Subido por claugtzp

Saraswati | Cultura | EL PAÍS

Anuncio
Saraswati | Cultura | EL PAÍS
AVANCE
18/01/19 1'22
Consulta la portada de EL PAÍS, Edición América, del 18 de enero de 2019 »
BACALAR / 1
Saraswati
Bajo los caprichos de su personalidad torturada, pasamos varios veranos de nuestra infancia
GUADALUPE NETTEL
11 AGO 2013 - 17:18 CDT
NEWSLETTERS
Recibe la mejor información en tu bandeja
de entrada
EVA VÁZQUEZ
Fui una niña sumisa y timorata. Mis hermanas y yo crecimos en una familia
experimental, como las que abundaban en los años setenta. Nuestro padre,
escultor de profesión, era, por paradójico que suene, un fundamentalista del
jipismo. Durante esos años, su aspecto se transformó vertiginosamente: de las
patillas anchas, los pantalones con patas de elefante y las camisas floreadas, que
llevaron muchos hombres de su generación, pasó a usar un trapo alrededor de la
cintura y una barba larguísima como de Sadhu. Poco a poco dejó de ponerse sus
sempiternos huaraches con suela de neumático para confiar sus pasos a la
planta cada vez más gruesa y percudida de sus pies. Llevaba el pelo hasta media
espalda y, cuando hacía calor, se lo levantaba formando una rueda en la cima del
cráneo. A veces usaba turbante. Tenía talleres en tres diferentes ciudades:
Bacalar, San José de California y Goa, compartidos con otros artistas. A pesar de
las numerosas sustancias que ingería, o quizás gracias a ellas, su producción era
abundante y también lo era el dinero que ganaba con sus piezas.
El interés por la India y su mitología lo acompañó desde muy joven, de ahí los
nombres que nos distinguieron durante toda nuestra escolaridad: Uma,
https://elpais.com/cultura/2013/08/09/actualidad/1376066052_686621.html
Página 1 de 3
Saraswati | Cultura | EL PAÍS
18/01/19 1'22
Saraswati y Kali. Quizás, por el hecho de vivir tan cerca de él, para mi hermana
menor y para mí la personalidad de mi padre nunca representó un problema.
Dicen que cuando uno se encuentra en el ojo del huracán no sufre sus estragos. A
diferencia de Kali y de mí, Uma era hija del primer matrimonio de papá con una
modelo francesa a la que abandonó por mi madre. No sólo sufrió durante su
primera infancia una serie de intensas disputas conyugales sino también, y sobre
todo, su ausencia.
Con nuestra hermana mayor intercambiábamos cartas a lo largo del curso
escolar. Nosotros le describíamos la vida en Quintana Roo y ella nos mandaba
postales de Saint Michel y del centro Pompidou. Sin embargo fueron muy pocas
las ocasiones que teníamos de reunirnos con ella. Hasta que a mi padre se le
ocurrió invitarla a pasar los veranos en la casa de playa de mi abuela. Fue un
periodo excepcional que nos permitió entender muchas cosas acerca de la
familia y el temperamento de cada uno de sus miembros, sobre todo de Uma, a
quien conocíamos menos. Ella no mostró sus cartas desde el principio. Se
mantuvo discreta y silenciosa las dos primeras semanas. Parecía triste, y
sospechamos que era por la ausencia de su madre. Pasaba horas mirando las
fotos que mi abuela conservaba del tiempo en que sus padres vivían juntos y los
viajes que hicieron a esa misma playa. Cuando estábamos con ella, mi hermana,
mi madre y yo éramos muy respetuosas y no sería exagerar decir que una culpa
soterrada animaba ese respeto.
Kali y yo sabíamos que, al nacer, habíamos destruido su vida. Por eso, durante
las vacaciones, todos, empezando por nosotras y por mi abuela, pero también mi
padre, organizamos nuestra cotidianeidad alrededor de ella y sus designios. Papá
y mamá dejaron de fumar hierba en los espacios comunes, abandonamos la
estricta dieta macrobiótica para sujetarnos a sus antojos, cambiamos nuestros
modales, nuestra forma de hablar y hasta nuestro idioma para adaptarnos a los
suyos. Ella se daba cuenta del poder que tenía y tarde o temprano empezó a
abusar de éste. Sin tomar en consideración nuestros esfuerzos, se mostraba
altiva, criticona, incluso déspota. Así ocurrió durante tres veranos. Apenas ponía
un pie en la casa, empezaba a acomodar nuestras cosas en los armarios de las
habitaciones. Nos tenía prohibido prestarnos ropa, mucho menos el bikini. En la
calle, estaba atenta a todos los comentarios de los transeúntes acerca de
nosotras y no resistía a la tentación de reseñarlos: “Esa mujer acaba de decir que
yo soy muy guapa, mientras que ustedes dos son gordas y feas”. “El cartero no
entiende cómo papá cambió a mi madre por su nueva esposa”. Nada de lo que
éramos le gustaba y llegó incluso a cambiarnos el nombre. Nosotros no
reaccionábamos a estas agresiones. La culpa que sentíamos era mayor que
nuestro orgullo.
https://elpais.com/cultura/2013/08/09/actualidad/1376066052_686621.html
Página 2 de 3
Saraswati | Cultura | EL PAÍS
18/01/19 1'22
En realidad, no resulta tan extraño que a una adolescente le dé por avergonzarse
de sus parientes, más raro es que toda una familia se haya doblegado a ella. Las
vacaciones, ese periodo extraordinario que nos aleja de la vida cotidiana y nos
coloca, sin las barreras asépticas de la rutina, a merced de nuestros familiares,
son el espacio perfecto para que afloren las tensiones ocultas y todos los
síntomas de nuestra neurosis. Así, bajo los caprichos de su personalidad
torturada, pasamos varios veranos de nuestra infancia, durante los cuales no
hicimos sino apreciarla más. Cuanto menos la soportábamos, más cariño
sentíamos por ella. Y me atrevería a decir que, justo por eso, llegamos a
considerarla una de nosotros.
Guadalupe Nettel es escritora. Su último libro es El matrimonio de los peces
rojos (Páginas de espuma).
ARCHIVADO EN:
Verano · Escritura · Escritores · Microrrelatos · Literatura hispanoamericana · Narrativa · Lengua
· Literatura · Cultura
© EDICIONES EL PAÍS S.L. Contacto Venta de contenidos Publicidad Aviso legal Política cookies Mapa EL PAÍS en KIOSKOyMÁS Índice RSS
© EDICIONES EL PAÍS S.L. Contacto Venta de contenidos Publicidad Aviso legal Política cookies Mapa EL PAÍS en KIOSKOyMÁS Índice RSS
https://elpais.com/cultura/2013/08/09/actualidad/1376066052_686621.html
Página 3 de 3
Descargar