AUTORIDADES UNIVERSITARIAS Cecilia García Arocha Rectora Nicolás Bianco Vicerrector Académico Bernardo Méndez Vicerrector Administrativo Amalio Belmonte Secretario General AUTORIDADES DE LA FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN Vincenzo Piero Lo Monaco Decano Mariángeles Páyer Coordinadora Académica Eduardo Santoro Coordinador Administrativo Hilayaly Valera Coordinadora de Extensión María del Pilar Puig Coordinadora de Postgrado Rosa Lacasella Coordinadora de Investigación Colección Estudios Educación 1ª edición: 2014 ©Fondo Editorial de Humanidades y Educación, 2014. Departamento de Publicaciones. Universidad Central de Venezuela. Ciudad Universitaria. Caracas-Venezuela. Teléfonos: 605 2938. Fax: 605 2937 correo electrónico: [email protected]; twitter: @LibreriaFHE facebook: Fondo Editorial humanidades; blogspot: Libreriahumanistaucv.blogspot Edición al cuidado: Janicce Martínez y Alexandra Mulino Revisión crítica: Roberto R. Bravo (Universidad de Vic) Impresión: Gráficas Tao, S.A. Diseño, diagramación y montaje: Odalis C. Vargas B. Ilustración de portada: Fotografía de un ejemplar del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895 ISBN: 978-980-00-2758-5 Depósito legal: lf 14720138004279 Tiraje: 300 ejemplares Impreso en Venezuela Printed in Venezuela Martínez, Janicce / Mulino Alexandra Cuatro miradas. A propósito del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895 / Compiladores: Janicce Martínez y Alexanda Mulino – Caracas: Fondo Editorial de la Facultad de Humanidades y Educación; Universidad Central de Venezuela, 2014 154 p. ; 25 cm. – (Colección Estudios. Educación) Incluye bibliografía p.p. : 49-52, 91-94, 127-132 y 153-154 ISBN: 978-980-00-2758-5 1. Venezuela Investigación Literaria - 2. Crítica Primer Libro Venezolano de Literatura. 3. Historia Primer Libro Venezolano de Literatura (año 1825). I. Martínez, Janice. II. Mulino, Alexandra. Colección Estudios. Educación CDD: M385.807 Janicce Martínez y Alexandra Mulino Compiladoras Cuatro miradas. A propósito del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895 Fondo Editorial de la Facultad de Humanidades y Educación Universidad Central de Venezuela Caracas, 2014 Agradecimientos Los autores queremos reconocer el incalculable apoyo personal e institucional brindado por las siguientes personalidades: Al Decano Vincenzo Piero Lo Monaco, de la Facultad de Humanidades y Educación, de la Universidad Central de Venezuela, por su pleno respaldo académico. A la Lic. Libia López, Directora de la Editorial de la Facultad de Humanidades y Educación, de la Universidad Central de Venezuela, por su decidido apoyo a las investigaciones venezolanas y latinoamericanistas, además por su indiscutible trato solidario y responsable. A la Lic. Gladys Perales, secretaria ejecutiva, del Banco Central de Venezuela, por apoyarnos con las copias voluminosas del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895. Al Profesor Luis Pellicer, Director del Archivo General de la Nación, por el soporte intelectual y material del proyecto. Al Profesor Roberto R. Bravo, Agregado de la Universidad de Vic (Barcelona, España) y exprofesor de la Universidad Central de Venezuela, por la revisión crítica y exhaustiva realizada a cada uno de los ensayos que integran este libro. A Odalis Vargas, Katty Vegas, Haidée de Gil y Yurelis Caraballo, profesionales eficientes y amables del Departamento de Publicaciones del Fondo Editorial de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela. Al revisor del texto, por su lectura crítica y responsable. Índice Presentación Ciento diecinueve años después: lectura del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895 Alexandra Mulino I. Lo venezolano del primer libro II. Expresiones anticolonialistas en las páginas de El Cojo Ilustrado de 1894: el caso de La Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes - Expresiones nacionalistas y bolivarianas en el editorial de El Cojo Ilustrado, nº 64, de 1894 - El periódico, “Trinchera” político-ideológica III. Semblanzas y comentarios. Algunos integrantes de la junta directiva y miembros colaboradores de la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes: El Cojo Ilustrado de 1894 IV. Publicaciones exclusivas de El Cojo Ilustrado de 1894 que contribuirían a la publicación del Primer Libro Venezolano en 1895 - Memoria e identidad - Memoria y maestros de Escuela - Memoria, ciencia y progreso - Memoria y periodismo - «Patriótico Proyecto» V. «Venezuela Ilustrada». Patria e independencia, posición política de J.M. Herrera Irigoyen y Manuel Revenga, directores de El Cojo Ilustrado VI. Algunas consideraciones finales VII. Fuentes consultadas El pensamiento pedagógico venezolano en el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895 José Leonardo Sequera Hernández Introducción I. Educación y pedagogía: las dagas de plata sobre la mesa - Ambiente y contexto histórico de Caracas en 1895 11 13 13 29 30 31 32 35 35 37 38 40 41 42 43 49 53 53 54 55 II. Preludio del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes - La Exposición Nacional de 1883 - El Primer Congreso Pedagógico Venezolano III. El Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes - Algunas consideraciones previas sobre los dos artículos pedagógicos del Libro: una justificación para pensar histórica y políticamente la educación y la escuela -«Revistas de autores didácticos e institutores», por Pedro Manrique - «Instrucción popular», por Guillermo Tell Villegas IV. Conclusiones. Reflexión pedagógica: los conceptos pedagógicos y las categorías de análisis V. Apoyo documental El Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes y el desarrollo de ideas venezolanas y americanistas Emma Martínez I. El ambiente intelectual venezolano a fines del siglo XIX II. El tema de las generaciones - Las Generaciones y el método III. Ideas americanistas en el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes 1. “El Informe sobre el Periodismo en Venezuela” de Eloy Guillermo González 2. “Ojeada al Periodismo Científico” por Luis R. Guzmán 3. Los artículos de Manuel Landaeta Rosales y Felipe León 4. “Resumen histórico de Venezuela hasta 1823”, Julián Castro IV. Consideraciones generales V. Fuentes documentales y bibliohemerográficas 65 66 69 72 72 76 78 85 91 95 95 102 104 110 110 118 122 122 126 127 Nacionalismo y memoria. Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895 Janicce Martínez 133 I. Un punto de partida, si bien pudo haber sido otro… 133 II. Lo callado y lo sonoro: voces y retumbos de una memoria histórica 140 III.Referencias 153 Presentación La presentación de un texto suele convertirse en un acto de fe, quizá las líneas que siguen no obrarán la excepción pero lo que se añade en este caso es la pluralidad de lectura que, no uno sino cuatro textos, ofrece. Cuatro miradas echadas sobre el “Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes”, editado en 1895, recorrido diverso por el país: sus quehaceres y sus sentires en las postrimerías del S. XIX. Texto que ya ha llamado la atención antes en el mundo literario y, desde allí, expuestas algunas claves para su comprensión. Esta vez, desde cuatro disciplinas distintas, a saber: la historia, la pedagogía, la psicología social y la sociología, se encara el Primer Libro Venezolano… como reto polisémico y, sobre todo, como interlocutor válido e ineludible para seguir pensando más allá de la literatura, la ciencia y las bellas artes. Conseguirá el lector varias orillas donde detenerse y, si gusta, seguir el itinerario que le ofrecen los autores: hallará la posibilidad de un tránsito urgido por postular una sociología de lo sensible, poner en situación las circunstancias pretéritas y comprenderlas desde un visor local, sin sujeciones teóricas ridigizantes; asimismo, la atenta lectura permite, ahora desde el lente pedagógico, dar pasos curiosos que se separan de la arquitectura estrictamente instituida para rodear figuras y sucesos poco conocidos, si bien con peso específico a la hora de incidir sobre el complejo mosaico de aquellos días o sobre sus estelas que aún, o precisamente hoy, trepidan; a propósito del movimiento del tiempo, puede pasearse por una revisión histórica en la cual el positivismo, tan en boga en otras latitudes, cobra nombre en la nuestra y permite soportar algunas reflexiones en torno a saberes que, a partir de entonces, exigirían una legitimidad vinculada a esta matriz epistemológica; finalmente, se ofrece una aproximación psicosocial la cual va en busca de la marca sufrida por el sujeto despojado de una primera lengua e incorporado en otra, ello a través de interpelaciones entre historia y memoria, acaso ineludibles en construcciones de lo que somos. 11 Tensión recíproca entre los autores en pos de una venezolanidad que no alcanza respuesta indiscutible para ninguno de los cuatro, sino que deja en vilo la pregunta o, quizá, la pregunta los deja en vilo; lo cual se torna tierra fértil pero no elude, más bien al contrario, reditúa la ansiedad que las plumas del Primer Libro Venezolano no resuelve y coloca “lo venezolano”, como ahora, en el lugar de las prácticas y actuaciones cotidianas capaces éstas de hablar pese a la colonización y sus presupuestos de silencio, aceptados como naturales. Sirva, pues, de invitación no sólo a los interesados en los vaivenes de Venezuela y su mixtura inagotable, sino a quienes han pensado, al menos una vez, en el fino limite existencial de conocer sobre sí. No se topará usted con una glosa inexpugnable, antes bien con un castellano de aquí que palabrea con la Región, el Continente y allende los mares. 12 Ciento diecinueve años después: lectura del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895 Alexandra Mulino Escuela de Educación-FHE-UCV Retorna el tiempo que sumergió la vida en su empeño de borrar las huellas y cerrar los surcos donde cayeron las simientes. D. F. Maza Zavala I. LO VENEZOLANO DEL PRIMER LIBRO Cuando corría el año 1894, en los tiempos del general Joaquín Crespo, se formó la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de Venezuela, en ese momento la racionalidad periodística tejió con firmes hilos cronológicos los principales acontecimientos ocurridos en el país, léanse algunos sucesos: El 1 de febrero se inauguró el Gran Ferrocarril de Venezuela. A decir de Francisco de Paula Álamo, corresponsal de El Cojo Ilustrado: «La inauguración del Gran Ferrocarril de Venezuela inicia la época de la transformación industrial de una de las más ricas porciones del país y estrecha de hoy en adelante los lazos de amistad que unen á Caracas con Valencia» (Álamo, 1894a, p. 82). La revista El Cojo Ilustrado, en su edición del 15 de marzo (número 54), publicó íntegro el dictamen del Ejecutivo Nacional apenas conocida la infausta noticia de la muerte del maestro Arístides Rojas, escritor, médico e historiador, el domingo 4 de ese mes. Manuel Guzmán Álvarez, general y presidente del Consejo de Gobierno, encargado del poder ejecutivo de los Estados Unidos de Venezuela, en cinco considerandos decretó cuatro artículos en honor a la memoria del doctor Rojas, refrendados por Víctor Antonio Zerpa, ministro interino de Relaciones Interiores, y Ezequiel María González, ministro interino de Instrucción Pública. Al respecto, vale la pena transcribir el artículo 3: «Se excita á los altos cuerpos del Estado y á las corporaciones científicas de creación oficial, tanto como á los empleados nacionales y del Distrito Federal, á dar solemnidad con su presencia á la ceremonia de la inhumación» (Guzmán Álvarez, 1894, p. 118). El día 14 de ese mes de marzo tomó posesión de la presidencia de la República el general Joaquín Crespo, «… caudillo de la última revolución» (editorial de El Cojo Ilustrado, 1894 d, p. 118). 13 Joaquín Crespo www.cfg.gob.ve [13 de abril de 2013] El 28 de abril de ese mismo año, una tragedia enlutó al país: el terremoto de la cordillera de Los Andes. Las observaciones del periodista de El Cojo Ilustrado, Eugenio Méndez y Mendoza, describen el estado material de la nación en ese período de la historia. En su célebre sección de «Actualidades» subrayó con notable descontento: Tres cosas son de señalarse en este acontecimiento: la circunstancia de que antes se hayan tenido en Caracas noticias de Santander que del Táchira; la de que las personas que tienen sus familias en Mérida hayan tenido que ocurrir por noticias á Nueva York, por el cable (!); y la de que á la hora presente, doce días después de la catástrofe, no se sepa á punto fijo si fueron siete ó trescientas las desgracias personales de Mérida. No hay duda de que progresamos á ojos vistas (Méndez, 1894, p. 199). Por esa falta de información, un célebre poeta marabino resaltaba, con fina ironía, que mientras por esos lares se padecía semejante desgracia, en la capital, «la reina del Guaire se divierte». Asunto del todo falso, denunciaba, por cierto, el mentado cronista (ibid.). Y Francisco de Paula Álamo, en su largo artículo «Terremoto en la Cordillera», en El Cojo Ilustrado del 1 de junio, destacaba la falta de equipamiento científico en la región: «… y cada vez echamos de menos la falta que hacen los sismómetros y los resultados de una observación regular» (Álamo, 1894b, p.216). Y así otras noticias socioeconómicas y diplomáticas nada halagüeñas. 14 El recuerdo de estos hechos intenta tan sólo caracterizar someramente la dinámica social en la que surge el proyecto del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes. Red social del todo compleja, donde un sector de la población, compuesta por académicos, científicos, literatos, artistas…, no sólo aspiraba a sobrevivir en términos materiales, sino que sus integrantes, pertenecientes al ámbito de la cultura, también pretendieron repensar la patria más allá de las constantes revoluciones y alzamientos militares de la época. El 20 de febrero de ese mismo año 1894, el Diario de Caracas había publicado un artículo del connotado poeta y ensayista Julio Calcaño intitulado «Estado actual de la literatura en Venezuela». A primera vista, un escrito del todo inofensivo, tal vez incluso intrascendente. Nada que ver, por ejemplo, con las informaciones sobre las dificultades que en aquel momento atravesaba el ejecutivo nacional con los apoderados del Banco de Venezuela, o sobre la disputa con Gran Bretaña por la Guayana Esequiba, o, en líneas generales, con los acaecimientos arriba reseñados. Un escrito sobre literatura, ¿qué impacto político o socioeconómico podía tener?… No obstante, la reseña conmocionó a un sector de la vida social venezolana, precisamente del ámbito cultural. Cabe preguntarse: ¿cómo interpretar las acciones de la Asociación Nacional de Literatura (incluido el fruto de su trabajo, el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, puesto en circulación un año después), en medio de los acontecimientos sociopolíticos de ese año 1894? Creo que, transcurridos más de cien años, se hace necesario leer entre líneas tal episodio, es decir, considerando más las “hilachas” y no tanto los “hilos” firmemente trazados en el tejido social venezolano de aquel momento. Comentar el hecho social a partir de sus “flecos” significa abandonar la seguridad que otorgan los métodos sociales con prescripciones precisas de abordaje de lo real concreto; implica interpretar la dinámica social sin temor a las pre-nociones que de alguna manera confieren legitimidad a la “vida mínima”, esos acontecimientos que son “irrelevantes” como noticia, es decir, sucesos que no conforman la historiografía ni la teoría social hegemónica. A tal propósito, debo subrayar que mientras Julio Calcaño publicaba en el año 94 una serie de artículos de signos pro-hispánicos y neocoloniales, en Francia Emile Durkheim ya había editado La división del trabajo social (1893) y estaba por difundir Las reglas del método sociológico, libro éste que circuló en paralelo con el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes en el ya lejano año de 1895. En Las reglas del método sociológico, Durkheim presentaba una serie de propuestas que indiscutiblemente acabaron por predeterminar la mirada del 15 investigador social: los hechos sociales se deben tratar como objetos, por tanto, los fenómenos sociales son externos y objetivos a los propios individuos. Concepción sociológica que llevó a configurar y privilegiar en grado sumo el método en las ciencias sociales, cosificando, así, determinadas dimensiones de la denominada realidad sociocultural. Pareciera que la herencia tanto del pensamiento de Auguste Comte como de Émile Durkheim formó a buena parte de la intelectualidad venezolana de finales del siglo XIX. Aún es muy común leer y escuchar en las aulas universitarias el rótulo de positivistas adscrito a todos esos hombres de letras que desde las cátedras o las trincheras del periodismo aspiraron algunos a explicar, y otros a interpretar, el mundo que los circundaba. Al respecto, me pregunto: ¿Es posible leer lo “venezolano” del Primer Libro a partir de las premisas de la sociología occidental? ¿Los miembros de la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes indagaron el “ser” de la venezolanidad a partir de las reglas expuestas por la sociología europea? ¿“Cosificaron” a su sociedad en esa búsqueda? Muchos de ellos se autodenominaron positivistas, con claras consecuencias en sus reflexiones socioculturales; no obstante, ¿el repensarse desde el ideario bolivariano, la etnografía comparada, el evolucionismo multilineal, el espiritualismo, etc., como elementos añadidos a sus actitudes y opiniones, los situaba como positivistas –según el decir de los manuales– o los transformaba en eclécticos? Creo que la angustia de encontrar lo que “se es” alentó a los miembros de la Asociación a considerar lo “venezolano” cuanto fue vertido en el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes. Pero lo “venezolano”, como casi cualquier otra cosa en el plano social y antropológico, tiene múltiples lecturas. Julio Calcaño, como venezolano, reseñó el estado de la literatura nacional, pero sobre la base de principios y juicios eurocéntricos, convirtiendo en un “no lugar” lo que otros intentaron revalorizar como “lugar”, con contenidos socioantropológicos y políticos propios. Por ende, al proponer la lectura del Primer Libro Venezolano a partir de la metáfora de las “hilachas” sociales, intento indagar otros “sentidos” subestimados por la historiografía y la teoría social dominantes. Como recuerdo más arriba, el 20 de febrero de 1894 el Diario de Caracas, en su edición de la tarde, publicó la primera parte del artículo de Julio Calcaño titulado «Estado actual de la literatura en Venezuela». Serían en total ocho entregas, en las que el llamado “Secretario perpetuo de la Academia Venezolana de la Lengua” creyó describir el estado del arte de la literatura nacional. Para ilustrar su examen sobre el tema, centraremos la atención en los números primero y último: los del martes 20 y del miércoles 28 de febrero. 16 En su primera entrega, el maestro Calcaño advertía a los lectores del afamado Diario el porqué de su estudio del “estado actual de la literatura” en el país. En las primeras líneas de su controversial manuscrito señalaba: «El distinguido editor del Repertorio de Literatura Hispano Americana se ha dignado pedirme una reseña del movimiento literario de Venezuela en los presentes días, recomendándome al mismo tiempo no olvidar lo relativo á los escritores y poetas de la nueva generación» (Calcaño, 1894a). La petición le había sido hecha por el editor y crítico literario español, F. de la Fuente Ruiz. Biblioteca Nacional, Caracas, Venezuela Foto propia, 02 de enero de 2011 Tras su exposición a lo largo de esa semana, Calcaño culminó su redacción con algunas afirmaciones categóricas. Permítaseme citar en extenso lo siguiente: Dedúcese de este escrito que la literatura venezolana, como la de las Repúblicas hermanas, es desgraciadamente un tanto imitadora de las literaturas extranjeras, y que por hoy priva en algunos de sus escritos la enfermiza literatura naturalista que está produciendo ya desastrosos resultados sociales. Así y todo, cuenta con poetas y prosadores de mérito, pero que no son bien conocidos ni pueden ser bien juzgados y estimados, porque sobre no poder recopilar los trabajos publicados en los periódicos, conservan inéditas numerosas obras. Débese tan lastimoso estado de cosas al escaso apoyo de los gobiernos, á la predilección que alcanzan los libros extranjeros por inferiores que sean, lo que explica en parte la inclinación al arte imitativo; y por último, á la insistencia con que parte de la prensa hostiga á los hombres de letras más señalados. […] Testimonio incontestable de atraso social, que, unido a las desventuras públicas, nos hace dudar á las veces si hemos ganado o perdido con la independencia de la patria y el establecimiento de la República; porque ahondando en este torbellino de pasiones desapoderadas, y estudiándolas fríamente, se vé que no sólo influyen en ellas las rivalidades políticas, que de antiguo trabajan y medran, y el incontestable atraso intelectual y la decadencia moral de los tiempos, sino también las exageraciones de una democracia mal comprendida y practicada que todo lo quiere nivelar y á nada quiere reconocer superioridad; por donde cualquiera que alcanza á llenar con rasgos y garrapatos un papel, se cree tan digno de ser considerado hombre de letras como el más entendido y talentoso escritor. […] En esta vía dolorosa de la época, y sin protección y arrimo, sin respeto y estímulo, nada de extraño tiene que los talentos vayan haciéndose superficiales, y que, cuando desaparezcan de la escena los varones que aun mantienen el fuego sagrado, se presente una generación completamente decadente, vacía y frívola, y no se halle en ella un 17 talento vigoroso y sabio, un Bello, un Toro, un González ó un Larrazábal, capaz de reformar las letras y guiarlas á más elevados destinos (Calcaño, 1894b). Biblioteca Nacional, Caracas, Venezuela Foto propia, 02 de enero de 2011 De esta larga nota merece la pena destacar tres apreciaciones: a) «Dedúcese de este escrito que la literatura venezolana, como la de las Repúblicas hermanas, es desgraciadamente un tanto imitadora de las literaturas extranjeras, y que por hoy priva en algunos de sus escritos la enfermiza literatura naturalista que está produciendo ya desastrosos resultados sociales.» b) «…Testimonio incontestable de atraso social, que, unido a las desventuras públicas, nos hace dudar á las veces si hemos ganado o perdido con la independencia de la patria y el establecimiento de la República.» c) «…Cuando desaparezcan de la escena los varones que aun mantienen el fuego sagrado, se presente una generación completamente decadente, vacía y frívola, y no se halle en ella un talento vigoroso y sabio, un Bello, un Toro, un González ó un Larrazábal, capaz de reformar las letras y guiarlas á más elevados destinos.» El párrafo (a) abarca en su crítica la labor académica llevada a cabo por el profesor alemán Adolfo Ernst en su cátedra de la Universidad Central de Venezuela. Este eminente científico ejerció una notable influencia en la formación de los jóvenes universitarios nacidos, la mayoría de ellos, en la década de los años 60 del siglo XIX; entrenó sus miradas sobre los diversos objetos de la ciencia, tanto naturales como sociales, conformando el pensamiento crítico en muchos de aquellos mozos de la época, incluido quien fuera el más destacado de sus discípulos y heredero de su bagaje científico-cultural, José Gil Fortoul. El profesor Ernst inauguró su cátedra en la Universidad de Caracas en el año 1861, y desde entonces hasta su retiro en 1899 combatió –sin habérselo propuesto como tarea– la racionalidad idealista que dominaba aquel recinto. Algunos no le perdonaron su concepto moderno del quehacer universitario. En cambio, a decir de su más aventajado estudiante: «Bien preparado estaba 18 Ernst para esta misión por su técnica en todas las ciencias naturales, especialmente en botánica y zoología, y, en consecuencia, por su método rigurosamente científico. […] Y como Ernst en su cátedra lo aplicaba siempre, fué fácil para entendimientos tradicionalmente dogmáticos propagar la leyenda de un profesor antirreligioso, materialista o ateo, tomando tales términos en su sentido vulgar y erróneo» (Gil Fortoul, 1941, p. 196-197). El párrafo (b) que destaco refiere la crítica de Calcaño al estilo de escritura de los jóvenes nacidos entre los años 60 y 70 del siglo XIX. El largo período de gobierno de Antonio Guzmán Blanco había inspirado buena parte de los discursos hiperbólicos de la prensa y de los medios políticos y académicos, estilo rechazado después por las jóvenes generaciones; José Gil Fortoul, en «Cartas a Pascual», hizo alusión a ello: […] También es verdad que todavía no estamos curados de aquel terrible ataque de hipérboles que por poco nos vuelve locos durante la dictadura de 15 años, cuando el estilo relampagueante del dictador servía de modelo á los periodistas políticos, á los oradores del Congreso y á la multitud de escritores de ocasión que llenaban las ediciones de los periódicos en días de fiesta nacional ó preparaban oraciones soporíferas para las distribuciones de premios en los colegios. Pero no hay que olvidar que cuando cambió el régimen político empezó a transformarse rápidamente el estilo (Gil Fortoul, 1895, p. 6). Nótese la observación del sociólogo larense en las últimas líneas. Ese cambio de estilo chocó de pleno con la inclinación romántica de Calcaño, como éste confirmó en su propio ensayo: «Hoy es evidente en los jóvenes la tendencia á alejarse, así de las hipérboles románticas como de las vaciedades de los románticos neo-clásicos» (Calcaño, 1894 b). Eloy G. González, en sintonía con el sentir de José Gil Fortoul, decía así en la introducción a su discurso de orden pronunciado en el acto de distribución de premios del Colegio San Agustín de Caracas en el año 1894: «El tiempo que transcurre no es como para inventar maravillas en los rostros de las muchachas amadas, ni como para detenerse á endilgar historias de sufrimientos mentirosos á la “protectora de los amantes”» (González, 1894 b, p. 324). Si bien lo que más llama la atención de ese segundo párrafo de Calcaño es su duda respecto al valor de la lucha independentista. Es notorio que su desmoralización provino de los vaivenes de la política nacional en manos de montoneros y caudillos, pero puede parecer excesivo poner en tela de juicio la Independencia y la creación de la República, a pesar de la pérdida del proyecto de la Gran Colombia. Calcaño cierra su largo estudio sin entrar en contradicción con su posición político-ideológica e intelectual: reaccionario y romántico en sus formas, 19 claramente subestimó –como se aprecia en el párrafo (c) final– los alcances de la nueva generación de intelectuales y artistas venezolanos. En tales circunstancias, el editor de El Republicano, Luis R. Guzmán, a petición de Rafael Fernando Seijas, convocó a la inteligencia humillada por la pluma de Calcaño a una asamblea en las oficinas del mismo diario a fin de organizar un trabajo que demostrase al mundo las falsedades elucubradas por el connotado académico de la lengua. En una primera fase se conformó una junta integrada por «los doctores Lucio Pulido, Andrés Antonio Silva, José Núñez de Cáceres y el suscrito [Rafael Fernando Seijas]; y de los señores Carlos Pumar, Tomás Michelena, Pedro Manrique y Francisco de Sales Pérez. A poco de constituida, salió para Europa el doctor Núñez de Cáceres, y más tarde falleció el doctor Andrés A. Silva» (Seijas, 1895, p. 551). Esta junta invitó a un gran número de colaboradores, que dio origen a la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes; muchas de las personalidades referidas abajo respondieron con ardor patrio al llamado en calidad de colaboradores. José María Baralt, que había fallecido en 1860, ocupó un puesto de honor en reconocimiento póstumo a su trayectoria moral e intelectual. En suma, veinticuatro nombres ilustrados colaboraron con la Asociación, materializando con sus aportes el proyecto del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes: Doctor Rafael Seijas General P. Arismendi Brito Eugenio Méndez y Mendoza General Domingo Santos Ramos Doctor Ezequiel María González Pedro Manrique Doctor Guillermo Tell Villegas Rafael María Baralt Eloy G. González General Manuel Landaeta Rosales León Lameda Felipe León Luis R. Guzmán Doctor Julián Viso Doctor Alejandro Urbaneja Doctor Nicomedes Zuloaga Doctor Laureano Villanueva Doctor Rafael Villavicencio José María Martel 20 Doctor Felipe Aguerrevere General Ramón de la Plaza Doctor Adolfo Frydensberg Martín Tovar y Tovar Arturo Michelena El Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes se editó en el año 1895 como homenaje en el centenario del nacimiento del Gran Mariscal de Ayacucho. Lo que al principio impulsó esta magna obra acabó por tomar rumbos propios, sobrepasando la intención primera de corregir la opinión falseada por Calcaño sobre la intelectualidad literaria del país. En ese momento –durante ese “hoy”, diríamos para situarnos mejor, en el sentido histórico en que Ortega y Gasset emplea el término1– la República contaba con apenas 65 años de fundada, poco para todo lo que faltaba aún por consolidarse en el ideario independentista. No obstante, la búsqueda de la venezolanidad amalgamó el texto en la necesidad última de estos intelectuales de reencontrarse en sus producciones literarias, científicas y artísticas con el sentimiento libertario bolivariano. Es de suma importancia tener en cuenta, dentro del análisis que me propongo, las motivaciones básicas existentes bajo las circunstancias que motivaron la escritura de aquellos hombres, cuya intención no fue otra, ni más ni menos, que repensar la patria, esquivando dos tendencias bien consolidadas en los espacios políticos y académicos del momento: la militarista y la neocolonial. La palanca impulsora de sus ideas fue sin duda el “sentimiento patrio”, la necesidad de reconocer el ideario bolivariano como base de la memoria que pretendían restablecer, la reconstrucción de la memoria intelectual que debía trastocar los errores políticos y sociales cometidos por montoneros y caudillos en nombre de los próceres. Rafael Fernando Seijas, en su «Discurso Preliminar» del Primer Libro, había escrito: El título de este libro no significa la inexistencia de otros parciales acerca de cada una de las materias que abarca; pero ningún otro se ha publicado con los particulares caracteres que aquí se comprenden, ni con la universalidad de fines con tanto ahínco y calor perseguidos como los expuestos en las páginas siguientes, que abrazan toda la historia de un pueblo que nació a la vida independiente con gran suma de elementos para ser, en lo futuro, rico por naturaleza, grande por la probidad y respetable por la justicia. Si ello no se ha visto en la práctica, toca al historiador descubrir la causa de tan profundo desengaño, y al patriotismo hallar el medio de retrotraer las cosas al estado que soñaron los fundadores de la República y los amigos de la libertad en el Nuevo Mundo (Seijas, 1895, p. A, cursivas añadidas). 1 Véase el artículo de la profesora Emma Martínez, en este mismo volumen. 21 No cuesta captar en estas líneas el sentimiento como propulsor de significaciones socioantropológicas e históricas. Por ende, puede decirse que los autores del tratado en cuestión se aproximaron a los hechos sociales y culturales sin las reglas previas del método, sus circunstancias no podían ser tratadas “como cosas” y menos aún “como cosas extrañas a sí mismos”. En Europa Occidental, el desarrollo de las fuerzas productivas legitimaba enunciados según cánones lógicos y teóricos objetivos en desmedro de interpretaciones psicologistas o próximas a la metafísica. El progreso de las ciencias naturales y de la tecnología introdujo certezas en el conocimiento de tal manera que las ciencias en general –naturales, sociales y humanas– terminaron ellas mismas elevándose a la condición de ideologías. En efecto, los preceptos de la sociología eurocéntrica se tornaron en ideologías en el momento en que dictaminaron cánones de investigación y conformaron puntos de vista inamovibles. La realidad dejó de ser una construcción del intelecto para convertirse en objeto de estudio incontaminado de la racionalidad positiva. El método que fungía como escudo o barrera de la temida subjetividad, terminó por configurar un solipsismo metodológico que habría de ser vencido más tarde por la crítica lógico-lingüística a la investigación cientificista. Mientas tanto, la angustia existencial, como consecuencia de todo encuentro genuino del ser humano con el mundo, desnuda de certidumbres la realidad, dejando al sujeto solo ante sus circunstancias (Ortega y Gasset). Existencia que resulta inabordable por el supuesto elemento mediador del método como regla. De ahí que la compleja búsqueda del ser –en nuestro caso, del ser “venezolano”– sólo pueda darse en la vida misma. Pero no la vida como abstracción metafísica –lo que, al fin y al cabo, nos llevaría a otro ámbito de construcción del intelecto–, sino como construcción histórica. Esos hombres de la Asociación Nacional y del Primer Libro se propusieron pensar la venezolanidad desde los muchos ángulos del rico caleidoscopio de lo social, si bien en franca ruptura con todas las tendencias que les negaran su condición de “ser para sí”. Los acontecimientos sociopolíticos de los años 1810, 1811, 1821, 1830 y 1863 posibilitaron a la venezolanidad el paso de “ser en sí” a “ser para sí”2. Pese a su racional adherencia al cientificismo en boga –y quizás, precisamente, por obediencia al método–, el esfuerzo por aprehender y comprender la propia identidad obligó a estos hombres a entablar diálogos con las historias mayúsculas y minúsculas que los determinaban, de tal manera que los integrantes del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, hasta 2 22 Algunos lectores críticos sugirieron que esta afirmación depende del “punto de vista” del investigador. en sus omisiones reflexionaron desde las múltiples determinaciones de la totalidad concreta venezolana, determinaciones que expresaban por diversas vías la dinámica de la vida cotidiana que de alguna manera permeó la estructura formal del compendio. En efecto, las historias de la vida cotidiana –las que desaparecen bajo las sombras de las tumbas, las “Cenicientas” de las ciencias sociales y humanas– subyacen, en contextos definidos por las relaciones neocoloniales, en todo el quehacer intelectual, con claras consecuencias en la selección e interpretación –tanto o más que en la explicación– de las problemáticas socio-históricas, culturales y político-jurídicas bajo escrutinio. Secretos del cotidiano vivir (título propio) En: mariafsigillo.blogspot.com/2011_10_01_archive.htm [13 de abril de 2013] Mientras tanto, la pretensión científico social imperante de transformar en “cosa” a lo “otro diferente” –cuando “lo otro como objeto” acaba determinando las acciones del “sujeto” que intenta comprenderlo y explicarlo a partir del método– determinó las bases de una epistemología particular de las condiciones ontológicas del “no desarrollo”.3 3 La construcción del concepto no-desarrollo referido a aquel punto de vista generalizado proviene de los economistas venezolanos Héctor Malavé Mata y D.F. Maza Zavala. 23 La inestabilidad político-jurídica de la República por sus constantes alzamientos guerrilleros, capitaneados por el descontento político, más los amarres comerciales con los intereses imperialistas, impactaron el día a día y, por ende, el pensamiento de estos hombres. Ellos, denominados positivistas, carecieron de las comodidades y la tranquilidad material del mundo occidental, situación ideal que les hubiera facilitado la cosificación de lo real concreto. Rafael Fernando Seijas dejó clara la presencia de esas condiciones particulares a lo largo de sus escritos: Al emprender este trabajo, la Asociación Nacional de Ciencias, Literatura y Bellas Artes ha querido, antes que todo, rendir culto de justicia, de admiración y de afecto á los venezolanos que en cualquiera de estos ramos hayan contribuido al progreso de la patria y á su cultura, venciendo constantemente dificultades materiales y morales de no poca monta y aplicando al estudio de la carrera elegida el inmenso poder de la voluntad humana (Seijas, ibid., cursivas añadidas). Entiéndase «el inmenso poder de la voluntad humana» esclarecida por los sentimientos patrios, que convertían a esos hombres de hecho en “seres sociales”, si bien muchos de ellos se sumieron en el letargo de la vida diaria: «Muchos esfuerzos ha hecho la Asociación por presentar á Venezuela una obra completa en el sentido indicado; pero no ha podido vencer la asombrosa indiferencia con que el espíritu nacional desdeña aplicarse al cumplimiento de sus deberes más simples y á la satisfacción de sus necesidades más apremiantes» (ibid., cursivas añadidas). Más tarde, en las últimas páginas del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes Seijas volvía a mencionar los problemas de la vida diaria que se vieron obligados enfrentar: «Lo primero que hice fue dividir la literatura en los ramos que abarca y designar un escritor para cada uno. Luego hice lo propio con las ciencias y las bellas artes, de modo que quedasen comprendidas en el arduo empeño todos los esfuerzos con que se emprendía una obra difícil que había de luchar con muchos obstáculos y vencer por sobre todos» (Seijas, 1895, p. 551, cursivas añadidas). De igual manera, Eloy G. González, en su artículo «Venezuela Intelectual» publicado en El Cojo Ilustrado, habla de las zozobras habituales con las que debieron lidiar escritores y literatos en general. Ahora bien, este ensayo de González llama profundamente la atención por tres aspectos: a) al igual que Seijas, González resaltó las condiciones materiales y morales bajo las que se pensaba en la época; b) a partir de esa realidad socioeconómica e ideológica, decidió describir la historia intelectual de Venezuela; 24 y c) después de su primera entrega en el referido número, con la promesa de continuar, su contribución no apareció más a lo largo de ese año, ni en años y números subsiguientes. ¿Por qué? Tal vez la línea editorial de El Cojo Ilustrado, en aras de la “neutralidad política”, decidió interrumpir la serie con la finalidad de no herir susceptibilidades. Léase: Las circunstancias siempre anormales porque de continuo atraviesa toda incipiente nacionalidad; la vida del estudio, que absorbe momentos y horas que se consagrarían á determinado y sostenido propósito; el conocimiento de que valiosos manuscritos permanecen lastimosamente archivados en los estantes de nuestros literatos, en espera de facilidades y calma y paz para su publicidad; la precisión de vivir, en cada uno de sus instantes, esta vida de lucha diaria, de afán perpetuo, de vértigos desesperantes, oblígame á traer a las páginas de un periódico estas reflexiones acerca de algunas fases de la historia intelectual de mi país (González, 1895, p. 168). La premisa que reza: «Las circunstancias siempre anormales porque de continuo atraviesa toda incipiente nacionalidad…» no se refiere sólo a los problemas políticos que tuvo que afrontar la República desde su creación en 1830, sino también, dice González, a «la precisión de vivir, en cada uno de sus instantes, esta vida de lucha diaria, de afán perpetuo, de vértigos desesperantes». Peripecias habituales de la vida de estos hombres en su afán de llegar a “ser”. Algo que la prensa nacional oficial no destacó jamás en calidad de noticia, ni en sus titulares ni en sus artículos. ¿Qué motivó en estos intelectuales la búsqueda de la venezolanidad pese a la precariedad material que los circundaba y, su consecuencia inevitable, el sufrimiento moral? Indiscutiblemente, no fue otra cosa que el sentimiento patrio al que ya nos hemos referido. No es difícil advertir en sus escritos el “sentimiento bolivariano” compartido que los llevó al encuentro con lo venezolano: tarea ardua, contradictoria, por su complejidad ideológica. A diferencia del europeo mundo cartesiano, la inteligencia venezolana no partió, pues, de la “razón” sino del “afecto” para encontrarse con las diversas racionalidades definitorias de lo venezolano y de la venezolanidad. La sociología hegemónica occidental, encarnada en la línea teórico-social legitimada por Émile Durkheim, había asimilado plenamente la premisa del cogito ergo sum, pero ¿aquellos venezolanos decimonónicos se hallaban en la misma disposición intuitiva frente a lo real? Hallamos una respuesta en Rafael Fernando Seijas: «…Porque, ¿cuándo no ha triunfado la constancia? Ni ¿cuándo ha flaqueado el patriotismo bien entendido, ni la fe en una causa tan nacional, ni la justicia en el propósito que tenía de antemano asegurada la victoria más ruidosa de los tiempos modernos, en el presente 25 momento histórico de la república? Aquí está este libro para probar los milagros de la perseverancia, el triunfo de la verdad, la virtud de las patrióticas iniciativas» (Seijas, 1895, p. 551, cursivas añadidas). Por tal razón decía que la mencionada obra pretendía servir «de consulta y de cuadro vivo de nuestro estado social» (ibid., pp. A-B). Nótese que “nuestro estado social” no alude simplemente a la historia intelectual del país sino, además, a las condiciones materiales y espirituales que acompañaron tales labores creativas. Eugenio Méndez y Mendoza nos dejó, con su estilo mordaz, crónicas inteligentes, retratos del día a día nacional y caraqueño, movimientos de la vida transitados por almas sublimes y comunes. En su contribución al Primer Libro Venezolano, «Teatro Nacional», ensayo complejo por las diferentes aristas que trató, artísticas, históricas y políticas, expuso denuncias y críticas morales y sociales sobre la situación del ámbito artístico en el país. Tres asuntos consideró relevantes destacar: la visión mercantilista del arte –«Descúbrase de hoy más el mercantilismo ante las nobles labores del espíritu» (1895, p. 26)–, la subestimación del talento nacional por el foráneo –«El drama en Venezuela ha de ser esencialmente venezolano» (ibid., p. 31)–, y el permanente desequilibrio social por la inestabilidad política –«…la República […] vuelva sobre sus pasos, convencida de que no es la farmacia de la política, ni la cirujía de las guerras intestinas, sino […] la concordia y la paz, lo que para su regeneración ha menester el organismo social» (ibid.). En la sección «Actualidades» de El Cojo Ilustrado, este hombre de letras expuso con maestría la “historia mínima” que determinó la existencia de generaciones de venezolanos que pretendieron repensar el Estado-nación, lo venezolano y la venezolanidad, a contrapelo del discurso histórico dominante. Destacaré algunos párrafos claves de algunos de sus números, que permiten imaginar el medio social donde estos hombres expusieron sus ideas: a) Allá, en la capital, tiene usted que esperar en el lecho á que estén encendidas todas las cocinas de la ciudad. Si usted madruga y se echa á la calle para desperezarse con el ejercicio é ir a buscar un poco de oxígeno al Calvario, tiene que resignarse á llegar al pintoresco paseo apestando á kerosene y á sebo (nº 61, p. 256). b) Otra enfermedad que se está propagando en Caracas de alarmantísima manera es aquella cuyas funestas consecuencias no las experimenta el atacado del mal, sino aquel á quien, á su vez, ataca el atacado. […] Ahora es un apuesto caballero á quien se le ha 26 muerto la madre, la esposa ó algún hijo y pide para el entierro, porque está limpio á causa de la situación. […] Más tarde son dos desgraciados cumaneses, barquisimetanos o andinos que piden para regresar á sus hogares. […] Una señora que cose de sastre y pide para componer una casita. […] De todas las narraciones de largas y espeluznantes desgracias de todos los cuadros de madres é hijos tendidos á oscuras, rodeados de familias sin pan […] (nº 63, p. 302). c) He leído en estos días en El pregonero, que el señor jefe civil de Candelaria ha mandado practicar visitas domiciliarias con el fin de hacer que se mantengan aseados los fondos de las casas de su jurisdicción. No conozco aquel funcionario público […] que merece honorífica mención […] [A continuación, el autor describe el fondo de una de las tantas casas de la Candelaria de antaño…] Lleguemos á las últimas diez varas de las cincuenta constitutivas del mérito de la finca. Allí nos encontramos con enorme promontorio […] formado con uno ó dos meses de acumulación de estiércol fermentado de la bestia, de la pasta de yerba, y de amoniaco; de lo que dá el barrido de las piezas; […] cabeza, plumas y tripas de las gallinas. […] Nutrido enjambre de insectos que zumban entre los vapores del fermento […] (nº 66, p. 372). d) El granuja de nuestros días no tiene otro signo de existencia que el pregón de los diarios de á centavo. […] Ya los quincalleros casi no importan metras, los carpinteros apenas tornean trompos, no hay quien sepa hacer un papagayo. No se ven sino arrapiezos macilentos que corren sin propósito cuadras y cuadras detrás de los carros de tranvía. […] Dá tristeza pensar en lo que saldrá de esa crisálida (nº 71, p. 505). e) Eran las diez de la mañana cuando subí al carro del tranvía Caracas en la estación de Candelaria, con el propósito de estar en la de Palo Grande á las once y treinta y cinco minutos, tomar allí el tren y trasladarme, ó más bien dejarme trasladar á Antímano. ¿De qué se asombra usted, mi querido lector? ¿De que destine hora y media para lo que no requeriría sino veinte minutos? […]4 (nº 68, 417). 4 Janicce Martínez, en su artículo, de este volumen, hace mención de esta crónica, escrita por Eugenio Méndez y Mendoza en su sección «Actualidades», de El Cojo Ilustrado. 27 ¿Llegaré a tiempo? (título propio) En: El Cojo Ilustrado, 1894 A primera vista podría parecer que Méndez y Mendoza representa una lectura elitesca de lo social, sin embargo no fue así: trató, simplemente, de retratar la vida cotidiana, no como mero ejercicio periodístico, sino con criterios políticos y sociológicos, denunciando las minucias del diario vivir minimizado por la racionalidad hegemónica de las ciencias sociales y humanas; no por otra cosa escribió, a propósito de la suerte del arte dramático nacional, que «… el drama en Venezuela ha de ser esencialmente venezolano. ¿A qué llevar al teatro aquí lo exótico? ¿A qué hablarle al pueblo de lo que no conoce ni le importa? ¿Mejorará nuestras costumbres, corregirá nuestros vicios, levantará nuestros sentimientos lo que en nada á ellos se refiere?» (Méndez, 1895, p. 31). A lo que podríamos añadir otras preguntas: ¿La llegada tardía del tranvía a su destino por múltiples y paradójicas circunstancias, la pobreza manifiesta de algunos sectores sociales, el medrar de los niños de la calle, entre otras calamidades descritas, acaso no afectaron la mirada de aquellos venezolanos que intentaron aproximarse al problema de lo nacional y de la nacionalidad? ¿Las prescripciones románticas de la historia y los prerrequisitos de las sociologías comtiana y durkheimiana determinaron sus enfoques sociopolíticos? ¿Cabe pensar que realmente se revistieron de neutralidad axiológica estos hombres, 28 en el sentido cientificista? Considero, a la luz de sus escritos, que es necesario replantearse el pretendido positivismo de estos intelectuales sobre la base de una concepción en cierta medida no-cartesiana. Es más, creo que debe revalorizarse el “sentimiento” como fundamento último del pensamiento social venezolano, y, a partir de ahí, intentar desvelar tanto la historia como la teoría social de fondo para encontrar sus auténticos matices teóricos. II. EXPRESIONES ANTICOLONIALISTAS EN LAS PÁGINAS DE EL COJO ILUSTRADO DE 1894: EL CASO DE LA ASOCIACIÓN NACIONAL DE LITERATURA, CIENCIAS Y BELLAS ARTES5 El Cojo Ilustrado dedicó su edición nº 64, del 15 de agosto de 1894, a desagraviar a la intelectualidad venezolana fustigada por el escrito de Julio Calcaño. Un entonces joven Eloy G. González respondió con periodística agudeza a la injusta crítica, encendiendo la mecha que saltó el polvorín de plumas resentidas. Julio Calcaño En: flickr.com [13 de abril de 2013] La propia célebre publicación quincenal asumió una posición abiertamente venezolanista ante la dura crítica de Calcaño: «¿Será posible que haya pasado para nosotros la edad de lo grande, de los grandes espíritus y altos alientos, y que sólo tengamos que resignarnos á la esterilidad y á cubrirnos la cabeza con las cenizas de nuestros padres, como profetas de incomparables desventura? No, ¡mil veces no!» (El Cojo Ilustrado, 1894 a, p. 308). 5 Esta sección fue escrita como un artículo para la revista Nuestro Sur, Ministerio del Poder Popular para la Cultura, Centro Nacional de Historia, dirigida por el profesor Luis Felipe Pellicer. Para la incorporación a este trabajo he introducido algunas modificaciones y correcciones. 29 En efecto, la respuesta general no se hizo esperar: el editor de El Republicano, Luis R. Guzmán, movido por la crítica y decidido por la consternación que mostraron artistas, literatos, científicos sociales y naturales, ofreció la sede del rotativo para convocar una junta «que se encargase de hacer la verdadera revista de nuestro estado literario» (ibid.), junta que nombró una serie de colaboradores encargados de describir el estado real de la literatura, las bellas artes y las ciencias subestimadas por Calcaño6 en aquella Venezuela decimonónica. Expresiones nacionalistas y bolivarianas en el editorial de El Cojo Ilustrado, nº 64, de 1894 En el año 1894 la República de Venezuela recién cumplía sesenta y cuatro años de fundada. Los sectores militares y caudillos en el poder habían tejido la memoria nacional desde sus estructuras normativas y valorativas propias de la racionalidad bélica. La historia nacional resaltaba la gesta heroica de los hombres que lucharon por la Independencia y, a pesar del proyecto fallido de la Gran Colombia, por la creación de la República. Pero, ¿qué pensaban los grupos civiles, los intelectuales, ese sector social cuya práctica e interés estaban centrados en las letras, la carrera diplomática o la administración pública? Hablamos aquí de la inteligencia venezolana entre mediados y finales del siglo XIX. Desde la perspectiva de nuestro momento histórico, podría pensarse que la ofensiva percepción de Julio Calcaño respecto a esa intelectualidad correspondía a antagonismos inter e intra generacionales o, más simplemente, a una mera rivalidad entre académicos. Aunque también podría tratarse de la expresión de una oposición más fundamental entre actitudes teóricas o filosóficas, formas contrapuestas de corrientes idealistas o positivistas.7 Todas las posibilidades son, en principio, válidas. Intentemos elucidarlas a partir de una lectura sintomática del mencionado editorial. La publicación El Cojo Ilustrado honró muy especialmente, en su edición nº 64, a dos escritores: Domingo Santos Ramos y Eloy G. González. El primero, miembro de la junta literaria recién nombrada y autor encargado de escribir la nueva reseña, de quien la revista elogió no sólo su talento sino su cabal cumplimiento de la tarea asignada: «…y al señor Domingo Santos Ramos, quien ya presentó su trabajo sobre los oradores seglares de Venezuela […] dos prendas de carácter descuellan en él: la independencia y la probidad, virtudes heredadas de sus antepasados» (ibid.). De González, la revista exaltó su valor, su osadía, al defender con dignidad el ataque al talento nacional a 6 7 30 Véase la sección anterior. Investigación en curso de la autora. pesar de su corta edad, veintiún años: «…Esa falta se hizo al punto pública y notoria, por la denuncia que de ella hizo á la sociedad venezolana, un joven y patriota escritor, el señor Eloy G. González» (ibid.). Nótense las apreciaciones «joven y patriota escritor» referida a Eloy G. González, y «dos prendas de carácter descuellan en él, la independencia y la probidad» respecto a Domingo Santos Ramos. Las diferencias inter e intra generacionales así como la permanente discusión en torno a ellas son un hecho innegable en la historia de las ideas; pero más importante que el propio debate teórico entre académicos en el momento que nos ocupa fue la defensa del carácter nacional (quizás no siempre del todo consciente) dentro del ideario general bolivariano por parte de estos intelectuales, un sector de la clase social ajeno a la lógica valorativa de caudillos y montoneros. ¿Vale aún calificar a estos venezolanos de élite blanca e ilustrada? ¿De académicos y universitarios enfrascados en discusiones bizantinas? ¿…Más propiamente de positivistas que objetivaron la realidad, ajenos a toda apreciación axiológica? Es innegable que muchos de ellos abrazaron el positivismo, pero ¿cuál positivismo? Tal vez, vistos desde cierto ángulo, pudiéramos decir que algunos incluso lo superaron… Es notorio que las generaciones jóvenes, predominantes, tanto como las viejas8, que conformaron la junta y el grupo de colaboradores de la asociación que dio origen al Primer Libro venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895, combatieron la mirada anacrónica representada entonces por el eminente Julio Calcaño, no como simple ejercicio intelectual de rechazo a la tradición, sino como una construcción de la identidad y la memoria venezolanas en franca ruptura con el coloniaje español. Su reflexión teórica estuvo vinculada a un proyecto de nación ya liberada del período de dominación hispánica y su forma de pensamiento dominante; la reacción a la mentalidad representada todavía por Calcaño no fue una simple defensa del pundonor, como pudiera a primera vista sugerir la algarabía formada por una serie de artículos. La revista cultural más destacada de la época ensalza a González como «patriota» y a Santos Ramos por su «independencia y probidad». Sustantivos y adjetivos claves: patriotismo, independencia… Índices de la inclinación bolivariana de estos venezolanos. El periódico, “trinchera” político-ideológica En su edición nº 64, el editorial de la célebre publicación El Cojo Ilustrado resaltó asimismo el papel del periódico en la reivindicación del talento 8 Clasificación de José Ortega y Gasset. Véanse El Hombre y la Gente, En torno a Galileo. También Alexandra Mulino, Reconstrucción de la memoria socio-pedagógica y filosófica venezolana de fines del siglo XIX: El Cojo Ilustrado (1892-1898). 31 nacional rebajado por Calcaño: «Ninguna época ha probado mejor que la actual el esfuerzo de la cultivada inteligencia ó del ardoroso y varonil espíritu de nuestra raza, patente en la lucha del periódico»… (ibid.). En manos de estos venezolanos de finales del diecinueve, el periódico, espacio de significados y significantes, fue un órgano de difusión ideológica del proyecto nacionalista. ¿De qué nacionalismo? Del que, con seguridad, reivindicaría el ser de la venezolanidad a partir de concepciones intrahistóricas que pretendieron entrever «el espíritu de nuestra raza», entendiendo la noción de “raza” propia de finales del siglo XIX, no en términos biologicistas sino en sus claros límites sociológicos. Desde esa perspectiva, a mediados del diecinueve la dualidad raza superior / raza inferior cobró fuerza a consecuencia de los enfoques evolucionista y etapista de la historia. Si bien, en Venezuela, los estudios de etnografía comparada llevados a cabo por Adolf Ernst y Lisandro Alvarado, así como las investigaciones históricas de corte relativista realizadas por José Gil Fortoul, rechazaron la noción de “raza” en términos biologicistas, no obstante legitimaron su dimensión social; y la defensa del «espíritu de nuestra raza» situó en la historia nacional a la «raza mestiza como raza directriz»�, sujeto histórico que hasta entonces había sido reducido a lo invisible por el discurso y la política hegemónica del imperialismo español durante la Colonia. III. SEMBLANZAS Y COMENTARIOS. ALGUNOS INTEGRANTES DE LA JUNTA DIRECTIVA Y MIEMBROS COLABORADORES DE LA ASOCIACIÓN NACIONAL DE LITERATURA, CIENCIAS Y BELLAS ARTES: EL COJO ILUSTRADO DE 1894 A partir del nº 64, El Cojo Ilustrado destacó también otras semblanzas de miembros de la junta y colaboradores de la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, llegando a ofrecer a sus lectores sucintas biografías de personajes de la talla no sólo de Domingo Santos Ramos y Eloy G. González, ya mencionados, sino también de Pedro Manrique, José María Martel, Ezequiel María González, Rafael Villavicencio, Alejandro Urbaneja. La lectura de tales reseñas biográficas revelan un elemento común: la exaltación del ideario nacionalista. Si a nuestra actual mirada pudiera parecer, a primera vista, una simple línea editorial patriotera, a la luz del ataque ideológico del prohispánico Julio Calcaño, y de la respuesta que suscitó, nos vemos forzados a considerarlas como un esfuerzo por el rescate de la memoria, la identidad y la cultura venezolana. Tanto la junta como sus miembros colaboradores intentaron, todos ellos, rescatar el lugar socio-antropológico del venezolano, desdibujado de su espacio óntico durante tres siglos de domi32 nio colonial; y en esa medida podría considerarse a la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes como lugar de resistencia ideológica. Los retratos de Domingo Santos Ramos y Pedro Manrique no abundan en detalles fútiles y menos aún muestran pretensiones moralizantes; reflejan sus actividades en pro de la construcción de la patria: el proyecto de nación, como norte a seguir, prestó sus hilos para tejer las actividades vitales de estos hombres. Así hablaba El Cojo Ilustrado de Santos Ramos: «El señor Ramos ha sido, pues, un hombre útil a la patria; ha sabido conservar el buen nombre que heredó de sus padres, y la probidad de sus procederes, y se ha mantenido en los límites que imponen el deber y el honor» (nº 64, p. 327). Unos números después, recordando que Pedro Manrique había fundado el colegio La Verdad en el año 1877, subrayaba su acertado magisterio «en provecho del país» (nº 70, p. 462). De Rafael Villavicencio señala la revista dos noticias aparecidas en La Gaceta del Pueblo y Las Novedades, periódicos editados en Nueva York, concluyendo que «… ha sido y es uno de los médicos que en el exterior han mantenido muy en alto el nombre venezolano» (nº 66, p. 356). Con tónica semejante expone los rasgos de José María Martel y Ezequiel María González. Por su parte, Rafael F. Seijas destacó para El Cojo Ilustrado la convocatoria que hiciera la junta directiva de la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes a cada uno de estos venezolanos por sus trayectorias al servicio del país. En relación a Eloy G. González y a Alejandro Urbaneja, la Dirección de El Cojo Ilustrado hizo especial énfasis en aspectos generacionales. A Alejandro Urbaneja, quien contaba en ese momento con treinta y cinco años, le dedicó un amplio y laudatorio artículo, celebrando su descendencia de ilustres patriotas y elogiando sus actividades periodísticas, políticas y académicas en aras de «la libertad y la independencia intelectual y política del pueblo venezolano», frase que revela la ideología “anticolonial” defendida por la Asociación, actitud que hoy podríamos calificar como una forma de desobediencia civil ante un estilo de pensamiento “superimpuesto”. Respecto a Eloy G. González, el editor-propietario, J. M. Herrera Irigoyen y el director Manuel Revenga publicaron un comentario introductorio a su discurso pronunciado en el acto de distribución de premios del colegio San Agustín de Caracas, unas notas preliminares para reivindicar el talento artístico, literario y científico de la generación joven de la época que había subestimado el académico Julio Calcaño: Asistimos a un florecimiento de la letras, reaccionario en los procedimientos y en el fondo de las aspiraciones que se agitan en el ánimo de la juventud venezolana. Armada de todos los recursos del estudio, de la meditación provechosa y científica, y en presencia de esta época de pruebas dificultosas y tremendas, la nueva generación no ha podido conformarse á los moldes que en los días más 33 apacibles dieron utilidad ó nombradía á sus antecesores en la palestra (El Cojo Ilustrado, 1894 c, p. 324). De esa juventud contestataria e innovadora resaltaban la figura de Eloy G., González, joven de ímpetu y claridad de miras respecto de los avances de la ciencia pero sin posturas alienantes; refiriéndose, por el contrario, en sus escritos a la necesidad de vincular el mundo moderno con la memoria histórica nacional en su incesante búsqueda de la identidad. En el número anterior, nº 63, de El Cojo Ilustrado, González había publicado un artículo titulado «Ataracea», de hondo contenido patriótico, a propósito del natalicio de Bolívar, donde daba la espalda a los discursos románticos e hiperbólicos propios de la historiografía oficial. Apelando a los recuerdos de su niñez, narró el sincero heroísmo de un viejo veterano anónimo de 1821, olvidado por todos en la indigencia, contra la elaborada imagen del bolivarianismo oportunista de muchos advenedizos en el poder. Vale la pena citar en extenso su aguda reflexión, en clara ruptura con el estilo altisonante de las altas esferas militaristas: Han pasado las fiestas de la República, con motivo del natalicio de Bolívar. A su espectáculo despiértase en mi mente un recuerdo purísimo de mi infancia y de mis pampas lejanas. Es el de un anciano mendigo… […] Era un veterano de 1821. Era alto; blanca la rugosa piel; blanco los cabellos que caían sobre sus hombros, bajo las anchas alas de un sombrero amarillento, ceñida la copa por la divisa republicana… Había acompañado al General Silva en la escaramuza de Tinaquillo. Había llevado un momento en los Taguanes la cuja de Ashdown, el abanderado de la legión inglesa… Había combatido en Carabobo. Al nombrar al Libertador, alzaba la mano y tocaba el ala del sombrero, como si todavía sombreara sus azules ojos la visera de “tirador” á las órdenes del inquieto Héras. Tenía un recuerdo cariñoso a la memoria de Ambrosio Plaza… Debe de haber muerto ya, en la ciudad de Tacarigua, el viejo veterano… ¡Quién sabe si habrá habido un palmo de tierra para cavar la fosa de sus despojos!... […]. (Eloy G. González, 1894 a, p. 291) Luis R. Guzmán, director del periódico El Republicano, compartió la opinión de la revista quincenal sobre la actitud ético-política de Eloy G. Gon34 zález, de quien dijo que «… pertenece á la legión rebelde que no toma del pasado sino las bellezas de la forma, la idealidad de aspiraciones más humanas, en lo posible desligadas de todo formalismo que esclavice á título de reglamentaciones de doctrina» (Guzmán, Luis R, 1894, p. 342). En franca consonancia con las aspiraciones de la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, aupó no sólo a González, sino a todos los colaboradores de «la Revista que ha de servir de rectificación y de respuesta á la publicada por el señor Calcaño» (ibid.). IV. PUBLICACIONES EXCLUSIVAS DE EL COJO ILUSTRADO DE 1894 QUE CONTRIBUIRÍAN A LA PUBLICACIÓN DEL PRIMER LIBRO VENEZOLANO EN 1895 Algunos integrantes de la junta directiva y miembros colaboradores de la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, publicaron en El Cojo Ilustrado algunos ensayos que luego serían recogidos en el Primer Libro Venezolano de 1895. Domingo Santos Ramos y Pedro Manrique consignaron en la revista, respectivamente, «Estudio Sintético. Acerca de los oradores seglares de Venezuela» y «Revista de autores didácticos e institutores». Eloy G. González escribió para la revista su «Informe sobre el periodismo en Venezuela», y Rafael Villavicencio «Las ciencias naturales en Venezuela». Otros trabajos fueron: José María Martel, «Los zapadores de la ciencia»; Manuel Landaeta Rosales «Escritores venezolanos»; Ezequiel María González, «Somero estudio sobre la importancia que la oratoria sagrada ha tenido en Venezuela». R. F. Seijas publicó también allí sus dos artículos destinados a figurar en la monumental obra: «Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes. Discurso preliminar» y «Bibliografía Nacional».9 Memoria e identidad Tres aspectos esenciales cabe subrayar del escrito de Rafael F. Seijas, «Discurso preliminar»: a) la constatación del talento nacional; b) el papel de la familia en la preservación de la memoria cultural y c) el resguardo de la identidad para las futuras generaciones ante el inminente proceso de transculturación propia de la ideología del progreso. Fallido el proyecto de construcción de la Gran Colombia, y con sólo sesenta y cuatro años de fundada la República de Venezuela, como se ha dicho, la sombra del poderío colonial acechaba el desarrollo independiente del talento nacional a través de hombres que portaban la ideología eurocéntrica de la 9 Todos ellos, artículos publicados en El Cojo Ilustrado en 1894. 35 historia. La que hasta el momento había sido la menos notoria de las luchas, la de las ideas, y, básicamente, la referida al rescate y preservación de la cultura nacional, pugnaba por hacerse un espacio en medio de otros temas entonces de carácter hegemónico: la cultura inherente a la del capitalismo liberal. Seijas, consciente de las bondades del progreso, exaltó el avance tecnológico de esa fase de acumulación de capital, sin dejar de advertir a su generación –e incluso hoy, a la nuestra– de los peligros del consecuente proceso de aculturación. Por ello quiso dejar sentado como nobles objetivos de la Asociación el rescate de la memoria histórica y el enaltecimiento del talento nacional: «Al emprender este trabajo, la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes ha querido ante todo rendir culto de justicia, de admiración y de afecto á los venezolanos que en cualquiera de estos ramos haya contribuido al progreso de la Patria, y á su cultura […]» (Seijas, 1894 b, p. 463). Y, a fin de lograr su propósito, la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes pretendió resguardar la identidad cultural y nacional para las futuras generaciones, entre las demás instituciones del Estado, a través de la herencia familiar: «… un libro del hogar, que los parientes, deudos y amigos de los que llenan sus páginas, siéntese placer en poseer, y en enseñar a todo el mundo» (ibid.). Esa generación de venezolanos preocupados por la preservación de la memoria histórica y cultural, no sólo denunció la transculturación de los valores propios –que por circunstancias historicosociales habían llegado a ser una mestiza amalgama– frente a la insistente presencia de la ideología excluyente proveniente de España, sino también del discurso neocolonizado y neocolonizador de muchos compatriotas: «¿Por qué tratar de empequeñecer a la Patria en lo que tiene de más grande, de más noble, de más duradero: la obra del ingenio de sus hijos, por el mundo ya reconocida y proclamada?» (Santos Ramos, 1894, p. 310). Es evidente ­–si bien indirecta, al carecer de referencias personales o académicas– la crítica al desprecio que había manifestado Calcaño por el ingenio venezolano. Crítica que se alza como una defensa ante la permanente invasión simbólica del otro diferente y avasallador, frente a la cual concluye Santos Ramos, con enérgico patriotismo: «Sobra de buena voluntad ponemos siempre en todo aquello que contribuya á realzar el buen nombre de la Patria» (ibid., p. 311). Por su parte, Seijas exalta en su reseña bibliográfica la labor nacionalista realizada otrora por Adolfo Frydensberg, quien recopiló los principales trabajos efectuados por artistas, juristas, científicos naturales, sociales y letrados, tanto venezolanos como quienes, siendo extranjeros, asumieron el país como propio, contribuyendo por igual a la memoria cultural de la nación. Sobre ese «primer ensayo bibliográfico que se hace en la República», escribió Seijas: 36 Consta la bibliografía de 208 páginas, ó sean 416 cuartillas, dividida en diez y seis secciones, á saber: ciencias filológicas, ciencias teológicas, ciencias filosóficas, ciencias políticas y jurídicas, ciencias médicas, ciencias naturales, ciencias físicas, ciencias matemáticas, geografía, viajes y estadísticas; ciencias históricas, libros de instrucción y educación, ciencias agrícolas, industrias, minas, comercio, exposiciones, bellas artes, variedades, un apéndice, y lista de autores por orden alfabético (Seijas, 1894 a, p. 504). Monografía ésta que, con clara pretensión patriótica, pretendía resumir los mejores esfuerzos intelectuales del país silenciados por la apabullante penetración cultural procedente, entonces, de los mundos franco y sajón. Seijas destacó que este original bosquejo bibliográfico nacional contribuía al rescate «de nombres y obras», muchos de ellos olvidados ya por las generaciones más jóvenes: «Al recorrer estas páginas, saltan á la vista nombres y obras que todos conocemos, y que, sin embargo, parecían olvidados de la presente generación» (ibid.). La Asociación, preocupada por el rescate de esa memoria cultural histórica, encargó a Manuel Landaeta Rosales componer un cuadro-índice con las señas de los autores probos que hubieren contribuido con su saber a la conformación del acervo científico, social y cultural de la nación. De la obra que tituló «Escritores venezolanos» cabe principalmente destacar su titánico esfuerzo en un país diezmado por la guerra que sufría los constates asaltos al poder de diversos caudillos, en un Estado que carecía no sólo de recursos materiales sino del propio orden otorgado por la racionalidad moderna de la administración pública. El mismo Landaeta lo expresó así: El presente cuadro, por su naturaleza y extensión, dará á conocer á los lectores la gran dificultad que tiene su autor para presentarlo como una obra completa. Teme, pues, que no estén contenidos en él precisamente todos los literatos y escritores del país; siendo así que es casi imposible que no haya omisiones involuntarias, que deben disculparse. Cualquiera falta será remediada –así lo esperamos– por la Bibliografía que está formando el señor Dr. Frydensberg. No se extrañe tampoco que no figuren en él las escritoras, pues ellas merecen un cuadro aparte que oportunamente publicaremos (Landaeta, 1894, p. 450). Memoria y maestros de Escuela La junta directiva de la Asociación de la Literatura Nacional encomendó al fundador del colegio La Verdad, Pedro Manrique, la creación de una revista general de los maestros de escuela venezolanos. Manrique, en primer término, denunció los obstáculos de carácter estructural y de coyuntura (técnicometodológicos) que limitaron su investigación, a saber: Difícil, muy difícil si no irrealizable tarea es la que nos corresponde, si se tiene en cuenta la dificultad de las comunicaciones, la ausencia casi absoluta de archi37 vos, la apatía del carácter nacional, la oscuridad impuesta por la injusticia de los hombres y aceptada cristianamente por los humildes sacerdotes del augusto é imprescindible Ministerio de la Enseñanza (Manrique, 1894, p. 468). El incipiente estado venezolano no había logrado aún la articulación política y pública de sus centros de enseñanza, y sus agentes socializadores carecían del estatus público merecido; no fue por mera hipérbole que Manrique los calificó de mártires: «Ese carácter sobrio, modesto, sufrido, ese mártir en fin, que se llama maestro de escuela»… (ibid.). Cabe destacar que si Manrique mostró la desarticulación entre el Ministerio de la Enseñanza, las escuelas y los maestros, en cambio subrayó con especial énfasis la labor epistemológica realizada por el maestro de escuela a lo largo de los sesenta y cuatro años de existencia de la República. Sorprende la minuciosidad científica de su pesquisa, típica del pensamiento positivista, en clara ruptura con la tradición escolástica y metafísica heredada de la Colonia española. En su escrito «Revista de autores didácticos e institutores» expresó: Pues bien, subid al Himalaya, más aún, eleváos hasta la luna, mirad hacia abajo, abarcad con una mirada todo el globo, contemplad el campo cultivado, las ciudades, el mar poblado, la materia en vertiginosa marcha, el alambre hablando, la luz pintando, la industria creciendo, el hombre más hombre y contestad: ¿quién hizo todo esto? La casualidad no, el maestro de escuela. Sí, él, que encontró tinieblas por doquiera y sin más linterna que la cartilla ha formado un foco de luz tan esplendoroso, tan útil para la familia humana como el Sol, obra admirable de Dios, para la naturaleza toda» (ibid., p. 469). Para cumplir el encargo propuesto por la directiva de la Asociación, el maestro Manrique ordenó en un cuadro coherente los nombres más relevantes de los fundadores de academias y colegios, profesores de aula y profesionales varios que contribuyeron a la importante labor de la educación con sus trabajos didácticos. Y al finalizar su tarea, dedicó su descripción a la «estudiosa juventud» y en honor a «la Patria». Así, patria, memoria e identidad resonaron también en su discurso: muestra de una necesidad ontológica de reafirmación constante. La incipiente República reclamaba sus límites, quizás de manera no del todo consciente, entre dos aguas: frente a los embates ideológicos del pasado colonial y ante los problemas socio-políticos e ideológicos de ese presente de finales del siglo XIX. Memoria, ciencia y progreso Otro encargo de la recién creada Asociación fue pedir a Rafael Villavicencio la redacción del estado del arte de las ciencias naturales en Venezuela. Este autor, tras una profusa descripción de nombres, obras, de sociedades 38 y eventos científicos y debates filosóficos, clasificó las ciencias naturales en dos áreas del conocimiento: las ciencias abstractas y las ciencias concretas; ubicando en cada una de ellas a los más destacados científicos y médicos de la nación, junto con sus correspondientes producciones teórico-prácticas. Entre tantas personalidades científicas venezolanas presentadas con cierto detalle desde mediados hasta finales del siglo XIX, destacó la valía intelectual y patriótica tanto de José María Vargas como de Manuel Cajigal, sin dejar de llamar la atención sobre algunos hitos de importancia. En 1857 se fundó en Caracas la Academia de Ciencias Físicas y Naturales, junto con su correspondiente órgano informativo, Eco Científico de Venezuela; en 1862 ó 63, el propio Villavicencio junto con otros intelectuales crearon la Sociedad Científico-Literaria, de la que sobrevivió con éxito la sección de Ciencias Físicas y Naturales, convertida con el transcurso del tiempo en la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas, cuyo presidente fue Adolfo Ernst; Sociedad que contó con su propio periódico, La Vargasia. Villavicencio resalta que los trabajos de investigación publicados en la revista científica llamaron la atención del primer gobierno de Antonio Guzmán Blanco, el cual impulsó la creación de la «Cátedra de historia natural en la Universidad y el establecimiento del Museo Nacional» (Villavicencio, 1894, p. 360). Villavicencio no dejó de reconocer con especial interés la influencia ejercida por el maestro Ernst en varias generaciones de venezolanos: «El señor Dr. Ernst ha sido el principal propagador en Venezuela de la doctrina de la evolución en biología, y esto le ha valido las acerbas censuras de los que critican sin conocimientos, á veces ni aun elementales, en la materia de que hablan con un aplomo digno de mejor causa» (ibid.). También menciona el ataque ideológico perpetrado al naturalista alemán por parte de Calcaño. A propósito de esa crítica, uno de los discípulos más destacados del maestro alemán, José Gil Fortoul, dirige a su amigo Lisandro Alvarado, también distinguido estudiante del eminente naturalista, misiva fechada en París, del 22 de marzo de 1894: «…Volvamos a la literatura. ¿Leyó usted la reseña de Julio Calcaño en el Diario de Caracas? Por este correo envío a este periódico un artículo bastante duro contra las necedades y canalladas del secretario perpetuo de la Academia. Fíjese en lo que dice de Ernst» (Alvarado, 1956, p. 206). En suma, Villavicencio también consideró “patriótica” la obra emprendida por la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes: «… y aunque sabemos que hay aquí personas más autorizadas para llevar á cabo esta tarea, no hemos querido negar nuestro concurso, ya que se nos cree suficientes, á la obra patriótica que ha emprendido la asociación» (Villavicencio, op. cit., p. 359). 39 Memoria y periodismo A Eloy G. González, la junta directiva de la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes le encargó la tarea de escribir el «Informe sobre el periodismo en Venezuela», cuya primera versión apareció en el nº 67 de El Cojo Ilustrado, el 1 de octubre de 1894. González confiesa así su razón por la que limita sus investigaciones hasta el año de 1886: Hasta 1886 he nombrado los principales representantes de la opinión política, voceros del adelanto científico, campo de justas enardecientes de la labor literaria: hasta allí he podido escoger las hojas que concretaban la opinión y las tendencias de un partido ó de una escuela. De aquel día hasta hoy otro compañero de comisión hará el informe: no sería bien exponerme, como lo preveo, á cualquier incontenible apreciación que no fuera rigurosamente imparcial y prefiero ser sincero. No son estas circunstancias buenas para quien tomó activa parte en el movimiento que ocasionó este trabajo de nuestros hombres de letras más notables (González, 1894 c, p. 393). Declaración que evidencia su formación positivista comtiana en la necesidad de investirse de neutralidad axiológica ante los hechos; y tal como lo notificó en la cita precedente, él participó en el movimiento que dio origen a la Asociación Nacional e incitó con sus primeras denuncias a que la intelectualidad nacional reaccionara en contra de las ofensas prorrumpidas por Julio Calcaño. En su detallado recuento destaca la importancia que atribuyó al periódico en algunos momentos históricos de trascendencia: el nacimiento del Correo del Orinoco durante la Guerra de Independencia; El Venezolano, propagador de las ideas del partido liberal; después del triunfo de la Federación, las actividades diversas de la prensa como portavoz de las distintas facciones políticas. Desde finales de los años ‘60 hasta mediados de los ’80, la producción periodística del país fue admirable: aparecen La Opinión Nacional, en 1868 y El Diario de Avisos, en 1873, en Caracas; La Voz Pública, en Valencia, en 1875; El Sol de Occidente, en San Felipe; El Pensamiento Liberal, en Barquisimeto, en 1874; La Democracia, en Barinas, en 1875; El Eco de Apure, en San Fernando, en 1876; El Artesano, en Caracas, en 1876; El Bolivarense, en Caracas, en 1876; El Sur de Occidente, en Guanare, en 1879; La Escuela Médica, en Caracas, en 1874; El Eco del Guárico, en Ortiz, en 1875; El Pabellón de Abril, en La Victoria, en 1875; La Autoridad, en Mérida, en 1875; El Tiempo, en Caracas, en 1875; El Tiempo, en Caracas, en 1877; El Demócrata, en Caracas, en 1874; Diario de La Guaira, en 1876, El Posta del Comercio, en Maracaibo, en 1879; El Fonógrafo, en Maracaibo, 40 en 1879; La Opinión de Guayana, en 1880; El Diario Comercial, en Puerto Cabello, en 1880; El Progresista, en Boconó de Trujillo, en 1880; Los Ecos del Zulia, en Maracaibo, en 1880; La Revista Venezolana, en Caracas, en 1881; La Escuela Federal, en Caracas; El Semanario, en Caracas, en 1882; El Avisador Comercial, en Caracas, en 1882; El Siglo, en Caracas, en 1881; El Argos, en Calabozo, en 1883; La Abeja, en Caracas, en 1883; El Araucano, en San Fernando, en 1883; La Época, en Caracas, en 1883; La Primera Piedra, en Valencia, en 1883; La Idea, en El Tocuyo, en 1884; El Correo de Yuruary, en El Callao, en 1885; El Lápiz, en Mérida, en 1885; El Derecho, en Coro, en 1885; El Delpinismo, en Caracas; El Diario de Valencia, en 1886; El Yunque, en 1886. Pero lo que más sorprende es la estadística elaborada por el autor entre los años 1883 y 1886, respecto a la que dice: «He tomado nota de dos mil quinientos nueve periódicos políticos, científicos, literarios, artísticos, comerciales, semanales, bisemanales, quincenales, mensuales y diarios, de los cuales han sido redactados por jóvenes que llegan á treinta y siete años de edad, mil cuarenta y seis» (ibid.). Llama la atención, a lo largo de su informe, la profusa presencia de la vida cotidiana en sus diversas dimensiones: política, social, ideológica…, entre otros espacios de lo real concreto expuestos por la racionalidad de la prensa. Aunque sabemos que, inevitablemente, los hechos fueron mediatizados –como en toda época– por los intereses económicos y políticos de sus editores actuando como representantes de un sector de la clase social, no es menos cierto que, como materia prima de investigación, componen una valiosa muestra que ayuda a desvelar la dinámica social macro y mínima de un determinado momento histórico. La minuciosa descripción de González es un precioso legado a la memoria histórica de la nación, que revela la importancia socio-política e ideológica del periódico en Venezuela a lo largo del siglo XIX. «Patriótico proyecto» En aquel tiempo, Lucio Pulido, Presidente de la Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, publicó en El Cojo Ilustrado, nº 70, del 15 de noviembre de 1894, breve nota titulada: “Patriótico Proyecto”, a fin de anunciarle a la Junta Directiva del Centenario de Sucre la participación de sus miembros Directivos y Colaboradores en tan dignos actos; la pretensión consistió en ofrendar el proyecto del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes a la memoria del Gran Mariscal de Ayacucho; para ello, Pulido describió a la mencionada Dirección organizadora del Centenario de Sucre, índice contentivo de esta obra en plena elaboración durante ese año ‘94: 41 A. ILUSTRACIONES 1. 2. 3. 4. 5. 6. El retrato del Mariscal Sucre Autógrafos de venezolanos notables Fotograbados de obras de artistas nacionales Retratos de éstos y sus biografías Retratos de escritores y poetas nacionales con notas biográficas Fotograbado con el cuadro alegórico de los progresos de la literatura, ciencias y artes, por A. Michelena B. LECTURAS 1. La gran revista general de la literatura, las ciencias y las artes, dividida en varias secciones, cada una con el retrato del autor 2. Modelos de elocuencia militar, literaria y política 3. Trozos escogidos de obras en prosa de autores venezolanos 4. Poesía selecta de venezolanos 5. Discursos escogidos de oradores notables 6. Notas biográficas de escritores, etc. 7. Bibliografía nacional 8. Índice alfabético10 Como era de esperar, la junta directiva del Primer Centenario de Sucre aplaudió tan magno proyecto expresando que «el libro será digno del patriotismo, de la gloria y de la inmortalidad», y que entregarían tan laborioso cometido como «fruto y resultado de sus servicios á la causa americana, al héroe de Ayacucho» (El Cojo Ilustrado, 1894 f, p. 463). Honrar la causa americana se había convertido en el objetivo de estos hombres, afectados en su doble condición de venezolanos e intelectuales por el discurso neo-colonial de Julio Calcaño. V. «VENEZUELA ILUSTRADA». PATRIA E INDEPENDENCIA, POSICIÓN POLÍTICA DE J. M. HERRERA IRIGOYEN Y MANUEL REVENGA, DIRECTORES DE EL COJO ILUSTRADO En el nº 68, del 15 de octubre de 1894, el editorial de El Cojo Ilustrado titulado «Venezuela Ilustrada» expresaba su hondo nacionalismo en pro de la afirmación de la identidad, subestimada por la ideología europeizante de muchos compatriotas alienados a las producciones intelectuales clásica 10 42 Índice temático del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, aparecido en El Cojo Ilustrado, 1894, nº 70, p. 463. y moderna provenientes del Viejo Mundo. Es importante advertir que los editores de la célebre revista no rechazaban las influencias del pensamiento greco-romano, ibérico, galo y anglosajón. Su actitud era aceptarla en sus justos términos, sin menospreciar por ello la producción literaria, artística y científica pensada en el suelo nacional. Ante la tolvanera de opiniones levantada por el polémico juicio del académico Julio Calcaño, Irigoyen y Revenga, sin mencionar a éste, escriben: «Hubo quien afirmara una vez, ante propios y extraños, que sufría en estos tiempos penuria de hombres notables, pobreza de hijos eminentes la patria» (El Cojo Ilustrado, 1894 h, p. 407). Afrenta ante la cual se proponen defender con dignidad la “nacionalidad americana”. Los editores diferencian muy bien a la “vieja nodriza” de la “joven madre”: Europa es la ama de cría, la “nana” que salvaguardó el conocimiento universal para el mundo; pero América, y más aún Venezuela, es la madre, la que amamantó con brío y talento a sus hijos paridos de sus entrañas. Metáforas aleccionadoras, cargadas de valores patrios, de ideas de independencia y soberanía: «Ah! Y si los viejos leones, los rugidores terribles en los anales bélicos de un mundo pletórico de ufanías, han sabido estremecer pueblos y razas, tiene bravura sin ejemplo el jaguar de América para arrebatar en zarpas furiosas altísimas diademas y rasgar imperiales mantos» (ibid.). En este espíritu, la afamada revista se lanza a publicar biografías y retratos de venezolanos ilustres, hacedores de pueblos a través de las ideas, así como otros habían contribuido a formarlos con las armas en los momentos liminares del propio desarrollo historicosocial de la nación. Su finalidad no fue hacer un prolijo retrato biográfico de hombres eminentes de la sociedad venezolana; sus pretensiones fueron de carácter pedagógico y nacionalista, de reconocimiento moral e intelectual de todos aquellos que en su día a día fraguaron el país y la americanidad; razones por las cuales «El Cojo Ilustrado, protestando el reconocimiento de los méritos nunca desmentidos de los venezolanos eminentes, viene publicando fielmente sus retratos y la noticia de su vida y de sus obras…» (ibid.) VI. ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES La intención del presente trabajo ha sido aportar algunas ideas a la reconstrucción de la memoria teórico-social venezolana, desde la óptica general del intento de superar la vaguedad con que a menudo se usa y abusa de la calificación de “positivistas” atribuida a un grupo de pensadores venezolanos de la época a la que nos estamos refiriendo. A lo largo de la historia intelectual del país, se ha manoseado el término sin diferenciar, en primer lugar, a cuál positivismo se 43 hace referencia: al llamado positivismo total, al positivismo “espiritualista”, al positivismo absoluto, al positivismo comtiano o incluso al positivismo lógico (Ferrater Mora, 2009, p. 2854), entre todavía otros matices filosóficos; discursos en los que no se distingue la a menudo delgada línea fronteriza entre actitudes ideológicas y posiciones filosóficas sensu stricto, con lo que en general toda propuesta de mediados y finales del siglo diecinueve se incluye bajo el cómodo rótulo del positivismo. La distinción es de importancia, dado que durante todo el siglo XIX las nociones de progreso, raza y nación conformaron lógicas discursivas que terminaron consolidando disciplinas sociales y humanas que convendría aclarar en sus matices y en sus consecuencias. La racionalidad de las ciencias naturales trasladada a las sociales impulsó en sus inicios modernos, por vía de legitimación teórico-filosófica, proyectos que asumieron un carácter político e ideológico. Pero –como es susceptible mostrar en un análisis detallado– durante esa primera fase de la consolidación del moderno pensamiento científico-crítico, la preocupación fue más ideológica y menos teórica en sus pretensiones de ordenar, clasificar y explicar la totalidad social. Es innegable que, ampliamente entendido, el positivismo –me refiero al derivado de la obra de Comte, que llegó a convertirse en una auténtica moda de pensamiento– penetró con fuerza las cátedras universitarias de la época, permeando proyectos político-ideológicos del Estado-nación reclamados en Venezuela, si bien hubo, innegablemente, otras tendencias filosóficas y sociales que influyeron en la actitud socio-política y antropológica de la inteligencia de la época. ¿No repercutieron, por ejemplo, con carga diversa, el vitalismo, el espiritualismo, el relativismo, entre otras tendencias, como racionalidades enfrentadas al positivismo o a algunas de sus bases, en la formación intelectual de aquello hombres? Leopoldo Zea, en el prólogo de su compilación sobre el Pensamiento Positivista Latinoamericano, escribe: «En Venezuela tal preocupación se expresa en la Universidad de Caracas entre 1863 y 1866, siendo sus primeros exponentes Adolfo Ernst y Rafael Villavicencio. Comte y Spencer se disputan también aquí la atención, expresando dos actitudes, una estática, otra dinámica, pero buscando ambas la conducción de la República, a través de un despotismo positivista, o científico, pero un despotismo siempre» (Zea, 1980, p. 48). ¿Por qué subraya Zea que Comte y Spencer se disputan aquí la atención? ¿Por qué da a entender que Ernst y Villavicencio intentaron imponer un despotismo positivista? ¿Cuál es la “reconstrucción racional” que lo sostiene?11 (Mulino, 2001, p. 66). 11 44 Tanto el historiador como el sociólogo de las ideas deben, necesariamente, llevar a cabo este trabajo de “reconstrucción racional” a fin de evitar conclusiones con implicaciones teóricas, epistemológicas e ideológicas equívocas (Léase: Imre Lakatos. La metodología de la investigación científica). A propósito de ello, permítaseme exponer mi posición respecto al llamado pensamiento “positivista” de Rafael Villavicencio: El 23 de abril de 1923, Lisandro Alvarado, durante una recepción pública en calidad de recién nombrado individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, señaló, como antiguo discípulo de Rafael Villavicencio, un aspecto bien particular sobre el pensamiento del finado maestro: «En 1912 contaba el doctor Villavicencio setenta y cinco años. Creía por entonces tener consignadas en el libro La Evolución sus ideas filosóficas genuinas declarando que era positivista en el sentido de que todo conocimiento verdadero tenía por base la experiencia, y que al fin y al cabo era todo ello cuestión de método y no de doctrina; que bien podía un pensador admitir en aquella ocasión ciertas ideas que antes rechazaba sin salirse del carril trazado por Comte, ya que la parte fundamental de su filosofía se refiere al método y no al dogma científico; y que, finalmente, no había contradicción en sus ideas anteriores y las de entonces, pudiendo a lo más decirse que había pasado del monismo agnóstico al espiritualista, lo cual no era contradicción, sino evolución. Admitamos en hora buena este amable juego de palabras al que en 1920, es decir, ocho años después, era considerado generalmente no como un espiritualista, sino como un espiritista […]». Asumiendo el orden argumentativo de Alvarado, a lo largo de este punto intentaré mostrar el paso del “monismo agnóstico” al “monismo espiritualista” en el pensamiento de Villavicencio. A la vez, creo poder ilustrar las sospechas de su otrora discípulo, de que el “monismo espiritualista” asumido por el maestro legitimó sus explicaciones causales admitiendo finalmente una metafísica alternativa a la tradicional; no, por cierto, bajo una lectura espiritista, pero sí teosófica. A su vez, esta conjetura descarta el supuesto “panteísmo” de Villavicencio, ya que si fuera así no habría búsqueda causal en sus investigaciones. En la introducción de La Evolución, obra escrita por Rafael Villavicencio en 1912, el maestro dejó bien clara su primera adhesión filosófica al “monismo agnóstico”. En primer término, trató de desmentir ciertos rumores sobre su apego a las doctrinas materialistas: Probaremos con publicaciones auténticas que jamás hemos sido materialistas. Luego, expuso con claridad meridiana que a pesar de haber sido un propagador del positivismo, tan sólo asumió el método, la base experimental de ese pensamiento, empero sin aceptar las implicaciones epistemológicas de su fundamento racional materialista: «Hemos propagado el positivismo y creemos aún en la verdad del método; pero ha sido y es en el sentido de que solamente reputamos como conocimientos reales los que tienen por base la experiencia». José Ferrater Mora señala que durante la etapa moderna el monismo también se ha expresado como un espiritualismo que legitimó la lógica de la realidad natural y sus leyes como parte esencial del todo: «En la época moderna el monismo ha surgido a veces como un espiritualismo que no niega la Naturaleza ni el mecanismo a que está sometida, pero que la engloba en la unidad más amplia de una teleología». Si bien Villavicencio no fue materialista –ya hemos visto cómo insistía en esto–, su óptica científica –como lo da a entender Alvarado– comprendió la racionalidad de los objetos de las ciencias naturales en la unidad más amplia de una teleología; aunque en una primera fase de su pensamiento su concepción agnóstica circunscribiera su interpretación de la Naturaleza dentro de los límites más estrechos de una lógica estricta del método científico. Al respecto, Ferrater Mora, siguiendo la acepción del término agnosticismo propuesta por Thomas 45 Henry Huxley, puntualiza: «Los agnósticos no pretenden ir más allá de los límites que impone el conocimiento científico en una fase determinada de la evolución de la ciencia […] Se limitan a usar un método –el método científico, en el que intervienen la experiencia y el razonamiento sobre los datos de la experiencia– que veda todo pronunciamiento religioso o metafísico» (Mulino, 2010, pp. 162-164). Rafael Villavicencio En: encontrarte.aporrea.org/imagenes/112/villavicencio_rafael_p.jpg [17 de abril de 2013] Es notorio que la pretensión clasificatoria del propio método científico tiende a reducir la complejidad filosófica de algunos pensadores; en el caso del maestro Villavicencio es fácil caer en el simplismo de llamarlo “positivista” sin matizar la riqueza expositiva de sus argumentos científico-filosóficos. Lo mismo sucede con el catedrático de origen germano Adolfo Ernst quien, en sus investigaciones históricas y etnográficas, si bien insistió en la exposición positiva del dato, en última instancia lo que privilegió fue la base racional del método comparativo. Expongo a continuación algunas otras consideraciones que ya he esbozado en otra parte: […] Ernst fundamentó trabajos lingüísticos y de craneología sobre la base racional del método comparativo. A tal respecto, escribe: «Los cráneos guagiros pertenecen por consiguiente al tipo orto-braquicefálico, y este mismo resultado lo da el examen de todos los cráneos de arhuacos de Guayana, mientras que los cráneos de los indios tupi y de los caribes son de un tipo muy diferente […] Este punto muy importante queda corroborado por el resultado de las investigaciones comparativas de las lenguas guagira y arhuaca». Ahora bien, el doctor Ernst, a pesar de su uso de vocablos de la época, jamás suscribió la noción de raza como hecho positivo, relativizando el concepto y quebrando la visión racista subyacente en algunas clasificaciones de carácter evolucionista. Por ejemplo, calificó como “costumbre bárbara” la técnica de momificación de cabezas de algunos pueblos indígenas, pero no dejó de reconocer «… como hija de la misma barbarie la práctica que en 46 tiempos muy recientes existía aún entre ciertos pueblos civilizados de exhibir, plantadas en picas ó encerradas en jaulas de hierro, las cabezas de los así llamados reos de Estado, después de ajusticiados, como lo hicieron v.g., los españoles con José María España, uno de los gloriosos protomártires de la Independencia colombiana». Cuestionaba así implícitamente la secuencia lineal del “progreso”, de la barbarie a la civilización, propia de la visión general positivista, otorgándole, en cambio, importancia antropológica e histórica al contexto sociocultural (ibid., p. 161-162). La posición de Ernst comporta una crítica a la concepción evolucionista del desarrollo social, valorizando, por el contrario, los estudios etnográficos in situ, lo que genera claras implicaciones político-ideológicas, sociológicas y antropológicas que permitieron a la larga vulnerar la concepción biologicista de la raza, que había sido legitimada por las técnicas craneométricas. No es de extrañar que sus puntos de vista molestaran a los venezolanos hispanistas y europeístas, al calificar de “bárbaros” los procedimientos judiciales de la considerada raza superior ibérica. Adolf Ernst En: grupolipo.blogspot.com [17 de abril de 2013] La exigencia cientificista de la “neutralidad axiológica” como premisa fundamental de la general concepción positivista determina la mirada del que observa, a la vez que cosifica lo que rodea al observador como “hecho social”. Pero la propia noción de “hecho” no es neutra: su significado remite al problema de la verdad, que los primeros positivistas fallaron en considerar. Sólo es considerado “hecho social” aquello que puede verificarse, pero su concepto de lo verificable carece de un análisis detallado, y en el conjunto de la ciencia, la verificación por correspondencia se funde con el problema lógico de la coherencia del sistema. En consecuencia, la demarcación entre lo 47 científico y lo pseudocientífico se diluye, deslegitimando las interpretaciones comprehensivas. Por estas razones, la comprensión de la angustia vital –no en sentido metafísico, sino histórico– en el quehacer sociológico de aquellos hombres de finales del siglo XIX trasciende la racionalidad estrecha de la demarcación científica de la época, provocando interrogantes propias de un contexto de descubrimiento empírico que en cierto sentido supera los márgenes estrechos del positivismo. La intelectualidad de nuestro país de mediados y finales del XIX, a veces tan ligeramente denominada positivista, ¿tuvo plena conciencia del alcance de sus sentimientos e intuiciones en sus aproximaciones diversas a la realidad?, ¿reconoció la compleja dialéctica de sus posiciones respecto al positivismo de la época? Frente a la pretensión de objetividad del positivismo comtiano –e incluso dentro de éste– recordemos que nuestra “subjetividad” siempre afecta a nuestro enfoque de la situación (es una de las máximas de la investigación social) y que, a veces, lo “emocional” puede nublar nuestra visión racional de las cosas (Mulino, 2005, p. 196). Esto no debe entenderse como un defecto que nos impida acceder a una objetividad racionalmente aceptable, sino como un hecho inevitable que motoriza la búsqueda de alternativas teórico-ideológicas (y también, a la larga, políticas) que expliquen, interpreten y, en última instancia, transformen lo circundante. José Gil Fortoul, en el año 1896, escribe: Ni los tres estados sucesivos, teológico, metafísico y positivo, de la crítica comtiana […] ni el evolucionismo sistemático de Spencer […] ni menos aún el dogma político del progreso universal […] lograrían hoy explicar por modo satisfactorio los cambiamientos de carácter y dirección que observamos así en las huellas de una existencia individual como en los movimientos y en la historia de las sociedades, de las naciones y Estados, y de las razas (Gil Fortoul, 1941, p. 140). Consecuencias de la Guerra. Fotografía de Avril. El Cojo Ilustrado, 1903 48 Las historias minúsculas, las que se pierden de vista, las que desaparecen con el tiempo, condicionaron inevitablemente la cotidianidad de buena parte de los intelectuales de finales del siglo diecinueve –como han condicionado en buena medida la existencia del hombre en todas las épocas. No todos aquellos pensadores, científicos y literatos pertenecieron a la oligarquía; por el contrario, la mayoría de ellos se vieron obligados, por fuerza de las circunstancias, a coser y a recoser sus viejos trajes universitarios. Sus vivencias cotidianas en la Estación Central del tranvía de La Candelaria, el mirar día a día la pobreza generalizada de la mayoría más simple, ser testigo de las nefastas consecuencias sociales de los interminables alzamientos militares, las enfermedades por hambre y desolación, entre otras calamidades, debieron influir en su ánimo y en las percepciones que generaron sus ideas ideológicopolíticas y sociales, impulsando la búsqueda de alternativas teóricas viables a sus propias particularidades sociohistóricas. El reto, para nosotros, es descubrir esas racionalidades bajo el trillado cliché del positivismo con el que habitualmente se les etiqueta. VII. FUENTES CONSULTADAS bibliografía Alvarado, Aníbal Lisandro (1956). Epistolario de Gil Fortoul a Lisandro Alvarado. Imprenta del Estado, Barquisimeto. El Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes (1895). Edición facsímil, I parte, tipografía El Cojo; II parte, tip. Moderna, Caracas. Ferrater Mora, José (2009). Diccionario de Filosofía, cuatro tomos, Ariel, Barcelona. Gil Fortoul, José (1941). El Hombre y la Historia. Ed. Cecilio Acosta, Caracas. Lakatos, Imre (1993). La metodología de la investigación científica, Alianza Universidad, Madrid. Luque, Guillermo (1996). La Educación venezolana: historia, pedagogía y política (Conmemoración del centenario del Primer Congreso Pedagógico venezolano 1895-1995). FHE-UCV, Caracas. Martínez, Emma (1996). Laureano Vallenilla Lanz. Contribución del positivismo al estudio y comprensión de la realidad venezolana. Trabajo de ascenso a la categoría de profesora Asistente (inédito). EE, FHE, UCV, Caracas. 49 Mulino, Alexandra (2005). Entre Venezuela y Bolivia: Relatos, angustias y pensamientos vividos, sentidos y reflexionados en conversaciones con el chamán Illapa: Rayo de Sabiduría. Trabajo de ascenso a la categoría de profesora Agregada (inédito). EE, FHE, UCV, Caracas. Mulino, Alexandra (2010). Reconstrucción de la memoria socio-pedagógica y filosófica venezolana de fines del siglo XIX: El Cojo Ilustrado (1892-1898), Ediciones de la Universidad de Salamanca, Colección Vitor, nº 275, Salamanca. Ortega y Gasset, José (1988). El Hombre y la Gente. Revista de Occidente/ Alianza Editorial, Madrid. Ortega y Gasset, José (2006). En torno a Galileo, en Obras completas, Tomo VI, 1941/1955, Taurus, Madrid. Zea, Leopoldo (1980). Pensamiento Positivista Latinoamericano, Fundación Biblioteca Ayacucho, Tomos: 71-72, Caracas. hemerografía Álamo, Francisco de Paula (1894 a). «Inauguración del Gran Ferrocarril de Venezuela”, en El Cojo Ilustrado (edición facsímil), nº 53, 1 de marzo, Caracas. 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Méndez y Mendoza, Eugenio (1895). «Teatro Nacional», El Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes. Edición facsímil, I parte, tipografía El Cojo; II parte, tip. Moderna, Caracas. Mulino, Alexandra (2001). «Lakatos desde Lakatos: La reconstrucción racional en cuestión», en Episteme NS, 21, enero-junio, UCV, Caracas, p. 66. Pulido, Lucio (1894). «Patriótico Proyecto», en El Cojo Ilustrado (edición facsímil), nº 70, 15 de noviembre, Caracas. Santos Ramos, Domingo (1894). «Estudio sintético. Acerca de los oradores seglares de Venezuela», en El Cojo Ilustrado (edición facsímil), nº 64, 15 de agosto, Caracas. 51 Seijas, Rafael F. (1894 a). «Bibliografía nacional», en El Cojo Ilustrado (edición facsímil), nº 71, 1 de diciembre, Caracas. Seijas, Rafael F. (1894 b). «Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, Discurso preliminar», en El Cojo Ilustrado (edición facsímil), nº 70, 15 de noviembre, Caracas. Seijas, Rafael F. (1895). Las Últimas Páginas del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, en el «Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, Edición facsímil, I parte, tipografía El Cojo; II parte, tip. Moderna, Caracas. Villavicencio, Rafael (1894). «Las Ciencias Naturales en Venezuela», en El Cojo Ilustrado (edición facsímil), nº 66, 15 de septiembre, Caracas. 52 El pensamiento pedagógico venezolano en el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895 José Leonardo Sequera Hernández Escuela de Educación-FHE-UCV Voy a cerrar los ojos en voz baja, voy a meterme a tientas en el sueño. Mario Benedetti INTRODUCCIÓN El Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, editado como homenaje al Gran Mariscal de Ayacucho por la Asociación Nacional de Ciencias, Literatura y Bellas Artes de Venezuela en 1895, es un importantísimo texto que contiene, entre otros materiales y documentos, dos artículos realmente valiosos para la historia del pensamiento pedagógico venezolano y latinoamericano. Uno es el que firma Pedro Manrique, titulado «Revista de autores didácticos e institutores», y el segundo es un artículo del conocido autor Guillermo Tell Villegas denominado «Instrucción popular». Ambos textos proporcionan claves importantes para tener una visión, imaginar, conocer, la situación de la educación y del sistema escolar a finales del siglo XIX en una Venezuela que ha culminado su independencia política de España no hace ni siquiera 100 años. Este Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, vinculado históricamente a la revista caraqueña El Cojo Ilustrado, se inserta también en la polémica de cierto sector cultural contra Julio Calcaño a razón de su trabajo intitulado Estado actual de la literatura venezolana (1894) a solicitud de «F. de la Fuente Ruiz, editor del Repertorio de literatura hispanoamericana (de España) (…) que apareció en ocho entregas entre el martes 20 y el miércoles 28, [febrero], ambos inclusive» (Alcibíades, 2000, p. 159). Presentaremos algunas consideraciones a estos textos en varios hilos de una trama que pretende ser pedagógica: consideraciones en cuanto a la educación y la pedagogía; algunos aspectos de los contextos económico, social, político y cultural que rodean a las publicaciones en cuestión; los discursos pedagógicos de P. Manrique y G. T. Villegas; y, al provisional cierre, algunas conclusiones pedagógicas. «Poderosa deuda de gratitud pesa sobre nosotros por la honra…» Usando estas palabras de Pedro Manrique nos dirigimos a la respetada y querida profesora Alexandra Mulino para, a nuestra vez, agradecer la noble invitación a participar en este proyecto socio-histórico y político-pedagógico. Igualmen53 te queremos agradecer al Banco Central de Venezuela, a la Facultad de Humanidades y Educación, de la Universidad Central de Venezuela y al Centro Nacional de la Historia por el apoyo prestado para esta labor. Reconocemos el importante apoyo de la bachiller Andreina Aponte y de los bachilleres Dannys Fuentes y Leibins Rivas en la búsqueda de información y transcripción de algunos pasajes del texto. I. EDUCACIÓN Y PEDAGOGÍA: LAS DAGAS DE PLATA SOBRE LA MESA Abordar estos textos comporta considerar, fundamentalmente, dos instrumentos cruciales para el desarrollo del hombre: por una parte, algunos elementos vinculados a los conceptos de educación y pedagogía, y por otra los contextos epistémico e histórico-social que rodean a los textos, así como esta misma reflexión que proponemos. Asumiremos, en primera instancia, la educación como un proceso socio-histórico de formación; en palabras de la profesora Omaira Bolívar (1989, p. 46): «La educación es el proceso, la práctica concreta, la realidad. La pedagogía representa la reflexión, la interpretación sobre una realidad concreta que es la educación». Y añade: La educación es una compleja y dinámica realidad que presenta diferentes formas y niveles de expresión dentro de la práctica social, desde las formas más informales y espontáneas hasta las formas más sistemáticas e intencionadas. La educación representa un conjunto de fenómenos, procesos, prácticas que condicionan el desarrollo del ser actuante y pensante en el contexto de una determinada realidad social. Históricamente ha sido un factor clave en el proceso de desarrollo humano. La educación es un proceso social producto y parte de la dinámica social del hombre (p. 45). En el mismo volumen, expone: Entendemos el pensamiento pedagógico como producto social, históricamente determinado, que representa toda interpretación traducida en los diversos intentos y esfuerzos de normalización y/o explicación de la educación. Intentos y esfuerzos éstos concretados sobre la base de una práctica social en diferentes formas de práctica institucional educativa y en los diversos niveles de discurso sobre la educación (p. 87). Esta concepción de la educación y la pedagogía implica una determinada perspectiva epistémico-metodológica –llámese dialéctico-crítica, histórico-crítica o hermenéutico-crítica– junto con el reconocimiento explícito de otras que conviven y tensionan las concepciones de realidad, conocimiento, método y verdad, las cuales actúan de manera determinante en la constitución de específicas reflexiones (teóricas o no-teóricas) y prácticas referidas al 54 conocimiento sociohistórico de la educación y la pedagogía, al tiempo que promueven o apaciguan el peligro de interpretar un proceso finisecular del siglo XIX desde una perspectiva epistémico-metodológica contemporánea. En las postrimerías del siglo XIX –y aún, inevitablemente, en la actualidad– la reflexión pedagógica ha estado signada por concepciones acerca de la realidad, conocimiento y método. En los tiempos del Primer Libro Venezolano, es el positivismo la escuela de pensamiento que pugna con más fuerza en el país por ganarse un lugar en los espacios de conocimiento; hoy, en cambio, ya sea nuestra posición empírico-analítica, fenomenológico-hermenéuticolingüística o posmodernista, es importante asumir el pensar pedagógico como un proceso socio-histórico, lo que implica ubicarlo en una compleja trama inconclusa signada por lo histórico y lo utópico, historicidad que empuja estas líneas y que reconoce los peligros de abordar pedagógicamente desde la contemporaneidad unos discursos publicados en 1895. ○ Ambiente y contexto1 histórico de Caracas en 1895 Como relata Eduardo Polanco Alcántara, en los tiempos de Joaquín Crespo, en las postrimerías del siglo XIX, la ciudad de Caracas era un cuchillo alargado, limitada por el Waraira Repano, nombre que daban nuestras comunidades indígenas al denominado cerro El Ávila, y por el río Guaire, la quebrada Anauco y la quebrada Caroata. Caracas se ubica a unos 927 metros sobre el nivel del mar, tomando como referencia la base de la torre de la catedral. Una ciudad que, señala Polanco, tiene aproximadamente las mismas dimensiones de 1812, cuando ocurrió el feroz terremoto que desoló la capital y otros poblados del país. En los tiempos de El Cojo Ilustrado, para el año de la edición del libro que nos ocupa, 1895, existen en Venezuela, según este autor: …escuelas municipales de varones y de niñas en cada parroquia; una escuela de dibujo, cien escuelas nacionales de instrucción primaria, el Colegio Nacional de Niños, el colegio Chávez, el asilo y colegio de Santa Ana, el de cuarteles, la escuela de Telegrafía, la escuela de Artes y Oficios, la Escuela Politécnica y la Uni1 El Diccionario de la Lengua Española (2000, p. 554) define contexto como el «entorno lingüístico del cual depende el sentido y el valor de una palabra, frase o fragmento considerado. […] Por extensión, entorno físico o de situación (político, histórico, cultural o de cualquier otra índole) en el cual se considera un hecho». Como sabemos, el concepto de contexto histórico-social llega a la sociología y la pedagogía desde la lingüística, en su acepción de entorno, de lo que rodea. Observamos que los hechos, fenómenos o procesos sociales (como la educación, por ejemplo) no se dan aislados: cualquiera de ellos está marcado por niveles económicos, sociales, políticos y culturales de lo real social. En tanto asumimos la idea de E. Morin del bucle recursivo, consideramos que la dinámica del contexto históricosocial no es un asunto exclusivamente lingüístico, sino de proceso social real, una trama compleja, móvil, histórica, diversa, de procesos, hechos y fenómenos sociales identificables que están “rodeados”, acompañados, signados, por los diversos niveles mencionados, los cuales generan influencias, tensiones, implicaciones, que influyen entre sí de manera recursiva y recíproca. 55 versidad Central de Venezuela con sus facultades de ciencias filosóficas, ciencias médicas, ciencias políticas y ciencias eclesiásticas (Polanco, 1983, p. 98). No es, pues, una ciudad desasistida, como podía pensarse o como algunos sugieren, de instituciones escolares; pero habría que cruzar el dato con el de las posibilidades económicas de costearse los estudios para ese momento histórico. Señala este autor que existen para la época quince colegios privados de instrucción primaria, secundaria y superior junto a espacios como la Biblioteca Nacional, la Academia Venezolana de la Lengua, el Museo Nacional, el Colegio de Médicos, de Abogados, de Ingenieros; pero también una institución que para el momento tenía una influencia cultural significativa: la Logia masónica, que todavía existe en la añeja parroquia de Altagracia, en la esquina de Maturín. A nuestra ciudad arribaban los trenes provenientes de Los Teques y La Guaira, con un promedio de 913 pasajeros semanales entre la ciudad portuaria de La Guaira y la capital, en el año 84. Ciudad de eterna primavera entre los 19 y 26 grados centígrados (p. 100), temperaturas que, según datos científicos, perduraron hasta los años 60 del siglo pasado. Como sabemos, la Constitución de la República de 1864 decreta la organización del Distrito Federal, tema que se debate en el Congreso del 65, y, más adelante, en 1879, Guzmán Blanco extiende dicho Distrito Federal hasta el mar Caribe, con nuevos departamentos como Vargas y La Guaira. No obstante, la constitución de 1893 da un nuevo carácter al Distrito Federal: debe tener 100 kilómetros cuadrados. En él se comenzará a edificar la capital, pero por ahora lo será, en la práctica, la ciudad de Caracas junto con sus parroquias foráneas: El Recreo, El Valle, La Vega, Antímano y Macarao (p. 116). El año 95 recoge gran parte de la preocupación y la acción económico-política de años precedentes. Recordemos que, en palabras de Vallenilla (1992, p. 209): A pesar del estado de crisis latente en que se desenvuelve la economía venezolana en la era post-guzmancista se logra consolidar un aparato bancario cuya permanencia se hace sentir hasta el presente. El 18 de agosto de 1890 se funda el Banco de Venezuela, sociedad anónima con un capital de ocho millones de bolívares (8.000.000,00). Uno de sus accionistas importantes es Manuel Antonio Matos, concuñado de Guzmán Blanco y una de las figuras más destacadas en el comercio y las finanzas nacionales. Desde sus comienzos, el Banco de Venezuela mantiene una relación privilegiada con los poderes públicos. Se le otorga el derecho de emisión, y toma a su cargo la liquidación del Banco Comercial de Venezuela, que a su vez había sido fundado en 1883 por el mismo Matos y contaba desde entonces con una importante cartera de créditos gubernamentales. El mismo año de 1890 se funda el Banco Caracas, con un capital de seis millones de bolívares (Bs. 6.000.000,00). 56 Joaquín Crespo entra en Caracas en octubre de 1892; será presidente por un bienio, luego por cuatro años, y cuando termine el periodo llamará a amigos y enemigos para que sean candidatos a la presidencia, entre ellos José Manuel Hernández (llamado “el Mocho”), Juan Francisco Castillo e Ignacio Andrade, que será quien al final contará con el apoyo de Crespo. Caracas es una ciudad plena de movimiento económico, político, social, cultural (véase De Armas-Chitty, 1969, p. 158), en la que se publica el texto que abordamos. Dice textualmente Ramón J. Velásquez (1973, p. 107): 1894 es un año de calamidades para Venezuela. El tesoro está en crisis, el comercio paralizado, los artesanos sin trabajo. Un largo verano quemó el pan de las cosechas. En Caracas, montañas de útiles caseros crecen en las casas de empeño; mientras que a las manos de contratistas y trabajadores de las obras públicas van, a cambio de monedas, unos papeles que el Ministerio de Hacienda bautiza con el nombre de “deuda flotante”. En un año, estas obligaciones fiscales ascienden a diez millones de bolívares, a los cuales hay que añadir los millones de la deuda denominada “Suplementos de la Revolución Legalista”, los de la deuda externa, más las grandes sumas que los bancos caraqueños han facilitado al gobierno, para que temporalmente salga de apuros. Sin embargo, hay otros debates y otras discusiones que se abren en el orden económico-político, como acota el mismo autor. El ingeniero Hermoso Tellería dice, por ejemplo, que fuera de Capitolio y de la Universidad nada merece conservarse en la vieja Caracas y propone construir en el centro un moderno barrio comercial o una ciudadela al este o al sur de la ciudad. Por esta época se acusa al gobierno de Crespo de negocios desenfrenados en la construcción de edificaciones con el conde italiano Orsi de Mombello como contratista privilegiado (Velásquez, p. 108). La gente está pendiente de los nombramientos y de las erogaciones de la Tesorería Nacional, que son publicadas en las páginas de la Gaceta Oficial. Muchos de los que obtienen estas erogaciones se encuentran bajo la calificación de deuda pública, y los más privilegiados son los que ganan la batalla electoral de diciembre de 1893. Pero démosle la palabra a Ramón J. Velásquez: La llegada de 1895 no cambia el panorama. Comienza el año con manifestaciones de artesanos y obreros que recorren las calles de Caracas pidiendo trabajo. Hay más de tres mil cesantes en la pequeña capital del país. El 20 de enero se reúnen en la plaza de Las Mercedes y en número de centenares marchan hacia la Plaza Bolívar. A la cabeza de la manifestación van dos trabajadores que levantan un gran cartel, que en grandes letras dice: “Pedimos protección para el gremio de artesanos”. “El pueblo merece”. Los trabajadores alcanzan a dar la vuelta alrededor de la plaza y, al llegar a la esquina de La Torre, la policía armada de winchesters los detiene y, bajo la amenaza de disparar, 57 les ordena que se dispersen. En la Gobernación recibe a los delegados de los manifestantes un funcionario menor, Isidoro Castillo. “Tengan calma, esperen”, les aconseja paternalmente. “El hambre no espera”, responde el cabecilla Antonio S. Acosta. Algunos de los manifestantes son detenidos y la prensa protesta contra la actitud de la policía, calificándola como una violación de los derechos constitucionales. El Gobernador de Caracas, Juan Francisco Castillo, responde a la prensa. “No se trata de una manifestación, sino de un motín”, afirma. Y explica: “No se pidió permiso ni se dio aviso a ninguna autoridad, y además las leyendas de los carteles constituían la más clara incitación a la asonada”. Agrega Castillo: “El pueblo conoce la penuria del gobierno”. Y concluye al referirse a la manifestación de los trabajadores: “Es la onda del socialismo que invade al Viejo Mundo”. Pero no es únicamente el doctor Juan Francisco Castillo quien piensa en el socialismo cuando se refiere al desfile obrero del 20 de enero de 1895, igual lo hacen los periódicos. Y uno de ellos, vocero de intereses conservadores, afirma y advierte: “Que no se confundan estas reuniones (las de los obreros cesantes de Caracas) con los tumultos socialistas, pues quedamos desautorizados, toda vez que el socialismo es la ignominia de la sociedad y el azote de los pueblos” (p. 108). Así, pues, Caracas en 1895 es una ciudad donde ya se habla de socialismo, donde el hambre mueve a la organización a los sectores trabajadores, donde ya los artesanos se han decidido a marchar en busca de trabajo y de sustento para sus familias. Es una ciudad en la que, repetimos, hay marchas obreras y en las que desde el gobierno se recurre a la crítica y a la acusación de “socialistas” como si ello fuera una maldición demoníaca. Movida ciudad en la que, según Velásquez, Crespo aplicó una especie de cesarismo plebiscitario en el que los altos funcionarios “caían en cuanto perdían el favor público” (p. 109). Así que la crítica desde ciertos sectores económicos, políticos y populares a la gestión de un ministro, o de un grupo de liberales en cargos gubernamentales, podría implicar su remoción. En estas “movidas de mata”, diríamos en Venezuela, en el mismo año 1895 se efectúa una conspiración contra el gobierno y Crespo invita, en un acto de audacia política, a formar parte del gobierno precisamente a algunos de los que participan en ella. A comienzos de 1895, los preparativos de la revolución contra Crespo se encontraban muy adelantados. En el exterior funcionaban tres comités organizadores: el de New York, formado por Nicanor Bolet Peraza, Julio Sarría, Domingo Monagas y Duarte Level; el de París, encabezado por el ex presidente Raimundo Andueza Palacio; y el de Curazao, entre cuyos miembros principales se contaban los doctores Juan Pablo Rojas Paúl, Diógenes Arrieta y Domingo B. Castillo, y los generales Ramón Ayala, José Ignacio Pulido, Manuel Antonio Matos, Antonio Paredes y Luis María Andueza (p. 110). 58 Es, pues, un año difícil, con una situación económica, política y social realmente agitada. La crisis económica genera movimientos políticos, y la situación económico-política lleva al general Manuel Antonio Matos, dirigente económico y político con conexiones a nivel internacional, a ser el director supremo de la conspiración contra Crespo. Éste descubre la maniobra, llama a Matos a su despacho, Matos confiesa los planes subversivos. Crespo le propone incorporarse al gobierno, y el banquero y político Manuel Antonio Matos, extremadamente poderoso en lo económico, se incorpora al gobierno de su enemigo político en una maniobra políticamente también audaz, lo que le provocaría rencillas con otros miembros de la conspiración. Todo ello en la ciudad de la eterna primavera, con temperaturas ambientales de 22 grados y frescos jardines en el interior de las casas. Matos se presta a asumir la responsabilidad contraída –a sabiendas de que Crespo sigue siendo el jefe supremo del gobierno– con un planteamiento claro en términos de programa gubernamental. Matos se ha tomado en serio su papel de jefe del gabinete ministerial. Se considera primer ministro de un régimen parlamentario y por momentos olvida la única verdad, que es la presencia omnipotente de Joaquín Crespo. Y para iniciar las gestiones publica un programa de gobierno que es una acerba crítica a las gestiones anteriores del régimen. Promete luchar contra el despilfarro y el peculado, ofrece introducir orden en el manejo de las finanzas y acabar con los abusos de las autoridades nacionales y locales. La política en relación con los ciudadanos y con los partidos será liberal, democrática, franca y tolerante, y utilizará en las gestiones administrativas y políticas a todos los venezolanos de buena voluntad; en materia de relaciones internacionales adoptará una posición enérgica y altiva para alcanzar la solución de los seculares problemas fronterizos; en el campo de la defensa nacional dotará al ejército de los elementos necesarios para preservar la paz y defender las fronteras; declara así mismo la prioritaria atención a las necesidades de la instrucción pública, y en cuanto al desarrollo de la economía ofrecía impulsar el progreso nacional sin crear compromisos onerosos para el porvenir. Pero en donde el manifiestoprograma de Matos quiso hacer énfasis fue en materia de crédito público y administración de la hacienda nacional. Era una severa crítica a las desafortunadas gestiones de José Antonio Velutini y Fabricio Conde. El crédito nacional sería objeto de la principal atención; desechando toda innovación contraria a los sanos principios económicos, el gobierno buscará todos los medios para consolidarlo mediante el estricto cumplimiento de los compromisos y la estabilidad de las disposiciones legales. Ofrecía Matos una severa recaudación de los impuestos llevada a cabo por empleados incorruptibles, bajo la más estricta vigilancia para hacer imposible las importaciones clandestinas y los abusos del peculado, buscando en esta forma acrecer los rendimientos fiscales y proteger el comercio y la industria (p. 113, cursivas nuestras). 59 Indudablemente, el discurso de Matos parece un “hermoso” antecedente de los discursos de los candidatos presidenciales contemporáneos del neoliberalismo: orden en las finanzas públicas, lucha contra el peculado y el despilfarro, respeto a las políticas, a los políticos y a las corporaciones, importancia del sistema escolar, orden en el crédito público… Aunque la realidad luego sea otra. Queremos resaltar la promesa de Matos de darle «prioritaria atención a las necesidades de la instrucción pública», en la cita de su programa que hace Velásquez. Muestra que la educación y la escuela no son objetos desdeñados por la política nacional, arrinconados por el discurso político u olvidados en las propuestas programáticas de gobierno, sino que la instrucción aparece como un elemento de prioritaria atención. En esa compleja Caracas de 1895, marcada por las pugnas políticas y económicas, las cosas se tornan más difíciles, en especial para un país eminentemente agrícola. Como nos recuerda Velásquez: A medida que los meses pasan, la situación se complica. El verano de 1895 ha sido terrible y se han perdido las cosechas de frutos menores. El campo presenta un espectáculo de miseria, a los mercados no llegan frutos. El ministro se dirige a los presidentes de los Estados, para observarles “…que cuando el invierno es escaso, los nortes son abundantes. Y esta circunstancia alentadora – dice– es la que me hace dirigirme a usted, con el fin de excitarlo de orden del presidente de la República, a fin de que alerte a los agricultores sobre esta observación, de modo que sembrando en los nortes, puedan evitarse en gran parte los funestos resultados de la pérdida de las cosechas de invierno” (pág. 117). El elemento económico ha generado una situación que se refleja en la oposición de clases2. El año de 1895 marca un pico en los precios del café venezolano, para empezar a declinar inmediatamente, como muestra Vallenilla en el siguiente texto y cuadro: La baja en el precio unitario del kilo de café que se manifiesta en Venezuela durante la década del 90, adquiere proporciones catastróficas después de 1898, al registrarse una depreciación del 60% que se mantiene constante durante la primera década del siglo XX. La imagen que se impone durante este periodo de la vida económica del país es la de una decadencia, de una ruina gradual. Al mismo tiempo, los efectos internos del monocultivo intensivo resultan en un grave desequilibrio que merma los demás sectores de producción (p. 206). 2 60 «La crisis estalló a fines de septiembre al tratarse de resolver el pago de las acreencias pendientes contra el Tesoro Nacional. El presidente encargado (ya que Crespo se ha retirado temporalmente a sus posesiones de Maracay), General Feliciano Acevedo, tiene una fórmula de solución; Matos, otra. Es el impasse. Acevedo, con el beneplácito del presidente, exige la renuncia del gabinete: ésta se hace efectiva el 1° de octubre de 1895» (Vallenilla, 1992, p. 221). CUADRO 1 Precios del café por kilo y año AÑOS PRECIO POR KILO (en Bs.) 1889-90 1.65 1890-91 1.77 1891-92 ---1892-93 1.65 1893-94 1.42 1894-95 5.47 1895-96 1.64 1896-97 1.39 Fuente: Vallenilla, 1992, p. 207 1895 es un año en el que los desterrados se organizan contra el gobierno de Crespo. Incluso ahora también entra en la contienda el ministerio de Matos. Por los mismos días publican los periódicos de Caracas noticias acerca del próximo regreso del ex presidente Rojas Paúl y de su propósito de colaborar con el gobierno. Rojas Paúl había sido reconocido por los legalistas desterrados y por los continuistas como jefe máximo de la oposición en el exilio. La noticia de su retorno va a causar serias dificultades en el seno de los grupos revolucionarios. El ex presidente en violento caligrama desmiente el rumor y atribuye su invención al general Matos. Esa maniobra no tiene sino dos fines, dice Rojas Paúl, “uno de maquiavelismo político y otro de especulación nacional”. Y agrega: “es el primero, desconectar a la inmensa mayoría que fundadamente espera un próximo renacimiento de las libertades públicas; y es el segundo una jugada de bolsa ya realizada con pingües provechos, fruto natural y lógico de la política netamente mercantil que domina hoy en Venezuela y tiene su centro y corredores en el ministerio de Hacienda. Rojas Paúl está a la cabeza de estas movilizaciones. La situación política hace que en este año de 1895 se exija al gobierno de Venezuela, por parte del gobierno de Jamaica, la cancelación de unas seis libras esterlinas y seis chelines como suma invertida por éste último gobierno en la asistencia de la enfermedad y entierro del doctor Sebastián Casañas. En resolución oficial, el ministro Pulido ordena el pago de las seis libras. Matos contempla una particular situación política en su plan de restaurar la Hacienda pública, restauración que será indudablemente con la visión de mantenerse en el gobierno; la situación política se acrecienta porque el Tesoro Nacional intenta resolver el pago de las acreencias pendientes de la banca privada (Velásquez, 1973, p. 117). Como señala Jhondry Blanco (2012), el cafeto llegó a Venezuela por la cuenca del río Caroní desde Brasil aproximadamente en 1730, prosiguiendo 61 hasta Martinica y Guadalupe. En 1895, Venezuela ocupa el tercer lugar entre los productores mundiales de café (tras Brasil y las Indias holandesas). En este mismo año, rico de procesos y sucesos, nace en Valencia Enrique Bernardo Núñez, que se convertirá en uno de los más importantes cronistas de Caracas, además de novelista, historiador y diplomático (Bogado, 2012). El año 1895 regresa de Nueva York el Mocho Hernández, quien en abril del 93 será elegido diputado por el estado Bermúdez, cargo desde el cual censurará en el Congreso el proyecto de Constitución propuesta por Joaquín Crespo, lo que causa su distanciamiento del sector oficial. Durante su estadía en la capital estadounidense, Hernández pudo observar las técnicas electorales de ese país, que posteriormente implementará en Venezuela (www.venezuelatuya). José Manuel Hernández, “el Mocho” Hernández Fuente: Kalipedia.com (2012) Año particular éste de 1895. El ingeniero Edmundo Curiel apunta en su libreta de notas de campo el inicio de la construcción del Gran Ferrocarril de Venezuela: La concesión para la construcción y explotación de esta vía férrea, que une las ciudades de Caracas y Valencia, fue dada en 1887 al señor Fried Krupp de Essen, de Alemania, quien para el efecto había enviado a Venezuela al señor ingeniero L. A. Mueller, el que hizo los estudios preliminares y levantó el plano general de la línea proyectada. El señor Krupp traspasó en el año 1888 esta concesión a una compañía anónima titulada Grosse Venezuela Eisenbahn Gesellschafts cuyos únicos capitalistas son el Disconto Gesellschafts de Berlín y el Norddeutsche Bank de Hamburgo (Saldivia, 2009). 62 1895 es el año del establecimiento de la enseñanza clínica en la Universidad Central de Venezuela, de la fundación del Instituto Pasteur de Caracas, del establecimiento del concurso del internado y externado de los hospitales, y en el que se reforma la cátedra de Anatomía y Medicina Operatoria por iniciativa de Luis Razetti, Francisco Antonio Rísquez, Acosta Ortiz, Santos Dominici, Rafael Rangel y otros médicos y científicos venezolanos (Navas, s/f ). Otra efeméride es la creación de la Cruz Roja: El 30 de enero de 1895 se establece la Sociedad Venezolana de la Cruz Roja, en el marco de los actos del primer centenario del nacimiento del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, quien fue el héroe de la Independencia venezolana que más se preocupó por humanizar la guerra. Se debió al deseo de que se cumplieran en nuestro país las previsiones establecidas en la Convención Internacional de Ginebra, reunida en 1864, en la cual se acordaron medidas especiales para la atención de los heridos de guerra y la protección de los cuerpos de socorro. Venezuela se sumó a este acuerdo por decreto del Congreso Nacional y por declaración del Ejecutivo Federal, el 9 de junio de 1894 (ENCONTRARTE, 2012). Es precisamente en el marco del primer centenario del nacimiento del Gran Mariscal de Ayacucho que se publica el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes que estamos contextualizando, lo que se expresa en su propia cubierta. Antiguo Hospital de la Cruz Roja, hoy Hospital Carlos J. Bello Fuente: http://taimaboffil.files.wordpress.com/ 63 A principios de la década del 90 llegan a Caracas estudiantes que han estado en universidades americanas con nuevos implementos: guantes, bates, pelotas y otros más. Así, en mayo de 1895, Amenodoro Franklin y sus hermanos Emilio, Gustavo y Augusto establecieron el primer club de baseball organizado, el Caracas B.B.C. Habían estado reuniendo jóvenes por 3 meses para practicar el juego cada domingo. Aquellos jóvenes estaban preocupados en diseminar el interés por el nuevo juego en la ciudad, y practicaban en un campo abierto frente a la estación de tren en Quebrada Honda, que posteriormente se conocería como el “Campo de ejercicios del Caracas Base Ball Club”. Organizaron el primer juego oficial en Venezuela como un gran evento para generar publicidad. El 22 de mayo se publicó un anuncio del evento en el diario local El Tiempo, diciendo que era “un nuevo tipo de juego de ajedrez, el Base Ball”. El juego era tan nuevo y desconocido que el reportero invitó a la gente a través de ese slogan (Landino, 2012). Y el 1 de abril de 1895 quedó instalado el Instituto Pasteur de Caracas, impulsado por Santos Aníbal Dominici Otero, nacido en Carúpano el 16 de junio de 1869, formado en la Universidad Central de Venezuela y en París, que junto con otros celebres médicos como Pablo Acosta Ortiz, funda el instituto que tenía por objetivo realizar investigaciones “para esclarecer las causas de muestras peculiares patologías, tanto de humanos como de animales”. También se proponía alcanzar los adelantos de la seroterapia y la fabricación de vacunas, para lo cual se elaboraron sueros antidiftéricos, antitetánicos y antiofídicos, y la vacuna antivariólica. El Instituto también tuvo funciones docentes en varias ramas de la microbiología (Carmon, 2012). En Mérida, el 20 de agosto de 1895 se ordenó la transformación de lo que era la Plaza Mayor de la ciudad de Mérida en la Plaza Bolívar, se procedió a la “composición y embellecimiento” a cargo del ingeniero Pedro Dávalos y Lissón. En la ceremonia de inauguración se depositaron en un cofre documentos históricos referentes a la declaración de Independencia de 1810, así como los diseños originales de Dávalos y Lissón para la Plaza (www.meridavirtual, 2012). Ese mismo año de 1895 el ministro de Instrucción Pública es Federico Chirinos, y la matrícula escolar alcanza 40.471 estudiantes (Bravo, L., Graterol, G. y Madriz, L., 2004, p. 19). En su memoria y cuenta, el ministro refiere como logros “la creación de escuelas federales, escuelas normales; mobiliario, reparación del edificio de la Universidad Central; colegios federales de primera y segunda categoría, colegio de niñas, creación de la Escuela de Ingeniería; marcha organizada de la Escuela de Canto, enriquecimiento de libros en la Biblioteca Nacional; revista de Instrucción Pública” (ibid, p. 51). En este año se cierra un periodo que parte de 1830, en el que: 64 En el período comprendido entre 1811 y 1895, se aprobaron once constituciones y se eligieron 18 presidentes, siempre con la preocupación programática por el mejoramiento continuo del sistema electoral. Asimismo, el subperíodo de 1830-1854 representa el momento de mayor significación en nuestra evolución electoral presidencial, ya que durante el mismo se eligieron los primeros siete presidentes de la República (Matute, Maurena y Requena, 2012). Nos hemos tomado la libertad de no presentar los hechos, fenómenos y procesos por temáticas organizadas por niveles de inclusividad, en una cronología secuencial, optando por un recuento en apariencia azaroso con la intención de respetar su carácter heterogéneo y su impacto diverso, la recursividad de su ser en tanto son influenciados por lo que ellos impactan, en la sociedad; los hechos históricos son procesos inseparables (su escisión no es más que disciplinar o didáctica), marcados por causas y azares –como diría el cantautor cubano Silvio Rodríguez–, variados y, sobre todo, inconclusos; fenómenos no parcelables, que requieren integración para su comprensión. Así pues, los textos pedagógicos sobre los que pretendemos hacer nuestras consideraciones son resultados de causas pero también de oposiciones, accidentes, perturbaciones y, en tanto tales, multidimensionales; procesos que han generado discontinuidades y rupturas, cargados de búsquedas (por ejemplo, de una identidad nacional) y de hallazgos (por ejemplo –otra vez– de la identidad nacional); parecen secuenciales, pero son una dialéctica intensa entre orden, desorden y autoorganización sociohistórica. II. PRELUDIOS DEL PRIMER LIBRO VENEZOLANO DE LITERATURA, CIENCIAS Y BELLAS ARTES En consecuencia, no hablaremos de “preludio”, sino de preludios, si bien ahora –como apuntamos, por motivos didácticos– intentaremos concretar tan sólo un par de los antecedentes generales más inmediatos a nuestro tema, en la esperanza de que cuanto hemos expuesto pueda al menos contribuir a una reconstrucción útil en el ánimo del lector. Concebimos la sociedad, la educación y la pedagogía –ya lo hemos dicho– como procesos expresados desde y en complejos acumulados históricos. En esta perspectiva, situaremos la comprensión pedagógica de los mencionados artículos de Manrique y Villegas desde los antecedentes específicos de la Exposición Nacional de 1883 y el Primer Congreso Pedagógico Venezolano de 1895, éste último claramente en conexión directa con la coyuntura histórica que signa la publicación del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes. 65 ○ La Exposición Nacional de 1883 Un antecedente notable para la publicación de los textos que vamos a examinar es la importante Exposición Nacional de 1883 en honor al centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar. En el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, esta exposición trató de abarcar la mayor cantidad de productos nacionales, tanto en el orden histórico como industrial y cultural. Dice Calzadilla (2009, p. 4): Son muchas las aristas desde donde se pueden estudiar los festejos de 1883. A los efectos de la reflexión que se propone ahora interesa, a partir de la documentación de la llamada Exposición Nacional, examinar su identificación en el proceso de reelaboración y difusión de referentes identitarios. Y prosigue: Sin duda, uno de los eventos de mayor transcendencia y perdurabilidad ocurridos en 1883 en Caracas, con motivo de la celebración del Centenario del Natalicio del Libertador Simón Bolívar, fue la llamada Exposición Nacional, convertida desde entonces en un lugar excepcional de memoria (cursivas nuestras). Es interesante acotar este concepto de “lugar excepcional de memoria”, porque nos remite precisamente al Primer Libro de Literatura, Ciencias y Bellas Artes publicado unos años después de la Exposición, en 1895. Calzadilla anota a pie de página: Lugar de memoria se entiende como los “lugares” simbólicos alrededor de los cuales se congrega la sociedad con propósitos diversos, por lo general vinculados a la referencia nacional, aunque también se expresan como instrumento de instancias regionales, raciales, religiosas o políticas. Esos “lugares” son ámbitos de comunicación colectiva, reconocidos por su capacidad aglutinadora de la sensibilidad social, más allá de diferencias circunstanciales. El complejo de “lugares de memoria” de una sociedad lo integran espacios físicos de las ciudades y pueblos, monumentos, símbolos, ideas y nociones, espacios geográficos, libros, obras de arte, hechos y personajes, y acciones colectivas, entre tantas otras. En esa medida, la fiesta de 1883 y en particular la Exposición Nacional se constituye desde muy temprano en uno de esos lugares privilegiados de la memoria nacional, articulado estrechamente con la referencia medular del recuerdo de Simón Bolívar. Una interesante y esclarecedora reflexión sobre los tópicos conceptuales vinculados a esta dimensión socio-histórica de la memoria puede ser revisado en la obra colectiva bajo la dirección del historiador francés Pierre Nora, Le lieux de mémoire, publicada por primera vez en Francia en 1984 (loc. cit., p. 5). La Exposición Nacional estuvo abierta al público desde el 2 de agosto al 4 de septiembre de 1883 y, como dice Calzadilla, fue «concebida como una vocación para mostrar una imagen global sobre el país en sus diversos aspec66 tos y sus diversas regiones» (p. 6). La exposición estaba conectada con una especie de moda que se venía desarrollando en el mundo occidental desde la segunda mitad del siglo XIX. Como relata el autor, «Venezuela concurrió con modestas muestras a muchas de las exposiciones internacionales organizadas entonces en varias partes del mundo entre las que destacan las de Londres 1862, París 1867, Viena 1873, Bremen 1874, Santiago de Chile 1875, Filadelfia 1876, París 1878 y Buenos Aires 1882 (p.7). Así como se hicieron exposiciones para mostrar los productos de cada país, igualmente se desarrollaron a finales del siglo XIX y principios del XX una serie de congresos pedagógicos en todo el mundo, a algunos de los cuales haremos referencia más adelante. Un total de 62.761 personas acudieron a esta muestra en Caracas, para la cual, aparte de algunos espacios del Museo Nacional y otros entonces pertenecientes a la Universidad Central de Venezuela (p. 15), se construyó expresamente un edificio, el Palacio de la Exposición, en el que por mucho tiempo después residió la Corte Suprema de Justicia. Número impresionante de asistentes, tomando en cuenta que la ciudad tenía poco más de 55.000 habitantes para la época (p. 8). Esta exposición indudablemente tiene una dimensión socio-política, socio-cultural e identitaria, dado que al celebrarse por esas fechas el centenario del natalicio del Libertador, se hace también énfasis en la constitución de la identidad particular del venezolano. En cuanto a lo educativo,3 se exhibieron productos de diferentes estados del país e incluso del exterior, particularmente de España, entre otros, libros de enseñanza primaria, y «una centena de obras científicas, literarias, musicales, de enseñanza, de autores venezolanos» (p. 15). Es importante acotar que para esta exposición, fue utilizado, en alguno de sus pasillos, lo que era el edificio contiguo de la Universidad Central de Venezuela (p. 15) –en lo que contemporáneamente en la ciudad de Caracas se conoce como la esquina de La Bolsa– como espacio para el desarrollo de esa. Según indica Calzadilla, basado en documentos de la época,4 la exposición debía: dar a conocer a Venezuela de la manera más completa y ventajosa posible. Para el caso, los objetos que exhibía deben revelar cómo se alimentaban, se albergaban y se vestían sus habitantes, cuáles son sus costumbres, cómo se educan y se instruyen, qué industrias ejercen para llenar sus necesidades y para contribuir al 3 4 Cuanto contribuye a la formación del ser humano incluye los complejos y contextualizados procesos de enseñanza-aprendizaje, tanto intra como extra-escolares, que constituyen, edifican, conforman, un determinado ser político-cultural. Calzadilla (p. 18) indica a pie de página que se basa en «la circular que envía Antonio Leocadio Guzmán, presidente de la Junta Directiva, nombrando a los delegados de las distintas secciones de la República. Caracas, 27 de julio de 1882». Véase también Adolfo Ernst, Obras completas, t. IV, pp. 64-65. 67 progreso en general y con qué recursos cuentan para lo porvenir (p. 17) (cursivas nuestras). Tal «reunión de información y saberes» (ibid.) –lo que podría ser una acepción del concepto de enseñanza– aporta un sentido particular a la exposición en el ámbito educativo, punto de partida para su análisis pedagógico. Dice Calzadilla, citando a Adolfo Ernst: «En la exposición, pues, debe figurar todo lo que tenemos en nuestras localidades en cuanto a alimento, habitación, vestidos, educación, instrucción y costumbres, industrias y elementos por explotar, acompañados de estudios especiales, monografías, memorias que todo lo expliquen» (p. 18). Es, propiamente, en tal sentido, un espacio educativo, un lugar para el intercambio de saberes, para la difusión del ser venezolano que implica un sujeto en formación. La exposición tuvo la marca epistemológica, sociológica y pedagógica del positivismo, presente en Adolfo Ernst y otros: los conceptos de orden, progreso y civilización, modernidad, utilidad, cuantificación, prosperidad, voluntad científica, son determinantes en esta exposición. Palacio de la Exposición, 1883 Fuente: Dávila, 2009, p. 55. La publicación posterior, en 1895, del Primer Libro de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, en homenaje al centenario del nacimiento del Gran Mariscal de Ayacucho, editado con el apoyo de la importante revista cultural 68 El Cojo Ilustrado, representa la materialización de un acúmulo histórico de acontecimientos económicos, sociales, políticos y culturales, entre los cuales la Exposición Nacional de 1883 es un hito indicativo de la actitud sociohistórica y de la constitución de la nacionalidad y la identidad venezolanas. Un antecedente directo, como dice Mirla Alcibíades (2000), del Primer Libro, es el debate educativo y pedagógico en el seno del movimiento literario caraqueño de la época, comprensible sólo desde la perspectiva histórica de la compleja evolución política y cultural de la que esa Exposición es clara muestra representativa. ○ El Primer Congreso Pedagógico Venezolano Como toda Latinoamérica, Caracas bulle de quehaceres políticos y culturales a un siglo de la Independencia del imperio español, muchos de esos afanes vinculados al conocimiento de nuestro ser social y a la edificación de nuestra identidad nacional. A esa construcción contribuye el Primer Congreso Pedagógico Venezolano de 1895, que tiene entre sus múltiples antecedentes la fundación en 1877 del Instituto Venezolano de Ciencias Sociales, con Rafael Villavicencio como su primer presidente (Castro, 1988, p. 51). Ese Primer Congreso Pedagógico Venezolano estuvo marcado no sólo por la convulsionada vida económica, social, política y cultural de la ciudad, sino también por los personajes que intervinieron en el evento. Dice Guillermo Luque (1996, p. 26) que «el Congreso Pedagógico reunió la parte más culta y consciente de la sociedad venezolana de entonces, es posible, que también la más virtuosa». Interesante comentario, porque precisamente en esos años se producían constantes pugnas entre el liberalismo amarillo y otras opciones político-económicas, que se acusaban mutuamente de corrupción. En 1895, como hemos dicho, hay un leve incremento de los precios del café en el mercado internacional, pero también una sequía en el país que genera inmediata escasez en una Venezuela fundamentalmente agrícola. Sigue diciendo Luque: La del Congreso Pedagógico es la Venezuela de crónicas y sucesivas crisis agrícolas, las del café y el cacao, la de prestamistas y banqueros que manipularon a su antojo ese endeble organismo que teníamos por Estado, periodo miserable para la existencia de nuestras mayorías reducidas a la condición de peones, conuqueros, aparceros, jornaleros, a los que se agregaban algunos artesanos, profesores y maestros, gente sin derechos sociales, sin esperanza, exiliados todos en su propia patria (op. cit., p. 26). Todo lo cual afecta al sistema escolar en ese momento. Algunas escuelas federales creadas por Antonio Guzmán Blanco han sido cerradas y desaparecido 69 algunas escuelas normales. En este momento el gremio de institutores y el Liceo Pedagógico son polos de luz, cultura, educación. «En la organización y promoción de ambas instituciones destaca la figura del Dr. Napoleón Tomás Lander, inteligencia y energía activa del Primer Congreso Pedagógico» (ibid, p. 27). El Congreso se desarrolló en los predios de la Universidad Central de Venezuela; refiere Simón Muñoz Armas, exrector de ésta universidad, que Rafael Villavicencio,5 quién para aquella fecha se desempeñaba como máxima autoridad de la misma, «acogió con entusiasmo la propuesta y aceptó presidir el Primer Congreso Pedagógico Venezolano, el cual se celebró en el recinto universitario. Su instalación se celebró en el salón de actos de la universidad el 28 de octubre de 1895 y sus sesiones se prolongaron hasta el 14 de diciembre de ese año en los locales» (p. 42). El programa del Congreso es variado y denso, e incluye entre otros puntos, la edificación y la higiene escolar; la uniformidad en los textos de educación primaria; la importancia de las escuelas normales; el régimen disciplinario humanitario orientado a promover la conducta ética, el respeto mutuo y la disciplina racional, desechando el castigo humillante en seres de tierna edad y en etapa formativa; el trabajo manual en las escuelas primarias; la creación de escuelas de formación agrícola; los derechos de los maestros y educadores; y las bases para una reforma escolar integral en Venezuela (ibid.). Escribe Bigott (1996, p. 61): El 8 de mayo de 1895, el Liceo Pedagógico, por intermedio de su presidente Napoleón T. Lander, se dirige al ministro de Instrucción Pública refiriendo lo importante y oportuno que sería el hecho de “promover el 1er Congreso Pedagógico en nuestra querida patria en vista de la necesidad de una reforma radical en el sistema de instrucción popular”. Así refiere este autor los preparativos y la instalación del Congreso: El 27 de octubre se da una sesión preparatoria del Congreso, se elige la junta directiva en la que se encuentran entre otros, el doctor Rafael Villavicencio, presidente; los doctores Alberto González B. y Napoleón T. Lander como vicepresidentes; Pedro Emilio Coll, secretario de actas. El 28 de octubre, en el salón de actos de la Universidad Central de Venezuela quedó instalado el Primer Congreso Pedagógico de Venezuela con intervenciones de Rafael Villavicencio, Alberto González, Pablo Godoy Fonseca, Napoleón T. Lander. [Se inicia] a las 8 de la mañana con un quórum de quince miembros (pág. 62). El martes 29 se realiza la primera sesión, en la que Pedro Emilio Coll leyó el acta de instalación (ibid.). 5 70 Participó como colaborador en el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes con el artículo «Las Ciencias Naturales en Venezuela», pp. 231-238. El Congreso acabaría atrayendo un gran interés de la comunidad educativa y cultural. Se produjeron fuertes debates sobre el carácter religioso o laico de la escolaridad, pronunciándose desde su inicio por una educación “laica, científica, gratuita y obligatoria” (ibid.), lo que originó el fuerte rechazo de los sectores católicos: la comisión del Centro Católico Venezolano, que contó con personajes como Agustín Aveledo y J. M. de los Ríos, propugnó la educación religiosa en las escuelas –un debate que todavía persiste en el siglo XXI. La asistencia fue abierta, con participación de académicos, institutores, políticos, médicos, dirigentes obreros, logias masónicas, la prensa; y fue un espacio de confrontación entre evolucionismo y positivismo, entre liberales y conservadores, entre positivistas y católicos; así como foro de expresión del movimiento obrero que viene desarrollándose con fuerza desde hace una década. El Congreso de Pedagogía de 1895 de Caracas cuenta con una larga lista de antecedentes: • Congreso de Roma, celebrado en 1880 (Andrés Lasheras, 1996, p. 91) • Congreso de España, convocado en 1882 por la Institución Libre de Enseñanza (ibid.) • Congreso Higiénico-Escolar de México, también en 1882 (ibid.) • Congreso de los Educadores Catalanes de 1888, que estudia especialmente la nocividad de la enseñanza religiosa (Bigott, 1996, p. 64) • Primer Congreso Nacional de Instrucción Pública, realizado en México en 1889 bajo la inspiración de Justo Sierra y Joaquín Baranda, donde el tema polémico lo constituyó la ponencia de los educadores Serrano y Manterola sobre «Los medios de sanción de la enseñanza primaria laica» (ibid.) • En 1890, el ministro mexicano Gabino Barreda, conocido positivista, convoca el Primer Congreso Pedagógico Mexicano (Andrés Lasheras, op. cit.) • Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano de 1892, celebrado en Madrid, cuyas conclusiones divulgó en Venezuela el Diario de Caracas (ibid.) • Congreso Pedagógico de 1892, en Francia, que discute la decisión del ministro Perry sobre la implantación definitiva de la escuela laica en ese país (Bigott, op. cit.) • Congreso Pedagógico Centroamericano de 1893, en Guatemala, bajo la responsabilidad de la Academia de Maestros (Andrés Lasheras, op. cit.) • Congreso Pedagógico Internacional Americano, convocado por Sarmiento, en Buenos Aires, 1882 (Bigott, op. cit.) 71 A pesar de las activas discusiones, la importancia y amplitud de los temas debatidos, y el interés que suscitó en los ámbitos pedagógico y cultural, podemos no obstante concluir que, si bien el Primer Congreso Pedagógico Venezolano de 1895 generó una reflexión político-pedagógica de avanzada, el poder legislativo de la época no recogió en general esas reflexiones ni les dio el impulso adecuado. III. EL PRIMER LIBRO VENEZOLANO DE LITERATURA, CIENCIAS Y BELLAS ARTES Los amorosos salen de sus cuevas temblorosos, hambrientos, a cazar fantasmas. Jaime Sabines ○ Algunas consideraciones previas sobre los dos artículos pedagógicos del Libro: una justificación para pensar histórica y políticamente la educación y la escuela. Análisis.6 En ambos artículos encontramos referencias a lo histórico. En principio, aparecen en un texto que se edita en conmemoración del centenario del nacimiento del Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre; son artículos en los que se hace referencia a la contemporaneidad del momento histórico: 1895, con indicios que pudieran apuntar a una concepción de futuro, de utopía, de esperanza respecto a que la educación se adapte al concepto de progreso y sus prácticas sociales. Una de las bases filosófico-ideológicas de los artículos es lo que hoy llamamos perspectiva empírico-analítica, que en su momento encarna la escuela del positivismo. Esto genera una contradicción en la concepción de los conceptos de realidad, conocimiento, método, verdad, historia, frente a la idea socialmente imperante de una realidad signada por lo teológico, marcada por la hegemonía de la Iglesia católica en la vida en general y en los quehaceres académicos. En la nueva concepción, la realidad (si bien puede ser obra de Dios) puede ser medida por el hombre, capaz, por tanto, de conocerla cuantitativamente. Es uno de los elementos que encontramos con fuerza en el artículo de Guillermo Tell Villegas, «Instrucción Popular», 6 72 Presentamos el análisis de los textos como identificación crítica de los hilos individuales de los hechos, fenómenos o procesos referidos en los mismos, seguido de su síntesis entendida como reunión (igualmente crítica) de los elementos “separados” de manera disciplinar o didáctica en el análisis; todo ello según el esquema para la lectura crítica de discursos pedagógicos desarrollado en La reflexión pedagógica latinoamericana posmodernista en las postrimerías del siglo XX referida a la educación universitaria (2012), trabajo de nuestra autoría para optar al título de Magister Scientiarum, con la tutoría de la Dra. Emma Martínez (no publicado). donde hace un recuento detallado, nombre por nombre y título por título, de graduandos de la educación venezolana con títulos de doctores, licenciados y maestros, relación pormenorizada que revela una actitud afín al positivismo, como visión, históricamente constituida de los estudios académicos. Contexto socio-histórico. Ya hemos comentado, en cierta medida, el contexto en el que se desarrollan los artículos: son evidentes los elementos económicos, sociales, políticos y culturales que signan el momento: el acumulado histórico de la guerra de Independencia y de la Guerra Federal, junto a todos los movimientos, todas las tramas, todos los nudos políticos de la ciudad capital para 1895. El contexto económico está marcado por el carácter mayoritariamente agrícola de la nación, con un peso muy particular de las exportaciones de café, que para este año alcanza un clímax de precios sobre los cinco años anteriores y los cinco posteriores; se manifiestan una serie de pugnas políticas marcadas por las concepciones de la economía del Estado, luchas que van a estar controladas igualmente por lo político-social. Liberales y conservadores provenientes de distintas clases sociales defienden una determinada organización de lo social que no se expresa abiertamente en los artículos en cuestión pero que sí podemos recoger de otras fuentes. El tema político es clave, puesto que el movimiento económico-social va a infundir un matiz particular a Latinoamérica y a Venezuela en esa segunda mitad del siglo XIX. Lo discursivo general. Los artículos a que nos referimos forman parte del denominado Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, el cual contiene dos partes principales: la primera constituida por cuatro elementos, a saber, las Buenas Letras, las Ciencias, las Bellas Artes, la Bibliografía; la segunda parte formada también por cuatro componentes, la Antología General, las Notas Biográficas, las Últimas Páginas y el Índice. El Primer Libro tiene un discurso preliminar de Rafael Fernando Seijas, cuya intención es mostrar la producción cultural venezolana para el momento, pero además se constituye en un importante lugar de memoria, como dice Calzadilla (op. cit.), para la visión tanto de la conformación de la identidad venezolana como de aquella Venezuela vista desde hoy. Podríamos decir que la ubicación política del texto está interesantemente acoplada con el gobierno de turno en los dos artículos que analizaremos. Lo discursivo particular. Hemos seleccionado estos dos trabajos en el marco del Primer Libro en tanto nuestro interés es el pedagógico, la reflexión sobre el ser y el deber ser de la educación, signada por las perspectivas epistémico-metodológicas o, en todo caso, desde la espontaneidad reflexiva de la cultura vivencial de las personas. Partimos de estos dos textos como una justificación para pensar la educación en términos de su historia, su contempo73 raneidad y, por tanto, su ubicación utópica. Ambos autores, Pedro Manrique y Guillermo Tell Villegas, son conocidos intelectuales de la época, vinculados a los ámbitos artístico, académico y político; nos parece significativo que los suyos estén entre los primeros artículos de extensa compilación que presenta el Libro: el documento de Manrique abarca desde la página 51 hasta la 54 y el texto de Villegas va de la página 55 a la 102. Ambos tienen la fotografía de los autores en su primera página, letra capitular en el primer párrafo, y otras fotografías posteriores de relevantes autores de la época; los títulos están en mayúsculas de tamaño de 16 puntos aproximadamente, y los dos presentan un abordaje directo, sin preámbulos, de su problemática. El importante tema de Manrique aparece ya en el título, y en él refiere una serie de educadores e institutores ilustres de Caracas y otras regiones del país, incluyendo a las damas que dirigen esas instituciones, lo que es notable para la época, así como una lista relevante de textos didácticos de distintas disciplinas. El trabajo de Guillermo Tell Villegas es asimismo importante por su exposición detallada de instituciones escolares de la época, áreas disciplinares de trabajo académico, fotografías de autores, y un aspecto relevante desde el punto de vista histórico-pedagógico: su extensa relación, ya comentada, de «los grados conferidos por la Universidad Central desde su fundación hasta el 31 de Diciembre de 1882» (pág. 64) en los grados de doctores, licenciados y maestros. Las estrategias argumentales de ambos autores están muy vinculadas a lo que la profesora O. Bolívar por un lado, y E. Valdivieso por otro, denominan interpretación de datos y argumento de autoridad. Se identifican algunos interesantes giros idiomáticos, y una figuratividad particular de la época. Por ejemplo, Manrique inicia su artículo con las palabras: «Ponderosa deuda de gratitud pesa sobre nosotros por la honra que nos discierne la Junta Directiva de la Asociación Venezolana de Literatura, Ciencias y Bellas Artes» (p. 51)…, y más adelante: «Difícil, muy difícil tarea es la que nos corresponde” (ibid.); el estilo y el vocabulario son, pues, formales. En ningún caso refieren fechas en las publicaciones que citan, y tampoco señalan, como se acostumbra hoy, una bibliografía. Lo educativo general. Podemos decir que estos textos son más explicativos que comprensivos, más descriptivos que esencialistas, dada su posición de intersección que antes mencionábamos entre una base de pensamiento tradicional teológica y la actual tendencia filosófica positivista. Ambos artículos sugieren, pero no presentan explícitamente, fines, objetivos, métodos y organización escolar; el fin de la educación estaría vinculado al aprendizaje de una serie de formulaciones teológicas, y la formación del ciudadano republicano como herencia del pensamiento pedagógico independentista, con 74 Simón Rodríguez a la cabeza. Los métodos escolares son los tradicionales: la memorización y el orden disciplinar estricto, con áreas de conocimiento muy específicas como gramática, aritmética, historia, latín…, que aún hoy están presentes en la escuela básica. No presentan una información orgánica sobre el sistema escolar ni de la escuela como especificidad. Lo pedagógico general. La educación está interpretada y concebida en dos ámbitos: como una responsabilidad del Estado pero, simultáneamente, con un componente individual. Como criterios de interpretación de lo social, hallamos una concepción7 particular de gobierno; se entiende la sociedad venezolana como una unidad, y la relación entre individuo y sociedad viene proporcionada por la escolaridad. Ambos artículos tienen presentes conceptos pedagógicos8 como los de educación, pedagogía, didáctica, estudiante, maestro, currículum y proceso de enseñanza-aprendizaje. Síntesis. Ambos textos se ubican en el contexto socio-histórico específico del último lustro del siglo XIX, con la carga histórica de la guerra de Independencia y la Guerra Federal. Existe en sus autores una preocupación por ordenar la nación, más en el sentido político que epistémico –en su raíz positivista–. Los discursos corresponden al momento histórico en el que se generan; aparecen –de manera no siempre evidente– una serie de elementos vinculados a lo político, lo económico, lo social, lo cultural, que se comprenden principalmente cuando se sitúan los discursos en su contexto historicosocial; son discursos impregnados de positivismo a la par que del ambiente cultural de su coyuntura histórica. Respetuosos de lo histórico, desde nuestra mirada se siente históricamente lo educativo y lo escolar; no son discursos críticos de lo social, por el contrario, son extremadamente descriptivos, artículos que pudieran pasar hasta por conservadores de la realidad socio-económica si los contempláramos únicamente desde nuestra contemporaneidad, pues no se refieren, por ejemplo, a los problemas de los trabajadores del campo, jornaleros, artesanos, mujeres, o servicios públicos, la salud o la vivienda para los más pobres. 7 8 Como intentos de determinación del Ser de lo que denomina el concepto específico tratado desde una perspectiva epistémico-metodológica o, más específicamente, desde una escuela de pensamiento epistémica, sociológica, pedagógica, etc. Asumimos los conceptos pedagógicos como niveles de significación que permiten pensar, analizar, totalizar, a la educación como proceso socio-histórico (complejo, socio-cultural) de formación, y no en el sentido de la pura instrucción; pueden expresarse en términos cargados de sentido muy generales como los de educación, formación, pedagogía, currículum, evaluación, estudiante, docente, proceso de enseñanzaaprendizaje, sistema educativo, y otros, en el entendido de que pueden tener simultáneamente una concepción, comprensión y/o representación de corte didáctico. Así mismo asumimos los conceptos didácticos como niveles de significación discursiva que establecen espacios significativos de la enseñanza y lo instruccional como, por ejemplo, enseñanza, aprendizaje, alumno, currículum, evaluación, clase, recurso instruccional y otros que, como hemos dicho, pueden tener una lectura, definición o representación de corte pedagógico. 75 ○ «Revista de autores didácticos e institutores», por Pedro Manrique.9 El artículo de P. Manrique, «Revista de autores didácticos e institutores», tras el agradecimiento que hemos mencionado a la Junta Directiva de la Asociación Venezolana de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, expone, de una manera que nos parece interesante al compararlo con la situación actual: Difícil, muy difícil, si no irrealizable tarea es la que nos corresponde si se tiene en cuenta la dificultad de las comunicaciones, la ausencia casi absoluta de archivos, la apatía del carácter nacional, la obscuridad impuesta por la injusticia de los hombres y aceptada cristianamente por los humildes sacerdotes del augusto e imprescindible ministerio de la enseñanza (p. 51). Es indudable que en el mundo contemporáneo ya no existen dos de las circunstancias mencionadas por Manrique en 1895: si bien en su momento había serias dificultades de comunicación, hoy podemos decir que abundan los medios e instrumentos disponibles, especialmente en las ciudades del mundo occidental. El otro inconveniente, la ausencia casi absoluta de archivos que denuncia, ha sido ampliamente superado con el surgimiento de las tecnologías de la información y comunicación; hoy podemos asegurar que en nuestra sociedad, por el contrario, abundan los archivos, en especial, de naturaleza digital. Un elemento pedagógico axial señalado por Manrique es la concepción de maestro; nuestro autor lo concibe como un individuo de carácter sobrio, modesto, sufrido, un mártir «que se llama maestro de escuela»; lo caracteriza como un ser sin nombre, «siendo el nombre un asidero para el ser humano» (loc. cit.), a lo que añade: Los institutores no lo tienen [un nombre] ni para sus contemporáneos, ni para la historia; ellos no son conocidos como persona social, sino como una especie, por decir así, zoológica, todos con un solo nombre –maestro de escuela– y algunos hay que para más deprimirlos, le quitan la preposición, quizás por lo que huele a grandeza y dicen simplemente maestro-escuela. Y es de esta especie, de estos seres innominati, de quienes tenemos que hacer historia. Más adelante escribe, dirigiéndose a alguien que mirara hipotéticamente la Tierra desde la luna: …Abarca con una mirada todo el globo, contempla el campo cultivado, las ciudades, el mar, la materia en vertiginosa marcha, el alambre hablando, la luz 9 76 Rafael Fernando Seijas, en las Notas Biográficas que cierran el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes escribe que Manrique «amó […] las letras desde su primera juventud y las cultivó con entusiasmo en las horas que pudo hurtar a las faenas del trabajo. […] A excitación de muchos padres de familia fundó el colegio de La Verdad». pintando, la industria creciendo, el hombre más hombre [… ] ¿quién hizo todo esto? La casualidad, no. El maestro de escuela, sí. Él, que encontró tinieblas por doquier y sin más linterna que la cartilla ha formado un foco de luz tan esplendoroso, tan útil para la familia humana como el sol, obra admirable de Dios para la naturaleza toda (ibid.). Y entre la larga lista que da de educadores –autores, como él los denomina–, refiere en primera instancia a Simón Rodríguez, maestro del Libertador Simón Bolívar, y sigue con don Vicente Méndez, fray Idelfonso Aguinagalde, don Ramón Perera, de Barquisimeto, y el doctor Igidio Montesino, fundador del colegio Concordia en la misma ciudad, Juan Manuel Cagigal, precursor de la enseñanza de las ciencias matemáticas en Venezuela, el presbítero doctor José Vicente Unda, decano fundador del primer Colegio Federal Guanare en 1832 (p. 52); a los señores Isidro Espinosa, Manuel Carreño y Tomás Víctor Bermúdez, director y fundador éste del colegio Caracas, Juan José Aguerrevere y Juan José Mendoza, fundadores y directores del colegio Rocío, los doctores Ramón Isidro Montes y Manuel María Urdaneja (sic), fundadores y directores del colegio Santo Tomás, el doctor C. Arvelo hijo, Pedro Pablo Fontes, doctor Agustín Aveledo, fundador y director del colegio Santa María, doctor Adolfo Frydensberg, fundador del colegio Venezuela, doctor Guillermo Tell Villegas,10 fundador del colegio Villegas, doctor Rafael Echezuría, director del colegio Ávila, los señores Emiliano Freire y Miguel Toro, y el doctor Juan Wohnsiedler, de Barquisimeto; Mariano Blanco, Jesús María Páez y Mariano Baute de Río Chico; Juan José Rodríguez, fundador de La Fraternidad, en la Guaira; señor Ramón Estudillo, de Píritu; Martínez Mata, de Carúpano; doctor Luis Espelozín y Rafael Hermoso, de Coro; Eduardo Ochoa, Antonio Bello, doctor Luis Felipe Castillo, de Mérida, Rafael Villavicencio y Andrés Bello; y menciona al final de su lista al fundador del colegio Chávez, con el mismo apellido (p. 53). En referencia a las mujeres educadoras, escribe Manrique: ¿Y qué decir de la señora viuda de Lozano, el antiguo maestro de la capilla de la Catedral, a la cual regentó la primera escuela de niñas fundadas por el municipio de Caracas; de la señora Mercedes Meneses y Estalina Gutiérrez, directora de la primera escuela mixta que aquí conocimos, la señora Concepción Villares de Smith; y las señoras Guido, Luque, Monserrat, que alcanzaron venerable ancianidad como próceres ilustres, como escogidas sacerdotisas para oficiar de los primeros años de la República en los altares, que ellas saturaron con el exquisito y delicado perfume de sus sublimes virtudes, del templo de Minerva? […] Y a la señorita Antonia Esteller, heroína inalcanzable, actual directora de la primera 10 El mismo Dr. Guillermo Tell Villegas, autor del otro texto pedagógico del Primer Libro de Literatura, Ciencias y Bellas Artes que abordamos en estas páginas. 77 Escuela Normal de mujeres que hoy tiene la República, […] las niñas Limardo (Mercedes y Luisa), Carolina, […] Elodia Pérez, Octavia B. de Coking, Amelia Micaela de Baute, todas en Río Chico (loc. cit.). Añade más adelante: «A los nombres ya anotados conocidos como profesores debemos agregar un largo catálogo de otros que con sus trabajos didácticos han ayudado eficazmente y, si no todos, como complemento de los que preceden» (p. 54). Proporciona una larga lista de textos y de autores, precedidos por los importantes Andrés Bello y Juan Vicente González. Menciona una serie de autores que han trabajado el tema de la gramática castellana y otros que han presentado textos de aritmética “práctica y razonada”, teneduría de libros, geografía, historia universal y de Venezuela, “gramática latina”, “lengua francesa”, “gramáticas inglesas”, alemán, dibujo, música, economía, higiene, taquigrafía, constitución política y pedagogía –que, por cierto, es la última disciplina a la que alude (ibid.). Reconoce gran importancia a los textos disciplinares en el ámbito didáctico, toda vez que no se refiere únicamente a los de uso en la escuela básica sino también a los utilizados en otros espacios de capacitación y formación, correspondientes a las que hoy llamamos ciencias sociales y ciencias naturales; textos que enlazan esas disciplinas íntimamente con el contexto socio-económico y político-cultural de la coyuntura histórica en la que aparece el Primer Libro. Cierra su artículo Manrique agradeciendo otra vez a la Asociación: Para concluir presentamos nuestra sincera gratitud a la Junta Directiva de la Asociación Venezolana de Lengua, Ciencias y Bellas Artes, por la honra que nos ha dispensado escogiéndonos como uno de los colaboradores de su obra reivindicadora y patriótica, la cual deseamos sea tan perfecta como la necesita nuestra estudiosa juventud, para estímulo y aliento en obras de alcance científico y literario, que sean honra propia y gloria para la Patria (cursivas nuestras) (loc. cit.). Concluye de este modo su autor, con una vindicación de lo nacional y una concepción patriótica de la educación. ○ «Instrucción popular», por Guillermo Tell Villegas.11 En su artículo «Instrucción popular», comprendido en el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, Guillermo Tell Villegas vincula el tema de la educación con los ámbitos de la historia y la política, lo que puede resultar sorprendentemente moderno a nuestros ojos: 11 78 Rafael Fernando Seijas, como se ha indicado, autor de las Notas Biográficas que cierran el Primer Libro, dice allí que Villegas «ha figurado en alta escala como diputado y ministro, presidió en 1868 el gobierno provisional fundado por la Revolución Azul. En 1870, apartado de la política, se dedicó a la enseñanza y fundó un colegio que a poco adquirió fama» (p. 548). Para poder graduar la marcha e indicar los adelantos y demostrar el estado de nuestra instrucción popular, forzoso es considerar a Venezuela en sus cuatro estados o fases políticas y sucesivamente examinarlas, porque es poderosa la influencia que la política ejerce en el adelanto, paralización o decadencia de los pueblos, es una fuerza que los impulsa o un muro que los detiene, un peso que los deprime o un germen que los desarrolla, un vicio que los corrompe o una luz que los civiliza (p. 55). Apreciamos, no obstante, cómo un concepto que hoy diferenciaríamos particularmente, como es el de la instrucción, Villegas lo emplea expresamente, no sólo en el título de su trabajo sino ya en el primer párrafo, vinculándolo al hecho político en términos de desarrollo o decadencia. Villegas hace referencia a cuatro épocas o fases de la historia nacional, que representan su taxonomía particular de la historia de Venezuela, y que precisa con datos de sumo interés sobre el carácter de lo escolar: la colonia, la guerra de Independencia, la creación y derrumbe de la Gran Colombia, y la autonomía, que él sitúa a partir de 1830 y que caracteriza en cuanto a lo escolar y la instrucción, mediante hechos como éste: «…Sancionada y puesta en práctica la ley fundamental de 1830, quedaron atribuidas la educación secundaria a la nación y la primaria a las provincias. […] La creación por Juan Manual Cagigal y Rafael Acevedo de la Academia de Matemáticas, el establecimiento de escuelas municipales, la necesidad de la educación de los obreros…» (p. 56). Se está refiriendo al decreto del 27 de junio de 1870: «…Expedido por el presidente general Antonio Guzmán Blanco, hizo para todos obligatorio el aprendizaje y colocó la instrucción primaria entre las atribuciones del Ejecutivo Nacional» (p. 57). Nos informa que el primero de los colegios federales es el de Guanare: Fundado el 21 de junio de 1832 por el presbítero doctor José Vicente de Unda, hijo de aquella ciudad, varón de ciencia y de virtudes, hombre de iniciativa y de progreso, patriota sincero y de acción, y uno de los egregios diputados del Congreso de 1811 que el 5 de julio proclamaron nuestra Independencia y firmaron aquella célebre acta que debemos leer con respeto, conservar con veneración y ostentar con orgullo, y quien sirvió su rectorado hasta 1837, en que fue consagrado como obispo de Mérida (p. 57). Nos dice también que en esa fase son los jesuitas quienes impulsan la apertura y la regencia de escuelas primarias; que, constituida la República, fueron «sucesivamente instalándose en los colegios nacionales mandados a establecer por una serie de decretos del Poder Ejecutivo» (ibid.). Desde 1832, esas aperturas y regencias se concretaron con la creación del colegio de Trujillo por el licenciado Diego Bautista Urbaneja, hasta el 24 de febrero de 1869 cuando el propio Guillermo Tell Villegas crea un seminario en el convento de San Francisco de Coro; entre ambas fechas se fundan 13 colegios nacionales. 79 El 21 de febrero de 1856 se crea el Colegio Provincial de Cojedes; el 8 de junio de 1875 se establece un Colegio Federal en la capital de cada estado y se fundan nueve Colegios Federales; el 14 de marzo de 1884 se crean en Caracas la Escuela Politécnica de Venezuela y la Escuela de Artes y Oficios; el 2 de noviembre del 86 una escuela normal en cada Estado para la formación de maestros; el 4 de agosto del 87 la Academia Nacional de Bellas Artes. En referencia a la educación femenina, escribe: La educación de la mujer no ha sido ni es simplemente rudimental: ella ha recibido un ensanche en la armonía como en su sexo y a la altura de sus destinos. Una niña sale de los colegios instruida en las letras, fortificada en la moral y enriquecida con útiles e indispensables conocimientos para lo doméstico. A más de los colegios particulares, que son muchos, y que están perfectamente bien servidos, hay 10 nacionales, 8 en los estados y 2 siguientes en Caracas que fueron creados: el Nacional de Niñas por el decreto legislativo del 10 de abril de 1840, regentado por el Poder Ejecutivo en su decreto 19 del mismo mes, instalado el 14 de enero de 1841, el cual se halla a cargo de una hábil directora y en estado floreciente, y el colegio Chávez fundado por el señor Juan Nepomuceno Chávez, nombre que debe estar grabado en todos los corazones, presentes en todas las memorias y ser bendecido por todos los labios (p. 57). El patio del colegio Chávez Fuente: http://conociendolasesquinasdecaracas.blogspot.com/ Previamente a una detallada exposición de textos de enseñanza, Villegas enaltece con estas palabras el papel de la Iglesia: «Ha dado Dios a la Iglesia católica legítimamente representada en sus pastores y ministros el privilegio de fundar la primera de nuestras casas de enseñanza» (pág. 57), y después: A la eficaz protección de nuestras leyes, a la acción benéfica del gobierno y a la espontanea cooperación de los institutores y maestros, debe Venezuela el 80 verdadero adelanto en el que se encuentra su instrucción. De ello es evidente prueba el crecido número de textos de enseñanza que el país ha publicado, y que constan del catálogo que en angustiado tiempo he formado por comisión del ciudadano presidente de la República, doctor Juan Pablo Rojas Paúl (p. 58). A continuación, el autor lista, por disciplina, un número importante de textos: • Gramática castellana, libros publicados desde el año 1842. • De aritmética, reseña un total de 28, incluyendo cuatro textos del sistema métrico, dos de geometría, uno de ellos publicado por el ingeniero doctor Jesús Muñoz Tebas, y otro texto publicado en la ciudad de Maracaibo (p. 59). • Teneduría de libros, 8 títulos (p. 60). • Trece textos de geografía, algunos firmados por el ingeniero coronel Agustín Codazzi, por el doctor Arístides Rojas, por el doctor Alejo Zuloaga hijo, y por Juan Hilario Sambrano (sic), obra publicada en Barquisimeto en 1889 (p. 61). • Once textos de religión. • Manuales de escritura firmados por José Ignacio Paz Castillo (p. 62). • Once textos de lectura, silabarios, etc., dados en Caracas, Valencia y Barquisimeto, donde aparece otra vez la firma de José Ignacio Paz Castillo y la de Arístides Rojas. • Manuales de urbanidad, en número de seis, donde aparece el famoso libro de Urbanidad y Buenas Maneras de Manuel Antonio Carreño, publicado en Caracas en 1874. • Catorce textos de historia, dos de ellos publicados por mujeres: la señorita Antonia Esteller y la señorita Socorro González Guinán, este último publicado en Valencia en 1883. Uno de los textos del manual de historia universal está firmado por Juan Vicente González. • De lengua francesa da seis títulos, firmados en Caracas y en Valencia (p. 63). • De lengua inglesa cuatro textos, uno de ellos firmado por el doctor Adolfo Ernst, publicado en Caracas. • Dos libros de lengua alemana, uno de ellos igualmente firmado por el doctor Adolfo Ernst, también publicado en Caracas en 1874. • Textos de bellas artes, ocho, contando de dibujo, música, etc., y un ensayo sobre arte. • En economía tres libros, uno escrito para mujeres, denominado Catecismo de Economía Domestica, del doctor Francisco Machado, «quien, conociendo la importancia de esta virtud en la mujer, que es jefe en el 81 • • • • • hogar, lo escribió para escuelas de niñas en el año 1846, en la ciudad de Valencia. Se han hecho 5 ediciones (ibid., cursivas nuestras). Un texto de retórica y uno de literatura. Un libro de moral y dos de higiene. Un manual de taquigrafía. Tres textos sobre la constitución política de la República, y por último –otra vez, como también hiciera P. Manrique–: Cuatro textos de Pedagogía, a saber: ○ Método de Enseñanza, por Mariano Blanco y Julio Castro, impreso en Nueva York en 1877. ○ Nociones del arte de enseñar dirigidas a los maestros y maestras de instrucción elemental, «por el doctor Manuel Velásquez Level. Su objeto es la introducción en el país del método objetivo. Publicado en Caracas en el año de 1880» (ibid., cursivas nuestras). ○ Primeras lecciones de pedagogía, por el bachiller Julio Castro, publicado en Valencia en 1887. ○ Nociones de pedagogía, por el «Bachiller Bartolomé Mila de la Roca quien, como director de la Escuela Normal de Cumaná, las escribió para sus alumnos en 1877, y fueron reproducidas por el periódico La Escuela Normal, Nº 2, que servía de órgano a dicho plantel (ibid.). Obsérvese cómo el texto de Velásquez Level emplea el lenguaje de género en el título; igualmente es interesante el sustrato epistemológico (positivista) que se desprende de su declaración de método objetivo (de enseñanza) (p. 63). Villegas también presenta su «Relación de los graduados conferidos por la Universidad Central desde su fundación hasta el 31 de diciembre de 1889», que mostramos someramente con la intención de señalar dos importantes puntos de inflexión: • El primer graduado enunciado, en 1709, es el doctor Francisco Ramírez de Porra, maestro y doctor en teología, el 26 de septiembre. Inicia así el autor una larga lista de doctores en teología, en la que retrocede a 1690 para volver a 1708, mostrando únicamente doctores en esta disciplina (p. 64). • Desde 1708, en que Ángel de la Barreda es doctor en cánones, sólo encontramos estos títulos –teología o cánones– hasta 1734, cuando Juan Engarreta recibe el grado de maestro y doctor en geología, –rara avis disciplinar para la época (loc. cit.). • Entre 1709 y 1754 encontramos 56 graduados, la mayoría de ellos en teología. 82 • Desde 1754 hasta 1785, otra larga lista de graduados, generalmente en teología y cánones, con la excepción en 1757 del doctor Juan Antonio Montero, graduado en leyes. En abril de 1752 se gradúa Francisco de Molina como doctor en medicina; sigue otra extensa lista de doctores en teología, y luego en 1791 Domingo Gómez Ruz como doctor en derecho civil y José Antonio Anzola, maestro y doctor en medicina. • En el lapso 1787-1794 aparece Bernabé Díaz como doctor en derecho civil, y empiezan a mencionarse, junto a los doctores en cánones y en teología, otros graduandos en medicina, dos de ellos en 1795: José Domingo Díaz y José Mateo Machillanda. • Dos graduandos en medicina en 1802: José Joaquín Hernández y José Ángel Altamo. Siguen una larga lista de doctores en cánones y en teología hasta el lapso 1806–1808 en que José María Vargas recibe los títulos de maestro y doctor en medicina. El 12 de marzo de 1806 y el 27 de noviembre de 1808 contamos otros graduados en cánones y teología. • En 1809 tenemos a José Timoteo Yamosa, doctor en medicina; otro grupo importante de doctores en teología o cánones hasta 1824, en que encontramos dos graduados en medicina: José Joaquín Gonzales y Juan Manuel Manso; al año siguiente, 1825, un doctor en derecho, un doctor en derecho civil; en el año 27 son cinco doctores en derecho civil, en 1828 dos doctores en medicina y derecho civil. En los años 1828-1829 no hay graduados en teología o cánones, sólo en derecho civil y medicina (p. 68). Podría pensarse que aquí hay un punto de inflexión, dictado por el contexto nacional republicano o el contexto mundial científico-industrial en crecimiento. • Hay otros tres doctores en teología en 1830, con un doctor en derecho civil. Los años 1831-1834 presentan un grupo importante de graduados, pero sólo uno en teología: todos los demás son de derecho civil y medicina. • En 1835 tenemos otros doctores en teología o cánones, pero además dos en medicina, y en 1836 sólo doctores en medicina; en 1838 cinco en derecho civil, nueve en medicina y dos en teología, pero en 1839 se listan dos doctores en medicina y sólo uno en teología. Aquí tenemos otro punto de inflexión, ya que de ahora en adelante casi todos los graduados serán precisamente de medicina; entre los años 40 y 42 únicamente habrá graduandos doctores en medicina y derecho civil, y ninguno en teología o cánones. En el año 1842 hay otros dos graduados en teología, que no aparecen más hasta 1844, cuando se indica un intermedio en el que Nicanor Borges se gradúa de maestro en filosofía 83 (p. 69). Aparece aquí la filosofía como disciplina de graduación, y va desapareciendo la teología. • Esporádicamente vuelven a aparecer graduados en teología, como en el año 1852, junto con algunos otros reconocidos ciudadanos en otras disciplinas: José Lorenzo Llamosas, doctor en derecho civil el 16 de noviembre del 51; el propio Guillermo Tell Villegas, doctor en derecho civil, en Caracas, el 5 de septiembre del 52; Arístides Rojas, doctor en medicina, en Caracas, el 31 de octubre del 52; Cristóbal Rojas, doctor en medicina, en Caracas, en diciembre del 52. Como hemos visto, en los años iniciales la teología es la principal disciplina de graduación, que después va disminuyendo su cantidad para darle la primacía al derecho civil y la medicina. • En el año 1854 hallamos, ya aislado, otro doctor en teología: Víctor José Diez, y no veremos más hasta 1856. En 1861 tenemos lo que en ese momento es un enorme número de doctores en cánones y teología: 7 en total lista Villegas, “acosados” por graduados en medicina y derecho civil. Aparece la denominación cirugía, en 1864, en el título de “doctor en medicina y cirugía” (p. 74). Para el año 1882 el grupo más exiguo en graduación es el de teología, que al inicio de la recopilación de Villegas era notablemente el más abundante. • El autor repasa además una vasta revista de licenciados hasta 1882; muestra maestros en filosofía desde 1725 a 1842; en 1843 fue abolido este título, según refiere, por el Código de Instrucción Pública (p. 81). Enlista individuos que han obtenido grados académicos en el Colegio Nacional de Guayana, Colegio Federal de Carabobo, Colegio Federal del estado Falcón-Zulia, y reseña títulos de bachiller en ciencias políticas, así como el título dado a Francisco González Peña como maestro de instrucción primaria, el 13 de agosto de 1882. Al año siguiente encontramos el título de doctor en ciencias políticas conferido por la Universidad Central de Venezuela (p. 83). Refiere graduados en el colegio de Trujillo, el colegio Excepcional de Barcelona, Colegio Nacional de Cumaná, de Coro, Colegio Nacional de Guárico, expresados en una lista de siete maestros de instrucción primaria graduados con título de bachiller (p. 99), y un maestro en el Colegio Nacional del Nueva Esparta. Se presenta una relación de individuos que «oyeron lecciones de Filosofía» en el Colegio de Guanare, desde 1831 hasta el 57. Se listan bachilleres del Colegio Nacional de Guayana, bachilleres, licenciados y agrimensores del Colegio Federal de Carabobo igualmente del Colegio Seccional del Táchira (p. 100), doctores por el Colegio Federal de Primera Categoría del estado Bermúdez, donde hubo un 84 doctor en ciencias políticas; en el Colegio Seccional de Primera Categoría del estado Bolívar otro doctor en ciencias políticas; el Colegio de Primera Categoría del estado Falcón y el Colegio de Primera Categoría del estado Miranda, ambos con títulos de doctor en Medicina (p. 101); el Colegio Federal de Primera Categoría del estado Lara con títulos en ciencias políticas y ciencias médicas; el Colegio de Primera Categoría del estado Zulia con títulos en ciencias políticas, ciencias médicas y ciencias farmacéuticas; y la Universidad de Mérida con títulos en ciencias políticas, ciencias médicas y ciencias eclesiásticas, con lo que se cierra esta detallada y extensa revista de grados conferidos por distintas instituciones escolares (p. 102). Observamos aspectos pedagógicamente interesantes en este artículo de Guillermo Villegas: en primer lugar, el método positivista de hacer una lista descriptiva en la cual calcular el número de graduandos por institución o por región; en segundo lugar, junto a la importancia en sí del dato tenemos regiones, estados, nombres propios de personas, fechas de graduación, titulo otorgado; en tercer lugar, destaca la ausencia, de nombres femeninos. Se aprecian unas cuatro áreas de mayor importancia: los graduados en teología y cánones, los de ciencias médicas, con cirugía; los graduados en ciencias políticas y los graduados en filosofía; otro aspecto de interés es la designación de maestros de instrucción primaria. Mención aparte merece la relevancia histórica de los datos que aporta este documento. En resumen, Guillermo Tell Villegas hace un trabajo de valor pedagógico, al presentar una reseña de graduados en las instituciones públicas con los distintos títulos de bachiller, maestro, licenciado o doctor. Revela su visión histórica y política, al marcar el desarrollo concreto de las instituciones escolares, los textos didácticos y los graduandos en el siglo XIX, además de que ofrece un panorama importante –que hemos de resaltar– de los textos publicados en el ámbito didáctico para el servicio escolar. IV. CONCLUSIONES. REFLEXIÓN PEDAGÓGICA: LOS CONCEPTOS PEDAGÓGICOS Y LAS CATEGORÍAS DE ANÁLISIS • Schökel y Bravo, en sus Apuntes de Hermenéutica, definen la exégesis como el ejercicio de interpretación de un texto, el método exegético como el modo de proceder esquemáticamente sobre un texto para comprenderlo, y la hermenéutica como la teoría respecto al acto de comprender e interpretar los textos (p. 13). Éste es precisamente el sentido en el que hemos presentado las páginas precedentes: un ejercicio que 85 intenta la interpretación y comprensión de los textos citados de Manrique y de Villegas. Este ejercicio está inmerso en una complejidad que ya hemos mencionado (ver nota 1), y por el cruce de una concepción del pensamiento histórico y del propio devenir de la humanidad como un espacio móvil; está atravesado por la concepción de la realidad contemporánea como una realidad cargada de historia y génesis, embrión de futuro. Este trabajo, en términos exegéticos, está también signado, por un lado, por determinadas perspectivas epistémico-metodológicas y, por otro, por determinadas concepciones –no independientes de aquellas– acerca de la educación y la pedagogía. Intentamos, a partir de estos dos fragmentos de textos específicos, de textos escritos, dados físicamente en un tiempo y un espacio determinados, la configuración de una figura “completa”, de una imagen historizada de los textos en cuestión y sus contextos socio-históricos (Romero, 2005, p. 115). Es en este sentido cercano al proceso dialéctico de la hermenéutica, que nos hemos propuesto una pequeña, exigua, tímida contribución a la anulación de una mitificación de los hombres individuales como hacedores de historia, y de los textos parciales o aislados contextualmente, para contribuir en cambio a una praxis político-pedagógica que, en nuestro caso, se vincula igualmente a la posibilidad, como dice Romero, de mejoramiento radical de la existencia humana (p. 228). • En la onda de esta conjugación de lo hermenéutico crítico con determinada praxis, en este caso pedagógica, intentamos dar cuenta de un punto particular de la producción pedagógica venezolana y latinoamericana ubicándola en su contexto, dando vueltas en torno a ella, enredándonos en los hilos económicos, sociales, políticos y culturales de su ser. En la búsqueda de una conexión entre los dos textos examinados y las dimensiones de lo social antes mencionadas, debemos ubicar alguna de las contradicciones implícitas, como dice Bernstein (1982, p. 228), en la existencia material de esos artículos, existencia material que emana del contexto socio-económico, socio-político y socio-cultural que lo sostiene. Esta necesidad metodológica nos lleva a indicar la polaridad social ya mencionada por Bigott (op. cit.) entre jornaleros, conuqueros, campesinos, personal de servicio, frente al grupo social conformado por terratenientes, banqueros, grandes comerciantes, administradores, de los que surge gran parte de la intelectualidad de la época. Así que echamos mano del concepto de horizonte, que también definen Schökel y Bravo (op. cit., p. 72), esta vez, basados en Husserl, como «la totalidad de lo que resulta percibido o anticipado atemáticamente en el conocimiento singular sistemático. Así, es pro86 pio de toda experiencia una estructura de horizonte, en cuanto que es acompañada de un saber previo de contenidos o determinaciones, que no han llegado al hecho sobre el que se realiza el acto de comprensión». A lo que añaden: «el contexto de acción o significación desde el que se determina el significado de una palabra, o una afirmación, alude mas allá de toda totalidad viva del entender y el hablar humano». Por lo que nuestro horizonte estaría señalado por esta última idea: la totalidad viva del entender y hablar humano, digamos, como contexto. Mientras que el horizonte histórico anterior a la publicación de esos textos está signado por la milenaria carga cultural indígena de estas tierras, marcado por la colonia, y pirograbado por el propio proceso de Independencia que ocurre precisamente al inicio de ese siglo XIX, dirigido por un horizonte utópico prefigurado por lo que se piensa en el contexto sociocultural, representado en esos artículos, y las actuaciones en el plano político y económico. Ejemplo de ello lo vemos en el desarrollo de ese Primer Congreso Pedagógico Venezolano, que marca un horizonte de futuro, un horizonte utópico, en tanto se piensa en ese Congreso lo que ha de ser y en gran medida ha sido la educación y la escolaridad venezolanas en el marco de sus tensiones y contradicciones. El horizonte nos refiere a la historicidad y a la potencia: horizonte histórico cargado de utopía, horizonte del momento histórico en el que publican estos textos cargados, en el fondo, de las ideas de Simón Rodríguez en torno a la sociedad, la educación, la cultura, el carácter identitario latinoamericano. Cuando Rodríguez dice por ejemplo (1982, p. 76): LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA En el siglo 19: Que El interés general Está clamado por Una REFORMA y que la AMÉRICA está llamada por las circunstancias á emprenderla, atrevida paradoja parecerá. Esto, descrito a principios del siglo XIX, sigue siendo un clamor a finales de ese mismo siglo, horizonte histórico que es horizonte utópico, horizonte de futuro y, como dice Zemelman, «de descubrir la potencialidad de la realidad» (1992, pág. 113), llamando a confrontar el pensamiento con sus múltiples posibilidades de concreción. El pensamiento pedagógico allí expresado se ha concretado, en su devenir, 87 en tendencias determinadas, en posiciones específicas: socialdemócrata, socialcristiana, comunistas, socialistas, fascistas…, con relación no sólo a la educación sino en torno al ser y al deber ser de la escuela. • ¿Cuáles son las potencias que nos dejan estos textos, qué potencias son ellos mismos? Como dice Zemelman, «En la medida en que historicidad signifique concebir el conocimiento en función de sus potencialidades, se plantea tener que organizar el razonamiento no en términos de una lógica de correspondencias (en términos de “si A, entones B”), sino desde el ángulo de un proceso de reconstrucción» (loc. cit.). Zemelman propone la posibilidad de ruptura de un hacer en un momento determinado en un solo sentido, planteando un concepto de totalidad pasado-presente-futuro como concreción del acto de pensar la educación, lo que suscita un pensamiento de forma permanentemente renovada de determinadas concepciones de realidad, conocimiento, educación, escuela, enseñanza, aprendizaje. Una idea que niega los limites cerrados para pensar la realidad y la educación en su proyección hasta el presente, de manera similar a como el propio Manrique (op. cit.), al definir al maestro como un ser que procesa, como un sacerdote, abre también la mirada a la indagación y la esperanza, al camino nuevo que está dándose y haciéndose. • Estos artículos en su coyuntura histórica nos desvelan un dándose móvil, contradictorio, que es elemento de lo que nos constituye hoy como realidad. Como dice Mario Casalla, es menester pensar la educación como un locus, bajo una especie de topología de la educación, una determinación del “lugar” donde sucede, tanto en el sentido de estructura física como de “aquello que en ese recinto tendrá lugar” (2008, p. 16). La conexión planteada entre estos textos y el Primer Congreso Pedagógico Venezolano lleva a pensar en una movilidad socio-cultural y político-pedagógica de un tiempo concreto, con procesos dándose paralelamente, signados por determinados modelos económicos y pugnas de igual signo, por determinados modelos y batallas políticas. La pedagogía, como dice Vilanou (2005, p. 253), se sitúa a medio camino entre la reflexión teórico-pedagógica y el mundo histórico. Reflexión que teóricamente (cargada epistemológicamente) va a estar marcada en gran medida por el positivismo, porque es el pensamiento del momento histórico que se da tanto en el ámbito académico como fuera de él. El incremento de los precios del principal producto económico del país, las construcciones arquitectónicas y viales de la ciudad de Caracas, el surgimiento de un pensamiento de clase en el gremio de artesanos, el propio Congreso Pedagógico Venezolano y los textos peda88 • • • • gógicos publicados en este Primer Libro de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, son potencia que se desarrolla en la Venezuela de finales del siglo XIX, que se materializa así en ese momento, pero que se concreta en gran medida (abierta o solapadamente) en el siglo XX. Esto induce a sostener una concepción dinámica de lo pedagógico, como la que aquí hemos ensayado con esta revisión documental, con nuestro intento de lectura crítica de estos discursos pedagógicos; una concepción dinámica de los procesos históricos que se desvelan en los diversos elementos que hemos tocado. Tanto el texto de ese Primer Libro Venezolano como el propio Congreso de Pedagogía van a marcar la urgencia del futuro (Zemelman, 1989, pág. 98ss), van a estar halados desde el futuro –¡y alados hacia ese futuro!– por concepciones de realidad, sociedad, ser humano, educación, escuela, maestro, etcétera. Los textos en cuestión muestran claramente también la fuerte presencia de un pensamiento moderno, un pensamiento que reivindica la industria, el comercio, la ganancia, la acumulación de bienes. Son textos pedagógicos de los que se capta su sentido en cuanto se reconocen las dimensiones económicas, sociales, políticas y culturales que los generan, los soportan e impulsan. Pero es menester diferenciar la reflexión pedagógica de la propuesta didáctica. No encontramos en estos textos alusiones a formas o técnicas de enseñanza; son más bien un recuento cuantitativo (en el orden positivista), descriptivo (en la perspectiva empírica) del carácter o de aspectos de lo escolar, cuyo énfasis se pone en los docentes y los recursos para el aprendizaje, en los textos, específicamente, como ámbito didáctico. En referencia a la exposición de 1883 encontramos terrenos específicamente educativos, que muestran la educación del momento, entendiendo por ésta todos los procesos de enseñanza-aprendizaje que significan, en diverso grado, la producción, el consumo, la distribución de bienes, las relaciones sociales, las organizaciones políticas y las expresiones de la cultura del ser humano andante, actuante y pensante. Mientras que los textos analizados de P. Manrique y G. T. Villegas, pertenecientes a la Venezuela de 1895, muestran más bien las aristas particularmente escolares del docente y de los textos didácticos. Es decir, en conjunto, apreciamos un proceso de mayor peso hacia la enseñanza. La revisión de estos textos sugiere, así, la conservación o, mejor, transformación de lo real social. El debate que genera el Primer Libro, analizado en sus dos contenidos pedagógicos citados, y la corroboración que hallamos en el texto de Calzadilla (op. cit.) de la importancia de la 89 exposición de 1883 como acto de enseñanza que muestra lo que es el país, nos refieren a una fuerza que, expresada en el Congreso Pedagógico de 1895, apuntan desde lo utópico, hacia el futuro, impulsando ese presente hacia otro momento, hacia otro ser, hacia otra constitución, hacia otros caminos. La praxis social que representan, en conjunto, estos tres elementos –la Exposición Nacional de 1883, el Primer Congreso Pedagógico Venezolano de 1895 y el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes– tienen que ver de un mismo modo con un planteamiento de praxis pedagógica, incluida la aportación, en algunos de los pasajes de Manrique y de Villegas, de un esbozo de crítica a lo dado y de planteamiento de renovación del ser de lo escolar. • Estos textos de 1895 plantean asimismo una relación entre pedagogía y filosofía en tanto la concepción del ser de la cosa que denominan educación o texto escolar o maestro, la cual se hace desde una episteme, en particular la positivista, y desde unos valores determinados: el estudio, la disciplina, la lectura…, valores que se encuentran abierta o solapadamente en estos textos. Son textos de contenido teleológico en tanto se plantean unos fines de la educación; notamos, además, una ética en términos de los buenos comportamientos halagados en determinados educadores, y hasta una estética en la gráfica de los artículos. En lo ético-político, concretamente, 1895 es un año en el que están presentes todavía los dramas y horrores de las guerras de Independencia y la Federal, además de otros levantamientos armados posteriores. 1895 expresa las pugnas entre liberales y conservadores, pero es, quizás también, un momento y un espacio para pensar la barbarie y la civilización. En términos de Adorno12, es esta presencia de la guerra y el enfrentamiento armado, la barbarie hegemónica, un espacio para proponer una educación para la constitución de un ser de bien, para la realización de una “pedagogía de la caricia”, como dicen Bárcenas y Mèlich (2000, p. 178). • Es evidente en los dos discursos examinados que los conceptos pedagógicos –educación, escuela, maestro, texto y otros– están concebidos y definidos desde determinadas posiciones filosóficas, más específicamente epistemológicas, con predominio de la visión que podríamos llamar empírico-analítica, encarnada en ese entonces en la escuela positivista de la época. • No es un momento cualquiera el que les toca vivir a estos pedagogos, maestros y maestras: es la génesis de lo que grupos críticos latinoamericanos llamarían el imperialismo de las grandes potencias, esa forma 12 90 El gran compañero político y teórico de Theodor Adorno, Max Horkheimer, nació, por cierto, en 1895. de neoimperialismo económico y cultural que hoy ha desembocado en el neoliberalismo económico –y que es un proyecto político orientado a la total depredación de la naturaleza y del ser humano, en el altar de la maximización de las ganancias. Es la génesis de esta nueva forma de imperialismo en las postrimerías del siglo XIX la que soporta el desarrollo de la imposición de la ratio técnica, de la razón instrumental, por sobre cualquier consideración y sentimientos humanistas. Lo que redunda en la concepción del discurso pedagógico como una madeja compleja históricamente cargada de reflexión. • El desafío es asumir la reflexión pedagógica como saber, más que como ciencia objetivista, que desemboca en simple instrucción, como desafío que vincula los discursos con los sujetos y con sus contextos, y a los sujetos con el innegable antecedente dialéctico de conexión con otros discursos. En particular, no podemos aceptar la lectura y el análisis de unos discursos pedagógicos sin sujetos pedagógicos, sin clases sociales que pugnan por el poder político y sin grupos sociales inmersos en lo educativo y en lo escolar, sean docentes, estudiantes, trabajadores, padres o representantes, presentadores de televisión o locutores de radio, sacerdotes, o instructores de tropa. Requerimos el abordaje de estos discursos histórico-pedagógicos como una especie de subversión paradigmática, de una irreverencia disciplinar en lo teórico-epistémico, de una organización para la alteración del mismo orden del discurso empírico-analítico en tanto hegemonía cognitiva. Una subversión paradigmática que nos permita impulsar una pedagogía dialéctica de la negación, de la complejidad, que sea histórico-crítica, transcompleja, problematizadora de la exclusión de clase y género, que se exprese en una práctica educativa y escolar igualmente histórico-crítica. Lo que se plantea es el desafío, de recuperar el pensamiento pedagógico crítico, repetimos, para el mejoramiento radical de la existencia humana. V. APOYO DOCUMENTAL Alcibíades, M. (2000). «En el centenario del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes», en Montalbán, Nº 33, pp. 157-186, Caracas. Asociación Nacional de Literatura, Ciencias y Bellas Artes (1895). Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes. Caracas. Bárcenas, F. y J-C. Mèlich (2000). La educación como acontecimiento ético. Paidós, Barcelona. 91 Bernstein, R. J. (1982). La reestructuración de la teoría social y política. F.C.E., México. Bigott, L. (1996). «Congresos pedagógicos en el siglo XIX europeo y venezolano. El Congreso Pedagógico de 1895», en: Luque, G. (1996), op. cit. Blanco, J. (2012). El café venezolano, mejor acompañante. http://www. iconosdevenezuela.com/?p=13796 [Consulta: marzo 23 de 2012.] Bogado M., C. (2012). 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EL AMBIENTE INTELECTUAL VENEZOLANO A FINES DEL SIGLO XIX El trabajo de investigación sobre el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, editado por primera vez en Caracas, en 1895, es una tarea pendiente con el estudio y comprensión de las ideas, de la ciencia y del arte en ese tiempo y espacio históricos. El Primer Libro es muestra de una intelectualidad que conjuga y conecta a los seres humanos con su obra y con su tiempo. El estudio sobre algunos autores que escribieron los artículos allí publicados, tiene como norte la idea de investigar las propuestas teóricas e ideológicas fundadas en racionalidades epistémicas legitimadoras de concepciones históricas, pedagógicas, socio-políticas e ideológicas en franca ruptura con la ideología colonialista hispánica predominante desde el siglo XVI. Este reto tiene que ver también, con la esencia misma de la historia, campo disciplinar que no acepta verdades hechas y tampoco acepta la autoridad de verdades ajenas, partiendo de la consideración de que toda verdad o toda investigación es apenas una partícula en el universo del conocimiento; el trabajo de la historia tiene que ver entre otras cosas, con la apertura a nuevos caminos para transitar y nuevas hipótesis, nuevas teorías por descubrir. Este trabajo significa además, una oportunidad para engranar lo que suele conocerse como la etapa de los precursores de las ciencias sociales en Venezuela, conocida por la historiografía como el positivismo. Esto podría evidenciar la existencia de corrientes de pensamiento distintas, aunque muchas veces clasificadas como positivismo. Para ello partimos por una parte, de la lógica de la diversidad y de la complejidad: las manifestaciones en el campo de las ideas no tienen una raíz única: son producto de la diversidad de tendencias en el pensamiento de la época y de cómo desde estas perspectivas, se planteó la realidad social, su significado e interpretación, lo nacional, lo nuestro, nuestra raza mestiza, la realidad latinoamericana y muchos otros temas más. Lo entendemos en consecuencia, no como el pensamiento presentado en bloque, ni tampoco desde la perspectiva de las categorías que unifican y le dan contenido al positivismo como teoría 95 general, como se muestra en la mayoría de los casos y como la educación en general lo difunde. A nuestro juicio, el positivismo no representa una unidad, por eso metodológicamente interesa más desde la singularidad, para disentir de lo hasta ahora construido en torno al positivismo, a algunos positivistas latinoamericanos y venezolanos y otras corrientes del pensamiento. Ejemplo de esto es que la obra de los positivistas en razón de su actuación política, ha sido vista únicamente, o casi, como labor de proselitismo político. Una etiqueta hasta cierto punto merecida ya que efectivamente, muchos de ellos se vieron ligados a los regímenes despóticos de nuestro continente y contribuyeron con su trabajo político e intelectual, a sostenerlos y a construirles una imagen. Pero, desde las singularidades y las especificidades de las historias personales, veremos en ese enorme y complejo escenario a personajes como Vallenilla, Zumeta, Blanco Fombona, Semprún; o a López Méndez; o a Eloy González, Luis Guzmán, Manuel Landaeta Rosales, Felipe León o Julián Viso. Entre ellos hay distancias y posiciones muchas veces irreconciliables. En esta investigación intentaremos aproximarnos al pensamiento de Eloy González, Luis Guzmán, Manuel Landaeta Rosales, Felipe León o Julián Viso desde los artículos que escribieron sobre todo en el ámbito del periodismo, para el Primer Libro: opiniones, pensamientos, formación intelectual, etc. Este trabajo en particular, tiene que ver con el pensamiento desarrollado en Venezuela y América Latina a partir de la séptima década del siglo XIX y sus proyecciones hasta las primeras décadas del siguiente siglo (aproximadamente), emparentadas con las formulaciones teóricas europeas en el mismo tiempo histórico y/o las reacciones en contra de esas formulaciones, sobre todo con el pensamiento español como expresión de rechazo al colonialismo; tiene que ver con la tarea de repensar las ideas plasmadas en trabajos, discursos, artículos, y que son expresión de movimientos intelectuales heterogéneos que en su trasvase a América sufrieron transformaciones, ya solo por el hecho de observarlo e interpretarlo a la luz de una nueva y compleja visión, contribuye a explicar el sincretismo y la variedad en la producción intelectual; tiene que ver con la idea de contribuir modestamente, con la reconstrucción de una historia de las ideas y de las ciencias sociales, que tome en cuenta los aportes auténticamente venezolanos, sin dejar por fuera otras expresiones del pensamiento que se han obviado no al azar en la construcción de las ciencias sociales y sus implicaciones en la sociedad global. Por último, partiendo de la idea anterior, nos proponemos reinterpretar y reanalizar el pensamiento y la obra de los intelectuales venezolanos inscritos en este período, especialmente aquellos quienes formaron parte del Primer Libro Venezolano. En suma, nuestra intención es aproximarnos a su obra, con el objeto de comprender y explicar su concepción social e histórica. 96 La aparición del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, coincide de acuerdo con algunas fuentes consultadas en la materia, con un ambiente cultural creado por el positivismo en la sociedad venezolana, lo cual favoreció la organización de sociedades científicas y culturales. Eso se entiende por la influencia de los modelos extranjeros, especialmente el francés, sobre todo en los distintos gobiernos guzmancistas (Gúzman gobernó en tres períodos diferentes: 1870-1877, 1879-1884 y 1886-1887). Sin embargo, el florecimiento de estas sociedades no debe verse impulsada, exclusivamente, por los positivistas. Tampoco sus obras o sus actividades deben vincularse en sentido estricto con esta corriente. Elena Plaza destaca las siguientes asociaciones (Plaza, 1988, págs. 30 y 31): Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales, fundada en 1867, por A. Ernst. Entre sus miembros se contaban Francisco Acosta, Manuel Díaz, Elías Rodríguez, Arístides Rojas y el Ingº Lino Revenga. Su propósito fundamental era discutir sobre la investigación realizada en Historia Natural. Editaban sus resultados en Vargasia. Academia Venezolana de la Literatura, fundada en 1872. Sociedad Amigos del Saber, fundada en 1882. Su concepto era el de un espacio de discusión para los trabajos e ideas entre estudiantes universitarios de diversas carreras. Entre sus miembros se contó con Lisandro Alvarado, Carlos Villanueva y David Lobo. Sociedad Científico-Literaria, fundada en 1886. Dedicada especialmente a la corriente del naturalismo literario. Francisco Arroyo, Tomás J. Llamozas y Amenodoro Rojas, fueron algunos de sus más destacados miembros. En 1887, nombró Miembro Honorario a J. Gil Fortoul. Unión Filármonica, fundada en 1884. Su actividad principal fue la promoción de conciertos y recitales en el Teatro Guzmán Blanco. Academia de la Lengua Correspondiente a la Española, fundada en 1883. Dirigida durante largo tiempo por Julio Calcaño. Academia Nacional de la Historia, fundada en 1889 por Decreto de 28 de octubre de 1888. Ateneo de Caracas, fundado en 1893, que dejó de funcionar al año siguiente. Estas sociedades coinciden casi al mismo tiempo, con la introducción del positivismo en la Universidad Central de Venezuela, en la que figurarían como pioneros Adolfo Ernst y Rafael Villavicencio, tras quienes se sucedie97 ron diversas Generaciones de Positivistas.1 Aunque L. B. Guerrero al igual que R. J. Velásquez (Prólogo, en: Sosa Abascal, 1985, pág. 21), afirman que ya antes, Andrés Bello, Simón Bolívar, Simón Rodríguez, Juan Vicente González y Cecilio Acosta e incluso José Martí, sostuvieron ideas que se correspondían con el paradigma positivista. La edición del Primer Libro Venezolano, monumental por demás, coincidió además, con la celebración del Primer Congreso Pedagógico. Desde nuestra perspectiva estos dos hechos no están desarticulados, por el contrario, ambos son muestra de una vitalidad en materia de ideas, de intelectualidad, de necesidad de encontrar espacios de discusión, de reflexión, de opinión y sobre todo, de cuestionamientos. El Primer Congreso Pedagógico no fue sólo una creación de la intelectualidad venezolana, fue también, expresión de cómo lo sucedido en el plano internacional2, repercutía en Caracas, Valencia, Maracaibo y en otros lugares del país. El Congreso pretendió ser una plataforma de discusión del país, de su educación, de las necesidades existentes en este plano de la vida nacional, que eran muchas. El tema central del Congreso sería la instrucción popular, tal como se desprende de la comunicación oficial enviada el 8 de mayo de 1895 a los Presidentes de Estado, por Tomás Lander, presidente del Liceo Pedagógico, en la cual además de solicitarles su cooperación y el envío de sus delegados para la fecha de inauguración del Congreso el 27 de octubre, ya plantea la necesidad de reformar completamente la instrucción popular.3 En la sesión inaugural se elige la Junta Directiva del Congreso y a Rafael Villavicencio, Presidente de esa Junta. Se eligieron además a Alberto González, Tomás Lander, Pedro Emilio Coll y Eduardo Marquis. La primera sesión del Congreso, el martes 29 de octubre de 1895, se deja ver con claridad la posición de un sector importante de la sociedad venezolana, de tendencia confesional. Hay en ese grupo personas que aún hoy a más de cien años, siguen siendo nombres conocidos: J.M. de los Ríos, Agustín Aveledo, Miguel Villavicencio, etc. Estos representan al 1 2 3 98 Véase Luis Beltrán Guerrero (1965). Introducción al positivismo venezolano. En: Perpetua Heredad. También a Ángel Cappelletti (1992). Pensamiento positivista y evolucionista en Venezuela. Véase Jesús Andrés Lasheras. Congresos Pedagógicos en el siglo XIX. En: Guillermo Luque (Coordinador) (1996). La educación venezolana Historia, Pedagogía y Política, (Conmemoración del centenario del primer congreso pedagógico venezolano 1895-1995). En su disertación, Andrés Lasheras enumera varios Congresos Pedagógicos: Roma 1880; España, 1882 (convocado por la Institución Libre de Enseñanza); Congreso Higiénico-Escolar de México, 1882; Primer Congreso Pedagógico Mexicano, convocado por Gabino Barreda, reconocido positivista. En 1892, se celebró en Madrid, el Congreso Pedagógico HispanoPortugués-Americano que de acuerdo con el autor, tuvo resonancia en la prensa venezolana. Otro, fue el Congreso Pedagógico Centro-Americano, convocado por la Academia de Maestros. Gaceta Oficial N° 6466 del 26 de julio de 1895, pág. 8 y más adelante pág. 19, citada por Luis Antonio Bigott. El Congreso Pedagógico de 1895. En: Guillermo Luque (Coordinador) (1996). Op.cit. Bigott cita la Gaceta Oficial N° 6466 del 26 de julio de 1895, pág. 8 y más adelante la vuelve a citar en la pág. 19. Centro Católico Venezolano y llevan elaborado un largo documento con el cual se adelantan a las discusiones y provocan una fuerte interferencia en el desarrollo del temario que había sido propuesto. El documento lo lee el cura José Rafael Lovera, quien declararía que esto lo hacía en nombre de la Inmaculada Concepción, lo cual es muy significativo. A nuestro juicio, quien habla es el poder inquisitorial que aún prevalece en la Iglesia Católica y con el, la moral, el orden y la autoridad de los poderes emanados del esquema colonial, vivo en los huesos y en los nervios de la sociedad venezolana. En esa lectura destaca la defensa de las ideas religiosas como columna vertebral de la educación, de la escuela y de la enseñanza. Dice textualmente: “Una instrucción que prescinde de la religión es incompleta y de fatales consecuencias; extravía la inteligencia y atrofia el corazón. Hace de cada individuo un sabio malvado … La Escuela sin religión tiene que ser atea: Dios no existe sino bajo la idea religiosa … Y pedimos que en el Código que ha de redactar el Congreso se reglamente la enseñanza de la religión como parte integrante de la instrucción que debe darse en las escuelas públicas.”4 La intervención del sector confesional ligado a la Iglesia Católica, fue una estrategia para impedir que las tendencias cientificistas, evolucionistas, positivistas o progresistas de otro signo, lograran llevar el debate por la vía de una escuela laica o con una carga menor en relación con la educación religiosa o dirigida por estos sectores. ¿Qué había en el fondo de estas discrepancias? La idea central que no resulta completamente evidente en la contienda, y eso tiene que ver con el rechazo a ideas distintas a lo liberal, es el modelo de país y su educación: son dos visiones políticas y dos visiones de país las que están debatiéndose: por un lado, está la visión confesional, que transita desde hace tiempo en la vida de esa sociedad, y que es abiertamente procolonial, prohispanista, conservadora y retrógrada; por el otro, la visión cientificista que se mueve entre el prohispanismo, no siempre conciente, y la crítica a lo colonial y al poder imperial español, pero de esta segunda opción, van a derivarse al menos dos ramales, uno que iría por la vía del afrancesamiento y en pro a lo estadounidense y otra que tardaría mucho tiempo en cuajar que es la que mira hacia adentro de América Latina y el Caribe. Esta última, tendría también sus detractores de eso que se llamó “lo nuestro”, o “lo nuestro americano” como diría Martí. Los detractores se relacionarían con las tesis positivistas de la raza, de la inmigración y de la educación para el progreso. Estas nociones: raza, inmigración, tecnificación y educación para el progreso, acompañado de discursos descalificadores y pesimistas en relación con 4 Revista de Instrucción Pública, marzo de 1896, pág. 12, citada por . Luis Antonio Bigott, Ibid. 99 la región y su gente, nada tienen que ver con las necesidades de la población y sus urgencias en materia de educación, trabajo, salud, vivienda, etc. Tienen un objetivo esencial que es la búsqueda de afianzamiento del sistema capitalista, globalmente establecido, con todo su sistema de valores, incluidos los prejuicios hacia la población autóctona y mestiza del país.5 La agenda pautada para las discusiones en el Congreso Pedagógico de 1895, incluía temas de interés para el desarrollo de la escuela y de la educación en el contexto de un país con grandes necesidades de atención en materia educativa, de salud, de alimentación, de higiene (y problemas acuciantes en las áreas de sanidad, morbilidad, mortalidad, mortalidad infantil). En el aspecto educativo, se trataron los problemas de la escuela moderna, las escuelas rurales, los maestros, los derechos educativos y como tema de cierre de la agenda, la discusión sobre la reforma del sistema escolar venezolano. Este último punto tema removió los ánimos en los delegados al Congreso y en las tribunas de observadores. Rafael Villavicencio presentó para su observación y discusión el Código de Instrucción Pública, pero el sector confesional continuó presionando para que la enseñanza religiosa siguiera dirigiendo el proceso de educación en las escuelas venezolanas. El diario La Religión, del 11 de noviembre de 1895, expone, refiriéndose a la oposición en las asambleas del Congreso entre 5 Butto, Luis Alberto (2002). Síntesis histórica de los cambios ocurridos en el índice de desarrollo humano en Venezuela entre 1936 y 1945. Butto presenta un panorama desolador de la Venezuela entre el 36 y el 45 del siglo XX, y de allí nos nace una reflexión ¿cómo sería 40 años antes? Dice este autor: “Los Anuarios de Epidemiología y Estadística Vital del MSAS identificaron al paludismo como el responsable de más del 15% del total de muertes ocurridas en Venezuela para la época, llegando a presentarse el caso de estados como Guárico, Cojedes, Monagas y Portuguesa, donde dicha enfermedad causaba el 55,8%, el 32%, el 18,8% y el 17,2% de los decesos, respectivamente (Centro Gumilla, 1985). La situación fue simplemente dramática en ciertas zonas del país, verbigracia la región de los llanos la cual, entre 1873 y 1936, pasó de tener el 30,8% de la población nacional al 16,1% de ese total, resultado de la mortandad por endemias de sus habitantes en este período. En el mismo lapso, estados como Guárico y Cojedes, experimentaron crecimiento de población negativo (Chen, 1979). En lo que respecta a la nutrición del venezolano promedio de aquel entonces, investigaciones hechas en torno a la cantidad y calidad del consumo alimenticio (Brito, 1978), revelaron serias carencias en la ingestión de proteínas animales, calcio, vitamina A1, B1, C y el complejo B2. El consumo per capita de carne diario, era de 40 gramos. En la gran mayoría del conjunto de población conformado por grupos de alto riesgo (mujeres embarazadas, lactantes o niños), el consumo diario de leche promedio en las grandes ciudades como Caracas y Valencia, era de apenas 0,100 litros, dándose el caso de Caracas, donde el 50% de los niños no tomaba leche nunca (Betancourt {a}, 1939). De las 4.000 calorías gastadas diariamente por un trabajador en su jornada, con su dieta acostumbrada apenas reponía unas 2.400 (Betancourt, 1939b). Por otro lado, las condiciones de infraestructura vial e infraestructura sanitaria, dificultaban en sumo grado la posibilidad de atender al grueso de la población. En 1935, Venezuela contaba con sólo 100 kilómetros de ferrocarriles no funcionales y 1.000 kilómetros de carreteras de tierra (Sanín, op. cit.). Para ese año, el propio presidente López Contreras contabilizó como funcionales apenas 51 hospitales y asilos nacionales y de los estados con capacidad para 3.653 camas (López Contreras, 1955), entre los cuales no se contaron (por inexistentes) ni maternidad ni antituberculoso alguno. Era un país sin cloacas, sin acueductos, donde más de la mitad de la población vivía hacinada en ranchos de los cuales casi la totalidad no contaba ni con una simple letrina.” 100 los grupos laicos y cientificistas frente al sector confesional: “la controversia entre ambas agrupaciones quedará concretada en sobre si debe darse o no instrucción religiosa en las escuelas públicas.” (La Religión, 11 de noviembre de 1895, citada por Bigott, en op. cit., 1996). Eloy González (a quien nos referiremos más adelante como articulista de este Primer Libro Venezolano) interviene en la discusión por el lado de la prensa para pedir la modificación del artículo 1° del Código de Instrucción Pública, en los términos siguientes: “La Instrucción Primaria será gratuita, laica y obligatoria,” ante lo cual el sector confesional reacciona inmediatamente proponiendo en la voz de Francisco Izquierdo Martí que la misma sea gratuita, religiosa y obligatoria. Otra voz se alza en el recinto para condenar a Izquierdo Martí: “el Estado no tiene religión y en consecuencia no debe darla.”6 Al final, se votan las distintas opciones y gana la propuesta de González. No obstante, el Código de Instrucción Pública aprobado y sancionado en 1897 por el Presidente de Venezuela, Joaquín Crespo, en su artículo primero, define la instrucción pública venezolana, obligatoria y gratuita, pero no se declara laica. Esto significó un triunfo para los sectores confesionales 6 Véase López Méndez, Luis (1955). Obras Completas. López Méndez. López Méndez elabora en 1887, ocho años antes del Congreso, un escrito en el que toma una posición clara en torno al tema de la instrucción laica en Venezuela. En el desarrollo de sus ideas laicistas, anticlericales y antidogmáticas, desarrolla un alegato de neto corte liberal, y en él sigue de cerca los pasos del Jean Antoine Nicolas Caritat, marqués de Condorcet, asambleísta y convencionista de los primeros tiempos después de la Revolución Francesa. Célebre por las Memorias de Instrucción Pública, donde alega a favor de una instrucción obligatoria, gratuita, organizada por el Estado, donde se atendiera en igualdad de condiciones a mujeres y a hombres, y que respetara la libertad de conciencia. Luis López Méndez, desde su posición liberal, consideraba importante que una causa que había que apoyar era la de la emancipación completa del ser humano y entre las conquistas liberales en Venezuela, la más provechosa –decía– era la instrucción laica y la absoluta libertad de la enseñanza. Decía que era necesario examinar dos cosas: Una, si el Estado está en la obligación de propagar una creencia y hacerse árbitro de las conciencias. Otra, si la moral es o no una ciencia independiente, cuyas leyes están por encima de todos los dogmas y de todas las concepciones teológicas. A la primera contestaba que no, que el Estado está limitado en sus poderes y en esto coincide de nuevo con Condorcet. El Estado –decía– está en el deber de guardar absoluta neutralidad en materia de religiones y eso significa que no puede prohibir ni propagar un culto; debe permitir la completa libertad religiosa. Para López Méndez, los fines de un gobierno son temporales y la salvación de las almas no entra en el círculo de sus atribuciones; la sociedad no le da derechos sobre la conciencia de cada uno de los individuos que la componen, ya que éstos no podrían deshacerse, aunque quisieran, por ignorancia, o por un acto de cobardía, de lo que hay en el hombre de más noble y elevado. La misión del gobierno –a su juicio– es ampara los derechos políticos y sociales, administrar justicia y dar seguridad a todos los intereses, sin que esto –argüía– vede dentro de ciertos límites su cooperación en el progreso y sin coartar la iniciativa individual. En materia de Instrucción Pública, el Estado no puede hacer valer competencias en lo religioso “insinuándose traidoramente en el cerebro del niño, pusiese en él los gérmenes de una creencia que no puede ni debe imponer, preparándose así desde temprano a las generaciones a sufrir un yugo dogmático por ellas no elegido …” Entre sus razones para dictaminar que el Estado debe promover una instrucción laica, dice que la misma “ … no es un arma de sectarios y no debe ser un vehículo para depositar revelaciones que andan en perpetuo conflicto con la verdad y cuyas credenciales han resultado nulas o equívocas a los ojos de la ciencia”. 101 católicos y en consecuencia, una derrota para los sectores que propugnaban una educación laica. Corolario: el régimen impuesto por la iglesia católica seguía vivo en la institucionalidad escolar y en la política educativa del país. II. EL TEMA DE LAS GENERACIONES Luis Beltrán Guerrero sitúa en la Primera Generación del positivismo venezolano a los que introdujeron estas ideas en las aulas universitarias: Adolfo Ernst (1832-1899), historiador, naturalista; Rafael Villavicencio (1837-1920), filosofía de la historia; Vicente Marcano (1848-1894), ciencias experimentales; Arístides Rojas (1826-1894), ciencias físicas y naturales, historia científica, arqueología y poesía. En la Segunda Generación reconoce a los alumnos de Villavicencio y Ernst, pero además aplica un criterio cronológico (no declarado, pero observable), es decir toma en cuenta a todos aquellos que nacen alrededor de los años 60 y 69 del siglo XIX: Luis Razetti (1862-1932), David Lobo (1861-1924), Guillermo Delgado Palacios (1867-1931), todos ellos dedicados al campo de la biología; José Gil Fortoul (1862-1943), en historia, sociología, jurisprudencia; Alejandro Urbaneja (1859-1944) y Nicomedes Zuloaga (1860-1933), en lo jurídico-social; Lisandro Alvarado (1858-1929) en lingüística, ciencias naturales y sociales; Alfredo Jahn (1867-1940), dedicado a la geografía-etnología; Manuel Revenga (1858-1926) en crítica teatral y musical; Luis López Méndez (1863-1891) en pedagogía, filosofía constitucional, crítica literaria, estética; César Zumeta (1863-1955) en el análisis socio-histórico y del arte; M.V. Romero García (1865-1917) en el naturalismo literario. Coinciden en el mismo tiempo histórico, Gonzalo Picón Febres y Julio Calcaño, a quienes L.B. Guerrero considera opuestos a los positivistas de su generación (Véase Guerrero, 1965, págs. 119-144). En la Tercera Generación de positivistas sobresalen –a juicio de Guerrero– los sociólogos deterministas. Utilizando también el criterio cronológico (Véase Marc Bloch, 1978, pág. 143), considera pertenecientes a ésta a los pensadores nacidos entre los años 70 y 79: Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), Pedro Manuel Arcaya (1874-1958), José Ladislao Andara (1876-1922), los tres catalogados como sociólogos deterministas; Elías Toro (1871-1918), antropólogo, explorador; Angel César Rivas (1870-1930), dedicado a la historia (defensa de lo histórico, historia colonial); Julio César Salas (1870-1933), en el campo de la sociología y de la etnología y Samuel Darío Maldonado (1870-1925), como antropólogo además de novelista. Cappelletti (1992, págs. 25 y ss.) hace una periodificación del positivis102 mo y los positivistas que presenta algunas diferencias con la de Luis Beltrán Guerrero: Cappelletti incluyendo en una primera generación de positivistas que él denomina la Primera Etapa, a Ramón María Briceño Vásquez (Diccionario, 1988, pág. 4567) y no a Arístides Rojas. Cappelletti considera que las líneas de unión entre los miembros pertenecientes a esta etapa fueron que en su mayoría apoyaron la obra del “autócrata civilizador”, Guzmán Blanco (salvo V. Marcano); fueron todos ellos partidarios de la libertad de pensamiento y de culto, del constitucionalismo y de las formas republicanas y parlamentarias y al mismo tiempo, no criticaron el poder centralizador de la autocracia, demostrando poca preocupación por la institucionalidad democrática. Igualmente ambiguos fueron ante la iglesia: fueron anticlericales, pero no abrieron frente de lucha contra ella (salvo Briceño Vásquez). Y su campo de dedicación fue el de las ciencias naturales. Esta Primera Etapa coincide con el Segundo Tiempo del positivismo de R.J. Velásquez, correspondiente a las épocas del liberalismo guzmancista o del liberalismo amarillo, en el cual reconoce a los discípulos de los iniciadores, que habían conformado el Primer Tiempo. Velásquez, por su parte, ve a estos discípulos inclinados a defender el sistema democrático y sus sistemas de expresión, y a los iniciadores a propiciar el estudio de las Ciencias Naturales y a fomentar la investigación histórica, especialmente orientada al estudio de la población prehispánica (Velásquez. Prólogo, en: Sosa Abascal, 1985, pág. 21). La Segunda Etapa señalada por Cappelletti coincide con los períodos de gobierno de Juan Pablo Rojas Paul y Joaquín Crespo, y la conforma el trabajo realizado por: José Gil Fortoul (lo que el llama la obra juvenil de este autor), Lisandro Alvarado, Luis Razetti, Luis López Méndez, Elías Toro, Manuel Vicente Romero García y el de Guillermo Delgado Palacios. Este grupo va a tener roces importantes con los sectores católicos y la filosofía tradicional (en particular Razetti y López Méndez). No incorpora en este grupo a Alfredo Jahn, Nicomedes Zuloaga, Manuel Revenga, Alejandro Urbaneja o Rómulo Gallegos. Adscribe a este positivismo no sólo la tendencia hacia las ciencias naturales, sino también a las sociales, inclinándose sus representantes a estudiar a Spencer, dejando de lado las ideas de Comte. En lo político, son liberales y radicales. El gobierno de Gómez, se ubica en el tiempo con la Tercera Etapa del positivismo venezolano, en la que Cappelletti nota la madurez de escritores que ya habían comenzado a escribir una obra en la Etapa anterior: Gil 7 Diccionario de Historia de Venezuela (1988), Fundación Polar, pág. 456. Briceño Vásquez fue abogado, político, escritor, historiador y precursor del positivismo en Venezuela por su obra Estudio Antropológico, que sintetizó las teorías positivistas a la luz de las investigaciones realizadas en su Cátedra universitaria. 103 Fortoul, Alvarado, Zumeta y de otros que habían comenzado a hacerlo en 1908: Rómulo Gallegos, Laureano Vallenilla Lanz, Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, Jesús Semprun. No incluye en este grupo a: Angel César Rivas, Pedro Manuel Arcaya, José Ladislao Andara, Samuel Darío Maldonado, Julio César Salas. Señala como un rasgo de esta Etapa que, aunque sus integrantes son decididamente liberales, incluso mostrando algunos de ellos inclinaciones por el socialismo reformista, comparten la idea de la autocracia como un paso necesario en la evolución política de un país. Señala también que los positivistas venezolanos carecerán del optimismo de los europeos, por lo que desarrollan una interpretación más bien pesimista de la historia y de la realidad venezolanas (Cappelletti, 1992, págs. 25 y ss.) Esta Tercera Etapa de Cappelletti, guarda cierta relación con el Tercer Tiempo de los positivistas en Venezuela de R. J. Velásquez, en el que éste incluye a Gil Fortoul, Arcaya, Vallenilla y Zumeta, durante los regímenes de Castro y Gómez. Velásquez encuentra que el rasgo unificador en esta generación es la justificación de las monocracias, término que le atribuye a El Libertador (Velásquez. ibid). Las Generaciones y el método La idea de las Generaciones, como elemento sustancial desde el punto de vista teórico y metodológico, contribuye a formular el proyecto acerca del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes de 1895: aproximación a una lectura teórico-epistemológica, pedagógica, socio-política e ideológica, y contribuyeron a verlos desde diferentes aristas y perspectivas relacionadas con la multiplicidad de factores que hacen de un mismo concepto una diversidad conceptual. Por ser este criterio de una gran complejidad, apelamos a la discusión entre lo expuesto por José Ortega y Gasset, en su obra: La Idea de generación (s/f )8 y Marc Bloch en Introducción a la Historia (Bloch, 1978, pág. 143). José Ortega y Gasset expone en La Idea de generación, sus puntos de vista acerca de este concepto. Dice: “Por eso el hombre tiene edad. La edad es estar el hombre siempre en un cierto trozo de su escaso tiempo –es ser comienzo del tiempo vital, ser ascensión hacia su mitad, ser centro de él, ser hacia su término– o, como suele decirse, ser niño, joven, maduro o anciano. Pero esto significa que toda actualidad histórica, todo “hoy” envuelve en rigor tres tiempos distintos, tres “hoy” diferentes o, dicho de otra manera, que el pre8 José Ortega y Gasset, La Idea de generación (s/f ). En Antología http://www.ensayistas.org/antologia/ XXE/ortega/ ortega2.htm. “La Idea de generación”, aclara su autor, proviene de unas lecciones explicadas en 1933. Se publicó por primera vez en el volumen V de las Obras Completas. Se incluye como parte del libro En torno a Galileo: esquema de las crisis. 104 sente es rico de tres grandes dimensiones vitales, las cuales conviven alojadas en él, quieran o no, trabadas unas con otras y, por fuerza, al ser diferentes, en esencial hostilidad. ‘Hoy’ es para uno veinte años, para otros, cuarenta, para otros, sesenta; y eso, que siendo tres modos de vida tan distintos tengan que ser el mismo ‘hoy’, declara sobradamente el dinámico dramatismo, el conflicto y colisión que constituye el fondo de la materia histórica, de toda convivencia actual. Y a la luz de esta advertencia se ve el equívoco oculto en la aparente claridad de una fecha. 1933 parece un tiempo único, pero en 1933 vive un muchacho, un hombre maduro y un anciano, y esa cifra se triplica en tres significados diferentes y, a la vez, abarca los tres: es la unidad en un tiempo histórico de tres edades distintas. Todos somos contemporáneos, vivimos en el mismo tiempo y atmósfera –en el mismo mundo–, pero contribuimos a formarlos de modo diferente.” Esta brillante argumentación de Ortega y Gasset, en la que expone los hoy que son por lo menos, tres puntos de vista, tres perspectivas, tres formas de ver y leer el mundo, y que puede contrapuntearse con la no menos brillante de Bloch: “Los hombres nacidos en un mismo ambiente social, fechas vecinas, sufren necesariamente influencias análogas, en particular durante su período de formación. La experiencia prueba que su manera de comportarse presenta, con respecto a grupos sensiblemente más viejos o más jóvenes, rasgos distintivos generalmente muy claros; y ello hasta en sus desacuerdos … Apasionarse por un mismo debate, aunque sea en sentidos opuestos, es todavía parecerse. Esta comunidad de huellas provenientes de una comunidad de edades forma una generación. A decir verdad, una sociedad es rara vez uniforme. Se descompone en medios diferentes. En cada uno de ellos las generaciones no siempre se superponen: las fuerzas que obran sobre un joven obrero ¿actúan con igual intensidad sobre un joven campesino? Añádase, aún en las civilizaciones más compactas, la lentitud con que se propagan ciertas corrientes. …” (cursivas nuestras) Estas afirmaciones plantean dos elementos sobre los cuales reflexionar que otorgan al concepto de generación una cierta movilidad: la coexistencia de grupos etarios distintos (Ortega y Gasset) y la heterogeneidad del grupo social en el cual se hallan los individuos. Ortega y Gasset señala otro elemento que lo complejiza y es la diferencia entre coetaneidad y contemporaneidad, advirtiendo que no son lo mismo, pero que es “Merced a ese desequilibrio interior [que la historia] se mueve, cambia, rueda, fluye. Si todos los contemporáneos fuésemos coetáneos, –dice– la historia se detendría anquilosada, putrefacta, en un gesto definitivo, sin posibilidad de innovación radical ninguna. Ahora bien, el conjunto de los que son coetáneos en un círculo de actual convivencia es una generación. El concepto de generación no implica, pues, pri105 mariamente más que estas dos notas: tener la misma edad y tener algún contacto vital. Aún quedan en el planeta grupos humanos aislados del resto.” (cursivas nuestras) Continua Ortega y Gasset: “Es evidente que aquellos individuos de esos grupos que tienen la misma edad que nosotros, no son de nuestra misma generación porque no participan de nuestro mundo. Pero esto indica, a su vez: 1°, que si toda generación tiene una dimensión en el tiempo histórico, es decir, en la melodía de las generaciones humanas, viene justamente después de tal otra –como la nota de una canción suena según sonase la anterior–; 2°, que tiene también una dimensión en el espacio. En cada fecha el círculo de convivencia humana es más o menos amplio. … Y es muy diferente destino vital, muy distinta la estructura de la vida, pertenecer a una generación de amplía uniformidad o a una angosta, de heterogeneidad y dispersión. Y hay generaciones cuyo destino consiste en romper el aislamiento de un pueblo y llevarlo a convivir espiritualmente con otros, integrándolo así en una unidad mucho más amplía, metiéndolo, por decirlo así, de su historia retraída, particular y casera, en el ámbito gigantesco de la historia universal.” En este aspecto, Ortega y Gasset y Bloch tienen una clara coincidencia, ejemplificada con la afirmación de Bloch acerca de sí mismo: “En la historia hay generaciones largas y generaciones cortas. Sólo la observación permite darse cuenta de los puntos en que la curva cambia de orientación. Pertenecí a una escuela donde las fechas de ingreso facilitan las referencias. Pronto me di cuenta de que, desde muchos puntos de vista, me sentía yo más cercano a las promociones que me habían precedido que a las que me siguieron inmediatamente. Nos hallábamos mis camaradas y yo, en el punto extremo de lo que puede llamarse ... la generación Dreyfus. … Sucede, en fin, que forzosamente se interpenetran las generaciones, pues no siempre los individuos reaccionan de la misma manera respecto de las mismas influencias. … La idea de generación es, pues, muy flexible, como todo concepto que se esfuerza por expresar, sin deformarlas, las cosas humanas. Pero, responde también a realidades muy concretas para nosotros. …” (cursivas nuestras) Volviendo a Ortega y Gasset: “Comunidad de fecha y comunidad espacial son, repito, los atributos primarios de una generación. Juntos significan la comunidad de destino esencial. … Una generación es un modo integral de existencia o, si se quiere, una moda, que se fija indeleble sobre el individuo. En ciertos pueblos salvajes se reconoce a los miembros de cada grupo coetáneo por su tatuaje. La moda de dibujo epidérmico que estaba en uso cuando eran adolescentes ha quedado incrustada en su ser. En el “hoy”, en todo “hoy” coexisten articuladas varias generaciones y las relaciones que entre ellas se establecen, según la diversa condición de sus edades, representan el 106 sistema dinámico, de atracciones y repulsiones, de coincidencia y polémica, que constituye en todo instante la realidad de la vida histórica. La idea de las generaciones, convertida en método de investigación histórica, no consiste más que en proyectar esa estructura sobre todo el pasado. Todo lo que no sea esto es renunciar a descubrir la auténtica realidad de la vida humana en cada tiempo –que es la misión de la historia–. El método de las generaciones nos permite ver esa vida desde dentro de ella, en su actualidad. La historia es convertir virtualmente en presente lo que ya pasó. Por eso –y no sólo metafóricamente– la historia es revivir el pasado. Y como vivir no es sino actualidad y presente, tenemos que transmigrar de los nuestros o los pretéritos, mirándolos no desde fuera, no como sidos, sino como siendo. … La generación, decíamos, es el conjunto de hombres que tienen la misma edad. … La edad, pues, no es una fecha, sino una “zona de fechas”, y tienen la misma edad, vital e históricamente, no sólo los que nacen en un mismo año, sino los que nacen dentro de una zona de fechas.” Completemos la idea con estas palabras de Bloch: “En resumen, el tiempo humano seguirá siendo rebelde tanto a la implacable uniformidad como al fraccionamiento rígido del reloj. Necesita medidas concordes con la variabilidad de su ritmo y que acepten muchas veces, porque así lo quiere la realidad, no conocer por límites sino zonas marginales. Solo al precio de esta flexibilidad puede esperarse que la historia adapte sus clasificaciones a las ‘líneas mismas de lo real’, según dijo Bergson, lo que es propiamente el fin último de toda ciencia.” Estas consideraciones nos llevan de nuevo a plantearnos la situación de los autores seleccionados para la realización de este trabajo de acuerdo a las tres clasificaciones generacionales: Eloy González9 entra en la Tercera Gene9 Fundación Polar. Diccionario de Historia de Venezuela (1988). González Padilla, Eloy Guillermo. Editorial Ex Libris, Caracas, págs. 339-340. Nació en Tinaco (Cojedes) el 25 de junio de 1873 y murió en Caracas el 17 de julio de 1950. Escritor, ingeniero, periodista, pedagogo, historiador y político. Hijo de Mariano González y de Ramona Padilla. Se gradúa de bachiller en el Colegio “Carabobo” en Valencia y allí se inicia en el periodismo y la pedagogía. Funda en 1889 junto a Rafael Tovar, “El Estudiante”. Se traslada a Caracas con el fin de cursar estudios universitarios. Se gradúa de ingeniero civil en 1894, profesión que casi no ejerció. En 1891 publica una obra, Estudios y en 1892, ingresa al cuerpo docente de la Escuela Politécnica dirigida por Luis Espelosín. Introducido por Arístides Rojas, se convirtió en colaborador de la Opinión Nacional. En 1894, polemiza sobre literatura venezolana con Julio Calcaño. González asume la defensa de jóvenes literatos, como José Gil Fortoul, Lisandro Alvarado y Luis López Méndez. Sus artículos se publican en las columnas de El Republicano, dirigido y redactado por Luis Ramón Guzmán; esta polémica dio fama a su nombre y le abrió las puertas de la Revista El Cojo Ilustrado, de la cual llegó a ser asiduo colaborador y uno de sus redactores. En septiembre de 1898, entabló amistad con el general Cipriano Castro quien había venido de los Andes a entrevistarse con el presidente Ignacio Andrade; Castro lo puso en conocimiento de sus intenciones revolucionarias y lo invitó para que le prestase apoyo, mediante contactos con la gente de Cojedes predispuesta a la guerra. En este sentido, González viajó a su tierra natal y reunió voluntarios que pronto se sumarán al ejército invasor. Triunfante la Revolución Restauradora (octubre de 1899), González es llamado a ocupar la Secretaría general de la Presidencia de la República. A González se le atribuye la 107 ración de Luis Beltrán Guerrero de acuerdo a la clasificación de Luis Beltrán Guerrero; a la Tercera Etapa en la de Ángel Cappelletti y al Tercer Tiempo en la de Ramón J. Velásquez. Manuel Landaeta Rosales10, corresponde, desde el 10 redacción de la proclama del 9 de diciembre de 1902, emitida con motivo de la agresión de la armada anglo-alemana contra el puerto de La Guaira y que empieza con la célebre frase: «... La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria...» En 1905, ingresa al cuerpo docente de la Universidad Central de Venezuela, donde regenta la cátedra de Anales Patrios. Ocho de estas lecciones son publicadas, en 1907, en los Anales de dicha institución. Su vasta producción literaria se encuentra en diversos periódicos y revistas: El Constitucional, Atenas, Venezuela Contemporánea, Actualidades, El Nuevo Diario, Cultura Venezolana, Sagitario, Élite, Billiken, Arte y Labor, El Heraldo, La Esfera, El Universal, etc. Fue senador por el estado Cojedes (1929). Su trayectoria de educador abarcó más de 50 años, Cuando fue jubilado en 1941, regentaba la cátedra de Historia y Geografía de Venezuela (2° año) en el Instituto Pedagógico de Caracas, y la de Historia Interpretativa Documental de Venezuela, en la Escuela Normal. Su preocupación educativa y su vocación de historiador están igualmente presentes en su libro Instrucción cívica y en los 3 tomos de su Historia de Venezuela. Fue individuo de número de la Academia Nacional de la Historia (1909) y de la Academia Venezolana de la Lengua (1932); se le consideró entre los mejores oradores de su generación. Incursionó en la investigación sobre el folklore venezolano y descolló como polemista, particularmente sobre temas de carácter histórico. VT. Diccionario de Historia de Venezuela (1988). Fundación Polar. Landaeta Rosales, Manuel. Editorial Ex Libris, Caracas, págs. 643-644. Nació en Caracas el 27 de diciembre de 1847 y murió en Caracas el 13 de agosto de 1820 Militar, funcionario de la administración pública e historiador. Fueron sus padres Manuel María Landaeta y Bárbara Rosales. Sus estudios primarios los realizó en Caracas, Charallave y Ocumare del Tuy (1854-1858), mientras la secundaria la cursó en Chaguaramas y San Rafael de Orituco (1859-1864). Dado que nació en el seno de una familia humilde, se obligado a ejercer desde temprana edad diversos oficios tales como repartidor de correspondencia o ayudante de la comisaría de guerra del cantón Orituco, para poder costear su educación. Estudio en la Academia de Militar de Matemáticas y en la Universidad Central de Venezuela (septiembre 1865-agosto 1868) pero no se graduó. Tras unirse a las tropas del gobierno de los “azules”, participó como teniente-ayudante bajo las órdenesdel general Luciano Mendoza, en las campañas del estado Bolívar (mayo - julio 1868). Como capitán-ayudante de la división Monagas, al mando del general Jorge Antonio Bello, asistió al sitio de Puerto Cabello (julio-agosto 1868). Segundo ayudante del Estado Mayor del general José Ruperto Monagas, participó en las campañas de Carabobo, Cojedes, Barquisimeto y Yaracuy (septiembre 1868 - febrero 1869. En marzo del último año es nombrado edecán de José Ruperto Monagas, participando en la campaña del Zulia contra el general Venancio Pulgar (agosto-noviembre 1869) y en la de Coro contra el general Ignacio Pulido (febrero-abril 1870), en calidad de habilitado del Estado Mayor. Ascendido a coronel, dirigió a un cuerpo de oficiales en la defensa de Caracas ante el ataque de las tropas del general Antonio Guzmán Blanco (25-27.4.1870). A lo largo del año 1871 participa en los movimientos de resistencia de las fuerzas “azules” en Carabobo, Barquisimeto y Portuguesa, primero como ayudante del general Antonio Mendoza, luego como secretario general del general Manuel Herrera y por último como jefe del Estado Mayor de las tropas “azules” de Portuguesa. A comienzos de 1872 se desempeña como segundo jefe de la plaza de Guanare y es hecho prisionero; al ser liberado, participa en los combates de Ospino bajo las órdenes del general Tomás Rodríguez, el Mariposo (mayo de 1872). Sometido a la autoridad del gobierno de Guzmán Blanco, desempeñó desde 1873 hasta 1879 los siguientes cargos en el estado Guárico: ayudante de las milicias de Orituco; comisionado para levantar el primer censo nacional en el caserío Lucero; miembro de la comisión exploradora para la fundación de la colonia Guzmán Blanco y otros cargos administrativos y judiciales. Durante la Revolución Reivindicadora es ascendido a general de brigada y participa en la campaña del oriente del Guárico, bajo las órdenes del general Natividad Solórzano (febrero 1879). Comisionado de guerra del ejército (marzo 1879), fue enviado al alto llano a recolectar ganado para el abastecimiento de las tropas. Posteriormente, sirvió bajo las órdenes del general Joaquín Crespo (diciembre 1880 - enero 1881 y mayo-agosto del mismo año) en las acciones de guerra libradas en contra de la sublevación del propio Solórzano. Mantuvo sus actividades en la administración judicial y municipal de los estados Guárico y Miranda (1880-1889). A partir de 1889, se dedicó a una vasta tarea de compilación de documentos y recopilación de datos históricos. Director de la oficina para publicación de la Gran recopilación geográfica, estadística e histórica de Venezuela (noviembre 1889-mayo 1890), llevó a cabo su labor 108 punto de vista generacional corresponde a la Primera Generación establecida por Luis Beltrán Guerrero o Primer Etapa en la de Ángel Cappelletti; y Julián Viso11, encajaría al igual que Landaeta Rosales en la Primera Generación esta- 11 con una encomiable minuciosidad. También en este período fue recolector de datos para el Anuario Estadístico (1891), compilador de documentos en los ministerios de Instrucción Pública (eneromayo 1893) y Fomento (mayo 1893-mayo 1895), archivero en el Ministerio de Relaciones interiores encargado de la Recopilación de las leyes de Venezuela (agosto 1900-diciembre 1902), director de la Biblioteca Nacional (julio 1903-agosto 1908), miembro suplente (1904) y miembro principal (octubre 1907-mayo 1908) del Concejo Municipal del Distrito Federal. Inspector y corrector de la voluminosa Historia contemporánea de Venezuela de Francisco González Guinán (1910-1911), desempeñó las funciones de compilador auxiliar a las órdenes de los Despachos Ejecutivos (1914) y fue miembro de la Junta de Inspectores y de Consulta de los Archivos Nacionales y de la Biblioteca Nacional (1915). Fue autor de 17 entre los cuales se destacan, aparte de la Gran recopilación, la compilación de Documentos relativos a la vida pública del general Joaquín Crespo (3 tomos, 1894-1896), La historia militar y política del general Joaquín Crespo (2 tomos, 1897) y los Documentos del general Cipriano Castro, en colaboración con Ramón Tello Mendoza (6 tomos, 1903-1908). Asimismo, publicó 74 folletos y más de 350 artículos sobre los más variados temas de la historia de Venezuela. El archivo del general Manuel Landaeta Rosales, incluyendo sus manuscritos inéditos, se encuentra en la Academia Nacional de la Historia, en Caracas. FP. Diccionario de Historia de Venezuela (1988). Fundación Polar. Julián Viso. Editorial Ex Libris, Caracas, pág. 906. Nació en Valencia, Edo. Carabobo en 1822 y murió en Caracas, el 20 de julio de 1900. Jurista y político carabobeño. Realizó los estudios primarios y secundarios en su ciudad natal. Luego se trasladó a Caracas, donde se graduó de doctor en derecho civil, el 15 de julio de 1851, en la Universidad Central de Venezuela. Recién graduado, procedió a elaborar unos comentarios al Código de Enjuiciamiento Judicial, conocido como Código Arandino, en colaboración con Pedro Pablo del Castillo; concluyó su Código de procedimiento y lo publicó en Valencia en 1851. A partir de 1853, se dedicó a la redacción de los proyectos de los códigos Civil y Penal y sus respectivos procedimientos; con tal fin el Congreso Nacional dispuso asignarle 200 pesos mensuales. Finalmente, el 20 de enero de 1854, Viso presentó su proyecto de Código Civil, lo cual constituyó un notable esfuerzo por organizar las leyes del país de manera sistemática; aunque este primer Código Civil quedó como simple proyecto, pues no fue discutido por el Congreso. En 1861, el gobierno del general José Antonio Páez lo comisionó, junto con Elías Acosta, para preparar unos nuevos proyectos de códigos Civil y Penal. El texto del Código civil, revisado por una comisión integrada por Francisco Conde, Pedro Núñez de Cáceres y Juan Martínez, fue promulgado en octubre de 1862. Viso presentó también un proyecto de Código Penal, basado en el correspondiente español y uno de Procedimiento Criminal; ambos fueron sancionados en abril de 1863. En 1867, formó parte de la comisión designada por el Congreso para elaborar un nuevo Código Civil, el cual fue aprobado el mismo año. Por este tiempo participó en las polémicas de la época sobre la organización constitucional de la República; con tal propósito elaboró un proyecto de Constitución que publicó en mayo de 1858 en El Foro, publicación especializada en derecho, dirigida por el licenciado Luis Sanojo. En términos generales, este proyecto de Constitución proponía el sufragio universal, la supresión de la fuerza militar permanente, la limitación de la pena de muerte sólo para determinados delitos, la abolición del apremio corporal en materia civil y mercantil y la libertad religiosa, además de «…una República Nacional compuesta de varios Departamentos, a la vez independientes y subordinados al Gobierno General creado por ellos…», en oposición a la confederación de provincias «…de poderes iguales e independientes absolutamente…», que tanto se debatió en aquellos años. En 1872, Viso fue nombrado ministro plenipotenciario de Venezuela para negociar la controversia limítrofe con Colombia; pese a que las negociaciones no tuvieron resultado, esta gestión le permitió estudiar, compilar y organizar numerosos documentos históricos que respaldaban la posición venezolana.. Durante años ejerció labor docente y fue rector del Colegio Nacional de Valencia de 1877 a 1879. El 1 de diciembre de 1879, el general Antonio Guzmán Blanco lo nombró ministro de Relaciones Exteriores, cargo que apenas desempeñó por 7 meses, ya que renunció al mismo luego de un incidente con el propio Guzmán. Nuevamente estuvo al frente de Relaciones Exteriores entre los meses de junio y septiembre de 1886 y del Ministerio de Instrucción Pública en 1890. Viso figura entre los miembros fundadores de la Academia Nacional de la Historia en 1888. Además de trabajos de carácter jurídico, se dedicó a asuntos económico-fiscales, como la sustitución del sistema rentístico 109 blecida por Luis Beltrán Guerrero o Primer Etapa en la de Ángel Cappelletti. Sin embargo cabe el llamado a repensar la clasificación en función de las ideas de Ortega y Gasset: “El concepto de generación no implica, pues, primariamente más que estas dos notas: tener la misma edad y tener algún contacto vital. Aún quedan en el planeta grupos humanos aislados del resto.” O de las de Bloch: “Sucede, en fin, que forzosamente se interpenetran las generaciones, pues no siempre los individuos reaccionan de la misma manera respecto de las mismas influencias. …” En el caso de Julián Viso pudiéramos decir que se corresponde con el de un individuo quien cabalgaría en varias generaciones, etapas o tiempos, puesto que su ciclo vital transita buena parte del siglo XIX. De Felipe León y Luis R. Guzmán, no tenemos datos biográficos, por lo tanto quedarían pendientes hasta tanto se consigan sus referencias. Estos individuos: Eloy González, Luis Guzmán, Manuel Landaeta Rosales y Felipe León, dedicaron buena parte de su existencia al trabajo periodístico. Julián Viso trabajo sobre todo en materias ligadas a las leyes, a la educación y a la pedagogía. III. IDEAS AMERICANISTAS EN EL PRIMER LIBRO VENEZOLANO DE LITERATURA, CIENCIAS Y BELLAS ARTES Los trabajos elaborados para el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, por González (Informe sobre el periodismo en Venezuela), Guzmán (“Ojeada al periodismo político”), Landaeta Rosales (Escritores venezolanos) y León (La imprenta en Venezuela) dan cuenta de esa orientación hacia el periodismo; Viso presenta en este Primer Libro, un artículo en el cual trata la historia venezolana (“Resumen Histórico de Venezuela hasta 1823”). 1. “El Informe sobre el Periodismo en Venezuela” de Eloy González Eloy González divide su trabajo titulado “Informe sobre el Periodismo en Venezuela”, en cuatro partes: la Primera o Introducción; la Segunda que divide en tres apartados: I, El Periodismo en Venezuela; II, Periodismo Literario y III, Periodismo Científico; la Tercera Parte en la que recopila los Periódicos de Venezuela y una Cuarta Parte en la que nombra a los Periodistas en Venezuela en 1894. Aunque estas dos últimas partes constituyen el objetivo final en que culmina su trabajo, la relevancia que esas listas tenían en la época es hoy para nosotros poco más que un dato historiográfico, por lo que nos concentraremos en el análisis preliminar que hace el autor principalmente de aranceles por el establecimiento de depósitos en puertos libres y el régimen hipotecario. OAP 110 a lo largo de las dos primeras partes, donde reside el retrato histórico de las ideas de la época que nos interesa reseñar. En la Introducción a su trabajo sobre el periodismo en Venezuela, González expone: “El periódico fue la manifestación de una necesidad, sin otro motivo. Fue el vocero universal: organización política, conveniencia de los pueblos, intereses materiales, ventajas sociales, problemas económicos, las reacciones y las evoluciones, todo lo tradujo, todo llegó a la oficina periodística, respetada como un santuario.” (Pág. 113). La aparición del periódico en Venezuela se da, para González, por las mismas razones por las que se da en otras latitudes, y hace la comparación con la aparición de la prensa en el contexto de las luchas por la independencia en EEUU, que de acuerdo con sus búsquedas, fue una necesidad de comunicar y armar una tribuna que recoja la voz de los movimientos opuestos. En nuestro caso, serían los opuestos a la dominación española. Considera que el periodismo de los primeros tiempos, está marcado por la inexperiencia, la inmadurez, la exaltación, el nerviosismo; fueron periódicos que no perduraron, efímeros dice el autor con sus propias palabras. Señala las causas de las debilidades de ese periodismo, la primera de ellas se corresponde con la necesidad de expresión originada por los tres siglos de colonialismo: “El violento despertar de los parias de tres siglos, al nombre de una idea nueva, produjo tal excitación, que estudiados aquellos tiempos a la luz del método científico, la Independencia, su nacimiento y desarrollo en los cerebros, fue un verdadero estado patológico, un largo fenómeno mórbido, con todas sus nebulosidades al principio, con todos los caracteres y fases y crisis de la enfermedad, mientras no hizo su natural evolución y produjo la idea, la abstracción, el concepto pleno de todas las inteligencias más o menos cultivadas. Entonces si fueron exactas las teorías, reflexiones y declamaciones de patria y libertad.” (Pág. 114). La segunda causa, que guarda relación con la primera, es que estos periódicos fueron “…fundados en momentos de entusiasmo por jóvenes casi siempre precedidos de naturales y disculpables irreflexiones e inocentes candideces; salidos a la luz precisamente en los momentos de crisis política o económica cuando todo es exaltación o angustias; y en medio de instantes fisiopsicológicos, no solo los políticos, sino los periódicos literarios y científicos también; meridionales nosotros e individuos de la “raza latina”, tan ardorosa, tan violenta, tan hecha de puros nervios, nuestras impaciencias y nuestras ilusiones nos conducen a la tumba del periodismo.” (Pág. 114) En estas dos frases hay un substrato filosófico de raigambre positivista muy en boga en los momentos cuando sale la edición del Primer Libro, en 1895. Es una mezcla de los saberes positivistas europeos, principalmente de 111 aquellos grupos dedicados a estudiar el carácter criminal de ciertas poblaciones meridionales y de climas cálidos, que trasvasados a América contribuyeron a crear una suerte de raza determinada por los factores raciales y geográficos con tendencia al desarrollo de conductas sociopatológicas. Esa frase que puede pasar inadvertida “tan ardorosa, tan violenta, tan hecha de puros nervios, nuestras impaciencias y nuestras ilusiones …”, tiene implicaciones en el plano del conocimiento y en lo político, social y cultural, porque tiende a esquematizar el carácter de un pueblo en su conjunto, al tiempo que invisibiliza y banaliza las profundas y auténticas dificultades a las que tiene que hacer frente una sociedad para vencer y resolver sus problemas: la miseria de la población y el latifundio, el analfabetismo, las grandes tareas de la educación y los inconvenientes para desarrollarla y sostenerla, los retos planteados por la escuela, los maestros, el alumnado, la salud, el hambre y la vivienda. El asunto se sitúa desde la perspectiva de la intelectualidad de la época, nacional o extranjera, en la cuestión de las élites que deben dirigir el mundo o lo que es lo mismo, en la diatriba civilización o barbarie. Un pueblo no puede ser definido de ardoroso/ violento / nervioso / impaciente o iluso. En el devenir de lo histórico estas formas de calificación no son otra cosa que elementos ahistóricos. Sin embargo, debe decirse que intelectuales de la talla de Vallenilla Lanz12, Arcaya y otros más, dedicaron buena parte de su esfuerzo 12 Emma Martínez (1996). Laureano Vallenilla Lanz. Contribución del positivismo al estudio y comprensión de la realidad venezolana. Trabajo de Ascenso a la categoría de Asistente (Inédito), EE-UCV. Caracas. En este trabajo entre otras cosas, se trata la idea de Vallenilla en torno a lo que sería una de sus más importantes consideraciones que es que para él no existía otra agrupación humana donde resaltara “con mayor claridad la influencia poderosa del medio como en los pueblos pastores, cualquiera que sea la raza y la situación geográfica. De ellos es de quienes puede decirse con más propiedad ‘que la raza es la expresión del medio.” (LVL. 1983. Tomo II, pág. 251) Profundizando dice: “Cometeríamos un gran error si fuéramos a considerar psicológicamente a nuestro llanero como la resultante de la mezcla del blanco, del indio, del negro. La herencia psicológica de las tres razas madres –según el primer postulado de la teoría tainiana (de Taine)– desaparece por completo ante la acción fisio-psicológica impuesta por el medio. En los habitantes de nuestras extensas llanuras, hoy mismo y con mayor razón en los años que precedieron la guerra de Independencia, se encontraban todos los tipos: desde el peninsular, el isleño de Canarias, el criollo, el indio y el negro hasta los más variados productos de la panmixtia, sin que el análisis más prolijo –si fuese posible hacerlo– hubiera podido encontrar en ellos diferencias sensibles en los hábitos, en las ideas, en los impulsos inconscientes, en las actitudes físicas, en los instintos guerreros y en el conjunto, en fin de caracteres típicos del grupo entero, comprobando que ‘indirectamente la manera de vivir que el medio entraña, reacciona sobre la formación del carácter” (LVL. 1983. Tomo II, pág. 252). Vallenilla dedica buena parte de Disgregación e Integración a desentrañar lo que en su opinión conforma la mentalidad del llanero y a buscar las razones que la explican históricamente, lo que logra con notoria agudeza. Así, siguiendo a Andrés Bello, describiría los rasgos psicológicos del llanero: “ (…) como el bárbaro del antiguo mundo el llanero, al entrar en la historia introdujo un sentimiento que era desconocido en la sociedad colonial, vivo reflejo de la sociedad romana (…) El llanero como el bárbaro, como el nómada en todos los tiempos y en todas las latitudes, se caracteriza por ‘la afición a la independencia individual, por el placer de solazarse con sus bríos y su libertad en medio de los vaivenes del mundo y de la existencia; por la alegría de la actividad sin el trabajo; por la afición a un destino azaroso, lleno de eventualidades, de desigualdad y de peligros; tales eran sus sentimientos dominantes y la necesidad moral que ponía en movimientos aquellas masas humanas. Mas a pesar de esta mezcla de brutalidad, de materialismo y de egoísmo estúpido, el amor 112 a la tarea de propagar ideas que no solo se harían patentes en escritos y artículos, sino que contribuirían a la elaboración de políticas públicas que favorecerían la inmigración de poblaciones de otros países con el fin de mejorar la raza, el apego al trabajo y el desarrollo de la ciencia y la tecnología. En el fondo de este discurso hay endorracismo y autodescalificación, dos ideas que impregnaron el pensamiento positivista de fines de siglo XIX y las primeras décadas del XX. En la Segunda Parte, el Periodismo en Venezuela, González examina las primeras manifestaciones del periodismo en los patriotas de la independencia, de quienes dice que se adueñaron de la palabra sin dejar ningún resquicio para otras opiniones que no fueran las de su propio bando, actitud con la que pronto habrían caído en lo que él llama monotonía fatigante. Varios lustros después, el periodismo entró a juicio del autor, en “una senda de difamación y de vituperios incalificables. El proceso doloroso de la calumnia, de la diatriba y del insulto quedó abierto y ya no hubo fueros inviolables adonde no llegara la intrusión con pujos de poder.”(Pág. 114). González con estas afirmaciones hace alusión al debate abierto entre conservadores y liberales, el cual tuvo piezas de alto calibre y muchas otras de muy bajo contenido ético, opinático, político; para el periodismo fueron momentos difíciles pero fueron también, momentos de aprendizaje, que retratan a una sociedad en ebullición, trajinando sus enormes contradicciones. Tras este pasaje, González vislumbra una nueva generación de jóvenes periodistas: “Por dicha, de esas lizas nació el entusiasmo de las nuevas inteligencias y ya la prensa presentó espectáculo enardecedor y espléndido en poder de esos fogosos temperamentos de las generaciones nuevas: altivos y valientes luchadores dominaron el palenque; y rasga el cielo y atruena los aires, en la historia intelectual y política de la América Hispana, el relámpago de las batallas, las vocerías de las victorias de esa juventud ardorosa y grande, inspiradora de la patria, y honra y prez del continente. … Pero en medio de ellas, la vieja patria, siempre noble y siempre gloriosa, tuvo digna representación en la prensa de hijos beneméritos.” (Pág. 115). En la parte II de la Segunda Parte, Periodismo Literario, comienza diciendo que la literatura y las ciencias estuvieron presentes en los periódicos, lo que se hacía era colocar artículos extranjeros y muy poco de producción nacional y que esto obedecía a que la escuela literaria “no era tan fecunda ni tan alentadora para dar estímulo y ocasión al genio. El romanticismo caballeroso e hidalgo, puesto en manos de las personalidades más distinguidas de a la independencia individual es un sentimiento noble, moral, cuyo poder procede de la humana inteligencia; es el placer de sentirse hombre; el sentimiento profundo de la personalidad, de la voluntad humana en la más libre expresión de su desarrollo.” (LVL. 1983, Tomo I, págs. 93 y 94) 113 las letras en Venezuela, no produjo más de lo que había dado en Europa; y acaso menos, dados nuestro carácter, nuestras costumbres y nuestro género de vida.” (Pág. 115) El autor prosigue desvelando, indirectamente, el viraje de una cultura anclada por razones coloniales y todos los esquemas de pensamiento, tradiciones y costumbres aprendidos, en el hispanismo, hacia la búsqueda de nuevos horizontes, esta vez hacia Francia, con lo cual expresa no necesariamente de manera intencional, un cierto antihispanismo, producto de la ruptura con el colonialismo español en América. Cabe la pregunta de si ese rechazo creó nuevas formas de hacer, de pensar, de cuestionar, o si fue solo un ropaje, una moda, un estilo. Dice González: “Nuevas ideas germinaban en los cerebros del Viejo Mundo; la reacción de estos tiempos se preparaba y era la Francia y el Soldado de Dios una vez más, el abanderado de la revolución. Hasta nosotros llegaban, con el prestigio simpático de las grandezas que fueron, los nombres gloriosos de los últimos representantes de la vieja escuela, que ungían las sociedades trasatlánticas con óleo de apoteosis; y Dumas, Sue y Hugo, fueron inspiración y norma de nuestros ingenios muchos días. La época era propicia: el medio social participaba de los caracteres de aristocrática majestad que diera la perdurabilidad de una autocracia fastuosa y prolongada. Por ello había de ser ruidosa la reacción, la victoria de las tendencias nuevas sobre la augusta tranquilidad de las viejas doctrinas.” (Pág. 115) Cappelletti afirma que los pensadores latinoamericanos influidos por la filosofía de la ilustración atacaron duramente el colonialismo y el imperialismo hispano. Alegaría que el antihispanismo que perduraría parcialmente en la generación romántica, no fue desechado por los positivistas en la medida en que aún se prolongaban los efectos de la colonización y seguía vigente la cultura impuesta por los conquistadores. Este antihispanismo ocasionó la búsqueda de nuevos modelos políticos y culturales, en Francia y en Inglaterra, pero sobre todo en Estados Unidos de Norteamérica. Sin embargo, más tarde –añade– la política de esta potencia en América Latina creó entre los pensadores positivistas, una clara conciencia del peligro que representaba para el porvenir independiente de las repúblicas del sur (Cappelletti. 1992, pág. 37) Esta aplastante afirmación hecha por Cappelletti, sugiere algunas hipótesis que desarman el rompecabezas para rearmarlo con otra idea que nos parece indispensable para comprender el problema. Bajo esta perspectiva habría que añadir que la desintegración del pensamiento colonial, colonialista, o prohispano, desde los románticos hasta los positivistas, trajo consigo nuevas formas, nuevas integraciones que desplazando la mirada hacia los modelos europeos, especialmente hacia el modelo francés e inglés, y hacia el nuevo modelo norteamericano y en menor grado el alemán, buscó, sí, probable114 mente adoptar alguno de ellos en particular, pero en ese camino tuvo también la posibilidad de reaccionar en su contra y hasta elaborar nuevas posiciones en las que el sincretismo no estuvo ausente. De hecho el propio positivismo venezolano es una muestra del movimiento que anima el pensamiento y explica la heterogeneidad en los grupos intelectuales13 y sus distintos y cruzados productos (Guerrero, 1965, págs. 119-144). Incluso podríamos aventurarnos a ampliar esta afirmación al conjunto de los países latinoamericanos. El sustrato de dicha afirmación se sustenta en la idea de una mente humana que no es un reflejo mecánico de la realidad y que por el contrario, se halla atravesada por las más complejas relaciones sociales, políticas, económicas y culturales.14 Las diversas tendencias filosóficas, literarias, históricas, periodísticas, tuvieron como telón de fondo, en algunos autores, la internalización de una imagen maltrecha en relación con las nacientes naciones americanas; otros por el contrario, pensando siempre en lo antagónico, exaltaron y ensalzaron lo nacional. Una consecuencia de esta mezcla, es lo reiterado del tema América y el americanismo y su tratamiento en la obra de las distintas generaciones de pensadores que se sucedieron en el espacio cultural y académico venezolano, como se desprende de las obras de César Zumeta15 en el Continente Enfermo, de Rufino Blanco Fombona16 en La evolución política y social de Hispanoamé13 14 15 16 Luis Beltrán Guerrero. «Introducción al positivismo venezolano.» En: Perpetua Heredad, pp. 119144. Este autor los denomina primera generación de positivistas: A. Rojas, A. Ernst, R. Villavicencio, V. Marcano. Todos ellos nacidos antes de terminar la década de los cincuenta en el siglo XIX. Véase la «Introducción» en: Leo Kofler. Págs. 25 y 26. Allí el autor, en una larga disertación, cita algunas frases que Marx toma del gran filósofo de la historia de comienzos del siglo XVIII, Giambattista Vico, una de ellas es: “ ... la historia de la humanidad se distingue de la historia de la naturaleza porque a la primera la hemos hecho nosostros, mientras que a la segunda no.” La otra es: “Ser radical quiere decir tomar las cosas por la raíz. Pero, para el hombre, la raíz es el hombre mismo.” Marx –aclara Kofler– añade que no solo es preciso reconocer que el hombre mismo es la raíz de todo el acontecer social, sino que toda la historia sin excepción, es una historia humanamente determinada. Esto significa que la entiende como historia que se realiza a través de la conciencia y del acto de la voluntad, aún cuando se trate de una conciencia que no siempre se comprende a sí misma, que no comprende verdaderamente la realidad y que, por tanto, es una conciencia “falsa” con su correspondiente acto volitivo. Todo conocedor de Marx –continúa señalando el autor– sabe cuánto se empeño en probar que todos los fenómenos económicos, que han tomado el aspecto inhumano de cosas, es decir, que trasciende el comportamiento de los hombres, se fundan puramente en la acción humana y se resuelven en relaciones sociales. César Zumeta (1899). El Continente Enfermo, Nueva York. En: http://bibliotecadigitalhispanica.bne. es/view/action/singleViewer.do?dvs=1369525829601~10&locale=es_ES&VIEWER_URL=/view/ action/singleViewer.do?&DELIVERY_RULE_ID=10&frameId=1&usePid1=true&usePid2=true [consultado el 17 de mayo de 2013, a las 7:30 pm. Véase también a Angel Cappelletti. Positivismo y Evolucionismo en Venezuela. Monte Ávila Editores, Caracas, 1992, p. 37; a Leopoldo Zea. Pensamiento positivista latinoamericano, tomo I, pp. LI y LII. a David Ruiz Chataing, «Estados Unidos visto por César Zumeta y Rufino Blanco Fombona.» Suplemento Cultural de Ultimas Noticias, Caracas, 29 de julio de 1990. La obra histórica de Rufino Blanco Fombona habla por sí sola. Su obra revela sensibilidad y vocación por el tema sobre los problemas coloniales, nacionales y americanistas, y es así como se muestra en El Conquistador español del siglo XVI, escrito en la década de los años veinte y en La evolución política 115 rica, o en El Conquistador español del siglo XVI, quien, aunque considerado positivista, desde nuestra perspectiva rebasa largamente el paradigma, como se desprende del análisis de su obra, o de Jesús Semprún17 en “El Norte y el Sur. Los Estados Unidos y la América Latina. Divagaciones sobre un tema de actualidad”. Es importante destacar sus singularidades, sus disímiles visiones que a la vez, pone de manifiesto la manera como el positivismo interpretó la realidad social e histórica a partir de lo cual pudiera decirse que el positivismo en Venezuela, no representó una unidad, un bloque. En el camino largo que abarca lo literario en Blanco Fombona, se sitúa en un modernismo, pletórico siempre, del espíritu americano, americanista: “Este libro es lo más americano que pueda ser”, declara en su obra publicada en 1929, El modernismo y los poetas modernistas, reseñada por Guillermo Pérez Delgado y añade: “Si ha aparecido en América un hombre nuevo, debe esperarse de ese hombre nuevo algo nuevo también.” Afirmación en la cual hay una cierta acusación hacia la intelectualidad venezolana y latinoamericana, semejante a lo que hemos visto en Eloy González. Al modernismo hispanoamericano lo ve Blanco Fombona signado de egoísmo, sensualidad, tristeza, pero sobre todo lo entiende como reacción contra la vulgaridad del medio, poco propicio al arte, y contra la repetición asfixiante de las “viejas y heladas fórmulas” de la poesía romántica, neoclasicista, academicista, de fin de siglo. De acuerdo con la interpretación que hacemos de las palabras de Pérez Delgado, los modernistas, guardando las especificidades y las singularidades para la expresión literaria, tienen en común la búsqueda de “nuevas y exquisitas formas de pensar, sentir y expresarse” Blanco Fombona arremete contra el modernismo imitador del modernismo europeo, diciéndoles en su convicción americanista a todos los que así proceden: “No hemos sabido ver, gustar, comprender nuestra naturaleza y nuestras sociedades. Ni siquiera hemos sabido descender al fondo de nuestra alma. Ignoramos nuestro yo. Hemos sido, a menudo monos, loros. Es decir, imitadores, repetidores de Europa.” Así lo recoge Pérez Delgado en “Hacia un arte más de América.” en el Suplemento Cultural de Últimas Noticias. 17 y social de Hispanoamérica, publicado en 1911. En el primero incluye temas como los siguientes: los Caracteres españoles; Personalidad de la raza; Incapacidad administrativa desde Alfonso X hasta Isabel y Fernando; Incapacidad administrativa: Carlos V y Felipe II e Incapacidad administrativa: Las colonias. Incluye también: El renacimiento español; Conciencia del propio valer. Desarrollo de la personalidad, Heroísmo de los conquistadores, etc. En la segunda de las obras nombradas, en la parte final, parte IV: La República, desarrolla dos temáticas que apuntan netamente hacia lo americano y el americanismo, que son: Las Relaciones internacionales y solidaridad americana, el Balance material e intelectual y la Conclusión. Jesús Semprún. “El Norte y el Sur. Los Estados Unidos y la América Latina. Divagaciones sobre un tema de actualidad”, (Publicado por Cultura Venezolana, N0 5, 1918). Congreso de la República (1983). La Doctrina Positivista. Tomo II. En: Pensamiento Político del Siglo XIX. Textos para su estudio. Volumen 14. Ediciones del Congreso de la República, Caracas. 116 González, en la misma onda de la presencia del pasado, dice: “Los trabajos emprendidos en Caracas por algunos estudiantes de la Central, en periódicos y revistas mensuales casi siempre, renacieron en Valencia con la fundación de La Primera Piedra, en que se exhibieron e hicieron sus primeras armas los pujantes luchadores de 1886. Sobre sus producciones soplaba todavía aliento del pasado…” (Pág. 115). No obstante, logra ver la posibilidad de cambios en las nuevas generaciones, razón por la que afirma que esas tendencias desaparecieron con las luchas políticas. La evolución se operó, –dice– de manera terminante. Blanco Fombona critica a los imitadores de lo europeo y a los rubendaristas, que copian al Dario no de Azul, sino de la Prosas Profanas, en las que aún no se revela la fuerza posterior del artista, que fuese renovador de la poesía en lengua castellana. A esos imitadores trata duramente y les suelta: “No queremos ser colonias y menos por el espíritu.” Y explica por qué: “El servilismo y la imitación en las ideas preparan, en el terreno de la práctica, a recibir el yugo. Esto va con los hombres de letras y con los hombres de Estado, con los escritores y con los legisladores. Prueba tanta vileza imitar un poema como imitar una institución. Una comunidad de siervos por el espíritu no puede ser república libre… [Necesitamos] ‘Un arte genuino americano’. Ni español, ni indio. Que refleje no ‘el simple motivo americano’, el mundo externo criollo’, sino además ‘el alma personalísima’ del artista, ‘el alma de su raza’, ‘el alma de América’, ‘el ser espiritual y sensitivo de la América de hoy, aluvión de razas que se van troquelando en nuestro suelo hereditario’. ‘Por nosotros –dice en frase de clara resonancia unamuniana– hablará, a más de nuestro espíritu –el espíritu de nuestra raza.’” (ibid.). En la parte III de la Segunda Parte de su trabajo publicado en el Primer libro Venezolano, titulado Periodismo Científico, González habla descarnadamente del atraso en esta materia. Afirma que lo científico no tiene difusión y acusa como responsable de esta situación al pensamiento religioso que impide el avance de la ciencia. Cree que si bien los avances en materia de ciencia han llegado a los hombres de estudio, estos no han sido seguidos más allá de sus cátedras. Hace una relación entre el periodismo científico y las barreras ideológicas que impiden al acercamiento entre lo científico y la gente común. (Pág. 115). Lo ve por esta misma razón, estancado en pequeños grupos de estudiantes universitarios y profesores: “a excepción de la juventud universitaria, de los profesores y de un determinado número de miembros de las facultades, el periodismo científico no cuenta con otro apoyo público, por la idea preconcebida de que es inaccesible a los lectores profanos.” (Pág. 115) La Tercera y Cuarta Parte la dedica el autor a hacer una extensa lista de periódicos, de periodistas de Venezuela y la ubicación de imprentas en el territorio nacional. 117 2. “Ojeada al Periodismo Científico” por Luis R. Guzmán Luis R. Guzmán realiza un artículo para el Primer Libro Venezolano, que tituló: “Ojeada al Periodismo Político”, lo presenta en dos grandes periodos, de 1808 a 1930 y de 1830 a 1870. Su autor comienza su escrito con una punzante declaración que toma de José María Vergara: “La literatura en América está de tal modo enlazada a los sucesos políticos … que no se puede seguir la marcha de aquella sin buscar la causa de éstos. La política decide en estos países aún de las escuelas literarias, por más extraño que parezca; y las relaciones internacionales que hemos tenido con los pueblos de Europa, de 1810 hasta la fecha, han ido marcando distintas fases a las letras, por la imitación de los autores de la nación con quien se ha estrechado relaciones, inspiradas en un principio por necesidades políticas.”(Pág. 125). La segunda idea que toma es de Humboldt, quien pensó que la introducción de la imprenta en Venezuela, al igual que en otros pueblos cambiaría el rumbo de la historia, por las modificaciones que acarreaba un suceso como ese, y que sería de esperar una revolución trascendental. Estas dos afirmaciones lo llevan a decir que la introducción de la imprenta “multiplica la actividad del pensamiento y se hace solidaria con todas las transformaciones efectuadas.” (Pág. 125). Y a esto agrega que antes de este hecho, “nada es capaz de dar idea de la intelectualidad de la nación, de su vigor fecundo, del poderío que habría cobrado en el silencio de los claustros o en el retiro de los gabinetes de estudio.” (Pág. 125) Refiere en este artículo que la ilustración fue casi un crimen: “no conviene que se ilustre a los americanos”, frase que adjudica al Rey Carlos IV. Explica que es un crimen por el cerco que en todos los ámbitos de la vida de las colonias, se practicó. Señala como muestra de esta situación, la persecución a la que fueron sometidos los extranjeros, la cual fue agravándose en la medida en que las condiciones políticas provocaban la crisis que haría caer el poderío español en América.18 18 A.G.N. Sección: G. y C. Gral. Tomo XCI, folio 77. Año 1801. En Emma Martínez. Cien Años en la Historia del Comercio de Caracas y La Guaira 1721-1821. En este contexto las medidas se extremaron. Las naves de otras naciones y los individuos extranjeros fueron blanco de ellas. El caso más desfavorable fue el de los ingleses quienes, considerados enemigos, no podían o no debían mantener ningún tipo de relación mercantil con las colonias hispanas en América. Así, cuando los ingleses toman a la Isla de Curazao, las autoridades imponen una serie de sanciones para penalizar a los que intentaran contravenir las leyes, en ellas quedaba expresa la prohibición de comunicación y comercio con “ (...) los Ingleses enemigos de la Corona (...)” A.G.N. Sección: G y C.Gral. Tomo XLVII, folio 145, 1792. Esta correspondencia se relaciona con el problema de los extranjeros. Los vascos y los “isleños” eran corrientemente confundidos. Podemos pensar que si bien eran españoles o vasallos de la Corona, no tenían el mismo “status” que los de Castilla y Aragón. Esta situación la hemos visto también con los naturales de Galicia y de Cataluña. En ésta el Capitán General dice en torno al problema: “(...) que 118 Ante la arbitraria situación que causaba el bloqueo a las colonias, sobre todo en materia de información y comunicación, escribe Guzmán: “La prensa libre es correlativa del Estado libre. Una sociedad sin libertades es imposible que disfrute de la primera y más preciada libertad de las sociedades autónomas; de la que las resume todas, defendiéndolas; de la que representa, al propio tiempo que inalienables derechos del hombre, su amplia jurisdicción para ejercerlos.” (Pág. 126) Pero el empeño metropolitano de bloquear la información, no fue impedimento para que se formara lo que Guzmán llama “la razón popular”, suerte de movimiento indetenible en correspondencia con las medidas imperiales de represión, vigilancia y castigo, además de las coercitivas ejercidas por la iglesia y la educación. Señala Guzmán la ausencia de un auténtico periodismo en este tiempo histórico, durante los levantamientos y rebeliones en la Venezuela Colonial y se pregunta cómo se habrían reportado la insurrección de Panaquire o la revolución de Gual y España de haber existido el periodismo, o cuál hubiese sido el rumbo de la revolución de la independencia. Y Agrega: “Digámoslo francamente, para advertencia de los gobernantes recelosos: el campo natural de la prensa no es el de la revolución en el sentido técnico de la frase, sino el de la evolución incesante, que con ella o sin ella se verifica fatalmente … reputa por tales (por extranjeros) a los vizcainos incurriendo en la común ignorancia de no creer los españoles cuya calidad poseen V.M. por lo tanto no deben incomodarlos.” A.G.N. Sección: G y C. Gral. Tomo XLVII, folio 148, 1792. En este otro documento complementa la idea del anterior. En él ordena que: (...) arreglándose literalmente a ella sin molestar a ningún español ni isleño pues solo habla de extrangeros, esto es, franceses, ingleses, holandeses, alemanes (...) y los cuales quiera otra Nación distinta que la española (...).”, de acuerdo a la información documental existentes, fueron duramente perseguidos y vigilados, pero aun bajo esas circunstancias, su presencia en las colonias era una realidad innegable. Entre las sanciones aplicadas a otras nacionalidades, se aplicó control y la vigilancia que podía ejercerse sobre ellos: sus lugares de vivienda podían ser allanados, sus bienes y enseres confiscados y retenidos e incluso, existía la posibilidad de expulsarlos. A.G.N. Sección: G. y C. Gral. Tomo XLVII, folios 105, 108, 110, 117, etc. Año 1792. El documento reproducido a continuación es muy ilustrativo de la situación: “Hallándome noticioso de que en la comprensión de ese tenientazgo se han introducido y permanecen varios extranjeros, prevengo además que inmediatamente que reciba (esta correspondencia) se digne indagar quiénes son, la vida y costumbres que cada uno el ejercicio y ocupación que tengan y hayan tenido (...) su avenida, cuándo y por dónde la testificaron, si representaron al Jefe o Magistrados y la primera población de su arribo y (ileg.) cuando fijaron sus (ileg.) domicilios (ileg.) ahí con manifestación de algunos documentos y papeles, la calidad de estos, y todo cuanto pueda conducir a dar clara y distinta noticia de su establecimiento legitimidad o ilegitimidad de él, nación de la que proceden, conducta y aún inclinación que manifiesten, con expresión de si se han (ileg.) en conversación o por escrito especies perjudiciales o de algún modo sospechosas. Después de este cumplido examen que nunca pecará de prolijo aprehenderá V.M. y remitirá a esta capital bajo segura custodia a todas aquellas personas que no le hayan presentado o presenten carta de naturaleza o tolerancia en que apoyan su procedencia; pero sin constreñirlos ni hostigarlos con excesivo rigor, formando al mismo tiempo exacto inventario de sus bienes (ileg.) y demás muebles (de su) pertenencia remitiéndomelos inmediatamente y con la misma seguridad que sus personas con los papeles y libros que se le encuentre encajonados y empaquetados y cuidadosamente en inteligencia de que es este un asunto de la mayor importancia en que no sabré disimular la más leve falta que frustre o entorpezca manera alguna el cumplimiento de esta orden (...)” 119 Los libros y los papeles clandestinamente introducidos habían abierto ya los ojos a horizontes más dilatados que la obediencia y el trabajo; que el deber sin derechos; que la sumisión absoluta, so pena de recibir azotes, o arrastrar cadenas o morir en el patíbulo.” (Pág. 126) Atribuye a Miranda una importancia central en la introducción de las ideas y de la escritura y difusión de ellas: “El Generalísimo Miranda, precursor en todo, se había anticipado a sus contrarios. El hombre-idea, providencialmente predestinado para simbolizar en ambos mundos la libertad universal, había unido, al acercarse a nuestras costas, a la acción eficiente de la espada, la de la persuasión por medio de la imprenta … La imprenta por él traída a Venezuela por singulares disposiciones del acaso; con ella se fundó el primer periódico; de ella son sustraídos los tipos que multiplican las proclamas y los papeles incendiarios de 1814; ella, en fin, al servicio de revolucionarios y realistas, condensará las opiniones y formará la opinión independiente.” (Pág. 126) Tras lo cual trata el tema de la Gaceta de Caracas y las etapas por las que atraviesa a lo largo del tiempo en el cual circuló y sus vaivenes en función de quien ejercía el poder en la coyuntura política y por eso dice de manera lapidaria: “Los editores Gallaguer y Lamb no son los responsables de esa volubilidad en la Gaceta en sus trece años de su accidentada existencia, pero sí los primeros que nos suministran el ejemplo del comercio de las letras con cualquiera que pague sus elogios.”(Pág. 127. Cursivas en el texto). Una manera velada de decirles vendidos y traidores. Para cerrar este período de 1808 a 1830, considerado por el autor, independizado sí, pero convulso, hay varios periódicos a los que hace mención: El Correo del Orinoco, El Venezolano, El Iris, El Colombiano y la Gaceta del Gobierno. En su análisis del período que corre entre 1830 y 1870, comienza por analizar las ideas fundacionales de la República: autonomía de la nación, de las provincias y del ciudadano. Hace notar algunos de los principios, entre ellos el derecho de los ciudadanos a manifestar libremente sus pensamientos y opiniones en la palabra impresa y si en ello se transgrediera la tranquilidad pública o el dogma, la propiedad o el honor del ciudadano, la ley sería la responsable de hacer cumplir con estos principios. Cita sin mencionar a su autor, del panorama del Congreso de 1811: “El Congreso estaba compuesto en lo general –dice una autorizada opinión– de los hombres más distinguidos de las provincias libres … Algunos de sus miembros estaban adornados de conocimientos teóricos en materias de gobierno, pero carecían de los prácticos y positivos sobre el gobierno que debía darse al gobierno de los pueblos que representaban, teniendo en considera120 ción sus costumbres, sus hábitos y preocupaciones … He aquí … la fuente de los errores capitales que cometiera el Congreso de Venezuela, y el origen fecundo de los males que han sufrido los pueblos de la América antes española, después que la separaron de la madre patria.” (Pág. 128) Esta cita sirve a Guzmán para justificar su apego al mundo colonial español, llevándolo a decir que la independencia fue impuesta al pueblo venezolano por una élite ilustrada y afirma: “ella fue impuesta a los esclavos contrariando sus instintos de molicie; ella fue impuesta a las conciencias sobre las pavorosas ruinas del terremoto del año 12.” (Pág. 128) Pareciera que la idea del autor, no abiertamente expresada, es que las costumbres, hábitos y preocupaciones se derivan de la vida colonial rota por el volcán revolucionario de la independencia. La posición de Guzmán queda al desnudo en las frases en que muestra absoluto desprecio a las masas de hombres y mujeres esclavizados. a quienes le atribuye instintos de molicie; palabra que significa de acuerdo al diccionario de la lengua española: blandura de las cosas al tacto o afición al regalo, nimia delicadeza, afeminación, con lo cual no solo intenta invisibilizar el trato inhumano sufrido por las masas esclavizadas, o el poder de las armas y las medidas represivas que amenazaron siempre a las rebeliones esclavas; invisibiliza también, la productividad y los trabajos forzados a los que eran sometidas para alcanzarla. Más adelante dice que la independencia fue impuesta a las conciencias sobre las pavorosas ruinas del terremoto del año 12, frase que en su trasfondo, es una crítica a la lucha entre las fuerzas revolucionarias, con Bolívar a la cabeza, contra el poder de la iglesia. Retoma el tema del periodismo para decir que después de 1811, este se enfoca en construir la opinión nacional que a su juicio tiene que ver con el seguimiento a “las primeras reformas racionales; para reclamar el cumplimiento del programa revolucionario amenazado con los proyectos de una monarquía en Colombia y de gobiernos de la especie del de la Constitución Boliviana; para impulsar el movimiento separatista; para justificarlo ante el Libertador; para llegar, con la constitución del año 30, a la plenitud de garantías que en treinta y cuatro años más de labor festinada y persistente, completarían el catecismo revolucionario, transformando la conciencia nacional.” (Pág. 128) No obstante, desde su perspectiva, este periodismo “Es el más brillante período del periodismo patrio. El único en que se mueve prepotente, titán de cien cabezas, irradiando a todos los confines su inverecundia [desvergüenza] y su grandeza.” Nombra algunos de los periódicos de circulación nacional: La Aurora, El Relámpago, El Rayo, El Venezolano, El Republicano, El Torrente, El Trabuco, las Avispas, El Vegigatorio, El Diablo Asmodeo, La Nueva Era, El Liberal, Las 121 Catilinarias, El Patriota, El Iris, La Prensa, El heraldo, El Federalista, El Independiente. Hace dos consideraciones: la primera es que el solo nombre de los periódicos ya habla de su contenido, de su manejo y de su forma de tratar la noticia y la segunda, es que el desenfreno en la opinión de la prensa de la época, tiene que ver con la autoridad timorata de los gobernantes. 3. Los artículos de Manuel Landaeta Rosales y Felipe León Manuel Landaeta Rosales hace una recopilación de escritores venezolanos, y Felipe León presenta una cronología de la imprenta en Venezuela, desde su aparición en 1806, traída por Miranda y llevada por este a Trinidad, donde fue adquirida por los norteamericanos Mateo Gallagher y Jaime Lamb, quienes finalmente la traen a Caracas y con la que se imprime la Gaceta de Caracas, hasta que otra imprenta fuera instalada en Urachiche por el General Jacinto Anzola. Dada la naturaleza del presente trabajo, que pretende mostrar el desarrollo conceptual de las ideas en la época a que hacemos referencia, más que refrendar nombres y circunstancias, nos limitaremos aquí a esta breve reseña de esos trabajos, cuyo desarrollo, sin duda interesante, dejamos para otra ocasión. 4. “Resumen histórico de Venezuela hasta 1823”, por Julián Viso Otro de los trabajos que analizaremos en el contexto del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, es el artículo de Julián Viso, titulado: “Resumen Histórico de Venezuela hasta 1823.” El autor divide su exposición en los años 1742-1777, y después de esta etapa avanza de año en año desde 1810 hasta 1823. Pudiera pensarse que su objetivo es señalar el período de la fundación de las instituciones coloniales en Venezuela, el cual cierra con la Cédula de Erección de la Capitanía General. La lectura de su artículo muestra la concepción de la historia predominante para el momento: un relato, una cronología, una descripción. Él mismo hace referencia a datos, documentos y, sobre todo, a la obra de Feliciano Montenegro Colón19. 19 Diccionario de Historia de Venezuela (1997). 2ª Edición, Caracas: Fundación Polar, Pág. 997. Montenegro y Colón, Feliciano, nace en Caracas, 9.6.1781 y muere en Caracas, 6.9. 1853., Historiador y escritor. Educador. Oficial del Ejército español, con actuación en España y en Venezuela. Hijo de José Cayetano López Montenegro y de Juliana Colón y Madrid. Cayetano era nativo de Betanzos (España); abogado de la Real Audiencia de Caracas. Juliana Colón era caraqueña de nacimiento. Feliciano Montenegro hizo estudios en la Universidad de Caracas, de la cual egresó, en 1797, con el título de bachiller en filosofía. En 1798 ingresó como cadete en el batallón Veterano de Caracas y el año siguiente fue transferido al batallón de la Reina. En 1803 se trasladó a España e ingresó en el batallón de Valencia. En la metrópoli cumplió, entre otros, los servicios siguientes: participación en el sitio de Gibraltar contra los ingleses; cumplimiento de algunas misiones con las tropas destinadas a Dinamarca, mandadas por el duque de la Romana; actuación en la batalla de Bailén (1808). En 122 En lo que refiere la primera etapa Años 1742-1777, toca dos cédulas reales en la erección de la Capitanía General de Venezuela, la cédula de 1742 y la de 1777. El año 1810, Viso trata documentos que se relacionan con los sucesos de abril y las reacciones de la monarquía ante los intentos de independencia de Venezuela, como el bloqueo del Puerto de La Guaira y por tanto de la Provincia de Caracas. Termina este año con la conformación de la comisión que la Junta de Gobierno envía a Londres para solicitar la ayuda de los británicos en el sostenimiento de la empresa libertadora. En esta comisión estuvieron Luis López Méndez, Simón Bolívar y Andrés Bello (a este último no lo menciona). En relación con el año 1811, Viso reseña la instalación del Congreso General Constituyente de las provincias de Venezuela con 30 diputados y el Consejo Consultor de Gobierno; refiere sin darle importancia ni análisis al1810 se hallaba en Cádiz como capitán en el batallón ligero de tiradores de dicha ciudad, donde, además, era vocal del Consejo de Guerra Permanente. A fines de dicho año, la Regencia de España lo comisionó ante la Junta Suprema de Caracas, en asuntos propios de las relaciones entre esta Junta y la Regencia, que se hallaban interrumpidas. El 27 de enero de 1811 llegó a Caracas con pliegos para los ayuntamientos de Margarita, Cumaná, Caracas, Guayana y Barinas. Poco tiempo después de su llegada, el gobierno de Venezuela lo nombró oficial mayor de la Secretaría de Guerra. El 29 de junio del citado año partió para España por Curazao y Puerto Rico. Este acto, conocido como la «huida de Montenegro», vistas las condiciones en que fue ejecutado y el cambio de su autor hacia la causa realista, tuvo gran connotación en la época y aun en años posteriores. Se le acusó de haber sustraído de la Secretaría de Guerra documentos clasificados; de apropiarse de cierta cantidad de dinero y de un buque. En España se incorporó a la lucha que ésta sostenía contra los franceses y se distinguió en el sitio de Tortosa. En 1816, regresó a Venezuela y se incorporó al Ejército Expedicionario de Costa Firme que mandaba el general Pablo Morillo. Entre los varios cargos que desempeñó con los realistas sobresalen: la presidencia del Consejo de Guerra Permanente de Caracas y la comandancia general de los valles del Tuy (1816); gobernador interino de Maracaibo en 1820, y como teniente coronel, jefe de Estado Mayor del Ejército (1821), con cuya investidura combatió en la batalla de Carabobo (24 junio). De Puerto Cabello partió ese año para España y allí publicó el folleto Exposición que hace a las Cortes el teniente coronel Feliciano Montenegro sobre varios acontecimientos de Costa Firme. De España fue enviado a Cuba (c. 1822), donde permaneció hasta 1827, cuando abandonó definitivamente el servicio español y se marchó a México, donde se convirtió en un inspirador de la revolución para la liberación de Cuba. De México pasa a Estados Unidos (hacia 1829) y desde la ciudad de Nueva York, solicita permiso para regresar a Venezuela (1831), lo cual llevó a cabo y se residenció en Caracas. Ese mismo año publicó un memorial titulado Conducta militar y política de Feliciano Montenegro durante su dependencia del Gobierno español. De 1833 a 1837 se imprimieron en Caracas los 4 tomos de su obra mayor, la Geografía general para el uso de la juventud de Venezuela, el último de los cuales está dedicado a la historia de Venezuela desde 1492 hasta 1836. El tomo 5, que Montenegro Colón pensaba dedicar exclusivamente a la geografía de Venezuela, quedó inédito, o no llegó a ser escrito. El 19 de abril de 1836, inauguró en Caracas un colegio con el nombre Independencia, patrocinado por el general en jefe José Antonio Páez y los civiles José María Vargas y Manuel Felipe de Tovar. Durante la década de 1840 publicó en Caracas varias obras sobre temas educativos, históricos o de autodefensa, entre ellos: Lecciones de buena crianza, moral y mundo, o educación popular (1841), Exposiciones de Feliciano Montenegro sobre la educación (1845), Manifestación documentada en justa defensa de Feliciano Montenegro Colón (1846), Recuerdos históricos y curiosidades útiles, a la vez que escarmentadoras hasta para aquellos que no reflexionen mucho sobre ellas (1847). Hacia esos años se retiró de las actividades docentes y residió en su ciudad natal hasta su fallecimiento. Héctor Bencomo Barrios. 123 guno, el artículo de Guillermo Burke aparecido en la Gaceta Oficial, sobre la tolerancia religiosa. Habla de la instauración de la Sociedad Patriótica en Caracas y menciona el acta del Tratado de Amistad, alianza y unión federativa entre Venezuela y el Estado de Cundinamarca. Y de esa manera, plana y sin la expresión de sentimientos de ninguna clase, quizás siguiendo una conducta que en periodismo se llama objetividad, va marcando los hitos más importantes del año. Solo se permitió hacer puntualmente dos menciones altisonantes: una, para resaltar la importante “mediación inglesa, para la reconciliación de las provincias disidentes de América con la madre patria, la cual fue admitida por las cortes de España por su decreto de 19 de junio, bajo las 7 condiciones que trae Restrepo en su obra citada …” (Pág. 150); la otra, la declaración de la independencia de Venezuela, por el Congreso Constituyente y dice que “Son muy dignas de mencionarse la Proclama del Poder Ejecutivo al Pueblo de Caracas anunciándole haber declarado la independencia absoluta y la dirigida al ejército con igual anuncio, fechadas 5 de julio.” (Pág. 150). Y añade: “… no puede olvidarse el manifiesto que hizo al mundo la Confederación de Venezuela de las razones en que fundó la declaración de su absoluta independencia de la España.” (Pág. 150). Del año 1812 destaca la campaña de las fuerzas republicanas del Orinoco y el historial de Miranda, desde el ejército que lo acompañaba, hasta su nombramiento como Generalísimo, su derrota y capitulación; hace mención de los sucesos relacionados con el terremoto de Caracas y sus repercusiones en lo político y la interpelación de Miranda al clero para que se pronunciara sobre el terremoto como efecto de la naturaleza y no como un designio de dios como castigo por la desobediencia a la Corona. Por último toca el tema de Bolívar y la independencia de la Nueva Granada y la importancia de esta última para la de Venezuela. (Pág. 151). En el año 1813, Viso destaca la campaña del ejército Libertador y todo el trabajo emprendido por Bolívar en el campo de lo militar y de las ideas y su propagación en forma de arengas y proclamas, incluyendo la declaración de Guerra a Muerte por la matanza ejecutada en Barinas, por las tropas realistas, de Antonio Nicolás Briceño y sus compañeros de armas. De esta manera recorre los años que transcurren hasta 1819, en el que le parece importante nombrar la instalación del Congreso de Angostura el 15 de febrero y la Batalla de las Queseras del Medio, sin caer en muchos detalles, con Páez a la cabeza, tras lo cual Bolívar entra triunfante en el sitio de Angostura y pronuncia un “admirable discurso.” En la reseña de los años 19 al 23, puede observarse un cambio importante que es la incorporación de manera cada vez más abundante (ya lo había hecho en el 11 con la Gaceta Oficial), de noticias de la prensa. En 124 el 19 utiliza noticias provenientes de las obras de Baralt20, de la colección Blanco-Azpurúa21 y otras fuentes, pero incorpora prolijamente información del Correo del Orinoco. En el año 21 reseña la instalación del Congreso en la villa del Rosario de Cúcuta el 6 de mayo; un mes después se juramentaron presidente y vicepresidente, ante ese mismo Congreso, Bolívar y Santander. Ofrece algunos detalles de Carabobo y la información del triunfo al Congreso y la entrada triunfal de Bolívar en Caracas y la proclama dirigida a los caraqueños el 30 de junio, apenas unos días después de la Batalla en los campos de Carabobo. Esto lo hace a partir de la colección Blanco-Azpurúa. En el año 1822, describe algunos sucesos de importancia acerca de la 20 21 http://www.ivic.gob.ve/memoria/bios/baralt_rafael_maria.htm. Baralt, Rafael María, nace en Maracaibo (Edo. Zulia) 3.7.1810, muere en Madrid, 4.1.1860. Escritor e historiador. Hijo de Miguel Baralt y de Ana Francisca Pérez. Como Fermín Toro y Juan Vicente González, Baralt nace sobre la fecha de la independencia, crece mientras se lleva a cabo la guerra e irrumpe en la vida pública y cultural del país cuando se ha disuelto la Gran Colombia. Pero el escritor zuliano se incorpora a los hechos de otra manera: pertenece al ejército patriota siendo un adolescente y es testigo de la batalla naval del lago de Maracaibo (24.7.1823). … hacia 1837, por iniciativa propia, comienza a investigar y acopiar los materiales que lo convertirán en historiador. Este empeño personal coincide con un interés colectivo: un proyecto intelectual de envergadura como es el que supone editar el Resumen de la geografía de Venezuela y el Atlas que prepara Agustín Codazzi. Como ha podido comprobarse fidedignamente, tanto en el estilo como en la conceptualización, la presencia de Baralt en este proyecto fue más que la de un simple colaborador. Así nace, con la participación de Ramón Díaz Martínez, el Resumen de la historia de Venezuela en 3 volúmenes, publicado en 1841 en París, adonde había viajado Baralt, comisionado por Codazzi, para ayudar a la elaboración y edición de los trabajos emprendidos. De regreso de su misión editorial en París (agosto 1841) y siempre en calidad de experto, se le encomienda estudiar el problema de los límites venezolanos con la Guayana Inglesa, tema en el que ya Baralt estaba trabajando. Con tal fin viaja nuevamente a Europa, esta vez de manera definitiva (13.9.1841). Tiene 31 años. A las órdenes del ministro plenipotenciario Alejo Fortique, va a Londres y por último se radica en España. De los archivos de Sevilla, viaja a Madrid (1845). Este desarraigo supone para Baralt el cumplimiento de su destino intelectual y literario. Hacia 1843-1844 escribe su oda Adiós a la patria y otros poemas. Se suma a los círculos literarios de España, hace abundante periodismo y se asimila a la vida política de ese país. …Pero la verdadera apoteosis del autor ocurre el 15 de septiembre de 1853 cuando la Real Academia Española lo elige para ocupar el sillón vacante de Juan Francisco Donoso Cortés. En su discurso de incorporación, el escritor venezolano, tras hacer un examen de las ideas políticas de su antecesor, expone su doctrina de catolicismo liberal. El prestigio lo lleva a desempeñar cargos públicos importantes: la dirección del vocero oficial Gaceta de Madrid y la administración de la Imprenta Nacional (1854). En ese momento la República Dominicana, país en el que había pasado su infancia, lo designa como ministro plenipotenciario para pactar con España el tratado de reconocimiento de la nueva nación. Por circunstancias políticas, es violada su correspondencia oficial cuando se discute la interpretación del tratado. España lo desconoce como embajador, lo priva de sus cargos públicos y lo enjuicia (1857). Aunque es absuelto y reivindicado públicamente, su salud queda quebrantada y muere en Madrid a los 49 años. Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 23 de noviembre de 1982. Véase http://www.infobiografias.com/biografia/13859/Jos%E9-F%E9lix-Blanco.html. José Félix Blanco. Nace en Caracas el 24.9.1782 y muere en Caracas el 18.3.1872. Junto a Ramón Azpurúa compiló 14 tomos de los Documentos para la historia de la vida pública del Libertador de Colombia, Perú y Bolivia y Bosquejo de la historia de la revolución en Venezuela, entre otros libros. A partir de 1863 “se dedicó a su ministerio religioso y a proseguir la compilación de los documentos históricos que, ya muerto él, fueron publicados por disposición del presidente Antonio Guzmán Blanco entre 1875 y 1877 en 14 volúmenes, bajo el título Documentos para la historia pública del Libertador con José Félix Blanco y Ramón Azpurúa como coautores. Sus restos se encuentran en el Panteón….” 125 marcha de los ejércitos libertadores y sus movimientos en pro de la independencia de lo que luego serían las naciones libres de América. Recoge en su trabajo, el nombramiento de Zea como ministro plenipotenciario de la Gran Colombia con el fin de fundar la opinión y el crédito de la Nueva República, incluyendo la nota diplomática que este último hace en París, el 8 de abril al Ministro de Negocios Extranjeros en Francia, embajadores y otros Ministros de Asuntos Extranjeros radicados en aquella ciudad para ese entonces. Santander suspendió los poderes de Zea, información que fue transmitida por la Gaceta de Colombia, El Colombiano, El Venezolano y el Anglo-Colombiano. Finalmente, cierra con un bosquejo histórico de los sucesos más importantes acaecidos en el año 1823, en el que destaca las relaciones internacionales y los discursos ofrecidos por Ingleses y estadounidenses sobre la independencia de las naciones de la América del Sur; ofrece algunos detalles sobre la toma y Batalla del Lago de Maracaibo y la posterior capitulación de los mandos superiores de las tropas españolas, que zarparon con rumbo a La Habana. Menciona igualmente la toma del sitio de Puerto Cabello por Páez. Esto lo hace apoyado en la Autobiografía de Páez, en la Gaceta de Colombia y El Colombiano. En términos generales puede decirse que el trabajo aunque acucioso, no intenta la reconstrucción histórica de años tan difíciles y tan ricos en información. Por otra parte, las responsabilidades históricas de los dirigentes españoles en cuestiones de la guerra o de Boves o el genio de Bolívar o las componendas de Santander en contra de Bolívar o el trabajo de espionaje de ingleses, franceses y estadounidenses o las conspiraciones de algunos cuadros patriotas, etc., no aparecen recogidas en el trabajo de Viso. Ejemplo de esto es que la España usurpadora y rapaz queda impune en el tratamiento que ofrece el autor. Es por tanto un artículo que tiende a favorecer el hispanismo en todas sus dimensiones, que si bien no lo legitima abiertamente, lo hace solapadamente. Por otra parte, el trabajo se inscribe en un hacer de la historia muy por debajo de la línea de Baralt o de la colección Blanco-Azpurúa, en términos de detalles y de esclarecimiento o de la formulación de problemas históricos por estudiar, comprender y analizar. IV. CONSIDERACIONES GENERALES Los trabajos presentados por Eloy González, Luis Guzmán, Manuel Landaeta Rosales, Felipe León o Julián Viso, tienen distancias, presentas posiciones distintas, sin embargo, pudiera decirse que tienen tam126 bién similitudes que parecieran proceden de un marco general para la realización del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, que pareciera enrumbarse hacia un cierto enciclopedismo. Todos los trabajos presentados en el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, son de corte descriptivo. Los trabajos periodísticos de Eloy González, Luis Guzmán, Manuel Landaeta Rosales, Felipe León, muestran un periodismo apegado a las formas literarias y con muy poco empuje en este aspecto, incluso admitido por González y Guzmán. Es un periodismo que se enfrenta a una sociedad conservadora y por lo tanto, limitada en materia de libertad de expresión. Los trabajos de corte histórico, se elaboraron a partir de esquemas cronológicos como son los casos de Manuel Landaeta Rosales y Felipe León que tiene que ver, a nuestro juicio, con la idea central que animó la realización del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, dicho en sus propias palabras: “que sirva de término de comparación entre la civilización que se extinga y la que se implante.” Muestra de las ideas pesimistas de la historia y del porvenir. V. FUENTES DOCUMENTALES Y BIBLIOHEMEROGRÁFICAS Arcaya, Pedro M (1983). Memorias. Ediciones Librería Historia, Caracas Ardao, Arturo (1978). 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Corresponde, pues, acercarse a la occidentalización de América Latina, caso venezolano, mediante reflexiones que la propia occidentalización ha creado para comprenderse críticamente a sí misma y a la construcción de sus otros, espacio de afirmación pero también de interrogantes. Acaso lo diga mejor Le Goff: «La palabra “Occidente” no me gusta, pronunciada por los occidentales tiene un contenido de soberbia para el resto del planeta» (2005). También conviene advertir que estas páginas son sólo una “hipótesis” de trabajo, un ejercicio con riesgos, pues deja hablar al lenguaje: el discurso es el tema, no un recurso para tratar el tema (Potter & Wetherell, 1991). I. UN PUNTO DE PARTIDA, SI BIEN PUDO HABER SIDO OTRO… Thomas Mann abre José y sus hermanos con la siguiente frase: «Hondo es el pozo del pasado. Es más, podríamos llamarlo insondable» (2000, p. 15), para, poco después, aludir al saber de la memoria y enfrentarse a la cuestión de que «[en las] leyendas fundacionales no queda en absoluto aquilatada toda la profundidad del pozo» (p. 16). Vayamos otra vez a Le Goff: «Para comprender verdaderamente el pasado, es necesario tener en cuenta que los hechos son sólo la espuma de la historia. Lo importante son los procesos 1 Vínculo, red, emboscada, atadura, amarre, cordón… 133 subyacentes» (2005). Por otra parte, no perdamos de vista que el pasado sólo se puede eliminar «si se eliminan todos los sujetos que van llevándolo» (Sarlo, 2007, p. 10); por lo que agregaríamos nosotros a esos procesos subyacentes: …los sujetos y sus producciones, ergo, memorias sociales, cuyo lugar viene a ser construido por todo a la vez, en desorden, con accidentes, con sobrantes, pero con todo ello a la vez: lo visible y legítimo, lo invisible y marginal. Nos enfrentamos en esta disertación a una pregunta viva: ¿quiénes somos?, y esa pregunta remite a ¿hay una identidad: individual y colectiva?, y esta, a su vez, a ¿lo que somos pasa por lo que fuimos, al fin de cuentas, somos lo que hemos sido?, de ahí el salto grácil a ¿cuál es el lugar de la memoria en nuestra propia definición?, luego, fatalmente, desembocamos en el delta del tiempo: ¿hay un origen, hay un principio? Las cuestiones que orientan las lecturas que aquí vamos a pretender sobre ¿quiénes somos?, inevitablemente se tornan de corte ontológico, si bien de inmediato de corte hiperbólico (acaso en el sentido de Sloterdijk), es decir, crítico siempre y cuando pueda seguir interpelando todo intento de verdad incontestable. Proponemos revisar un testimonio paradigmático de la historia venezolana, nos referimos a una colección de textos que vieron luz en 1895, misma que daba cuenta del desarrollo actual de las letras, las artes y las ciencias de entonces en el recién fundado territorio nacional. El llamado mundo occidental, al cual no era -de muchos modos- ajeno la fundada república, atravesaba la consolidación de los Estados Nacionales y, en ese mismo orden, las preguntas por identidades locales cobraban cada vez más sentido. Sin entrar en las diferencias que se pudieran estar dibujando tempranamente entre las versiones provinciales “allá” o “aquí”, nos interesa poner en alza -como hemos ya adelantado- la dimensión de la pregunta “¿quiénes somos?”, y los distintos periplos que suelen acompañar a la voz que la profiere, de dondequiera provenga la misma, tanto como los artificios al uso para que aquélla no quede en suspenso. Nuestra propuesta se asoma a tres apóstrofos, los cuales esperamos queden bien notificados en el recorrido analítico de los ensayos escogidos para esta primera aproximación, esos puntos son: 1) las memorias sociales borradas, 2) una no conciencia del mestizaje como compleja sumatoria de otros, 3) la tensa (o negada) relación entre la cultura oral y la cultura escrita. Hemos hecho el ejercicio de separar por incisos aquello que en cambio cursa tramado, múltiple y sin reposo. Quizá sea de este último modo como llegue al lector en virtud de preservar, en lo posible, la forma del acontecimiento o, lo mismo, que las interpretaciones que aquí ofrecemos no cautericen la vitalidad de los textos que las han inspirado. 134 Tomado en las manos el volumen del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes (Caracas, MDCCCXCV), el libro intenta un inventario de la actividad intelectual del país: qué se ha hecho en varios órdenes de la vida pública, y si bien es imposible abarcarlos a todos, lo que sí desprende el acercamiento a su contenido es la insistencia en compactar una idea de lo nacional, conforme algo que nos distingue de otros (fíjese que no el aceptarnos como otro, sino buscar en las estelas legitimadas de lo que no somos, lo que deberíamos ser, ahora como proyecto nacional); abordar el Primer Libro, ni mucho menos de manera exhaustiva, ha sido seguir cada escrito de acuerdo a la relación que cobra en el conjunto de la obra y, después, escoger, en particular, tres ensayos que nos ha parecido buen pretexto para leer la historia, de finales del XIX, en un territorio que había estado en armas todo ese siglo y se abría a sus primeros pasos en la vida civil de cara al moderno siglo XX. No es de extrañar, acaso por eso mismo, que la minuta de este esfuerzo editorial, logrado en dos partes, nos remita al naciente país que debe buscarse en los bordes de sus luchas de independencia, debe examinar aquello que los calores emancipadores no dejaban ver o impedían registrar, esto es, la vida que corría paralela a las armas, a los baños de sangre, al exclusivo mérito marcial. Decíamos: leer la historia de finales del XIX, pero leerla desde el presente (no podríamos hacerlo desde otro lugar): “El pasado, para decirlo de algún modo, se hace presente. Y el recuerdo necesita del presente porque, como lo señaló Deleuze a propósito de Bergson, el tiempo propio del recuerdo es el presente: es decir, el único tiempo apropiado para recordar y, también, el tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo propio.” (Sarlo, 2007, p. 10), y leerla para preguntar quiénes somos, es decir, qué testimonios de la hora decisiva de nuestra vida civil hablan del proyecto de país que se forjaba y ha forjado presumiblemente una ontología íntima o, si se prefiere, venezolanidad, para decirlo con osada anticipación. Dicho texto se convierte, así, en la necesaria memoria civil que faltaba, puesto que hasta ahora la Historia de la joven nación sólo podía abrevar de la memoria militar. Y no deberá sorprendernos el difícil trabajo de remontar a la fornida, si no única, huella del pasado: las gestas independentistas, las luchas intestinas, el catálogo de enemigos y héroes. Había que asirse de alguna parte para empezar a ser y ese apoyo no se despegará pronto de los próceres ni del enaltecimiento a la patria, en tanto fundadores de la república, en todo intento de definir adónde pertenecemos. Pero ello choca con ulteriores consecuencias, en particular, con una negación fundamental: que ya habíamos sido antes, no sólo en formas inútilmente irrastreables (el mito del origen que tanto molestaba a Nietzsche), sino en expresiones más próximas provenientes de culturas autóctonas. La actitud ante el territorio fundado en tanto República que traía 135 consigo la glorificación de un pasado heroico, ha actuado sin pretenderlo en la disminución -hasta hacerle desaparecer- de los “otros orígenes”, si suponemos todo comienzo una presunción y una tentativa; “medianos orígenes” al permitirnos llamar así a los habitantes del Continente e Islas “descubiertos” al minuto del “descubrimiento”, ahí en el lado oscuro de la cartografía marítima al uso: “el Nuevo Mundo”. Los héroes de la patria, la acentuación de su papel en la construcción de ‘lo nacional’ anularon el sentido de rastro, de archivo, de memoria que guardaban las distintas culturas pre-coloniales, los moradores de la misma tierra. Y ello lo notamos en el tejido escritural que el Primer Libro Venezolano termina trazando en torno a una peculiar glosa historiográfica de “La Historia Patria”, que por mucho que se busque “lo que somos” en las letras, las artes o en las ciencias, insiste en aparecer sin remedio los insignes hombres y los insignes hechos que nos dieron un lugar (en ese “Nuevo Mundo” que, según, había dejado de ser el mundo que ha sido). Y así leemos: …“llevando en las venas la sangre de Bolívar” (Arismendi Brito, 1895, p. 17), al referirse a los mellizos Esteller, sabios incomprendidos, o “lo aduzco en nombre de la Patria” (p. 18), a propósito de la germinativa familia de poetas Calcaño. …“la esperanza por sostener el fervor de las leyes patrias” (Lameda, 1895, p. 103). “¿Dónde estaban entonces los que hoy ultrajan la memoria de los libertadores?” (Baralt, 1895, p. 111). La empresa colonial mermó en la tierra conquistada, sobre todo, a saber, al indígena, no sólo con su aniquilamiento físico sino más aún con el aniquilamiento simbólico: imponiendo sus producciones culturales sobre las suyas, imponiendo su lengua sobre las suyas, sus creencias y fetiches sobre los suyos. El Venezolano, sujeto con un espacio reconquistado ahora con límites territoriales con nombre propio, el sujeto apropiado de un espacio, recuerda un siglo de luchas emancipadoras a través de homenajes y gratificaciones de todo orden, pero olvida (por lo menos, tres) siglos de memoria cultural: ni lenguas, ni creencias, ni fetiches y, sobre todo, niega otro pasado que no sea el que la empresa colonial puso a circular al plantar sus huestes y ejercer su fuerza. Ello poco favor haría, como poco favor hace en cualquier lugar, tiempo y cultura, a aceptar un origen diverso y conflictivo, siempre problemático como, por cierto, todo origen supone. Impediría aceptar que mientras se achaca exclusivamente a la Corona su empresa de devastación identitaria primigenia se está suprimiendo la propia cooperación, en tanto continuidad en dicha empresa, conforme la Historia Nacional se ha admitido como el comienzo oficial que marca la carta de naturaleza del venezolano y de lo venezolano a partir de librar y liquidar el yugo conquistador. Una paradoja que multiplicará sus efectos ineludiblemente. 136 Es “Occidente”2 quien nos vierte en la lengua que se torna dominante y es ésta la que traduce formas y prácticas del catolicismo, el cual hace posible estructurar un nuevo orden social que imprime naturalidad a una manera de ser cuya memoria estaba siendo en un caso, abolida y en el otro, ignorada. La necesidad de preguntarse por quiénes somos pasa, en efecto, por las empresas de la conquista de 1492: la iglesia, la lengua (la relación habla-escritura), los hábitos foráneos, la dilapidación y ultrajes, las guerras de independencia. Es fácil suponer que la complejidad del proceso de “definirse” como “nación” no estaba exento de impaciencias, traumas, contradicciones, zozobra e, incluso, fidelidades y culpas; en esto la revisión de las historias secundarias, adventicias, anexas, son clave para dialogar con las interpretaciones de una época que iba haciéndose a sí misma como si se considerara, muchas veces, fuera de sus procesos de construcción. Así arriba “lo nacional”, pero lo nacional a su vez plantea a su otro, lo supranacional: lo que estaba en juego, de modo inédito, era el carácter colectivo de un pueblo compactado hasta ahora sólo por sus anhelos de liberación del dominio colonial, ello a expensas de un desflecado tapiz de subjetividades más que anónimas, ignoradas. La más silenciosa consecuencia temida habrá de ser que lo cívico derive en chauvinismo, es decir, “confluir en las mismas oscuras depreciaciones, en los mismos pantanos, como si el resto del mundo no existiera” (…) “empecinados en demostrar que las vicuñas son más bonitas que los alces” (Sánchez, 1974, p. 7). Así topamos con el nudo problemático memoria/historia “porque la historia no siempre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía de una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos del recuerdo (…) hay algo intratable en el pasado (…) no es siempre un momento liberador del recuerdo, sino un advenimiento, una captura del presente” (Sarlo, 2007, p. 9), sin duda el pasado, lejano y próximo a la vez, nos permite proponer como “recuerdo” no la mera invocación de un pasaje pretérito e individual, sino la resultante de un universo que incluye a los otros e influye sobre el presente que se considera lo ha rescatado del tiempo ido. Síntesis de una lógica temporal otra. De acuerdo a cómo asumamos la historia, su comprensión, su constitución en tanto ajena a un movimiento teleológico, antes por el contrario, agreste y quebradiza, se “define una conciencia nueva para examinar los textos de la historia oficial y descubrir los lugares de sus exclusiones, sus censuras, sus gestos de conjuración. (…) hace que aparezca la complicidad entre el discurso «positivo» y lo que arroja en otra parte que se encuentra reforzada y prácticamente redoblada.” (Sollers, 1992, p. 145). 2 El entrecomillado va en el sentido que abre estas reflexiones con Le Goff. 137 ¿Acaso solemos convenir el pasado en el presente?: nuestras prácticas más rutinarias así como las del saber especializado sugieren que seguimos considerándolo una entidad aparte, casi inescrutable en sí misma, porque se lo ha espiritualizado y fantasmatizado (Enaudeau, 1999) a tal punto que hace creer que lo reverenciamos a través de ofrendas (objetos de culto: monumentos, fotografías, memoriales), en tal sentido, presentificado (Agamben, 2007), y no que ya es ahora (no a través de monumentos, fotografías, memoriales, más bien en la construcción intersubjetiva de éstos). No hacia el pasado sino pasado presente, dimensión temporal no como apéndice que viene de otra parte. De la misma manera, la distancia que plantea la pretendida recuperación presente de lo pasado, la cual obligaría a una imposible reposición exacta y perfecta, se anula al advertir en el presente -ejemplo dilecto- lo residual tanto como la tensión lingüística antes/después de la que no logra escapar. El pasado, en fin, para decirlo con Agamben: “nunca podrá reducirse completamente a «hechos» que se puedan suponer históricamente acaecidos, sino que es algo que todavía no ha dejado de acaecer.” (p. 69). Es de este modo como asumimos la lectura del Primer Libro Venezolano conforme testimonio (textual, si se prefiere y, en cualquier caso, materia susceptible de interpretación) en el cual pueden hacerse lecturas epocales, ni a guisa de intermediario ni como fórmula indirecta, más bien tal lo hemos aclarado, pasado que es ahora (como el nacido débil de Courtoisie), que se resuelve y se disuelve constantemente en elaboraciones de memoria e historia. Echemos un vistazo al libro, digamos que su estructura responde al siguiente orden: Primera parte: Las buenas letras Las ciencias Las bellas artes La Bibliografía Segunda Parte: La antología general Las notas biográficas El índice Abre la lectura el “Discurso Preliminar”, por el doctor Rafael Fernando Seijas, de ahí este extracto: “…la universalidad de fines con tanto ahínco y calor perseguidos, como los expuestos en las páginas siguientes, que abrazan toda la historia de un pueblo que nació a la vida independiente con gran 138 suma de elementos para ser, en lo futuro, rico por naturaleza, grande por la probidad y respetable por la justicia.” (1895, p. A). El paseo por ese homenaje “a los venezolanos que en cualquiera de estos ramos haya contribuido al progreso de la patria y a su cultura” (p. A), comienza y sigue así: “Historiadores de Venezuela”, “La poesía lírica en Venezuela: estudio sobre su progreso y estado actual”, “Teatro Nacional”, “Estudio sintético: acerca de los oradores seglares de Venezuela”; “Oradores sagrados: somero estudio”, “Revista de autores didácticos e institutores”; “Instrucción popular”; “De la influencia de la literatura: en la legislación de las naciones y en las instituciones políticas”; “Carácter nacional”; “Informe sobre el periodismo en Venezuela”; “Ojeada al periodismo político”; “Escritores venezolanos”; “La imprenta en Venezuela”; y un largo etcétera. Mucho de los trabajos citados u otros más que se ha omitido por no agotar la lectura en la sola enumeración, algunos de ellos se dedican a inventariar, esto es, a ejercer función de archivo, por ejemplo: cuándo, cuántas, dónde y quiénes trajeron la imprenta al país; o cuáles, hasta la fecha, los diarios de circulación nacional y regional… Otros trabajos, en cambio, disertan sobre el estado de cosas, cómo se tensa el presente de la República desde distintos codos de la vida nacional: el teatro, los escritores y sus obras, los historiadores así como narraciones historiográficas, la situación actual de la pedagogía o el periodismo, los avances técnicos y científicos, los progresos de la medicina y la salud pública o los adelantos de la ingeniería… Más allá de que estos contenidos vagamente recuerden la concepción de los artículos de la Encyclopédie (Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios, publicado en París, 1751-1772), en cualquier caso bien a través de la agenda o bien a través del desarrollo de asuntos temáticos específicos, se va labrando una textura de memorando que, en efecto, hace memoria. Lo que nos proponemos en esta comunicación es adentrarnos en ese hacer memoria con el ánimo de comprender qué ha definido lo que somos a partir de nuestra memoria civil (finales del S. XIX) y la excusa del Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes (1895) o, más precisamente, de los siguientes tres ensayos contenidos en éste: “La poesía lírica en Venezuela: estudio sobre su progreso y estado actual”, por el General Pedro Arismendi Brito; “De la influencia de la literatura en la legislación de las naciones y en las instituciones políticas”, por León Lameda y “Carácter nacional”, por Rafael María Baralt; nos permitan acaso leer signos del ser venezolano en tanto búsqueda de aquello que nos hace. Objeto insoluble que muestra su imposibilidad conceptual y abre el espacio para hacerlo pregunta. Si bien, la seducción de Levinas (1997) sobre los efectos de la prisión ontológica de la identidad nos interesa, también es cierto que en relación a 139 un espíritu colectivo emergen señas que estabilizan maneras de ser, luego está ahí la cuestión: no buscamos una identidad nacional (o, al menos, desconfiamos hallarla), buscamos maneras de comprender una suerte de originalidad compartida, una especie de todos bajo la tensión de lo permanente y lo no permanente, eso que Ricoeur (1999) designa como lo que “orienta el pensamiento hacia esa combinación de los rasgos de la permanencia y del cambio.” (p. 218). Luego, qué justifica la elección de estos tres ensayos, lo resumimos como sigue: la poesía entendida como la expresión de la nación liberada, el minuto glorioso del republicanismo: ya se puede poetizar, pues el país al fin está libre del yugo colonial y sus consecuencias montaraces, se precisa postular el carácter nacional. II. LO CALLADO Y LO SONORO: VOCES Y RETUMBOS DE UNA MEMORIA HISTÓRICA Uno encuentra en el Primer Libro Venezolano, más que una contestación a Julio Calcaño, una prueba del signo de la falta que atraviesa la vida colectiva ‘nacional’, suerte de imperiosa necesidad en demostrar que hay una intelectualidad pujante que sobresale por méritos académicos indudables, pero lo que esto no deja ver es que aquel vasto esfuerzo ignoraba en su afán de reconocimiento todo aquello que pujaba igualmente si bien no fueran las luces su carácter, con lo cual la semblanza de “lo nacional” exigía la elisión o clausura de órdenes diversos, cotidianos y difusos como si éstos no conformaran con cualesquiera otros lo que se iba constituyendo como país. Leamos una crónica de la época, recogida en El Cojo Ilustrado (1894), sobre el funcionamiento y el usuario del transporte público (el tranvía a tracción animal): (…) Eran las diez de la mañana cuando subí al carro del tranvía Caracas en la Estación de Candelaria, con el propósito de estar en la de Palo Grande á las once y treinta y cinco minutos (…) Subí, como he dicho, al carro, en el que ocupé el único puesto que hallé vacío (…) Cinco minutos debíamos esperar para ponernos en camino (…) No se nos hizo pesada la espera, divertidos como estábamos, presenciando los adelantos del cochero en cierto trabajito de filigrana que de tiempo atrás tenía emprendido y que consistía en dirigir á cierta criada del contorno palabras de almíbar (…) No era posible partir sin colector; éste más positivista que su compañero, se ocupaba a la sazón en despachar media docena de empanadas en la esquina. Fue el cochero a llamarle y al cabo de otros cinco minutos regresó acompañado del granuja que, henchidos los carrillos y relumbrosos los labios, subió de mal talante a la plataforma del vehículo. (p. 417, 2do renglón). 140 Mientras se escribe el Primer Libro, se escribe al mismo tiempo las facciones de lo otro que éste suprime: el mestizaje como operación compleja de encuentros menos biológicos o étnicos que culturales; de ahí “Caracas”, de ahí entremezclado con un castellano a veces barroco la palabra “cambur” que encontrará el lector si avanza en la crónica del día, de ahí varias sospechas sobre la voz “colector” que acaso ha roto contratos con “revisor” o adeuda secretas cuentas con la figura del monaguillo que hace la colecta, puesto a puesto; pero también he ahí “positivista”; ni más ni menos como el Texto según Barthes (1974), cuyo signo es la travesía: se mueve, va y viene, se trata de un vaivén incesante cuya legitimación no se juega en la materialidad, sino precisamente en ese movimiento sin reposo, viaje del significado, construcción incansable, recíproca, discontinua, hecha de la suma de excedentes inclasificables y de espurias o titubeantes fuentes. La idea que domina la época (que traspasa las temidas si no aborrecidas fronteras que marcan lo supranacional) impide leer lo fraccionario, de ahí que se lo obligue a funcionar como el todo, lo cual influye sobre una mirada recortada de lo venezolano, incapaz de convivir con tranquilidad respecto a la relación “lo que somos/lo que deberíamos ser”. Un deber ser que supone que hay prescripciones para llegar a ser y no que ese “llegar a ser” se está haciendo en cada afirmación tanto como en cada vacilación (vale agregar: afirmación, ¿respecto a?; vacilación, ¿respecto a?). Lo supranacional, dispositivo que complementa y cohesiona lo nacional, alberga contrarios y reversos: Arismendi Brito, busca lo originario en Grecia no en lo pre-colonial ni en las primeras horas de la conquista; Rafael María Baralt, al interrogar las raíces nacionales apela al Enciclopedismo y a la Ilustración para pensar lo aborigen y lo criollo; León Lameda, al igual que tantos de sus coterráneos, sienta sus reflexiones siguiendo el itinerario histórico a partir de Grecia, Roma, y así; no pasa por las culturas de los medianos orígenes ni, por cierto, tampoco Egipto. La historia del S. XIX se estaba escribiendo desde la ruptura con La Corona Española a la vez que desde la consolidación de paradigmáticos signos del “Occidente” de la que aquella es parte. Así, al mismo tiempo, en un movimiento paralelo, se niega y se afirma “Occidente”. Renuncia y cesión. No sólo se ejecuta la supresión de la memoria pre-conquistadora (y la de los siglos iniciales), se inscribe otra memoria que penetró en lo que éramos y, en tanto tal, también nos es. De lo que se sigue la demarcación de otra frontera distinta a la geográfica, pero cuya relación con ésta completa un trabajo de disimulo que vale la pena mostrar, pues la inadvertencia de la otra frontera –resultado del interés que se dirige sólo a la primera- desprende efectos no de escasa resonancia y que se suelen atribuir al problema puramente limítrofe en términos físicos. Hablamos del aparato “nosotros/ellos” (Mouffe, 1996) que guarda en su seno 141 las claves de deslegitimación de lo distinto. Aparato que al activarse en un sentido, se activa también en el otro y para ambos con arreglo a dónde se sitúa el sujeto validado (esa desmembración naturalizada entre “lo que debemos ser o no debemos ser”). No deja indiferente que para finales del S. XIX esta intelectualidad emergente, ganada al propósito de destacar los talentos de la República (y no sólo los de la elite que ocupaba el primer plano de la vida nacional), no se percatara en realidad de lo venezolano, comoquiera que ello fuera comprendido a esa altura, en tanto indisolublemente ligado a una tierra confluida por lo exterior: el conquistador español y el negro esclavo, por citar los vértices más salientes, aún si se hubiera querido borrar la impronta de la empresa colonial o si se hubiera podido impedir el maridaje entre pieles y rasgos distintos, aún así eso no habría evitado el abono que aquellas culturas trashumaron sobre ésta. El proceso complejo e inevitable del movimiento oscilante entre “lo propio” y “lo ajeno” no acata, como casi nada por lo demás, un régimen maniqueo: lo mejor y lo peor apenas si se trata de un balance, por lo común, interesado y adosado a privilegiar o sancionar lo que sirve a lo fines de la época. Así, frontera supranacional donde lo exterior también está adentro, pese a que no se acepta que opera este sistema de múltiple margen, el cual trastoca la relación interior/exterior. En el “Carácter Nacional” de Rafael María Baralt (1895), leemos que: “en medio de la más perfecta igualdad en el idioma, en la legislación y en los usos, se veía con asombro convertida la América en un gran pueblo sin tradiciones, sin vínculos filiales, sin apego a sus mayores, obediente sólo por hábito e impotencia.” (1895, p. 109), Baralt señala como una de las causas capitales de ello “la falta de instrucción general, y muy particularmente la del cultivo de las bellas letras.” (p. 109) y aunque atribuye un valor metafísico al intercambio literario (entonces inexistente), es precisamente esto lo que empujaría hacia la indiferencia o depreciación de la metrópoli y, en un segundo plazo, a la salvaguarda del primo carácter, pero nos está asomando, sobre todo, una verdad subterránea: el peso de la oralidad sobre la palabra escrita. Ésta última vino a ocupar un lugar (precario) a finales del S. XVIII y, más bien, como empresa no colonial. Así las cosas, la escritura no conforma parte de la herencia (más aún en este caso por no haber sido Virreinato, efectos a posteriori, nos lo avisa Arismendi Brito (1895): la imprenta, acota, deja de ser monopolio de Caracas u otras capitales, lo cual estimula el concurso y difusión de obras, sin embargo más adelante deja entrever que tal expansión abarcará el problema de los talentos desconocidos, pero no el del analfabetismo, reafirmando inadvertidamente, una cultura oral o cuasi-ágrafa, al menos en lo que al alfabeto latino se refiere). Luego, el lenguaje y su papel activo en 142 lo civilizatorio no pasa por la escritura. Queda exclusivamente en manos de la religión y la iglesia el trabajo de marcar los límites, de proscribir, privados del papel liberador de la escritura (sobre todo literaria). Recordemos que la escritura para Bataille (1997) ocupa el lugar de la transgresión allí donde la prohibición hace su trabajo (indisoluble del lenguaje en tanto activo en el civilizar). Si la escritura no tramitó su relación con los límites, lo prohibido, qué lo tramitó y cómo o, en otros términos, qué ocupa el lugar de la transgresión: siendo que impera una cultura oral que se verá favorecida por redes, éstas sí abiertas y proclives al intercambio, donde lo otro foráneo (lo negro, lo pardo, lo criollo e, incluso, lo blanco filtrado o lo que cada vez más iba quedando de todo ello hasta confundirse en una complejidad indecible) constituye una retícula, vivida como propia, a modo de rituales diversos: el cultivo de leyendas o el cuento, músicas, danzas, gastronomías ancestrales y mixtas, religiosidades marginales, juegos, etc., todas formas de la memoria, sustentadas por la palabra hablada no exenta, por cierto, de la eufonía de una lengua secretamente pervertida, atravesada por la dimensión del otro en refranes, dichos, consejas, barbarismos, ritmos, voces en fin, hablando por nosotros. Prácticas, cuyo ejercicio de exilio y acogida construyen ingeniosas operaciones de forcejeo con lo instituido. Agamben (2007) dice: “podemos afirmar que la finalidad del rito es resolver la contradicción entre pasado mítico y presente, anulando el intervalo que los separa y reabsorbiendo todos los acontecimientos en la estructura sincrónica. (…) el rito es entonces una máquina para transformar la diacronía en sincronía…” (p. 106-107). Movimiento cardinal en la elaboración de hitos de memoria, ello nos puede dar claves sobre la labor de archivo (tantas veces de semblante anacrónico) que desempeñan en un presente ceremonias, cultos, celebraciones o sus vestigios y variantes actualizadas. El mito, para Benveniste, según Agamben, “reproduce” en “acciones” (p. 99). Archivo, pues, no meramente con función de acopio, sino capaz de reparar las mutilaciones repetidas fruto de dicha contradicción: la hiperinflación de pasados míticos frente a presentes sin objeto, condenan a una nostalgia que lo ritual hace menos implacable, acercando el pasado doblemente inalcanzable (por ajeno y por la opulencia de sus méritos) al presente de magra palidez prosaica. Y aquí la figura no es retórica: el General Pedro Arismendi Brito (1895) en “La poesía lírica en Venezuela. Estudio sobre su progreso y estado actual”, señala que en “la guerra de independencia, los poetas pre-independentistas no tenían lumen porque tampoco lo tenía la Corona” (p. 14) y, más crudamente, “ya poseídos de estro valiente” (p. 16) exalta el verso sobre la prosa, la cual se deja colar como ejercicio narrativo baladí. Pensemos que la prosa, refiere a la condición cotidiana, menuda, encarnada de la existencia; la poesía se le 143 opone porque versifica loas que separan muy bien las tareas transcendentes de las tareas corrientes. Esta operación no es inocente, antes bien confirma el lugar de lo legítimo y, en consecuencia, el que no lo es (por ende, el que pasa a ocupar lo marginal o secundario). Dos coincidencias interesantes entre los ensayos de Pedro Arismendi Brito y León Lameda (1895): en el primer ensayo se achaca a lo mozárabe el numen de España, en el segundo ensayo se agradece a la Escuela de Alejandría los méritos literarios (y otros) de “Occidente”. Sin embargo, esta legitimación de lo otro de la civilización hegemónica (a dos niveles: España como rectora de parte de América y Europa como rectora de España; sobre cada una la influencia de imperios caídos) para nuestros autores no deriva hasta la vivencia local ni tampoco enfoca las hendijas por las cuales se escapa aquí a las hormas de lo mismo, verbigracia: hacer de la lengua heredada uso propio, flexible, que burla la ortodoxia lingüística, juega con la sintaxis, y consigue su timbre; a lo sumo resulta una dimensión del “idioma” que se torna fosca, aunque habrá de ser el signo distintivo de “todos los colonizados” (no sólo en América). Arismendi Brito (1895) apunta sobre el encanto de la música de las palabras al poner la poesía por encima de la prosa, acaso esa advertencia de sonoridad está apelando a una negritud que se esconde al no ser nombrada, ya que asumirla supondría entrar en la cuestión civilización/brutalidad por una vía que excede, si no denuncia, la idiosincrasia de aquella hora del siglo; gusta la oda a las glorias patrias y sus augustos próceres, pero no las vicisitudes anodinas y parroquiales; gusta el verso sobre la prosa y aquí se asoma el peligro de “la identidad múltiple negada”: la redimensionalización de la negritud no entra como parte de la experiencia estética de la poesía, sino que ese gusto se justifica en las loas homéricas y procesos posteriores afiliados a la cultura helénica (como, por cierto, también lo deja claro Lameda, 1895); así, se opacan otras influencias sobre la lengua y las pasiones literarias que desata, dando por su puesto lo bárbaro que no somos y debemos evitar, versus lo civilizado que no queremos copiar pero que podemos y deberíamos ser: “en nuestros corazones bulle sangre de aquella estirpe, toda poesía, que brotó de la raza árabe en las fecundas márgenes del conquistado Betis.” (Arismendi, 1895, p. 13); “Por nuestra índole un tanto oriental nos ocupamos más en las galas y sonoridad de la estrofa que en el sustantivo de la composición: podría decirse que casi nos esmeramos únicamente en hechizar el oído con dulces cadencias y en deslumbrar la fantasía con hermosas imágenes, sin cuidarnos de dar al juicio, sosegadamente activo, el pasto de breves momentos.” (p. 14). La no escritura como parte de un acervo fundamental que, sin embargo, no dejó por fuera el resto del edificio cultural llamado “Occidente”, produjo 144 entonces una mutilación de doble intensidad: primero, la lengua impuesta se posó sobre las lenguas preexistentes y terminó ocupando el lugar del habla; segundo, la religión, los cultos asociados a ésta y prescritos como asiento de civilización, acabaron potabilizándose gracias al dominio de la lengua impuesta. De ello se sigue que dos veces, por lo menos, la dimensión del lenguaje y sus manifestaciones (orales o no) han hecho la marca que separa la especie de la cultura: “Uno no se humaniza solo. El sujeto surge del viviente por la operación del lenguaje. Lo que lleva a admitir la anterioridad del Otro (...) sobre el sujeto, y a localizar el nacimiento subjetivo a partir del Otro primordial.” (Ansermet, 1997, p. 526). Otro primordial que arrastra lo invisibilizado y lo visible conjuntamente con lo que ya no puede dejar de ser (y es): que se habla y se reconoce la casa del lenguaje desde una segunda lengua, sin memoria de la primera a no ser por jirones de sentido que abarcan los rincones del rito. Pero la lengua que domina, la que se torna a su modo primera, a su modo también imprime los cambios que otras lenguas (y rituales) le atraviesan; así, la “lengua heredada”, es lengua que designa raíces múltiples: es la lengua de Castilla musitada por los corrillos andaluces (las memorias de la medina en los tiempos de Al-Andalus), por las oscilaciones pre-coloniales, por las sonoridades de África, etc. Otro primordial (el lenguaje en tanto nos hace sujeto), como decíamos, generador de lo subjetivo en lo viviente si marca el nacimiento precisamente de esa distinción (viviente y sujeto), podría informarnos por su doble condición (flecos dispersos de memoria disueltos en una estabilidad que se vuelve supremacía, así el Otro primordial dos veces opera conforme lo atávico “autóctono” y lo atávico “occidental”) cómo el nacer del sujeto soporta una ruptura y una reinauguración en la corriente simbólica que acaso habla de sobre-posición de, al menos, dos nacimientos del sujeto, ergo, la declinación de uno a expensas del surgimiento del otro (siendo, por cierto, el mismo y distinto). He ahí una de nuestras marcas de la diferencia, acaso una preeminente o dominante. De la misma manera, lo nacional se conforma en un doble movimiento que tira en direcciones contrarias: la prioridad de reafirmar lo que se es y negar que se es conforme una ineludible diversidad. De ahí, la tensión que exponíamos antes: se echa sobre el conquistador la culpa genocida que aniquila al poblador originario, pero se ignora el efecto de desleimiento sobre el poblador originario llevado a cabo mediante la aceptación del mandato de “origen” a partir de “los hechos” independentistas: la Patria Reconquistada y sus Libertadores se convierten en Mito Fundacional, anulando así la memoria anterior y, en general, desacreditando la memoria colectiva; luego, lo ancestral no puede sino hallar lugar en la leyenda, el cuento, la música, la danza, gastronomías, 145 religiosidades, juegos, etc., en los susurros de una lengua híbrida que habla en los espacios secretos del rito para evitar la pena que cobra el incumplimiento de la expresión y timbre canónicos. Ante la falta de la palabra articulada en tanto escritura, se hace memoria, se hace perdurable el acontecimiento con todo aquello que brota alrededor de esta ausencia y su régimen de supresiones. Como sostiene Levy-Strauss (en Agamben, 2007): “La función propia del ritual es (…) preservar la continuidad de lo vivido” (p. 98), un saber no sabido que garantiza la conservación de la memoria proscrita. Suerte de fósil parlante, actuante que en la medida que invoca lo que fue, es; así como en la medida que es influye lo que fue. Sacudida del pasado presente. Que no se puede silenciar como tampoco se puede imponer. Aparecerá ahí donde es negada, se resistirá ahí donde se le obligue a surgir. Con Foucault podríamos argüir que huye del saber-poder institucionalizado (1997). Lameda (1895) en “De la influencia de la literatura en la legislación de las naciones y en las instituciones políticas”, desliza que la única dotación/donación que se debe/adeuda a la Corona es la Religión y no, por ejemplo, la Lengua al dejar este activo como un a priori. Y que ese legado permitió, en efecto, un ordenamiento social imposible de llevar a cabo sin tal aparato de control; luego, acaso tenga en parte razón: la Iglesia vino a ser al territorio bárbaro descubierto el equivalente a Las Siete Partidas (de Castilla, S. XIII) en el Reino de España, no por una supuesta pretensión de justicia bien administrada (por medio del tratado que otrora se llamara Libro de las Leyes), sino más bien por la facultad de regular el funcionamiento de aquella sociedad. Lameda, privilegia este “don” de la Iglesia, del Cristianismo, como un bien supremo que prescribe los rasgos indudables de lo civilizado, aunque no lo expresa en términos de “Catolicismo”, como si omitir llamarlo por ese nombre, fuera a su vez omitir (o corregir) la influencia de la Corona, esto es, suponer, tal cual, que el Proyecto de Roma fuera distinto del Proyecto de Isabel la Católica. Que la Iglesia, el Cristianismo, fuera: magnánimo, humano, transparente mientras la empresa de la colonización en América Latina, cuyo eje reconoce fue la Iglesia, en nuestro caso encarnada por el Reino de España, lo fuera: torva, brutal, oscura. Esta legitimación y deslegitimación de lo mismo, como si en realidad fueran dos, acaso nos dé algunas pistas para comprender la propia debilidad ante lo que, al mismo tiempo, somos y negamos ser, mientras aprendíamos a inclinarnos con gratitud hacia las bases de la civilización, a la vez, se consentía combatir (hasta convertirse en un deber patriótico) aquello mismo que nos civilizaba: “Las leyes por tanto seguían el curso de la literatura modificando las costumbres al compás de la civilización, infundiendo la piedad y preparando el amor infinito que consagró el cristianismo.” (Lameda, 1895, p. 104). 146 Baralt (1895), como decíamos antes, alega en “Carácter Nacional” que España nos negó las bellas letras y eso salvó nuestra identidad. La falta de atención y alimento intelectual, la indiferencia del colono hacia sus colonizados, explica para él el desapego a los valores “de nuestros mayores” y, en consecuencia, la conservación del carácter original; suscribe claramente la tesis de que lo español no es extranjero (lo francés, lo inglés, etc., sí), pero se hizo extranjero al reducir la conquista a un tutelaje a distancia, late en Baralt la metáfora de la “madre patria”, quien se hiciera extraña al abandonar al “hijo”, volviéndolo díscolo, desconfiado, hasta el punto de enfrentarla para borrar aquel vínculo fundamental. Si nuestro carácter original, intacto gracias al descuidado trato colonial, equivale al “carácter nacional”, pareciera participar de la idea de que los otros orígenes no concursan en aquello que nos hacía autóctonos sin nación, así desaparece todo rastro de memoria pre-colonial, luego se traslada a los escenarios de visibilidad un yerro silente: al morador primigenio el de no haber dejado memoria de sus producciones culturales, lo cual certifica su ausencia y explica que nadie se sirve reclamarla. “los criollos apenas se acordaban de su origen. Los nombres europeos impuestos á las ciudades no despertaban en ellos ninguna memoria de la madre patria” (Baralt, 1895, p. 109). Con ello se consigue ignorar el valor testimonial que ha tenido que cobrar diversos artefactos de la memoria en un universo simbólico arrasado o sustraído de los signos que escriben el habla. Pero tampoco se reconoce la participación, sin duda, activa de otros (el negro, el pardo, el blanco) así, precisamente “lo nacional” inocula en sordina la disposición para imprimir esa otra marca de la diferencia: el “nosotros/ellos”, de ahí ese celo ingenuo de nuestros autores por señalar hasta dónde lo uno y, en consecuencia, hasta dónde lo no-uno. Es decir, los juegos que confeccionan identidad. La estrategia por medio de la cual terminó legitimándose en etapas posteriores el dispositivo riguroso “nosotros/ellos” nos lo asoma “De la influencia de la literatura en la legislación de las naciones y en las instituciones políticas” (Lameda, 1895), que subraya el valor de las letras en la orientación y ejercicio de las leyes, y subraya sobre todo, la conquista civil de la literatura: como expresión de madurez en la Grecia antigua, como salvación de la ignominia en el Imperio de Roma y, con suma brevedad, como signo de lo nativo en el ser venezolano. Lo interesante de ello, es que a la función de rescate del espíritu civil atribuido a las letras ha precedido con insistencia el amor a la patria, idea inclinada al gesto épico de la batalla, a la ostentación de charreteras, es decir, a la insignia de la guerra o a la alegoría de un héroe como antes de un dios, así fungen de mito qué venerar que oculta el peso de lo militar traspasando el 147 siglo XIX y desdeñando la aguardada historia civil y, sobre todo, su memoria. León Lameda se pregunta que si sólo a la fuerza debió Roma su poderío y gloria, se responde: “No: sus vates y poetas, como legisladores o como simples inspiradores cuidaron de afirmar por el derecho las adquisiciones de la guerra.” (p. 104). De este modo, volvemos a recordar a Foucault (1997) cuando advierte que no debemos despachar frívolamente el papel liberador de la escritura, ya que no hay resistencia que se desinscriba del poder que la produce y, por lo mismo, a estar atentos, a ulteriores efectos de poder que aparezcan. Marcar el acento de lo nacional y subrayarlo conforme un ideal de lo específico, es al mismo tiempo rechazar cualquier otra particularidad, es combatir la excepción, razón por la cual no deberá asumirse como un logro sin penumbras, de este modo, advertir las operaciones que le confieren carácter legítimo a la construcción del extranjero (en tanto contraparte de la nación libre gracias a las guerras de independencia) invita a ser leído con vocación crítica, esto es, capaces de tomar posición ante sus más tanto como ante sus menos. La Historia de Venezuela anterior a las postrimerías del S. XIX, la de los próceres, parece reflejar el modelo trágico aristotélico (la trama configura la identidad del héroe, la coordinación entre ambos adopta la forma de un pupilaje: “Aristóteles, pues subordinaba completamente los caracteres a la acción”; (Ricoeur, 1999, p. 221), pero a partir de finales del XIX, momento en cual se pretende dar comienzo a la historia civil de la fundada nación, la narratividad cambia de signo y “de forma inversa al modelo aristotélico, la trama se pone al servicio del devenir del personaje.” (p. 222). Se comienza, así, a “escribir la novela nacional”, para decirlo con Pierre Norá, plagada de “mitos de origen, relatos de fundación y legitimación, genealogías celebradoras” (2011). La historia nacional en su afán de identidad apeló al prócer al punto de exaltarlo ineludiblemente y ello condujo a la construcción de una heroicidad, a la postre, sin sujeto: “Un no-sujeto no es insignificante respecto a la categoría de sujeto. (…) si el no-sujeto no fuese aún una figura del sujeto, ni siquiera de forma negativa, no nos interesaríamos por ese drama de la disolución y no nos quedaríamos perplejos ante el mismo.” (Ricoeur, 1999, p. 223), un nosujeto que se impuso a la historia reduciéndola a heroicidad: hazañas, gestas, proezas, lo cual postuló una distancia insalvable respecto al sentido real (humano) de la historia y de quienes la escriben en letra minúscula, pero sobre todo, de la responsabilidad entre unos y otros, eso que para Levinas (1997) sería lo mismo que estar en posibilidad de reconocernos; no descartamos que gestionar la identidad transite por el signo de lo diferente, pero tramitar la 148 diferencia en nuestro caso ha de pasar necesariamente por tramitar la relación con no-sujetos que fecundan historias de heroicidad, ergo, una historia sustraída de una memoria colectiva y social capaz de interpelar, poner en cuestión y discutir los mitos que sostienen silenciosamente la historia como heroicidad, ergo, des-sublimar la historia de la nación. La memoria social y colectiva, las memorias de todos los otros que nos habitan y que habitamos, es capaz de des-naturalizar la condición idealizada de las historias nacionales y sus mitos de fundación, ergo, desblindar el tabú del origen, dejando al descubierto los ejercicios de imposición que acompañan todo pretendido “auténtico comienzo” o “verdadero arranque inaugural”. Ese carácter nacional pasa por lo que Billig & Nunez (1998) llaman “nacionalismo banal”, reivindicación del Estado-nación y no un nervio ontológico definitorio y definitivo que nos haría antes de ser. Los efectos pueden sospecharse claramente: menos una cohesión profunda e innegable que expresiones gregarias cuyo objeto ha de definirse ad hoc; cuando ese nacionalismo banal aumenta en grado o de volumen consigue precisamente definir el foco que busca exaltar. Si lo venezolano luce a los venezolanos como en disminución, ello revela no sólo las deudas con ese pasado a imagen y semejanza de Homero, sino que revela en especial la aspiración suspendida de ser conforme no-sujetos o sujetos inalcanzables, cuya superación está cancelada de antemano y que, en definitiva, encarna el drama de la disolución que ya se había sufrido en un forzoso nacer de nuevo, conforme sujeto. El no-sujeto es aquel que es absorbido y sobrepasado por la heroicidad que representa. La historia en tanto heroicidad fagocita así la memoria. Estado de la falta porque sustrae de la propia memoria histórica los elementos capaces de desnudar aquello que impide la lectura de la historia patria como origen arbitrario (en nuestro caso, impuesto como subproducto colonial) y, consecuentemente, susceptible de elaboración. “La contingencia, es decir, la propiedad de un acontecimiento de poder haber sido otro o incluso de ni haber sido en modo alguno, se armoniza, de este modo, con la necesidad o la probabilidad que caracterizan la forma global del relato” (Ricoeur, 1999, p. 220). Si es negada la capacidad de interrogar las versiones de la realidad histórica, al no admitir el carácter narrativo de ésta (es decir, siempre es producida por un narrador, ergo, se trata en cuales quiera casos de una elaboración humana), se niega al mismo tiempo las posibilidades de transformación entendidas como práctica cotidiana (no homérica ni totémica) de cualquier sujeto-agente. La historia de lo nacional en Venezuela según y nos lo van narrando sus textos, no rigurosamente históricos, por consiguiente, los fundamentales para traducir el espíritu del ¿quiénes somos? desde las historias secundarias, 149 nos dan cuenta del manejo de elementos sustanciales que han reafirmando el Estado-nación (una invención de “Occidente”) e indisolubles, asimismo, del peso del Nombre (Venezuela o América o tantos más). Pero ello no puede tomarse como materia a cancelar, esto es, no se trata de tachar lo que ya nos nombra, se trata de asumir qué hemos construido desde el nombre, porque siempre somos nombrados por Otro, como hemos dicho ya. Luego, hay que sospechar de la estrategia “un clavo saca otro clavo”, esto es, no será con mutilación que repararemos las mutilaciones sufridas antes. Encarar o, si pudiera decirse también, desenmascarar los efectos de las historias principales y su capacidad para ocultar las historias secundarias y desacreditar su lugar en lo constitutivo de “lo que somos”, sería tarea crucial para reconocernos lo cual, por cierto, no implicaría por fuerza, coordinar “una identidad”, sino más bien dejar que se deslicen y desborden las subjetividades atadas a los prejuicios nacionales y supranacionales (recordemos el problema de la doble frontera, esto es, la otra frontera, la invisibilizada), recorrer pues esa tensión, asumiéndola en términos de los costos de aquellas consecuencias que continúan circulando sin ser advertidas. Ejercicio que al llevarse a cabo “quita su experimentabilidad a los objetos más comunes” (Agamben, 2007, p. 56) y, sobre todo, se abre a lo “Inexperi-mentable” (p. 56) hasta ahora. Para Agamben ello ha sido logrado por Baudelaire, lo que recuerda a Bataille respecto a Sade y, en ambos casos, volvemos a ser remitidos al peso de la escritura para contestar a límites y prescripciones, pero sobre todo volvemos a los juegos que experimentó en su día (un largo y saboreado día de siglos) la “lengua heredada”, la lengua deshecha en tanto objeto sagrado supo recoger los vestigios de las memorias rotas y refragmentar, crear, un idioma heterogéneo a semejanza de los ecos que lo habitan. Otrora sus susurros escapaban de los fogones u otros espacios de lo íntimo (donde la proscripción se reduce o el ritual emerge), pero conforme ello es memoria y la escritura fue haciéndose un lugar, el producto ya ha llegado a ser y es: ni mucho menos por temas costumbristas, folklóricos o ultranacionales sino por un estilo que se oye, sonoridad que retumba, gesto subversivo (la escritura literaria, la improvisación en la música, las diversas e insubordinadas formas de creación) que levanta al sujeto, obligado a dos veces viviente. Jugueteos e irreverencias que han conquistado una libertad de características civiles, anterior y posterior a las luchas independentistas. La escritura, tanto como la temprana oralidad, será en la cultura americana, ergo, la cultura colonial y sus subproductos posteriores (pues antes no era cultura “americana”, ni nominal ni simbólicamente, donde por cierto, lo nominal tiene densidad), ese espacio en el cual la posibilidad de atrapar con las manos un haz lumínico (sirva como metáfora esta imagen de Maurice Merleau-Ponty) no se aparta, antes por el contrario, se elabora y, en tanto tal, 150 lleva el signo de la transgresión. De alguna manera, no podemos pensar este giro sin García Márquez, su advertencia es decisiva en relación a la escritura (literaria sin constituirse estrictamente en literatura): “realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante (…) y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza” (1982, p. 25). Afirmación que bien recae sobre América Latina, pero también sobre la América Negra o, asimismo, sobre cualquier otro espacio penetrado crudamente por la colonización y sus efectos. Cómo perturbar la herencia a la que se pertenece si insistimos en negar hasta dónde la misma perturbación ha podido concebirse porque estamos inscritos no en otra herencia (y, a la vez, no sólo en ella). Eso indecible y huidizo, travieso al sentido. Cierto “Occidente”, al menos con incisión indudable desde Nietzsche, ha mirado hacia sí y se ha preguntado con solitario espanto: ¿qué soy y qué he hecho para serlo?, tal estremecimiento ha ido conformando líneas diversas de crítica y poscrítica, sobre todo, en lo ontoepistémico lo cual dinamita y sigue dinamitando inevitablemente las certezas sobre quién es, cómo es y para quién es el sujeto de la pregunta. Resulta ilusorio, y nuevamente una acción de soberbia nacionalista en el sentido de banalidad que le otorga Billig, pretender el ejercicio hecho hasta ahora (u otro tal vez distinto) sin que podamos apelar a las claves heredadas de un esperpéntico aparato cultural que inevitablemente nos abarca y, no en poca cosa, nos determina; acuse de ello lo hallamos, asimismo, en el acatamiento a lo que Le Goff (1991) llama “ideologías cronológicas”, visible en la manera cómo nos hemos historizado. “Lo mismo que los historiadores de la Antigüedad, los historiadores modernos –y eso a pesar del papel infinitamente mayor de la técnica- nos conservan los nombres de los capitanes y nos dejan en la ignorancia acerca de los constructores de máquinas que aseguraron sus victorias” (Koyré, 1994, p. 106-107), algo semejante ocurre con la elaboración de nuestros relatos épicos, estos construyen el rol secundario al enfocarse sobre uno supuesto como principal, pasan de este modo a fijar lo prescindible, nebuloso y sin peso, ergo, de nulidad para el desarrollo y desenlace de la acción, apenas referencias abstractas o retóricas que omiten otros géneros de participación y, más aún, depositan exclusivamente en unos lo que se niega de cuajo a los otros, sustrayéndoles así del sentido mismo de participación; luego, dichos relatos impugnan aquello que no sea “historia oficial” siempre a la medida “del genio de los vencedores” (p. 107). Quizá huelgue mostrar a esta altura, pues ya se ha presentado sola, otra línea común con “Occidente”: buscar, postular y afirmar identidad mediante la filosofía, sus sistemas y escuelas, y las bellas artes. Los tres ensayos escogidos para esta disertación dan fiel cuenta 151 de ello3, sin que aparezca asomo alguno de incomodidad, cuestionamiento, duda o sorpresa sobre lo que naturalmente vale asimismo (o por fuerza) para la República. Ese signo, imperceptible al parecer para nuestros autores, quienes estaban a la caza del sello nacional y acometían con esmerado celo tal empresa, no escapaba a las formas de revalidar “lo propio” inscrito o idéntico, cursando indistinguible, en y con los registros de “lo ajeno”, haciendo de este modo de “lo propio” y “lo ajeno” un manejo enigmático. Nos encontramos así con que las memorias efectivas han sido (y son), por un lado “Occidente” y, por el otro, las Guerras de Independencia, ambas a un mismo tiempo consolidan un venezolano múltiple que ignora su polivalencia cada vez que se apoya en el mito de una entidad cerrada, ideal de lo auténtico. Como decíamos, el sello de lo nacional, en tanto objetivo obligado por legitimación de todo venezolano que aprecie la patria, convierte (como lo hace el aplastante, por silente, ejercicio de identificación a un Estado Nacional) a colectivos humanos (subjetividades diversas) en ejemplares con denominación de origen. Dónde está entonces eso que sí vincula porque, sobre todo, escapa de la reificación nacionalista (la soberana conquista del Estado-nación): está, lo sospechamos, en eso que muy pronto hemos llamamos rito. Proponemos el ritual, los rituales, no como una clave que avisa u orienta sobre sociedades primitivas, como solemos escuchar desde la antropología, sino como prácticas remotas o recientes, en constante renovación, apogeo de la resignificación, conforme modelo del pasado presente (memoria presente), prácticas en las cuales circula, tanto como pueden, los fermentos de la transgresión (en el sentido de Bataille), en otras palabras, aquello que permite elaborar simbólica, afectiva y materialmente lo que la prohibición, los límites culturales y el rigor institucional, impiden (fíjese que hablamos de actualizar la transgresión no de realizarla). Entonces socialidad, pero dentro de una múltiple trama de tensiones, afinidad siempre problemática, suscrita a su propia sinuosidad; nexos contextuales entendidos como expresiones relacionales que interrogan los límites de lo nacional antes que reproducirlos: por ejemplo, más allá del arbitrio territorial, la pervivencia del busuu, del guaraní, del húngaro o el encuentro de latitudes distintas en la espontaneidad de cadencias latinoamericanas y de Costa de Marfil, por citar un caso. Luego, hay que preguntarse por la acción ritual (relativa a otro orden de instituciones) a la hora de dejarse encantar por patrones de ser. En la página 999 de las Obras Completas de Borges (1974), puede leerse: “Los ritos que son la única sabiduría”. 3 Así como también la disertación que está exponiéndolos. 152 Finalmente, más que la herencia impuesta (la lengua, los mitos y cultos religiosos, los caminos del “deber ser”, los menoscabos y retardos, etc.), más que todo eso se trata ya de cómo nos situamos pese a las miradas que han cercenado la perspectiva de ser sin complejos: el conquistador degradó casi todo lo elaborado por la cultura preexistente; el ideal del héroe degradó la dimensión existencial de la práctica mínima (pues, lo heroico se inscribe en el orden de lo superlativo), ambas desalojaron de la historia la memoria social o, de otro modo, la hicieron inapreciable. Ser, pese a estas dos fundamentales desautorizaciones puede, acaso, informar sobre la pregunta (descubierta) quiénes somos. III. REFERENCIAS Agamben, Giorgio (2007). Infancia e historia: destrucción de la experiencia y origen de la historia. 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