- ENTREVISTA SEISGRADOS Gabriel Rozman: Caballero emprendedor Es el extranjero con el cargo más alto de Tata. Preside Endeavor Uruguay y tiene sus propias empresas. Directa e indirectamente, ha generado miles de puestos de trabajo y varios millones de dólares de ingreso para Uruguay. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo lo hace? Valeria Tanco - 17.01.2013, 14:13hs. Fue socio de la firma estadounidense Ernst & Young. Es el responsable de traer el grupo indio Tata a Latinoamérica y es también el extranjero con el cargo más alto de los que están en la organización. Preside Endeavor Uruguay, forma parte de varios boards y tiene sus propias empresas. Directa e indirectamente, ha generado miles de puestos de trabajo y varios millones de dólares de ingreso para Uruguay. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo lo hace? No sé por dónde empezar el intento de responder las preguntas que dejé planteadas. Cómo no caer en lugares comunes, en descripciones que de obvias se vuelven vacías. Luego, por dónde seguir. Cómo no enredarme entre títulos y logros, entre currículum vítae y cronología. Así que abandono toda pretensión, pero con una advertencia: lo que sigue es apenas un bosquejo de lo que sería un verdadero retrato de un hombre que, me atrevo a asegurar – con algo de envidia y mucha admiración–, ha malgastado o desperdiciado muy pocos minutos en su vida. Para no perder más tiempo, abro con una idea que apareció en las dos entrevistas que tuve con Rozman. “Soy un afortunado. Thomas Jefferson, el presidente de Estados Unidos, tenía una frase muy linda que decía: ‘Soy un individuo que tuvo mucha suerte en la vida. Y cuanto más trabajé, más suerte tuve’. Y yo un poco siento igual. Creo que quizá supe aprovechar las oportunidades que se me presentaron”. La rosa de los vientos Hijo único de inmigrantes húngaros escapados del nazismo, él señala como la primera de sus suertes el hecho de que sus padres lograran huir. “Salvo una tía que vino después, estuvo en 11 campos de concentración y acaba de publicar un libro sobre sus experiencias [Una voz para la memoria, Miriam Bek y Miguel Kertesz], el resto de mi familia que no se fue murió en Auschwitz”. Como creían que iban a volver a Europa, el húngaro era el idioma que se hablaba en el hogar Rozman en Uruguay y el único que conoció Gabriel hasta que ingresó a primaria. “Cuando empecé a ir a la escuela, mi primera nota fue un bueno y mi padre me felicitó. Y seguí sacando buenos y recibiendo felicitaciones. Hasta que un día llegué con un sobresaliente, y papá me dio una cachetada. Pensé ‘qué húngaro ignorante’ y me quejé: ‘Pero papá, sobresaliente es mejor que bueno’. Y él me respondió: ‘Ya lo sé. Yo creía que eras un estudiante de bueno, entonces te felicitaba porque hacías tu máximo esfuerzo. No sabía que podías sacar sobresalientes’. De eso me quedó que uno tiene que dar y hacer lo máximo que puede de las capacidades que tiene”. Eso le habrá quedado registrado en ese momento, pero parece que el hombre que tiene un MBA de UCLA no lo empezó a aplicar, al menos en lo académico, hasta varios años después. “Es interesante… fui un estudiante bastante mediocre, si no malo, en la secundaria aquí. Mis dos padres trabajaban, yo estaba bastante solo y también trabajaba desde los 15 años en un banco húngaro; tuve malas compañías y me dejé estar. Inclusive perdí una materia de preparatorio y no logré entrar junto con mis compañeros a la universidad”. La postergación forzosa fue otra de sus suertes, según Gabriel. Entró a trabajar a la textil Sudamtex, una empresa “muy americana, te daban cosas, aprendí mucho. Yo había leído sobre management y sobre psicología laboral y me interesaba. Aquí no encontraba una carrera para estudiar eso, porque en esa época podía ser contador, escribano o abogado y punto. Después de tres años en Sudamtex, me fui del país, ‘con una mano adelante y otra atrás’. Y verdaderamente florecí en Estados Unidos”. En buen romance Era el año 1961. Nadie pedía becas de estudio, menos un uruguayo. Gabriel chapuceaba el poco inglés que aprendió en el liceo. No tenía dinero. ¿Cómo hizo? Pienso que fue clave su sangre de sobrevivientes, de emigrantes, de luchadores, de trabajadores. En cuanto al estudio, primero fue seis meses a la Universidad de Misisipi, de donde se fue volando a Los Ángeles debido a que “la calidad de la educación comparada con la de preparatorios de Uruguay en ese momento era mucho menor, y no podía tolerar el segregacionismo”. Su corta experiencia en el estado sureño tiene una anécdota muy gráfica. “Me acuerdo que el día que llegué me subí a un ómnibus, pagué el boleto de 10 centavos y me senté. El conductor empezó a los gritos, yo no sabía a quién le estaba hablando. Paró el autobús, me agarró y me bajó. ‘Debo haber dejado mal el dinero’, pensé. No. El problema era que estaba sentado en la parte de atrás, que era para los negros. Me había sentado mal”. Ya en Los Ángeles, Gabriel perfeccionaba su inglés por la vía de los hechos, al principio seleccionando inteligentemente materias que tuvieran el idioma universal de las matemáticas. Y ahí aparece la suerte nuevamente. “Cuando terminé la licenciatura de Business Administration, volví a Uruguay y fui a hablar con Sudamtex. ‘Aprendí mucho con ustedes, ¿quieren que vuelva?’. ‘No, mirá, hace tres años que te fuiste, era otro capítulo’. Después fui a la universidad y pregunté: ‘¿Quieren que enseñe?’. “No, mirá, tenés que empezar de asistente de asistente de la cátedra’. Me hicieron un favor. Me volví a Estados Unidos. Te imaginás la suerte que tuve en la vida. Más adelante, como residente de Estados Unidos tuve la suerte de no salir sorteado para que me llevaran a Vietnam. Te dije lo de Jefferson. Trabajé mucho, pero tuve mucha suerte”. Como fue un excelente estudiante, al terminar su máster tenía varias y apetitosas ofertas laborales en el área de informática, su preferida. “Elegí Burroughs, y siendo jefe de región en Los Ángeles conocí a mi mujer. Es una judía americana muy pero muy inteligente, mucho más inteligente que yo. Ella trabajaba en San Diego, me pidió ayuda con un problema que tenía y fui personalmente. Creo que el problema todavía existe [risas], pero yo me casé con ella”. Con ella sigue felizmente casado, con ella tiene dos hijas, y con ella empezó el periplo que ha sido su vida. Fina estampa En sus 30 años con Ernst & Young y luego en los 10 años que lleva en el Grupo Tata (un conglomerado que tiene actividad en varias industrias y especialmente en servicios de sistemas informáticos y que factura más de 60.000 millones de dólares anuales), el trabajo de Gabriel ha implicado mudarse de país y de ciudades tantas veces que me marea, me da motion sickness de solo escucharlo. “Primero para Ernst & Young abrí la oficina en Colombia, después vivimos en Perú, Nueva York, después de vuelta a Los Ángeles, Venezuela, España, vuelta a Venezuela, Río de Janeiro, Washington, Atlanta… nos mudamos 18 veces”. Le pregunto si ese nomadismo no le resultaba agotador. “No, me encantaba. Me gusta mucho el desafío de los cambios culturales, de los idiomas, de hacerse entender. Creo que cuando dos personas no hablan el mismo idioma y tratan de entenderse, lo que hacen es levantar la voz, HABLAN MÁS FUERTE [risas]”. “Tengo un sentido del humor especial, que comparto con mi hija más chica. A veces utilizo ironías, aprendí que con humor se pueden decir muchas cosas sin ofender. También me río de mi mismo. El humor me ha protegido mucho en la vida” Actualmente, su residencia está en Punta del Este, ciudad balnearia de la que su esposa estadounidense Janet se enamoró, pero también tiene un apartamento en Montevideo y su oficina particular está desde hace 10 años en un apartamento en el lugar del mundo en el que más le gusta vivir, Manhattan. La pregunta de rigor es si se siente americano, uruguayo o ciudadano del mundo. “Principalmente me siento ciudadano del mundo, pero en mi enfoque para hacer negocios y en muchas cosas de la vida me siento muy americano, sí. Pero no en los afectos, en eso me siento mucho más latino”. Un portador de ese mix al que se le suma el judaísmo (del que, aunque no es religioso, sigue la cultura, la filosofía y los valores), ¿cómo hizo para adaptarse a una organización como Tata, con una cultura completamente distinta a la suya? “Te digo una cosa interesante: la religión hindú no es monoteísta. El problema que tenemos con las religiones monoteístas es que o creés en mi Dios o sos un infiel. Los indios creen en diferentes dioses y se respetan. Entonces dicen tú judío, te felicito [risas] y pasan a otra cosa. El 15% de la población de India, 160 millones de personas, son musulmanes. Pero nunca viste que un musulmán indio atacase nada”. En cuanto a Tata en particular, “me ayudó que yo había trabajado en Japón y Corea antes con Ernst & Young y tenía un entendimiento de lo que es el mundo. Hay que tener un entendimiento del respeto, de lo que es una compañía que es jerárquica. Por ejemplo si hago una conferencia con latinos digo ‘tengo una idea, ¿vamos a hacer esto?’ y me responden todos a la vez, no se puede entender nada. Tengo una conferencia con los indios y digo algo y hay un silencio, después uno de ellos con mucho respeto va a decir algo como: ‘Gabriel, tú eres el más inteligente y el más buen mozo de todos nosotros, pero me voy a aventurar a decir algo con lo que a lo mejor no estás de acuerdo’ [risas]. En ese sentido, es muy lindo estar arriba en una compañía de la India. Abajo está más bravo”. El empresario siente que su relación con la India ha sido de ida y vuelta, él ha colaborado mucho a que en Tata se entienda el mundo occidental y a la vez “trato de entender la cultura. Leo sobre India. Los martes soy vegetariano. No lo hago solo por asociarme más con lo indio, me gusta porque vivimos en una época de tanto confort y tanta cosa alrededor nuestro que nunca sentimos alguna limitación. Entonces los martes tengo que arreglármelas y así entiendo que las cosas no son ilimitadas. Por eso ayuno en Yom Kipur [Día del Perdón de la religión judía]. Me gusta porque no tomás agua por 26 horas y te das cuenta lo frágiles que somos los seres humanos, de que somos limitados”. Tiempo y dinero Esa suerte de ascetismo personal que practica Gabriel no se traslada a los demás, ya que es más que generoso con su tiempo, sus conocimientos y hasta su dinero. Además de ser el Executive VP de Global Delivery Network de Tata Consultancy Services (TCS); presidir dedicándole tiempo y pasión Endeavor Uruguay (organización internacional sin fines de lucro que fomenta el emprendeurismo); tener varios negocios propios y desarrollar nuevos; pertenecer al directorio de Acción Microfinanzas; pertenecer a los comités asesores de la Universidad de Harvard para Latinoamérica y de la Universidad del Pilar de Argentina; haberse integrado recientemente a la CUTI; haber creado Redes, una ONG para el emprendeurismo de adultos mayores; Rozman tiene “el compromiso de menitorear a muchos. Y me encanta todo lo que hago. Creo que cuando tenés algo que necesitás rápido, se lo das al que está más ocupado, o sea que me lo piden a mí [risas]. Y yo me meto en cuanta cosa crea que puedo ayudar. Tengo la suerte de que Tata me deja tiempo”. Me pregunto cómo hace cuando le presentan o se le ocurre una idea para decidir qué hacer con ella, si desarrollarla dentro o fuera de Tata, y él me explica que la división es muy clara para él. “Mis inversiones propias las hago con un ingeniero brillante, Pablo Garfinkel, con el que tenemos, entre otros, Woow y Life Cinemas. Esto último fue lo primero, lo empecé porque el padre de Pablo me vino a pedir que me asociara con él para abrir salas en el Punta Shopping y yo le dije que sí y solo sí traíamos un socio americano. Hice un proyecto, lo presentamos a General Cinema y así empezó Hoyts”. Entre el tiempo y el dinero, sigo por el tiempo. Me había enterado que suele programar reuniones en los aeropuertos, y lo comprobé. La segunda entrevista con Gabriel fue en la sala VIP del Aeropuerto de Carrasco, con él recién llegado de Santiago. Antes, en una de las tres oficinas de TCS Uruguay, le había preguntado si le molestaba perder el tiempo. Su respuesta me dejó atónita, le cuesta tomarse un día libre y su familia lo “obliga” a descansar una semana, cuando sus hijas que viven en Buenos Aires y Nueva York vienen con sus cuatro nietos a pasar las fiestas. “De vez en cuando me tomo un sábado que esté en Montevideo y decido no hacer nada, ni abro el email. Miro televisión, voy al cine, no sé. Rozman está por lo menos en cinco países distintos al mes. Tiene una técnica para armar su valija, que no despacha. Cuando llega a un lugar, sale a correr, porque dice que eso lo ayuda a mantener su ritmo biológico y así minimizar el efecto del jet lag En general estoy muy conectado, siempre mirando los correos que me llegan. Incluso yo insisto en que aunque tengan mi número de celular, en lugar de llamarme directamente, le pidan hora a Carola, mi secretaria. Me gusta que sea ordenado. Prefiero saber que les dedico tiempo y que ellos saben con qué tiempo cuentan”. “¿Pensás que es difícil ser tu secretaria y manejar tu agenda?”, le digo y, como si estuviera guionado, en ese momento entra Carola a decirle “Tenemos una situación para encarar en cuanto termine la entrevista”. Rozman le dice: “Justo, Valeria me pregunta si es difícil ser mi secretaria”. “¿Podemos tener una entrevista aparte?”, responde dirigiéndose a mí Carola, y los tres nos reímos. Es accesible, está disponible, ha traído inversiones a Uruguay, por ejemplo uno de los clientes más importantes de Zonamerica, ha logrado que muchos uruguayos consigan contratos y trabajo en India y en el mundo… me lo imagino repartiendo teléfonos y contactos sin parar. Empiezo a decir “Tu tiempo…” y él sabe a dónde voy y me interrumpe. “No le pongo valor monetario, ¿sabés? Pablo Garfinkel se agarra la cabeza, porque dice que regalo asesoramientos que en general se cobran. Así también por amistad hice inversiones muy malas. Pero el dinero tiene para mí un valor muy relativo. No me motiva comprarme un Ferrari o un bote, no. Vivo muy bien como vivo. Sí, me gusta tener dinero para poder ir a cualquier restorán sin fijarme en si puedo pagar la cuenta. Pero pasado eso, yo podría ganar mucho más dinero del que gano, pero no me motiva tanto. Prefiero hacer cosas divertidas, interesantes”. Un accidente feliz “Las cosas interesantes”, considera Rozman, se pueden hacer como empleado, no solamente como dueño. “Creo mucho que los emprendedores pueden estar dentro de las compañías también. Yo me quise ir de Earnst tres o cuatro veces, y tuve la suerte de tener una compañía que entendía mi inquietud emprendedora. Por ejemplo, en el año 1988 era socio de Estados Unidos y dije que me iba porque creía que el muro de Berlín iba a caer por estos años y se abrían oportunidades fantásticas. Me dijeron: ‘Bueno, hacelo con nosotros’. Me dejaron abrir oficinas en Budapest, Praga y Varsovia. Si las empresas son inteligentes, no dejan ir a los emprendedores, le dan oportunidades para que sean emprendedores dentro de su propia empresa”. Y esa filosofía es la que tiene Rozman en TCS y fuera de ella también. Rozman conoció al Grupo Tata cuando era director de consultoría internacional en Ernst & Young; incluso en el Y2K del año 2000 contrató sus servicios de outsourcing para ayudar a sus clientes y abaratar costos. Ya fuera de Ernst & Young, a Gabriel se le ocurrió una idea y se la presentó a Tata. “Yo quería hacerlo invirtiendo dinero y teniendo una participación accionaria. El presidente de Tata dijo: ‘Me encanta tu idea, pero no necesitamos tu dinero [risas]. Lo que le ofrecieron a cambio y que Gabriel aceptó, vuelve a dejarme boquiabierta: “En realidad me ofrecieron algo: el 25% de lo que yo ganaba en Earnst & Young por irme a trabajar con ellos. Y acepté. Me parecía un desafío ser el primero en una empresa india en Latinoamérica. Mi mujer me dijo: ‘Se te adelantó la crisis de los 60. Comprate un auto deportivo, dejate de embromar’ [risas]. Cómo el plan piloto de TCS Latinoamérica se instaló en Uruguay fue azaroso. El primer lugar elegido por Rozman fue México, pero el gobierno no se mostró colaborador y desistieron. Luego fue Argentina, pero empezó el corralito. Así que, aunque no era la idea inicial porque esta plaza es muy chica, Tata puso su primer centro latinoamericano en Uruguay. “Empezamos con 15 personas que recluté personalmente en 2002 en Uruguay. En 2006 éramos 5.000 personas en toda Latinoamérica. Hoy tenemos 8.000 en Latinoamérica y acá en Uruguay un poquito menos de 1.100”. Entonces es un poco una leyenda lo que logramos. Ni siquiera yo creía que ese iba a ser el crecimiento, cuando además empezamos en medio de una crisis tremenda”. Fue un final feliz, porque para Rozman haberse instalado aquí también significó “pagar una deuda personal con Uruguay, por salvar a mis padres y por la educación pública que me dio”. En este caso, pienso, la suerte de la que habla Gabriel fue para Uruguay. La brújula y el péndulo Hace dos años, Gabriel cambió su lugar en la organización, de Vicepresidente Ejecutivo de Mercados Emergentes al mismo cargo pero en Global Delivery Network. Esta red se armó porque “básicamente hacemos outsourcing, y las grandes empresas que tienen sistemas informáticos muy antiguos necesitan mantenimiento y adaptación constante. La idea es armar una red para no centralizar en India. Es una organización matricial, la gente en Uruguay legalmente trabaja para acá, pero este centro es global y entonces sigue reportándose a mí. En esta red, bajo mi mando trabajan unas 15.000 personas”. Tata Uruguay facturó este año 45 millones de dólares y seguirá creciendo; mientras Rozman además seguirá abriendo centros en el mundo y materializando sus ideas. ¿Retirarse? “Esa es una muy mala palabra. No existe en mi diccionario”. Cambio, entonces de idea. ¿Dejar Tata? “Generalmente, los indios tienen el concepto para los ejecutivos de una carrera de por vida, aunque yo entré hace poco. La mayoría de nuestros gerentes han estado 30 años, 35 años con la compañía. Pero yo soy muy inquieto y siempre me planteé desafíos muy altos. Y ya tenemos 26 centros en todo el mundo. Bueno, el plan es tener 40. Pero de 26 a 40… el primer centro de Latinoamérica, la primera inversión en Latinoamérica de una compañía de la India, donde yo no entendía ni lo que me hablaban por el acento, fue un desafío grandísimo, ¿no? En Earnst & Young fui el primer latinoamericano que hicieron socio en Estados Unidos. Además, mi papá siempre decía que hay que irse de la fiesta cuando está en lo mejor. Pero el día que me vaya, me gustaría irme bien. Soy muy romántico en ese sentido, de quedarme muy apegado, a mis amigos y sobre todo a las empresas con las que trabajé. Siempre”. En el final caigo en la adjetivación, aquella contra la que luché desde el principio y terminó venciéndome. Pero está justificada, creo. Romántico, enérgico, aventurero, con el corazón en la mano y la cabeza fría, serio, seguro, riguroso, sobrio, paternal, implacable: Gabriel Rozman es un verdadero caballero emprendedor.