El valor de las humanidades. Vengo a defender una causa probablemente perdida de antemano. Porque si hubo alguna vez una época adversa a reconocer el valor de las humanidades –es decir, de la educación y cultura de letras como paideia– creo que es la nuestra. El notorio desprecio actual hacia el pasado, un prejuicio turbio y adverso respaldado por la fascinación por lo tecnológico y el ansia consumista, el embobamiento por lo espectacular y novedoso, de modas efímeras, de propaganda mediática, de apresurado hedonismo, caracterizan esta época nuestra; una época, por otra parte, desdeñosa de la memoria y precipitada a una tremenda confusión de la mera información con el saber, y, por tanto, opuesta o reacia a formas de educación y cultura que requieren detenimiento, reflexión, sensibilidad y un cuidado personal que supone tiempo y esfuerzo. Es decir, una educación y cultura al servicio del individuo, sin que la inversión pretenda como fin decisivo aumentar la ganancia económica inmediata o impulsar la promoción social. Porque aquí y ahora esa cultura no da ni estatus social ni prestigio popular. Por tanto, según los parámetros usuales, no es nada rentable. Sin embargo, defender esas causas perdidas es lo que uno debería hacer, cuando cree en ellas, y no piensa que el valor de las cosas se deba medir por la demanda de la masa ni por el mero precio en el consumo atento a las gangas de la moda.