Tendencias de la etnarqueología en América Latina Tendencias de la etnarqueología en América Latina1 Gustavo G. Politis Introducción En este trabajo me propongo resumir las bases conceptuales y metodológicas de la etnoarqueología y explorar las diferentes maneras en que ha sido desarrollada en América Latina. A pesar que la información etnográfica e histórica fue utilizada desde el comienzo de la arqueología para la interpretación del registro material, la etnoarqueología, ya sea como sub-disciplina de la antropología social, la etnografía y la arqueología o como una estrategia particular de investigación, tiene una historia mucho más corta, de solo pocas décadas. Dentro de esta historia las investigaciones en América Latina posiblemente no hayan ocupado un lugar central, pero si tuvieron un desarrollo temprano, casi desde los inicios de la etnoarqueología, y efectuaron aportes significativos que han sido generalmente ignorados en el debate arqueológico mundial. En este artículo me propongo resumir estos aportes, reflexionar sobre ellos y delinear las tendencias teóricas mas importantes en la región. En términos generales abordaré la producción de los investigadores locales con mayor énfasis, aunque para comprender y resumir algunos temas discutiré también los aportes de investigadores foráneos que han trabajado en la región. La etnoarqueología fue mirada en su inicio con cierta desconfianza por algunos arqueólogos debido a las dificultades que existen en extrapolar la información actualística hacia las sociedades del pasado a partir de que no están suficientemente desarrolladas las bases epistemológicas acerca de cómo hacer esta transmisión de información, lo que generaba dudas con respecto a la argumentación analógica. Esta Gustavo G. Politis. CONICET-INCUAPA, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires y Universidad Nacional de La Plata. Argentina [email protected] 1 Gustavo G. Politis cuestión produjo un prolongado debate hace más de dos décadas entre aquellos que estaban en contra del uso de la argumentación analógica en la interpretación del registro arqueológico (Gould 1980; Wobst 1978) y los que la consideraban un elemento central en el proceso de inferencia en arqueología ( Watson 1979, ver también discusión em Robrahn-González en este volumen). Actualmente y sobre todo luego del análisis epistemológico llevado a por Wylie (1982, 1985), la inmensa mayoría de los arqueólogos reconocen la utilidad de la argumentación analógica en el proceso de interpretación o explicación del registro arqueológico y la consideran como indispensable (i.e. Hernando 1995:20; Sillar 2000:8). Como lo expresó Johnson, “all archaeologists of whatever theoretical stripe make a link between present and past by using analogy” (Johnson 1999:48). A pesar de esto, no todos los arqueólogos están convencidos de la utilidad de la analogía etnográfica y de los mecanismos usualmente empleados para su aplicación (i.e. Gosden 1999:9). Otro punto que ha generado desconfianza es que en menor o mayor grado, las sociedades indígenas actuales, que forman la fuente de la analogía, han tenido contacto con la cultura occidental y están integradas de una manera u otra al proceso de “globalización“ (ver por ejemplo discusión en Burch y Ellana 1994; Stahl 1993; Wilmsen 1989). En base a esta situación, que en la mayoría de los casos es absolutamente real, se ha planteado que las sociedades presentes no pueden servir de referentes análogo de las sociedades pasadas. Esta crítica es sin embargo injustificada porque, como se desarrollará en este trabajo, la investigación etnoarqueológica opera bajo los principios de la argumentación analógica y por lo tanto, los dos elementos de la analogía (la fuente y el sujeto) no deben ser iguales (en cuyo caso no sería necesario un razonamiento analógico) sino que deben tener ciertas condiciones de comparabilidad. La fortaleza de la analogía generada a partir de la etnoarqueología no reside en el grado de semejanza entre la fuente (en este caso, la sociedad presente) y el sujeto (la sociedad pasada percibida a través del registro arqueológico) sino en la estructura lógica de la argumentación y en la similitud entre los términos de la relación. Obviamente, cuanto mayor es la semejanza entre la fuente y el sujeto, la argumentación analógica tiene un mayor potencial, pero 2 Tendencias de la etnarqueología en América Latina este grado de semejanza por sí mismo no garantiza de modo alguno la fortaleza de la argumentación ni la veracidad de los enunciados. Un tercer punto que fue cuestionado se relacionaba con una supuesta incompatibilidad de las escalas entre la etnografía y la arqueología, lo que haría que la información obtenida por la primera fuera de poca utilidad para la segunda. Este crítica surgió sobre todo luego del artículo de Wobst (1978) quién dramatizó el problema y alertó sobre la “tiranía del registro etnográfico de los cazadoresrecolectores” (Wobst 1978). La creencia de la falta adecuación de ambas escalas subsistió en la arqueología latino-americana hasta bien entrado los ‘90 y por ejemplo en Argentina era una crítica que, aunque nunca formalizada ni claramente explicitada, flotaba en congresos y ambientes académicos luego de las presentaciones de trabajos etnoarqueológicos. Esta crítica nunca fue consistentemente sostenida y terminó diluyéndose, sobre todo, cuando quedó claro que la posibilidad de un registro etnográfico detallado, aunque sea a una escala temporal corta, permitía entender procesos a una escala arqueológica o larga. Un cuarto punto, que ha producido cierta reticencia con respecto a la etnoarqueología es que ha sido cuestionada desde el punto de vista ético, tanto por antropólogos como por arqueólogos. En general, hay reticencias por considerar que se utiliza a grupos vivos para pensar en grupos muertos, aunque esta critica no ha sido habitualmente de manera explicita, al menos es América Latina . Una de las críticas más recientes al respecto es la de Gosden (1999:9) quién la ha planteado de manera muy contundente “I feel that ethnoarchaeology is immoral, in that we have no justification for using the present of one society simply to interpret the past of another.… Societies ought to be studied as interesting in their own right or not at all” (Gosden 1999:9). Estos planteamientos extremos son incorrectos. La arqueología, así como la etnografía o cualquier otra rama de las ciencias antropológicas tiene como uno de sus fines principales estudiar la variabilidad de las sociedades humanas y entender los procesos culturales, ya sea a través de la reconstrucción de trayectorias históricas particulares como mediante generalizaciones que intenten definir patrones adaptativos o de desarrollo cultural. Por lo tanto es totalmente lícito estudiar sociedades presentes ya sea para aportar de manera directa a estos fines 3 Gustavo G. Politis o de forma más indirecta mediante la identificación de referentes análogos que sirvan para entender las sociedades del pasado. De una manera u otra las sociedades del presente son el recurso más importante para la antropología y expresar que pueden ser estudiadas “as interesting in their own right or not at all” implica una segmentación artificial, e incorrecta, en la producción del conocimiento antropológico y asumir, erróneamente, que las sociedades no son interesantes por “derecho propio” cuando se estudian desde la etnoarqueología. Como se vera más adelante, las múltiples dimensiones de sociedades humanas, y no solo sus restos materiales, tienen cada vez más un papel central en la etnoarqueología moderna. Lo que si es cierto, es que la etnoarqueología (tanto como la etnografía y la arqueología) tienen un origen colonial y que el estudio científico del “otro”, se desarrolla casi mayoritariamente entre los grupos colonizados y explotados por Occidente (González Ruibal 2003). Este “pecado de origen”, que asume formas múltiples en la actualidad, es insoslayable y por lo tanto debe estar muy presente en cualquier proyecto para mitigar los posibles efector negativos y las connotaciones neo-coloniales que tienen los estudios antropológicos en sociedades mestizas o indígenas contemporáneas. Cuando se recurre a los modelos generados desde la etnoarqueología habitualmente se restringe su uso a la configuración del registro en relación a los aspectos tecno-económicos de las sociedades del pasado. Sin embargo, como se desarrollará en este trabajo, creo que el enfoque etnoarqueológico tiene un potencial significativamente más amplio que ha sido sub-valorado. En las páginas siguientes se analizará cómo la información etnoarqueológica puede ser de extrema utilidad para la interpretación del registro arqueológico desde varias perspectivas y se discutirá como aprovechar más y mejor su potencial en la región. Antecedentes En primer lugar, es importante reconocer que el intento de usar la información etnográfica para interpretar el registro arqueológico no es nuevo y mucho menos es patrimonio exclusivo de la etnoarqueología (ver revisiones de distintos momentos en David y Cramer 2001; Hodder 4 Tendencias de la etnarqueología en América Latina 1982b; Oswalt 1974). Lo que sí es novedoso es que la información etnográfica haya sido obtenida por arqueólogos de manera sistemática y con especial referencia a los derivados materiales, con el propósito central de ayudar a la comprensión del registro arqueológico. Jesse W. Fewkes en 1900 fue el primero en usar la palabra para referirse a sus intentos de identificar en los yacimientos Hopi asociados por los mismos Hopi actuales a determinados ritos (Stiles 1977). Simultáneamente, los etnógrafos comenzaron a interesarse por los objetos cotidianos de las sociedades no-occidentales. Entre estos, Pitt Rivers fue uno de los impulsores en dar cabida a la cultura material en los estudios antropológicos a principios de siglo (Oswalt 1974). También Marcel Mauss tuvo un papel importante pues puso a los estudios de cultura material en un plano central de la investigación etnográfica; cuando se refirió a las dificultades de la encuesta etnográfica, propuso a la colección de objetos como un de las maneras de superarlas “El objeto es en muchos casos, la prueba mejor de un hecho social; y un catalogo de instrumental mágico es uno de los mejores medios para elaborar una buena clasificación de ritos “ (Mauss 1971:15 [1947]). En América del Sur otros investigadores también lo hicieron muy tempranamente como por ejemplo Theodoro Koch-Grünberg en sus investigaciones entre los indígenas Amazónicos durante 1902 y 1903 (Koch-Grünberg 1995 [1909]). Es importante remarcar que en América del Sur hubo todo una tradición etnográfica austro-alemana que prestó mucha atención a la cultura material y realizó detalladas colecciones etnográficas de objetos junto a datos detallados sobre su uso (i.e. Gusinde 1982 [1937]; Schmidt 1914). La inmensa mayoría de esta información está actualmente desaprovechada por los arqueólogos y los objetos recogidos descansan en los museos sin ser estudiados sistemáticamente desde una perspectiva contemporánea (ver también González Ruibal 2003:11). Oswalt y VanStone (1967) usaron nuevamente el nombre etnoarqueología para referirse a la información oral sobre la cultura material en un yacimiento esquimal ocupado entre 1840 y 1910. En general entre 1956 y fines de los ‘60 se observa un creciente uso de la información etnográficas con fines de interpretar mejor el registro material del pasado y se comienzan a efectuar las primeras recolecciones de datos actuales desde una mirada arqueológica (David 5 Gustavo G. Politis y Kramer 2001). En este tiempo aún no había investigadores que se llamaran a sí mismo etnoarqueólogos. Con el advenimiento de la llamada “arqueología procesual” fue Binford (1967) quién comenzó a discutir de manera sistemática el uso de la analogía etnográfica en su trabajo pionero Smudged pit and hide smoking: the use of analogy in the archaeological reasoning. Posteriormente, Binford (1978) desarrolló teórica y conceptualmente su enfoque etnoarqueológico en Nunamiut Ethnoarchaeology. Estos aportes junto con los de Gould (1978a, 1980) y Yellen (1977) entre otros, sentaron las bases metodológicas de la etnoarqueología dentro del paradigma procesual y transformaron a la sub-disciplina en una de las productoras más importantes de modelos para alimentar la “teoría de rango medio” en el sentido binfordiano. O sea, para poder pasar de la estática del registro arqueológico a la dinámica de las sociedades humanas y para poder producir un cuerpo metodológico que permita discernir de manera objetiva entre varias explicaciones posibles. La etnoarqueología contemporánea surgió como resultado directo de la valoración de los estudios actualísticos y del optimismo en el potencial de éstos para explicar el registro arqueológico. Es por eso que partir de finales del 70’ y sobre todo, desde los 80’ comenzaron los estudios específicos sobre sociedades vivas efectuados por arqueólogos (i.e. Binford 1978; Kent 1984; Watson 1979). De esta forma se planteaba buscar principios generales que conectaran el comportamiento humano con la cultura material y obtener conclusiones que no dependieran exclusivamente del campo teórico de la antropología socio-cultural (Hernando 1995). El optimismo inicial de la arqueología procesual en la creencia de que la conducta humana estaba sujeta a leyes (mas o menos similares a las de la biología) impregnó a la etnoarqueología y dirigió el debate conceptual de ésta en los años 70’ y parte de los 80’. Durante estos primeros años de la sub-disciplina, también existía el convencimiento subyacente de que se podrían generar leyes universales que relacionaran la conducta humana con los restos materiales (Yellen 1977) y de hecho se supuso que junto con la arqueología experimental sería la principal fuente para la producción de esta leyes (Schiffer 1978). Una supervivencia de la intención nomotética de la etnoarqueología procesual se puede ver claramente en la “law like preposition” de Kent (1993) cuando plantea que los cazadores-recolectores que planean 6 Tendencias de la etnarqueología en América Latina quedarse un corto tiempo en un campamento tendrán un repertorio artefactual más limitado que cuando anticipan quedarse un período mas prolongado y que en el primer caso invertirán menos tiempo en la construcción y el mantenimiento del campamento (ver crítica de González Ruibal 2003:18-19). A comienzos de los 80’ la etnoarqueología amplió su enfoque y comenzó también a ser desarrollada desde el post-procesualismo, pero de manera distinta (i.e.. David et al 1988; Hodder 1982b, 1991, ver Robrahn-González en este volumen). En parte, estos nuevos desarrollos ya habían sido anticipados por Gould (1978b). Desde el post-procesualismo se expande el rango de interés de la etnoarqueología sobre todo porque amplía su órbita más allá de los aspectos tecnoeconómicos y apunta al entendimiento de niveles mayores de complejidad, intentando discernir los correlatos materiales de los aspectos cognitivos, sociales e ideológicos. Se comienza entonces a proponer un abordaje etnoarqueológico de los aspectos superestructurales, los que habían sido ignorados en las investigaciones anteriores. Dentro de este nuevo marco conceptual la etnoarqueología no se interesa por “explicar” en el sentido procesual del término (o sea entender la observación o proceso como resultado de una ley o a algún otro modelo teórico universal) sino que trata de interpretar el significado para la sociedad que lo produjo y de esta forma tomó un rumbo hermenéutico. De esta manera se enfatizaron algunos aspectos poco tratados en las investigaciones previas tales como el estudio simbólico y el de las dimensiones no-utilitarias de la cultura material dentro de la trama social (ver por ejemplo los trabajos reunidos en Hodder 1982a). Igualmente, en esta década se multiplican los trabajos de etnoarqueología procesual (o analítica, como la denominó Hodder) y se llevan cabo proyectos de largo aliento (por ejemplo el dirigido por O’Connell entre los Hadza). Ya en la década de los 90’ los estudios etnoarqueológicos se multiplicaron y abordaron el estudio de todo tipo de sociedades (ver resumen en David y Kramer 2001). Las preguntas se diversificaron y en todas las grandes regiones del mundo se montaron proyectos etnoarqueológicos de largo alcance. En esta década se evidencian claramente las dos posiciones de las décadas anteriores y aunque los enfoques post-procesuales se van popularizando, un importante 7 Gustavo G. Politis número de etnoarqueólogos considera que la producción de leyes o “law-like prepostions” son objetivos posibles y necesarios para la arqueología y la etnoarqueología (e.g. Kuznar 1995; O´Connell 1995). En esta década se incorporan con fuerza al debate la etnoarqueología francófona en sus dos vertientes, una más arqueológica (i.e. Gallay 1991) y la otra más antropológica (Lemonnier 1992, ver discusión en Gonzaélez Ruibal 2003). Dentro de esta corriente se destacan los aportes de Lemonnier, que aunque nunca denominados por el mismo como etnoarqueológicos, tuvieron un gran impacto en la arqueología de la tecnología. La década que transcurre nos encuentra en una situación paradójica ya que en la medida que se incrementa el interés por este tipo de estudios y se valoriza su aporte para el proceso de inferencia arqueológica, cada vez más disminuyen las sociedades “tradicionales” y en consecuencia se reduce significativamente el rango de variación de los referentes análogos. Como expresé al principio, la fortaleza de la argumentación analógica no reside en el grado de aislamiento de la sociedad usada como fuente. Sin embargo, la riqueza de la etnoarqueología está en la captación de las variaciones de las condiciones culturales (tecno-económicas, sociales e ideacionales) de producción material de manera de poder identificar esta variación en el registro arqueológico. En consecuencia, la occidentalización de las sociedades indígenas disminuye notablemente las posibilidades de disponer de referentes análogos contemporáneos que puedan reflejar algunas de las condiciones de las sociedades pasadas o que sean comparables en algunos términos. La situación en la actualidad se podría caracterizar como la de una expansión de la sub-disciplina dentro del campo de la arqueología, una reducción continua de los patrones de conducta tradicionales de las sociedades indígenas (los referentes análogos más cercanos) y una exploración creciente sobre las posibilidades de la etnoarqueología en sociedades campesinas e industriales. Hacia una definición de la etnoarquelogía La etnoarqueología ha sido entendida y definida de varias maneras y se han propuesto también otros vocablos como sinónimos tales como 8 Tendencias de la etnarqueología en América Latina “arqueología viva”, “etnografía arqueológica” ó “arqueoetnografía”. Las primeras definiciones la consideraban como la comparación entre los datos arqueológicos y etnográficos (Gould 1978b; Stiles 1977). Para Stanislawsky (1977), la etnoarqueología es la colección de información etnográfica original para ayudar interpretar a la información arqueológica y para Steensberg (1980, en Ravn 1993) es el uso controlado de la información etnográfica para explicar el registro arqueológico. Actualmente se cuenta con una variedad de definiciones (ver resúmenes en David y Kramer 2001:12 ); entre las más simples están la de MacEachern (1996:245) que propone que es “la intersección de gente viviente y las construcciones arqueológicas” (MacEachern 1996:245) o a la de Hanks (1983:351) que expresa que es “la aplicación de métodos arqueológicos a los datos etnográficos” (Hanks 1983:351). Entre las definiciones más complejas se destaca la de David (1992), una de mis preferidas, quien expresa que “la etnoarqueología incluye el campo de estudio de la producción, tipología, distribución, consumo, y descarte de la cultura material, con especial referencia a los mecanismos que relacionan variabilidad y la variación al contexto sociocultural y a la inferencia de los mecanismos de procesos del cambio cultural” (David 1992). Otra definición interesante es la de Sillar quién propone que la etnoarqueología debe ser “the study of how material culture is produced, used and deposited by contemporary societies in relation to the wider social, ideological, economic, environmental and/ or technical aspects of the society concerned, and with specific reference to the problems of interpreting archaeological material” (Sillar 2000:6). Es interesante destacar que las definiciones de la etnoarqueología se han ido complejizando y han ido dando cuenta de la ampliación de su horizonte temático. Las primeras se referían casi exclusivamente al estudio, con ojos arqueológicos, de la relación entre cultura material y conducta. Ya en los 90’ se incorporó el estudio de las dimensiones sociales e ideacionales de la cultura material y se hizo explícita la necesidad de prestarle atención a la información cultural integral que contextualiza la generación registro. El estudio de la supuesta relación unívoca entre la cultura material y las conductas que la produjeron no era suficiente ya que se consolidó la idea de que los procesos culturales que forman el registro arqueológico no son independientes 9 Gustavo G. Politis de nuestra comprensión global de la cultura de la sociedad (Hodder 1986). Ya en los 2000’, se incluyó la dimensión política y esto se hizo explícito también en las definiciones de la sub-disciplina. Uno de los mejores ejemplos es la definición de González Ruibal quién, en el único manual de etnoarqueología de habla hispana, expresa que “En cualquier caso, la definición que se propone pretende, al menos teóricamente, solventar nuestra deuda con el Tercer Mundo. Etnoarqueología es el estudio arqueológico de sociedades generalmente preindustriales, con el objetivo de producir una arqueología más crítica y menos sesgadas culturalmente, de generar ideas que favorezcan el debate arqueológico y de contribuir al conocimiento de las sociedades con las que se trabaja, teniendo en cuenta sus tradiciones, ideas y puntos de vista” (González Ruibal 2003:12). Esta definición es interesante porque reconoce el carácter colonial o neo-colonial de la etnoarqueología. Sin embargo, dada la multiplicidad de significados que tiene el concepto “Tercer Mundo” (ver por ejemplo Buenos Hadjor 1993:1-13) sería quizás más correctos reemplazarlo por el de “sociedades indígenas y mestizas”ya que da cuenta mas específicamente del los grupos humanos que han sido colonizados por Occidente. Por otro lado, dentro del Tercer Mundo hay sectores de la población que han sido privilegiados por la conquista colonial y por la actual situación neo-colonial a expensas de los grupos indígenas o, como ellos prefieren llamarse actualmente en algunos países de América Latina, pueblos originarios. En general las definiciones hacen rígidos a conceptos que deberían tener algo de flexibilidad, pero tienen un carácter operativo y comunicacional innegable. Teniendo esto en cuenta esta condición y basándome en el uso y desarrollo corriente de la disciplina, mi propia definición, flexible, abierta, maleable y al solo efecto operativo de aclarar mi propia idea de la etnoarqueología, expresa que esta es una sub-disciplina de la arqueología y de la antropología social que obtiene información sistemática acerca de la dimensión material de la conducta humana, tanto en el orden de los comportamientos y actividades concretas que los producen, como en el de las pautas de racionalidad subyacentes. Es una generadora de referentes analógicos para la interpretación arqueológica y es una fuente de producción y contrastación de hipótesis y modelos acerca de cómo funcionan las sociedades. Además, es uno de las mejores vías para proveer la 10 Tendencias de la etnarqueología en América Latina información requerida para contextualizar las analogías y para justificar asunciones (Kuznar 2001a:4). Por ultimo, es un antídoto contra el etnocentrismo cuya expresión mas cabal es la asunción de que “el sentido común” es universal y puede servir por si solo, para decidir entre varias posibilidades distintas de interpretación. En general, la etnoarqueología es entendida hoy en día como una sub-disciplina de la arqueología (David y Kramer 2001), a lo que yo agregaría también de la antropología socio-cultural. Ambas disciplinas pueden ser consideradas “madres” de la etnoarqueología, aunque es obvio que el desarrollo de ésta se da casi exclusivamente dentro del campo de la arqueología. Esto no sólo está relacionado a que los arqueólogos son quienes hacen etnoarqueología, sino que son casi los únicos que la consumen. Lamentablemente, los antropólogos socioculturales aún no han incorporado a su debate el enorme potencial que tiene la información generada desde esta sub-disciplina y la siguen considerando “cosa de arqueólogos”. Además, la antropología social se ha olvidado de la cultura material como una parte central en la constitución de cada cultura (Hernando 1995:18). En su uso corriente la etnoarqueología es considerada como una estrategia de obtención de datos de sociedades vivas, pero desde una perspectiva arqueológica y sobre todo, prestando atención a los derivados materiales de las conductas humanas. Por lo tanto, esta estrategia de investigación implica trabajo de campo, fundamentalmente (aunque no exclusivamente) mediante la observación participante. Esta condición sería importante para discernir entre lo que se llama actualmente etnoarqueología y lo que sería otro tipo de estrategia de investigación, tal como el uso de datos etnográficos o etnohistóricos en algún paso de la interpretación del registro arqueológico, en la búsqueda de sitios o en la contrastación de hipótesis. Aunque las fronteras entre estas dos estrategias no forman una línea sólida, yo creo junto con otros etnoarqueólogos (i.e. David y Kramer 2001) que la segunda debe quedar por ahora fuera del campo de la etnoarqueología ya que no implica trabajo de campo con sociedades vivas, lo que es para mi uno de los componentes esenciales de la sub-disciplina. Sin duda, los datos provenientes de investigaciones etnográficas (stricto sensu) y de los documentos históricos son de gran utilidad para la interpretación arqueológica y pueden servir para la formulación y 11 Gustavo G. Politis el testeo de hipótesis así como para proveer fuentes de analogía, pero en la casi totalidad de los casos carecen de información sistemática y controlada sobre los productos materiales de las conductas a la que hacen referencia. Este tipo de estudio ha sido usado desde el comienzo de la arqueología de una o otra manera. Uno de los mejores ejemplos sudamericanos muy tempranos es el de Moreno (1874:140-141) quién utilizó la información etnográfica recogida por Nilson sobre los indígenas de Brasil, para explicar la tecnología y la decoración de la alfarería prehispánica del noreste de la región Pampeana. A esta misma estrategia de utilización de datos etnográficos e históricos, aunque ya en fechas modernas y siguiendo una metodología implícita se la ha llamado también etnoarqueología. Aunque no incluyen trabajos de campo en sociedades vivas -por lo que no cabría definirlos stricto sensu como etnoarqueológicos, este tipo de investigaciones está contribuyendo al conocimiento del pasado de la región de manera productiva e interesante, conjugando fuentes etnográficas, etnohistóricas y arqueológicas de las poblaciones indígenas de América Latina. Entre ellos se encuentran los trabajos generados por el equipo de arqueólogos catalanes que desde 1986 esta investigando en Tierra del Fuego (i.e. Estévez y Vila 1996); los del proyecto francés liderado por D. Legopuil (1989, 1992) en los Canales del Sur de Chile, ó los que están realizando una serie de investigadores brasileros sobre los Guaraníes (por ejemplo Catafesto de Souza 2002; Rodrigues y Afonso 2002, etc.) que exploran el uso de la analogía y la comparación entre los datos obtenidos de tres fuentes: los sitios arqueológicos con cerámica Guaraní, los documentos coloniales y las investigaciones etnográficas publicadas (Catafesto de Souza 2002:212). Un rasgo de la etnoarqueología, la especial referencia a las manifestaciones materiales de la cultura, requiere también un breve análisis. En este sentido, como ya ha sido expresado “La cultura material constituye un elemento clave y definidor de la etnoarqueología casi tanto como lo es de la arqueología” (González Ruibal 2003:12). Por lo tanto, la pregunta es ¿podrían considerarse como etnoarqueológicas, las investigaciones que no prestan atención a las manifestaciones materiales de la conducta? En principio no, aunque esto no es taxativo. En primer lugar es necesario hacer una aclaración: toda acción humana, sea cual fuere su origen, deja consecuencias materiales. El punto es si estas son recurrentes y forman un patrón que pueda ser observado en 12 Tendencias de la etnarqueología en América Latina el registro etnográfico y si pueda ser identificado en el registro arqueológico (lo que depende, además de la habilidad observacional e interpretativa del investigador, de los procesos de formación y de la preservación del registro). Cuando un hombre se levanta una mañana después de haber soñado que un espíritu enemigo estaba cerca de la parte de atrás de su vivienda y realiza todas sus actividades cotidianas en la parte de adelante, hay una derivación material clara en la distribución de los desechos que generará durante ese día y los subsiguientes. Cuando una mujer menstruante no carnea ninguna presa para no “contaminarla” también habrá una consecuencia material ya que producirá un tipo de desecho totalmente diferente al de los días sin menstruación. El punto entonces no sería la derivación material de cualquier acción humana sino si existe un patrón en ésta y si este patrón es registrado. Este seria el foco de la etnoarqueologia. Si no hay ninguna consideración de los efectos tangibles y concretos de la conducta, es difícil que pueda ser utilizado para entender el registro arqueológico (ver también Borrero en este volumen), aunque si puede ser crucial para entender la variabilidad de las sociedades humanas en el tiempo y en el espacio, lo que es uno de los objetivos centrales la investigación en cualquier campo de la antropología. Este tipo de investigaciones se inscribiría dentro de alguna de las corrientes de la antropología sociocultural, que en muchos casos han sido de extrema utilidad en la arqueología (para citar solo unos pocos los de Levis–Strauss; Descola ó Reichel-Dolmatoff) pero no entrarían dentro de una estrategia etnoarqueológica (para una opinión similar ver Borrero en este volumen). En segundo lugar hay que entender que el concepto de cultura material es amplio y que no solo incluye objetos y restos de huesos o cimientos de vivienda. Las modificaciones del paisaje, cualquiera sea su magnitud o incluso la apropiación simbólica de rasgos naturales sin modificar, entrarían dentro del concepto de cultura material (González Ruibal 2003). Por lo tanto, cualquier estrategia de investigación que incluya en alguna parte de su diseño el estudio sistemático de la articulación de la conducta con cualquier manifestación material de la cultura latu sensu puede ser considerado dentro del campo de la etnoarqueología. 13 Gustavo G. Politis De todas maneras las fronteras disciplinarias no son líneas sólidas; por el contrario son permeables, abiertas y cambiantes a lo largo del tiempo. Son límites difusos con extensas áreas de solapamiento. El único fin del análisis de éstas no es connotar mejor o peor cualquier proyecto, sino solamente reflexionar acerca del campo de especificidad y de desarrollo metodológico de la etnoarqueología. Dentro de las áreas fronterizas estarían algunas investigaciones etnográficas/antropológicas que, prescindiendo de las derivaciones materiales de la cultura, han sido llevadas a cabo por arqueólogos. Hay dos ejemplos interesantes en América Latina. Uno es el estudio de los Q’eqchi’ de Chahal (Guatemala) llevado a cabo por Hernando (2000) en el cual el proyecto originariamente orientado a estudiar los patrones de desplazamiento de este grupo, viró luego hacia el abordaje de la concepción del tiempo y el espacio y hacia el estudio de la identidad. La recuperación y el análisis de los mitos fueron la vía central de abordaje de estos temas y las consecuencias materiales pasaron a un segundo orden. Sin embargo, hay frecuentes referencias sobre la construcción mítica del paisaje, lo que como hemos dicho, debe ser considerado como un derivado material de la conducta. Sea o no incluido dentro de una estrategia etnoarqueológica “pura”, la información obtenida para comprender mejor como las sociedades indígenas americanas conceptualizan el tiempo y el espacio es de gran utilidad para interpretar el registro producidos por sociedades con patrones de racionalidad análogos (ver discusión de los enfoques estructuralistas más adelante). El otro ejemplo interesante es el estudio de varios rituales andinos registrados por las arqueólogas Castro y Varela (1994) en el Norte de Chile. A pesar de que el estudio se centra en una serie de ceremonias relacionadas a la limpieza de los canales de riego, se nota una “mirada arqueológica” en la recolección de datos y en la descripción de los objetos asociados a la ceremonia. Aunque este tipo de estudio es muy similar a otros estudios etnográficos/antropológicos realizados en los Andes, la formación arqueológica del equipo de investigación, reflejada en el producto publicado, lo acerca a una estrategia etnoarqueológica. Por último, además de los trabajos ya citados anteriormente ha habido varios proyectos que buscaron derivar expectativas arqueológicas a partir de la sistematización y modelización de información de fuentes etnográficas e históricas de grupos indígena. Uno de ellos ha sido el 14 Tendencias de la etnarqueología en América Latina trabajo de Levinas (1994) sobre los Xokleng del estado de Santa Catarina (Brasil), quién propuso un modelo en base a información edita para ser utilizado como referencia para establecer hipótesis sobre las estrategias de ocupación del espacio y el aprovechamiento de los recursos naturales de la región. La idea de este modelo es que sea contrastado con la información arqueológica del área ocupada por lo Xokleng y se basa en la aplicación de la analogía histórica. Los campos de la etnoarqueología Hay por lo menos tres campos en donde la etnoarqueología tiene utilidad para interpretación arqueológica. Por supuesto, estos campos no son compartimentos cerrados ya que se encuentran interconectados con amplias interfaces. Estos son: 1.- Buscar relaciones recurrentes entre la conducta humana y cultura material. Este es el sentido más usual dentro de la etnoarqueología contemporánea y es probablemente dentro de este campo se inscriben los objetivos de la inmensa mayoría de los proyectos actuales. Este objetivo esta relacionado directamente con la construcción de la teoría de rango-medio en el sentido de Binford (1983:14) “para establecer relaciones no-ambiguas de causa-efecto entre los causales dinámicos y los derivados estáticos” (Binford 1983:14). Aunque este enfoque ha sido criticado por dejar de lado aspectos culturales contextuales, creo que los estudios detallados de este tipo aún son útiles para acercarnos al abordaje de algunos aspectos tecno-utilitarios de la tecnología y de los patrones de descarte. Las investigaciones sobre uso y descarte de artefactos; matanza, transporte y consumo de presas, construcción y abandono de viviendas o secuencias de fabricación de objetos (especialmente de cerámica) que se han llevado a cabo en América Latina se enmarcan dentro de este campo (i.e. García 1988; Jones 1993; Stahl y Zeidler 1990; Williams 1994; Yacobaccio y Madero 2001). 2.- Generar modelos y proponer sus derivados materiales contextualizados dentro de los órdenes social e ideacional, abordando sistemas más complejos. 15 Gustavo G. Politis En este caso la etnoarqueología apunta a la comprensión de la conducta humana contextualizada dentro de las esferas social e ideacional y apunta a entender los condicionantes culturales específicos de cada sociedad. Desde esta aplicación la etnoarqueología no sólo aborda la relación entre la conducta humana y sus derivados materiales en situaciones en la cuáles las variables tengan un control ajustado, sino que integra esto a niveles más complejos de las sociedades cuya dimensión material no es tan directa y su detección no es obvia (por ejemplo la relación entre los recursos y la movilidad o entre el parentesco y la producción cerámica) (i.e. Hosler 1996; Nielsen 199798). Los recientes estudios etnoarqueológicos sobre la religión andina de Kuznar (2001b) pueden también ejemplificar este campo. 3.- Para entender y explorar otras formas de pensamiento Dentro de este campo se busca abordar patrones de racionalidad diferentes al occidental. En esta última aplicación de la etnoarqueología la correlación con cultura material pasa a un segundo plano ya que se pretende entender otras formas de pensamiento y lógicas diferentes, más allá de sus correlatos materiales (Hernando 1995 y este volumen.). Este tipo de aplicación se basa en la asunción de que determinados patrones de racionalidad del presente pueden entregar claves para entender cómo operaban algunos de éstos en el pasado (Politis y Saunders 2002). Obviamente no se trata de entender en profundidad pautas de pensamiento ya extinguidas, pero si de detectar algunas claves de su funcionamiento y de discernir en los casos que sea posible, cómo y qué factores ideológicos y sociales (además de los tecno-económicos) actuaron en la configuración del registro material. Estos objetivos han motivado, con variado éxito en los resultados obtenidos, las investigaciones de Delfino (2001), Haber (2001), Politis (1996b, 1999) y Sillar (2000). Obviamente, es en este campo de aplicación donde las bases metodológicas están menos desarrolladas y se encuentran aún en una fase exploratoria. Dentro de este grupo se encuentran los trabajos de Hernando (1995, 2002, este volumen) lo cuales tienen algunas particularidades debido a su enfoque estructuralista (ver mas adelante). Además de estos tres campos de aplicación, que insisto no se comportan como campos aislados, un servicio principal de la etnoaqueología es sensibilizar a los arqueólogos (los cuales pertenecen a 16 Tendencias de la etnarqueología en América Latina nuestra sociedad occidental y desarrollan su vida cotidiana en un medio urbano) hacia otras formas de pensamiento y de conceptualización de la realidad, que aunque distintas, tienen algunos elementos comunes con las sociedades indígenas del pasado. De esta manera, más allá de la información etnoarqueológica que un investigador pueda obtener en el campo, la experiencia etnográfica permite ampliar el horizonte creativo del arqueólogo, el cual se constituye en una herramienta poderosa para interpretar el registro arqueológico. Este servicio de la arqueología ha sido ya reconocido por varios investigadores (i.e. David 1992) y muy recientemente ha sido también remarcado, con un alto grado de optimismo para la arqueología andina “I am wholly convinced that in areas like the Andes the critical use of local analogies (i.e. ‘direct historical analogy´ either from the ethnographic present or the historical record) is essential if archaeologists are to try to avoid the bias of uncritically imposing western attitudes on the Andean past” (Sillar 2000:8). Por último, un servicio significativo de la etnoarqueología ha sido el de contribuir a la re-conceptualización de la cultura material. Estos aportes, junto con la importante producción francesa en teoría social han sido los pilares que fundaron los enfoques modernos de la arqueología post-procesual (David and Kramer 2001:410). La etnoarqueología en América Latina La etnoarqueología es una sub-disciplina que comenzó en América Latina casi simultáneamente que en el resto del mundo, aunque los primeros proyectos fueron realizados por extranjeros. Los primeros estudios sistemáticos se realizaron en los 70’ y el antecedentes pionero es quizás el trabajo de Lyon (1970) sobre la destrucción de huesos por perros en una aldea de la Amazonia Peruana. Otro trabajo temprano fue el de Lange y Rydberg (1972) acerca del abandono y el post-abandono de una vivienda rural en Costa Rica. En sus fases iniciales, los trabajos se concentraron en dos regiones y en temas determinados. Uno de éstos fue el uso y descarte de la alfarería en las tierras bajas de Ecuador, especialmente entre los Shipibo-Conibo ( DeBoer 1974; DeBoer y Lathrap 1979); estos trabajos fueron 17 Gustavo G. Politis iniciados por D. Lathrap quién presentó los primeros resultados en las reuniones anuales de la Society of American Archaeology y luego fueron continuados por J. Zeidler (1984) quien llevó a cabo una parte etnoarqueológica dentro su tesis doctoral. La otra áreas/temas de interés inicial fue la etnoarqueología de los pastores de camélidos Andinos (Horn 1984; Miller 1977). En esta fase inicial de llevo a cabo también el estudio del uso de las hachas entre los Yanomami (Carneiro 1979). Entre los estudios etnoarqueológicos tempranos de investigadores locales se destacan los realizados en Brasil a partir de la década de 1960 y más intensamente en la década posterior (RobrahnGonzález en este volumen) . Uno de los ejemplos mas importantes es el de I. Wüst quién hizo un estudio de la fabricación de alfarería de los Carajá de Aruanã y luego utilizó los datos para analizar los materiales arqueológicos de una antigua aldea Carajá (Wüst 1975). En esta contribución Wüst se basó en los principios de la analogía histórica ó directa. También fueron importantes los estudios de T. Miller Jr. quién realizó interesantes observaciones sobre la talla lítica entre los últimos Xetá del estado de Paraná en Brasil (Miller Jr. 1975, 1979). Este autor efectuó además algunas reflexiones tempranas sobre la etnoarqueología y alertó sobre el potencial de las sociedades indígenas de América del Sur (Miller Jr 1981-82). Observaciones más completas sobre los Xetá fueron luego publicadas por A. Laming –Emperaire junto a M. J. Menezes y M. D. Andreatta (Laming-Emperaire et al. 1978). Otro estudio temprano realizado por investigadores locales que podría incluirse dentro del campo de la etnoarqueología es el análisis de fosfatos en el piso de una vivienda rural contemporánea de Méjico (Barba y Bello 1978). A mediados de los 80’ se lleva a cabo en América Central un proyecto etnarqueológico de envergadura dirigido por Brian Hayden (1987) en la Tierras Altas del área Maya. Este trabajo llevado fundamentalmente por un grupo de arqueólogos norteamericanos, abordó varias dimensiones de la tecnología lítica. Entre estas se destaca el estudio de artefactos líticos tallados usados para la fabricación de manos y metates y también como éstos estaban siendo reemplazados por instrumental occidental. Este libro representó una contribución sustancial al estudio de la fabricación y uso de artefactos de piedra ya que durante todo el desarrollo del proyecto los investigadores tenían 18 Tendencias de la etnarqueología en América Latina en mente problemas arqueológicos para resolver. Poco tiempo después, entre 1987 y 1988, Martha Graham (1994) llevo a cabo un trabajo de largo alcance entre las aldeas campesinas del norte de Méjico. Fundamentalmente Graham llamó la atención sobre el papel que tienen del parentesco y la organización social, además de la estacionalidad, como factor causal en el sistema de asentamientos. A fines de los 80’ se multiplicaron los temas y las áreas de interés etnoarqueológico en América Latina y varios arqueólogos latinoamericanos comenzaron a desarrollar proyectos etnoarqueológicos de largo alcance. Este nuevo conjunto de investigaciones se llevó a cabo desde diferente marcos conceptuales y apuntó a problemas diversos (ver por ejemplo para el caso de Brasil a Robrahn-González en este volumen). La tendencia mas generalizada, positivista y nomotética, deriva del enfoque procesual y se podría incluir dentro de lo que Hodder (2002) ha denominado la tendencia analítica, que tiene al trabajo de Binford (1978) como el principal referente. Es la que restringe los casos de estudio a los efectos físicos de conductas definidas dentro de sistemas con variables que puedan ser, en principio, mejor controladas, como por ejemplo la producción, uso y descarte de la alfarería (i.e. Cremonte 1988-89; García 1988, 1993; Shott y Williams 2001; Williams 1994), el desmembramiento de las carcasas (Jones 1983, 1993), la recolección de raíces silvestres (Greaves 1996), la acumulación diferencial de basura en los pisos de las viviendas y en los asentamientos (Nasti 1993; Stahl y Zeidler 1990), la estructura de los campamentos temporarios y residenciales entre foragers (Borrero y Yacobaccio 1989; Greaves 2000; Jones 1993) y aldeanos horticultores (Assis 1995-96) o la relación entre las presas de caza y la tecnología del arco y flecha (Greaves 1997). También se han abordado temas que involucran variables más complejas, especialmente en la etnoarqueología de pastores andinos (i.e. Kuznar 1995; Tomka 1993, 2001) tales como el relevamiento de dos grupos de variables: los patrones de movilidad y asentamiento y el manejo y explotación ganadera (Caracotche 2001; Ventura y Belardi 2001; Yacobaccio y Madero 1994; Yacobaccio et al. 1998). Dentro de esta tendencia, se ha propuesto que el esfuerzo debe estar dirigido a incluir los casos particulares en modelos teóricos generales que sean universales y que 19 Gustavo G. Politis se deben estudiar “los mecanismos de generación del registro arqueológico bajo condiciones específicas” (Yacobaccio 1995:310-311) . Un desarrollo claro y conciso del marco en el que se desarrolla esta tendencia y de los límites de la argumentación analógica en arqueología se encuentra en Yacobaccio (1995). En su mayoría este grupo de trabajos enfatiza los aspectos tecno-funcionales de la cultura material y las determinantes ecológicas de la conducta humana. La tendencia analítica busca identificar los principios generativos del registro, asumiendo que éstos pueden ser a-históricos y trans-culturales Una segunda tendencia podría ser incluida dentro de lo que Hodder (2002) llamó la variante hermenéutica de la etnoarqueología. Este enfoque intenta elucidar el significado mediante la interpretación y apunta al entendimiento de un evento desde el punto de vista del actor, ó desde “adentro” de una sociedad particular (Gadamer 1976). Claro que en la mayoría de los ejemplos citados, ese “entendimiento” esta sujeto a la manifestación material del contexto cultural que le da significado. Está orientada hacia el estudio de sistemas más complejos, donde las variables son más difíciles de controlar, pero que dan cuenta de fenómenos más diversos e intenta discernir, además de los aspectos tecno-económicos, los significados sociales e ideacionales de los objetos desde casos de estudio etnoarqueológicos. Dentro de esta tendencia se encuentran entre otros los estudios de la alfarería y la cestería como vehículos de expresión social (Holser 1996; Sillar 2000; Silva 2000), la modificación del paisaje para la creación de espacios simbólicos (Dillehay 1998), los aspectos émicos de la domesticación en los Andes (Haber 2001) y los componentes simbólicos y sociales de la vivienda y el asentamiento en la Puna Meridional Argentina (Delfino 2001). Para la mayoría de los etnoarqueólogos ubicados dentro de esta segunda tendencia, los artefactos (latu sensu) no son simplemente “cosas en sí mismas” sino que son consideradas como la representación de las ideas (Leach 1977:16). Es decir, son analizados como objetos polisémicos y polifuncionales, que operan simultáneamente en diferentes dimensiones (Dobres 2000; Pfaffenberger 1992). El enfoque hermenéutico no busca identificar generalizaciones trans-culturales, pues aunque reconoce sus ventajas, considera que las relaciones entre los objetos materiales y la cultura que los genera son particulares de cada coyuntura histórica y por tanto, duda que las generalizaciones sean posibles. Esta tendencia 20 Tendencias de la etnarqueología en América Latina re-valoriza la utilidad de las particularidades contextuales determinadas y explora la continuidad del significado y la cosmovisión vinculado a símbolos e íconos específicos ( Saunders 1998; Whitley 1998). Como ejemplo de esto último, se pueden mencionar los estudios de Dillehay (1990, 1998) sobre el nguillatún de los mapuches de Chile. Dillehay analizó profundamente el sentido social y la cosmología reflejada en el diseño del campo del nguillatún, el que esboza el perfil del cuerpo del jaguar. En base a una serie de evidencias de distinto rango, el autor vincula el patrón en U del campo de nguillatún con el diseño de los centros ceremoniales del período Formativo Andino proponiendo que “aunque la cultura mapuche y las culturas formativas están alejadas unas de otras en el tiempo y en el espacio, ambas reflejan patrones socioculturales similares en el diseño y uso del espacio ceremonial y la iconografía” (Dillehay 1990:111). Este autor también discute la persistencia de los motivos felínicos, especialmente del jaguar, y la trascendencia en tiempo y en espacio de este referente simbólico que tuvo una función comunicativa importante en la sintaxis ideológica de las comunidades andinas. Como puede observarse ya en estos trabajos de Dillehay, a medida que la etnoarqueología va generalizándose, los planteamientos teóricos desde los que abordar un estudio etnoarqueológico se van diversificando. De hecho, existe una gama amplia de trabajos que discurren en caminos intermedios entre lo que podría considerarse el positivismo procesual y la convicción postprocesual de la posibilidad de recuperar significados simbólicos a través del estudio de la cultura material. Entre ellos podrían citarse, por ejemplo, los trabajos de Politis (Politis y Martínez 1996; Politis y Saunders 2002) sobre los tabúes alimenticios y su reflejo material o sobre la acción de los infantes en la producción del registro arqueológico (Politis 1998). También se incluirían el análisis del ceremonialismo de los caravaneros andinos dentro del sistema de movilidad y asentamiento y la identificación de los diversos aspectos de la macro-organización del tráfico (Nielsen 1997, 1997-98). Dentro de esta tendencia se consideran los efectos materiales de las conductas y a las propiedades de éstos (i.e. densidad, variabilidad, distribución, etc), pero no pretende establecer relaciones no ambiguas y regularidades trans-culturales entre las conductas y sus derivados materiales, sino solo establecer relaciones de tipo general 21 Gustavo G. Politis e intentar entender bajo que condiciones sociales se pueden esperar cierto tipo de registro arqueológico. La cuarta tendencia es la positivista y particularista. Está representada por un grupo de proyectos de investigación, sobre todo en Brasil, que busca obtener información etnoarqueológica para reconstruir el procesos histórico particulares de grupos indígenas contemporáneos (Heckenberger et al. 1999; Wüst 1998; Wüst and Barreto 1999). Esta tendencia busca abordar la continuidad y el cambio en contextos sociales específicos, mediante el uso complementario de la información etnográfica, etnohistórica y arqueológica (ver discusión en RobrahnGonzález en este volumen). De esta manera se propone que la continuidad cultural de la secuencia cronológica desde tiempos prehispánicos hasta el presente, en base a un “marcado conservatismo” no sólo en la organización espacial de las aldeas, sino también en la tecnología cerámica, la subsistencia y la localización de los asentamientos, “permits fairly detailed direct historical comparisons” (Heckenberger et al. 1999). De alguna manera, este tipo de etnoarqueología esta íntimamente ligado a lo que podríamos llamar “historia indígena” (en el sentido de Oliveira 2001, ver discusión en Robrahn-González en este volumen). Aunque el carácter históricocultural de este enfoque podría reducir su aplicabilidad, el potencial de estas investigaciones para la interpretación arqueológica es enorme, por que permite un análisis de “grano fino” de procesos particulares que son claves para comprender los macro-procesos. La ultima tendencia es la estructuralista (Hernando 1995, 2004). Desde el estructuralismo, el objetivo principal de cualquier análisis cultural es la comprensión de las pautas estructurales que rigen su orden de racionalidad. Se considera que existe una lógica interna que estructura la cultura y que atraviesa y se manifiesta en todas sus dimensiones, y por lo tanto, también se expresa en la dimensión material. Se parte de la convicción de que para tener una determinada relación material con la realidad, es necesario entenderla de cierto modo, y que sólo cuando se entiende de este modo, se sostendrá un tipo de relación material con ella. Esto significa, por ejemplo, que una sociedad de cazarecolección, con escasa división de funciones y especialización del trabajo, tendrá una determinada percepción del mundo, del tiempo y del espacio, de las posibilidades de desplazamiento por el territorio, del 22 Tendencias de la etnarqueología en América Latina valor de la naturaleza, de los riesgos que implican los cambios, etc., etc., independientemente de las características culturales concretas que adopte su cultura. De ahí que se piense que si se consigue entender la estructura de correlaciones básica que rige el orden de racionalidad de un grupo de cazadores-recolectores, horticultores o campesinos, se pueden derivar expectativas respecto a grupos del pasado de distintos grados de complejidad socio-económica, similares al de ese tipo de grupos vivos. Los trabajos de Hernando sobre los Qeqchí’ de Guatemala apuntan en esta dirección. Con respecto al abordaje de la obtención e interpretación de la información, la tendencia analítica tiene un enfoque mas etic (en el sentido de Harris 1980), mientras que la hermenéutica se orienta hacia la búsqueda de lo émic. Los planteamientos estructuralistas buscan evitar esta disyuntiva, asumiendo que existen pautas estructurales de una cultura que determinan su “subjetividad” (Hernando 2004). Obviamente, los aspectos émic de los significados de las conductas son difíciles de acceder, sobre todo teniendo en cuenta que los etnoarqueólogos no suelen pasar extensos períodos de campo a la manera de los estudios etnográficos clásicos. Sin embargo, esta dificultad técnica no debe servir de excusa para intentar descifrar los códigos simbólicos contenidos en las conductas y para explorar su dimensión material. Es posible abordar éstos incluso con estadías no demasiado prolongadas si es que diseñan estrategias específicas para obtener este tipo de información (ver por ejemplo Frias 1993; Haber 2001; Oliveira 2002; Politis y Saunders 2000; Silva 2000). Consideraciones finales En cualquiera de las tendencias apuntadas, la etnoarqueología aparece como uno de los programas mas firmes para la construcción de un cuerpo conceptual y metodológico que permita interpretar y explicar el registro arqueológico a través de enunciados contrastables con algún nivel de certidumbre. La tendencia positivista, puede producir un aporte sustantivo para la teoría de rango medio, o sea para generar modelos y recursos interpretativos que permitan realizar inferencias acerca del registro arqueológico mediante la observación 23 Gustavo G. Politis directa de sociedades contemporáneas y que tengan cierta regularidad. Desde la perspectiva hermenéutica, la etnoarqueología se puede transformar también en una herramientas trascendente para construir marcos interpretativos que sirvan para explorar lo social y lo ideacional en el registro arqueológico en sociedades particulares. Desde la perspectiva particularista histórica, la etnoarqueología puede proveer correlatos detallados y bien controlados, ya que obtiene información etnográfica de “grano fino” y la articula con los datos arqueológicos locales, de sociedades antecesoras directamente vinculadas. Desde esta perspectiva se pueden ajustar muy claramente los límites de aplicación de la inferencia analógica ya que existe un control muy estricto entre los componentes de la fuente y el sujeto hacia donde se proyecta la información actual. La aproximación estructuralista se puede transformar en una herramienta poderosa para abordar los distintos patrones de pensamientos y así superar la dicotomía entre el estudio de la sociedad vs. el de los individuos. Este enfoque, el menos interesado por los correlatos materiales de la conducta, permite la comprensión de otras racionalidades y cosmovisiones, lo que a su vez debería conducir a una mejor comprensión de las sociedades del pasado (pero ver Borrero en este volumen). Sin embargo, el potencial de la etnoarqueología, como expresé al comienzo del artículo está sub-valorado y sub-utilizado. La etnoarqueología puede ser una herramienta que permita ir mas allá de los que se llama la “escalera de las inferencias de Hawkes” (1954) y que tanta influencia ha tenido en la arqueología contemporánea . Esta metáfora reflejaba la idea de que la arqueología debía estar restringida a la interpretación de los aspectos ambientales, tecnológicos y eventualmente sociales, ya que estos serían los únicos posibles de acceder con cierto grado de probabilidad. Hoy sabemos que esto no es así, ya que todas las actividades humanas derivan de patrones cognitivos que determinan desde las conductas técnicas más simples, tales como cortar carne de una presa o tallar un raspador, hasta las más complejas como mantener una red de intercambio basada en mecanismos de reciprocidad entre parientes (ver Hodder 1982b; Whitley 1998). Como todas éstas tienen una dimensión material, o sea tienen un reflejo en la configuración espacial y temporal de los derivados materiales, las propiedades del registro arqueológico 24 Tendencias de la etnarqueología en América Latina dependerán de la cosmovisión de sus generadores. En otras palabras, el patrón de trozamiento, la forma de consumo y el lugar de descarte de un conjunto de huesos no sólo estará influenciado por las características de las presas y las necesidades energéticas de los cazadores y sus familias, sino también por el orden ideacional de éstos y por su trayectoria histórica. Haciendo otro recorrido, Sillar (2000) ha llegado a conclusiones similares: “The method of killing and butchering an animal is dependant of many different factors such as how hunting parties are organised, how these relates to domestic organization, the way caribou meat is commonly prepared, who eats it, the ideological significance of the animal, the historical importance of hunting to the group and recent process of social change, etc. Only in-depth work which relates the hunting to much wider aspects of the society can hope to understand why the animal was butchered in any specific way” (Sillar 2000:7). La corriente hermenéutica demostró que la cultura material está simbólicamente constituida, y que, por tanto, puede revestir significados distintos en contextos diferentes, lo que sin duda hizo avanzar en la reflexión sobre el significado de la cultura material de sociedades pasadas. Esto ha sido fuertemente criticado desde el neo-positivismo (ver por ejemplo Watson y Fotiadis 1990), pero como lo han expresado Preucel y Hodder (1996), el enfoque hermenéutico es inherente a la argumentación arqueológica y el interés por recobrar el significado (tanto de un objeto como de una acción o una conducta) es un aspecto central de la arqueología contemporánea, independientemente de que esté en cuestión la economía, el parentesco o la religión. En este sentido, lo que todos los arqueólogos hacen es entonces una forma de hermenéutica (Preucel y Hodder 1996) y lo que varía es entonces es hacia qué esfera de la cultura está dirigida. Propongo que el diseño de programas de etnoarqueología, para alcanzar el máximo de su potencial (o sea que no se quede solamente en aspectos tecno-económicos), debería tener en cuenta los siguientes principios, tanto en la diagramación de las estrategias de investigación, como en la obtención de los datos y en su interpretación. a.- Las sociedades indígenas, tanto actuales como precolombinas, construyen su realidad de forma diferente a la occidental y con diferentes parámetros (Hernando 2002) Para la construcción de esta 25 Gustavo G. Politis realidad generan referentes simbólicos con una dimensión material. “La concepción del mundo depende de la construcción simbólica de la realidad, la cuál es percibida por los actores sociales en contextos socioculturales e históricos específicos” (Grebe 1995-96:137). b.- Los artefactos son objetos polisémicos y un análisis de ellos debería intentar contemplar su funcionamiento en tantas dimensiones como sea posible. c.- El entendimiento profundo de los significados de las conductas y de sus correlatos materiales es un aspecto de muy difícil acceso desde el registro arqueológico. Sin embargo, es posible entender cómo y bajo que sistemas simbólicos (u ordenes ideacionales o cosmovisiones) están operando. Mediante las representaciones icónicas, la tradición oral, la historia y la mitología indígena, se han preservado y comunicado patrones cognitivos y simbólicos que dan cuenta de algunas ideas centrales y principios dominantes de las sociedades precolombinas (e.g. Oliveira 2002). En primer término, se debe reconocer que aún está operando la idea, errónea desde mi punto de vista, de que se debe buscar primero las relaciones eco-utilitarias que ocurren en las situaciones bajo observación y ver hasta que punto la variación en la conducta observada puede ser explicada por estas circunstancias inmediatas (Gould en Gould y Watson 1982:367). Bajo esta perspectiva, sólo si se ha agotado este nivel de explicación sin un resultado satisfactorio se puede pasar a un nivel más alto “namely the ideational realm of shared traditions” (Gould en Gould y Watson 1982:367). Desde mi perspectiva todos estos niveles de explicación deberían ser abordados simultáneamente ya que no hay una conducta “eco-utilitaria”, desprovista de una contexto social, de una dimensión simbólica y que no sea la expresión fenomenológica de un orden ideacional. Todos estos generadores y condicionantes de la conducta, los técnicos, los económicos, los sociales y los ideacionales, operan simultáneamente. Por lo tanto, se deben desarrollar estrategias de investigación etnoarqueológicas diseñadas específicamente para recuperar los múltiples significados de los objetos y las diversas causales de la conducta humana. Es decir no se debería priorizar las funciones tecnoeconómicas de los objetos (lo que Pfaffenberger 1992 llamó la “Visión Standard de la Tecnología”) ni asumir como únicas o primarias las causales tecno-ambientales (lo que se ha llamado funcionalismo 26 Tendencias de la etnarqueología en América Latina ecológico). En algunos proyecto etnoarqueológicos de América del Sur esto ha sido explicita y sistemáticamente incorporado (i.e. Dillehay 1998; Politis 1996a, 1998, 1999; Sillar 2000; Silva 2000). En segundo lugar, para los efectos de la interpretación de los referentes simbólicos, se puede considerar metodológicamente adecuado, rescatar la decodificación ofrecida por algunas fuentes documentales y por los testimonios de los significados y las causas emic en las sociedades indígenas actuales (e.g. Oliveira 1996, 2002; Grebe 1995-96). Esto es lo que provee la etnoarqueología hermenéutica y es la línea argumental seguida por varios arqueólogos para interpretar el significado de objetos o estructuras que operaron primariamente en el plano de lo ideológico y lo simbólico (por ejemplo Falchetti 1999; Reichel-Dolmatoff 1988; Velandia 1994, 1999). Es cierto que esto tiene dos problemas importantes. Uno es que los símbolos culturales son arbitrarios y que el significado de los objetos y de los elementos naturales varia de una cultura a otra de manera aparentemente azarosa (Layton 1992:212). El segundo es que el significado asociado a íconos o a símbolos puede cambiar a través del tiempo (Saunders 1998) ó ser alterado por las transformaciones que sufre una sociedad y su contexto tanto natural como político-social. Es por eso que proponer recuperar el significado profundo de los símbolos o de objetos cotidianos que también tuvieron una dimensión social o ideacional es actualmente ilusorio. Lo que sí es posible es identificar algunas claves bajo las cuales operaron y detectar algunas de las variables socio-ideacionales que afectaron la vida de los artefactos mientras estaban circulando en la cultura viva. Además, el simbolismo asociado a ciertos objetos o íconos en la arqueología americana que ha sobrevivido hasta nuestros días, aunque obviamente transformado, y ha sido registrado desde los primeros momentos del contacto. Bajo esta idea, Falchetti (1999) ha llevado a cabo un interesante estudio sobre el simbolismo de la metalurgia prehispánica. La premisa sobre la cual se edificó la secuencia lógica esta expresada de manera clara “Mediante el estudio simultáneo de mitologías actuales, fuentes históricas e información arqueológica, podemos buscar sistemas de pensamiento que se remontan a poblaciones antiguas, teniendo en cuenta que la esencia de las mitologías tiende a perdurar, a pesar de variadas influencias que han modificado gradualmente las interpretaciones que una comunidad 27 Gustavo G. Politis realiza de sus propios mitos y creencias” (Falchetti 1999:54). Esto ha permitido proposiciones muy interesantes para rastrear el significado del registro arqueológico en momentos precolombinos (ver por ejemplo Falchetti 1999; Legast 1998; Saunders 1998; Tochetto 1996; Velandia 1999). En otros casos, la organización de ciertos elementos en sociedades actuales daría pistas para abordar sus múltiples significados en el pasado. Por ejemplo, cuando Nielsen discute la función y la detección arqueológica de los sitios rituales de los caravaneros, reconoce que no sería posible a través de estos sitios acceder al universo simbólico del pasado pero a la vez sostiene que “su rígida organización interna, localización y la naturaleza de los desecho asociados, permitirían quizás, identificar arqueológicamente la presencia de estructuras recurrentes en la conducta ritual, delineando sus rasgos fundamentales y sus variaciones en el tiempo y en el espacio” (Nielsen 1997-98:172). Es obvio que a medida que se asciende en los niveles de complejidad y abstracción, disminuye la capacidad de control de las variables en juego y la fortaleza de las relaciones entre la conducta y sus derivados materiales. Sin embargo ¿es esto una barrera para tratar de abordar sistemáticamente el estudio de los sistemas sociales y de creencias, para identificar en la sociedades presentes principios generativos particulares y que puedan ser contrastados con el registro arqueológico? Para sociedades con cierta complejidad y jerarquización esto es habitual (entre muchos otros Falchetti 1999; González 1977, 1992; Grebe 1995-96; Reichel-Dolmatoff 1988; Velandia 1994) ya que se asume que por ejemplo la producción de objetos de carácter simbólico y la construcción de monumentos son inherentes a partir de cierto grado de complejidad social y como consecuencia se espera un registro arqueológico que de cuenta de esto. Sin embargo, estas sociedades tanto como las igualitarias (cazadores-recolectores) o de bajo nivel de complejidad o jerarquización no sólo producen objetos, consumen alimentos o construyen viviendas exclusivamente como consecuencia de la adaptación al medio ambiente natural y social. Sin duda, como lo enseña la etnografía y la etnohistoria, tanto los cazadores-recolectores como pastores, las sociedades aldeanas simples o los señoríos mantienen sistemas de creencias y reglas sociales complejos que permean en todas sus actividades y que determinan por 28 Tendencias de la etnarqueología en América Latina ejemplo, que animales se pueden cazar y que partes se van a consumir, donde se instala el campamento, de que lugar se traerán las rocas para confeccionar artefactos o cómo se distribuye el excedente de producción. De la misma manera, usan y jerarquizan el espacio no solo en función de la estructura de los recursos, sino también de la percepción simbólica del paisaje, de la cosmovisión y a la trama social de los territorios (ver por ejemplo un caso de aplicación arqueológica para América del Sur en Curtoni (1999). Toda esta percepción y conceptualización del paisaje (que determina qué lugares usar, cómo y para qué) tiene una dimensión material que, aunque de manera incompleta y fragmentaria, es posible abordar desde la etnoarqueología y la arqueología. Por ejemplo, los pastores del Departamento de Lípez (Sur de Bolivia) así como de otros lugares del altiplano ordenan el espacio en relación a referentes naturales y simbólicos y estas concepciones “se ponen de manifiesto en la organización regular de la conducta en múltiples contextos, como la disposición de los edificios y altares en el espacio doméstico, las ceremonias y la organización de las jaras” (Nielsen 1997-98: 174). Estos aspectos sociales e ideológicos han sido severamente subestimados en la arqueología y la etnoarqueología de América Latina, especialmente en sociedades sin jerarquías o de baja complejidad y han estado afuera de la agenda de investigación regional, tanto de científicos locales como extranjeros. Por supuesto, la re-orientación de las estrategias de investigación etnoarqueológica no implica abandonar los detallados análisis de los aspectos estrictamente tecno-utilitarios de la conducta. Ellos han demostrado de ser de extrema utilidad y en muchos casos un excelente punto de partida (pero no de llegada). Sin embargo, su alto valor descriptivo y diagnóstico no inválida el hecho de que el abordaje de exclusivo de estos aspectos deje afuera, durante el proceso de interpretación importantes componentes de la conducta humana que tienen una dimensión material. Además, los resultados de estos análisis, van perdiendo fortaleza en la medida que mecánicamente transforman una correlación entre variables en una explicación. Los índices de utilidad económica de las presas o los estudios acerca de los componentes y las técnicas de la manufactura cerámica son y serán probablemente vitales para seguir avanzando en el entendimiento del registro arqueológico de América del Sur. Pero su utilidad será mucho 29 Gustavo G. Politis mayor si los podemos integrar en modelos más comprensivos que los vinculen con la trayectoria histórica y con la esfera social e ideacional. Agradecimientos A Almudena Hernando y a Mariano Bonomo por la lectura crítica y las sugerencias. Varias de las ideas desarrolladas en este trabajo han surgido del fructífero intercambio de opiniones con Almudena a lo largo de los años, A Clara Scabuzzo por su colaboración en la edición. Este trabajo es parte del Programa de Investigaciones INCUAPA (Investigaciones Arqueológicas y Paleontológicas del Cuaternario Pampeano) de la Universidad del Centro de la Pcia. de Buenos Aires. Referencias citadas Assis, V. S. 1995-96 Um Estudo da Casa Mbya pela Perspectiva Etnoarqueológica. Coleçao Arqueología 1 (2):519-526. Barba, L. y G. Bello 1978 Análisis de fosfatos en el piso de una casa habitada actualmente. Nota Antropológica I (24): 188-193. Binford, L. 1967 Smudge pits and hide smoking. 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