LABERINTOS DE LA VIDA
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Todo sábado por la mañana hay una deliciosa feria en la plaza principal de la pequeña ciudad próxima a la montaña
que acoge el monasterio. Las calles son sinuosas y estrechas, pavimentadas con piedras para no negar su origen
medieval. Golosinas, artesanías, encurtidos, quesos, frutas y hortalizas frescas son vendidos por los habitantes y
agricultores de la región. La música alegre interpretada por jóvenes y ancianos en el centro de la plaza colorea el
estado de espíritu que predomina en el rostro de todos. En aquel día, el sol agradable de la primavera calentaba las
primeras horas frías de la mañana y las coloreaba con tonos típicos de la estación. El Viejo, como cariñosamente
llamábamos al monje más antiguo de la Orden, me había inivtado a acompañarlo a la feria con la disculpa de que
necesitaba comprar miel para la receta de una tarta apetecida por todos los monjes. En verdad, él admiraba mucho el
intercambio espiritual entre toda la gente, tanto dentro como fuera del monasterio. Con su sonrisa franca, ojos
brillantes y hablar pausado, conversaba con todos aquellos que se cruzaban ante sus pasos lentos pero firmes. Era
impresionante percibir como él era apreciado, a pesar de no poseer ni un níquel para ofrecer. En determinado
momento se encontró con una jóven mujer, muy bonita y bien vestida, cuya familia, proprietaria de vasta extensión
de tierras en los alredores, remontaba a una aristocracia tendiente a desaparecer. Su fisonomía demostraba tristeza,
sus ojos parecían sin vida. Ella se veía contenta al encontrarse al Viejo y nos invitó a sentarnos en una cafetería
cercana.
Con nuestras tazas humeantes en frente, la mujer comenzó a desfilar su enorme tristeza relacionada a los infortunios
del destino. A pesar de la gran herencia que le había sido destinada y de tener acceso a lo más caro del mundo, no
podía ser feliz ni encontrar encanto en las cosas. Nada le daba alegría. El viejo monje la oyó con sincero interés por
largos minutos, sin decir palabra. Al final, con los ojos encharcados, una lágrima escurrió por el bello rostro de la
jóven. Él le ofreció una sonrisa amable y le preguntó: “¿Tú sabes que es un laberinto?”. La jóven afirmó con la cabeza
y respondió que era una maraña de corredores que parece no llevar a ningún lugar, cuya salida es difícil de encontrar.
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“La vida, a veces, se presenta como un laberinto”, comentó el Viejo de manera enigmática construyendo su raciocinio.
La mujer quiso saber más. Él la miró a los ojos con dulzura antes de completar: “Quien no sabe a dónde necesita ir
estará siempre perdido”. “El viajero busca la salida por las paredes externas de los corredores cuando, en realidad, la
puerta está en su interior. Éste es el secreto del más sofisticado laberinto que ya existió, la vida”.
La bella mujer lamentaba su fracaso en la carrera cinematográfica que tanto deseaba. Había estudiado canto y danza;
recibía elogios por parte de los profesores de artes dramáticas por su desempeño; no obstante, a la hora de las
audiciones era reprobada y con duras críticas por parte de directores y productores. Añadió que estaba tan triste que
ya no tenía coraje de ver cualquier película. El Viejo tomó un sorbo de café, la miró con dulzura -su piel arrugada
denotaba las medallas de toda una existencia- y le dijo: “No todo elogio es sincero ni toda crítica es justa”.
La jóven entendió que él le estaba aconsejando que insistiera en la carrera frustrada. El monje fue vehemente: “No
digo que persistas, tampoco que desistas. Cualquier palabra en este sentido sería ligereza y arrogancia de mi parte.
Es necesario que cada cual sepa leer las letras de su propio libro; que perciba a dónde quiere llevarlo el flujo del
destino. Algunas veces el Universo quiere que tú insistas, enfrentes los desafíos inherentes a tu perfeccionamiento y
fortalecimiento; en otras es necesario desistir de los deseos pues no hacen parte de la necesidad de evolución de tu
ser, que exije seguir en otra dirección, en busca de tu verdadero sentido. Entender esto es decodificar la Vida”.
“Todos deseamos ser lindos, ricos, famosos y amados. El ego, motivado por convenciones sociales, todavía primitivas,
nos impulsa en este sentido. ¿Pero cuáles son las necesidades reales de tu alma? Tan sólo evolucionar”. El viejo
monje volvió a beber un sorbo de café antes de proseguir: “Aún nos preocupamos más con la apariencia que con la
esencia, como si lo mejor de la fruta fuese el color de la cáscara en vez de la dulzura de su contenido. Tenemos que
entender nuestra inmortalidad a través del espíritu que somos; cada cual recibe la lección que le corresponde en
aquel momento del Camino, para realinear los deseos del ego con los intereses del alma, en un viaje con infinitas
escalas. La dificultad financiera de algunos puede explicar la necesidad del valor por el trabajo; la abundancia
financiera de otros puede ser una dura prueba de compasión en la realización de obras preciosas, mediante el
ejercicio de la sabiduría refinada del amor. La enfermedad del cuerpo puede ser um remedio milagroso para el
espiritu, así como la ausencia de belleza estética puede significar la oportunidad para construir un encanto, mediante
gestos nobles que muestren que la luz que mejor seduce es la que brilla de dentro hacia afuera, y con ello diferenciar
lo eterno de aquello que inexorablemente será devorado por el tiempo”. Dió una pequeña pausa y en tono de broma
dijo: “Este viejito arrugado que tienes en frente ya fue un lindo jóven que despertó la pasión de muchas mujeres. Sin
embargo, estaba atormentado y dificilmente tenía la paz que poseo hoy. En el fondo, lo que importa es el equipaje
que podemos llevar en el chaleco del alma, el corazón”.
La jóven mujer le preguntó si él le aconsejaba hacer algo. El Viejo le respondió de repente: “En lo absoluto. Mi
intención no es establecer reglas, apenas intento ejemplificar como la Inteligencia Cósmica ajusta el aprendizaje
individual. A veces ella crea dificultades para perfeccionar al viajero; otras, le ofrece puentes sobre abismos para
permitir la evolución en el infinito viaje hacia la Luz. Son innumerables las posibilidades y cada cual tiene que
entender su propio proceso con sabiduría, amor, alegría y humildad”.
La bella mujer intentava metabolizar todo lo que el Viejo le decía y esperaba que, antes de que él se retirara, le
hablase sobre lo que consideraba más importante: ¿Cómo saber si era el momento de insistir o de desistir? El monje
tomó el último sorbo de café antes de comentar: “Hay tres maneras. La primera es aprender a escuchar nuestra
intuición. La intuición se hace presente cuando tu alma aconseja a tu ego o, mejor aún, cuando la voz de los ángeles
es oída. El riesgo más común, en estos casos, es confundir nuestros miedos y deseos con la verdadera intuición”.
Él continuó de forma pausada. “La segunda es prestar atención a las señales y saber interpretarlas. La vida nos habla
a través de ellas, lo que las hace un poderoso aliado para percibirnos de la mejor manera. No obstante, es importante
recordar que aunque recorramos el lado asoleado del camino, habrán momentos de dificultades y desafíos que
exigirán esfuerzo y paciencia, coraje y humildad. El riesgo, en este caso, es ver señales inexistentes. Es necesario
aprender a ver. Hay que saber que esto no es fácil mas indispensable” y quedó en silencio como si los pensamientos
navegaran en el Infinito.
Ansiosa, la jóven lo trajo de vuelta al recordarle que todavía no le había mencionado la tercera manera. El monje
sonrió y dijo: “Cada vez que el Camino te presente una bifurcación donde, de un lado se muestra la avenida de la
fama, y del otro se indica la calle del amor, toma esta última. O andamos por amor o estaremos posponiedo el viaje”.
La mujer quiso saber cual es el riesgo en este caso. “Ser feliz”, respondió el Viejo.
La bella mujer tenía los ojos húmedos. Estaba sinceramente emocionada. Sonrió y le agradeció al monje con un beso
en la mejilla. Él la tomó de las manos de forma fraternal y finalizó: “Todos imaginan que la salida está en las paredes
externas, pues quieren conquistar el mundo, cuando en verdad el secreto es seguir hacia el centro del laberinto donde
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encontrarán la verdadera puerta. La llave para abrirla es el corazón y el destino final es el encuentro contigo misma.
¡Entonces, el mundo será tuyo!”.

Los pilares de la paz
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La pequeña ciudad, en la falda de la montaña que abriga al monasterio, despertaba. Sus calles antiguas, estrechas y
sinuosas, aún estaban mojadas por el rocío de la noche. Como había llegado temprano para mis deberes, seguí hasta
la pequeña tienda de Lorenzo con el fin de invitarlo a un café. De lejos pude ver su antigua bicicleta recostada junto a
un poste, en frente a la puerta ya abierta. Fui recibido con la alegría de siempre por mi amigo, tan elegante en su
vestir y en sus actitudes. Alto y delgado, su vasta cabellera blanca no escondía su edad avanzada. Pantalón bien
ceñido de color negro contrastando con la camisa de blanco inmaculado, ambos de fina confección. El zapatero reposó
las herramientas sobre el mesón de trabajo y salimos, como buenos muchachos, riendo por las calles en dirección a la
panadería. Sentados, con las tazas calientes en frente, a la espera de pan fresco, no pude dejar de notar algo que
siempre me llamaba la atención: la paz permanente que irradiaban la mirada y las palabras de aquel zapatero.
Siempre me preguntaba por tal poder. Sin embargo nuestra conversación versó, como siempre, sobre filosofía, la
pasión de Lorenzo, quien devoraba todos los libros que le llegaban a las manos. “A pesar de todos los avances, y
estos son innegables, mis preferidos son los griegos. Todo lo que necesitamos aprender ya se sabía hace tres mil
años”, comentó. Le pregunté si esa era la fuente de la que él bebía para exhalar la serenidad que yo tanto admiraba.
“Toda la paz que necesitas nace del entendimiento de que ningún acontecimiento en el mundo, por más trágico que
pueda parecer, podrá sacudir los cimientos de tu alma sin tu permiso”.
Quise saber si existía algún filósofo o personaje histórico que le inspirase. De repente dijo: “Cada cual con su
magnitud, muchos hicieron de la propia vida la perfecta obra de arte al iluminar el mundo. Fueron faroles vivos que
iluminaron las noches tormentosas de la humanidad, mostrando que nuestras elecciones, cuando son revestidas de
sabiduría, coraje, humildad y, sobre todo amor, esculpen en el alma la paz invencible, fruto de la plenitud alcanzada
por el ser. Lo más increíble es que está a disposición de todos”, quedó en silencio por algunos momentos para
sorprenderme enseguida: “Admiro profundamente a todos, pero mi favorito es Sócrates, claro”, concluyó con una
sonrisa.
Lorenzo relató un pasaje poco conocido, pero muy explicativo, del famoso juicio del filósofo griego: “Todos saben que
Sócrates fue condenado a muerte por las autoridades de la época, acusado de corromper a la juventud cuando en
realidad, aquellos que estaban en el poder temían el libre pensamiento que contagiaba a todos con sus ideales
absolutamente pacíficos”, dió una pequeña pausa y continuó: “Todavía preso y antes del juicio, algunos amigos
sabiendo que el proceso era una farsa y que la sentencia ya estaba decidida, aún antes de la defensa, planearon la
huída de la cárcel para el filósofo pero éste se negó a escapar y le aclaró a sus atónitos compañeros que la fuga era
incompatible con la verdadera libertad”.
Encantado, oía la historia sin decir palabra. “Sócrates fue condenado, como era de esperarse, a pena capital por
envenenamiento. La víspera de la ejecución, le permitieron que su esposa lo visitara y, para su sorpresa, lo encontró
sereno en la celda. Angustiada e inquieta, le preguntó cómo podía aparentar tanta tranquilidad ante una condena
absolutamente injusta. El filósofo griego la miró con total compasión, arqueó levemente los labios esbozando una
sonrisa dulce y respondió: “Por suerte la sentencia es injusta y en esto reside mi paz”.
Impactado con lo que acababa de oir, permanecí largo tiempo en silencio. Allí tenía elementos para reflexionar
durante toda una existencia. Noté que el elegante zapatero me observaba intentando decifrar las reacciones de mi
mente, hasta que me llevó a la esencia de lo que quería: “¿Percibes que toda la paz que necesitamos es
independiente de los acontecimientos externos? ”.
A pesar de la bella historia, no estuve de acuerdo al recordar hechos desagradables y tristes que nos suceden, siendo
muy difícil mantener la paz. Lorenzo desaprobó: “Sí, la vida está repleta de situaciones indeseables que reflejan las
imperfecciones de todos nosotros, así como las confusiones movidas por nuestras sombras manifestadas en los celos,
la envidia y el miedo; o por el transcurso natural de la vida transitória en el planeta, como la enfermedad y la muerte.
No obstante, no dudes, cada una de ellas tiene su razón de existir. Si por un lado la finitud física es sólo un pasaje
para la inmortalidad del espíritu que seguirá inexorablemente su jornada de aprendizaje rumbo hacia la Luz; por otro,
los conflictos son el resultado de las dificultades que deben ser trabajadas y transformadas, sin olvidar que todos los
problemas son maestros disfrazados para perfeccionarnos y ejercitar lo mejor que hay en nosotros. Es en esos
momentos que adquieres una nueva visión, te transformas y permites que una nueva persona salga del cascarón”.
Le comenté que la convivencia en torno a algunas personas o lugares me eran desagradables, ya sea por la
agresividad que desbordan, por el vicio o por el dolor. Quise saber si él también sentía lo mismo. “Sin duda, pero si tú
traes paz dentro de ti, no habrá mejor oportunidad para ejercerla. La llama de una sóla vela es capaz de iluminar el
sótano más oscuro. Mucha gente no tiene idea del poder de una palabra cariñosa o de un abrazo sincero en
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momentos de absoluta oscuridad. Ser bueno donde todos son buenos no exige esfuerzo. La virtud reside en florecer
en el desierto”.
Nuestras tazas estaban vacías y era hora de volver a los quehaceres. Cuando pensé que nos íbamos a levantar,
Lorenzo me sorprendió y comenzó a hablar. Sus ojos parecían viajar al Infinito: “Son cuatro los pilares que mantienen
la paz”. Hizo una pequeña pausa y dijo: “El primero es la lealtad a tu propio código de dignidad. La dignidad es el sutil
equilibrio para actuar en la esfera del bien y de lo justo, sin olvidar la compasión por aquellos todavía prisioneros en
las propias sombras y así no caer en el callejón limitado del moralismo, resguardo de la intolerancia y del miedo”.
“El segundo pilar es la inmortalidad del espíritu. Entender que eres más que tu cuerpo, que eres el alma que lo habita
transitoriamente. No sólo por la verdad que trae, sino porque hace la vida mucho más rica desde el aspecto filosófico.
El prisma de la visión se modifica al transferir la finitud de la existencia, que nos lleva al dolor y a la nada, a la
evolución infinita del ser en proceso continuo de aprendizaje y de luz. La muerte deja de ser el abismo para
transformarse en puente”.
Intentaba poner orden a todos mis pensamientos en ebullición pero él no dió pausa y continuó: “La tercera pilastra
que sustenta la paz es aprender a renunciar a ganar siempre o convencer al otro de tu razón. Entender que cada cual
reacciona de acuerdo con su nivel de consciencia es actuar con misericordia ante los distintos grados evolutivos que
cohabitan el planeta. Exponemos nuestras verdades de forma clara y tranquila y oímos las de los otros con serenidad
y respeto. Cada cual tiene su propia verdad y sólo el tiempo se encargará de germinar la de mejor fruto; puedes estar
seguro de que no siempre será la tuya. Así, a veces, perder puede ser mejor que ganar”.
“Presta mucha atención al cuarto fundamento de la paz. La verdadera paz nunca es concedida, pues lo que es dado
puede ser tomado. La infinita paz que ilumina nuestra alma – aquella que permite un mar sereno a pesar de la
tempestad intensa – es construída con las herramientas dadas por la sabiduría y el amor. Los logros inmateriales son
eternos e invaluables. La paz es una conquista y tú no la encontrarás en ningún lugar, salvo dentro de tí”.
“Siendo así permanece en paz siempre, pues todo, absolutamente todo lo que sucede en nuestras vidas es para
nuestro bien, aunque al inicio no podamos comprender la maestría del Camino en razón a sus senderos mágicos y
subliminales. Sólo algún tiempo después de haber dado muchos pasos podremos entender la belleza de las
situaciones que antes creíamos injustas, innecesarias o incoherentes. Si aún no entendemos es porque todavía no
caminamos lo suficiente. Por tanto, ten paciencia, permance dispuesto a aceptar las lecciones con humildad y a dar lo
mejor con la más pura alegría”.
Dió una pausa, se levantó, tomó su abrigo y finalizó: “Al sustentar los cuatro pilares nada ni nadie será capaz de
estremecer
tu
preciosa
paz,
simplemente
porque
se
ha
vuelto
inherente
a
tu
ser
“.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

¿Necesito de esto?
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Era un joven y abogado prometedor. Había aprovechado para tomarse unos días de descanso para conocer al Viejo,
de quien había oído hablar. Mientras lo llevaba al lugar donde tendría lugar el encuentro, quise mostrarle la belleza de
nuestro monasterio, sus columnas esculpidas y las paredes antiguas, en donde hacía mucho se anclaba la paz del
silencio, de las oraciones, de los estudios y del servicio caritativo, pero él tenía prisa. Interrumpió mi relato acerca de
la abadía para comentar sobre la importancia de los procesos en los cuales actuaba y sobre sus triunfos en los
tribunales, donde deslumbraba a los jueces por el peso de su inteligencia. Tenía prisa para encontrarse con el Viejo ya
que trabajos de sumo valor lo aguardaban. No obstante, antes de que llegáramos al lugar donde el viejo monje recibía
a las personas para conversar, lo encontramos en el jardín interno del monasterio distraído con algunas plantas. El
joven fue recibido con sincera alegría por el anciano, como era su costumbre, aunque no lo conociera.
Inmediatamente el abogado comenzó a hablar sobre una acción emprendida contra una poderosa multinacional que le
daría millones en honorarios. Explicó que al día siguiente tendría que hacer la petición del proceso y pidió que fueran
directo al motivo de su visita. “Dinero es una herramienta importante, se pueden hacer muchas cosas buenas con él.
Así como con tu profesión, en la lucha por un equilibrio y entendimiento entre las personas. Úsalas con sabiduría”, se
limitó a comentar el monje. En seguida le preguntó al joven: “¿Puedo ayudarte en algo?”.
La respuesta era la ansiedad y el estrés. Comentó que por estos motivos había sido internado con problemas
cardíacos, tenía dificultad en sus relaciones afectivas y que no podía dormir sin la ayuda de ansiolíticos. Sin embargo
creía que ese era el precio por su éxito. “¿Quién te recomendó visitar el monasterio? ”, preguntó el monje. El abogado
respondió que había sido un tío suyo llamado Jonás, un humilde carpintero que lo visitó cuando estuvo convaleciente
en el hospital. Dejó escapar con algo de verguenza que fue la única visita que recibió, apenas motivada por el cariño,
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sin ningún otro interés. “¿Eres sobrino de Jonás?”, se alegró el Viejo. “Respeto y admiro mucho a tu tío. Cada vez que
un niño ingresa al orfanato de la ciudad él construye y dona una cuna para el pequeño. Usa sus dones y talentos con
el corazón. Me gusta mucho estar y conversar con él”.
El joven replicó, pues creía que su tío debía concentrar sus esfuerzos para salir de la vida simple que llevaba. Comprar
una casa más grande, montar un taller más moderno. No debía preocuparse con problemas que no eran suyos. El
Viejo curvó los labios con una leve sonrisa y dijo: “Debe ser triste no tener con quien preocuparse. Jonás es un
hombre feliz”. El abogado rió y dijo que el tío era un irresponsable.
El Viejo lo miró con ojos compasivos y preguntó: “¿Él necesita de eso?”. La pregunta era apenas retórica y se refería
al estilo de vida y bienes que el sobrino creía que Jonás debería perseguir. Antes de que el joven pudiera responder lo
invitó a sentarse a su lado en un banco de piedra, a la sombra de un enorme rosal. En seguida comentó: “Ganar el
pan de cada día con dignidad es sagrado, así como es legítimo y loable el esfuerzo para tener una vida cómoda. Todos
tenemos necesidades básicas de alimentación, vivienda, educación y salud”… La brisa leve de la tarde hacía el jardín
mucho más agradable. El Viejo continuó: “El problema es que desde siempre la humanidad parece no estar satisfecha
y saciada con lo que tiene y, entonces, continúa su búsqueda desesperada por tener más. No sabe imponer límites, lo
que trae de inmediato dos problemas. El primero es que las personas se vuelven eternamente insatisfechas,
alimentando un ego ya gordo y cada vez más voraz que se agiganta en las sombras de la vanidad y de la ganancia
desmedida. El otro, es que acaba sobrando poco tiempo para pensar y ejercitar las cuestiones primordiales del ser,
donde se adquieren las verdaderas riquezas”.
El joven, brillante por oficio en las técnicas de la argumentación y la contienda, refutó diciendo que conocía aquel
viejo discurso pero que en realidad el mundo sólo respetaba y reverenciaba a las personas poderosas y, por lo tanto,
entre mayor la fortuna más consideración le rendirían y, en el uso de este poder, a futuro, podría contribuir mejor con
la caridad. El monje sonrió con los ojos y dijo: “Pienso que tal vez estás equivocado en cuanto a las personas a
quienes das valor y consideras importantes. Sin duda, el dinero puede ser un instrumento poderoso para la realización
del bien, pero se vuelve desastroso cuando tiene como finalidad alimentar el orgullo. Así como un martillo, su uso
definirá si será útil para construir o demoler” y prosiguió: “Al contrario de lo que muchos piensan, la mejor compasión
no requiere de dinero y sí de saber priorizar nuestro tiempo, sentimiento e interés; puedes cuidar de tu arte u oficio
con maestría mientras interactúas con el mundo ofreciéndole tu corazón, así como Jonás”.
El joven argumentó con astucia que las personas son diferentes. De igual forma son distintos los conceptos, los
objetivos y las necesidades de comodidad. Cuestionó hasta dónde era legítimo concentrarse solamente en sus
objetivos antes de pensar en ayudar a los otros. El monje respondió suavemente: “Sí, cada cual es único y en esto
reside la fortuna de la vida. Existe un mantra valioso que cualquiera puede recitar: ‘¿Necesito de esto?’. Tenemos que
cuestionarnos sobre los verdaderos límites de la propia necesidad. Entre más estrecho es el límite del ego más
amplias serán las fronteras del alma. Créelo, las prioridades cambian a medida que el nivel de consciencia se
transforma. Me cuestiono sobre la lucha insana por carros más potentes en centros urbanos embotellados y que, al
final, llevan apenas el cuerpo, pues el alma, muchas veces, no ha ido a ningún lugar. O sobre casas cada vez más
lujosas, en barrios exclusivos, que cuestan montañas de dinero e incluso deudas, como símbolos de ostentación,
estatus e irónicamente, aislamiento. Con frecuencia encuentro personas en búsqueda frenética por más ropa, zapatos
y relojes. Será que nunca se han preguntado “¿Yo necesito esto?”.
El abogado negó con la cabeza y sus ojos se desbordaron de ironía. El monje ni remotamente pareció ofendido y
continuó con su hablar suave: “¿Cuántas veces has pospuesto una reunión de negocios para atender a un hijo que
necesita de tu tiempo y de tus consejos para mostrarle los buenos senderos de la vida, serenando su corazoncillo al
sentir tu mano fuerte apoyándole? ¿Cuándo fue la última vez que les llevaste a tus padres un poco de cariño o
cancelaste un compromiso profesional para oír a un amigo en dificultades?”. Con la expresión amorosa que le era
peculiar, el Viejo volvió a preguntar: “¿Hijo, qué es lo que realmente necesitas? Esta respuesta va a revelar tu actual
nivel de consciencia y a definir las alegrías y los sufrimientos que te acompañarán en el Camino”.
El joven volvió a explicar, como si se dirigiera a un anciano ingenuo, que trabajaba mucho y a cambio necesitaba
darse algunos gustos para cumplir sus deseos. El Viejo respondió de inmediato: “Las sociedades se mueven
inconscientemente distrayendo nuestra atención ante las cuestiones primordiales del ser. Veo personas que para
relajarse crean una lista de lugares que supuestamente no pueden dejar de visitar, como ruta de escape que les roba
el precioso encuentro consigo mismos. ¿Alguna vez te has preguntado qué es lo que nos lleva a huir de nosotros
mismos?”, dio una pequeña pausa y concluyó: “Entiendo el deseo de consentirnos después de una dura batalla. No
obstante, podemos agradar al ego o al alma. El resultado es un brillo fuerte de corta duración, que viene acompañado
de un gran vacío, o una extraña e infinita luz que brinda una sensación de completud”.
El joven abogado sonrió, sacudió levemente la cabeza como si estuviese oyendo a un loco y se levantó.
Educadamente le agradeció al monje por su tiempo y lamentó que la visita no lo hubiera ayudado. Confesó, con algo
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de sarcasmo, que esperaba recibir una revelación secreta sobre los misterios de la vida. El monje se levantó y lo
abrazó. Después le dijo con dulzura: “Lo que muchos llaman de misterio, no es nada más que las lecciones que
negamos. Entonces, nos aprisionamos a un ciclo hasta que cada uno lo decodifica para sí. Esto puede traer
sufrimiento; sin embargo, la vida florece por la alegría de las almas y pone a disposición la más delicada sabiduría
para todos, sin privilegio o distinción. Está en el aire, en el silencio, en las sonrisas y en los abrazos. Basta con prestar
atención y tener la osadía de pensar diferente. Nada será más revolucionario que colocar el más puro amor en cada
elección al preguntarse “¿Necesito de esto?”.
Quise acompañar al joven hasta los portones del monasterio pero se despidió y partió.
A solas, el Viejo comentó con cariño: “Un día él volverá”. Quise saber si el abogado regresaría al monasterio. “Volverá
a su propio corazón. No podrá huir de él por toda la eternidad. En algún momento tendrá que rehacer sus prioridades.
Sus necesidades cambiarán cuando se canse del vacío, del desierto y del abandono”. Miró hacia las primeras estrellas
que comenzaban a adornar la noche y finalizó: “¿Quién crees que ha encontrado la paz, el joven abogado, rico y
talentoso, o su tío carpintero, humilde y misericordioso?”.
Tan sólo bajé los ojos como respuesta. En seguida le ofrecí un té. Él me miró seriamente y recitó el mantra:
“¿Necesito de esto?” y enseguida guiñó el ojo y dijo de modo travieso: “¡Mucho!”. Reímos y nos dirigimos al comedor.

El mercader de sueños
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Era casi medianoche y no podía dormir. Resolví salir de la tienda y me encontré con Canción Estrellada – el chamán
que recibió ese nombre gracias a su don de compartir la sabiduría nativa mediante historias, cantadas o no – fumando
su inconfundible pipa de hornillo de piedra. Le pedí permiso para sentarme a su lado y me lamenté ante la dificultad
para dormir. Él me miró de manera serena, dio una larga bocanada y dijo: “Necesitas tener una conversación seria
con el Mercader de Sueños”. Obviamente no entendí de que hablaba y le pedí que fuera más claro. “¿Tú sabes por qué
los indígenas se pintan el rostro cuando van a una ceremonia o cuando antiguamente iban a la guerra?”. Su pregunta
hacía que mi mente estuviera aún más confusa. Ante la negativa dijo: “Las pinturas no son aleatorias ni estéticas,
pero revelan, según los colores y los trazos, la magia de cada uno”. ¿Magia? Quise saber a qué se refería con este
término. “Todos, sin excepción, tenemos nuestros dones y talentos que debemos usar con creatividad. Esa magia
particular es lo que nos hace especiales; ella puede expresarse de diversas maneras ya sea por el don de la sabiduría
a través del talento de enseñar, de la compasión para acoger a los necesitados, de la verdad para sembrar justicia,
del coraje para ofrecer seguridad, de la sensibilidad para ayudar a aflorar los sentimientos. En fin, son innumerables
los dones y talentos que se manifiestan en la esencia de cada persona y que se reflejan en la manera como ella
camina en belleza, sembrando buenos frutos por donde pasa. Es la espada del guerrero, como los ancestros
metafóricamente decían. Estos dones tienen que ser aplicados en el trabajo o profesión, pues cuando el guerrero no
usa su espada se oxida y él se vuelve amargo”.
Le dije que sus palabras eran bellas y sabias, pero que no entendía cómo se aplicaban a mis noches insomnes. “A
menudo vendemos nuestros sueños al Mercader”. Le dije que entendía cada vez menos. Él me miró profundamente a
los ojos y dijo: “Muchas veces desistimos de nuestros sueños, lugar en donde habitan nuestros dones y talentos, en
pro de lo que denominamos, por equivocación, objetividad o pragmatismo; ya sea por la necesidad de sustento,
ambición o miedo, en vez de vivir nuestro sueño a través de una profesión en la cual podríamos ejercerlo, entonces se
lo ofrecemos al Mercader a cambio de un trabajo más rentable que nos dará comodidad rápidamente. Al principio el
dinero traerá buenas sensaciones y hará que olvides el sueño; incluso podrá decirte que soñar es cosa de niños. Así,
comienzas a usar máscaras o a vivir de personajes con la ilusión de ser feliz. ¿Sabes por qué los niños son tan
alegres? Es porque ellos son auténticos y creen en sus sueños. ¿Quieres entristecer a un niño? Róbale sus mejores
sueños”.
Canción Estrellada guardó silencio durante algunos momentos y contempló las estrellas como si pidiese las mejores
palabras. Dio una bocanada más y prosiguió: “Sólo que los sueños nunca mueren. En la noche, cuando cierres los ojos
para encontrarte contigo mismo, tus dones y talentos vendrán a buscarte para danzar o para recordarte que
abandonaste lo mejor que había dentro de ti. Entonces, se hace difícil dormir”.
“Tu don es el barco que te ayudará a navegar los mares de esta existencia; tu talento es el timón que lo dirigirá al
puerto dorado de la plenitud. Por lo tanto, abdicar de ellos es estar a la deriva en las tempestades y perder de vista la
estrella que te guía”, explicó. “Para volver a dormir es necesario negociar con el Mercader para que te dé tus sueños
de nuevo”, concluyó.
Reflexioné durante algunos instantes y le dije que tal vez conocía a algunas personas que ya habían negociado con el
Mercader de Sueños. Sabía de un operador del mercado financiero que dejó su fortuna y el estrés de la Bolsa de
Valores para ser cocinero de un restaurante en una pequeña ciudad del interior; un médico que se volvió artista
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plástico; un guitarrista que abandonó los escenarios y la fama para estudiar Derecho y convertirse en un buen juez.
“No existe correcto ni incorrecto. Apenas existen los sueños”, interrumpió el chamán.
Le pregunté cómo podríamos entender este proceso. “Todo comienza con una gran insatisfacción con relación al
mundo, donde todo parece errado. En ese momento usualmente nos deprimimos, nos lamentamos. En realidad, el
mundo es tan sólo el espejo de las personas que lo habitan y todos hacemos parte de la tribu de esta gran aldea
planetaria; él se ilumina o se oscurece según la luz que hay en nuestra visión. Como la única manera de cambiar la
vida es cambiando nosotros mismos, surge el embrión de la transformación. Así como la serpiente cambia de piel para
hacerse mayor y más fuerte, surge la necesidad de abandonar en nosotros lo que no sirve más y dar paso a lo nuevo
que necesita nacer. Esto va a reflejarse tanto en tu apariencia como en tu comportamiento. El hecho de expresar
libremente todos tus deseos, sentimientos e ideas con creatividad, tiene un gran poder de cura. Recuerda que vivir no
es más que un ejercicio de perfeccionamiento del ser. Por lo tanto, vivir es curarse a sí mismo”.
“Transformarse es fundamental. Ejercitar tus dones y talentos es disfrutar de toda la magia que el Gran Misterio te
ofrece. Abandonar esto es abdicar de tu poder y renunciar a la plenitud del ser”. Cuestioné al buen anciano sobre
cómo hacer para reiniciar mi proceso. “Es indispensable viajar en búsqueda de tu esencia para entender tus reales
necesidades e identificar tus verdaderos dones y talentos. Es común confundir nuestra magia con nuestros deseos por
brillo y reconocimiento, frutos de la inseguridad y vanidad que son las semillas del miedo. Si esto sucede el Mercader
no negociará contigo, pues él no tendrá nada para entregarte”.
Le pregunté cómo reconocer mi verdadera magia. “Ella está a flor de piel; hace que tus ojos brillen, que olvides el
cansancio y trabajes por puro placer. Aunque necesites aprender técnicas para desarrollarte mejor, siempre tendrás la
sensación que naciste sabiendo hacer aquello. Verás toda tu creatividad florecer y embellezar la vida de quienes se
cruzan en el camino, pues tus mejores sentimientos y pensamientos serán inherentes a tu nuevo arte u oficio. No
habrán dudas cuando estés frente a frente con tu magia”.
Quise saber si era posible que el Mercader se recusara a devolverme mi sueño. “Nadie puede todo. Todos estamos
sujetos a las Leyes no Escritas. En caso absurdo de que el Mercader se negara a devolverte lo que es tuyo, será
porque duda de tus buenas intenciones. Siendo así, ofrécele el compromiso de usar tu magia con dignidad para
difundir alegría a todos y donde quiera que vayas. De esta manera el poder volverá a ti con la fuerza que tenía
cuando eras niño. ¡Úsalo para iluminar el mundo!”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La otra cara
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Profundamente irritado, fui a sentarme al final de la enorme mesa donde tanto discípulos como monjes tomaban sus
alimentos en el monasterio. Acababa de tener una seria discusión en el patio con otro joven discípulo. El Viejo, como
llamábamos cariñosamente al decano de la Orden, me observó durante algunos momentos durante el almuerzo mas
no dijo nada. Después de que todos se retiraron en silencio, el viejo monje se aproximó y me invitó a dar un paseo
por el jardín. Antes de que preguntara cualquier cosa, saqué toda mi indignación con relación al compañero que había
sido bastante severo en sus críticas para conmigo. Una madre afligida nos había ido a visitar en busca de apoyo
emocional y espiritual, debido a su inmenso dolor por la pérdida de un hijo. La orienté para que se dirigiera al
orfanato que mantenía nuestra hermandad en la pequeña ciudad, en la falda de la montaña que abriga al monasterio,
para que sirviera voluntariamente durante dos semanas y, solamente entonces, nos buscara nuevamente para
conversar. Mi intención, le expliqué al monje, era que la madre entendiera que siempre existen dificultades mayores
que las nuestras y que allí también podría depositar todo el amor que ella tenía en el corazón. Transferir el
sentimiento que nutría al hijo que partió a los niños que no tienen padres ayudaría a refrescar su dolor, le daría
sentido a la vida e iluminaría sus pasos. Cuando regresara para conversar con nosotros estaría más receptiva a
escuchar las palabras que la confortarían y entendería las Leyes no Escritas del Camino. Sin embargo, el otro discípulo
me recriminó. En su opinión yo había sido insensible al no disponer de más tiempo para consolar a la madre cuando
ella más lo necesitaba, pues una palabra de aliento tiene el poder de estancar el dolor que sangra. Éste era el
conflicto y el motivo de la discusión.
Le pregunté si yo estaba equivocado. “No”, respondió el Viejo. De inmediato quise saber si llamaría al otro discípulo
para sostener una conversación seria con él, reprenderlo y hacer con que se disculpara. “No”, volvió a decir el monje.
¿Cómo así? ¿El error no debía ser reparado? ¿No somos responsables por nuestros actos? Apedreé al Viejo con
preguntas repletas de indignación.
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El monje me miró con sus bellos ojos, brillantes de compasión, enmarcados en una piel arrugada por el tiempo y por
la lucha, antes de decir: “Cuando dos personas discuten, ambas pueden tener razón. En este caso no había una
solución errada y cualquier medida sería apropiada”. Alegué que la verdad era única. Él discordó: “La verdad está
relacionada con el nivel de consciencia de las personas y altera, por causa y consecuencia, su sensibilidad ante el
sentimiento del mundo. Lo que era absoluto para ti hace algunos años, hoy ya no se reviste de convicción. La Verdad
es una, no obstante, su real entendimiento ocurre con cautela, poco a poco, según cada paso dado en el Camino”. “Es
más”, prosiguió, “no debemos tomar partido o escoger un lado en las desavenencias. En vez de alimentar la
separación, hay que fomentar la unión. Al final, ¿no fue así que Francisco nos enseñó en su bella oración? No basta
saber, es indispensable vivir el conocimiento. Sólo así se torna sabiduría”.
Sostuve que todos deben tomar una posición ante lo correcto o incorrecto, para que el mundo encuentre
definitivamente su sendero. El monje respondió con su infinita paciencia: “Yo tomo una posición cuando la decisión
me corresponde, o sea, cuando es el momento de actuar en el escenario de la vida, en las decisiones que me son
inherentes y no actuando como juez planetario, donde apenas enardeceré, como acto repleto de ligereza o arrogancia,
los ánimos ya exaltados. Créeme, de esta manera nacen las guerras”.
“Aprovecha la oportunidad para ofrecer la otra mejilla. Es más, la expresión ‘si alguien te golpea la mejilla derecha,
ofrece también la otra’ tiene diversas y bellas interpretaciones. La mía, y humildemente acepto que existen otras más
completas, es que es más que un himno a la no violencia; es una orientación clara para no reaccionar con el mismo
tono, para no pagar con la misma moneda, para negarnos a vibrar en la misma sintonía; en fin, recusar la invitación
para danzar en el baile de las tinieblas. Es una lección de compasión y misericordia, es la clara y simple opción de que
la paz sea construida dentro de mí y sólo sosteniéndola en mi corazón se volverá planetária”.
“Ofrecer la otra mejilla significa también ver con los ojos del otro, es decir, colocarse en su lugar, observar según su
punto de vista y respectiva capacidad de comprensión, pues él tiene sus propias vivencias e historias, repletas de
condicionamientos sociales y culturales. Esto puede generar un gran aprendizaje cuando percibimos que el otro ya es
capaz de ver más allá de lo que fuimos capaces de ver hasta ahora o, por otra parte, un bello ejercicio de paciencia y
tolerancia al entender los límites y las dificultades ajenas, así como nosotros en un pasado reciente con nuestras
propias sombras. Una sabia y bonita manera de amar”.
Mi indignación no cedía. Me quejé y le dije al Viejo que la sensación de incomprensión y, hasta de injusticia, me
corroía las entrañas como un veneno amargo, pues mis actitudes con aquella madre estaban revestidas con mis
mejores sentimientos. Argumenté, una vez más, que yo apenas la estaba preparando emocionalmente para tener
condiciones de entender las palabras que le encenderían el corazón. La respuesta del monje vino recubierta con su
voz suave: “Tenemos que respetar el derecho a la opinión ajena, principalmente cuando es contraria a la nuestra. De
la misma forma debemos exponer nuestras ideas de manera clara y serena, sin la preocupación ante los aplausos y la
aprobación. Concentrémonos solamante en hacer la parte que nos corresponde de la mejor manera. Las
contradicciones hacen parte de este mundo, pues son las palancas que impulsan el aprendizaje; imponen la reflexión;
sirven de espejo al revelar lo que no nos sirve más por ser inadecuado y, así, transformamos nuestro interior”. Quedó
en silencio por algunos segundos y dijo: “No obstante, lo que más me llama la atención es otra cosa”. Esta última
observación me dejó tenso.
“La opinión de los otros no puede tener el poder de robarte la paz. Recuerda que las personas sólo tienen sobre
nosotros el poder que les concedemos. Por tanto, no permitas que nada ni nadie tenga sobre ti la capacidad de
impedir tu propio vuelo. Si más adelante te das cuenta de que estás equivocado corrige y repara en la medida de las
posibilidades, pues somos responsables por nuestros actos, transmutando el orgullo y la vanidad, para que éstas
sombras no interfieran más. Si estás en lo correcto, lánzate a las alturas, impulsado por las alas de la compasión, con
la seguridad de que todos, tarde o temprano, alcanzarán la próxima estación del Camino. La paz es un instrumento
poderoso que se aprende a sintonizar en el corazón del ser y es indispensable para que puedas danzar la alegre
melodía de la Gran Sinfonía del Universo”.
El monje se levantó y me pidió que meditara sobre el asunto. Antes de salir el Viejo, que había dado apenas unos tres
o cuatro pasos, se volteó y dijo: “Casi olvido lo más importante”. Quedó en silencio por algunos instantes para
finalizar con su voz dulce. “Lo antes posible, reconcíliate con aquel que te hizo daño. Es una bella oportunidad para
experimentar dos de las ocho bienaventuranzas, los ocho portales del Camino: la de ser pacífico y pacificador. Piensa
en esto”.
En aquella misma noche fui al encuentro del otro aprendiz. Conversamos hasta tarde y nos entendimos bien. Después
de muchos años, forjamos una sincera amistad, nos hicimos grandes amigos y realizamos buenos trabajos juntos.
Hoy, así como yo, él se tornó monje de la Orden y nos divertimos mucho al recordar episodios como éste. De esta
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pequeña historia, dos cosas llaman la atención: como, dependiendo del nivel de consciencia de los involucrados, aún
existe la necesidad del conflicto para alcanzar la armonía, siendo ésta siempre posible cuando existe el amor en forma
de tolerancia y compasión, además de la sabiduría para evolucionar y transformarse. Llegará el momento en que la
vía del conflicto ya no será necesaria para el entendimiento. La otra fue la actuación del Viejo como pacificador,
escalón más alto entre los portales del Camino, una bella lección ofrecida por el más fino ejemplo. Pasados tantos
años, cierro los ojos y lo veo tarareando la poesía de Francisco: “… hazme instrumento de vuestra paz …”
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Sabemos más de lo que somos
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Un día más de trabajo terminaba en la pequeña y antigua ciudad cercana a la montaña que acoge el monasterio de la
Orden. Aceleré el paso con la esperanza de encontrar el taller de Lorenzo todavía abierto, no porque tuviera que hacer
algún arreglo sino porque quería conversar un poco con mi querido amigo. De lejos pude ver su bicicleta recostada en
el poste de luz, señal de que yo estaba con suerte. El zapatero, elegante como siempre tanto en el vestir como en el
actuar, me recibió con alegría y para mi sorpresa, estaba con Sara, la Morenaza, como cariñosamente llamaba a su
hija, una bellísima y joven mujer de cabellos largos y negros, motivo de su apodo. Ella, que ahora vivía en la capital
donde trabajaba y cursaba el doctorado en una prestigiosa universidad, había venido a pasar unos días con su padre.
Muy dulce y educada dijo que nos dejaría a solas para que conversáramos y que lo aguardaría en casa más tarde.
Lorenzo me mostró los nuevos libros de filosofía que su hija le había traído de regalo. La filosofía era la otra pasión del
buen zapatero. Me invitó a tomar una copa de vino en una silenciosa taberna próxima de allí. Fuimos a pie y antes de
llegar le pregunté por la experiencia de educar una hija sólo. “Sabemos más de lo que somos. Todos tenemos
conocimientos que no podemos ejercer, entonces la vida, con su infinita inteligencia, nos impone conflictos y
dificultades para que entendamos su belleza y nos obliga a vivirlos. Cabe a nosotros mismos aprovechar las preciosas
lecciones con alegre resignación”, comentó con el fin de demostrar los fundamentos del raciocinio que construía.
Sentados en la mesa con dos copas de vino tinto, volvimos al asunto. “No somos lo que pensamos o lo que hablamos
y sí lo que hacemos. Nuestras elecciones nos definen”. Dio una pequeña pausa antes de proseguir: “Cuando la madre
de Sara partió en busca de su sueño de ser actriz y me dejó con la responsabilidad de cuidar y educar a una niña aún
en la infancia, en un primer momento quedé muy molesto al sentirme traicionado y abandonado con mi hija. Lo más
curioso fue que en la época yo ya había consolidado en mi mente todos los conceptos de respeto a la libertad ajena”.
Lo interrumpí argumentando que toda libertad trae consigo una dosis exacta de responsabilidad y la madre también
tenía el deber de cuidar a Sara. “Sin duda”, respondió el elegante zapatero. “Sin embargo, no podemos volvernos
quejumbrosos, amargados, atados y dependientes por las decisiones de alguien. ¿Acaso yo ya no era responsable por
la crianza de mi hija antes de que ella partiera? Era apenas una cuestión de cambiar el foco, de adaptación, de
aprender a adecuarme a una situación diferente, de obligarme a cerrar un ciclo ya terminado y permitir que uno
nuevo comenzara”. Refuté diciendo que dividir la tarea la hace más leve. “Pero no más fuerte y sabio”, respondió y
luego explicó: “Siempre hay ganancias, puedes estar seguro. Aprendí tanto o más que en los libros de filosofía, o
mejor, fui llevado a colocar en práctica todo aquel conocimiento adquirido en millares de páginas. Sólo así tuvieron
sentido y permití que el conocimiento se transformara en sabiduría. Este tal vez haya sido la mayor de todas ellas”.
Quise que fuera más específico. Lorenzo bebió un sorbo de vino y dijo: “Orientar a un hijo sobre el valor de las buenas
virtudes es importantísimo; dar ejemplo es indispensable. En la convivencia social cuando el discurso se divorcia de la
práctica, la buena palabra termina por perder su poder, así como agua pura que se derrama en el suelo para hacer
lama”. Se quedó algunos momentos en silencio, me miró a los ojos y prosiguió: “¿De qué sirve toda una teoría de
respeto a la libertad de opinión y elección de los otros, si mi hija podía percibir mi dolor ante la decisión de su madre
de partir?”. El zapatero estaba visiblemente emocionado, quizá por los recuerdos de toda una existencia. Pensé en
cambiar de asunto, pero su voz estaba serena como de costumbre. Él continuó con su manera dulce: “Entendí que
evolucionar no es más que iluminar las propias sombras. El dolor por el abandono necesitaba se transmutado en
respeto por el sueño de la madre de Sara al decidir al respecto de su propia vida, aunque yo discordara totalmente. Mi
hija podría crecer en un lugar en el que oiría que su madre era loca e irresponsable o en un hogar armonioso donde
entendiera a la madre por renunciar a cosas importantes en búsqueda de su sueño y la respetase por esto. Habían por
lo menos dos visiones sobre la cuestión: la que alimentaría las sombras o la que iluminaría el futuro de nosotros tres.
¿Te das cuenta que siempre podemos elegir? Sólo así fue posible para mi hija entender el verdadero valor y respeto
por la libertad que está contenido en la decisión del otro, creciendo sin resentimientos o distribución de culpas
inadvertidamente. Y por esto, y gracias a esto, yo aprendí cuán sagrada es la vida pues nos impulsa a ejercitar el
amor más puro y la sabiduría más límpida mediante caminos que a veces sólo entenderemos mucho tiempo después.
Fueron lecciones valiosas sobre sensatez, tolerancia y paciencia, a la espera del dulce fruto de la ardua siembra, pues
la vida tiene su propio tiempo de maduración sobre todas las cosas. Nuestras relaciones y la convivencia social son los
adobos del jardín que fomentan la práctica de la teoría que sabemos y aún no practicamos, como la semilla que
necesita de la presión de la tierra para reventar y germinar. De esta manera Sara se convirtió en una bella y preciosa
flor”.
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Estuve de acuerdo con él sobre el valor de tener las mejores actitudes corroboradas por las buenas palabras, pues de
lo contrario tendremos una sociedad de incrédulos acerca de las virtudes humanas, justo de aquellas que elevan y dan
sentido a la existencia. Él me observaba en total silencio y cuando callé, dijo: “Sí, pero vamos con calma. Toda tribu
tiene su fama en la justa medida del comportamiento de sus habitantes, lo que apenas nos muestra su nivel actual y
nos enseña que sólo habrá evolución al compás de las transformaciones íntimas de cada ciudadano. No existe otra
manera de cambiar la realidad de un pueblo”, bebió el último sorbo de vino, estuvimos de acuerdo en pedir otra copa
para cada uno y él continuó: “Como dije, sabemos más de lo que somos” y pasó a la conclusión de la premisa del
inicio de la conversación: “Pienso que ese proceso es natural, pero debe ser consciente. En teoría, todos somos
buenos y de bien; en la práctica, no tanto. Seas tú o yo. La mente va sedimentando los valores que necesitamos
aprender y, poco a poco, insiste en que el corazón los experimente. Comenzamos lentamente, prescindiendo de
ciertos vicios comportamentales al saber que están distantes del bien; así practicamos las buenas acciones en
obediencia a la consciencia, por imposición del raciocinio. Progresivamente comenzamos a cambiar nuestras actitudes
al profundizar en un nuevo patrón vibratorio modificado por la luz de la nueva forma de actuar. Las virtudes entonces
pasan, gradualmente, a hacerse inherentes e inseparables de nuestro nuevo ser, al integrarse definitivamente con el
alma. El bien no necesita más del ‘pensar’ pues ahora hace parte del ‘sentir’. La sabiduría se transformó en amor y
migró de la mente al corazón”.
El mesero trajo otras copas llenas de vino. Lorenzo propuso un brindis: “A todas las transformaciones ofrecidas por las
generosas lecciones del Camino! ”. Con los ojos absortos finalizó en tono muy bajo, casi como si se secreteara consigo
mismo: “Las dificultades son las herramientas que nos obligan y nos enseñan a construir los puentes sobre los
abismos de la existencia. Sólo entonces es posible proseguir el viaje”.
Continuamos conversando sobre la magia de la vida y sus fantásticas revelaciones, por tiempo indeterminado, hasta
que fuimos invitados gentilmente a retirarnos. La taberna tenía que cerrar.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares

La voz del corazón
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Canción Estrellada – el chamán que recibió este nombre gracias a su don de preservar y sembrar la tradición de su
pueblo a través de la palabra, cantada o no – estaba cambiando el cuero de su tambor de dos caras en frente a su
tienda. Yo había resuelto salir de la ciudad durante un tiempo, estaba incómodo con las duras críticas que los
originales de mi última novela habían recibido, al punto de hacerme dudar de mi propio talento como escritor. Había
recibido algunos elogios, sin embargo las críticas fueron feroces y la tristeza me corroía las entrañas. Tan pronto lo vi,
derramé todas mis quejas. Como él estaba trabajando, continuó y sin levantar los ojos dijo: “Tú no sabes darle la
exacta medida a las opiniones ajenas. No todo elogio es sincero ni toda crítica es justa”. Paró de encordar el tambor
por algunos instantes, me miró a los ojos y habló con voz suave y ronca: “Ya te enseñé sobre el Portal Sur, pienso
que llegó la hora de hablar sobre el Portal Oeste, donde vive el oso en la Rueda de Cura”. Me mandó a descansar y
pidió que fuera a su encuentro cuando “el Gran Misterio cubriese la Tierra con su manto de estrellas”.
En la noche encontré al chamán sentado, solitario, en frente a una pequeña hoguera. Me convidó a que fumáramos
juntos su inseparable pipa de hornillo de piedra. Después de dar algunas bocanadas en silencio dijo: “La Rueda de
Cura es el símbolo sagrado que representa la vida de cada uno en esta existencia. La vida es el tratamiento de cura
del espíritu. A cada lección aprendida o herida cicatrizada avanzamos un aro de la Rueda”. Dio una pausa y prosiguió:
“En el lado Oeste de la Rueda, donde el sol se pone, está el espacio sagrado del Oso, su caverna, donde se retira para
el sueño invernal después de probar todos los alimentos de las demás estaciones”. Aguardé sin decir palabra, pues no
estaba entendiendo a dónde quería llegar Canción Estrellada. “El oso busca el silencio de la caverna para apaciguarse
y dedicar un largo periodo para digerir todo lo que comió. Con la llegada de la primavera despierta más fuerte para
enfrentar y vivir la vida. Esta es la lección y el poder del oso. Con nosotros no es diferente”. Insistí en que continuaba
sin entender. Él me miró con enorme paciencia y dijo: “Cada vez más las personas oyen todas las voces en
detrimento de las palabras del propio corazón. Escuchan mucho pero entienden poco. Percibo una enorme búsqueda
por distracción y diversión, no es que ésto sea malo, pero están desaprendiendo a oír su propia verdad, pues cada vez
más tienen dificultades para estar apenas consigo, como si no entendieran que la soledad es un ejercicio necesario
para escuchar la voz del corazón. ¿O será que están huyendo de encontrarse consigo mismas? ¿Por qué tanto temen
ese encuentro?”.
Argumenté que oír es importante, pues aprendemos mucho de los otros. “Sin duda; sin embargo sólo tú podrás
escoger en qué dirección seguir”, respondió y continuó: “Por lo tanto es necesario filtrar, depurar y contextualizar las
voces del mundo, sin olvidar que sólo tú sabes y puedes decidir sobre tu propia vida. No puedes temer a tus
elecciones, pues son los únicos instrumentos de los que dispones para tu mejoramiento, lo que te diferencia y te hace
único al ejercer los dones que te pertenecen. Seguir a la manada no te hará escapar de las responsabilidades que te
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caben, tan sólo impedirá que florezca lo mejor que existe en ti. Aquellos que caminan en belleza no pueden renunciar
de la valiosa lección del oso, la búsqueda de sí mismo y el encuentro con la verdad”.
Le pregunté cómo podría vivir las enseñanzas del Portal Oeste. El chamán dio una larga bocanada, sus ojos parecían
perdidos en las estrellas. “Son tres pasos”, dijo. “El primero es la introspección. En la quietud y en el silencio, penetra
en tu espacio sagrado en una inmersión profunda en las aguas tranquilas de la esencia de tu ser. Estar apenas contigo
es maravilloso”. Me observó por algunos instantes y preguntó: “Me gusta confraternizar con mi pueblo pero ¿puedes
percibir la importancia de la soledad?”. La pregunta era apenas retórica, pues no esperó mi respuesta y continuó: “El
segundo paso es tener la sabiduría para oir la propia voz y saber discernir entre la voz del ego y la voz del alma.
Solamente ésta última te dirá la verdad sobre el Camino. Mientras el ego te habla sobre las pasiones, el alma te
revelará todo lo necesario sobre el amor. ¡Calma al ego, permite que el alma brille con toda su luz y deléitate!”.
Quise saber sobre el tercer paso. Canción Estrellada dijo: “Después hay que estructurar toda tu vida en función de la
verdad revelada. No creas que será fácil, pues es necesario coraje y desapego para abandonar las viejas formas
contenidas en conceptos y comportamientos que no te sirven más, pues fueron impuestos por patrones culturales y
sociales o por las expectativas que los otros tienen sobre ti; o peor aún, son límites impuestos por quien no cree en su
capacidad de crear y transformar al propio ser y, consecuentemente, la vida. Sin embargo, al final de la introspección
invernal el oso está listo para salir de la caverna, él se perfeccionó y ajustó sus decisiones al compás de su propia
verdad. Es consciente de su capacidad y talento. Ninguna tempestad le impedirá seguir adelante, pues trae consigo la
fuerza del Camino. ¡Es el momento de revelar todo su poder y magia!”.
Nos quedamos mirando hacia el infinito sin decir palabra por un tiempo que no puedo precisar, hasta que Canción
Estrellada rompió el silencio: “Entender los ciclos a que cada uno de nosotros está sujeto es fundamental para vivir
con serenidad. Cada ciclo sólo se cerrará en la medida que estemos perfeccionados y fortalecidos para el nuevo
momento, así como la mariposa sólo rompe el capullo cuando sus alas están maduras para alzar el vuelo”. Quise
saber cómo podría aplicar todas aquellas palabras en mi actual momento profesional. “Tú puedes aprender con los
otros, pero nunca permitir que quien quiera que sea te estremezca y te hurte la paz. Si esto aún sucede, es porque
todavía no te has encontrado contigo ni has fortalecido tus alas para volar”.
Le comenté que temía que este fuera mi caso. Canción Estrellada sonrió con los ojos y finalizó: “Es hora de vestir la
piel del oso, entrar en la caverna para tener un importante encuentro contigo mismo y buscar el precioso diamante
que te aguarda”, antes que yo preguntara de que se trataba, él concluyó: “Las voces del mundo siempre comparan
unos con otros. Aprender a oír la voz del corazón es descubrir la belleza de ser único”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La luz de la verdad
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Andaba malhumorado por los rincones del monasterio. Evitaba tareas en las que tuviera que conversar con los otros
discípulos o monjes. Todo me incomodaba. Al percibir mi descontento, el Viejo, como cariñosamente llamábamos al
monje más antiguo de la Orden, me invitó a dar un paseo por el jardín. Él intentaba conversar mientras que yo
insistía en respuestas monosilábicas que demostraban mi estado de ánimo. En cierto momento el Viejo dijo: “Entre
más iluminado es un espíritu, más bienhumorado es su comportamiento. Las Esferas Superiores, independientemente
de la forma como tu las concibas, están revestidas de un ambiente alegre. Al contrario de lo que muchos intelectuales
imaginan, no existe sabiduría en la irritación y en la impaciencia. La verdad es liberadora, tornándose fuente de
infinita alegría y paz”. En ese instante me detuve, miré al monje y le dije que el motivo de mi desánimo estaba
relacionado con la humanidad, pues la verdad de una persona no era necesariamente la verdad de la otra; por ello no
veía un final feliz para el mundo. El Viejo se sentó en un banco de madera, como quien no tiene prisa, y con voz
suave dijo: “La verdad es aparentemente inestable pues la consciencia de las personas está en diferentes niveles y en
constante evolución”. Lo interrumpí alegando que ese era el motivo de eternos conflictos. “No”, refutó el monje.
“Exactamente es en este punto donde reside la Inteligencia Cósmica. Al imponer la convivencia entre aquellos que se
encuentran en diferentes momentos evolutivos, permite que unos enseñen a los otros. Ella nos hace alumnos y
profesores a través de incesantes lecciones. Tenemos la oportunidad de experimentar la belleza de compartir amor y
sabiduría mediante la convivencia. A medida que el entendimiento se amplia, las personas, cada cual en su momento,
comienzan a percibir la importancia de los bienes inmateriales en detrimento de las riquezas aparentes; dan valor a
los sentimientos más sublimes en lugar de las emociones más sensoriales. Poco a poco el amor muestra su grandeza
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ante el odio; el perdón libera el dolor. Solamente en la belleza de la transformación individual será posible modificar y
alinear el planeta”.
Le comenté sobre mi agonía al ver al mundo envuelto en tanta inequidad y luchas insensatas por orgullo y vanidad.
En seguida enumeré diversos hechos dolorosos de la actualidad. El monje escuchó mis quejas con enorme paciencia
hasta que me cansé de hablar. Después prosiguió: “El mundo está exactamente de la forma que debe estar, pues
siempre va a reflejar el exacto grado de evolución intelectual, emocional y espiritual de sus habitantes. Elefantes no
vuelan”.
Recordé a Dumbo, el personaje de la fábula cinematográfica del genial Walt Disney y reí del chiste. El Viejo no se hizo
de rogar, también rió bastante y comentó: “Es verdad, pero si prestas atención aquel joven elefantico estaba repleto
de buenos sentimientos, muy por encima de lo encontrado en su especie. En un ejercicio absurdo de imaginación,
podríamos creer que su grado elevado de evolución marcó la diferencia entre los suyos, motivo por el cual transformó
sus orejas en alas. Pienso que con nosotros sucede lo mismo; la percepción de la verdad perfecciona nuestros
sentimientos y nos permite volar cada vez más alto”.
Persistí diciendo que mi duda continuaba con relación a cuál era la definitiva y liberadora verdad. El Viejo arqueó los
labios dando una leve sonrisa y preguntó: “¿Ya reparaste que tus verdades de algunos años atrás no son
necesariamente las mismas? ¿Sabes por qué? Por el simple hecho de que no eres el mismo. Las verdades se amplían
en la exacta medida de nuestra evolución. En la proporción en que las verdades son decodificadas por el consciente,
enviadas y encajadas definitivamente en los estantes de los sentimientos para uso interno, externo y eterno, ocurren
transformaciones en tu ser, pues el saber se incorpora al sentir. Corazón y mente al mismo compás, como músicos de
una afinada orquesta.”.
“La verdad final reside en vivir el amor sin límites. Esto es liberador, mas todavía difícil de entender y aceptar en
nuestro momento evolutivo. Ya lo percibimos, pero aún tenemos dificultad para experimentar la más valiosa energía
que existe en el universo de forma incondicional. La sabiduría de entender que la gran batalla es librada dentro de
nosotros, hace del incesante ejercicio de iluminar las propias sombras un decisivo paso en la búsqueda de la verdad.
Todos conocemos el amor y sabemos su importancia como fuente de Luz, sin embargo aún no podemos
experimentarlo en su completa magnitud. Infelizmente todavía desperdiciamos su fuerza. Una lástima, pues el amor
es la materia prima esencial de los milagros, que no son más que las transformaciones ocultas en nosotros”. Dio una
pequeña pausa, sonrió con los ojos y finalizó: “Entre más amor, más poder. Esta es la verdad en toda su amplitud y
sencillez”.

La gran aventura
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Caminaba por las calles medievales de la pequeña ciudad localizada en la falda de la montaña que acoge al
monasterio. Era acosado por los vientos fríos de otoño que me obligaban a protegerme entre las paredes y los muros
de las antiguas construcciones. Me alegré al ver la clásica y bien conservada bicicleta de Lorenzo apoyada en el poste
en frente a su taller. Encontré al buen zapatero elegantemente vestido, como de costumbre, trabajando en una
cartera cara de una bellísima mujer, la cual esperaba el arreglo. Fuimos presentados y el hábil artesano me explicó
que la joven había sido amiga de su hija en el colegio, por lo tanto, la conocía desde que era niña. Contento al verme,
me pidió que lo esperara un poco pues quería que tomáramos un café mientras me contaba sobre un nuevo libro de
filosofía. Trabajar sobre el cuero era el oficio de Lorenzo; prosear sobre filosofía era su arte. Ni me había acomodado
en una esquina cuando la bella mujer comenzó a hablar de los viajes que había realizado por exóticos lugares. Paseos
en globo sobre volcanes, saltos en paracaídas, peligrosas corrientes en frágil kayac, entre otras hazañas. Finalizó
afirmando su enorme gusto por aventura. El sabio artesano, inmerso en el trabajo, no pronunció palabra. En seguida,
como si tuviera dificultad con la quietud y el silencio, la joven dijo que no veía la hora de iniciar la escalada al Everest
que estaba programada para el próximo verano y comenzó a explayarse en los preparativos y riesgos de la nueva
aventura hasta que, en determinado momento de la narración, dijo que ese gusto por la aventura lo había adquirido
del ex marido. En ese momento el zapatero, sin levantar la cabeza, me miró por encima de las gafas que le corregían
la vista cansada, permaneció callado y volvió al trabajo. Como en una ópera previsible en seguida ella contó cómo
había sido feliz en aquellos años, pero quiso subrayar, sin parecer muy sincera, que no le gustaría encontrárselo en
alguno de esos viajes. De inmediato dejó traslucir cierta tristeza por el término del matrimonio que, evidentemente,
ocurrió contra su voluntad. Lorenzo levantó la cabeza, miró a la bella joven a los ojos y le dijo con bondad: “Lo más
interesante de las personas no es lo que ellas muestran y sí lo que esconden”.
“¿Ya reparaste que todo ese interés tuyo por viajes puede estar posponiendo la gran aventura de tu vida?”, le
preguntó a la muchacha que inicialmente pareció curiosa por saber a qué se refería el zapatero. Él explicó: “Lo que
tienes que cuestionar es si viajas en busca de diversión o por fuga, en la ilusión de retornar a un momento de tu vida
que no existe más. Piénsalo bien”, pidió el sabio zapatero.
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Levemente irritada y con un tono de voz alto dijo que consideraba que la historia de su matrimonio aún estaba lejos
de acabar, pues la familia de su anterior marido la adoraba y todos afirmaban que él jamás encontraría una esposa
mejor. El viejo artesano, manteniendo la voz baja y dulce, dijo: “¿Percibes que todos esos paseos peligrosos tan sólo
ocultan el más fantástico de todos los viajes que algún día osaste realizar?”. La muchacha quiso saber de qué viaje
hablaba. “El de la liberación”, concluyó el zapatero.
La bella mujer replicó diciendo que él estaba equivocado pues era una persona absolutamente libre. Iba y venía a
cualquier lugar del planeta, a la hora que quisiese. “Vagar suelto por las calles no significa libertad. Los perdidos y
desorientados también lo hacen”, él intentó diferenciar. La joven argumentó que era dueña de sí y de sus elecciones,
por lo tanto una persona libre. El artesano quiso aclarar: “La cuestión es saber cuál es la real amplitud de tus
elecciones. Entender de qué manera pueden estar amarradas a deseos inconfesables, a pesadillas disfrazadas de
sueños que insisten en maltratarte y, como consecuencia, a la dificultad en librarte de ellos. Las frustraciones
escondidas en el inconsciente, listas para engañarnos, son difíciles de identificar y se convierten en el punto inicial de
un sufrimiento que puede atravesar tiempos inmemoriales. Patrones de pensamientos endurecidos y automatizados,
comportamientos obsesivos o ideas y conceptos que nos rehusamos a transformar, terminan aprisionando y limitando
las decisiones como si absurdamente la vida no permitiera una nueva visión”. Hizo una pequeña pausa y ante las
facciones de la joven, una mezcla entre sorpresa y rabia, prosiguió sereno: “La consecuencia más común es insistir en
mantener el pasado amarrado al presente, sin entender que después de madurar la fruta es aprovechada o se pudre;
después se convierte en abono o semilla. Debemos permitir el cierre del ciclo que terminó para que el nuevo se
inicie”.
La joven refutó con la convicción de que ella y el ex marido nacieron para formar una familia. Reiteró que todos los
que los conocían íntimamente corroboraban esa certeza. Lorenzo, con la tranquilidad que le era peculiar, intentó
ofrecerle otra óptica: “Las almas son afines, o sea, se mantienen juntas mientras exista afinidad energética o de
propósito, durante el tiempo en que estén en el mismo nivel evolutivo. Esto puede durar un día o muchos siglos.
Todos somos espíritus libres y, por principio, debemos partir o dejar ir cuando el ciclo se cierre”. Recostó las
herramientas sobre la mesa de trabajo, se acomodó en la silla y prosiguió: “Por experiencia propia, sé cómo es difícil
aceptar que las fases de la vida cambian cuando, muchas veces, queremos que ellas sean eternas. El Universo exige
movimiento y con ello, transformación”.
La joven le dijo que no veía sentido en renunciar al pasado si éste le parecía mejor que el presente. Con ojos que
revelaban compasión, Lorenzo intentó explicar: “La vida no está preocupada con tus deseos y sí con tu necesidad de
evolución. A cada ciclo una lección. Celebra, pues llega la hora de abrir las alas para iniciar un vuelo, más allá de las
fronteras de lo conocido y de lo ya vivido”.
Impaciente y contrariada, la bella mujer se esforzaba para no perder el control, entonces le preguntó al artesano si su
consejo era que abandonara su sueño, a lo que él respondió: “De ninguna manera, los sueños son sagrados y son
parte primordial de los encantos de la vida; sin embargo, es preciso entender que los sueños están estrictamente
ligados a nuestros dones, a los talentos que debemos ejercer para que lo mejor de nosotros florezca. Son las
metamorfosis de la evolución; las transmutaciones que operamos en el corazón y que se reflejan en una nueva forma
de pensar y actuar. Así vivimos el sueño; todo el resto es apenas deseo”.
La joven reclamó diciendo que él parecía estar loco al afirmar que todo deseo era malo. “Yo no dije eso”, protestó
Lorenzo. “Apenas intento decirte que los deseos, cuando son mal interpretados o asimilados desde fuentes oscuras,
alimentan nuestras sombras, las cuales comúnmente se transforman en un cruel carcelero al no permitirnos entender
que estamos presos y engañados con una falsa libertad”. La mujer le pidió que fuera más específico y le preguntó a
qué se refería con las tales sombras. “Las sombras se manifiestan a través de los sentimientos de baja vibración como
los celos, la envidia, el dolor, entre otros, y también mediante algunos comportamientos como, por ejemplo, la fuga
de la realidad”. El zapatero enumeró tan sólo algunas características del largo espectro de las sombras, comunes en
todos nosotros. En seguida abordó el aspecto tenue de otro tipo de sombra y tocó en la delicada esfera personal de la
joven: “Tener como piedra fundamental de la vida la vana esperanza de que el otro, algún día, piense y actúe de
acuerdo a nuestra voluntad, es abandonarse en la mazmorra de la ilusión y del dolor”. Hizo una pequeña pausa, miró
a la bella joven a los ojos e intentó concluir: “A menudo creamos un ideal de vida sin percibir cuánto esto nos
maltrata, pues construimos absurdamente un eslabón de dependencia entre nuestras elecciones y las elecciones
ajenas, imaginando que allí reside la felicidad. Éste es el eslabón que aprisiona. Como no hay, ni puede haber,
imposición sobre la libre voluntad del otro, el error de concepto nos empuja hacia el abismo del sufrimiento”.
La joven, ahora bastante irritada, dijo que aquel taller no era un diván, que Lorenzo no era terapeuta y que tampoco
sabía de lo que hablaba y que, con seguridad, era mejor que él parase de leer libros que no era capaz de entender.
“Sí. Soy apenas un viejo zapatero, amante de los libros, que piensa en la vida y que, probablemente, habla de vez en
cuando cosas que no debe. Te pido disculpas por haberme entrometido donde no debía”. En ese instante había
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finalizado el arreglo de la cartera y se la entregó a la joven. Ella preguntó cuánto le debía. Él respondió de manera
elegante y sincera: “No me debes nada. Considero que ya te causé demasiados inconvenientes por hoy. Te pido
disculpas por haberme comportado como un padre aconsejando a una hija. Sé que no fui invitado a desempeñar ese
papel. Este tal vez fue mi error, sólo apenas este”. La muchacha se despidió haciendo mala cara y salió, no sin tiempo
de escuchar al buen artesano desearle: “Que la paz sea contigo”. Ella paró, miró al zapatero a los ojos, dio media
vuelta y partió.
Lorenzo sirvió una jarra de café fresco sin decir palabra. Con la taza humeante en las manos intenté conversar
mientras él se acomodaba frente a mí. Le dije que estaba de acuerdo sobre la necesidad de romper con viejos
patrones, ideas que no tiene más lugar en los estantes del corazón ni en los cajones de la mente, de actitudes que no
llevan a ningún lugar pues no acrecentan o transforman; en fin, desamarrar las alas. Él bebió un sorbo de café, me
observó durante algún tiempo y dijo: “El viaje de liberación del alma ante los condicionamientos impuestos por el ego
y por los conceptos del mundo es la gran aventura de la vida de todos nosotros. Ella nos lleva a las Tierras Altas del
Ser”. Hizo una pequeña pausa y finalizó con un murmullo, como si hablara consigo mismo: “Ocurre que muchos aún
temen a las alturas”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Lección de casa
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Había terminado un largo y productivo periodo de estudios. Lecturas, meditaciones, reflexiones y conversaciones
profundas fueron partes importantes en la búsqueda de conocimiento que cerraban un ciclo. El Viejo, como
cariñosamente llamábamos al decano del monasterio me recordó que teoría sin práctica es remedio olvidado en el
cajón, pues pierde la razón de existir por no curar. “Conocimiento sólo se traduce en sabiduría cuando es vivido en
todas nuestra relaciones”, advertía el monje a sus discípulos. Yo me veía de manera diferente como si poseyera una
importante herramienta, buscando la mejor oportunidad para usarla. Cuestioné al viejo monje al preguntarle cuál
sería la mejor aplicación de mis dones y talentos. Él estaba entretenido en la poda de un rosal; como siempre
paciente con todos, me miró por encima de las gafas y dijo: “No tengo tal información. Toda decisión es importante y
no es aconsejable transferirla a nadie, por más querido y bien intencionado que sea el interlocutor. El poder de decidir
sobre el destino es, o debería ser, personalísimo. No renuncies a la libertad que la vida te concede en tus decisiones
pues de cualquier forma, sea siguiendo a tu corazón o a la lógica ajena, no escaparás de las responsabilidades y
consecuencias; por lo tanto, erras o aciertas por tus verdades. La Vida te impone el caminar como única manera de
entender el Camino”.
No satisfecho con la respuesta, sustenté que no veía nada de malo en pedir un consejo con la intención de aclarar mi
decisión. De esta vez el viejo no levantó la cabeza y me respondió de repente: “¿Tan sólo un consejo?”, hizo una
pequeña pausa y prosiguió: “Tómate un periodo sabático. Viaja para renovar el guarda ropa del alma, respirar otros
aires, convivir con personas que tienen una forma de vivir diferente a la tuya, una visión diferente sobre todas las
cosas. Nada más enriquecedor. Considero que de esta manera encontrarás la respuesta que buscas. No te espantes si
la encuentras adormecida dentro de ti, aguardando a que tengas el coraje de traerla a la vida”.
Así atravesé el océano y pasé una temporada más en la aldea de Canción Estrellada, chamán nativo del Pueblo del
Camino Rojo. Fui recibido por todos con la alegría de siempre, había cultivado buenos sentimientos en mis estadías
anteriores. El chamán había viajado para participar de un Consejo de Ancianos y regresaría en dos días, tiempo que
fue aprovechado para conocer las novedades narradas por todos lados. Yo había cambiado bastante y aprovechaba
cada conversación para encajar una palabra iluminada o un pensamiento profundo. Cuando Canción Estrellada regresó
supo rápidamente de la admiración que yo había conseguido arrancar en toda la tribu. Escuchó muchos elogios sobre
mi metamorfosis pero no pronunció palabra. En la noche me convidó a fumar de su inseparable pipa de hornillo de
piedra, en frente a una pequeña hoguera bajo el manto de estrellas.
Estuvimos un buen tiempo en silencio hasta que el chamán, después de una bocanada, dijo: “No todo lo que reluce es
luz”. Quise saber a qué se refería y él fue sincero como de costumbre: “Oí muchos elogios con relación a tí. Todos en
la aldea están sinceramente impresionados con los cambios ocurridos, ya sea por las palabras siempre bien colocadas
o por las actitudes gentiles. Sin embargo, el discurso generalmente llega a donde aún no conseguimos llegar”.
Aproveché para mencionar, no sin una evidente muestra de orgullo, que había llegado la hora de colocar todo mi
aprendizaje en práctica, con el fin de auxiliar a la humanidad para un mundo mejor. Enumeré algunas posibilidades
urgentes, tales como involucrarme en luchas para combatir la mortalidad infantil en África, la deforestación de la
Selva Amazónica o la extinción de las ballenas en todos los océanos del planeta. Canción Estrellada me miró
profundamente a los ojos y dijo: “Todos esos trabajos son urgentes, de valor inestimable y carecen de valerosos
guerreros. No obstante, es necesario entender dos cosas: una, hay infinitas maneras de colaborar por un mundo
mejor y todas son válidas; dos, conocer la hora y estar listos para enfrentar cada una de las diferentes batallas”.
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Alegué que consideraba que estaba listo y que interpretaba las palabras de toda la tribu como una prueba inequívoca
de mis habilidades. Así mismo argumenté que todo lo que la vida requiere de nosotros es coraje. Él sonrió con
compasión y dijo: “¡Ahoo! Sí, que el coraje nunca nos falte”, dio una bocanada antes de continuar: “Ni la sabiduría. Un
escalón a cada vez, Yoskhaz”, me aconsejó. “¿Hace cuánto tiempo no visitas a tu familia?”, preguntó el chamán con lo
que me sorprendió. Respondí que hacía algunos años, pues siempre tuve una relación difícil con mis padres y
hermanos. Canción Estrellada arqueó los labios en leve sonrisa y dijo: “Toda familia es un taller de reajustes y
perfeccionamiento. No sólo por las deudas ancestrales que nos obligan a ejercitar el amor más profundo en sus
variadas vertientes como el perdón, la renuncia, la sabiduría, la paciencia y la compasión, especialmente porque los
ojos de la familia son más rigurosos con relación a nuestras aristas. A menudo ellos nos conocen mucho más que los
de fuera. Un discurso con bellas palabras y frases efectivas tienen el poder de encantar con mayor facilidad que
aquellas que nos salen del fondo. En la intimidad revelamos lo peor de nosotros. Ajustar los lazos familiares que se
deshicieron en la estela de tiempo forja el carácter del guerrero, pule la mente del sabio y ennoblece el corazón de los
hijos del Gran Espíritu”.
“¿De qué vale salir a cuidar del mundo mientras tu casa arde en fuego?”, me preguntó. Le contesté que estaría siendo
egoísta al colocar lo individual ante lo colectivo. “Hay prioridades y jerarquías de urgencia. Primero haz el deber de
casa, después salva al planeta”, explicó. “Así como conocernos mejor nos hace más comprensivos con los demás, es
el perfeccionamiento de las relaciones familiares que te dará el compás del mundo. Tarde o temprano tendremos que
avanzar más allá de las buenas impresiones que todos alcanzan fácilmente en las relaciones sin profundidad”,
concluyó. Acabé confesándole que no me sentía animado en buscar a mi familia, pues había un largo historial de
incomprensiones y que yo creía, sinceramente, que nada cambiaría. Acrecenté que había encontrado la fórmula
perfecta para el problema: visitas puntuales y rápidas en fechas festivas, dentro de los límites de lo que yo
denominaba como política de la buena vecindad. Canción Estrellada volvió a sonreír al percibir que mi corazón abierto
revelaba sentimientos que no combinaban con mi discurso fácil y bonito usado al regresar a la aldea, en la ilusión de
herramientas que imaginaba dominar. “¿Percibes ahora de qué manera tienes que perfeccionar y fortalecer el espíritu
antes de guerrear otras luchas? El guerrero desprevenido es presa fácil de las sombras de la desilusión y del
desánimo. La batalla de reconciliación con los tuyos es parte de la mayor batalla de tu vida, aquella que entretejes
todos los días dentro de ti, para iluminar las propias sombras, en la ardua tarea de afilar la espada de la sabiduría,
forjar el escudo del carácter y extender el tapete de flores del mejor amor”.
Insatisfecho al no oír lo que deseaba, argumenté que la intolerancia en mi familia era enorme y que me sentía más
cómodo con los amigos que la vida me había regalado. “Es la gran oportunidad para ofrecer lo mejor de ti a quienes
no nos comprenden o aceptan. ¿Ser bueno sólo con los buenos? Esto los débiles también lo hacen”. Le expliqué que
mis familiares pensaban de una manera muy diferente a la mía y que jamás iría a convencerlos. El chamán me miró
como si yo fuera un niño y dijo: “¿Convencerlos de qué? No existe estupidez mayor que intentar convencer a los otros
de nuestra razón. Ofrecemos nuestro corazón con pureza y serenidad, como si fuera semilla que aguarda la lluvia que
un día fertilizará el suelo, con la seguridad de que, tarde o temprano, germinarán las flores de la paz en el gran jardín
del amor. Esta es la ley, Yoskhaz”.
Lejos de sentirme vencido, pues mi ego secretamente alimentaba el deseo de trabajar en cuestiones que causarían
mayor sensación en los salones sociales, narré algunos intentos frustrados y, hasta como fui tratado de manera ruda
en ciertas ocasiones. Canción Estrellada me oyó con su paciencia que parecía infinita y cuando terminé mis lamentos
dijo: “Estás evitando el trabajo de remover la lama que te aprisiona y, por lo tanto, te concedes cualquier disculpa.
Claro que enfrentarás la desconfianza y el dolor de tus familiares. Ellos te conocen desde siempre y existen
desavenencias todavía sin luz. Tus más nobles intenciones serán puestas en jaque y tus valores probados hasta el
límite para el más fino perfeccionamiento de tu alma. Agradece por esto, el acero sólo se puede forjar en el calor del
fuego”.
Le comenté que algunas personas de mi familia eran muy duras y que seguramente me humillarían. Yo no deseaba
este tipo de situación más en mi vida. Canción Estrellada arqueó los labios en breve sonrisa, me pasó la pipa y miró a
las estrellas. Él sabía que en aquel instante estábamos navegando en lo más profundo de mi ser. El chamán me dijo
con suavidad: “La frontera entre la humildad y la humillación está en el hecho de permitir que nos sintamos ofendidos
con las palabras ajenas. Si tú entiendes que las ofensas tan sólo revelan lo que el narrador posee en el corazón,
percibirás que está hablando desde su esencia y no manifestando la verdad sobre la tuya. Ignorar esto te hará sentir
humillado y ofendido, eternizando el conflicto. No obstante, la verdad está mucho más allá de las apariencias. El
agresor patalea no por ser víctima y sí porque su alma está desajustada en la oscuridad que lo maltrata. Aunque lo
niegue, pues no puede ver a través del velo del orgullo y de la ignorancia, está clamando por ayuda. Sólo quien ya
anduvo un poco por los caminos del amor y de la sabiduría puede percibir la bella dimensión de la humildad. El
humilde tiene el poder de flotar sobre el tapete de las agresiones. No en vano, gracias a la magia de transformar en
polvo de estrellas toda y cualquier ofensa, la humildad es el primer puente del Camino”.
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Permanecimos algún tiempo sin pronunciar palabra, él agarró la pipa para dar una bocanada larga, cerró los ojos y
finalizó diciendo: “Para ser grande tienes que ser sinceramente pequeño ante los otros sirviéndoles al usar tu corazón
como bandeja. Este es el poder de la humildad y una de las lecciones de la mariposa que no teme arrastrarse hasta
madurar y dar valor a sus propias alas”.
Nada más fue dicho en aquella noche. Entendí que tenía que volver a casa y cumplir con mi destino que comenzaba
en la cuna de esta existencia. Una familia no se forma en vano y hay que entender el por qué. Era la hora y el lugar
para ofrecer lo mejor de mí; ejercitar y perfeccionar mi aprendizaje; fortalecer el espíritu ante las dificultades íntimas,
que nos son las más duras, pues revelarán verdades que desconozco sobre mi esencia; expandir los límites de mi
corazón y dejarlo con la puerta abierta para quien quiera entrar; transmutar continuamente mis sentimientos e ideas
pues siempre pueden ser diferentes y mejores. En fin, reconstruir la casa que estaba demolida -mi familia-. Era una
de las lecciones más difíciles. Sólo entonces estaría listo para conquistar el mundo.
El día amaneció en paz.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El enigma de la paciencia
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El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo del monasterio, parecía encantado con los rosales del
patio y los podaba como buen jardinero. Le pregunté si podía hacerle compañía. Él asintió con la cabeza y sus ojos
indicaron un banco próximo para sentarme. Permanecimos en silencio por buen tiempo alimentando el alma con la
quietud de las horas, hasta que le pregunté si podíamos conversar. El monje arqueó los labios en breve sonrisa que
interpreté como un consentimiento. Expuse mis reflexiones y dudas sobre la virtud de la paciencia y su importancia
para la felicidad. Él me escuchó sin decir palabra, después tomó el alicate del bolsillo, se acomodó en un banco a la
sombra en frente a mí y dijo mientras se distraía con una pequeña oruga en la palma de la mano que acababa de
arrancar del rosal: “La paciencia es alimento indispensable del alma en el camino hacia la plenitud del ser, en donde
reside la paz”, hizo una pausa por algunos instantes como si buscara las mejores palabras y prosiguió: “Sin embargo,
la paciencia es una virtud valiosa que posee un precioso enigma. La llave para descifrarlo es la sensibilidad”.
De repente quise saber más. El Viejo me miró a los ojos y dijo: “Antes de cualquier cosa, hay que tener buena
voluntad con todo y con todos. Entender que las personas se comportan de acuerdo a su nivel de consciencia y carga
emocional momentánea y pretérita, ayuda a que la paciencia encuentre lugar dentro de nosotros. No sirve de nada
enseñarle a un niño a calcular una raíz cuadrada si todavía no domina las cuatro operaciones básicas de la
matemática o explicarle algo mientras está adormecido. En nuestras relaciones personales no es diferente. Tener éste
entendimiento es percibir el paso del mundo, al entender que las relaciones se desarrollan de acuerdo con la evolución
y las posibilidades de los interlocutores. La naturaleza no da saltos. Poco a poco todo y todos se perfeccionan”.
Pensando haber entendido, dije que restaba esperar que cada cual ampliase su horizonte para las transformaciones
indispensables en lo más profundo del ser. De plano el Viejo refutó: “¿Tan sólo esperar? Ese no es el enigma de la
paciencia”. “No podemos olvidarnos de ofrecer lo mejor ante cualquier acontecimiento que se presente, desde las más
banales a las más complejas situaciones, donde la paciencia es parte esencial de este paquete. Esto es una premisa
para el andariego del Camino. Sin embargo, la paciencia no siempre excluye una actitud enérgica ante determinados
momentos cotidianos. Al contrario, ella tiene que hacerse presente principalmente en los momentos que exigen
firmeza en las acciones”.
Acomodó la pequeña oruga dentro de una caja de fósforos, más tarde la soltaría en el bosque, y dijo: “Ser paciente no
significa ser permisivo con el mal, ciegos a la injusticia, tolerantes con la violencia u omisos al error cuando se
presenta la responsabilidad de actuar. En otra variante, existe el momento de aclarar y ayudar, como un farol que
ilumina la embarcación en la noche oscura, evitando que naufrague en las rocas de la existencia. No siempre podrás
evitar el desastre, pero señalarás la posibilidad de otra ruta”. Hizo una pequeña pausa, me observó por instantes y
continuó: “No obstante, esa indispensable interferencia es bastante delicada y revela mucho de tí mismo. Por lo tanto,
debe ser hecha con cuidado para que no sea un ejercicio de orgullo y vanidad del ego que se satisface al imaginarse,
por instantes, superior al otro. Tampoco se debe crear alboroto para no avergonzar a aquel que está errado, mas que
tenga tan sólo la pura finalidad de mostrar una visión diferente sobre determinada situación. No olvides que la
paciencia nunca intenta convencer, apenas iluminar, pues es un acto de amor. Bondad, generosidad y, especialmente,
humildad son presupuestos indispensables de la paciencia”, explicó el monje.
Le comenté que nunca me había dado cuenta de cómo la paciencia era compleja. “Sí, al contrario de lo que muchos
piensan, ser paciente no significa ser conformista y sí un transformador; sin alarde, lejos del moralismo castrador, sin
el deseo de humillar, de vengarse o de buscar aplausos en los escenarios sociales. Por otro lado, la paciencia no
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puede servir para maquillar la cobardía o la pereza. La paciencia es para los fuertes pues escogieron renunciar a la
violencia para enfrentar las dificultades. El ser que domina la virtud de la paciencia es pacífico y pacificador; utiliza la
paz como fuerza de transformación. Es suave, pero a la vez firme; nunca agresivo. Sus palabras y actitudes sirven
como bálsamo para calmar los corazones de los que aún viajan afligidos; alumbra a los navegantes perdidos en las
rutas sombrías de la existencia”.
Pregunté cómo conocer el momento de esperar o de actuar ante cada situación. El monje me miró como si ya
esperase la pregunta y respondió: “Este es el enigma de la paciencia, Yoskhaz. Volvimos al inicio de la conversación
cuando te expliqué que la sensibilidad era la llave del secreto. La sensibilidad no es más que la percepción acertada
del Camino. Esto hace con que el andariego ofrezca siempre lo mejor de sí, en infinito perfeccionamiento ante las
metamorfosis indispensables de la evolución. Es la parte que le cabe y que nadie hará por él. Por otra parte, trae
consigo la calma al saber que las Leyes No Escritas son inexorables, aún cuando el resultado esperado no sea
inmediato, pues a menudo envuelve cuestiones que el andariego desconoce. Nada en el universo escapará del alcance
y poder del Código. Entonces, es continuar sembrando con ahínco y aguardar la magia de la vida en la primavera que
siempre llega”.
Le dije que entendía, pero le pedí que fuera más didáctico. El Viejo rió y se esmeró: “Hablo de las Leyes del Amor,
Retorno, Afinidad, Ciclos, entre otras. Son las Custodias del Camino y dirigen el proceso evolutivo. La mente las
decodifica poco a poco y nos muestra que cuando cambiamos nuestra manera de andar cambia también el Camino y
el paisaje. El corazón se deleita con la nueva ligereza del ser. Los deseos del ego lentamente se alinean con los
principios dignos del alma. La sabiduría pasa a iluminar las heridas del alma y el amor las envuelve con su
inconmensurable poder de curar. Así pasamos del embrutecimiento a la sensibilidad, de la agonía a la paz”. Después
de una pequeña pausa concluyó: “Aprendemos sobre el momento de actuar o la hora de esperar mediante la sabiduría
y el amor, pero sin la paciencia esas virtudes desaparecen”.
Cerré los ojos por un tiempo indeterminado. Cuando volví el Viejo todavía estaba sentado frente a mí. Me observó con
su enorme dulzura y finalizó: “No traigo ninguna novedad. La sabiduría y el amor son muy antiguos, están en el
mundo desde el comienzo de los tiempos. La transmutación del plomo en oro era la incesante búsqueda de los
alquimistas pues es la gran batalla de la vida. Se trata de una metáfora para iluminar las sombras que habitan en
cada uno de nosotros. Esta es la Piedra Filosofal y créelo, la paciencia es un poderoso ingrediente en la magia de esta
caldera”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Alegria, alegria
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El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, había sido invitado por el vicario de la
iglesia localizada en la pequeña y encantadora ciudad próxima a la montaña que abriga al monasterio a proferir
algunas palabras durante la misa de domingo. Eran viejos amigos. El monje me pidió que lo acompañara; llegamos
temprano y aguardamos en el banco de la plaza en frente a la iglesia. El Viejo disfrutaba del sol que calentaba su
cuerpo en aquella mañana fría de otoño. El sol, el frío, las ardillas, padres que paseaban con sus hijos pequeños, hijos
que paseaban con sus padres ancianos, la algarabía de los niños, los jardines y los pájaros, en fin, la vida pulsante en
todas sus manifestaciones deleitaba al monje. “Todo esto alimenta mi silencio”, comentó.
La misa transcurrió tranquilamente en su ceremonial hasta que el Viejo fue llamado a subir al púlpito. El vicario
previno a los presentes diciendo que no se extrañaran por la línea de discurso del monje, aunque profundamente
cristiano, pertenecía a una orden esotérica secular dedicada al estudio de la filosofía y de la metafísica. El Viejo
agradeció e inició su discurso: “Voy a proferir algunas palabras sobre la grandeza de la gratitud, virtud tan mal
interpretada”.
“Algunos están aquí afligidos en busca de ayuda pues se sienten incapaces de resolver sus problemas; otros para
agradecer por las dádivas concedidas; muchos tan sólo para bañarse de energías de amor y luz que inundan esta
casa. Cada cual con sus motivos, razones, sentimientos y fe. Todos merecen acogida, respeto y cariño; sin embargo
siempre me he hecho dos preguntas: ¿Cuál es el criterio de la esfera espiritual para atender las súplicas, ya que
algunas son atendidas y otras no? La otra, ¿Cuál es la mejor manera de agradecer por todo lo bueno que nos ha sido
ofrecido? Fueron cuestiones que tomaron bastante tiempo en mis meditaciones”, hizo una pequeña pausa para que
todos reflexionaran por algunos instantes y prosiguió: “Conozco a los que realizan donaciones preventivamente, como
forma de ‘quedar bien’ con los amigos divinos y garantizar protección y privilegios. Están los que llenan generosos
cheques a favor de instituciones religiosas y filantrópicas para ‘pagar la deuda’ ante el pedido atendido. Para estos y
aquellos puedo asegurar la total falta de comprensión de sus intenciones. El Cielo o el plano espiritual, independiente
del nombre que se le atribuya, no es un mesa de trabajo”. La voz del Viejo tenía la habitual serenidad y, aunque baja,
se podía oír claramente hasta la última hilera; el silencio era absoluto.
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“Más allá del mundo visible no se compran favores, tampoco el dinero es la moneda de intercambio. Los intereses y
valores son otros. ¿Se consideran ‘especiales’ por tener más dinero, más estudio o aparecer en la televisión?
Olvídenlo. Tener las mejores herramientas y posibilidades apenas aumentan la responsabilidad de transformarse.
Aquellas oraciones en las que prometen adoptar a un niño en caso de volverse millonarios al ganar el premio de la
lotería pueden olvidarlas. No se negocia con amor, mucho menos con Dios.
“La lógica en el plano invisible es diferente. No existe ningún interés por los deseos del ego. Las preocupaciones de los
benefactores espirituales están relacionadas solamente con las necesidades del alma y con todo lo que sea necesario
para evolucionar. El empleo, la casa, los hijos y hasta la salud, o la falta de esto, compone la perfecta realidad para
Aprender,
Transformarse,
Compartir
y
Seguir”.
“No se lamenten por no tener lo que desean, al contrario, agradezcan por la oportunidad y hagan el mejor uso posible
de lo que les fue ofrecido. Esto es sabiduría. Esto es gratitud pura. Aunque en este instante exista dificultad para
entender, pueden estar seguros de que no les falta absolutamente nada para el encuentro con la paz, salvo lo que
tienen que buscar en lo más íntimo del propio ser: El coraje de agregar sus dones y talentos a su diario vivir; parar de
negociar con las sombras; perfeccionar las elecciones en búsqueda de la Luz y aprender a amar incondicionalmente.
“Por más absurdo que parezca, todo lo que sucede en la vida es para nuestro bien. El buen guerrero agradece la
dureza de las batallas por perfeccionar su habilidad para combatir. La evolución es la prioridad para el Universo, todo
el resto es efímero, perfumería sin poder curativo. Por lo tanto sean agradecidos siempre. Las frustraciones son
adobos para la madurez; las dificultades son lecciones que iluminan y fortalecen el espíritu; los problemas y los
adversarios son maestros ocultos que nos brindan sabiduría y amplían nuestra capacidad de amar. Así nos
metamorfoseamos, rompemos la costra que nos aprisiona para que florezcan las alas de un nuevo ser”.
“¿Y las oraciones son importantes? Sí, como la meditación, elevan el patrón vibratorio y permiten la aproximación de
los maestros y guardianes invisibles que nos ayudan y protegen, desde que haya voluntad sincera para la
transformación y dentro de los límites permitidos por las Leyes No Escritas que trazan la evolución universal, en
binomio formado por la necesidad y el merecimiento. Acontecimientos inesperados; el surgimiento repentino de
personas como si fueran ángeles; innumerables señales; la intuición que es la perfecta conexión cósmica, son algunas
de las muchas maneras de colaboración que recibimos. Percíbanlo y sean gratos. No obstante, presten atención: Ellos
siempre ayudarán pero jamás harán la parte que cabe a ustedes realizar. Son cosas muy diferentes”.
“Ir a misa pero aliarse con las sombras que nos habitan no dará el efecto esperado. Por otro lado, quien anda por el
lado iluminado del Camino no necesita temer a la oscuridad. El perfume de las flores atrae pajaritos y mariposas; el el
olor de las aguas residuales lo infesta de cucarachas y ratones. Así escogemos quien nos acompaña”. Dio una pausa y
concluyó: “Por lo tanto no hay motivos para reclamos”.
Muchas de las personas que asistían a la misa estaban visiblemente incómodas con aquel discurso. El Viejo miró al
vicario y éste sonrió a manera de aprobación. “Toda caridad es bienvenida y es una bella forma de gratitud. Sin duda
la ayuda material es indispensable para quien tiene frío y hambre; no obstante, la de mayor significado e importancia
es aquella en la que depositamos el corazón junto a nuestras acciones. Por esto la caridad emocional será siempre
infinitamente más valiosa que la financiera, al final, ¿Qué es lo que cada uno tiene de más valioso que el propio
corazón? Un abrazo suele valer más que un cheque”.
“No conozco palabra más bonita que misericordia. De origen latino, ella nació de la unión de otras dos y significa el
acto de ofrecer amor como remedio al sufrimiento ajeno. Históricamente los que más se entregaron nada tenían para
dar, además de si mismos y de sus corazones. Así consiguieron todo. ¿Les parece incoherente? Pregúntenle a
Francisco de Asís o a Teresa de Calcuta. Para ser grande es necesario sentirse pequeño ante el menor de todos. No
basta simplemente tener el corazón del mundo, es necesario sentir su pulsación y no lavarse las manos”.
“Me refiero al día a día, en la convivencia con la gente y en todas nuestras relaciones. No esperen a ser invitados a
alguna gran ceremonia de transformación, pues es durante los quehaceres y las obligaciones cotidianos que la vida
sucede. Es en las pequeñas cosas que nos revelamos, aprendemos y caminamos; es en los detalles casi
imperceptibles que los milagros se manifiestan, invisibles a las miradas desatentas. Todo se modifica de un momento
a otro sin previo aviso. Esta es la magia de la vida”. Volvió a dar una breve pausa para que las palabras encontrasen
su lugar.
“Me atrevo a ir un poco más lejos. La gratitud es sincera y sencilla en su manifestación. Los más puros sentimientos,
por ser fruto de la genuina humildad, son discretos y anónimos. No se revelan ante el aplauso público; están unidos
por la intimidad y la belleza de compartir, como cualquier acto de amor verdadero. Nace de la responsabilidad por el
perfeccionamiento de la obra que nos fue confiada en la condición de coautores. Sí, el mundo fue creado pero no está
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terminado. Esto nos hace creadores y también las criaturas de este fascinante espectáculo, con sus maravillas y
males, a medida que ayudamos a escribir el guión, al mismo tiempo que protagonizamos las escenas. Algunos aún no
se han dado cuenta de la oportunidad concedida. De esta forma, agradezcan y vayan más allá de la retórica al hacer
impecable cada gesto o palabra. No olviden que, aunque distante, el mundo perfecto comienza en cada uno de
nosotros”.
El Viejo sabía que no tenía más que algunos segundos para no interferir en el buen desempeño de la misa: “Para
finalizar, les pido disculpas si hablé demasiado y los dejo con dos cuestionamientos. Como solemos reclamar bastante
de las imperfecciones del mundo les pregunto, ¿Cuál ha sido su mejor acción en pro de un mundo mejor?”, esperó
algunos instantes para hacer la siguiente pregunta. “¿Cuál es la mejor manera de agradecer por todas las bendiciones
que la Vida nos brinda ?”.
Al finalizar la misa, el párroco le agradeció al Viejo por sus palabras e intercambiaron un fuerte abrazo. A la salida de
la iglesia muchas personas miraron al monje haciendo mala cara, otros se acercaron para saludarlo y él atendió a
todos con atención y cariño. De vuelta a la plaza, a solas, lo interrogué sobre las preguntas que había hecho. Me
pareció que no se referían a un mismo tema, así como su discurso, abordaba dos asuntos distintos. El monje me miró
a los ojos, sonrió y balanceó la cabeza como diciendo que yo no había entendido nada.
Nos sentamos en una cafetería próxima. El Viejo me dijo con serenidad: “Las Leyes No Escritas ajustan la vida y
apalancan la evolución de todos. Caminamos por gusto o por imposición. La dificultad nace por la negación a aprender
determinada lección y así liberarse de un ciclo. No te lamentes, agradece, aprende, y transfórmate, comparte y
continua. El andariego del Camino se mantiene distante, no critica y busca la perfección. Él siempre ofrece lo mejor de
sí. A cada decisión definimos nuestro destino y herencia. En esta o en otra estación recogeremos los frutos de la
propia siembra. Recibiremos las exactas lecciones para entender la grandeza del Jardín. Somos el jardinero, la
semilla, la flor y también el fruto. La semilla es depositada y en algún momento ha de germinar. Ni que para eso el
suelo presione la cáscara de forma enérgica para que se rompa, germine y florezca en todo su esplendor”.
Permanecimos en silencio durante un tiempo y retomé las preguntas que él le había hecho a todos en la iglesia y
quise saber cuáles serían las respuestas. Él me observó con los ojos repletos de misericordia y bromeó. “¡Eres el peor
discípulo que hemos tenido en la Orden, Yoskhaz! Sólo existe una respuesta y sirve para ambas preguntas”, dio una
pequeña pausa, reímos juntos, él comió la pequeña fracción de chocolate que acompañaba el café y respondió: “La
mejor manera de agradecer por las bendiciones recibidas es también la manera más eficaz de armonizar el planeta:
propagar alegría por todo lugar. ¡Alegría, alegría! El amor posee los colores de la alegría. Nada es más poderoso que
hacer sonreir a alguien”.
“Alegría es la mejor manera de demostrar gratitud por todas las bendiciones del Camino”. Me miró profundamente a
los ojos y finalizó: “La alegría es el pan del alma; es un regalo del amor. La alegría revela la paciencia que tenemos
con lo que todavía no somos, permite ver la belleza oculta en todo y en todos. La alegría tiene el don de invitar a los
corazones a danzar, aliviar dolores, dar alas a los sueños de la humanidad y mantener viva la esperanza indispensable
en sí mismo y en toda la gente. Permite que tus actitudes reflejen el perfecto mundo que tu corazón desea. La alegría
revela la buena voluntad, el coraje y el respeto hacia la vida. Aprende con alegría, transfórmate con alegría, comparte
con alegría y sigue con alegría. Lo mejor de todo es que no necesitarás pagar absolutamente nada por ella, es
siembra barata y está a disposición de todos. Basta buscarla en el fondo del corazón. La alegría es una criatura de
Amor y trae consigo todo el poder del Creador”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Nadie sufre por amor
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Era aquella hora indefinida en que no sabemos si es día o noche. Algunas tiendas ya comenzaban a prepararse para
cerrar. Apresuré el paso por las estrechas y sinuosas calles de la ciudad secular cercana a la montaña que acoge al
monasterio de la Orden. Deseaba que la oficina de Lorenzo estuviera todavía abierta para invitarlo a tomar una copa
de vino y conversar. El elegante zapatero era amante de los libros y de los vinos. Filosofía y los tintos eran sus
preferidos. Su antigua bicicleta recostada en el poste era señal de que yo estaba con suerte. Cuando entré en la
tienda me tropecé con una bella joven que salía. Noté en su semblante cierta tristeza y sus ojos hinchados de llorar.
Fui recibido con la alegría de siempre. Lorenzo era un príncipe, su reino era la nobleza en el trato personal con toda la
gente, la elegancia de los gestos y del pensamiento. Él solía decir que “Es necesario iluminar los pasos y no empujar
hacia el abismo. La hora y la manera de usar las palabras es un arte”. Sin necesidad de que le preguntara, me dijo
que la muchacha era su sobrina y había ido a conversar sobre la reciente separación. La joven estaba inconsolable.
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Seguimos a la taberna y, después del primer sorbo, le comenté que me llamaba la atención el hecho de que las
personas se abrieran tanto con él. “Tal vez porque nada pregunto. Considero que esto las deja a gusto para hablar”.
Conversamos un poco sobre el motivo del sufrimiento en las relaciones afectivas. Aproveché para hablar sobre algo
que me intrigaba: Si el amor es algo tan bueno, ¿por qué este precioso sentimiento causa tanta tristeza?
El zapatero rápidamente se mostró dispuesto a enfrentar la cuestión: “Antes que nada es necesario entender el amor.
Sin duda alguna el amor es la fuerza más poderosa del universo, la energía que mueve y transforma al viajero para
las próximas estaciones del Camino. El amor es la materia prima de los milagros desde el inicio de los tiempos, la
argamasa que une a las personas, envuelve los más puros encuentros, alimenta a la humanidad en sus cenas
espirituales. Es el sentido de la vida. Entonces, que quede bien claro: nadie sufre o mata por amor”.
Le dije en broma al buen zapatero que tuviera cuidado pues sería apedreado por los amantes y marginalizado por los
poetas. “Sé que se sufre mucho a causa de las separaciones afectivas, pero no es por amor. El verdadero amor es
aliado inseparable de la libertad; hasta me atrevo a decir que el amor son las alas de la libertad. El amor respeta la
elección del otro al partir o al no querer manter más la relación. ‘Ah, me gustaba tanto ella’… Continúe gustando,
admirando, pero entienda que nadie es dueño de nadie. Un alma no puede ser propietaria de otra. No existe cualquier
tipo de dominación en el amor verdadero. No se puede celebrar un matrimonio como si se otorgara una escritura de
compra. Todo dará errado. De esta manera el sufrimiento nace del apego ilegítimo de desear tener lo que no puede
ser poseído. No es justificable el cercenamiento de la libertad de alguien en función de los miedos y deseos de otra
persona. El descuido y la ignorancia al permitir la manifestación en el corazón de emociones de baja vibración como
los celos, la envidia, el orgullo y la vanidad son las reales y únicas razones del sufrimiento. No obstante, esas sombras
siempre furtivas y disfrazadas se eximen de la responsabilidad y son atribuídas injustamente al amor. Hace milenios
se condena al amor por crímenes que nunca ha cometido y continuamos creyéndonos la mentira, desperdiciando la
belleza y la grandeza del amor”.
Argumenté que los periódicos, todos los días, narran crímenes pasionales cometidos por amantes inconsolables.
Lorenzo meneó la cabeza como queriendo decir que todo estaba errado y dijo: “Celos no son amor. Se mata por celos,
nunca por amor. Son sentimientos antagónicos. Ya oí muchas veces la siguiente frase: ‘Quien ama, cela’. ¡Mentira! Y
una mentira repetida mil veces gana fuerza de verdad, lo que es lamentable pues induce a las personas al error”.
Repliqué que los celos eran inherentes a la naturaleza humana. “Sí, esto es verdad. Celos, envidia, orgullo, vanidad,
miedo están entre las emociones que componen las sombras que se esconden en lo más íntimo de todos nosotros.
Transmutarlas es la gran batalla. Hay quien siente celos y mata; hay quien siente celos y toma su guitarra para
componer una canción. Mientras unos permiten que las sombras se vuelvan señoras de sí, al dominar y engañar su
voluntad, otros las iluminan, modificándolas para siempre desde su antigua condición. ¿Percibes que mientras uno
emprendió los caminos de la locura y del crimen, el otro confeccionó una bella obra de arte? Ambos poseían el mismo
sentimiento como materia prima, pero eligieron de forma diferente. ¿Por qué? Nivel de consciencia es la respuesta.
Solamente la comprensión de las infinitas posibilidades del amor sustenta y expande las fronteras de la sabiduría,
llevándonos a las Tierras Altas de la Plenitud”.
“Es necesario entender que es la Ley de la Afinidad la que rige la aproximación entre las personas. Una frecuencia
energética de sentimientos y pensamientos vibrando en niveles similares se atrae. Esto puede durar un día o siglos.
Entonces, dejar ir o partir tu mismo al sentir que los lazos no se sostienen con la intensidad necesaria, significa que ya
están en puntos diferentes del Camino. Respetar las decisiones es entender el viaje. Es sabio, es un acto de amor.
Esto nos libera para escribir nuevas historias y para cumplir un nuevo ciclo. Separaciones no son pérdidas; son
oportunidades”.
Quise saber en dónde solemos errar, en dónde nos perdemos. De repente el artesano me respondió: “Para comenzar,
a menudo nos enfocamos en exigir ser amados en vez de amar sin cualquier exigencia, invirtiendo la lógica natural del
amor, que necesita de renunciación para propagarse y brillar en toda su amplitud. Sólo tenemos aquello que donamos
con el corazón, con pureza y sinceridad, sin apegos, condiciones o tributos; sin embargo, reparo que las personas
hacen una especie de ‘libro contable del afecto’, en donde anotan créditos y débitos con la ilusión de obtener lucro o,
en la peor de las hipótesis, saldar la cuenta de ‘cariño y atención’. Esto nunca será amor”.
Lorenzo bebió un sorbo más de vino y se sumergió en las palabras: “Otro motivo, bastante común, es transferir al
otro la responsabilidad de hacerlo feliz en las relaciones afectivas. Es como mandar al otro a hacer un trabajo que sólo
a él cabe. Tan sólo se encuentra la felicidad dentro de sí en procesos de autoconocimiento, de cura a través de la
verdad, de transmutaciones de las viejas formas de pensar y actuar. Esta construcción es personal e intransferible.
¿Depositar en el otro la obligación de ser feliz? Todo errado de nuevo. Puro miedo de enfrentar las batallas de
desarrollo y evolución que deben ser libradas consigo mismo, entre el ego y el alma: sombra y luz. El amor exige
donación, jamás cobro. En general, por infeliz ironía, se cobra mucho cuando se tiene poco para dar. Tenemos que
compartir el amor que florece en nosotros y no desear ardientemente extraerlo del otro como un adicto en busca de
droga”.
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Le pregunté al zapatero sobre el sufrimiento causado por la pérdida de un ser querido. Él me miró incrédulo y replicó
de repente: “¿Pérdida? Qué pérdida, Yoskhaz? Hasta cuándo vamos a insistir en no desmistificar la muerte? La muerte
es una certeza, punto. Recordar todos los días que moriremos en cualquier momento es altamente saludable, amplia
el sentido de la vida, refina el tiempo, perfecciona las elecciones. Si entendemos que la muerte no es el final de una
historia, y sí el cambio de capítulo en el libro de la vida, no habrá sufrimiento. La añoranza de la partida será la fuente
de la alegría en el reencuentro. Innumerables partidas y llegadas. Los lazos cosidos por el amor son eternos y unirán
a todos más adelante. Nuevamente la Ley de la Afinidad. En caso contrario, nada tendría sentido. Mientras tanto
vamos aprendiendo, transmutando, compartiendo para seguir adelante, preparados para nuevas aventuras de una
historia sin fin. La nostalgia debe ser motivo de alegría, pues sólo hay añoranza donde existe amor. Celebremos la
nostalgia, pues quien no la siente reside en el vacío. Así, la exacta percepción de las Leyes del Universo transforma el
sufrimiento en polvo de estrellas”.
Hablé de su sobrina, que más temprano había salido envuelta en lágrimas del taller. Él me respondió con voz suave,
repleta de compasión: “Ella todavía está presa a condicionamientos sociales y culturales que nublan la dimensión pura
del amor. Usa su sagrado nombre y lo interpreta de forma equivocada. Evolucionamos por anhelo o por el
desequilibrio que la vida nos impone. La negativa de ella a permitirse una óptica diferente le trae sufrimiento, el cual
en algún momento, al cansarse del dolor o mejor, al entenderlo como innecesario, hará con que revise conceptos,
ideas, comportamientos. Entonces conocerá toda la libertad contenida en el amor. Sólo así entenderá y vivirá el
verdadero amor”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Mi personaje favorito
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Estaba con Lorenzo en una taberna en la pequeña y secular ciudad próxima a la montaña que acoge al monasterio.
Habíamos acabado de intercambiar ideas sobre sufrimientos y decepciones. El buen zapatero fundamentó con
maestría que el amor no es la causa de ningún dolor y que desde siempre viene siendo agraviado, pues damos oídos a
las sombras, emociones sin nobleza, en vez de comprender toda la grandeza de un sentimiento capaz de transformar
al mundo por su capacidad para hacer florecer lo mejor que existe en nosotros. Ya habíamos solicitado la cuenta
cuando, de repente, él dijo: “Pienso que no es sólo esto. Siempre que hablamos de las sombras nos referimos a las
más conocidas como la envidia, el miedo, los celos, la vanidad y la ignorancia. Muchas veces olvidamos la mentira, tal
vez por ser tan íntima”. Confieso que quedé atónito. Lorenzo lo percibió, sonrió y explicó: “De todas las sombras, tal
vez la mentira es la cárcel de más difícil liberación por ser la más furtiva. Me refiero a la mentira que nos contamos a
nosotros mismos; ella nos hace huir de la realidad ante la ilusión de comodidad de quienes temen a las tribulaciones
de una buena batalla. Esta sombra nos lleva a crear y a interpretar papeles distantes de la verdad”. Hizo una pequeña
pausa y prosiguió: “Existe más de nuestra esencia en la parte que escondemos que en la parte que mostramos; hay
cosas más ocultas en el fondo del cajón que aquello expuesto en la vitrina. Esto es lo que vendemos de nosotros,
aquello es lo que somos. Esta es la razón de muchas frustraciones”.
Le pedí que fuera más explícito en su raciocinio. El buen zapatero tuvo buena voluntad: Creamos personajes repletos
de virtudes que todavía no tenemos y que nos representan en los círculos sociales. Todos desean ser amados,
admirados e idolatrados. En la superficie todos se muestran buenos y circulan con la ilusión de ser lo que aún no son.
No obstante, las relaciones nos imponen una profunda inmersión”. Dio una pausa y concluyó: “Entonces la intimidad
revelará lo mejor y también lo peor que hay en cada uno de nosotros. Es inevitable”.
El elegante artesano tenía la mirada perdida en alguna página de su historia y hablaba como quien explica un
acontecimiento distante: “En general, no preparamos al otro para vernos actuando sin nuestros disfraces sociales. El
ego que creó el personaje con la tonta intención de protegernos, tarde o temprano saldrá a la luz para mostrar la
verdadera cara, aquella que ocultamos. El ‘yo’ estará desnudo. Ningún truco se sostiene para siempre. De allí surgen
las decepciones, los conflictos y los sufrimientos, en este orden”.
“Algunas personas abusan más, otras menos, de los personajes según la falta de coraje para encarar quien realmente
son. Es necesario enfrentar la verdad, sin adornos, con humildad, como primer paso para transformarse y
experimentar las infinitas posibilidades de cada cual. No se llega a la próxima estación sin enfrentar el camino.
Aunque existan curvas, piedras y tempestades, las dificultades fortalecen y perfeccionan al viajero”.
“No todos están dispuestos a afrontar las verdades del alma, con sus frustraciones e infortunios. Entonces, nos
escondemos bajo el manto de las ilusiones ofrecidas por el ego que nos engaña con la vana y eterna esperanza de
consuelo y protección. Usamos las máscaras que éste nos presta en el baile de la mentira hasta que el Camino, en la
exigencia del movimiento de la cura por la verdad, desnude el personaje que creamos para interpretar las historias
que queremos contar sobre nosotros mismos. Tarde o temprano nos obliga a mirarnos al espejo, a estar frente a
frente ante los ojos de la verdad para entender toda su fuerza revolucionaria. Es doloroso en un primer momento
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pues al estar sin maquillaje no encontramos la supuesta perfección. Sólo así descubriremos lo que debe ser
modificado, lo que tenemos que dejar atrás. Entendemos, principalmente, que no somos nuestro discurso y sí
nuestras elecciones”.
Comenté que existen algunos modelos más comunes de fantasias o arqueotipos del inconsciente colectivo. Lorenzo
concordó: “Existen muchos y puedo ejemplificar algunos. Un personaje muy usado hoy en día es el de la ‘persona
seria, muy ocupada, que no tiene tiempo para los otros’, como clara demostración de fuga de la convivencia, de la
intimidad, por miedo a revelar que tiene poco para mostrar o de mostrar lo que anhela esconder. Es la débil máscara
del fuerte, el disfraz del poderoso. En verdad, ocultamos aquello que no tenemos coraje de enfrentar. Se levantan
muros para que nadie descubra nuestras debilidades, cuando en realidad necesitamos de puentes para atravesar esos
abismos. Solamente cuando admitimos las dificultades estamos aptos para superarlas. Para ser grande es necesario
recorrer el camino de lo pequeño; esto se llama humildad. Esta virtud permite aceptar la condición de aprendiz, de
que nadie nace listo y así posibilita, no sin mucho trabajo, que lentamente revele toda la grandeza que habita en su
corazón”.
“Existe también el personaje del ‘falso alegre’, aquel que siempre está rodeado de gente y, de preferencia, de ruido.
Que quede bien claro que diversión, amistad, alegría y movimiento son cosas maravillosas, pero hay que tener tiempo
para todas las cosas, haciendo buen uso de este tesoro finito. ¿Por qué el miedo de estar a solas consigo mismo? ¿De
oír la música del silencio? ¿De conversar con el propio corazón? La soledad ha sido condenada al ser mal
comprendida. Soledad no significa abandono, es el viaje que el ego hace a los jardines del alma. El retiro necesario
para percibir las máscaras inútiles que interfieren en la conquista de la plenitud; los disfraces que se volvieron
obsoletos al no sustentar la felicidad; el maquillaje que desapareció con tantas lágrimas al percibir que la paz no se
encuentra en los estantes de la ilusión y que necesita ser construida con la verdad de conocerse por entero y,
entonces, transformarse. Ser feliz es una elección consciente que exige determinación y coraje para estar consigo
mismo y escuchar la voz que brota del corazón”.
“De todas los disfraces, el más triste es el de la ‘víctima’. Son aquellos que se dicen buenos y generosos, sin embargo
siempre alegan ser engañados o saboteados por todos. Usan la máscara del drama para transferir a los otros la
responsabilidad de su sufrimiento, escondiendo de sí mismos la atribución de trabajar la propia evolución. Es como si
deseasen ser conducidos hasta la próxima estación para no tener que enfrentar las dificultades del Camino. Olvidan
que los problemas que nos persiguen son nada más ni nada menos que las lecciones que necesitamos aprender, las
transformaciones que debemos forjar en el propio ser. Ignoran que la batalla final es librada dentro de cada uno de
nosotros”.
Lorenzo tomó un último sorbo de vino y advirtió: “Es importante reinventarse todos los días, pues hace parte del
proceso primoroso de transformación. No obstante, es imprescindible fundamentarse en las bases de la verdad y en
las rocas de la humildad, la alegría y el coraje, alejándose a cada día de los pantanos de la ilusión, de la mentira y del
miedo que interfieren en la evolución”.
“Es imperioso desvendar el velo de la fantasia que nubla los cambios necesarios exigidos por el alma desnuda. Aunque
sea un proceso difícil, bastante de la comodidad aparente del personaje será substituida por el esfuerzo en el
desarrollo del verdadero yo. El autoconocimiento es indispensable para la cura de las imperfecciones, de los traumas y
del sufrimiento mediante el remedio de la verdad, desprendiéndose de las capas personales hasta reflejar la más pura
luz. Sembrar y cultivar la esencia que nos habita, en la belleza de ser único y parte del todo al mismo tiempo”.
Hizo una pequeña pausa y concluyó antes de levantarse: “Cada cual es la embarcación que atraviesa las tempestades
de las propias ilusiones, aprendiendo a maniobrar con los vientos de la verdad y a navegar por la luz de la fina
sabiduría. La vida es el mar, los encuentros son los puertos y el amor es el destino”.
Ya de pie me brindó una sonrisa picaresca y provocándome dijo: “Yoskhaz, ¿cuál es tu máscara?”. Reímos.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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El escudo contra el mal
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El escudo contra el mal
“Solicitar ayuda a las fuerzas luminosas del Universo ante una dificultad de la cual no se tiene ningún control es
loable, pues demuestra humildad”, le dijo el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la
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Orden, a un hombre que fue al monasterio en busca de auxilio pues pasaba por una situación que lo afligía. En
seguida advirtió: “No obstante, pedir auxilio para que hagan el trabajo que te corresponde tan sólo revela la falta de
entendimiento de las Leyes y no sucederá. La vida no es dura para maltratar y sí para enseñar. No hay privilegios,
apenas lecciones”.
Como una tempestad que llega sin anunciarse, la vida de este hombre de un momento a otro tomó un giro
inesperado. Conflictos familiares sin sentido y complicaciones profesionales lo llevaron a serias dificultades financieras,
como consecuencia inmediata y visible del infierno que vivía en suelo terreno. Con ojos llorosos confesó que estaba
desorientado para continuar en la lucha. Los tres estábamos en el comedor y yo les servía café con pastel de maíz. El
hombre muy culto y con óptima apariencia relató que hasta hace pocas semanas navegaba en aguas tranquilas por
los mares de la vida. Una familia aparentemente bien estructurada, socio de una empresa que generaba lucros
suficientes para sostener una condición material por encima del promedio, hasta que en algún momento todo cambió.
“La vida exige movimiento y te hace caminar por gusto o por imposición. La inercia y la comodidad son herramientas
de las sombras que atrapan al viajero. Para quienes buscan incesantemente el perfeccionamiento del propio ser la
vida ha de ser generosa, pues provee todas las condiciones necesarias para proseguir el viaje de manera serena”,
explicó el Viejo. Hizo una pequeña pausa, bebió un sorbo de café y prosiguió: “A quienes se creen elegidos por los
dioses, ajenos a todo y a todos, a quienes se imaginan ‘escogidos’, les llegará el desequilibrio sobre las situaciones
que los sostienen. La Ley del Servicio es parte del Código No Escrito y nos obliga a trabajar y a progresar
espiritualmente. Crisis emocionales, conflictos afectivos, desavenencias familiares, dificultades económicas o
enfermedades, son algunos de los instrumentos de inestabilidad utilizados por el Universo para imponer nuevos
momentos de adaptación ante la realidad alterada. Ahora la criatura caminará por necesidad”.
“El Camino es muy generoso al permitir escoger las rutas del viaje y a la vez muy justo al elaborar las dificultades
inherentes al trayecto. El Maestro enseñó hace milenios que debemos atravesar la puerta estrecha de las virtudes. Sin
embargo, muchos todavía eligen la vía ancha de las ventajas indebidas. Alimentan el ego en perjuicio del alma. ¿El
resultado? Después de los placeres inmediatos y transitorios, se da vueltas en círculos por senderos cada vez más
oscuros y pedregosos. La agonía y la tristeza se presentan como compañeras de viaje”. El hombre bastante
sensibilizado confesó que, de hecho, no venía ofreciendo lo mejor de sí. Afligido, le preguntó al Viejo cómo podría
cambiar su propia vida, pues no sabía qué dirección tomar. El monje arqueó los labios con una sonrisa repleta de
compasión y le dijo: “¿Quieres un nuevo camino? Basta cambiar tu forma de caminar”. “Los problemas indican que es
necesario hacer cambios; entiende lo que necesitas transformar en ti y dedícate a esto con sinceridad, sólo entonces
llegará la ayuda de la esfera invisible”.
El hombre argumentó que sufría mucho, que no sabía cómo actuar y que la actual situación se mostraba tan oscura
que no creía que fuera capaz de solucionar todos los problemas sin la ayuda de las fuerzas superiores. El Viejo
respondió con voz bondadosa: “El Universo no quiere que sufras, sin embargo exige que tu evoluciones para llegar a
la próxima estación. Aprender, transformarse, compartir y seguir son momentos diferentes de cada etapa entre las
innumerables existencias permitidas, como escuelas de sabiduría y amor”.
El hombre dijo que también necesitaba de mucha protección, pues parecía que todo lo malo le estaba sucediendo. El
monje mordió un pedazo de torta y dijo: “Estamos sujetos a la inexorable Ley de Acción y Reacción, una de las que
componen el Código No Escrito. Ella atrae a tu vida personas y situaciones que te son adecuadas, no por punición sino
de acuerdo al rigor necesario para el aprendizaje del alumno, en la misma medida de sus actitudes. El perfume de la
flor atrae pájaros y mariposas; el olor del alcantarillado llama para sí ratones y cucarachas. Así, escogemos los que
nos acompañan y definimos el próximo destino”.
“Nadie está fuera del alcance de las Leyes. Los guardianes o ángeles del Universo están impedidos para interferir,
pues la situación conflictiva es parte de la lección que te corresponde. De esta manera primero debes ayudarte para
ser ayudado. Es una gran ilusión creer que la casa del mal es el mundo. Su raíz está en cada uno de nosotros, en
mayor o menor intensidad, dependiendo de la expansión de la consciencia individual. Créelo, nadie te perjudica más
que tu mismo. Ecualizar las emociones y pensamientos en ondas de Luz, envolviéndolos con amor para que puedan
materializarse en buenas actitudes es la defensa más eficaz contra el mal, ya que crea una cúpula de protección
energética a tu alrededor y permite la aproximación de ejércitos con mayor rapidez, consentimiento y poder. Como
puedes ver, el mejor escudo contra el mal es un corazón puro”.
“Nunca te faltará el auxilio, sin embargo cada cual tendrá la ayuda en la exacta medida de sus necesidades de
desarrollo, de la voluntad sincera para transformarse y de sembrar flores para quien viene detrás. No podemos olvidar
que las dificultades nos traen las lecciones indispensables para el perfeccionamiento del alma muchas veces aún muy
embrutecida, necesitando de métodos rigorosos de aprendizaje”.
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“Reflexiones y meditaciones en el encuentro consigo mismo son herramientas poderosas para la ampliación de la
consciencia. Lecturas auxilian en la creación de ideas y sustento filosófico. Las oraciones germinadas desde el corazón
son de extremo valor, ya que ayudan al equilibrio emocional y el auxilio rogado, de alguna manera, nunca faltará,
pero no te olvides de que ningún santo dará los pasos que te corresponden. La ayuda jamás llegará en forma de
carrozas repletas de oro o haciendo que la persona amada se doblegue ante tus deseos. El auxilio viene a través de
señales que indican un nuevo sentido y de las ‘casualidades’ que crean situaciones inimaginables a fin de protegernos
o mediante intuiciones luminosas que apuntan las indispensables metamorfosis del alma, al cambiar el sentir, pensar
y actuar”. “Esta es la alquimia de la vida: la transformación de sombras en luz, del dolor en amor. Esto es lo más
precioso de los milagros y muchos ni se dan cuenta de que los tienen a la mano”.
Como un vicio moderno, el hombre reclama de la situación del planeta, dice que todo está errado en todo lugar y que
el mal parece dominar sin riendas. El monje lo miró a los ojos con dulzura y comentó: “Cuando nos lamentamos del
mundo criticamos nuestra propia situación interna. El mal es fruto de las sombras que habitan en cada uno de
nosotros, de nuestras imperfecciones y dificultades, formando un colectivo de iniquidades. Por el contrario es también
válido afirmar que somos la Luz en la construcción del bien y en el mantenimiento de la Obra. A través de los siglos el
mundo siempre ha sido una fotografía exacta de nuestros corazones; del mío y del tuyo. ¿Quieres cambiar el mundo?
Transfórmate a tí mismo. ¿Cómo? Perfecciona tus elecciones”. El hombre asintió con la cabeza concordando pero más
por desconcierto que por satisfacción.
En seguida volvió a lamentarse de su situación e insistió en que le fuese dicho cómo, de forma objetiva, podría
revertir las actuales dificultades. “No tengo la menor idea”, dijo el Viejo. Ante la mirada atónita del hombre, me pidió
que le sirviera un poco más de café y explicó: “Administrar la vida ajena es muy fácil y tentador, sin embargo también
demuestra ligereza y arrogancia. El ejercicio de la vida, con sus dolores y delicias, es la herramienta personal e
intransferible de la cual disponemos para desarrollar las alas del alma e incentivar nuestra evolución. Entiende, acepta
y usa adecuadamente la libertad de buscar y decidir”.
“Apesar de que nunca te faltará ayuda – y que seamos claros, no para un desenlace mágico a tus problemas, pues el
auxilio no se dará en la medida de los deseos del ego y sí por la necesidad del alma; es decir, mediante condiciones
para alterar, por sí y a través de sí, la realidad – la parte más importante del proceso tendrá que ser hecha por ti al
ampliar tu consciencia, al tener apertura de corazón, al desapegarte de los viejos conceptos; medidas que se
reflejarán en el perfeccionamiento de tus decisiones”.
Observó al hombre durante algunos instantes y le aconsejó: “Busca el silencio y la quietud para estar a solas contigo
mismo; sumérgete profundamente. Conocerse a sí mismo es el camino hacia la plenitud. Establece para ti mismo
clausulas inviolables de amor y dignidad. Percibe lo que necesita ser modificado en tu vida. Absolutamente todo puede
ser diferente y mejor. Todos los sabios ya hicieron eso para romper la dureza del capullo y sentir las alas de la
libertad”.
El Viejo nos pidió que uniéramos las manos e hizo una sentida oración por el amor y la Luz. El hombre agradeció
educadamente por la conversación y la oración y partió. A solas con el Viejo le dije que tenía la impresión de que el
visitante había quedado un tanto decepcionado. “Pocos aceptan los encargos y el trabajo que les corresponde. Sin
embargo, si mis palabras son una buena semilla, tarde o temprano germinará”, dijo el monje. Hizo una pequeña
pausa y finalizó: “En verdad, las transformaciones exigen grandes esfuerzos que no todos parecen dispuestos a
operar. Piensan que es más fácil rogar por un milagro que nunca vendrá, pues el buen educador no hace la tarea del
alumno. Se ruega por socorro para que se materialice un castillo de muros altos que garanticen privilegios y
comodidades, cuando en realidad la ayuda llegará en forma de puente siempre y cuando exista en el andariego
voluntad sincera para caminar y atravezar el abismo”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar linares.
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El poder de las elecciones
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“Ser fuerte es una elección. Nadie nace valiente o cobarde; no obstante todos los días, en cualquier momento,
escogemos huir o enfrentar la batalla que se presenta dentro y fuera de nosotros” dijo Canción Estrellada, el chamán
que mediante la palabra, cantada o no, narraba la sabiduría ancestral de su pueblo. Estábamos sólos, sentados
alrededor de una pequeña hoguera y el manto de estrellas inspiraba nuestra conversación. En aquel día había tenido
lugar una ceremonia destinada a los jóvenes de la tribu que sellaba el paso de la adolescencia a la vida adulta.
Recordé las palabras dichas por el chamán al finalizar el ritual: “Comprender que eres capaz de resolver los problemas
que surgen, aceptar la responsabilidad que te corresponde y tener el coraje para luchar, perfilan la madurez forjada
en el guerrero que solamente después de ser pulido en muchas batallas estará listo para sentarse entre los sabios”.
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Comenté que admiraba la valentía de algunas personas que eran determinadas en sus objetivos y verdades. Por fin le
confesé, no sin un atisbo de verguenza, que a mi me gustaría ser uno de ellos. El chamán dio una larga bocanada de
su pipa de hornillo de piedra, me observó por algunos instantes y dijo: “Todos los héroes que he conocido han
navegado los mares de la duda y han transitado por los bosques del miedo. Son tiempos sombríos, de incertidumbres
internas pero necesarias. Buscaron en la quietud y en el silencio las respuestas que necesitaban. Las dificultades
perfeccionan el carácter y fortalecen el espíritu. Sólo así cimentamos la fuerza dentro de nosotros y perfeccionamos
nuestras elecciones”. Comenté de repente que no había comprendido todo el alcance de sus palabras. Canción
Estrellada me miró a los ojos y dijo: “Las elecciones son las únicas herramientas que tenemos para ejercitar la
espiritualidad. No hay otra, de allí su valor. A través de ellas aprendes absolutamente todo lo que necesitas: a
diferenciar el bien del mal; la esencia de la apariencia; la justicia de las leyes; que para ser grande es necesario ser
verdaderamente humilde; que los verdaderos revolucionarios son mansos, pues saben que las transformaciones que
cambian al mundo son interiores; que sin pureza en el corazón no existe victoria; que es imposible ser feliz sin
perdonar; que sin compasión no existe vida en común; que sin renunciar no se puede amar y, finalmente, que
siempre es posible escoger diferente y mejor”. Hizo una larga pausa, con los ojos perdidos en las llamaradas, y volvió
al asunto: “Nos gusta pensar que somos el discurso que narramos de nosotros mismos cuando nos mostramos a los
otros, pero no. En verdad, somos la sumatoria de las elecciones que hacemos en el transcurso de la existencia. Ellas
nos permitieron llegar hasta donde estamos, entre errores y aciertos, dolores o delicias. Las elecciones nos definen e
indican el futuro próximo, pues están inexorablemente vinculadas a la Ley de Acción y Reacción. Las elecciones
muestran como atraviesas el Camino, sus percances o beneficios”.
Le dije que sólo en aquel instante me había dado cuenta de las centenas de elecciones que hacemos durante un único
día. Desde las más simples, pero no menos importantes, como sonreír al dirigirnos a alguien, hasta las más complejas
como terminar una relación o cambiar de empleo. “Todo se basa en elecciones. Y por más opresiva que sea la
situación, siempre tenemos la posibilidad de escoger. Quedarnos o partir, aceptar o luchar, hablar o callar. Las
elecciones son las semillas inmortales de la libertad que habita en nosotros y que nos diferencia”, concluyó el chamán.
Aproveché para decirle que estaba pasando por un momento muy difícil, pues tenía que decidir sobre cuestiones
personales y profesionales para poder darle un rumbo a mi vida. Las distintas oportunidades que se me presentaban,
ante las incertidumbres que tenía, acababan dejándome sin ninguna posibilidad.
“Nuestras elecciones son la espada del guerrero o la linterna del sabio que labran e iluminan el camino de la vida”,
explicó. Canción Estrellada hizo una pequeña pausa que aproveché para preguntarle en qué dirección debía seguir. El
chamán sonrió con bondad y me dijo: “Nadie podrá darte esa respuesta, salvo tú mismo. Tu elección es fruto de todos
los elementos que germinan dentro de ti. Es el instrumento que afinará la melodía de tu alma. Es la expresión de tu
nivel de consciencia y de la pureza que traes en el corazón. Permítete estar a solas contigo mismo y entender que
cada elección definirá las próximas condiciones del Camino, puentes o abismos, jardines o desiertos”. Le dije que
muchas veces dudaba en seguir algunos caminos pues me parecían demasiado arriesgados, otras veces por no saber
a dónde me llevarían. Canción Estrellada me explicó con paciencia: “Hay caminos más seguros que te llevarán a corta
distancia por paisajes previsibles; existen senderos más peligrosos que pueden presentarte un universo inimaginable.
Para elegir debes prestar atención al sentimiento que te mueve: ¿La búsqueda por el aplauso fácil impuesto por las
convenciones sociales o el sumergirte profundamente en el viaje del perfeccionamiento del ser? Cuando tu
movimiento está impulsado por nobles sentimientos el poder del mundo está en tus manos. Esta es la magia de la
vida”.
Canción Estrellada me miró severamente y dijo: “Cada una de las elecciones tienen que estar revestidas de dignidad,
coraje, humildad, alegría y amor para que el telón se abra ante el fantástico espectáculo de las posibilidades aún
desconocidas, al permitir que despierte lo sagrado que duerme en tí”. ¿Lo sagrado en mí, cómo así? Me sorprendió el
término. El chamán se explicó: “Tus elecciones mueven tus alas o te impiden volar. Ellas son la sal de la vida, la
sonrisa en el rostro, la admiración por sí mismo y por el otro, además de la conexión con la vibrante esfera invisible.
Así, las elecciones tienen el poder de transformar lo mundano en sagrado por el contenido y valor de la
transformación que irán a generar. Cada elección puede ser un acto vulgar o tener la fuerza transformadora del
milagro”. Insistí diciendo que no había entendido. Canción Estrellada me miró diferente, como un padre observa a un
hijo y finalizó con la vieja y buena lección: “En todo momento el Camino nos presenta bifurcaciones. De un lado, el
atrayente sendero de los deseos, llenos de destellos, privilegios y homenajes; de otro, el discreto sendero de las
necesidades de metamorfosis del alma, cuyas únicas luces apenas se encienden en los corazones”. El chamán
permaneció algún tiempo sin pronunciar palabra, como si buscase recuerdos ancestrales, hasta que finalizó: “No todo
lo que reluce es luz. Sólo la llama que brota de los corazones puros puede iluminar los pasos. El amor tiene el poder
de sacralizar todos los actos y de transformar el mundo cuando es la fuerza motriz de las elecciones. El mayor secreto
de la vida es muy simple Yoskhaz: escogemos por puro amor o escogeremos errado”.

El sentido de la victoria
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Era fin de tarde, estábamos sentados en la estación esperando el tren que nos llevaría hasta la pequeña ciudad al pie
de la montaña que acoge al monasterio. Habíamos ido a visitar a una joven que estaba pasando por un tratamiento
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oncológico en un moderno hospital de una metrópolis no muy distante. Como de costumbre el Viejo, como
cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, parecía encantado con todo a su alrededor. El
movimiento, las tiendas, las personas; la alegría y la tristeza por las llegadas o partidas; los abrazos emocionados,
sonrisas y llantos ante los encuentros y las despedidas; los solitarios. “Esta plataforma es la síntesis del mundo”,
comentó sin mirarme, sabiendo que yo lo observaba. Le dije que me parecía extraña la manía que tenía de encontrar
belleza en todo y en todos. “Es necesario ejercitar el ver más allá de las apariencias, de las formas y, principalmente,
de la ilusión. Es necesario deleitarnos con la esencia. El Maestro nos enseñó que ‘cuando el ojo es bueno, todo el
cuerpo es luz’, citando un pequeño trecho del Sermón de la Montaña.
Refuté diciendo que la práctica era muy distinta de la teoría. Usé como ejemplo a la joven enferma que habíamos
visitado aquel día. El médico no le había dado ninguna garantía de éxito en el tratamiento y el futuro de ella era una
incógnita. Como agravante, ella vivía como si tuviese un cuchillo afilado en el cuello ante la inminencia del corte.
“Todos lo tenemos, tan sólo desconocemos la hora y la forma del golpe. Las láminas se presentan en innumerables
facetas. Accidentes, catástrofes, asesinatos; enfermedades inesperadas, lentas o fulminantes; vicios y tristezas,
graves variantes de suicidio inconsciente; el conteo variable, inconstante e implacable de la ilusión del tiempo”, hizo
una breve pausa y comentó: “A propósito, ¿te diste cuenta de lo feliz que ella estaba?”.
Respondí que todo era parte del teatro para intentar alegrar a los parientes que tanto la amaban, pues nadie podría
estar bien ante aquella situación. El monje aparentó no haber entendido nada y comentó: “Estuve conversando mucho
con ella. La enfermedad le hizo reflexionar sobre la muerte, lo que le permitió alterar el sentido de la vida, pura
expansión de consciencia. Hubo un cambio de valores. Situaciones relegadas a un segundo plano, sentimientos
adormecidos y compromisos olvidados o pospuestos tomaron importancia y emergieron para ganar fuerza y poder.
Cosas que siempre fueron urgentes acabaron por demostrar su irrelevancia. Todo cambió. A veces la enfermedad del
cuerpo es el remedio del alma. Para algunos es el método más eficaz de cura. No lo dudes, la felicidad y la paz que
ella siente son sinceras y probablemente nunca las tuvo antes, al menos no en tal magnitud”.
“Dificultades y decepciones pueden abatir y consumir nuestras fuerzas o nos pueden enseñar valiosas lecciones de
perfeccioamiento y darnos la fuerza necesaria para el próximo combate, que siempre llegará. Sea de una manera o de
otra, el Universo conspira a nuestro favor y cabe a nosotros entender y aprovechar, en vez de obstaculizar o
lamentar. En todas las situaciones, sean victorias o derrotas, dolores o delicias, la vida siempre nos ofrece un cáliz
repleto de veneno y otro de miel. Somos nosotros que escogemos cual beber”.
Le dije que tal vez de nada servirían todos los beneficios espirituales adquiridos por la joven si le restaba poco tiempo
de vida. El Viejo movió la cabeza contrariado antes de decir: “Esto no tiene importancia”, y antes de que yo articulase
cualquier palabra prosiguió: “¿No percibes que esa nueva visión es herencia eterna, tesoro inmaterial que ella llevará
en el equipaje para el próximo trecho del Camino? ¡Esta ganancia es real! ¿Estás olvidando que el viaje no tiene fin?
La enfermedad fue apenas el calderón, pero podría haber sido una separación conyugal o una pérdida del trabajo. Lo
importante es que ella se permitió añadir el ingrediente esencial: el amor sobre todas las cosas. Después lo revolvió
con la cuchara de la sabiduría concedida por la propia expansión de la consciencia. Listo, aquí está la magia de la
transformación del plomo en oro. Esta es la alquimia de la vida”.
Solamente en aquel momento recordé algunos casos conocidos de personas que se volvieron mejores y más
interesantes después de dolorosas situaciones de divorcio o falencia. Vieron su mundo derrumbarse, enfrentaron
terribles tempestades y sobrevivieron para reinventarse y volar más alto de lo que eran capaces de imaginar antes de
que surgieran las dificultades.
Como si conociera mis pensamientos, el Viejo comentó: “La derrota o la victoria, independiente del aparente júbilo o
tragedia, se definen según la amplitud de tu mirada. Es una elección del alma. Algunas veces la victoria sólo es
permitida en la derrota”. ¿Cómo así? Le confesé que no había entendido. El monje mantuvo su enorme paciencia para
que yo comprendiese lo obvio: “Ganar no siempre es vencer, pues existen dos aspectos verdaderos y ocultos en esta
frase. El primero es que no se alcanza la victoria ganando a cualquier costo. Hay que recorrer el inevitable camino de
la dignidad o nada tendrá valor. El otro, nace de la lógica invertida: perder no siempre significa derrota. Mientras el
desesperado llora por la tragedia, el sabio agradece por las alas”.
Ante mi espanto, puso un ejemplo para ayudarme: “Para el enfermo la proximidad de la muerte puede ofrecerle la
infinita dimensión de la vida. Cuando esto sucede la felicidad y la paz son indescriptibles. Se pierde el cuerpo y se
gana el alma”. “¿Cuántas veces el distanciamiento de la persona amada fue la oportunidad para aproximarse y
conocerse a sí mismo? Se pierde al otro y se gana a sí mismo”. “La pérdida del empleo que significaba la ilusión de la
estabilidad puede proporcionar el desarrollo de dones y talentos, rescatar el sueño escondido y permitir el despertar
de todo el potencial personal y profesional adormecidos. Se pierde un puesto y se gana el mundo”. “Esos son los
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milagros de la vida. Las transformaciones indispensables que harán florecer lo mejor que nos habita. Por lo tanto,
algunas veces es necesaria la fuerte presión de la tierra para que la semilla explote y germine”. Hizo una pequeña
pausa, me miró profundamente a los ojos y dijo: “La felicidad y la paz no nunca serán una condición material y sí una
decisión filosófica para aprender, transmutar, compartir y seguir”. En este instante el tren se acercó a la estación y
ante mi desconcierto, yo aún intentando alinear todas aquellas palabras, el Viejo sorriso de manera picaresca, apuntó
hacia el vagón con la quijada y dijo: “Es hora de partir, Yoskhaz. ¿O prefieres quedarte?”
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El escape del mundo
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Era un típico día de invierno. El cielo azul, sin ninguna nube, permitía que el sol nos acariciara la piel sobre el abrigo
de lana; agradable y acogedora sensación. El día amanecía cuando fui llamado al portón para guiar a un señor que
deseaba conversar con el Viejo, como cariñosamente llamábamos al decano de la Orden. Como estaba temprano, el
monje sugirió que la conversación transcurriera en el comedor pues imaginaba que el visitante había partido de
madrugada, cuando aún estaba oscuro, para llegar al monasterio localizado en la montaña. Como ya habíamos
realizado la meditación, primera actividad del día, y estábamos en ayunas, todos nos sentamos en la enorme mesa.
Cuando los demás monjes se retiraron a sus quehaceres, el Viejo le preguntó al visitante cómo podría ayudarlo. El
hombre manifestó que tenía ganas de huir del mundo, ya que la soledad lo corroía al sentirse abandonado por los
hijos y nietos, cuyas visitas eran cada vez más raras. Tenía la fuerte resolución de abrazar la vida monástica,
adhiriéndose a las hileras de la Orden. Con la mirada suave y la voz repleta de bondad, el monje le explicó: “Soledad
no significa desistencia, tampoco huir del mundo traerá la deseada paz. Es necesario entender la búsqueda para
direccionar el rumbo del destino”. El hombre declaró que estaba cansado de la ingratitud de la vida en sociedad, que
se había dedicado al trabajo y a la familia durante su existencia para recibir tan sólo el olvido como moneda de pago.
Amargado, confesó que si no era importante para los suyos prefería alejarse.
“Todo errado”, dijo el viejo después de oír con paciencia todo el rosario de lamentaciones. “Para comenzar es bueno
recordar que cada cual tiene sus obligaciones, compromisos e intereses que toman tiempo. Todos tienen una vida
personal que cuidar. Aceptar que no somos el centro de la vida ajena es un buen inicio para alejar las lamentaciones
indebidas”. “En seguida, es necesario entender que entre miembros de un mismo grupo familiar o social siempre
habrán algunos ondeando deudas emocionales ancestrales. Justo con ellos están guardadas nuestras lecciones
evolutivas; a través de esta vía se nos ofrecerán las preciosas lecciones de amor mediante el ejercicio de la paciencia,
tolerancia, compasión y, principalmente, del perdón”. “Después, es importante percibir que la soledad no significa
abandono y sí encuentro. Es la oportunidad de iniciar la relación más importante de la vida: consigo mismo. Es el
sinuoso camino del autoconocimiento, primer nivel para la indispensable y posterior plenitud. Es fundamental que
hagamos un mapa detallado de quién somos realmente para, solamente entonces, limar las aristas que rasgan las
relaciones e hieren la paz. Solamente así iluminaremos las ideas y emociones que tanto nos perjudican por ser
obsoletas y nocivas. Al contrario de cómo es tratada peyorativamente, la soledad es maravillosa cuando es bien
aprovechada. Por tanto, necesitamos de la quietud y del silencio que la soledad ofrece. Una buena manea de estar
frente a frente con la propia esencia, identificando lo sagrado que hay en nosotros. Así, lo que es sombra se
transforma en luz”.
El hombre observaba con interés y el Viejo continuó diciendo: “La gran lección de ese momento es la ruptura de la
dependencia emocional con relación a los otros. Es espantosa, equivocada y triste la idea de mendigar o cobrar afecto
y atención para sostener la felicidad. Es un total absurdo nacido de la incomprensión de las propias capacidades. De
otro lado, sería enorme crueldad la obligación de soportar la pesada carga de la felicidad ajena. A pesar de todas las
dificultades y conflictos, el Universo ofrece a cada cual las perfectas condiciones para la conquista de la felicidad, por
sí y en sí”. Miró al visitante a los ojos y confesó: “¡Este momento es mágico! Entonces, llega el momento de dar el
siguiente paso: compartir con el mundo lo que floreció en el corazón. ¿De qué sirve un bello pomar si nadie tiene
acceso para deleitarse con la miel de sus frutos? Es el momento de regresar e intensificar la convivencia social. Sólo
los encuentros permiten que podamos ofrecer lo mejor que tenemos, además de mostrarnos las dificultades aún no
vencidas en la búsqueda del perfeccionamiento. Es la forma de sembrar y recoger en los campos de la humanidad”.
El señor agachó la cabeza, lamentó que nadie se interesara en él y, dada su avanzada edad, sentía que no era útil
para aquellos que lo rodeaban. El Viejo arqueó los labios con una dulce sonrisa y dijo: “Es necesario deshacerse del
disfraz de víctima, cambiar los lentes del drama. Sería bueno una reflexión sincera para entender exactamente lo que
se está entregando a la familia. ¿Está dispuesto a ofrecer lo mejor de sí o tan sólo desea que todo y todos giren a su
alrededor? Exigir ser la persona más importante en la vida del otro es una de las mayores causas de conflictos
existentes, flor del egoísmo, raíz del ego. Un error innecesario”.
El hombre replicó diciendo que había luchado toda la vida para construir una familia y, ahora, las personas parecían
haberse olvidado de él. El monje me pidió que le sirviera un poco más de café y dijo: “Tenga la generosidad de
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aceptar que cada cual se mueve de acuerdo a sus intereses, se dona solamente en la medida de su capacidad y
enfrenta sus propias dificultades según la exacta necesidad de las lecciones que le corresponden”. “El amor, para
existir de verdad, tiene que ser incondicional; exige renuncia o no es amor. Uno de los pilares de la plenitud sustenta
que debemos mejorarnos para que siempre entregamos al otro lo más valioso que habita en nosotros; a cambio,
aceptamos de buen agrado lo que nos es ofrecido, así sea muy poco o casi nada. Entender esto es unir el más puro
amor con la más fina sabiduría. En el viaje evolutivo aprendemos que cada cual sólo puede ofrecer lo que lleva en su
mochila sagrada, el corazón. ¿Cómo exigir cien de quien sólo tiene diez para dar? ¿Cómo esperar flores de quien está
enterrado en piedras? Imposible. Cada cual piensa y reacciona de acuerdo con su estado de consciencia en el
Camino”.
El señor replicó nuevamente diciendo que estaba cansado y que no tenía ya fuerzas para continuar en el difícil
propósito del perfeccionamiento del ser. Mejor sería unirse a los monjes de la Orden, insistió. El Viejo miró al hombre
a los ojos y le dijo: “Salir del mundo para encontrarse consigo, está bien; huir del mundo para escapar de la vida;
todo equivocado. El monasterio no es un escondite o lugar para quien se abandonó. Este es un lugar de estudio y
trabajo, donde todos entienden la alegría del perfeccionamiento. Buscamos la soledad para meditar y reflexionar como
sendero para el autoconocimiento; el trabajo comunitario como instrumento para promover la fiesta de la vida, que es
el intercambio con el otro, cada cual con su parte, ofreciendo los mejores y más sinceros sentimientos”. Con los ojos
llorosos dijo con emoción: “En la caridad gana más quien da que quien recibe. Crea en esto”. Hizo una pequeña pausa
antes de proseguir: “Sin embargo y por lo tanto, no es necesaria una vida monástica. Cada cual es un centro
individual de poder, un precioso templo y cualquier rincón silencioso tiene la quietud necesaria para calmar los
tambores del mundo y permitir oír la voz del silencio que el alma susurra. Transformar en jardín el desierto del ser es
la alquimia de la vida. Comenzamos con nosotros mismos, después propagamos la magia y las flores al mundo”.
El hombre confesó que tenía miedo de no ser amado y que estaba allí para llamar la atención de la familia. Tenía el
deseo secreto que fueran a rescatarlo del monasterio. El Viejo rió con ganas, después añadió: “Imagínese en profundo
respeto hacia sus elecciones, lo que sería lo correcto. ¿Ellos apoyarían su ingreso a la Orden? Su sufrimiento sería
inconmensurable. A menudo, somos víctimas de nosotros mismos”. Hizo una breve pausa y dijo: “Buscamos la
oscuridad de la caverna con la ilusión de protegernos del dolor. Cuando, en realidad, necesitamos de la luz de la vida
para ver las heridas que debemos curar”.
Contrariado, el visitante lamentó no haber encontrado la ayuda que esperaba; se dio vuelta y partió. El Viejo frunció
el ceño como diciendo que había hecho lo posible y que si las semillas de sus palabras fueron buenas algún día
germinarían. En seguida hablo de manera tranquila: “Ofrece siempre lo mejor y no esperes nada a cambio; al día
siguiente ofrece un poco más y espera aún menos” y guiñó un ojo como si estuviese contando un secreto.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Las sutilezas de la verdad
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El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, cuidaba del jardín en el patio interno del
monasterio cuando llegó un hombre en busca de amparo ante sus aflicciones. Se sentía atormentado con una serie de
actitudes del pasado que ahora le corroían la consciencia. El Viejo, sentado a la sombra del rosal, me pidió que lo
atendiera. El hombre me contó una triste historia donde infringió dolor y sufrimiento a otras personas. Indignado, fui
duro en mis palabras, sin esconder mi incomodidad ante lo que acababa de oír. Visiblemente avergonzado, el hombre
agradeció, por educación y no por sentimiento, se levantó y se retiró. El monje que estaba viendo la situación dijo:
“La sabiduría milenaria nos enseña que ‘no es no, sí es sí’; sin embargo, tenemos la opción de decir la verdad con
miel o con hiel”. Le respondí diciendo que no podemos vacilar con la verdad. Dura o amarga ella tiene que ser dicha.
“En ese caso, él ya tiene la exacta medida de los errores del pasado y necesita más de compasión que de
reprimenda”… El monje expuso su punto de vista.
El Viejo colocó el alicate en el bolsillo, me ofreció una sonrisa bondadosa y dijo: “La verdad siempre será un valioso
remedio. Como todo medicamento, la dosis inadecuada se vuelve veneno. La verdad es terapia esencial de cura.
Imposible atravesar el Camino sin aliarnos a ella. Solamente la verdad ilumina las heridas que tanto incomodan y que
todavía no diagnosticamos. No obstante, la elección de las palabras, la manera y el momento de hablar son dosis de
ese valioso remedio. No podemos dirigirnos a todos de una única forma o en el mismo momento. Algunos ya tienen la
capacidad de soportar dosis mayores; en otros, tenemos que comenzar suministrando pequeñas gotas para que no
haya rechazo, casos en los que almas enceguecidas y desprevenidas entran en colapso y se niegan a proseguir el
tratamiento de cura”. Hizo una pequeña pausa y dijo: “Recuerda que la verdad absoluta nos aguarda en una estación
distante. Ella va presentándose paso a paso, a todos sin distinción, según la medida del andar y del ritmo de cada uno
en el Camino. No es diferente para mí o para ti”, dijo el Viejo.
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Contrariado, lo provoqué diciéndole que, en algunos casos, tal vez fuese mejor mentir. Él arqueó los labios con una
leve sonrisa al percibir mi intención y dijo sin perder la calma: “Pienso que jamás debemos mentir. La mentira
siempre será un elemento de la oscuridad pues nubla la realidad, engaña al andariego y retrasa el viaje. La mentira es
una profunda falta de respeto tanto para el autor como para el destinatario. No obstante, hay que tener presente el
sentimiento que te mueve antes de proferir cualquier palabra. ¿Tu intención es usar la verdad para curar o para herir?
A menudo veo la verdad siendo usada tan sólo para imponer sufrimiento, sin cualquier función educativa. En estos
casos es mejor callar. No te olvides que siempre podemos utilizar una buena herramienta para el bien o para el mal.
Se usa el martillo tanto para construir como para demoler”.
En aquel momento me sentí desorientado y confesé que no sabía como actuar en situaciones, a veces, bastante
delicadas. El monje tenía la piel bastante arrugada por el tiempo, marcas de muchas luchas que le servían de
interesante moldura para sus ojos aún brillantes y repletos de bondad. Entonces dijo con su tono de voz siempre
sereno: “Así como no podemos revelar todo el conocimiento a un niño que acaba de entrar al colegio, pues necesita
madurez y aprendizaje de ciertas disciplinas para entender otras de mayor complejidad, muchos de nosotros todavía
estamos en la infancia del alma. Es inútil enseñar el cálculo de una raíz cuadrada a alguien que aún no domina las
cuatro operaciones básicas. La pedagogía de educación entre un universitario y aquel que aún está en las clases de
primaria es diferente. Cada cual tiene la lección exacta, según la medida y la manera de revelar la verdad, de acuerdo
con la capacidad de percepción del aprendiz”.
El Viejo me agarró del brazo y me hizo caminar con él por el jardín mientras continuaba diciendo: “Como poderosa
linterna, la verdad trae el poder de mostrar las sombras que nos habitan y nos dominan. Estas son las heridas que
necesitan de medicina y cura. No siempre es agradable verla. Hay que tener coraje y, especialmente, tenemos que
estar listos para enfrentar a un enemigo sagaz: cada uno en el intento de engañarse a sí mismo al justificar sus
errores. Nuestras sombras engañan a la consciencia, pues para sobrevivir fingen ser protectoras y manipulan al ego,
que en defensa repudiará la verdad”.
“La verdad es un instrumento que debe ser bien aprovechado dado su valor. Por su sutileza, debe ser afinado a través
del diapasón del corazón, haciéndolo vibrar con la sensibilidad de la sabiduría, sin olvidar que no se compone una
sinfonía en un único día. Yoskhaz, la paciencia es una bella e indispensable virtud, compañera inseparable de la
verdad”.
En el intento de acomodar las ideas en mi mente, cité una expresión popular que dice que ‘la ignorancia
Viejo rió con ganas y después me dijo: “La ignorancia nunca protege, tan solo engaña y aprisiona
sensación de seguridad. Es como mantener un pájaro en una jaula bajo la excusa de resguardarlo de los
mundo. Es como si el desconocimiento de la existencia de un problema lo hiciese desaparecer. Es como si
esconder la enfermedad de un paciente fuera capaz de llevarlo a la cura. ¡En fin, tonterías¡” .
protege’. El
en la falsa
peligros del
el hecho de
Hizo una pequeña pausa y finalizó: “La verdad es el puente necesario para alcanzar la inmensidad de la libertad y la
grandeza de la justicia. Sin aquella no tendremos éstas. Ese puente está a disposición de todos, pero no es fácil
atravesarlo. Alto y extenso, es necesario coraje para pasar el enorme abismo de las atrayentes sombras; delicado y
sutil, necesita de sabiduría para renunciar a muchas cosas tangibles, que tanto pesan, en pro de las bellezas invisibles
que confieren ligereza; y finalmente, al estar tan sujeto a las intemperies de la vida, es indispensable la sutileza del
amor para entender que esa travesía muchas veces es solitaria, pues no todos poseen en aquel instante el equilibrio
necesario para mantener los pasos hasta el otro lado”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Tristes acreedores
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El viento frío del otoño circulaba junto a mí por las estrechas y sinuosas calles de piedra del secular pueblo situada en
la falda de la montaña que abriga al monasterio. Era mitad de tarde, ya había acabado mis quehaceres y aguardaba
un aventón que sólo ocurriría en la noche. Mi cuerpo encogido se protegía de la ventisca que se colaba entre los
muros y hendiduras de las encantadoras construcciones, hasta que vi la antigua bicicleta de Lorenzo, el elegante
zapatero, amante de los libros y de los vinos, apoyada en el poste en frente a su taller. Arreglar zapatos era su oficio;
remendar almas, un don. Satisfecho con mi suerte, pensé que nada podía ser mejor que un café caliente acompañado
de una buena conversación en un fin de tarde solitaria. Tan pronto entré a la zapatería fui atropellado por una bella
mujer, de edad madura, que salió como un tractor descarriado por la propia irritación. El buen artesano me recibió
con su mejor sonrisa y después de sentarnos ante dos tazas humeantes colocadas sobre el balcón del taller, dijo
refiriéndose a la mujer que por poco me tira al piso: “Es una acreedora emocional. Una triste y eterna acreedora”,
hizo una pausa antes de completar: “Por lo menos es así que se muestra ante todos los que se cruzan por su camino”.
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Quise conocer la razón del término. Él explicó: “Los tristes acreedores son aquellos que no pueden reaccionar ante las
dificultades que se les imponen. Como sabemos, siempre viviremos situaciones desagradables y por peor que sea, el
problema nunca es el problema en sí, sino la dificultad de reaccionar ante la situación. La inercia es perjudicial y surge
al no percibir las lecciones escondidas tras los problemas. Es fundamental entender que todos los conflictos traen
consigo maestros ocultos para despertar lo mejor de nuestras capacidades. Todos los problemas son herramientas de
transformación personal, desde que los enfrentemos con dignidad y sabiduría”.
Dio un sorbo y continuó: “Sin embargo, el triste acreedor prefiere vestir la máscara de la víctima y encontrar un
culpable por el propio sufrimiento. Así, de manera inconsciente y paralizado por el miedo de enfrentar la situación, en
realidad desea que el otro le resuelva un problema que sólo a él cabe solucionar. Es una actitud cómoda y bastante
infantil, pero común en muchos adultos, que lleva al desespero, al odio y hasta la depresión. Ellos son completamente
resistentes a cualquier responsabilidad y siempre tienen un elegido sobre el cual derramar la culpa por su decepción,
lo que les acarrea grandes sufrimientos. Observa, siempre están peleando con todos, señalando los defectos ajenos y
reclamando de las imperfecciones del mundo. “Así, de manera absurda, se adjudican infundados derechos sobre los
otros”.
El sabio artesano hizo una breve reseña de aquella historia. La mujer era su ex novia y tenía una hija adolescente
oriunda de otra relación afectiva, que vivía con ella desde la separación. La relación entre madre e hija era pésima
pues, por vicio, la madre siempre culpaba a la adolescente de todas sus eventuales frustraciones. Todo el tiempo le
cobraba el trabajo y el amor dedicado en su educación, como si eso no le correspondiera por pura responsabilidad
amorosa y materna. Claro que el peso de esa carga emocional y sicológica alcanzó un nivel insoportable para la joven.
Al regreso de un viaje que la mujer hizo con el zapatero y que coincidió con el periodo de vacaciones escolares que la
muchacha pasaba todo año con su padre, recibió la noticia de que la joven viviría definitivamente en la casa paterna.
Pesó en esa decisión la paz necesaria encontrada en el nuevo hogar, indispensable para desarrollar su potencial y vivir
la vida sin conflictos innecesarios. Como si no bastara, en la misma época también llegó el fin de la relación entre la
madre y Lorenzo. Ella alegaba que la invitación al viaje hecha por el zapatero había sido fundamental para la elección
de la hija, lo que volvió el romance insostenible ya que le atribuía el motivo de lo que llamaba desastre.
“A partir de entonces me volví el perfecto verdugo de sus insatisfacciones. En la cabeza de ella me convertí en su
deudor. Como me rehúso a aceptar la cuenta, ella reacciona con sublevación. En diferentes ocasiones, antes de la
ruptura, yo había conversado con ella sobre su comportamiento equivocado ante la hija pues, a mi parecer, habían
cargos injustos, pero los eternos acreedores tienen entre sus características el habito de no oír nada que esté fuera de
sintonía con la ansiedad insensata de que la vida atienda todos sus deseos, siempre dentro del menor esfuerzo
posible. Ante esta evidente imposibilidad, eligen a sus deudores, atribuyéndoles el encargo de resolver los problemas
cuyas soluciones, en realidad, caben a los propios acreedores”, explicó el zapatero.
“Claro que nadie puede soportar tal obligación”, Lorenzo cerró los ojos y pasó la mano para alisar su abundante
cabello blanco. Después continuó: “Los tristes acreedores suelen tener una especie de libro contable virtual donde
registran todo y cualquier acto que, a su entender, ha realizado el deudor. Cualquier cosa sirve; lo importante es que
los absurdos créditos no tienen fin. Después adicionan intereses emocionales creando así una supuesta deuda para
justificar el cobro que pasan a ejecutar. Se declaran lesionados en la relación como si el afecto o hasta el favor
pudiese ser medido, calculado o cobrado. La victimización creada puede ser cómoda al acreedor en primera instancia,
pues establece la disculpa que le alimenta el ego y supuestamente transfiere la propia responsabilidad. No obstante,
en realidad es un pantano lodoso que lo deja atrapado, sin condiciones de proseguir en el inevitable viaje de la vida”.
Todo me parecía demasiado obvio y espantado le pregunté al buen artesano si ya había conversado con ella sobre
ésto. “Muchas veces”, dijo resignado: “Cuando todavía estábamos juntos intenté ayudarla y anuncié la posibilidad de
que la hija viviera en casa del padre al no soportar una deuda que simplemente no existía. A su vez, la muchacha se
esforzó bastante para que el ambiente en el hogar materno se armonizara e hizo lo posible para ‘pagar’ la hipotética
deuda”. El zapatero me miró a los ojos, meneó la cabeza negando y dijo: “Ocurre que los tristes acreedores nunca
permiten saldar la deuda. Ellos necesitan que la deuda sea eterna, pues necesitan alimentar el propio vicio, hasta que
aquel que es elegido como deudor entiende que necesita imponer un límite. Entonces ocurre el corte y todo corte
sangra”.
Comenté que era absurdo que la madre le atribuyese cualquier culpa a Lorenzo por lo ocurrido. Él rió con ganas y
dijo: “Yo sé. Lo que pasa es que al triste acreedor no le importa cualquier coherencia o lógica. La mente humana
posee caminos tortuosos e inconexos que engañan al intentar justificar una conclusión que sea siempre agradable y
conveniente al ego. En estos casos los argumentos usados siempre son incoherentes o absurdos. Poco importa”. Quise
saber cuál era el motivo de la visita. Él balanceó la cabeza como quien dice ‘no hay manera’ y explicó: “La solución
más fácil y cómoda para ella fue atribuirme la responsabilidad por la decisión de la hija. Alega que si no hubiera
aceptado la invitación para viajar conmigo la joven aún estaría viviendo con ella. La madre se niega a buscar el origen
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de las fracturas sentimentales ocurridas durante el tiempo en que compartió la vida bajo el mismo techo con la hija.
Como si no bastara acusa a la hija de ingratitud, en contrasentido de la sensatez de rescatar lo que se perdió”.
“El error tiene dos vertientes: puede convertirse en una herida difícil de cicatrizar o ser el punto de partida para una
vida diferente y mejor. La decisión es siempre tuya. Admitir los errores es doloroso, mas indispensable para la cura.
Es necesario coraje para enfrentar el espejo y dignidad al no permitir distorsiones exigidas por el orgullo y la vanidad.
Negar los beneficios del conflicto es perder la oportunidad de profundizar en el conocimiento sobre sí mismo, práctica
fundamental en el proceso evolutivo, sin el cual nunca encontraremos la anhelada paz. Conócete a tí mismo, pide
disculpas con sinceridad, asume la responsabilidad de reparar lo que sea posible, adquiere el compromiso de una
nueva postura y sigue en frente. Así caminamos”. Tomó un sorbo de café y concluyó: “Sólo no te quedes parado
lamentándote de todo y de todos. Rechazar el esfuerzo para crecer es negarse una nueva oportunidad hacia la
plenitud del ser. El arma predilecta de los tristes acreedores es el chantaje emocional. Dirá que eres la causa del
dolor. Esto es una invitación para un baile tenebroso. Recházala con vehemencia. Lo más importante, aunque existan
errores, es entender que esposas o rejas afectivas son innecesarias. Deudas eternas son un invento de las sombras.
La Luz exige evolución, por lo tanto trabaja con el perdón, la responsabilidad y la libertad”, explicó el buen artesano.
Quedé con la curiosidad de saber cómo él se protegía de los tristes acreedores o si en este caso específico se sentía
afectado ante la enorme cobranza, ya que se veía tan sereno. El sabio zapatero respondió tranquilamente lo que
reflejaba el verdadero espíritu de su corazón: “Las personas sólo tiene sobre nosotros el poder que les concedemos.
Nunca permitas que te hurten la preciosa paz”. Hizo una pequeña pausa para que yo reflexionara sobre la profundidad
de la frase que acababa de proferir y continuó: “La dependencia emocional es un triste vicio. No podemos permitir que
nadie nos haga prisionero de sus insatisfacciones y frustraciones. Nadie tiene la obligación de hacer al otro feliz. Es un
carga insoportable. En verdad, cada cual es responsable por la construcción de la propia felicidad, con la argamasa de
los sentimientos puros y los ladrillos de las nobles virtudes. Entonces, encantado con la vida, abre las puertas para
que el mundo también se deleite con la belleza que trae en el corazón”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El encanto de los rituales
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La mañana parecía soñolienta. Era el último día del año y yo estaba viendo por internet los preparativos para las
fiestas en varios lugares del mundo. Todos los periódicos mostraban las mismas noticias. La pereza y el mal humor
estaban instalados en mis entrañas. Después del desayuno el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más
antiguo de la Orden, percibiendo mi desgana, me invitó a caminar por uno de los senderos del bosque localizado en la
montaña que abriga al monasterio. Por algún motivo que no puedo explicar, andar activa mi mente así que comencé a
exponer mis lamentos sobre las celebraciones de Año Nuevo al considerarlas innecesarias, pues al final es una noche
como cualquier otra, con nubes o estrellas y el sol inexorablemente saldrá por la mañana. El monje no comentó nada.
Animado al imaginar que estaba de acuerdo conmigo, quise saber lo que pensaba. El Viejo me miró rápidamente, me
brindó una sonrisa traviesa y dijo: “Creo que estás muy tedioso, Yoskhaz” y continuó caminando.
La irritación aumentó. Provocándolo, indagué por una justificación sensata sobre varias fiestas que se hacían en el
mundo durante el año, donde me parecía que las personas sólo querían comer, beber y bailar. Él continuó andando a
paso lento pero firme, lo que lo caracterizaba, hasta que llegamos a un espacio abierto, era un mirador que ofrecía
una vista indescriptible. Se sentó en una piedra y dijo: “Todas las celebraciones son rituales que acompañan a la
humanidad desde tiempos inmemorables. Surgieron algunas en los últimos siglos, como la Navidad; desaparecieron
otras, como el solsticio de verano. Los rituales tienen gran importancia por vincular a los hombres con intereses
comunes”. Refuté diciéndole que no era verdad, pues utilizando la propia Navidad como ejemplo, tan sólo percibía
personas interesadas en regalos y comilonas, olvidando el principal motivo del evento. Él me miró con ojos repletos
de compasión y habló con voz suave, marcas registradas de una personalidad que al mismo tiempo era suave y
fuerte, para explicar: “Aunque la Navidad sea la fecha destinada para recordar el nacimiento de un Maestro entre
nosotros, tan importante que tiene la fuerza de separar la Historia y la propia cronología en AC y DC, a pesar de que
muchos han olvidado la preciosa esencia, las fiestas navideñas mantienen el poder de ser una ceremonia familiar. Es
tan sólo cuando muchas familias en buena parte del planeta pueden reunirse. Parientes que no se veían hace mucho
tiempo o viven distantes, vuelven a convivir. Claro que muchas desavenencias afloran, pero también es una excelente
oportunidad para limar asperezas para quien ya posee amor y sabiduría suficientes para hacer buen uso del momento,
cosiendo lazos que se desamarraron a lo largo de la vida. La familia, independiente si a la moda antigua o moderna,
es el poderoso embrión de la sociedad y una trinchera segura para las inevitables batallas de la existencia. Así, de
forma inconsciente o no, puede volverse un ritual mágico capaz de alcanzar los ideales de amor, sabiduría, paciencia y
compasión enseñadas por el Maestro, modificando el futuro de muchos”.
No satisfecho, dije que tal vez él tenía razón sobre la Navidad, pero qué decir del Año Nuevo. Una fiesta ridícula en la
cual las personas se ilusionan al creer que sus vidas cambiarán por el simple hecho de establecer una fecha para esto.
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El Viejo me miró con espanto debido a mi irritación y dio una agradable carcajada. Después dijo seriamente: “El
mundo depende del cristal con que se mira. Cuando tu ojo es bueno, todo el universo es Luz”, hizo una pausa para
que yo recordara lo que él ya me había explicado sobre la belleza de ver belleza en todo y en todos. Teoría sin
práctica es el desperdicio de la siembra sin cosecha.
En seguida continuó: “La vida es un inmenso ciclo compuesto de otros ciclos pequeños”, volvió a recordarme otra
lección que enseña que la existencia es un viaje sin fin con innumerables estaciones. Prosiguió: “Un ciclo sólo se inicia
cuando el anterior termina. Ellos no pueden coexistir, pues son aprendizajes que te preparan para lo que viene a
continuación. Así, el ritual del Año Nuevo tiene la fuerza de permitirnos evaluar, en retrospectiva, cuánto avanzamos
en los últimos doce meses y lo que nos falta para cerrar el ciclo. Es la ceremonia en la que asumimos compromisos de
transformación y crecimiento con la persona más importante de nuestras vidas: cada cual con sigo mismo. Esto lo
hace importante”.
Lamenté que muchos no lo veían de esa manera y desperdiciaban el momento. Para provocarlo aún más le dije que
muchos siquiera conseguían contabilizar las pérdidas de un año. El Viejo arqueó los labios y con una sonrisa suave no
permitió que mi irritación lo afectara. Respondió con dulzura: “Aunque un año pueda ser perdido, tan sólo existen
ganancias. Los fracasos son importantes herramientas que sirven de instrumento para futuras victorias. Muchos
todavía necesitan de las dificultades para madurar, en dolorosa jornada como reflejo de decisiones tomadas en el
pasado. Entonces el sufrimiento puede ser el remedio que cicatrizará las heridas del alma. El aprovechamiento de las
oportunidades está relacionado con el nivel de consciencia de cada uno, que ha de expandirse, tarde o temprano, y
acompañar la evolución de todo el Universo. A cada elección vamos determinando el propio destino al definir las
dificultades que surgirán en el Camino, en vía del perfeccionamiento. Todo lo que trae transformación es mágico, por
definición filosófica. De esta manera, el Año Nuevo cumple con la magia del ceremonial de transformación propuesto
en el inconsciente colectivo”.
Cuando me preparaba para replicar, más por terquedad que por lógica, el monje hizo un gesto sereno con las manos
y dijo: “Escucha la voz del silencio. Permite que tu corazón te cuente las verdades que tus condicionamientos cultural
y social bloquean. No permitas que el pesimismo te contamine. Deja que los colores de la vida deleiten tu mirar”. Me
quedé un tiempo, que no puedo precisar, sin pronunciar palabra. El silencio y la quietud lentamente me envolvieron
en un ambiente sereno que trajo la claridad de la razón y la tranquilidad en las emociones, alejando la niebla del
preconcepto y el velo de las formas obsoletas, permitiéndome una visión diferente. Una sonrisa vino a mis labios.
Entonces el Viejo finalizó: “Los rituales son encantadores pues señalan las fases de la existencia. Los ciclos tienen el
poder de mover los avances personales en el Camino. Los avances significan la comprensión que vamos adquiriendo
sobre las Leyes No Escritas que apaciguan la mente y el corazón. Sin embargo, estamos sacudidos por la prisa y
preocupados con cosas innecesarias, desperdiciando así la belleza del paisaje. No basta saber sobre el amor y la
sabiduría universales, es imprescindible que los vivamos con calma y alegría, a cada día, como reconocimiento a todas
las flores que adornan y perfuman la Vida”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La mejor parte
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Cuando el hombre llegó al monasterio el cielo aún era un manto de estrellas. Bajó del carro para apreciar la belleza de
la construcción apenas perceptible en sus contornos dadas las pocas luces encendidas. Alguien le había comentado
sobre la Orden, de su raíz secular, de los estudios de filosofía y metafísica a los cuales sus monjes se dedicaban,
además de los trabajos comunitarios. Los únicos sonidos que escuchaba provenían de los animales nocturnos del
bosque cercano. Él todavía era joven y había abandonado la medicina dos años después de graduarse, al terminar la
especialización en siquiatría, para conformar una sociedad empresarial con un buen amigo. Los negocios tuvieron
éxito y había ganado mucho dinero. Compró un apartamento cómodo en un renombrado barrio de una metrópolis
muy reconocida en tarjetas postales; tuvo coches caros, mujeres lindas y codiciadas, viajó por el mundo, mas nada le
quitaba o le llenaba el vacío en su pecho, que percibía como una especie de hoyo negro que lentamente engullía toda
su luz. Fue sorprendido por el ruido de pasos venidos del matorral, pero no sintió miedo. Se volteó y vio un haz de luz
aproximarse poco a poco. Un monje, con la cabeza cubierta por la capucha protegiéndose del frío, caminaba a pasos
lentos pero firmes, con un pequeño cesto en una de las manos y una linterna en la otra. “Las moras son más sabrosas
cuando son recogidas bajo el rocío”, dijo el monje al aproximarse para mostrarle las pequeñas frutas acomodadas en
el cesto. “Me encanta la mermelada”, comentó con absurda naturalidad como si esperara una visita desconocida en
aquella hora de la madrugada. Lo invitó a entrar y tomar un café. El joven se presentó mientras se dirigían al
comedor y quiso saber el nombre del monje. “Todos me llaman el Viejo”. Ante la cara de espanto del otro, añadió el
anciano: “Pienso que es un buen nombre. La vejez me ha traído evidentes limitaciones físicas, un aviso para que yo
perciba que la próxima estación está cerca. Por otro lado, me liberó de miedos e iluminó sombras. Me permitió
entender el Camino, ser leve, aprender el valor de la dignidad, el sentido de la libertad y la importancia del amor
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sobre todas las cosas y personas. Me dio la plenitud en el sentir que el vigor de mi juventud no me ofreció y el mérito
de traerme hasta aquí”. Se retiró la capucha para que el hombre pudiera apreciar el rostro arrugado y complementó:
“Cuando me miro al espejo veo cada arruga como un capítulo de mi vida, que cuenta las guerras que tuve que
atravesar para entender el valor de la paz, como un caravanero que necesita enfrentar el desierto inhóspito para
entender toda la belleza y el valor del oasis, que irónicamente siempre estuvo escondido dentro, esperándole”, finalizó
con voz dulce y una sonrisa sincera.
Sentados ante las tazas de café fresco, el hombre narró su vida al Viejo, que lo oyó atentamente. Habló sobre la
inmensa melancolía que lo asaltaba a cualquier hora del día. Bebidas, además de lugares llenos y ruidosos le
ayudaban a acallar ese sentimiento. Sin embargo, duraba pocas horas pues después aquella emoción densa regresaba
todavía más cruel, como un verdugo que lo maltrataba sin piedad, cobrándole los parcos momentos de diversión.
Lamentó haber abandonado la medicina y aunque hubiese ganado dinero en su otra actividad, no existía un único día
que no pensara en cómo sería su vida si hubiese tomado otra decisión. Se sintió muy mal al ver un reportaje en una
prestigiosa revista sobre un compañero de universidad que se convirtió en un médico muy reconocido, con amplia
experiencia de cura en su especialidad. Culpó a sus padres y a su amigo, ahora socio, por influenciarlo en sus
decisiones algunos años atrás. Su empresa, aunque bastante lucrativa, no le brindaba alegría o estímulo intelectual.
Finalmente, cuando el hombre calló, el monje bebió un sorbo de café y dijo: “Condicionamientos culturales, sociales y
ancestrales nos llevan a asociar el éxito personal con la ganancia financiera, como si éxito y dinero estuvieran
relacionados. La riqueza no borra el rastro de lo que se perdió en el camino”.
El hombre alegó que una cosa no anulaba la otra. “Estoy de acuerdo contigo”, asintió el Viejo. “ No obstante, el viento
que conduce hacia el sur es el mismo que impulsa hacia el norte. Es necesario entender en qué posición colocas las
velas de tu barco: la riqueza como consecuencia natural de la búsqueda por la integridad del ser adiciona
herramientas útiles; el dinero como objetivo primordial de vida substrae elementos esenciales para alcanzar la
plenitud indispensable para la paz. Encontrarás tan solamente lo que estés buscando, nada más. ¿Percibes que tus
padres y amigos apenas alimentaron un deseo que ya estaba latente en ti? Es decir, te dijeron lo que querías oír.
Culpar a los otros por tus elecciones es transferir la responsabilidad que te cabe en las decisiones inherentes a la
propia vida y, peor, desperdiciar la preciosa lección. Tu renunciaste a un sueño en busca de un deseo y ahora percibes
que tus decisiones, aunque alimenten el ego, son insuficientes para el alma. El vacío que tu sientes es el hambre por
Luz”.
El hombre confesó que si pudiera volver en el tiempo tomaría otras decisiones. El monje arqueó los labios repletos de
compasión y dijo: “Mantén la calma, todo eso es común en el proceso de aprendizaje y ya comienza a mostrar su
valor, por la voluntad de tu alma, al sacar a la luz tu esencia. Un ángel que estuvo recientemente encarnado entre
nosotros enseñó que ‘es imposible reescribir el pasado, sin embargo podemos construir un futuro diferente’. El pasado
es lección; el presente es transformación; el futuro es inspiración. Pienso que es esto lo que te corresponde. Por lo
tanto tendrás que aprender a alinear el ego con el alma, rescatar tus sueños, ejercer tus dones y dejar atrás
conceptos y actitudes que ya no te sirven más”.
El joven se mostró interesado y le preguntó al Viejo como hacer. El anciano respondió de repente: “No tengo la menor
idea”. Atónito, el hombre confesó que la razón de su visita era la búsqueda por la exacta respuesta, la receta de
‘cómo’ realizar. El Viejo dijo con su voz suave: “Administrar la vida ajena puede parecer fácil y ser una tentación, no
obstante es un tonto ejercicio de arrogancia y ligereza. Muchos tienen soluciones para la vida de los otros, pocos para
la suya. Tendrás que encontrar tu propio camino, en búsqueda profunda por conocerte mejor y por entero. Iluminar
tus sombras y abrazar tus sueños. Entender y tener el coraje de ser tu mismo. En la belleza de ser único, aceptar que
cada cual tiene un sendero propio, que se entrelaza con el sendero de todos para converger en el Infinito. Esto es lo
que hace la vida de cualquier persona una aventura mayor que cualquier película del cine. Tú eres el héroe y el villano
de tu propia historia, ya que tan sólo tu puedes salvarte a ti mismo; por otro lado, nadie te perjudica más que tu
mismo. Vivir conscientemente este discurso te hace grande”.
El joven quiso saber si el anciano podría ayudarle de alguna manera, pues no sabía por dónde comenzar. El monje
respondió: “Puedo hablarte de la importancia del amor, de la belleza de la paz, del valor de la dignidad, de la magia
de la transformación, mas nunca sobre ‘qué’ y ‘cómo’ hacerlo. Encontrar tu verdad, entender como ella evoluciona, es
vislumbrar el Camino. Esto es personalísimo. Las elecciones son las únicas herramientas disponibles para ejercer tu
espiritualidad, convertirte en un andariego y permitir que florezca lo mejor que habita en ti. Ellas definen tu corazón y
tu mente; son el fuego y la forja de tu perfeccionamiento. Tus decisiones revelan cuánto de lo divino ya descubriste
en ti y cuánto te falta. Esta es el infinito viaje y el Camino es el único maestro, el maestro de todos”.
El hombre sonrió por primera vez desde que llegó. Dijo que estaba dispuesto a hacer serios cambios en su vida y que
no permitiría más interferencias ajenas en sus decisiones personales. El Viejo meneó levemente la cabeza señalando
que el joven aún no había entendido: “Aquí en el monasterio tenemos una pequeña cría de ovejas que pastan en la
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montaña. Raramente perdemos una debido a ataques de algún predador, pero en general, cuando una de ellas
resuelve pastar en los senderos de las vacas, acaban perdiéndose. El poder es y siempre ha sido tuyo. Es a ti a quien
debes
vigilar
para
comenzar
a
hacer
buen
uso
de
él”.
Con los ojos llorosos, el joven dijo que la atmósfera del monasterio le traía una extraña y agradable sensación de
calma. Le preguntó si podría quedarse algunos días y participar de la rutina de los monjes. “Quédate el tiempo que
quieras. Involúcrate en nuestros trabajos y estudios. Cuando creas que llegó la hora, parte. El mundo, a pesar de lo
que dicen algunos, es un lugar maravilloso para ser feliz. ¡Deléitate Yoskhaz!”, finalizó el Viejo, hace muchos años
atrás.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Villanos maravillosos
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En la pequeña y secular ciudad, situada en la falda de la montaña que abriga al monasterio, hay un antiguo y
encantador cinema en frente a la plaza de la iglesia que yo frecuentaba siempre que los quehaceres de la Orden lo
permitían. Esa noche, al final de la sesión, me encontré con Lorenzo mi amigo artesano, amante de los libros y de los
vinos. Filosofía y vino eran sus preferidos. Arreglar zapatos era su oficio; remendar almas, su arte. Pronto me invitó a
tomar una copa en una silenciosa taberna próxima. La conversación versó sobre la película que acabábamos de ver.
Yo le dije que lo que más me llamaba la atención era el hecho de que el villano se hubiera “robado” la escena, dado el
excelente trabajo del actor en la interpretación del personaje. El elegante artesano bebió un sorbo antes de hablar:
“Entre mejor el villano, más interesante es el héroe. El villano es esencial en la vida del héroe pues lo ayuda a
perfeccionarse, tanto en el arte como en la vida”.
No estuve de acuerdo de manera vehemente. Yo conocía personas insoportables y mi deseo era simplemente hacerlas
desaparecer como por arte de magia. Lorenzo se rió y dijo: “Si todos nosotros tuviéramos ese poder perderíamos las
mejores oportunidades de aprendizaje y, como consecuencia, de evolución. Los villanos tienen un papel importante en
nuestras vidas, así como en las pantallas. Son los conflictos que mueven las historias tanto en la realidad como en la
ficción y, por lo tanto, es indispensable que el antagonista provoque al protagonista para que descubra lo mejor de
sí”.
Con el maniqueísmo que me era común en aquella época, dije que los buenos eran buenos y los bandidos eran malos,
así de simple. El zapatero discrepó: “¿Ya reparaste que en varios momentos de la vida interpretamos el papel de
villanos? Eso sucederá cada vez que contrariemos el deseo de alguien. Por lo tanto, no es necesario que seamos
malos; basta un simple ‘no’. Al negar el deseo ajeno, el perjudicado muchas veces nos elige como el villano de
ocasión”. Quedé en silencio pues nunca había pensado bajo este prisma. Él dijo que intentaría explicarse mejor:
“Partiendo del principio de que cada uno es el protagonista de su propia historia, el villano será siempre aquel que se
opone a sus objetivos, nobles o no”. Hizo una pequeña pausa para tomar un sorbo y continuó: “Lo importante es que
el villano surge para que el héroe ejercite lo mejor de sí; para que se supere y venza la dificultad que le fue impuesta
o para que entienda que no puede exigir un derecho inexistente. Así, los villanos nos fortalecen, perfeccionan y
apalancan nuestra evolución. El oponente es de vital importancia en las pantallas y en la vida de todos”.
Volví a replicar. Yo tan sólo quería vivir en paz con el mundo, sin la necesidad de conflictos. “Sí, ese es el sueño
común para el cual todavía no estamos listos. En nuestro actual nivel de consciencia los villanos tienen la función de
arrancarnos de la inercia y obligarnos a caminar y a entender la necesidad de las transformaciones personales
indispensables para proseguir la jornada. En las películas los héroes van perfeccionando el manejo de la espada; en la
vida real dejamos florecer la clara sabiduría y el amor puro. El villano acaba interpretando el papel de un maestro
oculto, al imponer el inevitable avance”, explicó.
Lorenzo prosiguió con su raciocinio: “Vale resaltar que los villanos se presentan con diversos ropajes y no a penas
como una persona destinada a importunarnos. Dificultades financieras y afectivas, problemas de salud, desastres
naturales, son algunos ejemplos de valiosos antagonistas que nos arrastran y hacen que busquemos un nuevo punto
de equilibrio. El golpe nos obliga a movernos”. Antes de que yo me manifestara, agregó: “Y lo más importante”, dio
una pausa casi teatral para estimular mi mente y continuó: “El villano más terrible es aquel que habita en las entrañas
del héroe”.
Confesé que no había entendido. Lorenzo me observó por algunos instantes, satisfecho con el efecto que había
causado en mí y dijo: “Así como una aversión nos refina al imponer el pulimento de nuestras virtudes para que
podamos sobrepasar las adversidades, nuestras sombras nos fuerzan, tarde o temprano, a encender y a alimentar la
Luz que nos habita, o seremos devorados por el otro que nos habita. A menudo, preferimos no saber donde vive el
dragón que necesita ser domado. Atrasamos el viaje en el intento de justificar nuestros sentimientos oscuros en vez
de transmutarlos. Históricamente hemos sido condicionados para protegernos del enemigo ‘externo’. Subimos los
muros de nuestras casas y vidas; vestimos máscaras de lo que no somos con el deseo de aparentar fuerza; nos
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imponemos escudos contra todo y todos, con la ilusión de estar protegidos contra el mal. Nos preocupamos tanto de
los otros que nos olvidamos de vigilarnos y entendernos a nosotros mismos. Si prestamos atención y somos sinceros,
admitiremos que nadie dificulta tanto la marcha de la vida como cada cual a sí mismo, cada vez que escogemos
alimentar o ignorar el propio lado sombrío, sin percibir que en ese momento el villano se apropia de nuestra voluntad
y nos aprisiona en una celda sin rejas, hasta el día en que decidimos reaccionar. Esta es la historia de toda la gente,
esta es la verdadera jornada del héroe”.
“A medida que el villano perfecciona al héroe en la ficción, cuando las sombras son percibidas en la realidad,
esculpidas e iluminadas, se vuelven un importante factor de crecimiento personal, obligándonos a realizar
indispensables metamorfosis evolutivas. Recuerda, las mayores batallas son libradas dentro de nosotros. No son nada
más que la real necesidad de superación en búsqueda de la iluminación en los sótanos oscuros del ser. Así nos
volvemos héroes de la propia historia, el villano cumple su destino de maestro y deja de ser el chivo expiatorio para
justificar eventuales adversidades”.
Volví a refutar, ahora más por terquedad que por convicción. Para mí la ficción era muy diferente de la realidad. “Sí y
no. Lo importante es que hay preciosos puntos en común”, dijo. “En realidad, la ficción trabaja con arqueotipos que
están adormecidos en el inconsciente a la espera de ser decodificados. Por esto nos gustan tanto determinadas
películas y personajes, pues ellos tienen el poder de despertar algo que existe en nosotros, pero que aún no hemos
entendido, aunque de alguna extraña manera ya intuíamos como una nueva virtud, hasta entonces desconocida, pero
lista para manifestarse. Al identificarnos con los propósitos del personaje, percibimos alguna cosa en él que también
existe en nosotros, aunque todavía en estado embrionario. Conozco un prestigiado sicoanalista que inicia el análisis al
paciente preguntándole por la película que más le ha gustado ver en la vida”.
La teoría del sabio artesano había desconcertado mis antiguas y arraigadas certezas. No sabía qué pensar. Las nuevas
ideas causan desconfianza y necesitan de un tiempo para madurar. Él lo percibió y dio el golpe final: “Los villanos
maltratan, desafían y engañan; sin embargo, despiertan al héroe que habita en nosotros al incentivar la decisión de
derrumbar el muro invisible de la cárcel impuesta por las limitaciones personales. De esa manera, acaban
ayudándonos a desarrollar habilidades adormecidas y muchas veces desconocidas. Ellos nos conducen más allá de las
fronteras que hasta entonces nos permitíamos. Nos obligan a iluminar las propias sombras. Terminan por enseñarnos
a usar las alas. Despertar esto, en esencia, es la fuerza del arte en nuestras vidas”. Hizo una breve pausa, levantó la
copa, me miró a los ojos y bromeó con la debida seriedad: “Un brindis a los villanos. Ellos son tan importantes que
merecen un bonito y justo homenaje por el crecimiento que proporcionan. Sin ellos no habríamos llegado hasta aquí”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares

Memorias contaminadas
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Uno de los trabajos que más me gustaba realizar era el de ayudar al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje
más antiguo de la Orden, a cuidar del jardín del monasterio. Aprendí que todo en el mundo reacciona según la exacta
medida de nuestros sentimientos, en un intercambio incesante. Con las plantas no es diferente. Adicionalmente,
conversaba con el monje y oía su conversaciones con otras personas. Todo era aprendizaje. En aquel día, lo recuerdo
bien, el frío no era muy intenso, el cielo estaba azul y el calor del sol brindaba una agradable tibieza al cuerpo, cuando
el monje fue sorprendido por la visita de una sobrina. La joven, alrededor de los veinte años, estaba con el alma
agitada; no podía alinear sus ideas y sentimientos. El motivo era la relación con su padre. Desde la cuna la joven vivió
apenas con la madre, quien pronto se casó y tuvo otro hijo. Siempre tuvo una buena convivencia en casa con el
hermano y el esposo de la madre. El padre, pese a las grandes diferencias con la madre, nunca dejó de buscar a la
hija, aunque no de la manera que la muchacha deseaba. En los últimos tiempos los intentos del padre para estar más
presente le incomodaban de tal manera que no sabía explicar, aunque no lo admitiera, lo que demostraba una oscura
laguna sentimental que necesitaba ser coloreada. Ella generalmente no reaccionaba bien a esas investidas paternas.
Sentados en una banca de piedra la joven recitó un rosario de situaciones pasadas en las que señalaba la ausencia del
padre y en las cuales consideraba que él debía haber sido protagonista. Su presencia, ahora más intensa, la hacia
sentir de alguna manera incómoda. El Viejo la escuchó con enorme paciencia hasta que agotó todas las críticas.
Después le dijo con ternura: “Existe un mar de resentimientos y al parecer te ahogas en él. Sobrevivir en las aguas
del resentimiento sólo es posible con el salvavidas del perdón; perdonar es respetar el derecho del otro a tener las
mismas e infinitas oportunidades que tu tuviste o tienes”. Miró a la sobrina a los ojos y le preguntó: “¿Dónde estarías
si a cada error no te fuese permitido renovar las oportunidades?” Sin esperar respuesta, complementó: “Solamente el
conocimiento de sí mismo concede las bendiciones de la tolerancia con toda la gente, escalón fundamental para la
paz”.
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La joven sosotuvo que la falta de cariño estaba ligado a la memoria de muchas decepciones. En ese sentido
contabilizaba fines de semana en que él no apareció o en fiestas escolares en las que no se hizo presente. El monje la
miró con dulce compasión y dijo: “Es muy cómodo elegir a alguien para ser el responsable de todas nuestras tristezas
y frustraciones. Esto nos disculpa del esfuerzo transformador al ofrecer siempre lo mejor. Evita el trabajo de entender
al otro, aprender sobre nosotros y buscar soluciones diferentes que traigan armonía y equilibrio en la convivencia. Así,
la supuesta víctima siempre clama por cambios en el comportamiento ajeno y olvida que la vida no compagina con el
estancamiento ni con lamentos. Se niega a entender la parte que le corresponde. El sufrimiento estará siempre al
servicio de una visión equivocada sobre todas las cosas”.
La sobrina se irritó con el Viejo, se dio un golpe de pecho y lo cuestionó preguntando si él no creía en sus memorias,
en las situaciones que ella había vivido, en todo lo que sufrió. Él la agarró de las manos con ternura y le dijo: “Estoy
absolutamente convencido de que todos tus relatos son reales. Percibo tu dolor, pero sé cómo la memoria esta
contaminada por el ambiente en que vivimos, se altera por el nivel de consciencia que alcanzamos y, principalmente,
se mezcla con el bagaje emocional que cargamos. Este paquete tiene el poder de nublar la mejor verdad. Mientras
creas que cada ausencia de tu padre se transformó en una deuda afectiva que nunca podrá ser saldada dada tu
necesidad de verlo como eterno deudor, no conocerás la fuerza liberadora del perdón, no experimentarás todo lo
bueno que habita en ambos y, por tanto, no te permitirás la miel de la vida”.
Irritada, la joven volvió a relatar las esperas en vano, los paseos que nunca sucedieron, los abrazos que deseaba y no
existieron, los besos que se disolvieron en el aire. Le preguntó al tío si él despreciaba sus sentimientos y todo lo que
había vivido. El monje mantuvo la serenidad en su tono de voz: “Claro que no, mi querida. Apenas percibo tu
insistencia en cargar un inútil libro contable, en el cual contabilizas tus penas, o los supuestos errores de tu padre.
Mientras mantengas el mismo comportamiento, no habrá avance. Es indispensable quitarse la ropa pesada y oscura
de la memoria y prestarle una más suave y colorida que permita mayor desenvoltura en tus próximos pasos. Es
necesario otra visión. Recordar los eventos escolares a los que él asistió y permaneció sentado en un rincón sin alguna
atención, haciendo el papel de extra; los fines de semana que fueron cancelados porque tu tenías un programa más
interesante con tus amigas o alegabas estar resfriada; de los encuentros en los que te comportaste de manera tan
reactiva que se volvieron aburridos dificultando cualquier manifestación de cariño”.
“Recuerdo haberlo encontrado cierta vez después de una fiesta de cumpleaños y le pregunté el motivo de su ausencia.
Él confesó, con los ojos mojados, no haber sido invitado”, hizo una breve pausa y concluyó: “Si por un lado él no fue
el mejor padre que podría haber sido, por el otro, fue el mejor padre que le fue permitido ser”. La sobrina bajó los
ojos, el Viejo le acarició el rostro y prosiguió con dulzura: “No hay perfección en ninguno de los lados. Tu madre es mi
hermana, sé que es una dulce criatura y que te crió con enorme amor, pero también sé del sufrimiento de ella con tu
padre, de los celos del marido. Entiende que el ambiente era hostil para que una niña desarrollara la mejor imagen del
padre, aunque sin cualquier acusación frontal. Tu memoria afectiva de la relación paterna quedó contaminada.
¿Errores de tu padre? Hubo muchos, sin embargo no fue un privilegio exclusivo. Todos tropezaron. Todos tenían
motivos y justificaciones. Entender esto es comprender el significado mayor de la valiosa lección de ofrecer la otra
cara, al permitirte ver a través de la óptica ajena. Esto no significa necesariamente darle la razón y sí respetar las
sagradas razones del otro”.
Permanecieron algún tiempo en silencio hasta que la joven dijo que estaba dispuesta a darle una segunda oportunidad
al padre. “Al hablar de una segunda oportunidad ya te colocas en un nivel distinto al de él, en posición superior,
manteniendo el abismo que siempre los separó. ¿Por qué hablar de segunda oportunidad? ¿Será que él tuvo una
primera? Ustedes se separaron desde temprano y la convivencia sufrió muchas interferencias indebidas. La
convivencia entre padre e hija nunca tuvo la paz necesaria para florecer. Intenta acallar la voz del mundo, aquella que
siempre señala los defectos de todos; escucha en el silencio lo que el corazón susurra al indicar la belleza existente en
cada uno de nosotros. Es necesario consolidar las fracturas emocionales; descontaminar el pasado. Sólo así será
posible la ligereza imprescindible para seguir en el Camino”. Hizo una pequeña pausa y finalizó: “Comúnmente
imaginamos que nuestro discurso nos define; mera bobada. Muchos creen que nuestras acciones tienen la autoridad
para hablar por nosotros; pura verdad. Sin embargo, nada revela mejor la esencia del alma que la manera como
reaccionamos a cada movimiento del otro; este es el perfecto espejo. Toda convivencia trae en sí maestros ocultos.
Agradece por todos ellos”.
El monje abrazó a la sobrina y le dijo: “A pesar de todos los desencuentros y espinas, nunca te olvides de lo más
importante: tu padre nunca te abandonó. Durante todos estos años él se esforzó, dentro de los límites de la propia
capacidad, para estar a tu lado. Si miras al margen de los resentimientos y decepciones, encontrarás el amor que tu
padre siempre quiso ofrecerte sin haberlo podido entregar. La dificultad en aceptar el amor de tu padre puede estar
en el miedo a derrumbar la imagen que tenías de él y de ti misma y a aceptar que todo lo que viviste hasta ahora
haya sido una equivocación o una farsa. Renunciar al cómodo pero a la vez paralizante papel de víctima no siempre es
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fácil. Encara la oportunidad de escribir una nueva historia, en la cual haya lugar para la felicidad. Negar una
oportunidad al amor es la mayor de las equivocaciones”.
La joven, con una lágrima escapando por los ojos, dijo que una buena sensación le invadía el cuerpo y que buscaría al
padre en aquel mismo día para obtener los abrazos perdidos. Le dio un beso en la mejilla al tío y partió casi saltando,
como si fuera una niña que descubre que el mundo puede ser un buen lugar. A solas con el Viejo le pregunté quién
creía que tenía la razón en aquel embrollo. Él me miró con la piedad de quien tiene que explicar lo obvio y dijo: “Esto
es lo que menos importa. Para todo hecho existen como mínimo dos versiones más allá de la verdad”. Hizo una
pequeña pausa y concluyó: “La magia de la vida está en los encuentros. Allí te revelas, superas y entregas lo mejor
de tí. Sólo entonces, más leve por haberte quitado tanto peso de la espalda, estás en condiciones de seguir adelante”.
Gentilmente traducido Maria del Pilar Linares.

La pena más allá de la pena
1 COMENTARIO
Cada vez que iba a la pequeña y encantadora ciudad situada en la falda de la montaña que abriga al monasterio, no
perdía la oportunidad de visitar a Lorenzo el elegante zapatero, amante de los libros y de los vinos. Remendar cuero
era su oficio; coser ideas, su arte. No siempre lo encontraba pues su taller funcionaba en horarios aleatorios. En aquel
día, ya al final de la tarde, me alegré al ver su antigua bicicleta recostada en el poste al frente del taller. Buena señal.
El buen amigo me pidió que lo esperara un poco mientras terminaba un trabajo y, en seguida, nos dirigimos a una
silenciosa taberna en busca de buena prosa y una copa de vino. Pidió un pedazo de queso de marca famosa para
acompañar el vino al mesero que nos atendió. De inmediato repliqué al recordar que el dueño de aquella conocida
empresa de productos lácteos había sido condenado por un crimen gravísimo. Le dije que no me sentía a gusto en
comer aquella marca de queso y le sugerí que pidiésemos otra cosa. Intrigado el artesano preguntó: “¿Comer del
queso te hará cómplice del crimen”? Respondí que no iría a confabular con actitudes ultrajantes y añadí que actuaba
de acuerdo con mi consciencia. Él me miró con bondad antes de decir: “Sí, debemos actuar siempre en sintonía con
nuestras mejores razones. No es bueno cuando esto no sucede. Sin embargo, permitir la expansión de la consciencia
más allá de los condicionamientos sociales y culturales, será siempre un ejercicio de transformación y ligereza. No
obstante, la pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué sentimiento me mueve? Ya que definimos quienes somos de
acuerdo con nuestras elecciones”.
Respondí que el deseo de hacer justicia me hacía tomar aquella decisión. Lorenzo refutó con una nueva pregunta: “¿El
sujeto ya no cumple la pena impuesta por una sentencia condenatoria aplicada por un juez de derecho? Toda sociedad
es regulada por un conjunto de leyes que establecen derechos y deberes; reglas y límites objetivando la buena
convivencia”. Lo interrumpí alegando que muchas leyes son injustas, algunas demasiado rigurosas, otras demasiado
indulgentes, sin mencionar las que benefician a determinados grupos en detrimento de otros. “Es verdad”, concordó el
zapatero y agregó en seguida: “Sin embargo, toda legislación refleja el punto de evolución de una sociedad, la cual
sólo avanza a medida que se multiplican las transformaciones personales. Imponer cambios sin la debida
concientización se asemeja a un edificio sin cimientos; no se sustenta. Cada cual debe actuar como fiel retrato de la
sociedad que desea. Las leyes, naturalmente con algún atraso, llegarán como consecuencia de los avances; es decir,
cambiamos la sociedad según la exacta medida de nuestras transformaciones individuales”.
Insistí en que mi rechazo a aquella marca de queso demostraba mi insatisfacción con relación a la conducta criminal
del propietario de la marca. El artesano volvió a argumentar: “La frontera entre la barbarie y la civilización es la ley.
Al inicio de los tiempos la ausencia de ley llevaba a excesos e injusticias. En la actualidad ir más allá de los
parámetros legales causa los mismos daños y trae en contrapartida el odioso comportamiento de hacer justicia con las
propias manos, al poner en duda la eficacia de la ley. Esto no es nada más que venganza”, intentó explicar Lorenzo.
“La diversión de los domingos en la Edad Media era asistir a la plaza de la ciudad al ahorcamiento de un infeliz
cualquiera y como si la horca y la muerte no fuesen suficientes, el infeliz era obligado a andar hasta el cadalso en
medio de la multitud. La turba ansiosa por la desgracia ajena, ofendía, lanzaba comida podrida, escupía, agredía a
golpes y pedradas en catarsis, movida por una sombra colectiva enorme. La gran mayoría de las veces no se conocía
el motivo de la condena y, aún peor, las razones que motivaron al sujeto a hacer lo que hizo o si era inocente”. Sorbió
un poco de vino y prosiguió: “En el caso de la empresa de productos lácteos, ¿el sujeto ya no fue condenado de
acuerdo con las leyes vigentes? ¿Ya no está encerrado en una jaula humana absurda? ¿Tienes idea del sufrimiento de
ese hombre? Como si no bastara, quieren destruir todo lo que con él se relaciona. ¿Percibes el deseo sin límites de
castigar al otro? Más allá, existe la intención de destruir a la persona, o lo que sobró de ella”. Hizo una pequeña pausa
y concluyó: “La diferencia entre venganza y justicia es la dosis de amor contenida en la decisión”.
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Argumenté que yo poseía un código moral propio en el cual era indispensable la lealtad a los valores éticos. El
artesano me miró con bondad y dijo de forma serena: “Comúnmente confundimos moral con moralismo. El moralismo
trae la inflexibilidad en la adecuación de los notables conceptos de comportamiento contenidos en la moral, al impedir
el debido análisis exigido en cada hecho. El moralismo es cuando alimentamos la moral con nuestras sombras. Para
que la moral no se vuelva un azote que maltrata indiscriminadamente es necesario que siempre esté revestida con los
nobles sentimientos del amor y sus variantes: el perdón, la misericordia, la compasión y la paciencia además de la
humildad, es obvio, o la Edad Media aún permanecerá en nosotros. El amor es el elemento que eleva la moral al nivel
de la dignidad”.
“Boicotear la fábrica del sujeto hasta la quiebra sería imponer una pena más allá de la pena, pues también afectaría a
centenas de funcionarios que sufrirían por la condena del desempleo, sin tener cualquier relación con el hecho
criminal. Relegar a la familia del infractor al destierro moral y financiero como si fueran coautores es, igualmente, ir
más allá de la pena, afectando a terceros inocentes”. “Las consecuencias de la pena deben ser personales e
intransferibles. Fuera de esto, serán actos arbitrarios fundamentados en lo absurdo del moralismo y en el sentimiento
salvaje de la venganza. Todo esto es muy violento y hasta puede convertirse en un mal mayor que el propio crimen
practicado”.
Aún no satisfecho, le dije que comer de aquella marca de queso era ser permisivo con el crimen practicado. Lorenzo
abrió los ojos espantado y replicó de repente: “De ninguna manera. ¿Por qué desperdiciar la oportunidad de ofrecer la
otra cara? ¿Por qué negarse a dar otra oportunidad? ¿Por qué es necesario mantener vivo el obsoleto concepto bélico
y anticuado de ‘tierra arrasada’? ¿Percibes que estás confundiendo crimen y criminal con tu repudio?”.
Dije que no entendía a dónde quería llegar y el buen zapatero intentó explicar: “El mal tiene que ser combatido con la
firmeza necesaria en cada caso, sin ninguna complicidad, no resta la menor duda. Sin embargo, el malhechor necesita
ser ayudado para que sea capaz de iluminar sus propias sombras. ¿Percibes que la batalla de él es, en esencia, la
misma mía o tuya, cada cual en la dimensión de los propios errores? Todos nos hemos equivocado alguna vez y lo
continuaremos haciendo. El error hace parte del aprendizaje y del proceso evolutivo, por tanto son indispensables
nuevas e incontables oportunidades. Recomenzar es siempre una ley inmutable de la Luz. Cabe a una sociedad
moderna establecer y mejorar las condiciones para eso. La destrucción del otro equivale a la condena eterna, actitud
intimamente ligada a las sombras, resquicio del salvajismo que todavía habita en nosotros”.
Bajé los ojos y, en silencio, recordé mi pasado como una película rodando rápidamente. Sin duda estaba muy
agradecido por las innumerables oportunidades que había tenido para recomenzar o de lo contrario no estaría allí. Sin
nuevas oportunidades el planeta sería un desierto de hombres y mujeres. El artesano percibió mi aflicción y me ayudó
de forma dulce: “Desafío a cualquiera a abrir el Código Penal y anotar de manera sincera todos los delitos que ya
practicó y las veces en que reincidió; que aplique a cada acto la pena mínima impuesta y después sume. El mejor de
nosotros tendrá muchos años de cárcel por cumplir”. Recordé que el Viejo ya había hecho ese ejercicio en el
monasterio, una lección de humildad que él denominaba “Espina en la Carne”, para que recordáramos nuestras
propias imperfecciones antes de señalar las ajenas.
Lorenzo finalizó: “Nuestras sombras, siempre en la ilusión de protegernos, nos hacen creer, inconscientemente, que si
construimos una imagen deplorable del otro nos sentiremos mejores. Así, nos engañan y dificultan la inevitable
marcha. Al desviar la mirada para los tropiezos ajenos, en vez de ver nuestras propias limitaciones, huimos del buen
combate. No, no seremos mejores por creer que el otro es peor. Combatir el mal siempre será trabajo de todo
andariego del Camino, comenzando por iluminar la oscuridad que se esconde en nuestras entrañas. Entender esto es
conocerse con sinceridad, iniciando la indispensable metamorfosis que abrirá las alas para el fantástico vuelo hacia las
Tierras Altas del Ser donde habita la paz”.
Acepté con buen agrado el queso que trajo el mesero y aprecié su excelente sabor. Levantamos la copa y Lorenzo
hizo un brindis: “¡Qué podamos ser al mismo tiempo jardinero y flor, sembrando y embelleciendo el bonito jardín
llamado Tierra!”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La cara oculta de los celos
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Los domingos, cuando me es posible, asisto a misa en la catedral de la pequeña y encantadora ciudad situada en la
falda de la montaña que abriga al monasterio. Aquel día el sermón del padre llamaba la atención de lo que
consideraba una banalización de las relaciones afectivas, en las cuales las personas invertían poco, según él, no sólo
en la construcción y adecuación de la vida en pareja, como en la convivencia social en sí. Él clamaba por paciencia y
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compasión con relación al otro. Según sus palabras, la humanidad está renunciando a sí misma con mucha facilidad.
Después de finalizada la ceremonia mientras caminaba entre las callejuelas de piedras silenciosas reflexionando sobre
todo lo que fue dicho, con los variados aspectos que involucran la cuestión, fui sorprendido por Lorenzo -amante de
los vinos y de los libros- quien cruzó mi camino en su antigua bicicleta. Buena señal pensé. El artesano era uno de los
últimos baluartes en remendar bolsos y zapatos como una opción frente al cambio. La zapatería era su oficio; con la
filosofía ejercía su arte. Feliz al verme, sugirió que nos sentáramos en una cafetería próxima.
Con dos tazas humeantes en frente, inicié la conversación hablando sobre el sermón dominical y la complejidad de
una tendencia actual, con variadas facetas. El zapatero bebió un poco de café y cuando iba a hacer un comentario
nuestra atención fue desviada hacia una joven pareja que discutía en la mesa contigua. Aunque hablaban en voz baja,
casi inaudible, sus expresiones revelaban una torbellino de sentimientos conflictivos. El muchacho se retiró de manera
repentina. En seguida, los ojos de la joven se bañaron en lágrimas. Lorenzo la invitó a sentarse con nosotros y le dijo
que se sintiera cómoda para conversar o apenas oír. Le dio su palabra de que no haríamos ninguna pregunta. La
intención, sin que fuera dicha, era tan sólo que ella no tuviera la eventual sensación de abandono. La joven aceptó y
confesó que necesitaba desahogarse. El artesano estuvo de acuerdo: “Lo más importante en una conversación ni
siempre son los consejos que recibimos y sí oír la propia voz. Hablar suele revelarnos secretos inconfesables del
propio inconsciente”.
Dijo que se llamaba Ana y que habíamos acabado de presenciar la ruptura de su cuarto matrimonio, pues así lo
consideraba cuando la relación la llevaba a compartir el mismo techo con otra persona, durante algún tiempo. Ana
aún no tenía treinta años. De repente confesó que el motivo de todas las separaciones era siempre el mismo: los
celos. Sus propios e indomables celos, con sus cobros y desconfianzas. Al mismo tiempo, en el intento de justificarse,
sustentó que los celos eran inherentes al amor pues eran una prueba irrefutable. “Los celos no tienen nada que ver
con el amor”, interrumpió Lorenzo, “es tan sólo una visión equivocada sobre el más noble de los sentimientos y una
turbia interpretación sobre las propias sombras que, para sobrevivir, construyen raciocinios tortuosos para explicar
nuestras reacciones y falsas necesidades, enraizando furtivamente su permanencia en nuestro ser”.
“Los celos son el resquicio de un antiguo y terrible vicio: la dominación. Restante de una época en la que se respiraba
el aire contaminado por la falsa sensación de seguridad, alimentado por la ilusión de que ser propietario de la vida
ajena era la ruta más cómoda para controlar la propia vida. La libertad asustaba; tal vez todavía asusta. Los celos son
una sombra, hijos ancestrales del miedo. Y este miedo se hará presente mientras neguemos que los vientos de la
libertad son más propicios para la vida”, intentó explicar el artesano.
La joven afirmó que era imposible amar sin sentir celos. El zapatero la miró con la bondad de un abuelo -la diferencia
de edades permitía que ella fuera su nieta- y dijo: “Tanto los mejores como los peores sentimientos atraviesan las
entrañas de todas las personas, sin excepción. No obstante, lo que hacemos con ellos define quienes somos, al
mostrar los colores del corazón y el grado de consciencia que alcanzamos. Están los que sienten celos y los alimentan;
existen otros que, por haber iniciado el viaje del autoconocimiento, los utilizan como fuerza de transformación y
ampliación de consciencia. Esto demuestra cuánto hemos aprendido a convivir con las sombras. Al final, esta es la
gran batalla: aquella que libramos para iluminar los sótanos oscuros del propio ser, cuidadosamente defendidos por el
ego todavía atado a los instintos más primitivos, en rechazo a los valores más nobles y redentores. Así, sin percibirlo,
creamos nuestras propias prisiones, crueles por no tener rejas, extremas al no vernos como prisioneros”.
Ana sostuvo que toda relación se fundamenta en compromisos de lealtad y respeto mutuo y que en ese sentido, debe
existir un comportamiento adecuado de ambos para que no haya margen para desconfianzas que estimulen
emociones corrosivas. “Sí, es verdad”, asintió Lorenzo, “no obstante, ese discurso es peligroso pues abarca límites y
capacidades individuales que muchas veces las personas no desean o no poseen. Por otro lado, es bastante común
esconder de sí mismo otras emociones salvajes intimamente ligadas a los celos como el egoísmo, el orgullo y la
envidia, disfrazadas con disculpas absurdas, que tan sólo ocultan el desequilibrio personal o el miedo injustificable de
perder aquello que no se puede poseer. El amor es un estado de espíritu, no una bicicleta. Entonces se crea la
artimaña de los compromisos. En verdad, el único compromiso existente es contigo misma para no negociar con tus
sombras, ser leal a tu verdad y ofrecer siempre lo mejor de ti”.
Ana miró seriamente a Lorenzo y le preguntó con aspereza, cómo él reaccionaría al ser traicionado. El artesano sonrió
con compasión y respondió: “Perdonar al otro, siempre y siempre. Esto me libera de los grilletes del sufrimiento y me
devuelve la ligereza necesaria. Continuar o terminar la relación va a depender de los buenos frutos que yo considere
que todavía puedan germinar. Será siempre un derecho inalienable la elección entre permanecer o partir. Así de
simple”. La joven quiso saber si él no sentiría vergüenza al saber que muchas personas se enterarían de que fue
‘abandonado’. El zapatero la miró con bondad y le dijo: “De ninguna manera. Prefiero mil veces ser el traicionado que
el traidor; el mártir que el verdugo; la víctima que el ladrón. Mil veces recibir el mal que practicarlo. De esta forma la
vergüenza nunca será mía. Es una elección de vida que hice hace mucho tiempo atrás y, puedes apostar, es
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liberador”. Ana insistió en saber si él volvería a confiar en el otro: “Pienso que todos merecen nuevas oportunidades,
es más, considero imposible ser feliz sin confiar”.
Ana bajó la cabeza y no pronunció palabra hasta que Lorenzo quebró el silencio: “En realidad, lo que une a las
personas es la afinidad energética, lo que significa estar en una misma frecuencia vibratoria, en la misma curva del
Camino o en el mismo punto del proceso evolutivo, independiente de la manera en que te expreses. Esa afinidad
puede durar un día o siglos. Por lo tanto es necesario que aquellas almas caminen en la misma intensidad y ritmo,
fomentando los mismos valores, enseñando y aprendiendo en el sagrado acto de ofrecer lo mejor de sí”, miró a la
joven a los ojos y prosiguió: “Cuando ocurre el desajuste es hora de partir o de dejar que el otro siga su propio
destino, que ya no estará ligado al tuyo. Entonces, esto será lo mejor a ofrecer en aquel instante: amor en forma de
respeto. Percibir esto es una sabia prueba de amor. Respetar la libertad ajena demuestra un elevado grado de
entendimiento y, por otro lado, concede el derecho de abrir las propias alas cuando llegue la hora de continuar sola”.
Una lágrima involuntaria huyó de los ojos tristes de Ana. El elegante zapatero le ofreció un pañuelo y una visión
diferente: “El adiós sólo es triste por puro error de interpretación. Somos viajeros de las estrellas en constante
movimiento hacia otra de mayor grandeza, que nos ofrezca mayores posibilidades de amor y de luz. En este viaje,
aunque eventualmente estemos acompañados, no podemos cargar a nadie o ir en el viaje de alguien. Los avances son
individuales e intransferibles, fruto de la integración de valores y principios nobles del alma. Por esto, tenemos que
entender los límites de la interdependencia, pues a pesar de que los encuentros son la magia y la materia prima de
las transformaciones, pues establecen los escenarios donde se viven las reales capacidades ya introducidas en el ser,
cada cual camina a su propio ritmo, de acuerdo con el aprendizaje de las lecciones evolutivas esenciales, ligadas al
desprendimiento del alma sobre los condicionamientos primitivos del ego. Nuestras alas tienen el tamaño de nuestro
corazón y si alguien ya está listo para vuelos más altos, más allá de la frontera de aquella relación, resta apenas
desearle o recibir votos de ‘buen viaje’”. Hizo una pausa a propósito para completar: “O un ‘hasta luego’, pues
siempre es posible un reencuentro en la próxima estación, desde que lleguen a la plataforma de embarque al mismo
tiempo, cada cual con su propio esfuerzo”. “Cuando cambiamos, todo a nuestro alrededor también se transforma.
Situaciones y personas. Muchos parten, algunos se quedan, otros llegan; caminos se revelan”.
La joven dijo que todo aquello era muy melancólico; el artesano refutó: “Claro que no. Todo eso es grandioso y
esclarecedor, pues permite entender que nuestra felicidad no está amarrada a nadie, que cada cual debe hacer tan
sólo su propia parte para alcanzar la soñada plenitud. ¿Percibes cómo esto es liberador? Nadie tiene la obligación de
hacer al otro feliz; la carga es injusta y demasiado pesada. Pienso que éste es el error más común en las relaciones,
ya que se deposita en el otro la expectativa de que nos brinde los mejores días de nuestras vidas. Nadie soporta
tamaña carga y responsabilidad o estaría asumiendo una deuda eterna. Todo se vuelve aburrido, repleto de cobros
insensatos e insoportables. Se hace demasiado pesado. La sabiduría consiste en construir la felicidad dentro de
nosotros, sólos, independiente de cualquier cosa, situación o persona. Sólo entonces, estaremos listos para compartir
el ‘trigo de la vida’ con otra persona, con la ligereza de quien acepta las posibilidades y limitaciones ajenas, de quien
nada exige por tener lo esencial dentro de sí. Sólo se puede ser feliz al lado de quien ya posee esta alegría. Después
es sembrarla por donde pasemos, pues ésta es la manera de agradecer al Universo por las lecciones ofrecidas”.
Ana dijo que aquel discurso era paradójico. Lorenzo replicó: “No. Contradictorio y absurdo es la práctica de interferir
en el querer del otro; es imponer que el deseo de él sea mi deseo. Cuando esto sucede naturalmente es maravilloso.
Cuando es forzado, será siempre áspero. Al vivenciar el amor de manera equivocada acabamos por destruirlo”. Volvió
a beber un sorbo de café y continuó: “Otro error, es querer modificar al otro y amarrar esto al éxito de la relación. Las
personas cambian cuando alteran su nivel de consciencia. Esto es transformación real. Cuando se da como
consecuencia de una fuerte presión, para agradar o ser deseado, no pasa de sólo maquillaje. Tarde o temprano el
personaje acaba siendo desenmascarado. Lo triste en este caso es que muchos se declaran engañados o
decepcionados, pero se olvidan del despropósito de las propias exigencias. Pretender la evolución del otro siempre
será un acto de amor. Sin embargo, es necesario respeto y paciencia, pues cada cual tiene su propio ritmo o no
estaremos hablando de amor”, profundizó Lorenzo.
A pedido de la joven, el mesero trajo una taza de chocolate caliente. Ella bebió en silencio, reflexionando sobre
aquella larga conversación. Al final, después de lamer el resto de dulce de la cuchara, como si fuera una niña traviesa,
se volteó hacia el artesano y le preguntó si lo que intentaba decirle era que entre mayores los celos, menor era la
comprensión del amor. “Exacto”, respondió, “son sentimientos inversamente proporcionales que no tienen
absolutamente nada en común”. Observó a la joven por instantes antes de concluir: “El gran truco de los celos es
hacernos creer que son inevitables”.
Ana cerró los ojos, arqueó los labios con una bella sonrisa y meneó la cabeza manifestando su acuerdo. En seguida
dijo que en aquella tarde su vida había cambiado para siempre, pues sentía una ligereza que no había sentido antes.
Le dio un beso en la frente al zapatero como muestra de gratitud sincera y partió. Sospecho que llevaba consigo una
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dosis de confianza en el futuro que hasta entonces desconocía. Tuve la loca sensación de “ver” dos enormes alas que
nacían de su espalda.
Gentilmente tradicudo por Maria del Pilar Linares.

La ley de los ciclos
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El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo del monasterio, había sido invitado a dar una
conferencia en una universidad. En esa época, yo era el discípulo designado para acompañarlo. Al final de su discurso,
como de costumbre, respondía a una infinidad de preguntas. Su abordaje sobre los múltiples aspectos de la vida era
siempre desconcertante. Esa vez no fue diferente; atendió a todos con cariño y paciencia. Ya en el metro, de regreso
al hotel, una mujer se acercó para hablar con nosotros. Dijo que había estado en la conferencia y que quería
invitarnos a almorzar; bromeó al decir que era una manera de aprovechar un poquito más al monje. Aceptamos la
invitación y fuimos a un restaurante cercano. Cuando nos acomodamos ella habló un poco sobre su vida y se lamentó
sobre determinada situación que siempre se repetía, como si fuera una historia que insistía en ser recontada infinitas
veces, algo que la entristecía y se quejó de su propio karma. El Viejo la miró con bondad y le dijo: “Pienso que hay
una equivocación con relación a lo que los antiguos denominaron como karma. Hoy en día se refieren a él como si
significara punición. No, de ninguna manera. Karma es aprendizaje”.
“No tiene sentido que el Universo, en toda su generosidad y maestría, tenga cualquier otra intención salvo la de
perfeccionarnos. Muchas veces la lección se hace dura dada la terquedad o la obstinación del alumno. Lección
aprendida, karma extinto. Así de simple. Eso explica las dificultades del Camino y nos permite entender que podemos
modificar el trayecto cuando transformamos nuestra manera de andar. Las tempestades del recorrido apenas reflejan
las tormentas internas que cada cual carga en el equipaje. Esto hace que seamos responsables por el apaciguamiento
de los conflictos que surgen, pues en realidad tan sólo retratan las propias sombras que es necesario iluminar. Este
compromiso es personal e intransferible”.
La mujer dijo que el vocabulario del monje era bastante peculiar y que no entendía lo que quería decir y cómo todo se
aplicaba al caso de ella. El Viejo tomó un sorbo de agua y dijo: “Cuando determinada situación insiste en repetirse de
manera igual o parecida, significa que estamos bajo la influencia de la ley de los ciclos”. Ella comentó que cada vez
entendía menos. El Viejo sonrió y le explicó con paciencia: “El Universo se rige por un código de leyes no escritas que
demarcan e impulsan la evolución de todos nosotros. Independiente del plano en que nos encontremos, somos
regidos por condiciones inexorables que establecen el próximo conflicto que vamos a experimentar. En verdad, tal
problema no es nada más que la lección adecuada para aquel momento de vida. Viajamos en dirección a la luz, a la
plenitud, a la perfección del espíritu, hacia nuestra real identidad. La evolución de cada uno será incentivada, lo
queramos o no. Claro que como en todo salón de clase, hay alumnos dedicados y otros desaplicados o rebeldes. La
lección que demora poco tiempo para unos, se prolonga durante siglos para otros, literalmente. Eso explica el motivo
por el cual no todos pasan, en este exacto instante, por las mismas dificultades y alegrías”.
Ansiosa, la mujer lo interrumpió. Ella quería saber más sobre la Ley que insistía en que determinada situación fuera
recurrente y se repitiese infinitamente como un castigo sin fin. El Viejo arqueó los labios con una dulce sonrisa
compasiva y le dijo: “Las penas eternas son un viejo truco de las tinieblas y no tienen cualquier relación con la
inteligencia cósmica. El universo no se preocupa en punir y sí en educar, por esto, la necesidad latente del perdón y
de todos los demás nobles sentimientos derivados del amor. Es imposible educar sin perdonar, sin permitir nuevas
oportunidades”. La vida es un gran ciclo formado por innumerables ciclos menores. Cada uno de ellos abarca un
conjunto de enseñanzas. Ellos generan indispensables transformaciones en el ser. Siempre experimentamos el ciclo
que contiene las exactas lecciones para las cuales estamos listos. Ni más ni menos”.
“Como un alumno que repite de curso en la escuela cuando no presta atención o se niega a aprender la lección, el
ciclo se vuelve recurrente y, con frecuencia, más severo para que el entendimiento y la consecuente modificación que
permitirá que la evolución ocurra. Así caminamos”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “El fin de un ciclo
necesariamente será el inicio de otro. No obstante, dos ciclos no coexisten. Lo nuevo nunca inicia sin que lo anterior
esté terminado. La repetición del Ciclo, como sofisticada prisión, no es nada más que la negativa para evolucionar”,
hizo una breve pausa antes do concluir: “La metamorfosis es indispensable. Aprender y transformarse para librarse
del problema. El problema nunca es el problema en sí; es más bien la reacción equivocada ante él”.
La mujer dijo que estaba comenzando a entender y le pidió que profundizara más en el tema. El Viejo no se hizo de
rogar: “Cada vez que nos sentimos estancados, como si la vida estuviera sumida en la monotonía, ofreciéndonos
incesantes repeticiones de la misma situación desagradable, significa que es hora de parar. Encerrados en el silencio y
la quietud, debemos buscar en lo interno del ser lo que necesita ser modificado en la manera de ver y actuar. Todo
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puede ser diferente y mejor. Es preciso aceptar que las verdades que servían hasta ahora ya no sirven más, que se
volvieron anticuadas. Es hora de dejar que lo nuevo llegue. Como ejercicio de desapego intelectual hay que modificar
conceptos, dejar que la luz entre y amplíe la consciencia. Al final, el universo está en constante expansión y como
parte de él, debemos ir junto”.
“En la práctica del desapego emocional, hay que aceptar definitivamente que nadie tiene la obligación de hacer feliz a
nadie. No obstante, para la propia felicidad, es necesario ofrecer lo mejor para la alegría y la paz de todos. Amar sin
condiciones; perdonar sin tributos. A su vez, el desapego material traerá la ligereza de compartir y cargar tan sólo lo
necesario. Recuerde, nadie necesita de lo superfluo para vivir. Lo esencial no pesa y cabe por entero en el corazón.
Ser es mucho más rico y divertido que tener”.
“En la plenitud del desapego espiritual, es preciso entender que todo en debe ser transformado. Aún lo que nos
agrada puede ser diferente y mejor. Por tanto, es indispensable pulir las elecciones a cada instante. Perfeccionarlas es
evolucionar. Las elecciones definen quiénes somos y determinan el próximo trecho del Camino, así como sus curvas,
acompañantes y paisajes. Ellas son el pasaporte para la próxima estación, muchas veces, en esta misma existencia”.
“Finalmente, enfrentar los miedos. Nada interfiere más en las indispensables transformaciones. La vida exige coraje
para que podamos amar y seguir en frente. Amar de verdad no es fácil pues exige total superación de las viejas
formas. Amar no se destina a los débiles; ser fuerte es una elección, disponible todos los días para cualquiera. Así
cerramos un viejo ciclo para iniciar uno nuevo, trayendo movimiento, color y belleza a la vida”.
La mujer curvó los labios con una sonrisa sincera. Algo alteró su ánimo. Le preguntó al monje si todo ciclo es un
karma y viceversa. El Viejo asintió con la cabeza: “Sí, pues carga consigo las lecciones de sabiduría y amor que
necesariamente debemos introducir en el vivir. Esto trae la fantástica liberación del alma de las sombrías prisiones sin
rejas creadas por los condicionamientos sociales, por las deudas ancestrales y por las ilusiones de poder innecesarias
sustentadas por el ego. Esto es iluminarse, lentamente, ciclo a ciclo, en infinitas transformaciones rumbo a las Tierras
Altas”.
Llegaron los platos y la conversación versó sobre libros, películas y otras cosas amenas. Al final agradecimos y nos
despedimos. La mujer le dio un fuerte abrazo al monje y dijo, con una radiante sonrisa, que aquella tarde sería
fundamental en su vida pues ahora sabía lo que tenía que hacer. El Viejo la miró con enorme dulzura y dijo: “Saber
dónde está la puerta no significa exactamente atravesarla. Todos sabemos más de lo que hacemos; alinear la teoría
con la práctica requiere determinación y paciencia”.
En el trayecto hacia el hotel le comenté al Viejo que siempre era posible dudar con relación a la puerta correcta a ser
escogida. El Viejo me miró con compasión y dijo: “Siempre habrán bifurcaciones en el Camino para que las elecciones
sean ejercidas y perfeccionadas. Ellas definirán si se permanece preso a un ciclo o si se libera de él . De un lado se
abrirá el enorme portón de las pasiones, el cual ofrece las tribunas del mundo, el incienso de los elogios superficiales,
el perfume del lujo y las delicias de los aplausos fáciles. Del otro estará siempre a la espera la puertecita del amor,
indicando la montaña de la vida, que para alcanzar la cima exigirá la reinvención absoluta, un poquito a cada día. Al
final no habrá fortuna ni fama, apenas la paz, sencillo tesoro ofrecido al andariego que osó pulir el ser con el cincel de
las elecciones”. Se calló por instantes, me ofreció una linda sonrisa y finalizó: “Cada vez que tengas dudas, escoge por
amor,
Yoskhaz.
O
escogerás
errado”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Equilibrio improbable
1 COMENTARIO
Caminaba por las montañas de Arizona al lado de Canción Estrellada, el chamán que poseía el don de trasmitir la
sabiduría de sus ancestros a través de la palabra cantada o no. Él quería mostrarme su “Lugar de Poder”, como se
denomina en la mitología nativa al sitio en donde cada cual se siente más cómodo para conectarse con la inteligencia
cósmica. “En todos los lugares del planeta es posible abrir un canal o un puente; no obstante, existen sitios que, por
diversas razones, la conexión es más intensa. El mar es un santuario; la montaña, una catedral; tu casa, un templo.
Ya sea por la quietud, por el sonido de las estrellas o por la integración con la Madre Tierra. Por alguna razón personal
o por ser un lugar donde las personas van hace siglos a rezar, como las iglesias, anclando la fuerte vibración del
universo, cada individuo debe encontrar el lugar donde sienta la fuerza de esa conexión”, explicó el chamán. Al llegar
a una pequeña meseta muy próxima a la cumbre, el Lugar de Poder de Canción Estrellada, había un árbol que no
podían pasar desapercibido pues estaba sujeto por las puntas de la raíz al borde de un peñasco, resistiendo con
bravura, de manera elegante e impensable, al viento, la lluvia, el sol, la nieve y la gravedad. Comenté que no podría
aguantar por mucho más tiempo. El chamán sonrió y dijo con su rostro arrugado por las decenas de inviernos que
había atravesado: “Está en esa condición desde que yo era un chico y venía a pasear a esta montaña con mi abuelo.
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Probablemente continuará así después de que yo realice el gran viaje”. Hizo una pequeña pausa y continuó: “Una raíz
fuerte es indispensable para enfrentar las tormentas de la vida. No es diferente para nadie”. De repente le pregunté
qué necesitaba para tener una raíz poderosa, capaz de mantenerme inmóvil ante las peores tempestades.
“Las raíces de cada uno son el conjunto de tres cosas: saber exactamente quién eres y no huir del combate de
perfeccionamiento personal”. Le dije que estaba faltando la última. Él miró hacia el árbol malabarista antes de
concluir: “La tercera parte de la raíz consiste en dominar el arte del equilibrio improbable. Recordarme esto fue la
función de este árbol durante toda mi vida. Esto la hace sagrada para mí”.
Le dije que no tenía la más mínima idea de lo que era el equilibrio improbable. Él no pronunció palabra. Con toda la
calma extendió su manta en el piso para que nos sentáramos, pidió que recogiese algunas ramas secas para encender
una pequeña hoguera y prendió su infalible pipa de hornillo de piedra roja. Después cantó una sentida y rítmica
canción acompañada por su tambor de dos faces, agradeciendo al Gran Misterio por la oportunidad de estar allí y por
todos los “mensajes, visiones y sueños” que nos serían concedidos. Cuando abrió los ojos dijo: “El equilibrio
improbable es la capacidad desarrollada de no permitir que las dificultades inherentes al Camino te saquen de la ruta
o te hurten la paz. Para esto tienes que saber lidiar con las sutilezas del sendero, del tiempo, del paisaje y de los otros
viajeros. Estos son los ingredientes de la magia. El calderón es el propio Camino”.
Ansioso, dije que no había entendido. El chamán se explicó con paciencia: “El buen andariego hace de la paz su
premisa inseparable. Hace de la no violencia su fuerza de transformación. Él sabe que solamente en la medida en que
realiza las modificaciones en sí mismo, conseguirá alterar el mundo; así no pierde tiempo y energía intentando
convencer al otro sobre sus razones, pues sabe que de la misma manera que todavía no está listo para entender
muchas cosas, muchos aún no ven aquello que él ya puede ver. Apenas refleja en sus actitudes serenas la sabiduría
que le habita. Sabe que si el argumento convence, el ejemplo tiene el poder de contagiar corazones”.
Argumenté que la explicación era un poco ambigua. El chamán asintió con la cabeza y dijo: “La vida contiene sutilezas
cuyas líneas que separan las sombras de la luz pueden parecer tenues, aunque no lo sean. Lo sutil, por definición,
muchas veces pasa desapercibido para nosotros, por ello es necesario afinar cada vez más nuestra percepción. Sin
embargo, hay situaciones más comunes que permiten un entendimiento más fácil”. Y me mostró algunos momentos
en que, a menudo, perdemos el equilibrio.
“El gran conflicto entre lo legal y lo justo; entre legalidad y legitimidad, es un buen ejemplo. Sabemos que las leyes
son las líneas divisorias entre la civilización y la barbarie. En nuestro nivel actual de evolución es imposible la vida en
sociedad sin un conjunto de reglas que establezcan derechos y deberes, lo que es muy bueno pues trae tranquilidad y
seguridad social. No obstante, así como todo en el universo, nuestra consciencia está en constante mutación y existe
la necesidad de que las leyes acompañen esa evolución, lo que no siempre sucede a la velocidad deseada. Por otro
lado, siempre es posible hacer mal uso de una cosa buena: hay reglas establecidas fundamentadas en el falso
moralismo o que defienden oscuros intereses, perjudicando sectores o hasta a la gran mayoría de un pueblo. No
podemos olvidar que la esclavitud y la segregación racial o de género, por citar algunas posibilidades, fueron
practicadas en vigor de odiosas legislaciones”.
“Hay que estar atento para que la ley no sea usada indebidamente para alimentar preconceptos, venganzas o
sostener atrasos. El primer paso es percibir cuando la frontera entre la luz y las sombras es superada, cuando una
cosa buena es distorsionada para ser usada para fines inescrupulosos, cuando se usa un instrumento legal para dar
cabida a manifestaciones de odio e intolerancia, cuando la inflexibilidad del moralismo destruye la belleza de la moral.
Mantenerse justo y pacífico cuando la ley camina en sentido contrario a la justicia es un importante equilibrio
improbable”.
“Tener cuidado para no dejarse contaminar por las enormes sombras colectivas que se forman en algunos momentos,
al desear puniciones severas y encontrar culpables que asuman las insatisfacciones particulares que se pulverizan en
el conjunto social de manera difusa y confusa, hace toda la diferencia. En esos momentos es necesario ser como un
farol que ilumina la noche oscura, sin la pretensión de ser el dueño de la verdad y siempre absteniéndose por
completo de cualquier forma de violencia. El equilibrio improbable se hace necesario para actuar de manera contraria
a la multitud ciega, que en la ilusión de alejar la sombra, termina alimentando las tinieblas, sedienta por el
apedreamiento moral de un individuo cualquiera. El andariego percibe el movimiento colectivo contrario a la luz y
sabe que, en ese momento, la venganza se disfraza con las vestimentas de la justicia para punir, sin la indispensable
dosis de amor que una decisión verdaderamente justa trae en su interior. Entonces se niega a seguir las voces del
mundo, por ser contrarias a lo que le dice el silencio de su corazón, y asume actitudes firmes y serenas al mismo
tiempo, en total acuerdo con las ideas aireadas que lo conducen por el sendero de la tolerancia, unión, compasión,
armonía y bondad, manteniéndose en el lado asoleado del camino. El equilibrio improbable exige gentileza; gentileza
exige coraje”.
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Canción Estrellada dio una bocanada con la pipa y comenzó a abordar otra situación: “Igualmente sutil es el momento
de decidir entre lo individual y lo colectivo. Claro que el todo es más importante que la parte, sin embargo el pedazo,
cuando está incompleto, compromete la integridad”. El chamán continuó: “El equilibrio improbable se presenta cada
vez que priorizamos lo personal en detrimento de lo colectivo, en desacuerdo con el correcto principio general.
Entender que existen límites de interferencia de la sociedad sobre el individuo es importante para establecer las
condiciones indispensables que resguardan la amplia libertad personal, sin olvidar nunca las respectivas
responsabilidades. Un pueblo puede mucho, pero no puede todo”, hizo una pausa, se quedó mirando el árbol
equilibrista y siguió: “Veo otra sutileza derivada de esta cuestión que reside en percibir que el ejercicio del mejor
derecho excluye cualquier privilegio. Los vientos que impulsan el avance de la humanidad muestran que todo
privilegio es contrario al buen derecho. Privilegios no son nada más que resquicios de sentimientos ancestrales de
dominación, desigualdad y separación, todavía presentes. Si mantienes un privilegio es porque aún no tienes la
justicia dentro de tí”.
“Otro equilibrio improbable, todavía más crítico, pues es de orden interno, aborda la delicada cuestión del egoísmo.
¿Cuál es el momento en que dejo de cuidar de mí para cuidar del otro? ¿Y si no estoy bien para cuidar de alguien?
¿Hasta qué punto debo ayudar para no debilitar al otro? Son preguntas que no acallan”. Él me miró a los ojos unos
instantes y continuó: “Es fundamental establecer, de manera clara, el límite del otro sobre tu vida para que no existan
abusos o excesos, sin olvidar que es imposible mantener el alma en paz sin amparar a quien clama por ayuda. Este es
otro equilibrio improbable. La eterna armonía en cuidar de sí sin olvidar al otro. Aceptar que sólo se puede dar lo que
ya integra el ser y percibir que en la matemática de la vida apenas multiplicamos lo que sabemos dividir; dos lados de
una misma moneda, entendimiento de una de las más preciosas enseñanzas del Camino”.
Canción Estrellada me ofreció una bella sonrisa y finalizó: “Hacer por el otro lo que me gustaría que él hiciera por mí
en caso de que las posiciones estuviesen invertidas, es la respuesta sagrada, la lección mayor y, por tanto, la más
difícil de ejecutar. El equilibrio improbable entre la fina sabiduría de entender la situación, con todas las sutilezas, y la
disposición amorosa de compartir lo mejor de ti, sin cualquier miedo, es tu gran obra de arte en el maravilloso
espectáculo de la vida”.

El ánfora de la humildad
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Yo estaba de vuelta al Himalaya. Era una promesa hecha a mí mismo: regresar una vez al año a la villa china,
próxima al Tíbet, para estudiar el Tao con Li Tzu. La única posada que había en el lugar estaba siempre llena de
alumnos de toda parte del mundo, sedientos por conocer un poco más sobre el milenario Tao Te Ching, el Libro del
Camino y de la Virtud. Las reservas eran de poca utilidad y no garantizaban el hospedaje. Los reclamos no surtían
efecto, pues la anciana responsable por la posada respondía siempre sonriendo, en inglés o mandarín, según su
conveniencia para hacerse entender. En el pequeño espacio que servía de recepción yo disputaba con un hombre
enorme de más de dos metros de altura, fuerte como un halterófilo, sobre quién se quedaría con el último cuarto
disponible. Ambos teníamos reserva, la mía era anterior a la suya, pero él había llegado al albergue minutos antes
que yo. Discutíamos, cada cual con sus razones y argumentos, ante la anciana quien parecía divertirse pues no
paraba de sonreír aunque el tono de la discusión fuese aumentando a cada palabra proferida, hasta que él tomó la
llave del cuarto de las manos de ella y dijo que la cuestión estaba resuelta: él se quedaría con el cuarto, salvo que yo
fuera capaz de quitarle la llave. Repleto de rabia, no reaccioné. La diferencia de fuerza física anunciaba una gran
paliza si yo aceptaba jugar con las reglas de mi oponente. Le pedí a la anciana que tomara una actitud ante aquella
arbitrariedad; ella apenas levantó los hombros y respondió en su idioma, sin abandonar la sonrisa, algo que interpreté
como “nada puedo hacer”. Como si no bastara, y con efecto devastador para mí, escuché una serie de provocaciones
y chistes desagradables por parte de mi adversario mientras me retiraba de la posada.
Fui al encuentro de Li Tzu y le narré todo lo ocurrido. En respuesta, el maestro taoísta me convidó a tomar té. Cerré
los ojos para controlar la ira y apenas concordé con la cabeza. Fuimos a la cocina y sin ninguna prisa mezcló varias
hojas deshidratadas en un colador para después dejarlas en infusión durante algunos minutos, todo sin articular
palabra. Bastante irritado, le pregunté si no haría algún comentario sobre lo que le había contado. Li Tzu respondió:
“Por ahora silencio, así oirás a tu corazón; será siempre el mejor maestro”. Después llenó dos tazas, las colocó sobre
la mesa de madera rústica y entonces dijo: “Perdiste la batalla”. Le pregunté si me aconsejaba reaccionar de manera
violenta y luchar por la llave del cuarto. Meneó la cabeza en negativa y dijo: “Claro que no. Tu derrota fue decretada
cuando te permitiste sentir rabia. La sombra fue más fuerte que la luz”.
Argumenté que no podía sentirme de otra manera, al final había sido humillado. El maestro taoísta levantó las
espesas cejas grisáceas y explicó: “La derrota, por lo visto, fue mucho más profunda. La ofensa es una invitación para
danzar en las tinieblas. Solamente quien no conoce la compasión acepta comparecer a este tipo de baile”. Bebió un
sorbo de té y prosiguió: “Sólo es humillado quien no trae en sí la virtud de la humildad. La humillación alcanza
solamente a los espíritus toscos, todavía movidos por el orgullo y la vanidad. La compasión es el antídoto contra el
veneno de la ofensa y del sarcasmo. Un escudo en forma de manto de amor que derramamos sobre el agresor pues el
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amor, en forma de sabiduría, entiende que cada cual actúa según su nivel de consciencia y capacidad afectiva. La
compasión sabe que las rosas no florecen en el desierto. La manera de reaccionar ante las situaciones desagradables
define la distancia que ya pudimos recorrer en el Camino y cuáles flores ya germinaron en nuestro Jardín de Virtudes.
Tan sólo quien trae en sí las sombras del orgullo y de la vanidad puede ser humillado. La humildad es la cura, pues
transmuta la oscuridad y disuelve la humillación en pétalos de luz. Nadie se vuelve andariego o jardinero sin el ánfora
de la humildad”.
Torcí la nariz. Dije que el ánfora era una especie de jarrón antiguo y la humildad estaba destinada a los débiles.
Argumenté que la cuestión no era tan sólo las ofensas, sino también el hecho de haber venido de lejos para estudiar
el Tao y no tener dónde dormir. Sí, agregué, tenía motivos para estar molesto. Impasible, Li Tzu dijo: “Puedes dormir
en el galpón del fondo donde están los bonsáis, con el compromiso de regarlos dos veces al día y colocarlos al sol,
bien temprano, todas las mañanas. En caso de estar de acuerdo, te aconsejo ir a la tienda de la villa donde venden
material de alpinismo y comprar una bolsa de dormir”. Le agradecí y acepté la oferta. Le pregunté cuándo
comenzaríamos las clases. Él respondió de inmediato: “Ya comenzaron en el albergue”.
Los días pasaron sin que yo volviera a hablar con Li Tzu, siempre atento con los innumerables viajeros que venían en
busca de conocimiento sobre el Tao. Me entretuve con los bonsáis hasta que llegó un recado que decía que leyera el
capítulo 11 del libro:
“Se moldea el barro, se hace un jarro,
pero útil es el vacío del interior.
Una casa tiene puertas y ventanas,
pero útil es el vacío, allá adentro.
En el existir está la posesión,
en el vacío, la utilidad.”
Aún reflexionaba sobre aquellas palabras cuando el maestro taoísta se aproximó. Le dije que había leído el poema y
que no estaba de acuerdo con el raciocinio. Agregué que una persona, diferente de un jarro o un ánfora, no podía
tener el interior vacío. El valor estaba justamente en su contenido. Agregué que me había graduado de una famosa
universidad, además de concluir una maestría y un doctorado. No tenía sentido desperdiciar todo ese conocimiento. Li
Tzu oyó todo mi discurso con enorme paciencia, al final, me ofreció una mirada dulce y dijo: “Eres un hombre culto y
reverencio el conocimiento. Sin embargo, todo lo que has aprendido de nada te sirvió en la pelea que tuviste en la
posada”. Lo interrumpí para decirle que el otro huésped había sido agresivo y autoritario. Yo había sido la víctima. El
maestro taoísta se mantuvo sereno: “Sí, es verdad. No obstante, te permitiste la ira. La rabia y todos los sentimientos
afines, como la tristeza o el resentimiento causan un tremendo desequilibrio en el alma, tan grande, como si todas las
moléculas de tu cuerpo recibieran un martillazo. Adicionalmente, te mantienen atado al agresor por afinidad de
sentimientos. Es necesario colocar tu conocimiento para protegerte y liberarte de todo aquello”, explicó.
Discrepé. Dije que ningún conocimiento es capaz de lanzar una mordaza en la boca de personas descorteses. Li Tzu
asintió con la cabeza y explicó: “Estoy de acuerdo una vez más. No obstante, no se trata de callar al otro y sí de
impedir que las flechas verbales te alcancen”. Irónico, le pregunté si debería usar el tal jarro vacío en la cabeza, pues
así tal vez no oiría las ofensas. El maestro taoísta dio una alegre carcajada y después me miró con bondad. Percibí, tal
vez por la primera vez en la vida lo que eran la compasión y la misericordia. En vez de incomodarse, él se divirtió con
el veneno que le lancé. Me sentí un ser rudimentario, sin ningún tipo de pulimento y me avergoncé de mi propio
sarcasmo. Li Tzu se mantuvo sereno: “El pan sólo se vuelve alimento en la boca; mientras permanezca en la vitrina
no cumplirá con su destino. El conocimiento sólo tiene valor cuando es colocado en práctica. Necesita ser útil o
perderá el sentido. Nadie precisa de nadie para ser feliz, pero todos necesitan de los otros para evolucionar. Las
lecciones se presentan en la convivencia. Un eremita, por mayor que sea su saber, si no sale de la caverna estará
estancado. El conocimiento sólo se transforma en sabiduría cuando está en movimiento”. Hizo una pequeña pausa
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antes de agregar: “Pero no es sólo eso. Todo verdadero sabio reconoce la necesidad de evolucionar. Por tanto, es
necesario aceptar con sinceridad y humildad su condición de eterno aprendiz”.
Comenté que dudaba que la humildad fuera en realidad una virtud. Siempre la había considerado como algo menor,
típico de las personas que no tenían grandes sueños. Li Tzu me miró como si se divirtiera con un niño terco y explicó:
“La humildad es la virtud de los santos y de los verdaderos sabios. Sólo te haces grande cuando entiendes la grandeza
de ser pequeño o no habrá espacio para crecer. Los pequeños no cambiarán de tamaño mientras se sientan grandes”.
“El orgullo y la vanidad son sombras que alimentan la ilusión al considerarnos mayores y mejores, aprisionando el
verdadero yo en la oscuridad. Todo intelectual, mientras se vanaglorie de su conocimiento estará lejos de volverse un
sabio. Todo mayoral orgulloso de su fuerza o envanecido por el poder no pasará de un ser frágil por haberse
convertido en blanco fácil. Continuará siendo un tonto, un personaje social de sí mismo. Vivirá de frágiles aplausos
que alimentan su ego y debilitan el alma; una apariencia condecorada, una esencia enfermiza pues el ánfora de la
humildad, repleta de orgullo, enmohecida por la vanidad, no permite lugar para lo nuevo y, en consecuencia, para la
transformación. Está llena de ideas que no sirven más por mantener al ser estacionado. La suerte es que, a menudo,
la vida se presenta en forma de tragedia y caos para que el jarro repleto de preciosas inutilidades se quiebre. El
universo está empeñado en la evolución de cada uno. Nadie queda rezagado, ni siquiera los mezquinos y tercos.
Somos partes indisociables do todo. La renovación es indispensable e inexorable. Nos renovamos y seguimos o nos
estancamos y sufrimos hasta que se quiebre nuestra ánfora; no hay otra opción. Necesitas estar vacío o nada te
acrecentará. Esta ánfora se llama humildad”.
“Cuando el individuo la llena con virtudes, el jarro se mantiene vacío para que siempre haya lugar a nuevas y
diferentes virtudes. Infinitamente. Solamente las virtudes le permiten al andariego avanzar en el Camino. La
verdadera virtud no pesa, da alas; llena sin ocupar lugar; tiene poder sin deseo de dominar; posee valor sin deseo de
aparentar. La humildad es el primer portal y la habilitación necesaria para la conquista de las demás virtudes a las
que se refiere el Tao”.
Argumenté que nunca había tenido buenos ojos para la humildad. Siempre la había relacionado con la pobreza, la
debilidad y la ignorancia. Li Tzu meneó la cabeza negando y dijo: “Justo lo contrario. La humildad es una virtud
repleta de lucidez, pues al saber exactamente quienes somos, reconocemos lo que todavía no somos; es el boleto de
entrada. El individuo que se percibe sencillo en espíritu está dispuesto a conquistar y a sedimentar en sí cada una de
las virtudes que componen la Luz, ya que entiende que esa es la verdadera fortuna. Su riqueza no precisa ser
guardada en el cofre, pues no puede ser robada”. Dio una pequeña pausa antes de proseguir: “Acaba volviéndose la
virtud de los fuertes, de aquellos que no pueden ser humillados o maltratados por ser inalcanzables. Por banales, las
piedras de la ofensa, del desprecio, de la desconsideración, de la chacota y de los cercenamientos viles lanzados por
la gente, son vistos como pataletas de niños insatisfechos, mimados y desorientados, sin ninguna condición de
alcanzarlo”.
Comenté que tenía la sensación de que las personas humildes no se amaban a sí mismas. Li Tzu explicó: “La humildad
se ama a sí misma sin abandonar la verdad. Esta es su grandeza. Sólo así es posible el desapego de las ilusiones que
traen sufrimiento y oscuridad, y que tanto consumen las fuerzas y desvían de la felicidad y de la paz. El humilde no se
avergüenza de sus imperfecciones, al contrario, son su inspiración para el enriquecimiento moral y espiritual que
desea. La conquista de la humildad establece un nuevo capítulo en la vida del individuo al elaborar un código diferente
de comprensión y conducta, norteando las demás virtudes que deben ser sedimentadas por el alma”.
Bebimos el té sin proferir palabra hasta que Li Tzu retornó a sus quehaceres. En los días siguientes, mientras cuidaba
de los bonsáis, reflexionaba sobre el poema del Tao y en la conversación que tuvimos. Poco a poco, toda la discusión
en el albergue fue perdiendo tamaño e importancia, hasta que me deparé riendo de lo ridículo de la situación. Me
sentí leve. ¿Serían esas las alas de las que había hablado el maestro taoísta?
Aquella tarde tuve que pasar por el pequeño comercio de la villa para comprar algunas cosas. Casualmente – si es
que casualidades existen – me encontré con el hombre enorme con el que había peleado. Se iba de la posada y
percibí que, a pesar de su tamaño, tenía dificultades para cargar su propia maleta. Dijo que había tenido una
contractura muscular en la espalada y que tenía dificultad para moverse. Me adelanté, él retrocedió. Tal vez pensó
que aprovecharía la oportunidad para agredirlo y vengarme. Confieso que se me ocurrió, pero en aquel momento no
sentí deseo de hacerlo. Tomé la maleta, andamos un buen tiempo, lado a lado, en silencio hasta que la coloqué en el
maletero del bus en el que él embarcaría. La expresión del hombre era diferente de aquella que yo había conocido
cuando llegué a la villa. Él fue sincero al agradecerme y agregó que “sin aquella no existiría esta”. Volvió a agradecer.
Tan sólo cerré los ojos y sonreí también en agradecimiento, como respuesta. Nos abrazamos. Ambos habíamos sido
honrados con valiosos aprendizajes.
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Cuando volví le dije a Li Tzu que era el momento de partir y le conté lo ocurrido. Adicioné que entendía la necesidad
de mantener vacía el ánfora de la humildad para que nuevas ideas y virtudes encontrasen un lugar en mí. El maestro
taoísta movió la cabeza en concordancia, me regaló una bella sonrisa y finalizó la lección: “Pero no basta. Es preciso
recordar que además de las ideas y de las virtudes, el ánfora no puede estar repleta del ‘yo’. Se hace necesario que
también haya lugar para el otro o nada tendrá sentido y la humildad se perderá en sí”.
En aquel día, mientras andaba por las calles de la villa, tuve la extraña sensación de que podía volar.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares

La Flor de la Sencillez
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Estábamos el Viejo y yo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, en una prestigiosa
universidad para dar un ciclo de conferencias sobre las variadas faces de la inteligencia: cognitiva, emocional, artística
y espiritual. Hablarían científicos, profesores, psicoanalistas, filósofos y artistas. En el intervalo, después de la reciente
intervención de un famoso intelectual, fuimos a tomar un café. El otoño ofrecía un clima agradable y las mesas en la
parte externa de la cafetería permitían una integración amena con el campus arborizado. El sol nos acariciaba entre
las hojas. Le comenté al monje que no me había gustado el último conferencista. En verdad, adicioné que el discurso
me había parecido innecesariamente rebuscado, pomposo, repleto de palabras no usadas en el día a día y, lo peor,
confuso. El Viejo bebió un sorbo de café y dijo: “Las aguas necesitan ser turbias para no percibir que son rasas”. Le
pedí que se explicase mejor. El Viejo fue didáctico: “Quien desea que sus ideas sean entendidas se expresa de manera
clara, salvo que el fruto aún no esté debidamente maduro para ser recogido del árbol. Algunos confunden hermetismo
con sofisticación. La verdadera sofisticación reside en la sencillez; consiste en hacer simple una idea elaborada o
difícil. La sabiduría es sencilla; la sencillez es una virtud poderosa y rara, indispensable para otras virtudes”.
Le pregunté al monje si se refería a la humildad cuando hablaba de sencillez. Él meneó la cabeza antes de responder:
“No. La humildad es otra virtud valiosa y aliada inseparable de la sencillez; ellas no se confunden, al contrario, se
completan. Por ejemplo, sentir orgullo de la propia humildad es un contrasentido. Es necesario que la humildad, la
virtud típica de los sabios, de aquellos que se conocen verdaderamente y se saben todavía incompletos, sea natural y
simple, sin ningún mérito o vanidad, de lo contrario no podrán llenar lo que aún está vacío. El narcisismo es la raíz del
ego y de todas las sombras que lo habitan; la humildad lo ilumina, la sencillez las disuelve”.
Argumenté que la sencillez tenía que ser sincera y honesta. El Viejo fue más allá: “En realidad ellas se integran. La
sinceridad y la honestidad, otras dos virtudes, necesitan ser sencillas para existir. Sinceridad y honestidad sin sencillez
no son virtudes; son tristes demostraciones de exhibicionismo”.
Reclamé que la sencillez no me parecía sencilla. El monje dio una carcajada y respondió: “El motivo es sencillo”. En
seguida explicó: “Sencillez es la transparencia y la claridad del ser. Es lo contrario del subterfugio. El problema es que
tenemos dificultad en admitir nuestras imperfecciones y conflictos internos, todo aquello que pueda avergonzarnos. En
ausencia de la humildad creamos máscaras con la ilusión de protegernos de los otros y de nosotros mismos.
Acabamos interpretando personajes ‘muy resueltos’ al creer que de esa manera será más fácil ser aceptados y
amados, sin darnos cuenta de que esto sólo profundiza la herida y el sufrimiento. Cuando aumentamos el
distanciamiento de nuestra esencia nos alejamos de la indispensable cura del ser. La sencillez es la guía eficiente que
nos ayudará a atravesar el estrecho puente que aproxima al ego del alma”.
“La sencillez es el arte de la ligereza; la capacidad de verse a sí y mostrarse al mundo exactamente como somos.
Defectos y cualidades; complicaciones y entendimientos; errores y aciertos; mentiras y verdades. Sí, somos
imperfectos. No obstante, no es necesario ser complicados, ni fingir. Lo importante es estar conscientes, verse de
manera amorosa y seguir en marcha rumbo a la plenitud. Sencillez es abandonar el disfraz del ego para dejar el alma
desnuda. Sólo así podemos ver, entender y perfeccionar quienes somos. Esto trae magia”. Me miró de manera pícara
y bromeó: “Es mejor que helado en el calor del verano”.
“¿Ya reparaste en cómo las personas sencillas son encantadoras?”, me preguntó. Estuve de acuerdo de inmediato. El
monje explicó: “Es porque ellas están abiertas a las bellezas de la vida, tienen facilidad para relacionarse, no sienten
vergüenza de ser lo que son; traen la magia del andariego, de aquellos que ansían aprender, transformarse y
evolucionar. En el fondo este es el arte que todos, conscientes o no, desean para conducir la propia vida, por esto el
encanto”. Guardó silencio durante un breve instante, como si procurase la mejor palabra antes de decir: “Las
personas complicadas acaban volviéndose fastidiosas pues se ven con vanidad en vez de observarse con amor.
Renuncian a la luz para esconderse en los rincones sombríos de la propia personalidad. Por tanto, el eje de la
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existencia queda perdido en favor de una configuración externa que nada agrega a la evolución. Las personas
sencillas traen la ligereza de aquellos a quienes no les importan las críticas ajenas. No se preocupan con la imagen o
la reputación. Esto es un problema para quien se mantiene en lo raso. El ser sencillo camina protegido por el escudo
de la humildad. Conoce sus propias imperfecciones y reconoce la batalla interna que libra en busca del
perfeccionamiento. Está concentrado en entender el peso que lleva en la espalda para transformarlo en alas”.
“Solamente la sencillez permite una vida sin mentira, sin exceso, sin pretensiones. Es percibir la fuerza de la esencia
en detrimento de la fragilidad de la apariencia”. Argüí que las personas sencillas se me hacían poco elaboradas
intelectualmente. El monje rebatió de inmediato: “La sencillez no es simplicidad. Esta sí te mantiene en la superficie
de la existencia al insistir en la auto ilusión; la sencillez, al contrario de lo que muchos piensan, es una profundización
en el verdadero yo sin angustia ni miedo, para conocer y, posteriormente, sin prisa, iluminar cada rincón oscuro del
ser. Lo contrario de la sencillez no es la complejidad o la sofisticación; es la oscuridad”.
“Ser sincero es no simular ni esconder. Es vivir sin artimañas, sin segundas intenciones. Sin mentiras ante los otros y,
principalmente, para sí mismo. Ser sencillo es no calcular ni complicar la sinceridad. Es dejar que la vida fluya con
naturalidad, con coraje, con humildad, en paz”. Volvió a beber un sorbo de café y cuestionó: “¿Percibes que es
imposible vivir el amor en toda su amplitud sin la presencia de la sencillez? ¿Entiendes que cada una de las virtudes
es una flor indispensable en el jardín de la plenitud? Ser sencillo es simplemente ser. Es un escalón hacia la libertad.
Es indispensable para atravesar el primer portal del Camino”.
Permanecimos buen tiempo en silencio para que las nuevas ideas se acomodaran en mí, hasta que comenté que
nunca había pensado en la importancia y la sofisticación de ser sencillo. El Viejo arqueó los labios en una bonita
sonrisa y dijo: “Nadie nace sencillo. Desde pequeños somos influenciados por muchos condicionamientos sociales y
culturales que a menudo valorizan la importancia de la apariencia o de comportamientos enlatados para conquistar la
admiración ajena. Esto hace que perdamos el respeto por nosotros mismos pues poco a poco nos alejamos de nuestra
esencia, olvidando la importancia de su pulimento. El ser queda adornado por fuera, hueco por dentro. Todo se vuelve
efímero y las relaciones se vulneran. Las consecuencias más comunes de ese sentimiento, que insistimos en negar, es
la impaciencia, la agresividad, la tristeza o la depresión. Esto tal vez explique la necesidad de tantos adornos en el
cuerpo, ¿quién sabe no son, en parte, para desviar la atención ante el abandono del alma? No es diferente la
elaboración de un discurso complicado para explicarse a sí mismo. Sin percibir, la falta de sencillez acaba montando
una emboscada cuya presa es la propia persona”. El monje bebió el resto del café y le pidió otra taza al mesero.
Después finalizó: “La sencillez es una conquista consciente, típica de la madurez. Como en aquella historia infantil,
cada cual precisa de sinceridad y coraje para verse al espejo y admitir que los bellos trajes no pasan de una vana
ilusión: ‘el rey está desnudo’. Es necesaria la sencillez para lidiar con la verdad. Este es el primer paso para rescatar la
verdadera fuerza que nos habita. El poder del espíritu libre comienza en la sencillez del ser”.
Flor de la Sencillez
Estábamos el Viejo y yo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, en una prestigiosa
universidad para dar un ciclo de conferencias sobre las variadas faces de la inteligencia: cognitiva, emocional, artística
y espiritual. Hablarían científicos, profesores, psicoanalistas, filósofos y artistas. En el intervalo, después de la reciente
intervención de un famoso intelectual, fuimos a tomar un café. El otoño ofrecía un clima agradable y las mesas en la
parte externa de la cafetería permitían una integración amena con el campus arborizado. El sol nos acariciaba entre
las hojas. Le comenté al monje que no me había gustado el último conferencista. En verdad, adicioné que el discurso
me había parecido innecesariamente rebuscado, pomposo, repleto de palabras no usadas en el día a día y, lo peor,
confuso. El Viejo bebió un sorbo de café y dijo: “Las aguas necesitan ser turbias para no percibir que son rasas”. Le
pedí que se explicase mejor. El Viejo fue didáctico: “Quien desea que sus ideas sean entendidas se expresa de manera
clara, salvo que el fruto aún no esté debidamente maduro para ser recogido del árbol. Algunos confunden hermetismo
con sofisticación. La verdadera sofisticación reside en la sencillez; consiste en hacer simple una idea elaborada o
difícil. La sabiduría es sencilla; la sencillez es una virtud poderosa y rara, indispensable para otras virtudes”.
Le pregunté al monje si se refería a la humildad cuando hablaba de sencillez. Él meneó la cabeza antes de responder:
“No. La humildad es otra virtud valiosa y aliada inseparable de la sencillez; ellas no se confunden, al contrario, se
completan. Por ejemplo, sentir orgullo de la propia humildad es un contrasentido. Es necesario que la humildad, la
virtud típica de los sabios, de aquellos que se conocen verdaderamente y se saben todavía incompletos, sea natural y
simple, sin ningún mérito o vanidad, de lo contrario no podrán llenar lo que aún está vacío. El narcisismo es la raíz del
ego y de todas las sombras que lo habitan; la humildad lo ilumina, la sencillez las disuelve”.
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Argumenté que la sencillez tenía que ser sincera y honesta. El Viejo fue más allá: “En realidad ellas se integran. La
sinceridad y la honestidad, otras dos virtudes, necesitan ser sencillas para existir. Sinceridad y honestidad sin sencillez
no son virtudes; son tristes demostraciones de exhibicionismo”.
Reclamé que la sencillez no me parecía sencilla. El monje dio una carcajada y respondió: “El motivo es sencillo”. En
seguida explicó: “Sencillez es la transparencia y la claridad del ser. Es lo contrario del subterfugio. El problema es que
tenemos dificultad en admitir nuestras imperfecciones y conflictos internos, todo aquello que pueda avergonzarnos. En
ausencia de la humildad creamos máscaras con la ilusión de protegernos de los otros y de nosotros mismos.
Acabamos interpretando personajes ‘muy resueltos’ al creer que de esa manera será más fácil ser aceptados y
amados, sin darnos cuenta de que esto sólo profundiza la herida y el sufrimiento. Cuando aumentamos el
distanciamiento de nuestra esencia nos alejamos de la indispensable cura del ser. La sencillez es la guía eficiente que
nos ayudará a atravesar el estrecho puente que aproxima al ego del alma”.
“La sencillez es el arte de la ligereza; la capacidad de verse a sí y mostrarse al mundo exactamente como somos.
Defectos y cualidades; complicaciones y entendimientos; errores y aciertos; mentiras y verdades. Sí, somos
imperfectos. No obstante, no es necesario ser complicados, ni fingir. Lo importante es estar conscientes, verse de
manera amorosa y seguir en marcha rumbo a la plenitud. Sencillez es abandonar el disfraz del ego para dejar el alma
desnuda. Sólo así podemos ver, entender y perfeccionar quienes somos. Esto trae magia”. Me miró de manera pícara
y bromeó: “Es mejor que helado en el calor del verano”.
“¿Ya reparaste en cómo las personas sencillas son encantadoras?”, me preguntó. Estuve de acuerdo de inmediato. El
monje explicó: “Es porque ellas están abiertas a las bellezas de la vida, tienen facilidad para relacionarse, no sienten
vergüenza de ser lo que son; traen la magia del andariego, de aquellos que ansían aprender, transformarse y
evolucionar. En el fondo este es el arte que todos, conscientes o no, desean para conducir la propia vida, por esto el
encanto”. Guardó silencio durante un breve instante, como si procurase la mejor palabra antes de decir: “Las
personas complicadas acaban volviéndose fastidiosas pues se ven con vanidad en vez de observarse con amor.
Renuncian a la luz para esconderse en los rincones sombríos de la propia personalidad. Por tanto, el eje de la
existencia queda perdido en favor de una configuración externa que nada agrega a la evolución. Las personas
sencillas traen la ligereza de aquellos a quienes no les importan las críticas ajenas. No se preocupan con la imagen o
la reputación. Esto es un problema para quien se mantiene en lo raso. El ser sencillo camina protegido por el escudo
de la humildad. Conoce sus propias imperfecciones y reconoce la batalla interna que libra en busca del
perfeccionamiento. Está concentrado en entender el peso que lleva en la espalda para transformarlo en alas”.
“Solamente la sencillez permite una vida sin mentira, sin exceso, sin pretensiones. Es percibir la fuerza de la esencia
en detrimento de la fragilidad de la apariencia”. Argüí que las personas sencillas se me hacían poco elaboradas
intelectualmente. El monje rebatió de inmediato: “La sencillez no es simplicidad. Esta sí te mantiene en la superficie
de la existencia al insistir en la auto ilusión; la sencillez, al contrario de lo que muchos piensan, es una profundización
en el verdadero yo sin angustia ni miedo, para conocer y, posteriormente, sin prisa, iluminar cada rincón oscuro del
ser. Lo contrario de la sencillez no es la complejidad o la sofisticación; es la oscuridad”.
“Ser sincero es no simular ni esconder. Es vivir sin artimañas, sin segundas intenciones. Sin mentiras ante los otros y,
principalmente, para sí mismo. Ser sencillo es no calcular ni complicar la sinceridad. Es dejar que la vida fluya con
naturalidad, con coraje, con humildad, en paz”. Volvió a beber un sorbo de café y cuestionó: “¿Percibes que es
imposible vivir el amor en toda su amplitud sin la presencia de la sencillez? ¿Entiendes que cada una de las virtudes
es una flor indispensable en el jardín de la plenitud? Ser sencillo es simplemente ser. Es un escalón hacia la libertad.
Es indispensable para atravesar el primer portal del Camino”.
Permanecimos buen tiempo en silencio para que las nuevas ideas se acomodaran en mí, hasta que comenté que
nunca había pensado en la importancia y la sofisticación de ser sencillo. El Viejo arqueó los labios en una bonita
sonrisa y dijo: “Nadie nace sencillo. Desde pequeños somos influenciados por muchos condicionamientos sociales y
culturales que a menudo valorizan la importancia de la apariencia o de comportamientos enlatados para conquistar la
admiración ajena. Esto hace que perdamos el respeto por nosotros mismos pues poco a poco nos alejamos de nuestra
esencia, olvidando la importancia de su pulimento. El ser queda adornado por fuera, hueco por dentro. Todo se vuelve
efímero y las relaciones se vulneran. Las consecuencias más comunes de ese sentimiento, que insistimos en negar, es
la impaciencia, la agresividad, la tristeza o la depresión. Esto tal vez explique la necesidad de tantos adornos en el
cuerpo, ¿quién sabe no son, en parte, para desviar la atención ante el abandono del alma? No es diferente la
elaboración de un discurso complicado para explicarse a sí mismo. Sin percibir, la falta de sencillez acaba montando
una emboscada cuya presa es la propia persona”. El monje bebió el resto del café y le pidió otra taza al mesero.
Después finalizó: “La sencillez es una conquista consciente, típica de la madurez. Como en aquella historia infantil,
cada cual precisa de sinceridad y coraje para verse al espejo y admitir que los bellos trajes no pasan de una vana
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ilusión: ‘el rey está desnudo’. Es necesaria la sencillez para lidiar con la verdad. Este es el primer paso para rescatar la
verdadera fuerza que nos habita. El poder del espíritu libre comienza en la sencillez del ser”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El mundo es el espejo de tu alma
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La angustia me dominaba cuando entré en la biblioteca del monasterio en busca de alguna lectura que aliviase la
aflicción de mi alma. Sentado en una cómoda poltrona, con un libro sobre el canto, el Viejo, como cariñosamente
llamábamos al monje más antiguo de la Orden, miraba hacia las montañas a través de una de las ventanas, cuando
sentí su atención desviada hacia mí. Al percibir en mi semblante el desorden interno que imperaba, levantó las cejas
en forma de pregunta para saber qué había sucedido. Reclamé del desdén de las personas en el trato personal, de
cómo eran insensibles, materialistas e individualistas. Relaté varias situaciones para ejemplificar la razón de mi
sentimiento. Mencioné cómo ese comportamiento provocaba tragedias innecesarias. Yo me sentía abandonado y
desubicado. Definitivamente, concluí que la humanidad estaba perdida y que el mundo no era un buen lugar para
vivir. El monje sonrió, como si se divirtiera con un niño que reclama porque no recibió un dulce, se levantó y guardó
el libro en la estantería apropiada y fue hasta otro escaparate en busca de un título diferente. Buscó algo en las
páginas por breves instantes, lo guardó en el bolsillo de la túnica, me agarró del brazo, me condujo hacia afuera de la
biblioteca y dijo: “Vamos a conversar en el refectorio, necesito una taza de café”. Algunos minutos después, ante dos
tazas humeantes, el Viejo inició la conversación: “Si tú estás bien contigo estarás bien con el mundo. La visión que
cada cual tiene sobre sí mismo será el lente con el cual verá la vida. Esto definirá la claridad, los colores y la extensión
del universo que es el mismo para todos, pero diferente para cada uno de nosotros. El mundo, feo o bonito, será
siempre el espejo de tu alma”.
Discordé vehementemente. El mundo era injusto; algunos con mucho, otros sin nada; unos enfermos, otros
rebosando de salud. Y lo peor, nadie parecía preocupado con nadie. Mi discurso fue subiendo de tono hasta rayar en la
revuelta. Él me oyó con enorme paciencia y al final mencionó un pasaje célebre contenido en el Sermón de la
Montaña: “Cuando tu ojo es bueno todo el universo es luz”. En seguida concluyó: “El mundo es perfecto”. Cuestioné si
aquello era una broma o si él estaba loco. El Viejo sonrió antes de explicar: “La vida en este planeta es una
universidad exigente, formadora de excelentes maestros. El mundo es la salón de clases y le presentará a cada
aprendiz las debidas lecciones para el exacto perfeccionamiento y la debida evolución. Tu mayor dificultad es tu mejor
profesor. Quien está en el Camino agradece por cada problema ofrecido, pues percibe la oportunidad de superación y
el fortalecimiento del propio ser. Los lamentos sólo se manifiestan en los labios de los malos alumnos”.
Tomó el libro que traía en el bolsillo. Eran los Poemas Místicos de Rumi, el sabio derviche. Hojeó las páginas, escogió
una y la leyó:
“Sal del círculo del tiempo
y entra en la esfera del amor.
Si deseas la visión secreta,
cierra tus ojos.
Si deseas un abrazo,
abre tu pecho.
Si ansias por un rostro con vida,
rompe tu semblante de piedra.
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¿Por qué insistes en matar la vida
justo donde debe nacer?
Prueba la dulzura en tu boca,
de donde brota la flor, la abeja y la miel.
Acepta esta dádiva:
Ofrece una única vida, la tuya.
Y recibirás a cambio, sin nada pedir, más de mil”.
Permanecimos un buen tiempo sin pronunciar palabra. Era necesario dejar que la poesía se asentara en la mente y en
el corazón. El Viejo rompió el silencio: “¿Le has ofrecido al mundo el tratamiento que deseas para ti? ¿Actúas según el
mundo ideal de tus sueños?”
Bajé la mirada y respondí negativamente. La voz del monje revelaba gentileza: “No te averguences. Todos sabemos
más de lo que hacemos. El conocimiento es la parte inicial de la transformación. El paso siguiente es ejercitar el nuevo
concepto para que quede entrañado en el ser, integrándolo a tus elecciones y actitudes hasta que sea imposible vivir
sin aplicar ese saber. Así avanzamos”. Bebió un sorbo de café y prosiguió: “Cada cual es responsable por su propia
felicidad, pues es una construcción interna de entendimiento y perfeccionamiento. Introspección, silencio y quietud.
En este aspecto el Camino es solitario. Sin embargo ésto no basta; aprender y transformarse es vital para compartir
con todos la belleza de lo que traemos en nuestro equipaje sagrado. Ofrecer lo mejor de nosotros es fundamental
para que podamos avanzar. Es hora de romper el cascarón del ‘yo’ para vivir en el ámbito del ‘nosotros’. Movimiento,
palabras y abrazos. Es el momento de ser solidarios en el Camino”.
Con la mirada distante, el buen monje divagó en metáforas: “Somos hijos del universo, las leyes que rigen las
estrellas se aplican a nosotros. Una galaxia se funde en otra para expandirse. Una estrella mezcla en sí las energías
cósmicas que la envuelven para transmutarlas en luz, aumentando de magnitud a medida que se intensifica ese
intercambio. No obstante, también existen los agujeros negros, que todo aboserven sin ofrecer nada, hasta que
sucumben en sí mismos. Con nosotros no es diferente; el mundo está repleto de variadas corrientes energéticas y
tonos diferentes. El amor es la más poderosa de ellas. A cada elección definimos las energías que integrarán nuestro
ser, aumentando o perdiendo poder personal; intensificando o apagando la propia luz”. Hizo una pequeña pausa para
explicar: “La Luz es una flor compuesta de muchos pétalos. Cada pétalo es una virtud, partes indispensables que
aprendemos a sembrar en lo más íntimo para que puedan germinar en infinitas flores”. Bebió un sorbo más de café y
dijo: “No te olvides del amor, la materia prima de todas las transformaciones. Es el núcleo de la flor que sustenta los
pétalos, es el néctar que alimenta y anima, al mismo tiempo que se vuelve fruto cuando cambia la estación”.
“Al permitir que tu corazón se funda en millares de otros tú, multiplicas la fuerza del amor en el universo. Este poder
también será tuyo. Esta es la magia del Camino”.
Lamenté que las personas no colaboraran y que casi nunca entendieran o devolvieran con la misma intensidad el
amor ofrecido. El Viejo hizo un gesto con las manos como para denotar una bobada y enseguida explicó: “Las
personas sufren porque insisten en tratar el amor como mercancía que se negocia basada en el trueque. El mundo no
es un mostrador de sentimientos y sí un bellísimo jardín inacabado donde cada cual debe comportarse como aquel
jardinero que se deleita con las flores que plantó, sus colores y perfumes, con la sonrisa y alegría de alguien que las
vio, en la pura intención de a penas embellecer la vida”.
“En la verdad y en la esencia, solamente poseemos aquello que entregamos. Si no lo entregamos es porque aún no lo
tenemos. Sólo el ejercicio del amor enseña eso”.
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“El ser despierto, en la búsqueda por expansión de consciencia y ampliación de la capacidad amorosa, sabe que toda
palabra, pensamiento, sentimiento o actitud es un ceremonial mágico; un ritual de transformación al absorber
energías afines que envuelven cada movimiento, concediendo peso o ligereza en cada paso, definiendo el propio
destino y las próximas lecciones, siempre al compás de las leyes universales que orientan la evolución de todos,
haciendo con que cada cual sea heredero de sí mismo en el momento siguiente”.
Dije que tenía la sensación de que el mundo me oprimía. Quería saber qué hacer. El monje fue didáctico: “Si el mundo
te es desagradable es el momento de entender lo que necesita ser transformado en ti. La compatibilidad que cada uno
tiene con la vida está directamente ligada a la armonía que trae en sí. Cuando sabemos quién somos, entendemos el
mundo. La percepción sincera del ‘yo’ permite la comprensión verdadera del ‘nosotros’ y todo alrededor. Entre más
me conozco y reconozco mis dificultades y asperezas, mayor es la paciencia y la comprensión ante el comportamiento
ajeno. Esto se vuelve un importante puente en el cual las virtudes personales podrán transitar instaurando el
equilibrio que no sólo proporcionará la verdadera paz, sino que fortalecerá las bases de la felicidad: ofrecer al mundo
el exacto tratamiento que deseamos tener sin exigir absolutamente nada a cambio”.
Comenté, de modo inmaduro, que a veces tenía ganas de cavar un agujero en la tierra para no ver tantas iniquidades
que suceden en el planeta. El monje levantó las cejas, como hacía cuando aumentaba la seriedad de la conversación y
dijo: “Si es para enterrarte que sea para ser semilla y renacer. Entonces, en la primavera te vuelves flor para
colorear el mundo y en el otoño te transmutas en dulce fruto para alimentar a la humanidad”.
Mi discurso se refería al la idea de desperdiciar la oportunidad de frecuentar una excelente escuela; me sentí
avergonzado. El Viejo al percibirlo no permitió que me sintiera así. Me miró con la generosidad de un abuelo y dijo: “El
mundo es tan sólo el exacto reflejo del universo que cada cual trae en sí. Es posible cambiar en cualquier momento.
Feo o bonito; oscuro o brillante; pequeño o infinito, todo se resume en una elección; basta una visión diferente”.
Terminó la taza de café antes de concluir: “¿Entiendes que en la medida de tus transformaciones personales todo a tu
alrededor evoluciona y transciende? ¿Por qué insistes en arrastrarte como oruga si tienes alas de mariposa?”.
No había palabra en mí que pudiese expresar mi gratitud por aquella conversación. Cerré los ojos y le agradecí en
silencio. Tuve la extraña sensación de que el Viejo flotaba en el aire.

Amar es un arte de muchas virtudes
1 COMENTARIO
Estaba acompañando al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, a un ciclo de
conferencias que él impartía, cuando recibí la invitación para celebrar los ochenta años de un pariente muy querido.
Sería en una ciudad próxima a donde estábamos. Invité al Viejo a ir conmigo y aceptó de inmediato. Le confesé mi
contrariedad por tener que ver a algunos parientes con los cuales había tenido desavenencias en el pasado. Comenté
que en la fiesta me encontraría con un primo, que fue uno de mis mejores amigos en la adolescencia, pero que en un
determinado momento nos desentendimos y peleamos. Yo no le dirigía la palabra hacía años, así que le dije que no se
le hiciera extraño. El Viejo comentó: “Las ceremonias ya sean personales, familiares, profesionales o religiosas son
importantes rituales tanto por la celebración de la vida, por la aproximación entre iguales que vibran en la misma
sintonía energética, como por la oportunidad de encuentro entre aquellos que poseen divergencias que necesitan ser
apaciguadas. La diferencia de puntos de vista nunca debe ser motivo para el distanciamiento del corazón. Son
indispensables las flores del respeto, la compasión, la humildad, la paciencia y el coraje en el jardín del amor. Para
amar no basta querer. El amor es un arte de muchas virtudes”.
Sentí que el monje no me había comprendido así que resolví callar. En la fiesta presenté al Viejo a todos y como de
costumbre despertó mucha simpatía. Él vestía un blazer oscuro acompañado de un corbatín colorido que parecía
decorar su enorme barba blanca. El bastón que lo auxiliaba para andar lo hacía ver como un malabarista por la
elegancia con que lo manejaba. Era un hombre sofisticado por su simplicidad. Su nobleza residía en la atención
dedicada a todos y a todo lo que lo rodeaba.
Todo iba bien hasta que en determinado momento ví a mi primo, a quien no le hablaba, aproximándose al monje para
iniciar conversación. Para mi irritación, ellos charlaron por más tiempo del que deberían y lo peor, en determinados
momentos se reían a carcajadas. Cuando el Viejo se acercó no escondí mi insatisfacción ni mis motivos: él se estaba
divirtiendo con un enemigo mío. El Viejo, sin alterar su serenidad, me dijo con su voz siempre suave: “Nadie es del
todo bueno ni del todo malo; él no es mi enemigo ni debería ser el tuyo”. Le dije que se equivocaba con relación a mi
primo y que no debería engañarse con el discurso encantador que poseía, pues en la intimidad se revelaría muy
diferente. El monje aclaró: “Todos somos así. En la convivencia esporádica mostramos tan sólo lo mejor que tenemos
y, no lo dudes, esta luz existe de verdad. No obstante, solamente la intimidad arranca las máscaras que usamos con
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la ilusión de protegernos del mundo y derriba las puertas del sótano oscuro de nuestro ser; entonces mostramos las
sombras que nos habitan. Esto también tiene su lado bueno pues sólo conociendo quiénes somos podemos volvernos
quién deseamos ser, en proceso continuo de transformación. La convivencia intensa rasga familias, matrimonios y
antiguas amistades o las hace más firmes, como guerreros cuyos lazos quedan fortalecidos después de ayudarse en
arduas batallas, en pruebas cruciales de madurez y perfeccionamiento. Esas relaciones se convierten en las más bellas
obras de arte existentes, pues tienen como materia prima la vida esculpida con la espátula del amor. Ningún lienzo,
escultura, libro o música será más valioso y profundo. Todo arte, sin negar su valor, no pasa de una amplificación de
la historia de la vida de cada uno de nosotros”.
“Amar es el mayor arte. Tú eres el artista; tu vida es la gran obra. Anónima o no, es igual de importante que todas las
demás y cuando está lista, en vez de reposar en un museo, embellecerá los jardines de la humanidad a través de
infinitas mutaciones. El universo agradece, se expande y se ilumina. Esto te da poder y te hace un ser encantador”.
Dije que había perdonado a mi primo, no le deseaba mal, pero que jamás olvidaría lo que me hizo. Sólo no deseaba
convivir más con él y agregué que yo no estaba obligado a ello. El Viejo arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo:
“Nadie está obligado a nada. No obstante, en todo momento tenemos la opción de mantener el barco en la tempestad
o buscar nuevos horizontes en donde podamos atravesar océanos con alegría y en paz. Cada cual es su propio
capitán, define qué mares navegará y en qué playas atracará, así como sus conquistas y desastres. No existe suerte,
tampoco hay lugar a reclamos”. Pidió un vaso con agua al mesero, bebió un sorbo y prosiguió: “Cuando no
soportamos la convivencia con el otro significa que el perdón aún no floreció. El perdón está ligado a la Ley de la
Renovación y de las Infinitas Oportunidades, además de la Ley del Amor. Absolutamente todo necesita volverse
semilla de nuevo para que la vida pueda proseguir. El renacimiento es un poderoso instrumento de la Luz”.
“Sólo existe Luz cuando hay amor; es imposible amar sin perdonar”.
“Para que haya perdón es necesaria la virtud de la compasión, para entender que cada cual actúa según el límite
exacto de sus capacidades. Ni más ni menos. No obstante, todos cambian, se transforman y evolucionan. Perdonar no
es olvidar, esto es amnesia. Perdonar es la capacidad de recordar los hechos envolviéndolos con un manto de
comprensión con relación a las limitaciones y motivaciones, de acuerdo con el nivel de consciencia y capacidad
amorosa que todos tenían en la época, tanto él como tú; entonces, se hace necesario el soporte de otra virtud, la
humildad. ¿Cómo exigir la perfección del otro si no la podemos ofrecer? ¿Qué tal ofrecer lo mejor de ti y aceptar de
buen agrado lo que el mundo tiene para entregarte, aún sabiendo que casi nunca será aquello que tú esperas? Así
actúan los espíritus libres. Esto es vivir con amor y por amor”. Bebió un sorbo más de agua y concluyó: “No desear el
mal al otro no significa perdonar. Esto es a penas un importante escalón para el perdón. Combatir el mal con el mal es
usar la moneda sucia de las sombras. Rehusar el juego de las sombras es el inicio de la jornada de iluminación, del
conocimiento, del equilibrio, de la plenitud del ser y de la paz”. Reposó el vaso sobre una mesa y prosiguió: “No
desear el mal aún está distante del verdadero poder del amor. Es necesario ejercitar el bien. Sin amor no hay luz; sin
luz nos mantenemos en la celda oscura de las sombras”. Lo interrumpí para refutarle. Argumenté que yo no estaba
aprisionado, tan sólo ejercía mi derecho inalienable de no convivir con mi primo. El Viejo meneó la cabeza y dijo: “Sí,
las elecciones son tuyas y en ellas reside todo tu poder. Sólo ellas transforman y libertan. Sin embargo, presta mucha
atención, pues las peores prisiones no tienen rejas y, por esto, no nos sentimos presos. No hay libertad sin amor, no
existe amor sin perdón, no existe perdón sin compasión y humildad”.
Confesé que existía el riesgo de que mi primo me volteara la espalda o fuera duro al intentar aproximarme. El Viejo
meneó la cabeza y explicó: “A los débiles les cabe la rabia, el dolor y el resentimiento. El miedo es sombra; el coraje
luz. El amor está destinado sólo para aquellos que tienen coraje. El coraje de las batallas, de los vuelos inimaginables,
de ir más allá del promedio. Es preciso coraje para enfrentar el rechazo o la incomprensión del otro. Si esto acontece
será necesario paciencia, otra valiosa virtud, para entender que el otro todavía no está listo para el reencuentro y
claro, sin dejar de lado una virtud, el respeto. Respeto a la libertad y a la decisión ajena pues, así como tú, él
tampoco está obligado a hacer nada”.
Comenté que aquellas palabras eran muy bonitas, pero que la vida era dura y la realidad muy diferente. Confesé que
muchas veces había tenido ganas de buscar a mi primo para conversar y finiquitar el conflicto. Sin embargo, yo
estaba casi seguro de que él me daría la espalda o me humillaría de alguna manera. No estaba dispuesto a rebajarme.
También agregué que era él quien estaba equivocado, por lo tanto era él quien debería tomar la iniciativa. El Viejo
abrió los brazos como si necesitara de gestos para aclarar las palabras y dijo: “¿Percibes que el orgullo es carcelero
del corazón? Solamente es pasible de humillación quien posee el ego exacerbado. El orgullo y la vanidad son sombras
que engrandecen el ego y debilitan el ser. Aprisionan y traen dolor por envenenamiento. La humildad y la compasión
componen el antídoto. Paciencia, respeto y coraje son indispensables para que el tratamiento avance. El amor es la
cura”.
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“Para bañarse en Luz es necesario experimentar el amor en toda su amplitud. Para eso será necesario que todas las
virtudes florezcan en cada cual”.
Me rehusé. Como de costumbre el Viejo no insistió. Él siempre expresaba su pensamiento de manera clara y
tranquila; quien tuviese oídos que oyera. El monje continuó deambulando entre los invitados, conversando con todos
y divirtiéndose mucho. Fuimos de los últimos en salir de la fiesta. Conduje el carro por algunos minutos hasta que uno
de los neumáticos se estalló. Solamente cuando busqué el repuesto me di cuenta de que estaba vacío. Estábamos en
un lugar íngrimo, distante para volver a pie hasta el lugar de la fiesta en busca de ayuda y sin señal de celular. Le
hice señas a algunos carros que pasaban, pero el miedo que reina en las grandes metrópolis les impedía parar. El
monje observaba y se maravillaba con lo que sucedía, como si nada lo asustara. Cuando estaba a punto de desistir,
un carro se aproximó. Era mi primo. Me ofreció una sonrisa sincera, nos cedió el respuesto de su carro y me ayudó a
cambiar la llanta. Cuando acabamos lo miré, un poco sin gracia y le agradecí. Me dijo que el único agradecimiento que
aceptaría sería un fuerte abrazo. Nos abrazamos con lágrimas en los ojos. Al oído me susurró un pedido de perdón.
Pidió disculpas por haberme hecho sufrir dando como resultado nuestro alejamiento. Le dije que debíamos conversar
para resolver los malentendidos de antaño. Él cuestionó si era necesario, pues ya habíamos tenido tiempo suficiente
para pensar sobre lo ocurrido y estaba seguro de que cada uno de los dos sabía en qué podría haber hecho diferente y
mejor. Ya había pasado mucho tiempo y las personas que éramos en aquella época simplemente no existían más.
Éramos otros. Dijo que le gustaría mucho que nos encontráramos de nuevo, no para remover el pasado, sino para
hablar del presente, de los hijos y de los sueños que nos movían. Sí, él tenía razón. En mi interior yo sabía que él no
tenía toda la responsabilidad; una parte del débito, mayor o menor, no importaba, me pertenecía. Quedamos en
almorzar al día siguiente. Celebraríamos la alegría de un nuevo ciclo de nuestra amistad.
Cuando volví al carro le comenté al monje que sentía una oleada de paz y alegría a mi alrededor. Avergonzado, admití
que aquel a quien yo consideraba pequeño había sido un gigante al ofrecerme una bella lección. En otra ocasión, yo
me esforzaría para que la iniciativa fuese mía.
El Viejo no pronunció palabra, a penas apreciaba el paisaje por la ventana y sonreía

El ser entero
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Había hecho calor el día entero. La brisa que bajaba de las montañas hacía bastante agradable el fin de tarde en el
monasterio. Encontré al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, sentado en una
cómoda poltrona situada en uno de los balcones que ofrece una bellísima vista de los valles vecinos de nuestra sede.
Le pedí permiso para sentarme a su lado y él asintió con un movimiento de cabeza. Por conocerme hacía algún tiempo
fue directo al punto: “¿Qué te aflige?”. Le expliqué que muchas veces, aún seguro de tomar la decisión correcta,
alguna incomodidad se instalaba en mí, lo que era contradictorio. Me pidió que fuera más específico y adicionó:
“Vamos al caso concreto”.
Le comenté que un gran amigo me había pedido dinero prestado; era un valor considerable. Aunque tenía la cuantía
que estaba guardada para otros fines le negué el préstamo. Esto estaba robando mi paz en los últimos días. Ponderé
que desconocía mis propios sentimientos pues la convicción de mi decisión debería apaciguar mi corazón. Con los
ojos vagando en el horizonte el Viejo dijo: “El espíritu, la verdadera identidad eterna de todos nosotros, en su
infancia, nuestro nivel actual, tiene el ego distante del alma como si estuviéramos divididos en dos. Por un lado, el
ego se empeña en las conquistas materiales y los placeres sensoriales, los aplausos y el brillo social. Por otro, el alma
se alegra con las victorias de los sentimientos sobre los instintos, con la superación de las dificultades, con la
transmutación de las propias sombras en luz. El ego quiere el reconocimiento del mundo; el alma quiere que lo mejor
de sí brote para el mundo. El ego está ligado a las pasiones; el alma al amor. El ego está en el ámbito del yo; el alma
piensa en nosotros. En el viaje del perfeccionamiento el Camino nos impone elecciones. Con el ser dividido en dos las
decisiones crean conflictos internos. Estos conflictos generan desequilibrio a todo nivel”. Hizo una pausa antes de
acrecentar: “Tenemos que alinear el ego con el alma, en el sentido que los deseos de aquel estén en armonía con las
búsquedas de ésta. De la misma manera tenemos que trabajar el ‘yo’ sin olvidar el ‘nosotros’, siendo que lo contrario
también se aplica. Es decir, cuidar del mundo sin olvidarse de sí. Son partes del mismo arte; de esta manera el ser se
torna uno, se libera de las angustias mundanas, conoce la plenitud y la paz”.
Le pregunté si el ego debería ser aniquilado. El monje negó: “El ego es importantísimo, sólo necesita ser educado,
pues ofrece ejercicios para fortalecer el alma; son las exactas etapas de superación del ser. Aunque en su estado
inicial el ego está más relacionado con la apariencia que con la esencia al preocuparse con el cuerpo y el bienestar
físico, fundamentales para mantener la vida, necesitamos del interés del ego en lo mundano para que allí lo sagrado
que habita en el alma se manifieste, no para suprimir el uno por el otro sino para que ambos se armonicen. Para el
buen andariego toda dificultad material, requerida para seguir adelante, acaba fortaleciendo lo emocional, mental y
espiritual. Las luchas, las dudas, los conflictos, los problemas y las angustias son importantes para desenterrar la
percepción sobre sí, todavía adormecida en lo profundo del ser. Al entenderse a sí mismo, el individuo gana la
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sabiduría del mundo, potencializa su don y descubre la magia de las virtudes; el amor florece. El ego, en estado
primario, es muy susceptible a las sombras de la envidia, del orgullo, de la vanidad, del resentimiento, de la ganancia
y de los celos. Son terribles prisiones sin rejas. El primer paso es aceptar las sombras para más adelante
transmutarlas en luz, durante la jornada de liberación del ser. Así la vida se muestra perfecta gracias a las
imperfecciones”.
Quise saber si cada vez que pensase en mí en detrimento del otro estaría siendo egoísta. El Viejo levantó las cejas y
habló seriamente: “Claro que no. Cada cual es responsable por la fuente de la propia vida y debe cuidar para que
nunca se seque. Saciar la sed ajena con agua que brota en sí nos vuelve sagrados, pero pensar que es obligación del
otro permitirnos beber en su fuente es la raíz de los conflictos”. Volvió el rostro hacia mí y preguntó: “¿Cuál es la
lección principal del Sermón de la Montaña?”. Respondí ‘amar al prójimo como a sí mismo’. El monje movió las manos
como si las palabras no fuesen suficientes para explicarme lo obvio y dijo: “¿Entonces? Si no te amas a tí mismo no
serás capaz de amar a nadie”. Hizo un breve silencio para que reflexionara y cuestionó de manera retórica: “¿Cómo
será posible alimentar al otro si no traemos pan en el equipaje? ¿Cómo dar lo que no se posee? Tenemos que colocar
el alma para mostrarle al ego la alegría de sembrar los campos del mundo y abastecer el granero del corazón; recoger
el trigo, transformarlo en pan; comer del pan y repartirlo con los demás”. Sin esperar por mi respuesta, continuó:
“Sólo podemos compartir lo que tenemos. Y lo que tenemos, de verdad, es tan sólo aquello que ya conseguimos
compartir. Este es el único y verdadero patrimonio”. Frunció el entrecejo y dijo con seriedad: “No obstante, la real
necesidad del otro algunas veces puede no ser exactamente lo que él pide; por esto existe el sí y el no”.
Comenté que la necesidad de mi amigo era lo que él me había pedido y yo le había negado. El monje sugirió: “Ofrece
la otra cara”. Le dije que no entendía. Él explicó: “Colócate en su lugar”. Pensé por algunos instantes y respondía
avergonzado que me había equivocado al no atender el pedido de socorro de una persona querida.
“Tal vez sí, tal vez no”. El Viejo me sorprendió.
Aquellas palabras me dejaron algo irritado y le dije que él estaba complicando las cosas. El monje dio una agradable
carcajada y dijo: “Este es un ejercicio lleno de trampas”. Lo interrumpí para decirle que no estaba entendiendo. El
Viejo prosiguió tranquilamente: “Enfrentar el problema a través de los ojos del otro no significa entregarle
exactamente lo que desea. Además de amor y generosidad, hay que tener sabiduría y sensatez; virtudes poderosas
que se complementan. Ellas te darán la exacta medida de si el otro, en aquel momento, precisa ser cargado en brazos
o estimulado para andar con las propias piernas. Hay momentos para hacer una cosa y hay otros para realizar otra.
Hay diferencia entre alimentar a un débil o criar a un débil; la frontera es tenue”.
Le dije que no entendía la importancia del ego en ese proceso. El monje explicó: “Es la fuerza del ego que nos mueve
hacia las conquistas materiales, pues está relacionado con cuestiones referentes a la apariencia y a la supervivencia.
Esto tiene valor, pues es en esas batallas que los valores espirituales afloran, muestran su importancia y mueven las
transformaciones esenciales. La victoria consiste en hacer con que el ego siga su marcha, sin embargo, a cada día
más apasionado por los valores iluminados del alma y teniendo las nobles virtudes como armas de lucha. Las
conquistas materiales no deben ser despreciadas, al contrario, tan sólo tienen que estar en concordancia con las
conquistas espirituales; entonces descubrimos que el ego puede ser un villano cruel o un valioso aliado. El ego se
vuelve un guerrero poderoso si prestamos atención a cuáles sentimientos mueven las elecciones. Esto es de
fundamental importancia. Cuando el ego pasa a danzar arrullado por las canciones de amor del alma las angustias se
pacifican, las batallas se hacen sagradas y las victorias se consagran en pura luz”.
Insistí diciendo que todavía tenía dificultad para entender como el ego era útil. El Viejo fue didáctico: “Como te dije,
el ego está más relacionado con el ‘yo’ y el alma más preocupada con el ‘nosotros’. Imagínate la situación al atravesar
un desierto, estar al límite de la sed y encontrar un jarro de agua fresca. Beber todo el jarro es desamparar a los
demás; no beber del agua es morir de sed; beber una parte y dejar otra para quien viene atrás lo hace sagrado. Es la
perfecta integración del ser; es amar al otro como a sí mismo”.
Guardé silencio durante algunos minutos. Después confesé que me arrepentía de haber ignorado en el pasado manos
que me solicitaban ayuda. No quería incurrir en el mismo error. El monje me corrigió: “No debes sentir culpa por no
haber atendido los pedidos. Acepta que hiciste lo mejor dentro de los niveles de consciencia y amor que poseías en
aquella época. Lo importante es ser responsable con la evolución, compromiso que cada cual asume consigo al no
incurrir en las actitudes que ya entiende como equivocadas. Sigue sin la culpa que paralisa, pero con la
responsabilidad que transforma. Recuerda que las más bellas historias son las de superación. No te preocupes, el
Camino siempre te ofrecerá una nueva oportunidad para que corrijas la ruta. Después más y más, en infinitas
posibilidades de perfeccionamiento. Intenta aprovechar cada una de ellas y acepta que es normal que algunas sean
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desperdiciadas. Las oportunidades siempre volverán a surgir, aunque en grados distintos, de acuerdo con la necesidad
de aprendizaje del andariego”. “
“‘Siempre hacer diferente y mejor’. Esto es un mantra y una oración”.
“La expansión del Universo es constante e infinita. Somos parte de él, por lo tanto está contenido en nosotros. De
este modo nuestras oportunidades van más allá de la imaginación vulgar. Si no creces, el todo se estanca. Esto nos
permite entender porque somos esenciales y nunca seremos abandonados por el Universo, aunque muchas veces no
comprendamos su pedagogía y determinación en hacernos avanzar. Como aún no tenemos la sensibilidad para sentir
su infinito amor y entender su inconmensurable sabiduría, dudamos de esta interacción. Sin embargo, presta atención
pues lo contrario también se aplica: aunque caminemos individualmente tenemos un innegable compromiso con la
obra o con el todo, como quieras denominarlo. En este nivel de existencia nuestras lecciones se presentan a través de
las relaciones personales, con las dificultades y oportunidades que ellas nos ofrecen. En cada conflicto puedes
encontrar un problema o un maestro; depende sólo de tu mirada”.
“El Camino es solitario y solidario. Independiente y acompañado. En absoluta sincronía”.
“Somos ego y alma; somos la parte y el todo. Este es el poder, la grandeza y la belleza de la unificación del ser;
consigo mismo y con la más distante de las estrellas”. Volvió a mirar hacia las montañas que nos abrazaban, aquietó
el corazón y la mente por segundos para enseguida finalizar con una pregunta: “Yoskhaz, si traes toda la fuerza del
Universo en tí, ya imaginaste de lo que eres capaz?”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linar

Una cuestión de respeto
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Canción Estrellada, el chamán que tenía el don de perpetuar la sabiduría ancestral de su pueblo a través de la
palabra, tocaba de manera acompasada su tambor de dos faces. Le pedí autorización para sentarme en frente de él
en la manta de colores extendida al otro lado de la hoguera. Sin abrir los ojos, a penas sonrió y meneó la cabeza de
modo sutil. Mientras me acomodaba, el chamán comenzó a cantar una canción en agradecimiento por estar allí , en
aquella noche sin luna y con el cielo salpicado de estrellas, en comunión con la Madre Tierra. Al silenciar la melodía
dije que necesitaba conversar; le conté que estaba muy molesto. Había tenido una discusión con uno de mis mejores
amigos, quien se había comportado de manera bastante irrespetuosa conmigo en una determinada situación y no nos
hablábamos hacía un tiempo. Canción Estrellada encendió su pipa con el hornillo de piedra roja, sin prisa, como si la
noche no tuviese fin; aspiró dos veces, me convidó a fumar y no pronunció palabra.
Al día siguiente me llamó para que lo acompañara a hacer algunas compras hasta una población en las montañas de
Arizona, próxima a su casa. Fuimos en su camioneta y en el trayecto aproveché para retomar el asunto de la pelea
con mi amigo. Narré los detalles y expliqué los motivos de mi decepción. Canción Estrellada quiso saber la razón por
la cual no había buscado a mi amigo para conversar con la intención de rehacer lazos valiosos: “Si el recuerdo de él te
viene al corazón en todo momento es porque un buen fruto restó”, agregó. Respondí que era él quien estaba
equivocado y por tanto debía buscarme. Era una cuestión de respeto. Los ojos del chamán parecían tristes así que
silenció su voz.
Entramos a una tienda de productos orgánicos en busca de esencia de equinácea, una flor que tiene propiedades
medicinales pues estimula el sistema inmunológico. Como no la encontramos en el lugar de siempre, le pedí auxilio a
una funcionaria que arreglaba una estantería. La joven respondió de manera educada que tan pronto terminase me
ayudaría. Lo interpreté como falta de consideración e inicié un discurso recordándole mi condición de cliente y su
obligación en atenderme con rapidez. El chamán, de modo gentil, interrumpió la bronca, le pidió disculpas a la joven y
me llevó fuera del establecimiento. Fuimos a la cafetería contigua y pidió dos tazas de té. Nos sentamos, me miró a
los ojos antes de preguntar: “¿Por qué estás en guerra con el mundo?”.
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Manifesté que no entendía lo que quería decir. Canción Estrellada explicó: “Te enfureciste con tu amigo en una pelea
que consideras definitiva, aún así a todo momento traes el asunto de vuelta. Ahora por poco motivo demuestras total
impaciencia con la vendedora de la tienda. Por lo visto hay una enorme herida dentro de ti, pero en vez de buscar la
cura prefieres esparcir tu dolor a toda la gente. ¿Percibes que ese comportamiento sólo te hace vulnerable al
sufrimiento?”. Le respondí que estaba equivocado. Yo estaba bien, eran sólo cuestiones puntuales que involucraban
falta de respeto para conmigo y que el respeto se impone, agregué. Él sacudió la cabeza y dijo: “Eso no tiene nada
que ver con respeto, es plena manifestación de orgullo y sucede cada vez que el ego se crece”.
Discrepé diciendo que respeto no se pide, se exige. Él levantó las cejas y respondió seriamente: “¿Se exige? ¿Y si el
interlocutor se rehúsa a obedecer? ¿Harás un escándalo? ¿Lo golpearás?”. Le dije que no esperaba llegar a tal
extremo, pero que no veía otra forma de impedir que las personas abusaran de mi buena fe. Canción Estrellada me
concedió una mirada generosa y dijo: “La buena fe es tuya, así como el respeto. Si estas virtudes ya están en tu
corazón nadie podrá quitártelas”. Dije que no estaba entendiendo y el chamán fue paciente: “Cada vez que luchamos
contra el mundo es porque estamos desviando el eje principal del combate: la batalla que cada cual debe librar dentro
de sí. Significa que al transferir la responsabilidad que nos cabe estamos dando poder a las sombras en vez de
iluminarlas”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió su raciocinio: “Sin embargo, jamás debemos permitir que alguien
nos irrespete y la manera de impedir que esto suceda hace toda la diferencia. La forma en que reaccionamos a las
contrariedades que se presentan muestra qué puentes ya pudimos atravesar”.
Irritado, le pedí que me explicara cuál era la mejor manera de reaccionar ante las decepciones, provocaciones y
ofensas. El chamán no se permitió entrar en mi energía tempestuosa y, por el contrario, mantuvo un tono sereno de
voz y su entorno armonioso en nuestra conversación: “La regla de oro es respetarse a sí mismo. Cuando el individuo
se respeta el Gran Misterio lo abraza y acoge. Acción y reacción”. El Gran Misterio era el término con el cual él se
refería al Universo. Argumenté que para él era fácil pensar así pues era chamán y el conocimiento sobre magia que
tenía hacía que las personas lo respetaran. Canción Estrellada dio una agradable carcajada como si hubiese oído una
bobada de la boca de un niño y dijo: “Si soy respetado es por el simple hecho de respetarme. Me respeto al cultivar la
flor de las virtudes en mí. Esto me hace inmune a las ofensas”.
Le pedí que se explicara mejor. Canción Estrellada no se hizo de rogar: “Sólo el ego se ofende. Entre más fuerte el
ego más frágil será la persona, pues estará más susceptible a ser impactada por las actitudes ajenas. Disminuye el
tamaño del blanco y dificultarás el trabajo de las flechas. Solamente se siente humillado quien posee orgullo y vanidad
exacerbados. Son dos características que hacen al individuo vulnerable. Son como hiervas dañinas que impiden el
crecimiento de la flor de las virtudes”.
Dije que precisaba saber más sobre esa flor. El chamán explicó: “La flor de las virtudes es como una margarita. Cada
uno de los pétalos es una de las innumerables virtudes: la humildad, la simplicidad, la compasión, la misericordia, el
respeto, la pureza, la armonía, la justicia, la libertad, la sensatez, la prudencia, la alegría, la sabiduría, la gentileza y
la paciencia, entre otras. El centro de la flor es la virtud de las virtudes, aquella que sostiene los pétalos y está
presente en todas las demás virtudes para que se complementen: el amor”.
“La ausencia de una virtud puede perjudicar el ejercicio de las otras. El respeto, por ejemplo, es la regla que el
individuo tiene de sí mismo en perfecta medida según perfecciona su propio código moral, mientras amplía el nivel de
consciencia y capacidad de amar. Quien actúa de esa manera es imperturbable ante el comportamiento irrespetuoso
oriundo de los otros, pues trae consigo la compasión al percibir que nadie puede ofrecer lo que aún no carga en su
mochila sagrada, el corazón; la misericordia entiende que la ofensa es un irrespeto sólo para quien la profiere; la
humildad al saber que no tiene la perfección para ofrecer no la exige al mundo; la sabiduría conoce que la opinión
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ajena define al otro, jamás a sí mismo; la paciencia espera que la prisa de la oruga, poco a poco, se transforme en las
alas de la mariposa”.
Argumenté que era muy desagradable oír a las personas hablando mal de nosotros. El chamán profundizó su
raciocinio: “No debemos ocuparnos en lo que no podemos interferir. Sigue tu camino en paz con el propósito de
cultivar en ti la flor de las virtudes. Ésta es la mayor batalla, todo el resto será la consecuencia de ésta conquista. Tu
nuevo entendimiento se reflejará en un comportamiento armonioso que contagiará a los de tu aldea, al mundo, y se
reflejará hasta la más distante de las estrellas. Sólo los insensatos se preocupan por imponer sus ideas y deseos a los
otros. La sensatez enseña que la autoridad está en la belleza de las propias elecciones”. Hizo una pequeña pausa
antes de continuar: “Yo no tengo poder para moldear el mundo a mi antojo. Tan sólo tengo poder sobre mí mismo, no
obstante esta fuerza es ilimitada. A medida que me empeño en un proceso continuo de perfeccionamiento personal,
ilumino con serenidad y coraje los rincones oscuros de todo lo que me cerca y, lentamente, todo a mi alrededor
comienza a armonizarse en una sinfonía de amor y paz. Si hago la parte de todo lo que me corresponde, el poder del
todo me es transferido”. Guiñó un ojo y susurró: “Esto es magia”.
El respetado chamán prosiguió: “Al exigir respeto de los otros estamos presos a la voluntad ajena en triste cárcel de
resentimientos; no podemos concederle a nadie tal poder. Cada cual impone respeto a sí mismo en su viaje, cuyo
destino es despertar la esencia divina que le habita y anima. El florecimiento de las virtudes se traduce en libertad,
plenitud y alegría. Es pura Luz”. Me ofreció una sonrisa generosa y finalizó: “Todo lo demás es sólo el escenario de
una ilusión pasajera”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El tamaño de un sueño
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Era una mañana de primavera, el sol equilibraba la brisa helada de la montaña y ofrecía una agradable sensación
térmica. Yo estaba en la entrada del monasterio apretando los tornillos de las bisagras del enorme portón principal,
cuando desvié la atención hacia un carro lujoso que estacionó en el patio externo, del cual bajó un enano. Pronto lo
reconocí, era un famoso comediante de programas de TV. Sin duda era un actor talentoso que nunca usó su altura
como subterfugio para broma alguna. Su humor era fino e inteligente. En los últimos años conducía un “talk show” de
gran audiencia. Se dirigió a mí de manera educada y pidió hablar con el Viejo, como cariñosamente llamábamos al
monje más antiguo de la Orden. Mientras nos encaminábamos hacia el refectorio donde el Viejo solía conversar con
las visitas, casi siempre alrededor de una mesa con galletas, bizcochos, quesos y café, haciéndoles sentir a gusto
como si estuviesen en casa, el hombre mencionó que ya había estado allí una vez hacía casi dos décadas, cuando aún
era un aspirante a los palcos, y que aquel día había sido fundamental en su vida.
El Viejo le ofreció una agradable sonrisa cuando lo vio. El actor le preguntó al monje si todavía se acordaba de él, el
Viejo asintió con la cabeza. Yo les llevé unas tazas humeantes de café y fui invitado a sentarme con ellos. En seguida,
el visitante dijo que había regresado al monasterio para agradecer. Confesó que cuando estuvo allí, en aquella tarde
que parecía distante, estaba a punto de abandonar la carrera debido a las enormes dificultades con que se deparaba.
Sin embargo, la conversación con el monje lo llenó de coraje para proseguir y enfrentar todas las adversidades. El
Viejo volvió a sonreír y dijo: “El coraje no fue mío sino tuyo. Nadie puede darte lo que ya es tuyo. Él estaba
adormecido, yo tan sólo lo desperté para la lucha. La batalla la libraste solo. Dominaste el miedo, transformaste las
incertidumbres, enfrentaste los preconceptos con relación a tu estatura física, que eran muchos y bastante agresivos,
con paciencia, trabajo y arte. Le demostraste al mundo que lo importante no es el tamaño de una persona sino la
dimensión de su sueño”.
El hombre, con los ojos humedecidos, recordó lo que el monje le había dicho ‘el cuerpo no es el espejo del espíritu. El
diseño de un cuerpo no siempre representa todos los colores posibles del alma’. El Viejo levantó las cejas y adicionó:
“Todas las limitaciones ante los sueños de la humanidad fueron creadas por aquellos que desean dominar a los
demás. Ningún impedimento de orden físico, social, económico, étnico o de género tiene legitimidad para abortar un
sueño. Permitir que la opinión de alguien tenga fuerza de imponer límites a tu capacidad es concederle a los otros un
poder indebido de subyugar tus ideales, tu verdad, de cortar tus alas. Sólo los tontos lo permiten”. Hizo una pequeña
pausa antes de concluir: “Renunciar a un don es una invitación a la amargura”.
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Quise saber lo que era un don. El monje explicó: “Es un talento innato, una habilidad que todas las personas sin
excepción traen de cuna, que puede manifestarse como oficio o arte. Son innúmeras las posibilidades. Es lo que
mueve y hace que el mundo avance: Curar, construir, proteger, cantar, organizar, cuidar, proveer, escribir son
algunos de esos dones. Entender, aceptar y ejercer el don hace con que el individuo ofrezca lo mejor de su capacidad,
amplíe sus posibilidades pues lo armoniza consigo mismo, haciéndolo una persona más equilibrada y feliz”. Pregunté
en qué se relacionaba el don con el sueño de una persona. “En todo”, respondió el Viejo. Como debió surgir una
enorme interrogación en mi rostro el monje prosiguió: “El sueño al que me refiero no tiene que ver con deseos
insensatos del ego en busca de fama y fortuna, aunque estos pueden venir como consecuencia natural de quien vive
el verdadero sueño. El sueño al que me refiero se llama dharma o propósito de vida. Asumimos el compromiso de
intentar realizar algo antes de cada existencia como ejercicio evolutivo. Para tal, somos dotados con el don adecuado,
en general ligado a habilidades que ya desarrollamos en existencias anteriores en proceso perfecto, paso a paso,
para conducirnos a la iluminación. Cada experiencia agrega valores y, principalmente, virtudes que perfeccionan el
ser. Así, las condiciones de vida como lugar, familia y situación financiera de nacimiento son las perfectas
herramientas para aquella alma en aquel trecho del camino. El don es concedido como un instrumento de lucha y
transformación. Es la espada del guerrero en evolución”.
Lamenté que para algunos la vida parecía más difícil que para otros. “No te confundas ni te dejes impresionar por las
apariencias. La vida es un viaje sin fin con infinitas estaciones para aterrizaje y despegue. Sólo con la visión de su
totalidad podremos comprender toda la justicia, sabiduría y amor que había en la carga de problemas impuestos en
determinados trechos de la jornada. Las facilidades son ofrecidas para impulsar; las dificultades para enseñar y
fortalecer. Todas son oportunidades valiosas que merecen ser aprovechadas”.
“Muchas veces lo que imaginamos como facilidades, en verdad, son herramientas para la construcción de grandes
obras, ligadas al propio avance y de toda la humanidad y terminan desperdiciadas por aquella alma que comúnmente
se ahoga en la angustia, al sentir un vacío que no puede entender, refugiándose en el alcohol y en placeres
superficiales en el intento de huir de sí mismo”. Bebió un sorbo de café antes de concluir: “Cada cual con su karma y
dharma. Aquel es aprendizaje, el otro una misión. Así el universo nos esculpe hasta que todas las virtudes estén
latentes y resplandezcan en pura luz”.
El visitante dijo, dada la experiencia vivida, que siempre que le era posible animaba a las personas a no desistir de los
sueños. Él era prueba de que el universo siempre conspira a favor cuando estamos en busca del verdadero sueño. Sin
embargo, ¿cómo saber si lo que buscamos es de hecho nuestro sueño? Esta era su gran duda. Relató que una amiga
muy cercana poseía una voz maravillosa y no podía seguir su carrera como cantante, todo parecía salirle mal. El Viejo
meneó la cabeza para demostrar que entendía y dijo: “Ese es el dilema del sueño. ¿Son apenas las dificultades
inherentes a la vida, presentes para enseñar y fortalecer al espíritu para que el momento siguiente no quede
desperdiciado o estaré recorriendo un camino que no es mío? ¿Cómo saber si la voz que escucho es la de mi ego o la
de mi alma?”.
“No es fácil, pues las voces se mezclan y hay una tendencia a que la voz del ego hable más alto. De allí la necesidad
de enseñarle al ego el idioma del alma y que encuentren el mismo tono. Esto es la armonía del ser”. Miró al actor y
dijo: “Tener una bella voz no habilita a nadie a creer que su verdadero sueño es ser cantante o que ganará su
sustento con la música. No siempre oficio y arte se mezclan. Si el don no puede ser un oficio, que sea un arte, usado
libremente para alegrar la propia vida, la de los amigos y de quien se cruce en el camino, como semillas esparcidas en
los jardines de la humanidad. La adaptabilidad es una virtud indispensable para el andariego pues es una poderosa
herramienta de transformación. Veamos el ejemplo de Valentina”, citó a una de las monjas de la Orden. “Es la mejor
poetisa de la actualidad, aunque poquísimos conocen sus libros, publicados de manera independiente y costeados por
ella misma. Sus versos se comparan, en mi opinión, con los de Fernando Pessoa, el alquimista de Lisboa. Son
palabras que sensibilizan y transforman el ser. A pesar de su innegable talento -no cesa de producir poesía- trabaja
como ingeniera aeronáutica, proyectando satélites de comunicación, ayudando a disminuir las distancias del mundo.
Un bonito oficio, un bello arte y una sabia lección de adaptación de un sueño”. Bebió un sorbo más de café y
acrecentó: “Tenemos también a Giuliano, otro monje que trabaja como pizzero ofreciendo sabores maravillosos, en
recetas inusitadas siempre preparadas con cariño; en los días de descanso lleva a su grupo de teatro a los suburbios
de la ciudad para compartir conocimiento, alegría y encanto”. Volvió a hacer una pequeña pausa, pues sabía que aún
no había respondido la cuestión y prosiguió: “La vida siempre manda recado. Ella habla con nosotros a través de
señales. Este diálogo es intenso. Presta atención y afina la sensibilidad. Ella indica los próximos pasos. A veces pone
una piedra en el medio del camino con la intención de estimular el coraje, otras cierra el paso pero muestra una
vereda alternativa que más adelante se revelará sorprendente. Siempre y siempre. En los momentos de duda es
indispensable la soledad. Es preciso encontrarse consigo mismo, estar a solas con la propia esencia para leer los
recados y lo más importante, mediar una conversación entre ego y alma. Preguntar, como en el caso de la amiga
cantante, si lo que busca en aquel camino son los aplausos o la transformación. ¿Ser reverenciada por el público o
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sensibilizar el corazón de la gente? La sinceridad en la respuesta será la estrella guía que orientará el perfecto sentido
de la ruta a seguir”.
Permanecimos un tiempo concatenando las ideas del monje hasta que quebré el silencio. Quise saber si estando
seguros de buscar el verdadero sueño las dificultades se mantienen intensas, hasta dónde hay que insistir. El Viejo
levantó las cejas y explicó: “Existen muchos meandros en la jornada. Las dificultades pueden señalizar tan sólo que la
manera de andar está errada, no el sueño. Sin embargo, también pueden indicar que de allí en adelante habrán
apenas precipicios; entonces es preciso rehacer los planes. Todo sueño es único, personal e intransferible. Entender el
sueño es parte del arte del andariego; es decodificar el Camino”.
Recordé que él no había respondido a mi pregunta de hasta dónde insistir o abandonar un sueño. El monje sonrió
levemente y dijo: “Albert Einstein demoró más de diez años y tuvo que esperar un eclipse solar, para poder probar a
la comunidad científica la existencia de la Teoría de la Relatividad. Laureado con el Premio Nobel de Física por otro
trabajo, su mayor legado no fue el científico. Entendió en la segunda mitad de su vida que la física era apenas un
instrumento para comprender mejor la espiritualidad. Supo que su sueño estaba ligado a la construcción de la paz en
el planeta. El justo prestigio que obtuvo en las academias de ciencia amplificó su voz y facilitó que sus mensajes
fuesen oídos. En sus últimos años vivió como ardiente pacifista. Vincent Van Gogh dedicó toda su vida, a pesar de las
enormes dificultades materiales, a pintar cuadros en los cuales lo importante no era retratar la realidad sino mostrar
como ella lo emocionaba. Mantuvo la convicción inamovible como un impávido farol que, aún ante las tempestades,
no dejó de iluminar a aquellos dispuestos a navegar”.
El Viejo cerró los ojos y finalizó de manera sentida: “No importa quien eres ni lo que haces. No importa cuál es tu
sueño ni su dimensión. Nunca desistas de él, nunca cortes tus alas. Lucha por tu sueño mientras creas en tí mismo o
nada tendrá sentido”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El día de la independencia
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Sentí alegría al ver la clásica bicicleta de Lorenzo, el elegante zapatero amante de los vinos y de los libros, recostada
en el poste en frente a su taller. Yo estaba mal. Una serie de acontecimientos con diferentes personas hacían que me
sintiera en un carrusel de emociones que variaban entre la irritación y la tristeza. Fui recibido con un fuerte abrazo y
alegría sincera. El artesano pidió que me acomodara mientras hacía café fresco para animar nuestra conversación. Le
dije que necesitaba desahogarme e intercambiar ideas, pues parecía que el mundo conspiraba contra mí. De un
momento a otro muchas de mis relaciones se habían vuelto problemáticas o frustrantes. Relaté algunos
desentendimientos y decepciones que habían ocurrido algunos días atrás con diversas personas a quienes apreciaba
mucho. Agregué que todo había sucedido al mismo tiempo y hasta bromeé diciendo que parecía karma. Lorenzo
colocó dos tazas llenas de café sobre el mostrador y dijo: “Karma es aprendizaje. Todo karma es un maestro que va a
perfeccionar y a fortalecer al aprendiz. Entendidas las lecciones el karma desaparece así como aquel tipo de
situación, hasta entonces recurrente, pues ya no hay más razón para que exista. Por otro lado, el Karma se prolonga
y hasta se endurece en la medida que nos rehusemos a evolucionar. Si la vida es una universidad, el karma se
resume a las materias que debemos cursar”.
“Cuando el mundo entero parece estar en contra nuestra, comúnmente el problema está dentro de nosotros”. Me
sentí indignado. Dije que las personas me estaban maltratando y él decía que el error era mío. El zapatero no se
alteró. Con su voz siempre serena explicó: “No se trata de saber quien está en lo cierto o equivocado, esto no tiene
importancia, pues quien habla es el ego, jamás el alma. Se trata de un cambio de visión con relación a la vida, de
permitirte una nueva postura ante todas las cosas, de no autorizar a cualquier persona a tener ningún poder sobre ti,
principalmente el derecho de hacerte sufrir”, hizo una pausa y agregó: “Ha llegado el momento de dar tu grito de
independencia”.
Me tambaleé en la silla no sé si por la incomodidad o el interés. Le pedí que prosiguiera con el raciocinio. Lorenzo
arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “Todos quieren ser amados y aceptados. La manera más fácil y
también la más llana es que nos den la razón, nos aplaudan y nos digan lo maravillosos e importantes que somos.
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Por fortuna la vida no es así o de lo contrario viviríamos en estado de completo estancamiento y total hipocresía. Un
ser atento a la evolución trata la contrariedad y la decepción como herramientas de perfeccionamiento y pruebas de
madurez, nunca como causas de tristeza o resentimiento”.
Le pedí que se explicara mejor. Mi buen amigo fue didáctico: “El origen de tanto sufrimiento está en el simple hecho
de que los otros no corresponden a nuestras expectativas. Esperamos algo de alguien y esa persona nos entrega una
cosa muy diferente a lo deseado”. Me miró fijamente y preguntó: “¿No es así?”. Sacudí la cabeza concordando.
Argumenté que las personas deben relacionarse con la misma sinceridad y amor que les ofrecemos. Lorenzo levantó
las cejas y dijo: “Ese es el gran error. Cada cual sólo entregará en la exacta medida de sus posibilidades, de acuerdo
con su grado de entendimiento y grandeza de sus sentimientos. Ni más ni menos. ¿Esperabas flores de alguien que te
entregó piedras? Pues bien, era lo que tenía en su corazón en aquel momento. ¿Cómo esperar flores de un jardín
desierto de amor? Ese es el momento para actuar con sabiduría y retribuir con una suave lluvia de compasión. De lo
contrario, quedarás atado a una corriente energética estéril de virtudes y luz”. Dio una pausa y concluyó su
argumento con una óptica diferente: “Por otro lado, muchas veces deseamos flores que no merecemos. Nunca olvides
pensar diferente y actuar mejor la próxima vez. Es la parte que nos corresponde en todas las relaciones. Siempre es
posible y es un excelente ejercicio en la escalada evolutiva”.
“Exigimos lo mejor de los otros y deseamos ser comprendidos por nuestras limitaciones y justificaciones. Esta es la
raíz de los conflictos. El camino de la paz es invertir la ecuación: ofrecer lo mejor de nosotros y tener buena dosis de
tolerancia ante la dificultad ajena”.
Mencioné que la teoría era buena, pero que no era lo suficientemente clara. El artesano concordó: “Tienes razón, falta
otra cuestión: la independencia emocional”. Volví a interrumpirlo para manifestarle que no estaba comprendiendo. Él
dijo: “Si no eres dueño de ti, de tus emociones, nunca tendrás algún control sobre la propia felicidad. Quien no es
señor de sí será esclavo de la aprobación ajena. Cuando nos rehusamos a entender quiénes somos, no podemos
armonizar las emociones más densas que nos habitan. Sin transmutarlas nunca conoceremos la paz. Aceptar el
desafío de enfrentar las tempestades en sí mismo es recuperar el timón de la vida o de lo contrario serás un barco a
la deriva, a merced de los acantilados del desespero”.
“Cada vez que estamos irritados o tristes significa que comenzamos a perder la batalla ante las sombras, individuales
o colectivas. No podemos exigirle al mundo la perfección que aún no podemos ofrecer. La paciencia no siempre es un
acto de generosidad sino, principalmente, de humildad. El individuo despierto aprovechará inmediatamente cada
contrariedad existente dentro de sí como abono para cultivar las flores que todavía no existen en su jardín. Son los
jardineros de la luz”.
“Estamos condicionados a transferirle a los demás la responsabilidad que nos cabe ante una eventual adversidad. Si
somos infelices la culpa es del mundo, ¿no es así? Intentamos explicar la propia imperfección en la imperfección
ajena. Negamos el espejo para no ver las imperfecciones que sangran como heridas abiertas. Entonces creamos las
dependencias emocionales como antídotos para retardar el dolor de la inseguridad y del miedo que envenenan la
verdad. Cuando el mundo nos deja en abstinencia, sin sus dosis de aprobación, todo oscurece y la vida toma un sabor
amargo”. Hizo una pausa y concluyó: “El resultado de ese comportamiento es volvernos adictos al ‘sí’ y a los aplausos
de aquellos que nos rodean. Claro que llega un momento en el que la droga pierde el efecto o desaparece del
mercado. El efecto colateral inevitable es la melancolía o el resentimiento. Así la humanidad aplaza las lecciones
contenidas en todas sus relaciones y se vuelve aburrida por tantos lamentos”.
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Le pregunté si él creía que yo estaba siendo fastidioso últimamente. Lorenzo dio una buena carcajada y respondió con
honestidad: “¡Mucho!”. Ante la expresión de contrariedad que enseguida mostré, el artesano agregó: “Te quejas de
todo últimamente. Cuando creemos que el mundo está fuera de lugar es porque aún no encontramos nuestro lugar en
el mundo. Este lugar existe según tu capacidad para equilibrar ideas y emociones en tí mismo. Cuando todo parece
incomodar, no lo dudes, hay algo errado dentro de nosotros. Entonces es hora de alinear lo que está enredado o no
podremos proseguir”. Insistí en sustentar que yo era un hombre feliz. Él me miró con compasión y dijo: “Quien trae la
felicidad en sí no pierde tiempo ni energía quejándose de la vida pues está ocupado con sus propias alas, empeñado
en aprovechar el viaje”.
Admití que él podría estar en lo cierto, pero le confesé que no sabía por dónde comenzar. Lorenzo me observó como
quien mira a un hijo y dijo dulcemente: “Sigue la cartilla básica: un buen inicio es dejar de lamentarse; deja de
señalar los defectos ajenos; abandona la insensatez de querer modificar a alguien; nunca transfieras la
responsabilidad por tus frustraciones. Estos son los escalones de la madurez, presupuesto fundamental para la
libertad”. Tomó un sorbo de café antes de concluir: “En caso contrario renunciarás al control que tienes sobre la
propia paz y se lo entregarás a los otros. Este es el motivo por el cual la serenidad se ha vuelto un artículo raro en las
calles. Ser libre es tener autonomía sobre tus ideas y emociones. Ser pleno es entender que nadie depende de nadie
para vivir la felicidad”.
Comenté que todos ansían los aplausos del mundo ante la dificultad de lidiar con los propios errores. El zapatero
argumentó: “Sólo cuando falta humildad y simplicidad para reconocer la condición de aprendiz. Sé justo contigo ante
el error, ten la responsabilidad de reparar lo que sea posible y asume el compromiso ante tí mismo de actuar de otra
manera en una próxima oportunidad, sin sufrimiento o tortura pues estos son instrumentos de las sombras que
paralizan y descontrolan. Sigue en paz, el universo en su infinito amor te dará la oportunidad de mostrar, en algún
momento, que la lección fue aprendida”.
Lorenzo se levantó para servir más café en nuestras tazas. Insistí en que no sabía cómo comenzar con los cambios.
Él, de pie, sentenció: “¡Transforma las viejas formas!”. Le dije que no entendía exactamente lo que significaba
aquella expresión. El artesano se sentó nuevamente y explicó: “En vez de lamentar la divergencia, aprovecha el
conflicto para construir la paz. Esto es fuente de luz. En lugar de atribuirle la culpa a los otros, acepta la
responsabilidad ante la propia evolución y las lecciones inherentes a la vida. Esto es parte del Camino. Solamente los
tontos desean cambiar el mundo, los sabios se transforman a sí mismos pues saben que todo vendrá por afinidad.
Finalmente, nunca le concedas a nadie el poder sobre tu paz. Esta es una de las muchas elecciones que te
pertenecen. En las elecciones reside tu poder, en el perfeccionamiento de las virtudes conocerás tus alas”.
Lorenzo me ofreció una linda sonrisa y finalizó: “No olvides que no es el mundo el que define la belleza del viaje, sino
la fuerza que traes en el corazón. Esta fuerza crece a medida que depuras, poco a poco, todas las virtudes en tí; sólo
restan los comentarios incapaces de impedir tu jornada”. Me miró a los ojos y dijo: “No es necesario autorización ni
hay límites para quien vuela impulsado por los vientos de las propias virtudes”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

De vuelta a la cima del mundo
1 COMENTARIO
Le comenté al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, que pasaría mi cumpleaños
en el monasterio de Takshang, próximo a la ciudad de Paro, en Bután. Deseaba el silencio y la energía de ese
monasterio budista, de difícil acceso, incrustado en el Himalaya, para meditar y reflexionar sobre el momento en que
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me encontraba, más precisamente con respecto a la empresa de la cual era socio. Habíamos recibido una propuesta
de otra compañía, mucho mayor y de ámbito internacional, para una fusión que traería grandes lucros financieros y
un cambio significativo en mi estilo de vida: Desde tener que usar traje en el día a día hasta vivir en otra ciudad, sin
contar las incontables reuniones y rutinas típicas de las grandes empresas. Mis socios, éramos tres, estaban
animadísimos con la posibilidad que se presentaba. Mi corazón no me dejaba compartir tal entusiasmo. Nuestra
empresa navegaba con tranquilidad, no éramos ricos pero teníamos una vida cómoda y, especialmente, tenía tiempo
para dedicarme a otras actividades que me eran valiosas como la Orden, los estudios, la escritura, los encuentros con
amigos, la convivencia familiar, entre otros bienes intangibles. No obstante, no es siempre que surge una oportunidad
para incrementar el nivel financiero y todos me presionaban para que decidiera pronto. El cambio en la manera de
vivir era lo que me angustiaba. La duda me corroía.
El Viejo me aconsejó: “Me gustan las transformaciones, pues son buenos indicios de evolución. Sin embargo no toda
fruta es dulce, ni toda regla es absoluta; no todo cambio es transformación. Al salir de Bután, toma el camino que
baja del Himalaya por el lado chino. Te depararás con una agradable villa. Allí busca a Li Tzu, el maestro taoista.
Déjate encantar con todo lo que suceda”. Le agradecí y partí sin entender exactamente a lo que el monje se refería.
Cuando estaba saliendo de Paro pensé en desistir de buscar al amigo del Viejo, pero me dejé llevar por el flujo de los
acontecimientos y seguí al encuentro de Li Tzu. La primera buena sorpresa fue la pequeña villa china. Bonita y
agradable, daba una extraña sensación de comodidad, apesar de la extrema simplicidad. Las personas eran gentiles y
parecían no tener prisa. Además de la gran cantidad de flores por toda parte, noté muchos occidentales por las calles
y, para mi sorpresa, tuve dificultad en encontrar lugar en la única posada de la ciudad, siendo salvado a última hora
por un dinamarqués que tuvo que regresar a su país por un imprevisto. Todos aguardaban al maestro taoísta. Supe
entonces que Li Tzu se había formado en botánica en una prestigiosa universidad inglesa y ejercía la tradicional
medicina china con tratamientos a base de acupuntura, té de hiervas y el Tao, la milenaria sabiduría oriental escrita
por Lao Zi en el Tao Te Ching, el Libro del Camino y de la Virtud. Él usaba agujas, hiervas y plantas para curar el
cuerpo y el alma.
La casa de Li Tzu es uno de los lugares más encantadores que he conocido. Plantas por todos lados -lo que era de
esperarse-, toda la construcción en madera, un hermoso lago al frente y un bello jardín de bonsáis en el patio trasero.
Un elegante gato se comportaba como dueño del lugar. La música que brotaba por todas partes era el sonido del
silencio armonioso. El botánico se movía con extrema serenidad, su voz era baja, sus gestos revelaban tranquilidad.
Cuando me presenté, él me ofreció una sonrisa sincera y dijo que me esperaba. Agregó que poseía una enorme
admiración por el Viejo, a quien había conocido hace muchos años cuando jóvenes en la universidad, aunque
frecuentaban diferentes cursos. “La ley de la afinidad es inexorable”, dijo con la seguridad de haberme dado una
explicación obvia. Calculé que deberían tener más o menos la misma edad. En seguida me ofreció un té y nos
sentamos en cómodas poltronas. Le expliqué la razón por la cual lo había buscado. Él tan sólo movió la cabeza como
quien dice haber entendido. Le dije que admiraba mucho la tranquilidad que reinaba en aquel lugar. Li Tzu me
explicó: “Toda casa refleja el alma del dueño. Hice las paces con el tiempo y con mis emociones para que la felicidad
encontrara morada definitiva”. En seguida me dio un pequeño papel con el capítulo cuarenta y cuatro del Tao:
“¿La fama o la persona, cuál es la más importante;
la persona o el dinero, cuál es el más valioso?
¿Ganar o perder, qué es peor?
Quien mucho se apega, mucho va a sufrir.
Quien mucho guarda, mucho más perderá,
quien se satisface con poco no tiene que temer,
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quien sabe cuando parar no corre peligro.
Así perfumamos la vida”.
Y pidió: “Léelo atentamente muchas veces y regresa mañana”. Le agradecí e hice conforme me orientó. En los días
siguientes a veces me ofrecía un té, otros me hacía una sesión de acupuntura, siempre con el pedido de que
continuase leyendo y volviera al día siguiente. Esto sucedió durante una semana. En otra ocasión yo habría perdido la
paciencia y con seguridad habría partido lamentando el tiempo perdido, pero no fue así aquella vez. Recordé las
palabras del Viejo y fui dejándome contagiar por la agradable energía que me envolvía y toda aquella serenidad se
mostró posible para mí sin mayor esfuerzo. Aunque a esas alturas ya conocía el texto de memoria, me negué a tener
prisa al dominar conscientemente la ansiedad. ¿Por qué perdería la paciencia si la calma era lo que más apreciaba en
aquel lugar? Tuve la extraña percepción de que, al contrario de lo que imaginaba, el tiempo también puede esperar.
La consecuencia inmediata fue la claridad de raciocinio que lentamente fortalecía las decisiones que me aguardaban.
Poco a poco iba abandonando los tambores del mundo para oír la dulce flauta del corazón. Comencé a divertirme
intentando adivinar si al día siguiente sería recibido con hiervas o agujas. El séptimo día fue de palabras.
Li Tzu se sentó a mi lado y me pidió que interpretara el poema. Le dije que percibía ritmo y sonoridad en los versos
pero que se me hacían confusos, pues hablaban de varias cosas al mismo tiempo sin aclarar mucho. El taoísta dijo
con voz suave: “Ese capítulo habla de un asunto crucial: una importante elección que define el destino cercano”. Hizo
una pequeña pausa y prosiguió: “Habla del sentido que el individuo le dará a la propia vida. Una bifurcación donde por
un lado se indica la fortuna y la fama, la conquista del éxito y del poder a través de los bienes materiales; por otro, la
evolución personal en busca de la plenitud y de la integridad del ser, teniendo la paz como consecuencia natural de la
evolución”. Lo interrumpí para cuestionar si dinero y espiritualidad se confrontan o se anulan. Li Tzu me miró como a
un niño y aclaró: “Claro que no. Es posible hacer muchas cosas buenas con el dinero. Es un instrumento maravilloso
que puede animar sonrisas en toda la gente. También puede alimentar las sombras de la humanidad. Es como un
cuchillo que puede auxiliar al cocinero a preparar un delicioso guisado o ser usado por un asesino para infringir dolor”.
Levantó las cejas y dijo con seriedad didáctica: “Observa internet y sus redes sociales -apenas para ser más actualpueden aproximar personas y crear puentes o sembrar discordia y construir muros. Cuchillos, internet, dinero, etc.
son tan sólo herramientas. Cada uno define la obra que construirá con ellas. Podemos adornar una bella plaza donde
todos serán invitados para un alegre baile o erguir un castillo fortificado para ocultar el miedo”. Calló por instantes y
dijo: “Cada cual decide la función y el poder que el dinero tendrá en su vida. Esto define el propio destino y revela el
actual nivel de consciencia y de amor”.
“A continuación el poema habla de ganar o perder. Estamos condicionados a entender que ganar nos hace victoriosos,
¿cierto? ¿La victoria está en el brillo de la apariencia o en la luz de la esencia? ¿De qué vale ganar una lujosa prisión
sin rejas y perder la simplicidad de las alas para tener vuelos inimaginables? Es necesario entender el límite y el
sentido de la fuerza del dinero dentro de nosotros en cada elección que hacemos o perderemos según las ganancias
obtenidas. A cada instante podrá ofrecernos un banquete para el ego o una fiesta para el alma. Cada cual escoge a
cual irá”.
“En seguida el escritor menciona la importancia del desapego”. Cerró los ojos como si procurase las mejores palabras
y dijo: “El individuo que aún tiene el ego desalineado con el alma trae una fragilidad que compensa con la admiración
de quien lo cerca. El dinero, sin mencionar un sin número de ideas y conceptos, debido a condicionamientos
culturales, acaba por ser el objetivo llano a ser alcanzado en la ilusión de la felicidad posible a través del tener en
detrimento del ser. Acabamos creando una infinidad de dependencias, que inician con las materiales y al no saciarlas
desembocan en crisis emocionales. Cualquier dependencia, sea material o emocional, es por desconocimiento de sí
mismo. Tales apegos forman las raíces de todos los dolores. Entonces engañados con el remedio, tomamos el veneno
ilusionados con la cura: mutilamos el espíritu para mantener intacto el patrimonio; permitimos que la paz muera de
inanición para engordar la cuenta bancaria; agigantamos el egoísmo para doblegar al otro según nuestro deseo; lo
atropellamos todo para que nuestra razón prevalezca. ¿Cuántas veces, por tener miedo del mañana nos desviamos
del camino para tomar más y más frutos de los cuales comeremos algunos, muchos apodrecerán y los demás serán
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guardados en el cesto, haciéndolo tan pesado que nos impedirá seguir adelante? En seguida concluyó: “Todo aquello
que tenemos o somos pero no podemos compartirlo no se traduce en Luz”.
“Entonces el texto milenario ofrece valiosas indicaciones al andariego al decir que ‘quien se satisface con poco no
tiene que temer’, pues el Universo en su infinito amor y sabiduría nunca dejará de proveer, en la exacta medida de lo
necesario, según cada aprendizaje. El Universo no tiene ningún compromiso en relación a tus deseos”. Bebió un poco
de té y explicó: “Claro que nadie debe maltratarse, imponer privaciones al cuerpo, volverse un asceta, vivir como un
mendigo o renunciar a la miel de la vida. Esto sólo muestra desconocimiento de las leyes cósmicas y es una afronta al
espíritu, a la esencia de cada uno, y al universo como un todo, del cual hacemos parte, que se expande a cada
segundo y trabaja en pro de la evolución y del bienestar. Es necesario armonía y equilibrio. Conocer las fronteras de sí
mismo significa entender la virtud de la ligereza: cuanto menos necesitemos más libres seremos”.
“Toda dependencia, al ser una creación mental del ego en estado primitivo, cubierto por las propias sombras, acaba
por volverse una cárcel. Todo deseo desmedido es un carcelero que oprime”. Me miró a los ojos y quiso saber:
“¿Entiendes un poco más de las luchas que debes librar? ¿Percibes dónde está tu campo de batalla? Para ser grande a
los ojos del mundo no podemos ni debemos perder la grandeza que florece en el corazón”. Me miró profundamente
antes de decir: “Solamente los pequeños quieren conquistar el mundo. Los grandes saben que la fortuna está en la
conquista de sí mismo”. En seguida finalizó: “Así perfumamos la vida”.
Cuando bajé la montaña parecía que mis pies no tocaban el piso. Nunca me pareció tan sencilla una decisión.

El pasado es un veneno
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Lorenzo, el elegante zapatero amante de los vinos y de los libros, cerró el taller al medio día y andábamos por las
calles estrechas y sinuosas del secular poblado localizado en la falda de la montaña que abriga al monasterio. Era un
típico sábado de otoño, con cielo claro, sin niebla y el sol calentaba la piel sobre el suéter delgado. Caminábamos
alegres rumbo a nuestro restaurante predilecto para almorzar y, claro, beber algunas copas de vino. Trivialidades eran
la pauta del día. Allí nos encontramos con Helena, una amiga en común, quien estaba muy conmovida y con ojeras
profundas en el rostro como registro de noches mal dormidas. Aceptó al instante la invitación para sentarse a la mesa
con nosotros y, sin preguntarle nada, comenzó a hablar sobre las causas del desorden emocional que la trastornaba.
El dolor parecía no caber dentro de sí y por esto necesitaba desahogarse. Acababa de terminar otro matrimonio. Ya
era el quinto o sexto, tuvo alguna dificultad para saber si uno de ellos podría ser considerado como tal dada su corta
duración. Dijo estar decepcionada con las personas en general. Confesó que la intimidad revelaba facetas
desagradables que impedían la convivencia a largo plazo. Habló por buen tiempo, lamentándose; oímos con paciencia
hasta que el artesano quiso saber si ella ya había sido feliz alguna vez en el amor. En ese instante los ojos le brillaron
y una sonrisa, que parecía imposible, surgió en su bello rostro.
Animada, habló sobre el que consideraba el mejor periodo de su vida al lado del primer marido, cuando todavía no
completaba los veinte años. Esto había sucedido hacía mucho tiempo. Sus palabras contaban una historia de amor
casi perfecta en la cual cualquier error era menor y era fácilmente atenuado. Comparaciones con las relaciones
posteriores se hicieron inevitables. Todos en la mesa sabíamos que su primer matrimonio se acabó cuando Jaques, el
marido al que se refería, se suicidó siendo joven. Al permitir una pausa para beber un sorbo de vino, Lorenzo la
interrumpió con un comentario lacónico: “El pasado es un veneno”. Ante la mirada atónita de la mujer, él prosiguió
con su raciocinio: “El pasado puede mostrarse como una peligrosa trampa si no tenemos el debido cuidado”.
“El presente siempre presenta dificultades, importantes ejercicios de perfeccionamiento, principalmente en las
relaciones. Nadie necesita de nadie para ser pleno y feliz, pero necesitamos del otro para hacernos mejores. La
convivencia con otra persona siempre presentará asperezas surgidas de las imperfecciones de ambos lados. Cuando
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aceptamos el desafío de la superación, abandonando el vicio de la desistencia, limamos las corazas que esconden la
luz que habita en nosotros y que aún desconocemos”.
“No siempre es fácil enfrentar los problemas típicos de la convivencia en pareja. Comúnmente llegamos a pensar que
algunas piedras son infranqueables y están más allá de nuestra capacidad de transformación. Esto no existe cuando
se trata de cambiar a sí mismo, cuando se busca la propia evolución. Muchas veces desvalorizamos la fuerza que nos
mueve o no sabemos decodificar el desafío. Agradece por las tempestades, pues sólo ellas pueden formar un lobo
marino”.
“Sin embargo solemos permitir que nuestras propias sombras, en la ilusión de protegernos, armen un juego cruel
como plan de fuga. Como si fuesen figuritas, recortamos del pasado los mejores momentos para montar un álbum
que nunca existió. Coloreamos las imágenes con colores vibrantes, les aumentamos el brillo y la intensidad. Son las
sombras haciéndonos creer en un modelo de felicidad inexistente o por lo menos no con aquellos detalles y formatos.
El desequilibrio entre pasado y presente se hace inevitable. Es cruel, pues pasamos a tener como referencia una
ficción en contrapartida a la realidad. Cuando entramos en ese juego accionamos un terrible mecanismo de
comparación entre un pasado escrito con letras perfectas para oponerlo a un presente que trae todo tipo de
imperfecciones inherentes a la vida, aumentando las batallas que no siempre estamos dispuestos a librar. El pasado
acaba envenenando el presente, haciéndolo sombrío y desalentador”.
Contrariada, Helena dijo que el zapatero estaba equivocado. Así como ella, muchas personas fueron felices en
antiguas relaciones que por uno u otro motivo acabaron. Lorenzo mantuvo un tono suave de voz: “Sin duda. No hablo
de las separaciones debido al paso involuntario de uno de los cónyuges a otras esferas de la existencia. Me refiero a la
convivencia que llegó al fin por incompatibilidad entre las partes, por voluntad propia de uno o de ambos. Quien está
satisfecho con su compañero no termina un matrimonio”. Miró a su amiga seriamente y disparó una bala de plata:
“Quien es feliz no se suicida”.
Helena acusó al artesano de ser insensible en su análisis y grosero en sus palabras. Agregó que Jaques se suicidó por
razones ajenas al casamiento. Explicó que él enfrentaba una crisis profesional. Lorenzo oía todo el desahogo y crítica
sin perturbarse; al final habló con la serenidad que le era peculiar: “Cuando estamos tristes o alegres llevamos ese
sentimiento de la casa al trabajo y viceversa. No hay como desconectar las emociones como se desenchufa un
aparato del tomacorriente para cesar su funcionamiento dependiendo del lugar en que se esté. Entiendo que no
quieras recordar los momentos más complicados y que prefieras resaltar aquellos que te hiceron feliz al recrearlos en
tu imaginación. Es el instinto de supervivencia ofreciendo motivos para que te mantengas de pie. Ocurre que el
instinto es una de las herramientas más primitivas entre los trucos de las sombras. Al engañarnos sobre el pasado
terminamos confrontándolo con el presente a través de comparaciones desleales, posponiendo los cambios
indispensables para alcanzar la paz interior”.
“Del pasado tenemos la nostalgia como un bello presente ofrecido por el amor; del futuro nos alimentamos de las
bendiciones de la esperanza y de los sueños. Sólo el presente ofrece la verdadera alegría de ser y de vivir. Por tanto
tenemos que vernos en el espejo de la sinceridad, tener compasión ante las dificultades ajenas y humildad con
relación a las nuestras; estar dispuestos a renovarnos y transformarnos siempre. Todos los días hasta el día sin fin”.
Helena refutó y argumentó que la historia de cualquier persona tiene valor y belleza. Lorenzo concordó: “¡Claro! No es
eso lo que quiero decir. Me refiero al peligro de dejar de vivir el presente por hacer del pasado un patrón inalcanzable.
Cuando esto sucede terminamos contaminando el valor y la belleza de lo que aún nos falta vivir y sentir. Es
importante alejar de sí ese cálice”.
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“Al amarrar la vida al pasado te rehúsas a aprender las nuevas lecciones, sin las cuales no podrás operar las debidas
transformaciones en el propio ser. Así no habrá ninguna nueva semilla para compartir en los jardines de la
humanidad, quedando presa en la celda del tiempo e impedida para seguir el viaje”. Hizo una breve pausa antes de
concluir: “Todo lo que se estanca se pudre”.
Permanecimos sin decir palabra. El mesero trajo nuestros platos; comentamos brevemente que estaban deliciosos.
Nuestra amiga volvió al asunto diciendo que era muy difícil relacionarse, pues las personas en la intimidad se
mostraban diferentes a como se presentaban. Lorenzo tomó un sorbo de vino y dijo: “Sucede así con todos, inclusive
conmigo y contigo”. Helena lo interrumpió para decir que cuando conocía a una persona listaba todos sus defectos
para que el otro supiera con quien estaba lidiando. El artesano sonrió y dijo: “Sí, es una buena actitud pero no
siempre eficaz. Confesar una dificultad no sirve como disculpa para no enfrentarla. Por otro lado, sólo revelas la
dificultad que ya puedes reconocer en ti. ¿Y las demás?”.
Ante el espanto de la mujer el zapatero prosiguió: “Me refiero a las dificultades que aún nos rehusamos a ver o
admitir en nosotros mismos. Son aquellas que sólo se revelan en la convivencia intensa del día a día, de allí la
importancia de las relaciones como espejo que muestra el perfeccionamiento que nos aguarda. Por comodidad, miedo
o ignorancia insistimos en atribuirle al otro la responsabilidad por los desencuentros originados en la fragmentación
del ‘yo’, en la desarticulación entre ego y alma. Las causas de repudio y dureza en la convivencia muestran una
excelente oportunidad de aprendizaje y evolución. En un primer momento ofrecemos siempre lo mejor de nosotros y,
no lo dudes, casi siempre es real. Es lo que somos o lo que proyectamos ser, lo que también no deja de ser sincero.
Sólo en la intimidad, en el devenir de lo cotidiano, abrimos la jaula para soltar lo peor que tenemos. Esto no es
necesariamente malo, pues puede ser una oportunidad para iluminar y transmutar las propias sombras en luz. Y es
muy bueno cuando existe el amor de alguien para ayudarnos en ese momento tan difícil, pero a la vez bello.
Solamente las historias de superación pueden ser llamadas de ‘historias de amor’”.
“Todas las relaciones tienen su belleza, encanto y lecciones. Sin duda hay muchos casos de total incompatibilidad,
almas vibrando en sintonías tan distantes que no hay como mantener la afinidad. En ese caso es necesario partir. No
obstante, ver al otro como un terrible villano o un valioso aliado en la batalla que libramos dentro de
nosotros depende de nuestra visión y de lo que ya somos capaces de ofrecer. El respeto que tengas hacia el otro
revela el respeto que tienes para contigo mismo y para con la vida”.
El silencio volvió a imperar. Las palabras precisaban encontrar su lugar. Helena bromeó diciendo que tal vez era el
efecto del vino, pues comenzaba a pensar que el zapatero tenía razón o que tal vez estaba embriagada con el pasado
que la hacía tropezar en el presente. Reímos. Admitió que de hecho las comparaciones siempre serían nefastas al ser
injustas pues tenían en cuenta momentos, situaciones y personas distintas. Con un lente más claro sería posible
encontrar dificultades y virtudes en todas las personas con las cuales se relacionó. Bastaba un poco de buena
voluntad hacia el otro y una dosis de coraje y sinceridad para admitir las propias equivocaciones. Una lágrima escurrió
por su rostro. Sonrió y dijo que ahora entendía cuando Lorenzo se refería al pasado como un veneno.
“O un maestro”, replicó el artesano. “El pasado está repleto de preciosas enseñanzas que no deben ser desperdiciadas
tras el riesgo de que las mismas piedras vuelvan a interferir en el viaje. Situaciones vividas, al ser analizadas con
sabiduría y amor, se vuelven un poderoso farol para iluminar los próximos pasos”. Guiñó el ojo como si contara un
secreto y finalizó: “El camino siempre puede ser más suave. Depende apenas de nuestra manera de andar”.

El amor no necesita ser perfecto
1 COMENTARIO
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Cuando entré ellos ya estaban conversando. Lorenzo, el zapatero amante de los vinos y de los libros, escuchaba los
lamentos de un sobrino sobre las dificultades que tenía con las relaciones afectivas. Fuimos presentados. El joven,
bastante educado, dijo que no se sentía incómodo si yo participaba de la conversación; en verdad, le parecía muy
bueno pues sería una opinión adicional para aclarar sus ideas. El elegante artesano fue a preparar café mientras el
joven me explicaba que, en suma, entre más conocía a una persona mayor era su decepción. Sentenció que las
máscaras no se sostienen en la convivencia personal y lo que se revelaba definitivamente nunca le agradó.
Lorenzo, que llenaba nuestras tazas con café fresco sobre el balcón, aprovechó la oportunidad y dijo: “Todos
deseamos ser amados y admirados. Es la voluntad latente de nuestro ego: los destellos y los aplausos. Entonces,
inconscientemente creamos personajes que creemos ser reales para interpretar papeles que cumplan con tal
objetivo”. El sobrino lo interrumpió para decir que era exactamente eso lo que no le gustaba de las personas. Buscaba
a aquellos que fuesen auténticos. “De cierta manera lo son”, corrigió el tío. El chico argumentó que el zapatero se
contradecía. Lorenzo inició su explicación con una pregunta al estilo socrático: “¿Cuándo te interesa una mujer sueles
aproximarte mostrándote vanidoso, orgulloso, terco y egoísta?”.
Contrariado, el muchacho sustentó que sabía que no era una persona perfecta, no obstante habían aspectos de su
personalidad mucho más interesantes para dar a conocer al mundo. El zapatero estuvo de acuerdo y, en seguida,
profundizó: “Sí, sin duda. Todos pensamos que nuestras virtudes son más relevantes que nuestras dificultades. Y lo
son. A su vez, las dificultades no son más que semillas de nuevas virtudes en busca de un poco de sol para germinar”,
tomó un sorbo de café y prosiguió: “Proyectamos el ideal de la persona que queremos ser antes de serlo. No hay
ningún problema en esto, es el proceso natural, pues ya tenemos el entendimiento, falta la fuerza para
experimentarlo. Sin embargo no siempre es fácil, pues debemos dejar atrás hábitos antiguos que han producido raíces
profundas, pero es indispensable para que haya avance. Es como la serpiente que cambia de piel para hacerse mayor
y más fuerte; es la misma serpiente y a la vez otra”.
“Generalmente en un primer encuentro, antes de que las dificultades se presenten, abrimos una increíble caja de
colores para adornar nuestras virtudes. En mayor o menor dosis, cada cual en su estilo, unos más extrovertidos, otros
más sutiles, espontáneos o sofisticados, en resumen, nos esforzamos para mostrar lo inteligentes y sensibles que
somos. Y no te engañes: con nadie es diferente”. Ante la mirada atenta del sobrino, Lorenzo lo desconcertó: “¿Sabes
cuál es el lado de tu ser que quiere mostrarle a todos sus mejores virtudes?” La pregunta era retórica y el propio
artesano respondió: “Tus propias sombras”.
“No olvides que son las sombras que buscan aprobación social, elogios y condecoraciones. El alma apenas quiere
aprender con todo lo que sucede a su alrededor, transmutar la oscuridad de los sótanos del ser en luz, compartir lo
mejor que florece dentro de sí, no sólo en el discurso sino con actos, y después seguir el viaje sin fin”.
“Cada vez que estamos en la esfera de las palabras debemos cuestionarnos: ¿Yo ya puedo vivir, de manera amplia,
toda mi excelente teoría? Si la respuesta es ‘sí’ significa que todavía se te dificulta ser sincero contigo mismo. Tus
sombras aún pueden engañarte. Si la respuesta es ‘no’ representa que estás a un paso de la transformación, pues ya
consigues conocerte mejor. ¿Y por qué?”. Como todos se callaron, Lorenzo concluyó: “Porque el alma sabe que el
poder está en el ejemplo de la acción silenciosa y no en la belleza del discurso fácil. Vale resaltar que la acción
realizada para agradar al público es equivalente a las palabras escandalosas y se pierde en lo raso de las vanidades”.
“Cada vez que estés tejiendo una crítica, pregúntate: ¿Ya soy el ejemplo de perfección que reclamo faltarle al mundo?
Este es un paso importante para alcanzar el primer portal del Camino, la humildad. Entender que por más que te
consideres una persona maravillosa aún estás bastante lejos de la perfección, entonces ¿cómo exigirle al otro lo que
todavía no tienes para ofrecer? Todos, absolutamente todos, somos seres en evolución, espíritus en camino hacia la
Luz”.
El joven lamentó que algunas personas exageraran en la interpretación de sus papeles. El artesano sonrió dulcemente
y dijo: “Los excesos, en la medida de lo posible, deben ser disculpados pues tan sólo retratan la dimensión de la
carencia y el ansia por ser aceptados y amados. Para nadie es diferente. Comprender esto es ejercitar valiosas
virtudes: la compasión con relación al otro; la sinceridad con relación a sí mismo. Percibir los personajes ajenos es
esencial, no para desnudarlos sino para ayudar a transformar los nuestros y hacerlos realidad, incorporando las
virtudes que admiramos y modificando definitivamente las características que ya no deseamos en nuestra forma de
ser y de vivir. Solamente así ganamos fuerza y poder. Eso es pura Luz”.
“Esta es la belleza y la importancia de las relaciones. La dificultad ante el otro nos ayuda a entender nuestras propias
sombras. Lo que nos incomoda en el trato personal suele ser reflejo de nuestro aprendizaje. El otro será siempre un
buen espejo, pues la manera como reaccionamos ante cada contrariedad, impedimento u oposición define quien ya
conseguimos ser”.
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El muchacho dijo que procuraba en sus relaciones personas que lo complementaran. El buen tío ponderó:
“Comúnmente procuramos en el otro lo que aún no tenemos en nosotros. Vivimos en busca de alguien que nos
complete en la ilusión de que así la felicidad se manifestará. Ledo engaño. Deseamos infantilmente que nos ofrezcan
la felicidad por la vía de la facilidad en vez de construirla a través del aprendizaje y de la transformación. En otras
palabras, queremos de regalo lo que debe ser conquistado. Esta es la esencia de todos los conflictos, pues al
depararse con las dificultades ajenas las nuestras se revelan. Nadie tendrá el poder de la felicidad o de la paz sobre
nadie, ya que esta batalla es personal e intrasferible. Entonces surgen las sombras para convencernos de que es
mejor hallar la miel de la vida en otro lugar. Salimos en busca de otras personas olvidando que el mapa del tesoro
apunta hacia el propio corazón. Nos estancamos cada vez que creemos que el problema está en los otros. Negar las
dificultades es rehusarse al propio perfeccionamiento”.
Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Cuando la convivencia es ocasional es más fácil ser encantador porque, a
menudo, ofrecemos sólo lo mejor de nosotros. ¿Mentimos al hacer esto? ¡Claro que no! Las dificultades no siempre
anulan las virtudes, en caso contrario nadie tendría características positivas. En esto reside la magia de la convivencia
más intensa y duradera. Es en la constancia del día a día que somos llevados a mostrar la faceta más sombría, lo que
también tenemos de malo. Salimos de lo raso para internarnos en la profundidad del ser. Es la oportunidad que las
sombras tienen para revelar su existencia y magnitud. Sin embargo, es común que las relaciones terminen y que las
personas se alejen perdiendo muchas veces la oportunidad de experimentar el florecimiento de bellas virtudes y
bonitas transformaciones”.
“La convivencia intensa desnuda el ser. No sólo al otro, sino a ti también. El día a día arranca las máscaras, muestra
los vicios, revela las heridas. En fin, muestra lo que tenemos de peor. ¿Es malo? No necesariamente. Esto puede
rasgar la relación o aproximar mentes y corazones que tengan la percepción y las ganas de ayudarse”. El chico quiso
saber si el tío le aconsejaba permanecer al lado de quien no quería. El zapatero movió la cabeza y dijo: “¡Claro que
no! No estamos obligados a nada, mucho menos a convivir con quien nos incomoda y aburre. Tan sólo quiero
manifestar que no es necesario que el amor sea perfecto para que exista”.
Lo interrumpí para argumentar que muchas veces las personas tienen intereses tan diferentes que las frecuencias
vibratorias no permiten la convivencia, al menos en aquel momento. El artesano concordó parcialmente: “Sí, es
verdad. Sin duda hay relaciones que necesitan ser cortadas debido a la disparidad de intereses y valores entre las
partes. Cada cual debe seguir siempre en busca de la propia verdad según sus afinidades. No obstante no hay que
tomarlo a la ligera, pues es preciso entender que en las afinidades también se revelan las dificultades en común”.
Bebió un sorbo de café y agregó: “Otro aspecto que debemos tener en cuenta es que al rechazar la manera de ser de
una persona no significa necesariamente eliminarla de nuestra vida, aunque acabemos escogiendo estar cerca de
aquellos que nos traen confort y alegría. Sin embargo, todos sin excepción somos fuente de aprendizaje. No
necesitamos de nadie para ser felices, pero necesitamos de todos para hacernos mejores”.
“La conivencia al lado de las dificultades, errores y faltas del otro jamás debe ser vista como penitencia, considero
este concepto anticuado y cruel. En la medida de lo posible cada cual debe verla como una poderosa herramienta de
evolución. Sólo existe amor y sabiduría donde la paciencia, el respeto, la humildad y la compasión han echado raíces.
Esto demuestra sensibilidad al resaltar virtudes ya existentes y, principalmente, al percibir que las dificultades son
virtudes aún latentes, listas para despertar. Tanto en ti como en el otro. La conquista sólo está completa cuando los
dos lados ganan”, hizo una pausa y finalizó: “Entender esto es percibir la belleza de la vida. El amor necesita ser
imperfecto para que sea moldeado, trabajado, así habrá una porción nuestra cuando se revele en perfección”.
El joven bajó la cabeza, le agradeció al artesano con palabras sinceras y dijo que estaba con un extraño deseo de
encontrarse con la ex novia. Cuando se despidió percibí que había un bonito brillo en su mirada.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Las herramientas del amor
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Cuando el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, entró a la agradable biblioteca
del monasterio, yo estaba inmerso en la reflexión de un trecho del libro de parábolas de Rami. El monje retiró un libro
del estante y se acomodó a mi lado en una confortable poltrona. Reparé que era el milenario Tao Te Ching, El Libro
del Camino y de la Virtud, de Lao Zi. Como estábamos solos en la biblioteca osé poner tema. Le comenté que
casualmente leía un libro que también abordaba el valor de las virtudes y, además de enaltecer el coraje como una de
ellas, sentenciaba que ‘el amor es para los fuertes’. El monje con su voz siempre suave, fue lacónico en su
comentario: “Sí, es verdad”. Discrepé bajo el argumento de que el amor, dada su importancia, estaba a disposición de
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todos indiscriminadamente. El Viejo me miró con su enorme paciencia y dijo: “Sí, también es verdad”. Meneé la
cabeza y agité las manos, como si esos movimientos pudiesen amplificar mis razones, y le dije que estaba siendo
incoherente: el amor era para todos o sólo para los fuertes. Le pedí que se decidiera. El monje arqueó los labios con
una leve sonrisa y explicó: “Confundes todo, Yoskhaz. ¿No te das cuenta que se trata de cosas diferentes? O mejor,
de situaciones en que el amor se presenta de maneras distintas”.
“Sí, el amor está a disposición de cada persona pues al ser la fuerza que rige al universo, reposa en la esencia de
todos. El amor es el camino y el destino; es la mayor virtud, pues está presente en todas las demás virtudes o ellas
dejan de existir. No obstante, para vivir el amor, al menos en toda su extensión, necesitamos de aquellas otras
virtudes como instrumentos de diseminación del bien. Así permitimos no sólo el desarrollo del propio ser, sino también
la propagación de la luz por él emanada hasta la más distante de las estrellas. El universo agradece y nos retribuye
también con luz por gratitud y justicia”. Hizo una breve pausa y prosiguió: “El amor es la virtud indispensable para las
transformaciones; por tanto, sin él no hay evolución. Sin embargo, el amor adormecido en cada uno de nosotros
necesita trabajo para despertar y crecer en las adversidades. Amar a quien nos ama es fácil; muchos pueden amar
cuando las situaciones son favorables; amar en las adversidades solamente le es permitido a los fuertes”.
Manifesté que no había entendido. El monje cerró los ojos, como si procurara la mejor palabra, y dijo: “El amor es el
alimento del alma; es lo sagrado que habita en nosotros. Cada cual, en esencia, es tan sólo la centella de amor que lo
mueve. Nada más. No obstante, el amor que existe en cada uno de nosotros es como una semilla que debe florecer
para adornarse y fructificar en alimento para el mundo”, hizo una breve pausa y concluyó: “No olvides que el árbol se
conoce por sus frutos”, mencionando un valioso pasaje del Sermón de la Montaña.
Comenté que como cada uno ofrece tan sólo lo que posee, el individuo ama en la exacta medida de su capacidad de
amar. El Viejo estuvo de acuerdo: “No hay duda, por eso es importante desarrollar las virtudes pues son herramientas
del amor. Evolucionamos a medida que aprendemos a utilizar estos instrumentos. Las virtudes se presentan,
desarrollan y consolidan en el ser de acuerdo no sólo al nivel de consciencia, sino también a su capacidad amorosa”.
Le pedí que hablara más de las virtudes. El Viejo dijo: “Son muchas las virtudes y el andariego necesita perfeccionar
todas en sí. El amor, la sabiduría y el coraje; la justicia, la honestidad, la compasión, la misericordia, la dignidad y la
sinceridad; la libertad, la humildad, la simplicidad y la pureza; la paciencia, el respeto, la dulzura, la delicadeza y la
alegría; todas ellas herramientas indispensables en los campos de la evolución. Si prestas atención percibirás que las
virtudes necesitan una de las otras para ganar fuerza y poder, cerrando así el círculo de cura de la vida. Aunque
parezcan independientes, ellas se complementan en trabajo de indispensable solidaridad”.
Quise saber un poco más sobre el intercambio que integra las virtudes. El Viejo no se hizo de rogar: “El principio
básico enseña que el amor es la fuerza que debe orientar todas nuestras elecciones. Es decir, nos movemos por amor
o estaremos siguiendo el lado errado. Un pequeño ejemplo: Comúnmente vemos como la sabiduría es utilizada para
engañar, manipular y conseguir ventajas deshonestas. A su vez, el coraje también está presente en el ánimo de los
malhechores al realizar muchos de sus crímenes absurdos. Estamos acostumbrados a asociar a los héroes con actos
de valentía e inteligencia en las películas de cine, olvidando que los bandidos también utilizan esas herramientas para
ejecutar sus terribles planes. ¿Qué diferencia hay entre ellos? Los héroes se sirven de la sabiduría y el coraje para
practicar el bien. Solamente cuando la sabiduría y el coraje están revestidos de amor se transforman en virtudes; sin
amor se desvían hacia los límites de la malicia y la brutalidad”.
Le comenté que me parecía muy complicado el amor. El monje dio una agradable carcajada y fue didáctico: “Para
vivir el amor necesitamos entender el amor. Es indispensable replantear muchos de los conceptos que nos engañan
con relación a ese sentimiento y comenzar a percibirlo como realmente es. Será necesario desarrollar algunas virtudes
como la sabiduría, el respeto, la generosidad, la armonía y la libertad”. Entonces pedí que citara algunos ejemplos. El
Viejo comentó: “Entender de una vez por todas que amor no es intercambio; que nadie sufre por amor; que nadie le
pertenece a nadie; que nadie tiene la obligación de hacerte feliz, son tan sólo algunos de los condicionamientos que
impiden vivir el amor en toda su amplitud. Por tanto, se hace imprescindible desvendar el velo de los engaños
proporcionado por las sombras del miedo, la ignorancia y la desesperanza. No basta percibir, es preciso enfrentar y
superarse a sí mismo. Es más, es indispensable experimentar y sentir todo lo que se ha aprendido o las lecciones no
se completarán. Es necesario despojarse de ideas obsoletas y de reacciones automáticas que ya no sirven; exponerse
al rechazo y a las críticas de aquellos que todavía no alcanzan a entender lo que ya es claro ante tus ojos. Dejar atrás
muchas de las cosas que hasta aquí creíste importantes, pero que ahora pesan por ser inútiles. Encarar el espejo para
asumir las heridas que sangran en el alma y tener el firme propósito de curarse; después, ofrecer lo mejor de ti a
todo el mundo y entonces, seguir adelante”.
Pregunté cuál era la forma más sublime de amor. El Viejo respondió: “El perdón. El amor es para todos, pero sólo los
fuertes son capaces de perdonar a su agresor, de envolverlo con compasión sincera y comprender que él no fue capaz
de hacer diferente y mejor. No es fácil. Además el perdón tiene que ser un acto de sincera humildad, pues tenemos
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nuestras propias dificultades e imperfecciones, tal vez diferentes a aquellas del oponente, pero así mismo, dificultades
e imperfecciones. En seguida, envolver al ofensor en un manto de divina misericordia al entender que todo agresor es
profundamente infeliz por distanciarse del bien y de todas las demás energías derivadas del amor. Es mucho más
difícil. Será necesario que ya hayas librado algunas batallas con tus propias sombras y transmutado buena parte de
ellas en luz. Se trata de un punto angular en la transformación del ser. Esto hace el perdón sagrado y libertador. Los
débiles aún están al servicio de ideas sombrías de revancha y sufrimiento, venganza y dolor; presos al lado de quien
los hirió, en un rincón oscuro de sí mismos”. Entonces preguntó para concluir la conversación: “¿Entiendes por qué el
amor está destinado a los fuertes? Has notado que para vivir el perdón son necesarias otras virtudes como la
compasión, la humildad y la misericordia, además del amor por supuesto”. Tan sólo moví la cabeza como respuesta.
Permanecimos un tiempo largo sin decir palabra. Rompí el silencio para agradecerle y mencionar que comenzaba a
entender el valor y el poder de las virtudes como herramientas de evolución. En seguida el Viejo dijo: “Las virtudes
son las armas que el guerrero del amor usa en la gran batalla del universo, aquella que él libra todos los días dentro
de sí. Este es su compromiso; vencer a sí mismo es la mayor victoria. Transmutar las propias sombras se traduce en
pura luz”, guiñó el ojo como hacía al contar un secreto y finalizó: “Todas las virtudes están adormecidas dentro de ti.
Despiértalas y siente la magia de la vida en tus manos a través de las infinitas transformaciones”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Valiosos pilares
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En el elegante poblado localizado en la falda de la montaña que acoge al monasterio, los sábados todo el comercio
cierra actividades al medio día salvo restaurantes, cafeterías y bares, puntos de encuentro para animados almuerzos o
reuniones entre amigos. La famosa excepción era el taller de Lorenzo, el elegante zapatero, amante de los libros y de
los vinos. La tienda de Lorenzo funcionaba en horarios irregulares e inusitados. Encontrarla abierta a cualquier hora
del día o de la noche era un auténtico juego de azar. Aquel sábado por la tarde, antes de regresar al monasterio, me
arriesgué a encontrarlo para tomar un café y tener una conversación trivial. El taller estaba cerrado. Como mi
transporte me recogía sólo en la noche me dirigí a una taberna poco concurrida, la cual él apreciaba mucho. Allí
encontré al artesano acomodado en una confortable poltrona, al lado de una pequeña mesa, con una copa de vino
tinto y una lámpara que le permitía leer El Libro del Desasosiego, de Fernando Pessoa, con envidiable tranquilidad.
Cuando fui a saludarlo se aproximó, casi al mismo tiempo, otro amigo suyo. El hombre estaba con los ojos rojos e
hinchados de tanto llorar. De inmediato contó que en la noche anterior había sido sorprendido con la culminación de
un romance que, aunque no había durado mucho tiempo, había sido intenso. Lorenzo, al percibir que el amigo no me
había notado, nos presentó. René, éste era su nombre, me trató de manera educada. El zapatero pidió que
acercásemos las sillas para quedar más próximos a él, pues su tono de voz era siempre muy suave. Le dijo a René
que podrían conversar sobre su dilema en otra ocasión ya que mi presencia podría avergonzarlo. El hombre respondió
que no tenía ningún problema pues necesitaba desahogarse y oír algunas palabras que pudieran calmar su dolor.
En seguida contó que en los últimos meses las discusiones con la novia habían aumentado y las peleas eran
constantes. Reclamó de la dedicación exagerada de la mujer al hijo, fruto de una relación anterior, lo que reducía
bastante el tiempo para estar a solas. Como si no bastara, todos los miércoles ella tenía el hábito de reunirse con un
grupo de amigas para jugar cartas. El zapatero tomó un sorbo de vino y comentó: “Por lo que me parece el hijo y las
amigas ya hacían parte de la vida de ella cuando la conociste”. El amigo lo confirmó. Lorenzo se encogió de hombros y
dijo: “Ser una buena madre y cultivar amistades son acciones nobles. No veo motivo para reclamar”, hizo una
pequeña pausa y quiso saber: “¿Los celos te atormentan?”. René negó de manera vehemente.
Volvió a preguntar: “¿Eres egoista en tus relaciones?”. El amigo aclaró que tan sólo quería más tiempo con la novia. El
artesano arrugó la frente, como hacía cada vez que el interlocutor parecía confundir los propios sentimientos; nada
dijo sobre esto y mantuvo el raciocinio: “Cuando te enamoraste, bueno o malo, ella ya era así. No obstante, deseaste
modelar sus hábitos para que se adecuaran a tu ideal de convivencia”. El hombre argumentó que una persona
comprometida con otra tiene que aceptar los cambios inherentes a la relación; por esto discutían tanto, pero no
esperaba ser sorprendido con el desenlace del romance.
Lorenzo negó con la cabeza y dijo: “El deseo de cambiar a los otros es el más tonto de los engaños”, en seguida
comentó: “Cada cual tiene apenas poder sobre sí mismo y solamente posee derecho sobre sus propias elecciones”.
Cerró los ojos como si buscara las mejores palabras y adicionó: “Relaciones son como puentes, dificilmente se
derrumban sin que sus cimientos den signos de desgaste. Generalmente somos nosotros que, al negar la reforma
necesaria en nuestras estructuras, fingimos no ver las grietas. El puente de las relaciones puede ser firme o frágil,
dependiendo de los pilares que escojamos para sostenerlo”. René quiso saber cuáles eran los pilares que mejor
sostienen tal puente. El zapatero los reveló: “La paciencia y el respeto”.
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“Comúnmente cuando una relación, sea matrimonio o convivencia entre padres e hijos, una amistad o hasta las
relaciones de un grupo social comienzan a enfrentar muchos conflictos, debemos ser absolutamente sinceros para
que, a través de un análisis de autoconocimiento, verifiquemos si los ojos que han provocado tantos desacuerdos no
están distorsionados por los lentes del egoísmo y de los celos. En las relaciones afectivas, principalmente aquellas más
íntimas, estamos condicionados a imaginarnos de manera equivocada como parte principal de la vida del otro. Esto
nunca será verdad, al menos en una convivencia saludable. Cada cual es el eje central y más valioso de la propia
vida; es el protagonista del propio filme. Todas las demás personas son asistentes que agregan escenas
indispensables de afecto, alegría, auxilio o aprendizaje, sean aliados o villanos. Todos, sin excepción, tienen un
importante papel que desempeñar pero recuerda: tú eres el personaje más importante de tu historia. Se trata de tu
jornada evolutiva. Sin embargo, por los mismos motivos, acepta que siempre tendrás un papel secundario en la vida
del otro”.
René afirmó que una relación afectiva acaba imponiendo cambios de comportamiento. Lorenzo hizo un gesto con la
mano como si el amigo no entendiera. “Sí y no”, refutó. “Claro que una persona casada no puede tener una rutina de
soltera en muchos aspectos; sin embargo, hay que establecer límites. Tener una vida en común no significa anular ni
abandonar la esencia que mueve a aquel individuo según un modelo enlatado y anacrónico de convivencia”.
“Cada cual es único; en esto reside la belleza de todos. Al forzar a alguien para que se encaje en una fórmula de vida,
estamos actuamos como ladrones de alegría al substraer del otro lo que hay de mejor en él. Es muy asfixiante
convivir con alguien que vive de lamentos y quejas o, lo peor, desea controlarnos. Esto es dominio y acabará
ahogando el amor, que precisa de los vientos de la libertad para existir; por definición, filosofía y necesidad”.
“Es evidente que debes conversar para exponer tu punto de vista sobre una situación que consideres equivocada. No
obstante, habla con calma y claridad para que tus ideas sean comprendidas. Nadie entiende los argumentos de nadie
durante una discusión. Sin embargo, el otro puede acatar o no tus motivos; la razón no tiene dueño. Recuerda que
cada cual reacciona de acuerdo con su nivel de consciencia y tiene total libertad sobre las propias elecciones”.
“Cuando una situación nos incomoda significa que algo debe ser transformado. Siempre en nosotros mismos, nunca
en el otro. En caso de que un intercambio de ideas serenas revele una gran diferencia de percepciones con relación a
la vida y esto te entristezca, no insistas en modificar el comportamiento ajeno. Todos serán infelices y la relación
acabará desgastándose. Acepta que puede ser la hora de seguir solo el viaje o el momento de cambiar de perspectiva.
Paciencia y respeto por el otro significan paciencia y respeto por sí mismo”.
“La paciencia es una poderosa virtud sin la cual nunca disfrutaremos de la claridad de la sabiduría ni de la dulzura del
amor. La paciencia nos hace aliados del tiempo y nos ayuda a entender la diferencia entre deseo y necesidad. La
paciencia es herramienta de la quietud que nos lleva al encuentro más importante de la vida, aquel que cada cual
debe tener consigo mismo; al entenderte, entenderás al mundo. En fin, el amor sin paciencia nunca será amor. La
paciencia nos enseña que el amor no precisa ser perfecto y difícilmente lo será. El amor es una obra inacabada en el
corazón de cada ser, trabajada todos los días, incansablemente, hasta el fin de los tiempos. Abandonar el amor por no
aceptar lo imperfecto es no entender el amor”.
“A su vez, el respeto está ligado a otras virtudes como la sinceridad y la libertad. Ninguna relación se sostiene basada
en fraudes, subterfugios y mentiras. La más común es también la más dolorosa de las mentiras: aquellas que nos
contamos a nosotros mismos. El respeto habla sobre ser auténtico, vivir según las propias verdades aunque todos no
estén de acuerdo. Recuerda que el hecho de discrepar no te concede el derecho de atormentar al otro por causa de
las opiniones disonantes. Las diferencias son la fuerza motriz del avance de la civilización. Es decir, las diferencias
cuando son bien aprovechadas traen crecimiento al ofrecer otra visión y nuevas posibilidades. El respeto aborda la
belleza y el poder de nuestras elecciones, pues son las únicas herramientas disponibles para el ejercicio de liberación
del ser. No hay otra. En contrapartida, es necesario absoluto respeto en relación a las decisiones ajenas, pues todos
están en jornada evolutiva hacia el mismo destino”.
“Paciencia se refiere a los motivos para permanecer; respeto se relaciona con la libertad de partir. Es un derecho la
elección de partir si la relación ya no genera más flores y frutos; o de quedarse, si apesar de las inevitables
imperfecciones aún es posible compartir lo que mejor que tenemos en constante ofrenda de aprendizaje, alegría y
afecto”.
“Partir, por motivos obvios, puede significar la necesaria renovación. Permanecer, dependiendo de la situación,
también. La búsqueda por un nuevo punto de equilibrio es una virtud muy apreciada, la adaptabilidad. A diferencia del
conformismo, trae en sí una revolución de conceptos que agrega valores al permitir ver al otro más allá de sí mismo.
Esta es la lección de la ‘otra cara’ en la práctica. Esto te hace diferente y mejor”.
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Con los ojos llorosos, René dijo que la separación le causaba mucho dolor. El zapatero levantó las cejas y finalizó:
“Los conflictos son inevitables en las relaciones; la tristeza, no. Que el sufrimiento por terminar la relación sea
transformado en la alegría del aprendizaje. Por mayor que sea la pasión que exista y el deseo sincero en construir una
vida en común, ninguna relación se sostiene sin los pilares de la paciencia y del respeto. Paciencia para entender lo
que pasa en el corazón y en la mente del otro, pues sin esa virtud las diferencias dejan de ser lecciones para
convertirse en sombras. Respeto por la libertad ante las elecciones, tanto tuyas como ajenas, en la construcción de la
enorme belleza de ser único, tanto para ti como para el otro. Esta ligereza es indispensable para volar mucho más allá
de los valles sombríos de la existencia”.

La semilla
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Caminaba por las montañas de Arizona junto a Canción Estrellada, el chamán que tenía el don de usar la música para
perpetuar la sabiduría de su pueblo, cuando paramos en una pequeña planicie con una vista encantadora. Él extendió
su manto de colores en el suelo, encendió la inconfundible pipa con hornillo de piedra roja y me pidió que preparara la
hoguera. Después entonó con su tambor de dos faces una sentida canción ancestral en la cual pedía protección para
nunca abandonar ‘el lado asoleado del sendero’. Permanecimos un tiempo sin pronunciar palabra, el cual no puedo
precisar, como viajantes en el mundo de las ideas hasta que el chamán quebró el silencio: “Hay muchos elementos en
la naturaleza que considero sagrados por el simbolismo que representan. El nacimiento del sol por la importancia de la
luz en nuestras vidas; el vuelo del águila porque me enseña a ver todas las cosas desde lo alto; las estrellas para
recordar que existen otros mundos además de este; el cambio de estaciones por la lección de la renovación de los
ciclos; la mariposa por hacerme ver que la oruga puede tener alas; el río para no olvidar que todas las aguas un día
llegan al mar. No obstante, nada me encanta tanto como la semilla”. Dio una bocanada y prosiguió: “En fin, hay
lecciones por todas partes. Lo sagrado se mezcla con lo mundano a la espera de ser revelado”. Cuando iba a
interrumpirlo para preguntarle sobre la semilla, la conversación cambió de curso. Él dijo: “Así como la magia aguarda
el momento del hechicero”.
Comenté que tenía cierta dificultad para entender lo que era esa magia tan celebrada por magos y chamanes. Revelé
que en la cultura dentro de la cual me crié tal poder era tenido, por la mayoría, como leyenda oriunda de antiguas
creencias o historias de ficción. También confesé que, como todos, siempre deseé poseer tal poder. Canción Estrellada
cerró los ojos, como hacía cuando sabía que la conversación sería larga y explicó con su voz ronca: “Ese poder está al
alcance de cualquiera, somos todos hijos del Creador, sin ninguna distinción o privilegio. El poder es de todos, basta
aprender a usarlo”. Hizo una pausa y dijo: “La magia es un estado alterado de la realidad. Presta atención a
situaciones, personas o lugares que nos dejan irritados, agresivos o tristes; otras nos dan la sensación de calma,
ligereza y alegría. ¿No es así?”. Meneé la cabeza concordando. Él continuó: “Ese es un tipo muy usual de magia. La
palabra, por ejemplo, puede diseminar discordia o sembrar paz. Esto nos vuelve hechiceros por el poder de modificar
el ambiente. Entonces cuando ese cambio nos ilumina y acoge se hace sagrado. Definir el sentimiento que nos mueve
influye en la palabra y determina la magia, sutil o densa, acelerada o lenta, que nos envolverá”. Hizo una pausa y
continuó: “Por lo tanto, presta mucha atención cada vez que abras la boca: tus palabras contienen el poder de la
transformación y, por consecuencia, definen qué tipo de hechicero eres”.
“Todo en el universo es fusión y expansión”, dijo. Al percibir una gran interrogación en mi expresión Canción
Estrellada se adelantó y explicó: “Todo lo que sucede en el universo se repite en nosotros. Como todos somos uno, las
leyes que rigen las estrellas también se aplican a ti y a mi”. Dije que no estaba entendiendo y él aclaró con paciencia:
“Por ejemplo, las estrellas magnetizan las energías que las rondan, ganan fuerza y, en agradecimiento, retribuyen en
brillo de diversas potencias. A su vez, de las energías que nos envuelven atraemos aquellas con las que tenemos
afinidad, las metabolizamos y, en seguida, dependiendo del nivel de consciencia y capacidad amorosa, las
compartimos como luz o sombras”.
¿En sombras? Me pareció extraño. El chamán fue categórico: “Cada cual ofrece lo que puede”. Lo interrumpí para
saber como sería capaz de determinar las energías que me imantan y reflejar tan sólo luz. Canción Estrellada arqueó
los labios, sonrió sutilmente y dijo: “A través de tus elecciones, sólo ellas tienen tal poder. Hay estrellas que
consiguen iluminar y dar vida a toda una galaxia. Otras son agujeros negros que absorben todo a su alrededor”.
El chamán dio una bocanada de la pipa y dijo: “No puedes olvidar que la luz, en resumen, es la cohesión de muchas
virtudes que no existen aisladamente. Por ejemplo, la sabiduría necesita de amor para que esté al servicio del bien; el
amor necesita de la sabiduría para expandirse en toda su amplitud, con inteligencia y justicia. El coraje se hace
indispensable para superar la inercia y las dificultades para que el amor-sabiduría no sea apenas contemplativo.
Finalmente, el bien debe ser experimentado hasta que se funda en el alma. Al iluminarte a tí mismo cumples la
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función de traer luz al mundo mediante tus elecciones”. Me miró profundamente a los ojos y dijo: “Los mejores
hechiceros son aquellos que concentran su magia en transformarse a sí mismos”. Comenté que me parecía egoísta.
Canción Estrellada sacudió la cabeza y dijo: “No, al contrario, ellos saben que sólo a través del perfeccionamiento de
la propia forma de ser, podrán iluminar los pasos de toda la gente. Estos verdaderos magos, poco a poco, con gestos
humildes, alteran toda la realidad a su alrededor en ondas que se propagan hasta los confines del universo”.
“Todo hechicero entiende la importancia del ceremonial mágico, que es en realidad todo y cualquier ritual de
transformación del ser. Muchos se pierden en la fantasía de las ceremonias secretas en noches de luna llena,
alrededor de grandes hogueras en la invocación de espíritus poderosos. Sí, estos rituales existen y tienen su valor. No
obstante e igualmente poderosos son los pequeños y casi imperceptibles ceremoniales cotidianos donde, a menudo,
desperdiciamos la oportunidad para sembrar la mejor magia: un abrazo apretado a la hora de la agonía, una sonrisa
sincera para borrar la incertidumbre, una gentileza fácil en los momentos difíciles, una delicadeza en los momentos
conflictivos, una palabra de esperanza ante el dolor, el perdón verdadero, el apaciguar una pelea, una decisión por
amor. En fin, todo aquello que sea capaz de mantener en sí la llama fuerte de la luz y, si es posible, alterar el ánimo
de otra persona. Esto servirá de palanca para que ambos puedan expandir la mente y fortalecer el corazón. Entonces,
ocurre la transformación personal. No te engañes, eso es magia pura”. Hizo una pausa y concluyó: “Son algunos
ejemplos sencillos que sólo los mejores hechiceros aprovechan para modificar la realidad”.
El silencio volvió a imperar. Permanecí un tiempo que no puedo precisar pensando en la simplicidad del poder y de la
magia al alcance de cualquiera, mientras muchos, en la búsqueda por el entendimiento alquímico de la vida, aquel
que transforma el plomo de la sombra en el oro de la luz, se pierden por no desvendar las brumas de la ilusión. En
ese momento recordé que Canción Estrellada había dicho al inicio de aquella conversación que para él nada era más
emblemático que la semilla. Cuestionado, el chamán agarró del suelo una pequeña semilla proveniente de un enorme
roble que, impávido a nuestro lado, parecía bendecir la lección. El chamán explicó: “Repara en el minúsculo tamaño
de esta semilla comparado con la grandeza del arbol y observa cómo los formatos se modifican durante el proceso de
transformación. Imagina la semilla de una manzana y recuerda las formas, los colores y el sabor de la fruta; haz lo
mismo con el perfume y la belleza de las flores. ¿Alcanzas a entender el poder de la luz que hay en ti?”. Apuntó hacia
el tronco del antiguo roble, el cual parecía una columna, después mostró la frágil semilla y dijo: “El árbol más alto, la
fruta más dulce o la más bella flor no son más que una minúscula semilla que se permitió las debidas
transformaciones. Así sucede con la luz que nos habita. Como hijos del Creador, traemos Su semilla en lo íntimo de
nuestro ser. En esencia, somos luz. Una semilla de luz nunca se pierde. Ella puede demorar milenios en germinar pero
su verdadero destino será, inexorablemente, el del árbol que refresca en los días de calor, la flor que adorna y
perfuma la vida, la fruta que alimenta a la humanidad”.
Canción Estrellada fumó de la pipa y observó el humo danzar ante nuestros ojos. Arqueó los labios en una leve
sonrisa y finalizó: “La luz que se manifiesta en ti a través de las infinitas transformaciones define el tamaño de tus
alas, la altura de tu vuelo y la distancia de tu viaje. Es el único equipaje que podrás llevar en tu mochila sagrada, el
corazón. Permitir que la semilla de luz cumpla todo el ciclo de árbol, flor, fruto y de nuevo semilla, es la magia más
importante que le cabe a todo y cualquier hechicero”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La mayor de las mentiras
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Lorenzo, el zapatero que remendaba el cuero como oficio y las ideas como arte, caminaba a mi lado por las estrechas
calles empedradas del elegante poblado ubicado en la falda de la montaña que abriga al monasterio. Buscábamos un
restaurante para almozar. Escogimos uno tranquilo para poder prosear a gusto. Tan pronto entramos Lorenzo se
encontró con una vieja amiga, una artista plástica que se hizo muy famosa debido a sus cuadros. Viajaba por todo el
mundo gracias a invitaciones a exposiciones, pero cada vez que le era posible regresaba a la pequeña ciudad a fin de
reencontrar sus raíces, como manera de mantener la esencia que la movía. ‘El conocimiento sobre mi aldea es el que
me concede el poder ante el mundo’, repitió la famosa frase cuando el zapatero le preguntó qué hacía allí en vez de
estar en Nueva York, Londres o París. Inmediatamente ella nos invitó a acompañarla en su mesa. Yo la conocía por
fotos de revistas, mas me impresionó su elegancia y, principalmente, su magnetismo aunque no parecía esforzarse
por una cosa ni por otra. Debía tener la edad de Lorenzo. Llevaba el cabello blanco y corto como el del zapatero.
Había decidido no volver a usar tintura; el maquillaje era mínimo. Alegó que daba mucho trabajo y además ya tenía
suficiente tinta en su vida. Reímos. Me quedé pensando si la elegancia no residía en su sofisticada simplicidad. Al
preguntarle sobre las novedades, dijo que debía ir a Madrid dentro de algunos días pues uno de sus cuadros había
sido escogido para componer una muestra en el Museo del Prado sobre ‘sentimientos ocultos’. Sacó de la cartera una
foto del cuadro para mostrárnoslo. Era una pintura bellísima, de enormes dimensiones, de aquellos que ocupan una
enorme pared, en el cual retrataba a una mujer joven y solitaria en el salón de una fiesta. Ella dijo que bautizó el
trabajo como “La Mayor de las Mentiras”. Quise saber la razón del título. La artista me respondió que después que
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terminó al obra percibió la tristeza en la sonrisa de la mujer retratada. Confesó que se sintió incómoda con la pintura
sin embargo resaltó que no sabía, ni intentaba entender, la razón de aquella interpretación pues pintaba con el
inconsciente.
El almuerzo fue muy agradable, la conversación versó entre arte y viajes. Ya en el postre ella comenzó a hablar del ex
marido: lo que andaba haciendo, sobre su trabajo, a donde había ido de vacaciones, con quien estaba saliendo.
Finalmente, se lamentó por la pésima relación con la hija que ambos tenían en común, de cómo él era distante y, lo
peor, de cómo discutían cada vez que se veían. Adicionó que siempre había sido así. Parecía que todo lo que
habíamos hablado antes fuera tan sólo el preludio sobre la vida de aquel hombre. La artista me pareció extrañamente
animada al hablar del antiguo cónyuge. Claramente él era su asunto principal aunque se hubieran separado hacía casi
treinta años. Le pregunté si todavía lo amaba. Inmediatamente respondió que no. Dije, inadvertidamente, que estaba
sorprendido al percibir como ella estaba al tanto de la vida del ex marido. En ese momento el tono de la conversación
cambió y su voz se tornó un tanto afligida. Alegó que hablaba de él porque se preocupaba por la hija. Al final, él era
su padre y constituía la otra parte de la familia de ella. Lorenzo, que casi no se había manifestado durante el
almuerzo, reposó la copa de vino sobre la mesa y subrayó: “El padre hace parte de la familia de tu hija, no de la
tuya”. La amiga abrió los ojos asustada y sostuvo que todo lo relacionado con su hija tenía que ver con ella. Había
sido ella quien la había educado, llevado al médico, a la escuela, secado sus lágrimas, permanecido despierta durante
las noches febriles, en fin, la amaba y cuidaba desde la cuna y le deseaba lo mejor; por lo tanto, consideraba normal
su interés en la vida del ex marido y se esforzaba para que tuvieran, padre e hija, una buena relación. El zapatero
ponderó con calma: “Claro que siempre debes facilitar esa convivencia, sin embargo, debes entender que todo ese
interés en la vida de él, de hecho, esconde algo. Tu hija ya tiene casi treinta años, es una mujer madura y está en
condiciones de construir por sí misma una relación paterna entre encuentros y desencuentros”. Señaló con el mentón
la foto del cuadro que aún estaba sobre la mesa y concluyó: “La mayor de las mentiras es la que nos contamos a
nosotros mismos. ¿Te das cuenta que ese es el recado que tu inconsciente manda a tu consciente?”.
La artista dijo que no entendía a dónde Lorenzo quería llegar. Él explicó: “Así como la mujer retratada en el cuadro, te
sientes abandonada en un gran baile: El baile de la vida. Percibo en tu rostro la exuberancia de una persona
maravillosa que alcanzó el merecido éxito profesional. Tienes el reconocimiento del mundo por tu talento y trabajo.
Parece que no te falta nada. No obstante, no veo en tus ojos la paz necesaria, veo una alegría superficial en tu
expresión. Te falta todo”.
Ella dijo que era un error muy común confundir al autor con su obra, sin embargo las cosas no eran tan sencillas. El
divorcio ocurrió cuando la hija aún era muy pequeña y, desde entonces, se esforzaba al máximo para que padre e hija
fueran amigos. A pesar de ello, cada vez que se encontraban acababan peleando y la hija se ponía muy triste. Le
pregunté por qué peleaban tanto. La mujer respondió que la hija vivía muy resentida por el hecho del padre haber
estado distante desde que salió de casa. Extrañaba la figura masculina en su vida y le cobraba esto cada vez que lo
veía. El zapatero pasó la mano por su blanca cabellera, como lo hacía cuando sabía que entraría en un terreno
minado, y le preguntó: “¿Quién en realidad siente la ausencia, tú o ella? Tu hija creció con el padre lejos de casa, era
normal que estuviera adaptada a la situación. Recuerdo que en aquella época sufriste mucho con la separación, no te
conformabas. No recuerdo que hayas salido con alguien después”. La amiga dijo que sus relaciones siempre habían
sido esporádicas y superficiales, pues era muy difícil recomenzar la vida afectiva con una hija a cuestas.
Lorenzo meneó la cabeza y dijo: “Eso no es totalmente cierto. Existen innumerables ejemplos de mujeres que
superaron bien esa fase y consiguieron construir relaciones amorosas aún más maduras y saludables que la anterior”,
hizo una pausa y comentó: “Muchas veces lo que callamos dice más que aquello que hablamos”. La amiga dijo que
volvía a no entender. El artesano fue didáctico: “Aunque hayan pasado casi tres décadas, no te conformas con la
separación”. Molesta, ella repitió que no lo amaba más. Lorenzo concordó: “También creo que no. Lo que estamos
hablando no tiene nada que ver con amor. Es un caso clásico de orgullo y vanidad. Tú no has admitido hasta hoy el
hecho de que él no te desea más, de no amarte más, de haberse ido, de haber destruido aquello que se creyó un
sueño. Inconforme con lo que interpretas erróneamente como pérdida o fracaso, necesitas que él vuelva para
recomponer el ego destrozado. Cuando percibiste que no conseguirías por ti misma que él reconsiderase su decisión,
inconscientemente le transmitiste a tu hija tal responsabilidad, creando en ella la ausencia de un padre que siempre
estuvo presente en la medida de sus posibilidades y no según los deseos de la esposa abandonada. La hija, sin
percibirlo, pasó a ser la mensajera de las frustraciones de la madre. Por esto ellos pelean tanto”.
Una lágrima rebelde escapó por el bello rostro de la artista. El zapatero dijo de forma cariñosa: “Para recuperar la
alegría que olvidaste en una esquina cualquiera de la vida es preciso curar la herida todavía abierta. La verdad es el
remedio. La mentira que nos contamos a nosotros mismos es una de las sombras más crueles que nos manipulan e
impiden la plenitud. Aceptar que relaciones son eternas sólo mientras exista afinidad entre consciencias y corazones
es lidiar con la vida de manera sabia. Cada vez que intentamos controlar a alguien acabamos condenándonos a vivir
en la celda de la voluntad absurda del dominio sobre el otro”. Bebió un sorbo de vino y prosiguió: “Mientras la pareja
aprecie la misma música danzarán juntos en el mismo baile. En la desarmonía es hora de despedirse, desear buena
106
suerte y partir para recomenzar. No hay vergüenza en eso. Por el contrario, es un acto de amor por sí, por el otro y
por la vida. Es el final de un ciclo e, inevitablemente, será el inicio de otro. Esta es una de las leyes que componen el
código no escrito que rige todo en el universo. Insistir en algo que no se sostiene más es un caso típico de
estancamiento. Es insistir en alimentar el ego en las sombras de la mentira y del deseo insensato por controlar la
voluntad ajena. Es negar el amor usando equivocadamente el amor como disculpa; es rehusarse a evolucionar por
apego a un pasado que no existe más. Esto trae agonía y tristeza; ahuyenta la paz y la felicidad. Al sobrestimar las
necesidades de tu hija o, peor, al crear situaciones innecesarias para ella, tejiste la mentira de cómo la presencia de
tu ex marido es importante en la intensidad de tu deseo, no de las necesidades de ella. Claro que la convivencia entre
padre e hija es fundamental, pero al ritmo de ellos, no al tuyo. Solamente al aceptar que una historia terminó nos
permitimos recomenzar otra”. Hizo una pausa y concluyó: “El amor en su esencia nos enseña que no necesitamos
emocionalmente de nadie, pues todo de lo que carecemos está adormecido dentro de cada uno de nosotros a la
espera de ser despertado para que, solamente entonces, lo compartamos con otro y con el mundo”.
Permanecimos un tiempo que no sé precisar sin decir palabra. La artista vació su copa de vino, dijo que tenía un
compromiso, agradeció por el almuerzo y salió. Resolvimos pedir café y le pregunté a Lorenzo si habrían cambios en
su amiga después de aquella conversación. El zapatero se encogió de hombros y dijo con naturalidad: “Ninguno, al
menos por ahora. Algunas mentiras, al ser tan antiguas, crean raíces profundas en el ego y son difíciles de revelarse.
Iluminar viejas sombras es siempre más difícil, pues acaban haciéndonos creer que son indispensables. La mayor de
las mentiras es aquella que te cuentas a tí mismo. El ego, en la ilusión de protegerse, construye una falsa justificación
para atribuirle a los otros la responsabilidad ante la frustración que tanto le incomoda. El alma entristece. La
frustración puede ser un freno o un trampolín para la evolución. Depende apenas de los ojos con que se vea, de las
elecciones que se hagan. Nadie necesita el permiso de nadie para ser feliz. Nadie necesita de nada que esté fuera de
sí mismo para ser pleno. Mientras creas que dependes de alguien para seguir adelante, estarás aprisionado en una
terrible mazmorra sin rejas en la cual el ego, disfrazado de guerrero, es en verdad el cruel carcelero del alma, el
guardián del portal que te impide iniciar el Camino. La verdad es la llave hacia la libertad”.

El sentido de la victoria, a través de otra vertiente
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Acompañaba al carpintero que cambiaba las bisagras del portón del monasterio cuando fui sorprendido por la llegada
de un sobrino del Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden. El joven, con alrededor
de treinta años de edad, tenía la expresión trastornada. Había ido en busca del tío para que a través de sus palabras
pudiera explicarle la tempestad que asotaba su matrimonio. Al encaminar al muchacho, encontramos al Viejo en la
biblioteca del monasterio leyendo Las Parábolas de Rumi. Aunque era un lugar de absoluto silencio, como estábamos
a solas, el monje decidió que allí mismo conversaría con su sobrino, al menos hasta que llegara alguien más. Hice
mención de retirarme, pero el monje pidió que me quedara. Sin demora, el rapaz desató toda su incomprensión y
dolor sobre lo que estaba sucediendo. Explicó que el inicio del matrimonio había sido muy complicado y que después
de muchas peleas pudo convencer a su esposa de la necesidad de cambiar su comportamiento con relación a diversos
aspectos de su vida social y profesional. Era necesario entender que era una mujer casada. Acrecentó que había sido
una victoria, después de muchas discusiones, el cambio de actitud de la esposa. No obstante, al poco tiempo ella
empezó a ponerse triste sin motivo aparente. Deprimida, buscó la ayuda de una conocida psicoanalista. El tratamiento
hizo efecto pues, poco a poco, recuperó su sonrisa alegre y encantadora. Sin embargo, algunos días atrás ella le había
comunicado que deseaba el divorcio. El joven no entendía la falta de reconocimiento de la esposa, pues él había
atravesado a su lado el periodo más sombrío del romance y cuando todo parecía estar resuelto, ella había decidido
partir. No, no aceptaba ni entendía la separación. Incluso así, la mujer se fue llevando consigo apenas lo que cabía en
una maleta.
El Viejo meneó la cabeza y dijo: “En su lugar habría hecho la misma cosa”. El sobrino se irritó. Exaltado, argumentó
que era imposible que el tío no percibiera el grado de ingratitud que representaba la actitud de la esposa, pues él
siempre le había dado lo mejor de sí y ahora que todo parecía estar bien, había resuelto abandonarlo. El monje
levantó las cejas como si discrepara de los fundamentos del muchacho y explicó con voz serena: “Ofrecer lo mejor de
ti no significa imponer tus verdades al otro. Lo que al principio se creyó como un regalo terminó siendo desagradable
y opresivo. Es necesario entender las sutilezas de la verdad. La verdad se altera de acuerdo con la expansión del nivel
de consciencia individual y, por esto, siempre debe ser ofrecida de manera clara y suave, jamás impuesta. Ni la mayor
de todas las Verdades puede ser entendida por todos. Cabe a cada cual lanzar la semilla al suelo con cariño y
paciencia. En el momento oportuno, si es buena, germinará. La buena semilla no se pierde, son flores que no
plantamos para nosotros, sino en retribución a la vida, en el maravilloso jardín de la humanidad”.
El sobrino insistió en que apenas había adecuado el comportamiento de ella a su nueva realidad de mujer casada;
agregó que no podía ser el mismo al de soltera. Quiso saber si el tío le daba la razón. El Viejo respondió: “No importa
si tus reivindicaciones eran pertinentes. Lo que sé es que no supiste convivir con las diferencias cuando la obligaste a
asumir tus conceptos y patrones de comportamiento. Correcto o incorrecto, acabaste actuando como el tirano
personal de ella”.
107
La irritación del joven aumentó de tono. Estaba indignado porque el tío no entendía que el cambio de la esposa era
fundamental para el éxito de la relación afectiva. En caso contrario, insistió, el matrimonio acabaría. El Viejo se
encogió de hombros y dijo: “y terminó. Lo peor es que no pudiste ser feliz, ni siquiera durante su existencia. Al inicio
las discusiones, después la depresión de ella y, finalmente cuando ella se recuperó, el propio fin del matrimonio. Todo
lo que podría haber sido, nunca fue”.
El sobrino volvió a tocar en la cuestión de la ingratitud de la mujer. El Viejo no había abandonaba la paciencia: “La
separación representa para ella, en este momento, la necesidad de liberación inherente a cualquier persona. Al
imponer tus verdades, correctas o no, tu la dominaste. Obligarla a la obediencia no significa necesariamente que ella
vea la vida a través de tus lentes. Ella cedió para terminar las peleas. Sin embargo, al hacer esto renunció a la parte
importante del propio ser. La tristeza fue inevitable”. Hizo una pausa y prosiguió: “Este es el error que cometemos
cada vez que intentamos convencer a los otros sobre nuestras verdades: podemos acabar haciendo el mal y no el bien
que sinceramente pretendemos. La libertad es uno de los pilares para la felicidad. Al aprisionar a tu esposa en la
cárcel de tu visión, la envolviste en una esfera de melancolía. Dejó de ser ella para representar un personaje hecho a
tu agrado. Así, pasó a percibirte no como el hombre a ser amado, sino como un carcelero del cual necesitaba
liberarse. La separación pasó a representar el fin de un ciclo de dominación, opresión y vigilancia”.
El joven argumentó que podía haber sido de otra manera. Tal vez una conversación resolvería la cuestión sin
necesidad de haber llegado a una medida tan extrema. El Viejo respondió: “Sí, tal vez ella lo intentó y fuiste inflexible
en tu posición al no percibir la oportunidad. Sí, siempre es posible y aconsejable el diálogo para limar las asperezas.
Sin embargo, para que la palabra alcance toda su fuerza es necesario que sepamos no sólo hablar con serenidad, es
preciso aprender a oír con paciencia y tolerancia. Todos tienen sus verdades. El amor exige esto para que pueda
florecer”.
El sobrino volvió a insistir en la tecla de la ingratitud de la esposa. El tío lo corrigió: “Ahora no vale la pena asumir el
papel de víctima. Esta fantasía no te cabe y apenas va a atrasar todo el entendimiento que necesitas para volver a ser
feliz. Entiende que el amor es una jornada de liberación, nunca un juego de dominación, donde debe prevalecer la
victoria de la voluntad del uno sobre el otro. A menudo confundimos el orden con la paz. En cuanto la dominación trae
orden, siempre relativa a la apariencia, la liberación representa la paz, fundamental para la esencia del ser”.
El muchacho meneó la cabeza y dijo que el tío no podía entender lo sucedido tal vez por el hecho de estar viudo hace
muchos años. El Viejo sonrió y refutó con dulzura: “El amor es muy antiguo y rige al mundo desde tiempos
inmemorables. Sufrimos por no entenderlo en toda su amplitud. Sufrimos al temer todo aquello que no podemos
controlar, por intentar aprisionar lo que sólo existe si es libre”. El sobrino agregó que creía que la esposa era la ‘mujer
de su vida’, que ella estaba pasando por un momento de trastorno y que pronto todo volvería a la normalidad. El
monje se encogió de hombros y dijo: “Te ilusionas al creer que lo normal es mantener al otro limitado a tus deseos.
Lo normal es ser feliz. Cuando sufrimos significa que algo debe ser transformado. No en el otro o en el mundo, sino
dentro de nosotros. Fue esto lo que tu esposa hizo. Mientras ella fue ‘la mujer de tu vida’, sufrió. Hasta que se
encontró consigo misma, con la pura esencia que existe en cada uno de nosotros, y entendió que podía ser diferente y
mejor; entonces, percibió la necesidad de partir. Sí, ella precisaba partir por el simple hecho de que perdiste el
compás de sus pasos. El ritmo se volvió otro, se hizo imposible danzar juntos. No obstante, esto no debe ser encarado
como derrota, sino como lección de superación. Así evolucionamos”. Hizo una pausa antes de concluir: “Presta
atención y percibe que tu tampoco fuiste feliz durante la existencia de ese matrimonio”. Aunque molesto, el sobrino
agradeció. Lamentó que aquella conversación no lo hubiese ayudado, se volvió sobre sus talones y partió.
Quise saber cómo estaría el joven. El Viejo cerró los ojos y dijo con sincero pesar: “Él pasará por un periodo de
indignación y rebeldía, creyendo que la vida es injusta, que la humanidad no sirve y sintiéndose un pobre infeliz. Será
una fase difícil y triste hasta que se canse de sufrir y entienda que al universo no le importa quien adora el cómodo
discurso de la víctima. Entonces entenderá que para modificar el Camino es necesario cambiar la manera de caminar.
De esa forma las derrotas acaban siendo valiosas operarias de la victoria. Así como el estiércol hediondo ayuda a
germinar la más bella de las flores, el mal acaba por convertirse en un precioso abono para la semilla del bien, que
aguarda para transformarse en todos sus potenciales de raíz, tallo, hoja, flor y fruto; después nuevamente semilla”.
Hizo una pausa y concluyó: “Aprender, transmutar, compartir y seguir. Esta es la cartilla”.
Permanecimos sin pronunciar palabra hasta que irrumpí el silencio. Pregunté por qué las relaciones, sean afectivas,
sociales o profesionales, suelen ser conflictivas. El Viejo respondió: “Actuamos en el microcosmos según como vemos
el macrocosmos”. Le dije que no había entendido. El monje fue didáctico: “Si ves el mundo como un teatro de guerra,
el otro es el enemigo a ser combatido; si ves el mundo como un juego de poder, el otro será el adversario a ser
subyugado para que se adecúe a tus intereses, deseos y verdades”. Me miró a los ojos y dijo: “Los cementerios son
los verdaderos monumentos de las guerras; un rastro de dolor y resentimiento es la consecuencia generada por los
derrotados en modernos batallones unas veces ansiosos, otras deprimidos. Mientras tu oponente sea el otro habrá
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intolerancia y sufrimiento. No existe la victoria sobre el otro. Esto es una ilusión. Cuando hay adversario existe tan
sólo dominación. Habrá orden, nunca paz; existirá aplauso y exaltación, nunca alegría y equilibrio”.
“No obstante, cuando pasemos a ver al mundo como una enorme plaza todavía en construcción, un lugar para
encuentros, aprendizajes y comunión, traeremos esa visión a las relaciones personales. Entenderemos que el
adversario a ser combatido está dentro de cada uno de nosotros y no fuera. El otro, aunque se oponga ante nuestros
pasos, no debe ser encarado como un problema, sino como una oportunidad de aprendizaje y fortalecimento; palanca
para la evolución. La única victoria que trae armonía, libertad y plenitud es la victoria sobre sí mismo: la superación
de las propias debilidades y dificultades. El mayor de los enemigos no está en las calles sino escondido en nuestras
entrañas, manipulando las mejores elecciones, podando nuestras alas al negar el vuelo, impidiéndonos hacer diferente
y mejor. La iluminación y transmutación de las sombras en sí mismo es la verdadera liberación. Tan sólo esto te hace
mejor, te vuelve pleno, construye la paz. Nada más. Solamente contribuiremos en la edificación de esta civilización
inacabada a medida que haya evolución individual. Esta es la única transformación posible. No hay otra. Para ello es
indispensable librar la importante batalla en lo más íntimo del proprio ser para saber quiénes somos y qué
metamorfosis precisamos operar en nuestro interior. Esta es la verdadera victoria o continuaremos como orugas que
gritan que las mariposas no existen, que son absurdas creaciones de los poetas y de los locos”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La revelación
1 COMENTARIO
Mi primera fase como discípulo en la Orden estuvo representada por muchas preguntas relacionadas con los misterios
que envuelven la vida; algo que siempre consideré positivo, ya que me impulsaba a la reflexión y también me enseñó
mucho sobre paciencia y serenidad, pues las respuestas apenas son permitidas cuando estamos listos para
entenderlas. No que ellas sean negadas, sólo que no conseguimos verlas, como si un manto de invisibilidad las
envolvieran, hasta que nuestros ojos cambian. Yo había terminado de barrer el jardín y antes de seguir hacia la
biblioteca del monasterio pasé por el refectorio para buscar una taza de café. Libros y café son una combinación que
siempre he adorado. Encontré al Viejo, ante un pedazo de torta de avena, con la mirada distante. Pedí permiso para
interrumpir sus pensamientos y sentarme a su lado para conversar un poco. Él me autorizó con una dulce sonrisa. Le
dije que había leído un poema atribuido a un antiguo alquimista persa que relataba el diálogo entre un caravanero y
un grano de arena. Había una parte que me intrigaba mucho:
“Grano
de
Arena:
Yo
soy
el
desierto.
Caravanero: No, eres apenas parte del desierto. Sin ti, el desierto continuará siendo el desierto.
Grano de Arena: Engaño. Si falto el desierto estará incompleto y viajará en mi búsqueda.
Caravanero:
Devaneas
entre
la
soberbia
y
la
locura.
Grano de Arena: Entiendo tu juicio. Cada cual lo hace con los ojos que posee en el momento. Créelo, ver es un arte.
Caravanero:
¿Díme,
qué
no
percibo?
Grano
de
Arena:
La
fuente
de
la
que
bebo.
No
existe
el
todo
sin
la
parte.
Caravanero:
¿Así
de
simple?
Grano
de
Arena:
La
parte
contiene
el
todo
en
sí;
yo
traigo
el
desierto
en
mí.
Para
conocer
el
desierto
hay
que
desvendar
el
grano.
Este es el poder y la revelación”.
Al final, bajo la mirada atenta del monje, pregunté que revelación era esa a la que se refería el artista. El Viejo se
encogió de hombros y dijo: “Puedo explicar una ecuación matemática, nunca un poema. Al contrario de la exactitud
de la ciencia, el arte habla el lenguaje del apreciador: puede decir mucho o nada”. Me sentí contrariado. Le comenté
que no estaba ayudándome mucho. Hice mención de retirarme cuando fui detenido por su voz serena: “Hago lo mejor
que puedo, no lo dudes. No obstante, el Camino exige que cada cual ande con sus propias piernas. Esta es la razón de
su existir”. Discordé. Acrecenté que era mucho más sencillo si todas las ‘verdades’ y ‘revelaciones’ nos fuesen
entregadas, debidamente decodificadas, sin ningún misterio, como una tabla de multiplicar. Haría más fácil la vida de
todos. El Viejo sonrió y dijo: “La verdad está disponible a la vista de todos y emana en abundancia pero, ¿qué hacer
ante los ojos desatentos de quien se niega a ver? El misterio es apenas la verdad que todavía no conseguimos
entender”. Lo interrumpí para que me dijese qué me faltaba aprender para que los misterios se revelaran. El monje,
con su enorme paciencia, dijo: “Entender es tan sólo el paso inicial”. Le pedí que profundizará y fui atendido: “Existe
una gran diferencia entre conocimiento y sabiduría. El conocimiento es la verdad intelectualizada; la sabiduría es la
verdad sentida y vivida. Amo los libros y venero a los profesores, ellos son esenciales, pero no bastan. La información
para dejar de ser pan de vitrina y transformarse en alimento tiene que pasar de los ojos a la boca, o una vida entera
que podría ser nada será. Es la parte que cabe al alumno. Esto lo transforma en andariego”.
109
Le pedí que me mostrara la famosa ‘verdad’, pues tenía dificultad en encontrarla. El Viejo me miró a los ojos y dijo:
“Así como el grano de arena trae en sí todo el desierto, todo el universo habita en ti”. Insistí en que no estaba
ayudándome. Argumenté que yo estaba lleno de dudas y no sabía cómo saciarlas. El monje sonrió y dijo: “Cada cual
tiene todas las respuestas a sus preguntas. Basta amor y coraje para buscarlas. Eres parte del todo; el todo habita en
ti”. Meneé la cabeza en negación y dije que aquello era un chiste de mal gusto. El Viejo mordisqueó un pedazo de
torta y pidió que le serviera una taza de café. Después explicó: “Toda la filosofía de Sócrates se fundamenta en la
frase esculpida en el pórtico de piedras de la Isla de Delfos: ‘Conócete a ti mismo y conocerás la verdad’”.
“El sabio griego sostenía que a medida que profundizamos en el viaje del autoconocimiento, encontraremos todas las
imperfecciones del mundo que tanto nos incomodan, escondidas en rincones oscuros del propio ser. En la sala de
espejos veremos los inconfesables defectos ajenos sangrando en nuestra piel. Entenderemos que criticamos a los
otros apenas por ignorancia con relación a lo que somos. Solamente el entendimiento de sí permite el entendimiento
del otro, del mundo y de la vida. Los cambios que tanto deseamos en todo y en todos los que nos rodean tan sólo
serán efectuados a medida de las transformaciones personales que tengamos capacidad de ofrecer. Percibir las
propias imperfecciones permite no sólo realizar los cambios indispensables en el propio ser, sino que también concede
una visión amorosa con relación a las dificultades ajenas. Entender quiénes somos en realidad nos enseña la belleza
del perdón, el arte de la paciencia y, principalmente, la sabiduría del amor al fusionar todas las virtudes en
maravillosa explosión de luz”.
Levanté los hombros y argüí que yo podría simplemente negarme a buscar la verdad y la revelación de los misterios.
El monje repitió el mismo gesto y también se encogió de hombros para decir: “Claro que puedes. Somos
absolutamente libres para ejercitar nuestras elecciones. Esta es la infinita generosidad del universo. Sólo no olvides
que hay un código no escrito que regula la vida en todos los planos de existencia. La ley de acción y reacción es una
de ellas, para que capte la perfecta justicia y le permita a cada cual definir su propio destino con dolores y delicias,
méritos y responsabilidades. Por lo tanto, cuando algo no esté bien no te lamentes. Transfórmate”.
“Negar el viaje es insistir en el estancamiento. Todo lo que permanece parado tiende a pudrirse. Cuando hablamos del
alma nos referimos a la agonía oriunda de la falta de entendimiento del mundo que nos cerca, traducida en la
ignorancia de sí mismo. Coloreamos el mundo a medida que cambiamos nuestros ojos; las transformaciones
planetarias acompañan los pasos de las metamorfosis individuales. Cuando el sufrimiento trasciende al espíritu por la
demora en la cura, acaba revelándose en desajustes en el cuerpo físico y mental. Todo desequilibrio es un llamado del
Camino. Aceptar la invitación, una elección”.
“ ‘Conócete a ti mismo y conocerás la verdad’ es el principio filosófico de Sócrates que nos influencia hasta hoy. Como
si no bastara, cerca de mil años después, un gran maestro conocido con el nombre de Jesús, en las montañas de
Kurun Hattin, profirió el más profundo discurso del cual la humanidad ha tenido noticia. Entre muchas lecciones
valiosas, complementa el antiguo raciocinio: ‘Conoced la verdad y ella os hará libres’”.
Quise saber a cuál libertad se refería. El monje respondió de repente: “A las prisiones sin rejas, aquellas en las que no
nos percibimos cautivos, haciéndolas todavía más crueles por perennizar el sufrimiento que rasga y maltrata. El
veneno, aunque presente en los frutos, tiene su causa en la raíz. Es allí donde debe ser derramado el antídoto. Por
ello, la necesidad de profundizar en lo más íntimo del ser para curar, en la esencia, la herida que sangra. Esto es
libertador, pues no sólo sana sino que despierta la consciencia y expande la capacidad amorosa; permite que florezca
lo mejor que nos habita; modifica la visión para que la vida se ofrezca con colores alegres y, hasta entonces,
desconocidos”.
“La verdad es tu mejor parte; abrazarla, tu mayor arte. Es el lado oculto del ser, que aguarda ese encuentro para
revelarse”. “El encuentro consigo mismo es la reconciliación con la faz olvidada, la parte para estar despierto y
reconciliarse con todo. Es el poder del universo en tus manos”. Hizo una pequeña pausa antes de preguntar: “¿Puedes
dimensionar tal fuerza?”.
Permanecimos un tiempo sin decir palabra. Yo necesitaba acoplar las ideas. Todavía un poco desconcertado le
comenté que, según había entendido, liberarse de todo sufrimiento era una decisión íntima al alcance de todos. El
Viejo sacudió la cabeza en aprobación, me ofreció una bella sonrisa y dijo: “¿Percibes el infinito amor que nos
envuelve? ¿La perfecta justicia? ¿La dimensión de la libertad? El universo le ofrece a cada uno de nosotros todo su
poder; al final, si somos el grano, somos el desierto. Su fuerza habita en nosotros. Basta oír el ritmo de sus tambores
para vibrar en la misma sintonía. ¡Aprende a usarla!”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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
La verdad no duele
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Caminábamos por las calles estrechas y sinuosas del elegante poblado localizado en la falda de la montaña que acoge
al monasterio. El sol de fin de tarde realzaba los colores de las casas y del empedrado. Lorenzo, el zapatero que
remendaba el cuero como oficio y cosía las ideas como arte, estaba con hambre así que fuimos rumbo a la cafetería
de Sophie, donde son hechos los mejores sándwich del planeta, en busca de su predilecto: pan artesanal, lonjas de
jamón, un poco de miel y canela; generosas tajadas de parmesano y un huevo blando por encima; gratinado en el
horno. Café para acompañar hasta el ocaso; allá sólo sirven vino en la noche. Son las rigurosas reglas de la casa. La
mesera que vino a atendernos era Regina, una antigua compañera, que se puso feliz al vernos. Ella dijo que su turno
ya había terminado y preguntó si podía sentarse con nosotros. Permiso concedido, delantal guardado y a nuestro lado,
una persona que necesitaba hablar, como aquel niño que corre para mostrar todos sus juguetes cuando llega una
visita. De repente, ella reveló que vivía una grave crisis conyugal. Vivía hace algún tiempo con otra chica, mucho más
joven, de quien estaba enamorada. Sin embargo, siempre la presentó a todos como una sobrina que había venido a
pasar un periodo en la ciudad. La noche anterior habían tenido una grave discusión, en la cual su pareja la acusaba
por no admitir ante los demás el verdadero afecto que las unía, ya fuera por la diferencia de edad o por el hecho de
ambas ser mujeres.
Lorenzo la miró a los ojos y le preguntó con su franqueza habitual: “¿Cuánto hay de verdad en eso?”. La amiga bajó la
mirada y argumentó que las cosas no eran tan simples. Era necesario considerar que vivían en una pequeña ciudad
del interior, donde las costumbres estaban más arraigadas y lo nuevo encontraba mayor dificultad para instalarse. Al
contrario de las grandes metrópolis, todos allí se conocían y se hablaban. No quería vivir entre miradas acusadoras,
comentarios mal intencionados y ser discriminada. Lamentó que las personas tuvieran tantos preconceptos.
El artesano bebió un sorbo de café y dijo: “Cada vez que dejamos de vivir nuestra verdad en razón a conceptos
ajenos, significa que el preconcepto es nuestro y no de los otros. El preconcepto no es más que el miedo a encarar la
verdad ante sí y ante el mundo. El miedo será siempre una fuente de sufrimiento. El coraje es parte esencial de la
cura; el resto cabe a la verdad. Saber exactamente quién somos, sin subterfugios, es el paso inicial para la jornada
hacia la libertad y la paz”.
Regina argumentó que la verdad no era sencilla y, a veces, innecesaria. Lorenzo levantó las cejas y dijo: “Estoy de
acuerdo contigo. Es necesario sensibilidad, sutileza y amor cuando abordamos la verdad del otro, pues no siempre
estará listo para la confrontación. Puede que no sea el mejor momento o que tal vez no seamos los mejores
mensajeros. Que nunca falte paciencia y compasión. No obstante, cuando se trata de la verdad sobre nuestra propia
vida, no estoy de acuerdo: ella es simple, sí. Apenas necesita amor y coraje para ser tratada, lo que no siempre es
fácil”.
¿Coraje? Ella sacudió la cabeza y dijo que no se consideraba una persona fuerte. El zapatero frunció el ceño y dijo:
“Es impresionante como renunciamos al poder que tenemos”. Regina dijo que no estaba entendiendo el comentario. Él
explicó: “Ser fuerte es una elección que hacemos todos los días. El coraje, como todas las demás virtudes, está al
lado, está en frente, está a disposición de todos. Está dentro de cada uno, adormecido, a la espera de un leve llamado
para despertar y volverse compañero. En todo momento tenemos la oportunidad de enfrentar las dificultades o huir
de ellas”. Se quedó pensativo por instantes y se corrigió: “No hay como huir de las dificultades, pues ellas son las
lecciones que nos corresponden. En realidad, apenas aplazamos la batalla hasta el día en que nos alcanza”. Regina
dijo que prefería aplazar la lucha hasta el último instante. Lorenzo se encogió de hombros y dijo: “El problema es que
en ese caso prolongarás el sufrimiento”.
Regina lamentó el poder del preconcepto, de cómo envuelve a las personas sin que ellas perciban cómo interfiere
indebidamente en la vida de todos. El zapatero estuvo de acuerdo y fue más allá: “El preconcepto es mucho más que
el velo de la ignorancia que impide que veamos la belleza de la vida con todas sus fascinantes diferencias. Se trata de
un acto de deshonestidad. Negarle al otro el derecho de realizar sus propias elecciones es una usurpación de la
libertad ajena; a su vez, negarte tus mejores decisiones, es un fraude contra tí mismo”.
“No cometas la insensatez de intentar controlar las elecciones ajenas; por otro lado, no le concedas a nadie cualquier
poder sobre tus elecciones. Entiende que las elecciones nos definen. Podemos esbozarnos a través del discurso, pero
solamente las elecciones delinean los trazos del arte final”.
Una lágrima escurrió por el rostro de la mujer. Dijo que le gustaba aquella ciudad y sus habitantes. Tenía muchos
amigos allí y no tenía intensión de irse en caso de que la verdad le causara vergüenza, distanciamiento o rechazo.
Lorenzo se encogió de hombros nuevamente y muy serio dijo: “No tenemos injerencia sobre la opinión de los otros ni
podemos obligar a las personas a cambiar. Intentar convencer a los otros es papel de los tontos. No obstante,
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podemos definir quiénes somos y la manera cómo vivimos. La dignidad es la única frontera. En todos los aspectos de
la vida, ese es el enorme poder que tenemos. Por tanto, decidir de quién te vas a enamorar y con quién te vas a casar
es un derecho inalienable tuyo. No permitas que nadie interfiera. A quien no le guste que repiense sus conceptos y
valores”. Hizo una pausa y profundizó: “Que encaren las propias sombras para entender los motivos por los cuales las
elecciones ajenas los incomodan tanto”. Bebió café y continuó: “Eso sirve también cuando la incomodidad venga en
contrapartida. Es decir, ¿por qué las elecciones ajenas nos incomodan? Si tenemos problema con lo nuevo, lo
diferente y lo libre es porque algo está errado en nosotros. Es hora de profundizar en el silencio y en la quietud para
conocer ese sótano oscuro de la propia alma y, en seguida, iluminarlo”.
Lorenzo mordió su sándwich, lamió los bordes y dijo: “Es posible que algunas personas se alejen cuando sepan la
verdad. Aunque triste, no es malo. Es la revelación de un nuevo círculo de relaciones, más verdadero y sincero, que
comienza a formarse a tu alrededor por afinidad de frecuencia energética diferente en la que comenzarás a vibrar.
Permanecerán las personas que te aman, entienden tu verdad y respetan tus elecciones. Los demás permanecerán
inmóviles, maldiciendo a la humanidad mientras tu viaje seguirá con múltiples transformaciones rumbo a nuevas
estaciones. Libre, ligera y plena”.
La mesera reveló que estaba muy sentida después de la pelea que tuvo con su pareja, por todo lo que fue dicho.
Adicionó que la verdad dolía. El artesano sonrió y discrepó en respuesta: “La verdad no duele. Estar frente a frente
consigo mismo y encararse sin máscara será siempre causa de incomodidad. La máscara no protege, engaña. La
verdad no duele; ella cura y libera”. Hizo una pausa y complementó: “Dolorosa es la mentira que cada cual se cuenta
a sí mismo”. “Presta atención a lo que te causa dolor: ¿el amor que sientes por tu pareja o el miedo que alimenta la
mentira que le contaste a todos?”.
“Cada vez que dejes tu verdad de lado por temer a lo que los otros piensan, estás dejando de ser la timonera de tu
propio barco que surca los mares de la vida. Después no culpes al mundo por el inevitable naufragio. Recuerda que la
elección fue tuya. La felicidad nunca acepta la mentira como compañera de viaje”.
Regina sacó un pañuelo de la cartera para secarse las lágrimas que bañaban su bello rostro. Permanecimos algún
tiempo sin pronunciar palabra en el intento de digerir las ideas del zapatero. Fue cuando apareció en la puerta la
dueña de la cafetería. La simpática Sophie vino a saludarnos y comentó que aquel parecía el ‘Día del Llanto’. Ante las
miradas atónitas, ella explicó que acababa de ver en la plaza a la novia de Regina, sentada en un banco, leyendo un
libro de poesías hecha un mar de lágrimas. Pensó que el llanto brotaba de la ficción, pero que ahora percibía que tenía
su razón de ser.
¿Novia? A Regina se le hizo extraño que Sophie se refiriera así de su ‘sobrina’. La dueña de la cafetería le ofreció una
sonrisa sincera y reveló que muchas personas en la ciudad sabían del romance, pero que por respeto nada
comentaban con la joven. En seguida le aconsejó que fuera al encuentro de la novia, pues el amor no debía esperar.
Sí, el muro que le impedía avanzar tenía la altura de un rayón de tiza en el suelo. Desconcertada, Regina sonrió, pidió
permiso y fue a vivir su destino. De la ventana la vimos apurada en la calle, parecía flotar. El amor tiene ese poder.
Lorenzo terminó el sándwich y sugirió: “¿Vamos a pedir otro? Esta situación abrió mi apetito”. Sonreí y asentí con la
cabeza. El zapatero divagó: “La vida muchas veces parece una película cinematográfica escrita por un guionista loco,
pero genial. Él insiste en un final feliz para todas las películas. Nosotros, al no entender, acabamos interfiriendo en la
mejor secuencia de escenas al negarnos al poder transformador de la verdad. La verdad será siempre la antorcha de
fuego que iluminará los pasos del protagonista durante la noche oscura de la trama”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares-

El arte de estar suspendido en el aire
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Cuando entré a la Orden tenía la errónea idea de que la vida en el monasterio era solamente contemplativa, alejada
de todas las impurezas del mundo como manera de mantener a los monjes puros. Aunque había un periodo inicial de
recogimiento para la adecuada iniciación, de mucho estudio y meditación, pronto éramos enviados de vuelta al mundo
como método eficaz de conocimiento y perfeccionamiento de sí mismo. El Viejo, como cariñosamente llamábamos al
monje más antiguo de la Orden, solía decir que “lo sagrado no está separado de lo mundano, sino oculto en él”. Es en
la convivencia común de lo cotidiano que podemos entender mejor nuestras reacciones y las asperezas que aún nos
hace sangrar. Limarlas es el perfeccionamiento necesario; el perfeccionamiento lleva a la transformación; la
transformación se traduce en evolución. Los periodos de soledad y reflexión son tan fértiles como las fases de
convivencia social o profesional. En verdad, son partes distintas de una misma clase. Ellas se diferencian para
complementarse.
112
En aquella época, cada vez que regresaba al monasterio llegaba muy afligido emocionalmente. Esa vez no fue
diferente. A pesar de que la Orden costeara sus propios gastos con los famosos chocolates artesanales confeccionados
en una de sus cocinas y vendidos para apreciadores que aguardaban en larga fila de espera, la OEMM es una orden
esotérica que tiene entre sus premisas el valor del trabajo y la independencia financiera de sus monjes, como son
denominados sus miembros. Por esto, todos tienen empleos, son profesionales liberales o empresarios. Hasta el
mismo Viejo viajaba bastante para dar conferencias en muchos lugares. Ir al mundo siempre renueva y trae un buen
y rico material para el estudio de sí mismo. Aquella vez había sido peor. Yo estaba muy tenso. Mi firma tenía fuerte
competencia por nuevas empresas que prometían más por menos y el mercado se mostraba receptivo a ellas. La
quiebra era el miedo que estaba al acecho. El Viejo percibió mi irritación y dispersión. Yo le expliqué lo que sucedía. Él
dijo: “Si diste lo mejor tan sólo aguarda la respuesta del universo con serenidad”. Aquellas palabras me irritaron pero
me controlé y le dije que no tenía la menor duda de haber hecho todo lo posible. Le expliqué que mi desequilibrio era
grande y en el monasterio sería más fácil apaciguar el corazón. El monje meneó la cabeza demostrando que entendía.
El Viejo me dijo con calma: “Aunque algunos lugares sean centros de anclaje de energía, no es necesario ir a ningún
lugar para conversar con la propia alma. Para encontrarte contigo mismo el silencio es el mejor lugar”. Le dije que
estaba tenso y que mis noches eran mal dormidas. El Viejo cerró los ojos como si buscara algo en las gavetas de la
memoria y recitó un pequeño poema: “Aprende a confiar en lo que está sucediendo. Si hay silencio deja que aumente,
algo surgirá. Si hay tempestad, déjala rugir, ella se calmará”.
Fue demasiado. Irritado, quise saber quien era el tonto autor del poema que me aconsejaba cruzarme de brazos
mientras el mundo se desmoronaba sobre mi cabeza. El Viejo me miró con compasión y fue lacónico: “Lao Tsé”. Con
algún desprecio dije que no sabía quien era. Con su enorme paciencia, el monje explicó: “Fue un sabio taoísta. Existen
varias codificaciones del Camino. El taoísmo es una de las más antiguas y bellas tradiciones. Él fue un alquimista
chino que vivió hace milenios y nos ofrendó su hermosa obra”. Di una carcajada y menosprecié al preguntar si yo
también aprendería a transformar plomo en oro. Adicioné que era exactamente lo que necesitaba en aquel momento.
El Viejo no se alteró y dijo con calma: “Sí, es posible transformar en oro el plomo del alma”, hizo una pequeña pausa
y agregó: “Sin duda es lo que necesitas ahora. Es lo que todos necesitamos. La voluntad es condición primordial”.
Volvió a guardar silencio durante breves instantes antes de concluir: “Es más, aquietarse no significa estar parado. Es
un movimiento valioso de percepción interna y de todo lo que lo envuelve”.
La calma del monje ante mi sarcasmo me dejó incómodo y con la desconfianza de que una buena lección se
presentaba en aquel instante. Me acomodé, le pedí disculpas y le solicité al Viejo que me ayudara a entender el
poema. Con su enorme paciencia dijo: “Siempre tenemos que ofrecer lo mejor de nosotros ante todo lo que sucede.
Ocurre que nada podemos hacer ante la fuerza inconmensurable de ciertos movimientos del universo que alteran de
manera significativa nuestra vida. Es hora del inevitable cambio. Por esto Lao Tsé usa la figura de la tempestad que
asusta o de la ausencia de vientos que no impulsan las velas de los barcos. Son situaciones en las cuales no podemos
interferir. Todos pasamos por momentos en que tenemos la sensación de que todo será destruido o, en otras
ocasiones, enfrentamos extraños marasmos en que parece que nada va a suceder, como si la vida no estuviera viva”.
Hizo una pausa y prosiguió: “Son presagios de grandes transformaciones, inicio y cierre de ciclos y enseñanzas
cardinales. Es hora de mantener la calma, prestar atención y confiar en la sabiduría y en el amor infinitos de la vida.
Entonces, aprovechar el nuevo momento y seguir”.
“La seguridad de que el universo siempre conspira a nuestro favor trae la tranquilidad de que todo lo que sucede es
para nuestro bien. Debemos tener cuidado en no interferir”. Lo interrumpí para comentar que no entendía como la
quiebra de mi empresa podría ser vista como una cosa buena. Él sonrió e intentó explicar: “Tú no sabes lo que está
por venir, tampoco eres consciente de la transformación que la vida tiene preparada. Puede ser que el ciclo de tu
empresa se haya acabado por ser obsoleto para tu jornada o tal vez sea el momento de que la firma sea repensada y
reinventada, para recordarte que todo puede ser diferente y mejor. Adivinación es para los incautos y arrogantes;
refinar la sensibilidad es para las personas que tiene buena voluntad y alegría al caminar. Recuerda que eres parte
integrante y esencial del universo y, por esto, él está empeñado en tu bienestar y en tu evolución, aunque a menudo
nos parezcan raros sus métodos”.
“Entender cómo funciona el universo y las leyes mayores que rigen la vida permiten el arte de mantenerse suspendido
en el aire”. Me miró a los ojos y dijo: “Eso ayuda a crear las condiciones para que la paz se instale en nuestros
corazones. Entonces nada de lo que exista en el mundo tendrá fuerza para derrumbarnos”.
Le pedí que se explicase mejor. El Viejo expuso su raciocinio: “Somos hijos del universo, amados y protegidos por la
perfecta inteligencia que rige la vida. Nada es olvidado, nada falta o se excluye. Todo es conducido por manos
habilidosas y sabias que priman por la evolución de cada uno de nosotros. A cada cual le es entregada la perfecta
herramienta para la exacta lección. Evolución exige movimiento y no siempre nos mostramos dispuestos a acompañar
el ritmo de la vida. Entonces el cambio se impone inexorablemente. Aguarda con serenidad lo que vendrá y prepárate
113
para aprovechar los buenos vientos cuando se presenten. Sentir cariño por el suelo en la siembra trae como respuesta
la cosecha abundante”.
Comenté que entendía lo que el monje decía pero que no podía encuadrar aquellas palabras en la situación de mi
empresa. El monje me ofreció una mirada bondadosa y se fue. En los días siguientes la tempestad no sucumbió; al
contrario, aumentó la intensidad y parecía barrer con todo lo que encontraba por delante. Para no ir a la bancarrota
acepté la sugerencia de mi socio y vendimos la empresa a un grupo internacional. Pasé los meses siguientes mal
humorado y recogido en el monasterio. Me sentía triste y tenía dificultad para entender el motivo por el cual todo
aquello había acontecido. No faltaba la convicción de que yo me había empeñado al máximo para que todo saliera
bien durante todos esos años. Necesitaba encontrarme conmigo mismo. Era necesario hacer las paces con la vida
para que la alegría volviera a brotar.
Con el pasar de los días la tristeza fue dando lugar al entendimiento de que yo ya no amaba la empresa como al
inicio. En verdad, me gustaba más la condición financiera que ella me proporcionaba que el trabajo que realizaba. En
los últimos tiempos en que estuve al frente de la compañía ya no me levantaba todas las mañanas con el mismo
entusiasmo del inicio, cuando estaba involucrado con nuevas ideas y la posibilidad de hacer diferente y mejor.
Comencé a entender que la empresa había dejado de hacer parte de mis sueños y se volvió una mera obligación,
además de una generosa fuente de renta. Sí, yo ya no estaba feliz haciendo lo que me encantaba en el pasado. Mi
alma ansiaba por cambios que yo me negaba en admitir. Entonces la vida me regaló una tempestad para que aquel
barco errante, que navegaba sin rumbo sin el deseo de llegar a ninguna parte, naufragara. Navegaba sólo para contar
los días. Percibí que la intemperie, en realidad, era la oportunidad de comenzar un nuevo viaje hacia tierras distantes,
en mares nunca antes navegados.
Mi ánimo cambió, la alegría había vuelto. Yo no sabía qué hacer, pero estaba dispuesto, atento y habituado con lo
nuevo. Me sentía como en una enorme estación escogiendo en qué tren embarcar. Comencé a escuchar lo que el
silencio de mi corazón susurraba. Siempre había soñado en trabajar con creación y con creatividad. Percibí el sentido
del viaje, faltaba definir el destino. Fue cuando recibí la visita de un antiguo amigo que estaba de vacaciones en la
pequeña y elegante ciudad que está ubicada en la falda de la montaña que abriga al monasterio. Él había montado
una pequeña agencia de propaganda digital para aprovechar un gran cambio en ese sector que redireccionaba el eje
de la publicidad, estancado en los medios tradicionales. Me comentó que necesitaba de un socio. Fue como despertar
siendo acariciado por un rayo de sol travieso que acaricia la piel esquivando las cortinas cerradas del cuarto oscuro.
Yo tenía el capital de la venta de la empresa y un enorme sueño listo para ser vivido. Era la vida que se renovaba con
toda la fuerza e intensidad. Hice una oración sentida en agradecimiento por la tempestad demoledora.
Fui al mundo y retorné al monasterio un año después para tener algunas semanas de recogimiento, estudio y
meditación. La agencia aún gateaba, pero daba muestrasde un bello futuro. Lo más importante es que la alegría
estaba de nuevo presente en mis días. La primera cosa que hice fue procurar al Viejo para decirle que estaba feliz y
que todo había cambiado. Él arqueó los labios en leve sonrisa y cuestionó: “¿Todo cambió o fuiste tú? Para muchos el
mundo no está muy diferente de lo que estaba hace un año”. Cerré los ojos como respuesta. Sí, yo me había
transformado y por ello la vida se revelaba con nuevos, bellos y desconocidos colores. Le agradecí por aquella
conversación sobre el poema de Lao Tsé y por aquellas palabras que me auxiliaron al encontrar el entendimiento
necesario para fortalecer mis elecciones y retomar el poder ante mi propia vida. Pude abrir las alas para alzar el vuelo
que sólo es posible cuando vivimos un sueño. Dije que ahora comenzaba a entender el arte de mantenerse
suspendido en el aire. El monje apenas sonrió. Adicioné que no recordaba haber sido tan feliz. El Viejo señaló: “Sí,
siempre cambiamos para mejorar. Esta es una de las leyes de la vida. Cuando no nos sentimos así es porque aún no
hemos efectuado el movimiento exacto”.
Aproveché para pedirle disculpas por haber sido sarcástico cuando él intentó enseñarme algo tan importante. El Viejo
parecía imperturbable en sus virtudes: “Solamente la vida enseña, Yoskhaz. Soy tan sólo un compañero de jornada
señalando uno u otro paisaje del Camino”, hizo una pausa y finalizó: “Con relación a las disculpas, no es necesario. El
mejor pedido de disculpa es demostrarle al otro que la lección fue aprendida”.
Una lágrima rebelde escapó de mis ojos.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El destinatario del amor
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Era una fría mañana de otoño. El sol me calentaba el cuerpo sobre el pesado abrigo de lana. Andaba por las calles
estrechas y retorcidas de la elegante ciudad, que está en la falda de la montaña que acoge al monasterio, en busca
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del taller de Lorenzo para tomar un café caliente y tener un poco de prosa. Me sentía triste por la ingratitud de
algunas personas con quienes convivía por no corresponder al amor que yo les ofrecía. El zapatero, que remendaba el
cuero como oficio y las ideas como arte, me recibió con la alegría habitual y en seguida estábamos sentados en el
mostrador con dos tazas humeantes. Después de exponer mis insatisfacciones, cuestioné a mi amigo sobre el hecho
del amor ser la causa de tanto sufrimiento. Me parecía contradictorio, ya que ese sentimiento está innegablemente
ligado al bien y a la luz. Al final, siendo el amor algo tan bueno, no debería permitirse el sufrimiento en su nombre. El
artesano bebió el café y respondió como quien dice algo obvio: “Sufren por el simple hecho de no entender el amor”.
Discrepé. Dije que el amor es inherente a todas las personas. Añadí que no debe haber un único ser humano en la faz
de la Tierra que desconozca el amor. Lorenzo sonrió y dijo: “Sí, es verdad. No obstante, tenerlo con nosotros no
significa que ya sepamos descifrarlo. Es más, no es apenas amor lo que corre por las venas de toda la gente sino
todos los sentimientos, tanto los mejores como los peores, sin excepción. Identificar cada uno de ellos es
fundamental; no permitir que unos contaminen a los otros es parte del arte del andariego”.
“Pero vamos a permanecer sólo en el amor para que esta conversación no se prolongue demasiado. Quien sufre por
amor es aquel que aún no ha entendido quién es el fiel destinatario de este real sentimiento, ni su mecánica”. Le
comenté que no había entendido. El zapatero expuso su raciocinio: “La raíz del sufrimiento está en amar como aquel
mercader que contabiliza la entrada y la salida de mercancías. Si ofrecemos cariño, afecto y atención, exigimos la
contrapartida en retribución o pago. Es decir, solamente nos permitimos amar cuando nos sentimos amados a cambio
y en igual intensidad. ¿No es así?”. ¡Sí, así es¡ Estuve de acuerdo. Lorenzo se encogió de hombros y dijo:
“Destinatario equivocado”.
Dije que nuevamente no estaba entendiendo. Él explicó: “Cuando actuamos de esa manera mostramos que estamos
más preocupados con nosotros que con los otros. Esa actitud demuestra que amamos por lo que vamos a recibir a
cambio, siendo el otro un mero canal por donde retornará el amor que ofrecemos. Esto no es amor, es egoísmo. Es
como si colocáramos una carta en el correo para nosotros mismos. ¿Qué sentido tiene escribir una carta para sí? El
amor es un poema que redactamos al viento sin la preocupación de firmarlo. Los gestos nacidos en la pureza del
corazón son los mejores versos escritos sobre el papel imperecedero de la vida. Es la poesía que se coloca en la
botella lanzada al océano con la alegría de llenar el alma de quien la encuentre, sin cualquier otro interés. El amor
para ser amor debe estar comprometido con la falta de compromiso ante la reacción del otro para devolver con la
misma moneda. El amor que tienes no es el mismo que recibes, sólo el que tú das. El amor es una extraña mercancia
que entre más autorizas su salida, mayor queda en tu depósito”.
Sostuve que amor es intercambio; todos quieren recibir en la exacta medida de lo que dan. El artesano meneó la
cabeza y dijo: “Intercambio es comercio; amor es compartir la belleza y la alegría de la vida que pulsa en cada uno,
sin pagos, tasas o tributos de cualquier especie. Como flores que plantamos en el borde del camino para adornar la
vida de quien viene atrás, sin preocuparnos en si aprovecharán sus colores y perfumes. Amar es ofrecer la luz que nos
habita para iluminar los sótanos oscuros del mundo sin presentar cuenta de cobro por el servicio prestado, o de lo
contrario no es amor. Esa comprensión es un paso importante para liberarse de cualquier dependencia emocional o
afectiva y, en consecuencia, terminar con todo sufrimiento. Pon atención y percibirás que sufrimos por celos, envidia,
egoísmo y otros sentimientos menos nobles; nunca por amor”.
“Piensa en el sol que ilumina, calienta, renueva y permite la vida sin cobrarnos nada a cambio. De allí su grandeza y
poder. Todo amor transciende en magnetismo, por ello todo y todos desean orbitar alrededor del centro generador.
Así como el sol, cuando nada se pide a cambio, todo se tiene”. Hizo una pausa y complementó: “Esa es la extraña y
fantástica ecuación de la vida que insistimos en no entender, entonces sufrimos”.
Insistí diciendo que siempre había oído que amor era intercambio. Lorenzo fue enfático: “Aprendiste errado. Si deseas
eliminar el dolor necesitas salir de las clases del egoísmo y de los celos para frecuentar una nueva escuela”.
Argumenté que él se había enloquecido. Recordé la maravillosa sensación de sentirse amado. Él arqueó los labios con
una sonrisa y dijo: “Estoy de acuerdo contigo, es muy buena y la deseo todos los días. Sin embargo, es exactamente
en este punto que reside el peligro. Ese sentimiento es bueno y justo, sólo que no puede ser objeto y objetivo del
amor que se ofrece, pues se torna una actitud egoísta que tiene como fin a sí mismo y no al otro. Entonces deja de
ser amor y por esto sufrimos. Hay que estar atentos para que el destinatario del amor no sea el propio remitente,
caso en el que la carta pierde el sentido y el amor se pierde en sí, dejando de existir”.
Le pedí que me volviera a llenar la taza con café. Toda aquella conversación era demasiado desconcertante y le
confesé que tenía dificultad para asimilarla. Cuando pensé que Lorenzo aliviaría mi incomodidad intelectual, dio el
ataque final: “Solamente en la infancia del alma insistimos en pensar que somos el centro del mundo, que el universo
gira en torno de nuestro ego. De allí surge la palabra egoísmo. La consecuencia natural del egoísmo en el amor son
los celos, un sentimiento tan fuerte que lo confundimos con el propio amor. Lo peor es que los celos están ligados a la
sensación de inseguridad y a conceptos obsoletos de dominación”. Una vez más le pedí al artesano que se explicase
115
mejor. Él fue didáctico: “La idea de que somos exclusivos y el centro del mundo nos hace creer que tenemos derechos
absurdos sobre todo y todos. Usamos inadecuadamente la palabra ‘compromiso’ en nuestras relaciones para esconder
los verdaderos sentimientos que nos mueven: celos y egoísmo. Nos volvemos dominadores por condicionamiento y
educación equivocados. Al involucrarnos con alguien que nos trae alegría dejamos manifestar el miedo de su partida”.
Hizo una pausa y comentó: “¿Cómo perder lo que no se puede tener?” En seguida dijo: “Nos ilusionamos al pensar
que la felicidad apenas será posible si tenemos bajo control todo lo que nos envuelve y a todas las personas que
juzgamos importantes para nuestra felicidad. Es la cuna de las prisiones. Domar genera dolor, domar gente trae
inevitable sufrimiento. Sufrimos a causa de otros sentimientos, mucho menos nobles, y le atribuimos al amor una
culpa que no le pertenece. Nadie sufre por amor”.
“Olvidamos la lección del sol, cobramos por calor y luz, agotando la alegría de quien orbita a nuestro alrededor. Amor
no es exigencia o compromiso. El amor es el antídoto de ese veneno; es libertad y plenitud. Entonces genera el
magnetismo que todo atrae”.
Quise saber lo que era necesario para parar el sufrimiento. Él levantó las cejas y dijo seriamente: “Con frecuencia
sentimos un vacío existencial y tenemos dificultad de identificar el origen. Entonces procuramos a alguien que pueda
llenarlo, transfiriéndole la responsabilidad de nuestra felicidad. Esta es la formula perfecta del fracaso y del dolor. En
vez de recorrer el camino del autoconocimiento para curar las fracturas sentimentales que dificultan el seguir
adelante; en vez de iluminar las propias sombras que nos impiden evolucionar al atribuirle a otros la causa de
nuestras insatisfacciones, preferimos la facilidad del atajo de encontrar a alguien que nos solucione la insatisfacción
que sentimos. En suma, creemos que amar es tener a alguien que nos haga feliz. Esto crea estancamiento, lo que a
su vez nos hace personas monótonas; esto crea la dependencia que construye las prisiones sin rejas”.
“¿Qué tal invertir la ecuación? Asumir la responsabilidad absoluta ante la propia felicidad es estar listo para iniciar el
Camino. Aceptar de manera honesta y valiente el proceso de conocimiento y posterior transformación sobre sí mismo
es el primer paso. Librarse de hacer cualquier cobro en relación a los otros y enfocarse en la responsabilidad de
compartir las virtudes que fructifican en el alma demuestra evolución y suelo fértil para que el amor florezca en el
corazón. Esto trae ligereza; es la libertad del ser. Esto trae la paz; es la plenitud del ser”.
“Ese cambio, en realidad, es el rompimiento de la cáscara que nos impide ser enteros y que niega el amor en toda su
dimensión. Es necesario renunciar a hacer cualquier cobro por el simple hecho de que nadie nos debe nada. Si
proclamamos cualquier derecho sobre el otro, puedes estar seguro de que allí no existe amor. Si nos sentimos dueños
o acreedores de alguien, puedes estar seguro de que no es amor lo que nos orienta. El amor se niega ante la
dominación por ser libre en esencia. Los cobros pierden el sentido cuando entendemos que no son nada más que
cartas que escribimos para el destinatario equivocado”.
“A partir del instante en que comprendemos que somos responsables por nuestra felicidad y que nadie nos debe nada,
todo lo que nos es entregado, aunque sea pequeño, se vuelve un agradable regalo. Ningún árbol ofrece frutos fuera
de estación. El amor exige paciencia. El amor deja brotar la compasión ante las imperfecciones ajenas al tener la
humildad de saber que no poseemos la perfección para ofrecer”.
“Solamente cuando aceptamos que el destinatario de nuestro amor no somos nosotros, y sí los otros, sentiremos
palpitar todo el poder y la fuerza del amor. Es el proceso de maduración de las alas que permitirán el vuelo hacia
Tierras Altas. No hay otro”.
Permanecimos un tiempo largo sin pronunciar palabra. Quebré el silencio y, emocionado, dije que necesitaba irme. Yo
estaba atrasado para reescribir todas mis cartas, pues no quería aplazar más un importante encuentro. Lorenzo
sonrió.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Las llaves de la evolución
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El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, había acabado de dar una conferencia
en una prestigiosa universidad. Yo había sido designado para acompañarlo en el viaje. Cuando andábamos en busca
de un taxi que nos llevara a la estación ferroviaria fuimos abordados por una profesora de la institución que, de
manera educada, dijo que había asistido a la conferencia y estaba intrigada. Nos invitó a almorzar en el restaurante
de la propia universidad, pues quería conversar un poco más con el monje. La invitación fue aceptada. La mujer fue
directo al grano. Dijo que le había gustado mucho toda la exposición, pero que algo la intrigaba. Por lo que entendió,
116
el Viejo había afirmado que el único objetivo de todos nosotros era evolucionar; tan sólo esto. El monje movió la
cabeza confirmando. Ella, siempre gentil, dijo que estaba en desacuerdo. Afirmó que no creía que la vida continuara
después de la muerte. Explicó que las ideas de reencarnación o de cualquier especie de Dios eran frutos de mentes
poco desarrolladas o supersticiosas, que tenían miedo de encarar la realidad de que la muerte era el fin. Por lo tanto,
sostuvo, el sentido de la vida era tan sólo la búsqueda de la felicidad.
El Viejo le ofreció una bella sonrisa y de manera tranquila le dijo: “Estoy de acuerdo con usted”. La profesora se
mostró sorprendida con la respuesta a lo que él añadió: “Creer o no en Dios, y en cualquiera de los conceptos de la
inmortalidad del espíritu, no debe cambiar en absolutamente nada los valores que nortean la vida de una persona.
Nadie necesita creer en la existencia de otra dimensión para seguir la mayor ley espiritual, que consiste en hacer a los
otros solamente lo que deseamos que nos hagan. Algunos de los hombres más fantásticos que he conocido son ateos,
otros son religiosos. Son personas maravillosas que nortean las propias vidas en el esfuerzo de ser mejores a cada día
y poseen un enorme respeto por todos. Entienden que no viven solos en el planeta. Así, aunque el encuentro de la
propia felicidad sea una jornada solitaria, se entrelaza con la vida de todos, pues es en la convivencia que es
enseñada y ejercitada”. Hizo una pequeña pausa antes de concluir: “No sólo estoy de acuerdo en que todos deben
buscar la felicidad, creo que ya lo hacen. No obstante, percibo una enorme dificultad en algunas personas para
entender el proceso”.
La profesora dijo que consideraba al monje un hombre bueno e inteligente, pero ingenuo. Adicionó que creía en la
ciencia y sólo en aquello que los científicos pudieran comprobar. El Viejo agradeció el elogio y dijo: “Sí, tal vez sea
ingenuo y crea en cosas que la ciencia todavía no puede comprobar matemáticamente. Creo, por ejemplo, en el amor
y en su infinita capacidad para transformar la vida de una persona, aunque nunca se haya presentado cualquier
estudio científico sobre esta poderosa fuerza que nos mueve. Desde tiempos inmemorables la humanidad ha sabido
que si arroja una piedra hacia arriba debe quitar la cabeza, aunque apenas hace pocos siglos Isaac Newton ofreció
una explicación para la existencia de la gravedad. ¿Hasta entonces, las piedras se mantuvieron suspendidas en el
aire?”. Todos reímos. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Tengo un respeto absoluto por la ciencia y pienso que ella
es una aliada poderosa de la espiritualidad. Ellas no se niegan ni se anulan. Por el contrario, se explican. Pienso, sin
embargo, que ésta suele estar siempre un paso al frente de aquella. De esta manera prefiero creer en aquello que me
es filosóficamente más interesante, aunque demore para que los números confirmen mis sentimientos. Albert Einstein
tardó más de diez años en probar a la comunidad académica la relatividad del tiempo y del espacio; apenas la fé en
su percepción lo hizo proseguir en los estudios y experimentos que comprobarían sus fórmulas. Las intuiciones están a
la vanguardia del conocimiento. Hace milenios los esotéricos afirman que todo en el universo es energía;
absolutamente todo. Recientemente la Física Cuántica mostró que la materia no existe. Lo que se pensaba ser materia
no es nada más que energía condensada; paso importante, aunque todavía en estado inicial, hacia el entendimiento
del espíritu por parte de la ciencia. Y yo le pregunto, ¿lo que era dejó de ser?”. Volvió a hacer una pausa y concluyó:
“Todo esto que he comentado no tiene ninguna importancia, son apenas las pinturas con que adorno de colores mi
vida. Entiendo que puede no ser útil para nadie más y respeto cuando alguien no quiere acompañarme. Lo que de
hecho importa es que cada cual invite al ego a bailar con el alma en el gran salón de la vida. Cada cual encontrará la
perfecta afinación de ritmo y compás en la música de la propia existencia”.
La profesora dijo que no había mucho en qué pensar: la vida es simple. Ella tenía un empleo que adoraba y era
fundamental para ofrecerle las condiciones que le propiciasen una vida cómoda. Le gustaba viajar, leer buenos libros,
ir a grandes espectáculos, reunirse con los amigos para conversar y divertirse. Adoraba las confraternizaciones en
familia. Esos eran los placeres donde encontraba la felicidad. Así de sencillo. El Viejo arqueó los labios con una leve
sonrisa y dijo: “Básicamente esos también son mis placeres y no desisto de ellos”. Ante el espanto de la mujer, el
monje prosiguió: “Sin embargo, no es allí donde encuentro la felicidad; esos son los momentos en que la comparto.
Creer que la felicidad está en el placer no es la simplicidad de la vida, sino su simplificación”. La profesora le pidió que
profundizara su raciocinio. El Viejo prosiguió: “La simplificación está en nadar en las aguas poco profundas de la vida.
La simplicidad consiste en sumergirse en sus profundidades sabiendo que a cada cual le son ofrecidas las exactas
condiciones para emerger en el océano de la existencia”. La mujer dijo que no estaba entendiendo. El monje fue más
didáctico: “Para encontrar la felicidad es indispensable hacer un viaje sincero al interior de sí mismo. La jornada de
autoconocimiento es fundamental para el encuentro con la felicidad. Tan sólo el coraje de mirarse al espejo podrá
mostrar los condicionamientos que oprimen el verdadero deseo, las sombras que lo manipulan en fingida prisión y las
heridas que sangran a través del sufrimiento en busca de cura. Ese es el camino hacia la libertad y la plenitud del ser;
no hay otro. Es simple por depender apenas de sí propio. Es simple por no depender de ninguna situación externa. Es
simple porque el encuentro más importante de la vida es consigo mismo. Es cuando alma y ego se armonizan en sus
intenciones. Entonces brota la felicidad”. Hizo una pausa dramática de propósito antes de concluir: “Esto es
evolución”.
La profesora cuestionó si el monje sostenía que la felicidad no estaba en el mundo sino dentro de cada uno. El Viejo
levantó las cejas y dijo: “Exacto. La felicidad acompaña al ser en la justa medida de su evolución personal o espiritual,
como quiera denominarlo. Este crecimiento está íntimamente ligado a su capacidad de identificar las raíces de su
117
sufrimiento. Después, tendrá que transmutar los sentimientos e iluminar las ideas que orientan y definen al ser. Lo
que era dolor se hace polvo de estrellas”.
La mujer se mostró indignada. Alegó que por la línea de raciocinio del monje el sufrimiento era una decisión. El Viejo
arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “¡Exacto!”. La profesora dijo que era absurdo imaginar que alguien
deseara sufrir. El monje explicó: “Escoge sufrir por el hecho de no entender que la cura está en la transformación y en
la evolución; al agarrarse a valores obsoletos que lo atascan en el estancamiento; por la terquedad de no ser
diferente y mejor. Rehusarse a hacer la parte que le cabe es negar las propias alas. Esto es una decisión”.
Todos quedamos un tiempo sin pronunciar palabra hasta que el Viejo quebró el silencio: “Para ser feliz es necesario
entender la felicidad. Si presta atención, percibirá que el mal es practicado al simplificar la búsqueda de la felicidad.
Por ejemplo, el ladrón cree que el fruto del robo facilitará su encuentro con la felicidad. Así piensa el político que se
deja corromper o el asesino que se engaña al creer que eliminando al otro tendrá lo suficiente para ser feliz. Claro que
los ejemplos son radicales pero, en menor escala, es así con cada uno de nosotros. Es decir, sin el debido
entendimiento corremos el riesgo de alejarnos de la luz aunque el deseo esté motivado por algo tan bueno y valioso
como la felicidad. Sí, a menudo nos aliamos al mal en la contradicción de alcanzar el bien”.
“Nunca se debe forzar a nadie a hacer algo para alcanzar la propia felicidad. Esta es su simplicidad. Cada vez que se
le atribuye a alguien la responsabilidad ante las insatisfacciones estará transfiriendo el eje de su vida hacia fuera de sí
mismo y renunciando al poder de ser libre y pleno. Mostrará que la felicidad es una lección que aún no fue aprendida”.
“Creo que los placeres son importantes y necesarios. No obstante, la felicidad es de fundamental importancia, pues va
más allá del placer por el hecho de trascender el tiempo. El placer es un acontecimiento que se encierra en él mismo,
tiene una duración finita. Como máximo restará un bello recuerdo. La felicidad es un estado de espíritu tejido en la
telar de la vida, lentamente, según la medida de lo aprendido y del fortalecimiento del ser. Es como si al inicio
estuviéramos en pedazos, en mil partes de un mosaico, y la felicidad fuera efímera y fugaz al no sostenerse en el ser
dividido, en la persona que no puede todavía verse y sentirse entera. En esta fase la felicidad se presenta en periodos,
partida como nosotros. Ella se comporta como un visitante que le gusta pasear, pero que no se establece porque no
se siente cómoda en aquella casa. Tenemos la sensación de que siempre está faltando alguna cosa, un sentimiento de
estar incompletos y no entendemos la razón. En verdad, estamos en pedazos como una porcelana rota. Pegar los
fragmentos sueltos y, hasta entonces perdidos, es el trabajo que nos resta para alcanzar la integridad del ser.
Entonces, con el ser entero, la felicidad encontrará lugar para instalarse definitivamente y hacerse presente en los
más simples quehaceres de lo cotidiano. Seremos su morada infinita, percibiremos la manifestación del milagro de la
vida en todas las cosas. Encontraremos lo sagrado en el detalle de lo mundano. En ese momento percibimos que la
felicidad no está más; ahora ella es”.
El Viejo miró a la profesora con dulzura y dijo con su voz suave: “Entonces volvemos al inicio de nuestra
conversación. No importa si se es religioso, espiritual o ateo, la felicidad es el destino de todos nosotros; la evolución
es el único camino”.
Una lágrima corrió por el rostro de la profesora. Dijo que, en aquel instante, el monje le había entregado la llave de
una puerta que parecía infranqueable. En seguida miró al Viejo directamente a los ojos y le agradeció con la más bella
sonrisa de la cual tenga memoria.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Las herramientas de la luz
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El sol aún no había nacido cuando llegué a la pequeña y elegante ciudad localizada en la falda de la montaña que
abriga al monasterio. Había aprovechado que un camión de entrega me llevara hasta allí y vagaba sin rumbo por las
calles estrechas y sinuosas, adornadas con un bello piso de piedra. La humedad del rocío reflejaba la luz centelleante
del alumbrado de la ciudad, componiendo un bonito escenario. El ruido de mis pasos maculaba el imperioso silencio
en aquella hora de la madrugada. Decidí arriesgar y caminé hasta el taller de Lorenzo, el zapatero amante de los
vinos y de los libros; los tintos y los de filosofía eran sus preferidos. Remendar el cuero era su oficio; coser ideas, su
arte. La tienda del artesano era famosa por los horarios improbables e inconstantes de funcionamiento. Cuando giré
en la esquina, a la distancia divisé su clásica bicicleta recostada en el poste. Percibí que aquel sería un buen día. Fui
recibido con la alegría habitual y prontamente estábamos sentados con dos tazas humeantes de café sobre el
mostrador. Le dije que precisaba desahogarme y conversar un poco, pues me veía ante una delicada situación: en un
viaje reciente a una gran metrópoli donde fui a acompañar al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más
antiguo de la Orden, en un ciclo de conferencias que él impartió dentro de una universidad, vi a la esposa de un primo
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en una clara situción extraconyugal. Ella, al percibir que yo había presenciado la escena, me buscó para que no
revelase nada. Me contó que era un caso antiguo y mal resuelto que necesitaba ser aclarado dentro de ella. Adicionó
que amaba a mi primo y que no quería destruir la familia que había construído con él y con los dos hijos de la pareja.
Además dijo que al solucionar el enigma en su corazón estaría segura de ser una esposa mucho mejor. Me pareció
que hablaba con sinceridad. De hecho, ella y mi primo, con los hijos, parecían formar una familia feliz. No obstante, la
omisión muchas veces es casi una mentira. Contar o no contar, éste era mi dilema pues yo tenía un compromiso
conmigo mismo de ser siempre honesto, no abandonar la verdad y nunca distanciarme de la buena moral.
Lorenzo oyó sin decir palabra, al final, bebió su café y comentó: “No veo ningún dilema”. ¿Cómo no? Me sorprendí.
Mencioné que toda buena persona debe nortear sus elecciones en la buena moral, formada por las virtudes que
ennoblecen el carácter humano. El artesano asintió con la cabeza. Acrecenté que ser fiel a la verdad era una de esas
virtudes cardinales. De esta vez el zapatero negó con la cabeza y dijo: “No siempre”.
Dije que no estaba entendiendo. Lorenzo explicó: “El ejercicio de las virtudes tiene la finalidad de encaminar al ser
hacia el bien. La humildad, la justicia, el coraje, la compasión, entre otras, además del amor, claro, son algunas de las
virtudes esenciales que tienen como función orientar al andariego en el Camino. Por lógica, existe la necesidad de
adecuarlas dentro de sí de manera armoniosa para que no haya choques de intereses entre ellas. En caso de que el
bien, por ironía o tragedia, acabe perdiéndose por el uso inadecuado de la virtud en el intento de alcanzar el propio
bien. Por esto, el buen sentido es otra virtud igualmente valiosa, pues tiene como función crear un orden de
prioridades adecuadas para cada caso”. Argumenté que sería más fácil entender si él explicara a través de un
ejemplo. El artesano no se hizo del rogar: “Vamos a enfocarnos en el importante e innegable compromiso que
tenemos con la virtud de la honestidad, aquella que nos impulsa a decir siempre la verdad”. Bebió un sorbo de café y
en seguida ejemplificó: “Imagina que un asesino entra a tu casa en busca de un amigo tuyo que está escondido en
otra habitación. El malhechor te pregunta si sabes donde está tu amigo. ¿Tú le dices la verdad o mientes para salvarle
la vida?”
Bajé la mirada. Estaba comenzando a entender el valor del equilibrio entre las virtudes. Lorenzo prosiguió: “Cualquier
actitud que no esté comprometida con la luz, en hacer el bien, no es una virtud aunque se disfrace como tal.
Cualquier acción que no tenga el amor como meta deja de ser virtuosa. Es exactamente en este punto que reside la
diferencia entre la moral y el moralismo. La moral es la finalidad de la virtud. La moral, así como la virtud, necesita
ser flexible para adecuarse a cada caso, de ligereza para adaptarse a la realidad y de amor para hacer el bien. La
intransigencia y la intolerancia aprisionan la moral y la desfiguran en moralismo. Entonces la luz se apaga y las
sombras vuelven a reinar”. Quise saber cuál era la diferencia entre la moral y las virtudes. Inmediatamente
respondió: “La moral comanda; las virtudes instrumentalizan. La luz mapea la moral; las virtudes permiten llegar allá.
La moral es el lienzo; las virtudes, los colores”. Creo que Lorenzo percibió un gran punto de interrogación en mi rostro
y profundizó un poco más: “El bien es la habitación de la buena moral que buscamos construir; las virtudes son los
ladrillos. Saber alinearlos requiere sabiduría para que la casa no se derrumbe”. Hizo una pequeña pausa y colocó otro
ejemplo: “Que una madre ame a su hijo es de preciosa moral y fundamental importancia. Es una base maravillosa y
esencial para una vida; sin embargo, no basta. Es necesario entender la sabiduría del no y del sí. Ella necesita de las
virtudes para enseñarle a diferenciar entre las sombras y la luz. Valores como la dignidad, la paciencia, la
generosidad, la pureza, entre otras, son imprescindibles en la formación del carácter que ella ayudará a moldear,
principalmente en la infancia del hijo”.
“Así como las virtudes son las herramientas de la moral, la sabiduría es necesaria para que podamos ejercer el amor
en toda su amplitud”. Bebió otro sorbo de café y dijo: “En el ejemplo de la buena madre, el amor sin sabiduría puede
debilitar al impedirle al hijo avanzar, ofreciéndole espacio para el narcisismo, mimos y debilidades. Por otro lado,
sabiduría sin amor puede ser peligroso por alejar al niño del lado asoleado del sendero volviéndolo excesivamente
rudo, insensible o severo. Así como moral y virtudes se complementan; amor y sabiduría, en este caso, cierran el
círculo de luz”.
Le dije que en la teoría entendía los fundamentos expuestos por él. Sin embargo, en la práctica la situación de mi
primo me generaba agonía y dudas. Así que usé un raciocinio muy valioso, pero igualmente peligroso: le dije que si
estuviese en el lugar de mi primo me gustaría que me contaran el secreto. Lorenzo arqueó las cejas y refutó con
seriedad: “Al colocarte en el lugar de aquel asesino, en el ejemplo que usamos hace poco, ¿te hubiera gustado que te
revelaran dónde estaba escondida la víctima, cierto? En el lugar del amigo buscado, ¿qué te gustaría que hicieran?”.
Avergonzado, volví a bajar los ojos. El zapatero hizo una pausa y concluyó: “Colocarse en el lugar del otro es un
ejercicio extremamente importante. No obstante, no es suficiente. No existe apenas el otro, mas los otros, cada cual
con sus intereses y valores no siempre en sintonía con los tuyos. ¿La elección es tuya? Es necesario tener el
discernimiento para entender cuál es el verdadero sentimiento que te mueve y cuál de las virtudes debe servir como
instrumento a tu decisión para que la luz se haga en aquel momento”.
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“Si estás inquieto con tus dudas, no debes olvidar que todo sufrimiento es fruto del desequilibrio entre conceptos y
emociones; ideas nuevas y obsoletas todavía en conflicto; sentimientos confusos en colisión. Todo porque estás
pensando apenas en ti”. Le pregunté si él estaba afirmando que yo estaba siendo egoísta. Lorenzo guiñó el ojo y dijo
de forma pícara: “De cierta manera, sí”. En seguida habló seriamente: “Al colocarte en el lugar del otro debes tan sólo
objetivar el bien de aquella persona. Lo que es maravilloso. Sin embargo, muchas veces dejamos que nuestras
propias sombras traigan las tristezas y los recuerdos del pasado que aún nos corroen y, por descuido, acaban
contaminando nuestra decisión y, en consecuencia, la vida de los otros. Entonces terminamos por llevar tinieblas en
vez de luz a la cuestión, lo que es pésimo. Luz y sombra a disposición de una simple palabra. ¿Percibes la delicadeza y
el valor de una elección?”.
“¿Es más, quién conoce la intimidad del matrimonio de tu primo, sus dolores y delicias? ¿Y si en vez de colocarte en el
lugar de tu primo te colocaras en el lugar de su esposa? ¿Qué historias ella trae consigo? ¿Cuáles son sus heridas,
traumas y decepciones que aún no fue capaz de curar? ¿Cuánto de ayuda ella necesita y cuál es la mejor manera de
ayudarla? Sabemos tan poco sobre nosotros mismos. ¿Cómo erguirse como señores de la verdad y del destino ajeno?
¿No dijiste que ellos parecían conformar una familia feliz? En realidad, hasta ahora sólo te preocupaste por tí mismo y
en qué hacer con la verdad que te fue revelada a pesar de cualquier deseo. ¿El sentimiento que te mueve tiene la
intención de construir o destruir? Esto definirá si la virtud está en hablar o callar”.
Aproveché la brecha y dije que nada pasa por casualidad. Si el secreto de alguna manera me había sido revelado era
porque yo debía hacer algo bueno con él. El artesano asintió con la cabeza y complementó: “Sí, está claro que debes
hacer algo bueno no sólo con el secreto, sino con toda la situación que envuelve la cuestión y extraer la mejor lección.
El secreto es un mero objeto de esta lección que la vida generosamente te ofrece. Lo que hagas con el secreto
revelará mucho más de ti que sobre la esposa de tu primo. ¿Será que el bien está en revelar el secreto o en la lección
de aprender a lidiar mejor con las propias virtudes como una valiosa oportunidad de perfeccionamiento personal?”.
Hizo una pausa y volvió con los cuestionamientos: “¿Si la agonía aún te invade no será que señala algo? ¿Será que un
alma plena se permitiría ser invadida por el dolor de la inadecuada moral y de las virtudes en sí? ¿Qué falta ser
transformado para que la duda sea siempre un factor de crecimiento y no de desequilibrio”?.
Volví a agachar la mirada. Sí, estaba sufriendo. ‘Si existe sufrimiento es porque resta una lección a ser aprendida,
algo a ser transformado dentro de sí’, recordé que el Viejo siempre insistía en esta valiosa lección.
La vida es extremamente generosa, mas tiene una manera muy extraña de enseñar. Sin embargo innegablemente
eficaz. Permanecimos largo tiempo en silencio. Lentamente las ideas se iban adecuando en mi mente y los
sentimientos encontraban lugar en mi corazón. Entendí que las virtudes, apesar de su innegable importancia, no son
un fin en sí mismo, tan sólo herramientas que necesitan ser usadas con sabiduría para que se haga la luz. La moral, a
su vez, sólo tendrá valor si está revestida de amor, sin el cual nada tendrá sentido. Un velo más se había descubierto.
Sonreí. Lorenzo lo percibió, me devolvió una bella sonrisa y finalizó: “El amor será siempre la travesía y el destino. La
sabiduría, a su vez, cumple el papel de guardiana del Camino”.
gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La puerta
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De todos los lugares del monasterio, la biblioteca siempre fue mi preferido. Escoger uno de los innumerables títulos
disponibles, acomodarme en una de sus confortables poltronas y repartir la atención entre las letras y el maravilloso
paisaje de las montañas, proporcionado por las enormes ventanas, permiten momentos de pura magia. Muchas veces
encontré al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, en algún rincón encantado con
la lectura o en viaje profundo en los mares de la reflexión. En ese día yo había acabado de escoger un libro cuando
percibí que él me observaba. Levantó las cejas queriendo saber qué había escogido. Le mostré la portada y él sonrió
en aprobación. Era una antología de conferencias de Yogananda. Aproveché que había una silla libre a su lado y me
senté. Le pregunté qué leía. El monje respondió con un susurro: “El Sermón de la Montaña”. Cierta vez, él me había
revelado que leía ese pequeño texto todos los días antes de iniciar cualquier otra lectura, pero no imaginaba que lo
decía en sentido literal. Ante mi expresión de asombro el Viejo dijo: “Las letras del Sermón están vivas y siempre me
traen enseñanzas sin fin”. Yo ya lo había leído varias veces y le pregunté sobre qué trecho estaba meditando. El
monje dijo con voz suave: “Aquella parte que dice que ‘estrecha es la puerta y apretado el camino de la vida. Raros
son los que lo encuentran’”. Dije que sabía de que se trataba y me adelanté para mostrarle toda la erudición que
pensaba tener. Dije que aquel capítulo tenía la función de orientar sobre el cuidado de no insistir en los senderos
anchos de la perdición. Complementé diciendo que no encontraba mayores dificultades en su interpretación, bastaba
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que fuésemos siempre honestos. Así de simple. El Viejo me ofreció una dulce sonrisa de agradecimiento como
respuesta y volvió a concentrarse en la lectura y en sus pensamientos. Me sentí orgulloso de mí mismo.
Pasados algunos días, volví a encontrar al Viejo. Yo estaba irritadísimo. Una discordia familiar sobre la repartición de
la herencia dejada por un familiar venía causándome desconcierto entre personas que convivieron durante toda una
vida y, aparentemente, se amaban y respetaban. Parecía que yo ya no conocía a nadie. Me ofrecieron propuestas de
división de bienes absurdas, alegaciones y fundamentos tan tortuosos que rayaban en lo ridículo. Sin embargo, todo
era muy serio y yo vislumbraba una enorme pérdida financiera. Le pedí al monje un consejo que pudiera suavizar mi
corazón ante el sinsabor que sentía. Él me miró con bondad y dijo: “Es hora de atravesar la puerta estrecha”. Hizo
una pausa a propósito y me aconsejó: “Sé honesto”. Refuté argumentando que estaba siendo absolutamente honesto,
los otros eran los deshonestos conmigo. Ellos querían usurpar lo que era mío por derecho. Esta era la razón de mi
sufrimiento. El Viejo levantó las cejas y dijo: “¿Si atravesaste la puerta al ser honesto y, más allá de ella está el
sendero de la luz, por qué te veo desorientado y con tanta agonía?”
Le pregunté si actuaba de manera errada al ser honesto y en favorecer mis intereses. El monje respondió con voz
seria: “De ninguna manera. Ser honesto es obligación del andariego. Es una virtud indispensable para conquistar la
dignidad que te autoriza a recorrer el Camino. No obstante, ser honesto por sí sólo no basta. Para atravesar la puerta
estrecha y seguir por el difícil sendero de la luz es preciso más”. Avergonzado agaché la mirada. Como gesto de
humildad, le pedí que me enseñara un poco sobre la puerta.
Andamos hasta el refectorio, nos servimos café y nos sentamos. Entonces el Viejo habló: “La puerta estrecha es una
elección, tal vez la más importante de la vida. Tan valiosa que tienes que reafirmarla todos los días, pues enormes
son las tentaciones que insistirán en desviar tus pasos. La puerta estrecha es la elección de las virtudes del alma en
detrimento de los valores del ego; es el sendero dorado del corazón. Es el inicio del Camino”.
“Voy a adelantarte una cosa: no es fácil. Primero es preciso ver la puerta, muchos ni esto aún consiguen. Después es
necesario atravesarla y, en seguida, mantenerse en el ‘sendero apretado’. Varios sucumben ante los apelos del mundo
o ante las dificultades encontradas. Por fin, tendrás que incorporar el Camino a tu manera de ser. Es decir, andariego
y camino se funden, se hacen uno; es el momento en que las cortinas se abren para una nueva etapa. Significa que
desembarcaste en la estación de las Tierras Altas”. Hizo una pausa y concluyó: “Sólo no olvides: el viaje es duro, pero
dulce. También es infinito”.
Comenté que entendía, pero no mucho. Le pedí que me explicará mejor. El Viejo se esforzó para ser didáctico: “Todos
somos educados dentro de los patrones de la sociedad que valora la fama vacía, el brillo sin luz, los aplausos fáciles,
las celebridades que nada transforman, el dinero como instrumento de poder, la apariencia en vez de la esencia. Son
condicionamientos sociales, culturales y ancestrales tan arraigados al ego que casi nunca cuestionamos el valor de
estar en la búsqueda de tales objetivos. Actuamos por automatismo, sin mayores cuestionamientos, pues esas son las
conquistas que traerán el reconocimiento y la admiración de la mayoría de las personas que nos rodean”.
“Seguir en esa búsqueda facilita el seguimiento de los rieles del ego construidos hace siglos sin ningún
cuestionamiento. Es agradable pues el ego desea las conquistas materiales que representan lujo, placeres sensoriales
y reverencia. Las sombras de la vanidad y del orgullo crecerán para convencerte de que eres más que los demás. Tu
creerás que naciste para tener el mundo a tus pies”.
“Sin embargo, esa no es la sinfonía del universo. La vida tiene un compromiso inexorable con la evolución. La
evolución está relacionada con la libertad y la plenitud del alma. Para librarse de las opresiones mundanas se debe
aprender a ser más con menos. Entre menos la persona necesite más libre será. Esta es la ecuación de la libertad. El
deseo de tener genera dependencias y conflictos en función de cosas innecesarias, olvidando en un rincón cualquiera
la belleza de la construcción del ser. Lo que te permite continuar el viaje no es el tamaño de tu mansión o de la
cuenta bancaria, sino la grandeza de tu corazón”.
“El deseo desenfrenado por adquisiciones incesantes debilita la existencia al crear una dependencia creciente que
engaña con relación a la conquista de la paz y de la felicidad. Bellos ornamentos externos no siempre reflejan la
verdad interna. Con frecuencia el lujo aparente sólo esconde una enorme miseria esencial. El resultado son personas
que usan la arrogancia para mostrar el poder del que carecen, la fuerza interna que no poseen. Alimentan el orgullo y
la vanidad por la necesidad de esconder, aún de sí mismos, toda la debilidad que sienten, como un suntuoso palacio
montado sin los cimientos fundamentales que lo hacen vulnerable a la menor ventisca. Lo que engrandece al
andariego no es el número de países que ya visitó, sino el viaje profundo que hizo para conocerse a sí mismo”.
“Modernamente los deseos del ego han creado un triste batallón de sufridores y desesperados; establecidos en el
mundo, mas perdidos en sí mismos. Drogas en el intento de escapar de sí mismo; diversiones escandalosas para
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acallar la voz silenciosa del corazón; lentes oscuros para esconder los ojos de todos los ojos que revelan las heridas
abiertas del alma. Depresión, terapias, ansiolíticos, antidepresivos y la ilusión de que podrán huir eternamente del
espejo que mostrará, tarde o temprano, la exacta fotografía del ser hambriento de luz”.
“Los deseos del ego hacen la existencia cada vez más pesada y resbalosa, cuando en realidad necesitamos de la
ligereza del alma para que las alas puedan sostenernos sobre los precipicios de la existencia. En el ápice de la plenitud
pueden rasgarte la ropa, incendiar tu casa y abandonar tu cuerpo en una cárcel insalubre. El alma plena continuará
intocable e inalcanzable. La plenitud es la cura a las fragilidades del ego. Es la paz interna y eterna, tan poderosa que
te sostendrá más allá de las maldades y ofensas comunes del planeta”.
Le pregunté sobre las consecuencias al negarme a atravesar la puerta. El Viejo se encogió de hombros, como quien
dice no tener salida y explicó: “Recuerda que el universo está conectado con tu evolución dada la necesidad inevitable
de expansión de todo el cosmos. No olvides que eres parte del todo; por tanto, el todo está en ti. Esta es tu fuerza así
como tu compromiso. Entonces, en la secuencia de cada elección vendrá un nuevo ciclo de aprendizaje. Suave o
severo, siempre en justa reacción a tus decisiones”.
“Al rehusar el perfeccionamiento las lecciones se van haciendo más duras. Falencias, enfermedades y conflictos están
íntimamente ligados a la necesidad del ser en revaluar los propios conceptos. Dificultades financieras tienen el poder
de mostrar la riqueza de los valores nobles e inmateriales de la vida; enfermedades suelen volverse una farmacia para
el alma; conflictos permiten ópticas y actitudes más certeras con relación a la sabiduría y el amor necesarios para la
felicidad. Son situaciones que afectan directamente al ego; no obstante, perfeccionan al alma hacia la libertad y la
plenitud. Al final, acabamos sintonizando el ego al ritmo del alma, entendiendo las oportunidades de transformación
ofrecidas. De la sombra se hace la luz. Sí, la vida es siempre muy generosa. Lo que el ego salvaje llama desgracia, el
alma iluminada agradece por la gracia”.
Le pedí que me aconsejara en el caso concreto y me dijera qué hacer. El Viejo arqueó los labios con una leve sonrisa,
revelando toda su bondad y dijo con voz suave: “No tengo la más mínima idea, Yoskhaz. Administrar la vida ajena es
un mero acto de ligereza y arrogancia. Cada cual es su propio maestro y es absolutamente responsable por sus
elecciones. Solamente así nos es permitido avanzar”. Hizo una pequeña pausa y dijo: “Analízate profundamente a ti
mismo y a tus prioridades en este momento. Sólo así conocerás la batalla para la cual ya estás listo: enfrentar a tus
parientes para defender un patrimonio que te pertenece por derecho o abrir mano de esta discusión para concentrarte
en otras conquistas”. Levantó las cejas y dijo seriamente: “Cualqueira que sea la decisión, será preciso perdón y
compasión sobre todos los involucrados para que las telarañas del sufrimiento y del resentimento no apaguen la
alegría y la ligereza al caminar. Entonces, escoge por amor pues sólo el amor tiene ese poder”. Sus labios denotaron
una linda sonrisa y finalizó: “La puerta estrecha es aquella que revelará el sendero hacia la libertad y la plenitud. Es la
elección que traerá transformaciones personales. Es el sendero que te permitirá que florezca lo mejor que habita en el
andariego, que aún está oculto”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La buena batalla
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Me sentía insatisfecho con la vida. Deambulaba por las calles sinuosas y estrechas de la pequeña y elegante ciudad
que está en la falda de la montaña, que acoge al monasterio, cuando pasé en frente a una panadería. El aroma del
pan fresco era irresistible. Me senté y pedí un sándwich con mantequilla, miel, canela y una rebanada generosa de
queso y para acompañar, una taza de café. En ese instante Lorenzo, el elegante zapatero, irrumpió por la puerta. Al
verme sonrió de manera sincera y con los brazos abiertos se aproximó. Tras un fuerte abrazo, pregunté si fue el olor
del pan o la casualidad que nos atrajo hasta allí. Me miró como si fuera un chico y dijo: “La casualidad no existe”.
Comenté que había pensado en pasar por su taller, pero que no había querido interrumpir el ritmo de su trabajo en el
medio de la tarde. Él, que era famoso en la ciudad por tener horarios inusitados para abrir o cerrar la tienda, dijo:
“Terminé el trabajo por hoy. Vine a conversar contigo”. Reí y le comenté que él no podía saber que yo estaba en la
panadería, pues ni yo mismo sabía que estaría allí hacía cinco minutos atrás. Lorenzo se encogió de hombros, como si
fuese obvio, y dijo: “Tampoco lo sabía, por lo menos hasta entrar aquí y ver la agonía dibujada en tu rostro; entonces
entendí”. Agaché la mirada y le agradecí en silencio.
Lorenzo también pidió una taza de café. En seguida, le confesé que estaba muy amargado por el hecho de que la
Orden se había vuelto blanco de una campaña de difamación en una conocida red social de internet, y lo que era peor,
todo había comenzado por un antiguo compañero de universidad que había ido a visitarme al monasterio. Le hablé
sobre las mentiras y las conclusiones absurdas que fueron publicadas. Le hice un pequeño resumen al buen artesano,
que en respuesta dio una sonora carcajada. Le dije que no veía motivo para risa, pues el caso era serio. Él me miró
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con compasión y dijo: “No, no es serio. Sería serio si se fundamentara en la verdad, pues todos los conceptos de la
Orden tendrían que ser revalidados. Mas no. La mentira, aunque pueda en algunos casos manchar la apariencia, no
posee fuerza para alcanzar la esencia. La mentira es el arma de los débiles, desesperados y perdidos. Nada que pueda
extremecer la bella trayectoria de los Monjes de la Montaña”. Acrecenté que la difamación había alcanzado un público
muy grande y generado muchos comentarios igualmente calumniosos. Yo iba a sugerir que la Orden procesara a
todas esas personas. Lorenzo meneó la cabeza negando y dijo: “Dudo que el Viejo esté de acuerdo en iniciar una
acción judicial”. Le pregunté cuál era el motivo para no hacerlo. El zapatero respondió: “El Viejo no es apenas el
monje más antiguo del monasterio, él conoce el lado invisible de las cosas. El Viejo sabe que un proceso tan sólo
alimentará los sentimientos densos que envuelven la cuestión mientras dure la demanda y agigantará al ofensor que,
con toda seguridad, es un sujeto infeliz, atormentado por las propias sombras. La mentira, tarde o temprano, se
consume en la propia hoguera y desenmascara al mentiroso. Un día él se dará cuenta; la vergüenza será su pena”.
Argumenté que esto podría demorar y le pregunté qué me aconsejaba. Frunció el entrecejo y dijo con seriedad:
“Paciencia, misericordia y perdón. Todo agresor ya trae mucho sufrimiento y desarmonía en sí mismo, reflejados en
su comportamiento equivocado”. Quise saber si al menos una aclaración sería importante. Lorenzo dijo: “No veo
necesidad; la mentira entre más absurda, más insostenible se hace. De la misma manera, sólo que de otro modo,
estarían alimentando las sombras del agresor y, no lo dudes, él ansía que ustedes combatan con las mismas armas
que él ofreció. Es el juego que conoce, es la manera de sentirse cómodo y controvertir, inyectando combustible a la
insensatez”. Me miró profundamente y dijo: “No juegues el juego con esas reglas. El mal sólo existe porque ignora el
bien”. Hizo una pequeña pausa y concluyó: “Saca la batalla del lado sombrío. Ofrece al enemigo la luz que él no
conoce”.
Conversamos un poco más y tuve que despedirme, pues tenía que aprovechar que me llevarían hasta el monasterio.
Salí de allí con una extraña sensación de calma, pero convencido de que Lorenzo no entendía la gravedad del
problema.
Cuando llegué al monasterio encontré el ambiente agitado. Muchos monjes se sentían ofendidísimos y discutían cómo
deberían reaccionar. Todos aguardaban al Viejo que regresaba de viaje aquella noche. Cuando llegó varios monjes lo
cercaron para relatarle el hecho y pedir las severas medidas que el caso exigía. El Viejo los miró serenamente y dijo:
“Tengo hambre y sueño. Mañana estaremos en mejores condiciones para decidir”. Un discípulo señaló los peligros de
la internet y cómo la modernidad trae consigo tantas cosas nocivas. El Viejo apuntó con dulzura: “El progreso
acompaña la evolución de la humanidad. Es una bendición. No obstante, siempre habrá alguien que hará mal uso de
una cosa buena. Tenemos que prestar atención para combatir el mal, cuidar del infeliz e incentivar los avances”.
Observó las expresiones de todos y complementó: “No es porque tenemos congresistas corruptos que vamos a
extinguir la democracia; jueces mal intencionados no pueden motivar el fin del estado de derecho. De la misma
manera una útil tijera de sastrería no necesita ser prohibida por el hecho de que alguien la haya utilizado como arma
para herir a otra persona”.
Hizo una señal para que yo lo ayudara con su maleta hasta sus aposentos. Al llegar a la puerta le pregunté si él no
estaba preocupado con lo ocurrido. El Viejo arqueó los labios con una breve sonrisa y dijo: “Ni el monasterio ni la
Orden serán destruídos esta noche”. Quise saber si él podría dormir ante el problema que tendría que enfrentar. Fue
categórico: “Cualquier decisión tomada tendrá igual eficacia hoy por la noche o mañana por la mañana. Quédate
tranquilo. La ansiedad solamente nos controla si le concedemos tal permiso. En breve ni recordaremos más este
hecho. Descansa en paz”. Nos despedimos en ese momento.
Cuando todos llegaron para el desayuno, enseguida de la meditación matutina, encontraron al Viejo en el comedor. Su
semblante traslucía la serenidad que le caracterizaba; los ojos desbordaban compasión y los labios revelaban una
sonrisa casi imperceptible, como si estuviese maravillado con el grave conflicto que allí se había instalado. Preguntó si
alguien quería hablar y muchas manos se levantaron. Los organizó a todos para que hablaran, sin interrupciones, para
no obstruir los raciocínios. Hizo un pedido: “Expongan sus motivos de manera clara y serena sin agredir a ninguna
persona. Me interesan los hechos, no la condena de alguien”. Percibí una enorme dificultad de las personas para
atenerse apenas a los acontecimientos sin la necesidad de acusar a otras o exigir retaliaciones. Muchos hablaron, uno
tras otro, cada cual exponiendo sus razones; me pareció que todos ofrecieron buenos motivos para exigir del ofensor
la debida reparación. Una vez se agotaron los oradores el Viejo dijo: “Estoy de acuerdo que todo el mal debe ser
combatido con firmeza. No obstante, la manera como se hace esto marca la diferencia. Hay que entender que cada
situación exige una manera más adecuada de actuar. Lo que no podemos olvidar es de que lado estamos.
Dependiendo de nuestra reacción estaremos alimentando las sombras de un lado o la luz del otro, y lo que
alimentemos se reflejará en nosotros mismos. En primer lugar, es necesario definir si combatiremos el mal con mal o
si iluminaremos la oscuridad”. No se oyó palabra disonante. Algunos monjes agacharon la mirada.
“Nuestra elección me parece obvia. Entonces, nos cabe decidir qué instrumentos de luz usaremos”. Hizo una pausa
para aguardar alguna sugerencia que no llegó. Prosiguió: “En este caso, sugiero el silencio y el trabajo. Vamos a
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aprovechar que se montó un campamento recientemente, localizado en una ciudad a pocas horas de aquí, con
refugiados de África que huyen del hambre y de la guerra civil en su país de origen. Algunos de nosotros se dedicarán
con ahínco a la ayuda humanitaria a ese pueblo que sufre. Los demás continuarán en tareas de mantenimiento del
monasterio, que no son pocas. Hay mucho trabajo a ser hecho por todos. Es preciso retirar los pensamientos nocivos
de la mente y, principalmente, darle al conflicto su perfecto enfoque. Trabajar en hacer el bien es maravilloso para
esto”, explicó el Viejo. En seguida se formó un murmullo. Algunos monjes y discípulos se manifestaron diciendo que
algo debería ser hecho en contra del agresor pues de lo contrario, se sentiría animado a proseguir con las ofensas.
Estuve de acuerdo con ellos.
El Viejo sonrió y comentó: “Algunas personas tienen mayor facilidad para destruir que para construir. Creen que si
destruyen la buena imagen ajena se sentirán mejores con la suya. Este placer es pasajero ya que está motivado por
las propias sombras que pronto sentirán más hambre y causarán más dolor y sufrimiento al infeliz. Así, de cierta
manera, es interesante notar que hasta las sombras a veces terminan haciendo un buen servicio a favor de la luz al
causar este malestar. Él podrá proseguir alimentándolas o, al alcanzar un nivel mínimo de consciencia, algo que tarde
o temprano sucederá, percibirá el confinamiento a un ciclo de infinitas repeticiones con situaciones parecidas y
emociones desagradables. Entonces, lentamente, buscará transformar su patrón de comportamiento para alcanzar
resultados mejores. Algún día todos perciben sus errores”.
Uno de los monjes se manifestó diciendo que no podíamos esperar a que ese día llegara. Sugirió una acción judicial
para no sólo callar al ofensor, sino como medio de reparar la moral de la Orden. El Viejo frunció el entrecejo y dijo:
“¿Reparar la moral? ¿Cómo así? Mi moral no fue tocada en ningún momento. Jamás lo permitiría. Esto es una decisión
personal. Conozco mis pasos. Eso es suficiente. No se combate a un mentiroso de la misma manera como
enfrentamos a un asesino”. Hizo una pausa y concluyó su raciocinio: “Tan sólo se estaría alimentando con sombras las
tinieblas hambrientas que asotan el ofensor. Librar una lucha con estas armas no me interesa. Mi campo de batalla es
otro. Lucharemos con las herramientas del silencio de quien se conoce a sí mismo y con el trabajo relativo a la
evolución”.
Fue imposible no recordar la conversación que había tenido con Lorenzo en la panadería. Caminos distintos de un
mismo destino.
Aunque a disgusto de muchos en el monasterio, acatamos la sugerencia del Viejo de “cuidar de nosotros por el
momento” y responder con silencio y trabajo.
Con el pasar del tiempo las mentiras perdieron fuerza, debilitándose en sí. Algunas personas que apreciaban la Orden
iniciaron espontáneamente un contra movimiento. El Viejo, conmovido, agradeció, pero dijo que no era necesario. No
satisfecho el agresor creó nuevas acusaciones, tan absurdas, que sólo sirvieron para desprestigiar las antiguas. Por
otro lado, el trabajo humanitario que, además de hacer bien al alma, nos mostraba cómo aquellas injurias eran
pequeñas ante las bellezas de la vida. El silencio, a su vez, fue un poderoso aliado de la meditación y la reflexión para
fortalecer las verdades de cada uno hacia quien realmente importa: uno mismo.
Pasó mucho tiempo y nadie más tenía interés en comentar el caso, ya olvidado en un cajón cualquiera de la memoria.
El hecho se había adecuado a su justo y perfecto tamaño: la insignificancia. Había restado una valiosa lección.
Sin embargo, yo no imaginaba que la lección aún no había acabado hasta que recibimos una visita. Aquel antiguo
compañero mío que empezó la campaña injuriosa volvió al monasterio.
Ante la desconfianza de todos, pidió para hablar con el Viejo. Un monje que había sido luchador en la juventud se
aproximó preocupado. El Viejo lo reprendió con una simple mirada, haciéndole retroceder. El Viejo, como si esperara
ese improbable encuentro, recibió con una sonrisa al visitante y, sin decir palabra, le dio un abrazo sincero. El hombre
rompió en sollozos. Cuando pudo hablar pidió disculpas. Después se dirigió a todos los monjes que estaban alrededor
y volvió a pedir disculpas. Mil disculpas.
Muy agitado, confesó que en realidad había sentido una envidia enorme al visitar el monasterio la primera vez. Contó
que había encaminado su vida en busca de deseos relativos al ego y había dejado las necesidades del alma en
segundo plano. El resultado era un enorme vacío y una sensación de abandono que no conseguía explicar. Quería la
paz y la alegría que allí encontró mas que veía distantes de sí. Como no podía decodificar sus sentimientos, reaccionó
mal. Decidió destruir todo lo que revelaba sus propios errores. Ahora lo reconocía.
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El Viejo encaminó a todos hacia el refectorio y pidió que sirvieran té, café y pastel. Después le dijo al hombre: “Su
trayectoria es muy bonita”, ante el espanto de todos, adicionó: “Las más bellas historias son las de superación. Me
gustan aquellos que se deparan frente a frente con la oscuridad del propio ser y deciden iluminarla en vez de
alimentarla. Esto es transformación, es lo que hace que la vida valga la pena; es lo que le da sentido. En esencia, es
evolución”.
El hombre le ofreció una generosa donación a la Orden como forma de resarcimiento por todos los inconvenientes que
generó. El Viejo aclaró con voz dulce: “Le agradezco, pero no aceptamos donaciones. Vivimos de la fabricación
artesanal de chocolate, producido por nuestros monjes. Ya tenemos lo suficiente”. El hombre dijo que conocía la fama
de los chocolates y que entonces escogería un orfanato o un asilo para hacer la donación. El Monje movió la cabeza y
dijo: “Es una excelente idea, pero siéntase libre. Hay muchas instituciones serias que necesitan ayuda financiera para
proseguir al servicio. No obstante toda donación es un acto de amor y, por esta razón, debe tener raíz en el corazón”.
El hombre concordó y reveló que tenía un pedido: juntarse a las hileras de la Orden, aunque para eso tuviera que
abandonar todos los bienes materiales que había adquirido a lo largo de la existencia. Ansiaba por la paz y alegría que
veía en los monjes.
El Viejo arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “¿Por qué renunciar a los bienes materiales? El dinero es una
herramienta maravillosa y sagrada desde que sea usado correctamente para la evolución. No hay ningún problema
con el dinero, el problema es la forma como nos relacionamos con él. Comúnmente culpamos al otro cuando la causa
reside en nosotros. Con el dinero no es diferente”. Hizo una pequeña pausa y retomó el asunto: “La paz y la alegría no
son privilegios de la vida monástica. Aquí sólo estamos los peores, los más rebeldes, aquellos que requieren mayores
cuidados”. Todos rieron con ganas pero sabían que, en parte, era verdad. En seguida prosiguió: “La alegría y la paz
son logros que están a disposición de cualquiera, así como las demás virtudes. Las puede encontrar en todos los
lugares, por el simple hecho que ellas están adormecidas en lo más íntimo de su ser. O usted las encuentra dentro de
sí o no será capaz de tenerlas”. Dio una pequeña pausa y dijo: “En cuanto a usted, sinceramente, no veo necesidad
de una rutina monástica”.
El hombre dijo que no sabía cómo hacer para encontrar lo que buscaba. El Viejo fue didáctico: “En verdad usted ya
inició ese proceso al percibir las sombras que lo aconsejaban y decidió iluminarlas. Esta es la gran batalla de la vida y
parte del proceso fundamental de autoconocimiento que le permitirá las transformaciones necesarias para el
perfeccionamiento y conquista del ser. Al reconocer los errores, repararlos y asumir el firme propósito de no incurrir
en ellos nuevamente, mostró cuánto ya fue capaz de recorrer. ¡Es un bello logro!” Bebió del té y concluyó: “El Camino
se reveló para usted. Es sólo proseguir”.
El hombre, con los ojos llorosos, agradeció. El Viejo lo corrigió: “Somos nosotros quienes le agradecemos por
proporcionarnos valiosas lecciones y un momento mágico como este”. Se abrazaron. El monje se despidió: “Vuelva
siempre que su corazón le pida un café fresco y una buena conversación. Su presencia ilumina esta casa”.
Emocionado, mi compañero partió. Había un brillo bonito en sus ojos. Una brisa suave sopló en el monasterio
trayendo una sensación agradable de paz.
Algunos días después fui a visitar a Lorenzo a su taller y le conté todo el desenredo de la historia que había
comenzado con nuestra conversación en la panadería. El buen artesano dijo con relación al conflicto: “¿Te das cuenta
de que no hubo perdedores? Esto sucede cada vez que traemos la batalla para el lado de la luz”. Le dije que estaba
impresionado con el comportamiento de mi compañero y el desenlace del caso. El zapatero comentó: “Los griegos
cuentan que en la entrada de la Isla de Delfos había un portal de piedras. En la cima estaba inscrita la frase ‘conócete
a tí mismo’. Esto es tan importante que orientó toda la filosofía de Sócrates y hasta los días de hoy nos influencia. Ese
fue un paso importante que tu compañero dio”. Entonces finalizó: “Ese es el inicio del verdadero y buen combate,
aquel que libramos dentro de nosotros”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El equipaje
1 COMENTARIO
El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, había sido invitado a dar una serie de
conferencias sobre diversos temas en otro monasterio, bastante distante del nuestro, donde funciona una hermandad
con preceptos distintos a los nuestros. En esencia, las diferencias nos aproximan más que alejarnos. En aquella época
yo era el discípulo designado para acompañar al monje. Todos estaban encantados con el Viejo. Una imagen serena,
siempre con una sonrisa discreta en el rostro, la mirada que reflejaba paciencia, las palabras sabias pronunciadas en
voz suave y, principalmente, con actitudes, aún en los pequeños gestos, que desbordaban el más puro amor. Él decía
que servir como ejemplo es el argumento más poderoso que alguien puede ofrecer; es la “verdad viva”. En dos
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ocasiones durante ese viaje, el monje me pidió que iniciara la conferencia del día con introducciones rápidas sobre el
tema que él abordaría en seguida, hecho que me mereció algunos elogios, mucho más como reflejo de las clases del
Viejo que por mérito propio. No obstante, yo estaba mal. Un alumno de aquel monasterio quien me cedió un espacio
en su cuarto durante los días que allí permanecimos me venía perturbando con un torrente de críticas, ya fuera con
relación al breve discurso con el que iniciaba las charlas, o a causa de algún comportamiento mío que él consideraba
inadecuado. En todo veía defecto. Cuando el Viejo entró en el cuarto para saber si ya estaba listo para nuestro viaje
de regreso, me encontró arreglando la maleta tal y como se encontraba mi corazón: en total desorden y descuido.
Cuestionado, le relaté los motivos de mi irritación. El Viejo me pidió que dejara de arreglar la maleta y que fuésemos
a caminar un poco. Le recordé que teníamos que partir, y él dijo: “Es necesario entender lo que llevamos en el
equipaje para proseguir el viaje”. Le dije que colocaba en la maleta apenas mi ropa y pertenencias personales. El
buen monje señaló la maleta sobre la cama con la quijada y me corrigió: “No hablo de esa maleta”, colocó la mano en
el propio pecho y complementó: “Me refiero al equipaje sagrado, aquel que llevamos en el corazón”.
Mientras paseábamos por el bello jardín de aquel monasterio, le conté sobre mi descontento con relación al otro
discípulo. Hablé y hablé hasta que se agotaron mis quejas. El Viejo, que había escuchado todo con enorme paciencia,
dijo: “Buda enseñaba que ‘siempre que permita que la rabia habite en mi, perderé la batalla’”. Hizo una pequeña
pausa y continuó: “El mayor combate es aquel que libramos dentro de nosotros, al iluminar las sombras que nos
habitan. Ellas son muchas y diversas: La rabia, la irritación y el sufrimiento son tan sólo algunas de sus muchas
especies. La convivencia social trae a los aliados, aquellas personas que nos ayudan y fortalecen para mantener
encendida la llama de la luz que ilumina nuestros pasos. Trae también a los adversarios, quienes parecen tener como
misión la función de alimentar las sombras que se esconden en nosotros. Unos son tan importantes como los otros.
Mientras los aliados colaboran de manera explícita al ayudar, los adversarios lo hacen de modo implícito al obstruir.
Los antagonistas funcionan, a nivel del inconsciente, como maestros ocultos que nos suministran, a través del
conflicto, la exacta lección, aquella para la cual ya estamos listos”. Lo interrumpí para decirle que no entendía. El Viejo
explicó: “Al permitir la manifestación de mi sombra, tomo consciencia, no sólo de su existencia sino de cuánto me
obstaculiza e ilusiona. Así, en caso de estar con la mente despierta, puedo iniciar el proceso de perfeccionamiento de
esa faceta de mi ser”.
Le dije que no estaba entendiendo. El Viejo fue más didáctico: “Es como en una película. El bueno necesita del
bandido para ejercitar sus capacidades. En caso contrario, vivirá una vida de estancamiento y una historia sin encanto
o interés. De ese modo, entre más sofisticado sea el villano mejor será la historia, pues permitirá al héroe desarrollar
poderes que aún desconoce y entonces superarse. ¿Percibes que es el conflicto el que mueve la narración? En la vida
no es diferente. Cada cual es el héroe de su propia historia y, en consecuencia, termina siendo el villano de la historia
ajena, pues de un modo u otro, siendo justos o no, en algún momento actuamos en desacuerdo con las expectativas
de alguien. Para desempeñar su papel, el héroe necesita del villano para entender como reacciona ante las dificultades
que surgen. ¿Cómo reaccionamos ante las adversidades? Esta es la perfecta regla que nos mide. Aprovecha la
oportunidad para aprender sobre ti mismo; limar los ángulos que cortan, tanto a ti como a los otros; ofrecer lo mejor
y avanzar, siempre en busca de la integridad y de la plenitud del ser”.
Le pregunté si el conflicto es, de hecho, necesario. El Viejo explicó con paciencia: “Vivimos en un plano de existencia
donde los conflictos aún son importantes como instrumentos para la conquista de la armonía personal. La mayor
prueba de esto es la existencia de las sombras personales. Mientras creas que tus frustraciones son motivadas por el
otro, habrán conflictos y estancamiento. Percibir las sombras significa una invitación al enorme y fundamental trabajo
personal. En las relaciones, a cualquier nivel, los interlocutores desagradables tienen la sagrada misión de hacer con
que las sombras se manifiesten a través de la adversidad y de la contrariedad. Agradéceles por esto. Así será posible
identificar e iluminar lo que precisa ser transmutado dentro de ti. Si prestas atención y hay sinceridad en la jornada
del autoconocimiento, verás que el adversario nunca es el otro, sino tu mismo. Como un guardián del umbral, él tan
sólo te mostró, aunque de manera grosera, dónde será librada la batalla para que el próximo portal del Camino sea
traspasado”, apuntó a mi pecho y dijo: “Dentro de tí mismo”.
“¿Entiendes la importancia que cada persona tiene en tu vida?” preguntó el Viejo. Le respondí que no veía ningún
valor en un sujeto que parecía perseguirme con el único fin de perturbarme. Dijo que quería vivir en paz con todos. El
monje sonrió y dijo: “¡Exacto! Y porque aún no lo ha conseguido está en esta estación. Todos quieren vivir en paz,
mas pocos están listos para asumir las propias responsabilidades evolutivas. Todavía prefieren el confort de distribuir
culpas al azar. ¿Entiendes que el comportamiento de él, aunque inadecuado, trae valiosas lecciones?”. Le confesé que
no podía ver nada de bueno en toda aquella molestia. El Viejo arqueó los labios con una linda sonrisa y las enumeró:
“¿Percibes que algo en ti también incomoda a ese discípulo? Probablemente es una cualidad o un don que él admira
mucho, pero al no poder administrar con humildad las virtudes que aún no domina, permite que la vanidad o la
envidia se manifiesten a través de actitudes agresivas. También puede ser al contrario: él ve en ti una dificultad que
también existe en él y que, inconscientemente, no puede admitir. Acaba reaccionando con duras críticas hacia ti para
fantasear con la perfección que no puede alcanzar”. Le pregunté por qué tenía que ser así. El Viejo me ofreció una
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mirada repleta de compasión y dijo: “Así sucede con todos. Como las sombras tienen la función de camuflar las
dificultades ante el propio ego, ellas van a apuntar la artillería hacia las características de otra persona, ya sea
coloreando los defectos con fuertes matices o colocando eventuales fallas bajo un poderoso lente de aumento. Lo que
incomoda a ese alumno no son los errores de Yoskhaz, sino las dificultades que él mismo tiene, con las cuales todavía
no puede lidiar, o los escalones evolutivos que aún no puede alcanzar. ¿Percibes el truco de las sombras? Con la
ilusión de proteger, ellas impiden la mejor visión. Así cada cual se vuelve la principal víctima de sus propias sombras
y, lo peor, sin percibirlo. Entonces surge el villano en el intento de despertar al héroe adormecido en cada uno y en
todos. Mientras no te entiendas a tí mismo, no podrás perfeccionarte. Por lo tanto, hay que tener paciencia con el otro
y mucha atención para consigo mismo”.
“A su vez, mostraste una enorme dificultad con las críticas. Esta es la segunda lección”, continuó el monje. Contesté
de inmediato y argumenté que las críticas eran injustas. El Viejo frunció el ceño y dijo con la voz dulce, pero repleta
de seriedad: “No te vi cuestionando los elogios cuando los recibiste. ¿Serían todos debidos? Si ni todas las críticas son
justas no todos los elogios son merecidos. Si por un lado no podemos permitir que ninguna crítica nos derrote, sino
que sirva apenas de elemento de reflexión y transformación, de otro lado la sabiduría impone que la miel de los
elogios no contamine al ego impidiendo los próximos movimientos hacia la evolución. Y una vez más cito a Buda quien
nos enseña a recorrer el sendero del medio como punto de equilibrio, para que un extremo no elimine al otro y así no
impida la conquista de la integridad del ser”.
Bajé la mirada y no pronuncié palabra pues sabía de qué estaba hablando el monje, pero tenía dificultades para vivir
de acuerdo con aquel conocimiento, al no permitir que las lecciones se transformaran en sabiduría, como un pan que
se pudre olvidado en el mostrador. El Viejo continuó: “Es justamente para encontrar esa armonía interna que
volvemos al inicio de la conversación: aprender a hacer la maleta. Lo que llevamos en el equipaje define la manera
como recorremos el Camino. Es preciso ligereza en caso de querer usar las alas. Por lo tanto, la maleta no puede
cargar el plomo de la rabia, del sufrimiento, de la envidia, de los celos, de la inseguridad y otras tantas sombras, bajo
riesgo de no poder moverse a causa de tanto peso. Son los vientos del perdón, de la tolerancia, del respeto y del
amor que te impulsan hacia lo alto”. Hizo una pequeña pausa para que yo concatenara las ideas y concluyó: “Nada en
nadie puede incomodarnos. Cuando esto sucede no lo dudes, hay algo errado en el propio equipaje. Es el momento de
abrir y modificar su contenido”.
“No pierdas tiempo ni desperdicies energía lamentándote o intentando cambiar a los otros. Sólo los tontos hacen esto.
Ofrece siempre lo mejor de ti y manifesta tu verdad de manera tranquila y clara. Después sigue. Cada cual tiene su
propia jornada para transitar”.
“La plenitud es el sagrado arte de mantener la paz interna por encima de los inevitables conflictos externos. El hecho
de permitir que el otro discípulo desestabilizara tu paz reveló las fragilidades que todavía necesitan ser perfeccionadas
dentro de ti. No te olvides de agradecerle antes de partir”. Volví a quedar en silencio, meneé la cabeza concordando y,
antes que pudiese hablar, el Viejo finalizó: “Estámos en la hora o perderemos el tren. Vé a buscar tu maleta en el
cuarto”. Giñó el ojo de manera pícara y preguntó: “¿Ya sabes lo que vas a llevar en el equipaje de vuelta para casa?”.

El ladrón de la magia
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Cada vez que era posible volvía a las montañas de Arizona para pasar una temporada al lado de Canción Estrellada, el
chamán que sembraba la sabiduría ancestral de su pueblo a través de la palabra, cantada o no. Llevaba cerca de un
mes allá cuando él me llamó para conversar al calor de la hoguera. Tal invitación era siempre recibida como un honor
y confieso que ansiaba aquel momento cada vez que lo visitaba. Esos encuentros eran por la noche, bajo el abrigo de
las estrellas. La mayoría de las veces el chamán me aguardaba sentado alrededor de la hoguera. Como explicó cierta
vez, el fuego es un importante elemento que ayuda a transmutar las viejas formas. Me hizo una seña con la cabeza
para que me acomodara sobre una manta extendida a su lado. Canción Estrellada entonó una sentida canción,
acompañado por su tambor de dos caras, en la que agradecía al Creador por la oportunidad de estar allí en aquel
momento y por las intuiciones e inspiraciones concedidas, expresadas a través de las palabras. Después encendió su
inconfundible pipa con hornillo de piedra roja. En esos pequeños rituales era común que fumáramos juntos de la
misma pipa, como gesto de admiración por la sabiduría y el coraje del uno por el otro.
Era una pequeña e importante ceremonia mágica. Ceremonia porque era un encuentro entre personas que se
respetaban y que tenían el mismo propósito; mágico porque la magia es transformación, mecanismo esencial de la
evolución. El nexo causal es siempre el amor que da el permiso y hace que los mensajeros iluminados de las esferas
invisibles participen.
Tan pronto como el chamán terminó la canción le comenté que de esta vez la invitación para conversar había
demorado más que de costumbre y que había llegado a pensar que no ocurriría. Con los ojos perdidos en las
llamaradas Canción Estrellada dijo: “Estuve observándote durante todo este tiempo y percebí lo que el ladrón de la
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magia ha hecho contigo”. Le dije que no entendía y el chamán me condujo, paso a paso, a través de su fina filosofía.
Él preguntó: “Cómo fue el episodio en el que quisiste ayudar a aquel mendigo cuando estuviste recientemente en la
ciudad próxima a la aldea” Narré que tuve ganas de ayudarlo pero que algunas personas me habían aconsejado no
hacerlo pues él tenía una triste historia de vagabundería, entonces no lo hice. En seguida, el chamán quiso saber: “Tu
habías conseguido todo el material para la confección de una canoa para pasear y pescar. ¿Por qué no ejecutaste el
proyecto?” Alegué que el inverno se aproximaba y que había oído que en aquel año nevaría, lo que me impediría
usarla en los próximos meses.
Él aspiró lentamente la pipa y permaneció en silencio observando el humo que bailaba iluminado por la hoguera. Me
quedé esperando a que él me ofreciera para que también fumara pero no lo hizo. Después volvió a las preguntas: “De
la última vez que estuviste aquí me comentaste sobre tu sueño de escribir un libro. ¿Ya lo terminaste?” Respondí que
había desistido pues había leído un artículo en un periódico que revelaba nuevos hábitos en los cuales las personas
leían cada vez menos, ya que estaban interesadas sólo en películas y música. El chamán apenas meneó la cabeza y
abordó, aparentemente, otro asunto: “¿Y tu hermano, ya lo buscaste para hacer las paces? ¿Recuerdas que habíamos
dicho que no vale la pena salvar al mundo mientras no apagamos el incendio de nuestra propia casa?” Le respondí
que no había sido posible porque me había encontrado con un pariente que dijo que sería inútil buscar a mi hermano
para conversar, pues él estaba decidido a excluirme de su vida.
Canción Estrellada quiso saber sobre mis viajes: “Estabas muy animado por viajar a África para asistir a los azotados
por el hambre, las enfermedades, la miseria y las guerras que sacuden aquel bello continente. ¿Cómo fue tu
jornada?”. Confesé que no había desistido de pasar mis vacaciones allá. No obstante, aún no había ido porque un
amigo que me acompañaría había pospuesto el viaje, ya que ese año estaba más peligroso que de costumbre. El
chamán me observó por instantes y preguntó: “¿Entonces hiciste aquel recorrido tan anhelado en que se anda
muchos días a pie, como los caravaneros del desierto?” Quise saber si se refería a la famosa caminada que inicia en el
interior de Francia y termina en la catedral de Santiago de Compostela, en España. El chamán movió la cabeza
concordando. Le expliqué que no había ido pues la amiga que iría conmigo había tenido un problema y yo no estaba
dispuesto a hacer el recorrido solo.
Él me preguntó: “¿Cuál es el motivo que te llevó a dejar de lado la bonita sonrisa que te caracterizaba?”. Le expliqué
que mucha gente confunde gentileza con idiotez, entonces había resuelto cambiar mi postura para mostrar que yo era
un hombre serio.
Canción Estrellada permaneció un largo tiempo sin decir una palabra. En sus ojos, que viajaban por el cielo salpicado
de estrellas, se reflejaban las llamas de la hoguera. Fumó su tabaco de manera lenta como lo hacía cuando
embarcaba en la profundidad de sus pensamientos. Según la costumbre debes esperar a que el dueño de la pipa te la
ofrezca para fumar con él. Imaginé que el chamán, absorto en el mundo de las ideas, se hubiese olvidado de tan
significativo gesto así que extendí la mano para que me entregara la pipa; él se rehusó y dijo: “No se fuma la pipa
buena con el hombre errado”.
Dentro de la tradición chamánica esta expresión significa un enorme jalón de orejas. Quise saber cuál era el motivo de
aquella reacción y Canción Estrellada dijo: “¿Percibes que el ladrón de la magia te hurtó todo el encanto?”. Le
respondí que si se refería a las respuestas que yo acababa de darle tal vez habría un error; yo apenas había ejercido
mi sagrado derecho de escoger. Él respondió con su voz pausada: “Sí, las elecciones definen quienes somos, es la
revelación del amor y de la sabiduría que habita en el corazón de cada uno de nosotros, amplían o reducen las
fronteras individuales y cuentan la verdadera historia de cada persona”. Me miró profundamente a los ojos y volvió a
preguntar: “¿Qué es lo que tus elecciones cuentan sobre ti en los últimos tiempos?”.
Al instante entendí lo que él quería decir. No pude articular una sola palabra. Él tocó algo que gritaba dentro de mí,
que me incomodaba y que insistía en ignorar. El propio chamán respondió: “Tus elecciones hablan de un hombre que
se dejó llevar por las voces del mundo y se hizo sordo al silencio que habla al corazón. De alguien que desistió de los
sueños ante las primeras dificultades; que eligió el miedo como consejero”. Volvió a hacer una pausa y dijo: “No has
conquistado nada porque abandonaste la osadía y el coraje, virtudes indispensables en el Camino. Dejaste de
aprender sobre el amor, perdiste varias oportunidades para superarte ante las inevitables dificultades que surgieron e
impediste importantes transformaciones en ti mismo, pues te negaste a asumir los riesgos inherentes a la vida.
Desperdiciaste innumerables oportunidades para ofrecer lo mejor de ti e impediste que el encanto del universo se
derramase en pequeños milagros. Te abandonaste a ti mismo a la vera del Camino porque el ladrón de magia te dejó
pobre de sueños. Este es el verdadero motivo por el cual no puedes sonreír más”.
Avergonzado y con los ojos encharcados quise saber lo que hacer. Canción Estrellada dijo: “¡La magia es tuya, tráela
de vuelta! La cobardía nunca mejoró el destino de nadie y los sueños son mapa y brújula para el fundamental
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encuentro contigo mismo. No importan las condiciones presentes, el aprendizaje está en el camino y el valor se revela
en la búsqueda. Ella traerá el encanto y la grandeza de tu historia personal. Vete y vuelve solamente hasta que
recuperes tu magia. Entonces tendré la alegría y la honra de compartir la pipa contigo”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La mejor novia
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Cuando entré al taller de Lorenzo, el elegante zapatero decidió terminar la jornada aunque todavía estábamos a mitad
de la tarde. Apreciador de los vinos tintos y de los libros de filosofía, tenía en el martillo y en el alicate las
herramientas de su oficio; las ideas con que coloreaba el mosaico de la vida, los instrumentos de su arte. Su taller no
tenía hora determinada para abrir o cerrar. El funcionamiento variaba según la voluntad del artesano y, en la pequeña
ciudad, los horarios inusitados del local ya se habían vuelto una leyenda. Los dos veríamos un juego de fútbol por
televisión en una animada taberna. Era uno de los tan anhelados juegos finales del campeonato. Lorenzo creyó que
aún había tiempo para conversar un poco antes de irnos y fue a hacer una jarra de café para animar las palabras.
Cuando colocó las dos tazas humeantes sobre el mostrador fuimos sorprendidos por un tornado en forma humana. La
hermana menor del zapatero invadió el pequeño taller y nos dio la sensación de que su ímpetu agitaba todo a su
alrededor. Lucy era su nombre. Hacía mucho había dejado de ser una niña y aunque ya tenía más de medio siglo de
existencia, todavía mantenía el frescor de la juventud. Sus ojos azules contrastaban con la piel morena y el cabello
negro; era bellísima. Una persona agradable en el trato, atenta y buena amiga. Muy dedicada a los estudios, se había
vuelto una respetable jueza de derecho de la región, lo que le proporcionaba una vida cómoda económicamente. A
pesar de tantos atributos no era feliz. Uno de sus deseos era tener un matrimonio estable, al lado de una persona con
quien pudiese compartir todos los momentos de la vida. Con muchas cualidades personales, sus relaciones afectivas
eran efímeras y, por razones que no podía entender, no se sostenían. Este era el motivo de aquella visita repentina;
su último novio había acabado de terminar el romance.
Estaba angustiada. Había venido en busca de entendimiento. Lorenzo le pidió que se sentara y le sirvió una taza de
café. De inmediato Lucy comenzó a recitar una gran letanía de incomprensiones. Decía, de modo sincero, que no
entendía el motivo por el cual todas sus parejas rompían la relación. Siempre estaba dispuesta a ayudar al compañero
con sus problemas personales, era amiga, leal, cuidadosa y dedicada. Comentó que conversaba con sus amigas y ellas
tampoco entendían el motivo por el cual los romances no prosperaban. Todas la consideraban la novia perfecta.
Como quien no quiere nada, el artesano le pidió que le hablara un poco, no sobre ella a quien bien conocía sino sobre
sus amores. En un intercambio rápido de miradas con Lorenzo, como viejos amigos que éramos, entendí la estrategia
del sabio zapatero: el corazón habla más sobre sí cuando revela su visión sobre el otro. Lucy comenzó por el último.
Contó que él era un gran empresario del ramo de supermercados, una persona alegre y cariñosa, un hombre rico y
generoso, pues ayudaba a varias entidades filantrópicas. No obstante, respondía ante un serio proceso por evasión
fiscal. Explicó que ella, como juez, no se sentía cómoda al relacionarse con una persona con tal problema y le había
pedido que resolviera la situación cuanto antes. Llegó hasta ofrecerse para conseguir un préstamo bancario con la
intensión de saldar la deuda o, en caso extremo, consideraba retirarse de la magistratura, pues así se sentiría más
cómoda para casarse.
Otro enamorado, anterior a ese, era un talentoso artista plástico, hombre sensible y amoroso, con raro talento. Sus
pinturas eran de gran belleza y la emocionaban. Confesó que no entendía como su trabajo nunca había interesado las
grandes galerías internacionales. Él tenía dificultad en mantener su propio sustento, la venta de los cuadros era
escasa y limitada a la feria pública en la plaza de la ciudad. Recibía una ayuda del hermano, de quien era muy amigo,
para complementar la renta. El hermano era conocido por ser dueño de un famoso y polémico cabaré que, según las
malas lenguas, era un canal para la prostitución. Aunque su novio no estuviera involucrado con el negocio, aceptaba
una mesada para el auxilio de sus gastos personales. Lucy lo estimuló a retomar la universidad y terminar el curso de
arquitectura que había abandonado para dedicarse a la pintura. Él podría vivir con ella hasta graduarse, lo que
reduciría los gastos, y después de diplomado podría valerse del buen circulo de relaciones de ella para realizar plantas
y proyectos. Tan sólo quería que su novio tuviera las condiciones necesarias para que no aceptara más el dinero, de
dudoso origen, venido del hermano.
También relató otra relación en la cual el novio era un dedicado médico que trabajaba en hospitales públicos. Amaba
verdaderamente la medicina y tenía una intensa pasión por curar. Un hombre extraordinario, un ser generoso y un
buen amante, no obstante el poquísimo tiempo que tenía disponible para la relación. Como había elegido atender la
parte de la población de bajo poder adquisitivo trabajaba mucho y ganaba poco, comparado con la posibilidad de
tener un consultorio propio, donde podría equilibrar mejor la relación entre tiempo y remuneración. Ella no dudaba del
éxito que tendría, pues había acumulado hasta ese momento mucho conocimiento y experiencia con la dedicación
profesional y desprendimiento material que poseía. La ardua rutina del médico le impedía viajar, ya fuera por la falta
de tiempo o de dinero, al menos a los destinos más caros y renombrados deseados por Lucy. Se ofreció a ayudarlo a
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montar un consultorio o a asumir los costos de los viajes que ella soñaba hacer, pues esta era una de sus grandes
pasiones.
A medida que Lucy narraba sus historias, quedaba claro que las relaciones terminaron cuando ella insistía en
modificar la manera como los novios vivían. Por diversos motivos, sus estilos de vida le incomodaban.
Lucy iba a comenzar a relatar otro romance cuando el hermano hizo un gesto suave con las manos declarándose
satisfecho. En busca de aprobación, ella le preguntó al zapatero si creía que estaba equivocada. “Sí y no”, él
respondió. Lorenzo tomó un sorbo de café y dijo: “Todos tienen el derecho de buscar a la persona de sus sueños,
aquella que se encaje con sus ideales de felicidad. Sólo no podemos exigir que los otros se adecuen a nuestros
conceptos de mundo ideal”.
La hermana protestó diciendo que apenas ‘ofrecía lo mejor y por esto exigía a cambio lo mejor del otro’. El zapatero
pronto replicó: “Me parece que el problema reside exactamente en este punto, pues si ambos piensan así podemos
derivar en nefasta competencia movida por el orgullo de saber quien tiene más para ofrecer y, pronto, exigir
compensaciones cada vez más inaceptables”. Meneó la cabeza como quien dice que todo estaba errado e intentó
explicar: “Pienso que el amor para que sea amor nos lleva a ofrecer lo mejor que somos, sin exigir nada como
retribución, o no es amor. Cuando no podemos sentir alegría en el simple hecho de ayudar en la felicidad ajena e
incluimos tributos en nuestra oferta, el amor se deshace en el aire”. Se encogió de hombros lamentándolo y dijo:
“Para vivir el amor es preciso entender al amor”.
Ignorando la observación, ella alegó que su posición era justa y, como mínimo, razonable. Lorenzo levantó las cejas
como diciendo que aquella conversación no sería fácil y discrepó con serenidad: “No es justo ni razonable”, ante la
expresión de espanto de Lucy, el artesano trató de explicarle: “Compartir lo mejor de sí es multiplicar el poder de la
luz que existe en ti. Al compartir tu equipaje iluminas los pasos de quienes están perdidos, haces que sea posible que
aquellos que están sentados en el borde de la carretera vuelvan a caminar. Por tanto, es necesario renunciar al
control sobre los otros y a la necesidad de cualquier tipo de retribución, aunque sea un simple agradecimiento”. Hizo
una pequeña pausa e hizo una pregunta retórica: “¿Entiendes que no es justo ni razonable pedir nada a cambio? La
vida devuelve mucho más cuando ofrecemos amorosamente lo mejor de nosotros. Por tanto, cualquier auxilio debe
estar desconectado de la sensación de supremacía sobre el otro, de reverencia, dependencia o cualquier cobro o será
un triste ejercicio de vanidad y dominación. Cuando exiges de la otra persona una determinada actitud, en
contrapartida, acabas reduciendo el amor a la condición de un mero negocio y pierde la ligereza indispensable para
sostenerse en el aire. La felicidad no reside en la construcción de muros altos en el intento de controlar al otro, sino
de compartir con toda la gente la alegría de crear las propias alas para atravesar los abismos de la existencia. El vuelo
es solo, pero es lindo cuando alguien nos puede acompañar”.
Los ojos de la hermana estaban encharcados y una lágrima le corrió por el bello rostro. Gimiendo dijo que siempre se
había esforzado para ser la mejor amiga de sus novios. Lorenzo completó el raciocinio: “Y terminaste siendo la peor
novia”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Fuiste grande cuando ofreciste lo mejor de ti y lo que creíste ser lo
mejor para ellos. En ese instante el cielo se puso de fiesta. Todo se perdió cuando les exigiste la aceptación
incondicional de la oferta y el cambio de comportamiento para que se adecuaran a aquello que pensabas estar a su
altura. ¿Percibes que en el fondo no actuaste por amor sino por miedo a que la vida de ellos afectase la vida que
habías escogido para ti misma? Entonces resolviste intervenir en las elecciones ajenas. Tu los querías, pero los
querías diferentes de lo que realmente eran. Querías apenas la parte buena o lo que tu nivel de consciencia entendía
como la parte buena. ¿Entiendes que, si ellos hubieran aceptado, perderían la propia integridad o la autenticidad que
tanto nos diferencia y encanta? De cierta manera, inconsciente o no, te imaginas perfecta, crees que eres mejor que
tus novios y, lo peor, aún estás presa a las expectativas y opiniones del mundo sobre tus elecciones y verdades. Con
eso pierdes la miel de la vida y todo lo bueno que cada persona puede proporcionarte. La exigencia por lo perfecto te
impide aprovechar lo posible. Entonces, los ángeles terminan la fiesta por desarmonía en el ritmo de las canciones”.
Lucy lloró mucho y no pronunció palabra. Lorenzo la abrazó con amor por largo tiempo. Después enjuagó las lágrimas
de la hermana, la besó en la frente y habló con los ojos dulces y la voz serena: “No puede existir mayor tontería que
el deseo de modificar a los otros. Transformarse a sí mismo es tarea que cabe a cada uno de nosotros. Aprender,
transmutar, compartir y seguir son las directrices; iluminar las propias sombras es la batalla que nos aguarda. Ahora
es enjuagar las lágrimas, cicatrizar las heridas y recomenzar. La vida no desistirá nunca de ti ni impedirá tu felicidad.
Siempre existirá una nueva oportunidad”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
El otro y yo
130
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El mesero abrió la botella y gentilmente llenó nuestras copas. Yo estaba en uno de aquellos días en que sentimos
ganas de conversar sobre la vida y escuchar la opinión de quien respetamos. Un tío muy querido, que había pasado
recientemente por situaciones difíciles y que no sabía cómo equilibrar su lado emocional, me tenía preocupado.
Aproveché que había ido a la pequeña y secular ciudad situada en la falda de la montaña que abriga al monasterio e
invité a Lorenzo, el elegante zapatero, amante de los vinos y de los libros, a conversar. El vino tinto y la filosofía eran
sus predilectos. Arreglar el cuero era su oficio; remendar la vida, su arte. La taberna estaba vacía y silenciosa, al
fondo se podía oír una radio que tocaba jazz, nada que nos hiciese aumentar el volumen bajo de la voz. Le relaté al
buen artesano los acontecimientos con mi tío, a quien apreciaba mucho y quien había estado muy cerca en mi infancia
y adolescencia. Él había perdido a su único hijo en un accidente y, en seguida como consecuencia de ésto, su
matrimonio entró en crisis, culminando en el divorcio. Yo había estado con él y lo encontré bastante deprimido, con la
clara expectativa de que yo tomara vacaciones de mis actividades profesionales y abandonara mi trabajo en la Orden
para ir a ampararlo. Si por un lado yo sentía deseos de ayudarlo, por otro no quería modificar mi vida a tal punto. En
fin, yo estaba dividido.
Lorenzo bebió un sorbo de vino y soltó un suspiro de aprobación. Era una buena cosecha. Después me miró a los ojos
y habló sobre mi tío: “Cuando no sabemos relacionarnos con las propias emociones la razón suele perderse en el
bosque oscuro del desespero. La falta de madurez para enfrentar los problemas que se presentan, tan sólo revelan la
incapacidad de aquel espíritu para aprender las lecciones que le corresponden”. Cuestioné el tipo de aprendizajes que
cabe en las situaciones por las que mi tío pasaba. El zapatero respondió con tranquilidad: “No tengo la más mínima
idea. Yo estaría siendo negligente al pretender mostrar las lecciones ajenas en el Camino o arrogante al intentar
protagonizar las soluciones objetivas del mundo. Solamente sé que conflictos surgen para apalancar nuestra
evolución. Es como los maestros se disfrazan para ofrecer las valiosas lecciones después de que nos rehusamos a
aprender de manera más suave. Es el universo, en profundo gesto de amor, revelando que no desistirá de ninguno de
nosotros”.
Le comenté que estaba rezando para que él tuviera la debida ayuda para enfrentar el momento tan complicado por el
que pasaba. El artesano dijo: “La oración es muy valiosa y nunca faltará ayuda de las esferas invisibles. Nunca. Sólo
no olvides que ella no vendrá a la medida de los deseos, sino según las justas necesidades, así como no harán la
parte que le corresponde al individuo. Es exactamente esta parte que traerá la transformación de la visión y del vivir,
permitiendo el debido aprendizaje, el fortalecimiento necesario y, en consecuencia, que él alcance, poco a poco, el
equilibrio indispensable para la paz”.
Reiteré que tenía dudas sobre el comportamiento que debía adoptar. Por un lado, mi tío se ahogaba en una tristeza
cada vez más profunda. Por otro, yo quería vivir la vida que había escogido para mí. Yo amaba a mi tío, pero también
amaba mis sueños. Cuidar de él, al menos como él deseaba, significaba renunciar a una parte importante de mí
mismo. Sabía que tendría que hacer una elección. Lorenzo levantó las cejas y dijo con seriedad: “Siempre tenemos
que hacer elecciones, al final esta es la única manera de perfeccionar el espíritu. Nuestras elecciones nos definen y la
convivencia social es el lugar donde residen las grandes pruebas. Hasta dónde debo ir para atender al otro y en qué
punto debo parar para cuidar de mí, es una cuestión que siempre ha traído controversias y conflictos emocionales”.
Tomó un sorbo más de vino y agregó: “A finales de los años 60, Fritz Perls, un psiquiatra alemán, pionero de una
terapia denominada Gestalt, acuñó la siguiente regla comportamental: ‘Yo soy yo, tú eres tú. Yo hago mis cosas y tú
haces las tuyas. No estoy en este mundo para vivir de acuerdo con tus expectativas. Y ni tú estás para vivir de
acuerdo con las mías. Si por casualidad entramos en sintonía, será lindo. En caso contrario, no hay nada que hacer’”.
De repente todo pareció aclararse en mi mente. Le pregunté al zapatero si creía ser válida aquella regla. Él me
respondió: “Claro”. Yo abrí una enorme sonrisa y le dije que ahora la vida se volvería más sencilla. Levanté la copa y
brindé diciendo que cada cual aprendiera a cuidar de sí. Bebimos. En seguida Lorenzo dijo: “Ahí está el problema”. Le
pregunté de qué hablaba, pues me había parecido genial e ilustrativa la enseñanza de la Gestalt. El artesano explicó:
“De hecho es una excelente lección y nos ayuda en la toma de decisiones. No obstante, la vida no es cartesiana, de
tal racionalidad que nos permita desechar los sentimientos. Si lo que nos define son nuestras elecciones, lo que nos
perfecciona es la dosis de amor y sabiduría incorporadas en ellas. Equilibrar el cuidado que cada uno tiene que tener
consigo mismo y el cariño necesario hacia el otro es la perfecta obra de arte cuya materia prima es tan sólo la propia
vida. Es lo que diferencia a aquellos que vagan en busca del brillo de aquellos que caminan rumbo a la luz. Imagina tu
vida como una enorme piedra de granito. El amor y la sabiduría son el martillo y el cincel. Transformar la roca informe
en una bella escultura es el mayor arte que puede existir”.
Desanimado, reposé la copa en la mesa. Todo se volvía a complicar. Le pregunté nuevamente si creía o no en la regla
del terapeuta alemán. Lorenzo sonrió ligeramente y dijo: “Sí, ya te dije que es una sólida base para posicionarse
frente a las relaciones personales. No obstante, debe ser usada con sensibilidad para que no forje el efecto contrario”.
Giñó un ojo y dijo de manera jocosa: “Todo lo que es solido se deshace en el aire”. Le pedí que se explicara mejor y el
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zapatero no se hizo de rogar: “La esencia, al ser más importante que la forma, puede destruirla”. Protesté pues ahora
entendía aún menos.
El buen artesano se esforzó para ser más didáctico: “Todas las cosas buenas pueden tener un mal uso. Esta es la
premisa básica en las relaciones: nadie es responsable por la felicidad de nadie. Cada cual debe aprender a construir
la paz y a encontrar la alegría dentro de sí mismo, pues la plenitud no está en ningún otro lugar. Esto nos hace
absolutamente independientes”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Sin embargo, es imposible disfrutar de la miel
de la vida sin el compartir, pues el otro es elemento fundamental en la medida que trae las lecciones necesarias para
el proceso evolutivo, en constante intercambio de conocimiento y afecto. Es en el trato de las relaciones y la manera
como reaccionamos a lo que nos hacen, que entendemos dónde estamos y lo que nos falta alcanzar. Sin embargo,
para seguir adelante, tenemos que compartir lo mejor que poseemos: sentimientos puros y sabiduría modesta,
verdaderamente humilde. Nuestras mejores virtudes. Todo el resto es efímero. Sin el otro no podemos ejercitar lo
mejor que hay en nosotros, por tanto no podremos evolucionar. Sin el otro no podremos salir del lugar. Esto nos
vuelve necesariamente solidarios”.
Independiente y solidario al mismo tiempo. Esta es la complejidad y la maravilla de la vida. Ser o no ser, recordé al
célebre poeta inglés. El artesano concordó: “Esta es la cuestión; afinar el alma en el compás del universo es la
respuesta. Si por un lado abrazamos la regla de la Gestalt de modo indiscriminado, nos hundiremos en nefasto
egoísmo. Por otro lado, si nos dedicamos a atender solamente las expectativas ajenas, estaremos aprisionados en
terrible relación de dependencia afectiva”.
Le dije que cada vez entendía menos. El zapatero aclaró: “El andariego no debe rehusarse a atender a quien le pide
ayuda en el Camino. No obstante, no debe desviarse de la ruta, así como el auxilio no puede ir más allá de la exacta
necesidad del otro. Caso contrario, no lo estará ayudando sino debilitando. Es como un hijo que le dice a la madre que
no sabe cómo hacer la tarea escolar. Ella puede decirle que es su problema, puede hacerle la tarea o puede enseñarle
a hacerla. Son tres opciones posibles. En la primera, el hijo puede esforzarse para cumplir con su obligación como un
bello ejemplo de superación, pero también puede sentir disgusto por los estudios como consecuencia de la sensación
de abandono. En cualquiera de las hipótesis habrá una lección de egoísmo. En la segunda opción, la madre estará
alimentando las expectativas del hijo, que tendrá más tiempo para jugar, se sentirá protegido y amado, pero se
acostumbrará al menor esfuerzo para evolucionar. Será un incompetente. En caso de que la madre escoja la tercera
vía, le enseñará al hijo que todos, en algún momento, necesitan de ayuda y el auxilio debe existir en el límite exacto
de cada necesidad para que le permita a cada cual desarrollar las propias alas o no será posible ir a algún lugar. Aquí
quedará una semilla de amor que germinará fuerte. Hizo una pausa y concluyó: “Es el camino del medio al cual Buda
se refería”.
“La caridad, la compasión y la misericordia son indispensables en cada uno y en todos. De la misma manera, para que
una buena virtud no tenga mal uso, no se puede permitir que el necesitado, después de ser atendido durante la
emergencia, prescinda de la determinación y el coraje para superar por sí mismo los inevitables obstáculos del
proceso evolutivo. Es la parte que le corresponde o el ciclo de ayuda no se completará”.
Le dije que comenzaba a entender las fronteras tenues de las relaciones. El elegante artesano agregó: “Ofrecer lo
mejor es la regla de oro, siempre según el límite de tu capacidad, entendimiento y voluntad. Atento para que el
auxilio no desencadene en dependencia en la cual, algunas veces, las buenas acciones se pierden. La necesidad del
otro en reaccionar positivamente ante el problema, en hacer la parte que le corresponde, debe siempre ser exigida en
la esfera de la sensibilidad del andariego, que no puede olvidar que todos los movimientos deben primar por la
evolución”.
Le confesé que me sentía un poco culpable cada vez que consideraba la hipótesis de limitar mi ayuda. Lorenzo meneó
la cabeza, como quien no entiende mis palabras y dijo: “Entender la diferencia entre culpa y responsabilidad es
primordial. La culpa es una poderosa sombra que aprisiona ambas partes en relación enfermiza que transforma afecto
en vicio y, por tanto, debe ser iluminada para que se transforme en responsabilidad. La responsabilidad es el perfecto
equilibrio entre la independencia y la solidaridad que debe existir en todas las relaciones, percibiendo claramente la
belleza al compartir y el cuidado para que el otro haga la parte que le corresponde para que pueda aprender,
transformarse y, algún día, aquel que fue atendido le devolverá con amor aquello que ya fue dolor. La responsabilidad
engrandece y libera. Sólo entonces podrá seguir. Cada cual a su tiempo”.
Permanecimos un tiempo en silencio que no puedo precisar. El artesano levantó la copa para brindar y finalizó aquella
noche diciendo: “¡Por la riqueza que hay en todas nuestras relaciones, consigo mismo y con todo mundo, que tanto
nos perfeccionan y nos enseñan a transformar lágrimas en sonrisas!”.
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Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El juego de las sombras
1 COMENTARIO
Aún no había amanecido cuando entré a la cocina del monasterio. Había dormido mal, sueño intermitente y las ideas a
millón. Cuando la mente no descansa el cuerpo paga las consecuencias por la desarmonía que invade y ocupa,
corrompiendo al ser como un todo. El cansancio, al potencializar la irritación y el sufrimiento, siempre será un pésimo
consejero. Esa era mi situación en aquel momento. Hace algunos días venía en creciente discordia con otro discípulo
de la Orden. Todo comenzó por un motivo bobo, una pequeña crítica que él hizo al trabajo filantrópico que yo
coordinaba. Retribuí señalando fallas de conducta en aquel que me censuró. Él replicó subiendo el tono de la crítica. El
intercambio de ironías fue ganando dimensiones inesperadas y, la tarde anterior en áspera discusión, casi perdemos
el control. Es decir, faltó poco para intercambiar patadas y puños. Las ofensas verbales no pudieron ser evitadas.
Cuando tomé la cafetera para colar el café, noté que estaba lleno y caliente. Alguien había llegado allí antes que yo. Al
mirar hacia atrás ví que había sido el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo del monasterio,
sentado en absoluto silencio y reflexión, con una taza humeante en frente. Él me ofreció una sonrisa sincera cuando
nuestras miradas se cruzaron. Con un gesto sutil de la quijada, me invitó a sentarme a su lado. Llené una taza con
café y fui a su encuentro. Antes de que él pudiera articular cualquier palabra, abrí el verbo, dije que necesitaba
desahogarme y le narré todo el conflicto. El monje me oyó con su enorme paciencia y cuando terminé dijo con voz
baja y tranquila: “¿Viniste en busca de consejos o de complicidad? ¿De alguien que te diga la verdad o de alguien que
te dé la razón?” Me mostré indignado, pues no había duda de que yo estaba correcto y que el otro discípulo debía,
como mínimo, llevar una advertencia. Sin alterarse, el Viejo dijo: “Para todo hecho hay como mínimo dos versiones,
más allá de la verdad”.
Argumenté que había sido el otro discípulo quien había comenzado todo. El monje respondió de inmediato: “Eso no
tiene importancia, así como no me interesa quién tiene la razón”. Bebió un poco de café y prosiguió: “Sin embargo,
todo aprendizaje merece atención. Si no me equivoco, tenemos una bella lección que, si es bien aprovechada, puede
fortalecer, además de traer crecimiento espiritual a todos los involucrados”. Le pregunté si él se refería al perdón. El
monje respondió de inmediato: “Claro que el perdón tendrá que ser trabajado no sólo en este caso. El perdón será
siempre necesario, pues es imposible ser feliz sin perdonar. No obstante, hay otra preciosa experiencia que nos ofrece
una valiosa sabiduría: entender el juego de las sombras”.
“El mal es el alimento de las sombras y concede poder a las tinieblas. Somos nosotros, que al rechazar tanto el mal,
por más contradictorio que pueda parecer, acabamos alimentándolo. La violencia es un manjar muy apreciado; la
ofensa una deliciosa cena; los rumores un aperitivo muy aplaudido; la venganza el plato predilecto; el sarcasmo una
sobremesa elegante. Los sofisticados ingredientes de ese banquete sombrío son el orgullo, la vanidad, el egoísmo, los
celos y el miedo. Todos ofrecidos por nosotros. Todo condimentado por la ignorancia al no percibir que en ese festín el
cocinero somos nosotros y lo peor, nos costará muy caro. ¿El precio? El propio e inevitable sufrimiento”.
“Cuando participamos del juego de las sombras renunciamos a ser andariegos del Camino, alejándonos de éste. Al
permitir que se apague el fuego de la antorcha de los guerreros de la luz fomentamos la oscuridad. En la infancia del
espíritu nos dejamos conducir, dados los condicionamientos sociales, culturales y ancestrales, por la ley del talión,
donde se cobra ojo por ojo, diente por diente. Claro que el diente y el ojo son figuras meramente simbólicas. La
mayoría de las veces, al creer que tenemos el derecho hacemos sufrir al otro por el hecho de habernos causado algún
dolor, como primitiva filosofía bastante aplaudida por las sombras. Al final, esta es la motivación de su juego.
Comúnmente y de manera inconsciente, clamamos por justicia cuando en verdad tan sólo deseamos venganza. Las
sombras se interesan sólo en punir, en ver al otro sufrir por el simple hecho de que, supuestamente, el otro también
nos hizo sufrir. Absurda mentalidad al creer que al propagar nuestro sufrimiento éste disminuirá. La luz trabaja en
favor del aprendizaje. La justicia está ligada a la educación, a la evolución y, sobre todo, al amor. A su vez, la
venganza se interesa tan sólo en imponer sufrimiento al otro. Las sombras, hábiles consejeras del ego, nos hacen
creer que necesitamos protegernos, preservar nuestra imagen, resguardar nuestros derechos, como si ofender,
refutar, cercar y dominar fuese la manera más sabia de mantener la integridad y la rectitud. Así, nuestras elecciones
acaban comprometidas; los sentimientos más sutiles son substituídos por los más densos, reflejándose en reacciones
desmedidas. Lo peor es que, sin percibirlo, mantenemos vivo el mal a nuestro alrededor. Lo más extraño es que en
esa matemática la cuenta nunca está en cero. Un diente quebrado no substituye otro, y así tenemos dos dientes
inservibles, en progresión geométrica, en medio de una multitud de ojos perforados y egos ciegos”.
Señalé que ser un andariego significa no conspirar con el mal. Entonces, si veo algo errado tengo que oponerme a la
situación. El Viejo levantó una ceja y habló con seriedad, sin perder la dulzura de la voz: “¡Con seguridad, Yoskhaz!
No obstante, la manera como lo hacemos marca la diferencia entre la luz y las tinieblas. Este es el juego del mal:
engañarnos para que demos paso a las sombras al creer que estamos al servicio del bien”.
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“Evidentemente hay casos graves en los que tenemos que intervenir con firmeza y determinación para estancar el
mal. Sin embargo, puedo garantizar que tales situaciones ocurren pocas veces en la vida de cada uno de nosotros. La
gran mayoría de las veces participamos del juego de las sombras movidos por situaciones sin importancia, que
podrían ser resueltas con una mirada compasiva al entender el nivel de consciencia del otro y su dificultad para
relacionarse con las propias sombras. Al final, las palabras y actitudes de cada uno revelan el bagaje del corazón.
¿Cómo esperar flores de quien sólo tiene espinas? Hay que tener paciencia y compasión, pues no podemos exigir la
perfección que nosotros mismos no tenemos para dar. En algunas ocasiones cabe una conversación revestida de amor
y sinceridad; en otros, un silencio misericordioso es más que suficiente”. Bebió un sorbo de café y continuó: “No
devolver la agresión no hará débil a nadie, sin embargo mostrará el coraje del andariego al dominar el propio ego y su
sabiduría al negar el alimento de las tinieblas, dejando que el mal perezca por inanición. Permitir, todos los días, que
la voz sagrada de su alma sea oída cada vez más y su valioso secreto ejercido: ofrecer siempre lo mejor sin esperar
nada a cambio. Esto es iluminar los propios pasos. Al día siguiente ofrecer aún más del amor que hay en tí y esperar
todavía menos a cambio. Esta es la batalla de la libertad del ser, este es el buen e inevitable combate”.
“Es necesario tener cuidado con el juego de las sombras. Éste comienza despacito, casi imperceptible, para ir ganando
peso poco a poco, ocupando terreno dentro de nosotros hasta dominar nuestros sentimientos y manipular nuestros
pensamientos. Es en esta hora que acabamos escogiendo el sufrimiento. El mal es ingenioso y furtivo, su mejor truco
es hacernos creer que no existe en nosotros. Así, por descuido y engaño, se complica el propio destino”.
“Casi siempre el juego de las sombras comienza con un motivo fútil, un breve comentario o una actitud impensada del
otro con relación a nosotros. Las sombras del egoísmo, del orgullo o de la vanidad, dependiendo del caso, despiertan
para avisarnos que el ego fue maculado y nos transforma en supuestas víctimas. Ellas, las sombras, aumentan la
grandeza de la supuesta agresión, adicionan levadura a la ofensa para que la rabia crezca dentro de nosotros hasta
que transborde en resentimiento. La respuesta acaba siendo desproporcionada e innecesaria, pues pretende
principalmente herir el sentimiento del otro en igual o mayor intensidad que el dolor que sentimos”.
“A su vez el otro, si es un andariego con experiencia, percibirá claramente el juego de las sombras y lo detendrá,
reaccionado con amor y paciencia. En caso contrario, doblará la apuesta para devolver la ofensa con mayor
intensidad, lo que nos moverá a la revancha interminable de violencia y sufrimiento. Así, participando de ese nefasto
juego, construimos el propio infierno”. Hizo una pequeña pausa y completó: “Lo peor es insistir en culpar a los otros o
a la vida por dicha infelicidad, sin percibir la responsabilidad y las consecuencias de las elecciones que hacemos. Basta
entender que para acabar con el sufrimiento basta con modificar la manera como reaccionamos a todo lo que nos
incomoda. Aquí está la llave de la prisión. Hacer, a cada día, que el ego sea a imagen y semejanza del alma es el
ejercicio indispensable para la integridad del ser, terminando definitivamente con la dualidad que nos separa y que
nos roba el equilibrio necesario. Tan sólo así la agonía dará paso a la paz. Transmutar, poco a poco, las sombras que
nos habitan y terminar con su juego es lo que nos permite iniciar el Camino. Es lo que nos concede alas para el
fantástico vuelo hacia Tierras Altas”.
“Percibes que en este caso no se trata de un conflicto del mundo y sí de una batalla personal que trae sufrimiento por
falta de armonía. Podemos enfrentar dificultades materiales con tranquilidad, enfermedades con serenidad, las
guerras del planeta con sabia resignación al aceptar y entender la lección que nos cabe. Sin embargo, no
conseguiremos jamás la felicidad sin que habite en nosotros la paz”.
Me pidió que completara su taza con café. Cuando volví prosiguió: “Tan sólo a través del ego podemos ser ofendidos o
humillados. Entre mayor el ego, seremos más susceptibles al sufrimiento. Ego poderoso, individuo frágil. Esta es la
sencilla ecuación”. Hizo una pequeña pausa y concluyó con una pregunta: “¿Entiendes la razón y la fuerza por la cual
la humildad es el primer portal del Camino?”
Agaché la mirada y le pregunté qué me aconsejaba hacer. El monje en esta ocasión fue sucinto: “Nada”, respondió.
Intrigado, quise saber si él consideraba que yo debía dejar quieta la inflamada discordia. El Viejo dijo: “No dije eso.
Me refería a que no te diré objetivamente que actúes de una manera u otra. Busca en el silencio y en la quietud
alejarte por instantes de tu frágil ego que viste pesadas armaduras con la ilusión de protección y poder. Entonces
podrás oír las palabras que tu alma susurra y usar las alas que ella guarda para ti, pues en esencia somos tan sólo
ella, el alma, con toda su libertad y ligereza”.
En aquel mismo día, inmediatamente después de la meditación, busqué al otro discípulo para conversar; no para
exponerle mis razones, pues había entendido que ellas no tenían ninguna importancia, sino para ofrecerle mis
disculpas por las ofensas que le proferí y por el dolor que le impuse. ¿En cuanto al sufrimiento que él me causó? Sólo
sucedió porque yo permití que la ofensa me afectara. La sabiduría es el perfecto escudo; el corazón guarda un
antídoto infalible para el sufrimiento: el amor. ¿No lo resuelve? Toma una dosis adicional. Es gratis. Este era el poder
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que me faltaba aprender a usar y todavía estaba tan distante de mí. En silencio admití que yo podría haber hecho
diferente y mejor. Me prometí a mí mismo que lo intentaría la próxima vez y le agradecí al Universo por me
concederme siempre una nueva oportunidad.
Hoy, además de monjes, somos grandes y leales amigos.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares

El sufrimiento es una opción
1 COMENTARIO
Había llegado temprano a la pequeña y elegante ciudad situada en la falda de la montaña que acoge al monasterio.
Sus calles seculares de piedra parecían aún adormecidas cuando, para mi sorpresa, vi la antigua bicicleta de Lorenzo,
el zapatero amante de los libros y de los vinos, recostada en el poste en frente a su taller. El horario de
funcionamiento de su tienda era imprevisible e improbable. Nunca se sabía cuándo estaría abierta. Fui recibido con
alegría y con una sonrisa sincera. Mi amigo acababa de hacer café y nos sentamos en el mostrador con dos tazas
humeantes para conversar. El elegante artesano tenía en el remiendo del cuero su oficio; la costura de la vida con los
hilos de su extraña filosofía, era su arte. Aquel día no fue diferente, una vez más él me desconcertó con lo
imponderable. El zapatero comentó que una de sus sobrinas, hija de su hermana, había acabado de salir del taller.
Ella estaba muy agitada pues su marido había resuelto disolver el matrimonio. Había ido en busca de una palabra de
consuelo, de una idea que le sirviera de linterna para iluminar sus pasos. Le pregunté si la joven había salido mejor
después de la conversación con el tío. Entonces Lorenzo me sorprendió: “Creo que no. En verdad, salió de aquí peor
de lo que entró, pero con el tiempo entenderá lo que intenté explicarle”. Quise saber qué le había dicho para aliviar la
aflicción de la joven que generó el efecto contrario. El zapatero respondió con naturalidad: “Todo sufrimiento es una
elección”.
¡Ojalá! Cuestioné a mi sabio amigo pues parecía haber enloquecido. ¿Ese era un consejo para ofrecer? ¿Quién en sana
consciencia escogería el sufrimiento? El artesano, sin afectarse tomó un sorbo de café y dijo: “Todos aquellos que aún
no pueden ver más allá de las nebulosas de la ilusión”.
Hizo una pequeña pausa e hizo un paréntesis: “A penas quiero hacer una distinción. No me refiero al dolor físico
oriundo de una pierna rota, por ejemplo. Me refiero al sufrimiento que surge de las fracturas emocionales, aquellas
que estremecen y ahogan el alma en un mar de lágrimas innecesarias. Hay que entender que la finalidad del Camino
es perfeccionar al andariego, enseñarle a ser feliz, en perfecto equilibrio interior, en plena armonía con el mundo, pero
sin cualquier tipo de dependencia externa. Solidario e independiente al mismo tiempo. Independiente al no permitir
que nada, ni nadie, tenga el poder de derrumbar su paz. Mientras su serenidad sea despojada significa que aún no ha
aprendido las lecciones indispensables para seguir adelante. Por otro lado, solidario al entender la necesidad de
compartir siempre lo mejor de sí, sin esperar nada a cambio. Al día siguiente, con la consciencia en plena expansión,
ofrecerá un poco más y esperará aún menos. Esta práctica cura y transforma. Esta es la Ley del Amor, una de las que
compone el Código No Escrito. Los conflictos son las lecciones; las elecciones son los bolígrafos con que escribimos las
pruebas”.
Le dije que estaba delirando. Ejemplifiqué con muchas situaciones que surgen en la vida de todos, ajenas a nuestra
voluntad, y que traen sufrimiento. La muerte de un pariente querido, enfermedades, desempleo, separaciones
afectivas, entre otras variantes. Lorenzo no se inquietó: “Las situaciones surgen en la exacta medida del indispensable
aprendizaje requerido en aquel momento, para la evolución personal. La cuestión no es el problema en sí, sino cómo
reaccionamos ante éste. Esto puede cerrar un ciclo de lecciones o hacer con que se repita. Por lo tanto, sólo restan
tus elecciones. Nada más. Ellas definen quiénes somos y las condiciones del próximo tramo del Camino”.
Argumenté que la teoría es siempre perfecta. No obstante, la práctica suele ser más complicada. El zapatero movió la
cabeza y dijo: “La dificultad del problema en realidad dice mucho sobre ti mismo. El primer paso es entender que cada
cual enfrenta los exactos conflictos en la medida de las necesidades de su aprendizaje. La vida es perfecta en sus
imperfecciones. Ese es su método de perfeccionamiento. Aprender que la forma como reaccionamos a los problemas
determina las condiciones del viaje, quién nos acompañará, los puentes, los abismos y el paisaje que encontraremos
en la jornada es el segundo paso. Percibir que las elecciones son las únicas herramientas disponibles es hacer uso de
la magia personal. Magia es transformación. Este es el tercer paso y trae el poder alquímico de transmutar plomo en
oro, es decir, de substituir la agonía por la paz”.
Me pareció algo confuso. Le pedí que fuera más específico. Lorenzo no se hizo de rogar: “No importa cual sea el
problema. Todos serán siempre serios y enormes. En el caso de mi sobrina, por ejemplo, ella insiste en creer que tan
sólo será feliz al lado del ex marido, comportamiento de total dependencia afectiva. No percibe que éste
comportamiento crea un peso en el matrimonio que lo vuelve insostenible. Al entender que nadie puede conceder a
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nadie el poder sobre su felicidad, buscará la alegría en el lugar correcto: dentro de sí. Sólo entonces podrá compartir
con el otro, en la indispensable ligereza del amor. ¿Percibes que es una dicisión?”.
“Con la muerte no es diferente. Muchos sufren por la ignorancia de creer que hay un punto final en la historia, cuando
en realidad es apenas un cambio de capítulo. Otros, aunque entienden que la muerte no es el fin, insisten en
confrontarla como una pérdida ante el apego a la presencia física, actitud repleta de egoísmo que no tiene en cuenta
el aprendizaje personal y los intereses espirituales de quien partió. La famosa terquedad en ser el centro del universo
ajeno, en vez de enfocarse en la belleza de las propias lecciones, inevitablemente traerá sufrimiento. ¿Percibes que la
óptica con que escogemos encarar las situaciones determina los dolores o las delicias?”.
Sustenté que muchas veces sufrimos por la nostalgia. Lorenzo abrió una amplia sonrisa y dijo: “La nostalgia es algo
maravilloso, pues es el registro del amor de aquella convivencia. Sólo existe nostalgia donde hay amor. El amor no
necesita de la presencia física para existir, pues está mucho más allá de lo que se puede tocar. Agradece por sentir
nostalgia, pues demuestra que la vida no fue en vano. Lo que no deja nostalgia se pierde en el vacio de la existencia.
Por lo tanto, cada vez que la nostalgia te invada debes sonreír y conmemorar”. Frunció el entrecejo y concluyó:
“Claro, puedes escoger sentirte víctima de las circunstancias, un abandonado por la vida y ahogarte en la tristeza. La
decisión es tuya”.
Recordé que muchas personas sufren por el hecho de quedarse desempleadas y pasar serias necesidades materiales.
El buen artesano enfrentó la cuestión: “Claro que todos deben tener lo necesario para una vida digna. No obstante,
aunque el dinero pueda proporcionar muchas cosas buenas, cuando se tiene una relación saludable con él, jamás
podrá ser factor determinante para la felicidad. Me canso de ver millonarios en crisis de depresión en sus mansiones,
mientras me deparo con operarios en plena alegría en las favelas. Claro que lo contrario también ocurre, lo que
comprueba que todo depende una vez más de las elecciones que el individuo hace”. Hizo una pequeña pausa y
agregó: “¿Cuántas veces ya experimentamos que la desgracia en realidad es una gracia disfrazada? Siempre oímos
historias de personas que se volvieron mejores después de una situación adversa, pues solamente así despertaron
dones y talentos adormecidos. No tengas duda, esto apenas fue posible porque escogieron enfrentar el problema con
sabiduría y coraje, en vez de ahogarse en un mar de lamentos”.
Bebió un sorbo más de café y profundizó en la cuestión: “Las enfermedades, muchas veces terminales, pueden ser
arrasadoras o transformadoras, dependiendo de la manera con la que el paciente encare el momento. Cierta vez, fui a
visitar a un amigo al hospital en tratamiento contra un cáncer. Era era una óptima persona pero tenía cierta tendencia
al pesimismo y al mal humor. Me preparé para lo peor y me sorprendí. Aunque estaba débil por causa de la
quimioterapia, con ojeras profundas y sin cabello, lo encontré en el mejor momento de su vida. Me recibió con una
sonrisa sincera, sus ojos desbordaban serenidad y sus palabras sembraban alegría. Me dijo que en la enfermedad
encontró la farmacia del alma y, solamente por estar viviendo aquella situación, entendió toda la belleza del Camino.
Estaba muy agradecido por todo lo que estaba viviendo, por la oportunidad de un nueva y transformadora visión”.
Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Lo más interesante es que compartiendo cuarto con él, había un hombre
completamente arrasado, sintiéndose el sujeto más infeliz del mundo y preguntándose por qué aquella tragedia le
había sucedido, aunque su cuadro clínico no era tan grave como el de mi amigo. ¿Te das cuenta que cada cual hizo su
elección? Como dice el maestro, ‘cuando tu ojo es bueno, todo tu universo es luz’”.
“Solemos perder tanto tiempo reclamando del zapato que nos fue dado, pues lo juzgamos inadecuado para aquel tipo
de senda y no reparamos en andariegos que siguen sin una de las piernas, con ligereza y desenvoltura mayor que la
nuestra. Hacen más con aparentemente menos. En verdad, el poder de ellos está en las elecciones; en saber que todo
puede ser diferente y mejor, revelando el espejo de un ser en armonía consigo mismo y, como consecuencia, con el
universo. Esta fuerza está adormecida dentro de cada uno. Al escoger la óptica que encuentra los defectos del mundo
perdemos la oportunidad de ver sus maravillas. Cada vez que permitimos el sufrimiento significa que acabamos por
negar una oportunidad para la alegría, gracias a una elección equivocada. Lamentamos la leche derramada en vez de
bendecir la lección de manipularla correctamente”.
“Nada obstaculiza más al andariego que los lamentos. Cuando reclamamos, en el fondo, intentamos justificarnos ante
nosotros mismos por la poca disposición para permitir una elección diferente, capaz de transformar la realidad.
Esperar que el mundo se adecue a nuestras necesidades y deseos es mucho más cómodo que luchar por los más
bellos sueños, ¿cierto? No obstante, no es así que toca la gran orquesta de la vida y acabamos envueltos en una
esfera de amargura al perder el baile. En ciclo vicioso, continuamos reclamando y nos olvidamos de que a causa de
las elecciones que hicimos ayer, estamos repitiendo lo mismo hoy y proyectando para el día siguiente”.
“El ciclo se hace virtuoso a partir del momento en que aceptamos cosechar de acuerdo con la siembra. La historia de
cada persona no es más que la suma de las elecciones que hizo durante el viaje en ésta estación y en las anteriores.
136
Definir los próximos destinos significa hacer elecciones concernientes a ellos. Alterar futuras rutas exige modificar las
elecciones de ahora. Por esto la importancia de profundizar en los confines del ser, para entender y aceptar lo que lo
trajo hasta aquí y, entonces, transformar la realidad. Por ello, es preciso sinceridad y coraje consigo mismo; entender
quién fuimos y quién somos, para rediseñar quién queremos ser realmente”.
“Por miedo, escogemos la jaula en vez de las alas; por egoísmo, escogemos poseer en lugar de compartir; por
ignorancia, escogemos el tener en detrimento del ser; por celos, escogemos distanciarnos del amor; por el brillo del
deseo, escogemos apagar la luz de los sueños; por terquedad, escogemos el estancamiento, impidiendo germinar la
sabiduría; por comodidad, frenamos el movimiento de la vida; por orgullo, escogemos la ilusión en el intento de
olvidar la verdad. Así, inconscientemente, acabamos escogiendo la enfermedad al no permitir la cura”.
Mencioné que todo concepto nuevo es algo confuso hasta encontrar el debido lugar dentro de cada uno. Sin embargo,
confesé que tenía razón en sus argumentos. Lorenzo dijo con seriedad: “Todo conflicto externo es reflejo del desorden
interno. La manera como reaccionamos a las dificultades demuestra el mayor o menor poder de las sombras que
todavía nos habitan. Todas las desavenencias, desde los problemas sociales hasta las relaciones personales, revelan el
grado de predominio del ego sobre el alma de aquel grupo o individuo. El sufrimiento de un individuo es directamente
proporcional a las sombras que lo habitan. Iluminarlas es una elección”.
El artesano me observó por instantes, me ofreció una linda sonrisa y finalizó: “La elección es el único instrumento que
poseemos para ejercitar nuestra espiritualidad. No hay otro. Las sombras pueden volver la existencia un pesado
oficio. Por otra parte, seguir por las complejidades de la luz, con sabiduría y amor, transforma la vida en un refinado
arte. Solamente las elecciones te darán la ligereza, o no, para sostenerte en el aire”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El mejor de los mundos
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En el monasterio es fabricado, tan sólo en algunos meses del año, una pequeña y apreciada cantidad de chocolate en
barra. Confeccionado de manera artesanal, con las mejores semillas de cacao, oriundas de países tropicales, vainilla y
miel elaborada por cuidadosos productores de la región, que sigue estrictamente una receta secular sólo conocida
entre los monjes. El chocolate es famoso entre aficionados y toda la producción es vendida de inmediato, aunque la
cantidad individual de compra sea limitada. El valor recaudado ayuda a costear buena parte de los gastos de la Orden
pero no toda.
Cierta vez el Viejo, como cariñosamente llamamos al decano de la Orden, tuvo que viajar y me dejó como asistente
de Lucca, un tranquilo monje que desde hacía décadas era el responsable por la producción del chocolate. Nada
parecía ser tan importante o brindarle tanta alegría al monje. Meticuloso, no permitía que cambiara nada en la receta
para no alterar el sabor del manjar. Historias contadas como leyendas de un periodo anterior a mi ingreso a la Orden,
relatan que cierta vez él prohibió la venta cuando un auxiliar alteró, en cantidades mínimas, la exacta proporción de
los ingredientes. Se mantuvo inflexible, aunque todos en el monasterio elogiaron el sabor pues la diferencia era casi
imperceptible con relación a la receta original. En otra ocasión, se negó a producir el chocolate al rechazar las semillas
de cacao recibidas que, a su entender, no tenían la calidad indispensable. Fueron años en los que el monasterio
enfrentó dificultades financieras debido a la ausencia de la renta proveniente de la venta del chocolate.
En aquel año todo parecía ir bien. Los ingredientes ya habían llegado y Lucca los aprobó. El problema era otro. El
horno de la pequeñísima fábrica de chocolate del monasterio era alimentado con leña recogida en el bosque de los
alrededores y, por obvios motivos ambientales, hacía mucho tiempo sólo se permitía usar los gajos secos que se
desprendían naturalmente de los árboles. El corte estaba prohibido. Por otro lado, la naturaleza no estaba
colaborando. Tradicional y fiel a la receta, Lucca resolvió disminuir de manera drástica la producción, conforme la
cantidad de leña recogida. Previniendo una nueva crisis financiera, estudié la posibilidad de cambiar los hornos de
leña por los de gas o que, excepcionalmente en ese año, se utilizara la cocina del monasterio que era a gas. El monje
no lo permitió. Sugerí entonces que compráramos leña de replantación, oriunda de madera con el debido sello
ecológico. Lucca se negó a autorizar la compra. La receta decía horno a leña y durante siglos era usada la madera
salvaje proveída gentilmente por la naturaleza. El roble era el árbol predominante en aquel bosque y el aroma al
quemar sus gajos era indispensable. Cada detalle, por menor que fuera, según el cuidadoso monje, alteraría el sabor
final del chocolate.
Discutimos. Lo acusé de estar siendo romántico en exceso, actuando fuera de la realidad. Él refutó diciendo que yo
era un irresponsable y voluble por ceder fácilmente ante las dificultades. Lucca dijo que a penas quería lo mejor para
la Orden al mantenerse fiel a la receta; argumenté que yo también deseaba lo mejor al buscar soluciones ante el
problema. Expliqué mis argumentos y él los suyos. Rápidamente lo hechos corrieron por todo el monasterio. Monjes y
137
discípulos se dividieron en opiniones y los ánimos se exaltaron. La discordia estaba instalada. La producción seguía a
paso lento según la leña conseguida en el bosque, siguiendo la formula original y, en breve, los ingredientes no
utilizados se perderían a medida que el tiempo pasaba debido a la calidad necesaria para la elaboración. Un año difícil
se avecinaba.
Entonces el Viejo llegó de viaje. De inmediato muchos corrieron a contarle lo ocurrido. Él oyó a todos con su enorme
paciencia y dulzura, inclusive a Lucca y a mí. No pronunció ni una palabra. Sin perder la tranquilidad dijo que estaba
cansado, que iría a dormir y que conversaríamos por la mañana.
Al día siguiente, cuando llegamos al comedor, el Viejo ya nos estaba esperando. Estaba bien dispuesto y nos recibió
con su mejor sonrisa. Su buen humor generalmente era constante. Él solía decir que la alegría serena era una
característica de los espíritus iluminados. “No hay lugar para los malhumorados en las Tierras Altas”, repetía. Esperó
que todos desayunáramos y pidió la palabra. Su tono de voz siempre bajo, necesitó del silencio absoluto de los demás
para hacerse oír: “Ya supe del conflicto aquí instaurado. De menor importancia es la crisis financiera o el sabor final
del chocolate. Puedo enfrentar cualquiera de estos problemas con mayor o menor dificultad, pero no puedo vivir sin
paz”.
Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “No me importa quien tiene la razón. El valor está en encontrar los buenos
motivos para restaurar la armonía y ellos son abundantes y conocidos, basta permitir oir el corazón. La lección que
resta de esta situación es que, como pueden percibir, el mal raramente viene de fuera. En general viene de adentro.
Por los corredores del ego brotan las sombras que alimentan las tinieblas. Representamos mayor peligro para
nosotros mismos que los otros para nosotros”.
“Así como enseñó en versos el poeta portugués, ‘todo vale la pena cuando el alma no es pequeña’. Aprendamos la
lección con humildad y alegría”, se detuvo por instantes y susurró como si hablara consigo mismo: “Este coterráneo
mio era un sabio alquimista disfrazado de escritor”. En seguida nos pidió a Lucca y a mi que fuéramos a la biblioteca
para continuar aquella conversación en particular con él.
Dispuestos en cómodas poltronas al lado de una gran ventana que nos ofrecía el bello paisaje de las montañas, el
Viejo, después de llenar su taza con café, dijo: “Sé que cada cual tiene sus razones y motivos para sostener la opinión
que defiende. ¿Quién está correcto? Probablemente los dos, dependiendo de la óptica con que se observe el mundo.
No obstante, repito, no me importa quién tiene la razón, ni es ese el motivo que nos reúne aquí. Entiendo a Lucca por
seguir las tradiciones y tener cuidado con la calidad del producto que vendemos; así como comprendo a Yoskhaz que
se deleita con la modernidad y se preocupa con una posible dificultad financiera de la Orden. Sin embargo ambos
acabaron apegándose tanto a sus conceptos, que los llevaron al extremo. Al radicalizar se olvidaron del buen consejo
del maestro Buda: ‘la virtud está en el camino del medio’. Involucrados emocionalmente, dejaron que los egos se
inflaran de orgullo y no se permitieron una visión libre de las nebulosas de la vanidad”.
Tanto yo como Lucca insistimos en que él debería evaluar los fundamentos de cada uno y decidir quién tenía la razón,
pues el plazo final para cerrar la producción se aproximaba. Los ojos del Viejo transmitían compasión cuando dijo:
“Renuncio a la espada que quieren entregarme. Juzgar quién tiene razón sería fácil y alimentaría mi ego con el
ejercicio del poder sobre la vida del monasterio. Los monjes están divididos y cualquier decisión va a producir una
gran insatisfacción. Sé que hay casos en que no hay alternativa. Sin embargo, ¿será que en este caso no existe una
alternativa? ¿Un camino del medio por el que todos puedan transitar con alegría? Recuerden que la radicalización de
la buena moral crea el intragable moralismo; cuando las nobles virtudes son apoderadas por las sombras nos
deparamos con la nefasta intolerancia”. Hizo una pequeña pausa y preguntó: “¿Perciben que la terrible discordia que
recae sobre el monasterio nació de las buenas intenciones de los dos? ¿Es claro que en algún momento en la
búsqueda por el bien permitieron que el propio bien se perdiera? Algo común cuando insistimos en imponer a los otros
nuestras razones”. Volvió a callar por instantes e hizo una sencilla pregunta: “¿Podemos hacer diferente y mejor?”
Lucca y yo bajamos la mirada. Estábamos avergonzados al permitir que la situación hubiera llegado al punto que
llegó. Sí, poseemos la capacidad de hacer diferente y mejor; no obstante habíamos perdido el rumbo, deslumbrados
por los trucos de la vanidad, de la terquedad y del orgullo. Permanecimos un buen tiempo en silencio hasta que Lucca
dijo que hacía muchos años, cuando él aún era aprendiz, habíamos pasado por un problema semejante por falta
de leña y que en aquella época se habían usado hojas secas de roble como combustible para los hornos. El sabor del
chocolate se había mantenido. Sin embargo, alertó diciendo que creía que en aquel momento sería difícil hacer lo
mismo, pues necesitaba de una cantidad que los monjes no podrían cargar y suplir. Yo le dije que podía ayudar ya
que conocía al dueño de una pequeña constructora en la ciudad en la falda de la montaña y que intentaría conseguir
un camión prestado para optimizar la carga. El Viejo apenas sonrió en respuesta.
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Mientras busqué el camión que nos fue gentilmente cedido, Lucca movilizó a todos los monjes que pudo para que se
arremangaran y se internaran en la floresta. Lo más importante: todos se unieron ante el mismo propósito. Esto nos
hizo más fuertes y, claro, el resultado fue un éxito. La producción fue llevada a término y el chocolate mantuvo el
sabor que ha conquistado paladares hace siglos. En lo referente a nosotros en el monasterio, mantuvimos el gusto de
vivir con alegría.
Pasados algunos días encontré al Viejo cuidando de las flores del jardín interno del monasterio. Le comenté que todos
estaban felices. El monje detuvo lo que estaba haciendo, guardó el alicate en el bolsillo en la túnica y me convidó a
sentarme a su lado en un banco de piedra, a la sombra. Después dijo con serenidad: “El mundo perfecto no es un
mundo sin problemas. El mundo perfecto es el mundo posible”. Giñó el ojo, como hacía cada vez que me confiaba un
secreto y finalizó: “El mundo perfecto es aquel en el que te esfuerzas para encontrar las mejores soluciones en
armonía y paz”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar linares.

La ley de las infinitas oportunidades
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El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, ya me había hablado del código no
escrito, un conjunto de leyes universales que regula la vida en diversos planos de la existencia y que dirige el destino
de todos. El entendimiento de cómo funcionan esas reglas amplía la consciencia, afina las decisiones y pavimenta el
Camino. Ya habíamos conversado sobre la ley de los ciclos y su importancia. Yo había oído hablar de la existencia de
las leyes de la evolución, de la afinidad, de la acción y reacción, entre otras. Tan pronto tuve la oportunidad de estar a
solas con él, quise saber más sobre la ley de las infinitas oportunidades. El Viejo estaba en la cocina preparando una
sopa de champiñones frescos, un manjar famoso en el monasterio. Me sugirió que lo auxiliara mientras cocinaba: “La
alquimia nació en la cocina”, dijo de manera jocosa. En seguida comenzó a explicar: “Tal vez ninguna otra ley sea tan
clara para demostrar la inconmensurable generosidad de la vida y la enorme sabiduría del universo. Ella habla de
nuestros errores y del amor con que somos tratados”.
Me pidió que cortara algunas cebollas y prosiguió: “El código no escrito regula el proceso evolutivo de cada uno de
nosotros, imponiendo la exacta lección para la cual ya estamos aptos. La premisa inicial es que la razón de la
existencia, en este plano, es la evolución espiritual. En suma, estamos aquí para evolucionar. Percibir esto es un buen
comienzo, pues nos permite entender que los maestros están disfrazados y nos aplican las debidas enseñanzas a
través de nuestra convivencia con los otros y por la manera como reaccionamos ante los conflictos enfrentados. Este
es el método de esta universidad, no hay otro”.
“No obstante, no siempre nos portamos como buenos alumnos. Traemos un equipaje repleto de condicionamientos
culturales, sociales y ancestrales que puede haber sido útiles en el pasado, en la infancia anterior del espíritu, pero ya
no sirven más. Permitir la renovación de conceptos, ideas y actitudes no siempre es fácil. Tenemos que enfrentarnos a
los otros y a nosotros mismos, pero tenemos que evolucionar. Para esto, es indispensable que visitemos los sótanos
oscuros de la propia alma, fuertemente vigilados por el ego y su ejercito de sombras. Ignorancia, miedo, egoísmo,
celos, ganancia, envidia, entre otros, son soldados de una tropa primitiva que intentará convencerte del riesgo y de la
bobada de lanzarse en vuelo por la búsqueda de una nueva realidad, por una manera diferente de ser y de vivir”.
“Iluminar cada una de esas sombras es la gran batalla de la vida. No las sombras ajenas, sino aquellas que están
dentro de ti”. El monje colocó el dedo en el propio pecho y dijo: “La guerra no es librada fuera, sino aquí adentro”.
Hizo una pequeña pausa, me entregó el ajo para pelarlo y continuó: “Una inmersión profunda y sincera dentro de sí
mismo para conocerse de verdad es el segundo paso esencial. Sólo así te será permitido entender las costras que
deben ser esculpidas para que tu luz pueda brillar con toda intensidad. Entender quienes somos en realidad, nos hace
más tolerantes con los demás. Al final, ¿cómo exigir la perfección del mundo si no la podemos ofrecer? Entonces, el
andariego pasa a ser más exigente consigo mismo, al mismo tiempo en que se vuelve más paciente con los otros,
pues percibe cómo funciona la escuela de luz. Sabe que cada cual a penas puede dar lo que ya tiene en el equipaje
sagrado, el corazón”.
“Aprender cada una de las lecciones exige a cada día, una dosis mayor de amor y sabiduría. Sin embargo, no basta
conocer, es preciso experimentar la lección. A menudo, sabemos más de lo que somos, entonces vienen los cambios.
Al final no existe evolución sin transformación. Transformarse significa dejar atrás una parte de lo que es tuyo; una
parte de lo que eres, para que un nuevo ser se revele y se manifieste. Ser tú mismo, pero no serás más de quien eras
ayer y mañana continuarás siendo tú, sin embargo, serás todavía otro, diferente y mejor. Oruga y mariposa. ¿Estás
confundido?”
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Moví la cabeza diciendo que no, el monje prosiguió: “Esto no es fácil y tus sombras intentarán, a todo costo, impedir
la osadía del próximo cambio. Ellas, por una cuestión de sobrevivencia, necesitan impedir el movimiento, bloquear el
avance. Las sombras se alimentan del estancamiento. Intentarán convencerte de que lo más seguro es dejar todo
como está y que las Tierras Altas no sean más que una utopía pueril. Esa es su función. No obstante, entre más poder
tengan sobre ti, más lenta será tu evolución; por lo tanto, más duras se volverán las lecciones, más pedregoso será el
Camino”. Me miró y preguntó: “¿Entiendes ahora cuando digo que el sufrimiento es una opción?”
Le dije que parecía absurdo pensar que alguien optara por el dolor, pero comenzaba a entender que el sufrimiento es
fruto de decisiones equivocadas, aún arraigadas en el ser, que terco en su orgullo, se niega a fluir y, en el fondo, tiene
miedo de errar. El Viejo hizo una señal para que le pasara el tomillo y dijo: “Entonces llegamos al error, este antiguo
compañero de jornada. El error hace parte de la historia de todos nosotros y puede ser un aliado o un villano,
depende a penas de la manera como lo tratas. Él puede ser fuente de conflictos con graves y amplias consecuencias o
un buen maestro que nos indica lo que debe ser modificado en las ideas y actitudes, mostrando el cambio de ruta
para recorrer el lado iluminado de la carretera. Esto va a depender de cuanto amor ya florece en tu jardín. ¿Percibes
que con cada elección lanzamos en el suelo sagrado del corazón una semilla de sombras o de luz?”
El monje arqueó los labios en leve sonrisa y continuó: “Llegar hasta aquí no fue fácil. Fueron muchos errores y no
poco sufrimiento. Tristezas y decepciones tuvieron que ser superadas, la flor del perdón tuvo que brotar para que la
dulce fruta de la alegría germinara”. Hizo una pausa larga, sus ojos estaban perdidos más allá de las ventanas de la
cocina, como si la película del pasado volviera a su pantalla mental. Después dijo: “Erramos mucho, erramos todos.
Sin excepción. Cada error muestra la próxima lección; cada cual con sus errores y sus lecciones”. Volvió a hacer una
pausa y habló como si lo hiciera consigo mismo: “Erramos, erramos, insistimos en el error y la vida no desiste en
hacernos mejores. Entonces entendemos el inconmensurable amor del Universo que jamás nos abandona al insistir en
nuestra evolución, al ofrecernos las herramientas para salir de la oscuridad y conocer la luz de la vida con todos sus
colores, dándonos alas para el fantástico vuelo sobre los valles sombríos de las lágrimas. Para ello, nos ofrece
infinitas oportunidades. Es la mayor prueba y la más valiosa lección de amor que alguien puede conocer”.
Discordé. Dije que debido a decisiones equivocadas del pasado yo había desperdiciado, en diversas ocasiones, muchas
oportunidades en mi vida y que ellas no retornaron. El Viejo frunció el ceño, como siempre hacía cuando se ponía más
serio, y explicó: “Claro que las tuviste y las tendrás de nuevo, siempre. No necesariamente de la misma manera.
Debes entender que las oportunidades se revelan en la exacta medida de tus necesidades, no de tus deseos.
Recuerda que el Universo es generoso y justo. Las oportunidades están siempre de acuerdo con la voluntad y la
capacidad del alumno para que entienda y se transforme, no en apariencia sino en su esencia. Las lecciones
endurecen a medida que el alumno se rehúsa a aprender. Hacer que el andariego comprenda la perfecta justicia es
parte necesaria para que sea una persona mejor. Y créelo, esto no es tan fácil como parece. Todos se consideran
justos, pero pocos conocen el poder del amor. ¿Entonces cómo entender la verdadera dimensión de la justicia? De la
misma manera que no se desiste de un hijo, no se separa la justicia del amor. Esta es una de las lecciones más
preciosas del Camino”.
“La ley de las infinitas oportunidades habla de la importancia del aprendizaje y de las transformaciones
para la evolución. Nos enseña también el valor de la paciencia, la grandeza de la tolerancia, la
misericordia, la magia del perdón como camino para la verdad y la justicia. Entonces percibimos que
barco y también el puerto. Algunos más rápido, otros mucho más despacio pero todos, tarde
completarán la travesía. Nadie será olvidado. Nadie será abandonado en el Camino”.
como palanca
belleza de la
el amor es el
o temprano,
El Viejo calló por instantes y con la cuchara de palo dejó gotear un poco de sopa en la mano para saber si estaba bien
condimentada. Aprobó el sabor con una sonrisa y dijo: “El amor es la sal de la vida”. Hizo una pequeña pausa
nuevamente, picó un ojo como si contara un secreto y finalizó: “El amor es el lenguaje de Dios, Yoskhaz. No existe
otro”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

El muro
1 COMENTARIO
El edificio del monasterio es una sólida construcción con paredes de piedras que atraviesa los siglos con la misma
firmeza de la montaña que lo abriga, o casi. Uno de los muros comenzó a dar señales de deterioro y fui el responsable
por el mantenimiento. Entre las múltiples opciones, escogí una constructora cuyo dueño era un amigo de la época de
colegio y que aparentemente tenía la capacidad de llevar a buen término la tarea. A pesar de todos los avisos de que
no se trataba de un simple arreglo y sí de una restauración, en la cual todas las características originales debían ser
mantenidas, el resultado fue desastroso. Yo estaba muy irritado cuando me encontré con el Viejo, como
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cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden. Era fin de tarde, horario en el cual él se dedicaba a la
lectura. Me pidió que lo acompañara hasta la biblioteca. Nos sentamos en confortables poltronas al lado del enorme
ventanal, teniendo como paisaje el bello bosque de los alrededores. Nos servimos dos tazas humeantes de café. En
seguida comencé a recitar mi rosario de lamentos sobre la reforma del muro. Le dije que estaba muy decepcionado
con aquel amigo, quien hizo un trabajo muy inferior a lo contratado y, lo peor, a lo prometido. El Viejo comentó con
dulzura: “De hecho quedó muy mal, tendremos que rehacerlo”.
Le dije que lamentaba la elección, aunque ya había tomado las medidas necesarias. Había enviado un duro mensaje
relatando la queja, exigiendo que el muro fuese rehecho dentro de los estándares exigidos. No satisfecho, lo llamé y
le hice críticas con duras palabras. El monje me observó con ojos repletos de compasión y preguntó: “¿Cómo te
sientes?” Le confesé que estaba mal, una mezcla de sentimientos que migraban entre la tristeza de haber peleado con
un amigo y la rabia por haberme decepcionado. El Viejo refutó: “Esto es mucho peor que lo del muro mal remendado.
Nadie precisa de un muro perfecto para ser feliz; de un corazón tranquilo sí”.
Acrecenté que no debíamos ser indulgentes con los errores, pues en caso contrario la humanidad no avanzaría. El
monje frunció el cejo y dijo: “La mejor manera de cuidar del mundo es perfeccionándose a sí mismo. No te detengas
para criticar el nivel evolutivo de nadie, salvo el tuyo mismo. Entiende que cada cual tiene sus propias limitaciones y
sólo ofrece lo que tiene para dar. Seamos pacientes con las limitaciones ajenas para que podamos construir un
ambiente de tolerancia y paz”. Hizo una pequeña pausa y concluyó: “El Universo, como buen educador, aplicará a
cada cual la lección necesaria para apalancar las transformaciones indispensables que permitirán la adecuada
evolución”. Cuestioné si no deberíamos manifestar el desagrado y luchar por nuestros derechos. El monje respondió
de inmediato: “Siempre. No obstante, la forma que escogemos para hacerlo marca toda la diferencia y puede ser la
frontera entre las sombras y la luz”.
Le dije que aunque había usado palabras duras, tan sólo había dicho la verdad. Era la mejor manera para que él
aprendiera a esmerarse más o a no comprometerse con algo que no fuera capaz de realizar. El monje quiso saber:
“¿Entonces por qué te estás sintiendo tan mal e irritado?” Dije que aunque había sido justo, me sorprendió que mi
amigo hubiera quedado sentido. Algo que yo consideraba absurdo, pues el perjudicado no había sido él. El Viejo fijó
sus ojos en los míos y dijo con ternura: “¿Percibes cuál fue el sentimiento que te movió al trazar las críticas?
¿Entiendes que la emoción que impulsó tus palabras no fue la de enseñar, y sí la de herir? Por esto estás sintiéndote
tan mal”.
Estuve en desacuerdo vehementemente. Volví a insistir que me había atenido a la verdad y que mis palabras eran
justas. El monje me corrigió: “No me cabe la menor duda de que te manifestaste en los exactos límites de la verdad.
Sin embargo, dudo sobre el hecho de haber sido un acto de justicia”. Quedé indignado, era sólo lo que faltaba. El
sujeto nos causó un perjuicio y como si no bastase, se convertía en víctima. El Viejo no dejó que mi impaciencia lo
contagiara y continuó con su tono de voz suave: “No hay víctimas y, con frecuencia, repudio la figura de esa máscara
que tanto atrasa la marcha de las personas. Pienso que todos deben entender la responsabilidad, no sólo de sus
acciones sino también de sus reacciones. Devolver mal por mal no trae avance, solamente alimenta las sombras.
Percibir el sentimiento que impulsa tu respuesta es la perfecta diferencia entre justicia y venganza; si quieres enseñar
o tan sólo punir. La frontera entre la justicia y la venganza es el amor. No hay justicia sin que la decisión envuelva la
realidad del perdón, sin que se le permita al otro la oportunidad de la renovación”.
“Esto tal vez explique el hecho de que te sientas tan mal, aunque hayas trabajado a penas con la verdad, perdiste la
oportunidad de ser justo. La justicia está un escalón arriba de la realidad de los acontecimientos. Al menos en la
acepción más elevada del concepto. Tal vez lo mejor para hacer es buscar a tu amigo y pedirle disculpas”.
No era en serio. O no podría serlo. El buen monje sólo podría estar bromeando. Yo había sido el ofendido, pasé por la
verguenza ante toda la Orden por ser el responsable de aquella elección, estaba decepcionado con la palabra no
cumplida de un amigo que conocía hace mucho tiempo y, ¿todavía tenia que disculparme? No, era mucha humillación.
El Viejo volvió a corregirme, siempre con dulzura: “Sólo hay humillación cuando aceptamos la ofensa, nunca cuando
ofrecemos lo mejor de nosotros. Entender las propias dificultades nos permite ser tolerantes con los límites de los
otros. Así, restará la grandeza de la humildad”. Refuté diciendo que el hecho que originó toda la situación me daba
toda la razón. El monje insistió: “Quién tiene razón es lo que menos importa. Lo importante es no perder la
oportunidad para decodificar nuestros sentimientos; cuando nos ponen tristes están orientados por las sombras. Sin
embargo, siempre tendremos la posibilidad de la transmutación, basta iluminarlos. Para ello, todo se resume en
reinventar el contenido del binomio: entendimiento-elección. Así, nos permitiremos rodearnos de una esfera de alegría
y ligereza a medida que osemos pensar diferente y abrirnos a la posibilidad de modificar nuestras elecciones para
ofrecer lo que, hasta entonces, era inimaginable. La carga, hasta aquí pesada, se transformará en alas”.
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Le dije que mi amigo era una persona muy orgullosa y su dolor era un truco para no admitir los propios errores. El
Viejo explicó con paciencia: “El orgullo es una limitación del ego que, ilusionado por las sombras y movido por el
miedo, piensa en protegerse. Tu no puedes permitir que el orgullo domine tus decisiones, bajo pena de contaminarte
con el ambiente sombrío que aprisiona en una misma cárcel a todos los involucrados emocionalmente con la situación.
Si él quiere insistir en esa reacción es su problema y no hay como impedirlo. Sin embargo, tu puedes liberarte de la
peligrosa zona de tinieblas que tales emociones suelen encerrar. Por tanto, es necesario actuar de acuerdo con los
movimientos de la luz en la práctica de tus sentimientos más puros y sutiles. Deshacer el mal practicado, aunque
infinitamente menor al mal sufrido, es el camino hacia la plenitud”, concluyó con la mirada perdida en las montañas:
“Ofrece lo mejor de ti siempre aunque el otro no lo quiera aceptar. La negativa es una dificultad de él. El perdón no
precisa de consentimiento, es unilateral. Pides sinceras disculpas por tu error, perdona a quien te hizo mal, libérate de
la masmorra creada por la situación y sigue”.
Argumenté que yo tenía que protegerme y no podía exponerme gratuitamente. El monje frunció las cejas y cuestionó:
“¿Percibes que lo que roba tu paz es el ego que intenta protegerse detrás de la sombra del orgullo, alimentado por el
miedo de que el otro no reconozca tu razón? ¿Por qué el vicio por la aceptación y aplausos ajenos? ¿Por qué tanta
dependencia? ¿Entiendes que es innecesario? Esta es la raíz de la desarmonía del ser y de todas nuestras relaciones.
Sea cual sea la reacción de tu amigo, ella no puede impedir tu mejor acción. Esto te hace un espíritu verdaderamente
libre”.
Permanecimos un largo tiempo sin pronunciar palabra. Le pedí permiso y me retiré. No estaba convencido sobre los
argumentos del monje, pero quería reflexionar sobre ellos.
A la mañana siguiente nos encontramos en el comedor. El Viejo se aproximó sin que yo lo percibiera y me preguntó:
“¿Qué sucedió? Tu expresión cambió, te ves más leve”. Le relaté que la noche pasada, después de meditar sobre
nuestra conversación, llamé a mi amigo y le dije que, a pesar de que la obra del muro no fue del agrado,
quería disculparme por las palabras duras que había usado para manifestar mi insatisfacción. El fue amable conmigo,
aunque no reconoció cualquier error de su parte. Alegó que no sabía que se trataba de una restauración, aunque le
dije esto varias veces antes de la obra, pero no insistí más. Entendí que el argumento de él era un detalle sin
importancia, pues cada cual siempre actuará de acuerdo con su exacto nivel de consciencia. El malestar fue deshecho
y me restó la certeza de que la verdad, colocada de forma clara y tranquila es como una buena semilla que germinará
después de la lluvia. Mi alegría había vuelto y con ella la paz.
El Viejo sonrió y dijo: “Esa es la lección del muro, en todas sus dimensiones existenciales”. Como mis ojos mostraron
un enorme signo de interrogación ante esas palabras, el monje fue más claro: “La idea del muro, desde tiempos
inmemoriables, está ligada a la necesidad de protección. No obstante, debemos tener cuidado con el muro que
construimos para resguardarnos de la vida, pues el mismo muro que protege es el que nos impide ver e ir más allá.
Vivir es mucho más que la seguridad intramuros, es el fantástico y definitivo vuelo sobre el abismo del miedo”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Drácula y el mito de la inmortalidad
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Estaba cerrado el taller de Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos. Filosofía y vino tinto eran sus
preferencias. Me dirigí a una acogedora taberna, en donde mi amigo acostumbraba a beber una copa antes de ir a
casa. Tuve suerte. Allí estaba él, sentado en una cómoda poltrona, al lado de una lámpara, entretenido con la lectura.
Fui recibido con la alegría de siempre por el artesano, elegante en el vestir y en el actuar. Cuando reposó el libro
sobre la mesa reparé que era Drácula, del escritor irlandés Bram Stoker, un clásico de la literatura. Comenté que
nunca había leído aquella obra, aunque la historia del vampiro fuera comúnmente conocida y yo hubiera visto la
película del mismo nombre, dirigida por Francis Coppola. Pedí una copa de vino para acompañar al buen zapatero y le
pregunté si la película era fiel copia del libro. Lorenzo se acomodó en la silla y dijo: “Eso es lo que menos importa”.
Antes que yo pudiera decir algo él prosiguió: “La cuestión contenida en Drácula es el mito de la inmortalidad que la
historia tiene como telón de fondo. Toda fascinación por el vampirismo, que es anterior al propio Drácula, nace del
deseo incontrolable de la humanidad, desde el inicio de los tiempos, de vencer la muerte. Dentro de toda la
inconstancia característica de la vida de cualquier persona, la muerte siempre ha sido la única certeza; sin embargo,
siempre ha incomodado porque está ligada a la idea del fin”.
Argumenté que los alquimistas siempre se empeñaron en buscar no sólo la piedra filosofal que permitía transformar el
plomo en oro, sino también en descubrir el secreto del elíxir de la vida eterna, con la esperanza de que la vida fuera
infinita y las conquistas personales no se perdieran en el vacío de la existencia. El artesano arqueó los labios con una
leve sonrisa y dijo: “La diferencia está en que mientas el vampirismo glorifica la perennidad del cuerpo, los
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alquimistas descubrieron que la inmortalidad está presente a través del espíritu, la verdadera esencia de cada uno. El
espíritu es eterno, por tanto somos todos eternos. El cuerpo es tan sólo una vestimenta provisional, necesaria para
frecuentar la universidad de esta existencia, en este planeta. Se cambia de ropa hasta que no necesitemos más de
ella”.
Hizo una pausa para beber un sorbo de vino y prosiguió: “Resuelta la cuestión del elixir fueron a procurar la piedra
filosofal que, como su nombre indica, es inmaterial, tan sólo es un concepto; surge y se deshace en el aire.
Entendieron que la piedra se resume en la capacidad de transformación del propio espíritu. Lo que no es poco. Al
contrario, traduce la esencia de la vida. Las transformaciones a las que se referían son aquellas que apalancan la
evolución del alma, la iluminación de las propias sombras y la cura de las fracturas sentimentales, representadas
simbólicamente en la transmutación del patrón ceniza del plomo por la luz dorada del oro. Nunca en el aspecto
material y sí en la verdadera riqueza de la espiritualidad. El oro es vano; se pierde, es robado, cambia de mano y no
puede ser llevado a la próxima estación. La luz, por el contrario, es la herencia que te acompañará al infinito y te
mostrará la fuerza, la belleza y la magia del amor”.
Cuestioné el motivo por el cual el vampirismo aún despierta tanto interés. Lorenzo bebió vino y dijo: “Los vampiros
habitan el inconsciente colectivo porque están ligados al ego y al cuerpo. Sin que las personas lo perciban, el mito se
sustenta entre aquellos que tiene gran dificultad para modificar su visión y sus actitudes. A menudo luchan de manera
insana contra el envejecimiento inevitable del cuerpo, que es muy diferente a llevar una vida saludable. Son personas
que no saben relacionarse con el tiempo ni con el alma, ya sea porque el ego se imagina perfecto o maravilloso o por
el miedo de lo que vendrá, de lo desconocido, de lo nuevo. No es de extrañar que en la infancia de la evolución
tengamos mayor facilidad para entender y relacionarnos con el cuerpo, y entre cuerpos, que entender el alma y
convivir con otras almas. Así, es entendible por qué algunos están más ligados al placer y otros al amor”.
“Si prestas atención, el vampiro es aquel que no quiere evolucionar pues tiene un ego enorme, se considera poderoso,
se cree maravilloso. Al contrario, quiere que el mundo se adecue a sus deseos y necesidades. Mientras el alma es
dinámica por necesidad, naturaleza y filosofía, el ego es estático. El vampiro no tolera el movimiento. Quiere
mantener el pasado como eterno presente. El presente como transformación para el futuro es entendido como la
destrucción de su mundo, en consecuencia, de su ego hiperdimensionado. No es extraño que en la ficción el vampiro
tenga aversión a la luz del sol, símbolo de la evolución en la alquimia, representación poética de la sabiduría y de la
libertad. Por motivos análogos, le teme al crucifijo que representa renacimiento, transformación; no obstante el
mundo cambia y la humanidad avanza inexorablemente”.
“En el cajón en que reposa, metáfora del ser abandonado y debilitado dentro de sí mismo, cuando la noche es más
oscura, es decir, cuando sus propias sombras se hacen más fuertes, parte sediento por la sangre ajena ya que
necesita de la energía de otras personas, pues no puede mantenerse por sí sólo. Se vuelve incapaz de generar vida en
su interior, algo simple para un ser de luz. No satisfecho con aprovecharse del otro, lo obliga a adecuarse a su estilo
sombrío de vida, al imponerle también la condición de vampiro, esclavizándolo en su ambiente tenebroso. Volverse un
vampiro no es transformación, es estancamiento, aprisionamiento”.
“El mito del vampirismo trae oculto el deseo ancestral de dominación. El vampiro ansia poder sobre todo y todos. La
riqueza material que anhela a través de los siglos; las personas que atormenta y manipula. Dinero y dominación. Es el
baile de las tinieblas que los egos inflados sueñan danzar”.
Mientras asimilaba todas aquellas ideas en la mente, comenté que estaba impresionado con el hecho de que este mito
haya sobrevivido al tiempo. El zapatero levantó las cejas y explicó: “El mito estará presente mientras represente lo
íntimo de las personas. El vampiro es la representación artística que los contadores de historias encontraron para
revelar las sombras de la humanidad. ¿Has reparado en cuántos vampiros conoces? Es más, ¿puedes percibir cuánto
de vampiro existe en ti?”
Antes que yo me sintiera ofendido, el buen artesano me trajo a la realidad: “Cada vez que damos valor al ego en
detrimento del alma, que nos identificamos más con nuestro cuerpo que con nuestro espíritu, que negociamos con las
sombras en perjuicio de la luz, que atormentamos a alguien para quitarle la energía, que manipulamos o dominamos
al otro en vez de respetar su derecho inalienable de elección, revelamos la cara oculta del vampiro que aún nos
habita”.
Quise bromear y le dije que
en la tristeza tan sólo sirve
todo dominador tiene?. La
sufrimiento; es pan que no
los vampiros me parecían elegantes, cuando Lorenzo me desconcertó: “Encontrar encanto
en la ficción. ¿Percibes que todo vampiro es infeliz gracias a la enorme dependencia que
eterna búsqueda por el poder sobre el otro lo envuelve en una esfera de agonía, de
alimenta, es el prisionero de la mazmorra que construyó para sí mismo. Lo mejor de la
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vida se celebra con alegría. Encantador es la búsqueda de la libertad, la belleza de caminar por el lado soleado del
sendero, la ligereza de entender que lo mejor de sí es eterno, inmaterial y reside en el alma, que no hay evolución sin
transformación”.
“Drácula es la representación artística de una triste realidad, presente cada vez que ‘vampirizamos’ a alguien
chupando no su sangre sino su energía, la alegría, la belleza de vivir, con la ilusión de que toda esa riqueza sea
transferida a nosotros. Sin embargo, no existe felicidad en el mal, sus ganancias son efímeras y pueriles. No es
extraño que todo vampiro viva en ambientes mal iluminados en la ficción, lo que representa adecuadamente el
estadio actual de su alma en la realidad”.
“En la ficción, el vampiro no puede ver la propia imagen reflejada en el espejo; en la simbología, es aquel que no
puede percibir quien realmente es, que no ve las heridas abiertas del alma, haciéndolo incapaz de entender los
cambios necesarios. Entonces se hace indispensable la destrucción del vampiro mediante la renovación y la luz,
representadas en el crucifijo y en el sol. De esta manera ‘matamos’ al vampiro que existe en nosotros cada vez que
renunciamos a los conceptos de dominación, a cambio de ideas y prácticas que nos lleven a la verdadera liberación”.
Quise saber cómo alcanzar esa maravillosa liberación. Lorenzo levantó la copa para brindar y finalizó: “Recitando
diariamente un mantra: todo, absolutamente todo, puede ser diferente y mejor”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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El puente hacia la felicidad
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El Viejo y yo, como cariñosamente llamábamos al decano de la Orden, llegábamos al monasterio después de un viaje
cuando fuimos abordados por un joven en el portón, quien de manera educada le pidió al monje que le dedicara dos
minuticos para conversar. Desconociendo el cansancio, el Viejo invitó al visitante a tomar un café en el refectorio
donde podrían charlar con más calma. Mientras calentaba el agua, yo escuchaba la conversación de los dos. El joven
se mostró desilusionado del mundo. Ninguna de las posibilidades que la vida le presentaba le era satisfactoria ni lo
hacía un hombre feliz. Se sentía amarrado a las estructuras impuestas por la sociedad, a la cual culpaba de su agonía;
se sentía incomprendido por amigos y parientes, causantes de su insatisfacción. El monje rápidamente ponderó el
raciocinio del visitante: “Nadie puede impedirte ser feliz, salvo tú, a tí mismo. No transferir responsabilidades es un
buen inicio”.
El joven dijo que estaba cansado de la tristeza y del sufrimiento que lo acompañaban desde hacía mucho tiempo.
Confesó no saber qué hacer. El monje lo miró con bondad, esperó que les llenara las tazas con café, se sirvió un
pedazo de torta de avena con frutas silvestres y dijo: “La vida dispone a cada cual, de acuerdo al nivel de consciencia
y amplitud amorosa, las perfectas condiciones para la búsqueda de la felicidad, la cual está oculta en lo más íntimo de
cada ser, con la justa intención de que el viaje sea interno para que todos tengan acceso. Cada paso es una etapa de
la evolución a la que todos estamos destinados”. El joven lo interrumpió y dijo que no sabía por dónde comenzar. El
Viejo explicó: “La estación inicial es una sala con espejos que tiene por objetivo mostrarle al viajero todas las heridas
de su alma, inclusive aquellas que él niega o relega al olvido. Son traumas, resentimientos, infortunios, decepciones y
otras fracturas sentimentales que le impiden caminar; son las sombras que, al ser ignoradas, alimentan el sufrimiento
con la falsa ilusión de estar saludables. El conocimiento sincero sobre sí mismo y el coraje para la superación son
partes esenciales del tratamiento; amor y sabiduría son los ingredientes del remedio; la plenitud es la cura”. Hizo una
pausa y concluyó: “En el camino hacia la felicidad el andariego tiene que atravesar un puente. Dos pilares lo
sostienen. Este es uno de ellos, la plenitud”.
El chico rápidamente preguntó cuál era el otro pilar. El monje respondió: “La libertad”. El joven le pidió que
profundizará y el Viejo lo atendió: “Todas las formas de dependencia, sea afectiva, material, social o cultural, son
cárceles de la existencia y todas se desmoronan en el aire al transformar la visión y las elecciones. Pronto, el ser libre
tiene por principio no cambiar el eje de la responsabilidad que le corresponde en la conquista de la propia felicidad.
Cada vez que le atribuimos a alguien la causa de nuestra insatisfacción o tristeza renunciamos a la libertad de
efectuar las transformaciones que podríamos operar en nuestras vidas. Así, cada cual se condena a un periodo más
de estancamiento. Aceptar que los obstáculos no son impedimentos, sino trampolines para la evolución es una actitud
típica de las personas libres. La libertad nunca será un regalo concedido por alguien y sí una construcción consciente y
valiente, vivida a través del perfeccionamiento de las elecciones personales, necesarias cada vez que alguna situación
intenta oponerse a la felicidad. Lo que muchos consideran como un muro que obstruye el camino, el ser libre lo
interpreta como el momento adecuado para usar las alas y sobreponerse a aquello que lo oprime. La dignidad es el
único límite para la libertad”.
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El joven quiso saber en dónde podría adquirir mayores conocimientos sobre el asunto. El Viejo arqueó los labios con
una leve sonrisa y respondió: “En la vida. Los verdaderos maestros están escondidos en cada conflicto o problema que
se presenta. Las oportunidades son tantas que desbordan. Cada dificultad indica una posibilidad de transformación y
avance. Cada obstáculo ofrece la oportunidad para la evolución en el ver, sentir y actuar; de hacer diferente y mejor.
Cada conflicto contiene la exacta lección en la cual el aprendiz está en condiciones de avanzar. El universo, en su
inconmensurable sabiduría, no va a suministrar clases de trigonometría a almas del jardín de infancia”. Hizo una
breve pausa y acrecentó: “No obstante, comúnmente nos comportamos como aquellos niños que quieren tan sólo la
diversión proporcionada por la escuela y torcemos la nariz a la hora del esfuerzo necesario para el estudio y el
enfrentamiento de las pruebas. Entonces reclamamos del colegio, de los profesores y de los amiguitos, como
causantes de nuestra dificultad, olvidando que nos negamos a hacer la parte que nos correspondía. Así, repetimos de
año; no por casualidad la vida es un enorme ciclo compuesto de muchos ciclos menores que se repiten
indefinidamente hasta que aceptemos la evolución. Por tanto, las lecciones se vuelven más severas, no como castigo
sino por el amor de los profesores hacia sus alumnos”. Miró con dulzura al muchacho y le preguntó: “¿Percibes que
todos ya tienen sus maestros? ¿Qué las fuentes de sabiduría son abundantes y emanan por todo lado? Podemos
aprovecharlas o no. Sólo necesitamos de la mente despierta y del corazón abierto para aprovechar las clases
ofrecidas”.
El muchacho dijo que empezaba a entender y que pronto comenzaría a construir los pilares de la plenitud y de la
libertad para atravesar el puente hacia la felicidad. Hizo mención en despedirse cuando fue sorprendido por el monje:
“Los pilares de nada sirven sin el piso del puente para apoyar los pies”. El joven preguntó cuál sería el piso del puente
a ser recorrido. El Viejo frunció el entrecejo y dijo: “El amor”.
“La plenitud y la libertad no pueden conducirnos al aislamiento ni al egoísmo. La búsqueda desenfrenada por la
sensación maravillosa que proporcionan pueden llevar a la ilusión de la victoria al ignorar al otro; tener disculpa por
falta de tiempo; envolver con el manto sombrío de la indiferencia; convencer que seguir adelante es lo mismo que
atropellar a quien, por descuido o de propósito, se opone a nuestra trayectoria hacia la felicidad; nos excusamos de
ayudar bajo las más tortuosas justificaciones. En fin, con frecuencia nos volvemos egoístas en la búsqueda de la
felicidad. Acabamos generando conflictos innecesarios, distanciamientos, volvemos a abrir heridas al traer un enorme
equipaje de abandonos y sufrimientos. De esa manera, en contravía del deseo de volar tomamos decisiones que nos
mantiene en una terrible cárcel sin rejas; al ansiar la cura olvidamos usar el remedio”.
“Para alcanzar la felicidad es necesario invertir los valores. Ser libre es una elección individual, pero necesitas del otro
para ejercitar el desapego a las viejas formas. Tu no necesitas autorización de nadie para ser pleno, pero necesitas
del otro para que florescan tus mejores virtudes. Es en la convivencia que entendemos nuestras reacciones y cuánto
nos falta por aprender. La evolución es personal, pero es imposible evolucionar sólo. Por ello la necesidad del amor
para que libertad y plenitud no sean partes disonantes de un puente inacabado. El amor, en esencia, y por ser
esencial, enseña a transformar todo aquello que no es imprescindible. El andariego al saber que está lejos de la
perfección, nunca olvida que siempre puede ser diferente y mejor. Esto es liberador. En el egoísmo no existe libertad,
tan sólo individualismo. En la ausencia de amor no existe plenitud, sólo vacío. La caridad, la compasión y la
misericordia son extrañas virtudes que nos enseñan que el amor es una compleja ecuación que a medida en que
dividimos las partes multiplicamos el todo. Esto es vivir el amor en toda su plenitud”.
El muchacho argumentó que si necesitamos del otro dependemos de él y por lo tanto no se puede hablar de libertad o
plenitud. El Viejo le ofreció una bella sonrisa y dijo: “Necesitamos relacionarnos con otras personas, no obstante la
felicidad no depende de las actitudes ajenas; no importa como el otro actúe o reaccione, nada de lo que haga será
suficiente para impedirte seguir en frente. Basta el sincero sentimiento de que en aquel momento ofreciste lo mejor.
Nada se puede hacer si el otro no entendió o no aprovechó. Tan sólo acepta que él aún no estaba listo para
comprender y usufructuar de la belleza del momento. No insistas en convencerlo, esto es esfuerzo de tontos. No hay
necesidad de sufrir pues en algún momento, tarde o temprano, él entenderá y entonces seguirá; la dificultad es de él,
aunque cuente con tu honesta solidaridad, no puede impedir que sigas tu jornada personal. Nunca te olvides de
amarte a tí mismo mientras amas a otro. Esa es el maravilloso equilibrio alcanzado a través de la armonía entre la
libertad y la plenitud.”.
“La felicidad se procesa según las transformaciones personales y el perfeccionamiento de tus elecciones. Cada
persona a su ritmo según su nivel de consciencia y amplitud amorosa, sin embargo todos conectados. Del mismo
modo que la soledad y la quietud son fundamentales, la convivencia con toda la gente es parte primordial del
refinamiento del alma, sea en la superación pacífica de conflictos, sea en el ejercicio de lo mejor que habita y fructifica
en el corazón. Una simbiosis sagrada entre aprender con algunos y enseñar a otros. El otro no es tan sólo un aliado o
un villano en el Camino, sino tu contrapunto y espejo, al permitir que entiendas las aristas que aún necesitan ser
trabajadas. Así caminamos todos, pero cada cual seguirá adelante en marcha propia, según las lecciones aprendidas,
los ciclos terminados, las transformaciones personales ya integradas al alma y compartidas con el mundo”.
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El joven bebió el resto de café y confesó que entendía tan sólo en parte todo lo que el monje le había explicado y que
reflexionaría sobre aquella conversación para que las nuevas ideas pudieran encontrar su lugar. El Viejo balanzó la
cabeza concordando y finalizó: “Fuímos acostumbrados a pensar la felicidad como algo externo, ligada a las
conquistas materiales, al éxito y a los aplausos; aunque sean cosas agradables, no percibimos como todo esto es
vano, efímero y, lo más grave, genera aprisionamiento. Terminan volviéndose fuentes de agonía, tristeza y
sufrimiento por ser ajenas y estar más allá de nuestra capacidad personal de decisión y gerenciamiento. Entonces nos
lamentamos por las frustraciones, dejamos de ejercer el verdadero poder que nos cabe y que define la paz y la
felicidad de los días próximos: las infinitas posibilidades cuando se tiene una visión iluminada; la capacidad
transformadora de las elecciones disponibles a todo momento; la verdadera riqueza traída por los buenos
sentimientos. Vivimos con gusto amargo al no entender que la miel de la vida brota de dentro y no de fuera de cada
uno”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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Abrazando las sombras
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A todos los discípulos de la Orden se les había avisado que, en breve, uno de nosotros sería consagrado monje en
ceremonia permitida sólo a los iniciados. No tuve dudas de que yo sería el escogido. Aunque no era el alumno más
antiguo, era el más cercano al Viejo, como cariñosamente llamábamos al decano del monasterio. La ansiedad se
apoderó de mí, me sentía orgulloso; permanecí sin dormir algunas noches imaginando como sería el ritual de pasaje,
tan comentado de discípulo a monje en los corredores, hasta que llegó la noticia de que el aprendiz que sería
consagrado era otro. Lo que parecía ser día se volvió noche. La brisa agradable que me acariciaba el ego se volvió una
violenta tempestad, capaz de barrer mis mejores sentimientos hacia un lugar tan distante que tuve la sensación de
que nunca más los encontraría.
Los celos me convencieron de que aquella decisión era injusta. La envidia llegó para avisarme que la vida era así,
injusta por naturaleza. Para empeorar, el escogido para convertirse en monje había sido el aprendiz con quien yo más
debatía y combatía en las clases de filosofía y de metafísica. La tristeza me cubrió con un espeso velo para secretear
que buenos sentimientos son frutos del árbol de la ingenuidad: un cordero no sobrevive en medio de lobos. Sí, yo era
la víctima perfecta.
Pasé algunos días ponderando la posibilidad de desvincularme de la Orden. Estaba convencido de que era una pérdida
de tiempo insistir en un sueño que no encontraba respaldo, ni siquiera entre aquellos en quienes yo más confiaba.
Irritado, evaluaba si debía hacer un discurso para desenmascarar la farsa o si salía en silencio, sin aviso, a manera de
protesta. Al atravesar el jardín interno del monasterio vi al Viejo cuidando de las flores. Intenté evitarlo. No sirvió de
nada. Al percibir mi presencia, sin darse la vuelta, me pidió que me aproximara. Guardó las pequeñas herramientas
en el bolsillo de la túnica y me pidió que lo acompañara hasta su pequeña sala de trabajo. A solas, me sirvió una taza
de té y dijo: “Yoskhaz, abre tu corazón”.
Le respondí secamente que estaba bien. No, yo no daría mi brazo a torcer. Mi indignación sería silenciosa y si él tenía
alguna consideración por mi, que descifrara mis emociones. Me miró con dulzura y dijo: “Los celos, la envidia y el
odio nunca serán buenos consejeros”. Argumenté que él estaba equivocado, pues tales sentimientos no hacían parte
de mi personalidad y que hacía mucho habían sido superados. El Viejo se mantuvo paciente y dijo: “Por nuestras
entrañas corren todo tipo de sentimientos. Los mejores y los peores. Hace parte de la naturaleza humana, no hay
excepción. No obstante, lo que hacemos con ellos define quienes somos y el destino próximo”.
Insistí diciéndole que estaba equivocado con relación a mí pues tales sombras no me habitaban, aunque las reconocía
en otros, y confesé que me incomodaban mucho. El monje respondió: “Incomodan por el simple hecho de
identificarlas, inconscientemente, en sí. Al pasar al nivel de la consciencia la postura es de humildad y compasión para
con todos”.
Lamenté el hecho de que él no me hubiera conocido mejor, a pesar del largo periodo de convivencia. El Viejo
respondió sin alterar la serenidad que lo caracterizaba: “¿Percibes que tu reacción demuestra cuánto te desconoces a
tí mismo? El proceso de autoconocimiento es el primer escalón para alcanzar la armonía y el equilibrio del ser. El
primer portal del Camino es el encuentro consigo mismo. Cuando conseguimos conocernos realmente nos hacemos
íntimos de nuestras sombras. Esta complicidad sirve no para alimentarlas, sino todo lo contrario, para identificar su
manifestación cada vez más temprano lo que hace posible iluminarlas. Así, dada la rápida intervención, poco a poco,
las sombras perderán la fuerza de influir en nuestras elecciones”.
“Fingir que las sombras no nos habitan es muy peligroso. Al negarlas, les concedes permiso total para que se muevan
y se apoderen de tu ego, agrandándolo, en ruta equivocada con relación a la verdad. Serás dominado sin percibir, de
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manera furtiva, pues su mejor truco es convencerte de que existen tan sólo en los otros. Ellas nos ilusionan, nos
hacen confundir amor con celos; justicia con venganza; derecho con egoísmo; humildad con humillación; éxito con
ganancia; victoria con dominación. Pensamos que estamos inmunes a sus artimañas, fuera del alcance de sus garras.
Placentero engaño. Entonces, inevitablemente, somos llevados a escoger de manera errada posponiendo el proceso
evolutivo. Por otro lado, al percibir todo esto, iniciamos la gran batalla de la vida: iluminar las propias sombras para
después transmutarlas”.
Quise saber cómo funcionaba ese proceso de iluminar y transmutar las sombras. El Viejo arqueó los labios con una
leve sonrisa y me explicó: “Digamos que alguien ha recibido un premio y que imaginaste ser el merecedor. La primera
reacción es sentirte agraviado y estancarte en lamentos y quejas. El andariego que ya inició el proceso de
autoconocimiento hace un análisis sincero, libre de emociones, para evaluar si de hecho, su trabajo era superior al del
premiado. Si no lo era, entiende en cuáles atributos necesita mejorar para que en otro momento le sea ofrecido el
reconocimiento y aunque éste no venga, él aprendió y avanzó. Así, se vuelve un sujeto mejor. Este es el gran
premio”. Hizo una pausa y prosiguió: “Por otro lado, si está convencido de que por su trabajo era el merecedor,
simplemente atribuye el error a las imperfecciones humanas de juicio y en su interior sigue en paz consigo mismo,
pues el andariego no necesita de los aplausos del mundo para sentirse pleno”.
El ejemplo se parece mucho a mi caso por lo cual estoy contaminado, le dije. El Viejo fue paciente: “Imagínate una
situación en la cual tu novia tiene actitudes que te provocan celos. Aconsejado por las sombras, la reacción más
primitiva es el intento de controlar, reprimir o modificar a la joven para que se comporte según los parámetros que
consideras adecuados. Así surgen los conflictos y el sufrimiento, pues nadie tiene el poder o el derecho de modificar a
nadie. Insistir en ese comportamiento es alimentar las sombras y el dolor. Al identificar los celos, la primera actitud
del andariego es profundizar en sí mismo para analizar si lo que siente está amplificado por situaciones traumáticas
del pasado o por heridas abiertas de otras relaciones que sangran silenciosamente, reflejadas en reacciones
desproporcionadas e inadecuadas; o tal vez por inmadurez. Percibes que lo que lo hace sufrir está mucho más dentro
que fuera de él. Entonces es hora de iniciar el proceso de cura para tener una vida más serena y justa. Por otro lado,
si el comportamiento de la novia está en contra de la convivencia saludable, el andariego sabe que las
transformaciones sólo ocurren mediante la ampliación del nivel de consciencia y no por voluntad ajena. De está
manera, le desea de corazón toda la felicidad del mundo y sigue en frente, libre y en paz”.
El Viejo hizo una pausa y prosiguió: “Sería posible citar innumerables ejemplos, expuestos de manera sencilla.
¿Percibes que en ambos casos el andariego no alimentó ni permitió que las sombras lo manipularan? Por el contrario,
las sombras le sirvieron como indicador del perfeccionamiento que aún le falta, o le permitieron ofrecer lo mejor de sí
en las lecciones ya aprendidas. Nunca lo olvides: lo que nos define es tan sólo la manera como reaccionamos ante los
conflictos”. Hizo otra pausa y concluyó: “Créelo, siempre podemos elegir entre el sufrimiento y la paz; siempre
podemos hacer diferente y mejor”.
Una rabia incontrolable se apoderó de mí. Le dije que sabía quien era, que nadie me conocía mejor que yo a mí
mismo. Solté todo mi dolor por el hecho de no haber sido el escogido para la próxima iniciación de la Orden. Defendí
la tesis de la injusticia. Hablé sin parar, repitiendo los mismos lamentos varias veces. Hablar me ayudaba a exorcizar
mi sufrimiento pues a medida que oía y oía mis propias palabras, comencé a entender que ellas revelaban quien era
yo en verdad. Eran palabras pesadas como los sentimientos que las revestían. Lentamente, mi consciencia me decía
que aquello no era lo que yo deseaba para mí. Mi alma me susurraba que aquel discurso era incoherente con mi
búsqueda. Necesitaba que la verdad floreciera en mí.
No fue fácil admitirlo. El Viejo me escuchaba en profundo silencio y sus ojos transbordaban involuntaria misericordia,
lo que al inicio aumentó aún más mi odio, haciendo con que yo subiera el tono de la voz. Él se mantuvo impasible. A
medida que expresaba los desatinos que venían a mi mente me fui dando cuenta de que toda aquella piedad en la
mirada del monje no tenía la intención de humillarme o hacerme sentir menor. Era amor. Un amor puro e
incondicional que al verme sufrir deseaba mi bienestar, pues entendía lo que yo sentía. Su mirada era humilde y
transmitía que él ya había pasado por aquella situación.
En aquel instante percibí que no debía avergonzarme o culparme por lo que sentía. Todos, tarde o temprano,
atraviesan esa puerta. Percibí que estaba dificultando la cura en la medida que escondía mi dolor. Entendí también
cuán distante aún estaba de dónde pensaba ya haber llegado. Aquella catarsis reveló mi alma desnuda ante el
perfecto espejo: se había rasgado el disfraz del ego. La máscara que mostraba un personaje al mundo, una persona
que nunca fui, con virtudes que todavía no dominaba, había caído. Todo aquello no se sostenía más. Mostrarle a la
sociedad una fuerza, un poder y capacidades que no hacían parte de mí tan sólo demostraba toda mi debilidad y
miedo. Era el momento de construir lo que siempre deseé ser, sin ilusiones, lejos de la farsa que yo mismo monté
durante toda la vida para engañarme a mí mismo. Lloré hasta que mis lágrimas se secaron.
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Permanecimos un largo tiempo sin decir palabra. Quebré el silencio para admitir que todos en el monasterio tenían
razón: yo todavía no estaba listo para el próximo paso. Mi reacción lo demostró. También le dije que me empeñaría al
máximo, no con la intención de volverme monje sino para construir, de hecho, quién quería ser. Todo es causa y
consecuencia. El Viejo sonrió y reveló: “En este momento acabas de poner el pie en el Camino. ¡Bienvenido!”.
Me dió un fuerte abrazo. Le agradecí por haberme hecho entender el momento por el cual pasaba. Me ofreció una
linda sonrisa y dijo: “No me agradezcas a mí sino a las sombras. En vez de luchar con ellas, abrázalas. Nunca las
pierdas de vista para que puedan ser vigiladas y educadas. Ellas son el contrapunto, la demarcación de los obstáculos
que deben ser superados. Son la exacta medida de lo que nos falta para la integridad, la libertad, la plenitud y la
paz”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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Un espíritu libre
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Canción Estrellada, el chamán que tenía el don de sembrar la filosofía de su pueblo a través de la palabra, cantada o
no, conversaba con su sobrina en una mesa al aire libre, debajo de un enorme árbol frondoso. El sol de la primavera
calentaba el cuerpo y traía bienestar al alma. Los vi desde lejos. El anciano y la bella joven, con aproximadamente
veinte años, de trenzas largas y ojos rasgados como los del tío, reían con ganas. Ella aprovechaba las vacaciones de
la universidad para visitar a la familia. Se vestía como una joven de su edad, con jeans, camiseta y tenis. Al percibir
mi presencia el chamán hizo una señal para que me aproximara. Ellos hablaban sobre la postura divergente de la
sobrina con relación a determinados comportamientos de varios alumnos, con los cuales ella no concordaba. Sin
embargo, de tan enraizados, ninguno de sus compañeros osaba pensar diferente, haciendo con que actuaran por
automatismo en vez de permitirse nuevas posibilidades. Claro que la joven comenzaba a sentir rechazo y desafecto.
En seguida la joven pidió permiso para retirarse pues iría a ayudar a su madre con los deberes. Al despedirse, Canción
Estrellada la miró a los ojos y le dijo de manera serena: “Lo nuevo siempre asusta a las mentes perezosas. Es como
llegar a casa y encontrar a un extraño. Con el tiempo, percibimos que la casa no es nuestra sino del extraño. Es más,
él no quiere que tú te vayas. Tan sólo desea que aprendas otra manera de relacionarte con la realidad. Recuerda,
todo espíritu libre está habituado con lo nuevo”.
A solas con el chamán le dije que me había llamado la atención el hecho de que, a pesar de los malentendidos, la
joven no estaba afligida y mostraba una interesante mezcla de alegría y serenidad. Canción Estrellada explicó: “Un
espíritu libre ya construyó el abrigo de la paz en lo profundo del ser. Así, nada externo será capaz de alterar su
equilibrio y armonía”. Me encogí de hombres y comenté que ella debería tener muchos problemas en la universidad.
Le sugerí que tal vez fuera más fácil seguir el comportamiento de los demás que tener actitudes independientes y
disonantes. Él me respondió repentinamente: “Un espíritu libre aprendió a silenciar los tambores del mundo dentro de
sí para oír la voz del corazón. Pedirle a un espíritu libre que no sea él mismo es no entender la energía vital que lo
mueve”.
Le pregunté cuál era la definición de ‘espíritu libre’. Canción Estrellada permaneció sin pronunciar palabra, como quien
busca la mejor respuesta, y después de algún tiempo dijo: “Un espíritu libre es todo aquel que ya entendió que el
mundo tiene una enorme prisión: el miedo. Es la más cruel de las mazmorras”. ¿Más cruel? Me pareció extraño. Él
explicó: “Porque sus rejas son invisibles. Cuando tu no te percibes prisionero, no entiendes la necesidad de la libertad.
El miedo te convence de que allí, al lado suyo, estás seguro. Te hace creer que fuera de sus dominios no hay nada
que sirva, tan sólo el riesgo del sufrimiento. Al aceptar el discurso del miedo renuncias a tus alas y lo que es peor,
aceptas negociar con él”. Le pregunté qué impedía a las personas liberarse del miedo. La respuesta fue seca: “La
ignorancia es el carcelero que impide la expansión del nivel de consciencia. La ignorancia es el fiel perro de guardia
del miedo. Juntos, miedo e ignorancia, crean casi todas las sombras que habitan el ser”. Quise saber cómo hacer para
huir de esa prisión. El chamán dijo seriamente: “Un espíritu libre nunca huye o se lamenta. Él enfrenta y supera”. Hizo
una pequeña pausa y concluyó: “No existe libertad en la fuga”.
Argumenté que aquella postura podría traer muchos conflictos y que era contraria a la paz que él tanto defendía.
Canción Estrellada negó con la cabeza y dijo: “Ser pacífico y pacificador está en la esencia del espíritu libre. El sabe
que tan sólo las ideas luchan, jamás las personas. Por lo tanto, es fundamental que declare su verdad de manera
clara, respetuosa y serena, sin el deseo de imponer, convencer o humillar al otro. Aunque no esté de acuerdo, respeta
el punto de vista ajeno, pues sabe que cada cual está en distintas curvas del Camino y en algún momento todos se
encontrarán en el infinito, cada uno a su tiempo. Esto lo hace reconocer el valor de la paciencia, pues la semilla de
buen fruto, tarde o temprano, será recompensada por la vida. Así, si nadie quiere acompañarte en aquel instante,
seguirás sólo, en paz”.
Divagué sobre la enorme incomodidad que un espíritu libre, con sus ideas y actitudes fuera de lo común, puede
generar en un grupo social debidamente acomodado en esferas de estancamiento y privilegios. El chamán explicó: “El
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espíritu libre sabe que su postura, algunas veces, es el exacto espejo que refleja la imagen que el interlocutor no
desea ver. No todos están listos para confrontar las heridas del alma. El proceso de cura exige determinación y coraje,
virtudes que no siempre están a disposición, para lo cual es necesario la compasión. Él no toma cualquier actitud con
la intención de erguirse como ejemplo de ciudadano o salvador del mundo, lo que lo convertiría en un idiota
negligente y arrogante. Tan sólo vive con sincera humildad, de acuerdo con su condición de eterno aprendiz, alineado
con sus verdades, en respeto a sí mismo y en concordancia con sus elecciones”.
“Por esos motivos el espíritu libre nunca se siente ofendido con eventuales ofensas. Él tiene plena consciencia de
quien es. Las agresiones son incapaces de dibujar o colorear su alma; ellas tan sólo muestran lo que el agresor trae
en el corazón. Cualquier actitud con la intención de humillar es innecesaria en el trato personal. La arrogancia y la
humillación son instrumentos de personas esclavizadas por el miedo y por la ignorancia. Ellas construyen esos muros
emocionales como forma de esconder a los ojos de todos la propia fragilidad, a través de demostraciones tristes de un
poder vacío. Las ofensas retratan la inadecuación del ofensor consigo mismo al percibir en otras personas las
transformaciones que ansía, pero que aún no puede efectuar. Las ofensas reflejan la confusión interna de quien las
profiere”.
“El espíritu libre sabe que las dificultades y los conflictos son herramientas valiosas para su evolución, por lo tanto
deben ser bien aprovechadas. El problema nunca será un problema y sí un factor de crecimiento a medida que mejora
la manera como reacciona ante él; superarlo es una dicha. La manera como reaccionamos ante el conflicto demuestra
no sólo el perfeccionamiento del ser, sino el antídoto para el sufrimiento”.
“Por otro lado, siempre se mueve en los ejes de la dignidad y no sobrepasa la frontera de sus valores morales; los
chantajes, tentaciones materiales y financieras, tan comunes en la sociedad, jamás lo alcanzarán. Su alma no tiene
precio”. Me miró a los ojos y dijo seriamente: “Cuánto menos necesites más libre serás”.
Recordé las dependencias afectivas que a veces crean fuertes grilletes. El chamán no se hizo de rogar y explicó
serenamente: “El espíritu libre conoce la importancia de los encuentros y de las relaciones, pues necesitamos del otro
para que el amor exista y crezca. Somos flores en las llanuras de la humanidad que embellecen la vida de toda la
gente. No podemos olvidar que la convivencia es fuente de valiosas lecciones. Es en la convivencia con el otro, con
sus dificultades y delicias, que nos revelamos y percibimos lo que falta por ser lapidado, teniendo siempre en mente
que el amor es semilla que se esparce al viento y no animal para ser cazado. Nadie le pertenece a nadie o nunca
seremos verdaderamente libres. Tenemos la alegría de encontrar a muchos por el camino, no obstante el viaje es
solitario, pues es la jornada en busca de lo sagrado que existe dentro de sí, lo que también es motivo de alegría”.
Canción Estrellada me observó por algunos instantes y preguntó: “¿Entiendes lo que digo o estás confundido?” Le
respondí que entendía y finalizó: “El espíritu libre sabe que nadie es responsable por su felicidad, salvo él mismo.
Nunca debemos atribuirle al otro la causa de nuestra insatisfacción, más bien percibir el aprendizaje que allí se
presenta y perfeccionar en sí mismo el rescate de la alegría. La felicidad es un jardín germinado en el propio corazón
con las semillas del amor y de la paz, cuyas flores esparcimos a la orilla del camino para quien viene atrás”. Hizo una
pausa y concluyó: “De esta manera nadie podrá aprisionar tu corazón pleno”.
“El espíritu libre sabe que siempre estará sujeto a malos tratos en la esfera física debido a la posible maldad. A
menudo la fluidez de su libertad incomodará los mecanismos limitadores de aquellos que aún son prisioneros de sus
propias sombras que, en vez de admirarlo y verlo como una posibilidad a ser alcanzada, lo envidian e intentan
destruirlo. Una vez más es necesaria la compasión y seguir moviéndose con la seguridad de la indestructibilidad del
espíritu. El espíritu libre tiene consciencia de que no es el cuerpo que viste y sí el espíritu inmortal que en realidad es.
Su alma es inalcanzable a los poderes mundanos. Esto lo hace leve para que flote con la brisa”.
Permanecimos largo tiempo sin pronunciar palabra hasta que percibí que Canción Estrellada me observaba. Cuando
nuestras miradas se cruzaron él finalizó: “Desde tiempos inmemoriales fuimos educados para protegernos de los
peligros del mundo. Solemos ser más atentos y temer a la vida de fuera para sobrevivir. Nos consolamos con el pasar
de las horas presos a algunos placeres sensoriales. La vida es mucho más que eso. Lo que nos amenaza y nos impide
ser plenos necesita ser enfrentado dentro de cada uno. Esta es la cura imprescindible. Estamos tan viciados en
nuestras jaulas que ya ni creemos que tenemos alas. Nos tornamos prisioneros de nuestros propios miedos y de los
conceptos creados para mantenerlos. Nos olvidamos de nuestro poder de transformar la realidad a medida que somos
capaces de transformarnos. Esta es la batalla que debe ser enfrentada para que cada cual pueda alzar vuelo en
perfecta libertad”. Quise saber cómo iniciar esa fantástica jornada. Canción Estrellada sonrió y dijo: “Basta una
elección, Yoskhaz. Una única y maravillosa elección”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
149

Jamás
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Estábamos en el tren. El Viejo y yo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo del monasterio, íbamos
en demorado viaje rumbo a una renombrada universidad donde él daría una conferencia. Aproveché la oportunidad
para cuestionarlo sobre las dificultades del perfeccionamiento personal. Sugerí la existencia de un manual más sencillo
que nos orientara en el Camino, pues los textos sagrados eran demasiado complejos y, a menudo, poseían
interpretaciones herméticas y codificadas. El Viejo levantó los hombros y dijo: “No hagas a los otros lo que no quieres
que te hagan a ti”, hizo una pequeña pausa para que yo reflexionara un poco sobre lo que acababa de decir y
concluyó: “Todo perfeccionamiento del ser consiste en vivir esa lección mayor. ¿Quieres algo más sencillo que eso?”
Comenté que todo se me hacía muy complicado, pues siempre hay un ejercicio de posibilidades entre luz y sombras.
El Viejo refutó: “Por eso todas las elecciones son sagradas. Ellas definen quiénes somos. Por lo tanto, presta siempre
atención: cada gesto o palabra es semilla de discordia o de paz”. Dije que entendía, pero le confesé que tenía
dificultad y que necesitaba de ayuda. El monje guardó silencio durante algún tiempo y dijo: “Existe el Manual del
Andariego”, tomó una pequeña pausa y complementó en tono travieso, evidenciando el buen humor que lo
caracterizaba: “Está destinado a los niños”. Reímos. Claro que tal libro no existe. Sin embargo, yo lo provoqué y le
pedí que me facilitara las cosas. El Viejo, siempre generoso, prosiguió: “Presta atención a la Regla del Jamás. Es como
las señales que protegen al conductor en la carretera”:
“Jamás desesperarse o lamentarse. Problemas, conflictos o tragedias deben siempre ser vistos como valiosas
lecciones, necesarias para apalancar el avance de todos los involucrados. Una visión más aguda y sincera de lo que
sucedió en el pasado, será una sutil invitación para el aprendizaje que rehusaste. El universo no desea el sufrimiento,
pues tu eres parte de él. Él necesita de tu evolución. Sabemos que hasta los alumnos más displicentes necesitan de
profesores más rigurosos para ayudarlos a subir de nivel. Basta que te muevas en el sentido de la vida para que todo
el paisaje se modifique. La vida camina rumbo a la luz y al amor. Sin la oscuridad del capullo la oruga no entendería
sus propias alas”.
“Jamás reclamar de los otros. ¿Cómo exigir la perfección ajena si no la podemos ofrecer? Somos aprendices. Cada
cual con sus virtudes ya adquiridas y sus dificultades a ser vencidas. Todos, sin excepción. Cada uno con su bella
historia, repleta de conquistas y frustraciones. Dolores y delicias. El planeta, como un perfecto salón de clases, nos
coloca juntos para que podamos enseñar a unos y aprender con otros, en perfecta sincronía e interdependencia entre
los seres. La tolerancia con el otro demuestra la humildad con relación a tus propias dificultades. La Ley de las
Infinitas Posibilidades siempre permitirá a todos una nueva oportunidad, según las perfectas condiciones para su
crecimiento. Ni más ni menos. En vez de quejarte, ayuda. Es un cambio de postura que trae consigo amor y luz en
forma de paciencia, compasión y perdón. Trae serenidad al corazón”. Hizo una breve pausa y concluyó: “Quien
reclama de los otros aún no sabe quien realmente es”.
“Jamás permitir el mal humor y la tristeza. Todo espíritu iluminado es alegre. No hay lugar para los malhumorados en
las Tierras Altas. Aceptar los problemas como desafíos inherentes a la evolución es actuar como un estudiante repleto
de gratitud hacia la universidad al permitirle que sus habilidades se desarrollen y lo mejor de sí florezca. El sujeto
triste y malgeniado está fuera de sintonía con las mejores vibraciones que mueven al universo y acaba por perder la
miel de la vida, que nunca se modificará para adecuarse a los deseos del ego. La vida está conectada a las
necesidades del alma. Estar en evolución vuelve a la persona feliz y bienhumorada. El estancamiento crea el efecto
contrario”.
“Jamás aceptar un privilegio. Todo privilegio nace del concepto ancestral de dominación y superioridad. Es la
anticuada idea de que hay personas mejores o más importantes que otras. El ejercicio de la igualdad trae consigo el
verdadero sentimiento de justicia, aquella que tiene por objetivo mayor la pacificación social a través de la paz
individual. Mientras existan privilegios habrá diferencias. Donde hay diferencia habrá discordia y conflicto. Todos los
males, de diferentes tamaños y orígenes, tienen en su raíz el germen del privilegio que contamina el árbol y sus
frutos”.
Permaneció en silencio durante algún tiempo mirando el paisaje por la ventana del tren y dijo: “Todo andariego es un
nagual”. Se me hizo extraño el término pues nunca lo había oído. El monje explicó: “En la mitología tolteca el nagual
es el ‘guerrero impecable’. Es la persona que no mide esfuerzos o inventa disculpas para posponer el
perfeccionamiento del ser. Está siempre dispuesto a ofrecer lo mejor de sí. El nagual sabe que el más sabio de los
discursos será siempre el propio ejemplo. La actitud habla un tono por encima del verbo. En esto reside su fuerza
inquebrantable”.
Percibí que él había llegado al final. Como no podría ser diferente, torcí la nariz y me quejé. Alegué que el referido
‘manual del jamás’ era muy limitante, pues tenía muchas prohibiciones. El Viejo, antes de hablar, me miró con una
mezcla de curiosidad y bondad, como si fuera un niño que insiste en colocar el dedo en la toma a pesar de los avisos
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de choque: “Eres libre para hacer absolutamente todo lo que quieras. Luz y sombras estarán siempre a tu disposición.
Esta es la infinita generosidad del Universo. No obstante, ten la madurez para aceptar las justas consecuencias de tus
elecciones. Esta es la enorme sabiduría del Camino. La Ley de la Acción y la Reacción es implacable y no podría ser
diferente. No con el fin de punir y sí con el objetivo de enseñar. La vida tiene un compromiso inexorable con la
evolución”.
Permanecimos largo tiempo sin pronunciar palabra hasta que el Viejo quebró el silencio: “El ‘manual’ tiene la función
de ayudar a aquellos que quieren seguir el viaje pero que por algún motivo perdieron el rumbo. Sirve para que el
andariego no se salga del camino hasta que vuelva a encontrar su destino”. Hizo una pausa y finalizó: “Dejar de
alimentar las sombras es bueno pero no basta. No obstante, es fundamental para comenzar el alineamiento con la
luz”.

La otra cara, otra vez
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La biblioteca del monasterio es encantadora, por su enorme variedad de títulos en un ambiente de silencio y
comodidad, además de la vista espectacular de las montañas que ofrecen sus enormes ventanas, como estimulante
invitación a la reflexión. Allí era común encontrar al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de
la Orden, al final de la tarde, sentado en una de las poltronas, con los ojos perdidos entre las letras y el paisaje.
Recuerdo cierta vez, todavía en los días de mi iniciación, que me aproximé y ávido de conocimiento, le pedí una lista
de libros para profundizar mis estudios. Él me observó con bondad y dijo: “Comienza por leer cualquiera de los libros,
lo importante es iniciar. Poco a poco tu propio interés direccionará la lectura según tu necesidad”. Argumenté que la
explicación estaba errada, pues no podía dejar a la suerte la dirección de mis estudios. El monje arqueó los labios con
una leve sonrisa y dijo: “La casualidad no existe. Lo importante es que tu estés por entero en cada página leída y que
tu gusto te mantenga para que no haya abandono. De alguna extraña manera, todos los caminos conducen al
destino”. Rechacé la respuesta; entonces le pregunté si, hipotéticamente, apenas le fuera permitido leer un único libro
en toda su vida, cuál escogería. La nueva respuesta fue rápida y objetiva: “El Sermón de la Montaña”.
Repliqué diciendo que no era exactamente un libro y sí un pequeño texto de no más de cinco páginas que podía ser
leído en pocos minutos. El Viejo intentó explicarme: “Toda la sabiduría de la vida consiste en ‘tratar al otro de la
misma manera que quiero ser tratado’, como resumió el profesor. No obstante, pocos consiguen vivir de acuerdo con
esta simple frase”. Quise saber que más había en el Sermón de la Montaña que tanto le encantaba. Él dijo: “Allí
encontrarás el camino hacia la plenitud y construirás la casa de la paz dentro de ti en caso de que puedas entender
toda la amplitud y vivir de acuerdo con aquellas palabras. Todos los buenos libros son apenas relecturas de algunas
partes de esta pequeña y gran obra. Nada de lo que necesites leer está fuera de este texto, nada de lo que necesitas
ser está fuera de ti”.
Hizo una pequeña pausa y comentó: “Yo lo leo todos los días hace años. Los descubrimientos no cesan”. Confesé que
ya había leído el referido texto y que, aunque me pareció interesante, no llegó a fascinarme. El monje levantó los
hombros y volvió a la lectura y claro, en ese mismo instante me acomodé en un rincón de la biblioteca para leer las
líneas tan elogiadas por el monje. En menos de una hora yo ya había leído el texto varias veces. Volví a interrumpir al
Viejo para hablar sobre una parte que decía que ‘Cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la
otra’. Argumenté que aquella situación era tan irreal que se volvía una gran bobada. Es más, que nadie debía ser
golpeado y que aquello era un himno a la cobardía. El Viejo cerró el libro que lo entretenía y se volteó hacia mí. Sus
ojos transbordaban compasión: “No es eso lo que el texto aconseja”, dijo. “Es necesario profundizar en sus filigranas
para entender las entrelíneas, única manera de decodificar todo su bello contenido”.
Reclamé. Sustenté que si aquella sabiduría era para el bien de la humanidad, por qué motivo no se exponía, desde un
comienzo, toda su verdad de forma clara y objetiva. El monje respondió con su enorme paciencia: “El texto es
sencillo, pero profundo al mismo tiempo. Recuerda que son palabras proferidas para atravesar el tiempo y operar
transformaciones en infinitas almas en diferentes estadios evolutivos. Así, las interpretaciones son personales, según
la expansión de la consciencia de cada uno. Por esto es necesario retornar al texto siempre, pues son palabras vivas
que se alteran a medida que el lector se transforma”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Creo que podría escribir
un libro apenas con la divagación y reflexión de esa minúscula frase que has destacado del precioso texto. Es más,
puedo afirmar que muchas novelas y películas maravillosas ya fueron realizadas con historias sobre el tema específico
de la ‘otra mejilla’ y sus infinitas variaciones e innumerables comentarios. No obstante, es posible que poco se hayan
dado cuenta de la fuente original”.
La irritación por toda la divagación comenzó a apoderarse de mi, entonces quise saber todo el entendimiento
contenido en el simple verso de aquel texto que el monje veía y me era negado. Había sarcasmo en mi pedido. El
Viejo lo percibió y sonrió. Sus ojos, enmarcados en la piel arrugada, ya habían visto muchas cosas y no se permitía
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más perder la luz de la vida. Él respondió con enorme paciencia: “De los múltiples aspectos, voy a abordar tan sólo
algunos que me parecen más relevantes en este momento”.
Hizo una pequeña pausa e inició: “El primero de ellos es no usar el mal para combatir el mal. Esto apenas alimenta las
fuerzas de la oscuridad que habitan en ambos lados, fortaleciendo las sombras y justificando a los malhechores. Toda
vez que hablas, piensas o actúas movido por tus pasiones densas y pesadas, estarás fomentando las sombras que
existen dentro y fuera de ti”.
“¿Cómo alguien puede reclamar del mal si también lo practica? Tenemos que modificar esa experiencia si deseamos
resultados diferentes a los que hemos obtenido hasta ahora. No quiere decir que debas aliarte con el mal o con el
malhechor, ellos deben ser estancados, pero la manera por la cual se hará esto hace toda diferencia. Una sombra no
tiene poder para iluminar otra. Recuerda lo que dijo el maestro en otro pasaje del Sermón de la Montaña: ´Tú eres la
luz del mundo’. Por lo tanto, déjala brillar para iluminar los pasos de toda la gente. Ofrece tu otra mejilla, el lado de la
luz ”.
“Otra interpretación, igualmente valiosa, que podemos extraer de esa parte del texto es que ‘ofrecer la otra mejilla’
también significa colocarse en el lugar del otro, ver la situación y al mundo con los dolores, miradas y, principalmente,
limitaciones de esa persona. Un sujeto feliz no practica deliberadamente el mal. La agresividad es fruto de todo aquel
que aún no encontró la paz. Toda violencia es fruto del descontrol que tiene raíz en la agonía, en el desequilibrio y en
el sufrimiento, sin que esto justifique cualquier locura o crimen. Claro que no. En verdad, aquel que practicó el mal
está desesperado consigo mismo, está pidiendo ayuda, inconscientemente. Así, al ofrecer la otra mejilla permitimos
que la compasión ocupe el lugar del odio en nuestros corazones, modificando el entendimiento, la reacción y la
solución que daremos a la situación. Tendremos siempre la elección entre la justicia y la venganza. La diferencia entre
ellas está en el amor contenido en cada decisión. La venganza tiene por objeto el castigo; la verdadera justicia está
preocupada con la evolución”. Me miró profundamente a los ojos y dijo con bondad: “Otro pasaje del Sermón que Él
enseña dice: ‘Cuando tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz’. Es indispensable encontrar la belleza en
todas las cosas y personas, ya sea por las lecciones ocultas en los conflictos, ya sea como regla para entender hasta a
dónde ya somos capaces de andar”.
“No podemos olvidar otra gran enseñanza contenida en la pequeñita frase que aconseja ‘ofrecer la otra mejilla’: la no
violencia. Abrazar este comportamiento como estilo de vida es permitido tan sólo a los valientes. Toda agresión es
una reacción típica de aquellos que tienen miedo, son inseguros y atacan como mecanismo de defensa. La violencia
en cualquiera de sus posibilidades (física, verbal o en pensamiento) danza con las tinieblas y las sombras ganan
fuerza para apagar el brillo de tu propia luz. Al reaccionar con lo que tenemos de peor sólo alimenta las sombras.
¿Cómo reclamar de la violencia si la practicamos de alguna manera, así sea como retribución o en menor intensidad?
No seamos hipócritas. Es indispensable entender que la paz, como todas las demás conquistas, nace de una elección.
Es una decisión individual que tiene el poder de contaminar y transformar, poco a poco, a toda la humanidad. Ser un
sujeto pacífico es elegante, útil y necesario”. Giñó el ojo de manera pícara y bromeó diciendo: “Ser de la paz nunca
pasa de moda”. Hizo una pequeña pausa y dijo: “¿Recuerdas un trecho en el Sermón de la Montaña donde el maestro
dice que más importante que ir a misa y rezar es buscar a las personas con quien tenemos problemas para intentar
resolverlos? Esta es una bella oración. Amor y sabiduría no pueden ser inerciales, tenemos que moverlos para que
cumplan con su finalidad. ¿Percibes que en vez de lamentarte por los desencuentros y exigir la perfección de los otros
debemos buscarlos para ofrecer lo mejor de nosotros? ¿Cómo alcanzar esto sin ofrecer la otra mejilla?” Calló por
segundos y concluyó: “La cara de la Luz”.
Permanecimos largo tiempo sin pronunciar palabra. Los ojos del monje parecían perdidos más allá de las montañas.
Quebré el silencio para decir que no era fácil seguir aquellos consejos. El Viejo volvió su rostro hacia mi y dijo: “Nadie
dijo que era fácil, apenas que es necesario. Entender a dónde se quiere llegar motiva al andariego, direcciona sus
elecciones y le revela el Camino. Esta es la parte que nadie puede realizar por el otro, es la que antecede a las alas,
es la transmutación del ser. Después es compartir sembrando flores para quien viene atrás y conquistar el permiso
para seguir”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares

El mejor mantra
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Eran mis primeros días en el monasterio y volverme discípulo de la Orden no pasaba por mi cabeza. Había sido
invitado a hospedarme durante un corto periodo. Vivía momentos de grandes turbulencias, problemas sobre
problemas. Como si no bastara, dudas existenciales me azotaban. Estaba allí en busca de una fórmula que me
permitiera solucionar los conflictos. La figura del Viejo, como cariñosamente llamábamos al decano del monasterio,
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era lo que más me llamaba la atención, ya fuera por su modo cautivador o por la visión desconcertante frente a la
vida. En aquella mañana, él hizo una reflexión para todos los presentes sobre el poder transformador del amor. Sus
palabras suscitaron en mí muchos cuestionamientos, pero no oí nada que me ayudara de manera objetiva. En seguida
lo encontré en el comedor tomando café. Aproveché la oportunidad para relatarle un conflicto reciente con un pariente
sobre cuestiones de herencia, hecho desencadenante de una serie creciente de confusiones en mi familia. Le comenté
que no sabía como pacificar la pelea. El monje dijo con voz serena: “Debes entender que cada cual sólo puede viajar
hasta la frontera de la propia consciencia. Percibir la sombra ajena es un paso importante para iluminar la tuya. No
obstante, para transmutarla será necesario que tus elecciones sean diferentes y mejores de lo que han sido hasta
ahora”. De repente le pregunté cómo debería actuar. El Viejo sonrió levemente y dijo: “¿Está mal? Espolvorea con
amor”. Por un lado me pareció interesante, por el otro enigmático.
A la mañana siguiente lo encontré en el jardín interno del monasterio podando los rosales. Le pregunté si podríamos
conversar un poco. Él asintió con la cabeza y sonrió con los ojos. Le conté cómo la terminación de una relación
amorosa hacía tiempo aún me atormentaba. El monje frunció las cejas y dijo: “Agradece por la nostalgia, pues ésta
sólo existe donde hay amor, fuera de esto apenas resta el vacío. La miel de la vida está en deleitarse con el vuelo, no
en construir jaulas”. Afligido, le confesé que no sabía cómo hacer para aliviar mi sufrimiento. El Viejo apenas dijo:
“¿Está mal? Espolvorea con amor”. Por un lado me pareció poético, por el otro poco práctico.
En aquella noche, después de la cena, surgió una nueva oportunidad de estar a solas con el Viejo. Reclamé de mi
insatisfacción con relación a la actividad profesional que ejercía. Le comenté sobre mi dificultad, cada vez mayor, de
trabajar con lo que no me gustaba. Él arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “Todos tenemos un don que nos
diferencia. Es el uso de tu don que le dará alas a tus sueños, ya sea a través de un oficio o arte. El ejercicio del don,
por más sencillo que sea, trasciende lo mundano y nos conecta con lo sagrado. El don es el talento personal ligado al
dharma, a tu propósito de vida. Abandonar el don oxida la esencia del ser” y antes de que yo hiciera cualquier
comentario, el Viejo finalizó: “¿Está mal? Espolvorea con amor”. Por un lado me pareció elegante, por el otro patético.
Irritadísimo le dije que estaba perdiendo mi tiempo allí dentro mientras mi vida se volvía un infierno allá afuera. Le
agradecí con sarcasmo y le avisé que partiría inmediatamente. El Viejo apenas cerró los párpados de modo suave,
como hacía cada vez que oía algo lamentable. No pronunció palabra.
Arreglé mis cosas y salí. En el patio externo del monasterio, utilizado como estacionamiento por los visitantes, un
hombre muy delgado estaba al borde de un ataque de histeria por el hecho que otro carro estaba estacionado fuera
de la franja, lo que le dificultaba bastante maniobrar, pero sin imposibilitarlo. Era mi carro. Al percibirlo, el pequeño
hombre se dirigió a mí de manera agresiva, acusándome de todos los males del mundo. También irritado, fui
rápidamente llevado a la furia y consideré seriamente silenciarlo con un golpe, lo que no me sería difícil dada la
desproporción de nuestros tamaños. En ese exacto instante, a los gritos, él dijo que no soportaba estar ni un minuto
más en aquel lugar. Había venido en busca de ayuda y apenas había oído un montón de tonterías. Aquellas palabras
detuvieron mi puño pues percibí que él era mi perfecto espejo. El descontrol y la visión nublada eran sensaciones
parecidas a las mías. “Espolovorea con un poco de amor”, oí la voz suave del monje susurrando en mi corazón. En ese
instante percibí que toda la rabia de aquel hombre, aunque estuviera dirigida a mí, no eran para mí. Revelaba apenas
su agonía ante la incapacidad para solucionar los propios problemas. ¿Muertes? ¿Quiebras financieras?
¿Enfermedades? ¿Separaciones? ¿Frustraciones? Yo no conocía el motivo pero percibía, por primera vez y de manera
cristalina, el sufrimiento y la confusión en los ojos de alguien. Emociones densas que entremezcladas, estallaban en
odio y era necesario transferírselas a alguien. Me vi reflejado en aquel hombre desesperado y entendí que yo no
quería ser así. En aquel instante aprendí sobre la importancia que el otro tiene en mi vida y también sobre el
significado y la belleza del amor manifestado allí mediante la compasión. Sentí compasión por él y por mí. Todo
cambió en mi interior en fracción de segundos.
Le pedí disculpas, lo que no sirvió de mucho. El frágil hombre continuó lanzando improperios y absurdas acusaciones.
Sin embargo, todo aquello había perdido el poder de herirme o irritarme. El amor me protegía, tanto de él como de mí
mismo, ya que la ofensa sólo nos alcanza si nos permitimos estar en la misma frecuencia vibratoria del otro. No
obstante, algo había cambiado. Toda mi ira acabó transformándose en comprensión y paciencia. Estaba en un lugar
donde las ofensas no podían llegar. Entendí que el amor funciona como un escudo. Es más, comenzaba a percibir la
fantástica fuerza transformadora del amor. Después de maniobrar el carro él partió no sin antes bajar el vidrio y gritar
la última ofensa. Sonreí y le agradecí por la maravillosa lección. Me di la vuelta y regresé al monasterio.
Me informaron que el Viejo estaba leyendo en la biblioteca. Subí las escaleras dando saltos. Él estaba sólo y me
recibió con una sonrisa que jamás olvidaré. Me senté a su lado y le relaté el hecho ocurrido en el patio. Le confesé
que estaba maravillado al percibir que el Universo siempre conspira a nuestro favor. El monje se rió con ganas y
complementó: “Sí, es verdad. El Universo insiste en ayudarnos, lástima que nosotros insistamos en interferir. No lo
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dudes, aún cuando los planes no salen bien es la vida corrigiéndonos la ruta, adecuando los deseos del ego a las
necesidades del alma”.
Le rogué que profundizara un poco más sobre el poder transformador del amor. El buen monje dijo con enorme
paciencia: “Estamos en este planeta únicamente para evolucionar. Nada más. Es un viaje infinito compuesto de
innumerables trechos llamados ciclos evolutivos. Cada uno de ellos posee cuatro momentos distintos: Aprender,
Transmutar, Compartir y Seguir. De esta manera continuamos, de estación en estación, la jornada rumbo a las Tierras
Altas. Evolucionar es expandir el nivel de consciencia y esto es apenas posible cuando, concomitantemente,
ampliamos la capacidad del corazón. La sabiduría necesita de grandes dosis de amor para alcanzar su real valor y
mejor sentido. Solamente así apalancamos nuestra evolución. Sabiduría sin amor apenas agigantan las sombras que
nos habitan. Sin amor la más fina sabiduría es incapaz de destapar el velo que cubre la esencia de la vida. El amor es
el camino de la luz y el perfecto destino. Nada fuera de él nos traerá alegría o paz”.
Permanecimos sin pronunciar palabra por un tiempo que no puedo precisar. Comencé a reflexionar sobre todos los
conflictos que me hurtaban la tranquilidad y me llevaron hasta allí. Observando a través de los lentes del amor se me
presentaban soluciones simples y al mismo tiempo desconcertantes, osadas y fuera de mi patrón de comportamiento
hasta aquel día. Los sencillos consejos del Viejo, absurdos hasta aquel momento, empezaban a hacerse
absolutamente geniales. A medida que avanzaba en mis reflexiones todo se llenaba de colores hasta entonces
desconocidos, ofreciéndome elecciones impensables; pura Luz. Yo reía y lloraba al mismo tiempo.
Le comenté al monje que todo parecía resolverse como por arte de magia. Él sonrió y dijo: “Por primera vez estás
dándote cuenta de que vives un milagro. Los milagros no son nada más que transformaciones movidas por el infinito
poder del amor. Ellos son muy comunes, lástima que la mayoría de las personas no tienen la capacidad de percibir y
esperar siempre por aquellas situaciones cinematográficas”. Hizo una pequeña pausa y concluyó: “Todo el encanto de
este momento se explica por el inicio del cierre de un ciclo. Hoy aprendiste una valiosa lección gracias a una situación
ordinaria y aparentemente común que ya debe haber sucedido innumerables veces en tu vida, pero que no habías
podido percibir cuando se presentaba la oportunidad. La lección fue aprendida. Ahora pasarás un tiempo
transmutando ideas, conceptos y actitudes. En fin, transformándote. Después irás a compartir con toda la gente esa
nueva forma de ser. El amor y la sabiduría no pueden descansar en la teoría, necesitan que tu los vivencies en las
menores cuestiones del día a día; entonces estarás listo para seguir”.
Volvimos a quedarnos un buen tiempo sin pronunciar palabra, hasta que el Viejo rompió el silencio: “Voy a enseñarte
un poderoso mantra”, dijo. Él me observó por instantes. Sus ojos parecían haber visto de todo un poco en esta vida.
Sonrió, guiñó un ojo de manera pícara, como siempre lo hacía cuando contaba un secreto, y dijo: “¿Está mal?
Espolvorea con amor”. Reímos. Entonces finalizó diciendo: “El amor es la sal de la Tierra, el condimento de la vida.
Sin él todo es insípido y desagradable”.

El espectro de la dominación
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“La necesidad de dominar al otro permea todo mal desde el inicio de los tiempos”, dijo Canción Estrellada, el chamán
que tenía el don de trasmitir la sabiduría de su pueblo mediante la palabra, cantada o no. La noche llegaba a
hurtadillas extendiendo su bello manto de estrellas en el firmamento. Él me había pedido que encendiera la hoguera
mientras llenaba de humo el hornillo de piedra roja de su inseparable pipa. Conversábamos sobre el hilo que teje la
cortina de sombras que nos impide ver claramente. Exponía su punto de vista: “La raíz de ese mal es la ignorancia y
la comprensión equivocada sobre el miedo. El Gran Espíritu nos ofreció el miedo como herramienta para alertanos
sobre los peligros inherentes a la vida, comunes en la naturaleza. Los ruidos en la noche oscura, los predadores
traicioneros, el peñasco resbaladizo. Sin embargo, en vez de integrarnos con la naturaleza, en absoluto respeto con
todos los seres que la componen, decidimos dominar todo lo que la envuelve, en total descontrol del ego inseguro. A
algunos animales los domesticamos; a los que por su temperamento salvaje no fue posible, los matamos o los
encerramos en jaulas como trofeos a ser exhibidos. No satisfechos, también decidimos dominar a las personas en
nuestras relaciones. En estado primitivo de sabiduría, la libertad ajena asusta al considerar que solamente estaremos
seguros si dominamos todo y a todos a nuestro alrededor. La alegría de la convivencia es cambiada por el deseo
insensato de ser dueños de las personas y de las cosas con las cuales nos relacionamos. Así, debido a
condicionamientos sociales, culturales y ancestrales escogimos el conflicto en vez de la armonía. Muchos se ilusionan
con ese ejercicio vano de poder, sin percibir que se hacen esclavos de lo superfluo y víctimas infelices de sus
engaños”. Hizo una pequeña pausa para soplar la pipa y mantener el hornillo encendido, después dijo: “Entonces,
surgen los sufrimientos inherentes para quienes quieren la vida según las riendas de sus deseos. Son los jardineros de
las lágrimas y de la agonía”.
“Es imprescindible enfrentar el miedo, pues la cobardía no mejora el destino de nadie. No te menosprecies por sentir
miedo. Sólo hay coraje donde antes existía miedo. La sabiduría consiste en entender el miedo. El miedo es la semilla
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de la flor del coraje. Todo comienza con una sucesión de malentendidos. La ignorancia nos hace creer que tan sólo
conquistaremos la paz al dominar lo que nos asusta. Para empeorar, acabamos viciando al ego con sensaciones de
poder al interpretar la subyugación del otro como una victoria. Sólo existe paz en la alegría de escoger por amor. Sólo
existe amor cuando se entiende que conquistar la propia libertad también consiste en respetar la libertad ajena. Una
no existe sin la otra”.
Mencioné la dificultad de convivir con los otros, aunque no percibía la sombra de la dominación tan presente entre las
personas. Canción Estrellada desvió los ojos que estaban fijos en las llamaradas, me miró con compasión y dijo:
“¿Cómo no, hijo? Veamos por ejemplo los celos, una emoción muy común a todos. Nace de la ignorancia por no tener
una exacta comprensión del amor. El amor, por definición, es un sentimiento ligado no sólo a la libertad, sino también
a la propia evolución del ser. Entre más amor y libertad quepa en las elecciones, más iluminada será la criatura. Por
tanto, no se debe amarrar o imponer condiciones a la existencia de esas virtudes. Si se encadena o se imponen
tributos de cualquier naturaleza, con seguridad, no hay libertad ni amor”.
Frunció el ceño, gesto que hacía cuando hablaba seriamente y dijo: “Una persona tiene cierta admiración por otra y le
proyecta toda su deseo de vivir el amor. Sin embargo y en paralelo, un enorme miedo de que su sentimiento, de
alguna manera, no sea correspondido lo invade. ¿Qué hace? Dispara uno o varios de los mecanismos de dominación.
Controles, límites, cobros, prohibiciones de diversos tipos. ¿Percibes que es muy parecido a como siempre se hizo con
los animales en tiempos remotos? Lo que no se puede domesticar, se intenta aprisionar. Y lo peor, en casos más
graves, se agrede, destruye o mata”.
El chamán me pidió que le pasara un cobertor para abrigarse pues la noche comenzaba a enfriar. En seguida,
prosiguió: “Los celos son una sombra que se manifiesta en el preciso instante en que surge el miedo de perder a la
persona amada; ¿pero cómo perder lo que no se puede tener? Se debe sentir y vivir el amor, lo que es muy diferente
de intentar controlar o aprisionar al otro. ¿Notas la diferencia? En vez de alzar el propio vuelo y permitir el vuelo ajeno
como respeto y admiración al amor y a la libertad, negamos la belleza del Camino cada vez que manipulamos para
podar las alas de alguien. Sin percibirlo, acabamos pisando las flores de nuestro propio jardín. Por esto oímos
equivocadamente que ‘no hay paz en el amor’. Claro, nos rehusamos a entender el amor”.
Permanecimos un largo periodo sin pronunciar palabra. Yo observaba el fuego, él viajaba en las estrellas. Resolví
romper el silencio y le pregunté en qué otras situaciones el deseo ancestral de dominación nos llevaba al mismo
comportamiento de antaño. Canción Estrellada explicó con paciencia: “Todavía nos comportamos como si apenas
fuera posible la dualidad en ser señor o esclavo; una eterna e inevitable relación entre poseedor y poseído. En la
tribu, en el trabajo, en la familia o en la cama. ¿Por qué? Inseguridad es la respuesta. Tenemos dificultad en convivir
con y como seres libres. La libertad parece asustar y amenazar. ¿Por qué? Simplemente porque no fuimos educados
para relacionarnos de modo saludable con la libertad y con el amor. Cuántas veces hicimos uso de la fuerza bruta, del
poder financiero o de la lógica tortuosa, como elementos para cercar y dominar al otro, cercenando su libertad de
elección, ya sea porque ella nos incomoda por rehusarse a aceptar cualquier comando, ya sea tan sólo para ejercitar
la nefasta sensación de dominación. Así, sin percibirlo, insistimos en sustentar la apariencia en frágiles estructuras
que llamamos de ‘orden’ en vez de hacer un cambio definitivo hacia la paz. El orden es de razón social; la paz es un
tesoro exclusivo del alma plena. El orden es el deseo de los dominadores; la paz, una conquista de los libertadores de
sí propio”.
Quise saber cómo escapar de todo ese proceso nocivo y obsoleto de dominación. Canción Estrellada volvió a fruncir el
ceño y dijo: “Una valiosa lección es entender que ‘cualquier persona sólo tendrá sobre tí el poder que tú le consientas
a ella’. No le concedas a nadie tal poder, pues cada vez que lo hagas conocerás la agonía y el sufrimiento de la
esclavitud moderna. Nacimos para volar, no para decorar la jaula ajena. En sentido inverso también se aplica:
abandona la idea, bajo cualquier pretexto, de ser dueño de alguien. Jaulas o alas. Es una decisión que tomamos todos
los días”.
“A lo sumo, vigila y vigila. No al otro, sino a tí mismo, pues nadie será un enemigo tan poderoso como las sombras
que te aconsejan. Dominador o dominado, ambos se pudren en la misma cárcel. Dentro de la necesaria
interdependencia de todas las relaciones, la libertad es presupuesto indispensable para la alegría y para la paz”. Hizo
una breve pausa y concluyó: “Y del amor, lógicamente”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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Transgredir es necesario
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Era la hora de los estudios. Lectura y reflexión en la biblioteca del monasterio; silencio y quietud. La luz de fin de
tarde entraba por la ventana ofreciendo claridad y el bello paisaje de las montañas. Como de costumbre, pasé antes
por el comedor para buscar una taza de café. El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la
Orden, conversaba con un joven que fue a visitarnos, sentado a la cabecera de la enorme mesa. Al aproximarme fui
sorprendido por las palabras del monje: “Transgredir es necesario”. Al percibir el impacto que la frase causó en mí,
me hizo una señal con los ojos para que me acomodara junto a ellos.
El joven decía estar sin rumbo. Era una persona serena, trabajadora y cumplidora de su deber. Seguía con
tranquilidad los senderos de la vida para la cual fue educado, sin ninguna anormalidad salvo un enorme vacío. El
mundo le parecía una enorme esfera, con un montón de gente, sin sentido. No había brillo en su mirada; claramente
estaba infeliz.
El Viejo dijo de manera suave: “Estamos aquí solamente para evolucionar. Nada más. No obstante, hay que entender
el proceso. Sólo existe evolución cuando hay transformación. Por lo tanto, tenemos que permitirnos atravesar la
frontera del miedo, de los límites impuestos por el mundo; volar más allá del pensamiento común. La dignidad es el
único límite”.
El muchacho preguntó cómo eso era posible. “Es indispensable tener la osadía de ver y creer que todo puede ser
diferente y mejor; atreverse a ser todo, todo lo que soñamos, a ser pleno, a revelar el propio don que se manifiesta
secretamente en las entrañas. Esto nos da la fuerza, el poder y la magia”, resumió el monje. Sin embargo, el
semblante del joven mostraba enormes signos de interrogación. Era necesario no quedarse en el bosquejo de la
poesía y por ello el Viejo explicó a profundidad: “El Universo está bastante interesado en la evolución de cada
persona. El motivo es simple: como cada uno es parte esencial del todo, la armonía cósmica solamente será alcanzada
con el avance colectivo. No obstante, la jornada es individual; es decir, aunque la convivencia social sea de innegable
valor para el perfeccionamiento del ser mediante lecciones infinitas de amor y sabiduría, escuela donde pulimos los
sentimientos, iluminamos las sombras y esculpimos las nobles virtudes, los avances son personales ya que, en su
justa medida, cada cual se capacita para el próximo paso. Todo este proceso es un enorme ciclo compuesto de
innumerables ciclos pequeños, cada uno con sus lecciones. Cuando el alumno se rehúsa a aprender, por el motivo que
sea, las lecciones se hacen más severas y con ello viene el dolor. No por castigo, mas con la finalidad de enseñar. A
medida que el aprendiz avanza, consigue transformar el sufrimiento en polvo de estrellas al traer luz a los rincones
oscuros del Camino. Esta es la alquimia de la vida”.
“Los cambios son piezas fundamentales en el progreso de la humanidad. Cuando progresamos, todo a nuestro
alrededor es promovido. Así, tenemos el poder de alterar la realidad parcialmente. El vacío existencial, un tono leve
de los variados matices del sufrimiento, surge cada vez que percibimos, inconscientemente o no, que no podemos
caminar espiritualmente. La evolución es la llama que ilumina la naturaleza humana; el dolor es un maestro para los
discípulos indisciplinados. La Ley de la Evolución es una de las leyes inexorables del Código No Escrito”.
El Viejo hizo una pequeña pausa y prosiguió: “No obstante, sólo caminamos cuando tenemos el coraje de vivir
nuestros propios sueños, de despertar los talentos aún adormecidos en nuestro interior y aceptar que otra realidad
sea posible. Entonces, es hora de transgredir. No digo esto apenas para las grandes acciones colectivas que alteraron
los acontecimientos del mundo y que dieron nuevas páginas a los libros de Historia. Me refiero a los pequeños gestos,
a las decisiones más íntimas, aquellas que están al alcance de cualquiera, las cuales tienen inconmensurable valor en
el desarrollo del planeta y, sin duda, son las más importantes. Despertamos lo mejor que habita en nosotros o
dejaremos de ser la sal de la tierra y perderemos el gusto por la existencia”.
“Es necesario estar dispuesto a traspasar las barreras del sentido común; creer que existe vida más allá de los muros
altos que aprisionan en vez de proteger. Negarse a repetir fórmulas desgastadas, las cuales nos hicieron creer que el
miedo es necesario para la paz. Esto aprisiona. ¡Liberarse es transgredir! Coraje y osadía no son hiervas dañinas que
brotan en el jardín del corazón como maleza; son semillas escogidas por el jardinero que entiende la fuerza y el poder
de esas flores”.
El joven pareció no haber entendido y dijo que era un sujeto calmado al que no le gustaba la brutalidad ni quería
volverse un criminal. El Viejo frunció la frente y dijo: “¡Por el amor de Dios, hijo! Aunque exista la necesidad de
entender que ley y justicia no están siempre del mismo lado, no hablo de los que se encaminan por los senderos de la
criminalidad y de las tinieblas. Tampoco me refiero a la fuerza física. Los verdaderos revolucionarios, aquellos que
impulsaron y cambiaron el rumbo del planeta eran totalmente pacíficos y pacificadores. Jesús, Buda, Francisco de
Asís, Gandhi, Luther King, Teresa de Calcuta, Chico Xavier, sea en la Historia remota o reciente, apenas para citar los
más conocidos, todos fueron transgresores en sus épocas. Ellos creían que podían hacer diferente al identificar lo
absurdo del sentido común, detestaban cualquier forma de violencia, incluso la verbal o de pensamiento. Tenían la
sabiduría de aliar el amor con la firmeza necesaria para seguir adelante. Estremecieron las bases sociales sin valerse
de mentiras o de la brutalidad. Sus semillas continúan germinando al ofrecer los mejores frutos que ya hemos
156
probado, pues a lo sumo, todavía dejan la dulce miel del amor. La bandera de ellos era la paz y la unidad entre las
personas; la belleza de ser único y, al mismo tiempo, hacer parte del todo. Ellos sabían que la transformación de la
humanidad apenas sucede cuando está cimentada en la metamorfosis de cada ser. El mundo sólo se altera a cada
paso de los cambios individuales”. Miró al joven a los ojos y dijo de manera sentida: “Todos los demás que intentaron
imponer la propia verdad o interés valiéndose de la violencia o de la mentira no generaron cambios, tan sólo
maquillaron al mundo con los pinceles de la intolerancia y con las pinturas de la sangre”. Volvió a hacer una pausa
antes de concluir: “Absolutamente nada posee tanta fuerza transgresora como el amor. La paz es su único idioma.
Transfórmate a tí mismo y verás como tu ejemplo promueve una enorme revolución a tu alrededor”.
El muchacho confesó que si bien algunas veces sentía ganas de hacer algo diferente, nunca se imaginó usando ropas
y cabello extravagantes. El Viejo se rió con gusto y dijo: “Pienso que cada uno se debe vestir como mejor le parezca y
respeto mucho esto, cada cual según su gusto y necesidad de expresarse. Sin embargo, transgredir los cánones de la
sociedad no es alterar la apariencia, y sí cambiar la esencia. Los hábitos pueden ser sencillos, pues la sofisticación
está en el pensar y sentir. En esto reside la transformación. El cambio es de contenido, no de forma. La diferencia no
está en lo estético y sí en la actitud. La autoridad no está en el cargo, en la retórica o en las condecoraciones. Está en
cada una de las muchas las decisiones que tomamos a lo largo de cada día”.
El joven argumentó que tenía dificultad para realizar cambios, pues no era capaz de vislumbrar alternativas. El Viejo
respiró profundo y dijo: “¿Por qué nos negamos a aceptar el poder inconmensurable que tenemos? Cada cual puede
hacer lo que quiera con la propia vida. ¿Puedes imaginar las infinitas posibilidades? Claro que toda la libertad trae en
contrapartida la misma dosis de responsabilidad. Efecto inexorable de la Ley de Acción y Reacción. Las decisiones son
libres, las consecuencias las acompañan con perfecta justicia. Esto es maravilloso, pues te responsabiliza por el propio
destino. Entender las elecciones es plantar las raíces de la madurez en el suelo de la existencia. Después es abrir la
cárcel de invisibles rejas para ir en busca de los sueños. Acepta definitivamente tus alas. ¡Úsalas! Todos tiene el
derecho de hacerlo. Cada vez que retrocedemos por miedo, éste mueve nuestras vidas hacia el lado errado”.
“Transgredir también es ver la importancia de las divergencias. Es permitirse las infinitas posibilidades en ser y del
ser. Las tuyas y las de los otros. Es la sabiduría de respetar y permitir que todas las diferencias coexistan en perfecta
armonía. La elección de un “no” no anula ni se sobrepone la preferencia del otro. Esto se llama respeto. Hay una
belleza incalculable en esto. Finalmente, transgredir es tener buenos ojos ante lo nuevo. No me refiero a las
novedades típicas de la moda o tendencias de comportamiento que no van más allá de válidos intereses comerciales,
pero de superficie poco profunda. Me refiero a la profundidad de la renovación al despojarse de un ropaje pequeño
para el alma, vistiendo trajes más adecuados que permitan la libertad de los nuevos movimientos del ser que emerge
de la noche rumbo a la mañana. La verdadera transgresión va más allá de las fronteras de la apariencia, pues se trata
de un viaje para transmutar la esencia”.
Atónito, el chico preguntó si el monje estaba proponiéndole que naciera nuevamente. El Viejo sonrió y dijo: “Sí, de
preferencia todos los días. Transgredir es reinventarse siempre y hacer las paces con tus sueños más lindos; es
revelar lo sagrado que habita en tu alma, es aceptar que debemos movernos a través de la fuerza transformadora del
amor o apenas repetiremos el grito de quien está perdido en la narrativa de la propia historia”.
El joven afirmó que entendía las palabras del monje y aunque sentía la necesidad de cambiar, confesó que no sabía
cómo hacerlo. El Viejo esbozó una dulce sonrisa y dijo: “Comenzamos no permitiendo involucrarnos más en
situaciones que sabemos que nos hacen mal. Detente y sal del mundo durante algunos instantes. En la quietud y en el
silencio, encuéntrate contigo mismo para entender qué no sirve más; qué ideas y actitudes necesitan ser modificadas
para alinearlas a tu nuevo momento. Este es el proceso de liberación de todo el sufrimiento: transgredir la visión para
transformar el ser. Abre los sótanos oscuros y deja que el sol entre. Dirán que el brillo de tus ojos está más intenso,
un agradable perfume con sensaciones de amor y paz emanará de tu alma. Cambiarán, por afinidad, las personas y
las situaciones que te rodean”. El Viejo bebió un sorbo de café y comentó: “¿Has notado que cuando cerramos la
puerta del corazón, impidiendo que alguien entre, experimentamos una sensación desagradable? Presta atención que
cada vez que dejamos de escoger por amor, aunque el ego sienta una vana satisfacción mundana, acaba por dejarnos
un gran vacío. El amor tiene el infinito poder de transformar cualquier situación en un momento sagrado. Así de
simple, así de grandioso”.
De esta manera, poco a poco, refinamos la consciencia y alteramos el destino. Entiende, perfecciona y valoriza el
fantástico poder de las elecciones. Son herramientas valiosísimas”. El joven volvió a interrumpirlo y dijo que siempre
escuchó que dinero, poder y sexo movían el mundo. El Viejo lo miró profundamente a los ojos y le preguntó: “¿Hacia
dónde lo mueve, hijo?” La pregunta era apenas retórica, así que el monje respondió: “Lo mueve hacia el lado errado”.
Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “No suelo encontrar serenidad, alegría y paz en quien busca esos objetivos como
primordiales. Veo mayor sufrimiento, lágrimas y mucha agonía. Esos son los dominadores que a diferencia de los
transgresores, no buscan cambios en favor de la evolución, y se pierden en los engaños de la dominación y en las
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ilusiones del poder. No perciben cuán efímero es este poder. Todo dominador es un esclavo de la propia dependencia,
a cualquier nivel, desde las políticas gubernamentales hasta las relaciones afectivas. Hay dominadores de muchas
especies. Créeme, todos ellos sufren”.
La campana del monasterio sonó. Era la hora de la meditación que antecede a la cena. El joven le agradeció al monje
por sus palabras. El Viejo pidió permiso, se levantó y antes de salir dijo: “El transgresor es un ser libre, pues el amor
es la fuerza que orienta sus pasos y, al ser amor, con toda su belleza, no permite que haya dominador ni dominado.
Tan sólo libertad. Créelo, el amor es la única energía capaz de transformar para siempre y apalancar la evolución.
Todo lo demás es ilusión y sombras”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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Discusiones — No hay respuesta
Desapego es transformación
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Allá estaba. La bicicleta apoyada en el poste fue la primera cosa en la que reparé cuando doblé la estrecha y sinuosa
calle del taller de la elegante ciudad cercana a la montaña que abriga al monasterio. El sol del atardecer se reflejaba
en las calles de piedra y matizaba las construcciones con tonos pasteles. Como la tienda de Lorenzo, el zapatero
amante de los libros de filosofía y de los vinos tintos, no funcionaba en horarios regulares, encontrarlo era siempre un
juego de azar. Me saludó con la alegría y la elegancia habituales. Preparó café fresco y cuando nos sentamos ante las
tazas humeantes, fuimos sorprendidos por la llegada de una sobrina del artesano. Una joven bonita, educada y con
rasgos de incertidumbre en el rostro; había venido a pasar unos días de descanso en el interior. Después de los
saludos de rigor, la joven fue bastante objetiva. Siempre oía al tío hablar sobre la importancia del desapego. Ella era
paciente de un prestigioso sicoanalista de la capital y en la última consulta, le aconsejó que no abandonara sus
deseos, pues esto significaba desistencia y, en consecuencia, una señal de debilidad.
Lorenzo escuchó con paciencia y en silencio. Al término, ante la mirada afligida de la sobrina, dijo con voz serena y
suave: “Soy un lector interesado y un observador atento. No obstante, como sabes, no tengo formación académica.
Apenas digo lo que siento y expreso mi visión sobre todas las cosas. El riesgo de que esté equivocado es enorme”. Me
entrometí y bromeé diciendo que los alquimistas son autodidactas. Era innegable la magia del artesano en
transformar plomo en oro, o al menos en lo referente a transmutar en luz las sombras que habitan en todos nosotros.
La joven insistió en que él hablara, ya que le encantaba escuchar la opinión del tío, que clasificó como desconcertante.
El zapatero le pidió que se sirviera un café y que se sentase. En seguida dijo: “La palabra tiene el poder de vestir y
revestir una idea. Ella da forma al pensamiento, de ahí su gran poder. Los antiguos decían que somos hechiceros de
palabras, pues con ellas podemos sembrar coraje o esparcir miedo. Digo esto, por la necesidad de adecuar lo que
pienso en el exacto contexto, con la mejor palabra”.
“Desapego no es desistencia. No, de ninguna manera. Desapego es transformación, herramienta indispensable para la
evolución”. La joven lo interrumpió y dijo que no estaba entendiendo. El artesano sonrió con ternura y le explicó:
“Sufrimos con condicionamientos culturales, sociales y ancestrales que ejercen una fuerte influencia en la formación
de las ideas, en la interpretación de las emociones y, en consecuencia, influyen en nuestras decisiones. Muchas veces,
esta influencia compulsiva nos lleva a crear metas y deseos que relacionan el éxito y la felicidad con objetivos
meramente materiales y con placeres sensitivos. La gran mayoría de las veces están ligados a dinero, fama, poder y
sexo. El ego quiere los aplausos y los brillos de la tribu, conquistas aparentes, y no nota el vacío que esto ocasiona a
largo plazo. En algún momento, la persona más atenta percibe que los conceptos que estructuraron su trayectoria
pueden estar obsoletos, ya que no se tradujeron en la felicidad prometida y con ello entiende que es necesario
cambiar de ruta. Seguir la melodía con el viejo patrón a medida que la ópera avanza, ya no sostiene la ligereza ni la
plenitud de la canción. Aquella sinfonía ya no llega al corazón. Resta apenas un enorme vacío, donde el sonido no se
propaga”. Hizo una pequeña pausa para observar los ojos atentos de la sobrina antes de concluir: “Entonces, se
percibe que es necesario reinventar los conceptos que nos hicieron andar un largo trayecto sin llegar a ningún lugar.
Se comienza a entender que el éxito no se mide con la regla financiera y sí con el compás de la plenitud. Tener no lo
es todo y sí ser todo. El desapego se refleja en la transformación de las viejas formas. Es alquimia pura”. La joven
volvió a interrumpirlo para que fuera más claro. Lorenzo no se hizo de rogar y dijo: “Lo que denominamos ‘viejas
formas’ es un conjunto de ideas, preconceptos y condicionamientos que nos atan a patrones que, en algún momento,
se muestran anticuados pues se vuelven ineficientes o inútiles. Es la hora de la metamorfosis. La transmutación es
vital para dejar atrás toda aquella manera de pensar y de vivir que no sirve más, pues no ofrece el contenido vital que
impulsa la evolución. Es entender que todos los deseos se desdibujaron al conquistar la verdadera felicidad, pues no
proporcionaban los colores de la inconfundible sensación de paz. Es hora de entrar en el capullo para entender y,
después, liberar los sueños; de que la oruga deje de arrastrarse y despliegue las alas de mariposa”.
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“Aquí se hace imprescindible distinguir correctamente entre deseo y sueño. El deseo está ligado al ego, a la vanidad,
al prestigio social, a las conquistas meramente materiales, a las pasiones, al brillo. El sueño es el propósito del alma,
de lo más profundo del ser y refleja los dones y talentos utilizados en las conquistas inmateriales de amor y dignidad
para la evolución espiritual. Está ligado a la luz. Mientras el deseo alimenta el orgullo, el sueño le da sentido a la
humildad; el deseo lleva a las condecoraciones de la aldea y a los titulares de las revistas, el sueño hace con que, en
silencio, el cielo entre en fiesta; el deseo quiere la fama del brillo, el sueño ansía la llegada de la mañana. Entender el
sentido y la diferencia entre deseo y sueño es percibirse inmortal y convertirse en andariego de un viaje sin fin. Saber
que estamos aquí para aprender, transmutar, compartir y, entonces, proseguir”.
“Desapego no es desistencia, así como desapego no es cobardía. Al contrario, es una decisión de profundo coraje
soltar lo que muchas personas alrededor aclaman como victoria. Lo que la mayoría llama de gloria para ti ya no tiene
ningún valor. Creer que desapego es cobardía es lo mismo que engañarse al pensar que ser manso y pacífico, al
decidirse por la no violencia como instrumento de lucha, es característica de los cobardes. Es no entender la esencia
de la vida, la fuerza revolucionaria de la paz. Es necesario fuerza de voluntad y coraje inconmensurables para
renunciar a las referencias sociales y culturales en la construcción de un nuevo ser, ahora comprometido con las
verdaderas conquistas, aquellas que no se oxidan, que no pesan ni se deterioran. Es escoger la fruta por el poder
multiplicador de la semilla y no por el brillo efímero de la cáscara”.
“A menudo veo profesionales exitosos y famosos, sin cualquier dificultad financiera, con condiciones para usufructuar
de toda la comodidad y tecnología que la modernidad ofrece. Sin embargo, están envueltos en una esfera de
depresión, pánico, miedo, completamente perdidos. Alcanzaron el más alto escalón de la jerarquía proyectada por los
antiguos conceptos. Tienen dinero, son realmente buenos en lo que hacen, reciben el justo homenaje por sus
realizaciones, no obstante comprimidos de ansiolíticos, cajas de antidepresivos, interminables terapias, fanatismo de
todo orden, deseos inconfesables de suicidio rondan a esas personas como fantasmas en mansiones asombradas. No
tuvieron el entendimiento para cambiar la apariencia por la esencia, prefirieron vivir ante la expectativa del mundo en
vez de permitir que el silencio les susurrara la propia verdad y les indicase el Camino. Faltó coraje para desapegarse
de los deseos y vivir los sueños. Están en el vacío vital; sienten sed de luz”.
Hizo una pausa, miró a la sobrina con seriedad y dijo: “Desapegarse de las pasiones para que el amor florezca no es
para los débiles. El amor está reservado a los fuertes. Es imposible amar sin desapego. Es imposible ser libre sin
desapego. Sólo así nos permitimos la ligereza para que las alas se manifiesten. Sin ellas no se llega a Tierras Altas,
donde se cimientan los pilares de la paz. Solamente quien entiende la dimensión del desapego es capaz de
comprender la distancia entre el amor y la pasión”, explicó Lorenzo. La joven quiso saber cómo diferenciar el amor de
la pasión. El buen artesano sonrió levemente de alegría y dijo: “Imagínate a una persona atravesando un desierto,
bajo el sol abrasador y con mucha sed. Ella encuentra una enorme jarra con agua fresca y se sacia hasta la última
gota. Esta sensación es pasión”. Permaneció algunos instantes en silencio y cerró los ojos para hablar despacio, de
manera sentida: “Amor es cuando enfrentamos el mismo desierto, bajo el mismo sol y la misma sed. Encontramos la
misma ánfora con agua… bebemos la mitad… y la dejamos por la mitad para quien viene atrás”.
Una lágrima escapó por el rostro de la joven que en seguida se iluminó con una bella sonrisa. Ella abrazó al elegante
zapatero en sincero agradecimiento. No pronunció palabra y se fue. Ya no era más la misma que había entrado hace
poco al taller.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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Trampa contra la paz
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“Cada vez que piensas, hablas o actúas motivado por las pasiones densas y pesadas, alimentas el poder de las
sombras, dentro y fuera de tí” dijo el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden. En
seguida concluyó: “Por más absurdo que pueda parecer, nadie te perjudica más que tu mismo, créelo. Esto aplica
para todos”.
Estábamos apenas los dos sentados en el comedor del monasterio, apreciando el sabroso té que el Viejo preparaba
con una mezcla de hiervas que recogía del bosque cercano, mientras admirábamos la puesta del sol entre las
montañas. Él me había invitado a conversar al percibir la alteración de mi comportamiento después de recibir una
llamada telefónica. El monje me ofreció una taza acompañada de una pregunta: “¿Cuál es el único precepto del
Código de Ética de la Orden?” Como permanecí callado, él mismo respondió: “Nunca alimentar las sombras”. Hizo una
pequeña pausa para que yo, lentamente, madurara la idea y prosiguió: “ ¿Sencillo, cierto? Al final todos somos
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buenos y, en principio, no queremos compromiso con el mal”. El monje esperó que yo estuviera de acuerdo antes de
corregir: “Errado, no es nada fácil. Tenemos una enorme dificultad en identificar las propias sombras y todo lo que las
estimula, dentro y fuera de nosotros”. Volvió a callar por instantes y dijo: “El gran truco de las sombras son sus mil
disfraces, al punto que piensas que ellas no se esconden en tus entrañas”.
De inmediato hice la pregunta obvia de cómo identificar las sombras. Él arqueó las cejas como siempre lo hacía
cuando quería que fuera con calma y dijo: “Aceptar la existencia de las sombras que hay en nosotros es el primer
paso para no permitir que nos dominen. Cuando las negamos o las ignoramos, autorizamos a que se muevan
furtivamente en nuestro inconsciente, encontrando una posición cómoda para manipular ideas y emociones que se
verán reflejadas en nuestras decisiones. Admitir que somos espíritus en la tercera dimensión, o sea, que estamos con
la vestidura de un cuerpo físico provisional, aún en escala evolutiva, habitados por sentimientos densos que necesitan
ser iluminados y transmutados”. El monje me miró fijamente a los ojos y dijo con seriedad: “Esta es la gran batalla de
esta existencia” y completó: “Repetiré esto tantas veces como sea necesario por ser fundamental para la conquista de
la plenitud”.
“Por lo tanto, el discurso de que los celos, la rabia, la envidia, el orgullo, el miedo y otros sentimientos pesados no te
pertenecen, es hacer el papel de tonto al abrazar una sombra muy peligrosa, en estado aún más primitivo, la
ignorancia”. Tomó un sorbo de té y continuó: “Sin embargo, las sombras poseen otros trucos:
– Nos prestan una de sus innumerables máscaras y nos hacen creer que somos lo que todavía no hemos alcanzado;
– Nos convencen de aceptar el papel de víctima, al creer que el mundo conspira contra nosotros;
– Nos ofrecen pasajes para huir de la realidad hacia nubladas planicies de ilusión, con el fin de evitar enfrentar la
verdad, sin la cual no habrá cura, transformación y evolución”.
Volvió a quedarse en silencio por instantes y continuó: “Hay muchos más, no obstante, la maniobra más cruel es
cuando las sombras nos convencen de que apenas quieren protegernos y nos alientan a dar rienda suelta a las
emociones más oscuras, conduciéndonos a preferir los instintos primitivos de sobrevivencia en vez de los sentimientos
nobles de convivencia. Esta es la trampa. Terminas confundiendo venganza con justicia; celos con amor; crítica con
consejo; ignorancia con verdad, y lo peor, no te das cuenta del error”.
Yo todavía no había entendido cómo hacer para identificar las sombras. El Viejo fue didáctico: “Presta atención al
sentimiento que verdaderamente mueve cada una de tus decisiones. Después cuestiona si la próxima vez puede ser
diferente y mejor. No lo dudes, siempre es posible. Sólo existe evolución cuando hay transformación. Si tu eres
exactamente el mismo de hace mucho tiempo, desconfía de ti mismo; existe algo que necesita cambiar. Así nos
sumergimos en un proceso de autoconocimiento para que, poco a poco, identifiquemos las sombras que interfieren en
nuestro discernimiento. Todo ser con reducida capacidad de discernimiento es un prisionero de sí mismo”.
“Entonces, podemos dar el próximo paso que consiste en iluminar y transmutar esas sombras. Lo que era
resentimiento se vuelve perdón; la envidia se altera por sincera admiración; los celos se modifican al comprender que
el amor revela las alas, nunca las cadenas”. Bebió un sorbo de té y prosiguió: “El trabajo es pesado, exige sabiduría y
voluntad, además de mucho amor, por supuesto. Sin embargo nunca lo dudes, posees todos esos atributos
adormecidos en el alma. Basta tener el valor de despertarlos para la batalla. En esa fase entendemos que mientras las
sombras traen negación, agonía y nos aprisionan, la Luz está comprometida con la verdad, la libertad y la alegría.
Sólo así transformamos sufrimiento en paz. Esta es la cura”.
Permanecimos largo tiempo sin pronunciar palabra. El monje tenía la mirada perdida en las montañas que se veían
desde la ventana; mientras tanto yo intentaba encajar todas las palabras en la mente. Él rompió el silencio: “A cada
decisión somos linterna que ilumina los pasos de toda la gente o neblina que impone a los otros nuestras propias
tempestades. De ahí la importancia de un corazón puro y de una mente despierta, características de un espíritu libre,
al momento de elegir entre las infinitas posibilidades que tenemos”.
En seguida, el monje abordó otro aspecto de la misma cuestión: “En contrapartida estamos sujetos a captar la energía
liberada por otras fuentes. Buenas o malas, individuales o colectivas, estamos expuestos a todo tipo de carga
vibratória. La Física Cuántica ya probó lo que los alquimistas percibieron hace tiempo. Todo es energía en el universo;
hasta lo que se denomina materia no es nada más que energía condensada. Somos centros generadores y receptores
de energía, querámoslo o no. Generamos energía con nuestros sentimientos, pensamientos y actitudes. De esta
manera afectamos a todos los que están a nuestro alrededor, haciendo con que se sientan bien o mal, dependiendo
del tipo de carga vibratória que emanamos, sutil o densa, según el amor o el dolor, del nivel de consciencia
involucrado en cada emoción, idea, palabra o acción”.
Tuve curiosidad en saber cómo protegerme de las cargas energéticas ajenas que tanto incomodan y perjudican. El
Viejo dijo prontamente: “Quien camina recto no necesita tener miedo de lo oscuro”. Sonrió y complementó: “Antes de
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preocuparte por los otros es necesario que prestes mucha atención en tí mismo. Es muy importante que vigiles cada
sentimiento y pensamiento, pues en algún momento se materializarán en palabras y actitudes. Cuando nos movemos
con la intención de pacificar e iluminar todo lo que nos envuelve, se crea un campo de fuerza a nuestro alrededor que
nos fortalece y protege. Este es el mejor escudo”.
“Acepta a los otros con las imperfecciones que les son inherentes, con la serenidad de saber que tú todavía no posees
perfección para ofrecer. Da siempre lo mejor de ti sin cobrar tributos por esto. Las virtudes son semillas del jardín del
universo y, por tanto, no son negociables. Entre más las compartimos, más se multiplican. Sé sincero contigo y
esfuérzate para que tus elecciones reflejen el mundo maravilloso de tus sueños, así estarás siendo sincero con todos.
No creas en todo lo que oyes, así sean elogios o críticas, pues las palabras suelen proyectar el corazón confuso del
interlocutor”.
“Lo más importante, no menosprecies tus pequeñas acciones, aquellas que parecen no tener importancia. Ellas tienen
gran poder al alimentar las sombras que, poco a poco, se expanden, contaminan y se instalan en el inconsciente de
quien está desprotegido, generando desequilibrio, desesperanza, agonía, depresión o violencia. Es necesario tener
cuidado para no construir las trampas que aprisionan, tanto a nosotros como a los otros. La vida es un viaje fantástico
desde que seas capaz de ver la belleza que existe en todo y en todos. Vale recordar la lección del Maestro: Cuando tu
ojo es bueno, todo el universo es luz”.
Le pregunté si todo ese movimiento energético estaba sujeto a la Ley de Acción y Reacción. El Viejo sonrió satisfecho
y concordó meneando la cabeza. Entendí que atraería hacia mí la misma carga y calidad energética que emitiera.
“Protegiendo a los otros de nuestras propias sombras, acabamos protegiéndonos de las sombras, individuales o
colectivas, del mundo. Al armonizar la emoción densa que me invade, impidiendo la contaminación de mis decisiones,
inicio el proceso de iluminación y transmutación, al desarmar las crueles trampas contra la paz. El secreto es ofrecer
siempre lo mejor y no posponer el importante encuentro que cada cual tendrá consigo mismo, etapa esencial para el
perfeccionamiento del ser. Traer lo inconsciente al consciente es fundamental para decodificar la vida”.
Aquí me tomo la libertad de abrir un pequeño apéndice. En esa época, después de aquella conversación, el Viejo me
sugirió el siguiente ejercicio: permanecer siete días consecutivos sin lamentarme de algo o criticar a alguien. Para ello,
era preciso domar mis impulsos más densos. A cada falla reiniciaría la cuenta. Demoré varios meses para completar la
prueba, aparentemente simple. Confieso que no fue fácil, pero fue una bellísima e inolvidable lección de
autoconocimiento y plenitud. Entendí que cada vez que nos acercamos al mal aumentamos su poder. Sin embargo, lo
contrario también es verdadero y transformador. Es pura Luz.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Ser libre es simplemente ser
1 COMENTARIO
El Viejo, como cariñosamente llamábamos al decano de la Orden, era siempre invitado a dar conferencias en
universidades y colegios de todo el mundo. En general, esas instituciones se sitúan en grandes metrópolis, donde nos
hospedábamos por dos o tres días. En esa época, ya acostumbrado al silencio del monasterio, confieso que tuve un
periodo en que me sentía incómodo con el cambio de ambiente, al contrario del monje que poseía una fantástica
capacidad de adaptación. Él deambulaba por las anchas avenidas admirando el movimiento de las tiendas, la correría
de las personas o hasta el ruido urbano con la misma ligereza y encanto con que recorría la montaña en silencio,
observando las flores silvestres y recogiendo champiñones para las sopas que tanto le gustaban. Cuando me veía
irritado con todo aquel alboroto y prisa, me decía: “La paz habita en ti. No concedas permiso para que nada ni nadie
la perturbe”. Después arqueaba los labios con una breve sonrisa y agregaba: “Ese poder es tuyo, aprende a usarlo”.
Cierta vez le comenté sobre mi dificultad para estar en ambientes tan diferentes de aquel en el que me sentía
acogido. El monje refutó de inmediato: “No siempre es posible estar rodeados de todas las condiciones externas
ideales de comodidad y satisfacción. Lamentarse no ayuda en nada a superar las dificultades. Al contrario, apenas
pospone el entendimiento y el movimiento necesarios para la construcción de la paz y la siembra de la alegría,
fundamentales para nuestro equilibrio. El mejor lugar del mundo es aquí y ahora. Cualquier lugar es bueno para el
alma sincera que desea profundizar en los mares revueltos del propio perfeccionamiento en sagrada conexión, para
estar ante sí mismo y bañarse en las aguas plácidas de la plenitud. El buen jardinero cree que cualquier rinconcito es
perfecto para plantar flores y se adecua a la formación de un bello jardín”.
Terminé confesándole una dificultad todavía mayor: convivir con personas muy diferentes a mí. El Viejo sonrió y dijo:
“Estar al lado de aquellos que piensan y actúan de acuerdo a nuestros gustos y opiniones es muy fácil. Aunque sea
agradable y deba ser aprovechado, no hay ningún mérito en eso. Solamente las dificultades en las relaciones ofrecen
el ejercicio indispensable para el crecimiento personal. Las diferencias son enriquecedoras porque al buscar el
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equilibrio te inducen a importantes transformaciones. La vida acontece durante los encuentros, el amor se manifiesta
tan sólo en la convivencia social. Del mismo modo, todo el conocimiento del ermitaño acaba siendo inútil cuando él se
niega a salir de la caverna. Sabiduría y amor por definición, necesitan ser vivídos y repartidos para que se conviertan
en luz o se perderán en la oscuridad del abandono”.
Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Quien espera que todas las situaciones aparentes le sean propicias para iniciar
el viaje, perderá valioso tiempo sentado a la orilla del camino aguardando el momento preciso, pues éste no llegará.
El anhelo íntimo es el que te hará dar los primeros pasos. Basta entender que las condiciones externas siempre
estarán de acuerdo a tu necesidad y capacidad de aprendizaje de aquel momento. Ni más ni menos. Las condiciones
internas, a su vez, serán creadas por ti mismo”.
“La adaptación y la simplicidad son valiosas virtudes, indispensables para el andariego. La adaptación enseña que
cada momento es perfecto, pues trae las lecciones que te permitirán perfeccionar tus habilidades. También recuerda
no exigir la perfección ajena al saber que tu aún no posees tal perfección para ofrecer. Esto te ayudará a mantener el
equilibrio y la serenidad durante las tempestades. La simplicidad, a su vez, te ayudará a entender que nos hacemos
cada vez más en la medida en que necesitemos cada vez menos. Esta es la llave que abre la prisión”.
Comenté que todavía tenía dudas y bromeé diciendo que la simplicidad no era simple. El Viejo prosiguió con la
explicación: “Los condicionamientos sociales y culturales que actúan sobre todos, desde la cuna, son poderosas
prisiones que nos encarcelan de manera cruel porque al no tener rejas nos impiden percibir que estamos presos. De
esta manera nos desvían del compromiso con la libertad al aplazar el inevitable encuentro con nosotros mismos y sus
consecuentes transformaciones”. Le pedí que fuera más claro, pues cada vez entendía menos. El monje sonrió y
continuó: “En algún momento de la vida todos sentimos hambre de luz. Es el alma desesperada en el vacío de la
existencia. Transferimos el encuentro más importante de la vida, aquel que tendremos con nosotros mismos,
engañados por las sombras que nos convencen para que prioricemos el éxito profesional, la estabilidad financiera o
cualquier otra disculpa alimentada por los deseos del ego. Nos cuesta entender que una cosa no elimina la otra. El
mayor de los engaños es no percibir que la gran batalla es librada dentro de sí. Es decir, que la búsqueda por la
iluminación es concomitante con las tareas y luchas del día a día, las peleas y los amores de lo cotidiano. La vida
acontece entre la oficina y la cocina, tanto en el bus como en la playa, en la fila del banco o enfrascado en el tránsito,
desde la reunión con el cliente para cerrar un gran contrato hasta recoger al hijo en la escuela y llevarlo a entrenar
fútbol o natación. Este es el tiempo disponible, el momento perfecto para transformar decepciones en entendimiento y
ser libre. No hay otro. En verdad, tarde o temprano, en algún momento tendrás que estar contigo mismo. Este es el
encuentro que cambiará tu vida. Para esto la hora es ahora, el lugar es aquí”.
“¿Por lo tanto, de qué necesitas? De absolutamente nada, salvo un corazón puro y una mente despierta. Cada vez
más entendemos que las cosas realmente importantes tienen la marca del corazón y que no se encuentran en las
estanterías de las tiendas; el alma ansia profundizar mucho más que lo que la piscina del patio de la casa pueda
ofrecer; el más sofisticado de los automóviles no tendrá potencia para llevarte a las inimaginables Tierras Altas, donde
sólo llega quien es capaz de usar sus propias alas; el mejor y más moderno vestuario está en ser simplemente tu
mismo, pues lo que nunca pasa de moda es ser auténtico, único; es ser gente de verdad”.
Quise saber lo que era ser gente de verdad. El Viejo frunció el ceño como si hablara con un chico: “Es estar siempre
dispuesto a desvestirse de las viejas formas; renunciar a los gestos automáticos de autodenfesa; usar la propia vida
como materia prima para la gran obra de arte que te cabe realizar; cambiar los colores sombríos de los sufrimientos
por las pinturas vibrantes del perdón; ofrecer comprensión de la luz cuando todos claman por la sentencia que
condena la oscuridad; mostrar que el coraje es posible cuando aquellos a tu alrededor sólo conocen el miedo;
entender que el milagro de la vida ocurre en la simplicidad de los pequeños grandes gestos, aquellos en los que
colocamos el propio corazón para curar el dolor del otro. Entender que para ser feliz es indispensable perdonar sin
tributos y amar sin condiciones; que aquella persona con quien tienes discrepancias es quien despertará lo mejor que
aún duerme en tu alma; que tu mayor enemigo no está en las calles, sino que se mueve furtivamente en los sótanos
todavía oscuros de tu alma esperando luz. Es percibir que esta es la gran batalla de la vida”.
“La verdadera victoria reside en la sedimentación de buenos valores morales desprovisto de cualquier moralismo; en
la eterna alegría del encuentro; en la generosidad de ser un árbol frondoso con dulces frutos; en pronunciar la palabra
que sellará la paz; de sembrar una sonrisa en el rostro ajeno; de ofrecer siempre lo mejor de ti; de permitirte que
cada elección sea orientada por puro amor”. El Viejo hizo una pequeña pausa y dijo: “¿Percibes que nada de eso
puedes comprar para colocar en tu equipaje? La ironía es que venden la ilusión de la sofisticación como algo
elaborado por pocos y complejo para muchos. Sin embargo, la elegancia consiste en ser más con menos. Esto está al
alcance de todos y de cualquier uno al decidir por la inconmensurable belleza de ser simple”. Me miró fijamente a los
ojos y finalizó: “Todo lo que es valioso no tiene peso. Ser leve es ser libre; ser libre es simplemente ser”.
162
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Bailando con la nostalgia
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Conocí a Lorenzo, el sabio zapatero, hace muchos y muchos años, en una funeraria. Yo acababa de ingresar a la
Orden y fui designado para acompañar al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo del
monasterio, al velorio de un gran amigo suyo que había partido. Nos dieron un aventón y durante el viaje por la
sinuosa carretera que baja en sentido a la pequeña y elegante ciudad localizada en la falda de la montaña, el monje
fue silbando una alegre canción. Parecía feliz. Se me hizo extraño, pero guardé silencio. En el velorio, la capilla
parecía pequeña ante tanta gente; la viuda estaba inclinada sobre el cajón, en lágrimas y desconsolada. Lamentaba
profundamente su pérdida. A quien iba a darle el pésame le preguntaba cómo haría para entrar en casa y no
encontrar más al fallecido allí. Decía que no tendría fuerzas para desocupar el armario o dormir en el cuarto
matrimonial. Algunos le daban coraje, otros le aconsejaban que tuviera fe. El ambiente me pareció apropiadamente
dramático para un entierro y me relajé. El Viejo, con una sonrisa constante en el rostro, hablaba con todos de manera
discreta y descontraída. Era el único que me parecía que estaba a gusto ahí. Me acomodé en un rincón para observar
cuando llegó el hermano del difunto. Era Lorenzo, el elegante zapatero, amante de los libros y de los vinos. Su rostro
era parecido al de un actor italiano y tenía el porte de un bailarín español. En aquella época su cabello todavía era
gris, vestía un pantalón caqui de fina confección y una bonita camisa inmaculadamente blanca, contrastando con los
colores oscuros del ambiente. Así como el Viejo, estaba sonriendo y me pareció que estaba feliz. Saludó a todos con
discreción, sin alterar la bella sonrisa que le coloreaba el rostro, lo que generó muchas miradas de repudio. Al dirigirse
a la viuda, ella rechazó su abrazo. Sin sentirse ofendido, el zapatero sacó una pequeña harmónica del bolsillo del
pantalón y pidió educadamente permiso para tocar una canción. En sencillo homenaje, tocaría la canción que más le
gustaba oír a su hermano. Una vieja canción irlandesa, de ritmo alegre, cuyos versos hablaban de la belleza de vivir.
En cólera, la viuda lo acusó de estar festejando la muerte del marido en actitud de total irrespeto, tanto por los
colores claros de la ropa así como por su manera jovial. Oí algunos breves comentarios apoyando a la mujer.
Lorenzo escuchó todo sin pronunciar palabra. Cuando ella se calló él dijo: “Amo a mi hermano. Desde siempre fuimos
los mejores amigos. Lo que tu ves como el final de una historia, yo lo veo como el inicio de un largo viaje hacia tierras
distantes, donde él podrá vivir días mucho mejores y recoger perfumadas flores, pues en esta existencia cosechó
amor por donde pasó. Esta capilla es tan sólo la plataforma de la estación. Respeto, mas no veo motivo de tristeza.
Quiero conmemorar el bello hombre que fue, el gran espíritu en el que se transformó, celebrar mi nostalgia con
alegría y darle un ‘hasta luego’”. Lorenzo fue interrumpido por los gritos de censura de la viuda y se formó una
pequeña confusión. El Viejo rápidamente pasó el brazo sobre los hombros del zapatero, me hizo una señal con la
cabeza y salimos de allí.
Fuimos a una taberna no muy distante. Lorenzo pidió el vino predilecto del hermano y brindamos. Es decir, ellos
brindaron pues yo me rehusé. Entre asustado y contrariado, condené la postura del monje y del zapatero. Les dije
que no habían sido considerados y ni habían mostrado respeto hacia la viuda ni hacia el muerto. El Viejo arqueó los
labios con una leve sonrisa, me miró como si fuera un niño y le preguntó al artesano: “¿Tu le explicas”? El zapatero
asintió
con
la
cabeza,
apuntó
su
dedo
hacia
mí
y
dijo:
“Tu
vas
a
morir”.
Aquella afirmación me provocó malestar y ante lo extraño de toda aquella situación, nada respondí. A Lorenzo no le
importó y prosiguió: “Tu expresión facial es la de alguien que acaba de ser maldecido”. Mi silencio corroboraba lo que
sentía en aquel momento, aunque fuera consciente de lo obvio de aquella afirmación. Sí, yo iba a morir, sólo no sabía
cuándo ni cómo. No obstante me incomodaba pensar en este asunto. Él continuó: “¿Por qué relacionarse tan mal con
la única seguridad que tienes en la vida? ¿Ya que la muerte es algo seguro en la vida de todos, por qué motivo la
tememos en vez de convertirla en una poderosa aliada? La manera como iluminamos nuestros miedos definen los
sufrimientos y las alegrías del Camino”.
Argumenté que la muerte era el fin de la existencia. El zapatero asintió con la cabeza y dijo: “Sí, pero no significa el
fin de la vida que continua en viaje fantástico e infinito rumbo a la Luz. La muerte marca el fin de un ciclo e,
invariablemente, el inicio de otro. La muerte es apenas el fin del cuerpo físico, ropaje provisional que abriga al
espíritu, quien realmente eres, el cual es eterno. Nacemos y morimos muchas veces en repetidos ciclos de lecciones y
evolución, hasta que ese proceso de aprendizaje ya no es necesario y migramos definitivamente hacia tierras donde
reinan niveles de sabiduría y amor más amplios, los cuales ya estaremos en condiciones de habitar. No hay duda de
que ya recorrimos esferas más densas y seguimos hacia otras más sutiles. El fin de una historia siempre será el inicio
de otra”.
Comenté que, independiente de eso, deberíamos respetar el padecimiento de aquellos que sufren con la pérdida de un
ente querido. Lorenzo abrió los brazos como quien dice que yo no estaba entendiendo nada y dijo: “¿Pérdida? ¿Qué
pérdida? ¿Hasta cuándo insistiremos en esa visión trágica cuando en realidad no existe ningún drama? El cuerpo,
como todo en este planeta, tiene plazo de validad, un tiempo finito para que podamos cerrar un ciclo de la jornada,
163
evaluar los logros morales alcanzados, la expansión de la consciencia, la ampliación de la capacidad de amar y las
batallas que vencimos ante las sombras que nos habitan. A partir de esos puntos podemos trazar nuevos vuelos o
rehacer lo que, por ventura, fallamos. Volveremos cuantas veces sea necesario, como muestra de infinita paciencia y
amor de aquellos que nos enseñan y de la enorme sabiduría de las Leyes No Escritas, hasta que estemos preparados.
Así caminamos”. Hizo una pequeña pausa y concluyó: “Nunca habrá pérdida, tan sólo transformación”.
Discursé sobre la nostalgia que deja la muerte de alguien, como un puñal que hiere profunda y dolorosamente. El
zapatero meneó la cabeza, rió y dijo: “Nostalgia, incomprendida nostalgia”. Permaneció en silencio durante breves
instantes, como si recordara algo y prosiguió: “La nostalgia es un privilegio de los que aman. Sólo los que aman
sienten nostalgia; sólo lo que fue bueno se extraña, y por esto la nostalgia debe ser conmemorada con mucha
alegría”. Observó mi reacción por instantes y continuó: “No tiene sentido recordar con tristeza a quien sólo te trajo
felicidad y amor. Entender el viaje es aceptar con alegría las partidas y las nuevas llegadas. Negar la lección es llamar
para sí el dolor y el sufrimiento; es no percibir las bendiciones de la nostalgia”.
¿Bendiciones de la nostalgia? ¿La nostalgia es una cosa buena? Manifesté que no entendía. Él fue claro: “La nostalgia
es maravillosa, pues es la memoria de los mejores momentos de la vida de cada uno de nosotros. La nostalgia escribe
las mejores páginas del libro de tu vida. Sólo siente nostalgia quien amó y fue feliz. La alternativa para la nostalgia es
la oscuridad del vacío de quien no conoció el amor, se escondió de la vida o no consiguió iluminar el corazón”. Levantó
la copa y brindó con el Viejo: “La nostalgia es un regalo para quien amó demasiado. ¡A la salud de todas mis
nostalgias!” El monje retribuyó: “Bien aventurados los que sienten nostalgia, pues conocen el amor y la felicidad”.
Argumenté que entendía perfectamente el sufrimiento de la viuda al no tener más a su lado al compañero de tantos
años. Los ojos del buen zapatero se humedecieron y preguntó con algo de emoción: “¿Conoces el origen de la palabra
compañero?” Respondí que no. La respuesta vino en seguida: “Significa aquellos que ‘comen del mismo pan’”. Se
detuvo durante unos segundos y prosiguió: “Amo profundamente a mi hermano. Fuimos y somos grandes
compañeros, pues el cambio de esferas no corta los lazos imperecederos del amor. Sólo tenemos que aprender a
tener paciencia hasta el momento del próximo reencuentro. La Ley de la Afinidad es inexorable y nos unirá infinitas
veces”.
“Mi hermano enfrentó durante años un carcinoma y sus metástasis agresivas. Los dolores físicos y la incomodidad de
la quimioterapia fueron enormes. Él enfrentó todo con bastante dignidad y coraje, sin cualquier lamento. Un poco
antes de partir, me confesó que la enfermedad le había traído valiosas lecciones pues entendió algunos valores cuya
importancia aún desconocía. Me dijo con una sonrisa sincera en el rostro que la enfermedad refinó su percepción
sobre todas las cosas. Él siempre fue un hombre alegre, sin embargo, no recuerdo haberlo visto tan feliz como en
aquel día. Su comprensión sobre las Leyes se hizo enorme y esto transformó todo y cualquier sufrimiento en polvo de
estrellas. De esta manera, la muerte le fue generosa y como un acto de amor le curó los dolores corporales y liberó el
espíritu para volar más allá de la densa materia y vivir otras historias”.
Le pregunté cómo sería en caso de que la muerte fuera súbita por accidente o infarto fulminante, por ejemplo, sin
tiempo para despedidas. El artesano respondió: “Nada sería diferente, fuera de la sorpresa de la visita repentina.
Hacer de la muerte una aliada es entender que todo y cualquier día es bueno para morir. Aceptar que la muerte es
una herramienta de la Inteligencia Cósmica en nuestro proceso de evolución es sentir todo el amor que rebosa en el
Universo. La muerte tiene dos significados, uno: habrá llegado la hora de nuevos aprendizajes o, dos: es el momento
para urgentes ajustes de ruta. Percibir que ‘todo lo que sucede en nuestras vidas es para nuestro bien’, aleja el drama
y amplía la consciencia en el sentido de absorver la correspondiente lección”. Me miró profundamente y dijo: “Por más
extraño que pueda parecer, el sufrimiento por la muerte de alguien no revela amor. Al contrario, tan sólo demuestra
un profundo egoísmo. Al final, el verdadero amor es un sentimiento generoso y comprensivo, capaz de entender que
el momento y las necesidades del otro son diferentes de las tuyas. El amor puro es un acto de profunda sabiduría.
Apenas sentimientos mesquinos desean aprisionar a alguien a nuestro lado a cualquier costo, ante cualquier dolor.
Vivir exige ligereza, la felicidad clama por desapego y el amor necesita libertad”.
Dije que todo aquel discurso era bonito y sensato, sin embargo los condicionamientos culturales me ataban a antiguos
conceptos en el pensar y el actuar. De esa vez fue el Viejo quien habló: “Sí, Yoskhaz. Liberarse de las viejas formas es
transmutar sombra en luz, es abandonar la cárcel sin rejas de la consciencia prisionera. Es necesario ir más allá de la
realidad estática, pues la sabiduría es dinámica. Si la oruga negara el capullo porque no cree en la metamorfosis, no
conocería el poder de sus propias alas”. Me miró con bondad, arqueó los labios en una sonrisa leve y con dulzura
finalizó: “La muerte es una aliada importante en nuestro proceso de cura espiritual pues trae en sí dos de las
poderosas Leyes No Escritas: La Ley de la Renovación y la Ley de las Infinitas Oportunidades. Así, la muerte es un
instrumento del más puro amor dentro de la Gran Sinfonía del Universo y la nostalgia una de sus más bellas sinfonías.
¡Aprovecha y danza con ella!”.
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Lorenzo se valió de la oportunidad, sacó la harmónica del bolsillo y tocó la alegre canción celta de la cual su hermano
tanto gustaba. Poco a poco, las personas que estaban en la taberna comenzaron a acompañar la cántiga con las
palmas. “Estoy seguro de que en este momento, mi hermano canta con nosotros. Él me amaba y, por tanto, está feliz
al verme feliz”, comentó Lorenzo. El Viejo meneó la cabeza concordando. Pedí una copa de vino y brindé a la salud, el
amor y la vida sin fin.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

La ley de la renovación
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“Es necesario, de vez en cuando, desocupar las gavetas del corazón” me dijo el Viejo, como cariñosamente
llamábamos al monje más antiguo del monasterio. Él me había invitado a dar un paseo por los alrededores del bosque
al percibir mi inquietud e irritabilidad con los demás monjes y discípulos de la Orden. Una nueva situación familiar
había removido recuerdos desagradables que alteraron mi mi paz personal y mi humor en el trato con los demás. Me
quejé bastante por la manera en que algunas personas me habían maltratado en el pasado. Él me miró con su
enorme compasión y dijo: “El resentimiento crea un verdadero grillete energético que te mantiene atado al ofensor,
en una terrible prisión sin rejas que llena de basura tu armario sagrado, el corazón. La rabia envenena las aguas que
abastecen la fuente de la vida, el amor”. Hizo una pequeña pausa y concluyó: “Es imposible ser feliz sin perdonar”.
Argumenté que ya había perdonado pero me negaba a olvidar para no permitir que me maltrataran de nuevo. El Viejo
se rió con ganas cuando dije esto, lo que me produjo más irritación todavía. Después me miró como si se dirigiera a
un niño y me instigó: “Tú no conoces el perdón”. Le dije que estaba equivocado, pues yo no le deseaba ningún mal a
aquellos que me ofendieron y con ello, ya había decretado el perdón. El Viejo balanceó la cabeza negando y dijo: “No,
Yoskhaz. No desear el mal es el primer escalón hasta el perdón; después limpiamos los compartimientos del alma
hasta olvidar la ofensa; finalmente, deseamos el bien al agresor. Este es el camino hasta el perdón”.
Reí con sarcasmo y le dije que él colocaba las cosas en niveles utópicos o dificilísimos. La voz del monje tuvo un tono
misericordioso en su respuesta: “No dije que fuera fácil. Manifesté lo que es necesario. Amar apenas a quienes nos
aman, hasta los embrutecidos también lo hacen. Es necesario más”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Atravesar
el Camino no es para los débiles; limar las asperezas del ser no es para los acomodados; conocerse a sí mismo es
para los sabios; realizar las transformaciones necesarias para la indispensable cura del alma no es para los
consentidos; iluminar las propias sombras es batalla destinada sólo a los grandes guerreros; conocer verdaderamente
el amor está destinado tan sólo a los fuertes”. Hizo una larga pausa, su mirada distante parecía recordar algo,
finalmente dijo: “Ser fuerte es una decisión que tomamos todos los días y está a disposición de todos y de
cualquiera”.
Vociferé diciendo que él no sabía de lo que hablaba pues yo no solamente había sido agredido, sino también
humillado. El Viejo abrió los brazos como diciendo que yo no sabía de que hablaba. Después me explicó con paciencia:
“Ser humillado es un permiso que le concedes indebidamente al agresor por el simple hecho de no dominar todavía la
virtud de la humildad en todo su infinito poder. Sólo el orgulloso puede ser humillado; sólo el arrogante es humillado;
tan sólo el vanidoso puede ser alcanzado por ese mal. El antídoto para tal veneno es la humildad. Ser humilde es
aceptar ser el menor de todos para percibir las propias dificultades y, con ello, entender la oscuridad del mundo y,
consecuentemente, la del agresor. La violencia, física o verbal, es el perfecto retrato de las sombras que dominan el
corazón del atacante. En verdad, la visión perfecta muestra al violento humillándose ante el Universo como pedido
velado de ayuda. La ofensa es la máscara de los desesperados, de los perdidos en las sombras de la existencia. Toda
persona agresiva es profundamente infeliz. La agonía es tan grande que es necesario desbordarla. Él cree que puede
transferir su tristeza, sin percibir que la oscuridad no tiene el poder de apagar la luz”.
“La violencia es el lenguaje incomprendido de los que sufren”.
“Entonces, es hora de ofrecer la otra cara en digna interpretación y ejercicio de las palabras del Maestro, mirando al
ofensor con el prisma de la compasión, pues es apenas un sufridor que, en el fondo, no entiende lo que le pasa. Sólo
así, aceptándonos como pequeños nos tornamos grandes, inmunizando el virus de la humillación. No en vano, la
humildad es el primer portal del Camino que impide que nada o nadie te hurte la preciosa paz”.
“Permitir que la ofensa te alcance, lastime y humille es aceptar la invitación para danzar en el baile de los horrores
que dominan el alma del agresor. Encáralo con una mirada compasiva y percibe que sus palabras y actos tan sólo
reflejan el desequilibrio que lo hace ser violento e injusto contigo. ¿Ya pensaste cuánto dolor corroe el corazón de la
persona que necesita de la violencia en sus relaciones? ¿O cuán sombría es la mente de los violentos? ¿Cuántas
tormentas lleva la nave existencial de ese individuo a sucesivos naufragios en las tempestades del dolor? Ellos están
ahogados en los mares de la ignorancia, del miedo y de las propias tinieblas clamando, de extraña manera, por los
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salvavidas de la gentileza y por el socorro de la misericordia, la belleza de la comprensión, la grandeza de la bondad y
el bálsamo de la paciencia. La violencia es incompatible con la felicidad. Elegir una visión más sofisticada hace la
diferencia entre los andariegos del Camino y aquellos que aún vagan perdidos en los senderos de la vida”.
“Entre las leyes que componen el Código No Escrito, que regula la jornada de todos por el Universo, existe la Ley del
Amor, de los Ciclos, de la Acción y la Reacción, de la Afinidad, de la Evolución, de las Infinitas Posibilidades, entre
otras. Allí encontramos también la Ley de la Renovación. Para iniciar un nuevo ciclo, todavía en esta existencia, el
andariego tiene que preparar su equipaje. No olvides que la ligereza es indispensable para atravesar el Camino. De
esta manera, hay que dejar atrás todo aquello que no nos sirve más, que se hace innecesario o que pesa demasiado.
Acumulación material excesiva, basura emocional, tristezas, preconceptos, condicionamientos sociales y culturales,
ideas obsoletas, actitudes anticuadas, reacciones automatizadas, es decir, todas las viejas formas, deben ser
transmutadas. Por tanto, recuerda abrir todas las gavetas del corazón e iluminar tus rincones más profundos en busca
de las sombras escondidas que insisten en engañarte con las absurdas ventajas del revanchismo o de la ilusión de
protección. Es indispensable barrer de Luz todo y cualquier resquicio de resentimiento, el polvo del odio y las manchas
de la rabia”.
“La renovación es el paso anterior a la transformación que impulsa la evolución; es amor y sabiduría en perfecta
comunión; es la alquimia de transformar plomo en oro dentro de sí; es la metamorfosis para abrir las alas que te
llevarán más allá de las fronteras del dolor y del sufrimiento”.
Todavía inconforme, cuestioné sobre aquellos que me hirieron daño, diciendo que no podrían quedar impunes, como si
no me hubieran hecho ningún mal. Los ojos del Viejo estaban llorosos. Tal vez por entender mi dolor, tal vez por
conocer el alma humana o por ambas cosas. Me dijo con bondad: “No te preocupes por las lecciones que caben a los
otros. A cada cual las enseñanzas que le son pertinentes, en el tiempo oportuno, con la dulzura o el rigor adecuado
según el empeño del alumno. A ti te corresponde aplicar las propias lecciones y ofrecer lo mejor de tí a cada día por
donde pasas. Cada día un poco más según la expansión de la consciencia. Nadie, absolutamente nadie, estará fuera
del alcance de las Leyes No Escritas. El Universo no prescindirá de ningún alma, sin privilegios u olvidos, pues todas
tienen igual importancia. Recuerda las dificultades y problemas que enfrentaste en el pasado y cómo ayudaron en tu
transformación a evolucionar a través de sus valiosas lecciones. Agradece por todos los dolores y alegrías”.
Argumenté que podría haber, al menos, un pedido de disculpas por parte del agresor. Sería más fácil perdonar. El
Viejo arqueó los labios sonriendo y dijo: “Sin duda que sería más fácil, por esto el perdón gana aún más fuerza y
poder cuando es un acto unilateral. El perdón es la farmacia para el sufrimiento y tu no necesitas esperar el permiso
del otro para curarte. Nadie puede depender de nadie para ser feliz, para seguir su jornada, para volar. La capacidad
de perdonar define la exacta grandeza de un alma. Perdonamos independientemente de lo que los otros piensen.
Perdonamos para liberarnos a nosotros mismo y a los demás”.
Le dije que tenía razón y que de alguna manera mi alma ya clamaba por esa renovación. El dolor pesa, el
resentimiento cansa. Entonces lloré con mucho sentimiento. El Viejo aguardó pacientemente a que las lágrimas
lavaran mi alma. Después en catarsis, hablé de las situaciones del pasado que me incomodaban, exorcizándolas de mi
corazón. Le comenté acerca de la agradable sensación de limpiar el alma, de cerar la cuenta para continuar ligero. El
Viejo me previno: “Viste la puerta, falta atravesarla. Esas emociones densas estaban al comando y tu retomaste el
poder que les habías concedido. Ahora tendrás que transmutarlas, mediante un incesante trabajo de refinamiento en
el pensar y sentir, para que ellas, siempre al acecho, no vuelvan. Por tanto, necesitas ejercitar la magia de la
renovación, todos los días, para siempre”. Balanceé la cabeza concordando y le dije que me sentía bien al no necesitar
cargar más en la espalda la pesada mochila del sufrimiento. Ahora yo percibía la razón de su completa inutilidad. Dije
que le entregaría a la Inteligencia Cósmica la aplicación de la debida justicia. Él me explicó: “Despréndete de cualquier
sentimiento de venganza o no te habrás liberado de verdad. No habrá cualquier situación mínima de revancha.
Justicia no es punición, es tan sólo la lección para que todos puedan aprender, transformarse, compartir y seguir. Este
es el proceso evolutivo. Si algunos necesitan de lecciones más severas para aprender es apenas porque el Universo no
desistirá de ninguno de nosotros, cualquiera que sea el nivel evolutivo. Esto es puro amor”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
166
El campo de batalla
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
El cielo estaba azul después de días grises de mucha lluvia. Todos parecían estar alegres en el monasterio, menos
yo. Un dilema personal me corroía y hurtaba mi paz. Sentado en el comedor divagaba entre dudas ante una taza de
café y un pedazo de torta de avena cuando mis pensamientos fueron interrumpidos por el Viejo, como llamábamos
al monje más antiguo de la Orden. Él me invitó a ayudarlo a recoger champiñones en el bosque situado alrededor
del monasterio. Explicó que el sol fuerte, después de días lluviosos, era perfecto para que esos manjares
germinaran a los pies de los robles de la montaña. Manifestó que pretendía hacer su famosa sopa de champiñones
para la cena. Tan pronto entramos en el sendero, el monje dijo que había percibido mi agonía y me preguntó cuál
era el motivo. Le expliqué que un gran amigo me había invitado a acompañarlo durante las vacaciones a un
campamento de refugiados en África. Él hacía parte de una organización internacional de médicos que prestaba
ayuda en varias regiones del planeta donde había carencia de cuidados para el mantenimiento de la vida. El Viejo
se volteó hacia mí manteniendo su paso lento pero firme y dijo: “Es un servicio maravilloso e indispensable
prestado por hombres y mujeres, médicos o no, con la intención de llevar un poco de bienestar y mucha cura a
lugares donde hay ausencia de condiciones básicas de supervivencia. Yo estuve en uno de esos campamentos años
atrás, durante una insensata guerra local y confieso que me encantó la compasión, la misericordia y la generosidad
depositada en forma de amor incondicional. A pesar de tanto dolor y sufrimiento, la grandeza de la vida y las
maravillas de la superación en el esfuerzo de hacer diferente y mejor son extraordinarias”.
Le comenté que ese era mi dilema. Entendía la belleza de ese trabajo, no obstante, confesé que no tenía ganas de ir.
Esa división interna me angustiaba. Le pregunté si yo estaba equivocado al rehusar la invitación y la oportunidad. El
Viejo se detuvo, me miró con dulzura, buscó una piedra bañada por el sol pues la mañana aún estaba fría y se sentó.
Después dijo: “De ninguna manera. Aléjate de la dualidad aparente entre lo correcto y lo incorrecto. Cada uno elige
de acuerdo con el perfeccionamiento de las virtudes que ya le son inherentes. Esas decisiones también son
influenciadas por el don, el karma y el dharma. Hay que tener entendimiento y respeto por sí mismo y por todos;
cada cual tiene su campo de batalla. Para cada corazón un viaje está reservado”.
Le dije que no entendía. El monje explicó con paciencia: “Todos tenemos karma y dharma personales. Karma es el
aprendizaje; dharma es el propósito de vida”. Lo interrumpí para decirle que ahora entendía mucho menos. Él sonrió y
continuó: “Estamos aquí para evolucionar. Por tanto, tenemos que perfeccionar en lo más íntimo de nuestro ser cada
una de las virtudes que componen la Luz, hasta que se vuelvan inseparables de las elecciones. En cada ciclo evolutivo
pasamos por cuatro diferentes etapas: aprender, transmutar, compartir y seguir. Atravesamos innumerables ciclos
mientras libramos en el interior la gran batalla de la vida al iluminar las sombras que nos habitan, al aproximar el yoapariencia, llamado ego, al yo-esencia, conocido como alma y al conquistar la libertad y la paz personales, siempre
con alegría, sembrando la belleza de la convivencia consigo y con toda la gente. Así, poco a poco, despertamos todo
el amor adormecido en nosotros”.
“A cada existencia traemos las exactas lecciones que nos corresponden en aquel momento dentro de la escala
evolutiva. Ese es el famoso karma. El karma está ligado al entendimiento del valor de las virtudes, a la importancia de
cada una de ellas para perfeccionar al ser. Claro que podemos rehusarnos a aprender pues al fin y al cabo las
elecciones son libres. Es más, esto sucedo con frecuencia. Entonces, el karma se vuelve un educador más severo y el
sufrimiento termina siendo inevitable. No en forma de castigo como muchos piensan. Aleja la idea de que karma es
punición, esto dificulta. Sufrimos al insistir en mantenernos en la ignorancia, en permanecer en la oscuridad, al no
llevar al ego al encuentro del alma, al insistir en las elecciones viles e inapropiadas. Una parte de nosotros se
mantiene aprisionada a conceptos obsoletos y a conquistas de adoración social, mientras la otra ansia por libertad y
renovación. Entonces surge el conflicto interno por los intereses disonantes, al mismo tiempo en que la vida te frustra
las ambiciones de éxito y poder calcadas en los logros materiales y los placeres primarios que, aunque sean
alcanzados, no se traducen en plenitud y felicidad. Despertamos en el vacío; perdidos en una existencia sombría. Nos
encerramos en una esfera de dolor al no permitir la transmutación del ser en la disposición de hacer diferente y
mejor. Mal humor, irritación, impaciencia, fuga de la realidad mediante ilusiones y diversiones baratas, depresión,
agonía, pánico y hasta enfermedades somatizadas en el cuerpo son los síntomas más comunes cuando estamos
desorientados en medio de la batalla. Donde hay sufrimiento significa que existen visiones equivocadas sobre sí
mismo y sobre la vida. Esto lleva a las consecuentes elecciones inadecuadas generando la repetición de los ciclos
educativos. Aprender la lección oculta que el conflicto trae consigo, transmutar este aprendizaje, compartir con el
mundo el nuevo ser que floreció y seguir el viaje al encuentro de la Luz, es un método eficiente para transformar el
sufrimiento en polvo de estrellas según la belleza de cada ciclo de perfeccionamiento. Lección internalizada, karma
extinto por ser innecesario. Esta es la batalla a ser librada amorosamente con el desarrollo de las virtudes, las
verdaderas armas de la Luz”.
“Los aprendizajes son ofrecidos a través de las relaciones y de la convivencia; el otro será siempre el mejor espejo.
Para atravesar la existencia nos es dado un instrumento que sirve como las sandalias del andariego, la espada del
guerrero y el rastrillo del jardinero. Esa herramienta se llama don. Se trata de aquella habilidad especial que nos hace
únicos. Cada cual tiene el suyo, sin excepción. Ese don tiene que ser usado tanto en beneficio del perfeccionamiento
167
personal como para sembrar la alegría y el bienestar en el mundo. Comienza dentro de sí, después en casa, en la
familia, en el trabajo, en las calles, en la aldea y en el mundo como ondas concéntricas que se expanden en un lago
hasta los confines del universo. Esas ondas son generadas no sólo en la convivencia y en las relaciones personales,
sino también mediante el oficio o arte de cada cual. Aquí está tu dharma, tu otro campo de batalla; es tu jornada en
esta existencia en el planeta, la incumbencia de hacer germinar flores en un pequeño pedazo del desierto”.
Interrumpí al Monje. Según había entendido existían dos campos de batalla. El Viejo arqueó los labios con una leve
sonrisa y asintió: “Sí, uno interno y otro externo. Son personales e interpersonales al mismo tiempo, en constante
comunicación. El pulimento del individuo se refleja en la transformación del colectivo. Su batalla personal es la exacta
parte que le corresponde en la evolución de la humanidad. No hay otro método de avanzar. Tu sufrimiento o alegría
son las ondas que tú produces en el lago cósmico. Es la energía personal generada para permear y alcanzar a toda la
gente. Esta vibración puede ser leve y sutil o densa y pesada, dependiendo de tus sentimientos, pensamientos y
elecciones”.
Le dije que todo se me hacía bastante complicado. El Viejo se rio con ganas y aclaró: “No, Yoskhaz. Es todo
demasiado sencillo y tal vez por esto tenemos dificultad para percibirlo. El don se manifiesta a través de innumerables
posibilidades: cuidar, curar, proveer, abastecer, aplicar la ley con justicia, limpiar, deleitar, encantar, enseñar,
administrar, cantar, escribir, construir, además de otras habilidades. El don, sea oficio o arte, es un instrumento de
perfeccionamiento personal, así como una herramienta al servicio del planeta. Todos somos indispensables e igual de
importantes, sea panadero o médico; gobernante de una nación o profesor de jardín de infancia. La falta de un único
tornillo puede estropear la máquina más sofisticada. Todo lo que es sencillo suele ser esencial”.
Comenté que la conversación era buena, pero que no entendía cómo podía ayudarme ante el dilema de acompañar a
mi amigo en su viaje al campamento de refugiados. El Viejo explicó con paciencia: “El viaje es de él; aunque sea
grandioso, no significa que también sea tuyo, la misión que se propone es de las más bellas y necesarias, pero existen
otros problemas carentes de manos y sentimientos. Hambre, epidemias, guerras, deforestación, injusticias sociales,
extinción de especies, demagogia, opresiones y masacres de toda índole. Existen serias cuestiones por toda parte,
fruto de la ignorancia, raíz de una enorme sombra colectiva y necesitan ser enfrentadas y solucionadas. Conviene
recordar que los grandes problemas nacen de pequeños dilemas; crisis globales se originan de conflictos personales.
Necesitamos gente que cuide de las cuestiones individuales con el mismo cariño y atención con que nos dedicamos a
solucionar problemas planetarios. El individuo que no está ya fragmentado en sí, armonizado en su esencia, sabe que
no existe felicidad personal generada a través del uso de la maldad y de sus subterfugios. Al prestar atención con la
parte para que se desarrolle en armonía, preservamos el equilibrio del todo. Así, es de extremo valor el trabajo común
del día a día, digno y honesto que sustenta y mueve la civilización. En todos los lugares precisamos de gente
dispuesta y comprometida con el ejercicio de sus capacidades y posibilidades. Unos complementan a los otros, como
un conjunto de vigas necesarias para mantener erguida una construcción”.
“El ejercicio del dharma puede ser local o global. Cuidar de la parte es curar del todo; apagar un incendio en una
familia es tan valioso como tejer el tratado de paz entre naciones, a pesar de no tener la misma repercusión. Un
problema puede evitar el otro. Lo micro produce lo macro”. Hizo una pequeña pausa y dijo: “Es preciso entender
dónde está tu campo de batalla. En todos los rincones, sea dentro de tu casa, donde los habitantes se abandonaron
unos a otros, o en las calles de la ciudad, en la cual la población está olvidada por los mandatarios, los guerreros del
buen combate serán siempre indispensables. Ser madre y cuidar de un hogar con cariño puede ser tan complejo e
importante como ser alcalde y administrar con cuidado una metrópoli. Ambos son valiosos campos de batalla; cada
uno de nosotros con o su don, karma y dharma”.
Le confesé que me sentía perdido. No sabía cuál era mi don ni dónde estaba mi campo de batalla en el mundo. El
monje intentó aclarar: “Escucha a tu corazón; tu don habita en tu sueño”. Al oír aquella frase no me contuve. Confesé
que esa expresión me irritaba, pues significaba todo y nada al mismo tiempo. El Viejo mantuvo la serenidad: “Aunque
sea uno de las enseñanzas más valiosas, lo explicaré de otra manera: intenta entender dónde está tu alegría, la
actividad que te llena de vitalidad, dónde el desánimo parece incapaz de alcanzarte. Sólo no confundas el placer del
ego con la satisfacción del alma. El don son las sandalias; el campo de batalla es el camino. El amor será siempre la
mejor manera de andar y la Luz es el destino final. Al hacerlo así, mientras cuidas de ti estarás cuidando del mundo”.
Me miró profundamente a los ojos y finalizó: “Nunca dejes de ofrecer tu corazón al campo de batalla. Allí también
estará el corazón del mundo. Tarde o temprano los sentirás sonando como un único tambor. ¡Es la canción de la
victoria!”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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La ley de acción y reacción
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Había ido en busca de Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos, a una agradable taberna próxima a su
taller. Tan pronto el mesero llenó nuestras copas fue inevitable desviar la atención hacia la mesa contigua. Una pareja
comenzó a discutir en voz alta hasta que la joven se levantó y antes de partir dijo “todo es acción y reacción”.
Permanecimos algunos minutos en silencio hasta que el artesano comentó displicente: “Las leyes de la vida son
inexorables”. Yo lo corregí, acrecentando que la Ley de Acción y Reacción era una ley de la Física, más exactamente
una de las tres Leyes del Movimiento de Isaac Newton, renombrado físico inglés. Con aire de profesor, le expliqué que
para toda acción existe una reacción de igual intensidad y sentido contrario. Lorenzo me miró con dulzura como si
estuviese ante un niño pretencioso y dijo: “Exacto. Por tratarse de una ley de la Física es una ley del Universo; por lo
tanto, una ley de la vida, que afecta no sólo cosas y objetos, sino también las relaciones y define el destino próximo
de cada persona. Como una sabia y amorosa bordadora, el Universo teje la red de la vida de todos nosotros usando
las leyes como trama para que no quede ningún hilo suelto”. Estuve algunos instantes reflexionando sobre aquellas
palabras hasta que me di por vencido y confesé que no había entendido todo el sentido del racionamiento.
El zapatero bebió un sorbo de vino y dijo: “Hay una famosa frase, dicha por un ángel, que define bien el asunto. Él
enseñó que ‘la siembra es libre, la colecta es obligatoria’. Es decir, tenemos la libertad y el poder de elegir, no
obstante, las consecuencias serán según la perfecta medida de las causas que las provocaron. No hay como
impedirlo”.
Lo interrumpí para decir que el Universo era bastante vengativo. Lorenzo levantó las cejas, como lo hacía cuando se
ponía serio y explicó: “No, Yoskhaz. El Universo jamás trabaja con venganza por ser el amor en su más pura
manifestación. Como el buen maestro que ama tanto al aprendiz como a la lección, el Universo ansia por la evolución
de cada individuo y pone en práctica otra famosa ley de la Física, la del alquimista alemán y físico en sus horas libres,
Albert Einstein, que nos enseñó que ‘el universo está en constante e infinita expansión’. Por tanto, si somos parte
indisociable del todo, el Universo necesita que acompañemos su evolución para que pueda continuar creciendo.
Estamos destinados a la perfección y a la eternidad. No existe un fin para nada ni para nadie, apenas incesantes
transformaciones”.
Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Para evolucionar es indispensable el perfeccionamiento de cada una de las
virtudes que componen la luz. La justicia es una de las virtudes más difíciles de entender y sedimentar. La Ley de
Acción y Reacción es una ley educativa en diversos aspectos. Lo más importante tal vez sea mostrar las inevitables
relaciones entre causa y efecto, enseñándole al individuo que él es heredero de sí mismo, timonero de su destino.
Todos los conflictos, problemas de cualquier orden o relaciones tempestuosas son resultado de elecciones equivocadas
en situaciones pretéritas. Significa, a groso modo, que la lección aún no fue aprendida y que existe algo a ser
modificado en sí. La cuestión se vuelve recurrente cuando por orgullo, vanidad, comodidad o terquedad nos negamos
a avanzar o insistimos en transferir a los otros la responsabilidad por la transformación interna que nos cabe”.
“Por lo tanto, lo creas o no, los reclamos siempre serán inaceptables. Mientras el tonto lamenta su suerte, el sabio
agradece la lección, supera la situación alterando su propia visión, valores y las próximas elecciones, dignificando el
ser, dejando atrás intereses que ya fueron importantes, pero que no le agregan nada más. El cierra un ciclo de vida
que quedó en el pasado, se libera de las amarras e inicia un nuevo trecho en los mares de la existencia. Esto es
evolución”
“En la Ley de Acción y Reacción prima la enseñanza, a través de la percepción personal. Todas las elecciones –
hacemos centenas de ellas todos los días – son causas y moverán inevitables consecuencias al mismo ritmo, como
una bailarina que danza conforme la música tocada por el maestro. La bailarina representa todas tus relaciones; tú
eres el maestro. El teatro es el escenario de la vida. Es un método eficiente, aunque a veces severo, ya sea por la
dificultad del alumno en expandir la consciencia o por no depurar los propios sentimientos. Así es ofrecida a cada uno,
todos los días, la oportunidad de alterar el propio destino según nuestra disposición para modificar intereses y
patrones de comportamiento”.
“Al sembrar el amor tendremos una primavera de paz; el paso de los vientos del odio traerá las tempestades de la
intolerancia. Si tendremos en la mesa los frutos de la alegría o del sufrimiento depende tan sólo de una elección
sofisticadamente sencilla, al alcance de cada uno de nosotros”.
“La Ley de Acción y Reacción trata del equilibrio entre relaciones e intereses. Es común que juzguemos a los otros por
los hechos y que deseemos que nos juzguen por nuestras intenciones y razones, con frecuencia tortuosas, que
creamos en el intento de justificar deseos no siempre adecuados. ¿Entiendes la discrepancia? ¿Percibes dónde está
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enterrada la raíz de todos los conflictos? Le negamos a los otros las mismas condiciones que pleiteamos para nosotros
y, como si no bastase, todavía reclamamos de las imperfecciones del mundo como manera de desviar la atención de
donde residen los problemas sí como las soluciones: en el interior de sí mismo. Allí es donde se esconde el principal
resorte de las elecciones, la piedra sagrada de la felicidad. Al percibir la armonía entre causa y efecto sobre todas las
cosas, el individuo rescata la fantástica magia sobre como direccionar la vida hacia el destino que mejor le agrade.
Entender el poder de las elecciones es conocer un poder inconmensurable”
“El carácter pedagógico de esa ley permite que algunos prefieran llamarla de Ley de la Educación. A mí me gusta
denominarla Ley de la Justicia, porque permite la igualdad y la equidad, a su tiempo y con fina sabiduría, entre todos
los acontecimientos y relaciones, llevándonos al entendimiento de la dificilísima virtud de la justicia. Ser
verdaderamente justo no es fácil”.
Comenté que todos se creen justos. Lorenzo meneó la cabeza concordando: “Sí, ese es el problema. Al no conocer la
justicia no pueden ejercerla. Para que una decisión sea justa es necesario abstraer los intereses mezquinos, el instinto
primitivo de venganza, ofrecer la otra mejilla a través de la compasión ante las dificultades ajenas, dejar aflorar la
humildad en la comprensión de los propios errores y, por encima de todo, permitir que todo el amor que te alimenta
sea transferido al otro. No se encuentra justicia donde no hay amor. Al contrario de lo que muchos piensan, el acto
justo no es aquel que pune el error, sino el que enseña una manera diferente y mejor de ser. Sólo entonces habrá
justicia y luz; todo lo demás es manipulación de privilegios, ilusiones y sombras”.
Permanecimos un buen tiempo en silencio hasta que confesé que estaba impresionado con el contenido pedagógico de
la Ley de Acción y Reacción y con la maestría del Universo en la educación de todos. Lorenzo volvió a llenar su copa
del buen vino que bebíamos y dijo: “Entender las leyes es aprender el funcionamiento de la vida. El Código del
Universo tiene como espina dorsal la Ley del Amor que le enseña al individuo a amar a todos como a sí mismo. Esta
es la ley mayor y la perfecta iluminación; todas las demás leyes son soportes para conducirnos a tal estado. Todos
quieren la felicidad pero no entienden dónde habita e insisten en hacer elecciones que los alejan de ella, repitiendo
patrones conflictivos, distantes de las mejores virtudes”. Hizo una pequeña pausa y finalizó de manera poética:
“Desde la antigüedad los marineros navegan teniendo las constelaciones como mapa y brújula. Todos desean un
puerto de aguas tranquilas para atracar, pero acaban a merced de las tempestades por no recordar que las estrellas
existen para guiarlos al mejor destino”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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La puerta estrecha
1 COMENTARIO
El Sermón de la Montaña es el eje central de los estudios de la Orden, todos los demás textos, oriundos de las más
diversas tradiciones filosóficas y metafísicas, son variantes que profundizan y colorean ese valioso pensamiento. Yo
estaba sentado en una cómoda poltrona en la biblioteca del monasterio, con la mirada perdida en el bello paisaje que
sus ventanas ofrecen, reflexionando sobre las palabras proferidas en las colinas de Kurun Hattin, cuando fui
sorprendido por el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden. Había traído del
refectorio dos tazas de café; colocó una de ellas sobre la pequeña mesa a mi lado y fue a la estantería para escoger
un libro. Sonreí en agradecimiento por la gentileza y lo invité a sentarse en la poltrona del frente; aprovecharía que
estábamos a solas para conversar un poco. Él aceptó, se acomodó, bebió un sorbo de café y quiso saber lo que estaba
leyendo. Respondí que leía ese precioso legado filosófico, más precisamente la parte que trataba sobre la puerta
estrecha: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso es el camino que conduce a la
perdición y numerosos son los que por allí entran. Estrecha, sin embargo, es la puerta y difícil el camino de la vida y
raro son los que lo encuentran”, leí el pequeñísimo trecho. Comenté que el texto podría ser un poco más extenso para
proveer más detalles y explicaciones con relación a su contenido. El Viejo balanceó la cabeza y dijo: “El texto es
perfecto en su concisión. Recuerda que fue elaborado no para algunos, sino para todos. Es preciso que, a su modo,
alcance los más diversos niveles de consciencia. Cada cual encontrará la profundidad a la que esté dispuesto a
sumergirse. El Sermón de la Montaña es el Código del Camino, pero respeto a quien lo vea como una gran bobada”.
Pregunté el por qué de la puerta estrecha. El monje arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “La puerta es
estrecha porque el ego es enorme; muchas son las insignificancias e inutilidades que el ego insiste en cargar consigo,
haciendo lento el viaje, doloroso y pesado”. Le pedí que se explicara mejor a lo que el Viejo accedió: “La raíz de todos
los sufrimientos es la separación entre el ego y el alma. Entre más distante el uno del otro, mayor es la división del
ser, numerosos serán los conflictos y las agonías. La completa integración entre las partes es la plenitud traducida en
la paz de espíritu que nos mantiene inamovibles ante los golpes y venenos del mundo”.
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“Por un lado, tenemos la valorización de las apariencias que tanto encantan al ego; el empoderamiento de las
sombras que alimentan el egoísmo, la vanidad, la arrogancia, el orgullo, los celos, la ganancia, la envidia, los placeres
efímeros y el deseo de dominación sobre los otros. Todas esas emociones son frutos del miedo y de la
ignorancia”. “Por el otro, tenemos la importancia de la esencia del ser trabajada por el alma, la verdadera identidad
de todos nosotros; el amor como estrella guía, la evolución como objetivo, las virtudes como método de cura y
liberación del espíritu. Son las flores de la luz”.
Quise saber cómo aplicar aquellas palabras a lo cotidiano. El monje explicó: “Hacemos innúmeras elecciones todos los
días, desde las más cotidianas como por ejemplo si le sonreiremos al vecino o si voltearemos el rostro fingiendo que
no lo vimos, hasta las más complejas como cambiar de empleo, de país o de estilo de vida. A cada elección oiremos
las orientaciones del ego o los consejos del alma. Así, a todo momento estamos definiendo la puerta por la cual
entraremos”.
Cuestioné sobre la dificultad del sendero a la cual el texto se refiere. La paciencia del Viejo parecía sin fin: “La
dificultad está en recorrerlo llevando en el equipaje el enorme volumen producido por los valores a los que fuimos
condicionados, en los cuales las búsquedas espirituales, que deben ocurrir sin detrimento de las conquistas materiales
en el ámbito de la sensatez, de la necesidad y de la ética, quedaron en segundo plano. Para viajar por la vía de la luz
es preciso ligereza. No es fácil recorrer el sendero de una existencia terrena dispuesto a renunciar a lo superfluo, al
exceso, a la fama vacía, al poder mundano de dominación, a la ostentación que tantos aplausos y reverencias
proporcionan. El brillo que aparenta trae mucha más admiración que la luz que sostiene. Invertir los valores
culturales en los cuales el perdón entre en lugar del resentimiento; la humildad disuelva el orgullo; la justicia se
vuelva un instrumento de educación y no de venganza; los principios seculares del Iluminismo, tales como igualdad y
fraternidad, substituyan los arraigados privilegios ancestrales, son tan sólo algunos ejemplos que hacen que el
individuo baile al ritmo del universo, pero en contravía de las costumbres sociales. No habrá más palmaditas en la
espalda ni consentimientos; no obstante, habrá respeto y compasión. Existe una enorme dificultad en decir a sí mismo
que ‘el rey está desnudo’; es decir, que los valores que te orientaron hasta ahora son ilusorios y que la verdad es
diferente: la riqueza, el poder y la magia están dentro, no fuera de ti. Debemos priorizar el equipaje que cabe en el
corazón como la alegría, la dignidad, la libertad y la paz”.
“La puerta estrecha es el pasaje permitido sólo a aquellos que escogen caminar con el cayado de las virtudes. Por
necesidad evolutiva, el refinamiento de las virtudes en el ser es la jornada de aproximación e integración entre el ego
y el alma, como ejercicio de superación. La absoluta unidad entre el ego y el alma, indispensable para la plenitud,
solamente será posible para quien se dispone a la jornada del autoconocimiento. Esta es la verdadera batalla, así
iniciamos y seguimos en el Camino”.
Comenté que yo era capaz de enumerar muchas virtudes: el amor, la justicia, la pacificación, la mansedumbre, la
generosidad, la gratitud, la dignidad, la sinceridad, la honestidad, la compasión, la misericordia, la delicadeza, la
dulzura, la paciencia, el respeto, la armonía, la pureza, el coraje, la alegría, el ánimo, la firmeza, el buen humor, la
humildad, la sencillez, la esperanza, la fe, entre otras que podría estar olvidando en aquel momento. El Viejo levantó
los hombros y preguntó: “Responde, no para mí sino para ti mismo, cuáles de ellas ya traes incorporadas en ti”.
Bajé la mirada y confesé que muchas veces encuentro disculpas para renunciar a las virtudes en mis elecciones. El
monje concordó: “El mundo siempre nos ofrece una línea de raciocinio tortuosa para justificar los deseos del ego en
detrimento de las necesidades del alma. Este es el trabajo incansable de nuestras sombras: los innumerables trucos
para ilusionarnos ante la verdad y alejarnos de la luz; entonces peleamos y sufrimos. No obstante, tenemos el poder y
la magia de la vida”. Lo interrumpí para decir que no creía en magos ni en magia. El Viejo dio una agradable
carcajada y dijo: “Todos somos hechiceros; magia es transformación. Alteramos la realidad a medida que aceptamos
las transformaciones internas orientadas por los valores de la luz que nos habita”.
Volví a interrumpirlo para cuestionar sobre tales valores. El monje explicó: “Perfeccionar en sí cada una de las
virtudes que acabaste de enumerar es iluminar y transmutar las sombras. En vez de pelear con tus sombras abrázalas
con cariño, reconoce tus dificultades y, como un padre amoroso que se dedica a la educación de su hijo, demuestra
que ellas pueden y deben evolucionar, pues el ser necesita volverse uno por imperativo de evolución. Así, poco a
poco, afinamos cada una de las virtudes hasta que todas estén alineadas con la consciencia y con el corazón. Este es
el proceso para el encuentro de la verdadera paz y la auténtica libertad. A partir de ahí, percibe como todo se altera a
tu alrededor. Esto es magia auténtica”. Le dije que yo era una persona pragmática y empírica, así que le pedí que me
explicara cómo las virtudes, en la práctica, podrían apalancar mi evolución y hacer la diferencia en el mundo.
El Viejo no se hizo de rogar: “La vida es abundante en oportunidades. Las virtudes están a la espera de nuestro
comando, siempre dispuestas a iniciar la jornada de cura y liberación. Los ejemplos son bastantes:
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Cada vez que el mundo acusa a alguien, podemos incrementar la condena, hundiendo al infeliz en tristeza y culpa; o
rescatarlo hacia la luz, mostrándole la posibilidad y la responsabilidad de hacer diferente y mejor la próxima vez.
Cuando estás ante un dilema entre la ley y la justicia, en el cual el derecho te protege a medida que la justicia se
aleja, renuncia a los privilegios concedidos como ejemplo sagrado de equidad. Tener firmeza para estancar el mal, sin
olvidarse de la compasión y de la misericordia con relación al infractor. Necesitamos alejarnos del terrible riesgo de la
venganza, estado equiparado a las tinieblas. La justicia es una virtud que se complementa con la educación y no con
la mera punición.
Ante la ofensa, nunca olvides que la humillación es una flecha de corto alcance y no alcanza a quien vuela con las alas
de la humildad y de la compasión. Perdona y sigue adelante.
Ante las exigencias de las inevitables reformas sociales, trae siempre contigo la mansedumbre. Es aliada inseparable
de los argumentos cristalinos. No olvides que las transformaciones sólo se hacen efectivas de adentro hacia afuera del
individuo, nunca al contrario. Y por encima de todo, si el argumento es fuerte, recuerda que a través del ejemplo se
operan los cambios.
El mundo necesita de más diplomacia y de menos juicios. Al depararte con un conflicto entre terceros aléjate del
tentador papel de juez; acepta el difícil papel del diplomático al hilar la paz y el entendimiento. Con frecuencia,
cuando dos personas discuten ambas tienen razón, cada cual dentro de su nivel de consciencia, capacidad amorosa y
esfera de intereses y dificultades.
Nunca seas un muro en el sendero ajeno. Conviértete en el puente por el cual todos atravesarán los abismos de la
existencia terrena. Aunque el Camino sea solitario, el viaje es solidario. Nadie cumple la jornada sin ayuda.
La alegría es la mejor manera de agradecer por todas las flores que adornan la vida. Por más que te rehúses a verlas,
la belleza está por toda parte. Facilitar la sonrisa de alguien es la más poderosa de las oraciones de gratitud y una
valiosa magia; el buen humor es una constante en los espíritus iluminados. No hay lugar para los enojados en el tren
que lleva a las Tierras Altas.
Jamás te lamentes o impongas a los otros tu voluntad. Sólo transfórmate. Las virtudes están ahí para esto”.
El monje hizo una pequeña pausa y concluyó: “Los buenos ejemplos no cesan aquí, son infinitas las aplicaciones de
las virtudes como herramientas de la Luz al transmutar las sombras individuales y colectivas. El perfeccionamiento de
las virtudes es un eficiente método de evolución”. Le comenté que todo se me hacía muy difícil. El Viejo refutó de
repente: “Por eso la puerta es estrecha y el sendero exige esfuerzo”.
Permanecimos buen tiempo sin decir palabra. Rompí el silencio para confesarle que estaba sorprendido con la extensa
interpretación del monje con relación a un pequeño párrafo de tan pocas líneas. Él levantó los hombros y comentó:
“La inmersión no fue tan profunda. Podemos ir mucho más lejos”. Añadí que toda esa teoría me era nueva. El Viejo
me ofreció una bella sonrisa y la debida corrección: “¡No, Yoskhaz! Toda la sabiduría es muy antigua y nació en
tiempos inmemoriales. Al lado del amor, la sabiduría ha cultivado las semillas de la luz y de la verdad en los campos
de la humanidad desde siempre. Somos nosotros que insistimos en no aprender. Jesús profirió el discurso hace dos
milenios con la autoridad de quien se ofrece a sí mismo como ejemplo de sus palabras. Aunque la puerta sea
estrecha, es la única entrada para el Camino. La puerta está a disposición de todos, a cualquier momento; tan sólo
basta una elección”. Dio una pequeña pausa antes de hacer la observación final: “Repara en cómo el universo se
preocupa por nosotros. Un poco más de mil años después del Sermón de la Montaña, el maestro le pidió a uno de sus
más amados apóstoles que retornara para recordarnos no sólo sobre el poder del amor, la mayor virtud, sino también
para mostrarnos la sabiduría transformadora de las demás virtudes y señalizar el Camino”. Lo interrumpí para decirle
que no sabía a quién se refería. El Viejo cerró los ojos y tarareó la oración que nos enseñó Francisco:
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Esperanza.
Donde haya tristeza, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
172
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Así nacen las alas
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Llovía mucho así que me apresuré. Tan pronto doblé la esquina de la calle estrecha y sinuosa donde se localiza la
oficina de Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos, vi su clásica bicicleta recostada en el poste, lo que
fue motivo de alegría. Al entrar en la zapatería sentí una profusión de perfumes: el olor a cuero y café fresco se
mezclaban con el de las flores. Fue una grata sorpresa ver a Valentina sentada en el mostrador; ella acababa de
llegar. Aunque también era monja de la Orden, no siempre nos encontrábamos, ya que el compromiso asumido por
todos los integrantes de la hermandad era pasar un mes al año en el monasterio para estudiar, debatir y reflexionar.
Nuestras fechas no habían coincidido últimamente. Valentina tenía la poesía como arte, la ingeniería como oficio. Yo la
consideraba una poetisa singular, digna exponente de su generación. Fui recibido con alegría por ambos. De
inmediato estaba sentado ante una taza humeante de café. Le pregunté por el próximo libro y ella contó que estaba
terminando una recopilación de poemas sobre el amor. Dijo que pensaba dividir la obra en dos partes: en una
abordaría las tristezas que éste provoca, mientras que en la otra mostraría su poder encantador. Comenté que el
dolor era la parte putrefacta del amor. Ella estuvo de acuerdo hasta cuando fuimos interrumpidos por Lorenzo:
“Ustedes entienden muy poco sobre el amor”, dijo.
La poetisa sostuvo que toda relación afectiva provoca decepciones y frustraciones, no sólo con relación a las
posibilidades existentes y mal aprovechadas, sino también del amor ofrecido y ni siempre correspondido. Adicionó que
ese era el rostro dramático del amor. Lorenzo meneó la cabeza y expresó: “Para comenzar, es fundamental establecer
la diferencia entre pasión y amor. Existe confusión con esos sentimientos, aunque sean muy diferentes tanto en el
trato consigo mismo como con los otros”. Valentina le pidió que se explicara mejor y el zapatero mostró la gentileza
que le era característica: “La pasión es el resorte propulsor del ego; el amor mueve el alma. La plenitud se revela en
el instante en que el ego también pasa a deleitarse con el amor en detrimento de la pasión, como paso definitivo de
unificación y evolución del ser”.
“Todos buscan la felicidad; dónde y cómo encontrarla es lo que nos diferencia y define como personas. Por más
absurdo que parezca, aquellos todavía en estados primitivos de evolución, que matan o roban, sólo para quedarnos en
los ejemplos más básicos, creen que pueden ser felices practicando el mal, que los productos de sus crímenes les
traerá la anhelada felicidad. Separando las indispensables diferencias, algo parecido ocurre entre pasión y amor. Nos
apasionamos por otra persona y nos ilusionamos con el amor que sentimos”. Lo interrumpí para comentar que la
explicación me estaba confundiendo.
El dulce artesano sonrió y fue didáctico: “La pasión es instrumento de felicidad del ego, preocupado con las propias
alegrías y placeres. El ego le declara al ser que tiene derecho a ser feliz. Sin duda lo tiene, pero al no saber cómo
construir o encontrar ese estado de plenitud en sí mismo, va a buscarlo en la vida del otro, en el atajo cómodo de la
transferencia de responsabilidades. ‘Seré feliz al tener esa persona a mi lado’, estableciendo la sentencia. En ese
exacto momento renuncia al poder sobre la propia vida y es entregado a otro, pues las alegrías y tristezas varían de
acuerdo con las elecciones ajenas. La dependencia se torna absoluta y el sufrimiento inevitable. La pasión nos hace
creer que la felicidad es un banquete obligatorio ofrecido por el otro, como disculpa ante el propio rechazo de entrar a
la cocina, elaborar la receta personal con los ingredientes inherentes a cada uno y disponibles para todos. No
olvidemos que nadie puede soportar el peso de hacer feliz a alguien, todos los días. Así como fuegos artificiales la
pasión surge, hace ruido, tiene brillo y después del show se va”.
Le preguntamos sobre el amor. El zapatero explicó de forma dulce: “Las virtudes son las herramientas que hacen que
el alma sea plena. Sin plenitud no hay felicidad. El amor es la más importante de las virtudes por el hecho de estar
presente en todas las demás; por lo tanto, es imposible ser feliz sin amar”.
“No obstante, es preciso entender el amor bajo el riesgo de no poder vivirlo. Si estás sufriendo, ten la certeza de que
no es por amor sino por falta de él”. Casi que en coro, Valentina y yo discordamos con el artesano. Argumentamos
que todas las personas ya habían sufrido por amor al sentirse frustradas en sus relaciones justamente por amar
demasiado. Él meneó la cabeza y dijo: “Esta es la cuestión. Deseamos ser correspondidos en la medida de aquello que
creemos ofrecer o merecer. Esto es pasión, no amor. Es el ego exigiendo actitudes donde no debe, entrometiéndose
en la consciencia de los otros; son sus sombras transfiriéndole al mundo la responsabilidad por la propia alegría y
bienestar”. Bebió un sorbo de café antes de proseguir: “El amor es lo inverso de la ecuación, es la superación del
sufrimiento. El amor, por ser amor, trae en sí virtudes esenciales: la sabiduría de entender que cada cual es
responsable por la propia felicidad; la compasión para no delegar la carga de afecto que deseamos, pues no se puede
exigir lo que el otro no posee; la humildad se hace indispensable para comprender que no es justo esperar la
perfección ajena, ya que no la tenemos para ofrecer; la sensatez de aceptar que no podemos imponer nuestros
deseos a la voluntad de los otros y tampoco somos prioridad en la vida de nadie”.
173
“Así, el amor traspasa las dificultades tan comunes en las relaciones y los hechos mundanos que vulgarmente
llamamos ‘problemas’ son trascendidos. El amor lleva a otro nivel de percepción y hace que el individuo no sea
alcanzado por el torbellino de emociones desencontradas que lo mantienen suspendido en el aire. Sólo el amor hace
posible que florezca desde la esencia toda transformación. El Universo en respuesta le entrega todo y mucho más al
individuo que se completa en sí mismo, alejando las brumas de la ilusión que tanto engañan, conquistando la plenitud
y consecuente estado de paz y felicidad. Este es el poder. El amor se hace sagrado al despertar lo divino que duerme
en cada uno de nosotros. El amor es el único puente entre el desierto y las Tierras Altas. Vivir el amor es hacer la
travesía”.
Valentina tenía una mirada distante como si estuviera encantada con un paisaje inusitado. Yo estaba inconforme con
aquellas ideas y afirmé que los amantes también sufren. El zapatero discordó: “Sólo existe resentimiento entre los
apasionados, nunca en una relación de amor verdadero. El amor es la perfecta cura del dolor. El amor trae en sí la
comprensión, la paciencia, la tolerancia y, si es necesario, el indispensable perdón”. Refuté diciendo que tal
sentimiento era un sueño casi imposible de alcanzar. Lorenzo levantó las cejas y explicó: “Será difícil mientras
estemos presos a la obsoleta manera de pensar, condicionados a recibir en vez de ofrecer, sin entender que todo el
amor que se posee es tan sólo aquel que se es capaz de dar.” Hizo una pequeña pausa para beber un poco de café y
dijo: “Aquello que no somos capaces de dar, aún no estamos preparados para vivirlo”.
Argumenté que muchas veces doné mucho de mí y no recibí nada a cambio. El zapatero me miró como si fuera un
niño y preguntó: “¿Y cuál es el problema, no era amor? Donde existe donación no se puede exigir nada a cambio.
Cuando es amor nunca habrá recibos, cuentas o impuestos. Debemos alegrarnos por la belleza y encanto que
provocamos, nada más. No obstante, si esperabas algo en retribución no había pureza en tus intenciones, pues
estabas más interesado en ti que en el otro, solamente ofrecías para recibir, por lo tanto, no era amor. El amor
cuando es puro, y sólo así será verdadero, no sufre, no se deteriora y es capaz de florecer bajo las más terribles
tempestades; por ello no germina en suelo adobado por intereses extraños a las virtudes esenciales”.
Recordé cómo es agradable sentirse amado. Lorenzo estuvo de acuerdo: “Sin duda, es maravilloso. El amor que
recibimos calienta y reconforta, pero no olvides que solamente el amor ofrecido transforma y eleva”.
“En la pasión la felicidad se traduce en el afecto que se recibe. En el amor encontramos la plenitud al ofrecer lo mejor
que nos habita; la felicidad es mera consecuencia”. Levantó las cejas, gesto que hacía siempre que aumentaba el tono
de seriedad en sus palabras y dijo: “Lo más grave y la causa de los mayores sufrimientos es justamente condicionar
la felicidad a recibir cariño y atención. Esta mentalidad se vuelve un vicio cruel; y lo peor, para mantenerlo
necesitamos controlar las elecciones ajenas. Entonces creamos reglas de comportamiento absurdas y coercitivas,
revelando el condicionamiento ancestral y atávico de dominación existente en el inconsciente colectivo, fruto del
miedo ante el abandono, de la agonía típica al sentirse incompleto y de la ansiedad al no entender cuál es el pedazo
que falta; de la ignorancia al no percibir que para ser entero basta despertar las virtudes latentes en lo más íntimo del
ser, posibilidad que está al alcance de cualquier persona. Nos ilusionamos al pensar que encontraremos en el otro
aquello que no podemos encontrar en nosotros mismos. Aprendemos mucho con los otros, nos sentimos bien al lado
de ciertas personas por la afinidad energética dada la misma sintonía de ideas y sentimientos; amamos mucha o poca
gente, sin embargo, creer que alguien irá a completarnos es una enorme sombra y raíz de mucho dolor. Por otro lado,
cuando entendemos que el amor se vuelve perfecto por el simple acto de donar lo mejor de sí sin pedir absolutamente
nada a cambio, al ejercitar sin contrapartida las virtudes ya consolidadas, nos liberamos de la terrible prisión sin rejas
llamada dependencia emocional. Así nacen las alas”.
“El Universo en su inconmensurable sabiduría nos ofrece la experiencia de los hijos y de la familia, entre otros
motivos, como oportunidad de vivenciar el amor incondicional en su forma más básica. Padres que aman a sus
retoños se sienten repletos de felicidad al ver la sonrisa en el rostro de sus hijos. No miden esfuerzos o sacrificio,
apenas se alegran con la alegría de la prole, ¿no es así? Sólo nos queda aprender a expandir ese amor al mundo y a
toda la gente”.
Permanecimos un tiempo en silencio. El zapatero fue a preparar un poco más de café, cuando reparé que Valentina
garabateaba en un bloque de papel sobre el mostrador. Le pregunté qué escribía y ella hizo un gesto con la mano
para que yo esperara un poco. Cuando el artesano regresó con café fresco y llenó nuestras tazas, ella leyó la propia
creación:
“En la infancia de la existencia me alegro
con mi pelota,
mi muñeca,
mi bicicleta,
174
y cuando mis amigos no están
en el estante,
a mi disposición,
peleo, peleo y peleo.
Sufro, siento dolor”.
“En la madurez de la vida me completo
con las flores que planté,
con el pote de agua que dejé,
con las sonrisas que provoqué,
con los abrazos que intercambié.
Y sigo.
¿Qué me llevo?
Tan y solamente
el amor que sembré”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
El escondrijo del mal

1 COMENTARIO
Canción Estrellada, el chamán que tenía el don de transmitir la sabiduría ancestral de su pueblo a través de la música
y de las historias que contaba, encendió el hornillo de piedra roja de su imperecedera pipa y dio una bocanada. Era un
fin de tarde de otoño, estábamos sentados en la terraza de su casa y nos cubríamos con mantas coloridas para
ahuyentar el frío típico de las montañas de Arizona en esa época del año. Yo había acabado de llegar de viaje y la
primera cosa que el chamán me preguntó, después de saludarnos, fue el motivo por el cual yo “parecía cargar tanto
peso en la espalda”. Sí, era verdad, yo estaba mal. Sonreí sin gracia, como quien es visto sin la ropa del personaje
que creamos para interpretar quien no somos en los escenarios de la vida, y declaré que el mundo no era un buen
lugar para vivir. En seguida le relaté algunos problemas que enfrentaba debido a la posición absurda de algunas
personas contrarias a mí. Sentencié que, sin lugar a duda, el planeta estaba habitado por gente atrasada, insensible y
mala.
Canción Estrellada oyó todo en silencio, cuando terminé de hablar me preguntó: “Existe una bella leyenda de mi
pueblo que tal vez te ayude a entender el momento por el cual atraviesas. ¿Quieres oírla?”. Respondí que sería una
honra, pues al final ese era el talento de Canción Estrellada. Él sonrió y narró la historia pausadamente: “Había una
aldea próspera y tranquila que estaba a la expectativa de saber cuál de sus habitantes sería escogido para ocupar un
lugar en el Consejo de los Sabios que gobernaba la tribu. Ya habían tenido varias reuniones sin que el Consejo se
definiera por el nuevo miembro, hasta que uno de sus integrantes más antiguos, el sensato y bondadoso hechicero de
la tribu, tuvo un sueño en el cual el Gran Misterio le avisaba que la aldea estaba prestes a ser atacada por un
monstruo desconocido. Alertó que solamente después de capturar a la fiera el Consejo estaría en condiciones de
decidir sobre el nuevo miembro. Por coincidencia, una de las abuelas de la tribu, una anciana generosa y muy
apreciada, tuvo el mismo sueño aquella noche. Era el Gran Misterio confirmando las señales. No había duda de que el
predador tenía que ser cazado. Como era una tarea extremamente peligrosa, era claro que debía estar a cargo de
quien se ofreciera espontáneamente a tal riesgo. De repente uno de los guerreros más bravíos de la tribu, un hábil
cazador conocido por su belleza, destreza, coraje y admirado por todos, se ofreció. Ya que nadie conocía las facciones
del monstruo, fue preciso que el hechicero de la tribu le pidiera al Gran Misterio que las revelase a través de los
sueños. Aquella misma noche el pedido fue atendido y a la mañana siguiente el poderoso chamán describió los trazos
asustadores de la criatura maligna. Dijo también que el Gran Misterio había anticipado que sólo si el bien persistía, el
mal sería vencido. Ante la conmoción general, el intrépido guerrero se despidió de su amada esposa e hijo y le
prometió a la tribu que sólo regresaría trayendo en su mochila la cabeza demoníaca del animal desconocido. Cabalgó
durante días usando su enorme habilidad para rastrear al monstruo. A veces le parecía estar muy cerca del predador,
a punto de encontrarlo, pero el animal parecía escapar por alguna grieta misteriosa del bosque. Muchas noches, bajo
el abrigo y el calor de una hoguera, sintió ganas de volver debido a la nostalgia de la familia y de la aldea, pero
recordaba la promesa hecha y el compromiso para defender a aquellos que tanto amaba. Era un guerrero y esto lo
animaba a proseguir. Cierto día, con las fuerzas casi agotadas, desanimado porque sus oraciones al Gran Misterio no
eran atendidas, corroído por el desgaste físico y emocional, se bajó del caballo a la orilla de un enorme lago de aguas
plácidas, pues tenía sed. Cuando aproximó el rostro al perfecto espejo de agua, para su enorme sorpresa, vio el
reflejo del monstruo al que perseguía”.
Canción Estrellada, como un buen contador de historias, hizo una pausa dramática a propósito, dio una bocanada de
humo y continuó contando la leyenda: “Al contrario de lo que se pueda imaginar, el monstruo no estaba atrás o al
lado del guerrero; era él mismo. Vio en los contornos de su rostro los trazos de la fiera descrita por el hechicero.
175
Apenas en la soledad y en la entrega de la búsqueda se puede permitir el verdadero encuentro, el de estar frente a
frente consigo mismo, sin máscaras, trucos, mentiras e ilusiones para desvendar la verdad”.
“Se asustó mucho. Siempre creyó ser un buen hombre, un guerrero que mediante la caza alimentaba a la aldea,
amaba a su esposa y a su hijo, era leal a sus amigos. Llegó a pensar que había enloquecido al ver la cara del
monstruo en su propio rostro. Resolvió montar campamento a la orilla del lago hasta entender todo lo que acontecía.
En los primeros días sintió una mezcla de decepción, desánimo y rabia al descubrir que no era exactamente quien
siempre se imaginó. Llegó a considerar el absurdo suicidio como manera eficiente de exterminar al monstruo. Desistió
de la idea al recordar las palabras del sabio hechicero, ya que si era persistente el bien se sobrepondría al mal. Pasado
el impacto inicial, percibió que había creado una imagen de sí mismo que, si bien no era verdadera, tampoco era del
todo mentirosa. Admitió tristezas recurrentes, frustraciones aún no superadas, fugas de la realidad para no enfrentar
sus emociones conflictivas, pues era un guerrero famoso por su bravura. Reconoció que, muchas veces, confundió el
sentimiento de justicia con el deseo de venganza. Percibió que las virtudes esenciales de la compasión y de la
humildad eran anuladas por las sombras de la vanidad y del orgullo, haciendo con que se irritase con facilidad y
culpara a los otros por sus decepciones. A menudo usaba el ímpetu bajo el manto del coraje. Recordó momentos en
los que usó inadecuadamente su fuerza de guerrero para prevalecer en pequeñas cuestiones ante los más débiles.
Entendió también que aunque el coraje fuera una noble virtud, parte de esa bravura servía para desviar su propia
atención, y la de todos, ante las fragilidades que sangraban en su interior, justo aquellas que él no tenía coraje de
revelar y enfrentar. Poco a poco entendió la necesidad de cambiar la visión que tenía de sí, de encontrar lo que había
perdido dentro, en vez de sólo luchar contra lo que existía fuera; de aprender que el mundo sólo se derrumba cuando
el alma se desequilibra. Ante tal desarmonía su famoso coraje podría ser mal direccionado y perjudicar además de a sí
mismo, a toda la aldea. Era preciso aceptar y abrazar sus sombras, el lado más oscuro, justo aquel cuya existencia
nunca quiso admitir. Solamente así podría sacar de la caverna oscura su otro lado para ofrecer la claridad y la belleza
de la luz. Era la oportunidad de ser pleno y hacer con que el ego se maravillara con las virtudes del alma, uniendo
todas las partes de sí mismo, transformándose en un individuo más fuerte, consciente y amoroso”.
“Los viajeros que pasaban por el lago y veían a aquel hombre solitario, andrajoso, sentado debajo de un árbol, con
una extraña sonrisa en el rostro, seguían de largo pensando que se trataba de un loco. Muchos meses pasaron hasta
que el guerrero pudo conocerse por entero y percibir que había iluminado muchas de las fendas sombrías de su ser,
tiempo suficiente para saber quién era, dónde habitaba el monstruo, el alcance de sus tentáculos, la influencia de sus
consejos y engaños. Y lo más importante: entendió que matar al monstruo sería matar una parte de sí mismo; era
preciso abrazarlo. Estaban unidos como creador y criatura. El monstruo no era un enemigo; al contrario, todo su
enorme poder podría ser usado en favor del bien. Para conseguir la cura, el tratamiento escogido es fundamental: el
monstruo necesitaba conocer y deleitarse con el poder del amor, pues todo el mal tiene su origen en la falta de amor.
La cura se traduce en libertad, nunca por la muerte del carcelero sino por su transformación”.
“Había llegado el momento de regresar para compartir con la tribu la riqueza conquistada. Era posible seguir con
ligereza y simplicidad sin el peso insoportable del orgullo y de la vanidad. Las virtudes estaban libres para florecer.
Había un nuevo concepto y manera de ser y vivir. Este entendimiento define los dolores y las delicias de la vida, la
guerra o la paz en el mundo, en la aldea y en sí mismo”.
“Sin embargo, no quería volver con las manos vacías, llevando sólo palabras. Vio un pedazo de tronco y tuvo una
idea. Con su puñal comenzó a esculpir un tótem; al final regresaba a casa. Cuando atravesó el portón de la aldea
hubo una gran conmoción. Muchos lo daban por muerto, vencido por el monstruo o por la selva. Su esposa lo abrazó
emocionada; su hijo, aún de brazos cuando partió, corrió a abrazar a su padre. El guerrero estaba muy delgado, la
ropa en harapos, sucio, con hambre, pero tenía una luz indescriptible en su mirada y una dulzura desconocida en su
sonrisa. Varios se apresuraron para preparar una fiesta por el retorno del valiente guerrero, otros querían oír las
historias que él tenía para contar, hasta que el buen hechicero de la tribu se colocó ante el guerrero y le preguntó por
la promesa hecha de sólo volver si traía en su equipaje la cabeza del monstruo. Le recordó que una persona se definía
por su palabra. En ese instante todo el clima de alegría por el regreso del guerrero se modificó en un ambiente de
gran tensión; al final, había un compromiso a ser honrado. Algunos segundos de silencio parecieron demorar una
eternidad. Ante el cuestionamiento del sabio hechicero todas las miradas se volvieron hacia el guerrero, que mantuvo
las facciones serenas e inmutables; aquel cuerpo lánguido y hambriento, que ni de lejos se parecía al del hombre
musculoso de antaño, transmitía una fuerza descomunal. El guerrero abrió la mochila y sacó el tótem que había
esculpido en sus últimos días en el lago. Era la escultura de su propio rostro moldeada a la perfección’”.
“Al ver a la tribu estupefacta, el guerrero dijo: ‘Les ofrezco la cabeza del monstruo que existía en mí, pero que dio
lugar a un nuevo ser, aunque sea el mismo, son diferentes en sí. No es una imagen para ser adorada en ningún altar,
sinos para ser transmutada en la hoguera de esta noche, como recuerdo de un hombre que hizo la travesía por las
profundidades abismales del propio ser y regresó a la luz, trayendo todas las partes que lo componen debidamente
alineadas, armonizadas y en paz’. El hechicero quiso saber si además de la cabeza de la criatura, el guerrero traía
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algo más en la mochila. Él respondió: ‘El amor por mí y, en consecuencia, por toda la gente. El amor adormecido es la
cura aún no revelada de todo sufrimiento. Este es el verdadero encuentro de la vida, esta es la esencia, todo el resto
es sólo apariencia’”.
“En seguida el guerrero concluyó: ‘No sé si el Consejo considerará la promesa como cumplida, mas acataré con
resignación cualquier decisión’. En aquella aldea la pena por la palabra deshonrada era el exilio. Hubo un gran
cuchicheo. Inmediatamente el hechicero estiró el brazo, le entregó al guerrero el bastón sagrado del Consejo de los
Sabios y dijo: ‘Te transformaste en el guerrero de ti mismo, en el héroe de la propia historia que venció la gran
batalla. Así nacen los sabios. Estás listo. No queremos perder lo mejor de ti. ¡Bienvenido!’”.
Permanecimos en silencio por largo tiempo. Era el momento de reflexionar sobre todo lo que había sido dicho y
encontrar el debido lugar para aquellas ideas. Cuando el chamán me pasó la pipa, yo estaba con la mirada distante. Él
sonrió al percibir que sus palabras habían sido sembradas en mi corazón. Le pregunté si él estaba intentando decir
que todo el mal del mundo se escondía en mí. Canción Estrellada me miró con compasión y humildad y dijo: “Todo no,
apenas el mal que te hace mal. El monstruo que nos atormenta y devora está dentro y no fuera de nosotro. Nadie
puede perjudicarnos más que cada cual a sí mismo”. Tomó la pipa de mis manos y fumó antes de finalizar: “Observa
el mundo, aprovecha la vida, ofrece lo mejor de ti y educa al monstruo que habita en tus entrañas; mientras tanto, sé
feliz”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Las maravillas de la duda
1 COMENTARIO
“¿Qué es lo correcto?”, me preguntó el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden,
como lo hacía Sócrates, el filósofo griego que devolvía con una pregunta a otra como método de raciocinio. Estábamos
sentados en el refectorio del monasterio ante una taza de café y un pedazo de torta de avena. Siempre me había
sentido incómodo con una serie de dilemas de lo cotidiano: desde cuestiones políticas y sociales que de alguna
manera nos tocan a todos, hasta incertidumbres con relación a mi vida personal, como cambiar de novia, trabajo,
ciudad o estilo de vida. Argumenté que a cada instante nos deparamos con dudas que nos incomodan a diferentes
escalas, algunas son banales, otras mucho más serias. Lo malo es que las dudas causan bastante incomodidad. Para
empeorar y dadas mis incertidumbres, yo me deparaba con personas de opiniones divergentes, en contra o a favor,
todas convencidas de sus posiciones y con fuertes argumentos. Comenté que quería librarme de la incomodidad de la
duda y saber siempre qué era lo correcto a hacer. En ese momento vino la pregunta del Viejo sobre qué era lo
correcto. Respondí que si yo había hecho la pregunta era porque no lo sabía y necesitaba una respuesta. El monje
bebió un sorbo de café y dijo: “Mi respuesta dibuja mi verdad, no necesariamente la tuya. Es necesario que te
esfuerces para encontrar aquella que te completará, por esto la incomodidad. ¡Bendita sea la duda!”.
Irritado, le dije que no me estaba ayudando. El monje mantuvo el tono tranquilo de la voz para traerme de vuelta al
agradable ambiente del monasterio: “Las dudas traen cuestionamientos, los cuales penetran y nos llevan a buscar la
parte que nos falta; sólo en el ejercicio de esta búsqueda encontraremos la verdad”. Argumenté que él estaba
equivocado, pues muchas de las verdades que me eran absolutas en el pasado hoy ya no se sostenían. El Viejo sonrió
y dijo: “Perfecto y maravilloso. Todo cambia. ¿Sabes lo que esto significa? Evolución”. Le pedí que se explicara mejor
y el monje fue paciente: “Las verdades se modifican a medida que alteramos los niveles de consciencia y de amor. El
entendimiento se transforma con el florecimiento de las virtudes en el individuo. De flor en flor construimos los
jardines de la humanidad; de verdad en verdad encontraremos la Verdad”.
Le pedí que ejemplificara. El Viejo fue didáctico: “Volvamos a los años 1800. Doscientos años en el contexto histórico
es un segundo en la Historia, tan poco tiempo que los reflejos de aquel período aún son claramente sentidos hoy en
día. En esa época buena parte del mundo, especialmente las Américas, enfrentaba el gran dilema de abolir la
esclavitud. La esclavitud es un asunto resuelto en la modernidad, no existiendo cualquier duda sobre lo absurdo que
es que una persona sea propietaria de otra. Claro que puedes cuestionar que todavía hay cautiverios oriundos de
relaciones laborales precarias o de dependencias emocionales. Sin embargo, me refiero a la insensatez de que la ley
permita el comercio de personas como si fueran cosas, sin cualquier manifestación de voluntad de aquellos que eran
cautivos. No obstante, hubo tiempos en que las personas lo consideraban normal, creían tener ese derecho y que
podrían ser dueñas de otras. Había escritura de compra y venta y los esclavos eran considerados bienes pasibles de
herencia. Aunque tortuosos, no les faltaban argumentos y eran apoyados por muchos que vivieron en aquel período.
Esa era la verdad de una parte significativa de la población en aquel momento”. Hizo una pequeña pausa para
mordisquear un pedazo de torta y siguió: “En el compasado proceso de evolución de la humanidad fue necesario que
alguien levantase dudas sobre aquellas verdades y derechos; lentamente otras personas se fueron adhiriendo y
ampliando los cuestionamientos, presentando la posibilidad de la existencia de una verdad diferente, donde era
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posible una coexistencia más luminosa. Esta nueva forma de ser y vivir se fue expandiendo hasta que llegaron los
inevitables cambios”.
“Las dudas de hoy serán superadas mañana según la perfecta regla de la evolución individual que, poco a poco, se
propaga por toda la humanidad cuando inevitablemente surgen nuevas dudas para que otras verdades puedan
revelarse. Así caminamos”.
El Viejo permaneció con los ojos perdidos como si hablase consigo mismo y susurró: “Me asustan las personas que no
tienen ninguna duda sobre cualquier asunto. De allí, a menudo, surgen algunos absurdos o atrocidades. La Historia
está llena de ejemplos”.
Comenté que comprendía toda la explicación del monje, pero que no sabía qué posición tomar respecto a las dudas
que yo tenía, todas actuales e influyentes en mi día a día. Él me sugirió de modo enigmático: “Piensa en el árbol y en
el fruto”. El signo de interrogación que surgió en mi frente hizo que el Viejo profundizara el raciocinio: “Conocemos un
árbol por sus frutos. Tú eres el árbol; tus elecciones son los frutos. Observa si ellas alimentan y alegran a quien está a
tu alrededor; si a cada decisión que tomas el mundo se aproxima o se distancia de tus sueños. Suele ser un método
eficiente para sanear dudas momentáneas, quebrar paradigmas, inventar nuevos patrones e iluminar las calles
oscuras por las cuales andamos”.
“No te extrañes si en ese momento una voz interna viene a decirte que el mundo está perdido, que no tiene solución,
que las personas no van a cambiar, que tus actitudes aisladas serán insignificantes y que estás perdiendo tiempo. Son
los consejos de tus sombras atadas a la comodidad, al egoísmo y al inconsciente colectivo todavía nebuloso y
vinculado a experiencias dolorosas del pasado que no pueden superar. Tus elecciones, por más aisladas que sean,
harán toda la diferencia. Recuerda que el Universo siempre conspira a favor de la Luz; por lo tanto, ningún
movimiento en ese sentido, aunque aparentemente imperceptible, será despreciado. Aunque los cambios tomen
mucho tiempo para concretarse, un bello jardín nace de un único árbol y de la fuerza de sus frutos. Habrá otras
personas que también tengan las mismas dudas y cuestionamientos, sueños y verdades; en ese momento tu actitud
será fundamental para que ellos se animen a proseguir. Cada elección es un fruto y todo fruto está repleto de
semillas, ¡entonces que sean de Luz!”.
“La duda es la semilla que transforma la realidad. La verdad es el fruto que al madurar tiene el sabor de la libertad”.
Dio una pausa y acrecentó: “Sólo no olvides el compromiso que debemos tener con la mansedumbre y la paz.
Cambios violentos o impuestos a la fuerza no se sostienen por mucho tiempo, pues son de fuera hacia dentro. La
transformación tiene que ocurrir de dentro hacia fuera; la verdad tiene que estar entrañada en el ser o no será
transformación sino simple maquillaje que se disolverá con la primera lluvia”.
Le pregunté si las dudas sólo traían beneficios. El Viejo levantó las cejas y dijo: “Claro que no. Como todo en la vida,
existe un punto de mutación. Si no sabes usar la duda como resorte propulsor para desvendar el velo que te impide
una visión más afinada y así alterar la propia realidad, la duda te aprisionará en la agonía de la inercia. La duda
necesita ser enfrentada y resuelta. La verdad nace del movimiento interno por la liberación del ser”.
“La verdad necesita de la duda para germinar. Tu consciencia se alimenta de tus verdades; ellas se amplían hasta el
último de los límites, entonces se transforman en otras. El nombre de eso es transmutación. Es lo que Canción
Estrellada, el sabio chamán de Arizona, llama de medicina de la cobra: cambiar de piel para crecer; ser el mismo,
pero ser diferente y mejor”.
Me pidió que le sirviera más café, bebió un sorbo y manifestó: “Por eso el intento de convencer a los otros sobre las
propias verdades es el ejercicio de los tontos. No siempre la persona está lista para entender el cambio. Cada cual
trae un equipaje de experiencias todavía no resueltas que precisa decodificar, armonizar y, posteriormente, extraer
las verdades allí contenidas. Así expandimos la consciencia. Es necesario respetar y tener paciencia con las
dificultades personales y el tiempo que cada uno necesita para completar cada ciclo de conocimiento. Cuando
exponemos nuestra verdad, con frecuencia encontramos en el otro un cuestionamiento más allá del nuestro”. Hizo
una pausa y concluyó: “No creas que por el simple hecho de sentirte despierto, todos los demás que no piensan igual
a ti aún están durmiendo; algunos despertaron más temprano”.
Le pregunté qué hacer cuando no haya convergencia de opiniones: “Expón tus argumentos de manera clara y acepta
serenamente la posición ajena. La buena semilla no se pierde. Esto demuestra respeto por ti y sabiduría en relación a
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la vida. Lo más importante, vive tus ideas como modo de animar las propias palabras. Las verdades personales nos
definen y ellas no son los discursos, sino las elecciones que colocamos en práctica”.
Finalmente quise saber lo que él hacía ante una duda. El Viejo sonrió levemente y dijo: “Cuando tengo que tomar una
decisión y la duda hace con que una bifurcación surja en el camino, tengo siempre el amor como estrella guía para
orientar mis pasos. Orgullo o humildad; vanidad o simplicidad; egoísmo o compasión; deseo o necesidad; venganza o
justicia; subterfugio o pureza. Solamente el amor me dirá si la verdad que me aconseja se origina de las sombras o
de la Luz”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Una delicada virtud
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Los fuertes vientos de final de otoño anunciaban la llegada del invierno y asolaban la pequeña y elegante ciudad
localizada en la falda de la montaña que acoge al monasterio. Yo caminaba por sus calles sinuosas intentando
protegerme del frío, cuando vi la clásica bicicleta de Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos,
recostada en el poste en frente del taller. Fui recibido con alegría y una taza de café. Sentados cerca del antiguo
mostrador de madera, íbamos a comenzar una conversación banal cuando un sobrino del artesano entré al taller en
busca de abrigo y prosa. El joven había realizado una audiencia para su agitado proceso de divorcio en el sencillo foro
de la ciudad y el tren que lo llevaría de vuelta a la ciudad, donde ahora vivía, sólo partiría al anochecer. Él estaba
bastante molesto y pronto comenzó a desahogarse con el tío sobre el enorme disgusto que el divorcio le causaba,
todo por causa de la separación de bienes. Explicó que la ex esposa se negaba a reconocerle sus derechos y a
entregarle lo que era suyo por justicia. Dijo que la ley era clara y definía lo que le pertenecía a cada uno. El artesano
lo interrumpió con un sutil comentario: “La ley puede ser clara, la justicia no tanto”.
El joven se espantó. Argumentó que las leyes existen para traer la paz y distribuir la justicia. Lorenzo se pasó la mano
por el cabello blanco, gesto que hacía cuando sabía que la conversación no sería fácil y dijo: “Las leyes surgen por la
necesidad de una convivencia armoniosa en sociedad, en la cual es preciso establecer reglas para definir intereses,
dirimir conflictos, ecualizar fuerzas y mantener el orden social. La paz es una cuestión interna, de cuño espiritual, que
poco o nada tiene que ver con las leyes. Ley y justicia, con frecuencia, están distantes entre sí. La historia está
repleta de ejemplos”.
“El Derecho, como todo en la vida, se modifica según la evolución personal y se extiende a la civilización. Las leyes
reflejan el nivel de consciencia de un pueblo; el nivel actual de entendimiento de un grupo sobre la realidad que lo
envuelve, sus búsquedas y deseos. La justicia, por tratarse de una virtud, tiene carácter personal y, siendo así, está
ligada al grado de evolución espiritual del individuo. Emplear o seguir las leyes es una tarea aplicable a todo
ciudadano en el día a día; ser justo, un arte del ser disponible en cualquier instante y raros son los que lo pueden
entender”.
El sobrino le pidió al tío que se explicara mejor. El zapatero dijo: “Como una fotografía dinámica de las personas
encuadradas, las leyes aún navegan en los mares de la imperfección, en el arduo viaje del perfeccionamiento al
servicio de una sociedad en busca de su equilibrio. Por ahora, las leyes se alimentan en graneros de luz y de tinieblas.
De un lado, avanzan a través de los siglos en el sentido de garantizar derechos fundamentales a las personas
comunes reduciendo los abusos de los poderosos y los excesos del Estado. Por otro, una de sus fuentes siempre fue el
egoísmo”.
¿Egoísmo? Al joven le pareció extraño. El zapatero explicó: “Desde el inicio, las leyes han sido utilizadas para
mantener intereses que no siempre son legítimos, sostener privilegios y resguardar ‘lo que es mío’. Es muy común
usar inadecuadamente la ley para disfrazar el egoísmo con las máscaras del Derecho. Cada vez que escucho a alguien
diciendo que ‘quiero lo que es mío por derecho’, la señal de alerta pita y me pregunto: ¿será ese derecho,
regularmente garantizado por ley, una medida justa? ¿Tal ley carga consigo el vicio del privilegio o la belleza de la
justicia? Son preguntas que no pueden acallarse en la consciencia de un andariego”. Tomó un sorbo de café y
comentó: “Poquísimos son los que pueden delinear la diferencia entre lo rancio de las ventajas y el perfume del
merecimiento cuando poseen algún interés en juego. Dónde hay privilegios no existe justicia”.
El muchacho argumentó que la solución era sencilla, pues bastaba una revisión a los códigos legales para alejar todos
los privilegios. Lorenzo arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “Sin duda sería una buena medida, mas no
bastaría. Ser justo va mucho más allá. Nuestras relaciones son los campos de prueba donde ejercitamos el
aprendizaje y perfeccionamos el ser. En la convivencia con todos debemos ofrecer las virtudes ya florecidas y cultivar
aquellas que aún están en semilla. La justicia es una de las más difíciles, pues necesita de otras virtudes para
completarse. Es una manjar de diversos ingredientes y de preparación sofisticada: es necesaria la humildad para
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reconocer las imperfecciones como cocinero; la compasión para entender la dificultad ajena con relación a nuevos
sabores; la pureza para que no hayan intenciones ocultas en la receta; la sabiduría para no dejar que las experiencias
desastrosas del pasado turben el paladar; la generosidad como el condimento esencial en todos los platos; el buen
sentido para no servir ni más ni menos, sino la exacta porción; además del amor, es claro, sin el cual la venganza
amargará la justicia”.
El joven dijo que todo le parecía muy poético y poco claro. El artesano fue didáctico: “La justicia es una virtud,
aunque aparentemente simple para la mayoría pues muchos se creen justos, hecho que interfiere al impedir superar
el actual nivel de entendimiento, cuando en realidad la justicia posee una complejidad propia”. Bebió un sorbo de café
y dijo: “El inconsciente participa más de nuestras decisiones de lo que somos capaces de percibir. Una serie de
vivencias, situaciones no siempre placenteras, quedan allí escondidas condicionándonos y manipulando las
percepciones y, en consecuencia, las elecciones. Por ignorancia o comodidad, en el intento de volver a evitarlas,
permitimos que el miedo asuma el comando. Recuerdos de experiencias sufridas y desastrosas tienden a desvirtuar la
mejor elección de diversas maneras”.
“El miedo a la escasez material sumado a la ignorancia con relación al patrimonio espiritual que lo enriquece, lleva al
individuo a abarcar de modo indebido e innecesario sus posesiones o a mantener a cualquier costo las ventajas y
privilegios, hasta ahora asegurados. Cuando existe algún interés económico en juego, el ego primitivo se agarra de
las leyes que por ventura sustenten su deseo, o dispara un curioso mecanismo mediante el cual monta raciocinios
tortuosos como piezas de un absurdo rompe cabezas para justificar lo injustificable”.
“Comunes, también, son los casos de orden emocional. Surgen cuando el ego, llevado por las sombras e influenciado
por los sufrimientos pretéritos, es aconsejado a sentenciar al otro al mismo sufrimiento por él sufrido, como si
esparciendo el propio dolor disminuyera dentro de sí, en cruel ciclo vicioso. Condenar al otro se torna una irracional
ecuación de absolución de sí mismo. Ligados al vicio atávico de la dominación necesitamos creer que el otro es peor y
menor en la ilusión de sentirnos mayores y mejores; comportamiento que quedará sin solución mientras el individuo
no traiga al consciente los temores inconfesables del inconsciente”.
“En ambas situaciones, acabamos alimentando el inconsciente colectivo ligado a la oscuridad. Estancados,
renunciamos a la luz generada por la fuerza motriz del autoconocimiento, atrasando las preciosas transformaciones
evolutivas. Mientras no llevemos al consciente las emociones dolorosas del inconsciente para que sean transmutadas
en sabiduría y amor, estaremos alejados del perfecto sentido de justicia. Un corazón herido siempre ofusca la visión
cristalina de la mente. Así, infeliz al estar incompleto, el individuo procura las fantasías del poder contenidas en el
orgullo, en la vanidad y en la arrogancia como forma de esconder las fragilidades perturbadoras”.
El joven, claramente incómodo, no paraba de moverse en la silla. El artesano siguió el raciocinio: “El florecimiento de
la virtud se presenta cuando somos capaces de soltar algo que nos pertenece por derecho, pero que nos es ilegítimo
por justicia. Si nos rehusamos a ejercer determinado privilegio, aunque sea legal, o renunciar a alguna cosa cuando
todas las leyes ofrezcan la garantía para mantenerlo bajo nuestro dominio, demuestra la capacidad de oír la dulce
flauta de la justicia en detrimento del rugir ensordecedor de los tambores del egoísmo”. Volvió a beber café y
complementó: “Lo contrario no siempre se aplica: exigir que alguien renuncie a algún derecho a nuestro favor puede
ser una actitud simplista y tendenciosa, en la cual no reside cualquier virtud. Luchar por un derecho no siempre
significa una batalla justa. Hay que estar atento”. Miró al muchacho a los ojos y como si fuera un secreto dijo: “Es
necesario conocerse para evolucionar; es preciso ir al fondo de sí mismo para ser justo o no habrá liberación”.
Incómodo con la conversación, el sobrino alegó que estaba atrasado, aunque sabíamos que faltaban un par de horas
para la partida del tren. Agradeció la acogida, el café y se despidió. Cuando llegó a la puerta se volteó, miró
seriamente al tío y dijo que volvería para continuar con aquella conversación. El zapatero sonrió satisfecho y dijo:
“Hay mucho más para comentar sobre la justicia, esa delicada virtud”.
A solas, comenté que el asunto era amplio y repleto de sutilezas. Lorenzo meneó la cabeza y adicionó: “La paradoja
en esto es que cuando ecualizamos justicia y derecho en la misma sintonía, llegaremos a un punto de mutación en el
cual las leyes comunes dejarán de existir por ser innecesarias”. Quise saber lo que era un punto de mutación. La
respuesta del artesano fue concisa: “Todo lo que existe en el universo se traduce en energías que se expanden hasta
la frontera del propio límite, cuando se transmutan en sí mismas por otras”. Aún sin tener seguridad de haber
entendido, le pregunté cuán distante estábamos de tal punto de mutación con relación a la necesidad de las leyes. El
zapatero explicó de manera pedagógica: “Al entrar en mi taller no verás una placa que diga ‘está prohibido escupir en
el piso’, por el simple hecho de ser impensable que alguien haga esto. Sin embargo, mientras necesitemos de una ley
declarando que ‘todos somos iguales ante la ley’ es porque nociones elementales de justicia aún no son comprendidas
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por la gran mayoría de las personas”. Arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “Pero no te preocupes, de una
manera u otra, estamos todos condenados a completar el viaje rumbo a la perfección. Cada cual a su paso”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares

Encuentro agendado
1 COMENTARIO
El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, me reprendió sólo con la mirada, sin
pronunciar palabra. Yo estaba en el jardín interno del monasterio hablando por el celular, cuando tan sólo es
permitido usarlo en la noche, en el cuarto, para no desperdiciar lo mejor de la vivencia ofrecida en el monasterio. La
OEMM – Orden Esotérica de los Monjes de la Montaña – es una hermandad secular dedicada al estudio de la filosofía y
de la metafísica. Los monjes y aprendices, como se denominan sus miembros, tienen el compromiso de pasar al
menos un mes por año en el monasterio para estudios, debates y reflexiones. Una vez que retornan a sus casas,
familias, trabajos y actividades cotidianas, deben intentar aplicar el aprendizaje asimilado. El conocimiento sólo se
transforma en sabiduría cuando es utilizado en nuestras relaciones del día a día; caso contrario, no pasará de una
herramienta oxidada por ser inútil. Terminé la llamada y fui a disculparme con el monje. Le expliqué que estaba
próximo a cerrar un importante contrato para mi agencia y que necesitaba tomar algunas precauciones. Confesé la
tensión que me envolvía, pues temía que el negocio no se cerrara como ya había ocurrido en otra ocasión, aunque
fueran personas diferentes. El Viejo apenas oyó mis explicaciones y nada comentó.
Como si no bastara, yo andaba disperso en aquellos días. Otro motivo de preocupación eran los celos que sentía con
mi nueva novia. Ella era una actriz de teatro y estaba en cartelera con una pieza de gran éxito. Muchas personas la
buscaban para saludarla y conversar, hecho que me causaba inseguridad, agravada por su belleza, simpatía y talento.
Le conté esto al Viejo y me invitó a conversar en la terraza del monasterio, enmarcada por las bellas montañas que lo
acogen. Mi falta de concentración me haría desperdiciar la estadía de aquel año si yo no revertía la situación. Retomé
el asunto de la llamada del día anterior como intento de justificar el distanciamiento. El Viejo escuchó todas mis
quejas con paciencia y al final citó un pasaje del Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los puros de corazón,
porque verán el rostro de Dios”. En seguida comentó: “¿Has percibido que la ausencia de una única virtud, en este
caso me refiero a la pureza, tiene el poder de anular todas las demás virtudes y hurtar tu paz?”.
Reaccioné de inmediato. Argumenté que no se trataba de falta de pureza, mas de cuidado en el trato personal. El
mundo no tiene lugar para los ingenuos. Era necesario ser precavido ante la maldad o estaría destinado al
sufrimiento. El Viejo me miró con dulzura y dijo: “Esa mentalidad te hace sufrir, aunque tus temores no se concreten.
Sea en los negocios o en la relación de pareja, la presunción de la maldad amarga la miel de la vida. No existe paz ni
alegría en ti, tan sólo una persona atormentada ante una posibilidad que no es real”. Lo cuestioné preguntándole qué
haría si fuese dejado de lado en un contrato o en el afecto. El monje arqueó los labios con una leve sonrisa y disparó:
“Paciencia y compasión con aquellos que desperdiciaron la oportunidad de convivir con lo mejor que hay en mí.
Aunque tuviese dificultad para armonizar los sentimientos, me esforzaría para que la humildad despuntara y recordar
que no puedo exigir de los otros la perfección que no tengo; Entonces seguiría en paz”. Hizo una pausa y dijo: “La
desconfianza impide ver la belleza del mundo, pues más allá de los lindos paisajes, la belleza está dentro de las
personas”. Dio una breve pausa y continuó: “No te olvides que ellas pueden estar siendo sinceras y honestas contigo;
en caso de estar seguro de lo contrario, date la vuelta y sigue tu camino con ligereza y sin dolor”.
Le di la razón, pero me acordé de mis experiencias anteriores y dudé que él no hubiera sufrido al descubrir un
engaño. El Viejo sonrió levemente y dijo: “El dolor será siempre del verdugo, aunque se demore en tener consciencia,
cuando se confronte con la verdad y sienta vergüenza. Cualquier victoria con los instrumentos de las sombras es vana
e ilusoria. No existe nada bueno en el mal, salvo cuando cumple su papel como semilla del bien, germinando en el
individuo la necesidad en rehacer toda la jornada desperdiciada después del despertar de la consciencia, al tener que
lidiar con el arrepentimiento y transformarlo en motivo de superación”. Insistí en saber si él no se sentiría mal al ser
engañado. El viejo monje invirtió la lógica del ego exacerbado: “Mil veces ser el perjudicado a ser el ladrón; prefiero
ser el traicionado a traicionar a alguien, así substituyo la tristeza por la sabiduría y agradezco por ‘estar de este lado”.
Me miró a los ojos y concluyó: “Claro que debemos estar atentos para evitar el mal y estancarlo con la firmeza
necesaria cuando se presente, pero presumir la maldad es como cerrar las cortinas para impedir que entre la luz. A
menudo nos perdemos cuando medimos a los otros con nuestra regla, envolviendo las intenciones ajenas con la
maldad que nos habita. Por otro lado, debemos recordar que cada persona es única y no repetirá necesariamente el
acto equivocado de terceros o aún equivocaciones que ella misma cometió en el pasado. Todos cambian y necesitan
nuevas oportunidades. El miedo puede hacernos actuar como hiervas dañinas en los jardines de la humanidad”.
Sostuve que algunas personas viven de engañar a los otros. El Viejo estuvo de acuerdo: “Sí, prevente de ellas, pero
no te contamines de ellas. No tengo dominio sobre los otros, no puedo controlar sus elecciones, apenas tengo total
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poder sobre mí mismo; por lo tanto, no voy a negar las virtudes del mundo porque algunos, o muchos, no las poseen.
Es imposible ser feliz sin confiar en sí y en el otro, o el día no amanecerá”.
Se volteó hacia mí y preguntó: “¿Qué atributos te atraen de tu novia?”. Cité la belleza, la simpatía y el talento. Él
hizo un gesto con la mano como si yo me rehusase a ver lo obvio y dijo: “¿Percibes que las exactas características
que admiras en ella son aquellas que causan tu dolor? Al desear sólo para ti las virtudes de tu novia e impedir
compartirlas con el mundo, el ego sofoca al amor y cubre la luz con las nubes de los celos”. Sin dejar que yo
respondiera, enmendó otra pregunta: “¿Por qué estás tan preocupado con el negocio que estás por cerrar?”. Le
expliqué que venía preparándome hacía tiempo para ese momento y, si se concretaba, elevaría mi agencia a un nivel
de ensueño. El Viejo abrió los brazos y dijo: “¿Entiendes que es justamente la proximidad a la felicidad que ha
motivado tu tormento? ¿Estás de acuerdo en que, a principio, no hay nada de errado y que la equivocación puede
estar tan sólo en tu visión? Sufres anticipadamente ante una posibilidad que tal vez nunca suceda”.
Argumenté que siempre era posible que ella se apasionara por algún admirador o que otra agencia presentara planes
y propuestas mejores que las mías. Si eso sucedía la decepción me causaría un enorme dolor. El monje frunció el
entrecejo y dijo con seriedad: “Es imposible vivir sin asumir riesgos. La vida, perfecta a través de las propias
imperfecciones, acaba por hacer de la decepción una dádiva maravillosa”.
Mencioné que sólo podría estar bromeando o que había enloquecido. El Viejo sacudió la cabeza y prosiguió el
raciocinio: “La decepción, cuando es bien trabajada, es un poderoso motor para la evolución personal. Entiende que
sufres por inseguridad, sucedan o no tus temores; sufres por la comodidad de esperar que el mundo se adecue a tus
deseos en vez de transformarte para deleitarte con la belleza que transborda por todos los rincones de la vida. Tu
inseguridad se origina de la incapacidad para dominar los sentimientos de tu novia o determinar la elección de tu
cliente. Tenemos el condicionamiento ancestral de sentir miedo ante todo aquello que no dominamos. Esto debe ser
superado. Rehusarse a aceptar la libertad de los otros aprisiona y hace sufrir. Tenemos dificultad en entender que las
únicas elecciones que pueden perjudicarnos son solamente las nuestras y de nadie más. Cada cual es responsable por
sí y como consecuencia, por la propia felicidad. Podemos ayudar a todos siempre que sea necesario, pero no vivimos
la vida de nadie. Cada uno seguirá a su paso según el esfuerzo por aprender, transformar y compartir. Todo sin culpa
ni peso. Mientras sea bueno y agradable andaremos juntos, de lo contrario cada cual en su rumbo al encuentro de las
personas con las cuales haya afinidad en ese momento de la existencia. Todo cambia; volveremos a encontrarnos más
adelante, en la certeza de la unión promovida por la fuerza del amor, en el perfecto encaje de las partes que
componen el todo en el perfeccionamiento de la obra”.
Guiñó el ojo y recordó: “Crisis de celos son sombrías y dolorosas. Entre más dominante y miedoso sea el ego, más
celosa la persona será. Si prestas atención entenderás que los celos nada tienen que ver con el amor. Ofrece lo mejor
de ti y aprovecha sin miedo la felicidad que se presenta. Acepta que el otro puede no estar listo para compartir el
momento contigo. Reconoce la hora de partir y respeta el derecho del otro para hacer la misma cosa. Ligereza y
libertad son los pilares de la felicidad”. Hizo una pequeña pausa y continuó: “Con relación a los negocios, ellos salen
bien o mal. Es importante que sea así. Mientras tu trabajo sea innovador y de calidad habrá trabajo, clientes y
progreso. De lo contrario, debes entender los avisos para revisar conceptos y patrones. En vez de corroerte en
lamentos y dolor, aprovecha. El caos suele ser un valioso impulso para los grandes cambios. ¡Esto hace a la decepción
libertadora!”.
“La pureza es una virtud esencial para que las demás virtudes no se pierdan. Por ejemplo, la humildad sin la pureza
puede ser una fantasía del ego aún orgulloso; la compasión puede ser motivo de vanidad cuando la usamos para
vanagloriarnos de la propia bondad; el coraje pierde la belleza en la vitrina de la ostentación; el amor se envenena
por los celos. Sólo para citar algunas posibilidades. Recuerda que la maldad ajena puede ser fruto del preconcepto y
presta atención para que ella no cree raíces en tu corazón. La pureza es muy parecida a la virtud de la sencillez que
es vivir sin intenciones ocultas, intereses viles o evasivas de cualquier especie. La pureza consiste en no presumir
tales máscaras ante los otros”.
Comenté que la pureza era una virtud bastante complicada. El monje sacudió la cabeza y me corrigió: “La pureza es
tenue, sólo posible cuando el ego esté alineado con el alma, rugiendo al mismo compás del amor y de la paz, en total
plenitud. Ser puro es encender las luces del mundo y liberar a los otros de sí mismo y así ser libre”.
En seguida explicó que necesitaba retirarse. Un grupo de monjes y aprendices lo aguardaban para el debate que
sucedería en aquella tarde. Antes de salir volvió a mencionar el Sermón: “Bienaventurados los puros de corazón, pues
verán el rostro de Dios”. Hizo una pausa y finalizó: “Para ver el rostro de Dios es indispensable encontrarlo donde Él
te aguarda: dentro de ti. Solamente así percibirás Su presencia en todas las cosas y personas”.
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Observé al viejo monje alejarse a paso lento, pero firme. Permanecí un tiempo que no pude precisar observando las
montañas y dejando que aquellas palabras encontraran en mí el debido lugar. Cuando me di cuenta, como un loco,
sonreía solo. Sí, tenía un ncuentro agendado. Era hora de prepararme.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

Pequeñas grandes cosas
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Desperté antes que el sol. Me hospedaba en casa de Canción Estrellada, el chamán que tenía el don de sembrar la
sabiduría de su pueblo a través de la palabra y de la música, y fui hasta la terraza. Él estaba sentado en una
mecedora y tenía los ojos fijos en el Oeste, “la casa del águila”, como solía decir, a la espera del amanecer. Me sirvió
una taza de café y continuó colocando humo en el hornillo de piedra roja de su indefectible pipa. Sopló algunas veces
y enseguida tomó su tambor de dos caras para entonar una sentida canción en el dialecto nativo que, en traducción
no literal, significa “Los ciclos de la vida”, con la cual agradece al Gran Espíritu por las infinitas oportunidades
ofrecidas a cada día para renovarse y proseguir en el Largo Sendero Dorado. No mucho tiempo después, aún
extasiados en nuestras oraciones y reflexiones, fuimos interrumpidos por la hermana del chamán, acompañada por su
hijo menor, que acababa de entrar en la vida adulta. Ella vino a pedirle a su hermano que aconsejara al joven que,
aunque muy inteligente, andaba desinteresado en los quehaceres simples de lo cotidiano al considerarse predestinado
a realizar algo grandioso. Esto también lo hacía negligente en el trato con los otros pues, a su entender, las personas
no eran capaces de comprender su enorme capacidad y su brillante destino. Canción Estrellada apenas cerró los ojos
y meneó levemente la cabeza como manera de decir que entendía y que estaba dispuesto a atender el pedido. La
hermana sonrió en agradecimiento y se retiró. Quise saber si también debía salir, pero él hizo un gesto con la mano
para que me quedara. El chamán cerró los ojos y se mantuvo en silencio. Impaciente, el joven no paraba de moverse
en la silla hasta que dijo que aquello era una pérdida de tiempo. Canción Estrellada miró al sobrino con dulzura y
comenzó a contar una historia:
“Muchos inviernos atrás, cuando los visones aún eran comunes en las planicies, en una pequeña y próspera aldea que
vivía en armonía y paz, había un joven indio inconforme y desilusionado. Desde niño oía historias de valientes
guerreros que fueron eternizados como verdaderas leyendas. Soñaba desde pequeño con volverse uno de ellos, creía
que había nacido para realizar grandes hazañas y convertirse en un héroe famoso. Había aprendido a luchar, a usar
las armas, montar a caballo, rastrear y todas las demás habilidades necesarias para la guerra. La aldea era liderada
por un sabio y amoroso anciano que cultivaba una óptima relación con las tribus cercanas, alejando cualquier
posibilidad de conflicto. Esto hizo con que la aldea prosperara y todos vivían satisfechos, salvo este joven indio que,
por aguardar el clímax de la vida y considerarse un guerrero nato, no tenía ningún interés en nada que se refiriera a
la vida en comunidad de la tribu. Creía que los niños eran irritantes y ruidosos, y no se permitía contagiarse con su
alegría. Aunque no lo dijera, sentía desprecio por los ancianos pues ellos ya no servían para la guerra. No tenía la
debida consideración con todos aquellos involucrados en otras actividades de mantenimiento del bienestar de la aldea,
las cuales consideraba trabajos menores. Aunque se vistiese con la ropa confeccionada por las artesanas y comiera
del pan que allí era fabricado todos los días, tan sólo para citar algunos ejemplos, no le daba la merecida importancia,
pues los consideraba como meros soportes para el gran acontecimiento de su vida, aquel que lo cubriría de gloria”.
“Los días pasaron y la guerra que lo inmortalizaría en la memoria ancestral de su pueblo no se avecinaba, hecho que
lo hacía cada día más impaciente y descuidado con todo y con todos. Cierta mañana, cuando despertó, estaba solo en
la aldea. Todos habían partido. Una carta dejada por el anciano que dirigía el Consejo de los Sabios, le explicaba que
habían sido avisados por las aldeas próximas sobre un hombre malo y poderoso que venía de lejos prendiendo fuego y
diezmando a todas las tribus que encontraba. Por las informaciones recibidas aquella era la próxima aldea a ser
atacada y, según la tradición, solamente el mejor de los guerreros podría vencerlo. Tal batalla debía ser librada mano
a mano. Cuidadosos, los aldeanos habían dejado todas las armas disponibles además de comida suficiente para
muchos días. El joven se alegró; afiló las armas, se pintó para el combate, trazó una estrategia de lucha y permaneció
a la espera del agresor. Sin embargo, el enemigo no apareció aquel día. Ni en los días siguientes. Las lunas se
alternaban en el cielo y el malhechor no daba la cara. El joven guerrero comenzó a racionar la comida que estaba
llegando al fin. Sus vestimentas comenzaron a quedar sucias. Pasadas algunas lunas más, él estaba hambriento y
harapiento. Como no podía ir al bosque a coger frutas y cazar para no desamparar la aldea, pasó a alimentarse de la
captura de pequeños roedores que por ventura atravesaban el perímetro de la tribu. Llegó a pensar en ir a una aldea
próxima en busca de mantenimiento y ropa pero si abandonaba la aldea sería recordado como débil y cobarde, no
como el intrépido guerrero que era. Pensó en hacer su propio pan pero no le bastaba recoger el trigo, era preciso
limpiarlo, transformarlo en harina, preparar la masa para asar, conocer la temperatura del horno y el tiempo de
cocción. Él no sabía cómo hacerlo; nunca se interesó por un trabajo tan sencillo. Dudó en usar el cuero de una tienda
para coser algo de ropa, no obstante no dominaba el oficio menor del corte y de la costura. Las necesidades básicas
que no podía mantener, sumadas a una espera sin fin, fueron poco a poco debilitándolo físicamente y desmoronando
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al gran guerrero. Su espíritu, aquel destinado a las grandes hazañas, estaba desequilibrado y frágil por la falta de las
pequeñas cosas simples, cotidianas e insignificantes. Extenuado, en los últimos días se limitó a permanecer acostado,
con todas las armas a su lado, observando el portón de entrada a la espera del violento invasor. Con la entrada del
invierno el frío agravó aún más la situación y hasta los pequeños roedores desaparecieron. El último animal que vio
antes de dormir aquella noche fue un cuervo, el mensajero de las dimensiones, posado sobre el tótem de la aldea.
Sintió un escalofrío desagradable en la espalda”.
“Fue despertado al día siguiente por la punta de una lanza que tocaba levemente su pecho; era el llamado para el
aguardado combate. Para su enorme sorpresa, el invasor era un pequeño adolescente, casi un niño, que mal
alcanzaba los doce años de edad, vestido y pintado para la guerra. El guerrero y guardián de la tribu sonrió y le
pareció divertido que el temible malhechor no fuese más que un chico disfrazado. Tenía habilidad para dominar al
oponente con sólo una de las manos y estaba seguro de la brevedad de la lucha. Sin embargo, cuando intentó
levantarse le faltó la fuerza indispensable; el cuerpo debilitado se negaba a obedecer el comando de la mente. Hizo un
esfuerzo inconmensurable para ponerse en pie, como si escalara una montaña. Cuando lo logró, tambaleante, intentó
atacar. El adolescente sonrió, lo esquivó levemente y el golpe del guerrero fue al viento. Los intentos siguientes
fueron meras repeticiones de la misma escena. Cansado y desequilibrado por los ataques infructíferos, el poderoso
guerrero cayó al suelo sin haber sido tocado por el invasor. El pequeño malhechor estocó, sin rasgarle la piel, y
mantuvo la punta de la lanza apoyada en el cuello del guerrero. Su vida estaba en las manos de un adversario
improbable ante un destino impensable y traicionero. En aquel instante, como un relámpago que ilumina el cielo en
fracción de segundos, se dio cuenta de la grandeza de las pequeñas cosas, percibió la importancia de cada parte para
la armonía del todo. Misericordioso, el verdugo le dijo al guerrero que podría hacer una última oración. Levantó la
mirada hacia el cielo, murmuró un sincero pedido de disculpas al Gran Espíritu por haber sido tan injusto con toda su
tribu; por la visión turbia y el comportamiento equivocado con todos aquellos que en la simplicidad de sus oficios y
artes mantenían el esencial y bello funcionamiento de la vida. Si tuviese una oportunidad, con seguridad, haría
diferente y mejor. Sintió una desconocida sensación de paz y cerró los ojos a la espera del golpe final”.
“Se extrañó al oír una voz que le decía que todos merecen nuevas e infinitas oportunidades, de lo contrario el Gran
Espíritu no sería el más puro amor y Su jardín no estaría adornado con las flores de la plenitud. Pensó que había
muerto y que estaba ante los portones del Gran Misterio. No obstante, aquella tonalidad no era la de un adolescente
ni la voz le era desconocida. Temeroso, abrió lentamente los ojos y percibió que quien estaba ante él era el sabio
anciano, líder de la aldea. El pequeño invasor estaba a su lado y había guardado la lanza. El guerrero lloró y se
confesó arrepentido. El anciano le dijo que no debía sentir vergüenza ni culpa. Él había pedido una nueva oportunidad
y había sido atendido, ahora debía actuar con responsabilidad para no volver a desperdiciarla. En este instante toda la
tribu entró a la aldea e inmediatamente iniciaron las reformas y los arreglos necesarios después de tanto tiempo de
abandono. No había condena en ninguna mirada. Comenzaron también a cuidar del guerrero desvalido. Cuando
mejoró se puso a estudiar la filosofía y mitología de su pueblo para transmitírselas a los niños. Se deleitó al darse
cuenta de que aprendía mientras enseñaba. Ya que ningún conocimiento es en vano y como conocía el arte del
combate y traía en sí esta energía, comenzó también a intercambiar turnos de guardia en la noche con los otros
centinelas en los muros de la aldea, para evitar el ataque de animales salvajes. Después de muchos y muchos
inviernos aquel guerrero se volvió uno de los ancianos líderes del Consejo de los Sabios y siempre fue recordado con
cariño por las generaciones posteriores, aunque nunca hubiese librado una batalla, o por lo menos no de la manera
que había imaginado luchar cuando era joven”.
El chamán permaneció en silencio y encendió la pipa nuevamente. El sobrino dijo que nunca había oído una historia
más idiota. Confesó que cuando la madre lo había llevado a conversar con el tío desconfiaba de que sería una pérdida
de tiempo; ahora estaba seguro de ello. Preguntó si había algo más a ser dicho. Canción Estrellada le ofreció una
dulce sonrisa y movió levemente la cabeza. El joven se fue. A solas, procuré en la expresión del chamán los trazos de
la contrariedad ante el comportamiento del sobrino pero estaba totalmente sereno. Lo cuestioné al preguntarle si
estaba molesto con lo que había sucedido. El chamán negó: “Una semilla de sabiduría, al menos como yo la entiendo,
fue lanzada con amor en su corazón; tarde o temprano surgirán las condiciones para que germine si es buena. El
tiempo y la paciencia hacen parte de un proceso común a todas las cosas: la madurez. Es la jornada de la madurez
del espíritu, de la semilla al fruto, cuando de nuevo se convierte en semilla. Cada cual en su momento, con el
enfrentamiento de las batallas que le son propias y justas, no de aquellas que desea”.
Canción Estrellada arqueó los labios en dulce sonrisa y comentó: “Quien no valora las pequeñas cosas nunca estará
listo para vivir los grandes momentos de la vida; ser pequeño es un escalón indispensable para volverse grande. Al no
reconocer la importancia de toda la gente nos distanciamos de la propia esencia al ignorar quién somos de verdad. La
espera por el momento ideal para ser pleno nos hace perder la oportunidad de vivir el don y el sueño; al lamentar el
imperfecto amor ofrecido por el mundo desperdiciamos la oportunidad de hacerlo perfecto en nosotros”. Me miró a los
ojos y en secreto susurró: “No esperes que los océanos se levanten. La belleza de la vida está en los detalles, en las
casi imperceptibles transformaciones ofrecidas por los días comunes”.
184
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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El regateo
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Era domingo de primavera. Habíamos ido con el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la
Orden, a la pequeña y elegante ciudad localizada en la falda de la montaña que acoge al monasterio para asistir a una
misa. A menudo el Viejo era convidado por el párroco local, su amigo personal, para hablar sobre algún asunto. Le
pregunté sobre qué tema disertaría en aquella mañana; él me respondió que aún no lo sabía. Como habíamos llegado
temprano aguardábamos en la plaza, en frente a la iglesia, sentados en un enorme banco de madera aprovechando el
sol que nos calentaba, mientras los niños, acompañados por los padres, corrían en alegre algarabía. Dos hombres
pidieron permiso de manera educada, se sentaron a nuestro lado y comenzaron a conversar entre ellos. Percibí que el
Viejo, disimuladamente, prestaba atención a la conversación y lo reprendí con una mirada severa. Él se rió de manera
traviesa y continuó. Al cabo de un rato yo también estaba escuchando la conversación de los dos. Uno de ellos le
comentó al otro que los negocios no iban bien. Nada parecido a como andaban en el pasado. Serio, dijo que había
hecho una apuesta en la lotería cuyo premio estaba acumulado en muchos millones y que si se la ganaba adoptaría a
un niño. Agregó que sus hijos ya estaban encaminados en la vida y tal vez era hora de dar ese paso. No obstante,
solamente lo haría con la debida tranquilidad financiera. Su amigo estuvo de acuerdo y le recordó los altos costos que
acarrean criar a un niño. Dijo que también había apostado en la lotería, pero que si salía premiado no llegaría al punto
de la adopción, en vez de eso haría un sustancioso aporte económico en favor de alguna institución filantrópica. En
ese instante comenzaron a tocar las campanas para la misa y la gran mayoría de las personas que estaban en la plaza
se dirigieron hacia la iglesia.
La misa transcurrió dentro de lo normal y tal vez aquel día sería como muchos otros sin mayor atención a mi
memoria, a no ser por las palabras del monje cuando fue convidado por el padre a subir al púlpito. El Viejo, con su
serenidad habitual, le habló al público como si conversara con amigos: “Tenemos una manera muy inadecuada de
lidiar con Dios. Solemos comportarnos muy mal cuando conversamos con Él”. Ante la mirada de espanto de todos,
incluyéndome, prosiguió: “La mayoría de las veces Lo tratamos como si Él fuese un mercader, un importante
mercader, pero tan solo como un mercader, como si el Universo no pasara de un despreciable mostrador de negocios.
‘Si yo consigo aquel empleo prometo que paro de fumar; si recibo un ascenso en el trabajo paro de beber; si me curo
de esta enfermedad que por ventura ha recaído sobre mí, prometo hacer una donación a la Iglesia, ir a misa o visitar
a mi madre todos los domingos; si tengo un buen matrimonio donaré dulces a los niños en el día de San Cosme y San
Damián’”. Hizo una pausa y bromeó: “¿O la donación sería para San Antonio?”. Arrancó risas al mencionar al
aclamado patrono de los matrimonios. “Tal vez sea un mal hábito desde la infancia”. Dio una pausa y le preguntó al
público: “¿Quién nunca le prometió algo a Dios a cambio de un diez en matemática?”. Más risas.
“Si gano un dinero adicional donaré una parte a la caridad. Negociamos un ‘tantote’ para renunciar a un tantito, ¿no
es así?”. Las personas se pusieron serias. Él prosiguió: “Pedimos mucho para repartir poco, siempre a la espera de un
supuesto mejor momento para compartir la miel de la vida.”.
“¿Por qué necesitamos obtener ganancia antes de compartir el contenido de nuestro equipaje? Nadie es tan pobre
que no pueda ejercitar el amor en forma de caridad: un abrazo sincero es infinitamente más rico que un rollo de
dinero. ¿Por qué no invertir la ecuación para volvernos personas más virtuosas en el trato común y, en consecuencia,
comenzar a llevar una vida más interesante?”. Paró de hablar por instantes para que las palabras encontrasen lugar
entre todos. En seguida prosiguió con el raciocinio: “Independiente de ser adepto al cristianismo, judaísmo,
islamismo, budismo, hinduismo, espiritismo, chamanismo, esoterismo, de seguir cualquier otra tradición religiosa,
filosófica, metafísica o hasta ser simplemente un sincero ateo, la fuerza que nos rige, orienta y educa es
rigorosamente la misma. No importa cómo se imaginen al profesor, las lecciones de sabiduría y amor son perfectas
para todos”.
“Independiente de la manera como cada cual conciba las manos que entretejen la tela de la vida, nos fueron
entregadas las adecuadas condiciones para el perfeccionamiento y la evolución en esta existencia. A cada operario le
es dada la exacta herramienta para la construcción de la obra, en sintonía con las capacidades que ya posee y las
habilidades que necesita desarrollar. Por justicia y afinidad, cada cual se envolverá en las situaciones, suaves o
rigurosas, de sombras y de luz, que precisa enfrentar según el próximo nivel de entendimiento a ser alcanzado. Como
en una universidad, al alumno aplicado las pruebas le parecen más fáciles, aunque sean las mismas para toda a
clase”.
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“Algunos dirán que no es verdad lo que digo, pues la vida es visiblemente más dura con unos que con otros. Para tal
argumento existen dos respuestas a mi entender, igualmente verdaderas: el año electivo comenzó hace algún tiempo;
algunos avanzaron, otros se encuentran en recuperación. Para los alumnos relajados las lecciones se hacen más
severas, no por castigo sino por amor, pues el buen profesor trabaja por el progreso de toda la clase sin renunciar a
nadie. De la misma forma, no hay que dejarse ilusionar por las apariencias. Si algunos alumnos enfrentan lecciones
aparentemente más fáciles para resolver en el salón de clases, muchas veces desconocemos las dificultades de los
deberes de casa que le fueron aplicados. Al final del curso todos recibirán el diploma, cada uno a su tiempo”.
“El universo es un maestro justo, amoroso e incorruptible. Por lo tanto, no intenten regatear con él. Dejen de lado la
idea de ofrecer una manzana para recibir dos puntos adicionales en la nota de geografía, sin merecerlos”.
“Claro que la vida desea que ustedes se vuelvan mejores personas, que sean más generosos con el planeta, con los
otros y con ustedes mismos”. Hizo una pausa y explicó: “Sí, necesitamos aprender a ser más cariñosos con nosotros
mismos. Es muy común que en la búsqueda por la felicidad nos dejemos engañar ante el brillo efímero y las falsas
facilidades que tanto seducen, en vez de escoger en función de la verdad y del amor contenidos en la esencia de
todos los actos. Es por esto que nos maltratamos y sufrimos. La naturaleza del ego en detrimento del alma hace que
nos sintamos abandonados en medio de la multitud. Es preciso prestar atención a lo que mantiene, impulsa e ilumina
o, más que nadie, cada cual continuará perjudicándose a sí mismo”.
“Desorientados, decidimos regatear con el profesor. Olvidamos que la vida, aunque parezca diferente, no es un
mercado para negocios millonarios; en esencia, es una escuela formadora de excelentes maestros”.
Miró firme al público e hizo una pregunta sin esperar la respuesta: “¿El camino está difícil? Cambien la manera de
andar. Aprendan, transfórmense en alguien diferente y ofrezcan lo mejor de sí al mundo. Dejen de exigir y comiencen
a hacer. Perciban cómo todo a su alrededor comienza a alterarse”. Volvió a hacer una pausa antes de concluir: “Pero
no se les ocurra hacer trampa: el cambio tiene que ser por amor profundo, nunca por interés llano”.
Cuando el Viejo bajó del púlpito, percibí que las personas estaban desanimadas y pensé que el Viejo había sido
riguroso con sus palabras. Miré hacia el padre que sonreía satisfecho y, en seguida, asumió el ritual de la misa. Al
final, vino hacia nosotros para agradecerle al monje por el discurso; intercambiaron un sincero abrazo y partimos.
Estando afuera de la iglesia, cuando nos dirigíamos a una cafetería próxima, fuimos abordados por los dos hombres
que más temprano habían compartido el banco de la plaza con nosotros. De modo agresivo le preguntaron al Viejo si
el discurso había sido una indirecta, pues recordaban que el monje estaba sentado al lado de ellos. El Viejo fue gentil:
“Les pido disculpas por la indelicadeza de haber oído la conversación; sin embargo, la proximidad lo hizo inevitable y
por ello terminó sirviéndome de inspiración. No fue un recado para ustedes y sí un recordatorio para todos, inclusive
para mí. La vida no es un gran mostrador de intereses, sino un sofisticado liceo evolutivo”.
Los hombres le dijeron que no era el dueño de la verdad y que tampoco desconocía las dificultades y los dolores de
cada persona. Partieron molestos. Sin perder la serenidad, el monje me aseguró del brazo y continuó caminando
rumbo a una taza de café fresco. Quise saber si él estaba molesto con la acusación que le había sido hecha. El Viejo
arqueó los labios con una dulce sonrisa y explicó: “De forma alguna; es más, estoy de acuerdo con ellos: yo no tengo
el monopolio de la verdad. No obstante, tengo el derecho de compartir mi visión sobre la vida de la forma que la
considero verdadera. Nadie necesita estar de acuerdo ni acompañarme. Independiente a cómo cada cual concibe a
Dios, el Universo o la Existencia, no creo en negociación para el florecimiento de las virtudes o comercio de la paz
para la plenitud del alma”. Hizo una pausa y me sorprendió cuando dijo: “Tan sólo una ofrenda es aceptable”. Levantó
las cejas y reveló: “Aquella que te hace mejor persona a cada día, en el perfeccionamiento del espíritu y en la
liberación del ser: transfórmate en el pan que alimenta a la humanidad en su hambre de luz”. Guiñó un ojo como si
contara un secreto y finalizó: “Nada más”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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Aquí y ahora
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Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos, llenó nuestras tazas con café fresco para iniciar una
conversación banal cuando fuimos sorprendidos por Zinedine, un simpático artista plástico local que se dedicaba a
esculpir piezas en bronce. Aunque tenía talento y sensibilidad, la mayor parte de sus obras estaban inacabadas. A
veces porque mientras esculpía una pieza se le ocurría otra idea que consideraba mejor y abandonaba la anterior;
otras, abandonaba el trabajo a la mitad pues no lo consideraba lo suficientemente bueno. Tenía la sensación de que el
tiempo pasaba con rapidez y estaba agotando la herencia dejada por la familia. Tenía gran urgencia de que el arte
pasara a ser también un oficio y fuente de sustento, hecho que lo dejaba cada vez más agobiado. Nos contó que
acababa de llegar de un viaje y aunque había sido muy agradable, confesó que a partir de determinado momento
comenzó a extrañar su casa. Al cabo de algunos días de haber regresado, ya tenía unas ganas enormes de volver a
viajar. Lorenzo le ofreció una taza de café y le dijo: “Viajar puede tener un efecto parecido a renovar el guarda ropa
del alma, pues nos depararnos con otras culturas, maneras diferentes de ser en la vida y de estar en el mundo. Esto
amplía las posibilidades e indica rumbos nunca antes imaginados, lo que es maravilloso. Sólo extrañamos lo que es
bueno, hecho que revela que en casa introducimos a lo cotidiano los hábitos que nos agradan y alegran. Si después
de estar fuera, en un determinado momento no extrañas tu casa y tu rutina, revela que hay algo errado en tus
elecciones o que todavía no sabes dónde está tu casa, ni has entendido la rutina que debes construir para ti. El viaje
tiene el poder de revelarnos el camino a casa”, hizo una pequeña pausa antes de concluir: “En todos los sentidos”.
Zinedine argumentó que poseía una naturaleza inquieta. Cuando estaba aquí quería estar allí y viceversa. Admitió que
nunca estaba totalmente a gusto en un lugar, pues cuando estaba en casa trabajando se acordaba de las delicias de
descubrir una nueva ciudad y los hábitos de su pueblo; cuando viajaba sentía deseos de volver para plasmar en sus
obras las maravillas del mundo y de la vida que había descubierto. Lorenzo comentó: “El movimiento es gratificante
cuando está dirigido por la necesidad consciente de la búsqueda por sí mismo; al estar desorientado, el individuo se
mueve en sentido contrario, tras distracciones y fugas que pospongan el encuentro más importante de la vida, aquel
que tarde o temprano tendrá consigo mismo. A menudo, se vuelve una persona impaciente, entonces, es hora de la
introspección y de la quietud, movimiento que hacemos hacia dentro; el viaje interior capaz de revelarnos diferentes
maravillas, de un encanto sin igual, que no encontraremos en ningún otro lugar del mundo”.
“Hay los que se sienten bien en echar raíces como árboles milenarios. Otros se sienten a gusto en vagar como el
viento llevando y trayendo los perfumes de otras estaciones y dimensiones. Existen los que circulan como las aguas
conduciendo a las personas en sus corrientes y fertilizando las tierras por donde pasan. Algunos se comportan como el
fuego para destruir las viejas formas y forjar el acero de una nueva realidad”. Bebió un sorbo de café y agregó: “No
se te haga extraño si unas veces te comportas de una manera y en otros momentos de otra. Lo importante es
entender que cada cual es único y todos somos esenciales; en esto reside la belleza de la vida”.
“Cuando el movimiento se hace de dentro hacia fuera las elecciones son serenas y alegres, debido a la percepción del
perfeccionamiento personal, al florecimiento de las virtudes, a la conquista de la libertad, de la paz y de la plenitud,
reflejando la evolución interna en el embelesamiento planetario. Al dejarse llevar por el movimiento contrario, el
condicionamiento impuesto por el actual nivel de la humanidad, se estarán alimentando las sombras del orgullo y de
la vanidad que direccionarán las elecciones personales. La falta de profundidad hace efímera todas las situaciones y
personas, creando en el individuo la necesidad de reabastecimientos cada vez más frecuentes en forma de brillo y
aplausos para maquillar una existencia basada en las pinturas de un cascarón vibrante, sin ninguna comprensión del
valor de la semilla adormecida en lo más profundo del ser. El propulsor de esa hambre frenética y voraz estimulará,
en un primer momento, la ansiedad y al expandirse al máximo, la agonía y la depresión”.
“La falta de entendimiento acerca de la esencia de sí mismo genera insatisfacción con relación a todo lo que lo cerca,
desordena el corazón, bloquea la mente y oculta el camino de regreso a casa al posponer el debido alineamiento entre
el ego y el alma, haciendo aún más dolorosa la batalla del ser dividido. Para aquellos, el mundo nunca será un buen
lugar para vivir, por más lujoso que sea el castillo de cemento y ladrillos por ellos habitado”.
Inteligente, el artista plástico preguntó si el zapatero usaba aquel discurso como una manera indirecta de explicar el
hecho de que él, Zinedine, nunca se sintiese satisfecho donde estaba o por dejar sus obras inacabadas al iniciar la
construcción de otras. Lorenzo levantó las cejas y dijo: “Si no sabes qué decir ninguna palabra tendrá sentido ni
traerá claridad; si no sabes a dónde deseas estar, ninguna casa será un hogar”. El artista argumentó que en su
cabeza pululaban muchas ideas y que él estaba en duda sobre cuál de ellas era la mejor. El zapatero intentó explicar:
“Todas las ideas son buenas, sólo depende de la manera como serán trabajadas. Todos los asuntos pueden tocar el
corazón de las personas, basta el abordaje adecuado”.
187
“Cuando comiences algo, prosigue. Deshaz, recomienza, insiste. Aprende con las dificultades. Hazlo de nuevo, corta,
lima, perfecciona. Ve, regresa y vuelve a ir. Nada está listo, todo está por hacer y carece de final”.
“Lo importante es ser íntegro dónde quiera que estés, en absoluta intensidad con toda la magia que el momento
ofrece. Cuando hago un zapato, algunas veces hago tan sólo un zapato; otras puedo aprovechar la oportunidad para
transformar el cuero como arte circulante en pies ajenos. La diferencia será cuánto de mi corazón deposité en aquel
trabajo”. Volvió a beber un sorbo de café y comentó: “Una hoja de papel puede servir para envolver el pan, escribir
una poesía, hacer origami o ser sólo una hoja de papel. Tu mente podrá llevarte hasta la esquina o a lugares
fantásticos, únicamente depende de cuánto de ti mismo es ofrecido en cada mirada y gesto”.
“Independiente de la situación, cuando observamos y actuamos con amor el universo se manifiesta en luz”.
“Así sucede con el hecho de siempre desear estar en otro lugar, diferente de aquel en el cual te encuentras. Mientras
no entendamos quiénes somos no sabremos dónde estamos. Sin referencias sobre mi dirección personal no entenderé
el sentido del Camino. Pienso en el taxi de Londres cuando estoy en el metro de Tokio; deseo un restaurante de
Nueva York mientras almuerzo en un mercado de Estambul. De esta manera acabo desperdiciando el tesoro de la
existencia”. El artista plástico quiso saber sobre la riqueza referida por el zapatero. Lorenzo dijo: “Es una valiosa
sabiduría enseñada por Buda que, por ser tan antigua, muchos la juzgan obsoleta”, arqueó los labios con una leve
sonrisa y agregó: “El mejor lugar del mundo es aquí y ahora”.
“Independiente de dónde estemos, aquí están tus lecciones y la miel de la vida. Ahora es hora de ofrecer lo mejor de
ti, hacer diferente y ser feliz. No existe ningún otro lugar o momento”.
“La espera no siempre significa paciencia. Movimiento no siempre se traduce en transformación. Deseamos tanto un
puerto seguro que olvidamos que la vida acontece en los mares de la travesía. Desperdiciamos la fila del autobús, el
supermercado repleto, los niños llorando, el hambriento que pide pan, el amigo problemático, los parientes difíciles, la
ardua y bonita lucha por la supervivencia, semillas de todas las lecciones. Al final, al desear el paraíso, donde no
exista ninguna de estas preocupaciones, perdemos la vida a la espera de la hora ideal y del lugar perfecto. La luz es
un don latente en el ser; la queremos pero no siempre percibimos el velo que la esconde ante nuestros ojos. Al desear
la obra lista olvidamos las herramientas que se nos ofrecen, la responsabilidad que nos corresponde como criaturas y
la alegría al ser partícipes de la creación”.
“El momento cierto y el lugar adecuado será siempre donde esté tu corazón, que sólo puede estar aquí y ser ahora”.
Permanecimos largo tiempo sin pronunciar palabra. Fue Zinedine quien rompió el silencio al preguntar si el zapatero
le aconsejaba permanecer con una idea o en determinado lugar, aunque no estuviese satisfecho. Lorenzo meneó la
cabeza y respondió: “En absoluto. La insatisfacción es la primera señal de la necesidad de cambio. Nadie está obligado
a nada. Las elecciones son y deben ser libres para que puedan traducirnos y conducirnos por el Camino. La libertad es
una herramienta indispensable para las mutaciones. Sólo no debemos comportarnos de manera superficial y voluble,
independiente de si nos vamos o nos quedamos, permanecemos o cambiamos. Recuerda que hay lecciones ocultas en
los problemas. Lo importante es aprovechar la situación vivida aquí y ahora con la máxima intensidad, vivir el
momento por entero para que pueda expandirse hasta el límite y, así, transmutarlo en otra posibilidad nunca antes
imaginada”. Agachó la cabeza y susurró como si contara un secreto: “Entonces la luz”. Bebió el último sorbo de café y
finalizó: “Fuera del aquí y ahora no existe vida, apenas un espectro de vida”.
Zinedine cerró los ojos y sonrió en agradecimiento.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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
Los seres pájaro
1 COMENTARIO
Encontré al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, sentado en la agradable
terraza del monasterio con la mirada perdida en las maravillosas montañas de los alrededores. Le ofrecí una taza de
café y él aceptó con una sonrisa. Cuando coloqué la taza en la mesita a su lado me invitó a sentarme. Quiso saber si
algo me preocupaba. Negué. Entonces el monje me preguntó qué motivaba la tristeza en mis ojos. Era difícil esconder
los sentimientos de la aguda percepción del Viejo. Me acomodé en la poltrona a su lado y le conté que había
comenzado a salir con una mujer que ocupaba un cargo importante en la empresa con la cual mi agencia de
publicidad había firmado un importante contrato. Nos habíamos conocido durante las reuniones para el cierre del
negocio. La relación evolucionó bien hasta que perdió el encanto para mí sin ninguna razón específica. Ella era una
mujer bonita, inteligente y tierna. Nuestras conversaciones eran dulces, así como sus besos. No obstante, algo se
había apagado en mi corazón. Cuando terminé la relación ella me acusó de haberme involucrado por interés comercial
en vez de haberlo hecho por un sentimiento sincero. Yo estaba triste porque no quería que ella tuviera aquella imagen
de mí.
Sin desviar los ojos de las montañas, el monje dijo: “Hay tres aspectos interesantes en este caso. El primero es el
motivo de tu tristeza. Si fuiste sincero de corazón cuando inició la relación, no hay nada que hacer y tampoco debes
dar cabida a la tristeza. Si ella intenta, de manera equivocada, desviar el origen de la propia frustración para no
borrar una imagen idealizada, nada se puede hacer salvo la comprensión nacida de la sincera compasión. Espíritus
libres no tienen ningún interés en controlar o dominar cualquier aspecto de las ideas, voluntades u opiniones de la
vida ajena. Al ser honestos consigo mismos también lo son con el mundo; al estar alineados con el amor están en el
camino de la luz. Por eso son libres y poseen una alegría serena, pues viven en paz”. Bebió un sorbo de café y
agregó: “Sin embargo, si no había pureza en tus sentimientos es hora de ser humilde, pedir disculpas, asumir el
compromiso contigo de no actuar más así y seguir adelante por la oportunidad de hacer diferente y mejor en una
próxima ocasión”.
Permanecimos en silencio durante algún tiempo para que aquellas ideas encontraran su debido lugar en mí. En
seguida, le pregunté acerca del tercer aspecto por él mencionado. Como siempre, él fue atento: “Existen ocho
portales en el Camino, en orden creciente de dificultad espiritual. Sólo es posible atravesar cada uno de ellos después
de que el andariego incorpore determinado grupo de virtudes al ser. Por ejemplo, el primer portal es el de los
Corazones Sencillos, en el cual la humildad, la sencillez y la compasión comandan las virtudes esenciales, sin las
cuales no es permitido iniciar la travesía. Otro, precisamente el sexto, es el Portal de las Alas y de la Libertad, en el
cual la pureza es la virtud primordial”. Bebió café y prosiguió: “No obstante, no podemos olvidar a los guardianes del
umbral que permanecen vigilantes, en cada uno de los portales, para impedir el pasaje de aquellos que aún no están
listos”. Lo interrumpí para decir que no sabía de lo que se trataba. El monje explicó: “Como en las historias, todo
andariego es un guerrero de la luz que está en busca del cálice sagrado. Para alcanzar el objetivo éste precisa
enfrentar adversarios que, a primera vista, intentarán impedir la victoria, pero que en realidad sólo tienen la finalidad
de perfeccionar y fortalecer las habilidades del guerrero. Esta maestría se refiere a las virtudes del alma. Todas están
en semilla; muchas veces, necesitan de la presión ejercida por el suelo para que la cáscara se rompa y puedan
florecer para el gran encuentro. El encuentro consigo mismo, pues el cálice sagrado es su propio corazón, donde Dios
habita. Es la vuelta definitiva a casa”.
“Tú o tu novia, o ambos, estuvieron ante el portal de la pureza, pero fueron derrotados por los guardianes del
umbral”. Volví a interrumpir para pedirle que explicase mejor quiénes serían tales guardianes. El monje fue didáctico:
“Son las dificultades o adversarios que se presentan para probar la virtud en juego en aquel portal. Una dificultad
puede colocar al guerrero ante un problema si él lo encara como un problema; o de un maestro si lo ve como una
lección a ser aprendida. En verdad, los adversarios del guerrero son sus propias sombras, traducidas en los
sentimientos todavía salvajes que posee tanto en relación a sí como ante el mundo. Un guerrero egoísta verá egoísmo
por toda parte así no exista; de la misma manera un ladrón de sueños recela a todo instante que alguien hurte el
suyo. El mundo será siempre el exacto espejo de tu consciencia y corazón; toda luz y amor que eres capaz de
observar en el otro es reflejo de las virtudes que ya germinaron en ti. Recuerda que la batalla más importante de la
vida es librada dentro de tí mismo en lucha amorosa para armonizar los intereses del ego, el yo apariencia, con los
valores del alma, el yo esencia”.
Le pedí para que profundizara más sobre este portal específico. El Viejo explicó: “Es el pasaje permitido tan sólo a los
puros de corazón. La pureza es la virtud que impide que el amor sea codicia; no permite que nadie sea dueño de
nadie. Es la virtud de aquellos que conquistan sin poseer; no confunden el amor con las pasiones; no exigen
impuestos o presentan cobros emocionales a cambio del amor ofrecido. Aman apenas porque aman amar; aman al
otro como a sí mismo. No negocian con la mentira aun cuando ésta se manifieste ocultando la verdad, ni la justifican
con raciocinios tortuosos en el intento de legitimar los propios deseos”.
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“Para los puros la verdad es clara y es imprescindible, así como el aire que respiran. Todo es sencillo porque no
existen velos de ilusión que ofusquen la alegría de la vida; son bellos pues logran encontrar belleza en todas las cosas
y personas. Ya no son esclavos de las propias sombras, ahora transmutadas en luz. No mezclan deseos en el mismo
equipaje de las necesidades; no tienen segundas intenciones o intereses camuflados en las relaciones con los otros.
No presumen la maldad ajena o la crean donde no existe. La pureza trae en sí una fuerza inconmensurable al
permitirle a los puros exponer sus dificultades sin que ellas sean sinónimo de fragilidad. Ya no se mienten a sí
mismos; para la pureza nada es inconfesable. Son aquellos capaces de verse al espejo sin estar ante un enigma, pero
dispuestos a enfrentar su propio rostro, el alma desnuda, despojados de las fantasías seductoras ofrecidas por el ego
exacerbado. La pureza no condena las elecciones ajenas, pues sabe que cada cual está ante las dificultades inherentes
al propio proceso evolutivo. Como las virtudes se complementan, la pureza evita que la humildad se convierta en
vanidad; no permite que la compasión sea movida por el orgullo; impide que la caridad sea motivo de ostentación;
explica que el perdón no puede ser objeto de soberbia; la venganza jamás substituirá a la justicia; enseña que el
amor no es un mostrador de intercambios; donde no hay amor no existe luz. La pureza es una virtud altamente
sofisticada por la extrema simplicidad que ofrece”.
Volvimos a quedarnos en silencio hasta que le pregunté cuál era el motivo para que ese portal, ligado a la pureza,
fuera considerado el portal de las alas. El Viejo arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “Pureza y libertad están
intrínsecamente ligadas. Tan sólo a los puros les es permitido el entendimiento del verdadero sentido y gozo de la
libertad. Al no existir cobros, mala fe o deseo de dominio no resta cualquier deuda o contraprestación en las
relaciones. La pureza impide que el amor acabe negando tus fundamentos y se torne una prisión. La abundancia del
perdón en el corazón de los puros, así como la abundancia de sal en los océanos, hace con que todas las prisiones
emocionales construidas con las piedras del sufrimiento y con las rejas del resentimiento terminen deshaciéndose en
el aire. La pureza despoja el peso inútil de la presunción o sobrevalorización de la maldad y ofrece la ligereza
fundamental para quien está listo para alzar el vuelo de la libertad. El ser puro vive por el bien y por la luz, sin exigir
ningún gesto, palabra o mirada de otra persona. Nadie necesita estar de acuerdo, acompañar o impedir que un
espíritu libre prosiga el viaje. Al ser conceptuales, sus alas no pueden ser cortadas por el acero del mundo; las
virtudes verdaderamente conquistadas no retroceden ni se pierden en las líneas del tiempo”.
Argumenté que siempre había considerado a las personas puras un tanto ingenuas, sin mucha noción de la maldad
del mundo. El monje levantó las cejas, como lo hacía siempre que se ponía serio y dijo: “Es justo lo contrario”.
Terminó el café y explicó: “Recuerda que las virtudes son complementarias. La prudencia y la justicia son portales
anteriores a la pureza, por lo tanto los puros ya las posen. Claro que el mal debe ser estancado donde se presente, en
su exacta medida educativa, siempre con sentido refinado de justicia, una indispensable y difícil virtud en el equilibrio
del ser, para no permitir que el encanto por el bien quede contaminado. En el mismo calderón bien adobado de la
maestría, la prudencia es una preciosa virtud que impide el conflicto entre la pureza y la ingenuidad. La prudencia
enseña no sólo a identificar el mal, sino también a encontrar el bien en los lugares más impensables. La ingenuidad
brota de la visión empañada sobre todas las cosas, en el cual aún se impone el dominio de las sombras sobre las
elecciones del individuo debido a su falta de claridad. Al contrario de lo que muchos imaginan, la maldad es ingenua
por no ser capaz de ver la belleza y el poder de la luz. La pureza revela los sótanos oscuros del ser para que sean
iluminados y transmutados en habitaciones acogedoras para vivir. Tonto es quien vive en busca del mal en vez de
buscar el bien. Tonto es quien ve el mal o lo presume donde no existe. Ingenuo es quien aún no entendió cómo el
amor puede transformar la vida y el mundo; el amor precisa de la pureza para que pueda presentarse por entero”.
“La pureza tiene la fuerza maravillosa de conceder infinitas oportunidades a toda la gente, pues sabe que ella misma
nació en el pantano de las equivocaciones. La pureza es liberadora”.
“La pureza son las alas de los seres pájaro”.
El Viejo me miró profundamente a los ojos y concluyó: “La pureza es la virtud de la otra cara; la cara capaz de
mostrar y experimentar el poder de la vida, de la verdad, del amor y de la luz, típico de quien posee una fe
inquebrantable en sí y en el mundo”. Volvió a mirar hacia las montañas antes de finalizar: “Bienaventurados los puros
de corazón, pues a ellos les será permitido ver el rostro de Dios”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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La belleza de ser único
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Canción Estrellada, el chamán que tenía el don de perpetuar la filosofía de su pueblo a través de la palabra, cantada o
no, hacía sonar en su tambor de dos fases una melodía sentida mientras el día amanecía. La música es una oración de
comunión por la alegría de sentirnos parte esencial del universo y, en respuesta, todo ese poder vibraba en nuestro
ser. Apagamos la hoguera y bajamos la montaña. Cuando llegamos a la casa del chamán, uno de los habitantes de la
aldea lo aguardaba para pedirle ayuda. El motivo de su tristeza era su hijo, siempre inseguro y miedoso, bastante
diferente de los otros chicos de su edad y del propio padre. Lamentó que el joven hubiese nacido cobarde. Canción
Estrellada lo invitó a sentarse en la terraza, nos sirvió café, encendió sin prisa su inseparable pipa con hornillo de
piedra roja mientras oía al padre, quien explicaba que el hijo tenía trece años y en breve tendrían en la aldea el ritual
de paso hacia la vida adulta. La Ceremonia de Iniciación, tenía como prueba principal los combates cuerpo a cuerpo
entre los muchachos, como demostración de coraje y habilidad. El chamán aspiro el humo de la pipa y dijo: “Nadie
nace débil; ser fuerte es una elección permitida a todos. No obstante, conocer la propia fuerza es la raíz de la magia
personal; percibir la dimensión y el poder del universo en sí y ante sí alimenta el coraje, enseña sobre la humildad y
transforma el ser. Tráelo aquí mañana”.
Al día siguiente, muy temprano, el padre llevó al joven. Era bello y saludable, sin embargo, sus ojos huían para no
encontrar otras miradas. Lee era su nombre. El padre agradeció y se fue. Canción Estrellada lo recibió de manera
afectuosa y nos invitó a dar un paseo. Era un día caliente de verano y fuimos hasta un gran lago próximo a la aldea.
Algunos niños jugaban y nadaban allí. El chamán le dijo que se sintiera a gusto para entrar al agua, si así lo deseaba.
Lee comentó que le gustaría pero que nunca había aprendido a nadar, pues tenía miedo de ahogarse. Canción
Estrellada no insistió pero argumentó: “Justo el miedo de no aprender a nadar hace que la posibilidad de ahogamiento
sea mayor”.
Al segundo día el chamán nos llevó a montar a caballo. Lee dijo que, aunque tenía ganas de aprender pues se le
hacía muy divertido, nunca había cabalgado. Confesó que tenía recelo de caer y maltratarse. Canción Estrellada
comentó, como si lanzara una semilla, “¿Percibes que el miedo de que acontezca lo peor te impide disfrutar lo mejor
de la vida?”. El joven no respondió.
Al tercer día, en la tarde, subimos a las montañas. Después de una caminata intensa paramos en una pequeña
planicie que nos permitía tener una hermosa vista del valle. Como comenzaba a anochecer, el chamán me pidió que
encendiera una hoguera. En seguida comenzó a cantar lindas canciones ancestrales que acariciaban el corazón. Fue la
primera vez que vi a Lee esbozar una sonrisa. Canción Estrellada lo percibió y le entregó el tambor de dos fases para
que el joven lo acompañase. El chico tenía ritmo y el pequeño ritual duró horas. Al final, confesó que
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