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Mintzberg capitalismo equilibrio

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REVISTA GESTION | V1 Nº 4 | jul - ago 1996 |
(Harvard Business Review) | Pag. 36 a 44
El capitalismo necesita del equilibrio
Henry Mintzberg
INDICE
No es posible manejar al gobierno como a una empresa ..................................................... 1
Más allá de lo público y lo privado ............................................................................................. 2
Clientes, usuarios, ciudadanos y súbditos ................................................................................ 4
Los mitos del management ........................................................................................................... 7
Modelos para aplicar el Management al gobierno ................................................................ 10
Gobernando al Management ...................................................................................................... 14
No es posible manejar al gobierno como a una empresa
"La creencia de que el capitalismo ha triunfado está desequilibrando hoy a
las sociedades de Occidente, especialmente al Reino Unido y a los Estados
Unidos." La afirmación la hace nada menos que Henry Mintzberg,
considerado, junto a Peter Drucker, uno de los pilares del management
moderno.
Después de bastante tiempo sin escribir, este gran teórico reaparece con
este artículo publicado recientemente en la Harvard Business Review y
destinado a generar una amplia polémica.
Luego de avanzar sobre conceptos que hoy parecerían irrefutables,
Mintzberg niega que, como reclaman muchos expertos, el gobierno deba
parecerse a una empresa. Y sostiene que, si debemos aplicar el
management al gobierno, tenemos que comenzar primero por gobernar el
management. Rechaza que los habitantes de un país puedan ser
considerados como clientes y, luego de realizar un profundo análisis sobre
el tema, afirma que lo que necesitamos, por encima de todo, es alcanzar
un equilibrio entre los distintos sectores de la sociedad.
Mintzberg es actualmente profesor de la Universidad McGill, de Montreal,
Canadá. Está supervisando un emprendimiento de cinco escuelas de
Administración de Empresas de Canadá, Inglaterra, Francia, India y Japón,
que busca crear un programa destinado a la formación de gerentes para la
próxima generación.
"El capitalismo ha triunfado." Esta fue la firme conclusión a la que llegó
Occidente a medida que fueron cayendo uno a uno los regímenes
comunistas de Europa Oriental.
El capitalismo no triunfó en absoluto; el que triunfó fue el equilibrio. En
Occidente vivimos en sociedades equilibradas, con un sector privado
fuerte, un sector público fuerte y un sector intermedio entre ambos,
también fuerte. Los países del régimen comunista estaban totalmente
desequilibrados. En ellos, el Estado controlaba una enorme parte de toda la
actividad organizada. Entonces, la fuerza de compensación era mínima o
inexistente. En realidad, la primera ruptura del bloque del Este se dio en el
lugar (Polonia) en el que esa fuerza había logrado sobrevivir (la Iglesia
Católica).
La creencia de que el capitalismo ha triunfado está desequilibrando hoy a
las sociedades de Occidente, especialmente al Reino Unido y a los Estados
Unidos. Que ese desequilibrio favorezca a la propiedad privada y no a la
propiedad estatal no va a ayudar a la sociedad. Me opongo al criterio de
Milton Friedman, de la Universidad de Chicago, cuando compara lo que él
denomina "libre empresa" con el socialismo "subversivo". La noción misma
de que una institución, independientemente de la gente que la integre,
pueda ser libre es en sí misma una noción subversiva en una sociedad
democrática. Cuando las empresas son realmente libres, las personas no lo
son.
De hecho, existe un rol a cumplir, dentro de nuestra sociedad, para los
diferentes tipos de organizaciones y para los diferentes aportes que pueden
hacer en áreas tales como la investigación, la educación y la salud. El
capitalismo de las empresas de propiedad privada indudablemente nos ha
atendido bien en lo que se refiere a la distribución de los bienes y servicios
adecuadamente controlados por las fuerzas del mercado abierto. Los libros
publicados por Friedman y sus colegas constituyen bienes de este tipo.
Pero, ¿lo son su trabajo de investigación o la atención médica que recibe la
gente pobre que vive cerca de las oficinas de estos profesores?
Más allá de lo público y lo privado
Desde siempre hemos estado sumergidos en el debate sobre la asignación
de los recursos entre los denominados sector público y sector privado. Ya
sea que el debate esté centrado entre capitalismo versus comunismo,
privatización versus nacionalización o los mercados de las empresas versus
los controles del gobierno, los argumentos siempre han enfrentado a las
fuerzas independientes y privadas contra las fuerzas colectivas y públicas.
Es hora de que reconozcamos lo limitada que es realmente esa dicotomía.
Hablamos de organizaciones privadas, independientemente de que estén en
manos de un grupo reducido de individuos o de un grupo grande que adopta
la forma de acciones que se negocian en el mercado. Y también hay
organizaciones públicas, a las que correctamente hablando deberíamos
llamar estatales, porque el Estado actúa en nombre del público. Nosotros,
como ciudadanos, ya no controlamos en forma directa a las organizaciones
públicas de la misma manera que como clientes (o como pequeños
accionistas) sí controlamos a las privadas. Pero existen otros dos tipos de
organizaciones que merecen igual atención.
En primer lugar, están las organizaciones cooperativas,
independientemente de que el control formal esté en manos de los
proveedores (como es el caso de las cooperativas agrícolas), o de los
clientes (como ocurre con las sociedades cooperativas de seguros o algunas
cadenas minoristas cooperativas), o de los empleados (como sucede con
algunas empresas comerciales, como Avis). De hecho, todos los países de
Occidente, incluido Estados Unidos, son en gran medida sociedades de
organizaciones cooperativas. De acuerdo con la Asociación Nacional de
Sociedades Cooperativas, casi la mitad de la población de Estados Unidos es
directamente atendida por alguna forma de organización cooperativa, y una
de cada tres personas es socia de una cooperativa. Recientemente hice un
trabajo para una importante cooperativa de seguros de Estados Unidos. La
empresa es vigorosamente competitiva a pesar de que se trata de una
sociedad cooperativa. Sus ejecutivos se apuran por señalar lo importante
que es no tener las presiones del mercado accionario cuando se quiere
adoptar una perspectiva de largo plazo.
En segundo lugar, tenemos organizaciones que, para mí, no tienen dueño,
que están controladas por un directorio muy diverso y de elección propia. A
estas organizaciones sin fines de lucro se las conoce, con frecuencia, con el
nombre de organizaciones no gubernamentales (ONG), pero también son
organizaciones no empresariales (la sigla en inglés es NBO) y no
cooperativas (la sigla en inglés es NCO). En definitiva, estamos rodeados de
organizaciones de las que nadie es dueño. Entre ellas están muchas de
nuestras universidades (incluyendo la Universidad de Chicago, a la que
pertenece Friedman), los hospitales, las organizaciones de caridad y las
organizaciones de voluntarios y activistas (como la Cruz Roja y Greenpeace,
por ejemplo).
Desde la perspectiva de la política convencional, existe la tendencia a
distribuir a estas cuatro formas de propiedad a lo largo de una línea recta
que va de izquierda (lo estatal) a derecha (lo privado), y que tiene entre
medio a las organizaciones cooperativas y a las organizaciones sin fines de
lucro. Pero creo que esta tendencia es incorrecta porque aquí y en
cualquier otro lado los extremos se tocan: son los fines los que se parecen.
Por ejemplo, desde el punto de vista de la estructura, tanto las
organizaciones privadas como las estatales están directa y estrechamente
controladas a través de jerarquías: una emana de los propietarios y la otra
de las autoridades del Estado. En otras palabras, deberíamos doblar la
línea, porque lo que aparenta ser una línea recta, en realidad se parece
más a una herradura.
Tal como sugiere la representación de las cuatro formas de propiedad como
herradura, el salto entre lo estatal y lo privado es más fácil que el cambio
necesario para llegar a ser una cooperativa o una organización sin fines de
lucro. Esa es quizá la razón por la cual el centro del debate ha sido siempre
la nacionalización versus la privatización. El salto es tan simple: basta con
comprar el activo mayoritario del otro lado, cambiar a los directores y
seguir adelante; todos los sistemas de control interno permanecen intactos.
En muchos sectores de la Rusia actual, estos saltos han sido demasiado
simples: el control del Estado parece haber cedido su lugar a un control
igualmente devastador de naturaleza privada. Una forma segura para
alcanzar el equilibrio -más lenta y más difícil, pero en la que hoy se
encuentran trabajando con éxito algunas de las otras naciones de Europa
del Este- consiste en utilizar las cuatro formas de propiedad que integran
toda la herradura.
Desgraciadamente, aquí en Occidente no hemos llegado a un acuerdo con
toda la gama de posibilidades. Porque se supone que el capitalismo triunfó,
hoy el sector privado es bueno, el sector público malo y las cooperativas y
las organizaciones sin fines de lucro, irrelevantes. Por encima de todo,
dicen muchos expertos, el gobierno debe comenzar a parecerse a una
empresa. Y es especialmente este concepto el que deseo refutar. Porque si
es que debemos aplicar el management al gobierno adecuadamente,
debemos comenzar primero por aprender a gobernar el management.
Clientes, usuarios, ciudadanos y súbditos
"Nosotros tenemos clientes...", dijo Al Gore, vicepresidente de Estados
Unidos, al comienzo de su mandato. Y agregó: "El pueblo de los Estados
Unidos". ¿Pero hace falta llamarlos clientes para que los tratemos con
decencia?
Resultaría útil analizar lo que esta palabra clientes significaba antes de que
los japoneses nos enseñaran un par de cosas. Las principales corporaciones
de Estados Unidos -pertenecientes a la industria automotriz- no trataban
muy bien a sus clientes. Hacía largo tiempo que venían implementando
estrategias deliberadas de una obsolescencia planificada, un eufemismo
que se utiliza para decir que habían dejado de lado la calidad. Además, por
lo menos una de las gigantescas cadenas minoristas practicaba
regularmente la táctica conocida como "cebo o carnada", engañando a sus
clientes con precios bajos con la intención de vender productos más caros.
Y en uno de los tantos casos que se hizo famoso, una empresa de productos
para consumo, con el propósito de vender más dentífrico, agrandó primero
la abertura del tubo de pasta dental y luego... ¡comercializó cepillos que
tenían la parte de la cerda más grande!
Una empresa siempre está embarcada en el negocio de vendernos lo
máximo que puede, manteniendo una relación entre iguales controlada por
las fuerzas de la oferta y la demanda. No tengo problemas con este
concepto cuando se trata de autos, lavarropas o dentífrico. Pero sí los
tengo cuando hablamos de la atención médica. La mayoría de los
compradores inteligentes pueden estar alertas cuando se trata de autos,
lavarropas o dentífrico y, además, contamos con mecanismos de protección
para aquellos casos en los que los compradores no pueden estar alertas.
Pero la filosofía del caveat emptor (es decir, por cuenta y riesgo del
comprador) es peligrosa cuando se trata de la salud y de otros servicios
profesionales complejos. Inevitablemente, los vendedores saben siempre
mucho más que los compradores, a quienes muchas veces les resulta difícil
llegar a saber lo que necesitan saber. En otras palabras, el modelo de
propiedad privada, aunque brinda a los "clientes" un mercado
maravillosamente ecléctico, tiene sus límites.
Muchas gracias, pero yo no quiero ser un mero cliente de mi gobierno.
Espero algo más que un intercambio entre iguales y algo menos que el
incentivo para consumir. Cuando recibo un servicio profesional por parte de
mi gobierno -la educación, por ejemplo-, el rótulo usuario parece más
apropiado para mi rol. (General Motors vende automóviles a sus clientes;
Ernst and Young brinda servicios contables a sus usuarios.)
Pero, por encima de todo, yo soy un ciudadano, con derechos que van más
allá de los derechos de los clientes o incluso de los usuarios. La mayoría de
los servicios que presta el gobierno, incluyendo autopistas, seguridad social
y política económica, comprenden compensaciones muy complejas entre
intereses en pugna. Tom Peters refleja con gran exactitud esta idea con un
comentario sobre la obtención de un permiso para agrandar la casa. No
quiero que algunos de los burócratas de la Municipalidad me hagan pasar un
mal momento, dijo en uno de sus boletines de novedades. Yo quiero un
tratamiento eficiente, rápido, parecido al de una empresa. Pero, ¿qué pasa
si es mi vecino el que quiere un permiso para agrandar su casa? ¿Quién es
entonces el cliente de la Municipalidad?
Si tengo derechos como ciudadano, también tengo obligaciones en mi
calidad de súbdito: cuando pagamos impuestos, cuando nos reclutan para el
ejército o cuando respetamos las reglamentaciones del gobierno en aras del
orden colectivo.
Cliente, usuario, ciudadano y súbdito: éstos son los cuatro sombreros que
todos llevamos puestos en una sociedad. Como clientes y ciudadanos,
disfrutamos de una relación recíproca de concesiones mutuas con el
gobierno. Los clientes del gobierno reciben servicios directos en una
relación entre iguales; sus ciudadanos se benefician más indirectamente de
la infraestructura pública que el gobierno brinda. Pero hay una diferencia
aún más importante entre las actividades del gobierno que están orientadas
al cliente y las que están orientadas al ciudadano: la frecuencia con la que
ocurren esas actividades. Si analizamos con sumo cuidado las actividades
del sector público -por ejemplo, revisando la guía telefónica de un gobierno
cualquiera-, encontraremos relativamente pocas cosas que podrían
encuadrarse en la categoría de cliente puro. (Y parte de lo que sí
encuadraría es bastante poco feliz, como los billetes de lotería, por
ejemplo. ¿Queremos realmente que nuestro gobierno, como la empresa de
pasta dental, nos venda productos? ¿No será que el actual malestar con el
gobierno deriva del hecho de que se parece demasiado a una empresa y no
de que no se parece lo suficiente?) Por el contrario, y dentro de la
categoría de ciudadano, encontraremos una gran cantidad de actividades
que adoptan la forma de infraestructura pública: infraestructura social
(como los museos, por ejemplo), física (como las rutas y puertos),
económica (como la política monetaria), de mediación (como los tribunales
civiles), internacional (como las embajadas) y la infraestructura propia
sobre la que se asienta el gobierno (como la maquinaria electoral).
Como súbditos y usuarios, tenemos relaciones con el gobierno que son más
unilaterales. Recurriendo a las palabras de John Kennedy, lo que nos atañe
como súbditos es lo que debemos hacer por nuestro gobierno por medio del
respeto a los controles del Estado. Por el contrario, como usuarios que
recibimos servicios profesionales, la cuestión tiene que ver con lo que el
Estado nos proporciona. En consecuencia, he decidido introducir estos
cuatro rótulos no con la intención de realizar una clasificación sino en aras
de clarificar el tema, para poder apreciar mejor los diversos propósitos de
un gobierno.
Permítaseme ahora relacionar los roles de cliente, ciudadano, usuario y
súbdito con nuestro debate previo. Los clientes son adecuadamente
atendidos por organizaciones de carácter privado, aunque las cooperativas tales como las de seguros- pueden habitualmente prestar este servicio con
eficiencia. Sólo en ámbitos muy limitados el servicio directo al cliente es
trabajo del Estado. Cuando se analizan las actividades con respecto a los
ciudadanos y los súbditos, sólo deberíamos aventurarnos más allá del
modelo de propiedad estatal con un gran sentido de la prudencia. Las
compensaciones entre los intereses en pugna en las actividades
relacionadas con el ciudadano, y el uso necesario de la autoridad en las
actividades relacionadas con el súbdito, imponen un rol claro para el
Estado.
La relación con el usuario es quizás aún más complicada. No nos resulta
claro que los servicios profesionales ampliamente aceptados como públicos
-ciertos niveles mínimos de educación o de atención médica, por ejemplosean particularmente efectivos cuando los presta directamente el gobierno,
y menos aún si lo hace la empresa privada. Ninguno de los dos por sí solo
puede satisfacer toda la gama de requisitos de los servicios profesionales.
Los mercados son torpes; las jerarquías son imperfectas. Las organizaciones
sin fines de lucro o, en ciertos casos las cooperativas, pueden brindarnos
aquí un mejor servicio, si bien con fondos públicos, para asegurar una
cierta equidad en la distribución. A propósito de este tema, es bastante
común encontrar que la gente confía en las organizaciones cooperativas
cuando se trata de servicios profesionales. Hasta las profesiones netamente
comerciales, como las relacionadas con la contabilidad y la consultoría, con
frecuencia, prestan servicios a través de cooperativas, es decir, sociedades
de profesionales.
Los mitos del management
¿Cómo debería, entonces, aplicarse el management a las actividades del
gobierno? Para contestar a esta pregunta debemos considerar lo que es el
management en sí o, por lo menos, los mitos más populares que lo rodean.
Hoy el debate sobre el management está de moda. En realidad, debería
decir Management, siguiendo el ejemplo de Albert Shapero, de la
Universidad Estatal de Ohio, quien hace unos años escribió un artículo
titulado "What MANAGEMENT Says and What Managers Do" ("Lo que el
MANAGEMENT dice y lo que hacen los gerentes", Fortune, mayo 1976).
Porque aquí estamos hablando de ese Management con mayúscula: ese
proceso estilizado y limitado que, de acuerdo con mi investigación, tiene
muy poco que ver con lo que los gerentes realmente hacen. Sin embargo,
éste es el tipo de management que hoy nos inunda, en la librerías, en los
programas de Administración de Empresas (MBA) y en los famosos
seminarios de capacitación, por ejemplo. ¿Pero es realmente aplicable a
nuestros roles de ciudadanos, súbditos, usuarios y, ocasionalmente, clientes
del gobierno? En mi opinión, en raras ocasiones. Paso a explicarles por qué.
El Management se basa en tres premisas:
- Es posible aislar las actividades particulares, tanto entre sí como de la
autoridad directa. Este principio proviene del sector privado, en el que
muchas empresas están divididas en unidades de negocios autónomas,
organizadas como divisiones. Cada unidad tiene una misión clara: prestar su
propio conjunto de servicios o productos. Si satisface las metas globales
establecidas por la casa central, en mayor o menor medida se la deja sola.
- El desempeño puede evaluarse integral y adecuadamente mediante
mediciones de objetivos. Las metas que cada actividad debe alcanzar se
pueden expresar en términos cuantitativos: se pueden medir tanto los
costos como los beneficios. De esa forma, puede haber una evaluación
"objetiva", que es apolítica por naturaleza. El sistema no se puede permitir
distraerse con muchas ambigüedades o matices.
n Las actividades pueden encomendarse a gerentes profesionales
autónomos, quienes asumen la responsabilidad por el desempeño.
"Hagamos que respondan por sus actos. Si lo que hacen se ajusta al plan,
según lo que indiquen las mediciones, recompensémoslos. De lo contrario,
reemplacémoslos."
En mi opinión, estas premisas se derrumban frente a la realidad de lo que
hacen la mayoría de las reparticiones gubernamentales y de cómo tienen
que funcionar. Para aislar las actividades del gobierno del control
jerárquico directo siguiendo el ejemplo de lo que el Management
establece, hace falta contar con políticas claras e inequívocas formuladas
en el marco del ámbito político y para ser implementadas en el ámbito
administrativo. En otras palabras, las políticas tienen que ser estables a
través del tiempo, y los políticos (al igual que los gerentes de otras
reparticiones) deben mantenerse alejados de la implementación efectiva
de esas políticas. Pero, ¿con qué frecuencia se da esto, o cuántas
actividades del gobierno se ajustan a esta receta?
¿Cuántos políticos están preparados para ceder el control de cuántas de sus
políticas? ¿Y cuántas políticas del gobierno de la actualidad pueden
formularse en un ámbito para ser implementadas en otro, en lugar de que
su creación sea parte de un proceso iterativo que comprenda tanto a la
política como a la administración? Aprendizaje es otra de las palabras
código del Management. Pues bien, este proceso de creación de políticas es
aprendizaje, aunque su aplicación descuidada no lo sea. La creencia de que
en el gobierno es posible separar la política de la administración -tal como
ocurre con la formulación y la implementación dentro de la planificación
empresarial- es otro mito al que se debe dejar morir en paz.
Consideremos ahora el mito de la medición, una ideología seguida con
fervor casi religioso por el movimiento del Management. ¿Cuál es su efecto
en el gobierno? No hay duda de que las cosas deben medirse, especialmente
los costos. Pero, ¿cuántos de los beneficios reales de las actividades del
gobierno se prestan a este tipo de medición? Algunas actividades simples y
de prestación directa -especialmente a nivel municipal-, como la
recolección de residuos, no hay duda de que se prestan a la medición.
Pero, ¿qué ocurre con el resto? Los famosos sistemas de planificación,
programación y presupuesto de Robert McNamara para el gobierno federal
de Estados Unidos fracasaron precisamente por eso: la medición con
frecuencia perdía de vista el objetivo y causaba muchas veces terribles
distorsiones. (¿Se acuerdan del recuento de cadáveres de Vietnam?)
¿Cuántas veces volvemos a este punto hasta que finalmente nos damos por
vencidos? Muchas actividades están en el sector público precisamente por
los problemas de medición: si todo fuera tan cristalinamente claro y los
beneficios fueran tan fácilmente atribuibles, hace largo tiempo que esas
actividades habrían pasado al sector privado.
El hecho es que la evaluación de muchas de las actividades comunes del
gobierno requiere un criterio flexible, algo que las duras mediciones no
brindan. Entonces, cuando se permite que el Management se haga cargo,
todo el mundo se vuelve loco. Y nadie se vuelve más loco que el "cliente",
quien termina llevándose la peor parte.
Finalmente, está el mito de que el gerente profesional puede resolverlo
todo: "Ponga al frente a alguien capacitado y todo va a andar muy bien".
Estamos tan enamorados de este culto del liderazgo heroico que no vemos
sus contradicciones más obvias. Por ejemplo, en nombre del
"empowerment" para los empleados, lo que hacemos realmente es
fortalecer la jerarquía. El llamado "empowerment" se convierte en el regalo
vacío de los jefes, quienes se mantienen firmemente en sus cargos. Y esos
jefes, si no saben de ninguna otra cosa que no sea de Management en sí,
están sentados en el aire y frecuentemente no conocen a los sujetos que
reciben ese management. Esa situación sólo puede alimentar el cinismo.
Frente al temor paralizante de no poder cumplir con las sagradas cifras, los
gerentes viven reorganizándose y engendran más confusión que claridad. En
otras palabras, nuestra obsesión por el Management contradice a una gran
parte de la realidad que lo circunda. Por consiguiente, distorsiona
actividades serias, como ocurre con muchos sistemas de escuelas públicas
que fueron virtualmente destruidos por el poder de la jerarquía gerencial
llevada a las actividades directas de la clase sin experiencia previa en la
enseñanza.
Modelos para aplicar el Management al gobierno
Entonces, ¿cómo podemos aplicar el Management al gobierno?
Consideremos cinco modelos.
El modelo del gobierno como máquina. En este caso, al gobierno se lo
considera como una máquina dominada por normas, reglamentaciones y
reglas de todo tipo. Se aplica tanto a la superestructura como a cada una
de las microestructuras. Cada repartición controla a su gente y sus
actividades del mismo modo que la repartición es controlada por el aparato
del Estado central. Su lema podría ser: "Control, control y más control".
El modelo del gobierno como máquina se desarrolló como fuerza de
compensación frente a la corrupción y al uso arbitrario de la influencia
política. Por esa razón fue tan popular a principios de este siglo. Ofrecía
coherencia en la formulación de políticas y confiabilidad en la ejecución.
Pero carecía de flexibilidad y de capacidad de respuesta frente a la
iniciativa individual, por esa razón ha perdido vigencia. Sin embargo, de
una forma u otra, este modelo continúa dominando al gobierno.
El modelo del gobierno como red. Es el opuesto del anterior: flexible y no
rígido, libre y no controlado, interactivo en lugar de estrictamente
segmentado. Al gobierno se lo considera como un sistema entrelazado,
como una compleja red de relaciones temporarias diseñada para resolver
los problemas a medida que surgen y conectada mediante canales
informales de comunicación. A nivel de la microestructura, el trabajo se
organiza en torno de proyectos, por ejemplo: un proyecto destinado a
desarrollar una nueva política social o a planificar la construcción de un
edificio. El lema de este modelo podría ser: conectar, comunicar y
colaborar.
El modelo de control del desempeño. El Management, con mayúscula,
encuentra en este modelo su realización plena, y su lema podría ser: aislar,
asignar y medir. El objetivo es lograr que el gobierno se parezca más a una
empresa. Pero aquí es necesario ser específico porque el ideal no es
cualquier empresa. Existe la premisa, no siempre explicitada, de que el
ideal es la estructura divisional que los conglomerados en particular han
hecho tan popular. La organización global se divide en "unidades de
negocios" a las que se asignan objetivos de desempeño de los cuales son
responsables los gerentes. Entonces, la superestructura planifica y
controla, mientras que las microestructuras ejecutan. Todo muy prolijito,
pero no necesariamente muy eficaz.
Si las unidades de negocios tienen tan poco que ver entre sí, ¿por qué
preocuparnos por tenerlas dentro de la misma organización? ¿Cuál es el
valor que agrega una casa central remota que ejerce solamente el control
sobre los resultados financieros? Por otro lado, poner demasiado el énfasis
en la planificación y en la medición del desempeño fortalece el control
jerárquico convencional a nivel de las microestructuras, en las que los
gerentes asumen la responsabilidad personal de alcanzar objetivos
impersonales. En otras palabras, el modelo de desempeño descentraliza
para centralizar; afloja para poder ajustar. Y esta rigidez tiene lugar a
expensas de la flexibilidad, la creatividad y la iniciativa individual. Por lo
tanto, el valiente nuevo mundo del management público termina con
frecuencia reducido a nada más que el viejo modelo del management como
máquina, el mismo envase de siempre con una nueva etiqueta. Funciona
bien donde siempre funcionó el management de la máquina -y, en
ocasiones, un poco mejor- pero en ningún otro lado.
El modelo de gobierno virtual. Lleve el modelo de desempeño hasta su
límite natural y descubrirá que termina con un modelo al que podríamos
denominar de gobierno virtual. Muy popular en lugares como el Reino
Unido, Estados Unidos y Nueva Zelanda, el gobierno virtual se basa en la
premisa de que el mejor gobierno es la ausencia de gobierno.
Desprendámonos de todo, nos dicen, o por lo menos de todo lo que sea
posible deshacerse. En el mundo perfecto del gobierno virtual, las
microestructuras (las actividades de las reparticiones) ya no existirían
dentro del gobierno. Todo ese trabajo se desarrollaría en el sector privado.
Y la superestructura existiría sólo en la medida en que fuera necesaria para
lograr que las organizaciones privadas presten servicios públicos. Entonces,
el lema de este modelo sería: privatizar, contratar y negociar, y representa
el gran experimento de los economistas que nunca tuvieron que aplicar el
management a nada.
El modelo de control normativo. No tiene que ver con los sistemas sino con
el alma. Aquí cuentan las actitudes y no los números. El control es
normativo, es decir, está profundamente arraigado en los valores y
creencias.
Este modelo no goza de mucho reconocimiento entre los gobiernos
occidentales de la actualidad, y mucho menos entre las empresas
occidentales. No se puede decir que ha funcionado mal para los japoneses,
pero cuanto más lograron ellos demostrar su superioridad en la
competencia directa, más se recluyó Occidente en su viejo modelo de la
máquina -o en nuevas versiones del viejo modelo- aun cuando funciona
exactamente en sentido inverso. Sin embargo, en otros tiempos, cuando
todavía existía el concepto de servicio público, fue realmente el modelo
normativo el que permitió que el viejo modelo de la máquina funcionara.
En otras palabras, el servicio y la dedicación silenciaron los efectos
negativos de la burocracia. Pero gran parte de esa actitud ya ha
desaparecido o está desapareciendo.
Hay cinco elementos claves que caracterizan al modelo normativo:
- Selección. A la gente se la elige por sus valores y actitudes y no sólo por
sus credenciales.
- Socialización. Este elemento asegura que sus miembros se dediquen a un
sistema social integrado.
- Guía. Tiene lugar a través de principios aceptados y no de planes
impuestos, por medio de visiones y no de objetivos.
- Responsabilidad. Todos los miembros comparten la responsabilidad.
Sienten que los líderes que practican un estilo de management arraigado en
la experiencia confían en ellos y los apoyan. La inspiración, entonces,
reemplaza al llamado empowerment.
- Juicio. El desempeño es juzgado por personas experimentadas, inclusive
por los receptores del servicio, algunos de los cuales forman parte de
consejos de supervisión representativos.
El lema del modelo normativo sería: elegir, socializar y juzgar. Pero la
clave de todo está en la dedicación, que tiene lugar en dos sentidos: para
los prestadores del servicio y por parte de ellos. A los prestadores se los
trata con decencia y, en consecuencia, responden de la misma manera.
Todavía se puede seguir aislando a las reparticiones horizontalmente, pero
el control vertical que ejerce la superestructura es normativo y no
tecnocrático. El modelo permite la existencia de microestructuras
radicalmente diferentes: más misionales, igualitarias y cargadas de energía,
menos jerárquicas y menos parecidas a una máquina.
No existe el mejor modelo. Habitualmente, nosotros funcionamos con los
cuatro. La recaudación impositiva sería inconcebible sin una dosis saludable
del modelo de la máquina, del mismo modo que lo sería la política exterior
sin el modelo de la red. Y ningún gobierno puede funcionar con eficacia sin
una cubierta importante de controles normativos, del mismo modo que
ningún gobierno de la actualidad puede ignorar la necesidad de deshacerse
de lo que ya no pertenece al sector público. En otras palabras, el gobierno
es un sistema enormemente ecléctico, tan variado como la vida misma
(precisamente porque se ocupa de casi todas las facetas concebibles de la
vida).
Pero algunos modelos son para bien y otros para peor. Y quizás estemos
dispuestos a priorizar a los que son para bien. Todos reconocemos la
excesiva atención que se le prestó al modelo de la máquina. Pero
deberíamos estar conscientes de su resurgimiento como parte del modelo
de desempeño.
Debemos prestar más atención al modelo de la red, que es necesario para
tantas de las actividades complejas e impredecibles del gobierno de la
actualidad: gran parte de la formulación de políticas, los servicios de alta
tecnología y la investigación, por ejemplo. Pero depender excesivamente
de este modelo también puede ser malo.
Personalmente creo que necesitamos con urgencia empezar a poner el
énfasis en el modelo normativo. Tal como nos han dejado muy en claro los
japoneses, no existe sustituto para la dedicación humana. Y aunque muchas
de las empresas occidentales deberían tomar en serio este mensaje,
también ha pasado a ser especialmente importante para el gobierno, con
sus caprichos, sus matices y sus difíciles compensaciones entre intereses en
pugna. Una organización sin compromiso humano es como una persona sin
alma: el esqueleto, la carne y la sangre pueden consumir y excretar, pero
no hay fuerza de vida. Y el gobierno necesita desesperadamente una fuerza
de vida.
Pienso que esta conclusión se aplica especialmente a los servicios
profesionales orientados al usuario, tales como la salud y la educación, que
nunca pueden ser mejores que la gente que los presta. Necesitamos liberar
a los profesionales tanto de los controles directos de la burocracia
gubernamental como de las estrictas presiones de la competencia del
mercado. Esta es la razón por la cual las sociedades cooperativas y las
asociaciones sin fines de lucro parecen funcionar tan bien en estas áreas.
Gobernando al Management
Si alguna de estas ideas tiene sentido, entonces debemos hacerlas viables
comenzando por moderar la influencia que tienen en otros sectores de la
sociedad los valores de la empresa y el pensamiento tan popular del
Management actual. En otras palabras, puede ser que el gobierno necesite
un poco de management, pero al management no le vendría mal un poco de
gobierno. Consideremos las siguientes propuestas:
- La empresa no es totalmente buena; el gobierno no es totalmente malo.
Cada uno tiene su lugar dentro de una sociedad equilibrada, junto con las
organizaciones cooperativas y asociaciones sin fines de lucro. No quiero
tener que comprarle el auto al gobierno, del mismo modo que no quiero
que la General Motors se ocupe de las políticas. Y me gustaría ver que ni el
sector público y ni el sector privado se ocupen de la prestación directa de
los servicios de salud; me inclino a favor de las organizaciones cooperativas
y asociaciones sin fines de lucro.
Las sociedades reciben los servicios públicos que esperan. Si la gente cree
que el gobierno es inepto y burocrático, entonces eso es lo que será. Si, por
el contrario, reconocen al servicio público por su vocación de tal, entonces
terminarán teniendo un gobierno fuerte.
- La empresa puede aprender del gobierno tanto como el gobierno puede
aprender de la empresa, y ambos tienen mucho que aprender de las
organizaciones cooperativas y de las asociaciones sin fines de lucro.
Quienes pertenecen al sector público enfrentan ciertos tipos de problemas:
objetivos en conflicto, la existencia de múltiples participantes y una
intensa presión política, por ejemplo. Sin embargo, sus problemas son cada
vez más comunes dentro del sector privado. Muchos de los gerentes más
inteligentes, claros y efectivos que conozco trabajan para el gobierno.
Desgraciadamente, no son lo suficientemente enérgicos como para que sus
ideas se conozcan. Los empresarios se benefician mucho cuando los
escuchan.
Las cooperativas tienen formas sofisticadas de manejarse con los grupos de
votantes dispersos y también con los tipos especiales de clientes. Y también
está la organización sin fines de lucro, en la cual encontramos la concreción
más plena del modelo normativo de Occidente, y de la cual tenemos mucho
que aprender. Podríamos beneficiarnos mucho con las experiencias de las
dos si somos capaces de superar nuestros rígidos prejuicios.
- Necesitamos un gobierno orgulloso y no mutilado. Los ataques al gobierno
constituyen ataques al tejido mismo de la sociedad. No hay dudas de que
tenemos necesidades individuales, pero una sociedad que permita que estas
necesidades socaven a las colectivas terminará pronto por destruirse. Todos
valoramos los bienes privados, pero son inútiles sin bienes públicos -tales
como fuerzas policiales y políticas económicas- que los protejan.
Hoy se considera que realizar numerosos nombramientos políticos es un
componente natural del proceso político de Estados Unidos. (Pero no
siempre fue así: estas designaciones son proporcionalmente tres veces más
comunes hoy que en la década de los '30)1. Lo que hace cada nuevo
gobierno es reemplazar a los niveles superiores de las jerarquías
departamentales. Creo que es hora de que reconozcamos en esto
simplemente lo que es: corrupción política; no es técnicamente ilegal pero,
no obstante, significa corromper un servicio público dedicado y
experimentado. Y también proviene de la errónea creencia de que quien ha
aplicado el management a algo puede aplicarlo a cualquier cosa.
- El gobierno y otros sectores deben tener cuidado de lo que adoptan de la
empresa. Es muy probable que la empresa nunca haya sido más influyente
que hoy. En Estados Unidos, a través de las comisiones de acción política y
de las actividades de los grupos de presión, los intereses institucionales (y
no sólo los comerciales) ejercen una enorme presión sobre el sistema
político, reduciendo la influencia de los individuos. El sistema está fuera de
control. Mi argumento en este tema no es estar en contra de la empresa
como empresa, sino estar a favor del equilibrio dentro de la sociedad.
Necesitamos que haya equilibrio entre nuestros cuatro sectores y
necesitamos hallar un equilibrio entre nuestras preocupaciones públicas
como individuos y las demandas privadas de las instituciones.
Hoy el espíritu predominante apoya la privatización de los servicios
públicos. Es probable que parte de esa línea de pensamiento sea útil. Pero
una buena parte de ella es sencillamente estúpida. Y si nos sentimos tan
inclinados a analizar en detalle todo aquello que no pertenece al gobierno,
¿por qué no ser igualmente diligentes al considerar lo que no pertenece a la
empresa? No olvidemos que el objetivo de la democracia es un pueblo libre
y no instituciones libres. En síntesis, sería bueno que analizáramos
detenidamente el equilibrio dentro de nuestras sociedades actuales, antes
de que el capitalismo realmente triunfe.
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