Subido por Camila Lopera

TEORÍA DEL NEGOCIO JURÍDICO libro doctrina y jurisprudencia

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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA
SALA DE CASACIÓN CIVIL
Magistrado Ponente:
JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR
Bogotá, D. C., doce (12) de diciembre de dos mil seis (2006).
Referencia: Expediente C-080031030021999-00238-01
Se decide el recurso de casación que interpuso
la sociedad Roberto Manzur Villegas Cía. S. en C., respecto de la
sentencia de 17 de noviembre de 2005, proferida por el Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Barranquilla, Sala Civil-Familia, en
el proceso ordinario de la recurrente contra el Banco Popular.
ANTECEDENTES
1.- En la demanda presentada el 13 de abril de
1999, la sociedad demandante solicitó que se declarara que la
entidad demandada incumplió el “contrato de mutuo” que
celebraron y que como consecuencia se condenara a ésta a
pagar a su favor los perjuicios causados, debidamente indexados,
junto con los intereses a que hubiere lugar.
2.- Las pretensiones se fundamentaron en los
hechos que en lo pertinente se compendian:
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2.1.- El 26 de febrero de 1996, el Banco
Popular otorgó a la sociedad demandante, con garantía
hipotecaria, un crédito por $593.000.000.oo, para remodelar y
dividir en locales, bajo el régimen de propiedad horizontal, un
edificio, con vencimiento el 18 de abril de 1998, y luego, en virtud
de las prórrogas, el 18 de julio y el 18 de octubre del mismo año.
2.2.- La entidad demandada se comprometió a
atender subrogaciones a la obligación de la demandante por las
ventas de unos locales, como así ocurrió con las de algunos
compradores, que no las de otros, hasta el monto de la deuda y
dentro del rango diferente de vivienda.
2.3.- La sociedad demandante, en efecto,
remitió algunas solicitudes de subrogación, pero el banco no las
abonó a la obligación, dentro de los tres días siguientes a dicha
subrogación, como ha debido hacerlo, porque la de 26 de febrero
de
1998,
relativo
a
los
locales
114
y
128
vendidos
respectivamente a Marcial Acuña y Eugenio Llerena, la imputó
hasta el 16 de julio de 1998.
Fuera de esto, la presentada el 10 marzo de
1998, sobre los locales adquiridos por Jorge Niño y Roberto
Manzur Villegas & Cia. S. en C., la aprobó a los once meses,
aduciendo un reavalúo unilateral que variaba considerablemente
los precios, y lo que es más trascendente, el crédito del primero
no ha sido abonado a la obligación, pretextando el banco que
antes la demandante debía cancelar la suma de $29.805.629.oo,
por concepto de diferencia entre lo que se denominó prorrata y el
valor del crédito aprobado.
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J.A.A.P. C-080031030021999-00238-01
Además, a la solicitud de 17 de septiembre de
1998, respecto de la señora Zuleima Slebi Moisés, a la fecha de
presentación de la demanda, no le había dado respuesta.
2.4.- Los intereses de las prórrogas del plazo,
en su orden, por valores de $17.915.605.oo y $ $18.546.764.oo,
fueron cancelados anticipadamente el 20 de abril y 6 de agosto de
1998, pero los de la primera, la entidad demandada los imputó a
capital, sin autorización del deudor, haciendo caer en mora a éste
por intereses aparentemente no cubiertos.
2.6.- El 31 de diciembre de 1998, la sociedad
demandante recibió un extracto en donde, debido a que se hizo la
“subrogación de Jorge Niño, por un valor inferior”, a la “demora”
en el trámite del crédito solicitado y al “menor valor determinado
unilateralmente de los locales entregados en subrogación”,
aparece una deuda por intereses moratorios de $309.687.073,oo.
generados por el “incumplimiento del Banco”. Por esto, el 25 de
enero de 1999 solicitó renegociar el crédito, pero la entidad
demandada, en oficio de 3 de febrero del mismo año, lo negó
reiterando otorgar uno nuevo en condiciones más gravosas.
2.5.- “Todo lo anterior ocasionó perjuicios” al
demandante “en cuantía aproximada de $400.000.000.oo”.
3.- El banco demandado se opuso a las
pretensiones, para lo cual negó los hechos, salvo el atinente al
otorgamiento del crédito con hipoteca, pero sin prórrogas, y
formuló la excepción de fondo que nominó “incumplimiento del
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contrato de mutuo”, fundada en que la sociedad demandante no
había cancelado la totalidad de la obligación con sus intereses.
4.- Tramitado el proceso, el Tribunal, en la
sentencia recurrida en casación, al resolver el recurso de
apelación que interpuso el demandado, revocó el fallo estimatorio
del juzgado de 9 de abril de 2003, para en su lugar negar las
pretensiones, luego de declarar fundada la citada excepción.
LA SENTENCIA IMPUGNADA
1.- Descontada la existencia del “contrato de
mutuo”, enmarcado en el denominado “Préstamo Mercantil”,
según los términos de la carta de 26 de febrero de 1996,
aprobatoria del mismo, el sentenciador señaló que del “análisis de
las pretensiones” y de los “fundamentos de derecho esgrimidos
(artículo 1546, CC)”, se establecía que lo pretendido era el
“cumplimiento” de lo estipulado y la “indemnización de perjuicios”,
como consecuencia del incumplimiento de las obligaciones
atribuibles a la entidad bancaria demandada.
En ese caso, el Tribunal acotó que “solamente
el contratante cumplidor de las obligaciones a su cargo, nacidas
de un acuerdo de voluntades o por lo menos, que se haya
allanado a cumplirlas en la forma y tiempo debidos”, podía “pedir
el cumplimiento o resolución del contrato con indemnización de
perjuicios cuando la otra parte no ha cumplido las suyas”.
2.- Precisadas las obligaciones de las partes
derivadas del contrato de “mutuo o préstamo comercial” y
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resaltada su naturaleza unilateral, en cuanto perfeccionado con la
entrega de la cosa, el único obligado a restituirla sería el mutuario,
el juzgador, una vez subrayó que el crédito fue otorgado para
remodelar un edificio de siete pisos y adecuar setenta locales
comerciales y setenta y ocho oficinas, dejó sentado, en punto de
las “subrogaciones” que el mutuante las atendería, limitadas a
ciertas unidades de propiedad horizontal, hasta el monto total de
la deuda, y respecto de la ampliación del crédito, que se
sometería al estudio de “aprobación o negación”.
Frente a lo anterior, el Tribunal consideró que la
referida característica unilateral del contrato en cuestión, en el
caso no había impedido que se incluyeran otras “obligaciones”,
para el “prestamista”, como las descritas, al lado obviamente del
desembolso del préstamo, lo mismo que respecto del mutuario,
entre otras, la “constitución de garantías, subrogaciones, plazos
para la entrega del dinero”.
3.- Al revisar, en primer término, la conducta de
la demandante, el Tribunal, al encontrar en el “dictamen pericial”
que el primer desembolso del crédito ocurrió el 18 de octubre de
1996, fecha a partir de la cual había empezado a correr el plazo
de dieciocho meses para pagar la obligación, dejó establecido que
tal plazo inicial se había vencido el 18 de abril de 1998.
Pero como dicho término fue “prorrogado” hasta
el 18 de octubre de 1998, no obstante que la demandante no
había cumplido con los requisitos exigidos para el efecto, pues
dentro de la documentación revisada no se encontró la póliza que
debía suscribirse, como tampoco el “otro sí” a los pagarés, el
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sentenciador, ante la protesta de la demandante sobre que a 31
de diciembre de 1999, adeudaba por saldo de capital e intereses
moratorios la suma de $309.687.973.oo, según ella, debido al
retraso injustificado del banco para atender e imputar las
subrogaciones, acometió el análisis del tópico.
4.- Con ese propósito, el Tribunal señaló, en lo
que respecta al estudio y análisis de las solicitudes presentadas
por los potenciales adquirentes de locales, que las partes no
habían estipulado ningún término, y que la expresión “atender” no
otra cosa significaba que “tener en cuenta”, “prestar atención”,
esto es, “estudiar la viabilidad del crédito solicitado”, y no que el
banco debía, sin ningún obstáculo, aprobarlo y abonarlo a la
obligación de la demandante, porque para ello se necesitaba
cumplir ciertos requisitos, entre otros, capacidad de pago de los
distintos interesados y buen comportamiento comercial.
4.1- Así, relativo a las subrogaciones de Marcial
Acuña González y Eugenio Llerena, quienes respectivamente
habían adquirido los locales 114 y 128, el sentenciador concluyó,
luego de la historia cronológica, que el tiempo utilizado, cinco
meses aproximadamente, se observaba como razonable, porque
ello implicaba estudiar documentos, suscribir escrituras públicas
de compraventa e hipoteca, registro de tales actos, en fin,
inclusive entrega de los inmuebles, los cuales, entre otras cosas,
venían en uso y goce por los nuevos adquirentes, en razón de los
contratos de arrendamiento suscritos anteladamente.
4.2.- Sobre el crédito de Jorge Niño por
$70.000.000.oo, adquirente de los locales 134 y 135 en la suma
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de $270.000.000.oo, respecto del cual se afirma fue aprobado
después de once meses, el Tribunal también encontró que no
había existido mora del banco, dado que, una vez historió el
trámite, se habían presentado vicisitudes, como su no aprobación
en dos oportunidades y la necesidad de un reavalúo de los bienes
por su desvalorización, aspecto que admitió sin reticencias el
comprador al firmar la respectiva escritura pública y el pagaré.
Esto último, desde luego, era potestad del
banco hacerlo, al evidenciar que los precios metro cuadrado
estaban sensiblemente elevados, todo acorde con la auditoría
interna efectuada. Además, al demandante le correspondía
“asumir los riesgos que comportaba un negocio de tan compleja
naturaleza, dado que el mercadeo a las ventas de locales debió
ser de tal intensidad que pudiese cumplir, por ejemplo, la meta de
las preventas a que se obligó”.
Por esto, la subrogación sólo podía verse
reflejada en 1999, siempre que la demandante cumpliera con el
pago de $29.805.629.oo, que era la diferencia entre la prorrata del
nuevo avalúo y el crédito aprobado. Pero como dicha parte no
cumplió
esa
obligación,
resultaba
erróneo
atribuirle
responsabilidad a la entidad bancaria, “si es la propia conducta
omisiva de la actora, la generante del denominado perjuicio”.
4.3.- Relativo a las solicitudes de crédito de la
sociedad demandante por $200.000.000.oo , elevadas el 7 de julio
de 1998 y aprobadas el 19 de noviembre del mismo año, luego de
negadas en una oportunidad, el sentenciador señaló que habían
recibido el mismo tratamiento de cualquier otro deudor.
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5.- Con relación a las imputaciones, el Tribunal
encontró que el débito autorizado el 20 de abril de 1998 por
$17.603.645.oo, según la demandante, para “cancelar crédito de
constructor” e “intereses a Abril 17, concedidos por U.C.H., por
prórroga”, efectivamente había sido destinado a “intereses,
$291.174.oo, y a capital, $17.603.645oo, quedando los intereses
al día hasta abril 17 de 1998 y un saldo de capital, después del
abono, por $476.313.770.oo”. Por esto, no era cierto que el abono
así aplicado haya originado mora por intereses no cubiertos.
6.- Relativo al término para pagar la obligación,
el juzgador entendió que como la demandante había efectuado
abonos a intereses y a capital después del 18 de abril de 1998,
entre otros, el débito por $18.546.764.oo, efectuado el 6 de
agosto del mismo año, específicamente para pagar “intereses
anticipados e intereses de mora”, el plazo se había prorrogado
hasta el 18 de octubre del mismo año, razón por la cual el banco
precisó al deudor que para ese efecto “debía diligenciar y suscribir
los otro sí de cada pagaré de constructor en los que se
instrumentaba el crédito y ampliar el plazo de la póliza de
seguros”, pero estos aspectos precisamente no fueron “cumplidos
por la sociedad demandante”.
7.- En cuanto a la solicitud de renegociación del
crédito de 25 de enero de 1999, el sentenciador señaló que si
bien el banco, en comunicación de 3 de febrero del mismo año, no
aceptó retrotraer la situación al 18 de abril de 1998, en los
términos propuestos por la demandante, lo cierto era que aquél,
según lo resalta, contrario a lo que afirmó ésta, presentó una
contrapropuesta que “no se vislumbra más gravosa”.
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8.- Así las cosas, el Tribunal revocó la
sentencia apelada, porque “analizadas en conjunto las pruebas”,
no era “atribuible a la entidad bancaria demandada, el no
cumplimiento de otras obligaciones dimanantes del contrato de
mutuo comercial”, y porque si la actora no había pagado la
“obligación en los términos establecidos o en las prórrogas
debidamente
autorizadas
y
admitidas,
allegando
la
documentación requerida o suscribiendo los otro sí a los pagarés,
lo que así no aconteció”, no podía derivar a su favor ninguna
consecuencia.
LA DEMANDA DE CASACIÓN
Los tres cargos formulados serán resueltos
conjuntamente por la Corte, porque en todos se acusa la violación
de los artículos 63, 1546, 1602 a 1604, 1608, 1609, 1613 a 1618,
1621, 1624, 1625, 1627, 1653, 1666, 1667, 2221 y 2224 del
Código Civil, 822, 870 y 871 del Código de Comercio, 174, 187,
233, 236 a 238, 241 y 304 del Código de Procedimiento Civil.
Además, porque como se relacionan entre sí, al punto que en el
cargo segundo se repite uno de los errores denunciados en el
cargo primero, y en el tercero uno del segundo, se sirven de
consideraciones comunes.
CARGO PRIMERO
1.- Según la recurrente, la violación de las
normas legales citadas tuvo como consecuencia la comisión de
errores de derecho en la valoración probatoria.
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2.- En primer lugar, porque al objetarse el
dictamen pericial practicado para establecer la “indebida demora y
aplicación de los abonos y subrogaciones”, así como el “valor de
los perjuicios materiales y morales ocasionados”, se practicó uno
nuevo como prueba de las objeciones del demandado, respecto
del cual el juzgado dispuso que los peritos, “por petición de ambas
partes”, lo aclararan y complementaran, pero éstos, en dos
escritos idénticos, sólo atendieron la solicitud que al respecto
había elevado la parte objetante.
Considera la recurrente, por lo tanto, que el
Tribunal violó las normas relativas a la necesidad de la prueba, al
principio de congruencia y a la producción del citado medio, por
cuanto, de un lado, no dio la oportunidad de tramitar la referida
objeción, concretamente la aclaración y adición que formuló
contra el dictamen rendido como prueba de la objeción, y de otro,
porque pese a que no resolvió la objeción en la sentencia,
apreció, sin explicaciones, ese último dictamen, el cual, amén de
incompleto, por lo dicho, sólo podía valorarse en el caso de
resultar fundado el error grave.
El sentenciador, entonces, debió apoyar su
decisión en el incólume dictamen inicial, pues el segundo carecía
de eficacia probatoria ante las irregularidades mencionadas. Pero
como no lo hizo, dejó de concluir con los peritos, que el banco se
había demorado en tramitar las subrogaciones y en aplicar los
abonos, pese a estar idóneamente tramitadas, y que la misma
entidad bancaria fue la que incumplió las “obligaciones del
contrato de mutuo”, no así la demandante.
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3.- De otra parte, la recurrente sostiene que el
sentenciador también incurrió en error de derecho en la valoración
de las pruebas en conjunto, porque fuera de limitarse a transcribir,
sin comentarios, apartes de la carta de aprobación del crédito, de
los dictámenes periciales, de las distintas escrituras públicas de
compraventa e hipoteca, de las actas de entrega de los locales
comerciales y de la correspondencia cruzada, omitió expresar el
mérito individual y de conjunto, pues simplemente se hicieron
unas inferencias generales que no se explicaron.
4.- Concluye la recurrente que si el Tribunal no
incurre en los anotados errores, habría acogido las pretensiones.
CARGO SEGUNDO
1.- Además del error de derecho puesto de
presente en el cargo anterior, respecto del dictamen pericial, cuyo
contenido, por ser el mismo, se tiene reproducido por economía,
en este cargo igualmente, como se anotó, se denuncia la violación
de las mismas disposiciones legales citadas, como consecuencia
de la comisión de errores de hecho en la apreciación probatoria.
2.-
Con relación al “contrato de mutuo”, la
recurrente sostiene que el Tribunal, amén de restringir su alcance
a la carta de 26 de febrero de 1996, también tergiversó su
contenido, todo por no haber percatado que en su ejecución o
desarrollo se adicionó o complementó, cuestión que lo llevó a
concluir, en forma equivocada, que el banco no había incumplido
las obligaciones a su cargo.
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2.1.- En primer lugar, porque si el crédito,
garantizado con hipoteca, se otorgó para remodelar y adecuar el
edificio sobre el cual se constituyó el gravamen hipotecario, como
se observaba en la misma comunicación, inclusive en la
respuesta a la solicitud de renegociación de 3 de febrero de 1999,
resultaba claro que no se trataba de un mutuo unilateral, en el
sentido de que perfeccionado con la entrega del dinero
únicamente surgían obligaciones a cargo del mutuario, sino de un
crédito con destinación específica.
2.2.- En cuanto a la forma de pago de la
obligación, el documento en cuestión no señala qué sumas
debían pagarse y en qué plazos. Al contrario, en esa materia, se
limitó a mencionar que el banco atendería subrogaciones de
créditos otorgados a terceros, hasta el momento de la deuda y
dentro del rango diferente a vivienda, pero circunscritas a los
locales que seleccionó, los cuales garantizarían en forma más
rápida el pago de la obligación.
Desde luego que como el banco impuso las
condiciones en la carta de aprobación del crédito, al extremo de
exigir el reglamento de propiedad horizontal aplicando el método
descriptivo,
la
expresión
“atenderá
subrogaciones”,
debía
interpretarse como “acoger favorablemente, o satisfacer un deseo,
un ruego o un mandato”, por ser la que corresponde a su
naturaleza y aparecer así también definido en el diccionario y no
simplemente el significado “tener en cuenta” o “prestar atención”.
Si bien se habla de un plazo de dieciocho
meses, contado desde el primer desembolso, ese término se
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estableció, conforme al texto del documento, para la construcción,
doce meses, y para las ventas, seis meses, y no para el pago de
la obligación, toda vez que ésta se satisfacía, exclusivamente, con
las subrogaciones derivadas de las ventas a terceros de
determinadas unidades privadas. Esto significaba, entonces, que
el banco “aceptó el pago por ese medio sin importar el tiempo en
que las subrogaciones se realizaran, porque prevalecía la
garantía escogida...sobre los locales por él seleccionados”.
Lo dicho se confirma con la respuesta a la
solicitud de renegociación del crédito de 3 de febrero de 1999,
porque con referencia a la carta de 26 de febrero de 1996, el
banco no sólo sugirió, bajo los mismos esquemas, ampliar el
plazo señalado para las ventas, seis meses, a un año, sino
también extender la hipoteca a los locales que seleccionó. Así
mismo, cuando propuso, conservando esa prelación, un sistema
de administración, aplicando los cánones recaudados al crédito
que se otorgaría para refinanciar el saldo de la obligación.
Igualmente, al exigir, en el caso del crédito de
Jorge Niño, el pago de la diferencia entre éste y lo que se
denominó “prorrata”. Si el banco aplicó proporcionalmente todo el
crédito a los locales que seleccionó, significaba que el proyecto se
concibió para ser pagado en su totalidad mediante la subrogación
de los créditos aprobados a los compradores de esos locales,
porque de lo contrario, “no habría ninguna razón para hablar de
prorratas ni habría justificación para exigir el pago de las
diferencias aludidas”.
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Así mismo, con la carta de 19 de noviembre de
1998, mediante la cual se comunicó a la demandante, adquirente
también de locales, que se continuaría el trámite del crédito que
había pedido por $200.000.000.oo, a la postre aprobado e
imputado, porque habiendo ella solicitado, el 21 de abril de 1998,
el cambio de los bienes a subrogarse, el banco lo aceptó, aspecto
que por sí confirma la “voluntad e interés” de éste sobre que la
obligación se pagaría con las “subrogaciones provenientes de las
ventas de los locales elegidos por él mismo”.
3.- Relativo a los “créditos subrogados”, según
la recurrente, al ignorarse, en unos casos, el análisis de las
pruebas, y en otros, al suponerse las mismas.
3.1.- Los otorgados a Marcial Acuña González y
Eugenio Llerena, porque el Tribunal tuvo en cuenta los oficios de
los folios 200 y 202, únicamente para establecer las fechas de
aprobación, pero omitió ver, como allí mismo consta, que
recibidos por el banco la escritura de venta e hipoteca, el
certificado de tradición donde aparecían registrados esos actos y
el acta de entrega del vendedor a los compradores, el crédito se
debía abonar inmediatamente a la obligación del constructor.
Si esos requisitos finalmente fueron cumplidos
el 17 de abril de 1998, como se observa en los documentos que
sobre esos hechos singulariza, los cuales fueron omitidos por el
Tribunal, no existía justificación para que hasta el 16 de julio del
mismo año, “casi tres meses después”, se hubieren efectuado las
liquidaciones y abonos a la obligación del constructor.
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Concluye la recurrente que si el sentenciador
hubiere apreciado los citados documentos, escritura pública,
certificado de tradición, constancia de entrega, en fin, no habría
afirmado que las etapas de estudio y aprobación de los créditos
en referencia habían sido razonables.
3.2.- Respecto del crédito de Jorge Niño, en el
expediente existe prueba que en dos ocasiones fue rechazado, tal
cual aparecía en la carta de 3 de febrero de 1999, pero como no
se explicitaron las razones de esa negativa, no se podía concluir,
como tácitamente lo hizo el Tribunal, que tales rechazos se
originaron por el incumplimiento de la demandante.
Igual cosa aconteció con el reavalúo de los
locales, porque aparte de no obrar prueba sobre que el banco
estuviere asumiendo riesgos en la operación, lo cierto es que el
mismo, entre otras cosas impuesto de manera unilateral por el
aquél, se tornaba innecesario, dado que el crédito otorgado,
$70.000.000.oo, era inferior al nuevo avalúo, $177.240.000.oo,
como así se corrobora, inclusive, con el documento allegado en el
desarrollo de la inspección judicial.
Por lo mismo, pese a que en la memorada carta
de 26 de febrero de 1996, aprobatoria del crédito, la demandante
no asumió la obligación de pagar la diferencia entre el crédito
otorgado y la llamada internamente “prorrata”, ni en ningún otro
documento, tampoco era necesario invocar esa prorrata, mucho
menos exigir el pago de la diferencia, “ante la evidencia de que
las garantías eran más que suficientes frente al valor de la venta
de los locales seleccionados por el banco”.
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En todo caso, el 28 de diciembre de 1998, se
dio cumplimiento a lo que se había exigido en carta de 29 de
septiembre del mismo año, entregando la escritura pública de
compraventa e hipoteca, los certificados de tradición con la
constancia de su registro y el acta de entrega de los locales,
documentos todos igualmente preteridos por el Tribunal, sin que
hasta la fecha de la interposición del recurso se hubiere efectuado
la imputación, como así lo declaró el comprador.
En suma, afirma la recurrente que si el Tribunal
no hubiere incurrido en los errores advertidos, habría reconocido
que el “banco tuvo la culpa en las llamadas por éste demoras o
vicisitudes en el trámite del crédito” en cuestión.
3.3.- Sobre el crédito de la demandante,
aprobado a los “cuatro meses y medio” por $200.000.000.oo,
porque como no se explicitaron las razones de la primera
negativa, no se podía analizar si era justificada, y respecto del
reavalúo, por lo mismo que se dijo inmediatamente, aparte de que
era innecesario, toda vez que al fin de cuentas el crédito se otorgó
por el mismo valor que se había solicitado.
3.4.- En cuanto a la solicitud de subrogación de
Zuleima Slebi Moisés, por haber ignorado el Tribunal que
presentada la solicitud el 17 de septiembre de 1998, con los
documentos requeridos para el efecto, como se observaba en la
documentación que se incorporó en la diligencia de inspección
judicial, el banco, mediante carta de 17 de marzo de 1999, los
devuelve sin explicación alguna.
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Afirma la recurrente que si el Tribunal hubiere
apreciado todos los documentos relacionados con el trámite de
ese crédito, habría “reconocido el incumplimiento por parte del
banco de su obligación de atender las subrogaciones hasta por el
monto total del crédito otorgado a la demandante”.
4.- En materia de abonos y prórrogas, la
recurrente sostiene que el Tribunal, de un lado, no entendió,
según se desprendía de la solicitud de débito de 20 de abril de
1998, que el banco había concedido verbalmente la prórroga del
plazo hasta el 18 de julio de 1998, y de otro, no tuvo en cuenta
que en la constancia de la operación de la misma fecha, el
demandado solicitó que la suma debitada, $17.915.605.oo, se
aplicara a intereses.
Lo relativo a la prórroga se confirma con la
carta de 18 de julio de 1998, en la cual, además, el banco
concedió una nueva prórroga, concretamente, hasta el 18 de
octubre de 1998, cuestión que tampoco tuvo en cuenta el
sentenciador. Por esto, la negativa en ese sentido, respecto de la
primera prórroga solicitada, contenida en la comunicación de 24
de abril del mismo año, resultaba irrelevante.
Con
relación
a
la
segunda
prórroga,
la
recurrente afirma que, contrariamente a lo decidido por el
Tribunal, no estaba sujeta a condición, como suscribir otro sí en
los pagarés o ampliar la póliza de seguros, puesto que la
comunicación de 18 de julio de 1998, citada, contenía órdenes
que debían cumplirse internamente en el banco y no requisitos
exigidos al deudor.
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Además, en el expediente no hay prueba sobre
que esos requisitos fueron exigidos a la demandante, al menos en
cuanto al pago de primas, asunto que tampoco era necesario,
dado que en la misma carta de 18 de junio de 1998, el banco
instruyó que su valor sería descontado de los desembolsos o de
los recursos de la demandante, pero aún así, el banco estaba
facultado para hacerlo por cuenta del deudor, conforme a la
hipoteca constituida para garantizar el crédito del constructor, todo
lo cual también fue preterido.
Por lo mismo, el Tribunal no tuvo en cuenta que
en virtud de la última prórroga del plazo, la suma que el 6 de
agosto de 1998 se autorizó debitar, $18.546.764.oo, igualmente
era para pagar intereses “anticipados”, tal cual se observaba en la
nota débito que también se omitió apreciar, pero el banco
conforme a los documentos que entregó a los peritos, imputó esa
suma, además, a otros rubros.
Si el sentenciador, en consecuencia, hubiere
contabilizado la totalidad de los débitos autorizados a intereses
anticipados, habría concluido, contrariamente a como lo hizo, que
la sociedad demandante no incurrió en la mora que se le endilga.
CARGO TERCERO
1.- En este cargo, como se anticipó, se
denuncia la violación de las mismas disposiciones legales citadas,
como consecuencia de la comisión de los mismos errores de
hecho que se identificaron en el cargo anterior, razón por la cual,
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como tributo a la economía, la síntesis que sobre el particular se
efectuó, igualmente ahora se tiene por reproducida.
2.- Adicionalmente, esa violación también la
predica la recurrente del error de hecho en que incurrió el
sentenciador al apreciar el dictamen pericial practicado.
En su sentir, porque el Tribunal, sin haber
resuelto la objeción del demandado contra el citado medio, acogió
como fundamento de su decisión el dictamen que se había
rendido para probar la objeción, pero no se percató que solicitado
éste “sobre los libros contables del Banco” con el fin de verificar si
la “sociedad demandante hizo los abonos oportunamente y si
tales abonos implicaban prórroga del crédito”, los peritos no los
examinaron, como se pidió y ordenó, pues se limitaron al “cuadro
de entregas”, a los “abonos realizados” y al “histórico de
intereses”, que fueron los documentos que les facilitaron.
Así las cosas, el dictamen carece de precisión y
claridad, porque los documentos entregados en sustitución de los
asientos contables, son “fotocopias simples”, amén de que no
“tienen firmas que certifiquen sobre su origen auténtico como
documentos contables”, y porque se trata simplemente de
informes del banco que como tales carecen de valor probatorio.
3.- Considera la recurrente que el error de
hecho identificado es trascendente, por haber sido el fundamento
de la sentencia del Tribunal.
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CONSIDERACIONES
1.- Ante todo conviene precisar, por ser
pertinente al estudio conjunto de los cargos, que en el libelo que
originó el proceso la demandante expresamente solicitó que se
declarara que la entidad demandada había incumplido el “contrato
de mutuo” celebrado y que como consecuencia se condenara a
ésta a que cumpliera lo pactado y a pagar los perjuicios causados.
Así mismo, que el banco demandado opuso a
las pretensiones la “exceptio non adimpleti contractus”, fundada
en que la sociedad demandante no había cancelado la “totalidad
del crédito y sus intereses”, excepción que a la postre se abrió
paso, entre otras razones, porque el Tribunal encontró que dicha
sociedad se había sustraído a “pagar o solucionar la obligación en
los términos establecidos o en las prórrogas debidamente
autorizadas y admitidas”.
Conclusión a la que arribó, precisamente, luego
de dejar sentada la existencia del “contrato de mutuo” y constatar
en las “pretensiones” y en los “fundamentos de derecho
esgrimidos (artículo 1546, CC)”, que lo solicitado era el
“cumplimiento” de lo estipulado y la “indemnización de perjuicios”.
Caso en el que, según añadió, “solamente el
contratante cumplidor de las obligaciones a su cargo, nacidas de
un acuerdo de voluntades o por lo menos, que se haya allanado a
cumplirlas en la forma y tiempo debidos”, podía “pedir el
cumplimiento o resolución del contrato con indemnización de
perjuicios cuando la otra parte no ha cumplido las suyas”.
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2.- Precisión que es de capital importancia,
porque si bien el sentenciador reconoció que el mutuo era de
carácter unilateral, pues al ser también real (artículos 1500 y 2221
del Código Civil), el mutuante cumplía su obligación entregando la
cosa que constituye la materia del contrato, equivocadamente, al
declarar fundada la citada excepción (artículo 1609, ibídem),
inclusive, al subsumir el asunto en una de las hipótesis
contempladas en el artículo 1546, éjusdem, pasó por alto que las
sanciones en dichos preceptos previstas eran predicables
únicamente de los contratos “bilaterales”.
Desde luego que a diferencia de los actos
jurídicos unilaterales, en los cuales para su conclusión se requiere
el concurso de una sola voluntad, los contratos son siempre un
acto jurídico bilateral en su formación, pero en sus efectos, según
las
obligaciones
emergentes,
pueden
ser
unilaterales
o
bilaterales. Por esto, el artículo 1496 del Código Civil define el
contrato “unilateral” como aquel en que “una de las partes se
obliga para con otra que no contrae obligación alguna” y “bilateral
cuando las partes contratantes se obligan recíprocamente”.
Si reciprocidad significa correspondencia mutua
de una persona o cosa con otra, como se define en el Diccionario
de la Real Academia Española, esto supone que las obligaciones
para que sean recíprocas exigen una total correlación o
interdependencia, en el sentido de que una de las obligaciones no
podría concebirse sin la existencia de la otra. Así, en el contrato
de compraventa, por ejemplo, la obligación del vendedor de
transferir la propiedad de la cosa estaría correspondida
correlativamente con la obligación del comprador de pagar su
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precio. En cambio, la obligación sería independiente cuando nace
de un hecho ocasional y ajeno al convenio, como acaece, en el
depósito, que también es un contrato unilateral y real, de la
obligación que nace contra el depositante de pagar los perjuicios
causados al depositario por el mal estado de la cosa, cuestión que
es totalmente ajena e inconexa de su obligación primigenia.
Las obligaciones, entonces, serían recíprocas
cuando se encuentran ligadas entre sí por un vínculo de
interdependencia, mas no de independencia, vale decir, cuando
cada contratante tiene a la vez la calidad de acreedor o deudor.
Por lo tanto, como no todos los contratos bilaterales originan
obligaciones recíprocas y como no todos los contratos que
contienen obligaciones recíprocas son bilaterales, la Corte tiene
explicado que “De la celebración de un contrato bilateral nacen
obligaciones recíprocas e interdependientes para las partes. Cada
una de ellas es acreedora y deudora de la otra, aunque las
obligaciones no siempre deban cumplirse simultáneamente”
(sentencia de 2 de noviembre de 1964, CVIII-119).
En esos casos, como suficientemente se
encuentra decantado, las vicisitudes que afectan una obligación
indiscutiblemente repercuten en la obligación que le resulta
interdependiente. En efecto, entre otros eventos que no es
necesario
mencionar,
el
incumplimiento
de
una
de
las
obligaciones por uno de los contratantes autoriza a la otra parte a
no cumplir con la obligación interdependiente a su cargo,
inclusive, a solicitar la resolución del contrato (artículos 1609 y
1546 del Código Civil).
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Si el Tribunal, en consecuencia, dejó sentado
que el caso giraba alrededor de un contrato de mutuo comercial,
resulta
diáfano
que
las
sanciones
previstas
en
dichas
disposiciones no serían aplicables, porque como se dijo, las
mismas eran predicables únicamente de los contratos bilaterales.
Por supuesto que como lo tiene dicho la Corte,
el contrato de mutuo “es un contrato unilateral. Como real, que
también es, no se perfecciona sino por la entrega de su objeto
(...). Sin la entrega no hay contrato y sólo por ella él existe, con
ella y por virtud de ella nace. No es jurídicamente admisible la
acción resolutoria. Tanto el artículo 1546 como el 1609 del C. C.
comienza diciendo: ‘En los contratos bilaterales’ para establecer
aquél la condición resolutoria tácita y para establecer éste la
mencionada excepción de contrato no cumplido. Son inaplicables,
en fuerza de estas claras y consabidas nociones, a un contrato
unilateral” (sentencia de 3 de junio de 1947, LXII-429).
Doctrina jurisprudencial que es aplicable al
caso, porque si bien el Código de Comercio no define el contrato
de mutuo, por la remisión establecida en el artículo 822 del mismo
estatuto, la noción que respecto de dicho contrato trae el Código
Civil en el artículo 2221, sirve a los propósitos de este proceso.
Por esto, debe seguirse que el mutuo comercial, al igual que el
civil, es un contrato de naturaleza real.
3.- En el caso, pese a que se declaró fundada
la excepción de contrato no cumplido, que no era de recibo en un
contrato de carácter unilateral, como el mutuo comercial, el
Tribunal, en todo caso, interpretó que lo discurrido se relacionaba
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con el procedimiento establecido para extinguir las obligaciones,
específicamente con el irregular trámite de unas subrogaciones de
crédito a constructor, con la demora en la imputación de las
mismas y con la indebida aplicación de algunas sumas pagadas.
Si de lo anterior se sindica a la entidad bancaria
demandada, por ser la acreedora de la prestación, también es
cierto que sin perder de vista que el contrato de mutuo, en su
origen, es de naturaleza real, lo dicho no puede desligarse del
mismo, porque al fin de cuentas todo se entronca con el pago de
la obligación que exige del accipiens una conducta al margen del
capricho o de la arbitrariedad. Desde luego que, como
recientemente lo consideró la Corte, ello “no resulta incidente al
carácter unilateral del contrato de mutuo”, porque el tópico
“simplemente mira al mutuante como la persona recipiendaria de
la solución o cumplimiento de las obligaciones” (sentencia 217 de
17 de noviembre de 2002).
En ese orden, con independencia del destino
que se le haya dado al crédito otorgado, pues esto no es lo que
determina si un contrato es unilateral o bilateral, es claro que el
Tribunal no pudo incurrir en los errores de hecho que respecto de
la apreciación del contrato de mutuo comercial se le atribuyen en
los cargos segundo y tercero, en cuanto, pese a lo precisado,
concluyó que estaba frente a un contrato de carácter unilateral.
4.- Ahora, si el Tribunal encontró que el banco
no había incurrido en ninguna de las conductas que en el preciso
punto del pago parcial de la obligación le imputó la sociedad
demandada, salta de bulto que así en varios pasajes de la
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sentencia se haya aludido al dictamen pericial, la decisión no
pudo tener como soporte toral ese medio de convicción, porque
en realidad la misma se fundamentó en la prueba documental.
Como se recuerda, luego de dejar sentado que
el banco no se había obligado a atender, sin más, los créditos
solicitados por adquirentes de locales comerciales, incluyendo la
ampliación o renegociación del crédito, y que tampoco se había
estipulado término para el estudio de las subrogaciones, el
Tribunal concluyó, conforme a la historia cronológica documental
que al respecto reseñó, en la cual se comprende la relativa a las
imputaciones, que no existía “demora atribuible al banco”, por el
contrario, los “tiempos”, inclusive en presencia de algunas
vicisitudes que ocurrieron, se observaban como “razonables”.
Lo mismo debe decirse de las alegadas por la
sociedad demandante indebidas imputaciones de las sumas que,
según la recurrente, se habían destinado para pagar intereses de
las prórrogas. De un lado, porque al significar, también con base
en la prueba documental, que la distribución del primer débito no
comprendía intereses de mora, no podía ser cierto que tal “abono
originó mora por intereses no cubiertos”; y de otro, porque la
mención que hizo del segundo débito, fue para resaltar que el
plazo efectivamente se había prorrogado.
Por lo tanto, como la alusión al dictamen
pericial simplemente fue incidental, esto releva a la Corte del
examen de los errores probatorios denunciados en todos los
cargos, respecto del citado medio, incluyendo su análisis formal,
porque, en virtud de lo dicho, no constituyó la base de la decisión,
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como sí la prueba documental, cuya apreciación precisamente se
reprocha desde el punto de vista de su contenido objetivo en los
cargos segundo y tercero, todo lo cual será objeto de estudio
después de mostrar cómo el error de derecho sobre la valoración
de las pruebas en conjunto, denunciado en el cargo primero, es
defectuoso técnicamente.
5.- En efecto, si bien la recurrente singularizó
las pruebas que se dice fueron apreciadas al margen de lo
dispuesto en el artículo 187 del Código de Procedimiento Civil,
esto no era suficiente para la idoneidad formal del cargo, porque
diciéndose no más que se omitió expresar su mérito individual y
de conjunto, también le correspondía no sólo poner de presente
que fueron valorados en forma insular, sino también ensayar el
análisis sistemático y global, pero como no lo hizo el error
simplemente se quedó en el enunciado y esto hace que no se
pueda ni siquiera investigar de oficio.
En ese sentido la Corte tiene explicado que
cuando se pone en tela de juicio la aplicación del principio de
disciplina probatoria contenido en la mentada disposición, el
recurrente corre con la “carga de acreditar que los diferentes
medios de prueba se ponderaron en forma aislada, sin averiguar,
mediante una consideración articulada de ellos, por sus puntos de
contacto o convergencia, los cuales debe poner de presente para
hacer ver que, de haberlos tenido en cuenta, el sentenciador
habría arribado a una conclusión diversa” (sentencia 079 de 26de
agosto de 2004).
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6.- Así las cosas, como se anunció, se procede
a examinar los restantes errores de hecho denunciados en los
cargos segundo y tercero.
6.1.- La recurrente afirma que en la carta de 26
de febrero de 1996, aprobatoria del crédito, no se señalaron las
sumas que debían pagarse y en qué plazos, pero que al aceptar
el banco demandado que atendería subrogaciones por la venta de
los locales comerciales que seleccionó, era de entenderse, según
también se confirmaba en las otras actuaciones que describe, que
el pago de la obligación se satisfacía, exclusivamente, con el
producto de las indicadas subrogaciones, sin importar el tiempo
en que las mismas se realizarían.
Por lo anterior sostiene que como el plazo de
doce y seis meses, fue señalado respectivamente para la
construcción y las ventas, mas no para pagar la obligación, el
Tribunal anduvo equivocado. Sin embargo, nada puede criticarse
sobre el particular, porque fuera de que en la aludida
comunicación expresamente se indicó que el “plazo del crédito”
sería de “18 meses contados a partir de la fecha del primer
desembolso”, esto mismo lo adujo la demandante, desde el
comienzo del debate, para integrar el escenario fáctico.
Baste
observar,
en
efecto,
cómo
en
la
demanda, de un lado, se afirmó que el crédito tenía fecha de
“vencimiento el 18 de abril de 1998”, y de otro, cómo se sostuvo
que tal plazo tuvo dos prórrogas sucesivas de tres meses cada
una, al punto que los intereses de esas prórrogas habían sido
cancelados anticipadamente. Luego, si esa postura sólo viene a
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cambiarse en el recurso de casación, en cuanto no podía hablarse
del plazo porque la obligación debía pagarse, exclusivamente, con
las ventas de los apartamentos que el banco seleccionó, quien
resulta desenfocada es la propia demandante.
El reproche, entonces, corresponde recibirlo la
recurrente, porque es regla de principio que el juez debe repudiar
los planteamientos que evidencien una incontrastable actitud
acomodaticia y en franca contradicción con la posición asumida
ab initio por los litigantes. Como lo tiene explicado la Corte, si el
“recurso de casación tiene como thema decisum la sentencia
impugnada, en este más que en ningún otro rige a plenitud el
principio de buena fe y lealtad procesal, el cual se manifiesta
fundamentalmente en la coherencia de la argumentación fáctica,
razón por la cual se veda cualquier propuesta inopinada y
sorpresiva de este linaje, constitutiva o no de medio nuevo,
porque con ella no sólo se atenta contra el derecho de defensa de
la parte contraria, sino que se alteran los extremos del debate,
sorprendiendo así la propia jurisdicción” (sentencia de 27 de
marzo de 1998,CCLII-660).
Con mayor razón cuando, contrariamente, pero
esta vez sí en coherencia con lo discurrido desde el comienzo del
proceso, en los cargos también se construyen otros errores de
hecho alrededor de los abonos y prórrogas, pero sobre la base de
la existencia de tales prórrogas. Por lo tanto, como una cosa no
puede ser y no ser al mismo tiempo, la incompatibilidad que aflora
en el punto, también pone de presente la improcedencia de esa
parte de la acusación, de conformidad con lo previsto en el
artículo 51, ordinal 4º del Decreto 2651 de 1991.
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6.2.- En lo que respecta, precisamente, a las
prórrogas, la recurrente se duele de haberse omitido su
existencia, pero esto no puede ser cierto, porque el Tribunal
expresamente se refirió a ellas, al decir, también en concordancia
con lo que se afirmó en la demanda, que los plazos para pagar la
obligación se habían prorrogado, primero hasta el 18 de julio de
1998, y luego, hasta el 18 de octubre del mimo año.
De no ser así, el sentenciador no habría
concluido, obviamente que con independencia del acierto, que
como la sociedad demandante no había pagado la “obligación en
los términos establecidos o en las prórrogas debidamente
autorizadas y admitidas”, no podía derivar a su favor ninguna
consecuencia (subrayas extexto).
Del mismo modo, si se hubiere omitido la
existencia de las prórrogas del plazo, ninguna explicación tendría
la afirmación de la recurrente sobre que, contrariamente a lo
decidido por el Tribunal, la segunda prórroga del plazo no estaba
sujeta a condición, como suscribir el otro sí en los pagarés o
ampliar la póliza del seguro. Ahora, como esto fue lo que se exigió
en la comunicación de 18 de julio de 1998, confirmatoria de las
aludidas prórrogas, los errores que sobre el particular se
denunciaron también resultan inexistentes.
Si lo anterior fuera poco, la recurrente se vale
de la referida comunicación para demostrar que el banco
demandado sí prorrogó el término de la obligación, pero, a la vez,
extrañamente, la desconoce respecto de los requisitos que para
ese efecto exigió, pese a lo cual a renglón seguido afirmó que de
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todas formas el banco estaba autorizado para ampliar la póliza del
seguro y descontar el valor de las primas.
6.3.- El error de hecho que se dice incurrió el
Tribunal al no darle a la expresión “atenderá obligaciones” de la
carta de aprobación del crédito, inclusive a la solicitud de
renegociación presentada a comienzos de 1999, el sentido de
“acoger favorablemente, o satisfacer un deseo, un ruego o
mandato”, la recurrente lo estructura no sólo sobre la base de
figurar así en los diccionarios, sino en el hecho de que como el
banco impuso las condiciones, al punto que sólo aceptaría el
reglamento de propiedad horizontal por el sistema descriptivo, esa
definición es la que correspondía a su naturaleza.
El Tribunal, empero, no pudo incurrir en ningún
error objetivo en ese punto, porque si en general los acreedores
seleccionan sus deudores a fin de no poner en riesgo un capital,
para lo cual es natural que exijan garantías y establezcan
condiciones, esto descarta que el banco se hubiere impuesto, sin
más, la obligación de aprobar las solicitudes de créditos de
potenciales compradores de locales.
Al contrario, lo relativo a que los créditos
estaban sujetos a estudio y aprobación, es algo que no puede
ponerse en tela de juicio. Si en la demanda la sociedad actora se
queja de posibles demoras en su trámite, esto es indicativo que la
simple petición no conllevaba una respuesta afirmativa a ese
respecto. Además, fuera de existir en el expediente escritos
provenientes de dicha parte cumpliendo requisitos exigidos, en
otros apartes del recurso de casación se duele no de si la
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aprobación de los créditos se imponía, sino que desconocía las
razones por las cuales algunos de ellos fueron negados.
6.4.- Tampoco el sentenciador pudo incurrir en
error fáctico alrededor de la solicitud de Zuleima Slebi Moisés,
presentada el 17 de septiembre de 1998, porque si bien aparece
que su petición no fue aprobada, pues los documentos que al
respecto entregó en verdad fueron devueltos el 17 de marzo de
1999, la recurrente estructura los errores a partir de que era
imperativo acceder a lo impetrado, cuando, según se dejó
explicado, la decisión era potestativa del banco, lo cual por sí
excluye que, en cualquier caso, tuviera que dar explicaciones.
6.5.- Ahora, los errores que se edifican a partir
de las afirmadas demoras en el análisis y estudio de algunas
solicitudes, a la postre aprobadas, como la de los señores Jorge
Niño, Marcial Acuña y Eugenio Llerena, inclusive las de la propia
demandante, igualmente son inexistentes, porque las vicisitudes
de que se habla, como el nuevo avalúo de algunos bienes,
evidentemente se presentaron.
Por supuesto que si en la carta de aprobación
del crédito el banco no quedó atado al avalúo que inicialmente
practicó un experto de la lonja de propiedad raíz, o por lo menos
no existe medio alguno que diga lo contrario, el Tribunal no pudo
estar equivocado cuando concluyó que la aprobación de las
subrogaciones estaban sujetas no sólo a la solvencia moral y
económica de los interesados, sino también a que el local
respectivo estuviere “debidamente avaluado”.
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Es de observar, en todo caso, según aparece
probado, pues así lo acepta el representante de la sociedad
demandante en el interrogatorio y lo confirman los testigos Jorge
Niño, Marcial Acuña y Eugenio Llerena, adquirentes de locales,
que éstos pagaron arrendamientos a dicha sociedad hasta
cuando, en virtud de los contratos de compraventa, recibieron los
respectivos locales. Por esto, como en ese interregno no pudo
causarse perjuicio alguno, es claro que en el hipotético caso de
haberse incurrido en errores de hecho probatorios sobre estos
tópicos, los mismos, entonces, resultarían intrascendentes.
Igual
conclusión
cabe
predicarse
de
los
inmuebles que la propia sociedad demandante adquirió, puesto
que tales locales ella los venía ostentando durante el trámite de la
aprobación del crédito, inclusive hasta cuando se hizo el
desembolso por $200.000.000.oo. En consecuencia, al no ser
trascendente, por lo dicho, todo lo que giró alrededor del trámite
de dicho crédito, también por este aspecto el Tribunal no pudo
incurrir en error probatorio alguno.
6.6.- Con relación al desembolso de los créditos
se observa lo siguiente:
6.6.1.- El otorgado a Eugenio Llerena y a
Marcial Acuña, por un total de $66.000.000.oo, el Tribunal
concluyó que los “tiempos” empleados para dicho efecto se
observaban como “razonables”.
Lo anterior, empero, no es cierto, porque como
se resalta en la acusación, para ese cometido el banco empleó
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casi tres meses. En efecto, conforme a los documentos vistos a
folios 201 y 203, el 21 de abril de 1998 se verificó que todos los
requisitos para desembolsar los susodichos créditos se habían
cumplido, y el 18 de julio del mismo año, esas sumas fueron
aplicadas a la obligación de la demandante, según se afirmó en la
demanda y se manifestó por los citados señores, al decir que la
primera cuota se les cobró el 18 de agosto.
El Tribunal, por lo tanto, incurrió en el error de
hecho que se denuncia, puesto que, inclusive sin parar mientes a
qué rubros fueron aplicadas esas sumas, el lapso de tres meses,
aproximadamente, que al punto se utilizó, no podía calificarse
como razonable. Desde luego que esa conducta se habría
justificado en el evento de que ninguna consecuencia adversa
hubiere recibido la demandante, pero esto no es así, porque,
como es de suponerse, los intereses no cesaron, y aparte de esto,
se dejaron de percibir, en compensación de los réditos que se
tenía que pagar al banco, el valor de los cánones de
arrendamiento de los adquirentes de los locales, como se afirma
en otro aparte de la acusación.
6.6.2.- En cuanto al crédito de Jorge Niño, el
Tribunal, como se recuerda, exoneró de responsabilidad al banco
por no haberlo desembolsado, porque pese a que el 28 de
diciembre de 1998, la sociedad demandante entregó los
documentos exigidos para el efecto, de todas formas había
incumplido el requerimiento del banco de pagar una diferencia,
concretamente, lo que se había denominado prorrata.
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Mas, los errores en el punto denunciados
también se evidencian, porque como se alega en la acusación, en
el proceso no aparece demostrado que la sociedad demandante
hubiere asumido esa carga o que el desembolso del crédito
estuviere condicionado a ese requisito. Mucho menos cuando en
la carta de aprobación del crédito nada se dijo al respecto (folio
220), hecho que tampoco se advirtió en la correspondiente
escritura pública de compraventa e hipoteca (folio 102).
Por lo demás, si el crédito se otorgó por
$70.000.000.oo, el requerimiento de todas formas traslucía
innecesario, porque sea que se hayan vendido los locales por
$270.000.000.oo, como así aparece en la citada escritura pública,
o avaluados por el banco en $177.240.000.oo, los inmuebles
garantizaban con suficiencia el pago del aludido crédito.
Los
anotados
errores,
desde
luego,
transcendieron la decisión final, porque si el Tribunal hubiere
advertido que no era legítimo exigir el pago de una diferencia, no
había exonerado de responsabilidad al banco. Así mismo, habría
encontrado, conforme lo declaró el señor Jorge Niño, que el
banco no ha cobrado ninguna cuota y que desde finales de 1998,
en virtud de la entrega de los locales, dejó de pagar cánones de
arrendamiento a la sociedad demandante.
6.7.-
Relativo
a
las
afirmadas
indebidas
imputaciones de los débitos que se autorizaron, también es de
notar lo siguiente:
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6.7.1.- La recurrente afirma que el pago
efectuado el 20 de abril de 1998, por $17.915.605.oo, fue para
cubrir, exclusivamente, los intereses correspondientes a la
primera prórroga. Esto, sin embargo, no es cierto, porque, de un
lado, en el texto de la solicitud de débito, la sociedad demandante
expresamente consignó que era para aplicar, además, al “crédito
de constructor” y a “intereses a abril 17-98”, y de otro, porque en
la nota débito, el banco simplemente trasladó esos recursos “para
pagar intereses del crédito”.
En todo caso, es bueno observar, conforme a la
copia del respectivo extracto que expidió el banco, la cual obra en
los folios 261, 262 y 429, esta última, inclusive, aportada
directamente por la sociedad demandante en la diligencia de
inspección judicial, que ninguna cantidad fue reservada para ser
aplicada a intereses moratorios del capital.
6.7.2.- En cambio, las partes consintieron que el
débito por $18.546.764.oo, efectuado el 6 de agosto de 1998,
fuera aplicado a los intereses anticipados de la segunda prórroga.
La demandante, en la solicitud de débito al decir que era para
“cancelar intereses anticipados de julio 18 de 1998 a octubre 18
de 1998”. La entidad bancaria cuando expresamente señaló en la
nota débito que esa cantidad era para “cancelar los intereses
anticipados de julio 18 a octubre 18/98”.
En ese sentido, el Tribunal tergiversó el
contenido de las anteriores pruebas, al concluir que la
demandante había autorizado aplicar esa suma a “intereses
anticipados” y a “intereses de mora”. Con mayor razón cuando en
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el mismo párrafo reconoció que las partes habían prorrogado el
plazo de la obligación hasta el 18 de octubre de 1998.
El error, con todo, no trasciende la decisión
final, porque al fin de cuentas, conforme se observa en el
documento del folio 424, ninguna cantidad fue aplicada a
intereses moratorios del capital. Lo que se pagó fueron los
intereses vencidos del “98-07-16 al 98-08-06” y anticipados del
“98-08-06 al 98-10-18”. Distinto es que el Tribunal hubiere
tolerado, no obstante la ampliación del plazo, el pago de intereses
moratorios sobre el saldo de la suma mutuada.
7.- En consecuencia, como el recurso de
casación prospera, pero únicamente en cuanto el Tribunal se
equivocó al concluir que existían razones para que no se hubiere
desembolsado el crédito otorgado a Jorge Niño, y al afirmar que
los créditos de Eugenio Llerena y Marcial Acuña se habían
desembolsado e imputado en tiempos razonables, todo lo cual
conllevó la absolución del banco, sería el caso de proferir
sentencia sustitutiva, pero antes de proceder a ello, la Corte
estima necesario la práctica de algunas pruebas.
DECISION
En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de
Justicia, Sala de Casación Civil, administrando justicia en nombre
de la República y por autoridad de la ley, casa, en los términos
dichos, la sentencia de 17 de noviembre de 2005, proferida por el
Tribunal Superior del Distrito Judicial de Barranquilla, Sala CivilFamilia, en el proceso ordinario de la sociedad Roberto Manzur
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Villegas Cía. S. en C. contra el Banco Popular, y antes de dictar la
sentencia de reemplazo decreta, de oficio, las siguientes pruebas:
a) Un dictamen pericial, con el objeto de
establecer el valor del canon de arrendamiento de los locales 114
y 128 del edificio de que se trata, en el lapso comprendido entre el
21 de abril y el 18 de julio de 1998, así como el de los locales 134
y 135 del mismo inmueble, desde el mes de enero de 1999 hasta
cuando se produzca el dictamen. Para la práctica de la prueba se
comisiona al señor Presidente de la Sala Civil Familia del Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Barranquilla, con facultades para
nombrar perito, posesionarlo, fijar los gastos de la pericia, si se
solicita, recibir el dictamen y enviarlo para su contradicción.
Líbrese despacho comisorio con los insertos del caso.
b) Oficiar al Banco Popular, Avenida Boyacá de
Barranquilla, para que informe si el crédito otorgado a Jorge Niño
por $70.000.000.oo, para aplicar a la obligación de la sociedad
demandante, fue desembolsado, caso positivo en qué fecha.
Igualmente para que especifique en qué fecha y a qué rubros
fueron aplicados los créditos otorgados a Marcial Acuña y
Eugenio Llerena, por un total de $66.000.000.oo.
c) Se requiere a la sociedad demandante para
que allegue a los autos los originales o copias auténticas de los
contratos
de
arrendamiento
que
tenía
suscritos
con
los
adquirentes de los locales 114, 128, 134 y 135.
Sin costas en casación por haber prosperado
parcialmente el recurso.
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Notifíquese y cúmplase
JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR
MANUEL ISIDRO ARDILA VELÁSQUEZ
RUTH MARINA DIAZ RUEDA
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO
PEDRO OCTAVIO MUNAR CADENA
CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE
EDGARDO VILLAMIL PORTILLA
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