“HISTORIA DE LA IGLESIA (DEL SIGLO I HASTA EL TERCER MILENIO)”. AUTOR: FRAY JOSE URIEL PATIÑO (SACERDOTE E HISTORIADOR AGUSTINO MEXICANO). Presentación “Los tiempos cambian y nosotros con ellos”; así se expresaban, en más de una oportunidad, los oradores del imperio romano. Nada más a propósito que iniciar con esa expresión esta colección de historia de la Iglesia, libros nacidos al interior del ejercicio docente en diferentes instituciones educativas superiores. En nuestro caso esa es la verdad porque al recorrer el camino de la Iglesia a lo largo de veinte siglos de historia occidental, hemos captado que los tiempos cambian y que los hombres (varones y mujeres) cambiamos en la medida en que los sucesos acontecen y nuestra experiencia personal, social y religiosa va creciendo, es decir, en la medida en que nuestro pasado se hace cada día más grande y el futuro inexorablemente se hace más pequeño. La colección ha sido diseñada sobre la base de tres ejes históricos de una duración aproximada de siete siglos: la antigüedad, el medioevo y la modernidad; cada uno de estos ejes, conforma un tomo de la colección, y cada tomo se organiza por ciclos históricos, por capítulos, de tal manera que el lector pueda tener una visión general y recrear su personal visión de la historia de la Iglesia, sin olvidar que al fondo de la expresión “historia de la Iglesia” subyacen dos conceptos fundamentales: historia e Iglesia, con lo que ello implica, tal como se puede deducir de la lectura y estudio de esta colección. Se podría decir que ésta es la clave hermenéutica para comprender mejor esta historia de la Iglesia, colección elaborada teniendo en cuenta los diversos esquemas de periodización histórica, uno de los cuales propone cuatro momentos: conservación de las distancias ante el mundo (siglos I-IV), identidad entre la Iglesia y el mundo (siglos VXVIII) con tres dominios concretos: reyes, Iglesia y Estados absolutos, y aislamiento e inserción de la Iglesia en relación al mundo (siglos XIX-XXI). Como esta colección nació en un ambiente particular, como es el contexto latinoamericano, ha sido redactado un cuarto tomo, centrado en la experiencia eclesial en el continente de la esperanza, sobre la base de tres momentos fundamentales: la experiencia de la cristiandad colonial, la Iglesia en el momento del nacimiento de las repúblicas y la experiencia de la vivencia cristiana eclesial en la dialéctica entre tradicionalismo y liberacionismo. Este cuarto tomo de la colección es como un eje particular que ayuda a ubicarnos desde América Latina al interior de la Iglesia universal. Bases epistemológicas Bajo este título se agrupan algunos aspectos fundamentales que pretenden iluminar el camino histórico, recordando que la historia es la plenitud del suceder y el conocimiento que de él se posee y por ello “a un cristiano el estudio riguroso de la historia de su propia tradición debe servirle no de confirmación, sino de conversión”1. Esto da a entender que los seis apartados que se abordan sirven de claves hermenéuticas, una especie de caja de herramientas, para comenzar mejor el recorrido. El estudio de la historia, en particular de la historia de la Iglesia desea crear o ayudar a crear una mentalidad histórica, es decir, a tener elementos básicos para hacer tanto una consulta como una investigación histórica con parámetros adecuados; no es fácil, pero con orden, constancia y método se puede superar la tentación de las tijeras y el pegante tan común en la investigación científica, recordando que en todo trabajo histórico es importante trabajar con método y constancia. Si este principio se aplica bien se puede llegar a ser imparcial, lo cual no quiere decir indiferente, objetivo pero no dogmático, y crítico. Imparcial y objetivo porque se usan las fuentes con sinceridad, ecuanimidad y transparencia, sin hacerles decir algo que no dicen, ni sacarlas del contexto; crítico, para hacer las observaciones necesarias teniendo como apoyo las fuentes que se han usado. 1. Una propuesta de definición y ubicación La palabra “historia”, ideada por Herodoto para describir la necesidad que el hombre tenía de un nuevo tipo de conocimiento, proviene de la expresión griega istria que tiene la raíz id (la d se convierte en s), la cual sólo se encuentra en dos formas verbales del verbo oraw (mirar, ver): eidon (aoristo activo que tiene el sentido de un pasado remoto) y oida (también con sentido de pasado pero perfecto), con una traducción cercana a “conozco” o “lo sé”, que dan a entender un conocimiento por visión, porque se ven las cosas o se pueden tocar. Por ello, si antes de la aparición de esta palabra, el conocimiento era el que se tenía por la fe o por el mito, a partir de aquel momento también se puede conocer “viendo las cosas”; la posibilidad de ver las cosas está en las fuentes y en los testimonios orales y escritos. Dado lo anterior, la historia se puede definir como “el conocimiento por visión basado en la investigación de los acontecimientos sucedidos en el tiempo y el espacio en relación 5 a un proceso unitario más amplio para llegar a la verdad que se transmite a través de una narración”. También se puede decir que la historia es “el conocimiento del pasado”2. De ello se deduce que “la verdadera ciencia de la historia está en señalar en cada tiempo esas secretas disposiciones que prepararon los grandes acontecimientos y las importantes coyunturas que las hicieron sobrevivir”3. Según ello, la historia “es la conciencia y memoria colectivas del pasado que un grupo humano necesita para comprenderse y explicarse a partir de su medio físico, de las relaciones con grupos más o menos cercanos, de sus formas de producir y relacionarse, de sus instituciones, valores, ceremonias, etc., desde los que se ha articulado su convivencia en el pasado haciéndose en un presente desde el que se proyecta personal, grupal o institucionalmente, el futuro o porvenir”4. Desde esta perspectiva, la historia como sucesión de acontecimientos y secuencias de hechos es el hombre en comunidad a través del tiempo, con lo cual confluyen tanto la diacronía (el tiempo) como la sincronía (la comunidad)5. La Iglesia es la comunidad de hombres fundada por Jesucristo, unida íntimamente a Él de modo que constituye su presencia viva y eficaz en el tiempo y el espacio porque ella está formada “por una multitud de espíritus encarnados, unidos entre sí por múltiples lazos de dependencia recíproca”6; es transparencia del reino. De acuerdo a esta definición la historia de la Iglesia7 no es ni un tratado teológico de la Iglesia, ni un tratado de teología, ni mucho menos un estudio apologético de la Iglesia cristiana católica de rito latino, sino la narración del devenir en el tiempo y el espacio de la comunidad fundada por Jesucristo que tiene diferentes manifestaciones de fe y de intelección de esa fe. Por ello se puede definir como “la historia del obrar de Dios con, a través de, a pesar de y, a veces, en contra del hombre, pero nunca sin Él”8. Frente a estas apreciaciones, surge la inquietud en torno a la Iglesia de la historia de la Iglesia, toda vez que “creer que la Iglesia católica es la única verdadera, la única que responde plenamente a lo que Cristo ha querido, no implica la negación de toda gracia fuera de esa Iglesia”9. Sobre la base de las definiciones ofrecidas se podría concebir la historia de la Iglesia como el conocimiento por visión de los hechos del pasado de esta institución carismática, necesarios para comprenderse y explicarse como transparencia del reino; esto es así porque la historia de la Iglesia tiene como fin fundamental una adecuada comprensión de los dos grandes desarrollos de la Iglesia: el exterior y el interior. En el primero se ubican las misiones, las relaciones políticas y las limitaciones de las conquistas espirituales. En el segundo se tienen en cuenta: organización, culto, disciplina, costumbres, predicación, doctrina, etc.10 De la definición propuesta, surgen dos elementos importantes: el cristianismo es una realidad esencialmente histórica y la existencia de un testimonio que supera la razón humana. El cristianismo, que no necesariamente se debe identificar con la Iglesia, es una realidad histórica en cuanto que las fuentes son reales y fieles; el problema está en que esas fuentes hablan de un acontecimiento central que supera la razón; a pesar de ello, las fuentes tienen una lógica interna única porque una Iglesia nacida de un Dios crucificado y agonizante y de la fuga de los testigos no es humanamente posible; además, las luchas internas, las dudas y los testimonios dan a entender que la historia no es una leyenda o una narración mítica, como se encuentra en el origen de otras religiones. Debido a esto el historiador de la Iglesia se limita a iluminar las fases de la historia humana y ofrecer una respuesta sobre la comprensión que se tenga de ella, en este caso de la Iglesia. Por lo que hace referencia a un testimonio que supera la razón, las fuentes, reveladas e inspiradas, no quitan la historicidad, porque se expresan con palabras humanas; las fuentes fueron escritas en una época precisa y un lugar geográfico concreto; el dato de fe fue elaborado sobre una persona histórica, porque el Cristo de la fe es el mismo Jesús de la historia, presentado desde perspectivas diferentes pero convergentes. Por ello, lo básico en la historia de la Iglesia es estudiar el devenir del testimonio de la resurrección, es decir, estudiar la manera como la comunidad eclesial ha reflejado a Cristo, testimoniando su resurrección, anunciando el Evangelio y acogiendo a quienes libremente aceptan el anuncio pero respetando a quienes no lo aceptan. La historia de la Iglesia exige un punto de partida difícil de precisar, porque ésta, nacida al interior de los estudios teológicos, respeta el pensamiento teológico, un pensamiento que tiene como objeto un dato de fe que expresa el nacimiento de la Iglesia como un proceso de fundación que no fue puntual. La historia, respetando ese proceso, elige un acontecimiento puntual que le sirve para fijar el punto de partida; de los diferentes acontecimientos en relación a Cristo y la Iglesia, la historia opta preferentemente por Pentecostés, ya que a partir de ese acontecimiento la comunidad eclesial comenzó a anunciar sin miedo y en diferentes lenguas el mensaje encomendado; además, hay un dato que da a entender la necesidad de esperar hasta que fuera enviado el Espíritu. Aquí existe un problema: la historia acepta un dato, pero se encuentra con la dificultad de fecharlo. Pentecostés es, entonces, el punto inicial, la primera base teológica, y la parusía es la segunda; el tiempo transcurrido entre esos dos acontecimientos es la historia de la Iglesia. Cuando se habla del estudio del devenir de esa comunidad en el tiempo y el espacio, se afirma que la historia de la Iglesia es el estudio del desarrollo de las diferentes manifestaciones de la comunidad cristiana, teniendo presente que algunos aspectos cambiarán pero otros siempre permanecerán. Aquí nace la perspectiva, el horizonte desde el cual se estudia y se narra la historia de la Iglesia; no está de más decir que la perspectiva será desde la fe, una fe que respeta los dogmas y acepta los elementos positivos y negativos, que en el desarrollo histórico de sus manifestaciones se pueden presentar. La cuestión de la perspectiva de la fe es importante porque se deben tener presentes elementos revelados y magisteriales, teniendo en cuenta que cuando se trabaja con este tipo de elementos la única perspectiva objetiva es la de la fe, porque de resto se cae en una ideologización subjetiva de la historia. 2. Objeto y método de la historia de la Iglesia El objeto fundamental de la historia de la Iglesia es el crecimiento espacial y temporal de la institución carismática que, teniendo su origen en Cristo, lleva ese nombre. Esta historia surge de la acción conjunta de los factores divinos y humanos en las coordenadas 7 intrahistóricas, ya que la historia de la Iglesia es el estudio del desenvolvimiento de la obra de Cristo en la historia, la indagación y exposición del curso efectivo del cristianismo en su manifestación organizada como Iglesia a lo largo de los siglos de su pasado, en la extensión de sus elementos y en los aspectos de su vida; no en vano esta historia “intenta reconstruir por métodos rigurosamente científicos el pasado de la sociedad eclesiástica, su evolución a través de los siglos y los rasgos particulares que la caracterizaron en cada época”11. El objeto es el Cristo que continúa su acción en el mundo, su cuerpo que es conducido por el Espíritu Santo y cuya historia es totalmente obra de Dios y del hombre. El método utilizado es el histórico, un método científico que escudriña los documentos con el fin de estructurar científicamente un discurso teológico, lo cual da a entender que este método es determinado tanto por los principios generales que regulan la investigación y la exposición histórica como por las exigencias particulares de la teología. Aquí surgen las tensiones que ponen al historiador ante grandes decisiones, cuando se ve impulsado a aplicar este método al objeto estudiado. En relación a la metodología histórica se debe tener presente que ésta desempeña un importante papel en las controversias históricas, porque interesa tanto el modo práctico de proceder en la investigación histórica como la comparación entre las teorías y la investigación histórica. Por ello, la historia de la Iglesia debe ser y estar: basada en las fuentes y la crítica, objetiva e imparcial, y pragmática y genética, es decir, con capacidad para comprender los acontecimientos en su devenir. Éstas son las tres exigencias fundamentales, a las cuales se anexa el carácter religioso; no en vano la historia es una escuela de libertad y espíritu crítico12. En relación a las fuentes se sabe que hay varias categorías: materiales, literarias, tradicionales, audiovisuales, etc.13 Para no desconectar objeto y método, son necesarios tres pasos: elección y determinación de las fuentes para fijar fechas y hechos históricos que forman la armazón de la historia; criticar con objetividad e imparcialidad los hechos, teniendo presente el contexto en el que se desenvolvieron dejando abierta la causalidad histórica, es decir, manejando con transparencia, honestidad y ecuanimidad las fuentes; comprender y ubicar la historia de la Iglesia dentro de la historia ya que su sentido último sólo puede integrarse en la fe14. Finalmente, la historia de la Iglesia debe ser entendida como una teología de la cruz, es decir, un acercamiento de Dios al hombre en el Cristo resucitado quien murió en la cruz, como un “punto intermedio” o convergencia entre la historia profana y la historia sagrada, en el sentido que tiene elementos tanto de la una como de la otra; es decir, la historia de la Iglesia es la lectura desde una perspectiva de fe de los acontecimientos vividos por la Iglesia en el desarrollo de su peregrinación terrena, toda vez que la cercanía con el crucificado movió a los primeros discípulos a superar el escándalo de la cruz, abriendo un nuevo horizonte que le dio un giro insospechado a su fe. 3. La historia de la Iglesia en la historia Con este tema se quiere presentar el recorrido que a lo largo de los siglos ha tenido que 8 vivir la historia de la Iglesia y las diferentes formas como ha sido interpretado ese proceso; esas formas ayudan a ubicar la historia de la Iglesia en el contexto de la teología histórica y la teología como historia de salvación. Además, se deben tener presentes las tres etapas generales: grecoalejandrina, humanista y desarrollo orgánico de la historia en los contextos romántico e idealista, teniendo presente que la historiografía es producto doblemente humano porque trata de las acciones de unos seres humanos, interpretadas, descritas y valoradas por otros seres humanos. 3.1 Historiografía eclesiástica La Iglesia se insertó en la unidad política mediterránea de su tiempo; esto da a entender que: primero, las fuentes de la historia de la Iglesia de los primeros siglos están casi todas en griego; segundo, allí se halla el germen de la división del siglo XI (1054) como conclusión de un proceso e inicio de una nueva etapa. La forma como estos y otros acontecimientos han sido contados hace parte de la historiografía que pretende narrar la manera como la Iglesia ha desarrollado sus diferentes manifestaciones en un contexto particular. En la antigüedad comenzó la historiografía eclesiástica con el testimonio de escritos apócrifos y legendarios entre los cuales están las actas de los mártires; de éstas algunas son tenidas como históricas y se llaman actas auténticas. Además, están los diversos escritos sistemáticos de historia eclesial, entre los cuales sobresale la Historia eclesiástica de Eusebio, que se convirtió en la fuente historiográfica más importante para los tres primeros siglos15. Antes de Eusebio se pueden citar: Hegesipo, autor de Memorias, escritas hacia el 180 y Sexto Julio Africano, autor de Cronografía o exposición histórica sincrónica que llega hasta el 217. Eusebio, cuyo pensamiento se ubica en tres polos: origenismo, persecuciones e imperio cristiano, adopta una perspectiva de fe porque pone como punto de partida la economía de la salvación; entre los argumentos que desarrolla, se citan: la sucesión apostólica, los grandes acontecimientos, los obispos y las diócesis, el anuncio del Evangelio en forma oral y escrita, las herejías, las desgracias de los judíos, los ataques de la cultura no cristiana, las persecuciones y los mártires16; por ello se puede decir que, a la luz de este autor, la historia de la Iglesia comprende seis asuntos fundamentales: sucesiones apostólicas, acontecimientos, personajes, herejes, judíos y no cristianos. Esta obra es interesante porque recoge algunos puntos básicos para entender la historia de la Iglesia en la antigüedad y habla de unas fuentes que ya no existen. No obstante ello, Eusebio no fue un gran historiador, porque no era fácil serlo, máxime si se tiene en cuenta que él inició el método de la historia de la Iglesia. La obra de Eusebio fue traducida al latín por Rufino hacia el 402; en el 420 apareció la traducción siríaca y por varios siglos permaneció como una obra inmutable que fue transmitida durante el medioevo a través de diferentes copias que llegaron hasta la modernidad. A partir del siglo XVI han sido publicadas algunas ediciones críticas como la de Stefanus hacia mediados del siglo XVII, posteriormente Migne y las ediciones críticas 9 de Schwartz y Mommsen, que sirven como puntos de referencia para comprender el texto original. Posterior a esta obra y después de tres intentos historiográficos (Sócrates, Sozómeno y Teodoreto) vino la Historia eclesiástica de Evagrio el Escolástico que marca las controversias cristológicas de los siglos V y VI; en este contexto se ubica La ciudad de Dios de san Agustín, quien divide la historia en seis edades y tres partes siguiendo a san Jerónimo. De éstos, pasó a Gregorio de Tours, Isidoro de Sevilla y Beda el Venerable, quienes son los historiadores más representativos de los primeros siglos de la tarda antigüedad, que otros llaman alta Edad Media. Aún en la antigüedad Vicente de Lérins (+ 435) formulaba el objeto de la historia de la Iglesia utilizando la figura de la semilla que no encierra nada que perjudique sus propiedades ni altere su naturaleza17, es decir, en la Iglesia se realiza un proceso histórico que tiene formas variables pero permanece igual en sí misma; esta concepción influyó en algunos autores como Bossuet y Newman. Durante la Edad Media se dio una historiografía eclesiástica más que una historia de la Iglesia. De ahí que los autores medievales utilizando la crónica, los anales y la biografía involucran la idea de reino de Dios con la Iglesia. El Occidente en el medioevo desarrolló historias de los pueblos, anales, crónicas, biografías e historias universales inspiradas en la teología; el Oriente desarrolló la cronografía y la historiografía de imitación clásica hasta llegar a Nicéforo Calixto Xantópulos18. La nota característica de la historiografía eclesiástica medieval radicaba en la profecía del porvenir, ya que la Iglesia contemporánea necesitaba una reforma porque venía en declive; por ello el apocalipsismo influyó notablemente. Con el correr de los siglos y el suceder de los acontecimientos se fue dando un giro hasta que la Iglesia se convirtió en objeto de la teología de la historia. 3.2 Historia científica Entre los siglos XVI y XVIII se dio un florecimiento de la historia de la Iglesia por la influencia del humanismo que pedía el regreso a las fuentes. A este hecho se le sumó la reforma protestante que obligó a precisar y restringir el concepto de Iglesia y por tanto de su historia, ya que cada confesión quería presentar lo mejor de sí para hacerse dueña de la verdad. Casos típicos son: Centurias de Magdeburgo de Matthias Flacius (protestante) y Anales clesiásticos de César Baronio (católico). La necesidad de precisar y analizar las fuentes transcritas en las modernas historias de la Iglesia fue originando la formación del método histórico y crítico y de la historia de la Iglesia como ciencia gracias a los bolandistas y los maurinos, creadores del axioma: “Toda afirmación histórica ha de apoyarse en fuentes auténticas, editadas según reglas de crítica filológica”. Después vino el período en el cual la historia de la Iglesia se convirtió en disciplina teológica y ciencia histórica teológica en los siglos XIX y XX durante los cuales se descubrió de nuevo la trascendente y sobrenatural naturaleza de la Iglesia, así como su independencia del Estado y su universalidad. Como ciencia histórica teológica, en la historia de la Iglesia se dio el predominio de la investigación, la creciente especialización y 10 un impulso hacia la teología de la historia y la eclesiología. En este contexto de especialización nacieron nuevas asignaturas: patrología, derecho, misionología, espiritualidad, historia de los dogmas, ecumenismo, etc., que ayudan a una explicación más verificable de los desarrollos y las acciones de la historia. Finalmente, debe quedar claro que existe un género literario que se llama historiografía o reconstrucción del acontecer histórico, con diferentes modelos; uno de ellos es la historiografía eclesiástica que tiene sus parámetros particulares y válidos. Por ello, para hacer historia es importante asimilar las autocomprensiones eclesiales que se han presentado en los acontecimientos (duraciones breves), las coyunturas (duraciones medias) y las estructuras (duraciones largas), sin olvidar que el nacimiento de la historiografía científica fue un proceso posmedieval que duró varios siglos y se inserta en la fragmentación del saber y de la ecúmene cristiana occidental. 4. Presupuestos teológicos de una teología de la historia19 Durante decenios varios profesores, doctores y demás hombres de ciencia, entraron en una discusión sobre cuántas historias había y cuál de ellas era la más importante; debido a esto es posible que se encuentren páginas de algunos tratados y cursos de historia de la Iglesia, dedicadas al tema de las relaciones y diferencias entre la historia civil y la historia eclesiástica o historia de la Iglesia, con las normales subdivisiones. Actualmente, dado el discurso interdisciplinar, es importante cambiar de óptica, de paradigma como dirían otros, para afrontar con una nueva visión la doble realidad que se hace presente: la trascendencia de la historia y la historia de lo trascendente. El punto de partida de una teología de la historia es el discurso epistemológico y la ubicación de la teología al interior de las ciencias hermenéuticas, respetando sus particularidades20. La teología es una ciencia particular porque su principio fundamental, centrado en la revelación y la fe, escapa a los niveles científicos, tiene métodos pedagógicos y didácticos propios y una finalidad trascendente; no obstante ello, por el hecho de ser una reflexión creyente sobre la histórica comunicación de Dios y sobre la acción humana desde el horizonte de la revelación y la fe, se puede ubicar dentro de las ciencias del espíritu, históricas o hermenéuticas. Para lograr este cometido, en orden a ubicar la historia de la Iglesia al interior del discurso teológico, es preciso superar algunas situaciones concretas como la mezcla semántica o aceptación pasiva de algunos temas, el bilingüismo o práctica de hacer una doble lectura yuxtapuesta de lo real, el teologismo y el cientificismo, etc., para llegar a lo que podría llamarse un intercambio orgánico donde haya articulación, correlación e interacción metodológica, orgánica e integradora del saber de las praxis científicas con el saber de las praxis históricas de la fe. Desde esta perspectiva se habla de una teología de la historia. Este tipo de teología exige algunos presupuestos: los filosóficos, que presentan al hombre como un ser dinámico que camina hacia un fin; los teológicos, que afirman que el fin del hombre cristiano es trascendente y se construye desde los sentidos parciales de la existencia; y los 11 de crítica histórica, que entienden que los sentidos parciales que ayudan a construir el sentido último son vistos y vividos en el campo interdisciplinario. En el discurso de la historia de la Iglesia se dejan al margen del tratado los presupuestos filosóficos de la historicidad y la relación entre ontología e historia, para centrar el discurso en los tres más importantes presupuestos teológicos: el concepto semita de historia, la historia como historia de salvación y la relación entre dogma e historicidad. Una vez enunciados estos presupuestos teológicos, se hará una breve mención de los presupuestos de crítica histórica, que son importantes para la historia de la Iglesia. La concepción semita de la historia es particular y lineal porque tiene como fundamento la certeza de que Dios está siempre realizando cosas nuevas tendientes a un fin determinado; Dios es para el pueblo un ser histórico que actúa y se revela en el hecho de sacar, liberar y salvar al pueblo de Israel de las situaciones contrarias a su felicidad. A esta percepción de Dios en el contexto de un dinamismo liberador se le debe unir la concepción unitaria del hombre, cuyo horizonte de comprensión es la historia y no la metafísica, con lo cual la experiencia religiosa tiene un carácter histórico. A la luz de esa concepción se puede entender mejor el segundo presupuesto: la historia como historia de salvación, es decir, como historia de realización, de búsqueda de plenitud, que sólo se da real y plenamente cuando entra en juego la libertad humana como capacidad de aceptación o rechazo a la oferta de Dios, que se manifiesta en la historia. En el fondo, este presupuesto teológico ve al ser histórico en un camino de realización, de santificación, que es la meta, el objetivo, al cual tiende la Iglesia, de acuerdo a la propuesta de Jesús. Desde esta óptica, la libertad se convierte más en una construcción cotidiana que en una definición conceptual. El tercer presupuesto es el problema de las relaciones entre dogma e historicidad. El problema fundamental consiste en que el dogma como tal no varía pero su autocomprensión tiene que progresar21, ya que el dogma en sí es inmutable en su esencia pero no excluye alguna variación en su formulación; es ahí donde surge la dificultad porque la historia estudia y analiza las diferentes comprensiones que se han dado sobre un dogma determinado, con lo cual se corre el riesgo de una falsa interpretación o de una fatal comprensión. En el contexto de este presupuesto se inserta el discurso de la interdisciplinariedad porque es preciso buscar elementos que ayuden a una mejor comprensión del dogma; en este sentido se puede decir que en definitiva lo que evoluciona no es el dogma sino la expresión formal y su grado de intelección. Por esta razón la teología de la historia pide, frente a las fórmulas dogmáticas expresadas en un lenguaje bastante filosófico, la posibilidad de cambiar su formulación con un lenguaje más aterrizado, más adecuado para el tiempo que se vive. En cuanto a los presupuestos de crítica histórica, se puede decir que ellos son fundamentalmente dos: las relaciones entre la teología y las demás ciencias, y la relación entre hermenéutica y teología. La relación entre la teología y las ciencias ha pasado por etapas conflictivas: con las ciencias naturales se ha vivido un sentimiento de persecución y oposición sistemática; 12 con las ciencias históricas y hermenéuticas ha habido una posición opresiva en cuanto que la teología se ha constituido en la única interpretación válida de Dios, el hombre y el mundo, que ha causado malestar en los campos hermenéuticos; con las ciencias sociales se han presentado polémicas que no han sido bien resueltas porque se pone un argumento de autoridad o se asume una actitud de rebeldía y ruptura. Debido a esto, para hacer una teología de la historia es importante el conocimiento de la situación real de la persona pero proyectándola a la trascendencia y así dignificarle aún más la existencia, teniendo en cuenta que en un discurso teológico, la teología entra en contacto con las diferentes disciplinas y ciencias: filosóficas; históricas, sociales, humanas y psicológicas; lógicas y formales, semióticas y lingüísticas, y de la informática; y empíricas y naturales, que son tenidas como preantrópicas. De acuerdo a lo anterior, se puede decir que la hermenéutica abarca varios elementos: la forma como las ciencias del espíritu permiten reconocer el comportamiento de los pueblos, la transmisión de una experiencia trascendental en un lenguaje que es limitado, la relación ontológica de un Dios eterno con un hombre circunscrito al tiempo y el espacio en la persona de Jesús, el proyecto y la posibilidad de hacer que el contenido de la reflexión traspase los límites de la academia para llegar al hombre concreto inmerso en una sociedad determinada, pero viéndolo desde la luz del Evangelio. 5. Visión general de la historia de la Iglesia Para entender la historia de la Iglesia se recurre a la segmentación en períodos, de ahí el término periodización, intervalo de años que tienen en común hechos y elementos relevantes homogéneos y diferentes en relación a otros períodos. La periodización es la delimitación y subdivisión de un determinado proceso histórico en términos cronológicos; la delimitación y la subdivisión corresponden a una concepción general del desarrollo histórico y permite establecer los caracteres particulares de cada período aclarando la unión entre las diferentes formas del desarrollo histórico. De acuerdo a ello se afirma que la división de la historia de la Iglesia no puede partir de categorías abstractas porque esta historia debe tener presente el dinamismo dialéctico de lo sagrado y lo profano, lo civil y lo eclesiástico, lo histórico y lo teológico, etc., teniendo presente que cualquier división supone una visión, una forma concreta de aproximación, la cual puede expresarse u ocultarse. Hasta el presente se han ofrecido diferentes periodizaciones, pero en el pensamiento histórico actual ya no se habla de períodos sino de duraciones: “Duraciones breves o acontecimientos, duraciones medianas o coyunturas, y duraciones largas o civilizaciones verdaderas: todas ellas coexisten de maneras diferentes en un determinado espacio y en un determinado lugar”22. Algunas de las periodizaciones son: Flacio Illírico divide la historia en un período de pureza original (1-300), seguido de una época de relativa pureza (300-600), después vino la decadencia a causa del dominio papal hasta que se presentó la reforma que hizo reverdecer a la Iglesia (600-1500). Holzhauser (+ 1658) dividió la historia en siete edades: la seminativa, de Cristo a las 13 persecuciones; la irrigativa, o persecuciones; la pacífica, de León III a León X; la purgativa, de León X al Papa santo; la consoladora, del Papa santo al anticristo; y la desolada, del anticristo al fin del mundo, que debería ocurrir entre el 2000 y el 2004. Rechemberg (+ 1698) ofreció un esquema en cinco edades: Ecclesia plantata, siglos IIII; Ecclesia libertate gaudens, siglos IV-VI; Ecclesia pressa et obscurata, siglos VII-X; Ecclesia gemens ac lamentans, siglos XI-XV; Ecclesia repurgata et liberata, siglos XVI-XVII. La división que más fortuna tuvo fue la de Cellerio: Historia antiqua, aetas intermedia, historia nova. Esta división fue retomada por Funk, Albers, Mourret, Heussi, etc. A la anterior se le contrapone la que divide la historia en: época antigua, 1-692; época medieval, 692-1517; época moderna, 1517-1789; época contemporánea, después de 1789; en esta división se ubica Bihlmeyer. Algunas veces se cambian las fechas, pero fundamentalmente sigue igual: 1-692, 692-1294, 1294-1648, después de 1648. La historia ecuménica de la Iglesia está dividida en tres partes: edad antigua, hasta el 600; medioevo y reforma, 600-1648; época moderna, a partir de 1648. La nueva historia de la Iglesia está construida en cinco partes: época antigua, hasta el 600; medioevo, 600-1500; reforma, 1500-1715; época moderna, 1715-1848; y época contemporánea, a partir de 1848. Jedin opta por una división en cuatro partes: fundación, propagación y desenvolvimiento de la Iglesia en el contexto judío griego y romano, siglos I-VII; la Iglesia como principio vital de la comunidad de los pueblos cristianos de Occidente, siglos VIII-XIII; la disolución del cosmos cristiano occidental, reforma y contrarreforma, y transición a la evangelización universal, siglos XIV-XVIII; la Iglesia universal en la era industrial, a partir del siglo XIX. Aprovechando la experiencia en docencia histórica se propone el siguiente esquema: Historia de la Iglesia I: siglos I–VII o la Iglesia como comunidad e institución. Historia de la Iglesia II: siglos VIII–XV o la Iglesia en camino hacia la universalización. Historia de la Iglesia III: a partir del siglo XVI o la barca de Pedro frente a las tempestades ideológicas de estos siglos. Este esquema no es muy exacto, pero puede ser el más didáctico ya que la historia de la Iglesia es dividida en tres períodos de siete siglos cada uno. Esta propuesta se hace teniendo presente que todo historiador y toda historia, que de por sí implica una interpretación o una particular aproximación, debe tener en cuenta los períodos o duraciones y las subdivisiones que se deben entender como partes de un proceso histórico en términos cronológicos, de tal manera que se pueda tener una visión general del desarrollo histórico y se puedan establecer notas características de cada período. 6. Importancia de la historia de la Iglesia La historia es maestra de la vida y juez de las actuaciones del hombre. Esa frase, que 14 puede ser muy conocida, es el eje fundamental de este tratado porque la historia es la inteligencia que algo tiene de sí mismo; en nuestro caso la intelección que la Iglesia tiene de sí misma. Ahí se encuentra la actualidad y el valor vivo que tiene esta historia porque ayuda a tener criterios claros y objetivos sobre la realidad eclesial que se vive, toda vez que la historia es una visión sobre el pasado hecha desde el presente con el fin de dar luces para el futuro. Por ello, el historiador de la Iglesia no sólo ha de tener corazón para la historia, sino que llevando consigo sentido crítico y espíritu cristiano, puede, desde la fe, interpretar la actividad del Espíritu Santo sobre la tierra donde la Iglesia peregrina, confirmando que siempre han habido seres humanos que repiten a su modo las palabras de Pedro: “Tú tienes palabras de vida eterna”, que intentan constantemente plasmar estas mismas palabras en interpretaciones temporales, históricas, transitorias, al conocer que la primera ley de la historia es no atreverse a mentir; y la segunda, es no temer decir la verdad, sin olvidar los elementos básicos que de alguna manera condicionan la historia: la persona que hace la historia, las fuentes que se utilizan y las estructuras, al interior de las cuales se ubica la sociología tanto del conocimiento como de la ciencia23. La historia de la Iglesia es importante no tanto por los conocimientos que se adquieran como por el hecho de convertirnos en actores de una historia dinámica, en construcción, porque no somos espectadores de una película, sino protagonistas de una serie dirigida por Dios a través de unos humanos, pobres y hasta indignos instrumentos que llevan un tesoro guardado en vasijas de barro, sin olvidar que para comprender la actualidad de la Iglesia en que vivimos, conviene conocer su pasado, ya que “un pueblo que ignora su pasado está condenado a repetirlo”. Además, porque en la historia de la única Iglesia de Jesucristo no se pueden olvidar el puesto que ocuparon y siguen ocupando las demás Iglesias; en otras palabras, la historia de la Iglesia es importante porque una historia de la Iglesia santa no disimula las debilidades que son patrimonio de sus miembros y sus pastores24, teniendo presente tanto las raíces como las determinaciones jurídicas. Por ello, se puede afirmar que el aporte de la historia de la Iglesia podría señalarse en tres palabras fundamentales: identidad, inspiración y esperanza; identidad para captar que la fe que hoy se profesa es la misma de los comienzos de la Iglesia; inspiración para descubrir que es posible ser verdaderos cristianos siempre y en todas partes, independiente de las circunstancias históricas; esperanza para prolongar la inspiración cotidiana y superar los momentos de crisis. ____________________ 1 Aguirre, Rafael. Del movimiento de Jesús a la Iglesia Cristiana. Ensayo de exégesis sociológica del cristianismo primitivo. Verbo Divino, Estella, 1998, p. 8. 2 Cf. Marrou, Henri-Irénée. La conoscenza storica. Il Mulino, Bologna, 1988, pp. 21-41. 3 Gaos, José. Historia de nuestra idea del mundo. FCE, México, 1973, p. 10. 15 4 Sánchez, José. Para comprender la historia. Verbo Divino, Estella, 1995, pp. 7-8. 5 Cf. Pierini, Franco. La Edad Antigua. Curso de historia de la Iglesia, I. San Pablo, Madrid, 1996, pp. 21-22. Se citará Pierini 1. 6 Rogier, L. J., et al (dirs.). Nueva historia de la Iglesia, I. Desde los orígenes hasta san Gregorio Magno. Cristiandad, Madrid, 1964, p. 21. Se citará NHI. 7 Cf. Jedin, Hubert, (dir.). Manual de historia de la Iglesia, I. Herder, Barcelona, 19802, pp. 27-33. Se citará Jedin, y el tomo respectivo. 8 Padovese, Luigi. Introducción a la teología patrística. Verbo Divino, Estella, 1996, p. 10. 9 NHI, I, p. 28. 10 Cf. Bihlmeyer, K. y Tuechle, H. Storia della Chiesa, I. Morcelliana, Brescia, 2000, pp. 15-17. 11 NHI, I, p. 19. 12 Aguirre, R. Op. cit., p. 22. 13 Cf. Chappín, Marcel. Introducción a la historia de la Iglesia. Verbo Divino, Estella, 1997, p. 120. 14 Cf. Jedin, I, pp. 30-32. 15 En relación a esta obra conviene saber que tuvo dos ediciones producidas por el mismo autor: la primera consta de siete libros y fue escrita en un contexto de persecución hacia el 302; la segunda consta de diez y fue escrita en un contexto de tolerancia después del 313. 16 Cf. Eusebio. Historia eclesiástica I, 1. Se cita la versión española de Argemiro Velasco-Delgado, publicada por la BAC en 2001. 17 Cf. Vicente de Lérins. Commonitorium, 29. 18 Cf. Pierini, 1, pp. 11-12. 19 Cf. Rodríguez, Eudoro. Teología de la historia. USTA, Bogotá, 1993, pp. 62-120. 20 Para J. Habermas las ciencias son: históricohermenéuticas, crítico-sociales, y empírico-analíticas. 21 Aquí entra la tradición, entendida no como un dogmatismo o un conservadurismo, sino como la reproducción de un testimonio original que se va transmitiendo. Cf. Madera, Ignacio. Dios, presencia inquietante. IAPS, Bogotá, 1999, p. 98. 22 Pierini, Franco. Mil años de pensamiento cristiano. La literatura y los monumentos de los Padres de la Iglesia. Paulinas, Bogotá, 1993, p. 253. De aquí en adelante se citará: Pierini. Mil años. 23 Cf. Chappin, M. Op. cit., pp. 83-161. 24 Cf. NHI, I, p. 36. 16 Capítulo I Ingreso histórico de una nueva vida La primera parte de la historia de la Iglesia es presentada en tres períodos: el preconstantiniano hasta el 313, el posconstantiniano hasta el 451 y el de Justiniano hasta finales del siglo VII. En el primero la Iglesia es una realidad extraña a la política, en el segundo se integra, en el tercero comienza a tomar caminos diferentes. Este capítulo se centra en el primer período o historia de la Iglesia hasta el edicto de Milán (313); durante estos siglos predomina la vida interna y por ello se enfatiza la liturgia, la organización, la doctrina, las misiones, las luchas contra el judaísmo y el gnosticismo. De esa riqueza interna se extraían las fuerzas necesarias para la defensa externa a través del derecho a existir. En los períodos posteriores la situación cambia y por ello la vida externa predomina, teniendo presente que “sobre los orígenes las cosas son difíciles porque los documentos deben ser utilizados con prudencia, su datación suele ser difícil, su autenticidad discutida, su interpretación ambigua”25. El período preconstantiniano se divide en dos bloques, uno hasta el 70 cuando el templo de Jerusalén fue destruido y otro hasta el 313; en el primero se estudia el cristianismo en el mundo judío, en el segundo se trabaja el cristianismo en el mundo romano, tanto griego como latino. En el segundo bloque se presenta un nuevo contexto en el cual se formula el mensaje y se consolida la comunidad y, para una mejor intelección, se divide en dos momentos: uno hasta el 130 o subapostólico, en que los apóstoles y sus discípulos directos dominan la escena manteniendo presente al Jesús histórico y al Cristo resucitado en un ambiente escatológico; el otro iría desde el 130 hasta el 313 cuando la tradición toma forma y se siente la necesidad de fijar la doctrina frente al ambiente que se respiraba. 1. El mundo a la venida del cristianismo26 Con el deseo de encuadrar el entramado social y cultural en el que la Iglesia dio sus primeros pasos, conviene recordar algunos datos históricos y geográficos que son importantes para ubicar conceptualmente la historia de los inicios del cristianismo, teniendo presente que para la mentalidad occidental el mundo conocido de aquel 17 entonces se circunscribía al imperio romano; con esa afirmación se deja de lado la historia de los imperios orientales como chinos, tártaros y mongoles. Este fenómeno sucede porque en gran parte del pensamiento occidental de esos pueblos, al igual que América, han pertenecido a la periferia y su relación con el centro es por lo general ocasional. 1.1 El mundo romano A la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.), el imperio que había fundado se desmembró; los generales se repartieron los reinos, las ciudades griegas retornaron a su autonomía y rivalidades; al tiempo que esto se daba en Grecia, surgía en el occidente del Mediterráneo una nueva potencia, Roma, que continuaría, ampliaría y haría duradera la unificación que venía dándose desde los tiempos de Ciro y Darío. Al comienzo de la era cristiana el imperio romano se extendía desde Las Galias pasando por Asia Menor hasta el cercano oriente, abarcando el norte de África. La historia de Roma es dividida en tres épocas: monarquía, república e imperio. La primera época comprende desde su fundación (751 ó 753 a.C.) por las tribus latinas y sabinas hasta la caída de los reyes en el 509 a.C. La aldea romana evolucionó, se amplió y se convirtió en ciudad. Los etruscos dominaron la ciudad hacia el siglo VI a.C., y los tres últimos reyes fueron de dicha etnia; este pueblo le dio a Roma la organización que los romanos conservaron y fortificaron. La época de la república es ubicada entre el 509 a.C., y el 32 a.C.; comprende tres períodos bien definidos. El primero llega hasta el 264: los nobles derrocaron a los reyes etruscos y organizaron la república en provecho propio por la misma época en que Atenas evolucionaba hacia la democracia; dos procesos caracterizaron este período: las luchas externas contra tribus latinas y etruscas y las colonias griegas, y las luchas internas entre patricios y plebeyos que terminan con la igualdad jurídica, social y religiosa de ambas clases sociales. Una vez que se dio solución a los conflictos sociales y el problema de las tierras, se llega al segundo período de la época republicana: la conquista del Mediterráneo. Las guerras púnicas y la expansión hacia Grecia, Macedonia, Siria y España llenan este período que se hace avanzar hasta el 133 a.C. El último período de la república es ubicado entre el 133 a.C., y el 32 a.C. Es un siglo de crisis y luchas entre la oligarquía senatorial y los plebeyos capitaneados por los caudillos militares. Nombres como: Graco, Mario, Sila, Pompeyo, César, Craso, Cicerón, Marco Antonio y Octavio, llenan este período en el cual agonizó la república y se impuso el régimen autoritario de un solo hombre, el principado, el imperio. La tercera época es el imperio y se ubica desde el 32 a.C., hasta el 476 d.C. (en cuanto a occidente porque en lo referente a oriente llega hasta 1453), es la historia del gobierno de los emperadores apoyados en las fuerzas militares y la aclamación popular, es la historia de la cultura occidental cuyo centro es el mundo mediterráneo hasta finales de la antigüedad. Ese mundo abarca desde Inglaterra, Rin y Danubio en el norte hasta los 18 arenales del norte de África y sur de Egipto, y desde el Atlántico hasta los montes Cáucaso y el mar Rojo. La época del imperio también está dividida en tres períodos. El primero va desde el reinado de Augusto hasta el 195 d.C.; fueron dos siglos de oro bajo el régimen centralizado de los Césares; período de apogeo intelectual y artístico, paz y orden bajo emperadores prudentes como Augusto, Tiberio, Flavio y Antonio. Alternando con estos emperadores, desfilaron por el “trono del águila” otros emperadores un tanto particulares: Calígula, Claudio, Nerón y Cómodo. Al tiempo que esto sucede, desde oriente se viene extendiendo el cristianismo que en estos siglos sufrió las primeras persecuciones. El segundo período del imperio es la anarquía y el militarismo (195-285). La guardia pretoriana y las legiones imponen los emperadores y los hacen caer; la corrupción domina en diferentes campos, las derrotas en el exterior son continuas, los bárbaros van invadiendo el imperio y la crisis no se hace esperar. El tercer período va desde el 285 hasta el 476. En la primera parte de este período Diocleciano salvó al imperio dividiendo su administración, dando un aire más oriental e imponiendo el despotismo asiático y el sistema burocrático. La residencia imperial fue trasladada a la región de Asia Menor con el deseo de afianzar las fronteras del Danubio y situarse en la zona más rica del imperio; mientras tanto, la región occidental sufría graves problemas agrarios. En este contexto comenzó a tomar fuerza la otra rama del imperio romano, Bizancio, un imperio que se prolongó en el tiempo hasta mediados del siglo XV y en el cual “la sangre bárbara y el alma cristiana sobre una raíz romana que habla la lengua de Homero y Hesíodo y pensaba con las categorías de Platón y Aristóteles, fueron los componentes del fenómeno bizantino que sobrevivió por más de mil años”27. La segunda parte, del 313 al 476 es la del triunfo del cristianismo donde la Roma no cristiana desaparece y el imperio se cristianiza hasta sus últimos días. En síntesis, “la historia de Roma es la de una ciudad que crea un poderoso Estado ecuménico, dominando y conservando por siglos el mundo mediterráneo, pero este proceso exterior de conquistas influye en la vida interna de su capital creando luchas y conflictos políticos y sociales... Mientras más crecía Roma, más agudizados eran sus conflictos y mayores fueron sus luchas internas”28. De ahí que se pueda decir que el imperio romano abarcaba el mundo conocido de aquel entonces y quien estuviera fuera de los límites no era tenido en cuenta, no existía o era considerado como enemigo; tal era el caso de los pueblos situados más allá de los ríos Tigris y Éufrates. El imperio era una realidad conocida, representada en una especie de mapa que presentaba el mar Mediterráneo como Mare Nostrum; la existencia de estos mapas permitía que se tuviera una idea clara de las principales ciudades, las vías, las rutas marítimas, etc., por lo que eran normales los itinerarios, las actuales “cartas de viaje”. En el ámbito de gobierno había un sistema político bien desarrollado pero poco conocido: existía un jefe máximo que era asesorado por el senado; el imperio estaba dividido en provincias (las colonias) que eran gobernadas por una persona que 19 representaba al jefe y al senado (gobernador, procónsul), y sólo algunos de sus habitantes eran ciudadanos romanos. Esta concepción política sobre los habitantes del imperio llegó hasta el 211 cuando Caracalla dio derecho de ciudadanía a todos los habitantes del imperio. En relación al jefe máximo, llamado princeps (en cuanto jefe del senado) y posteriormente emperador (en cuanto jefe del ejército), se deben hacer algunas precisiones ya que era el jefe del ejército, el senado y el pueblo, además de ser cónsul, pontífice máximo y censor. En los primeros siglos la parte occidental jamás lo vio como un ser divino porque el término augustus (augere) quiere decir “hacer crecer”, en este caso la fortuna del imperio; al traducirlo, la parte oriental introdujo la sacralización imperial al usar la palabra theibastos (representante de la divinidad). Además de ello, cuando el emperador no tenía en cuenta la colaboración del senado era calificado como “mal emperador” por los mismos romanos (el caso de Nerón y Domiciano), y cuando un emperador moría era llamado divus, es decir, santo. A finales del siglo III aparece la concepción del emperador como domus (dominador, señor) y representante de la divinidad. A la luz de la historia se puede deducir que existían elementos tanto positivos como negativos, siempre y cuando se mire la realidad del imperio romano desde la perspectiva de la historia de la Iglesia. En lo negativo, en cuanto que dificultaron el avance del cristianismo, se pueden ofrecer, al menos, cuatro campos que en sí no son absolutos: religioso, filosófico, social y moral. Religiosamente los dioses domésticos (lares, manes y penates) fueron sustituidos por la Tríada Capitolina (Júpiter, Juno y Minerva); luego vino el culto a Roma y el emperador, lo cual llevó a una cierta irreligiosidad en las clases cultas y la atracción por los cultos orientales, consecuencia lógica del sincretismo religioso que practicaba el pueblo romano. Esta situación creó varias dificultades porque algunos pensaban que el cristianismo era como una oferta más en el mercado religioso romano; en el fondo el cristianismo era visto como una secta, como una baja filosofía, porque no se veía que fuera un proyecto de realización a la luz de unos principios morales enseñados por Dios mismo29. En este mismo aspecto, el término pagano o paganismo no tenía ninguna connotación religiosa porque en el imperio no existían personas irreligiosas y esta expresión se refería a las personas que vivían fuera de las ciudades, en los llamados “pagos”; pero comenzó a tener un sentido religioso a partir de la intelección hecha por Orosio en su historia, en cuanto que las personas que vivían fuera de las ciudades no asistían al culto cristiano que ya era reconocido por el imperio (hacia el siglo IV). Además de ello, no se puede olvidar que el cristianismo comenzó siendo una práctica religiosa ciudadana, toda vez que la mayoría de las primeras comunidades cristianas eran urbanas. Otro elemento importante, consiste en saber que el imperio era muy religioso, veía las cosas como sagradas y lo divino invadía el mundo, por lo que era importante establecer relaciones con la divinidad; la forma como se entendían estas relaciones entre el hombre y la divinidad era diferente en las dos partes del imperio: en Occidente era una situación jurídica ya que el hombre 20 adoraba para que los dioses le fueran propicios y alcanzara la fortuna y la felicidad (pacto, alianza), en Oriente había que buscar la divinidad para llegar a la felicidad que no se encontraba en este mundo que era imperfecto (ascesis); ambas visiones eran optimistas y naturalistas. Lo anterior da a entender que el cristianismo encontró, en el campo de la política un ambiente propicio, pero en el campo religioso las cosas eran diferentes porque a la mayoría de los romanos les parecía absurda la idea de la encarnación y, además, le era difícil dejar de rendir culto a algunos dioses que durante varias generaciones habían sido propicios al concederles bienestar y salvación. Filosóficamente existían las escuelas morales que desde una axiología un tanto reductiva buscaban una meta antropológica: hedonismo, epicureismo, eclecticismo y estoicismo. Cada una de las escuelas, ofrecía valores, que en sí mismos eran positivos, pero que en más de una oportunidad eran vistos como contrarios a la experiencia cristiana. Caso especial fue el estoicismo que, junto con el platonismo, dejó huella en la reflexión ética cristiana, a tal punto que sin el encuentro con la estoa sería incomprensible el desarrollo espiritual del cristianismo30. Socialmente, mientras la familia estaba en bancarrota, la sociedad luchaba debido a las diferencias que existían. En el campo demográfico también existían dificultades: epidemias, invasiones, guerras y hasta una incipiente planificación familiar, a ello se le unían algunas prácticas que buscaban la reducción demográfica como la contracepción, el aborto y el abandono de los recién nacidos31. Moralmente el lujo y las diversiones, que desde el cristianismo eran vistas como amorales, desenfrenadas, casi llenaban el día del romano común. En este contexto se ubican los espectáculos circenses y las luchas de gladiadores. En relación a éstos, se dice que “al visitar las arenas romanas después de casi dos mil años de cristianismo, sentimos la impresión de descender al infierno de la antigüedad. Para salvar el honor de los romanos desearíamos arrancar del libro de su historia esa hoja que amancilla, con un océano de sangre indeleble, la imagen de aquella civilización magnífica”32. Sin lugar a dudas la historia de los gladiadores puede producir al mismo tiempo repulsa y admiración. En lo positivo: la unidad del imperio y del mundo conocido, la unidad de lenguaje, el sentimentalismo que habían logrado crear las religiones y los misterios orientales, la creencia en un ser supremo a pesar del politeísmo sincretista, y los ejemplos de algunos filósofos que tenían profundas bases sobre la “auténtica verdad”. Por lo expresado hasta aquí, en torno a los elementos positivos y negativos, se dice que de la realidad social del mundo a la venida del cristianismo se infieren los cuatro enemigos de la Iglesia en sus primeros años: los judíos, el imperio, la mezcla filosófica y religiosa no cristiana, y los herejes y cismáticos que tergiversaban la doctrina. 1.2 Una aproximación a la historia de Jesús 21 Para comenzar se puede decir que la tierra de Jesús era una colonia romana que vivía con cierta independencia, con una historia muy particular y unas instituciones y partidos que aparecieron desde la cautividad. Su estado social y moral aunque era mejor que el del imperio, también estaba muy bajo debido a las intrigas y pasiones que se vivían y las diferencias sociales que existían; en este ambiente se entiende mejor la actitud de los esenios y los monjes de Qumram, comunidades radicales que se convirtieron en una especie de profetismo de denuncia frente al ambiente social del momento. Junto a esta realidad social está la diáspora, judíos que vivían en el extranjero por distintos motivos, que proporcionaron un ambiente adecuado para la extensión de la Iglesia naciente33. Sociológicamente Palestina estaba conformada por diferentes grupos que se pueden entender como distintas respuestas a la problemática existente; junto a los dos grupos antagónicos que religiosamente existían: saduceos y fariseos, se ubican los movimientos populares tanto mesiánicos como proféticos. Se debe tener claro que “Roma no gobernaba a Palestina en la concreción del día a día. Gobernaba a Palestina indirectamente, bien a través de un rey, etnarca o tetrarca cliente (títere), bien a través de un gobernador permanente, quien a su vez utilizaba a los aristócratas locales, especialmente al sumo sacerdote”34. Los acontecimientos de Pentecostés y el concilio de Jerusalén encuadran la oposición a los apóstoles por parte del Sanedrín y la apertura de la Iglesia; estos temas son el eje de este apartado en el que se intenta unir la historia con la interpretación teológica, con lo que la visión histórica y teológica ganará varios puntos toda vez que la historia de la Iglesia es a la vez una reflexión teológica y un lugar teológico35. Antes conviene exponer algunos datos sobre Jesús, fundador de la Iglesia, un judío con igual mentalidad que en un contexto judío fundó la Iglesia, entendiendo la fundación como un proceso y no como un acto puntual, advirtiendo que no se va a decir que Jesús fue un excelente hombre, sino que se proponen algunos datos para considerar a la luz de su vida nuestro hastío y nuestra esperanza. En torno al nacimiento de Jesús existe una problemática porque los anales cronológicos no son exactos y aunque haya muchas fechas, no es bueno matricularse en ninguna de ellas; a pesar de ello se suele proponer los años 747-749 de la fundación de Roma (años 6-3 a.C.) teniendo presente más las fuentes cristianas y no cristianas que la cronología propuesta por Dionisio el Exiguo en el 52636. No está de más decir que junto a la fecha del nacimiento, hay otras dos fechas que también son problemáticas: el inicio de su vida pública con el bautismo por medio de Juan y la del viernes de pasión. Esto da a entender que la existencia de Jesús no es una ficción porque su vida fue conocida por el público; fue la de un judío normal que desde el discurso teológico es Dios y hombre, viviendo inmerso en un ambiente social donde se opuso a la corrupción existente. Aquí surge una gran dificultad porque la mayoría de los estudiosos en torno a Jesús son personas que tienen más preparación teológica que histórica. Por todos es sabido que las narraciones evangélicas son interpretaciones de fe, realizadas después del acontecimiento de la resurrección. No obstante ello, es claro que el 22 punto de partida de la experiencia histórica de Jesús tiene como eje las palabras “el tiempo se ha cumplido”; estas palabras vistas desde la historia no parecen sugerir catástrofes, ni olor a azufre, sino un momento único e irrepetible, que permite la cercanía a un hebreo de religión judía que con su corta pero directa predicación consoló a los afligidos y perturbó a los acomodados. “En vez de arremeter con amenazas, expone un ideal o, mejor, varios ideales, todos ellos de una modestia precisa y concreta: ponerse al lado de los pobres y defender sus desguarnecidos intereses, ser comprensivo y perdonar a los otros, hacer la paz allí donde hubiere lugar. Si hacen estas cosas serán felices; en efecto, son el único camino a la felicidad. El poder no es más que una ilusión y su ejercicio, una excusa para la crueldad. El abuso del poder es responsable de la pobreza, la opresión y la injusticia, la guerra y la tortura”37. No en vano en Él el amor se convirtió en un arte; el amor se volvió poesía; la solidaridad una sinfonía; la mansedumbre, un manual de vida; enseñó que el amor sólo florece en el suelo de la libertad. Por lo que se refiere a la historia de la Iglesia, el centro de su actividad fue la formación y organización de una comunidad, institución espiritual y visible que tiene sus bases en las virtudes, la estricta moral, la sujeción a la presencia de Dios y la apertura al mundo; para cumplir su cometido eligió 72 discípulos (ó 144), de éstos eligió a doce a quienes instruyó y les comunicó los poderes necesarios para que dirigieran la comunidad; de estos doce eligió a Pedro como cabeza. Otro aspecto importante fue el hecho de haber unido religión y ética, los dos principios salvíficos de hebreos y griegos, en una nueva unidad; además, anunció el reino, una nueva comunidad sobrenatural para la salvación y santidad de los hombres, que debe acoger a todos los pueblos y durar hasta el fin de los tiempos38. Debido a ello es importante tener en cuenta las notas esenciales del Dios de Jesús y su relación con la realidad social porque el Dios de Jesús no es un dogma, ni un concepto, sino una experiencia que lo transparenta y lo mueve; tampoco es un Dios institucional, sino un Dios de cambio, de las víctimas, de la misericordia, un Padre, un misterio que tiene fuerza para crear en el hombre unos valores alternativos que llevan a un nuevo estilo de vida39. Aunque su vida fue ejemplar, los escribas y fariseos no lo aceptaron porque su ejemplo destruía sus sueños de grandeza y ambición; en este ambiente se gestó la guerra que terminó con su vida intrahistórica en abril del 30 d.C., después de haber sido condenado a muerte de cruz “por el simple pecado de haber provocado, con sus utopías libertarias, a los dos grandes poderes de su época: el religioso y el político”40. A propósito de su muerte y sobre la base los datos arqueológicos, se puede decir con una cierta seguridad que Jesús nació entre el 8 y el 4 a.C., que comenzó su vida pública entre el 27 y el 28 d.C., y que murió el 7 de abril del 30 d.C., ya que durante el gobierno de Pilato sólo dos 14 de nisán, coincidieron con un viernes41. Aquí se ubica el acontecimiento de la resurrección42, prueba convincente de la divinidad de Cristo, confirmación de la fe de los apóstoles y consolidación de la comunidad; pero aunque la fe dice ello, la crítica histórica debe hacer un esfuerzo muy grande para que la fe no entre en tensión, porque ese acontecimiento rompe toda 23 estructura histórica ya que no se puede comprobar, sino aceptar por el testimonio existencial de unas personas que no fueron testigos oculares. Esto lleva a decir que Jesús dio origen a un movimiento con algunas características básicas: surgió en una situación de crisis, buscó a través de la protesta un cambio radical, existencia de un profeta que comprende la situación, confiere a los sectores marginados conciencia de una nueva identidad abriéndolos al protagonismo histórico y tuvo corta duración porque a los pocos años comenzó a institucionalizarse. En Pentecostés se consumó la constitución de la comunidad, ya que a partir de ese acontecimiento se cumple con el mandato misionero que es la columna vertebral de esta institución que a lo largo de veinte siglos camina hacia la definitiva realización del reino de Dios. Según los textos bíblicos, que la crítica admite como históricos, se afirma que con el impulso recibido por la acción del Espíritu Santo la Iglesia comenzó a extenderse cuando se dieron las primeras conversiones masivas al ver los signos que acompañaban la predicación apostólica. 1.3 Algunas razones de la expansión del cristianismo La primitiva comunidad, según los datos ofrecidos más por tradición que por veracidad histórica, estaba compuesta por los pobres, quizá lo más vil de la sociedad43, lo cual no es del todo cierto; por ello la comunidad que presenta los Hechos de los Apóstoles es un ideal que pocos realizaron, máxime cuando existían grandes diferencias que no permitían la auténtica comunión y cuando los primeros cristianos siguieron cumpliendo la ley mosaica en medio de una rica diversidad de comunidades; de ahí que el Evangelio insista en “los pobres de espíritu”. Andando el tiempo llegó el momento en el que con la curación de un paralítico se activó la reacción de los judíos contra los cristianos quienes estaban haciendo una especie de gobierno en la sombra, una competencia desleal al Sanedrín que no iba a ser admitida; estas persecuciones sacaron a la Iglesia del marco judío presentándose el universalismo que fue iniciado por diáconos y cristianos helénicos. La expansión del cristianismo se dio, supuesta la fuerza del Espíritu Santo, por la presencia de algunos factores favorables: la existencia del imperio romano que englobaba la totalidad del mundo grecolatino, la paz interior y la facilidad de las comunicaciones que favorecían los viajes, la transmisión de ideas y noticias, la afinidad lingüística y el clima espiritual existente en determinados sectores. Además, se debe tener en cuenta los factores sociales: geográfico, ecológico, étnico, político, económico, cultural y religioso. A pesar de los aspectos positivos también hubo obstáculos que impedían la conversión; entre ellos: el aislamiento al que se veían confinados los judíos convertidos y el ateísmo en el que caían, según la mentalidad no cristiana, los que se convertían al cristianismo; por ello la conversión al cristianismo constituyó una decisión radical que encerraba un elevado valor moral. En este ambiente de factores tanto positivos como negativos se gestó el “encuentro de dos culturas”: la no cristiana y la cristiana; con el correr de los años la cultura menos afianzada terminó por evangelizar el imperio, que se despertó cristiano44; pero antes hubo necesidad de pasar por una serie de situaciones adversas. 24 La Iglesia se expandió por constitución, fe y piedad. La constitución se basa en una estructura jerárquica de la que Cristo es el centro: Pedro, los doce, los diáconos, los presbíteros. La fe se centra en la resurrección y glorificación del Señor, vivida como un hecho, que lo reafirmaba como autor único de la salud. La piedad se edificaba sobre su fe; esto da a entender que el cristianismo era un grupo de personas vinculadas a Jesús, con unos comportamientos y funciones determinadas que los llevaba a una cierta identificación colectiva45. Gracias a estos tres pilares la Iglesia pudo triunfar a pesar de la decadencia de las religiones griegas y orientales, el culto al emperador, la religión popular con su dios Asclepio, los tres grandes cultos mistéricos orientales (Isis-Osiris-Serapis, Cibeles, Atargatis) que tenían un profundo parecido con el misterio central de la fe. No en vano la misión de la Iglesia consiste en transmitir palabras de vida y comunicar una vida divina a la humanidad46. 2. La Iglesia en el marco del judeocristianismo Durante esta fase47 Jerusalén fue el punto de referencia para entender la historia de la Iglesia, su contraste con el mundo hebreo y su expansión hasta la ruptura “del cordón umbilical” en relación al mundo judío, cuando Jerusalén y con ella el templo, fueron destruidos hacia el 70; al respecto, el movimiento cristiano era visto como “un grupo intrajudío de renovación que se reúne en Palestina en torno a Jesús y que continúa hasta el año 70”48. Conviene tener presente a los emperadores romanos de este período: Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Son varios períodos: del 30 al 36, los primeros pasos de la Iglesia; del 36 al 42, la organización eclesial; del 42 al 70, el ingreso de la Iglesia en el mundo helénico. En el período comprendido entre el 42 y el 70 se dieron los viajes paulinos: el primero a Asia, el segundo a Europa, el tercero a Europa para visitar las comunidades fundadas por él, en el cuarto era un prisionero con libertad vigilada. En relación a los viajes de Pablo, la narración de Lucas se detiene en el 63; aquí comienzan los problemas porque sólo se sabe que Pablo fue martirizado en la persecución de Nerón entre el 64 y el 68; la tradición propone el martirio hacia el 67 ó 68. Como los cinco años que median entre el final de la narración lucana y su martirio carecen de noticias, surgen las hipótesis, una de ellas habla de la presencia de Pablo en España, lo cual, más que una realidad, es una justificación tradicional del “ir y anunciar hasta los confines de la tierra”. El concilio de Jerusalén celebrado entre el 48 y el 50 para aclarar algunas cosas del cristianismo tuvo a Santiago el Menor, el hermano del Señor, como director, no obstante ello, Pedro es el jefe de la comunidad que allí se reúne. Esta reunión permite inferir que la experiencia judía marcó la experiencia cristiana de los primeros años; la única diferencia consistía en que el grupo de los cristianos creía que el Mesías vino en la persona de Jesús. Es más, hasta la mitad del siglo II la teología cristiana se elaboró dentro de un marco de pensamiento judío49; esto fue así porque los primeros cristianos 25 procedían de ambientes judíos: saduceos, fariseos, esenios, helenistas, herodianos, celotas, baptistas, etc. 2.1 Inicios de la comunidad y primeras persecuciones Si se hace un recorrido por los capítulos uno a trece de los Hechos de los Apóstoles, se puede entender que la comunidad cristiana comenzó su historia en un ambiente particular, ligada a la realidad religiosa judía de tal manera que permanecía unida a Jerusalén donde los apóstoles formaban una comunidad de la que Pedro era el jefe; además, se dio el primer movimiento de expansión fuera de Jerusalén, incluso fuera de Palestina, es decir, comienza la universalización de la comunidad cristiana, aunque todavía estuviera circunscrita al continente asiático. De acuerdo a este libro, los cristianos tomaban conciencia de ser una comunidad particular con vida propia y reuniones frecuentes, donde se daban instrucciones que iban seguidas de la fracción del pan50. De acuerdo a los Hechos y la práctica religiosa de un grupo de judíos, algunos se hicieron prosélitos (2, 11) y otros se hicieron temerosos de Dios (10, 2; 13, 50); es muy probable que estos grupos vieran en el cristianismo su ideal porque ofrecía lo que ellos deseaban y eliminaba la circuncisión que les repugnaba51. Algunos datos básicos de los inicios de la comunidad son: los apóstoles regresaron a Jerusalén y eran asiduos a la oración; Pedro siempre toma la iniciativa y su posición al interior de la comunidad es respetada; en Pentecostés recibieron una fuerza especial (el Espíritu Santo) que los impulsó a anunciar el Evangelio; siempre existían varias líneas, la Iglesia de la circuncisión y la Iglesia de los gentiles; a todos se les anunciaba la necesidad del arrepentimiento y el bautismo en el nombre de Cristo para el perdón de los pecados; después del bautismo recibían el don del Espíritu Santo; entre los miembros de la comunidad existía la fracción del pan, la cual era única para los miembros de la comunidad que todavía seguían frecuentando el templo; los bienes se podían poner en común y quien después de hacerlo, violara esa norma, era castigado; una acción social a favor de un necesitado comenzó a abrir la brecha en relación a la comunidad judía; por predicar el nombre de Jesús y actuar en su nombre, los miembros de la comunidad, fundamentalmente sus líderes, fueron interrogados y encarcelados por mandato del Sanedrín; en un momento determinado surgió un malestar en una de las líneas de la comunidad, la de los helenistas, y para dar una respuesta concreta y efectiva a esta situación nacieron los diáconos ya que los apóstoles no podían, en conciencia, descuidar la predicación. El motivo que originó la elección de los diáconos permite entender que entre las líneas que existían al interior de la comunidad se presentaban rivalidades; además, no se sabe si los cristianos de ambiente griego eran prosélitos o simpatizantes de los judíos que habían aceptado el anuncio que los apóstoles hacían, porque de hecho todavía no se había anunciado el Evangelio a los miembros de otras religiones, es más, ni siquiera a los no judíos ya que todas las comunidades eran de ambiente hebreo. También es posible ver en los diáconos una línea un tanto paralela a la apostólica. 26 Haciendo una reflexión sobre los capítulos uno a siete, que son los que se refieren estrictamente a los inicios se captan algunos elementos que son histórica y teológicamente importantes: la oración comunitaria es fundamental; la condición básica para pertenecer al grupo apostólico es ser testigo de la resurrección; la acción del Espíritu Santo crea una nueva realidad, la Iglesia; la comunidad, la Iglesia, dialoga con el ambiente que encuentra, el cual se va universalizando en la medida en que los apóstoles se desplazan a diferentes lugares anunciando el Evangelio; el bautismo, hecho en nombre de Jesús, se concibe como una premisa para recibir el Espíritu Santo; la función y el puesto de Pedro no se cuestiona; el anuncio constituye el primer acto de la predicación apostólica; aunque existía una cierta simpatía con el judaísmo, los miembros de la comunidad de seguidores de Jesús, ya celebraban la Eucaristía con sus implicaciones; a medida que pasan los años y aumenta el número de miembros de la comunidad, aparece la tensión entre la comunidad y el mundo judío hasta llegar a la persecución y la ruptura; el martirio, es decir, el testimonio, era una ocasión de fecundidad evangélica; la imposición de manos comienza a ser un gesto central en la comunicación de un don sobrenatural; finalmente, el anuncio de la resurrección de Jesús llevaba a un nuevo estilo de vida. Al tiempo que se daban dificultades al interior de la comunidad, también se comenzaron a presentar problemas desde afuera; Este es el caso de las persecuciones. La persecución tiene en el tradicionalismo una de sus motivaciones; al respecto, apegarse a una tradición conduce a un bloqueo mental que impide la posibilidad de una mejor intelección de las cosas. También se debe hacer la distinción entre tradicionalismo y tradición; la tradición es el cultivo, respeto y actualización de los valores culturales propios pero respetando y aceptando los valores de los demás; el tradicionalismo no es más que una falsa tradición que va contra la posibilidad del progreso y “se empeña en que todo el compromiso del presente consiste en referirse a los modelos del pasado y en imitarlos”52. Desde la remota prehistoria esto se ha manifestado en el hombre, y la Iglesia, formada por hombres, no ha sido la excepción ni por ser perseguida, ni por presentar algunos elementos en los cuales se puede entrever un cierto afán de persecución. La primera persecución fue contra la Iglesia de Jerusalén y se desató después del martirio de Esteban; condujo a la primera expansión del cristianismo porque algunos cristianos al huir de Jerusalén llegaron a Palestina y Siria donde predicaron el Evangelio. La situación de Pedro y los once era particular, al menos así la presenta los Hechos: predicación, arresto, proceso, liberación. Esto es lógico si se tiene presente que la noticia que se conocía oficialmente no era la resurrección de Jesús, sino que su cuerpo había sido robado del sepulcro y sus seguidores lo proclamaban resucitado. De este período data la conversión de Pablo, quien en Damasco fue curado por Ananías, tuvo que escapar de allí y se dirigió a Jerusalén donde Bernabé lo presentó a los apóstoles; de Jerusalén también tuvo que escapar, se dirigió a Tarso y, posteriormente, al desierto, a Arabia: “Sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia de donde nuevamente volví a Damasco” (Gálatas 1, 17). 27 En Samaria, Felipe predicó el Evangelio; a esta región fueron enviados Pedro y Juan quienes imponían las manos sobre los convertidos y de esta manera recibían el Espíritu Santo. Un etíope, ministro de una reina, Candace, también se hizo bautizar (Hechos 8, 26-40). En Lidia, Jaffa, Cesarea y Antioquía, donde se les dio el nombre de cristianos (Hechos 11, 26), consta la presencia de comunidades cristianas. Dos cosas interesantes: por la actitud de Pedro, quien bautizó a algunos que aún no eran circuncisos hubo una agitación en Jerusalén, y por la importancia de Antioquía, allí fueron enviados Bernabé y Pablo, quienes permanecieron cerca de un año. La Iglesia de esta ciudad, tercera del imperio, se formó entre el 36 y el 37 y tenía como centro una predicación que no exigía el paso por el judaísmo; al conocer esto, la Iglesia de Jerusalén envió a Bernabé para controlar y ratificar los resultados53. La segunda persecución fue contra los discípulos y condujo a una nueva expansión de la Iglesia. En el 42 Herodes Agripa hizo asesinar a Santiago el Mayor y encarcelar a Pedro; esto da a entender que Pedro y Santiago eran figuras de primer plano al interior de la naciente Iglesia. Poco después de la liberación de Pedro por medio de un ángel, Herodes muere en forma ignominiosa, posiblemente el mismo año. A este punto el autor de los Hechos de los Apóstoles pone una frase misteriosa: “Pedro se encaminó hacia otro lugar” (Hechos 12, 17). Santiago el Menor, llamado el Justo, asume la dirección de la comunidad de Jerusalén, ya que Pablo lo menciona como una de las tres columnas de la Iglesia junto a Pedro y Juan (Gálatas 2, 9). Con las persecuciones el cristianismo se extendió por otros lugares, es decir, salió de Jerusalén, llegando a Arabia, Fenicia, Celesiria, Adiabene, Osroene, Galilea, Samaria, creando centro cristianos como Damasco, Antioquía, Cilia, Siria, Chipre, Asia, Macedonia y Acaya; en varios de ellos, Pablo y Bernabé desempeñaron un papel decisivo; en estos centros normalmente se presentaban dos líneas y eso creó algunos problemas. 2.2 La obra apostólica El término “apóstol”, aparte de su significado básico de mensajero tiene un sentido de misionero itinerante o mensajero de la comunidad primitiva; también se puede entender como el misionero enviado por Cristo. En sentido estricto, el apóstol de Jesús sólo puede ser el que ha visto al resucitado. A partir del siglo II, los apóstoles son para la conciencia cristiana el punto decisivo del paso histórico de Jesús a la Iglesia, ya que el apostolado es perpetuación de la presencia de Jesús, Cristo y Señor, carisma y alta responsabilidad de origen sobrenatural54. Es una realidad la presencia de más de doce apóstoles, cuya elección hecha por Jesús y su misión puede considerarse histórica, aunque en la exégesis actual se pueda entrar a discutir. El grupo de los doce existía antes de la conversión de Pablo y su importancia tiene que comprenderse en una perspectiva escatológica. Su cualificación como apóstoles se debe a la posterior comprensión de la Iglesia. 28 2.2.1 Los viajes de Pablo y el concilio de Jerusalén A partir del “encaminarse” de Pedro, los Hechos centran su atención en Pablo55. Con el primer viaje la Iglesia se extiende por Asia Menor (43-48; Hechos 13–14). Desde Antioquía, Pablo y Bernabé se dirigen a Chipre donde se convierte el procónsul Sergio; posteriormente se desplazan a Antioquía de Pisidia donde tuvieron éxito, le hablaron a los no judíos y hubo problemas con los judíos; después viajaron a Iconio, Listra, Derbe, Pisidia, Panfilia, Perge y regresaron a Antioquía. En los sitios que visitaron instituyeron, a través de la imposición de manos, a algunos como presbíteros a quienes les asignaron responsabilidades de gobierno y servicio, por lo que los otros miembros de la comunidad debían estar sometidos a ellos. En Éfeso no eran llamados presbíteros sino obispos. En relación a estas comunidades, Pablo se presenta como el jefe del orden jerárquico pero en estrecha unión con la Iglesia de Jerusalén. En el concilio de Jerusalén (Hechos 15), presidido por Santiago el Menor como jefe de la Iglesia de allí, se tomaron algunas decisiones doctrinales en las cuales se nota el progresivo distanciamiento del cristianismo en relación al judaísmo; los presbíteros tomaron parte en las decisiones en calidad de coadjutores de los apóstoles. Se gestó por la disputa que había en torno a la circuncisión o no circuncisión de los gentiles conversos, lo cual da a entender que el problema de fondo consistía en solidarizar el cristianismo con el destino temporal de Israel56; aunque los cristianos judíos la defendían, primó el designio universalista: “No imponer a los conversos venidos de la gentilidad ningún precepto de la ley de Moisés”. Los Hechos dicen que el Espíritu Santo y los apóstoles decidieron ordenar que los cristianos se abstuvieran de participar en los banquetes sacrificiales paganos, comer carne o sangre de animal ahogado y los pecados de la carne (Hechos 15, 28-29). Este concilio es de vital importancia por las normas disciplinares que dio y el rompimiento del círculo judío con lo que se obtuvo un gran logro a la vez que se resolvió la cuestión de las relaciones entre cristianismo y judaísmo, señalando la ruptura del cristianismo con la comunidad judía. Con el segundo viaje paulino (50-52; Hechos 16–18) la Iglesia llegó a Europa, a Grecia y Macedonia; nacieron las comunidades de Filipo, Tesalónica, Atenas y Corinto. Como siempre, la acogida al interior de la comunidad es con el bautismo, que se hace por inmersión. En este viaje, Pablo se encontró con dos cristianos, Priscila y Áquila, que venían de Roma donde había sido dada una ley contra los judíos y los cristianos, a causa de un tal Cristo. En el tercer viaje (53-58; Hechos 19–20; 1Corintios) Pablo regresó a las comunidades fundadas por él para superar algunas dificultades. En este viaje ya existe una liturgia instituida: “El primer día de la semana estábamos reunidos para partir el pan” (Hechos 20, 7); esta frase tiene un sentido histórico y litúrgico preciso porque se contrapone a la celebración judía del sábado. El autor de los Hechos hace otra anotación interesante: estaban reunidos en una habitación que quedaba en el piso superior (Hechos 20, 8); esto da a entender un ambiente oriental porque en aquella región del imperio, la gran habitación de la casa era en el piso superior; en estas casas, primera forma que tuvo la 29 Iglesia de constituirse y relacionarse con el mundo, es muy posible que se hayan originado las domus ecclesiae, una institución que se hizo popular en el siglo II. Estas Iglesias domésticas “hacían posible la vida comunitaria, eran plataformas misioneras, lugar de acogida para los predicadores itinerantes, sostén económico del naciente movimiento”57. A manera de información, la casa Iglesia más antigua que se conoce es Dura Europos en Siria, que data mediados del siglo III y es famosa por los mosaicos que representan escenas tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento58. De estos años data la carta a los romanos, dirigida a una comunidad que no pertenecía al círculo paulino, escrita por un tal Tercio (Romanos 16, 22). El cuarto viaje (59–63; Hechos 21-28) Pablo lo realizó cuando fue llevado a Roma como prisionero; sobre la base de los datos de los Hechos se deduce que Pablo estuvo prisionero en Cesarea por dos años y cuando llegó a Roma gozó de libertad condicional; no se sabe más porque el autor de los Hechos se detuvo en el 63. Aquí se cambia de fuente; la tradición habla de la persecución de Nerón entre el 64 y el 68, y de la muerte de Pablo entre el 64 y el 67; esto da a entender que existe un margen de cinco años en los cuales lo único que existe son hipótesis. En cuanto a ellas, quienes sostienen el viaje de Pablo a España ponen su martirio hacia el 67, quienes son de una opinión diferente ponen su martirio hacia el 64; además, cuando Pablo llegó a Roma ya existía una comunidad que respetó porque no se sentía como su jefe; por ello su actitud hacia los romanos es diferente en relación a las otras comunidades iniciadas por él. Al hablar de la obra de Pablo no se puede omitir la organización de las comunidades paulinas, cuyo centro es el fundamento sobrenatural sobre el cual se cimienta la Iglesia, y a pesar de la independencia de cada una, todas tienen conciencia de unidad por el vínculo con la Iglesia de Jerusalén. En estas comunidades había una especie de jerarquía cuyo centro era Cristo: Pablo, obispos o presbíteros, diáconos y carismáticos; todos fueron fieles continuadores de la hazaña paulina, que consistía en crear conciencia de una Iglesia universal. El centro de la vida religiosa de estas comunidades es la fe en el Señor glorificado que da a la liturgia y la actividad cotidiana su carácter; he ahí la razón de la radicalidad de Pablo. Para participar de estas comunidades, era necesario estar bautizado; su centro era la celebración de la cena del Señor en las domus ecclesiae (1Corintios 10, 16-21), donde la unidad interna de cada comunidad se iba fortaleciendo por la oración y la predicación de los misterios (homilía). Con el pasar de los días estas comunidades comenzaron a ser llamadas parroquias, es decir, casas de forasteros, que posteriormente se dividieron dando origen a otras parroquias. Además de ello, se debe recordar que la casa, tanto la habitación como la familia, era una estructura básica del cristianismo primitivo; debido a esto la Iglesia daba la impresión de ser una red de casas. 2.2.2 La obra de Pedro y su presencia en Roma La historia habla poco de la actividad del “príncipe de los apóstoles”, el hombre que fue constituido por Jesús como roca sobre la cual edificaría la Iglesia. Aparte de lo poco que dicen los evangelios y los Hechos de los Apóstoles, en su primera parte, casi nada se 30 sabe de él, máxime cuando casi todas las fuentes son apócrifas59. La estadía de Pedro en Roma es un tema delicado porque tiene muchas implicaciones, ya que para designar a sus obispos como sucesores de Pedro, no era absolutamente necesaria su presencia personal allí, ni mucho menos para sostener el primado papal como institución de derecho. Su estadía en Roma, después del silencioso “se marchó a otro lugar” (Hechos 12, 17), está sustentada en tres testimonios originales muy próximos entre sí que, tomados cronológicamente en conjunto, tienen una fuerza afirmativa equiparable a la certeza histórica: la carta de Clemente Romano a los corintios, la carta de Ignacio de Antioquía a los romanos y la Ascensión de Isaías; a estos testimonios se le añade el último capítulo del Evangelio según san Juan y los últimos versículos de la primera carta de Pedro. De esos testimonios se parte para hablar del martirio de Pedro en Roma bajo el reinado de Nerón, a mediados de la década de los sesenta del siglo I; a ellos se le suman los escritos de Papías de Hierápolis, Dionisio de Corinto y Gayo. Al hablar del martirio se hace referencia a su sepulcro que ha sido el dolor de cabeza para los historiadores. Los testimonios Es un tema delicado porque son muchas las cosas que se dicen y las interpretaciones que se hacen. Las fuentes bíblicas dan a entender la existencia de una comunidad en Roma, a la que Pablo le escribió una carta y Pedro le predicó. El autor de los Hechos se reduce a ver la actividad misionera de dos apóstoles, la acción misionera de los otros se deduce implícitamente cuando se habla de los “hermanos” que Pablo encontró en algunas localidades. Una de estas localidades era Roma donde murieron Pedro y Pablo, o donde se encontrarían sus tumbas. Para entender los testimonios se deben ver retrospectivamente algunos datos históricos. Entre el 60 y el 62 Pablo llegó a Roma; unas personas que pertenecían a la comunidad cristiana vinieron a recibirlo (Hechos 28, 15). Hacia el 57 Pablo “escribió” la Carta a los Romanos; es decir, ya existía en esa ciudad una comunidad. Hacia el 51 el autor de los Hechos dice que Pablo se encontró en Corinto con Áquila y Priscila quienes venían desde Italia donde Claudio dio una ley para alejar los judíos. Hacia el 49 Suetonio en la Vida de los doce Césares al hablar de Claudio dice que, debido a unos desórdenes en Roma, fueron expulsados los judíos, quienes vivían en agitación debido a un tal Cristo: “Expulsó de Roma los judíos que, a instigación de un tal Cristo, provocaban turbulencias”60. Se presume que después de esta expulsión la comunidad cristiana retomó su vida normal pero separada de la comunidad judía. Entre el 42 y el 43 Tácito en Los anales de la dinastía Julio-Claudia61 habla de la adhesión al cristianismo de Pomponia Grecina, esposa de Aulio Plaucio, un importante personaje romano; esta mujer fue condenada por una superstición extrema, lo cual da a entender que el cristianismo era entendido como una superstición. Por estos testimonios, existe la posibilidad de relacionar la formación de la primera comunidad cristiana de Roma con el momento en que cronológicamente el autor de los 31 Hechos dice que Pedro se fue a otro lugar (Hechos 12, 17). Algunos estudiosos ven esta relación como el hipotético itinerario de Pedro quien llegó hasta Roma anunciando el Evangelio. Otras fuentes hablan de la presencia de Pedro en Roma desde el gobierno de Claudio (41-54); entre ellas, Eusebio, quien en varios apartes de su Historia eclesiástica sostiene que Pedro fue conducido a Roma. Las cartas petrinas fueron escritas desde “Babilonia” expresión con la que los cristianos designaban a Roma. En algunos textos de origen cristiano se habla de egregios y cesarianos; los egregios eran las personas encargadas de cobrar los impuestos y se diferenciaban de los clarísimos que eran los senadores, ambos pertenecían a la nobleza romana; en relación a este aspecto se anota que Lucas dirigió sus escritos a un ilustre Teófilo que literalmente es la versión griega de egregius (kratistos). El fragmento 7Q5 de Qumram (que hace una referencia a Marcos 6, 52-53) está en relación con algunos fragmentos encontrados en Herculano, desde donde, parece, fue enviado a Qumram un documento procedente de Roma; estos fragmentos testimonian la presencia de Pedro en Roma. Otro documento es el Apocalipsis de Pedro: “Estuvo en la ciudad de la corrupción donde sufrió el martirio”. De acuerdo a esos testimonios la presencia de Pedro en Roma no se discute, lo que se discute es la fecha desde la cual estuvo y la forma como fue martirizado, porque sólo en Eusebio se encuentra el particular de la crucifixión con la cabeza hacia abajo. Los testimonios sobre la presencia de Pedro en Roma son abundantes y desde los primeros siglos se habla de su sepulcro en el Vaticano, pero esto no es tan claro, como algunos pretenden sostener. La tumba de Pedro Al abordar este tema, es fundamental tratar tres elementos: las excavaciones, la tumba y las reliquias. Siguiendo este orden se hará un discurso histórico en torno a una realidad que a lo largo de la historia de la Iglesia ha tenido y tiene diferentes lecturas. En cuanto a las excavaciones que se hicieron en el siglo XX, existen tres etapas fundamentales. De 1940 a 1949 se presentó una relación oficial que fue entregada a Pío XII; quienes trabajaron en ella eran reconocidos arqueólogos que hicieron excavaciones auténticas. De 1953 a 1956 se hicieron algunas excavaciones sobre el Mausoleo de Valerio bajo la dirección de Guarducci, Mortelli y Prandi; de estas excavaciones, que tienen relación oficial, sólo se sabe que los datos presentados fueron revisados y corregidos en 1963. En los años sesenta del siglo XX, la Fábrica de san Pedro hizo una serie de excavaciones sobre el mausoleo N. Estas excavaciones se presentaron porque el 10 de febrero de 1939 murió Pío XI (1922-1939) quien en su testamento expresó el deseo de ser enterrado cerca a la tumba de Pío X cuyo sepulcro se encontraba en la gruta vaticana. Pacelli, secretario de Estado, encargó a Ludovico Kaas para que encontrara el lugar más indicado; cuando lo estaban buscando encontraron en el pilar de san Andrés (uno de los cuatro pilares que sostienen la cúpula vaticana) siete espacios desconocidos. El 2 de marzo de 1939 fue elegido Pío 32 XII quien bajó a la gruta vaticana y como ésta era de poca altura le hicieron la sugerencia (Kaas la hizo) para que bajara el pavimento y creara un corredor o pasillo más amplio y aireado. El 29 de junio el Papa hizo el anuncio oficial de las excavaciones sin mencionar para nada lo de la tumba de san Pedro. Cuando comenzaron los trabajos, a los 20 centímetros de profundidad encontraron unos restos de la basílica constantiniana sobre la cual fue construida la actual; los operarios llamaron al director de la comisión pontificia de arqueología y continuaron las excavaciones. Se hizo necesaria la fortificación de los pilares y cuando llegaron a un metro de profundidad encontraron una cornisa con lo cual entendieron que se encontraban con la parte superior de una construcción antigua. En este momento se conformaron tres grupos: arquitectos (Nicolosi, Galeazzi y Giovannoni, con Bruno Apolloni Ghetti como asistente), arqueólogos (Iossi, Kirschbaum y Ferrua) y delegados de la sección de arqueología (monseñor Respighi y Kaas). Giovannoni dimitió en 1941 por presiones de Kaas; Nicolosi y Galeazzi eran los responsables de la estabilidad de la basílica y por ello no fueron obligados a renunciar; cuando apareció el informe oficial, Kaas hizo cambiar la introducción que presentó a los expertos como simples observadores. Las excavaciones comenzaron en la cripta semianular de Gregorio Magno; fue en estos momentos cuando surgió la idea de buscar la tumba de san Pedro que se creía estaba en ese lugar porque, según la tradición, allí había un sarcófago de plata con una cruz de oro donde estarían los huesos de san Pedro. En las excavaciones no se encontró ni lo uno ni lo otro; se pudo comprobar que debajo de la actual basílica vaticana se encuentran restos de la basílica constantiniana y debajo de esos restos, una necrópolis no cristiana. En la antigua necrópolis no cristiana se encontraron 22 mausoleos que fueron numerados de oriente a occidente utilizando letras latinas; casualmente la letra P fue asignada al lugar donde se cree estaba la tumba de Pedro. Para llegar a estos resultados hubo necesidad de excavar primero en algunos sitios de la capilla clementina, después en los restos de la basílica constantiniana, cuyo altar fue restaurado por Gregorio Magno; es en este lugar donde se encuentra la “confesión de Pedro” junto a la cual existía un corredor semianular; en este corredor se hicieron algunas excavaciones y se descubrieron algunos grafittis, de ese lugar partía otro corredor central que terminaba frente a la llamada tumba de Pedro. Hasta este punto no había ningún problema; pero, con el deseo de descubrir la tumba de Pedro, las excavaciones continuaron desde la capilla clementina y al traspasar el muro posterior se encontraron con unas gradas que conducían a otro mausoleo (Q) y un muro rojo (construido por Constantino); este muro tiene una nota particular: cuando llega a la llamada tumba de Pedro cambia el nivel de la profundidad de sus cimientos. Cuando se encontraron con este muro excavaron por debajo de él y una vez lo atravesaron parte de la llamada tumba de Pedro cayó por tierra y no encontraron nada. Comenzaron a estudiar el espacio que, por testimonio de algunas crónicas, existía, el cual fue encontrado; para hacer este estudio decidieron tumbar una parte del muro rojo y se encontraron con una tumba cubierta de mármol y las bases del altar de Calixto II (111933 1124); comenzaron a quitar el mármol y se volvieron a encontrar el muro rojo. Los excavadores encontraron debajo del altar de Calixto II, que envuelve el de Gregorio Magno, un espacio que tiene un metro de largo, 80 centímetros de ancho y 75 de profundidad; fue el piso de este espacio, llamado la tumba de Pedro, el que se desplomó cuando atravesaron el muro rojo; conclusión lógica: la tumba de Pedro fue destruida. Al estudiar el citado espacio en su sección inferior se descubrió en el lado que está contiguo al muro rojo una especie de nicho que sufrió una intervención violenta. Para interpretar esta intervención se han dado tres teorías: para unos es la tumba de Pedro y las muestras de violencia se deben a que se buscó la mejor forma de proteger las reliquias, para otros es un monumento conmemorativo al cual se adhirió el cemento cuando construyeron el muro rojo, algunos más dicen que como la tumba de Pedro se encontraba protegida por una empalizada, cuando ésta fue cambiada dio origen a tan violenta intervención. En un nicho lateral de una de las paredes (el muro G, construido para reforzar el muro rojo) se encontraron unos huesos que, según los estudios, pertenecen a un hombre de 1.70 metros de estatura, 60-65 años de edad, y ningún hueso de los encontrados es del cráneo; este informe fue oficialmente desaparecido. Es un dato de la arqueología que ese espacio siempre ha sido respetado y que junto a él se han construido muchas tumbas en años posteriores y se han encontrado algunos elementos de veneración que datan del siglo III. En cuanto a la sección superior, el piso (es decir, el techo de la sección inferior) es una placa marmórea de origen no cristiano sobre la cual se construyó un monumento de dos (tres si se cuenta la parte inferior) niveles; es el llamado “trofeo” del cual habla Gayo; en la parte posterior de este monumento se encuentra la capilla clementina que a su vez está al frente del muro rojo sobre el cual se apoya el trofeo; en el muro rojo se encontró una ventanilla que da justo al segundo nivel del monumento. Al interior de la tumba de Pedro se encuentra el campo P. En este campo, de 4 x 7 metros, se encuentra el trofeo del cual habla Gayo; es un monumento que data del 160 y fue construido sobre una tumba (o cercano a una tumba) que no era diferente en relación a las demás ya que la pobreza exterior (en la tierra y con una pequeña cubierta en forma de techo capuchino) y la orientación es prácticamente igual; la única diferencia radica en que esta tumba siempre fue respetada. Los arqueólogos, hablando de este campo, dicen que se encontró no la tumba de Pedro sino el lugar de la tumba de Pedro. Finalmente se aborda lo referente a las reliquias de Pedro, teniendo presente que se debe diferenciar entre los huesos y las reliquias existentes. En cuanto a los huesos, encontrados en el nicho del muro G del espacio estudiado, se encontró la tibia derecha de un hombre; para unos estos huesos eran los de Pedro, para otros son los huesos de otra u otras personas. Los huesos encontrados en el muro G fueron introducidos en una urna de zinc junto con un papel que habla del lugar donde fueron encontrados; como este traslado se hizo en secreto, cuando en 1946 se hizo un muro de protección, los excavadores creyeron que los huesos estaban donde fueron encontrados. Después de superar algunas dificultades, presentadas por Kaas, esos huesos fueron estudiados por el profesor Vicente Virno de la Universidad de Roma; este profesor lo primero que hizo fue 34 botar 22 pedazos porque eran huesos de animales y, después, sobre la plancha de un esqueleto, comenzó a ubicar los huesos que quedaron; la conclusión de este profesor es clara: son huesos de un hombre robusto de edad avanzada y afirma que no encontró ningún hueso del cráneo. Esta conclusión está en consonancia con la tradición que afirma que en las dos cabezas (las de Pedro y Pablo) que se encuentran en la basílica de san Juan de Letrán están conservados los huesos craneales de estos dos mártires; hacia 1953 se hizo un estudio sobre estos huesos pero su resultado fue condenado al silencio. Como los resultados oficialmente fueron silenciados aparecen opiniones diferentes sobre el hecho de saber de quién son esos huesos, que actualmente se conservan en una urna custodiada celosamente por el Vaticano con un letrero que dice: “... Se piensa (ESSE PVTANTVR) son los huesos de Pedro, que fueron encontrados en la Archibasílica Vaticana”. Para terminar conviene saber que existen dos tesis fundamentales sobre el pontificado: para unos el Papa es el sucesor de Pedro, para otros es el obispo de Roma; todo surge a raíz de la presencia de Pedro en Roma, unas fuentes la afirman, otras guardan un prudente silencio; por ello es importante estar atentos a las líneas ideológicas y teológicas ya que la sucesión petrina no está ligada a una ciudad o un territorio. Esto, que es una realidad teológica, se encuentra en un camino diferente al arqueológico, técnico; no se quiere enseñar un dogma, sino presentar la realidad histórica de los hechos que sucedieron. 2.2.3 Los otros apóstoles62 Andrés. Nombre griego de un discípulo que nació en Betsaida Julia en Galilea y pescador como su hermano Simón Pedro. En la lista de los apóstoles aparece en segundo o en cuarto lugar. Primero fue discípulo de Juan y después de Jesús; formó parte del primer grupo de los seguidores de Jesús y presenció el primer milagro de Jesús. Lucas, al narrar la vocación del primer grupo de discípulos (Pedro, Santiago y Juan), no lo menciona aunque se puede suponer su presencia junto a su hermano en la barca desde la cual enseñaba Jesús. Después de la mención de Hechos 1, 13 no se tienen noticias históricas de él. Eusebio señala a Escitia, en Asia Menor, como su lugar de apostolado, de allí pasó al Epiro, en Grecia, y en Patras, ya anciano, fue condenado por el gobernador Egeatas a morir en una cruz aspada, que tomó el nombre de la cruz de san Andrés; como estas regiones tienen alguna relación con el mar Negro, se le considera como la cabeza que originó la sede patriarcal de BizancioConstantinopla; del 800 existe un testimonio que sostiene su crucifixión en un olivo y el menologio basiliano habla de un árbol en general. En el 356 Constancio hizo trasladar sus restos a Constantinopla; en 1208 fueron llevados a Amalfi y, desde 1462, bajo el pontificado de Pío II, descansan en la basílica de san Pedro en Roma. Bartolomé. Aparece nombrado en la lista de los doce y es probable que su nombre propio fuera Natanael, ya que Bartolomé podría significar “Bar Talmai”. En los discursos gnósticos es uno de los interlocutores de Jesús, a quien interroga después de la resurrección, y de María, a quien le hace preguntas sobre la encarnación. En los Hechos 35 de Tomás, es uno de los once apóstoles que echan suertes para dividirse las regiones donde anunciarían el Evangelio. Eusebio refiere una tradición según la cual Panteno habría encontrado cristianos en su viaje a la India, donde Bartolomé habría predicado, dejándoles un evangelio de Mateo en hebreo. Los Hechos de Bartolomé describen su martirio en India y los Hechos de Andrés lo ubican como misionero junto a Andrés en las costas del mar Negro. Los Hechos de Felipe, lo ponen como su compañero en Hierápolis y Licaonia. Tradiciones posteriores describen su martirio en Armenia: despellejado y decapitado, según algunos; crucificado, según otros. Sus reliquias se veneraron en Daras de Mesopotamia, la isla Lípari, Benevento y Roma. Bernabé. Es el sobrenombre que los apóstoles le dan a José, levita de Chipre, que vende un campo y entrega su precio. Su actividad está unida a la de Pablo; fue enviado a Antioquía donde constató el éxito de las conversiones de los no cristianos, condujo a Pablo de Tarso a esa ciudad y volvió a Jerusalén para entregar la colecta realizada. A ellos se les une Juan Marcos, su primo, quien acompañó a Pablo en su primer viaje pero los abandonó en Perge y por ello hubo algunas dificultades; no fue obispo de esta ciudad porque allí había un sistema colegial que estaba sometido a la autoridad de los doce63. En Listra fueron tomados por Zeus y Hermes, y al volver a Antioquía fueron enviados a Jerusalén para dirimir la controversia en torno a la circuncisión convirtiéndose en portadores de la carta de los apóstoles. Al partir para el segundo viaje quiso llevar a Juan Marcos, pero hubo problemas, se separó de Pablo y se embarcó con su primo para Chipre y hasta ahí se tienen referencias de él. Es probable que haya muerto allí, aunque los Hechos y Martirio de Bernabé en Chipre narra su muerte en Salamina. Tertuliano le atribuye la carta a los hebreos. Existen obras atribuidas a él, pero eso no se puede garantizar: Carta de Bernabé y Evangelio de Bernabé. Felipe. Probablemente nació en Betsaida como Andrés y Pedro y también tiene un nombre griego; en los evangelios aparece en diferentes oportunidades, en una de ellas hace de intermediario entre Jesús y los gentiles. Los testimonios de los primeros siglos del cristianismo lo presentan como un buen padre que les buscó marido y casó a sus hijas, un interlocutor de Jesús en las disputas gnósticas y autor de Los dichos y hechos de Jesús. Por consiguiente, es el presunto autor de uno de los tres principales evangelios apócrifos, el Evangelio de Felipe, tan apreciado en los ambientes gnósticos. Según una antigua tradición no murió como mártir. No se le debe confundir con el diácono Felipe. Juan. Con sus escritos puso de relieve la fe cristiana y la vida eclesiástica, lo cual ayudó a determinar la historia de la Iglesia en Asia Menor. Con poca certeza histórica se sabe que estuvo en Jerusalén, Éfeso, Roma y Patmos, sitios en los cuales anunció que la comunidad cristiana estaba llamada a dar testimonio del Señor resucitado y glorificado en un ambiente hostil. En relación a su muerte existen varias versiones, las cuales coinciden en la avanzada edad que tenía a la hora de su martirio. Judas Iscariote. Es tenido como el símbolo de la traición. De él se conocen algunos datos ofrecidos por la iconografía donde aparece en cuatro momentos claves: recibiendo el precio de su traición, el beso, la restitución de las monedas y el suicidio. 36 Judas Tadeo. En las listas figura junto a Santiago y se le distingue del Iscariote. No es fácil acercarse desde la historia porque en la tradición manuscrita existen incertidumbres sobre su identidad: para algunos es Judas Zelota, Tadeo, Lebbeo o hijo de Santiago, para otros es el hermano de Santiago, Simón y José. Tadeo en el texto del evangelio según san Juan le pregunta al Señor la razón por la cual sólo se reveló al grupo de los Doce y no a todo el mundo. Según la tradición evangelizó en Palestina y regiones limítrofes adentrándose en Arabia, Persia, Mesopotamia y Armenia. Sobre su lugar de muerte existen dos tradiciones: Edesa en tiempos del rey Abgar, y Arado, cerca de Beirut. Cada Iglesia celebra su memoria en diferentes fechas: la latina el 28 de octubre, la griega el 19 de junio, la armena el 16 de febrero y la copta el 2 de julio. Mateo. Según las listas, todo parece indicar que al publicano Mateo lo llaman Leví o Santiago hijo de Alfeo, Lucas lo llama Leví, y Marcos y Lucas identifican a Mateo con Leví, a quien la comunidad primitiva atribuyó el primer Evangelio. Según la tradición, evangelizó a los judíos y, antes de dirigirse a otros pueblos, dejó escrito su Evangelio en lengua materna. Matías. Forma abreviada de Mattanjah (don de Yahweh), elegido para sustituir a Judas Iscariote en el grupo de los Doce. Ha sido identificado con uno de los 72 discípulos, Zaqueo, Bernabé, Natanael y otros. Su campo de evangelización oscila entre Palestina, donde habría sido lapidado por ofender la ley de Moisés, y Etiopía, donde, tras haber predicado, habría sido martirizado. Para algunos gnósticos murió de muerte natural. En la tradición gnóstica existen algunos escritos suyos: Tradiciones de Matías, Evangelio de Matías, Discursos de Jesús a Matías, Hechos de Andrés y Matías en el país de los antropófagos. Santiago el Mayor. Hermano de Juan evangelista, hijo de Salomé y Zebedeo, pescador de oficio, natural de Betsaida Julia. Perteneció al grupo de los tres elegidos que presenciaron particulares acontecimientos de Jesús: la resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración y la agonía en el huerto. De acuerdo a la narración de los Hechos de los Apóstoles (12, 1-3) Herodes Agripa para congraciarse con el Sanedrín y sofocar la secta de los seguidores de Jesús decretó su muerte, dando a entender que era uno de los líderes de la comunidad y por esto es tenido como el protomártir de los apóstoles, ya que su muerte se fecha en el 42 d.C. Sobre él se han tejido numerosas leyendas, una de ellas habla de su presencia en Zaragoza y Compostela. Con mayor evidencia histórica existe el testimonio del Martirologio de Floro (808-838) que habla de la traslación de su cuerpo a Compostela. Santiago el Menor. Llamado así para distinguirlo del otro Santiago, aunque fue llamado al apostolado antes que él. Hijo de Alfeo y María; como algunos textos lo llaman “hermano del Señor” ha surgido una polémica sobre él: para unos esto es cierto, para otros no y lo prueban diciendo que la familia de Jesús no creía en él (Juan 7, 5). Gozaba de gran autoridad en la Iglesia de Jerusalén y asumía su dirección cuando Pedro no estaba; también gozaba de gran estima entre la población por la observancia de la ley y fue respetado en tiempos de persecución. Según la tradición, sus enemigos lo hicieron 37 subir al pináculo del templo y desde allí lo arrojaron al vacío y como no murió fue martirizado, para unos a través de la lapidación, para otros mediante golpes de bastón; otra tradición sostiene que fue colgado del pináculo del templo. La fecha de su testimonio se ubica hacia el 62, en tiempos del sacerdote Ananías64. Simón. Conocido bajo los epítetos de “cananeo” y “zelote”, lo cual ha dado origen a interpretaciones antitéticas. Es probable que haya sido hermano de Santiago el Menor y su sucesor como obispo de Jerusalén. El epíteto “zelote” ha tenido dos interpretaciones: el sentido de un ardiente celo apostólico o una señal concreta de su pertenencia a aquel movimiento religioso de integristas fanáticos, difundido y activo en Galilea. Después de Pentecostés, anunció el Evangelio en Egipto y Persia, donde habría sido martirizado. Una crónica del siglo IX dice que su sepulcro está en Nicopio. Tomás. Según los textos bíblicos es “el gemelo” (Dídimo); los Hechos de Tomás y la Leyenda de Abgar lo llaman Judas Tomás, de la raíz hebrea ta’am que significa “ser doble”, y optaron por llamarlo Tomás para diferenciarlo de los otros dos Judas. Ejerció fascinación entre los gnósticos. En la tradición, unos sostienen que su campo de predicación fue oriente, propiamente India, aunque en realidad sólo llegaría hasta Irán; otros sostienen que predicó entre los partos. De hecho el rey parto Gundophar, a través de los Hechos de Tomás, llegó a la leyenda occidental como el rey Gaspar y por ello a él se le atribuye el bautismo de los reyes magos. Avanzada la edad media, la leyenda de Tomás y los reyes magos desembocó en la del Preste Juan. 2.3 La respuesta ética de la primitiva comunidad Lo más relevante de la primitiva comunidad cristiana es el kerigma, la realidad consciente de la muerte y resurrección de Jesús, interpretada y asumida, primero por el grupo de los discípulos y luego extendida con la predicación del Evangelio, la Buena Noticia de un suceso de transformación personal que, siendo comunitario, fue generando un proceso de cambio social. Por ello el kerigma es el punto de partida del comportamiento ético, definido en la comunidad primitiva, quizá no desde unos presupuestos teóricos muy claros, pero sí desde una práctica vivencial bastante visible. Sin lugar a dudas, el suceso histórico de los primeros cristianos no se dio en una pureza de relaciones, sino, por el contrario, justo en medio del conflicto, la crisis, el contraste, que le eran bastante propios en contextos concretos, sobre todo cuando varios cristianos eran vistos como carismáticos ambulantes que de alguna manera criticaban la sociedad. El primer elemento es la fusión de varios horizontes en el siglo I; los ambientes: helenista, romano y judío, en los cuales la religión aparecía ligada a la cultura y la política. Estos ambientes se notan en la vida de la primitiva comunidad cristiana del Nuevo Testamento, que alcanza a abarcar en líneas generales el siglo I. De acuerdo a los datos del Nuevo Testamento, Jesús no indicó líneas concretas de estructura para la Iglesia, salvo las enseñanzas particulares a las que se dedicó con el pequeño grupo en el último tiempo de su ministerio público, por lo que lo dicho y hecho por él es entendido como el fundamento de la Iglesia; en su actividad, el anuncio del reino de Dios, se 38 encuentra el fundamento y la orientación de la futura comunidad, que entendió la resurrección como la experiencia que llevó a la constitución de una comunidad en la cual el servicio era fundamental. El segundo elemento es la postura de los diferentes grupos políticos y religiosos cuyas enseñanzas son propias del contexto histórico del momento. Entre estos grupos se citan: fariseos, saduceos, esenios y algunos grupos alternativos como zelotes, samaritanos y movimientos bautistas; frente a estos grupos Jesús y la comunidad primitiva asumieron actitudes de crítica y controversia. Debido a esto la Iglesia primitiva se presentó como un grupo en contraste, y de hecho lo fue, pero desde una perspectiva comunitaria y de servicio que constituyó un comportamiento enfrentado con la ausencia de libertad y la injusticia de su tiempo. El tercer elemento es la cuestión ética, de la actitud frente a la ley practicando la comunidad de bienes, una especie de “comunismo del amor”. Los textos de Hechos 2 y 4 son improbables históricamente hablando, razón por la cual se puede decir que dichos textos son como la imagen de un ideal inspirado en las palabras de Jesús; no obstante ello, las primeras comunidades cristianas permanecieron atentas a la importancia de una ética concreta de compromiso y cambio, que por llevar a la práctica el mensaje propuesto por Jesús dio origen a la idea y la necesidad de asignar responsabilidades específicas de servicio, comenzando por las actividades domésticas. Dentro del panorama considerado, todos los antecedentes llevan a plantear un punto conclusivo: la experiencia de la primera Iglesia encontró unos asuntos prácticos para la realización de la transformación personal y las pequeñas comunidades; por esto, el planteamiento comunitario y las acciones de servicio, rompieron con las estructuras vigentes en su momento histórico: del repliegue de la ley y del olvido del otro, se pasó al compromiso de construcción y valoración de la persona y las sociedades, que la Iglesia expresó a través de la koinonía y la diakonía, la comunidad y el servicio. La comunidad se vivía en cuatro aspectos: la comunión fraterna, la comunión apostólica, la comunión en la mesa del Señor y la comunión en el compartir. El servicio era una de las formas de proclamar el Evangelio, un testimonio elocuente de la fe; era una realidad, en la que ya en esta vida antes de la muerte, comienza la redención que ellos predican, al intervenir el signo de la pobreza, la indigencia, el sufrimiento y la muerte por obra del amor. De acuerdo a lo anterior, se puede decir que la respuesta ética de la comunidad primitiva se sostuvo sobre estos dos pilares. 2.4 La destrucción de Jerusalén En el 63 a.C., las tropas de Pompeyo llegaron a Jerusalén para ayudar a Hircano II en la lucha contra su hermano Aristóbulo II; después del triunfo, fue entronizado en el poder con jurisdicción sobre Perea, Galilea y Judea65. A raíz de un intento de rebelión contra las tropas romanas, Judea fue dividida en cinco distritos (57 a.C.) dejando en manos judías el poder religioso. Hacia el 54 a.C. Antípater de Idumea recibió el título de administrador de Judea e Hircano II continuó como sumo 39 sacerdote; estos dos personajes supieron ganarse la amistad del emperador, quien derrotó a Pompeyo, nombró a Hircano como etnarca, declaró el judaísmo como religio licita y a Antípater lo nombró procurador de Judea y ciudadano romano; Antípater acomodó bien a sus tres hijos Fasael, Herodes y Josefo. Con el decreto de licitud del judaísmo “los judíos quedaban autorizados a celebrar libremente su culto, podían organizarse en comunidades, construir sinagogas, percibir impuestos de sus correligionarios e incluso organizar sus propios mercados para la venta de productos”66. Herodes, hijo de Antípater, hizo ejecutar, sin permiso del Sanedrín, a un tal Ezequías porque se había rebelado contra el poder romano, pero Judas el Galileo, hijo de Ezequías, continuó con el movimiento rebelde. Los pompeyanos fueron derrotados por Marco Antonio y Octavio en la batalla de Filipos (h. 42 a.C.); con esto Marco Antonio se adueñó de Oriente, confirmó a Hircano II como sumo sacerdote, tal como se dijo, y decretó algunos impuestos impopulares; aprovechando el viaje de Marco Antonio a Alejandría, Antígono, hijo de Aristóbulo, apoyado por los partos entró en Jerusalén donde gobernó (40-37 a.C.) como sumo sacerdote adoptando el nombre de Matatías. Herodes inició la reconquista apoyado por Marco Antonio y Octavio y obtuvo el reino de Judá que gobernó entre el 37 y el 4 a.C., después de vencer a Antígono quien fue ejecutado en Antioquía; Herodes inició un gobierno despótico haciendo asesinar a todo rival, principalmente los descendientes de la familia asmonea; entre sus víctimas: Aristóbulo III, Hircano II, Alejandra e incluso su esposa Mariamme; a pesar de todo en su reino hubo paz y por ello pudo hacer algunas construcciones: el templo, Cesarea, Masada, Maqueronte, Herodión, Cirpos y el palacio de invierno de Jericó; en la crisis del 25 a.C., despojó los palacios para comprar trigo para el pueblo y le quitó autoridad política al Sanedrín; los historiadores sostienen que durante el gobierno de Herodes el reino judío ocupó nuevamente las fronteras del reino de David, excepto el sur y la Decápolis, pero todo se vio empañado por la imagen de horror que dejó. Como Herodes no dejó claro su testamento, la sucesión al trono desapareció porque el reino fue dividido entre Arquelao, Herodes Antipas y Herodes Filipo; una pequeña parte le fue entregada a Salomé. Arquelao al poco tiempo fue destituido y desterrado; Herodes Antipas se casó con la mujer de su hermano y conservó el poder hasta el 39 d.C., cuando fue deportado, a pesar de haber hecho algunas construcciones, entre las cuales sobresale Tiberíades; Herodes Filipo fue un buen gobernante, construyó Cesarea de Filipo y murió el 34 d.C., sin dejar descendencia. Con la deposición de Arquelao, Judea se convirtió en provincia romana (6-41 d.C.), gobernada por un delegado o gobernador romano, propiamente un procurador o prefecto quien tenía la misión de hacer cohabitar a cuatro etnias diferentes (judíos, samaritanos, idumeos y helenizados) y cobrar los impuestos (personal, cosecha y otros) para Roma; la sede era Cesarea. Los procuradores romanos de Judea fueron: Coponio (6-14), Grato (15-26) quien nombró a Caifás como sumo sacerdote, Pilato (26-37) y Vitelio (37-41) quien destituyó a Caifás. Los emperadores romanos fueron Tiberio (14-37) y Calígula (37-41). En tiempo de Calígula, Herodes Antipas fue desterrado porque pidió el título de 40 rey siendo reemplazado por Agripa, Herodes Agripa I, quien en su viaje desde Roma hasta Jerusalén quiso ostentar su lujo en Alejandría, pero se burlaron de él. Con Claudio (41-54) Agripa I tomó posesión de Judea, Idumea y Samaría. A la muerte de Agripa I, quien hizo ejecutar a Santiago, hijo de Zebedeo y encarcelar a Pedro, vuelve el régimen de los procuradores: Cuspio Fado (44-46), Tiberio Alejandro (46-48), Ventidio Cumano (48-52), Félix (52-60) quien ejerció el poder con la fuerza de un tirano pero con el espíritu de un esclavo, Festo (60-62), Floro (62) y, posiblemente, Flavio Josefo cuando Judea estaba dividida entre helizantes, moderados y antirromanos. En el gobierno de Cumano los zelotas se presentaron como un partido organizado que deseaba acabar con la dominación extranjera y sus colaboradores a raíz de la ideología nacionalista y religiosa de los Macabeos y la corriente literaria del libro de los Jubileos que señala una barrera entre los judíos y los paganos. Floro tuvo acciones que estaban contra los judíos y provocaron la guerra judía dirigida por el partido zelota contra Roma. Entre los líderes judíos se citan: Menajén, nieto de Judas el galileo, asesinado por Eleazar jefe de la policía del templo, y Eleazar, hijo de Ananías. El deseo de libertad era muy grande y los judíos quisieron oponerse a los romanos pero fueron derrotados; esta derrota llevó al suicidio de varios judíos, la caída de Jerusalén, la esclavitud de algunos judíos y el fin de Judea. Mientras duraba la campaña romana en Galilea dirigida por Vespaciano y Tito, los zelotas liderados por Juan de Guiscala se apoderaron de Jerusalén donde asesinaron las autoridades judías puestas por los romanos y nombraron como sumo sacerdote a Pineas Ben Samuel; por algún tiempo se vio libre porque en Roma había problemas debido a la muerte de Nerón (68), el asesinato del sucesor, Galba, la guerra entre Otón y Vitelio por subir al poder y la proclamación de Vespaciano como emperador por parte del ejército. La dicha no duró mucho tiempo porque a finales del 69 o comienzos del 70 Tito llegó a Jerusalén encontrando una caótica situación: Eleazar Ben Simón estaba acuartelado en el templo y era sitiado por Juan de Guiscala, y el idumeo Simón Bar Gloria estaba sitiando a Juan de Guiscala. Tito comenzó el asedio, mandó a Flavio Josefo a pedir la rendición pero como no la obtuvo entró por la fuerza y destruyó el templo porque allí se habían refugiado los judíos que optaron por el suicidio; en agradecimiento los romanos ofrecieron a sus dioses algunos sacrificios. Tito no aceptó la rendición de los judíos porque éstos exigían que los conquistadores salieran de la ciudad, en represalia incendió la ciudad y sobre las ruinas levantó el arco triunfal. Destruida Jerusalén y desaparecido el templo, “el judeocristianismo queda herido de muerte y sólo sobrevive en sus ideas que siguen influyendo en el pensamiento cristiano hasta el siglo II”67. A partir de entonces la historia de Judea es la historia de la diáspora. Jerusalén cayó, y con ella Palestina, pero la guerra no terminó porque los judíos continuaron resistiendo desde las fortalezas de Herodión, Maqueronte y Masada. Masada resistió hasta mayo del 70 cuando los romanos, dirigidos por el general Silva, la conquistaron encontrando sólo 960 cadáveres y 7 sobrevivientes. Para subvencionar el culto romano en Jerusalén, Vespaciano transformó el impuesto 41 que los judíos pagaban en una tasa fiscal; esto motivó la rebelión de Bar Kosebá (Simón el engañador) y a raíz de la muerte de este líder y del rabino Aquiba, modelo para las comunidades perseguidas, en tiempo del emperador Adriano, la nación judía dejó de existir; no entrará de nuevo en la historia más que en los tiempos de la segunda guerra mundial y la creación del Estado de Israel en 1948. De estos años data la destrucción de Qumrám llevada a cabo por la X Legión Romana que estuvo acantonada al oriente de Palestina (h. 68); todo parece indicar que Qumrám fue fundada en tiempos de Juan Hircano (135-104 a.C.), ampliada en los tiempos de Alejandro Janea y Alejandra, y seriamente afectada por el terremoto del 31 a.C; fue el centro de la comunidad esenia, tal como lo atestiguan las fuentes antiguas y los descubrimientos modernos. Finalmente, se debe tener en cuenta que el monoteísmo y la promesa de un Mesías fueron los astros que acompañaron al judaísmo y le permitieron seguir adelante a pesar de las graves catástrofes estatales y étnicas68, tal como se comprende al abordar la historia de Israel. 3. La Iglesia en el marco del mundo grecorromano En el siglo I existía una cierta homogeneidad cultural alrededor del Mediterráneo que estaba dominado por Roma; además, el cordón umbilical que ligaba al cristianismo con Palestina se había roto porque con la guerra de Jerusalén, la Iglesia se fue a otras regiones más allá del Jordán. En la práctica se siente una Iglesia estática, tradicional; pero en este período hay que dejar de lado esta figura porque hubo un proceso evangelizador personalizado que tenía su centro en la libertad y el amor; en la comunidad y el servicio, su respuesta ética; y todo ello se sintetizaba en el compromiso y el testimonio. Es cierto que el mundo mediterráneo era una unidad política, pero no es menos cierto que el oriente era más culto y creativo que el occidente. Estos dos contextos ofrecieron diferentes ambientes y exigencias a la Iglesia: doctrinal, arcana y religiosa en oriente; jurídica, política y religiosa en occidente. Debido a esto, la inserción de la Iglesia fue diferente en los niveles cultual, dogmático, literario y espiritual, lo cual no es obstáculo para decir que el cristianismo se fue afirmando como un fenómeno de mestizaje religioso y cultural. En general, la Iglesia tuvo una triple relación al interior del imperio: la autoridad, los intelectuales y el pueblo; tres mentalidades y tres exigencias diferentes. Para las autoridades lo importante era la licitud o no licitud de una cosa, el derecho; para los intelectuales era la cuestión de la verdad, la doctrina; para el pueblo era la realidad práctica, la moral que era vista como algo pesado porque conducía a hacer cosas indecibles, dignas de ser acusadas, aunque en realidad la diferencia de los cristianos frente a los demás estaba en los principios morales y religiosos, toda vez que lo que el ánima es al cuerpo, lo son lo cristianos para el mundo, ya que la oración a diferentes horas, el amor a Dios y al prójimo y la acción social eran los principales aspectos de su actitud religiosa, además de una serie de actitudes que rompieron los patrones morales 42 del imperio69. 3.1 Las persecuciones y el martirio Las persecuciones forman uno de los temas sobre los cuales más se ha hablado al punto que cada autor tiene una visión propia70. Se parte de un hecho: las persecuciones que sufrieron los cristianos durante unos 250 años, intercalados entre persecuciones y tiempos de paz, son una realidad que se convierte en un escándalo para la historia, sobre todo cuando se realizó en un imperio que tuvo en el derecho, uno de los pilares fundamentales. Además, las persecuciones conforman una situación en la cual entra en juego el aspecto económico y el hecho que cada fiel era consciente de que cualquier persona podía acudir a un tribunal y denunciarlo. En aquel entonces la vida social y estatal estaba impregnada por la religión, de tal manera que intentar una separación era poco menos que imposible; es más, en las antiguas ciudades el culto formaba el vínculo que unía a la sociedad, grupo de individuos que tenían los mismos dioses protectores y cumplían el mismo rito religioso en el mismo altar; por esto, renegar de los dioses, además de ser una apostasía, era una traición a la patria, máxime cuando la fe que se quería profesar venía de un pueblo que tradicionalmente se veía con desconfianza. Por ello el cristianismo produjo una reacción casi inmediata que, a pesar de ser perseguido, terminó siendo la religión del Estado, lo cual llevó a un cambio en los tres ejes sobre los cuales se puede estructurar un trabajo sobre las persecuciones: la pureza de las leyes, la crueldad de los jueces y el rigor de los suplicios71. Las persecuciones tienen en su base una cuestión de licitud o ilicitud de la religión cristiana frente al estado. Junto a este aspecto se debe tener presente la tradicional sed de sangre de los romanos que cambió en sed de poder, sin olvidar que el primer decreto oficial contra los cristianos fue dado en el siglo III cuando fueron prohibidas las reuniones en los cementerios y se estableció una distinción entre los jefes y los simples cristianos72. El meollo del asunto de las persecuciones es en torno a la licitud o no de ser cristiano; cuando es ilícito, se presentan dos alternativas: se requiere o no su presencia; cuando se requiere la presencia hay persecución; cuando no se requiere pero hay acusación, sea de palabra o de hecho aparecen los conceptos de humillación y flagelación; cuando no hay acusación hay tolerancia. Cuando es lícito ser cristiano surge la paz. Para tener una visión completa conviene saber algo de las dinastías romanas que ocuparon el gobierno durante los siglos comprendidos entre el I y el IV, recordando que en Roma la dinastía no se entendía como una sucesión de padre a hijo sino como una cuestión de hecho en el sentido que el emperador adoptaba una persona a quien llamaba “hijo” y lo introducía lentamente en el mundo político. Las dinastías romanas que estuvieron en el poder entre los siglos I y III son: la JulioClaudia y la Flavia en el siglo I; la Antonina durante casi todo el siglo II y la de los Severos que terminó hacia el 235. A partir de esa fecha vino el período de la anarquía militar que terminó con Diocleciano a 43 comienzos del siglo IV. El cambio de dinastía era casi siempre a través de un hecho violento y llegaba a ser emperador quien tuviera autoridad militar por lo que no es de extrañar que varios emperadores fueran buenos militares. A los cristianos los perseguían porque eran puestos en línea con los judíos, ya que varios escritores no cristianos entendían la fe mesiánica como algo cómico que no tenía sentido porque se basaba en una serie de cuentos, muchos de los cuales eran fabulosos, hasta el punto de decir que Dios se había hecho hombre y había nacido de una virgen, que murió y cuya resurrección, sucedida después de una vergonzosa muerte, está rodeada de un peligroso silencio. Estas acusaciones están sintetizadas en El discurso verdadero, una sarcástica obra escrita por Celso hacia el 178, que 70 años después fue refutada por Orígenes. Esas acusaciones, conforman el trasfondo espiritual de las persecuciones, donde las masas que se presentaban como lobos que aullaban, excitaban el odio contra los cristianos y saciaban en la arena sus ojos curiosos con la sangre de los cristianos73. 3.1.1 Las persecuciones en el contexto de las dinastías imperiales La dinastía Julio-Claudia Tiberio (14-37). En su tiempo se desarrolló la vida de Cristo y el nacimiento de la Iglesia. Tertuliano, habla de Tiberio en relación a una consulta que hizo al senado sobre la licitud del culto de los cristianos (h. 35); la cuestión es ésta: los hebreos tenían libertad de culto porque Roma reconocía que formaban un pueblo diferente, pero como los cristianos nacieron al interior de la comunidad hebrea, surgía la necesidad de aclarar su situación. El senado respondió negativamente; parece que, según Tertuliano, Tiberio quedó desilusionado y buscó la neutralidad del senado prohibiendo que los cristianos fueran acusados por el hecho de serlo. Flavio Josefo74, dice que Tiberio le habría encargado a Vitelio, delegado en Siria, imponer orden en Jerusalén deponiendo a Caifás, responsable de la muerte de Esteban; luego dice que Vitelio regresó a Roma después de sustituir a Pilato por un tal Marcelo; que, según los Hechos de Pedro, parece, es el mismo senador en cuya casa Pedro estuvo como huésped. Además, aparecen dos datos particulares en los Hechos: en Antioquía fue donde apareció el término “cristiano”, expresión nacida en un ambiente helénico, y cada vez que el autor hace una referencia a la autoridad romana, presenta una actitud de respeto o indiferencia; tampoco se puede olvidar que Pilato no quería condenar a Jesús. Ello conduce a inferir que parece que Tiberio conoció los cristianos, ya que de su tiempo data una respuesta negativa con cierta fuerza de ley contra el culto cristiano. Algunos gobernadores romanos, que probablemente conocerían la respuesta del senado y la actitud de Tiberio, trataron de evitar las persecuciones: el procónsul Galión en Corinto (h. 51), en Éfeso durante la revolución de los plateros (h. 52-53), el procurador Félix y el procónsul Porcio Festo en Judea (54-55); parece que hacia el 62 el sumo sacerdote Ananías tuvo que esperar la decisión del gobernador romano para condenar a Santiago el Menor. 44 Nerón (54-68). Después de Calígula (37-41) y Claudio (41-54) llega el tiempo de Nerón que puede ser dividido en dos partes teniendo como punto de referencia el año 62, cuando murió el prefecto Burro quien habría concedido una cierta libertad a Pablo; como nuevo prefecto fue nombrado Tigelio. Nerón contrajo matrimonio con Popea que era simpatizante de los judíos; con él entra en crisis la práctica del principado para darle paso a la autarquía ya que no quería contar con el senado y nació el culto al emperador. Este culto no era extraño en oriente, pero en occidente los intelectuales (los estoicos) se rebelaron dando origen a las persecuciones, por lo que se dice que la persecución contra los estoicos (Séneca) y los cristianos se desarrolló en un mismo clima y con unas características similares. Nerón como hábil político supo cuidarse bien y presentó la persecución como una acción de limpieza y orden público porque el Institutum tenía sus bases en una legislación vigente o, al menos, conocida, que entendía el cristianismo como una superstición, es decir, había una motivación religiosa para emprender la persecución. Tertuliano hace referencia al testimonio de Suetonio y habla del Institutum Neronianum75 que aplicaba la respuesta negativa del senado; Tácito en Los anales define el cristianismo como superstición76. El hecho de hablarse de una superstición da a entender que el cristianismo era entendido como algo sobrenatural, por lo que la persecución se hacía por motivos que hacen referencia a su esencia. Es importante tener presente que esta persecución se limitó a la capital y duró hasta su muerte; no obstante ello, dejó huella y de ahí en adelante el nombre de cristiano fue concebido como algo criminal y digno de muerte77. Nerón no era el único a quien los cristianos le eran antipáticos; el senado y la opinión pública tenían la misma idea porque en el ambiente existía la idea que los cristianos era incestuosos, inmorales, enemigos de la humanidad y mentirosos. No se puede ocultar que en el afianzamiento de esta idea los judíos no estaban exentos de toda culpabilidad, pero esto no permite que se hable de los pérfidos judíos, porque ellos veían en el cristianismo una fuerza diabólica que había dividido su religión de pueblo escogido de Dios; Clemente Romano habla del martirio de Pedro y Pablo debido a una inicua oposición de los judíos. La persecución contra los cristianos se hizo alucinante con motivo del incendio de Roma (64). No toda la ciudad fue destruida, sino un barrio popular para poderlo restaurar; como el pueblo reaccionó, el emperador buscó un “chivo expiatorio” y ninguno más a propósito que los cristianos contra quienes existía odio popular; hubo arrestos y ejecuciones en masa, a través de métodos propios de los refinados gustos romanos: teas humanas, espectáculos circenses, descuartizamientos que se presentaban cuando los cristianos eran revestidos con pieles de animales y arrojados a perros rabiosos. Es probable que en la persecución, Nerón hiciera “entrar en vigencia un procedimiento jurídico común, a saber, que ante una perturbación del orden normal, el prefecto de la ciudad tenía el derecho de actuar por procedimiento de urgencia... No se puede, por lo tanto, hablar de una ley especial, sino más bien de un procedimiento propio previsto en la legislación romana. Se entiende así por qué las persecuciones son esporádicas”78. 45 La dinastía Flavia Con Vespaciano y Tito (69-81) vinieron años de paz ya que los emperadores conocían la no hostilidad de los cristianos en Palestina durante la guerra contra los judíos y se sabía de la presencia de cristianos en la familia imperial, la de Flavio Sabino. Domiciano (81-96). Hijo de Vespaciano, llegó al poder y encontró que un primo suyo, Flavio José, hijo de Flavio Sabino, era cristiano; este emperador comenzó a dar normas fiscales contra los hebreos y cuando confundió hebreos y cristianos comenzó la persecución contra éstos; en este contexto murió Flavio José, quien había sido elegido cónsul, después de haber sido juzgado por una cierta sospecha. Domitila, mujer de Tito Flavio Clemente, fue exiliada durante su reinado. Tácito en su historia, Suetonio y Dion Casio hablan de esta persecución; en la Historia romana se habla de dos motivaciones por las cuales se presentó: ateísmo y extrañas costumbres; habla de la muerte de Domitila, Acilio y Flavio Clemente. En relación a Flavio Clemente, Suetonio habla de una tenue sospecha y Clemente Romano de unas desventuras inesperadas. Parece que este emperador persiguió a los cristianos porque los juzgaba como ateos ya que rechazaban la adoración al emperador y las divinidades romanas. La dinastía Antonina Durante esta dinastía, dada la ofensiva contra el cristianismo, se presentó una respuesta con dos direcciones: la antirracional y la racional que llevó al antijudaísmo y el gnosticismo cristiano; ambas corrientes se encuentran en los apócrifos. Nerva (Marco Cocceio Nerva, 96-98). Según testimonio de Dion Casio prohibió las acusaciones contra los cristianos, pero su actitud fue criticada por el cónsul Frontón y la opinión pública; esto da a entender que el emperador había dado una norma que no estaba en concordancia con el pueblo. Con este emperador comenzó la época de los emperadores adoptivos que llegó hasta Marco Aurelio; se le dio ese nombre porque cada emperador elegía su sucesor teniendo en cuenta, no el parentesco, sino las cualidades morales, políticas y militares. Trajano (Marco Ulpiano Trajano, 98-117). Fue un guerrero que terminó siendo emperador. Había sido compañero de Acilio en el consulado y conocía la prohibición de Nerva. Su actuación en relación a los cristianos parte de una consulta que el gobernador de Bitinia, Plinio el Joven, le hizo al emperador sobre las acusaciones contra los cristianos; Plinio sabía que no era lícito ser cristiano, pero no sabía qué había que hacer porque no conocía el proceso79. Trajano respondió con habilidad política, eludió las cuestiones singulares y estableció que los cristianos deben ser castigados cuando sostienen que lo son (el problema del nombre), aceptar la posición de aquellos que demostraban no serlo (los apóstatas), prohibir las acusaciones anónimas y no investigar a los cristianos si éstos no eran acusados. Tertuliano dice que esta sentencia es confusa80; el término necesidad alude a que Trajano no podía impedir las acusaciones, ni 46 consideraba la Iglesia como un colegio ilícito, sino como una superstición ilícita. Trajano era enemigo de las asociaciones, lo cual podría ser otro punto de referencia para entender la persecución; de todas maneras en la respuesta de Trajano queda claro que él no consideraba a los cristianos como un peligro para el imperio, que la Iglesia era conocida pero no explícitamente condenada en cuanto que no se entendía como una corporación. Por ello se puede concluir diciendo que “Trajano no tuvo a los cristianos por políticamente peligrosos y prescribió un proceso regular; pero asentó un precedente peligroso: la mera confesión de fe podía ser punible con la muerte”81. Plinio el Joven ofrece en sus cartas 96 y 97 un testimonio de la vida interna de la Iglesia. Plinio dice que con base en un interrogatorio hecho a dos diaconisas los cristianos se reunían un día establecido antes del alba para alabar en coros a Cristo y comprometerse a través del sacramento a no robar, no matar, no cometer adulterio, no fallar a la fe. Cuando Plinio habla de un sacramento habla de una alianza sellada con un sacrificio, porque ese era el sentido que tenía para los romanos la palabra sacramentum; en este sentido el sacramento se convertía en un compromiso de vida. En relación a este testimonio existen dos perspectivas la cristiana y la romana. Los autores cristianos equiparan el sacramento con la Eucaristía: Justino parece que no la entiende bien, Tertuliano sostiene que Plinio habla de la celebración de la Eucaristía, Eusebio entiende este testimonio como algo referido a una liturgia celebrada sin estar contra la ley82. Los autores romanos: Livio, Floro, etc., entienden el sacramento como el juramento que funda una alianza mediante un sacrificio; según esto, Plinio estaría haciendo una lectura romana de la Eucaristía, al tiempo que daba la razón de ser de las persecuciones. Adriano (Publio Elio Adriano, 117-138). Los principales testimonios se encuentran en Justino y Eusebio, que hacen referencia a un rescripto que el emperador envió al procónsul de Asia, Minucio Fundano, respondiendo a una petición hecha por su predecesor Licinio; en este rescripto se confirma: no buscar ni investigar a los cristianos, la condena a los acusadores que no sean capaces de probar las acusaciones y pide que sea probado que los cristianos hayan actuado contra la ley. Este último aspecto fue interpretado de dos formas diferentes: para los jueces no cristianos sólo bastaría el nombre de cristiano, para los apologistas cristianos no bastaría el nombre. El problema en relación a este rescripto consiste en que era entendido de acuerdo al sentimiento de los gobernadores porque era equívoco ya que no tiene una orientación jurídica lógica. De todas maneras parece que con Adriano se confirmó el decreto de Trajano pero con mayor libertad y equivocación, por lo cual durante su reinado se presentaron persecuciones locales; uno de los mártires de este período fue el papa Telésforo (125136). Antonio Pío (Tito Aurelio Antonio, 138-162). Confirma formalmente el rescripto de Adriano según el testimonio que Eusebio83 hace citando a Melitón de Sardes; los jueces solían interpretar el rescripto de Adriano de una forma restrictiva y el emperador no era muy amigo de las cosas novedosas, incluso envió un rescripto (h. 141) contra matemáticos y prestidigitadores. Bajo el mandato de este emperador fue martirizado 47 Policarpo de Esmirna. Marco Aurelio (Marco Aurelio Antonio, 162-180). Un caso paradosal por la novedad del decreto: los cristianos debían ser buscados. Testimonian este decreto algunas cartas de las Iglesias de Lyon y Viena, Celso en el Discurso verdadero, Orígenes en Contra Celsum y Atenágoras de Atenas en Embajada para los cristianos (h. 176). El significado jurídico se puede entender desde cuatro aspectos: es una medida imperial válida para el imperio; no implica un cambio formal en la legislación anticristiana porque incluso bajo los Severos permanece la no búsqueda de los cristianos y la ilicitud del cristianismo como religión; las fuentes jurídicas imperiales hablan del cambio operado al mencionar la obligación de los delegados imperiales en lo referente a la búsqueda de los cristianos que eran vistos como personas fuera de la ley; y la búsqueda de los cristianos por el hecho de ser sacrílegos, es decir, por violar o por saquear los templos y las cosas sagradas y presentarse como un grupo contra el imperio. Marco Aurelio consideraba que los cristianos practicaban una religión ilícita con lo que sigue en la línea general de los emperadores romanos, pero pide la colaboración de ellos en relación al Estado; además, el emperador sólo encontraba en el cristianismo un espíritu de contradicción y locuras de visionarios84. Entre los mártires de este período está Justino. Frente a las acusaciones son importantes las ocasiones que los cristianos dieron para ser juzgados como sacrílegos. Es claro que no era una simple profesión de fe cristiana sino por una manifestación pública de la fe. Aquí comienzan los problemas porque se pretende hacer responsables del decreto de Marco Aurelio a los montanistas, quienes en su radicalismo motivaban la destrucción de templos e imágenes no cristianos; además, manifestaban un espíritu antirromano y antiestatal, refutaban el servicio militar e incitaban a los cristianos para que se denunciaran; se caracterizaban por su ascetismo, su devoción y espíritu profético por lo que Celso no los menciona como herejes, en cambio los apologistas sí, haciendo claridad sobre las diferencias entre cristianismo y montanismo, sosteniendo que la lealtad de los cristianos era uno de los mayores elementos apologéticos con los cuales se podía contar; también sostenían el inminente fin de los tiempos por lo que predicaban el rigorismo moral que prohibía las segundas nupcias; este movimiento se extendió por el apoyo de dos mujeres, fieles discípulas de Montano: Priscila y Maximilia; el aspecto más delicado es la apasionada defensa que en una carta dirigida al Papa hacen de este movimiento los mártires de Lyon. Cómodo (180-192). Hijo de Marco Aurelio, durante su mandato los cristianos vivieron en paz por el influjo que sobre el emperador ejercía su concubina Marcia, ferviente cristiana quien era la que prácticamente mandaba. Un caso claro de la influencia de Marcia es la liberación del papa Víctor I (189-199) y de Calixto. Con este emperador se presenta la tolerancia ya que se vive en paz pero permanece el principio de la ilicitud del cristianismo. La dinastía de los Severos Durante la época de los Severos (hasta el 235) se vivió un período de tolerancia, de 48 “buena y larga paz” como decía Tertuliano. En general los Severos fueron emperadores particulares por dos razones: de una parte el influjo de las mujeres, principalmente siríacas, y de otra parte el sincretismo vivido por ellos. Esta actitud le permitió a la Iglesia la propiedad de los lugares de culto y reunión. La tolerancia no es una paz completa ya que el principio jurídico de ilicitud permanece, pero gracias a ella, aumentaron las conversiones, se organizó la jerarquía, más o menos como hoy se conoce, se realizaron varios concilios regionales, el obispo de Roma adquirió prestigio, fueron reconocidas algunas asociaciones con lo cual se daba la posibilidad de poseer edificios, lugares de culto y reunión, cementerios y administración de dinero; fue un período en el cual el aspecto material de la Iglesia tuvo importantes progresos. En el ámbito espiritual se despertó la actividad literaria latina por la romanización y latinización del imperio; aprovechando el genio romano: constructivo, sólido, jurídico, se presentaron apologías jurídicas como la obra de Tertuliano, quien a la luz del derecho hablaba de la justicia e igualdad a las que tenían derecho los cristianos85. Debido a la tolerancia existente se entiende la razón por la cual Tertuliano dedicó su apología a los gobernadores romanos y no al emperador. Durante el gobierno de Séptimo Severo (193-211), con quien comienza la militarización del imperio con el consecuente centralismo, si bien no hubo una persecución general, sí hubo persecuciones particulares como el caso de la persecución en Egipto y la prohibición del proselitismo, tanto judío como cristiano, en Palestina. Durante el reinado de Caracalla (211-217) se encuentra un elemento de tolerancia en cuanto que un delegado árabe escribió al prefecto de Egipto y al obispo de Alejandría pidiendo que Orígenes pudiera ir a Arabia, siendo profesor en la escuela catequética de Alejandría. La Historia augusta de Elio Esparciano, en la vida de Alejandro Severo (222-235), sucesor de Macrino y Heliogábalo, habla de la persecución contra los catecúmenos; este dato da a entender la importancia del catecumenado no sólo por la estructura catequética que existía, sino también porque eran numerosos los personajes de la vida pública que estaban realizando su camino de conversión hacia el cristianismo; el texto habla de “prosélitos”. También se dio otro hecho, en esta oportunidad de simpatía hacia los cristianos; en la Historia augusta el autor dice que el emperador intervino en un pleito entre la asociación que reunía a los cocineros o taberneros de Roma y la Iglesia de Roma a raíz de un terreno que ambas partes querían poseer; según el testimonio el emperador sentenció a favor de la Iglesia. La anarquía militar Entre el 235 y el 284 se dio un período particular porque cada legión o un grupo de legiones aclamaban como autoridad suprema a su respectivo jefe con lo que la unidad imperial se vio seriamente afectada. Mientras que el caos reinaba en lo político, los cristianos continuaron su proceso de evangelización a tal punto que algunos de los más importantes puestos estatales llegaron a manos de los cristianos, incluso se habla del 49 emperador cristiano Felipe el Árabe (244-249) de origen bárbaro; esta posición condujo a que los amigos de la tradición comenzaran a hablar contra los cristianos hasta que se llegó a la persecución efectiva por parte de la autoridad estatal. No obstante ello, al comienzo de la anarquía se presentó una breve persecución con Maximino Tracio (235238), el primer bárbaro en el trono de los Césares86; sus sucesores entre el 238 y el 244 fueron Giordano I, Giordano II, Pupieno, Balbino y Giordano III, procedentes de la aristocracia senatorial y la nobleza latifundista, quienes fueron asesinados sistemáticamente por las legiones. El punto de partida es la crisis vivida por el imperio romano durante estos años en lo económico, militar, social y religioso; en el campo religioso se dio la invasión de los cultos mistéricos orientales que ofrecían la tranquilidad del alma al asegurar la salvación después de la muerte y el auge de la magia; la Iglesia tuvo en esta época una particular cita con la historia al ofrecer sus valores espirituales a una sociedad en crisis sin caer en la actitud mágica de obligar a la divinidad a hacer eficaces las peticiones del hombre. Durante este período se presentaron dos persecuciones generales; hasta este momento las persecuciones eran particulares, es decir, en una determinada zona del imperio, en este momento fueron generales por disposición expresa de los emperadores Decio y Valeriano y se debieron a un intento de sincretismo religioso propuesto por los militares, un sincretismo de cuartel. Decio (249-251). Se hacía llamar restitutor sacrorum e impuso la obligación de sacrificar a los dioses; para asegurar el cumplimiento de esta norma estableció el libelo que era una especie de certificado expedido por la autoridad competente. Esta norma se estableció porque el gobierno veía como un peligro real la posible cristianización del imperio debido al difundido y preocupante proselitismo que venía desde antes; además, el imperio fue azotado por una peste, frente a la cual el gobierno propuso una súplica general a los dioses estatales a través de un acto de culto. Algunos cristianos no aceptaron esta norma y por eso fueron perseguidos y asesinados; otros cristianos fueron a sacrificar a los dioses, solos o en compañía de sus hijos; otros no fueron a sacrificar pero a través del soborno y la corrupción obtuvieron el libelo. Con Gayo (251-253) no hubo mayores dificultades, salvo los sacrificios expiatorios que había que hacer en honor a Apolo para protegerse de la peste. Cuando terminó la persecución aparecieron los problemas para la Iglesia ya que había que tomar una determinación en relación a los cristianos que tenían el libelo. Cipriano, respondiendo a una carta enviada por los romanos, dice que deben ser admitidos pero después de una penitencia que esté de acuerdo con su culpa. Para él, esta persecución fue una prueba que Dios mandó para superar el relajamiento que se estaba presentando toda vez que varios clérigos y laicos se habían dado a la vida mundana, convirtiéndose en cristianos tibios. Valeriano (253-260). Fue el primer emperador que jurídicamente persiguió la Iglesia en cuanto que a través de un decreto condenó a obispos, presbíteros, diáconos y laicos que desempeñaban algunos puestos; además prohibió sus reuniones y confiscó sus bienes y lugares de culto y reunión; en otras palabras, quiso golpear la organización de las comunidades cristianas. Este emperador fue vencido en Edesa y hecho prisionero hasta 50 su muerte, siendo la primera vez que sucedía algo parecido con un emperador. Galieno (260-268). Hijo de Valeriano, dio un decreto en el cual abolió la legislación persecutoria que había dado su padre; este decreto se conoce a través de un rescripto que Galieno le envió a Dionisio, obispo de Alejandría (h. 262); en ese rescripto el emperador dice que se le debe restituir todo a los cristianos y desea que todos los obispos lo tuvieran. En el decreto se captan dos reconocimientos: el de la personería jurídica de la Iglesia que es representada por los obispos frente al estado y el de la Iglesia como una institución lícita. Aureliano (270-275). Sucesor de Aureolo y Claudio II el Gótico, se encuentra en la línea de Galieno, aunque haya impuesto la religión más popular entre los militares, la de Mitra y el culto al sol invicto; en un arbitraje hecho para resolver un problema entre los obispos de Asia y Pablo de Samosata a raíz de una propiedad en Antioquía, hace una relación en referencia a la comunión eclesial en cuanto que el emperador para tomar una determinación preguntó cual de las partes era la que estaba en comunión con Roma; es un testimonio no cristiano a favor del sentido e importancia de la comunión y unidad eclesial. “El emperador más empeñado en resolver la crisis unificando el sincretismo religioso y el militarismo político en el culto al sol invicto, fue también el primero en intervenir en los asuntos internos de la Iglesia, prescribiendo su unidad en torno a la sede romana”87. Después de él, suben al trono Tácito, Probo, Caro, Cariano, Numeriano y Diocleciano. Si bien había estado de persecución, se puede pensar que la tolerancia continuó entre el 260 y el 300, es decir, entre el edicto de Galieno y la persecución de Diocleciano88; esto es confirmado por la exención del culto a los dioses concedida a los funcionarios y magistrados cristianos, el martirio de Maximiliano (h. 295) no por el hecho de ser cristiano sino por negarse a prestar servicio militar, y el acercamiento del imperio al culto a un dios supremo, del cual las demás divinidades serían manifestaciones menores. En este sentido el culto al sol sería el símbolo de esta política religiosa; aquí se encuentra un elemento de conexión con el culto cristiano que reconocía a Cristo el “Sol de justicia” y que los no cristianos creían que los cristianos cuando celebraban la Eucaristía en el dies solis estaban adorando el sol. 3.1.2 Los mártires, respuesta cristiana a las persecuciones89 Las actas y el sentido cristiano del martirio La palabra mártir que procede del griego martnr y sus derivados, que se puede traducir por testigo, testimonio o dar testimonio; tiene un sentido que reviste especial importancia cuando se trata de un testimonio dado ante los tribunales a favor de la verdad. Desde el punto de vista cristiano, se utiliza para designar a la persona que da testimonio de Cristo o confiesa su nombre ante los hombres; por esta razón, a partir del siglo II el vocablo “mártir” comenzó a designar en el lenguaje cristiano a la persona creyente que sufre y muere por la fe. 51 Cuando la Iglesia vivió la época de las persecuciones (siglos I-IV; también era llamada Iglesia de las catacumbas90) e incluso después de esa época, porque la persecución por el nombre de Cristo ha perturbado todas las épocas de la vida de la Iglesia, el concepto de mártir comenzó a evolucionar, se fue espiritualizando para estar a la altura de la realidad social del momento; debido a esto se puede hablar de tres tipos de martirio: consumado o derramamiento de sangre, incoativo o designado que implica confesar la fe ante un tribunal e incruento o espiritualización del martirio que concebía la práctica de los preceptos y los consejos del Señor como un testimonio dando la vida a través de una serie de renuncias. En cualquiera de esos tipos de martirio, siempre hubo claridad sobre el hecho de proponerlo como uno de los modos a través del cual los cristianos pueden alcanzar la perfección de la vida cristiana. Debido a esto el testimonio de los mártires despertó en el mundo no cristiano una doble reacción: o desprecio e indiferencia o abierta admiración que podía llevar a la conversión. Por ello es importante hablar de la actitud frente al martirio, porque no toda muerte violenta, así sea la de un cristiano que está defendiendo su fe, es un martirio; además, existe un martirio que es el padecido por la fe en Cristo y hay otro que se sufre por la conservación de una virtud. En el transcurso de la historia de la Iglesia, la actitud de los cristianos frente al martirio, ha sido por lo general, unánime y se tienen algunos elementos claves: la alta estima, el concebirlo como una gracia, el entenderlo como una fuerza apologética y el respeto hacia los confesores y la veneración hacia los que dieron su vida. En el contexto de la actitud de los cristianos frente al martirio, se ubica el juicio de la autoridad competente y, a la luz de este juicio, se puede decir que el mártir es aquel que ha sufrido la muerte corporal, infligida por el tirano por odio contra la fe y las virtudes cristianas, con el fin de dar pleno testimonio de Cristo. Algunos cristianos dieron su vida con este sentido y en la antigüedad en las tumbas de estos cristianos era normal encontrar dibujada una palma, que parece ser era la versión cristiana de las coronas de laureles que ceñían las frentes de los grandes personajes; es muy probable que esto diera a entender que los cristianos comprendieran el martirio como un triunfo definitivo. Por más de un siglo, los cristianos se limitaron a adornar la sepultura de quien con su vida había testimoniado su fe y, con el paso del tiempo, comenzaron a considerar el día de la muerte como el día de su nacimiento, el día en el cual se había nacido para la gloria de Cristo. El primer testimonio al respecto es el Martirio de Policarpo; en este testimonio aparece una clara distinción entre el culto a Cristo y el culto a los mártires, el primero es de adoración y el otro es de veneración; esto da a entender que el culto a los mártires aparece desde los primeros siglos como la sublimación del culto tributado a los muertos, como el medio más inmediato para entrar en comunión con ellos, y por ello iban hasta sus tumbas para recordarlos con celebraciones en su honor e invocar su protección. La Iglesia siempre ha venerado a los mártires91; con esto expresa una verdad histórica pacíficamente admitida por todos dando a entender que el mártir es el exponente más eminente y auténtico del cristianismo. No obstante las disposiciones internas en el 52 momento de la muerte por Cristo, también son importantes: el juicio de la autoridad competente y saber que se da la vida con un sentido de caridad porque martyres non facit poena, sed causa92; se puede decir que las disposiciones internas para el martirio se sintetizan en la imitación de las actitudes espirituales y los sentimientos de Cristo. De ahí se deduce que todos los cristianos pueden ser mártires, si no es con el sacrificio de sus vidas, al menos sí con el ejercicio de las virtudes. En la Iglesia primitiva existía una veneración profunda hacia los cristianos que morían por Cristo; según la tradición se celebraba sobre la tumba el aniversario de su testimonio. Esto dio origen a las listas de mártires de donde surgieron los martirologios y los menologios que fueron engalanados y complementados con las actas de los mártires, en las que se pretendía mostrar la doctrina del testigo. Son reunidas en cuatro grupos: Auténticas: son actas oficiales realizadas por los estenógrafos del imperio quienes transcribían casi fidedignamente el relato de la condenación y muerte; su esquema es muy sencillo: exordio inicial, relato del juicio y fórmula final. Las copias de estas actas eran conseguidas a precios muy elevados. Compuestas: son actas realizadas por testigos oculares o por sus oyentes; su valor histórico es grande, su veracidad es profunda, pero la forma como se narra deja mucho que desear; estas actas son llamadas passiones o martyria. Recompuestas: son actas en las cuales se presenta una triple mezcla: un fragmento histórico, el testimonio tradicional de algunos y unos espectaculares adornos. Su validez histórica es poca, pero esto no da pie para rechazarlas por el sólo hecho de tener tan especial presentación. Expúreas: son actas que poco o nada tienen de histórico salvo el personaje del cual hablan; por esta razón no es raro que algún historiador las llame “cuentos piadosos”. Toda la problemática sobre las actas de los mártires conduce a afirmar que aunque las narraciones dejen mucho que desear de la historicidad de los relatos, el personaje del cual hablan es histórico, es decir, vivió en una situación y un contexto determinado. El culto a los mártires Se mencionó que el culto a los mártires aparece desde los primeros siglos como la sublimación del culto tributado a los muertos, como el medio más inmediato para entrar en comunión con ellos, yendo hasta sus tumbas para recordarlos con algunas celebraciones rituales en su honor e invocar su protección, porque “a los mártires les tributamos con toda justicia el homenaje de nuestro afecto como a discípulos e imitadores del Señor, por el amor insuperable que mostraron a su rey y maestro”93. En los primeros siglos, el culto a los muertos y el culto a los mártires conservaron algunas prácticas comunes y hasta semejantes, por eso Agustín intervino para que los fieles no confundieran los difuntos con los mártires ya reconocidos por la Iglesia dando a entender que por los mártires no se ora, sino que se pide la protección de ellos94. Al margen de esta precisión de Agustín, la veneración a los mártires se manifestó desde los 53 inicios de la Iglesia y estaba a la par con la preocupación de los cristianos por la sepultura de los muertos, tal como sucedió con Esteban. Cuando los cristianos no se podían reunir sobre la tumba, se reunían en otra parte y allí celebraban el banquete. Aquí se encierra una doble realidad: por un lado el banquete que se celebraba, el refrigerio, y, por otro lado, la actividad de varios cristianos, entre ellos el papa Fabián (236-250), que construían en algunas tumbas un lugar de reunión; en el contexto de esta actividad se ubica el decreto de Valeriano contra los cristianos, que les prohibía reunirse en asambleas y entrar en los cementerios. Algunos estudiosos han visto en este decreto la razón por la cual los cuerpos de los apóstoles Pedro y Pablo fueron traslados a un lugar más seguro: “en las catacumbas”. Uno de los aspectos más interesantes del culto a los mártires, está constituido por los grafitos que se encuentran sobre sus tumbas, los cuales se convierten en una demostración exterior de un sentimiento interior porque los cristianos se sentían con el deber de honrar a los héroes de su fe. Este sentido deber fue local hasta la paz de Constantino, de ahí en adelante el culto se fue universalizando y junto a las listas de mártires aparecieron algunas edificaciones sobre las tumbas de los mártires o cerca de ellas. A medida que se fueron multiplicando las construcciones en torno a las tumbas de los mártires o en honor a ellos, aparecieron dos manifestaciones de la fe cristiana en relación al culto, a los mártires: el deseo de ser sepultados junto a los sepulcros de los mártires y el traslado y la difusión de las reliquias. En relación a las reliquias, las comunidades cristianas comenzaron a intercambiar las celebraciones de los aniversarios de los mártires y así las tumbas de los mártires se convirtieron en lugares de peregrinación hasta el punto de hacerle competencia a las peregrinaciones a Tierra Santa95. En torno a la distinción agustiniana sobre el culto a los mártires y la oración por los fieles difuntos, se puede decir que ambos conceptos de relacionan en el sentido que la invocación o culto a los mártires se apoya en la intercesión, que es, justamente, el sentido de la oración por los difuntos; se puede decir, entonces, que la doctrina de la intercesión de los santos no puede ser admitida si primero no se tiene claridad sobre el sentido de la invocación. Con estas connotaciones, el culto a los mártires se fue convirtiendo en una celebración popular, en una solemnidad religiosa, dada la alegría de los cristianos por el poder de intercesión que tienen los mártires. En la medida en que el culto a los mártires se fue ampliando, la literatura hagiográfica comenzó a desempeñar un importante papel, en especial con los libelli miraculorum96 o narración de milagros que sucedían en las tumbas de los mártires o por su intercesión. 3.2 La estructuración doctrinal en el contexto de varias cosmovisiones Entre el 30 y el 313 la Iglesia era un elemento extraño para el mundo no cristiano, por ello interesa conocer la vida interna de la comunidad eclesial, que se manifiesta a través de los escritos. Una vez murieron los apóstoles comenzó un nuevo período en la vida de la Iglesia caracterizado por tres factores: persecuciones, corrientes heterodoxas y 54 organización de la Iglesia; el centro de gravedad de la evolución durante la época posapostólica se halla en la vida interna de la Iglesia donde se fue dando el avance teológico y la piedad sacramental. Por ello se puede hablar de una autocomprensión eclesial. Mientras que la Iglesia se expandía, comenzaron a aparecer los escritos, unos inspirados y otros apócrifos. Cuando se presentó la separación del judaísmo, la Iglesia buscó su propia identidad orgánica y cultual al tiempo que clarificaba las exigencias de la fe y el mensaje evangélico; fue la época de los padres apostólicos. Después del período subapostólico aparece la necesidad de precisar y profundizar los contenidos de la fe, algunas veces a través de la defensa del patrimonio contra las herejías que estaban surgiendo al interior de la comunidad; aquí floreció la exégesis como defensa y doctrina elaborada. La elevada presentación de la doctrina no fue obstáculo para que fuera enseñada a los catecúmenos con un lenguaje sencillo. Al tiempo que la vida interna progresaba, la relación con el mundo externo también; frente a la actitud, casi general, asumida por el mundo no cristiano, se desarrolló la apologética, que era una defensa del cristianismo y un medio de evangelización dirigido a los judíos, las autoridades, la opinión pública y los intelectuales. Frente a los judíos se quiso demostrar que el Antiguo Testamento es incompleto; frente al Estado se presenta la lealtad de los cristianos para con él y el problema jurídico y económico de las persecuciones; frente a la opinión pública, que los acusaba de inmorales, fue presentada la santidad de costumbres; frente a los filósofos aparece la filosofía cristiana ya que los contenidos de la fe fueron presentados a través de fórmulas filosóficas, con lo cual se llegó al encuentro y, en ocasiones, choque de varias cosmovisiones. 3.2.1 La formación de la constitución eclesiástica La mayoría de los datos se encuentra en las obras de escritores llamados padres apostólicos entre quienes se citan: Clemente Romano, Ignacio de Antioquía y Policarpo de Esmirna, entre otros; también están los escritos de autores anónimos: Doctrina de los Apóstoles, Carta de Bernabé, Pastor de Hermas. En estos escritos se encuentran, por temas, las cuestiones teológicas de aquel entonces, estudiadas con lujo de detalles por la patrística y la patrología97 cuando se analiza la literatura de la edad posapostólica y el período preniceno; además, es la época en que los cristianos crearon lugares tanto para los vivos (domus ecclesiae) como para los muertos (cementerios cristianos y catacumbas). Al hablar de la formación de la constitución eclesiástica se analizan algunos aspectos fundamentales: las Iglesias particulares y sus ministros, el episcopado monárquico, la Iglesia universal, la posición de la Iglesia romana y la vida cotidiana de los cristianos, pero antes conviene saber que las comunidades cristianas respondían a tres aspiraciones muy sentidas: el carácter voluntario, la base doméstica y la aspiración de una fraternidad universal. Siguiendo la tradición paulina, en las Iglesias locales está el primero y más importante 55 de los pasos del desarrollo evolutivo de la Iglesia, ya que en cada ciudad existía un grupo de hermanos en la fe que se reunían para la celebración eucarística, centro de la vida de la comunidad; al frente de cada comunidad se encontraba un ministro que presidía la celebración (obispos y presbíteros); junto a él, había otros hermanos que a través del servicio (diáconos) ayudaban a una mejor vivencia del bautismo en la unidad comunitaria, que se veía amenazada por el cisma y la herejía, debido a los caprichos de algunos de los miembros. Junto a ellos (obispos, presbíteros, diáconos) estaban los carismáticos que desempeñaban un peculiar ministerio dentro de la Iglesia. Esto da a entender que junto a los apóstoles, profetas, doctores y carismáticos, aparecieron obispos, presbíteros y diáconos sobre quienes había una consagración especial con imposición de manos y oración. Hacia la mitad del siglo II se encuentra en los escritos posapostólicos un orden jerárquico semejante al actual: obispos, presbíteros, diáconos, con lo que surge el episcopado monárquico98 que se impuso en el ámbito de propagación del cristianismo. Originalmente obispo y presbítero (anciano y vigilante) se usaban como conceptos equivalentes, pero con el tiempo el concepto de obispo fue reservado para los líderes (las cabezas) de las comunidades desde una perspectiva monárquica. Parece que éste es el origen de la teología del ministerio eclesiástico, cuya fuente de autoridad se remonta a Dios en su misterio trinitario y al mandato del Señor a los apóstoles para que instituyeran a otros que los sucedieran, siguiendo, eso sí, la moción del Espíritu Santo. Estos ministros dirigen la liturgia eucarística, presiden los ágapes, predican la verdadera doctrina, responden por la autenticidad de los evangelios y son los guardianes de las tradiciones apostólicas. Es interesante saber que la elección del clero, en los primeros siglos de la experiencia cristiana, estaba reservada a la comunidad y los obispos de las respectivas provincias decidían sobre la regularidad de la elección y los consagraban; esto era así para cumplir con los tres pasos esenciales: sufragio, consenso y consagración. Los demás miembros eran nominados por el obispo luego de consultarle a la comunidad. Las comunidades con sus ministros se sentían ligadas entre sí y se unieron progresivamente para formar un organismo único, la Iglesia universal, que tiene su principio sobrenatural vital en Cristo y una regla de fe única que se aprenden los creyentes como símbolo bautismal; de esta tendencia se llega a la unidad de la Iglesia bajo la guía suprema del obispo de Roma, aplicando los textos de Efesios 4, 5, Mateo 16, 18 y Juan 21, 15. Según ello el primado de la Iglesia de Roma se desarrolló de acuerdo a las necesidades ya que a la luz del “consenso común”, estar en comunión con Roma equivalía a estar en comunión con toda la Iglesia, porque esa ciudad era considerada centro y fuente del movimiento ortodoxo dentro de la Iglesia, convirtiéndose en centro vivo de la unidad de la Iglesia. Al respecto conviene recordar que la herejía, cuyos padres son Simón el Mago y Menandro, es una desviación de la doctrina cristiana y el cisma es la separación de la comunidad de la Iglesia determinada por controversias referidas a su constitución. En este ambiente de catolicidad y unicidad surge la tradición eclesiástica, se dan los primeros pasos del magisterio eclesiástico y del primado de Roma ya que esta 56 Iglesia particular aparece con una pretensión que va más allá de la conciencia de fraterna solidaridad. En cuanto a los lugares de reunión, algunas casas que fueron compradas o donadas, terminaron siendo acondicionadas para habitaciones de los presbíteros, convirtiéndose en centros de actividad pastoral que fueron llamados “Iglesias titulares”, teniendo presente que “título” hacía referencia a la placa que indicaba el nombre del propietario de las casas que luego se cambió por el de un mártir o un santo. A partir del siglo III surgieron los templos en los campos, que de alguna manera estaban relacionados con los de la ciudad; las personas que estaban al frente eran llamados “obispos del campo” o corepíscopos, quizá por esto los obispos que estaban al frente de la comunidad en las capitales provinciales comenzaron a ser llamados “metropolitanos” a partir del siglo IV. El tema de la formación de la constitución eclesiástica tiene sus prolongaciones; una de ellas es la vida cotidiana que los cristianos llevaban en las pequeñas comunidades que a manera de granos de levadura iban fermentando la masa, siguiendo las pautas que la jerarquía daba para una mejor organización. Cada comunidad tenía una estructura propia donde existía una jerarquía y una serie de cristianos comprometidos entre quienes se citan: carismáticos, confesores, viudas, vírgenes y ascetas, y cristianos. La vida del cristiano estaba enmarcada en un proceso teológico del que se han dado muchas interpretaciones ya que la iniciación cristiana se presentaba después del catecumenado; una vez recibido el bautismo el cristiano se comprometía a vivir la Eucaristía, principal acto litúrgico de la Iglesia primitiva. Los que fallaban a sus compromisos bautismales eran excomulgados; ante esta realidad surgieron la penitencia pública y la cuestión de los lapsi. A ello se le suma la administración de la justicia entre los cristianos. 3.2.2 Corrientes heterodoxas Las herejías que afligieron a la Iglesia en los primeros siglos fueron causadas por el proceso de comprensión de la verdad revelada99. La riqueza del misterio revelado hace que a veces sean resaltados con desorden algunos elementos, en detrimento de otros que también son importantes; tal es el caso del encratismo, el montanismo, el monarquianismo, el maniqueísmo, etc. Otras veces se quiere expresar con categorías mentales inadecuadas las realidades sobrenaturales; tal es el caso del gnosticismo. Las herejías dan a entender dos cosas: las exigencias cristianas y las tendencias culturales y espirituales de aquel entonces, situaciones propias de una época de angustia, no en vano la herejía es “la polarización vehemente de la mirada de un aspecto auténtico pero parcial de la revelación que, desarrollada unilateralmente, se deforma pronto y compromete el equilibrio de toda la teología”100; además, ellas hicieron progresar el sensus communis Ecclesiae que tuvo en los concilios ecuménicos su confirmación. Durante este período la mayoría de las herejías son de tipo judeocristiano y se dieron por interpretaciones doctrinales distintas que se concentraron en dos polos: la cristología y la vivencia de la ley mosaica. Sin entrar en un estudio pormenorizado, se citan: Adopcionismo. Es una forma de monarquianismo. Para Cerinto Cristo era el hijo de 57 María y José, adoptado por Dios desde su bautismo pero en el momento de la muerte lo había abandonado. Entre sus representantes se citan: Teodoto de Bizancio, “el curtidor”, quien a finales del siglo II afirmaba que Cristo era un hombre piadoso, en cuyo bautismo bajó una paloma para señalar que estaba dotado de espíritu divino; Teodoto de Bizancio, “el banquero”, afirmaba que Melquisedec había sido una potencia divina mayor que Cristo; Atemón, autor que predicó en Roma entre el 230 y el 250; Pablo de Samosata, Nestorio, Marcelo de Ancira y Fotino de Sirmio, propusieron formas más evolucionadas. Algunos adopcionistas deificaron a Jesús en el bautismo y otros en la resurrección. Los antiguos consideraron el adopcionismo como una herejía de tipo judío y la relacionaron con el ebionismo, por no reconocer el carácter divino de Jesús. Docetismo. Casi a la par con la anterior, pero negando la humanidad de Cristo. Está formada por las diferentes formas de explicar de modo dualista y espiritualista la encarnación y la pasión de Cristo, excluyendo lo que pueda parecer indigno del Hijo de Dios; más que una secta, formó una tendencia platónica que valoraba demasiado la realidad histórica. Al interior de esta herejía existen varias tendencias: los que descuidaban la verdadera humanidad de Cristo, los que admitían una “carne celeste” para no vincular el Demiurgo y el Salvador como el caso de Marción, los que imaginaban un cuerpo parecido al que habían adoptado los ángeles en sus apariciones tal como lo proponía Apeles, y los valentinianos o docetas en sentido estricto para quienes el Salvador sólo asumió lo que había que salvar pero sin tomar ninguna sustancia corporal. Esta herejía se puede entender como una tendencia a minimizar el valor salvífico de la encarnación que no ha desaparecido del todo en la teología cristiana y puede llevar a infravalorar la sexualidad y el matrimonio. Ebionismo. Algunos cristianos en su afán paupertista y judío quisieron poner la ley mosaica por encima de la cristiana; profesaron el dualismo creacionista, el adopcionismo, negaban la muerte soteriológica de Jesús y rechazaban los sacrificios que eran reemplazados por lavatorios diarios, la participación en una comida con agua y pan y la celebración del sábado y el domingo. Junto a ello, se destaca su antipaulinismo. Uno que se manifestó contra esta corriente fue Ireneo de Lyón; después vino Orígenes, quien le dio a la palabra ebión (pobre) el significado de “pobre para entender”. Elcasaitismo. A Elcasay, un personaje cuyo nombre significa “fuerza escondida”, se le debe la idea de concebir dos seres celestiales uno femenino (el Espíritu Santo) y otro masculino (Cristo) que en repetidas encarnaciones vienen al mundo. A esto se le une su amor por la ley de Moisés. Su origen se remonta a los habitantes hebreos de los límites del imperio durante la guerra entre romanos y partos al final del mandato de Trajano; durante aquellos años se escribió un libro de revelaciones sobre los hebreos que anunciaba la proximidad del juicio final y exigía la conversión. Desde el punto de vista dogmático este movimiento produjo la aparición de un segundo bautismo, avalado por un tal Alcibíades, quien llegó a Roma, según el testimonio de Calixto. Mandeísmo. Su nota característica es la iterabilidad bautismal y su devoción a Juan el Bautista. Los mandeístas son miembros de una comunidad religiosa, integrada por pequeños grupos residentes en lo que hoy es el sur de Iraq; se sintieron portadores de 58 una antigua tradición afín con los sistemas gnósticos de los primeros siglos del cristianismo. Esta tradición está contenida en diferentes libros sagrados escritos en un dialecto arameo oriental: Ginza (Tesoro), Libro de Juan o de los Reyes y Quolasta (colección de himnos y oraciones); además de estos libros hubo numerosos textos litúrgicos relativos a los principales actos cultuales, entre los cuales se destaca el masbuta o bautismo que se celebraba los domingos en agua corriente, el masiqta o rito fúnebre que le asegura al alma su retorno al mundo divino y otra serie de ritos que tienen por objeto la consagración del gremio sacerdotal, cuyos miembros son representantes de los seres celestiales para guiar a los fieles. El mandeísmo es una religión dualista basada en la oposición entre el mundo de la luz, poblado de seres divinos (uthra) sobre los que reina un padre sumo llamado Vida, Gran Vida, Padre de la Grandeza, y el mundo inferior de las tinieblas bajo el mando de un rey malo, fruto de Ruah, el espíritu (femenino) de la maldad; de este dualismo se deduce que lo importante es el conocimiento, la gnosis de la vida (manda dhaijé) y el conjunto de ritos que la comunidad exige. Su origen es puesto en una secta judía heterodoxa caracterizada por la práctica de los bautismos, que asimilando influencias gnósticas e iraníes, emigró a Mesopotamia en el siglo II. En el fondo es una gnosis hebrea oriental cristianizada. Además de las corrientes judeocristianas, se presentaron: Gnosticismo. Corriente sincretista que deseaba resolver filosóficamente el problema del mal; esto se lograría con el conocimiento perfecto de Dios y de sí mismo permitiendo que el hombre se librara de los malignos poderes mundanales para alcanzar el universo luminoso, el Pleroma de Dios Padre y Primer Principio. Sólo existen algunos testimonios contra el gnosticismo, ya que los escritos gnósticos fueron destruidos o se destruyeron porque los copistas medievales no los transcribían. El centro del gnosticismo es la cuestión del conocimiento de Jesucristo y de Dios para llegar a la comunión con Él y alcanzar la salvación; el problema está en que no todos podían salvarse debido a la división que clasificaba a los hombres en materiales, espirituales y gnósticos; además, solucionaban el problema del mal a través del dualismo, concebían la existencia de dos dioses, uno malo (el del Antiguo Testamento) y otro bueno (el de Jesús, el del Nuevo Testamento). Entre los más representativos gnósticos se citan: Basilíades y Valentín, un alejandrino que ejerció su actividad en Roma101. Esta doctrina tuvo dos corrientes bien definidas: la oriental con una cosmología y astrología muy desarrolladas y la helenística filosófica; al interior de estas dos corrientes se ubican las 30 orientaciones gnósticas que se pueden descubrir en el estudio del pensamiento heterodoxo. Marcionismo. El gnóstico Marción de Sínope en el Ponto (+ 160) quiso ver entre los testamentos una absoluta oposición, por esta razón rechazó el Antiguo Testamento y algunos libros del Nuevo que hacen referencia a aquel, con lo cual quedó con una Biblia que estaba compuesta por Lucas y las cartas de Pablo; decía que la muerte de Cristo fue ineficaz ya que no produjo la redención sino que fue un mensaje del Dios misericordioso, desconocido hasta entonces; además, el matrimonio era condenable. Su obra Antítesis es 59 el texto norma de sus discípulos. Hacia el 138, después de haber sido excomulgado por su padre que era obispo, fue a Roma donde la comunidad lo acogió y hacia el 144 lo excomulgó a causa de sus doctrinas heterodoxas; a partir de entonces construyó una Iglesia propia que duró hasta el siglo V, con todos los ritos de la Iglesia apostólica pero excluyendo el vino en la misa; además, propuso un ascetismo que excluía el matrimonio, la procreación y el vino. Aunque son posteriores al período, conviene recordar otras herejías que son bien conocidas en el ámbito de la historia de la Iglesia: Maniqueísmo. Doctrina gnóstica que sostiene la existencia de dos principios supremos opuestos perpetuamente; hoy es considerado como un movimiento religioso ajeno al cristianismo que puede ser analizado como prolongación del gnosticismo. Su iniciador fue Manes (216-276), un predicador que tuvo muchos seguidores. Esta herejía es un sincretismo de doctrinas judeocristianas e indoiraníes. El proceso de la salvación que reviste una forma complicada, se desarrolla en tres momentos: precedente, antes de la mezcla del espíritu con la materia; medio, cuando se mezclan las dos raíces; y final o reconstitución del bien y del mal subsistentes en dos zonas separadas, la del bien al norte y la del mal al sur. Cada zona está encabezada por un rey diferente: el Padre de las luces y el Príncipe de las tinieblas. Cada uno de los dos reinos está constituido por cinco elementos o árboles: los de la luz son la inteligencia, el pensamiento, la reflexión, la voluntad y el razonamiento; los de las tinieblas son el humo que ofusca, el fuego devastador, el viento destructor, el agua turbia y las tinieblas de los abismos. Montanismo. Caracterizado por un escatologicismo que exige una estricta vida moral donde ni el matrimonio tiene cabida. Tiene realce debido a la adhesión de Tertuliano. Debe su nombre a Montano, un frigio que hacia el 155 apareció diciendo que en él se manifestaba el Espíritu Santo, en este sentido se puede decir que la voz de la autoridad eclesial poco le interesaba ya que al apropiarse del Espíritu imponía su pensamiento y destruía la posibilidad de cualquier crítica que le hicieran. Fue un movimiento de restauración reaccionario e ingenuo y sin afición alguna a las cuestiones dogmáticas, ya que el objetivo era, invocando al Espíritu Santo, restaurar la Iglesia antigua sobre bases firmes. La doctrina de esta herejía se caracteriza por la glosolalia y los discursos inspirados, la exigencia de una fe incondicional y estricta observancia de las órdenes, la anarquía o negación de toda autoridad eclesiástica, la preparación para el inminente juicio final por lo que había que observar una conducta ascética muy rigurosa que prohibía el matrimonio, exigía el ayuno e impulsaba al martirio. Donatismo. Es un cisma herético de tipo eclesiológico que concebía la Iglesia como una comunidad integrada por justos, consecuencia del exclusivismo doctrinalmente polémico y capcioso de los africanos, en especial Tertuliano y Cipriano; de ahí surge una errónea teología sacramental102. Nació en la persecución de Diocleciano cuando muchos clérigos se habían doblegado a la presión estatal entregando los libros sagrados; a la par de esta situación está la elección de Ceciliano, a quien consideraban un traidor, para la sede de Cartago. Esta herejía negaba que los clérigos pecadores pudieran ejercer válidamente el 60 cargo y la administración de los sacramentos; sus miembros se consideraban como los que formaban la auténtica Iglesia que debía excluir a los pecadores; en la liturgia eran conservadores y celebraban el ágape y la Eucaristía ignorando las festividades aceptadas por la Iglesia. La herencia del donatismo, que aún se siente en la Iglesia, es el inconformismo puritano, que asocia la preocupación por la integridad cristiana con la justicia social, con lo cual es posible que la eficacia sacramental se vea condicionada por la santidad del ministro. Entre los siglos IV y V, floreció con el obispo Parmeniano, quien estuvo en la sede de Cartago por unos 30 años; fue un buen orador y escritor y entre sus obras se citan: Los nuevos salmos y Adversus ecclesiam traditorum, que estaba contra los católicos a quienes consideraba traidores que pertenecían, según el pensamiento donatista, a una secta sin trascendencia. A la muerte de Parmeniano fue elegido Primanio, quien por su autoritarismo suscitó contradicción al interior del donatismo y con ello comenzó su ruina. Los obispos donatistas y otros obispos lo rechazaron a través de algunos sínodos, éste en respuesta contraatacó y en consecuencia varios donatistas desertaron y regresaron a la Iglesia. Hacia el 380 Optato de Milevi escribió un libro en el cual condenó el donatismo. Estando así la situación, surgió Agustín de Hipona, quien a partir del 388 tuvo dos actitudes frente a ellos: primero los quiso persuadir a través del diálogo y, después, cuando éstos se hicieron más violentos, propuso la posibilidad de la represión estatal para reducirlos y hacerlos entrar en razón; esta segunda actitud, se convirtió en un arma de doble filo contra la Iglesia, como la historia lo ha demostrado. El emperador occidental, Honorio, aceptó la propuesta agustiniana y produjo algunos decretos; el primero, en el 405, que se llama de unión, les quitó posesiones y prestigio a los donatistas; el segundo, en el 412, los obligaba a aceptar como única a la Iglesia. El segundo decreto se dio a raíz de las protestas que se presentaron después del diálogo religioso de Cartago en el 411. Priscilianismo. Es un movimiento fundado por Prisciliano hacia el 370 y condenado por el sínodo de Zaragoza del 380. Este movimiento de rigidez ascética ponía en peligro la disciplina eclesiástica en torno a algunas prácticas litúrgicas y la vida moral de algunas regiones de España y el sur de Francia; este movimiento prohibía por ejemplo el ayuno por superstición, llevar la Eucaristía a la casa y que los clérigos pudieran hacerse monjes, etc. Después de un interrogatorio, Prisciliano fue declarado culpable de magia y otros delitos como la participación en negocios de lascivia y por ello fue decapitado. Posteriormente apareció el nuevo priscilianismo que sostenía una cierta doctrina trinitaria de marcada tendencia sabeliana donde Dios se manifestaba de tres maneras distintas pero que era confundido con tres personas distintas. Los sínodos de Toledo se encargaron de condenar esta doctrina. Pelagianismo. Para el monje Pelagio103, autor de Comentario breve a las trece cartas de san Pablo, Tratado ascético a Demetria y Profesión de fe para el papa Inocencio I, el hombre se puede salvar por sus propios medios, es decir, la gracia no tendría importancia para la salvación; para él, sólo asegura su salvación, el cristiano que cumpla los mandamientos y ponga en juego todas sus energías porque Dios le ha dado al hombre tal capacidad, toda vez que ha equipado la naturaleza humana con la libre voluntad y la 61 posibilidad de discernir entre el bien y el mal. En el 413 Agustín de Hipona pronunció dos sermones sobre la importancia del bautismo de los niños104. Los pelagianos le enviaron a Agustín dos escritos donde exponen su pensamiento De natura y Epistula ad demetriadem. Agustín responde escribiendo De natura et gratia. A partir del 415 la discusión se desplazó a Palestina donde se realizó el sínodo de Dióspolis y se determinó que Pelagio pertenecía a la comunión eclesiástica cristiana; en el 417 el papa Inocencio aprobó la doctrina de la gracia que se había propuesto en Cartago y en el 418 Honorio dio un edicto a través del cual desterraba a Pelagio de Roma; entonces huyó a Palestina y de allí también lo expulsaron; según parece, sus últimos días los pasó en un cenobio egipcio. A la muerte de Pelagio, Juliano de Eclana se convirtió en el jefe espiritual de los pelagianos. Se burla de lo que hace Jerónimo y critica el pensamiento de Agustín, sosteniendo que la doctrina del pecado original y la concupiscencia propuesta por Agustín era maniquea. Fue desterrado de occidente y León I lo condenó y murió después del 450. Así como el pensamiento de Pelagio y sus seguidores siguió adelante, el agustinismo teológico también continuó su marcha, hasta que la doctrina sobre la gracia alcanza su forma definitiva, sobre todo a raíz del libro de Agustín De gratia et libero arbitrio en el que prueba la necesidad de la gracia sin anular la libre voluntad del hombre. Los monjes de Adrumeto afirman que para cumplir los mandamientos sólo hay que orar y Agustín responde con la obra De correptione et gratia en la que sostiene que la gracia lleva a la salvación, por lo que a quien se le niega permanece en el pecado y por eso el cumplimiento de los mandamientos implica la presencia de la gracia. A este punto conviene recopilar un poco lo desarrollado sobre las corrientes heterodoxas durante los primeros siglos de la historia de la Iglesia; tres grupos sirven para sistematizar las herejías: judeocristianas, gnósticas y eclesiológicas; además, existieron otras herejías que por su particularidad es difícil clasificar: antinomismo, milenarismo, monarquianismo. Antinomismo. Ninguna ley era aceptada porque lo único válido era un libertinaje asombroso. Está en relación con el laxismo, tendencia contraria al encratismo y al rigorismo, aunque en ocasiones se alíe con ellos. Consiste en reducir al mínimo las exigencias éticas y los preceptos morales, dando lugar al libertinaje, la permisividad y las más diversas formas de inmoralidad. Joviano y Vigilancio, dos de sus representantes, fueron combatidos por Jerónimo. Milenarismo. Cristo vendría corporalmente a instaurar su reino por mil años, luego de esos años vendría el juicio final y posteriormente vendría el reinado de los justos y resucitados; después sería la segunda venida y el fin del mundo. Es una doctrina muy difundida en el cristianismo de los primeros siglos, según la cual antes del juicio final y el fin del mundo, tendrá lugar una primera resurrección de los justos que por espacio de mil años gozarán junto con Cristo de felicidad y abundancia, disfrutando todos los bienes en la Jerusalén celestial. Su origen se remonta a la esperanza judía del reino mesiánico, entendido como dominación política y material; con el tiempo se difundió por el mundo 62 asiático y otros ambientes, hasta el punto que en varios autores cristianos aparecen ideas milenaristas. La reacción decisiva contra el milenarismo vino de Alejandría, donde se profesaba una concepción más espiritual de la escatología cristiana. Con la difusión de la cultura alejandrina en la segunda mitad del siglo II se dio el fin del milenarismo en oriente, pero en occidente continuó y se enraizó en los ambientes influenciados por el materialismo asiático. Monarquianismo. Destruía la redención pero afirmaba la divinidad de Cristo buscando compaginar ambos misterios; negaba la Trinidad porque en Dios no hay distinción de Personas sino aspectos de una misma realidad: creación, encarnación y santificación. Tertuliano expresó este término para designar a Praxeas y los patripasianos como promotores de un solo principio en Dios. Los estudios modernos le aplican este término al adopcionismo. El problema fundamental era que los cristianos buscaban la terminología para hacer compatible su fe monoteísta con la divinidad de Cristo, Hijo de Dios; en este contexto la reflexión teológica del siglo II llevó a la elaboración de la teología del Logos, que concebía a Cristo, en cuanto Logos divino, unido al Padre y al mismo tiempo distinto de Él. En conclusión, tres grupos de herejías hicieron que la teología cristiana realizara su primer gran esfuerzo sistematizado, ya que con el correr de los años la Iglesia tuvo que tomar posición frente a esas doctrinas dando origen a los tratados teológicos de la antigüedad, sin olvidar que las herejías se ubican en el contexto del debate para determinar cuáles de los puntos de vista en conflicto conservaban mejor la comprensión apostólica y cuáles la distorsionaban. 3.2.3 Corrientes ortodoxas105 Padres apostólicos Es la época en que se despliega la actividad de la segunda generación cristiana, la que sucede a los apóstoles. Adquirieron relieve ciertas personalidades, encarnando a las principales comunidades: Ignacio de Antioquía, Arístides de Atenas, Papías de Hierápolis, en Frigia, Justino de Palestina, Policarpo de Esmirna. Otros textos anónimos arrojan luz sobre otras comunidades: la Didaché, de Siria; la Epístola de Bernabé, de Alejandría; El Pastor del presunto Hermas, de Roma. Comenzaron a ser llamados padres apostólicos a partir del siglo XVII. Ignacio, segundo sucesor de Pedro en la cátedra de Antioquía de Siria, después de Evodio, quizá desde el 69, fue conducido encadenado a Roma en la época de Trajano para ser entregado a la muerte, probablemente en el Coliseo, por ser cristiano. Con ocasión del viaje, escribió siete cartas, una de ellas a los cristianos de Roma pidiéndoles que no impidieran su martirio. Fuertemente influenciado por las categorías judeocristianas expresaba, por medio de una teología arcaica pero penetrante, realista y conmovedora, su fe en la concreción de la encarnación, la unidad de la Iglesia, a la que por primera vez se llama católica, y la belleza del testimonio cristiano llevado hasta el heroísmo y el derramamiento de la sangre. Papías, obispo de Hierápolis, escribió la Explicación de sentencias del Señor, de la 63 que sólo se conservan unos cuantos fragmentos. Esta obra, aunque fue considerada de poco rigor desde el punto de vista teológico, es un testimonio de la viva preocupación de los primeros cristianos por indagar el origen y consistencia de los escritos bíblicos, de manera que su autor puede ser considerado como uno de los primeros exégetas de la historia de la Iglesia. El libro, publicado en torno al 130, refleja la reconstrucción de los intereses y actitudes de la segunda generación cristiana. Policarpo, obispo de Esmirna, fue discípulo del apóstol Juan y luego de Ignacio de Antioquía. De él sólo queda una breve Carta dirigida a los cristianos de Filipos, que acompañaba el envío de una copia de las cartas de Ignacio, exhortando a sus destinatarios a la práctica de la fe y la obediencia a presbíteros y diáconos. Este obispo se destaca por dos circunstancias ligadas ambas al 155: su viaje a Roma para tratar con el papa Aniceto sobre la fecha de la festividad pascual y el martirio que sufrió a su vuelta a Esmirna, descrito en el martirio de Policarpo, la más antigua de las actas martiriales que ha llegado, presentada en forma de carta enviada por la Iglesia de Esmirna a la de Filomelio, en Frigia. En el documento aparece no sólo la grandeza moral del obispo mártir, sino también la teología del martirio entendido como acto sacrificial redentor a imitación de Cristo. La Siria cristiana de estos decenios, presente a través de Ignacio, se muestra de manera sugerente en la obra anónima titulada Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles (Didaché, es decir, doctrina o enseñanza), que se descubrió en 1875 en una biblioteca de Jerusalén. Se trata de una recopilación de normas morales, partiendo de la doctrina de los dos caminos, el bien y el mal, de normas litúrgicas y disposiciones disciplinares, con una exhortación final de tipo apocalíptico. Era un documento para uso de una pequeña comunidad cristiana del siglo II; según algunos estudiosos el texto se remontaría a la época de los apóstoles y presenta un fuerte colorido arcaico y una teología típicamente judeocristiana. Bien distintas son las preocupaciones que constituyen el fondo de la Carta de Bernabé, que se remonta al 140 y está escrita en un ambiente de cristianos alejandrinos procedentes de la gentilidad. En ella, además de consideraciones morales basadas en el principio de los dos caminos, se halla un intento de interpretación alegórica de los preceptos del Antiguo Testamento, para demostrar la inconsistencia de la normativa judaica y exaltar la centralidad de Cristo en la historia de la salvación. El alegorismo, método de exégesis bíblica que permite a los primeros cristianos liberarse del judaísmo rabínico, se encuentra en El Pastor. Se trata de un apocalipsis apócrifo, en el que el autor, Hermas (probablemente hermano del papa Pío I, 140-155) presenta cinco visiones, doce mandamientos y diez comparaciones, con lo que pretende provocar un examen de conciencia personal y colectivo, sosteniendo la necesidad de una segunda y definitiva conversión después del bautismo. A través de esta obra se dibuja el drama de la segunda generación cristiana en Roma: el drama del pecado después del bautismo y la necesidad de una nueva penitencia y conversión. La teología de Hermas es la teología de la misericordia del buen Pastor a través de la Iglesia. 64 Roma, por otra parte, constituía un punto de referencia para los cristianos. En la época del papa Aniceto (155-166) llegaron a Roma Policarpo y Justino; también llegó el judeocristiano Hegesipo, para aprender la verdadera doctrina por medio de la transmisión de la misma a través de la sucesión de los apóstoles y en torno al 160 pudo verificar con sus ojos la lista de los obispos sucesores de Pedro. Por esos mismos años, en Roma se construyeron dos sencillos monumentos conmemorativos sobre las tumbas de Pedro y Pablo, conocidos con el nombre de “trofeos”. Literatura apologética Los apologistas se levantaron contra el esfuerzo imperial por acabar con el cristianismo y con sus escritos combatieron a los enemigos que aparecieron; su acción comenzó a partir del 125. En un estudio detallado, primero se debe analizar la obra de los escritores no cristianos contra el cristianismo, punto de partida del problema; entre ellos: Epicteto, Marco Aurelio, Galiano, Aelio Arístides, Frontón, Luciano de Samosata y Celso. Frontón, preceptor de Marco Aurelio, acusa a los cristianos de asesinatos de niños para beber su sangre; esta acusación era creída porque se conocían las costumbres judías y púnicas de sacrificar niños en masa. Luciano de Samosata, autor de Diálogos de los muertos y Muerte del peregrino, descarga su ironía burlándose de los cristianos por su desprecio de la muerte y su amor al prójimo que califica de estupidez; el cristianismo es, parece afirmar, fanatismo y haraganería. Celso en Discurso verdadero o Discurso de la verdad, critica a los cristianos de exclusivistas y de no profesar la religión estatal ya que su religión es una mezcla de locuras judías, nuevos errores y prescripciones éticas fundamentales tomadas de los filósofos griegos; el punto focal de su polémica es la negación de la divinidad de Cristo y la rebelión de los cristianos contra los ideales del logos y el nomos; además influyó negativamente en la opinión pública en relación a los cristianos. Ante las acusaciones aparecieron las apologías que, dirigidas en un comienzo a los cristianos y posteriormente contra los escritores que atacaban la fe cristiana, son valiosas para la historia porque sintetizan el primer estadio de la ciencia y la literatura cristianas al compendiar la doctrina; los apologistas eran cultos filósofos que sabían y conocían el ambiente que se respiraba y probaron con argumentos que el trato dado a los cristianos era injusto porque ellos no caían en ninguna de las acusaciones que les hacían: antropofagia, incesto, malas costumbres, ateísmo, magia y sacrilegio; además, demostraron que en los procesos contra los cristianos se violaban las leyes. Por ello, los apologistas presentan en sus escritos el valor del cristianismo como sistema religioso que conduce a la realización personal y, en contrapartida, atacan el paganismo o, para ser más exactos, la religión del Estado y sus provincias. La producción apologética durante el siglo II fue en griego y alguna vez en siríaco; las primeras apologías, dirigidas al emperador Adriano, fueron escritas por Quadrado y Arístides de Atenas. Arístides, filósofo de Atenas, es uno de los primeros defensores del cristianismo. En su Apología, hallada en 1889 en una traducción siríaca, contrapone a la 65 raza de los bárbaros, los griegos y los judíos una cuarta raza superior a éstas espiritualmente: la de los cristianos. Naturalmente no se trata de racismo. Arístides quiso expresar la autocomprensión cristiana, reconociéndola en un pueblo que se distingue de los otros sólo por razones de carácter espiritual, tanto desde el punto de vista teológico, idea exacta de Dios, como desde el punto de vista moral, pureza de costumbres. Justino, oriundo de Palestina, es la figura más característica del intelectual y testigo cristiano del siglo II. En un siglo de sofistas ambulantes, enseña una filosofía, la única verdadera, el cristianismo. En un siglo de sofistas taumaturgos, es un testigo de lo sobrenatural, a través del martirio por su fe. Es un convertido del paganismo y llega al cristianismo después de haber frecuentado las enseñanzas de estoicos, peripatéticos y pitagóricos. Se residenció en Roma, donde abrió una escuela. Han quedado tres obras como fruto de su actividad intelectual: una Apología, que se remonta al 150 y está dirigida al emperador Antonino Pío, para justificar la doctrina, la moral y el culto del cristianismo; una segunda Apología más breve, que se puede fechar en el 156, dirigida al senado romano, para defender a ciertos cristianos y refutar las acusaciones del filósofo Crescente; y, por último, el Diálogo con Trifón, sabio judío, donde se encuentra la descripción del itinerario espiritual de Justino y una defensa del cristianismo como religión definitiva, monoteísta y universal. En estas obras, se esfuerza en esbozar una verdadera visión teológica. En la segunda Apología enuncia el principio de que el cristianismo es el germen de los aspectos positivos de la historia humana (el principio del logos spermatikós), justificando cuanto hay de bueno en el judaísmo y el paganismo. A pesar de esta actitud apologética conciliadora e irenista, Justino, tras ser denunciado y procesado, murió decapitado en el 165. En la década de los setenta del siglo II, al ir desapareciendo los discípulos inmediatos de los apóstoles, entra en escena la tercera generación cristiana. Hegesipo, de vuelta en su patria, probablemente en Palestina, escribió sus Memorias, de las que sólo se conservan fragmentos, para oponer la tradición apostólica a las herejías, sobre todo las gnósticas. Taciano regresa de Roma a su patria Edesa; en él, que irá pasando gradualmente a la herejía en forma de un gnosticismo rigorista, el elemento de la barbarie va prevaleciendo sobre la filosofía, tal como se capta en la obra Discurso a los griegos, que se remonta al 165, en la que la superioridad y la antigüedad del cristianismo se presentan con acentos ásperos y violentos, muy distintos de los de Justino. Testigo de ello es el Diatessaron, que se remonta al 172, en el que se funden los cuatro evangelios en un único relato, elaborado con cierta libertad, acaso excesiva. Oriente seguía siendo la cuna del cristianismo y conservaría durante mucho tiempo la iniciativa. El primer soberano cristiano, Abgar IX (179-216) es rey de Edesa y aunque su conversión haya sido puesta en duda, sigue siendo indiscutible que Siria oriental aparece poblada de comunidades cristianas en el siglo II. No obstante ello, el cuadro cristiano en la segunda mitad del siglo revela un movimiento que va de oriente a occidente y se expresa en la personalidad de Ireneo y el centro apostólico de Roma. Teófilo, obispo de Antioquía, en la apología Ad Autólico, que puede datarse hacia el 180, completa teológicamente a Justino, quien había hablado de logos spermatikós; para 66 explicarle a Autólico el modo de proceder de Dios, habla por primera vez de trias (trinidad), logos endiáthetos (el Verbo inmanente en la Trinidad divina) y logos prophorikós (el Verbo que sale de sí en el momento de la creación), tomando ambas nociones de la filosofía estoica y adaptándolas al cristianismo. Teófilo se sirve de la cultura griega, contribuyendo a la elaboración de una cultura cristiana. Son numerosos los elementos de conciliación que se encuentran en la obra de Melitón de Sardes, autor de una Homilía pascual descubierta en 1940 y de una Apología dirigida a Marco Aurelio, ambos textos redactados en torno al 170. En los fragmentos que quedan de la segunda obra se descubre una teoría de las relaciones entre el Estado y la Iglesia sobre bases amistosas; teoría que irá prosperando cada vez más a pesar de las persecuciones. La confianza en la fuerza de la razón, la cultura y el sentido común es evidente sobre todo en Atenágoras de Atenas, de quien se conservan dos obras: Legación en favor de los cristianos, apología dirigida a Marco Aurelio y Cómodo, y Sobre la resurrección de los muertos, textos que pueden fecharse en torno al 177. Atenágoras, al defender a los cristianos de la acusación de ateísmo, demostrar la unicidad de Dios contra el politeísmo y mostrar la conveniencia y necesidad de la resurrección, es cristiano. Su confianza en Dios, en la razón y el hombre se expresa literariamente a través de un estilo refinado y armonioso, persuasivo y atrayente. En un nivel semejante en cuanto a su actitud, contenido y estilo, se sitúa la Carta a Diogneto procedente de Alejandría, que puede datarse alrededor del 180, aunque sólo se descubrió en 1870. El anónimo autor de esta carta dirigida a Diogneto, justificando las ideas y el testimonio de los cristianos y comparando su presencia en el mundo con la presencia del alma en el cuerpo, esboza una teología de las realidades terrenas, que ha sido muy apreciada, especialmente desde el Vaticano II y la constitución sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, en la que se cita con frecuencia este documento. Esta carta106, sostiene que los cristianos viven en la tierra pero son ciudadanos del cielo; por ello toda tierra extranjera es su patria y toda patria es una tierra extranjera. Dos documentos describen una situación de crisis y sufrimiento, las Actas de los mártires escilitanos, que fueron condenados a muerte en Cartago el 17 de julio del 180 y la Carta de las Iglesias de Lyon y de Vienne a las Iglesias de Asia y Frigia sobre la persecución desencadenada en Lyon entre el 177 y el 178. El primero es un documento de archivo, es decir, el acta del interrogatorio a que fueron sometidos los mártires, con el anuncio de la condena y una pequeña doxología final añadida posteriormente. El segundo, recogido en buena parte por Eusebio en su Historia eclesiástica, presenta una forma más elaborada, haciendo una descripción de gozos y dolores, victorias y fracasos espirituales, de los creyentes llamados a testimoniar su fe. En Lyon se encuentra también Ireneo, una de las personalidades más características de la tercera generación cristiana. Había nacido en Esmirna, fue discípulo de Policarpo y, habiendo emigrado de Asia Menor a Lyon, se hizo sacerdote en esta comunidad. Durante la época de la persecución fue enviado a Roma, junto al papa Eleuterio (175-189), con el 67 fin de recoger información sobre el montanismo. De vuelta a Lyon, fue elegido obispo y escribió varias obras explicando la verdadera doctrina contra los herejes, en particular contra los gnósticos, pero interesándose en el mantenimiento de la paz en la Iglesia, hasta el punto de intervenir ante el papa Víctor I (189-199) con ocasión del recrudecimiento de la polémica sobre la fecha de la fiesta de la pascua. De Ireneo han quedado dos obras, que hacen de él el fundador de la teología dogmática. La primera se titula Desenmascaramiento y refutación de la falsa gnosis, conocida como Adversus haereses. En ella se hace una presentación detallada de los sistemas gnósticos, oponiéndoles una presentación del sistema teológico y una refutación de las herejías basada en argumentos racionales, tradicionales y bíblicos. La segunda obra Demostración de la predicación apostólica, descubierta en 1904, es más popular y comprende una parte teológica y otra cristológica. Ambas obras se compusieron entre el 180 y el 198. La teología de Ireneo, que está basada en la Escritura y la tradición eclesial, es de controversia. Al gnosticismo, la falsa gnosis, Ireneo le opone el catolicismo, la verdadera gnosis, el verdadero conocimiento basado en la fe. Retomando el tema paulino de la recapitulación, como elemento sobre el que se apoya la historia de la salvación, describe un sistema de recapitulación antignóstica. Frente al dualismo gnóstico, que afirma la existencia de dos dioses, dos humanidades y dos historias, contrapone el carácter orgánico del cristianismo, que reconoce a un solo Dios, una sola humanidad y una única historia de la salvación. Frente al docetismo gnóstico, exegético, cristológico, sacramental y eclesiológico, contrapone el realismo cristiano, que admite una sola Biblia, un solo Cristo, Dios y hombre, y una sola Iglesia como nueva creación. Frente al fatalismo gnóstico, la salvación cristiana basada en la pedagogía divina y la docilidad del hombre. En este cuadro, la Virgen desempeña el papel de nueva Eva, al lado del nuevo Adán, Cristo. El testimonio de Ireneo es importante porque en él confluyeron oriente (Esmirna, Policarpo y, a través de Policarpo, Ignacio y Juan) y occidente (Lyon y las Iglesias de Galias), la controversia y la práctica pastoral, la tradición y la elaboración teológica. Ireneo llama la atención en torno a la importancia de la sede de Roma cuando finalizaba el siglo II. Ireneo está en relación directa con dos papas: Eleuterio y Víctor I. En el siglo III, con las condiciones creadas por los Severos, la apología cristiana presenta un giro: comienza a dirigirse a los intelectuales y gobernadores de las provincias romanas; en esta época los centros cristianos destacados son Roma y Alejandría, y junto a ellos, Cartago y Antioquía. La primera apología es Contra Celsum de Orígenes. Otra apología es Apolegeticum de Tertuliano, primera voz latina a favor de la Iglesia. Minucio Félix escribió Octavius, que parece ser es anterior a la obra de Tertuliano; con ésta, que es un documento de preparación a la evangelización, el autor se hace portavoz de un círculo de cristianos que usan la filosofía para hacer aceptable la tradición prevaleciendo una actitud de sana investigación racional. También en el siglo III, el mundo no cristiano, a través de Plotino y los neoplatónicos, presentó grandes exigencias religiosas y morales, y por eso no es de extrañar que el neoplatónico Porfirio fuera el más importante polemista contra el cristianismo en aquel siglo. Entre los apologistas citados, algunos son llamados polémicos; entre éstos el más 68 destacado es Tertuliano (Quinto Septimio Florente Tertuliano) un fervoroso y elocuente defensor de la ortodoxia con una aplastante argumentación que por su radicalismo llegó a la herejía. No obstante ello, es el artífice del vocabulario cristiano latino al haber acuñado 982 vocablos nuevos. Junto a Minucio Félix y Tertuliano, se ubica Hipólito Romano, que es considerado desde dos puntos diferentes como una persona o como tres personas distintas107. Lo más importante de los apologetas consiste en probar la conformidad doctrinal del cristianismo, la no violación de las leyes civiles siempre y cuando éstas no se opongan a los designios de Dios y, junto con una ilustración sólida y completa, ayudan a establecer el canon escriturístico para evitar mutilaciones posteriores. Literatura cristiana El siglo III es otro eslabón en la cadena de autores eclesiásticos que sucediendo y comunicando la fe apostólica han hecho de la Iglesia una institución con dinamismo propio; son tenidos como el puente entre los dos anteriores y los Padres de la Iglesia, no en vano el siglo III se caracteriza por el creciente espacio que va ocupando la formulación metódica. Es importante tener presente la anterior afirmación para que los conocimientos históricos vayan orientados interdisciplinariamente y así se entienda que la historia de la Iglesia es una historia dinámica con una peculiar tensión escatológica porque, como se afirma, nunca la noche es más oscura que momentos antes del amanecer. Las letras cristianas de los primeros siglos se desarrollaron al ritmo de los acontecimientos que jalonaron la historia de la Iglesia; por esto, los escritos eclesiásticos de los primeros siglos son circunstanciales y situacionales, ya que la necesidad de defensa marcó la pauta de esta literatura durante algunos años. En la literatura de este período algunos historiadores han visto el origen de la ciencia teológica ya que los escritos apologéticos y antiheréticos habían servido para exponer la doctrina ortodoxa pero era necesario hacer una sistematización científica; para lograr este objetivo se preparan algunos dando origen a las escuelas catequéticas de oriente cuyos autores impulsaron la ciencia sagrada; se citan, por su importancia, las escuelas de Alejandría y Antioquía. La escuela de Alejandría entre cuyos autores fulguran con luz propia Clemente y Orígenes, tuvo el mérito de ser la cuna de los mejores estudios bíblicos de la antigüedad no en vano allí se realizó la edición de los LXX y la mejor interpretación alegórica de las Sagradas Escrituras, dado el platonismo filosófico y la especulación teológica que conducían su pensamiento. Tito Flavio Clemente, sucesor de Panteno, estructuró científicamente la doctrina cristiana y en su obra Stromata trata diversos aspectos de las relaciones entre la doctrina cristiana y la filosofía griega; en general, su trabajo formativo y enciclopédico está compuesto por tres obras: Exhortación a los griegos, El Pedagogo y la citada Stromata (Tapices) cuyo centro es Cristo. Orígenes, su sucesor, fue uno de los pensadores más brillantes que es tenido como el creador de la ciencia escriturística por su obra Hexaplas y los comentarios a los libros de la Biblia; además es el autor de Sobre los 69 principios y la apología Contra Celso; lo anterior permite afirmar que los errores en los que cayó no disminuyen la admiración que merece su vida y su obra porque él representa el aspecto cosmopolita del cristianismo al juntar tres elementos básicos: filosofía griega, Biblia y oración. Sólo resta decir que en la escuela de Alejandría y la sucursal de Cesarea, se formaron personajes de la talla de Eusebio, Basilio, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno. La escuela de Antioquía desde sus inicios se opuso a la anterior; en lugar de la alegoría, el centro de sus trabajos era la exégesis filológica e histórica de los libros sagrados con el fin de realizar una interpretación literal que pusiera de manifiesto el sentido de los textos; desde su realismo aristotélico (en oposición al idealismo platónico de Alejandría) creó una importante tradición exegética con figuras como Juan Crisóstomo. El racionalismo de esta escuela está a la base de algunas herejías que presentaron a partir del siglo IV. De acuerdo a lo anterior, se afirma que de Oriente procede la mayoría de la literatura cristiana ya que en occidente la tradición literaria teológica es poca; entre esta escasez se citan: Hipólito con su obra Tradición apostólica, donde se encuentra una fórmula bautismal que es reconocida como ortodoxa por la comunidad. De este autor también es una lista, el Fragmento muratoriano, que sirve para diferenciar en la opinión pública los libros apócrifos de los auténticos. Otros autores son: Tertuliano y Cipriano autor, entre otras obras, de Sobre la unidad de la Iglesia y Exhortación al martirio; este autor se sentía más pastor que teólogo y por ello extraía y resaltaba del cuerpo doctrinal del cristianismo lo que necesitaba en cada circunstancia para obtener resultados prácticos, porque él ve en Dios su paternidad, en la Iglesia la maternidad y en las Iglesias particulares la apostolicidad. Se dice que la tradición literaria latina es poca en estos siglos porque el surgimiento del latín como lengua eclesiástica es tardía y la teología no era tan cultivada como en Oriente, salvo el caso de Novaciano de Roma quien, aunque hereje, expuso en prosa rítmica latina la doctrina trinitaria en Sobre la Trinidad. 3.3 Consolidación interna de la Iglesia A finales del siglo II y comienzos del III, la Iglesia logró tal firmeza en su organización interna, sus formas de culto, la vida de sus fieles y la finalidad de su teología que en el momento de su libertad exterior pudo afrontar las tareas que le impuso la nueva situación. Además de la organización jurídica de la Iglesia está el catecumenado y la nueva evolución de la teología; sin caer en ningún providencialismo, en este siglo la vida de la Iglesia inició un proceso, el cual, a pesar de las persecuciones, siguió hacia adelante. 3.3.1 Vida espiritual y moral La piedad bautismal es el punto de partida de la espiritualidad del cristiano ya que a través del bautismo el hombre renace a una nueva vida y con el don del Espíritu Santo obtiene el verdadero conocimiento de Dios porque con el bautismo el creyente debe imitar a Cristo, a quien se une con la recepción de este sacramento. Previo a la recepción de este sacramento estaba el catecumenado como proceso de formación en la fe que, una 70 vez recibida, conduce a una vivencia auténtica de los compromisos bautismales a través del amor al prójimo y la disposición para el martirio. La piedad martirial como segunda actitud fundamental del deseo de perfección, llega a su culmen en el siglo III cuando se convierte en el santo y seña de mayor fecundidad en la espiritualidad cristiana porque era, y es, la mejor imitación de Cristo que se pueda realizar. El ascetismo era vivido por muchos cristianos, tanto varones como mujeres, que decidían vivir el celibato y la virginidad y ser testigos con un alto nivel moral. Con los años esta práctica adquiere un nuevo matiz al aparecer la idea del desposorio con Cristo; posteriormente aparece, como fruto del ascetismo, el eremitismo y el monacato. Parece que en el ascetismo del siglo III surge la idea del celibato sacerdotal que se convirtió en norma disciplinaria para el occidente cristiano. Otro elemento de la vida espiritual y moral era la oración y el ayuno; la primera se desenvuelve en un proceso gradual de ascensión cuyo primer paso es la petición y su último nivel es la contemplación; el segundo estaba muy propagado, en el ámbito cultual y la piedad privada, como medio para dominar la concupiscencia y atajo para llegar a la perfección. Las exigencias de perfección se manifestaban en la vida que llevaban los cristianos quienes vivían en un ambiente poco propicio al cristianismo. Entre las mejores muestras de esta vida moral se citan: el matrimonio, la familia y la beneficencia, que se convirtió en la primera preocupación de la Iglesia por la cuestión social. Estos elementos sirven para juzgar y dar un juicio sobre la vida de la Iglesia cuando ésta apenas estaba organizando su estructura, aunque el estado todavía no la hubiera reconocido. Hacia el 280 se dio la conversión del rey de Armenia, Tiridates III, lo que supuso el cristianismo en un reino fuera del imperio romano, con lo que se capta que el cristianismo caminaba hacia la conversión del imperio sin estar ligado a los confines de la romanidad. La necesidad de conformar la vida de acuerdo al bautismo supone la obligación de buscar la santidad; este era el ideal, pero la realidad era otra ya que en ese contexto se gestó la problemática de la penitencia como una segunda tabla de salvación. La cuestión de la penitencia trajo controversias al interior de la Iglesia; a nuestro modo de ver no es fácil juzgar a Tertuliano y Novaciano por su radicalismo contra la penitencia, si bien exageraron sus afirmaciones por lo que llegaron a la herejía y el cisma respectivamente; ello se debe a que no se puede ignorar que el hecho del bautismo de adultos da pie para que muchas veces no sea fácil admitir la penitencia por lo que el sacramento implica. 3.3.2 Hacia la tolerancia del cristianismo108 A pesar de las persecuciones que se dieron a lo largo del siglo III y comienzos del siglo IV, estos siglos, principalmente el III, marcan un proceso de afianzamiento de la constitución eclesiástica gracias a la espiritualidad eclesiológica y la paulatina propagación del cristianismo como fruto del desenvolvimiento de la vida interna de la Iglesia en la literatura, la liturgia y la vida de santidad de algunos miembros que ayudaron a que la Iglesia penetrara decisivamente en el mundo cultural helénico por el auge en el proceso 71 evangelizador llevado a cabo durante los períodos de paz del siglo III. Se dice “auge” porque la actividad misional de la Iglesia preconstantiniana iba dirigida a hombres de cultura elevada con riqueza religiosa y variedad cultual. Con el decreto de Galieno (260-268) la Iglesia entró en un período de paz en el que se dio la progresiva salida de las catacumbas, aunque jurídicamente la Iglesia todavía no estaba asegurada. Por ello se dio una especie de lucha espiritual, una confrontación ideológica frente a algunas obras tardías contra el cristianismo y la propaganda poco cristiana del sacerdocio no cristiano. La llamada lucha espiritual tiene su eje en la refutación que la Iglesia tuvo que hacer de las obras de Porfirio, quien tomó una actitud hostil hacia el cristianismo desde sus primeros escritos en su afán por la filosofía y la religiosidad griega que eran vitales en su pensamiento. Ante la obra de Porfirio, quien sostenía la no fidelidad de los evangelios, aparecen algunos escritos que han marcado huella en la historia eclesial; entre ellos se cita De consensu evangelistarum de Agustín de Hipona. Entre el 284 y el 324 se presentó la tetrarquía (dos augustos y dos césares en cada parte del imperio) y las respectivas luchas por la sucesión. En Occidente, después de la muerte de Constancio, Majencio y Constantino se enfrentaron hasta que Majencio fue vencido en el puente Milvio en el 312, quedando Constantino como único gobernante occidental. En Oriente, después de la muerte de Galerio, Maximino Daya y Licinio se enfrentaron hasta que en el 313 Licinio derrotó a Maximino en Adrianópolis y quedó como único gobernante oriental. Posteriormente Constantino y Licinio se enfrentaron hasta que en el 324 quedó como único emperador Constantino. La tetrarquía trajo dos elementos contrastantes para el cristianismo: la autarquía con el culto al emperador y la tradición de los antiguos dioses. Con Cayo Valerio Diocleciano, quien organizó el imperio en cuatro prefecturas, doce diócesis y 96 provincias, se dio la última persecución, cuando el imperio tendría unos 50 millones, de los cuales entre 7 y 10 millones serían cristianos; procedió con prudencia, inspirado por Ierocles de Bitinia, antes de perseguir a los cristianos porque ellos se encontraban integrados al imperio. De esta persecución hablan: Lactancio en De mortibus persecutorum y Eusebio en Historia eclesiástica. Los elementos más representativos son: el primero, hacia el 297 es la “limpieza militar”. Después que los adivinos denunciaran a los cristianos por obstaculizar la interpretación de las vísceras de los animales, Diocleciano dispuso que todos los empleados oficiales y los soldados debían sacrificar a los dioses, en caso contrario debían dimitir. En esta disposición el cristianismo permanece como una religión ilícita y los cristianos eran marginados por el Estado; a pesar de ello algunos cristianos gozaban de la confianza del emperador. El segundo, en el 303, Galerio, quien prácticamente había sido el inspirador de la persecución, convenció a Diocleciano para que promulgara el primer edicto con el cual se ordenaba la destrucción de los templos y las Escrituras; además era establecida la infamia, o sea la pérdida de los derechos civiles y degradación social. Con este decreto, Diocleciano logró que Galerio no continuara, por el momento, con el deseo de derramar sangre. Poco tiempo después se presentaron algunos incendios en el palacio 72 imperial de Nicomedia; fueron responsabilizados los presbíteros y diáconos, quienes fueron condenados a muerte; a raíz de este incidente estalló la persecución, la cual fue justificada a través de cuatro edictos dados entre el 303 y el 304: destrucción de los templos cristianos y quema de los libros sagrados, pérdida de los derechos civiles con cárcel para los eclesiásticos, obligación de sacrificar a los dioses impuesta a los eclesiásticos y obligación general de sacrificar a los dioses. En Occidente el césar Constancio Cloro, preceptor de las provincias de Galia y Britania, tenía simpatía por el cristianismo, por ello sólo se limitó a la destrucción de templos, y cuando fue Augusto (305) hizo abolir toda persecución en sus territorios. En oriente, Diocleciano se retiró de la vida política, dejando el imperio en manos de Galerio, quien continuó la persecución. A la muerte de Constancio Cloro los dos aspirantes al trono restablecieron la paz con los cristianos; de hecho Majencio fue el primero en restituir los bienes confiscados a la Iglesia (311). También en el 311, Galerio, por influjo de Licinio, firmó un edicto de tolerancia, expedido en Sárdica; en este edicto Galerio da a entender que fueron los cristianos quienes lo obligaron a perseguirlos, pero que en este momento quería, por su clemencia, dejarlos en libertad para sus cultos y reuniones; al terminar pide la oración de los cristianos por él; parece que Galerio reconoció como un error y un mal paso la política adoptada contra los cristianos. Con este edicto, el más alto representante del poder romano revocaba una política religiosa hostil al cristianismo que había tenido validez durante más de 200 años. De acuerdo a ello, se podría decir que la lucha cruel fue vana y el estado romano capituló frente al cristianismo. Hacia el 312 Constantino venció a Majencio y atribuyó la victoria al Dios de los cristianos, cuyo monograma supuestamente estaba dibujado en los estandartes; un año después, publicó el edicto de Milán, que es de tolerancia. En el 313 Licinio venció a Maximino Daya y extendió el edicto a oriente ya que ambos aparecen como firmantes del citado edicto. Con este documento, los augustos concedieron libertad de religión: “Dar a los cristianos como a todos la libertad y la posibilidad de seguir la religión que han elegido”109. La religión no cristiana seguía siendo la religión del Estado, pero ya comienza su ocaso y por ello se dejaba entrever en el horizonte romano un cierto favoritismo hacia el cristianismo. Para captar la importancia del edicto de Milán y el llamado “giro constantiniano” es preciso ubicar en un bloque el acontecimiento de la persecución y la tolerancia. La última persecución se dio con Diocleciano quien veía en el cristianismo un obstáculo en su camino de restauración del imperio; fue, como se dijo, particularmente violenta y se llevó a cabo a través de una serie de edictos que fueron aplicados con más rigor en oriente que en occidente. Finalmente se dio la tolerancia con el emperador Constantino, gracias al triunfo de sus tropas en el puente Milvio. En el 313 dio el edicto de Milán que permitía el cristianismo y a los habitantes libres del imperio entera libertad de seguir la religión que quisieran; a los cristianos se les devolvían, sin indemnización, las posesiones que les habían expropiado. Este edicto es vital porque plantea dos cuestiones cuya recta intelección es fundamental 73 en una adecuada historia de la Iglesia a partir del siglo IV: la victoria del cristianismo y el alcance del giro constantiniano que ha sido centro de una aguda polémica. Para concluir, la aceptación del cristianismo con lo positivo y negativo que pudo tener marcó un hito para la historia de la Iglesia, toda vez que se hizo necesaria una nueva comprensión de la realidad de la Iglesia. La “tolerancia oficial” del cristianismo fue un hecho de consecuencias trascendentales para la historia universal, leída desde occidente. Apartes del texto del edicto de Milán son: “Yo, Constantino Augusto, así como yo, Licinio Augusto, reunidos felizmente en Milán para discutir de todos los problemas relativos a la seguridad y al bien público, hemos juzgado que debíamos ante todo regular, entre otras disposiciones destinadas a asegurar, según nuestro juicio, el bien de la mayoría, aquellas en las que reposa el respeto a la divinidad, o sea, dar a los cristianos como a todos la libertad y la posibilidad de seguir la religión que han elegido, para que todo cuanto hay de divino en la celestial morada pueda ser benévolo y propicio a nosotros mismos y a todos cuantos se hallan bajo nuestra autoridad. Por eso hemos creído, con un designio saludable y recto, que había que tomar esta decisión de no rehusar esta posibilidad a nadie, de que se adhiera con toda su alma a la religión de los cristianos o a la que crea más conveniente para él, a fin de que la divinidad suprema, a la que rendimos un homenaje espontáneo, pueda atestiguarnos en todo su favor y su benevolencia acostumbrada. Así, pues, conviene que sepas que hemos decidido, suprimiendo por completo las restricciones contenidas en los escritos enviados anteriormente a tus oficinas sobre el nombre de los cristianos, abolir las estipulaciones que nos parecen totalmente contrarias y extrañas a nuestra mansedumbre, y permitir en adelante a todos los que estén determinados a observar la religión de los cristianos que lo hagan libremente y por completo, sin verse inquietados ni molestados”110. A manera de síntesis del capítulo primero, se puede decir que teniendo como marco de referencia el contexto histórico y las dos cosmovisiones que allí se presentaron: la judía y la imperial (ésta en sus dos vertientes, la griega y la romana), se abordaron algunos temas como las persecuciones, las manifestaciones culturales cristianas y la vida interna de la Iglesia, comprendidas como tres respuestas del cristianismo a tres ambientes sociales de aquel entonces: las autoridades, los intelectuales y el pueblo. Al abordar esos temas se tuvo presente la historia, la teología y una posible reflexión pastoral, para entender la historia como maestra de la vida y hacer una mejor valoración del pasado. ____________________ 25 NHI, I, p. 41. 26 Cf. Fliche, Agustín y Martin, Víctor (dir.). Historia de la Iglesia, I. Edicep, Valencia, 1974, pp. 5-45. Se citará Fliche-Martin y el tomo correspondiente; Jedin, I, pp. 109-164. 27 Fedalto, Giorgio. “Le Chiese d’Oriente, I: Da Giustiniano alla caduta di Costantinopoli”. En: Guerriero, Elio 74 (dir.). Complementi alla Storia della Chiesa diretta da Hubert Jedin. Jaca Book, Milano, 19912, p. 3. El texto es una traducción libre del original italiano. 28 Behaine, Linda Gladys y Gaviria, Consuelo. Historia Antigua. USTA, Bogotá, 1985, p. 295. Sobre la historia del imperio romano, cf. Mazzarino, Santo. L’Impero Romano, I-II. Laterza, Bari, 19962. 29 Cf. Agustín de Hipona. La ciudad de Dios. 30 Cf. Padovese, L. Op. cit., pp. 174-177. 31 Cf. Di Berardino, Angelo (dir.). Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana, I-II. Sígueme, Salamanca, 1991-1992, voces: Aborto, Niño, Divorcio, Familia, etc. De aquí en adelante se citará DPAC y la respectiva voz. 32 Cf. Briceño, Manuel. Los gladiadores de Roma. Estudio histórico, legal y social. ICC, Bogotá, 1986, p. 12. 33 Cuando se hable de la destrucción de Jerusalén, se ampliará el tema del mundo judío. 34 Sanders, E. P. La figura histórica de Jesús. Verbo Divino, Estella, 2000, p. 51. La palabra etnarca quiere decir “gobernante de nación” y es un título inferior al de rey. El término tetrarca se refiere al gobernante de una cuarta parte. 35 Cf. Castañeda, Paulino, Cociña y Abella, Manuel (dir.). Iglesia y poder. Actas del VII Simposio de Historia de la Iglesia en España y América, Sevilla, Mayo de 1996. Córdoba, 1997, p. 305. 36 Se le llama “El Exiguo” o Pequeño para diferenciarlo de Dionisio el Grande, maestro de la escuela teológica de Alejandría, discípulo de Orígenes, obispo de aquella ciudad e iniciador de las cartas pascuales en Alejandría, todo ello en el siglo III. 37 Cahill, Thomas. El deseo de las colinas eternas. El mundo antes y después de Jesús. Norma, Bogotá, 2001, p. 89. Cf. Cortés, José Luis. El Señor de los amigos. PPC, Madrid, 20033. 38 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, p. 61. 39 Cf. Aguirre, R. Op. cit., pp. 53-77. 40 Arias, Juan. Jesús, ese gran desconocido. Círculo de lectores, Barcelona, 2001, p. 11. 41 Cf. Pierini, 1, p. 45. 42 De acuerdo a la teología la resurrección tiene tres elementos que se convierten en su mejor prueba: el kerigma, las obras realizadas por los apóstoles y el cumplimiento de las profecías. 43 Cf. Dumont, Jean. La Iglesia ante el reto de la Historia. Encuentro, Madrid, 1987, pp. 15-42. Este autor pretende demostrar que los cristianos no formaban “una raza execrable, formada por la liga de todos los enemigos del género humano”. 44 Cf. Laboa, Juan María. Momenti cruciali nella Storia della Chiesa. Dai padri del deserto ai nostri giorni. Jaca Book, Milano, 1996, pp. 11-27. 45 Cf. Aguirre, R. Op. cit., p. 26. 46 Cf. NHI, I, p. 24. 47 Las fuentes para este período son: los Hechos de los Apóstoles, las cartas paulinas y algunas fuentes arqueológicas, útiles para entender las relaciones de los primeros cristianos con el mundo romano. Cf. NHI, I, pp. 43-96; Sanchís, Ricardo. También la Iglesia tiene historias. Mensajero, Bilbao, 1995, pp. 11-18. 48 Aguirre, R. Op. cit., p. 41. 49 Cf. Figueiredo, Fernando. Introducción a la Patrología, I. Lumen, Buenos Aires, 1995, p. 19. De aquí en adelante se citará Figueiredo y el tomo respectivo. 50 Cf. NHI, I, pp. 52-54. 51 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, p. 60. 52 Padovese, L. Op. cit., p. 159. 53 Cf. Figueiredo, I, p. 25. 54 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 65-84; Pierini, 1, pp. 47-50. 55 Cf. Jedin, I, pp. 164-182. 75 56 Cf. NHI, I, p. 72. 57 Aguirre, R. Op. cit., p. 101. 58 Actualmente esta ciudad se conoce con el nombre de EsSalahiye, cf. Pierini, Franco. Mil años. p. 127. 59 Cf. Álvarez, Jesús. Arqueología cristiana. BAC, Madrid, 1998, pp. 72-86; Hertling, Ludwig y Kirschbaum, Engelbert. Le catacombe romane e i loro martiri. PUG, Roma, 1992, pp. 83-111. 60 Suetonio. Vida de los doce Césares. W. M. Jackson, México, 1973, p. 240. 61 Tácito, Annales, XIII, 32. En este texto el cristianismo es llamado superstitio extrema; algunos estudiosos hablan de una superstitio externa. 62 Cf. Fliche-Martin, I, pp. 237-245. DPAC, voces respectivas. 63 Cf. Figueiredo, I, p. 25. 64 Cf. Figueiredo, I, p. 21. 65 Cf. Castel, François. Historia de Israel y de Judá. Verbo Divino, Estella, 1984, pp. 172-220. La presencia de los romanos en Asia data del 190 a.C., cuando triunfaron sobre Antíoco III en Magnesia. Para los romanos Asia comenzó a interesar cuando el general Pompeyo derrotó a Mitrídates hacia el 64 a.C., haciendo de Siria una provincia romana. 66 Ibíd., pp. 184-185. 67 Pierini, 1, p. 58. 68 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 56-57. 69 Cf. Sanchís, R. Op. cit., pp. 19-25. 70 Cf. Jossa, Giorgio. I cristiani e l’impero romano. D’Auria, Napoli, 1991; y diferentes capítulos de Jedin y Fliche – Martin. Es importante saber que en el imperio romano existían dos tipos de leyes, unas para los romanos y otras para los no romanos. Para profundizar sobre el concepto, cf. DPAC, voz persecución. 71 Cf. Ruiz Bueno, Daniel. Actas de los mártires. BAC, Madrid, 1951, pp. 67-101. 72 Cf. Figueiredo, I, p. 36. 73 Cf. Trevijano, Ramón. Patrología. BAC, Madrid, 1994, pp. 96-98. 74 Cf. Flavio Josefo. Antigüedades Judías, XVIII, pp. 89.95. 75 Cf. Tertuliano. Ad Nationes, I, 13. 76 Cf. Tácito. Annales, XV, 44. Este autor juzga la religión de los cristianos como exitiabilis superstitio. 77 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, p. 105. 78 Figueiredo, I, p. 36. 79 Mac Donald, Margareth Y. Las mujeres en el cristianismo primitivo y la opinión pagana.Verbo Divino, Stella, 2004, pp. 67-76. 80 Cf. Tertuliano. Apologeticum, II. El autor dice o sententiam necessitate confusam. 81 Trevijano, R. Op. cit., pp. 87-88. 82 Cf. Justino. Apología I, 66. Tertuliano. Apologeticum II, 6; Eusebio. Historia eclesiástica III, 33,1. 83 Cf. Eusebio, Historia eclesiástica, IV, 26,10. 84 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, p. 108. 85 En relación a las apologías, se dice que mientras las occidentales son jurídicas, las orientales son filosóficas. 86 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, p. 112. 87 Cf. Pierini, 1, p. 97. 88 Este gobernante introdujo en el 297 la Indicción, ciclo tributario de cinco años (desde el 313 de 15 años) que en su origen correspondía al lapso de tiempo entre una imposición tributaria y la siguiente. Como punto de partida del cómputo por indicción se suele indicar el mes de septiembre del 312, pero el día no era el mismo en todas las tradiciones: la griega comenzaba el 1 de septiembre, la constantiniana el 24 de septiembre, y la senense el 8 de septiembre. La administración pontificia asumió esta fórmula desde Pelagio II (584). La indicación de la fecha mediante el cálculo de la indicción perduró durante la Edad Media; hoy sólo se utiliza en los cómputos 76 eclesiásticos. Cf. DPAC. 89 Cf. Ancilli, Ermanno. Diccionario de Espiritualidad, II. Herder, Barcelona, 1983, pp. 554-562; DPAC, voz martirio; Ruiz, D. Op. cit., pp. 3-6; Quasten, Johannes. Patrología, I. BAC, Madrid, 1961, pp. 171-173; Sanchís, R. Op. cit., pp. 27-32. 90 A propósito de las catacumbas, “catacumba” (kata kymbas: junto a la hondonada) era originalmente el nombre de un campo cercano al cementerio San Sebastián sobre la vía Appia, que desde el siglo IX le fue aplicado a los cementerios cristianos entre los siglos II y IV. Cf. Bihlmeyer – Tuechle, 1, p. 118. 91 Cf. Constitución Lumen Gentium 50. En: concilio Vaticano II, Documentos. BAC, Madrid, 1979, p. 95. 92 Agustín de Hipona. Sermón 53A,13. 93 Martirio de Policarpo, 17,3; cf. Ignacio de Antioquía. Carta a los Efesios, 10,1-3; Policarpo de Esmirna. Carta a los Filipenses, 1,1; Eusebio de Cesarea. Historia Eclesiástica, V 2,2. 94 Cf. Agustín de Hipona. Sermón 159,1; 284,5; Tratados sobre el evangelio de san Juan, 84,1. 95 Los datos históricos dan a entender que la palabra “romero”, que durante un tiempo fue sinónimo de peregrino, se utilizaba para designar a los peregrinos que iban a Roma, la ciudad donde, según la tradición, existía un buen número de mártires, y estaba el sepulcro de los dos más insignes mártires de la Iglesia. Es curioso que la vía Alpina oriental que llevaba a Roma se llamaba “Romea” o “Romera”. 96 Sobre estos documentos se ha escrito mucho y las posiciones son divergentes; más allá de la corteza narrativa que utilizan, son dignos de admiración y respeto, porque el objetivo fundamental, además de despertar el sentimiento cristiano, se ubica en la presentación de un personaje histórico que desde su situación en la vida testimonió la fe. 97 Estos dos nombres, que en oportunidades se usan indistintamente, se deben a que la patrística tiene un marcado interés histórico y la patrología se orienta más por lo teológico y sistemático. 98 Se habla de un episcopado monárquico en cuanto que el obispo se convierte en el garante de la fe y principio de unidad. 99 Para la definición de las herejías se toman las ideas propuestas en DPAC y Bihlmeyer –Tuechle, 1, pp. 171203. 100 Sanchís, R. Op. cit., p. 72. 101 Cf. Vidal, César. Diccionario de Patrística. Verbo Divino, Estella, 1993, pp. 108-110. 102 Cf. Fliche-Martin, III, pp. 43-58; Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 318-322. 103 Aunque algunas fuentes lo ponen como británico, él es escocés; varón ascético y santo, que fue condenado por su pensamiento. Como Teodosio condenó el pelagianismo, los pelagianos volvieron a Escocia donde tuvo un breve renacimiento. 104 Cf. Agustín de Hipona. Sermones 293 y 294. 105 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 204-241. 106 Cf. Drobner, Hubertus. Manual de Patrología. Herder, Barcelona, 1999, pp. 88-90. 107 Cf. Pierini, I, pp. 105-108. 108 Cf. Jedin, I, pp. 521-604. En el contexto del paso del paganismo al cristianismo es importante tener en cuenta a tres autores: Arnobio, Lactancio con Instituciones divinas, y Eusebio de Cesarea. Cf. Pierini, I, pp. 146152. 109 Comby, Jean. Para leer la historia de la Iglesia, 1. De los orígenes al siglo XV. Verbo Divino, Estella, 1993, p. 51. 110 Comby, J. Op. cit., p. 51. 77 Capítulo II Hacia la formulación de la fe Durante el período comprendido entre el 313 y el 451, la Iglesia vivió una experiencia única ya que en pocos años pasó de ser una comunidad extraña y perseguida a una institución tolerada y aceptada oficialmente; por ello, durante esos años la Iglesia se puede enmarcar dentro de los derroteros políticos del imperio en una simbiosis difícil de comprender desde el pensamiento actual, toda vez que la Iglesia comenzó a incidir en la política y ésta en la Iglesia; es más, “la Iglesia católica se acomodará al imperio por lo que a su organización se refiere, y el imperio se consolidará fuertemente con la unidad de la fe”111. A lo largo de este período, en el cual la Iglesia salió de las catacumbas, de la clandestinidad, es importante captar la coherencia en los campos donde los cristianos se movieron: social, político y eclesial, es decir, la relación con la sociedad y la vivencia de la fe, que no estuvo exenta de tensiones, avances, retrocesos, fracasos y apostasías. La Iglesia comenzó a ser protagonista de la historia occidental, tuvo que formular técnicamente su fe y proponer líneas de acción muy concretas; en ese entonces se pasó de la experiencia de Jesús resucitado a la formulación del dogma cristológico, de la vivencia de un nuevo estilo de vida a la aceptación intelectual de una fe expresada en conceptos filosóficos que originaron el dogma112. 1. Iglesia e imperio durante los siglos IV y V 1.1 Situación imperial El imperio romano era un territorio en el que se presentaban luchas por el poder para estabilizar los frentes que existían, por lo cual sufrió una dura crisis en el siglo III después del gobierno de los Antonios que desembocó en varias guerras civiles; al final de este período apareció Diocleciano quien dividió el imperio en dos partes con Nicomedia y Milán como capitales respectivamente. En cada capital había un Augusto y junto a él un César que era el encargado de una parte de los dominios y su posible sucesor. Con la obra de Diocleciano comenzó una nueva consolidación del imperio conocida como la tetrarquía que tuvo su esplendor entre el 284 y el 305; durante estos años hubo reformas 78 en diferentes campos: la política, la administración, la milicia, la economía y la religión, orientadas a mantener consolidado el imperio. El sistema de gobierno, que tenía como fines principales la defensa del imperio y la tranquilidad interior, creó algunos conflictos; tal vez ésta fue la razón por la cual Constantino unificó de nuevo el imperio, ya que sus tres elementos fundamentales: principado, aristocracia (senadores y caballeros) y pueblo se fueron degenerando hasta convertirse en fuerzas rígidas, cerradas y parásitas. Entre el 305 y el 324 se presentó la ruina del sistema tetrárquico, porque cuando murió Constancio Cloro, César de occidente, su hijo Constantino asumió el poder y entró en lucha con Majencio, hijo de Maximiano, Augusto de occidente. Constantino fue aumentando su poder hasta que derrotó a Majencio en el puente Milvio; se adueñó de occidente y siguió presentando una tendencia de tolerancia religiosa, que se vio plasmada en el mítico edicto de Milán del 313. En este contexto se inserta la cuestión del supuesto monograma crístico que Constantino utilizó como estandarte y las narraciones que se han construido en torno a él. Mientras tanto en oriente la situación era caótica. Después de asegurar su poder en occidente, Constantino comenzó a gestionar la posibilidad de quedar como único soberano, lo cual logró después de derrotar a Licinio hacia el 324. Una vez que tuvo el poder de todo el imperio, lo volvió a unir e hizo las reformas que estimó convenientes para mantener la estabilidad imperial; entre ellas, la más notoria fue la construcción de la nueva capital del imperio, Constantinopla. Junto a las acciones políticas se ubica su preocupación por la armonía interior del imperio; aquí, en el contexto de esta preocupación, se inserta la legislación religiosa con la cual buscaba que el imperio tuviera unidad religiosa de orientación cristiana, dado el influjo que el cristianismo ya había adquirido, a tal punto que algunos miembros de la familia imperial eran cristianos. A partir del edicto de Milán, sede imperial del Augusto de occidente, la Iglesia comenzó a tener una posición privilegiada que fue creciendo por las disposiciones y medidas que Constantino dio durante su gobierno. Son prueba de ello los cambios en el matrimonio, la lucha de gladiadores y la supresión de la crucifixión como pena de muerte. La construcción de varios templos, es una señal de las medidas tomadas por Constantino quien, al parecer de los historiadores, tenía un particular concepto de Iglesia que quería expresar simbólicamente mediante el edificio de la casa de Dios (basílica) equipado con magnificencia; es más, parece que a partir de Nicea este emperador entendió la Iglesia como reino de Dios que está ordenado por una ley divina y por esta razón sitúa el imperio en el orden creado por Dios. Con este hecho, la Iglesia comenzó a ser el marco de referencia de la política religiosa del imperio; ya son los obispos y los jerarcas eclesiásticos quienes ocupan un puesto de privilegio en las celebraciones imperiales. En este aspecto es necesario tener una adecuada posición crítica para evitar una posible exageración porque no se puede desconocer que Constantino fue un mecenas del cristianismo y de hecho la época de bonanza iniciada por él fue reafirmada por los concilios y, a pesar del intento de restauración no cristiana bajo Juliano el Apóstata, la Iglesia y con ella la religión cristiana, siguió su ascenso hasta convertirse en la Iglesia del imperio. 79 Entre el 337, muerte de Constantino, y el 395, en medio de algunos altibajos, se fue dando la consolidación del imperio cristiano. Los hijos de Constantino que estuvieron en el poder entre el 337 y el 361, se repartieron el imperio: Constantino II al Occidente, Constancio II al Oriente y Constante el Ilírico (Italia, África y Panonia); estos tres personajes entraron en luchas fratricidas que terminaron unificando el imperio en Constancio II, pero debilitando la familia imperial. Hacia el 361 asumió el trono Juliano el Apóstata, sobrino de Constancio II; un militar que quiso reformar el imperio de acuerdo a las creencias ancestrales, que no eran cristianas. Bajo su mandato se dio una reforma educativa (en el 362) según la cual todo maestro debería ser aprobado y reconocido por el emperador. En torno a las últimas palabras antes de su muerte, acaecida en una batalla contra los persas en el 363, existen dos versiones: la una: “Helios, me has abandonado”, y la otra: “Venciste Galileo”. Con este emperador, muchos cristianos, especialmente militares, volvieron a su anterior religión y otros entraron en crisis. No obstante ello, la mayor parte permaneció fiel a la fe. A la muerte de Juliano, el ejército nombró al militar Joviano quien murió en el 364, después de haber restituido el cristianismo; en el 364 asumió el poder el militar Valentiniano quien dividió el imperio con su hermano Valente, dando origen a la dinastía valentiniana. Como Valente, quien administraba la región oriental, murió en Adrianópolis en el 378 en una batalla contra los visigodos, comenzaron a tomar fuerza dos personajes: Teodosio y Ambrosio; el uno, influyente militar, el otro un excelente obispo con quien el cristianismo iba ocupando un espacio mayor en el ámbito oficial. A la muerte de Valentiniano (+ 375) el imperio quedó en manos de sus hijos Graciano y Valentiniano II, pero regido por Justina; a la muerte de Valente, Teodosio asumió el poder en oriente y promulgó junto con Graciano el decreto Cunctos populos, con el cual las causas imperial y cristiana se unieron. Por ello se dice que a Teodosio se le debe la aprobación definitiva del cristianismo cuando dio el edicto Cunctos populos en el 380, ordenando el cierre de los templos no cristianos y catalogando como delito de lesa majestad el culto no cristiano; junto a la firma de Teodosio aparecen las de Graciano y Valentiniano, hijos de Valentiniano. El texto de este documento es: “Cunctos populos, quos clementiae nostrae regit temperamentum, in tali volumus religione versari, quam divinum Petrum apostolum tradidisse romanis religio usque ad nunc ab ipso insinuata declarat quamque pontificem Damasum sequi claret et Petrum Alexandriae episcopum virum apostolicae sanctitatis, hoc est ut secundum apostolicam disciplinam evangelicamque doctrinam Patris et Filii et Spiritus Sancti unam deitatem sub pari maiestate et sub pia trinitate credimus. Gratianus, Valentinianus et Theodosius Augusti ad populum urbis constantinopolitane” (Anno 380 dies III Kalendas Martii Thesalonica, Gratiano Valentiniano et Theodosio Augustis consulibus). En versión española sería: “Para los pueblos que el carácter de nuestra clemencia gobierna queremos legislar asuntos de religión, aquella religión que fue insinuada a los romanos por el santo apóstol Pedro, la cual permanece hasta ahora, siendo seguida y confesada tal como la profesa el pontífice Dámaso y Pedro de Alejandría, varones de santidad apostólica; esto es, que según la 80 disciplina apostólica y la doctrina evangélica, creemos en una divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, de igual majestad y piadosa Trinidad. Graciano, Valentiniano y Teodosio Augustos. Al pueblo de Roma y Constantinopla (Año 380, 28 de febrero. Tesalónica. Graciano, Valentiniano y Teodosio, augustos cónsules)”. Cuando Máximo intentó arrebatarle el poder a Valentiniano II fue derrotado por Teodosio en el 387; posteriormente murió Valentiniano II y la región donde él gobernaba fue ocupada por un tal Eugenio, que fue derrotado por Teodosio, quien de esta manera llegó a la cima del poder. Teodosio dividió el imperio entre sus hijos: Arcadio y Honorio; este acontecimiento también dividió el mundo cultural que se conocía y se presentó una especie de retroceso histórico que no ha sido estudiado lo suficiente porque el que comenzó a progresar fue Oriente y no Occidente. Oriente comenzó su proceso de expansión que llegó a la cúspide con Justiniano (527-565) y su esposa Teodora; mientras tanto Occidente caminaba hacia su fin que llegó con Rómulo Augústulo, último emperador romano de Occidente, en el 476. La Iglesia, tanto la jerarquía como la feligresía, se matriculó, salvo contadas excepciones, al lado del poder porque el emperador era más importante que el Papa; esto dio origen a una confusión que terminó sacralizando los poderes113. A la muerte de Teodosio (395) asumieron el poder en el dividido imperio Arcadio y Honorio. Desde entonces cada parte del imperio, con sus respectivas jurisdicciones, comenzó a llevar una existencia cada vez más independiente y separada; en el fondo de esta experiencia estaba la diferencia cultural entre griegos y latinos: para los latinos lo importante era lo pragmático, para los griegos, la especulación. Es muy probable que debido a esta división, las herejías que se presentaron también eran diferentes en cada parte del imperio: en Oriente se presentaron herejías propias de una alta especulación teológica a nivel trinitario y cristológico; en Occidente se presentaron herejías que tenían una dirección práctica y por ello el tema fundamental era el misterio de la salvación del hombre y no el misterio de Dios. Unida a esta realidad de separación, vino la incomunicación lingüística, ya que el idioma predominante en una parte era prácticamente desconocido en la otra; esta situación afectó a la Iglesia, hasta el punto que se puede decir que otro elemento a tener en cuenta al hablar de la división de la Iglesia es el lenguaje. A la par con el proceso divisorio entre Oriente y Occidente, se dieron dos situaciones concretas: el ejército romano comenzó a dividirse porque las tropas de reclutamiento (limitanei ripenses) y el ejército de maniobra (magistri militum) disminuyeron y los pueblos bárbaros arreciaron su proceso invasor, debido a los esquemas migratorios que traían. Entre los pueblos bárbaros existía una estructura social un tanto parecida a la romana: la aristocracia, fundada en el prestigio y el poder, era representada por duques y magnates; los libres, que eran el grueso de la población, conformaban el ala militar; los semilibres, era una categoría social formada por siervos emancipados, esclavos y prisioneros de guerra. Además de ello, en ocasiones los romanos los veían como liberadores, no en vano varios esclavos romanos abrieron las puertas de Roma para el 81 saqueo de 410. Honorio asumió el gobierno occidental contando con la presencia del ministro Estilicón114, de acuerdo a lo previsto por Teodosio. Durante su gobierno, hacia el 406, la frontera del Rhin entre Maguncia y Worms fue forzada por una masa de hordas germánicas, de vándalos, tanto asdingos como silingos y suevos; debido a esto, la situación de la prefectura de Las Galias fue confusa al punto que la autoridad imperial apenas podía subsistir. A esta situación se le suma que Constantino III, un “antiemperador”, quería extender su autoridad a otras provincias, en especial Hispania, donde llegaron los pueblos barbáricos hacia el 409. Debido a esta caótica situación, el gobierno romano tomó la determinación de otorgarles a los visigodos la condición de federados, lo cual permitió que el gobierno de Honorio transcurriera con relativa paz, a tal punto que a su muerte, a los 39 años de edad, después de 27 años de reinado, la situación del imperio occidental parecía satisfactoria, lo cual motivaba una cierta confianza después de tantas angustias e incertidumbres. La muerte de Honorio (423) produjo un problema frente a la sede vacante porque el presunto heredero occidental, Valentiniano III, hijo de Constancio y Placidia, era un niño de seis años que se encontraba en Constantinopla junto a su madre. Además de ello, Teodosio II y Pulqueria, desde oriente, quisieron unificar de nuevo el imperio, pero Juan, el primicerio de los notarios, con el apoyo del ejército, se opuso. En el marco de estas tensiones, vino el matrimonio de Valentiniano con Eudoxia, para estrechar los vínculos entre ambos imperios. Después de superar algunos avatares, Valentiniano III (423-455) asumió el trono y al poco tiempo hicieron su irrupción los hunos, guiados por Atila, que además de guerrero, fue un hábil negociador que no echaba en saco roto ningún consejo; en torno a él se crearon varias leyendas, como la de su encuentro con el papa León I. El último período de los reinados occidentales (455-476) fueron episodios fugaces y los emperadores parecen figuras sin consistencia, ya que quienes se suceden en el trono son “larvas de emperadores manejadas a placer por el general bárbaro de turno”115; por ello el único personaje de este período con talla de protagonista fue Ricimero, un bárbaro que alcanzó a ser patricio romano con capacidad para controlar el ejército, lo cual le permitió dominar durante 16 años el imperio. Otros protagonistas fueron: Avito, antiguo prefecto que fue amigo de los visigodos, y Mayoriano, miembro de una distinguida familia romana, último emperador digno de tal nombre por su entrega para salvar al imperio. La historia es inexorable y en medio de luchas y crisis Orestes proclamó como emperador a su hijo Rómulo, un adolescente que la historia conoce irónicamente con el nombre de Augústulo, que aunque fue un gobernante inepto e insignificante, quedó inmortalizado en la historia como el último emperador occidental. Después de describir los avatares políticos, se gira la página para decir dos palabras sobre la sociedad y la economía. Socialmente existieron diferencias muy marcadas debido a la posición social y la tenencia de propiedades de unos, y la precariedad y esclavitud de otros, la mayoría, que cada vez era más pobre por los impuestos y la variación monetaria. En el contexto de esta sociedad en crisis, el cristianismo, la Iglesia, 82 comenzó a participar en el poder y la administración política; la artesanía y el comercio comenzaron a vivir un régimen asociativo; surgieron algunos movimientos rebeldes y algunas obras de acción social que eran patrocinadas por varios propietarios para evitar acciones fiscales. Al interior de estas obras de acción social se ubica el nacimiento no oficial de la doctrina social de la Iglesia. Durante el siglo IV se presentaron dos movimientos importantes: el conservadurismo y la cristianización. En medio de estos dos movimientos se ubica el auge de la cultura retórica y el neoplatonismo que buscaba integrar a cristianos y no cristianos. La Iglesia comenzó a ser tenida en cuenta por el imperio porque los emperadores mostraron interés por los problemas que la agobiaban en aquel entonces: unidad eclesial, cohesión orgánica y misión entre los no cristianos; es más, los emperadores intervinieron a fondo para solucionar dichos problemas. 1.2 La situación de la Iglesia Al interior del imperio existían varios núcleos con una arraigada vivencia cristiana: Italia, Cartago, Alejandría, Antioquía, Constantinopla; con el correr de los años, de algunos de esos núcleos se formaron los patriarcados de la antigüedad cristiana. Además, la Iglesia en el paso de Diocleciano a Constantino primero empleó todas las fuerzas para defenderse y luego comenzó a hacer un balance del pasado desde la apología y la historia. 1.2.1 Las relaciones políticas116 y sociales Relaciones políticas Hacia el 324 se presentó un giro que nadie esperaba porque Constantino reconoció los derechos de los cristianos; después de vencer a Licinio y unificar el imperio, dio una serie de medidas a favor de la Iglesia, partiendo de la supuesta idea de la elección que Dios había hecho de él. Con estas medidas, la Iglesia se vio en una posición privilegiada toda vez que durante los 13 años que Constantino estuvo en el trono imperial (324-337), el cristianismo fue favorecido a través de los edictos imperiales que pretendían, además de reparar los males causados en los siglos pasados, darle un cierto status social al cristianismo, a la Iglesia. En la actitud de Constantino hay una situación que llama la atención porque él, si bien apoyó el cristianismo, siguió aceptando el culto no cristiano que se le ofrecía como emperador; a la luz de esta situación surge la inquietud en torno a la actitud de Constantino sobre su deseo de ser reconocido por el cristianismo como sumo pontífice; pero más allá de esta situación hay dos hechos que son importantes: el primero, consiste en la impronta que el cristianismo marcó en la historia al comenzar a ser la religión del emperador y el imperio, el segundo hecho fue el tardío bautismo de Constantino hacia el 337 por manos de Eusebio de Nicomedia117. Cuando Constantino llegó a Oriente se encontró con una comunidad dividida debido al movimiento arriano que sostenía que el Hijo de Dios había sido creado, que no era 83 eterno y por lo tanto no era Dios verdadero, no era consubstancial con el Padre; en el fondo estaba destruyendo los misterios de Cristo y la Trinidad. Debido a su pensamiento, el sacerdote Arrio fue excomulgado de la Iglesia alejandrina por su obispo Alejandro, a través de un sínodo realizado en Alejandría hacia el 318 y una posterior carta circular donde se alertaba sobre el error profesado y difundido a través de cantos por Arrio. Constantino, a quien le interesaba la unidad imperial, quiso la reconciliación entre las dos partes para así reafirmar la unidad eclesial y la armonía imperial. La puesta en práctica del pensamiento del emperador118 no era fácil porque la controversia arriana condujo a una contienda literaria que en lugar de unir, dividía; en el contexto de esta división se ubica el primer concilio ecuménico, realizado en Nicea (325), para buscar la armonía y tratar otros temas eclesiales, sobre los cuales también era importante la unidad y la armonía, como el caso de la celebración de la pascua. Este concilio, donde se formuló una parte de la fe, se unificó la celebración de la pascua, se solucionó el problema de Melecio de Licópolis en Egipto y se dieron algunas normas expresadas en 20 cánones; por su carácter ecuménico influyó en la concepción de la historia de la Iglesia y los demás concilios y, por aceptar y proclamar el símbolo de la fe, tiene un carácter dogmático. Desde Nicea hasta la muerte de Constantino se presentaron algunos acontecimientos: la decisión de dos obispos119 de retirarse de lo pactado en Nicea por lo que fueron desterrados a Las Galias; el comienzo de la controversia arriana entre Atanasio y el partido arriano, en la cual, además de los destierros y las excomuniones recíprocas, se contó con una notoria influencia política. Era tal la situación de la polémica que a la muerte de Constantino ya existía un partido arriano bastante fuerte que llegó al poder en la parte oriental del imperio con Constancio, quien había elegido la fe arriana y quiso imponerla. Después de la muerte de Constantino y la división del gobierno imperial entre sus hijos, continuó la lucha por el símbolo niceno. Hacia el 335 Constantino dividió el gobierno del imperio entre sus hijos; a su muerte y debido a una insurrección militar en Constantinopla, el reparto se modificó: Constantino II presionó a Constante, pero como murió en el 340, Constante asumió el gobierno de su hermano; en vida de ambos, se dieron medidas contra los cultos no cristianos y el cristianismo comenzó a atacar a los no cristianos, a quienes les cerraron y destruyeron algunos santuarios. El problema va más allá de las connotaciones sociológicas, porque comienza a darse una Iglesia politizada e intolerante; además de ello, el cristianismo comenzó a esperar con expectativa la posición de los gobernantes frente a las divisiones que existían al interior de la cristiandad oriental entre arrianos, semiarrianos, nicenos y atanasianos, con los respectivos destierros, sínodos y demás actividades que se realizaban. Al interior de estas divisiones se ubica el esfuerzo de los gobernantes por convocar sínodos para buscar la unidad, que de hecho nunca se dio, porque era más importante imponer las ideas que vivir la integridad de la fe, la cual se debe poner por encima de los avatares políticos y las posibles herejías que se presentan en orden a una mejor 84 intelección de ella. Uno de los sínodos más interesantes fue el de Sárdica (343); en el cual los obispos orientales condenaron a los occidentales, incluyendo al papa Julio (337352) porque comulgaba con Atanasio y sus seguidores; en respuesta, los obispos occidentales también excomulgaron a los orientales. Este sínodo puso de manifiesto la brecha existente entre oriente y occidente a diferentes niveles y puede ser visto como uno de los puntos de partida de la ruptura de 1054. La fuerza y la fe occidentales, que era una fe cristiana no arriana y por lo mismo unida a Alejandría, se iban imponiendo, pero Constante se murió y quedó como único soberano Constancio II, quien era de confesión cristiana arriana. Si bien en lo político se buscaba la unidad, en la práctica las cosas marchaban por otro camino porque las tensiones religiosas siguieron con altibajos, unas veces había convergencia, y otras, divergencia, y se continuó con la política de excomuniones, sínodos, destierros y controversias, más por cuestiones personales que teológicas. En el contexto de estas controversias se ubican los sínodos de Sirmio (358), Seleucia y Rímini (359), en los cuales se aceptaron, por cuestiones políticas, afirmaciones neoarrianas y semiarrianas, que sostienen una posición intermedia que terminó debilitando el arrianismo y creando una nueva línea teológica en cristología, que posteriormente terminó siendo parte de la herejía monofisita. En cuanto a Sirmio (hoy Mitroricza) se tuvieron tres sínodos: 351, 357 y 358; cada uno produjo una fórmula, que no eran del todo ortodoxas debido a la presencia de elementos arrianos. La Iglesia seguía a la expectativa; mientras tanto subió al poder Juliano el Apóstata (361-363) quien quiso hacer una restauración de la religión del Estado aunque había recibido educación cristiana120; esta restauración la quiso hacer nombrando colaboradores no cristianos y promulgando edictos a favor de la religión estatal; restituyó el culto sacerdotal estatal y tomó otras medidas contra el cristianismo como la reforma escolar del 362 que exigía educadores estatales, casi siempre no cristianos. Con la política de Juliano, el arrianismo tampoco era apoyado y por ello los obispos, que conservaban y defendían la fe nicena, comenzaron a reunirse restableciendo las comunidades y haciendo de Las Galias un centro ortodoxo, que era prácticamente dirigido por Hilario de Poitiers quien estaba en sintonía con la fe nicena defendida por Atanasio; con esta situación comenzó un nuevo acercamiento entre Oriente y Occidente que no se pudo concretar porque Antioquía ya estaba dividida. Valente (364-378), emperador de confesión cristiana semiarriana, asumió el trono oriental y bajo el influjo del obispo Eudoxio quiso imponer esta confesión, rechazando la fe de Rímini y exigiendo la reposición de los obispos depuestos. Valentiniano II que asumió el poder en occidente, dejó en libertad a los obispos para que solucionaran los problemas. Estando así la situación los semiarrianos enviaron una delegación a Roma para solicitar una ayuda, la cual se iba a conceder siempre y cuando fuera aceptada la fe de Nicea; para lograr esta aceptación se iba a hacer un sínodo en Tarso, pero Eudoxio se opuso e interrumpió toda posibilidad de unión. Con esto comenzó un nuevo período de dificultad para los nicenos, porque Valente condenó al destierro a los que no estuviesen en comunión con el semiarrianismo y les pidió que abandonaran sus sedes. 85 Al tiempo que la polémica entre nicenos y semiarrianos continuaba, surgió el tema de la divinidad del Espíritu Santo y con ello una nueva polémica; vuelven los sínodos, las condenas, las excomuniones, las persecuciones, etc., hasta que en el 380 fue promulgado el decreto Cunctos populos en el cual se aprobó el cristianismo como religión estatal, de acuerdo a la confesión de fe de Dámaso de Roma y Pedro de Alejandría, quienes habían conservado la fe del apóstol Pedro. Al poco tiempo del decreto, surgió la idea de un concilio para tratar los temas del cisma de Antioquía y el Espíritu Santo; la idea cristalizó en el concilio de Constantinopla de 381. Durante el siglo IV, se ignoraba la neutralidad estatal frente a la Iglesia y por eso el Estado siempre estuvo interesado por las cuestiones eclesiales, si bien en ocasiones la falta de tacto y los intereses personales crearon situaciones difíciles y diferentes a los ideales que se proponían. Es cierto que el poder estatal se metió en la Iglesia, pero también es cierto que dada la mentalidad de aquel entonces nadie objetaba el derecho que tenía el gobernante para convocar reuniones eclesiales porque la soberanía tenía un cierto aire sagrado. Lo que sí se puede criticar fue la pérdida de fuerza profética en los cristianos, a tal punto que la unidad entre ellos era una cuestión exógena, parecería como si lo más importante no fuera vivir la fe sino buscar los acuerdos políticos para imponer la fe. De hecho las cosas cambiaron; lo histórico es aceptar ese cambio con todas sus connotaciones y así evitar llantos hipócritas de presuntos profetas. Relaciones sociales En este apartado se tratan algunos temas que al ser vividos por la Iglesia repercutían en la vida social del imperio romano. Uno de ellos es el matrimonio121 y la familia. La Iglesia comenzó aceptando la legislación civil sobre el matrimonio, pero con el correr de los años fue haciendo una serie de exigencias particulares sobre la legislación matrimonial como el caso del divorcio, el repudio, los hijos, las uniones de hecho, los hijos nacidos fuera del matrimonio, los hijos abandonados, el aborto, el matrimonio entre libres y esclavos; la legislación civil, influenciada por la doctrina cristiana, también comenzó a cambiar. Por ejemplo, la legislación civil condenaba el aborto de una mujer casada, pero permitía el de una prostituta; la Iglesia siempre condenaba el aborto porque lo consideraba como un doble crimen: homicidio, en cuanto al feto, y suicidio, en cuanto a la mujer; finalmente la legislación civil condenaba el aborto sin hacer ninguna distinción. Otro ejemplo es la igualdad de los cónyuges: la Iglesia siempre ha querido presentar esta igualdad, la legislación imperial ponía al pater familias como amo y señor de todo, incluso la mujer y los hijos, por ello algunos padres deseaban tener varios hijos para venderlos como esclavos. La Iglesia también tuvo que fijar su posición frente al sector social, donde se presentaban numerosas actitudes opresoras debido al caótico ambiente social de los siglos IV y V cuando el imperio vivió duras crisis económicas, políticas y sociales en las cuales los más pobres eran los perjudicados; estas crisis eran tan profundas que más de un romano buscaba la humanidad entre los bárbaros porque ya no podían soportar la 86 inhumanidad de la patria. Frente al binomio poderosos y dependientes, la Iglesia optó, a veces con algunas reservas, contra las injusticias cometidas con los dependientes, es decir, los esclavos pero sin prohibir la esclavitud; en este campo están las leyes de manumisión propuestas por la Iglesia y posteriormente aprobadas por el imperio, la cuestión del derecho de asilo en templos y monasterios; cuando el amo y el esclavo eran cristianos se hablaba de la igualdad fundamental de los hombres (cristianos) ante Dios, por ello no es raro encontrar que los amos cristianos dejaran en libertad sus esclavos cristianos, quienes algunas veces prefirieron seguir dependiendo de sus amos. Frente al tema de ricos y pobres la Iglesia actuó, a pesar de su pobreza, organizando una especie de acción social y motivaba a los ricos para que fueran caritativos122; el responsable de la acción social era el obispo. Esta acción estaba estructurada en el servicio a los pobres, la creación de hospitales y casas de peregrinos, la manutención de viudas y personas sin ninguna posibilidad económica. Frente a este panorama llama la atención la crítica que la Iglesia hacía frente a los opresores y la generosidad a pesar de la pobreza toda vez que el patrimonio eclesial sólo comenzó a organizarse a finales del siglo IV123. En el ámbito cultural las cosas fueron difíciles ya que los años comprendidos entre el edicto de Milán y el concilio de Calcedonia fue un período más de siembra que de recolección, en el que se presentó un cambio cultural que coincidió con la edad de oro de los padres de la Iglesia. Las diferentes manifestaciones culturales fueron lentamente cristianizadas hasta el punto de cristianizar el calendario; los espectáculos culturales como el circo, el teatro y las diversiones fueron perdiendo su importancia si bien en algunos lugares se conservaron, las narraciones mitológicas fueron censuradas y prácticamente abolidas, las fiestas cambiaron su sentido cuando dejaron de ser recordados los dioses en cuyo honor se celebraban, e incluso algunas de esas fiestas tomaron un título cristiano. Se puede decir que durante estos años se realizó un proceso de culturización en el cual se aprovecharon varios elementos sobre los cuales se pudo crear una sociedad prácticamente cristiana ya que la sociedad pasa de una mayoría no cristiana a una mayoría cristiana; esto da a entender que los elementos no cristianos siguieron vivos pero con poca fuerza, o al menos con menor fuerza en relación a los siglos precedentes y al interior del imperio. Para terminar se habla del seglar, cuya presencia sufrió un cambio a raíz del edicto de Milán. Hasta el edicto, clérigos, monjes y laicos formaban una comunidad unida bajo la perspectiva de la posibilidad del martirio; después del edicto las cosas cambiaron porque el campo de acción de los clérigos y los monjes fue mayor, y el de los seglares comenzó a disminuir, esto no quiere decir que haya desaparecido sino que algunas funciones que antes eran desempeñadas normalmente por los seglares, ahora las hacían clérigos y monjes. Con la inauguración de las basílicas y otros lugares de culto, los seglares fueron separados de clérigos y monjes quienes tenían sus puestos en lugares prohibidos para los seglares. Todo esto condujo a que se le diera una nueva evaluación al apostolado de los seglares 87 desde la perspectiva del sacerdocio universal; en este aspecto Juan Crisóstomo y Agustín determinaron el campo de acción de los seglares en el comportamiento cristiano ejemplar en la vida cotidiana, la ayuda voluntaria y eficaz a los hermanos que se hallan en cualquier dificultad, y la acción misionera entre los no cristianos o entre los extraviados; esta triple acción debe hacerse en estrecha colaboración con el clero, que a su vez necesita de la presencia de los seglares en diferentes oportunidades. Algunos seglares tuvieron a su cargo la administración de los bienes de la Iglesia, y otras veces, debido a su elevada posición oficial y privada, desempeñaron un importante papel en beneficio de las comunidades locales. 1.2.2 Las controversias teológicas Aunque pueda ser una apreciación muy dura, no se puede ignorar que en aquel entonces se dio un cambio radical en la Iglesia: el eje de la solidaridad fue desplazado por el eje político; se pasó de vivir la fe a establecer su formulación, expresando en conceptos técnicos lo que se vivía y creía. Ya la experiencia cristiana no era únicamente una forma de vida, sino también una doctrina para creer; a la experiencia espiritual era necesario adjuntarle unas ideas claras. Además, “es muy significativo que en las disputas teológicas, tanto en los grandes personajes como en el pueblo, salgan al paso continuamente los problemas de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y los del nivel espiritual en la vida cotidiana”124. No obstante ello, en la segunda mitad del siglo IV se apagó la controversia trinitaria gracias a Cirilo de Jerusalén, los padres Capadocios y Ambrosio de Milán. En cuanto a los Capadocios conviene recordar que Basilio es el pastor, Gregorio Nacianceno el teólogo y Gregorio Niceno el filósofo. La formulación del dogma trinitario La formulación del dogma trinitario tuvo lugar en el transcurso de la batalla teológica que la Iglesia libró contra el arrianismo y otras herejías que insistían en la imposibilidad de la tripersoneidad divina por lo que la divinidad de Cristo y el Espíritu Santo no se podía admitir. En este contexto se dio el concilio de Nicea (325) que fue presidido por Osio de Córdoba125; en ese concilio, Arrio126 defendió una doctrina que terminaba rechazando la divinidad de Cristo, pero se encontró con el alejandrino Atanasio127 quien con el término “consubstancial” expresó con precisión la doctrina de la divinidad de Cristo. Después de este concilio en el que el arrianismo prácticamente fue derrotado, vino una reacción de este movimiento motivado por intrigas políticas en las que el obispo Eusebio de Nicomedia y el emperador Juliano el Apóstata, desempeñaron un importante papel. La víctima más conocida de estas intrigas fue Atanasio, el obispo alejandrino que varias veces fue desterrado de su sede. La historia suele darle a las intrigas políticas posteriores a Nicea el nombre de luchas por el símbolo niceno, entre las cuales se citan: el resurgimiento del arrianismo y otras corrientes cercanas, el intento de restauración no 88 cristiana a través de algunas disposiciones estatales, la realización de algunos sínodos como los de Sárdica, Seleucia y Rímini que en lugar de unir el cristianismo lo que hicieron fue atomizarlo cada vez más, y el cisma de Antioquía por el tema monofisita. Con la conversión y adhesión de Teodosio y la enseñanza dogmática y pastoral de los padres de la Iglesia, principalmente los capadocios, se obtuvo un emblemático triunfo sobre el arrianismo y para poner fin a todo ello, Teodosio convocó el I concilio de Constantinopla donde se definió la divinidad del Espíritu Santo, gracias al esfuerzo teológico de Gregorio Niceno y Gregorio Nacianceno, quienes formularon la teología del Espíritu Santo enseñando que era consubstancial con el Padre y el Hijo. Este concilio puso punto final a una fructífera pero difícil discusión sobre la Trinidad, lástima que cuando se llegó a este punto, ya algunos pueblos bárbaros habían abrazado la fe cristiana arriana. En relación al símbolo de fe, llamado nicenoconstantinopolitano, existen algunos estudios que prueban que esta formulación pertenecía a un antiguo símbolo jerosolimitano, con lo cual se estaría haciendo una aproximación al símbolo apostólico. Las controversias cristológicas Las controversias cristológicas se ubicaban en torno a la divinidad y la humanidad de Jesús. En cuanto a la divinidad, la negación total era hecha por el judeocristianismo, la negación parcial era la propuesta de Arrio y la divinidad alejada de la unión era la doctrina de Nestorio. En la humanidad, Eutiques proponía que era absorbida en la unión hispostática, Apolinar la negaba de una manera parcial y el docetismo se ubicaba en la negación total de la humanidad128. Con el dogma de la Trinidad se definió la divinidad del Hijo y su consubstancialidad con el Padre; ahora el problema era formular la doctrina en torno a aquello de “las dos naturalezas” sin confusión ni detrimento de la divinidad y la humanidad. La posición asumida por las escuelas alejandrina y antioquena que enfatizan en la divinidad y la humanidad respectivamente fue vital, pero no definitiva para determinar la unión hipostática. Junto a la cuestión cristológica existe otra no menos importante como es la de la Virgen María. Nestorio, obispo de Constantinopla, predicaba que María no era la Madre de Dios sino que ella había engendrado al hombre Cristo en quien habitaba el Verbo; en este contexto se dio el concilio de Éfeso (431) que proclamó la Maternidad Divina de María. Hasta el concilio de Éfeso el tema de la unión de la divinidad y la humanidad en Jesús, no era una cuestión tan clara como hoy lo asume la teología cristológica. Desde presupuestos filosóficos hubo diferentes propuestas para tratar de aclarar divinidad y humanidad de Jesús; una propuesta fue la teología alejandrina Logos-sarx, Palabracarne, para referirse a Jesús como Dios y hombre. El problema no era fácil porque en la concepción teológica del momento era preciso inventar los términos más adecuados para expresar la unidad teándrica de Jesús, y por ello al interior de la teología alejandrina, pensamiento que se extendió por el oriente cristiano, aparecieron diferentes opiniones que al hacer escuela, unas tomaron caminos heréticos, y otras caminos ortodoxos. 89 Arrio, sacerdote alejandrino y discípulo de la escuela antioquena, propuso dos ideas fundamentales: el Logos tuvo un comienzo con lo cual ya no sería eterno sino creado y cuando se encarnó asumió la carne de un hombre, pero no un alma humana porque esta alma humana fue reemplazada por el Logos de tal manera que Dios ocuparía el lugar del alma humana. Frente a esta propuesta, señalada por la Iglesia como herética, Atanasio de Alejandría propuso la doctrina cristológica de la consubstancialidad del Hijo con el Padre con lo cual el Hijo fue engendrado pero no creado. Más tarde, Apolinar de Laodicea propuso una especie de tercera vía, conocida como el semiarrianismo, que negaba en forma parcial la humanidad de Cristo porque la Palabra y la carne vienen a ser uno como el cuerpo y el alma en el hombre son uno; en el fondo, Apolinar sostenía que después de la unión hispostática se formaba una naturaleza única, la cual resulta de la mezcla de Dios y Hombre en Cristo; en este contexto surgió el monofisismo, doctrina herética que afirmaba una única naturaleza en Cristo. Mientras Alejandría seguía sosteniendo la teología divinizante, Antioquía sostenía la teología del Logos-anthropos, Palabra-hombre, donde el hombre era asumido. Como existían dos corrientes diferentes, en un momento determinado y después de las condenas de Arrio y Apolinar, surgió una nueva polémica, en esta oportunidad entre Cirilo de Alejandría129 y Nestorio; para el primero, la unidad ontológica de Jesús se da en su apariencia externa y en su ser; para Nestorio, al ser Jesús perfecto Dios y perfecto hombre, constituye dos sujetos distintos de tal manera que la unidad es únicamente moral. Anexo al tema cristológico, estos dos obispos entraron en una disputa mariológica que se dilucidó en forma tensa y polémica en el concilio de Éfeso del 431, tal como se dijo. Hacia la mitad del siglo V aparece la cuestión monofisita que rechaza la posibilidad de dos naturalezas en Cristo ya que a partir de la encarnación la naturaleza humana fue absorbida por la divina. Ante esta realidad y posterior al latrocinio de Éfeso, está el concilio de Calcedonia (451) que proclamó solemnemente la unión de dos naturalezas sin ninguna confusión. Esta declaración no acabó con el monofisismo ya que dividió a los cristianos: unos apoyaban el monofisismo, otros defendían el concilio de Calcedonia; esta realidad motivó a varios emperadores bizantinos a buscar fórmulas para superar esta situación a través de una conciliación, pero de ello se hablará en otro momento. 2. Vida interna de la Iglesia El anterior apartado estuvo orientado a conocer el contexto histórico en el cual comenzaron de una manera oficial las relaciones de la Iglesia con los líderes políticos de aquel entonces, con lo cual el énfasis se puso en lo exterior; ahora, se quiere hacer una aproximación a la situación que se vivía al interior de la Iglesia. De la dinámica relacional de estos elementos: el interior y el exterior, surge la formulación de la fe, de la cual se hablará en el tema de los concilios. 2.1 Actividad misionera130 90 Como eje para comprender el tema de la actividad misionera se deben tener presentes tres aspectos: la cristianización de la población, la metodología misionera y el contacto con pueblos que no hablaban la lengua del imperio. A pesar de ello, aún no se puede hablar de una misión oficialmente organizada, por lo cual los éxitos misioneros se debieron a iniciativas personales en circunstancias muy particulares. El giro político sucedido entre el 313 y el 380 que representó una buena oportunidad para la acción misionera en el imperio donde los cristianos conformaban una minoría no despreciable; este cambio trajo dos peligros: las conversiones por oportunismo y la tentación de emplear medios y métodos para lograr la profesión cristiana mediante la presión y, en oportunidades, la violencia. Si bien estos peligros estaban presentes, no se puede negar que a mediados del siglo V casi todo el imperio se sentía cristiano a excepción de algunos grupos no cristianos que continuaban su vida al interior del imperio en condiciones desfavorables, incluyendo la particular situación de los judíos y algunos grupos germánicos. En Egipto la acción misionera fue realizada por obispos y monjes; entre los obispos brilló Atanasio quien desde Alejandría tomó la decisión de evangelizar y convertir el sur de Egipto. Las misiones en la región del patriarcado alejandrino se vieron ensombrecidas por los enfrentamientos entre cristianos y no cristianos; además hacia el siglo V la mayoría de los nuevos cristianos todavía no se veía libre del influjo de su religión anterior, no en vano hacia el 420 Cirilo de Alejandría escribía contra las prácticas supersticiosas, sobre todo de los campesinos entre quienes subsistía la magia, la hechicería y algunos cultos egipcios como el que se tributaba al río Nilo. Desde Egipto, gracias a la decisión de Atanasio, se inició la cristianización de Etiopía, que era dividida en dos reinos: Askum y Nubia (ésta era dividida en tres distritos: Nobadia, Makuria, Alodia) donde se desarrolló una floreciente cristiandad que algunos años o siglos después se convirtió al monofisismo. En relación a Egipto y el norte de África, se debe decir que esta región gozó de una posición de vanguardia en la teología y la literatura cristiana, no en vano la formulación de la fe progresó notablemente en aquellas regiones. En Palestina también se dio la acción de obispos y monjes. Allí las misiones sólo alcanzaron influjo hacia el siglo V, a pesar del impulso dado por Constantino quien con la construcción de templos cristianos ayudó a que naciera en los cristianos la conciencia de que esa región era la tierra santa donde se originó el cristianismo. La mayoría de los cristianos palestinos vivía en las ciudades y eran minoría en relación a los judíos; es muy probable que la presencia de los judíos, quienes defendían su legitimidad, no permitía que las misiones fueran florecientes. En Arabia hay que distinguir dos regiones; en la región noreste se organizó una comunidad bajo la acción misionera de obispos y monjes enviados desde Bosra, la capital, donde había una floreciente cristiandad tal como lo dan a entender las ruinas de Mádaba y Garasa; en la región suroeste los misioneros cristianos compartían con misioneros judíos procedentes de Palestina, monofisitas procedentes de Egipto y nestorianos que procedían de las regiones antioquenas y el norte de Arabia para convertir la tribu de los himyaritas. Antioquía, capital de Siria, vivió una época de florecimiento después de la persecución 91 de Diocleciano; fue una de las más ricas comunidades de la antigüedad cristiana que extendió su acción misionera a Arabia, India y algunas regiones del interior asiático. Como es normal en el oriente cristiano, los monjes desempeñaron un importante rol misionero junto a los cristianos nestorianos. Tres factores contribuyeron al desarrollo misionero en Antioquía y Siria: la mayor fuerza de irradiación del cristianismo en relación a los no cristianos, la intensa propaganda persona a persona que proponía Juan Crisóstomo y la atracción del monacato. Esta cristiandad estuvo en pie hasta cuando Suleimán tomó para los turcos la región de Asia Menor donde creó en el 1080 el sultanato de Al-Rom131. Junto a la cristiandad de Siria se ubican las diferentes comunidades de Asia Menor y algunas islas del Mediterráneo que giraban en torno al patriarcado de Antioquía: Cilicia, Chipre, Calcedonia, Nicea, Isauria, Capadocia, etc. En la región de Asia Menor, la fuerza del cristianismo no erradicó la presencia de creencias no cristianas y, a partir de la primera mitad del siglo IV, la cuestión misionera comenzó a dar paso a los acuerdos sinodales y conciliares. En el imperio sasánida existía una minoría cristiana, la persa, que sufrió la persecución porque el rey era contrario a la autoridad romana. A la India llegó, en los siglos IV-V, una buena cantidad de cristianos sirios, que probablemente tuvieron contacto con los cristianos de santo Tomás. En las regiones europeas de Danubio, Los Balcanes y Tracia también se desarrolló la acción misionera que tenía como punto de referencia la conversión de las tribus godas establecidas en el Danubio inferior. En relación a Macedonia se advierte un cierto atraso misionero en comparación con las provincias asiáticas. En Grecia, particularmente en Atenas, aún estaba vivo el influjo y prestigio del pensamiento no cristiano por la presencia de los maestros de la academia platónica; sólo a través de la aplicación de los edictos de Teodosio a favor del cristianismo, particularmente el Cunctos populos, se pudo incrementar el número de cristianos y diócesis. En Dacia y Dalmacia se fue desarrollando el cristianismo a través de un lento proceso misionero debido a la inseguridad política de las regiones fronterizas, la controversia arriana, que tuvo en Los Balcanes un centro de difusión y la pervivencia de los cultos no cristianos. En las regiones de Panonia y Sirmium, en Europa Central, se desarrolló una adecuada acción misionera entre la población rural lo cual permitió una floreciente cristiandad. En el norte de Italia el proceso evangelizador se inició en el siglo IV a partir de tres sedes episcopales: Aquileya, Ravena y Milán, que fue por algún tiempo capital del imperio y sede de Ambrosio, con quien la Iglesia milanesa alcanzó su mayor eficacia misionera. Otras regiones de Italia tanto continental como insular fueron progresivamente evangelizadas a través del ejemplo de vida de los cristianos, la ocupación de templos no cristianos y la creación de obispados que hacían de la Iglesia una organización en continua expansión. Otras regiones de Europa Central fueron medianamente evangelizadas ya que apenas se formaron pequeñas comunidades. En Germania, territorio de germanos y godos, el cristianismo también se fue extendiendo; para estos pueblos, el cristianismo era un elemento más de la antigüedad tardía con el cual debían enfrentarse. No obstante ello, algunos germanos abrazaban el cristianismo católico que era dominante en occidente; 92 algunos aristócratas y príncipes federados también lo hicieron al vincularse al imperio como feudos, con lo que los habitantes también tenían que convertirse como sucedió con los borgoñones, quienes abrazaron el cristianismo en los primeros años del siglo V; otro tanto se puede decir de francos y suevos para quienes la conversión al cristianismo estaba unida a la sumisión al imperio y al emperador. Por lo que se refiere a la evangelización de los pueblos germanos132 se puede decir que fue un proceso en el que participaron diferentes factores, dos de ellos son: el progresivo desplazamiento hacia occidente que traían los pueblos bárbaros y el cambio de vías de comunicación (unos del mar a la tierra, y otros de la tierra al mar). Estos pueblos tuvieron sus primeros contactos con el cristianismo a través de las incursiones que hicieron en territorio del imperio y del trato con los prisioneros que llevaban a sus territorios. Del cristianismo de los germanos se tenía alguna noticia porque en el concilio de Nicea participó Teófilo, obispo de los godos con sede en Crimea. A san Ireneo (Adversus haereses) se le debe el primer testimonio sobre el cristianismo de los germanos, entendido como un elemento de la cultura de la antigüedad tardía con la que se enfrentaron. Cuando comenzaron a darse las conversiones de algunos príncipes y personajes importantes, aparecen las conversiones colectivas, un tanto forzadas; esto sucedía en el siglo V. Antes de ellas, se dieron algunas conversiones personales entre las que se destaca el caso de Ulfilas (311-383) obispo godo (ordenado por Eusebio de Nicomedia en el 341) de notable personalidad que inició su trabajo misionero en tiempos de Constancio II, abrazó el arrianismo homoiano (Jesús no es igual, sino semejante al Padre) moderado y tradujo la Biblia al gótico. El origen y la evolución de las misiones entre los godos, contacto del cristianismo, tanto arriano como católico, con los germanos, se entiende desde el transfondo de la historia de la Iglesia del oriente grecorromano. Ahora, desde los tiempos de Ulfilas hasta Recaredo I la mayoría de los pueblos germanos que abrazaron el cristianismo profesaban la fe arriana; entre estos pueblos son los godos quienes más profundamente la vivieron y llevaron a los pueblos donde emigraban. En Europa Atlántica, Las Galias, se encuentran algunos elementos cristianos tanto en las ciudades como en los campos; estos elementos tenían como punto de partida el sur desde donde se iban extendiendo hacia el norte a través de los campos célticos que en el siglo IV aún tenían cultos naturalísticos; en esta región se destacaron Martín de Tours (+ 397) y Víctor de Ruan (+ 407). En la península ibérica la cristianización durante los siglos IV y V tiene rasgos bastante imprecisos, por ello se dice que las misiones se desarrollaban desde oriente hacia occidente tal como lo prueban las noticias sobre los sínodos hispánicos entre los cuales sólo se menciona el de Elvira. En Inglaterra también existía alguna organización. Especial es la situación del norte de África que durante este período vivió un floreciente cristianismo con grandes personajes por un lado, y sonadas polémicas en torno a la fe, la gracia y los sacramentos por otro lado. En medio de esta situación la Iglesia tuvo un doble quehacer misionero: ganar adeptos y cristianizar los latifundios de 93 las provincias romanas proconsulares. La predicación y la correspondencia de Agustín de Hipona permiten entender la intensidad de la acción misionera de la Iglesia. La desintegración del mundo no cristiano en esta región se debió, además de la acción misionera, a la legislación iniciada por Teodosio y continuada por Honorio, mediante la cual fueron clausurados los templos no cristianos y prohibido el culto público no cristiano; con la llegada de los vándalos todo cambió y por más de un siglo se interrumpió la evangelización hasta que en el siglo VI oriente volvió a trabajar en la evangelización de esta región. El recorrido hecho, permite captar dos cosas: a partir del edicto de Milán se fortaleció la acción misionera al interior del imperio y se tomó conciencia de la necesidad de evangelizar, incluso a quienes no pertenecían al imperio; esto daría a entender que la catolicidad fue vista por encima de la concepción política del imperio y las diferencias culturales entre oriente y occidente, entre el sur y el norte. Al llegar a este punto conviene decir alguna palabra sobre el método misionero que durante los siglos IV y V tuvo en el obispo de la comunidad local al responsable de la misión, en la cual colaboraba la comunidad, gracias al ambiente catecumenal que se vivía. En esta época algunos obispos comenzaron a enviar misioneros en lugar de ellos ir a los sitios de misión. Al trabajo de estos misioneros se le añade, principalmente en oriente, la acción de los monjes quienes se presentaban como llamados a una vocación particular, abandonaban el monasterio y se presentaban como luchadores contra el demonio, razón por la cual destruían violentamente los lugares de culto no cristiano, acudiendo incluso a la autoridad pública. En relación a la presencia de la autoridad imperial, la legislación a favor del cristianismo se fue afirmando lentamente hasta hacer del cristianismo la religión del imperio; llama la atención que cuando la Iglesia no era oficialmente tolerada, se presentaron, por parte de los cristianos, varias argumentaciones a favor de la tolerancia; pero cuando la Iglesia fue tolerada e, incluso, protegida por el estado, “no se admitía” la existencia de los no cristianos; en este contexto se ubican las apologías no cristianas que en gran medida son ignoradas por lo que su conocimiento pertenece a círculos bastante reducidos. Las conversiones en masa no se saben si fueron exclusivamente por el esfuerzo misionero de la Iglesia, que no se puede ignorar, o por temor a la represión oficial y los numerosos tumultos que se presentaban entre enfervorizados cristianos que buscaban destruir los lugares de culto no cristiano y los sinceros no cristianos que buscaban defender un lugar sagrado. En este orden de ideas, el éxito cuantitativo logrado en breve tiempo debió pagarse con una sensible falta de calidad interior en los nuevos cristianos. 2.2 Estructura y organización de la Iglesia133 La libertad alcanzada con el edicto de Milán condujo a una mejor organización eclesial y fue en este contexto donde tomó fuerza la Iglesia local, que en oriente era llamada parroquia y en occidente, territorium, fines episcopatus, dioecesis; en estas jurisdicciones, sus límites casi siempre coincidían con los límites civiles y no siempre 94 existía proporción entre el número de habitantes y el territorio. El jefe era el obispo quien estaba obligado a la residencia en la comunidad y tenía prohibido su traslado a otra diócesis por aquello de las nupcias místicas del obispo con la Iglesia local. Con el crecimiento del número de fieles se vio la necesidad de establecer otros centros de culto con lo cual se originaron las Iglesias titulares que después tomaron el nombre de parroquias, administradas por sacerdotes itinerantes que hacían parte del clero de la diócesis; también apareció una persona o un grupo de personas que ayudaban estrechamente a los obispos: en oriente, el corepíscopo, en occidente, el presbítero. Con el aumento de las Iglesias locales, esto ya desde el siglo II, comenzaron a presentarse los primeros inicios de las federaciones metropolitanas que en oriente eran llamadas hexarcados y en Occidente provincias. Las federaciones coincidían, en gran medida, con las jurisdicciones civiles como el caso del norte de África, el norte de Italia, Las Galias, Hispania, etc.; caso especial lo constituían los obispos de Egipto que estaban sometidos directamente al patriarca de Alejandría y los del sur de Italia que estaban sometidos al obispo de Roma. Otro elemento son las grandes circunscripciones territoriales que más tarde tomaron el nombre de patriarcados134; en un principio y hablando en sentido estricto fueron tres: Roma, Antioquía135 y Alejandría; a éstos se les une, con una importancia honorífica el de Jerusalén, y a partir de 381 aparece el quinto patriarcado, Constantinopla136, capital del imperio oriental. En la organización de los patriarcados desempeñaron un importante papel los aspectos: cultural, lingüístico y racial. Además de esto, a manera de justificación, apareció la cuestión del origen apostólico de las principales sedes episcopales; por esto en el siglo IV, a raíz del crecimiento de la importancia política de Constantinopla, se hablaba del descubrimiento de los sepulcros de los apóstoles o que una ciudad cediera su importancia a otra, como sucedió con Éfeso y Constantinopla. Los patriarcados permiten entender la existencia de diferentes ritos en la Iglesia, que se deben tener en cuenta en el ecumenismo y las divisiones que se han presentado, toda vez que por el pluralismo se presentan tensiones y conflictos, uno de los temas más agitados de la historia de la Iglesia. Las diferentes circunscripciones tenían asambleas o reuniones, sínodos o concilios, institución conocida desde la época anterior a Constantino, que fue desarrollada y completada en el siglo IV. En el desarrollo de estas asambleas el influjo civil se manifestó de diferentes formas sobre todo en el aspecto de la organización; debido al reducido ámbito de acción, los antiguos sínodos fueron importantes para la vida cotidiana de las comunidades eclesiales a tal punto que algunas disposiciones sinodales provinciales y locales lentamente se convirtieron en ley universal, como sucedió con la norma celibataria sacerdotal. Cuando el sínodo tiene una mayor importancia porque abarca varias provincias o todo el imperio normalmente es convocado por el emperador, unas veces por propia iniciativa, otras veces por sugerencia de los patriarcas o los obispos metropolitanos; en este sentido los emperadores se convirtieron en legisladores de la Iglesia ya que ofrecieron los 95 elementos técnicos para el desarrollo de la asamblea e incluso los objetivos de las deliberaciones conciliares respetando en principio la libertad de palabra y decisión de los obispos en las cuestiones debatidas; durante estos siglos era normal que los emperadores confirmaran los acuerdos de los concilios y les confiriera fuerza de ley en el ámbito civil, pero esto no quiere decir que las decisiones conciliares entraran en vigor por la confirmación imperial sino por el concilio en sí mismo. Mención particular merece el nuevo tipo de sínodo que se desarrolló a partir de la segunda mitad del siglo IV en Constantinopla, en el cual los obispos que se encontraban en esa ciudad eran convocados para deliberar sobre importantes aspectos de la Iglesia; este sínodo, llamado endemousa, fue un factor fundamental del desarrollo de la autoridad de la sede de Constantinopla y un importante órgano en la constitución de la Iglesia bizantina. 2.3 La Jerarquía 2.3.1 El pontificado137 Después de Milcíades (311-314), en cuyo pontificado fue dado el edicto de Milán, se inició la construcción de la basílica San Pedro y le fue “donado” al obispo de Roma el palacio San Juan de Letrán, vino el pontificado de Silvestre I (314-335) en cuyo tiempo se llevó a cabo el primer concilio ecuménico realizado en Nicea en el 325; con este pontífice comenzó a tomar importancia el Papa138 toda vez que los padres sinodales reunidos en Arles (314) le escribieron algunas cartas llamadas Cartas sinodales a Silvestre donde le comunicaban los resultados de las deliberaciones. A pesar de ello, durante su pontificado se creó un vacío literario e histórico en el cual aparece la leyenda que fue puesta por escrito en el siglo V bajo el título de Actus sancti Silvestri que le atribuyen a este Papa la conversión, el bautismo y la curación milagrosa de Constantino, quien en agradecimiento le habría otorgado algunos beneficios; éste es el origen de la “donación constantiniana”, que hoy en día es considerada como un falso histórico, una especie de leyenda que se transmite por escrito hasta convertirse en una tradición que sólo tiene de histórico los personajes que menciona. Bajo este pontificado, en el 321 Constantino dispuso que en el primer día de la semana, el domingo, se suspendieran las sesiones del tribunal y los trabajos públicos; es decir, el domingo comenzó a ser festivo. En el 336 ocupó la silla de Pedro, Marcos cuyo pontificado sólo duró nueve meses. Lo sucedió Julio I (337-352) bajo cuyo pontificado se desarrolló la posición privilegiada de Roma y tomó fuerza la autoridad pontificia; prueba de esto es el hecho que el Papa fue consultado por defensores y opositores en el caso de Atanasio en relación a la sede de Alejandría. Con esta actitud, Julio se sintió llamado a fallar de manera obligatoria incluso en asuntos eclesiásticos orientales, tal como se puede deducir de las actas del sínodo romano del 340, reproducidas por Atanasio en Apología contra los arrianos139; por esta actitud y consideración, el Papa le pidió al emperador Constancio la convocación de un concilio general que no se pudo realizar porque algunos obispos se opusieron. 96 Con el papa Liberio (352-366) el prestigio moral adquirido por Julio disminuyó toda vez que la Iglesia fue sometida a un despótico capricho imperial cuando en los sínodos de Arles (353) y Milán (355) la mayoría de los obispos y delegados pontificios se sometieron a las decisiones del emperador quien condenó a Atanasio de Alejandría; los obispos que no se sometieron a los deseos del emperador fueron desterrados, Liberio se solidarizó con ellos y pidió oraciones para afrontar la tempestad que se acercaba por conservar íntegra la fe y la Iglesia. La presión física y psicológica sufrida por el Papa, incluso el destierro, lo llevó a retirarle el apoyo a Atanasio; esta actitud, vista como deslealtad pontificia, socavó su prestigio moral y el emperador comenzó a ignorarlo. Esto lo llevó a una difícil situación en Roma a tal punto que los romanos no lo incluyeron en la lista de los Papas legítimos, y en su lugar pusieron a quien fue su antagonista temporal, nombrado por Constancio, Felix II que actualmente es tenido como antipapa. Para elegir el sucesor de Liberio se presentaron varios inconvenientes, siendo finalmente elegido Dámaso I(366-384) quien después de superar los problemas iniciales le dio una nueva configuración a la curia romana y recuperó la autoridad pontificia que en cierto sentido se había perdido, ya que fue conciliador en la forma pero riguroso en la sustancia. Durante su pontificado fue concedido el decreto Cunctos populos (febrero 28 de 380) con el cual la fe cristiana fue declarada como religión del Estado en la forma en que los romanos la habían recibido del apóstol Pedro y era profesada por Dámaso I. Si en occidente, a pesar de las dificultades presentadas, alcanzó esta preeminencia, en oriente tuvo que luchar para conseguirla, aunque no siempre actuó con el debido tacto; a pesar de esto fueron varias las ocasiones en las cuales las sedes orientales apelaron a Roma para solucionar algunos conflictos, por lo cual se puede decir que la idea de Roma como “sede apostólica” data de los pontificados de Liberio y Dámaso I; con esta fórmula el Papa reivindica el derecho a un rango que no se apoya en la categoría política de la ciudad, sino en la relación del apóstol Pedro con la comunidad de Roma. Otros puntos importantes del pontificado de Dámaso I fue el interés por la Biblia, al tener a su servicio durante algunos años a Jerónimo y proclamar el canon de la Sagrada Escritura, y su preocupación por la restauración de algunos templos. Siricio (384-399) fue el sucesor de Dámaso I, pero sin alcanzar la fuerza y autoridad que tuvo el obispo Ambrosio de Milán en cuyas manos estuvo prácticamente la política eclesiástica del momento. La importancia de Siricio radica en haber desarrollado material y formalmente la autonomía de la legislación pontificia extendida a toda la Iglesia en occidente; a partir de entonces, ya con una cierta oficialidad, las respuestas del Papa a las preguntas episcopales adquieren fuerza legislativa, es decir, nacen las decretales pontificias que con el pasar de los años se convierten en documentos jurídicos para la Iglesia; estas decretales son conocidas como Statuta apostolicae sedis. Siricio dio los primeros pasos para la creación del vicariato pontificio de Tesalónica y condenó a Joviano que negaba el valor del ayuno e igualaba el matrimonio y la virginidad. Determinó como obligación el celibato eclesiástico, según carta del 10 de febrero de 385, dirigida a Himerio, obispo de Tarragona; este documento se considera la primera decretal pontificia “ejerciendo de manera oficial el magisterio anejo a la sede de Pedro”140. 97 Después de Anastasio I (399-402) vino Inocencio I (402-417) quien trató de desarrollar la idea del primado del obispo de Roma. Esta idea se pudo llevar adelante sin mayores obstáculos en Occidente en los ámbitos disciplinario y litúrgico, tal como se puede constatar en varios documentos que envió a algunos obispos de diócesis occidentales; con Oriente las relaciones fueron difíciles porque los patriarcados orientales, principalmente Alejandría y Antioquía, no aceptaban ni apoyaban las decisiones de Roma; un caso concreto de esta situación es la posición asumida por Inocencio I cuando Juan Crisóstomo fue desterrado al perder el favor del emperador oriental a raíz de las críticas que hizo. Caso especial es el pelagianismo ya que en el 416 le llegaron tres escritos procedentes de África, uno de esos escritos era de Agustín de Hipona, los otros dos eran de los sínodos de Cartago y Mileve; estos escritos le pedían al Papa que utilizando su autoridad condenara las ideas pelagianas que estaban causando problemas en la Iglesia africana; en la respuesta dada por el Papa hacia el 417 se puede captar que en cuestiones doctrinales el obispo de Roma disfruta de una especial autoridad que tiene su fundamento en la Biblia. La alegría de los obispos africanos se convirtió en desconcierto cuando poco después recibieron dos cartas del sucesor de Inocencio I, Zósimo (417-418), quien les informaba que Celestio se había justificado personalmente, Pelagio lo había hecho a través de una confesión que había presentado por escrito y el episcopado africano había juzgado en forma ligera a hombres que ya habían sido rehabilitados; a pesar de esto, el episcopado africano se mantuvo firme, le dio validez a las normas dadas por Inocencio I y desterró a los partidarios del pelagianismo. Después de Zósimo, ocuparon la sede petrina Bonifacio I (418-422) y Celestino I (422432) quienes tuvieron que solucionar algunos de los problemas disciplinarios dejados por Zósimo; entre éstos se citan: la intervención de Zósimo en el caso de un clérigo africano que fue suspendido del ministerio por su obispo y que el Papa obligó su reintegración en un claro abuso de jurisdicción, el nombramiento del obispo Patroclo de Arles como “primado de Las Galias” utilizando privilegios que afectaban la jurisdicción de los otros obispos galos, y el cisma que se presentó para designar al sucesor de Zósimo entre Bonifacio I y Eulalio. Además, en el tiempo de Bonifacio I, la cuestión de la soberanía eclesiástica en Los Balcanes; y durante el pontificado de Celestino I, la realización del concilio de Éfeso (431) y la problemática del nestorianismo, dejada por el Papa en manos de Cirilo de Alejandría. En el contexto de esta problemática y este concilio, se puede hablar del primado universal del Papa ya que los obispos orientales se dirigieron a Roma pidiendo una determinación doctrinal en el caso de Nestorio. El sucesor de Celestino, Sixto III (432-440), vivió un pontificado pacífico en relación a oriente, si bien el obispo Proclo de Constantinopla hacia el 434 casi destruye las relaciones al tener deseos de influir en la región de Los Balcanes. El último Papa de este período fue León Magno I (440-461) con quien el primado pontificio de la Iglesia antigua alcanzó el punto culminante al darle un marcado aspecto espiritual y fundamentar la idea del obispo de Roma como sucesor de Pedro, por esto mismo procuró satisfacer las exigencias de este deber actuando en casos concretos con 98 habilidad política. En el ámbito de la Iglesia latina, esta reivindicación fue reconocida por un imperio ya decadente y los diferentes obispos metropolitanos con quienes se presentaron algunos problemas que no pasaron a mayores; en el contexto de estos malentendidos apareció la fórmula de la colegialidad episcopal: “Participar en la solicitud pastoral no quiere decir participar en la plenitud de poderes”; por la fuerza adquirida por León I, fue visto como el salvador de Occidente al intervenir frente a los reyes Atila y Genserico, cuando éstos quisieron apoderarse de Roma. En el ámbito oriental las cosas fueron diferentes por las actitudes de algunos patriarcas orientales como el caso de Dióscoro de Alejandría; otros problemas que tuvo que solucionar en Oriente fueron el influjo del emperador Teodosio II, el latrocinio de Éfeso (449) y el concilio de Calcedonia (451) en el cual los delegados pontificios quisieron imponer la autoridad de Roma sin entrar en ningún tipo de discusiones sino teniendo como punto de referencia la Epístola 28 a Flaviano (obispo de Constantinopla) escrita por León I que fue aceptada y acogida como carta dogmática en cuanto estaba en consonancia con la tradición de los padres, pero de hecho el concilio de Calcedonia no expresó un reconocimiento pleno y sin restricciones de la concepción leonina del primado, aunque la autoridad docente de Roma fue aceptada. 2.3.2 El clero Hasta el siglo IV, el sostenimiento del clero se hacía gracias a las ofrendas, contribuciones y primicias de los fieles; esto llevó al crecimiento del patrimonio eclesiástico, incluyendo los terrenos para cementerios y templos. Además, algunos clérigos vivían de sus propiedades o de su trabajo en agricultura, industria y comercio141. En aquel entonces el clero no estaba obligado al celibato, práctica que se afianzó con el tiempo al entenderse como medio idóneo para un mejor servicio a Dios y lentamente se convirtió en el sistema de vida más adecuado para el obispo y el sacerdote. A comienzos del siglo IV ya existían los diferentes grados del orden y el clero estaba dividido en superior e inferior; al superior pertenecían obispos, presbíteros y diáconos; al inferior subdiáconos, acólitos, exorcistas, ostiarios y lectores. Los grados del clero superior reciben la consagración de manos del obispo, los grados del clero inferior oscilaban en su número y valoración. Cada uno de estos grados tenía funciones específicas, pero no siempre existía claridad en torno a los límites de las funciones de los diferentes grados, por ello, algunas veces, se presentaba una cierta “invasión” en otros campos. Mención especial merece el archidiácono, quien normalmente dirigía el grupo de diáconos existentes en Roma y en más de una oportunidad fue elegido Papa. Un elemento importante es el número de vocaciones, el cual era bajo, pero a pesar de ello no faltaban clérigos en las diferentes comunidades; esto quiere decir que el tema vocacional no estaba ausente pero tampoco era una panacea de vocaciones. Para la admisión en el estado clerical existían algunos requisitos: edad142 e intersticios, integridad corporal y salud física, acreditación de fe y vida moral. En relación a la moralidad las cosas no eran fáciles porque se partía, como norma, de no aceptar a los 99 que habían tenido que someterse a penitencia pública; además los Statuta ecclesiae antiqua143exigían que fuesen excluidos: usureros, perturbadores y quienes tomaban la justicia por sus manos. Otros requisitos eran: tener un suficiente conocimiento teológico y pastoral, estar libres de compromisos políticos en relación al imperio, ser libre porque el esclavo tendría que servir a dos señores. Aunque las normas eran claras, la baja preparación del clero era normal a pesar de los esfuerzos de algunos obispos en sus respectivas diócesis, como el caso de Agustín en Hipona, el monasterio de Lerins al sur de Las Galias y algunos otros centros donde los clérigos llevaban una vida comunitaria animada por la preparación bíblica y teológica con miras a una adecuada pastoral. Esto hizo que los clérigos se fueran convirtiendo en el grupo de personas preparadas que comenzaron a tomar el liderazgo de la sociedad por su sabiduría y santidad; por desgracia no faltaron los clérigos que tomaron caminos equivocados que los condujo a escándalos y movimientos heréticos. También era normal que los clérigos siguieran con su matrimonio contraído antes de la ordenación, que varios clérigos optaran por una continencia voluntaria y otros eligieran el celibato gracias a una corriente espiritual que hacía ver la virginidad y el celibato como superiores a la vida matrimonial y una posibilidad para dedicarse al apostolado; a los clérigos casados se les exigía una vida matrimonial irreprochable en todos los sentidos por lo que las segundas nupcias estaban prácticamente descartadas. Con el tiempo comenzó a darse una diferencia pastoral entre occidente y oriente en relación al clero; en Oriente se permitía el matrimonio de los clérigos siempre y cuando éste fuera contraído antes de la ordenación, pero con la exigencia de pureza ritual los días que celebrara el culto, además los obispos no podían contraer matrimonio; en Occidente a partir del concilio de Elvira (hacia el 306) comenzó la tendencia a la continencia permanente y de ahí se pasó al celibato clerical que fue promovido por las legislaciones de algunos sínodos y los documentos de algunos Papas que en los siglos IV y V comenzaron a exigir la vida celibataria para los clérigos, incluso para los subdiáconos. Esta exigencia se basaba en la idea de una mayor disponibilidad para el servicio de la proclamación del Evangelio y la vida ejemplar del sacerdote que más que predicar la continencia y la virginidad también debería practicarla. Lo anterior da a entender que la estabilización del celibato sacerdotal144, que en cierto sentido se inspiró en la castidad monacal, fue una ley que se afianzó lentamente a partir de algunos obispos que la pidieron para hacer del clero personas más consagradas a su ministerio; el hecho que la legislación se hiciera presente no quiere decir que con ello se solucionó el problema de las continuas violaciones a esta norma disciplinar, que tuvo en lo económico un elemento que ayudó a su afianzamiento. En cuanto a la elección del clero, la participación de los laicos fue disminuyendo, hasta que prácticamente desapareció por lo que se pasó de la participación a la aclamación del candidato propuesto; este cambio tiene elementos positivos y negativos de acuerdo al punto de vista desde el cual se analice la cuestión. Los Statuta ecclesiae antiqua exigían para la validez de las elecciones: consenso de clérigos y laicos, presencia o representación de los conventos y obispos de la provincia y la autoridad metropolitana. Una vez elegido el candidato, se tenía la ordenación que hacía el obispo, aunque algunas veces los 100 presbíteros pidieron la posibilidad de ordenar. Tanto en la elección como en la ordenación era normal contar con la presencia de la autoridad civil competente, lo cual causó algunos inconvenientes que por lo general no pasaron a mayores. Durante estos siglos el clero comenzó a adquirir algunos privilegios145: la exención de los munera o servicios que se debían prestar al Estado y los impuestos, la creación de la audiencia episcopal en el proceso civil romano que hacía del obispo un juez con amplias competencias, etc.; con los privilegios también llegaron los abusos y por ello fue necesaria una legislación para corregirlos. En el contexto de los privilegios adquiridos, los obispos comenzaron a gozar de un puesto concreto al interior de la sociedad, que posteriormente les ayudó para la asistencia social que proporcionaban, convirtiéndose en abogados de los pobres y desamparados, protectores de los fugitivos, intercesores en favor de los prisioneros y defensores de las ciudades contra la invasión de los bárbaros, no en vano eran llamados pater populi, pater urbis, pater patriae; por esto mismo el obispo surgió como modelo de santidad. Además, al recurso al juicio episcopal se le reconocieron los efectos civiles. Un elemento importante en relación a los obispos es la colegialidad episcopal. Junto al obispo existía el presbiterio que asistía al obispo local en sus quehaceres y, a veces, lo aconsejaba; los obispos, que casi siempre le daban sus sedes el título de “sede apostólica”, comenzaron a vivir una especie de colegialidad en el ámbito doctrinal que se manifiesta en la consagración episcopal de un obispo y la sucesión apostólica, uno de sus elementos fundamentales. Los obispos fueron tomando conciencia de ella y cuando algún obispo no estaba de acuerdo con la doctrina se le decía que él mismo se había puesto fuera de la colegialidad debido a su actitud; por ello no es de extrañar que León I subrayara que cada obispo es responsable de la Iglesia universal más allá de su propia diócesis. Los Papas también hablaron sobre la colegialidad episcopal al darles a los obispos el título de coepiscopi y fratres; pero esta idea se fue perdiendo con el correr de los siglos hasta el siglo XX cuando fue reanimada. 2.4 El monacato146 En la concepción eclesial, esta palabra tiene su punto de partida en Jesús, el unigénito; los discípulos, los que siguen a Jesús, lo imitan. Originalmente se refería a uno solo que se retiraba a un lugar solitario; después se le aplicó al grupo conformado por las personas que se retiraban a lugares solitarios. En cualquier nivel, lo importante es tener presente el deseo de servir a Dios de una forma radical porque el deseo de ir a un lugar solitario, al desierto, era la concreción de una vida en el vacío. Quienes no eran partidarios de este movimiento decían que como los dioses estaban enojados, los cristianos fueron perseguidos y ellos para evitar la muerte huyeron al monte o al desierto donde se acostumbraron a vivir. En este sentido existe una doble cara: por un lado la Iglesia se reviste de un carácter oficial, por otro lado sale del mundo y se retira a la soledad. En relación a su origen, el monacato, entre nostalgia y realidad, lo propone en el morir con Cristo a través de sacrificios y renuncias libres siguiendo los textos bíblicos hasta el 101 punto que su vida puede ser considerada como un martirio incruento ya que la vida en el desierto es una vida en el vacío; el asceta vive el martirio en la renuncia al mundo porque la vida monacal es como una anticipación de la vida del paraíso (el escatologismo monacal) y una respuesta a Mateo 5, 48. De esta manera el monacato es la realización de ideales cristianos de perfección que aunque presente elementos comunes con otras manifestaciones religiosas es una creación genuinamente cristiana, por ello se dice que después de haber cristianizado las ciudades, la Iglesia, antes de conquistar los campos, conquistó el desierto gracias al monacato o vida consagrada. Como es normal toda obra tiene sus defensores y sus detractores; el monacato también fue atacado por el régimen romano porque lo veía como una actitud de aversión a la vida; en la misma línea estaban algunos escritores y políticos que se vieron obligados a difamarlo porque algunos monjes participaban en revueltas políticas, ayudaban a las fuerzas enemigas, no colaboraban ni con la Iglesia ni con el estado, y las frecuentes oposiciones entre monacato y episcopado por aquello de la lucha entre carisma y jurisdicción. Los ataques contra el monacato, con sus razones, condujeron a que los monjes comenzaran a corregir los excesos por los cuales eran criticados; las críticas ayudaron a la purificación de los ideales monásticos. 2.4.1 El monacato oriental En el retiro de algunos cristianos a la soledad para vivir en pobreza y castidad se encuentra el primer paso que condujo al monacato; entre los lugares a los cuales solían retirarse están: la Tebaida, el desierto de Nitria al suroeste de Alejandría y las montañas cercanas a Edesa en Siria; entre los anacoretas, se destaca Antonio quien, debido a la autoridad de su biógrafo, Atanasio147, es llamado “padre del monaquismo egipcio”. Si se busca el origen del monacato se pueden encontrar varias respuestas no cristianas de acuerdo a la historia de las religiones: los katakhoi egipcios (junto al templo del dios Serapis), las corrientes filosóficas y religiosas del neoplatonismo y el neopitagorismo, el maniqueísmo oriental de influencia budista y la comunidad (esenia) de Qumram. Egipto La primera manifestación es el anacoretismo148, cristianos que dejando todo optaban por vivir aislados (retirados), primero cerca a sus respectivas ciudades, después en los desiertos (eremitas) donde construían sus chozas (kellia); algunos de esos anacoretas se reunían en torno a un monje famoso, a quien tenían por consejero y director espiritual. Entre los “padres espirituales” el más conocido es san Antonio (251-356)149 quien no solamente fue un carismático director (abad), sino también un excelente monje porque practicó los rasgos esenciales del monaquismo: trabajo manual, oración, lectura de la Biblia y una particular lucha contra los poderes hostiles a Dios (el demonio, el pecado). Este santo se convirtió para el pueblo en el modelo de una vida dedicada a Dios y los hermanos “en el modelo del carismático que deja el mundo no para abandonarlo a sí 102 mismo, sino para servirlo mejor”150. Cuando el retiro era a los desiertos de Nitria (hoy Barnugi) y Sketis (hoy Waadi el- Natrûn), principalmente se tiene el eremitismo (los retirados al desierto). Las principales fuentes para conocer la historia de estos monjes son La Historia Lausiaca escrita por Paladio de Helenópolis151 y Las Sentencias (o Dichos) de los padres (Apophthegmata patrum)152; aunque ambos centros fueron importantes, Sketis era más radical porque de hecho se vivía en el desierto lo cual exigía mayor fuerza física y moral por parte de los eremitas. Macario vivió allí por espacio de 60 años (a partir de 340) y fue el padre espiritual. Los monasterios de esta región vivían una experiencia diferente en relación a los pacomianos porque en lugar de una regla tenían la palabra orientadora (regla viva) de los patriarcas que estaban al frente de ellos. Hacia comienzos del siglo V por cuestiones teológicas (origenismo) y políticas (invasiones) recibieron un duro golpe. La segunda manifestación es el cenobitismo pacomiano. Pacomio (287-346)153, propuso la vida junto a otros monjes para tener mejores posibilidades de seguir adelante en el camino de perfección. Hacia el 320 creó cerca a Tabennisi una comunidad de monjes cuyos miembros aceptando una regla, se comprometían a vivir bajo la dirección de un superior. Los monasterios pacomianos tenían una estructura similar a las abadías monacales con buen número de monjes (más de 30), una adecuada organización económica y una fuerte vida comunitaria (koinonía), ley fundamental del pacomianismo que condujo a la unidad de principios y forma de vida entre los miembros de la comunidad; para llegar a esta igualdad se precisaba de pobreza y obediencia incondicional al superior. La regla de Pacomio es sencilla, sin muchas teorías ascéticas, con bastante calidad religiosa y pocas formulaciones sugestivas; busca siempre el término medio entre las exigencias comunitarias y la libertad de los miembros. Con la aceptación de otros monasterios que deseaban vivir esta regla se originó la primera orden en la historia del monacato cristiano (hacia el 337). Siria y Palestina Aunque a finales del siglo IV ya se encuentran algunos rastros monacales en el Sinaí debido a las fundaciones hechas por monjes procedentes de Egipto, se puede decir que su “edad de oro” comenzó con la fundación de un monasterio cenobítico por Justiniano. Palestina, la tierra santa, ejercía especial atracción para los monjes que fundaron allí las “lauras”. La palabra “laura”, proviene de una voz griega que traduce “senda estrecha” o “lugar de luz”. Esta expresión se aplicaba a un tipo de monasterio, especialmente en Palestina, compuesto por un conjunto de celdas individuales habitadas por monjes que vivían bajo un mismo superior y formaban una especie de aldea monástica en torno a un templo. Los monjes se reunían sábados y domingos para celebrar la liturgia y recibir la comunión que luego llevaban consigo. La mayoría de estos monasterios desempeñaron un importante papel en las polémicas cristológicas posteriores al concilio de Calcedonia y la polémica origenista154. 103 Entre los padres de este monacato están: san Caritón (hacia el 300 estaba en Palestina), Hilarión (+ 370), Eutimio de Mitilene (llegó a Palestina hacia el 405 y murió en el 473) entre cuyos discípulos se cita a san Sabas, quien posteriormente fue archimandrita de los monasterios palestinenses, Naburguni (Pedro el Íbero) fundador de una hospedería para peregrinos que después se transformó en un convento. En Palestina también hubo conventos latinos por lo que hace referencia a su fundación y sus moradores. Algunas matronas de la aristocracia romana ayudaron en estas fundaciones como: Melania la Mayor quien junto con Rufino fundó un monasterio en el monte de los Olivos (hacia el 380) donde murió hacia el 410, Paula la Mayor (+ 404), quien junto con Jerónimo, fundó un monasterio en el desierto de Calcis al sureste de Antioquía y otros dos monasterios en Belén (éstos hacia el 386), y Melania la Joven y su esposo Piniano que fundaron un monasterio en Jerusalén. Estos monasterios se convirtieron en centros teológicos en relación a las disputas de aquel entonces y en lugares desde donde eran enviadas a Occidente numerosas noticias. El monacato en Siria fue un fenómeno muy particular porque era un poco más radical que los otros monacatos orientales y muy apreciado por el pueblo. La nota característica de este monacato es el estilitismo155; su más nombrado exponente fue san Simeón (390459) quien se hizo ermitaño en Telesnin o Telanissos (hoy Der Sim’an) donde, para evitar molestias y huir del mundo, construyó un cobertizo en la parte superior de una columna. Entre los eremitas y los monjes se dio una tercera vía: las comunidades de anacoretas. En el panorama del monacato sirio se encuentra: poca preparación intelectual, gran acción social y caritativa, adecuada acción misionera y amistosa relación con la Iglesia oficial. Según san Juan Crisóstomo el monacato es para los cristianos un signo de que el ideal evangélico se puede realizar radicalmente, que es posible anunciar con la pobreza y la virginidad el mensaje escatológico del advenimiento del reino de Dios y que los monjes han de estar dispuestos a renunciar a su ideal si la Iglesia necesita sus servicios. Asia Menor y Constantinopla El monacato en Asia Menor comienza siendo un movimiento radical que se sale del pensamiento eclesial. Uno de sus representantes es Basilio de Cesarea quien, convencido de que todo cristiano estaba obligado a una vida ascética conforme al Evangelio, fundó una comunidad en Annesi del Ponto; en relación con esta comunidad estuvo Gregorio Nacianceno. Cuando se dio el aumento de monjes, hubo necesidad de dar normas como las del Asketikón, según el cual el monacato tiene como ley fundamental el amor a Dios que exige una renuncia radical a un mundo que desprecia a Dios a través de la autodisciplina y la obediencia al superior. Sobre los comienzos del monacato en Constantinopla se habla de unos monasterios construidos en la ribera anatólica del Bósforo, hacia 395, y de la presencia de algunos monjes en la capital del imperio. La literatura hagiográfica atribuye al monje Isaac la fundación del primer monasterio en Constantinopla (hacia el 382) y el concilio de Éfeso 104 reconoce al abad de este monasterio; en el 448, representantes de 23 monasterios suscribieron la condena de las doctrinas de Eutiques. En esta ciudad desempeñó un importante papel religioso y político el monasterio de los acemetas (insomnes)156 cuya nota característica era la oración continua; por diferentes motivos fueron expulsados siendo posteriormente llamados de nuevo a la capital. Debido a las conflictivas relaciones entre los monjes y los obispos de Constantinopla hubo necesidad de comenzar a legislar sobre el monacato; el concilio de Calcedonia (cánones 4 y 8) legisló sin agotar todas las posibilidades canónicas157. Al interior del monacato en Siria y Asia Menor, se ubica el mesalianismo, corriente espiritual consistente en una dedicación a la oración que termina en el olvido del Evangelio para sostener las propias revelaciones, es decir, es una mística equivocada. Entre sus tesis condenadas se citan: sostener que en todo niño mora un demonio, afirmar que es la oración y no el bautismo lo que destruye la raíz del pecado, repudiar el trabajo y percibir sensiblemente en el alma la venida del Espíritu. Esta doctrina, que se encontraba en el Asketikón, fue condenada por los obispos Valeriano y Anfiloquio; Juan Damasceno incluyó algunas tesis en su obra Historia de las herejías. Los estudios patrísticos proponen como autor del Asketikón a Simeón de Mesopotamia; han descubierto que en ese texto se condena el laxismo moral, se valora el trabajo y las fantasías de los inspirados pasan a un segundo lugar; en ese texto se presenta una afinada teología de vivencia espiritual en la que la oración y la disciplina son importantes pero no exclusivas; de lo dicho por la patrística se deduce que el problema fundamental es la radicalización de algunos aspectos158. 2.4.2 El monacato occidental Cronológicamente es posterior al oriental y su estructuración puede datarse a partir de la segunda mitad del siglo IV cuando se intensificaron las relaciones entre Oriente y Occidente y se conoció la traducción latina de la vida de san Antonio (el 360). Es importante tener presente que en relación al monacato hubo en Occidente una mentalidad muy particular: unas veces eran despreciados por su presentación, otras fueron rechazados a causa de los fuertes ayunos que hacían, que en oportunidades los llevaban a la muerte, y en otras oportunidades eran apoyados. Italia e Hispania Roma conocía el ascetismo y lentamente se fueron creando grupos de ascetas que vivían un ritmo comunitario, en los que la presencia de algunas mujeres de la aristocracia no era extraña; cuando varias de estas damas se retiraron a sus posesiones, fuera de la ciudad, comenzaron a darse los primeros pasos hacia una vida conventual. Aunque el ideal ascético tuvo poca acogida entre los hombres en occidente, san Agustín da algunas noticias sobre la existencia de algunos monasterios de varones159. El papa Dámaso I (366-384) fue un decidido promotor del ascetismo femenino; otro tanto hicieron Siricio 105 (384-399), Inocencio I (402-417) y Zósimo (417-418); a Sixto III (432-440) se le debe la fundación del monasterio “in Catacumbas” junto a la basílica San Sebastián; León I (440-461) fundó un monasterio cerca a la basílica Vaticana. En el resto de Italia existen algunas manifestaciones ascéticas aisladas antes de la presencia de los fundadores monásticos italianos como Eusebio de Vercelli, quien reunió el clero del templo episcopal en una vida común monástica siendo el fundador de la primera comunidad de clérigos en la historia de la Iglesia160; Ambrosio de Milán, siempre atento a la vida monacal, tanto masculina como femenina, fundó un monasterio para hombres en las afueras de la ciudad. El concilio de Elvira (hacia el 306) habla de un ascetismo premonástico; del 380 existen algunas noticias que dan a entender su reciente nacimiento; hacia el 385 ya se habla del deseo de elegir de entre los monjes a algunos clérigos. Este monacato no se desarrolló mucho debido a la presencia de pueblos bárbaros. Una singular figura de este monacato fue Baquiario, quien defendió la posibilidad de un monacato itinerante y fue considerado como priscilianista; además, escribió De lapso, donde se revela como asceta prudente y bien formado. El priscilianismo, una teología dualista heterodoxa, condujo a una práctica ascética extrema y extravagante que acarreó el descrédito del monacato. Las Galias Por los testimonios históricos161 se supone la existencia de un ascetismo premonástico en Las Galias. Las mujeres vivían consagradas en virginidad en sus casas y ocasionalmente en pequeñas comunidades. De los hombres son pocas las noticias que se tienen hasta que apareció Martín de Tours, quien es considerado como el fundador del monacato galo; Sulpicio Severo, su biógrafo, introdujo algunas modificaciones en el monacato martiniano como celdas individuales para los monjes y vestido sencillo. La estructura de los primeros monasterios es un eco del monacato egipcio: ascetismo, pobreza, vida en comunidad y lucha contra los demonios; unido a esto: destrucción de templos no cristianos, construcción de templos, predicación y fundación de nuevas residencias monacales; así nació la impronta específica del monacato galo: pastoral y misionero. Después de la muerte de Martín de Tours y la propagación de su doctrina y obras, se inició la segunda fase, el cenobitismo en el que la influencia del noble Honorato, nombrado obispo de Arles (hacia el 428) fue fundamental en el monasterio de la isla Lerinum o Lerina al frente de la costa de Cannes; de este monasterio salieron importantes personajes del episcopado galo. La tercera fase se ubica bajo la influencia de Juan Casiano quien después de estar en Oriente y Roma llegó a Marsella, allí el obispo Próculo le confió un templo donde fundó el monasterio San Víctor; en este monasterio escribió dos obras sobre el orden y la espiritualidad del monacato oriental: Instituta coenobiorum (424) y Collationes (426); en estas obras, además de la teología del monacato, se encuentra la discusión teológica de la época en torno a la validez de la doctrina agustiniana de la gracia y el problema del semipelagianismo. Los Instituta están organizados en dos partes: la primera, compuesta 106 por cuatro apartados trata del monje en relación al exterior: hábito, oración y normas; la segunda, trata de los ocho vicios principales: gula, lujuria, avaricia, cólera, tristeza, ansiedad, vanagloria y soberbia. Las Collationes están organizadas en 24 tratados: diez hablan de la perfección; siete de la caridad, la castidad y las relaciones que los monjes deben vivir en libertad y gracia; y siete de las diferentes clases de monjes. En esta región se vivió la disputa sobre el semipelagianismo, que surgió como una réplica a una problemática en torno a la salvación que se venía presentando. Ante unos escritos muy optimistas en torno a la salvación del hombre, Agustín de Hipona escribió unas obras un poco pesimistas: El don de la perseverancia y La predestinación de los santos, en las cuales sostiene que la salvación es un don de Dios y que el esfuerzo humano no cuenta para nada; frente a este pesimismo del “último Agustín” aparece la reacción de algunos monjes quienes, con justa razón, no podían aceptar tal forma de pensar porque si ya todo está determinado se pierde el sentido de lucha y renuncia que tiene el monacato. En esta disputa nació el semipelagianismo: Dios da el comienzo de la gracia, pero lo hace de tal forma que aparece como una acción de la voluntad humana. Norte de África Desde el siglo III se conocía la existencia de vírgenes y continentes (los que hacían promesa de no volver a tener relaciones sexuales), hombres y mujeres, que incluso dieron su vida durante las persecuciones; en el siglo IV su número continuó en aumento, razón por la cual los sínodos de la época los trata con particular interés. Esto conduce a afirmar que san Agustín no es exclusivamente el fundador del monacato africano sino que este monacato portó su indeleble impronta, una comunión de vida en Dios; la obra El trabajo de los monjes es un escrito que da a entender la presencia de algunos monasterios y de algunos monjes que llevan una vida diferente a la del monacato agustiniano162. La impronta agustiniana del monacato africano se encuentra en la Regla163 conventual de san Agustín cuyo centro de gravedad es la unión de corazones para amar a Dios y a los hermanos a través de la armonía fraterna y la gozosa alabanza a Dios con mucha vida y poco formulismo: Primum, propter quod in unum estis congregati, ut unanimes habitetis in domo et sit vobis anima una et cor unum in Deum164. Junto a esta regla se ubican los sermones 355 y 356 y la obra El trabajo de los monjes. La madurez monástica de san Agustín va al ritmo de su itinerario religioso en el que la actividad del espíritu y la penetración contemplativa de la revelación desempeñan un importante papel. Parece oportuno señalar los cuatro elementos básicos de la vida monástica agustiniana: vida común; atmósfera de buenas relaciones interpersonales; vigilancia, preocupación y apertura intelectual; disposición al apostolado. 2.5 Algunos elementos eclesiales165 2.5.1 La liturgia 107 Con la oficialización de la Iglesia, la liturgia avanzó, el catecumenado recibió un mortal golpe y se llegó a la revisión de la doctrina penitencial en su sentido y función; además, comenzó una oleada misionera que llevó el cristianismo a los confines del imperio, traspasando incluso las fronteras. Estas situaciones son la base de la acción pública para satisfacer las necesidades del creciente número de cristianos166. Lo primero fue la fijación de las normas litúrgicas y la consecuente diferenciación de las liturgias entre oriente y occidente. Las diferentes posiciones dieron origen a las liturgias en cuyos ritos se debe tener presente que lo importante es doctrina, non veste; convertione, non habitu; mentis puritati, non culto, es decir, la doctrina, la conversión, y la mente pura. En oriente se dieron: en Antioquía, la liturgia de los doce apóstoles que después asumieron los nestorianos de Siria, la liturgia de Santiago que procedía de Jerusalén y la liturgia clementina que era la base de la liturgia de san Juan Crisóstomo; en Alejandría, las liturgias de san Marcos (que hoy usan los coptos bajo la forma ciriliana), Basilio y Gregorio; en Constantinopla se asumieron las liturgias de Juan Crisóstomo y Basilio. La nota esencial de la liturgia es participación en el culto celebrado por los ángeles en el cielo, de ahí su dramatismo. No se puede olvidar que en las Iglesias cristianas orientales, y aunque esto pueda comprenderse mejor en otro momento histórico, hay cinco grandes tradiciones: bizantina, armena, jacobita, caldea y copta; de estos cinco ritos, el más difundido es el bizantino; no obstante ello, los otros ritos, casi todos nacidos de la antigua liturgia de Antioquía, conforman un testimonio de la antigüedad litúrgica cristiana. En occidente se dio la liturgia latina en sus tipos: romano, gálico, milanés y romano africano; la nota esencial es la mediación de Cristo que se manifiesta en las doxologías. No se debe olvidar que en el pontificado de Dámaso I, hacia el 370, se presentó la fijación del canon litúrgico latino de la misa, la primera organización del año litúrgico y la sistematización del culto a los mártires. En la práctica sacramental aparecieron nuevos elementos. En el bautismo fue desapareciendo el catecumenado (el bautismo como sacramento de moribundos) al crecer el número de cristianos de nombre y los niños bautizados. En relación a este sacramento, existen tres datos importantes: no se sabe el momento en el cual se instituyeron la fórmula trinitaria y el ambiente pascual; el rito se fue organizando por etapas hasta llegar a la estructuración que hoy se conoce; existe una tradición que sostiene que Jesús bautizó a Pedro. En la Eucaristía apareció la forma de la misa con los prefacios y ritos propios incluyendo el hecho de nombrar a aquellos por quienes se celebra167. En la penitencia existía una severa disciplina y por ello no se puede ignorar a los penitentes que vivían sujetos a duras restricciones en la vida privada y profesional (la penitencia también como sacramento de moribundos). Como el penitente había roto con el Cuerpo de Cristo era excomulgado y por eso las penitencias eran muy duras; a esto se le suma la particular concepción escatológica que se respiraba en aquel entonces; con el tiempo todo fue cambiando porque los cristianos se iban alejando y la moral se estaba relajando. En cuanto al matrimonio, contrato y boda se unieron en una sola celebración 108 que era presidida por el obispo168. Durante este período se fue estructurando lentamente el año litúrgico169 como actualmente se entiende, pero sin alcanzar una adecuada maduración; esta estructuración se dio por la simbiosis que se presentó entre Oriente y Occidente, a pesar de las diferencias. No se puede ignorar que los cristianos contraponían sus fiestas a las no cristianas. Otro tanto hacían en el arte, tal como sucedía con las imágenes del Buen Pastor y Cristo Maestro, Jonás, etc., que se inspiraban en figuras familiares de la cultura del aquel entonces: el Buen Pastor se inspira en el tema helenístico de Orfeo, Jonás imita a Endimión dormido, Cristo Sol, Cristo Helios, refleja la cristianización del pensamiento no cristiano y anuncia una temática que será desarrollada por el arte cristiano más adelante170. 2.5.2 Predicación y religiosidad La catequesis tenía una amplia acogida toda vez que la mayoría de los cristianos provenía de la gentilidad; se enfatizaba en la catequesis de iniciación cristiana para fortalecer los primeros conocimientos de la fe de los neófitos. Cuando comenzó a popularizarse el bautismo de niños este tipo de catequesis disminuyó y, con ello, la presencia de personas que se encargaban de la catequesis; debido a esto la catequesis prácticamente fue encargada a los clérigos, quienes hicieron de ella un programa con finalidad, contenido y método marcados por el contexto misionero. De acuerdo a la obra De catechizandis rudibus171 el objetivo de la catequesis es la narración de las maravillas de Dios conectando la historia de la salvación con el itinerario religioso del catecúmeno para mostrar el amor de Dios a la humanidad. Junto a la catequesis está la predicación. La mayoría de los sermones que han llegado, proviene de dos autores: Juan Crisóstomo y Agustín de Hipona. Entre otros autores se citan: en oriente a Cirilo de Jerusalén, Gregorio Niceno, Teodoro de Mopsuestia, Asterio de Amasea, Basilio, Gregorio Nacianceno, etc.; en Occidente a Ambrosio de Milán, Cromacio de Aquilea, Máximo de Turín, Jerónimo, Gregorio de Elvira, León I, etc172. En general se llega a los fieles a través de una predicación sencilla la mayoría de las veces acompañada de una interpretación alegórica de la Biblia que revelaba un profundo conocimiento tanto de la Escritura como de la sicología de los oyentes, por ello los temas tratados en los sermones son variados pero con buenas bases teológicas y adecuada proyección cristocéntrica. La predicación llevaba a una forma concreta de religiosidad que tenía en el cristocentrismo su mejor expresión, al fin y al cabo tanto la catequesis como la predicación motivaban este tipo de religiosidad de tal manera que durante estos siglos comenzó a estructurarse la piedad crística que tenía en el misterio pascual su máxima y mejor expresión. Junto al cristocentrismo se encuentran varias formas de ascética que hacían parte de la religiosidad insistiendo en la oración como conversación con Dios que exigía la vida beata, una vida de santidad; la ascética estaba centrada no solamente en la 109 invitación al sacrificio y la mortificación personal, sino también en la invitación a la virginidad y la castidad con lo cual podrían presentarse algunas exageraciones como sucedía cuando se le daba un sentido negativo al matrimonio, por lo que durante estos siglos varios cristianos con un sentido ascético abandonaran sus hogares para dedicarse a una vida prácticamente monacal; por ello de los siglos IV y V datan varios tratados sobre la virginidad y pocos sobre el matrimonio. La concepción negativa del matrimonio no es solamente de los cristianos, ya que algunos pensadores no cristianos e incluso alguna escuela filosófica también pensaba así; san Agustín equilibró un poco la balanza al escribir sendas obras sobre los temas en mención. Otro elemento de la religiosidad era el culto a los mártires y a los santos. El culto a los mártires comenzó a organizarse públicamente cuando la Iglesia fue reconocida por el imperio; primero el culto se hacía junto a la tumba del mártir, después vinieron los traslados que tropezaron con algunos inconvenientes legales propios de la ley romana: el derecho a una tumba, la inviolabilidad de las tumbas, la propiedad sepulcral y la prohibición de la existencia de tumbas al interior de la ciudad; no obstante estos tropiezos se logró el traslado de varios mártires a los lugares de culto. El culto a los mártires se extendió con rapidez a tal punto que comenzó la repartición de reliquias, algunas de ellas por contacto, para diferentes lugares de culto que querían contar con la protección del mártir y, además, comenzó el culto sobre la tumba del mártir o de la memoria levantada y construida en su honor. El culto a los santos, es decir, aquellos que no son mártires comenzó con ciertas vacilaciones hacia el siglo IV y contó con algunos obstáculos como el caso del traslado de sus restos mortales a lugares de culto construidos al interior de las ciudades. En la primera experiencia litúrgica cristiana existía el culto a algunos personajes del Antiguo Testamento como: Moisés, David, Elías, los Hermanos Macabeos, etc., pero no tuvo mucha fuerza debido a las polémicas existentes entre los cristianos y los judíos y la falta de una buena base teológica para justificarlo. Mención especial merece el culto a la Virgen María, que era puesto por encima del de los apóstoles incluso antes de las definiciones dogmáticas mariológicas. A la luz de estos cultos se desarrolló el arte cristiano, principalmente en los cementerios. Junto al culto a los santos y mártires están las peregrinaciones tanto a tierra santa como a las tumbas o sepulcros de los mártires y santos. Parece ser que en las peregrinaciones predominaba el deseo y la esperanza de hallar ayuda en situaciones personales difíciles, sobre todo la curación de enfermedades; el agradecimiento por la ayuda prestada induce a realizar peregrinaciones prometidas. Todavía no se recalca la idea de penitencia y expiación, aunque con dificultad estaría ausente en medio de las molestias propias de las peregrinaciones de aquel entonces. Algunas veces aparecen críticas no contra las peregrinaciones, sino contra una falsa motivación debido a la presencia de algunas depravaciones porque las costumbres no cristianas aún pervivían en la piedad cristiana como el caso de las supersticiones y los refrigerios que se hacían en las tumbas de los familiares los días 3, 7 y 9 después del sepelio; a veces el refrigerio hecho sobre las tumbas de los mártires se convertían en verdaderos abusos para la piedad cristiana. 110 3. Los primeros concilios cristológicos173 3.1 El concilio de Nicea (325)174 El primer concilio ecuménico fue el punto de llegada de un proceso anterior en el que la Iglesia buscaba la formulación del dogma trinitario y algunos elementos disciplinarios que tuvieran validez universal; esa búsqueda se hizo a la sombra en cuanto que la Iglesia aún no había sido tolerada, ya que esto apenas se logró con el edicto de Milán del 313, por esta razón los concilios locales y regionales eran los que marcaban las pautas necesarias para formular la doctrina. Antes del concilio, la Iglesia vivió la polémica trinitaria en cuyo contexto se inserta el arrianismo, herejía que por no formular bien la encarnación del Hijo de Dios, negaba su divinidad y eternidad al considerarlo como un semidios y demiurgo que se manifestaba en Jesucristo, porque es divino por participación y adopción al ser creado en el tiempo para servir como instrumento en la creación del universo175; por estas afirmaciones también negaba el dogma trinitario. La presencia de esta herejía y las controversias que suscitó son fundamentales para entender la importancia del concilio de Nicea convocado por el emperador Constantino para el 325176. Antes del concilio se realizó el sínodo de Antioquía (324) que, parece, fue presidido por el obispo Osio de Córdoba, consejero eclesiástico del emperador Constantino, y contó con la presencia de obispos de Palestina, Siria y Asia Menor; a pesar de los diferentes juicios dados, este sínodo influyó en el cuadro inicial del concilio de Nicea. El concilio se realizó entre el 20 de mayo y el 25 de julio del 325, cambiando la sede original de Ancira por motivos logísticos y climáticos que pueden interpretarse como un gesto favorable a los arrianos, ya que los obispos Eusebio de Nicomedia y Teógnides de Nicea habían sido benévolos con Arrio y sus ideas; además, Nicea era una ciudad cercana a la residencia imperial de Nicomedia. Entre sus objetivos estaban: solucionar el problema arriano, buscar la pacificación general y la organización de la Iglesia, limar las diferencias en relación a la celebración de la Pascua, entre otras. En cuanto al número de obispos asistentes se suele hablar de “los 318 padres” (en relación simbólica con el número de sirvientes de Abrahán) pero su número varía, según los autores, entre 190 y 300, casi todos orientales; entre los padres conciliares brilla con luz propia el entonces diácono Atanasio (295-373) uno de los más firmes defensores de la ortodoxia de Nicea contra el arrianismo. También defendieron la fe Eustacio de Antioquía, Marcelo de Ancira y los dos delegados romanos Víctor y Vicente. Después de la sesión inaugural que fue presidida por el emperador Constantino quien invitó a los obispos a buscar las causas del conflicto y la forma para conseguir la paz, se inició la discusión doctrinal sobre dos fórmulas de fe: una propuesta por obispos filoarrianos y otra propuesta por los defensores de la ortodoxia; esta fórmula de fe, el credo, fue el acto más importante del concilio en cuanto compendio de las verdades esenciales profesadas por la Iglesia. El problema de fondo en relación a la fe era la cuestión del término homoousios aplicado a Jesús, es decir, que Él era consustancial con el Padre, que no fue aceptado por algunos obispos presentes, entre ellos Arrio y dos 111 compañeros que fueron condenados y depuestos; a partir de entonces Atanasio, primer cristiano venerado como santo sin haber padecido el martirio, se convirtió en el paladín de la ortodoxia nicena. En orden a una mejor claridad, el problema consiste en que en Occidente el vocabulario utilizado era esencia (naturaleza en sentido estático), natura (naturaleza en sentido dinámico), sustancia (la esencia concreta) y persona (el sujeto); en Oriente: ousía (esencia), physis (natura), hypóstasis (sustancia) y prosopón (persona). De esta terminología surgen cuatro fórmulas: homos –ousios da homousios (igual esencia)–, homoios –ousios da homoiousios (esencia semejante)– , homoioskata panta (semejante en todo) y anomoios (distinto). Además de la fe, Nicea también trató algunas cuestiones de tipo disciplinario y canónico como la fecha de la celebración de la Pascua porque hasta el concilio existían tres ciclos diferentes: romano, alejandrino y antioqueno, que creaban confusión entre los cristianos de estos patriarcados, y el problema del cisma meliceno que perturbaba a la Iglesia egipcia. En torno a la celebración de la pascua, se dice que, siguiendo un calendario lunisolar y cuatro datos importantes, ésta se debe celebrar el domingo (dato cristiano) siguiente o coincidente con el plenilunio (dato astronómico) del 14 de Nisán (dato judío), teniendo en cuenta que el equinoccio (dato astronómico) de primavera (en el hemisferio norte) se fijó para el 21 de marzo177. Con esta propuesta, se dio la unidad en la celebración de la pascua, tal como lo da a entender la carta que los padres conciliares le enviaron a los alejandrinos: “Les damos el alegre anuncio de la unidad que ha sido restablecida en torno a la fiesta de la pascua. Todos los hermanos de oriente, que antes celebraban la pascua con los judíos, de ahora en adelante la celebrarán con los romanos, con nosotros y con todos los demás que siempre la han celebrado con nosotros”178. En relación a los cánones, sólo son considerados como auténticos unos veinte entre los cuales llaman la atención los relativos a las estructuras del gobierno local, las disposiciones sobre el clero, la penitencia pública, la admisión de cismáticos y herejes, y algunas prescripciones litúrgicas. En cuanto a las estructuras de gobierno y jurisdicciones regionales están los cánones 4-7, 15-16 en los cuales se encuentra el germen de los futuros patriarcados. Los cánones 1-3, 9-10, 17-18 hablan de los clérigos prohibiendo la cohabitación con mujeres, su conducta y la lucha contra la usura. Por lo que hace referencia a la disciplina penitencial, cánones 11-14, se estructura en un proceso que deben vivir los cristianos que por diferentes circunstancias se encuentran fuera de la comunión de la Iglesia, recalcando el hecho de no negarle la comunión a ningún moribundo. Los cánones 8 y 19 hablan de la actitud frente a los cismáticos que son readmitidos en la comunidad. El tiempo que media entre Nicea y Constantinopla fue testigo del conflicto con el arrianismo; por esta razón, la época posterior a Nicea puede verse como la historia de la recepción del concilio en medio de luchas en las cuales fue condenado el arrianismo y replanteado el contenido del símbolo de la fe. En el decenio posterior a Nicea, el partido eusebiano o arriano, derrotado durante el 112 concilio, comenzó a triunfar con el aval y apoyo del emperador de tal manera que quienes habían sido derrotados comenzaron a dominar la escena política del oriente cristiano cuando en las sedes episcopales más importantes se habían establecido exponentes de una doctrina que, aunque ajena a las posiciones de Arrio, no tomaban como base la fórmula de Nicea; en este decenio comenzó la persecución contra Atanasio. Entre el 337 y el 361, durante el reinado de Constancio II, se presentó la reacción antinicena; frente a la deposición de Atanasio y otros defensores de Nicea, Julio I (337352) pidió una revisión y no aceptó la deposición de estos pastores; con esta actitud el abismo entre oriente y occidente comenzó a notarse y con el deseo de una mejor intelección de la fórmula nicena fueron propuestos varios símbolos; en este contexto se dio el destierro de los defensores de Atanasio, incluyendo al papa Liberio (352-366) y Osio de Córdoba. Aquí se ubica el concilio de Sárdica (343) donde los obispos ortodoxos, casi todos occidentales, y 80 obispos orientales, todos eusebianos (arrianos), se excomulgaron mutuamente creando la primera ruptura seria entre Occidente y Oriente. Lo importante de Sárdica (hoy Sofía) son los cánones del 3 al 5 que reconocen a Roma como la suprema instancia de apelación para la Iglesia universal179. Más tarde, la Iglesia fue sometida en la autoridad imperial a una serie de sínodos que más que aclarar, confunden las ideas. Entre el 361 y el 379 las disputas tomaron otro rumbo a raíz de la blasphemia sirmiensis que fue el resultado de la reunión de algunos obispos que se reunieron en Sirmio hacia el 357; esta fórmula es como una especie de vía intermedia entre los opositores que rivalizaban en relación a Nicea, pero abrió las puertas a la división de la Iglesia antioquena donde apareció el apolinarismo que negaba la presencia de un alma racional en Cristo y fue condenado por Occidente (Dámaso I, 366-384) y Oriente (Basilio Magno); para tratar de solucionar la crisis antioquena fue convocado un sínodo en aquella ciudad hacia el 379 que, presidido por Melecio de Antioquía, aceptó y firmó algunos documentos occidentales que condenaban tanto el arrianismo como el apolinarismo. 3.2 El concilio de Constantinopla (381)180 A este concilio se le debe que el resultado doctrinal de Nicea fuera asumido definitivamente como patrimonio común de las Iglesias en Oriente y Occidente; es más, la recepción del primer concilio de Constantinopla influyó en la conciencia que se tuvo de la autoridad conciliar en relación a la norma de fe; los documentos auténticos son pocos, se reducen al símbolo de la fe y algunos cánones, una lista con la firma de los participantes y una relación dirigida al emperador Teodosio I. El mandato de Teodosio I (379-395) primero como emperador de Oriente y, desde la muerte de Graciano (383), como emperador de todo el territorio romano modificó la línea política que traía el imperio al promulgar el 28 de febrero del 380 el edicto Cunctos populos donde manifestaba el deseo de restaurar la unidad religiosa del imperio sobre la base de la ortodoxia nicena, superando así la ruptura entre Oriente y Occidente; este edicto es el 113 punto final oficial del arrianismo. El concilio, llamado de los 150 padres181, contó con un núcleo básico de obispos ligados a la zona eclesiástica de Antioquía y, como nota particular, el representante occidental, Acolio de Tesalónica, no firmó el documento final, debido a la problemática suscitada a raíz del canon 3 que hablaba de la importancia de Constantinopla; la mayoría de los obispos presentes en este concilio, también participaron en el sínodo antioqueno del año 379. El primer asunto que trató fue la organización de la Iglesia en Constantinopla, sometida durante varios decenios a una línea oficial que comenzó a ser superada con la presencia de Gregorio Nacianceno, quien sucedió en esta sede al filoarriano Demófilo hacia el 380. Después de tratar este asunto se abrió un paréntesis para afrontar la cuestión de los macedonios sobre la divinidad del Espíritu Santo que estaba siendo cuestionada por los pneumatómacos; en este contexto fue presentado un nuevo símbolo que seguía al de Nicea, pero agregaba elementos precisos para recalcar la consustancialidad del Espíritu Santo; los intentos de unión fracasaron, los macedonios abandonaron la asamblea conciliar y los padres conciliares retomaron su trabajo que se centró en las normas para el gobierno eclesiástico (cánones 2-3): el canon 2 prohibía que el obispo de una diócesis se mezclara en los asuntos de otra, y el canon 3 habla del primado de honor de la sede de Constantinopla en la Iglesia oriental182. Después de haber sido aprobados algunos cánones llegaron unos obispos de Alejandría y Macedonia, probablemente invitados por el emperador, quienes se opusieron a las normas ya aprobadas, y como si ello fuera poco se presentó la renuncia del presidente del concilio, Gregorio Nacianceno, quien se despidió de su Iglesia y del concilio en forma digna y solemne, aunque sin ocultar del todo la amargura, en el templo de los Santos Apóstoles en presencia de la corte y los padres conciliares; a este padre de la Iglesia, la Iglesia griega lo llama “el teólogo” por antonomasia. Para suceder a Gregorio en la sede constantinopolitana fue elegido Nectario, funcionario estatal que, parece, ni siquiera era bautizado cuando fue elegido; con este obispo el concilio caminó hacia la conclusión con la redacción del canon 1 y el Tomus183; las fuentes dan a entender que el canon 1 es un resumen del Tomus, permitiendo apreciar la forma como la doctrina trinitaria de los padres capadocios fue recibida: Dios es unidad de sustancia y trinidad de personas. El canon 1, junto con los otros decretos disciplinarios, fue aprobado en la sesión del 9 de julio de 381. Para concluir, el concilio dirigió una carta a Teodosio señalando los resultados obtenidos y pidiendo la aprobación de los cánones; éste accedió a la petición publicando los cánones y promulgando un edicto en el cual sacaba las consecuencias prácticas para la legislación y la política religiosa del imperio. Se habla del credo nicenoconstantinopolitano que es una gran paradoja: es el documento más significativo y enigmático en cuanto que ninguna fuente del concilio habla de él; de todas maneras los dos elementos más representativos que diferencian este símbolo del niceno son: la cláusula “cuyo reino no tendrá fin” dirigida contra Marcelo de Ancira, y algunas afirmaciones sobre el Espíritu Santo: “Señor y dador de vida, 114 procedente del Padre, adorado y glorificado junto con el Padre y el Hijo”. Este credo entró en vigor para Oriente en el 451 y para Occidente al inicio del siglo VI. 3.3 Las rivalidades en la cristiandad184 Ya se habló de las escuelas teológicas de Antioquía y Alejandría, las cuales en la primera mitad del siglo V entraron en antagonismo por cuestiones teológicas, la interpretación de la Biblia y algunos aspectos étnicos; a Alejandría se le unió Egipto, y a Antioquía, Constantinopla. En el contexto de esta rivalidad se gesta, entre otros: el destierro de Juan Crisóstomo y los concilios de Éfeso y Calcedonia. El destierro de Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, nacido en Antioquía donde era maestro Teodoro de Mopsuestia, se debió a la oposición de Teófilo, apoyado por la esposa del emperador. Éfeso y Calcedonia están en directa relación por el tema tratado, la unión a Nicea, la complementariedad de sus respuestas y las dramáticas consecuencias. La raíz del conflicto teológico radicaba en la presencia de dos posiciones cristológicas, de dos formas de entender la Encarnación; no se negaba ni la humanidad ni la divinidad porque el problema era la forma como se explicaba la unión de Dios y hombre en Cristo; la corriente alejandrina enfatizaba tanto la unidad que ponía en duda la existencia del alma humana de Cristo (germen del monofisismo), la corriente antioquena enfatizaba la diferencia hasta el punto de presentar dos personas diferentes. A la cuestión teológica se le suman la rivalidad entre Constantinopla y Alejandría por la primacía en oriente y la crisis de Nestorio (381-451) cuando fue electo obispo de Constantinopla (428), después de haber recibido formación antioquena. Cuando Nestorio tomó posesión de su cargo había una disputa mariológica (María: Madre de Dios o Madre del hombre) e intervino proponiendo una tercera vía: María Madre de Cristo; frente a esta propuesta los obispos de Roma y Alejandría reaccionaron en sendos sínodos que condenaron a Nestorio. Cirilo obispo de Alejandría desde el 412 propuso la fórmula de la unión hipostática entre el Logos y la carne (el hombre): “Dos naturalezas unidas en un único sujeto”; después vinieron los doce anatemas de Cirilo, expuestos en una carta enviada a Nestorio (hacia el 430), que se convirtieron en el manifiesto teológico del monofisismo. 3.3.1 El concilio de Éfeso (431) En el caldeado ambiente teológico del siglo que se vivía hubo un giro: de la cuestión trinitaria se pasa a la cristológica y en el contexto de la cristología se gestó el concilio de Éfeso después de superar algunos problemas arrianos y apolinaristas. Hacia el 428 Nestorio, de la escuela antioquena, asume la sede episcopal de Constantinopla llevando consigo la cuestión de la maternidad divina de María185; a las ideas de Nestorio se le opuso Cirilo de Alejandría; ambos acudieron al Papa y en medio de esta controversia el emperador Teodosio II convocó el concilio en la neutral ciudad de Éfeso que fue presidido polémicamente por Cirilo. Como el papa Celestino I no estuvo presente, envió 115 tres delegados: los obispos Arcadio, Proyecto y el sacerdote Felipe, quienes llegaron cuando el concilio ya había comenzado. Este concilio fue convocado por Teodosio II, y duró del 22 de junio al 31 de julio del 431; otros proponen el punto final de la reunión en septiembre. En el transcurso del concilio, Cirilo asumió una conducta política y teológica contra Constantinopla y su obispo Nestorio sin contar con la presencia de todos los invitados porque cuando el concilio ya había condenado a Nestorio, llegaron Juan de Antioquía y los obispos orientales quienes rompieron con la Iglesia a causa de los anatemas de Cirilo y fueron depuestos por el concilio. El concilio se dio por terminado cuando se formaron dos grupos antagónicos que se excomulgaban y anatematizaban. A pesar de los problemas que hubo en el desarrollo de este concilio por las deficiencias humanas, se dieron algunos progresos cristológicos al aceptar el símbolo niceno y proclamar la maternidad divina de María, propuesta por los obispos antioquenos. Después del concilio vino la unión del 433 que buscaba la paz para superar el cisma de los obispos orientales, gracias a la intervención del Papa y el emperador; la unión consistió en que Cirilo aceptó el símbolo elaborado en Éfeso por los antioquenos, éstos aceptaron el término Theotokos y los alejandrinos renunciaron a algunas fórmulas teológicas. Posterior a esta reunión aparece la crisis de Eutiques monje que, como las dos corrientes no habían llegado a una verdadera unión, comenzó a predicar el monofisismo; en el 448 fue condenado por la corriente antioquena en un sínodo celebrado en Constantinopla a instancias de Eusebio de Dorilea (un tanto nestoriano y difisita) que fue presidido por Flaviano; Eutiques, protegido por Crisafio, ministro de Teodosio II, pidió la revisión del proceso que se llevó a cabo en el Latrocinio de Éfeso donde Eutiques fue rehabilitado, los antioquenos nuevamente fueron condenados y los anatemas de Cirilo otra vez favorecidos; aquí no acabaron las cosas, la tensión fue aumentando. El Latrocinio fue presidido por Dióscoro de Alejandría, quien se impuso recurriendo a la violencia de monjes fanáticos y tropas imperiales; Flaviano de Constantinopla fue herido gravemente y murió a los tres días; los obispos Teodoreto de Ciro, Dommo de Antioquía, Eusebio de Dorilea e Ibas de Édesa fueron depuestos; y los delegados pontificios Julio, Renato e Hílaro, huyeron. Por la forma como fue presidido por el obispo Dióscoro se convirtió en un acto bochornoso; Flaviano fue depuesto y Eutiques rehabilitado. Ante las protestas de Flaviano, los delegados romanos y algunos obispos, el templo donde estaban reunidos fue invadido por monjes y soldados. En el Latrocinio de Éfeso, nombre que se le debe a León Magno, las intrigas políticas hicieron triunfar el monofisismo. 3.3.2 El concilio de Calcedonia (451)186 El concilio de Éfeso no solucionó la cuestión cristológica, más bien ahondó los puntos de ruptura entre Alejandría, Antioquía y Constantinopla. En lo referente a la maternidad divina de María hubo una adecuada aproximación entre Alejandría y Antioquía. Durante los veinte años que median entre Éfeso y Calcedonia hubo una serie de 116 tensiones entre estas sedes; los ánimos se iban apagando hasta que en el 446 se inició una nueva crisis. En esta ocasión ya habían cambiado los protagonistas: Dióscoro, figura problemática del episcopado oriental, era obispo de Alejandría, y Flaviano obispo de Constantinopla, ciudad a la que llegó el monje Eutiques como heraldo de la cristología alejandrina que era monofisita. Aquí se conjugaron los problemas porque ante esta tendencia, el obispo Teodoreto de Ciro en su obra El mendigo puntualizó sobre las dos naturalezas de Cristo; el ambiente volvió a enrarecerse y se gestó el Latrocinio de Éfeso (449) al cual no fue convocado Teodoreto de Ciro. León Magno apoyado por el emperador Marciano (sucesor de Teodosio II, + 450) y la emperatriz Pulquería convocó el concilio de Calcedonia, cambiando la sede original que era Éfeso, donde Roma y Constantinopla estuvieron muy cercanos por la actitud política, bien llevada por el emperador Marciano que, salvo la polémica del canon 28 (Constantinopla igual a Roma), produjo buenos resultados. Este concilio buscaba una solución doctrinal con dos principios de orientación: debía formular la fe para acabar la división (intención del emperador) y ser un tribunal académico (intención del Papa). Aquí las tensiones entre ambas cristologías también se hicieron presentes a pesar de haber usado a Nicea, las cartas canónicas de Éfeso y el Tomus Leonis. Los delegados pontificios fueron Pascasino, quien asumió la presidencia del concilio, Lucencio, Basilio y Bonifacio. En lo dogmático este concilio, realizado cuando todavía seguían abiertas las heridas, permitió afianzar la cristología (una persona y dos naturalezas, teniendo como base la adjetivación de unas palabras como son inmutabiliter, indivise, inseparabiliter con todo lo que conllevan en lo que al lenguaje hace referencia) al condenar el monofisismo y la cuestión de Eutiques, y como previo a éste se había presentado el Latrocinio de Éfeso, no pocos vieron en este concilio una revancha de Constantinopla frente a Alejandría cuyo obispo Dióscoro fue excomulgado. Este concilio ayudó a la cristología y la unidad eclesiástica entre Oriente y Occidente; pero hay dos cosas que no se pueden ignorar: la filosófica helenización de la fe y la separación de las Iglesias siria y egipcia, y otras Iglesias nacionales, entre las cuales estaba Palestina. En cuanto a la llamada helenización de la fe, es posible que en una sana interpretación y comprensión histórica se hable de la cristianización del helenismo, de la filosofía griega y del esquema cultural del mundo imperial en sus vertientes griega y romana. Finalmente, la formulación doctrinal de este concilio, cuyo texto está en griego y produjo 30 cánones, de los cuales el 28 trajo funestas consecuencias para la historia de la Iglesia por las divisiones que originó187, era presentada como la correcta y se apoyaba en la tradición. Esta formulación tuvo en cuenta el Tomus Leonis188 (carta de León Magno a Flaviano de Constantinopla del 13 de junio de 449) que habla sobre la encarnación del Verbo de Dios (Cristo) como una realidad que no disminuye la divinidad porque es para salvar al hombre; y afirmando que Cristo tiene dos naturalezas en una sola persona. En conclusión: este concilio no contentó a los monofisitas y creó discordia entre sus defensores por rehabilitar a Teodoreto de Ciro. 117 En síntesis en este capítulo, después de conocer la realidad imperial y la situación de la Iglesia en el imperio, se abordó el tema de la vida de la Iglesia en el momento en el cual salió de la clandestinidad para convertirse en la Iglesia del imperio; luego se analizaron los primeros concilios ecuménicos donde se formuló la dogmática trinitaria, formulación que deja entrever las diferencias entre las dos grandes propuestas culturales romanas. Con lo visto a lo largo de este capítulo, se capta que a medida que avanza la historia la Iglesia, ésta se va haciendo más compleja, y debido a ello fue importante codificar la intelección de la fe; ya el eje de la experiencia cristiana no era sólo la adhesión a la persona divina con naturaleza divina y humana, Jesús, sino también tener las ideas claras, saber la fe, la doctrina y comunicarla. ____________________ 111 De Francisco, Carlos. Las Iglesias orientales católicas. Identidad y patrimonio. San Pablo, Madrid, 1997, p. 23. 112 En la narración histórica que se hace, se deja de lado la historia del “mundo no mediterráneo”, no porque no sea importante, sino porque su historia tan importante y apasionante, puede hacer perder el objetivo primario de este libro. Cf. García, Luis. La antigüedad clásica. El Imperio Romano. En: Equipo, Historia Universal EUNSA, II **. Eunsa, Pamplona, 1984, pp. 341-509; Pierini, 1, pp. 129-144. 113 Cf. Orlandis, José. Del mundo antiguo al mundo medieval. En: Equipo, Historia Universal EUNSA, III. Eunsa, Pamplona, 1984, pp. 21-114. 114 El ministro que acompañó a Arcadio en la parte oriental fue Rufino. 115 Pierini, 1, p. 140. 116 Cf. Jedin, II, pp. 27-142. En el giro de los acontecimientos sucedidos entre el 324 y el 380 hubo tres personajes básicos en la teología: Atanasio, Hilario y Efrén. 117 La muerte de Constantino se ubica hacia el 337; fue sepultado en el templo de los apóstoles, en un sepulcro que él había construido; la Iglesia oriental lo incluyó en el santoral, pero la occidental no. 118 En aquel entonces existía en Roma un criterio parecido al egipcio, que consideraba al gobernante como un dios y rey. 119 Estos obispos fueron: Eusebio de Nicomedia y Teognis de Nicea. En este mismo contexto, los obispos libios Segundo de Tolemaida y Teones de Marmárica no firmaron el símbolo de Nicea. 120 Todo parece indicar que Juliano era un místico que al ver las divisiones al interior del cristianismo se desencantó y permitió la tolerancia de la religión estatal y otros tipos de pensamientos. 121 Lo fundamental para la historia sobre este sacramento fue el hecho de ponerlo en la perspectiva del amor y presentarlo como una Iglesia pequeña. Por ello, como da a entender Agustín de Hipona, no es simplemente un contrato, sino un sacramento que llega hasta la muerte de uno de los cónyuges; por ello las segundas nupcias eran mal vistas. 122 La Iglesia no entró a discutir el tema de las injusticias sociales, simplemente las enmarcó dentro de un contexto de pecado, recordándole a los ricos que el hombre era un administrador. 123 En este contexto se ubica el origen de la doctrina social, cf. Secretariado Nacional de Pastoral Social. Doctrina Social de la Iglesia. Curso de Doctrina y Pastoral Social. Historia del Pensamiento Social de la Iglesia, 3, s. m. d., pp. 29-32. 124 Pierini, 1, p. 163. 118 125 Víctor y Vicente fueron los delegados del papa Silvestre (314-335). 126 Arrio fue un sacerdote egipcio que, después de haber sido expulsado de Alejandría, estudió en la escuela de Antioquía; posteriormente se trasladó a Nicomedia, ciudad que se convirtió en un centro arriano. 127 En el 325 tendría unos 26 años y era diácono de la Iglesia de Alejandría, posteriormente fue obispo de esa sede y después de una agitada vida episcopal murió en el 373. 128 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 322-331. 129 Dada la insistencia de Cirilo en torno a la unidad de las dos naturalezas en Cristo, algunos lo presentan como uno de los padres del monofisismo. 130 Cf. Castro, Luis Augusto. El gusto por la misión. Manual de misionología para seminarios. CELAM, Bogotá, 1994, pp. 85-118; Comby, J. Op. cit., pp. 73-86; NHI, I, pp. 319-336. 131 Cf. Ostrogorsky, Georg. Storia dell’impero bizantino. Enaudi, Torino, 1993, pp. 294-318. 132 Son varios los historiadores que dan el nombre de germanos a los pueblos que habitaron las regiones ubicadas al norte del imperio romano y aceptaron pronto el catolicismo; de estos pueblos se volverá a hablar en el tercer capítulo. 133 Cf. Orlandis, J. Historia de la Iglesia, I: Iglesia antigua y medieval. Palabra, Madrid, 1986, pp. 121-145; Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 137-139. 134 Parece que el término “patriarcado” tiene una triple raíz griega: pater, arche, odos. Entre los factores que determinan su creación se citan: el significado político y económico, la particularidad de cada región, el idioma y el principio apostólico. 135 Según la tradición, en esta ciudad estuvo predicando, además de otros apóstoles, Bernabé, quien no perteneció al grupo de los doce; este apóstol murió en Chipre y por esto a esta Iglesia se le conoció como autocéfala ya que fue sede apostólica pero de una manera particular. 136 Cuando esta ciudad tomó fuerza, Bizancio fue desapareciendo del panorama de la historia. 137 Cf. Pierini, 1, pp. 165-166; Franzen, August y Bäumer, Remigius. Storia dei papi. La missione di Pietro nella sua essenza e nella sua realizzazione storica attraverso la Chiesa. Queriniana, Brescia, 1987, pp. 30-57. 138 Sobre el origen de esta palabra se tienen dos versiones: es un acróstico formado por las primeras letras de la expresión Petrus Apostoli Potestatis Accipiens (El que ha recibido el poder del apóstol Pedro); otros dicen que es la contracción de las primeras letras de dos palabras atribuidas al sucesor de Pedro que era Padre y Pastor. Tampoco se puede olvidar que entre el 180 y el 200 se ubica el testimonio del obispo Abercio según el cual el obispo de Roma es llamado “Santo Pastor”. Cf. BilhmeyerTuechle, 1, p. 142. 139 Cf. Atanasio. Ad arrianos 21-35. 140 Pierini, 1, p. 209. 141 Cf. Bihlmeyer-Tuechle, 1, pp. 135-136. 142 En relación a la edad se abordaba el tema de la madurez del candidato, que cronológicamente era propuesta así: 21 años para el acólito, 25 para el diácono y 30 para el presbítero. Todo parece indicar que la propuesta en torno a la edad fue obra del papa Zósimo. 143 Cf. DPAC, voz Statuta ecclesiae antiqua. 144 Cf. DPAC, voz Celibato del clero. 145 Lo más lamentable de los privilegios fue el hecho que con la participación en los puestos civiles se le dio un golpe letal al ideal misionero de la Iglesia. 146 Cf. Masoliver, Alejandro. Historia del monacato cristiano, I. Encuentro, Madrid, 1994; NHI, I, pp. 307317; Bihlmeyer-Tuechle, 1, pp. 429-445; Sanchís, R. Op. cit, pp. 111-117. 147 Cf. Atanasio de Alejandría. Vida de san Antonio padre de monjes. Apostolado Mariano, Sevilla, 1991. En esta obra Antonio aparece como un atleta y un héroe de la ascesis, que recomendaba a sus discípulos: “Conserven el fervor como si comenzaran hoy”. 148 Este tipo de vida fue iniciado por Pablo de Tebas. 149 Sobre este santo existen tres fuentes: siete cartas, 38 apotegmas y la vida, escrita por Atanasio. 150 Pierini, 1, p. 164. 119 151 Cf. Paladio. Historia Lausíaca o Los Padres del Desierto. El mundo de los Padres del Desierto. Sansegundo, León. Apostolado Mariano, Sevilla, 1991. 152 Cf. Pelagio y Juan (Recensión de). Las sentencias de los Padres del desierto. DDB, Bilbao 1989; Mortari, Luciana (dir.). Vida y dichos de los padres del desierto, I – II. DDB, Bilbao, 1994 - 1996; Elizalde, Martín. Los dichos de los Padres, I – II. Apostolado Mariano, Sevilla, 1991. 153 Pacomio nació en Esneh, Alta Tebaida, y fue bautizado en Shenesit. Entre los rasgos de la vida que propuso, sobresalen el monasterio y la ley (regla) que regula al superior, la vida común, el trabajo y la oración. 154 Cf. DPAC, voz Laura. 155 La stasis es un ejercicio ascético que consiste en “estar de pie”. Cf. DPAC, voz Estilita (Estilitismo). 156 Cf. DPAC, voz Acemetas. 157 Cf. Alberigo, Giuseppe (dir.). Conciliorum Oecumenicorum Decreta. EDB, Bologna, 1991, pp. 89-91. De aquí en adelante se citará COD. El canon 4 sostiene que los monjes no deben emprender nada sin la voluntad del obispo, ni construir monasterios ni ocuparse de cosas mundanas; el canon 8 afirma que los clérigos y los monjes no deben regresar al mundo. 158 DPAC, voz Asketikón. 159 Cf. Agustín de Hipona. Las costumbres de la Iglesia católica I, 33, 70. 160 Este tipo de vida es conocido como monacato episcopal urbano. 161 Como el caso de un edicto de Valentiniano I promulgado en el 370 que exime a las vírgenes consagradas a Dios en Las Galias; el sínodo de Valence del 374 que en el canon 2 se ocupa de las vírgenes que habían abandonado su estado anterior; algunos decretos de los papas Dámaso y Siricio. 162 Normalmente se organiza la vida de este santo en torno a cinco etapas: conversión intelectual (373), conversión espiritual (386), monje laico (388), monje sacerdote (391), monje obispo (395). 163 Esta Regla está organizada en ocho apartados: comunidad de vida y de bienes, oración, régimen de alimentación, castidad y corrección fraterna, vestidos en común, caridad en el hablar, la actitud del superior, y el espíritu con que debe guardarse. 164 En torno a la Regla de san Agustín se han escrito varias obras; de entre ellas, la más representativa es: Verheijen, Luc. La règle de Saint Augustin, I: Tradition Manuscrite, y II: Recherches historiques, Études augustiniennes. París, 1967. 165 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 393-428. 166 Cf. Borobio, Dionisio (dir.). La celebración en la Iglesia, I. Sígueme, Salamanca, 1995, pp. 71-106; Gran Larousse Universal, 21, Plaza y Janés, Barcelona 1998, voz Liturgia. 167 En la Iglesia primitiva los dones (el pan y el vino) se consagraban en diferentes momentos y la celebración estaba unida al ágape. 168 Para completar los datos aquí ofrecidos se pueden consultar los manuales de los respectivos sacramentos que se mencionan. 169 En esta estructuración desempeñaron un importante papel las determinaciones del concilio de Nicea, del que se hablará más adelante, sobre todo lo referente a la Pascua. No se puede olvidar que el centro del año litúrgico era Cristo y a la luz de su vida y misterio se organizó todo. 170 Álvarez, Jesús. Op. cit., pp. 91-129; Plazaola, Juan. Historia y sentido del arte cristiano.BAC, Madrid, 1996. 171 Cf. Agustín de Hipona. La catequesis de los principiantes. 172 Cf. Pierini, 1, pp. 173-219. 173 Cf. Perrone, Lorenzo. “De Nicea (325) a Calcedonia (451)”. En: Alberigo, Giuseppe. Storia dei concili ecumenici. Queriniana, Brescia, 1993, pp. 13-118; Jedin, Hubert. Breve storia dei concili. I ventuno concili ecumenici nel quadro della storia della Chiesa. Morcelliana, Brescia, 1996, pp. 17-41. 174 Cf. Fliche-Martin, III, pp. 81-87; Jedin, II, pp. 53-113. 175 Cf. Pierini, 1, p. 154. 176 Cf. Sanchís, R. Op. cit., pp. 71-78. 120 177 Cf. Janssens, Jos. Note di cronologia. Datazione di tempo e feste. PUG, Roma, 1996, pp. 52-66. Más sencillamente el primer domingo después del plenilunio de primavera. 178 COD, p. 19. 179 Cf. Bihlmeyer-Tuechle, 1, p. 304. 180 Cf. Fliche-Martin, III, pp. 306-309; Jedin, II, pp. 113-125; Pierini, 1, pp. 187-188. Este concilio es el punto final de la discusión trinitaria sobre la base propuesta por Nicea. 181 De los 150, 71 eran de las diócesis orientales. 182 De este concilio se conservan siete cánones, cf. COD, pp. 31-35. 183 Este documento se perdió; cf. COD, p. 20. 184 Cf. Jedin, II, pp. 144-158; Sánchez, José. Historia de la Iglesia II, Edad Media. BAC, Madrid, 2005, pp. 18-23. 185 Consecuencia lógica de las disputas cristológicas por lo que María no sería madre sino portadora; con esta posición Nestorio estaba en la misma línea de Apolinar y Arrio. 186 Cf. Jedin, II, pp. 168-180; Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 331338. 187 DS 300-303. Cf. COD, 87-104. 188 DS 290-295. 121 Capítulo III Dos experiencias de una misma fe189 Entre los siglos V y VII la Iglesia Oriental permaneció encuadrada en el marco del imperio, la Occidental no; de esta connotación surge la dificultad para hacer una historia unitaria porque ambas líneas eclesiales tienen vida y estructuras diferentes. En Oriente los problemas teológicos de este período son básicamente lingüísticos, un recuerdo de las disputas teológicas y cristológicas; la política y las divisiones condujeron al nacimiento de las Iglesias nacionales, donde la liturgia y las misiones fueron cultivadas. En Occidente liturgia y misiones también desempeñaban un importante papel; son básicos dos tipos de liturgia: la romana y la hispanogala; en misiones la evangelización de Europa y el encuentro con pueblos no cristianos y cristianos arrianos. La estructuración jerárquica y pastoral comienza a afianzarse tal como hoy se conoce y al interior de la vida eclesial está la vida consagrada que dio un giro al pasar del eremitismo al cenobitismo, de la fuga del mundo huyendo a los desiertos, a la fuga del mundo pero viviendo en monasterios. También existe un elemento importante porque las expresiones Oriente y Occidente dejan de ser adjetivos con connotación geográfica para ser sustantivos con horizonte cultural de identidad, entendiendo por cultura el conjunto de valores y significados de que un grupo social se da para entenderse como tal en sus relaciones vitales. Dadas las connotaciones históricas, Occidente gradualmente pasó de lo romano a lo germánico y Oriente acentuó las características del imperio romano. En Occidente el cristianismo se identificó con la experiencia romana; en Oriente la fuerza del Islam y las rupturas religiosas que acabaron con la Iglesia de los cincos patriarcados, llevó a una experiencia atomizada y, en oportunidades, politizada. 1. Contexto histórico Algunos de los datos aquí presentados, se deben ver como un complemento a lo abordado al iniciar el segundo capítulo, toda vez que el objetivo es ofrecer la continuidad histórica de la Iglesia en el contexto del imperio y la forma como cada una de las estructuras culturales de la ecumene cristiana comenzó a transitar un sendero diferente, aunque las dos más importantes sedes hayan permanecido unidas más por cuestiones 122 políticas que doctrinales. Además, se toman de nuevo algunos datos porque la propuesta histórica que se hace pretende ir más allá de lo que tradicionalmente se conoce con el nombre de historia de la Iglesia en la Edad Antigua, toda vez que con el concilio de Calcedonia no terminó sino que continuó un proceso teológico que alcanzó su última expresión a finales del siglo VII, con el tercer concilio de Constantinopla, al definir los últimos elementos complementarios del dogma cristológico. Los otros períodos de la historia de la Iglesia en los siglos I a VII de la era cristiana se pueden enmarcar dentro del llamado “arco constantiniano”. Durante estos períodos la Iglesia superó crisis a diferentes niveles: inicios, persecuciones, herejías, etc.; a pesar de ello, en el marco de la política religiosa del imperio unificado por Constantino, la religión cristiana tenía una posición privilegiada; prueban esto los cambios en el matrimonio, la lucha de gladiadores y la supresión de la crucifixión como pena de muerte190. Además, se debe tener presente que en relación a los bárbaros se dio una doble actitud al interior del imperio: asociación y confrontación. El concilio de Nicea en el canon 6 había reconocido tres sedes básicas en la Iglesia: Roma, Alejandría y Antioquía y la importancia de las diócesis de Cartago, Cesarea, Éfeso y Heraclea (a la cual estaba adscrita Constantinopla). En el 380 Constantinopla ya era ciudad capital y el obispo Pedro de Alejandría comenzó a entrometerse en asuntos que no le competían, por ello el concilio de Constantinopla prescribió en el canon 2 que el obispo de una diócesis no debe intervenir en los asuntos internos de otra diócesis; no obstante ello, este concilio, al hablar de Constantinopla como la nueva Roma, en el canon 3, dio inicio a este patriarcado191. El concilio de Calcedonia en el canon 28192 concede iguales privilegios a Roma y Constantinopla con lo cual se originó un problema político de incalculables consecuencias; además, suscitó polémicas tanto al interior de la Iglesia como en sus relaciones con el Estado; como este canon fue aprobado cuando el delegado pontificio no estaba, León Magno (440-461) se opuso y en una carta enviada a Marciano propuso la existencia de dos órdenes diferentes: el divino y el civil, afirmando que para el divino vale lo apostólico y no lo político. En el 545, Justiniano sancionó el canon 28 decretándolo oficial para el imperio y desde entonces Constantinopla es un patriarcado ecumémico. Dentro del arco constantiniano, en el siglo IV el emperador se interesaba por los problemas eclesiales: unidad, cohesión orgánica y misiones. Esta actuación al interior de la Iglesia fue una realidad que originó una especie de teología política, el cesaropapismo bizantino y el aumento de los intereses creados que disminuyeron la libertad eclesial frente al Estado. Entre los defensores de esta libertad se citan: Atanasio, Osio de Córdoba, Hilario de Poitiers y Ambrosio de Milán, quien puso las bases para entender las relaciones entre la Iglesia y el imperio: ningún gobierno es señor de la Iglesia, a lo sumo será solícito promotor porque no puede legislar en cuestión de fe, moral y disciplina eclesiástica. Al interior de estas relaciones se examina el dinamismo del poder político y la fuerza moral, toda vez que desde que la Iglesia vino a estar bajo el poder imperial aumentó su poder y riqueza, pero disminuyó su fuerza moral. 123 1.1 Los bárbaros En el 395 murió Teodosio I quien dividió el imperio entre sus hijos Honorio, el Occidente, con sede en Roma, y Arcadio, el Oriente, con sede en Constantinopla. Ambos imperios padecían un mismo mal: la presencia de los bárbaros193; frente a este fenómeno cada imperio asumió una política diferente: Occidente los enfrentaba o negociaba con ellos, y Oriente los desplazaba hacia Occidente. Por esta y otras razones los dos imperios se alejaban cada vez más; junto al distanciamiento político vino el cambio de tradiciones y cultura. Debido a esta circunstancia es importante conocer algunos datos en torno a estos pueblos. Son llamados bárbaros, por no hablar ni griego ni latín, los pueblos establecidos al norte del imperio romano, en cuyas manos cayó el imperio occidental después de una lenta pero estratégica invasión. Antes de la invasión se habla de dos grupos: indoeuropeos y fineses; al primero pertenecían los germanos y los eslavos; entre los germanos se distinguen tres lenguas: teutones, sajones y normandogóticos; francos y alemanes descienden de los teutones; los hérulos de los sajones; godos (ostrogodos y visigodos) y vándalos de los normandogóticos. Entre los fineses, llamados escitas, están los hunos, que se establecieron en Europa en el 376, los búlgaros y los alanos. Desde finales del siglo II (hacia el 184) se habla del enfrentamiento de los romanos con los bárbaros y las difíciles relaciones entre romanos y germanos; surgía entonces una alternativa: o los rechazaban o creaban con ellos una federación. En los primeros años del siglo III, Caracalla compró la paz con los bárbaros; a partir de entonces comenzaron tratados, treguas y ataques que se repetían. Durante los siglos III y IV los diferentes grupos bárbaros entraron en contacto con el imperio por diferentes sitios: los Balcanes, la Península Ibérica y África. Estos contactos tuvieron varios matices: choques armados, tratados de paz y aceptación de los bárbaros como pequeños pueblos federados. El 375 marca una huella indeleble porque Roma ya no les ofrecía tanta resistencia y el número de bárbaros admitidos en el imperio era grande. A comienzos del siglo V llegaron a Italia (en el 401 Alarico entró en Milán) y el 24 de agosto de 410 se produjo el saqueo de Roma que turbó el ánimo de los romanos quienes veían a la Iglesia como responsable de los males acaecidos; frente a estas acusaciones se levantan las voces de Jerónimo, Agustín y Orosio194. En el 476 los hérulos al mando de Odoacro penetraron en Italia y, quitándole el reino a Rómulo II Augusto, llamado Augústulo, destruyeron el imperio de Occidente. En relación a los bárbaros, la imaginación popular considera que son muchos, estaban vestidos de pieles y por ello triunfaron; pero las cosas no fueron así, porque el éxito de ellos se debió a que aprendieron a caminar por las estepas y la selva a pesar de los obstáculos, a través de una técnica de pequeñas células que se iban asentando en diferentes lugares. Es más, con un mediano conocimiento de los pueblos bárbaros y sus migraciones a lo largo y ancho del imperio romano, se captan unas características particulares que de alguna manera ayudaron a que el cristianismo penetrara en sus culturas: austera concepción moral de la vida, acentuado sentimiento de honor, amor por 124 la libertad y la justicia, espíritu de solidaridad, fidelidad a la palabra dada, hospitalidad, pureza de costumbres y respeto por el matrimonio rígidamente monogámico; de acuerdo a ello, al momento de la conversión de los bárbaros al cristianismo eran pueblos física y espiritualmente sanos, con fuerza juvenil y una cultura propia que dio origen a una nueva realidad, la cultura occidental cristiana195. Lo dicho sobre los bárbaros y el imperio da a entender que el problema es complejo porque, además de los choques con las fuerzas imperiales, algunos pueblos construyeron reinos importantes, como el caso de los visigodos en España, los francos en Las Galias y los vándalos en África. No obstante ello, con la llegada de los bárbaros al cristianismo comienza a vislumbrarse una cierta tendencia feudal en la sociedad, de la cual la Iglesia no estuvo exenta. 1.2 La caída de Roma En el transcurso de la historia se nota que los pueblos se suceden en el predominio histórico; además, en cada pueblo se presenta la sucesión de períodos. Algo similar le sucedió a Roma: después de una gloriosa época vino otra de franca decadencia que culminó con su caída. La caída de Roma es la derrota de las tropas romanas en Piacenza por los hérulos; esto fue tomado como punto de referencia por algunos historiadores para periodizar la historia, incluso la historia de la Iglesia, ignorando de alguna manera la vinculación que siguió teniendo en relación a oriente porque la Iglesia continuó siendo mayoritariamente oriental. Fue una fecha que se hizo clásica, se convirtió en un hito. A partir de la muerte de Honorio (423) se desencadenaron varios acontecimientos lamentables para el imperio: la coronación de un emperador con tan sólo seis años (otros dicen cuatro) como Valentiniano III (425-455), la masiva llegada de los bárbaros a Italia hasta el punto que algunos de ellos fueron incorporados al ejército, la pérdida del dominio en el Mediterráneo por parte de Roma, la incapacidad de algunos emperadores que no eran dignos de su cargo y la intromisión de Oriente en Occidente como cuando el emperador oriental León I (457-474) nombró a Artemio (472) emperador de Occidente, lo cual se puede entender como incapacidad para gobernar por parte de Occidente; con ello los proyectos de Diocleciano y Constantino se derrumbaron, destruyendo la secular unidad romana del Mediterráneo. La caída del imperio occidental y la constitución de nuevos reinos trajo consecuencias demográficas interesantes porque las invasiones y migraciones de varios pueblos fueron un factor de transformación del mundo antiguo al medieval, signada por un problema demográfico que afectó especialmente a la población del campo y las pequeñas ciudades. Sin duda, la presencia de los bárbaros y la decadencia política romana era una realidad evidente que provocó un creciente relajamiento del patriotismo imperial y el sentido de romanidad. Junto a esta doble realidad se ubica la progresiva barbarización de Occidente, que con el paso de los siglos dio origen a una nueva identidad histórica y continuó con el mismo orden social, toda vez que no se presentó una revolución social, ya que las agitaciones habidas con la presencia de los bárbaros se convirtieron en un fenómeno bien 125 delimitado en lo cronológico y territorial. En este contexto surgió un dato importante porque algunos historiadores sostienen que el gobierno de Valentiniano III, aunque débil, le imprimió más rigor a las persecuciones contra las religiones no cristianas. Después de Valentiniano III, los emperadores no fueron más que sombras que ya no ejercían el poder efectivo; tal era la situación, que los invasores derribaban y ponían a los emperadores que eran como juguetes en sus manos. En el 476 las fuerzas imperiales fueron vencidas en Piacenza por los hérulos al mando de Odoacro, después Rómulo II Augusto, hijo de Orestes, fue depuesto y confinado a Nápoles y Odoacro se proclamó rey; esta es la caída de Roma, fecha clave en un modelo de periodización histórica que ha tenido éxito. La descripción de la situación vivida permite entender por qué se dice que la caída de Roma fue sin ruido; ello no es obstáculo para que este acontecimiento haya marcado la historia universal al ser tenido, dentro de la mentalidad occidental, un tanto cerrada, como el punto final de la Edad Antigua. Desde entonces surgieron dos mundos en contraposición en lo económico, social, político, cultural y religioso: el mundo de los reinos romanos y bárbaros de Occidente y el del imperio romano oriental. La cuestión jurídica de la caída de Roma tiene sus problemas: Odoacro mantuvo el Senado Romano y la moneda, pero no había claridad sobre la validez de estas determinaciones. Otro tanto se puede decir sobre la presencia de los bárbaros en el gobierno, los acuerdos políticos y los impuestos, etc., habida cuenta que durante algunos años se siguió hablando de Roma como sede vacante. El imperio de Oriente no cayó por varias razones: una política diferente frente a los bárbaros, la estratégica fortificación de algunas ciudades, como es el caso de la doble muralla de Constantinopla, lo cual le permitió resistir hasta 1453 cuando cayó en poder de los turcos, la utilización del fuego griego potente arma que producía un fuego inextinguible con agua, toda vez que era una sustancia química cuyo componente principal era la nafta. 1.3 La irrupción del Islam196 El Islam, sumisión a Dios, es un elemento más del entramado histórico, político y religioso, en cuyo fondo existen muchos elementos cristianos casi todos o monofisitas o nestorianos; una religión sincretista, una mezcla de judaísmo, cristianismo y paganismo arábigo. Los pueblos nómadas del desierto arábigo, que estaban entre las fuerzas de Bizancio y Persia, se fueron asentando a lo largo de la “ruta del incienso” (de Damasco a Arabia meridional) creándose en ellos conciencia de pueblo con dos dinastías de distinta orientación política: los lájmidas en Al-Hira y los gasánidas en Rusafa; estas dos dinastías profesaban el nestorianismo y el monofisismo respectivamente, y desde sus confesiones luchaban, apoyados por los monjes del desierto, contra aquellos “restos de paganismo árabe”. Teniendo como referencia ese trasfondo se entiende a Mahoma197, para quien el cristianismo y el judaísmo no eran extraños. Mahoma (569632), huérfano desde muy pequeño y al servicio de una viuda rica, tenía una cierta tendencia a la solidaridad y la 126 contemplación. Su nombre, Muhammad (el Alabado) fue traducido por Mahoma por el monje Álvaro de Córdoba para desprestigiar su nombre, ya que la palabra “Mahoma” tiene su origen en el demonio Moazim; lo curioso es que la sorna y burla del nombre demoníaco se perdieron muy pronto y muchos creen que Mahoma es la versión española de su nombre árabe. La doctrina propuesta por Mahoma se inserta en las grandes religiones monoteístas de libro: un solo Dios, Alá; un profeta, Mahoma; un libro, el Corán (que presenta doctrinas monofisitas, nestorianas y docetas), código religioso y político con disposiciones precisas en sus 114 suras; su edición definitiva es del 653. Junto al Corán (recitación, lectura) está la Sunna (costumbres, tradiciones) su más autorizado comentario. Esto da a entender que Mahoma es fruto de la meditación en el desierto, de la estampa de la tierra seca, de la indagación presurosa del cielo nocturno, del espíritu de los ancestros misteriosos y de un mundo lleno de dioses tribales que poblaron su infancia de presencias inasibles, las mismas que habrían de confluir en una sola, sagrada y sustancial, Alá (Allah), el único y verdadero Dios, en singular, sin trinidad, ni nombres, ni representaciones, ni cualidades humanizadas. La irrupción del Islam fue muy fuerte porque los grupos árabes fueron traicionados por las potencias: Bizancio con Mauricio (582-602) y Persia con Cosroes II, con lo que se creó un vacío que originó las luchas internas, que fue llenado por las enseñanzas de Mahoma y bajo éstas se logró la pacificación de las tribus árabes creando un solo pueblo bajo una fe que con inusitada fuerza se extendió por el Oriente Medio. Cuando por primera vez se reunieron los musulmanes, su fundador, Mahoma, tuvo que huir de La Meca en la hégira del 15 al 16 julio del 622 que marcó el comienzo de la era mahometana; posteriormente (en el 630) pudo regresar, después de lograr la pacificación de los diferentes pueblos árabes, para morir en La Meca, la ciudad sagrada, hacia el 632. Después de la muerte de Mahoma y para mantener la incipiente unidad aparece la necesidad de conseguir nuevas conquistas; aquí surgen las conquistas de Jerusalén (638), Mesopotamia (639-640), Armenia y Alejandría (640), la Pentápolis (643) y Capadocia (647); en 1453 cae Constantinopla en poder de los musulmanes. El problema fundamental, más allá de las connotaciones políticas, consiste en el reto típico de una mentalidad semita que esta nueva religión supuso para el cristianismo: monoteísmo intransigente, conformismo político y religioso sin posibilidad de disidencia, fideísmo, fatalismo y combinación de fe, ley y nación. Además, en algunas regiones del imperio romano fueron vistos como libertadores. Como si ello fuera poco, a lo largo del siglo VII en Europa no se había formado el imperio occidental y los imperios bizantino y persa estaban exhaustos luego de siglos de guerra. Unido a lo anterior, las cuestiones religiosas eran fuertes. Los del imperio sasánida no estaban de acuerdo con el zoroastrismo estatal; en el imperio bizantino no todos aceptaban la ortodoxia cristiana; a los cristianos nestorianos y monofisitas les pareció natural el islamismo. Esto da a entender que en más de una oportunidad los cristianos se alegraron con su llegada, pero con el tiempo las cosas cambiaron. 127 Los cristianos en el mundo islámico del siglo VII vivían en un ambiente de tolerancia siendo incluso aceptados para cargos administrativos; con los años y ante la resistencia cristiana, algunos templos cristianos fueron convertidos en mezquitas y se prohibió la construcción de templos; con el califa Abd al-Málik (685-705), la situación se agravó porque los cristianos fueron despedidos de sus puestos y se les impuso un impuesto personal llamado capitación. La conquista árabe significó pérdida de inmensos territorios, provincias cristianas, lugares de peregrinación y grandes centros intelectuales; el fin de aquella ficción “un imperio, una Iglesia”; y la adquisición de una mayor homogeneidad de la Iglesia ortodoxa en Oriente198. 2. La Iglesia bizantina En este apartado se aborda una de las dos líneas eclesiales porque así como el imperio se dividió, la Iglesia también comenzó a tomar caminos diferentes. Históricamente el imperio bizantino había nacido entre los siglos III y IV, propiamente a raíz de la división de Teodosio y duró hasta 1453 cuando cayó en manos de los turcos dirigidos por Mohamed II. Se parte de un presupuesto histórico que reviste cierta validez: en la segunda mitad del primer milenio la parte oriental del imperio romano se vio sometida a cambios tanto internos como externos. A nivel interno se presentaron las herejías y los cismas. A nivel externo se vivieron las amenazas persa e islámica; las incursiones de mongoles, búlgaros y magiares; y la llegada de los pueblos eslavos. 2.1 Polémica religiosa y política El concilio de Calcedonia aprobó la importancia de Constantinopla en el canon 28 al conferirle al obispo de Constantinopla el derecho a consagrar los metropolitanos de las diócesis del Ponto y las provincias de Asia Menor y Tracia199. León Magno (440-461) quiso movilizar a los patriarcas orientales argumentando que se menoscababan los derechos de Alejandría y Antioquía; como los patriarcas no le prestaron atención, centró la polémica contra Anatolio, obispo de Constantinopla (451458). Poco después de 453, cuando el Papa intervino oficialmente en las decisiones cristológicas de Calcedonia, comenzaron los problemas porque ya Constantinopla poco contaba con Roma para solucionar las dificultades. En Alejandría, fue donde primero se desataron los hechos: Dióscoro, obispo depuesto en Calcedonia, murió en el 454 dejando un vacío; para sucederlo hubo revueltas hasta que en el 457 fue consagrado Timoteo Eluro que no era partidario de Calcedonia y fue visto como usurpador de la sede que desde el 451 ocupaba Proterio quien finalmente fue asesinado; con esto, unido a una actitud contraria hacia las otras sedes patriarcales, se llegó al cisma de Alejandría. Cuando esta ruptura se dio, algunos monjes palestinos, apoyados por la emperatriz Eudoxia200, que vivía en Jerusalén, también estaban en oposición a Calcedonia, con lo que este concilio iba perdiendo fuerza; a ello se le suma que al emperador León I (457-474) poco le interesaban los asuntos religiosos y poco 128 sabía de teología, sin embargo, condenó a Timoteo Eluro en el 460 y nombró a Timoteo Salofaciolo quien no pudo restablecer la unidad de Egipto. En este contexto Basilisco, emperador usurpador (475-476), promulgó el Enkyklión condenando las decisiones de Calcedonia. Aprovechando este documento Timoteo Eluro regresó a Egipto pasando por Constantinopla donde el nuevo patriarca Acacio lo recibió fríamente, participó en un sínodo en Éfeso y entró triunfalmente en Alejandría, tras la retirada de Timoteo Salofaciolo a un monasterio; a su muerte lo sucedió Pedro Mongo. Contrario al Enkyklión, como era de esperarse, se mostró Constantinopla donde Acacio (patriarca, 473-489) movilizó al clero y al pueblo aprovechando la debilidad de Basilisco y publicó el Antienkyklión que ordenaba regresar a Calcedonia y dar por concluida la controversia. Con esto el caos vino a ser completo y la restitución de la paz se convirtió en una tarea que Acacio asumió con una política ecuménica de armonizar los contrarios y comprobar su buena voluntad. A esta tendencia de buena voluntad, unida a la problemática egipcia entre Pedro Mongo y Juan Talea por la sede alejandrina, se debe la publicación del Henótico en el 482, escrito por Acacio bajo la firma del emperador Zenón (474-491), razón por la cual también se conoce como el Edicto de Zenón. Algunas partes del texto del Henótico son: “Queremos hacerles conocer que ni nosotros mismos ni las Iglesias del universo, profesamos otro símbolo o fórmula de fe distinto del de los 318 padres que fue confirmado por los 150 padres. Si alguien tiene otra fe lo declaramos excomulgado [...] éste es el mismo símbolo adoptado por los santos padres reunidos en Éfeso quienes condenaron al impío Nestorio y sus seguidores [...] Nos, condenando a la vez a Nestorio y a Eutiques [...] recibimos igualmente los doce capítulos de Cirilo. Confesamos al Hijo único de Dios, Dios mismo, que se hizo Hombre verdadero, Nuestro Señor Jesucristo, consustancial con el Padre según la divinidad, consustancial con nosotros según la humanidad, descendido, y por obra del Espíritu Santo encarnado y nacido de María Virgen, Madre de Dios, y uno solo y no dos [...] A quienquiera que piense o haya pensado de otra forma, ahora o en cualquier circunstancia, en Calcedonia o en otro concilio, lo anatematizamos”. Entre los puntos significativos del Henótico, se citan: vuelve a las fórmulas de Nicea y Constantinopla, acepta a Cirilo, menciona la fórmula de unión del 433, sólo menciona a Calcedonia de paso. Para comprender mejor el problema del Henótico y el cisma acaciano se debe tener presente la posición que cada patriarcado asumió frente a Calcedonia: Alejandría estaba dividida, Roma estaba a favor y Constantinopla en contra. También es importante tener en cuenta los tres documentos fundamentales: el Enkyklión que es contrario a Calcedonia, el Antienkyklión que es favorable y el Henótico que es una fórmula de unión por la cual Acacio, patriarca de Constantinopla, fue excomulgado. La lectura del texto no suscita ninguna dificultad doctrinal porque quiso contentar a todos, pero esa misma intención condujo al nacimiento de los bandos: procalcedonienses y monofisitas. El texto fue firmado por Pedro Mongo, obispo de Alejandría, Pedro Fulón, obispo usurpador de Antioquía201 y el obispo de Jerusalén. Como Roma fue dejada al margen, porque no entendía bien el sentido de este texto y el emperador no se lo comunicó al Papa, los problemas volvieron a agravarse con el nombramiento de Félix 129 III (483) enérgico defensor de los intereses romanos, quien le escribió al emperador y a Acacio sosteniendo que Mongo era un hereje y, azuzado por Juan Talea y sus seguidores, citó a Acacio a su tribunal. El papa Félix III, envió delegados a Constantinopla que fueron ganados por el patriarca para la causa bizantina que consistía en apoyar a Mongo contra Talea; a su regreso a Roma los delegados fueron depuestos porque fracasaron y el Papa excomulgó a Acacio no por motivos doctrinales sino por ejercitar los poderes primados concedidos por el canon 28 de Calcedonia. En este ambiente se gestó el cisma acaciano luego de que el Papa en el 484 excomulgara a Acacio; en este cisma se soslayaban las cuestiones de fe y se forzaban hasta el límite las cuestiones personales. Acacio murió en el 489 y sus sucesores: Fravitas (490), Eufemio (491-495), Macedonio (495-511)202 continuaron en la misma política que fue vista como cismática; en el 511 Timoteo sucede a Macedonio en Constantinopla. El cisma no se solucionaba porque el emperador sucesor de Zenón, Atanasio (491-518) no tenía la menor intención de poner en juego los éxitos del Henótico en Oriente, ni sacrificarlos a un Papa que practicaba una política que no consideraba las difíciles situaciones de la Iglesia oriental; mientras tanto en Roma Gelasio (492-496) continuaba con la política de su predecesor con lo que se notaba que el problema no era teológico sino político: el deseo de Constantinopla por tener la primacía; a Gelasio le sucedió Anastasio II (496-498) quien no logró su objetivo de unidad; a la par con la muerte de este Papa estalló en Roma el cisma laurenciano que hasta el 502 hizo imposible la política con Oriente. Cuando el Henótico comenzó a decaer porque Roma estaba debilitada y en Oriente disminuían los seguidores de Acacio, aparece Jenea de Mabbug (Hierápolis) y Severo de Antioquía quienes reavivaron la polémica de Calcedonia al declararse abiertamente contrarios a dicho concilio e incluso contra el Henótico. Severo, verdadero teórico del monofisismo, publicó el trisagio teopasquista203 que era una fórmula cristológica equívoca; fue elegido obispo de Constantinopla (512) y quiso ganarse a los demás obispos para su fórmula, pero la oposición de Sabas y Teodosio (padres monacales) y algunas revueltas populares acabaron con sus planes. Estando así de tenso el ambiente se pensó en el concilio de Heraclea que tendría lugar en el 515 para terminar con el cisma, pero la falta de interés unida a las cuestiones políticas (Atanasio, el emperador y Vitelio) impidieron su realización; con esto la situación del cisma estuvo detenida hasta el 518. Haciendo una síntesis: el Henótico unió a las Iglesias orientales frente a Roma con lo que ésta perdió injerencia frente a aquellas; en el fondo se capta: la lucha por la primacía entre Roma y Constantinopla, la incomprensión de la situación de Oriente y los intereses políticos. Todo ello se une a una sola realidad: el fortalecimiento de la Iglesia bizantina que sólo tendría una relación formal con Roma por diferencias culturales y políticas. Este tema es uno de los más apasionantes y complicados momentos de la injerencia política en la vida eclesial, porque fue una lucha de intereses creados, poder y autonomía. Otro problema fundamental era que en Roma, según el pensamiento oriental, estaba gobernando un bárbaro, lo cual hería el sentido romano de aquella parte imperial. 130 2.2 El gobierno de Justiniano 2.2.1 Justiniano, legislador eclesial204 Los emperadores Justino I (518-527) y Justiniano I (527565)205 marcaron un hito en la historia de la Iglesia bizantina, porque con ellos se abre un período en el que los problemas no faltaban ya que el emperador tenía un marcado ánimo de dirigir (spiritus rector) porque regis voluntas suprema lex; junto a la actitud imperial, está la de la emperatriz Teodora206 que era diferente. Con esto surgen dos políticas: una a favor de los ortodoxos hasta el punto que en el 524 el emperador mandó cerrar algunos templos arrianos que eran de los godos, y otra a favor de los monofisitas. A estos emperadores se les debe el deseo de acabar con el cisma acaciano, aprobando definitivamente a Calcedonia y restableciendo relaciones con Roma donde Hormisdas era el Papa (514-523). Todo tuvo su inicio cuando Juan II, obispo de Constantinopla (518520), bajo presión de los monjes, aceptó Calcedonia, condenó a Severo y el Henótico y estableció relaciones con Roma; el Papa fue informado de esto a través de una carta que el emperador le envió. En este contexto aparecen dos documentos que son importantes: Regulae fidei de Hormisdas y una carta del obispo Juan II, ambos documentos condenan lo que fuera contrario a Calcedonia. Era el 519 cuando estos sucesos unionistas se realizaron. La alianza entre el Papa y el emperador creó dificultades. En el ámbito religioso y debido a la falta de influencia romana en Alejandría, la Iglesia egipcia terminó por separarse. En el ámbito político el rey de Occidente, Teodorico, con sede en Ravena, no aceptó esta unión y hacia el 525 envió al papa Juan I como embajador a Constantinopla y como en su misión207 no tuvo éxito fue encarcelado en Ravena. Los problemas políticos se acabaron con la muerte de Teodorico (526) a quien sucedió Justiniano, quien llegó a ser soberano único, dando inicio a un período particular en la Iglesia: “Un imperio, una Iglesia fuera de la cual no hay salvación ni esperanza en la tierra, y un emperador cuya solicitud es la salvación de esta Iglesia”; el emperador hace que todo dependa de él. Con esta actitud centralista se da el ascenso del pontificado, el proceso catequético y sacramentalizador, el destierro del paganismo con lo que los filósofos no cristianos emigraron a Persia y un trato particular con los judíos que fueron aceptados; es curioso que en esa oportunidad los samaritanos no fueron aceptados. Así como el emperador servía a la Iglesia, ésta tenía que servirle a él porque la legislación eclesiástica de Justiniano regulaba la vida eclesial. Los obispos se vieron envueltos en tareas especiales al servicio y provecho del Estado; como el obispo es un representante fiable de los notables de la comunidad, se abrieron las puertas para que terminaran siendo señores feudales. Aunque la Iglesia podía administrar sus bienes, el emperador se inmiscuía en los asuntos administrativos, disciplinares y sinodales. No se niega que las normas dadas por Justiniano fueron provechosas, tampoco se ignoran las consecuencias que trajeron, las cuales aún hoy se dejan sentir en ambientes eclesiales y civiles. Para Justiniano la Iglesia universal ortodoxa se divide en cinco grandes patriarcados: 131 Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén; el primero entre ellos es Roma. Todas estas normas son dadas por Justiniano movido por su conciencia de ser sumo sacerdote en el contexto de la relación Iglesia y emperador. Con esta actitud, Justiniano se convierte en el consumador del eclesialismo constantiniano, que iniciado por Constantino y continuado por Teodosio llegó con él, después de algunos altibajos, a plasmarse en una realidad casi inobjetable; fue una época de luces que, como es normal, tuvo sus sombras. 2.2.2 Altibajos de Justiniano Para iniciar, conviene saber que sobre Justiniano y su obra existen diferentes posiciones: algunos sostienen que él tuvo una actitud de zigzag, una especie de “bilingüismo”, otros sostienen que él fue consecuente debido al momento histórico. Más allá de la posición que se adopte, sólo se sabe que él se sentía sumo sacerdote, razón por la cual legislaba en cuestiones teológicas y pastorales. El problema grave fue para la Iglesia, y más que para ella, para sus líderes quienes, para estar en sintonía con las coordenadas del momento, tuvieron que dejar en la sombra algunos elementos pastorales. La unión del 519 aunque exitosa no acabó con los problemas porque los monofisitas y adversarios de Calcedonia seguían en la lucha; en estas circunstancias y, supuesta la doble política imperial, Justiniano enfrentó a los monofisitas moderados de impronta severiana (Severo de Antioquía), que era de tipo nominal, porque algunas provincias del imperio lo estaban siguiendo; en este enfrentamiento hubo mucha sutileza política y poca exigencia ya que el deseo de unión era superior al interés teológico. Unida a esa condescendencia, está el levantamiento de la pena de destierro a monjes y obispos monofisitas; algunos de estos obispos se reunieron en Constantinopla en el 531 en la Collatio cum Severianis, donde se volvió a tratar el tema de Calcedonia; en esta reunión los monofisitas se oponían a Calcedonia por el peligro de una posible interpretación nestoriana. Como resultado de esta reunión, los monofisitas gozaron de un momento de respiro con la adhesión del emperador a la fórmula teopasquista y la publicación de algunos edictos a favor de ellos. Esta actitud imperial no satisfizo a los monjes, quienes iniciaron una campaña contraria y mandaron una delegación al Papa; casi al mismo tiempo el emperador, para defenderse, envió otra delegación a Roma; allí el papa Juan II (533-535), cede a la presión imperial y condena a los monjes, con lo que parece que se adhirió a la fórmula teopasquista. Aprovechando esta situación, Severo y varios monofisitas acuden a Constantinopla donde son hospedados por Teodora entre el 534 y el 536. En el 535 quedó vacante la sede de Constantinopla y fue nombrado Ántimo208 quien admite a Severo en comunión y se puso en comunicación con los patriarcas de Antioquía y Alejandría; con esto se regresó al Henótico. Las cosas no continuaron por esa vía, sino que tuvieron un giro por la presencia del papa Agapito (535-536) en Constantinopla; él fue a esa ciudad como delegado del rey ostrogodo Teodado para que convenciera a Justiniano de detener la 132 violenta reconquista de Italia209, que estaba en poder de los godos. Para el Papa lo importante no era la cuestión política, sino la de la Iglesia; en esta preocupación pontificia y la acogida imperial fue nuevamente vencido el movimiento surgido alrededor del Henótico con las gestiones de Menas, patriarca sucesor de Ántimo. No obstante los altibajos de Justiniano, para él el Papa fue siempre, teóricamente, la última y suprema instancia en cuestiones de fe a tal punto que cuando Roma tomó la decisión sobre los monofisitas, se decidió y expulsó tanto a Severo como a los monofisitas, quienes se refugiaron en Egipto donde esta corriente se afianzó y se dividió en varios partidos de los cuales los más importantes eran los severianos moderados y los fantasiastas210. En resumen, el proceso medianamente teológico en Justiniano tuvo: adhesión radical, tendencia teopasquista y dos disputas: la origenista y la de los tres capítulos; esto se vivía en tensos ambientes que necesitaban acuerdos políticos. Para finalizar, la actitud de Justiniano puede ser valorada de múltiples maneras pero nadie puede negar que su mandato y su relación con la Iglesia fue en un período único y singular. 2.2.3 El II concilio de Constantinopla Al abordar de nuevo un tema conciliar, es importante recordar que este fenómeno es el lugar privilegiado en el que se manifiestan las posibilidades y dificultades, los éxitos y los fracasos de la comunión eclesial; esta circunstancia se puede ver como una constante en la historia de la Iglesia, institución que respeta la libertad humana pero exige unidad en torno a la fe. Última etapa de las agitaciones origenistas En el siglo VI debido a la cantidad de expresiones teologales, se acentuó el problema del origenismo que desde hacía algunos años se creía extinguido. Orígenes, teólogo y escriturista nacido en Alejandría hacia el 185, dirigió la escuela catequética de esa ciudad a partir del 203 con algunas breves interrupciones hasta el 231 cuando renunció por diferencias con el obispo Demetrio; fue uno de los mayores escritores eclesiásticos de la antigüedad cristiana y puede ser tenido como el fundador de la exégesis bíblica como ciencia; al autor de la Hexaplas le suelen clasificar sus obras en: escolios, homilías y comentarios. Con el tiempo se creó una literatura en torno a sus escritos e hipótesis que fueron entendidas como afirmaciones dogmáticas heréticas: subordinacionismo, preexistencia de las almas y la apocatástasis (al final todo será asumido en Dios, incluso el demonio). Con todo, Orígenes murió sin ser condenado211; sólo tres siglos después de su muerte fue efectivamente condenado por la Iglesia de una manera muy severa ya que todos los obispos, particularmente Menas de Constantinopla y Vigilio de Roma, debían condenarlo al asumir su ministerio. En la transición del siglo IV al V se vivió una acalorada disputa sobre sus escritos que fue la primera parte de un proceso que terminó con su proscripción teológica. Todo comenzó con la lista publicada por Epifanio de Salamina en el 394 donde incluyó el 133 nombre de Orígenes, en quien grandes personajes de la Iglesia y algunos monjes habían alimentado su espiritualidad. Esta disputa, que comenzó en Jerusalén donde contó con la presencia de san Jerónimo212, pasó por Alejandría y llegó a Roma con el monje Rufino quien sostuvo que la teología y la espiritualidad de Orígenes podían ofrecer mucho a Occidente; Jerónimo y Rufino fueron los opositores en esta disputa a la que vino a sumarse el patriarca Teófilo de Alejandría quien por problemas con algunos monjes que seguían el pensamiento de Orígenes se convirtió a partir del 400 en un aguerrido adversario de Orígenes213. Con la muerte de Rufino la polémica cesó en Occidente, pero en Oriente se concentró más y ya había llegado a Constantinopla donde su obispo Juan Crisóstomo, a instancias de Teófilo de Alejandría, fue desterrado; en el nuevo drama de esta polémica, Jerónimo también se opuso a Orígenes y a sus partidarios. La controversia terminó con el triunfo de los que estaban contra Orígenes y aunque ya se habían dado algunas condenas, todavía no llegaba la condena oficial. Lo lamentable de esta controversia no fue la restricción teológica, sino que una riqueza religiosa y teológica pasó desapercibida. Después de más de un siglo, en tiempos de Justiniano surge de nuevo la polémica origenista porque la influencia espiritual de Orígenes no había desaparecido en Oriente debido a los escritos de Evagrio Póntico. El opositor en esta oportunidad era Sabas de Capadocia (+ 532), superior o archimandrita de los monasterios palestinos y el defensor era Nonnos, jefe de los monjes origenistas de la Nueva Laura desde el 507; hacia el 531 cuando Sabas viajó a Constantinopla para pedir una exención tributaria, llevó consigo al monje origenista Leoncio y cuando Sabas regresó a Palestina dejó a Leoncio en Constantinopla donde, con su predicación, aumentaron los adeptos. La predicación de Leoncio conquistó al emperador quien nombró algunos obispos origenistas: Teodoro para Cesarea de Capadocia y Domiciano para Ancira; con esto las fricciones se volvieron a presentar: Antioquía con Efraín, se opuso a estos nombramientos y proscribió el origenismo, los elegidos quisieron presionar a través de Menas de Constantinopla pero cuando llegó a Constantinopla un difuso escrito antiorigenista, Justiniano promulgó hacia el 542 un edicto contra la persona y las doctrinas de Orígenes por la influencia del diácono Pelagio214. Este decreto fue firmado por varios jerarcas; el origenismo parecía estar herido de muerte, pero aún no ha muerto y bajo nombres diferentes siguió arrastrando a grandes místicos de la Iglesia bizantina. El decreto de condena del origenismo dado por Justiniano en el 542 está organizado en diez anatemas: preexistencia del alma, preexistencia del alma de Cristo, adopcionismo, similitud de Cristo con los seres celestes, de la resurrección de los cuerpos en forma de esferas, los astros animados, la segunda crucifixión de Cristo en el siglo XXI para salvar al demonio (esto es un punto de la apocatástasis), la limitación del poder de Cristo, y anatematizar a Orígenes y a quienes piensen lo mismo215. En el fondo de estas afirmaciones estaba el hecho de ver a Orígenes como discípulo de Platón y maestro de Arrio, y como el hombre que convirtió en filosofía el mensaje cristiano. Con esto, el más grande teólogo de la Iglesia griega, hijo de un mártir y confesor de la fe, fue puesto al mismo nivel de los grandes herejes de la antigüedad cristiana216. 134 La disputa de los tres capítulos Con este nombre se entiende la obra de tres teólogos (tres cabezas) que escribieron en el tiempo que medió entre Éfeso y Calcedonia y se convirtieron en la manzana de la discordia de los partidos eclesiásticos; ellos son Ibas de Edesa, por una carta contra Cirilo de Alejandría, Teodoro de Mopsuestia, de la escuela antioquena que fue acusado de nestorianismo, y Teodoreto de Ciro, por algunos escritos contra Cirilo de Alejandría217. Entre el 534 y el 545 Justiniano publicó un decreto condenando estos autores; en el fondo era reavivar la polémica calcedoniana donde el temor a ser tildados de nestorianos por los monofisitas era latente; con esto el beneficiado fue el origenismo que aún seguía vivo, no en vano Teodoro Ascidas, fervoroso origenista y asesor imperial, preparó sistemáticamente el ataque contra los tres capítulos. Publicado el decreto, sin respetar a nadie, los obispos recibieron la orden de firmarlo y comenzaron las dificultades porque Menas, patriarca de Constantinopla, lo firmó pero exigió la garantía de retirar su firma si el Papa no lo firmaba, y éste veía que la mayoría de los obispos occidentales se oponían, es más, le negaban la comunión a Menas. El papa Vigilio (537-555) viajó a Constantinopla (547) y en el 548 fue publicado el Judicatum, en el que se rechazaban los tres capítulos con restricciones. La actitud papal produjo revuelo porque comprometía la dignidad de la sede de Pedro, razón por la cual varios obispos occidentales, principalmente africanos, terminaron excomulgando al Papa; Vigilio huyó de Constantinopla, se refugió en Calcedonia y excomulgó a Menas y a Ascidas. En el 552 murió Menas y su sucesor Eutiquio hizo una política irénica que condujo al II concilio de Constantinopla en mayo del 553 en el que el Papa y el emperador estuvieron al margen; en este concilio fueron condenados los tres capítulos y las doctrinas origenistas a pesar de las resistencias, ya que los documentos condenatorios datan de finales del 553 para la cuestión origenista y del 554 para los tres capítulos218. Con la muerte de Vigilio en Siracusa y el apoyo del diácono Pelagio se solucionó un poco la tensión reinante porque este diácono fue nombrado obispo de Roma por el emperador, quien se aproximaba al ocaso de su vida, sucedido el 14 de noviembre del 565. 2.3 El camino hacia Constantinopla III219 Con Justino II (565-578) casado con Sofía, sobrina de Justiniano, reverdeció el monofisismo, muestra de ello es la publicación de un edicto que condenaba los tres capítulos, sugería la rehabilitación de Severo, daba amnistía a los monofisitas y no mencionaba el concilio de Calcedonia; este documento causó polémicas, fue nuevamente redactado y apareció la distinción mental de las dos naturalezas con lo que comenzó el monoenergetismo y el monotelismo. El edicto fue impuesto a la fuerza durante el mandato de Justino II; desde el 574, con la regencia de Tiberio II (578-582), la situación cambió para no irritar a los árabes monofisitas de la frontera persa; idéntica política siguió su sucesor Mauricio (582-602) quien era calcedoniano. Las cuestiones doctrinales se silenciaron cuando los persas ocuparon algunas regiones de Asia Menor, Siria y Egipto; además, los ávaros y los eslavos invadieron la península 135 balcánica amenazando a Constantinopla. Después de ese silencio y la reconquista lograda por Heraclio (610-641), iniciador de una nueva dinastía y sucesor de Focas (602-610), y ya que el emperador quería la unidad política y religiosa se volvió a tratar el tema con lo que se originaron varias corrientes. Para la unidad confesional, Heraclio se valió del obispo de Constantinopla, Sergio (610-638) quien propuso “una única facultad operativa al interior de Cristo”, una energeia, de ahí monoenergetismo y ordenó a sus colaboradores que reunieran todos los datos necesarios y elaboraran un escrito para proponerlo a los cristianos como base de una fe común; en este escrito, llamado Pacto, redactado en nueve proposiciones, se encuentra el punto capital del monoenergetismo en la proposición 7: la doctrina del uno y mismo Cristo, que opera lo divino y lo humano con la energía una, la divina y humana (teándrica). Con este documento los monofisitas salieron triunfantes. Como era de esperarse, la oposición no faltó; en esta oportunidad fue el monje Sofronio, patriarca de Jerusalén (634-638), quien viajó a Constantinopla para dialogar con Sergio y a través de principios aristotélicos logró el cambio de la fórmula del Pacto: ya no sería “operaciones” sino “un único Cristo operante”, es decir, se subrayaba el sujeto mas no la actividad. Acogiendo esta fórmula Sergio publicó el Judicatum y Máximo el Confesor también se adhirió a ella; para los monofisitas careció de interés. Parecía que la anhelada paz se iba a lograr pero no fue así porque cuando Sergio expuso la doctrina al papa Honorio (625-638), éste la aceptó pero diciendo que era mejor hablar de una voluntad, término equívoco porque puede ser la voluntad general o el acto volitivo concreto. Esta fórmula latina “una voluntas” fue traducida por “en telema”, de ahí monotelismo220. El patriarca Sergio hizo que el emperador Heraclio promulgase otro decreto, Ectasis, donde se afirmaba la única voluntad de Cristo como fórmula de fe, porque telema se interpreta como un querer actual; el problema no era la teología sino la terminología. Hacia el 640, Máximo el Confesor intervino señalando los defectos de la fórmula del papa Honorio y del decreto Ectasis porque, según él, una es la voluntad concreta y otra la voluntad como facultad, la primera es propia de la naturaleza (deseo, acción) la otra de la persona (arbitrio, decisión); es obvio que esta cuestión filológica pocos la entendían. A partir de este momento las discusiones tomaron un lamentable giro: el nuevo emperador, Constante II (641-668), publicó, aconsejado por el patriarca Pablo, en el 648 el Tipo donde prohibió toda clase de discusión al tiempo que derogó el Ectasis; en esta ocasión Máximo se dirigió a Roma, al papa Martín I (649653), y al celebrarse el concilio lateranense (649) bajo las ideas de Máximo fueron condenados tanto el Tipo como el Ectasis, se definió la doctrina de las dos voluntades de Cristo al afirmar dos voluntades naturales y dos modos de operar, y fueron excomulgados el patriarca Sergio, ya fallecido, y su sucesor Pirro221. El emperador reaccionó violentamente acusando de alta traición al Papa y a Máximo, quienes en diferentes procesos fueron condenados222. Al ser asesinado Constante II, le sucedió Constantino IV (668685) quien no tenía mayor interés en continuar una disputa que había terminado sin resultados y ya algunas provincias se habían perdido o estaban cayendo en manos del islamismo. En este cambio 136 de política, ya en tiempos del papa Agatón (678-681), se realizó el III Concilio de Constantinopla bajo la presidencia del emperador y casi todos los obispos se adhirieron al decreto pontificio; Macario de Antioquía fue el disidente más representativo. Contra quienes se opusieron se pronunció un anatema que se extendía a Teodoro de Farán, Ciro de Fasis, Sergio y Pirro, obispos de Constantinopla, y el papa Honorio, condenando una terminología ya anticuada; los juicios estaban justificados primero porque nadie quería vivir en disputas, segundo porque los monofisitas ya no pertenecían oficialmente al imperio por lo que las controversias habían perdido el trasfondo de peligro. El concilio III de Constantinopla condena el monotelismo, reafirma los cinco concilios anteriores y define que en Cristo hay dos voluntades y dos operaciones para la salvación del género humano223, concluyendo así un largo proceso de elaboración de la dogmática sobre Cristo. Este concilio es fundamental por ser el punto final de un proceso de discusiones cristológicas, aclarando una serie de términos que provocaban algunas controversias y ofreciendo una dogmática cada vez más esquematizada. Con esto el monotelismo y el monofisismo podían considerarse vencidos aunque parte de sus intereses religiosos hacía tiempo que estaban ya al seguro en la ortodoxia. En el 692, el emperador Justiniano II (685-695; 705-711) convocó otro concilio en Constantinopla, el llamado segundo trullano, porque se reunió en la sala de los trullos del palacio imperial o quinisexto para integrar los dos concilios anteriores; sólo trató asuntos orientales y en varios cánones mostró aversión hacia Roma. Con este concilio hay problemas porque para Oriente es válido, pero para Occidente no. 2.4 El nacimiento de las Iglesias nacionales224 Los problemas religiosos, teológicos y políticos repercutieron al interior de la Iglesia dando origen a las Iglesias nacionales en los territorios fronterizos del imperio bizantino; algunas de estas Iglesias aún existen y forman parte de la Iglesia católica. Estas Iglesias nacieron por el deseo de afirmar la nacionalidad, una cuestión de liberación y los avances de los reyes que también deseaban independizarse del poder imperial; vuelve y juega la unión de fe y política, lo cual da origen al deseo de tener una Iglesia propia. Es muy probable que estas Iglesias hayan sido el germen de las Iglesias territoriales que estuvieron en su esplendor en los primeros siglos del medioevo, sobre todo en el marco de la política imperial germana de los siglos IX y siguientes. Estas Iglesias conforman cuatro tradiciones: la caldea (nestoriana) y las tres monofisitas (copta, siria y armena) que junto con la bizantina conforman las cinco tradiciones orientales existentes. En este ambiente surgen dos detalles interesantes. Los nestorianos se sintieron mejor en el ambiente del dualismo persa. Los monofisitas (entre calcedonianos [Roma y Constantinopla] y nestorianos) se sentían mejor fuera del imperio romano por cuestiones eclesiásticas (patriarcados), económicas, políticas e ideológicas ya que unos eran indoeuropeos, otros semitas y otros camitas; esto hacía que se sintieran distantes tanto de Bizancio como de Persia. 137 2.4.1 La Iglesia nestoriana (Asiria de oriente) Esta Iglesia nació en el marco de las disputas nestorianas entre Alejandría y Antioquía y la condena de Teodoro de Mopsuestia de la escuela de Edesa en Siria225. Quienes no aceptaban estas condenas tuvieron que emigrar a Persia; entre los emigrantes estaban Bar Sauma, obispo de Nisíbide, y Narsés, fundadores de la escuela de los persas donde el nestorianismo halló su hogar al desarrollarse como “Iglesia nacional” cristiana porque era tolerada y, en ocasiones, perseguida. Con el fortalecimiento de esta Iglesia por las generaciones de teólogos formados en la escuela de Nisíbide o escuela persa y su celo misionero que les permitió su independencia de Antioquía, pudieron desarrollar el nestorianismo encontrando en él una seguridad teológica frente a Siria occidental y el imperio bizantino. Desde el siglo V tuvo un “obispo católico” con sede en Seleucia-Ctesifonte, en el Tigris, quien determinaba las fechas de las fiestas, convocaba sínodos y llamaba a los obispos cada dos años; además tenía otras funciones que lo hacían “otro Pedro”. Este obispo alcanzó gradualmente una alta posición que poco difería con la de los patriarcas bizantinos donde había una profunda relación entre el obispo y el rey; pero esta posición no impidió el problema que se suscitó cuando algunos antioquenos poco nestorianos fueron deportados a Persia. Los “obispos católicos” más destacados de los siglos V y VI fueron Babai II (+502) y Aba Mar I (+552); Babai II hizo lo posible por mantener pura su Iglesia; Aba Mar I, convertido del mazdeísmo, trató de consolidar las bases canónicas incorporando a las colecciones jurídicas de su Iglesia los cánones de Calcedonia en la medida que le servían; además, rigió los destinos de esta Iglesia en momentos que el rey persa Cosroes I le imponía al cristianismo significativas restricciones. Bajo el reinado de Cosroes II (590-628) los cristianos vivieron un período de paz gracias a Shirin, esposa del rey, y al emperador bizantino Mauricio. Después de este período de paz, en el marco de la guerra entre Bizancio y Persia, la situación de los nestorianos era cada vez más precaria porque estuvieron sin “obispo católico” hasta el 628; durante estos años Babai el Grande, abad general de los monasterios del norte de Persia, asumió la dirección efectiva de la Iglesia. Con el progresivo avance persa sobre las provincias bizantinas se presentó un importante “encuentro” entre nestorianos y monofisitas (de Siria y Egipto), y entre el 628 y el 644 cuando el “obispo católico” era Ishar Yahb, se presentó la forzada paz con Bizancio, la agresión islámica contra Persia y la apertura de una nueva época para esta Iglesia. La vida interna de esta Iglesia durante los siglos V a VII se caracterizó por la elaboración de sus bases canónicas, el desarrollo de su organización a través de varios sínodos, el enfrentamiento con los monofisitas, y la experiencia de ver que su padre espiritual, Teodoro de Mopsuestia, era condenado por la ortodoxia bizantina en la disputa de los tres capítulos. Todas estas situaciones condujeron a que en el sínodo del 612 adoptaran oficialmente la fórmula de fe nestoriana de Babai el Grande: dos naturalezas (fisis), dos existencias completas (hipóstasis) y una persona (prosopon). En tiempos de Heraclio (610-641) y después de 200 años de andar un camino diferente se quiso llegar a 138 “una misma fe”, pero las diferencias eran abismales y los nestorianos no estaban dispuestos a aceptar la condena de Teodoro de Mopsuestia (553), ni a asimilar el término “Madre de Dios” del 431; por ello esta Iglesia se vio obligada a llevar una vida propia encerrada y con tendencia oriental; en este “mirar hacia Oriente” está la expansión misionera de esta Iglesia por el sur del continente asiático llegando hasta China y el auge del monacato persa que se cree fue organizado en la región de Nisíbide por Abraham de Kashkar (+586). Aunque desde mediados del siglo VII cayeron bajo la dominación islámica, no desaparecieron porque los califas dejaron a cada confesión su status quo y en Persia los nestorianos eran ciudadanos de segunda clase con poca influencia política. 2.4.2 La Iglesia copta (copta-etíope ortodoxa) Si a esta Iglesia se le quiere imponer una fecha de nacimiento sería el 536 cuando Justiniano dio por terminada su política monofisita, pero su presencia es anterior porque su gestación comenzó hacia el 451 con la resistencia a Calcedonia en el patriarcado de Alejandría con Timoteo Eluro, Pedro Mongo, Severo y Juliano de Halicarnaso, quienes ayudaron a su consolidación frente a Constantinopla, ciudad con la que siempre había una pugna por el canon 3 de Constantinopla y el canon 28 de Calcedonia226. Después de la germinación, vino el nacimiento cuando el patriarca alejandrino Teodosio fue desterrado por no suscribir en Constantinopla las decisiones del sínodo del 536, pero bajo la protección de la emperatriz Teodora pudo regir la grey hasta su muerte en el 556. Durante estos 20 años la sede imperial de Constantinopla impuso algunos patriarcas que sufrieron una sistemática hostilidad por parte del pueblo: Pablo (hasta el 542), Zoilo (542–551), Apolinario (551–559), quien gobernó con violencia y dividió a la Iglesia egipcia en dos grupos: ortodoxos y coptos. El destierro del patriarca y el rechazo de los que fueron impuestos, permite captar que esta Iglesia tuvo una identidad propia, donde el monofisismo, entendido como factor de pureza religiosa, sirvió de base para una espiritualidad que fue influida por los monjes. A la muerte de Teodosio (556) fue difícil buscarle un sucesor porque había pugna de intereses: mientras Jacobo Baradeo, monofisita sirio, quiso imponer un patriarca nombrando al archimandrita Teodoro, los egipcios eligieron a Pedro, un anciano diácono; con esto se presentó otra división al interior de la Iglesia copta, la cual se solucionó con el nombramiento de Damiano, un sirio que fue monje en Egipto, como patriarca alejandrino (578-605); con este patriarca se llegó a la unión de las dos confesiones monofisitas de Egipto y Siria en una sola Iglesia pero por poco tiempo. Entre el 610 y el 630 hubo dos influencias: la del patriarca ortodoxo Juan III Eleemon (610619), cuyo celo, vida y misericordia impresionaron a los monofisitas, y la presencia de los persas que ocuparon a Egipto durante diez años (619-629). Cuando el emperador Heraclio (610-641) expulsó a los persas, quiso buscar la unión con los coptos a través de una fórmula monoenergetista, pero ya era tarde porque en el 642 Alejandría caía en poder de los árabes; cuando esto sucedió el patriarca copto, Benjamín, llegó a un arreglo con los conquistadores árabes para garantizar la libertad de su Iglesia; lo lamentable fue que la sede ortodoxa malquita 139 de san Marcos, que parece comenzó con Apolinario, fue sacrificada porque no tuvo continuador. En el origen y formación de la Iglesia copta cuentan cuatro elementos: la sistemática oposición a Calcedonia en cuyas determinaciones veían una condena a Cirilo de Alejandría, un cierto orgullo nacional que fue herido por el canon 28 de Calcedonia, la indescriptible unidad entre el patriarca y el pueblo ya que el pueblo veía en el patriarca un líder nacional y la presencia del monaquismo columna vertebral de la oposición monofisita. Esta forma de actuar los conducía a un progresivo alejamiento de la Iglesia, lo cual se afirmaba a través de una confesión especial y el monofisismo era el más indicado; esta forma de ser, unida a la fe fue propagada a través de la literatura y las misiones. La literatura copta, idioma egipcio con letras griegas, es religiosa y monacal; presenta: hagiografía, reglas monásticas, sentencias de monjes; escasa tendencia a la historia y a las crónicas, lo cual es normal si se tiene en cuenta que los monjes estaban cerrados en relación al mundo y querían la deshelenización de Egipto. Las misiones coptas se extendieron hacia Nubia y Etiopía, regiones que vieron florecer el cristianismo monofisita; en el éxito de estas misiones cuenta la orientación de estas regiones hacia Alejandría. 2.4.3 La Iglesia jacobita (siro ortodoxa) Su nacimiento está relacionado con la presencia del patriarca alejandrino Teodosio en Constantinopla y su destierro (536-556), quien en el 542 por solicitud de la emperatriz Teodora consagró como obispos monofisitas para la región de Siria a Teodoro de Arabia y Jacobo Baradeo (+578). El primero rigió las regiones del desierto sirio y Trasjordania. Jacobo Baradeo, que tenía su sede en Edesa, fue el artífice de la jerarquía de la Iglesia siríaca al ordenar sacerdotes y obispos y propagar el monofisismo en sus giras misionales; los obispos por él nombrados no vivían en las sedes porque éstas estaban ocupadas por los obispos nombrados por Constantinopla, pero esto no era problema porque había monasterios que los acogían; de ahí que de una Iglesia en la penumbra se pasara a una Iglesia de derecho propio toda vez que la política imperial a favor de Calcedonia poco pudo hacer contra ellos. En la propagación del monofisismo y estructuración de la Iglesia siríaca por el trabajo de Jacobo Baradeo (por ello jacobita) se dio la adhesión a Severo de Antioquía. Con la presencia de los persas de Cosroes II en territorio bizantino, los jacobitas lograron establecerse en Persia a través de una excelente labor misionera; con la reconquista de Heraclio (610-641) y la llamada a la unidad de fe bajo la fórmula monoenergética, que no fue aceptada, se inició una especie de persecución que fracasó por la presencia de los musulmanes con quienes los monofisitas establecieron relaciones políticas. Esta Iglesia nació en la sombra y en ella permaneció hasta el 720, cuando el patriarca jacobita pudo llegar a la sede de Antioquía. Al igual que en la Iglesia copta, en la jacobita los monjes también desempeñaron un importante papel. 140 Lo característico de esta Iglesia es la resistencia a Calcedonia siguiendo el ejemplo de Severo de Antioquía, su padre teológico; la diferencia lingüística; y una cierta resistencia al imperio. La diferencia más profunda fue la lingüística; en este idioma sobresalen: Jenea de Mabbug (+ 523), Jacobo de Sarug (+ 521), Juan de Edesa (+ 586) autor de la historia de la Iglesia en siríaco y de una colección hagiográfica, Jacobo de Edesa (+ 708) autor de la más antigua gramática siríaca y del inacabado Hexameron. A propósito de la lengua siríaca, gracias a este idioma, el Islam tuvo acceso a la cultura del Mediterráneo. En esta Iglesia nacieron las cadenas exegéticas, antologías sobre un determinado tema. Con las misiones que seguían las rutas de las caravanas de los desiertos penetró hasta Arabia, creando un centro monofisita en Bosra. Por la relación de estos cristianos con los árabes se debe, con bastante probabilidad, la presencia de elementos cristianos en el Corán. 2.4.4 La Iglesia armena (armena ortodoxa) Esta Iglesia de ascendencia jacobita nació como consecuencia de un doble movimiento: por un lado el vaivén dominador entre Bizancio y Persia227, y por otro el deseo de ser una nación libre; esto da a entender que las situaciones históricas son fundamentales en su nacimiento, toda vez que no se puede ignorar su constante orientación hacia Constantinopla. Con Nersés el Grande (+ 373), bisnieto de Gregorio el iluminador y organizador de la Iglesia armena, comienza su historia en la región de Capadocia donde las rivalidades entre Cesarea y Tyana condujeron a la separación y autonomía eclesiástica de Armenia, pero sin ninguna impronta confesional. En el siglo V (429-460) con la presencia de los persas, la inasistencia de algunos obispos a Éfeso, la invención de una escritura propia con Mesrop (+ 440) y la inasistencia a Calcedonia, la tendencia a la división se hizo cada vez más notoria. Con el “obispo católico” de Armenia, Babgen (490-516) quien reunió el sínodo de Dvin (506) se dio un gran paso hacia la ruptura ya que por la presencia de los persas se buscó un acuerdo con los nestorianos no por oposición a Calcedonia sino por deseo de unidad. Hacia el 554 en un sínodo de Dvin se llegó a la ruptura; con el emperador Mauricio (582-602) se presentó un cisma porque este emperador nombró un obispo “anticatólico”; a partir de entonces, esta Iglesia vivió algunas vicisitudes debidas a la presión, tanto bizantina como persa por lo que puede entenderse fácilmente que cuando Heraclio (610641) firmó la paz con los persas (629) y los obligó a adherirse a la fe del imperio bajo la fórmula monoenergetista, poco contó para ellos. Con la presencia de los musulmanes, a partir del 640, y un nuevo sínodo de Dvin bajo el patriarca Nersés III (648-649), que rechazó definitivamente a Calcedonia, se llegó a la autonomía definitiva; Constante II hacia el 654 hizo un intento de ganarse esta Iglesia a la unidad imperial pero fracasó. Esta Iglesia estuvo sometida a los altibajos políticos de la región donde tribus y reinos vivían en permanente tensión. No obstante esa situación, la literatura está circunscrita al ámbito religioso; en ésta merecen especial mención: Mesrop, Eznik de Kolb228 polémico escritor que participó en la traducción armena de la Biblia, Juan Mandakuni autor de algunos sermones e himnos, y Korium biógrafo de Mesrop. Bajo el islamismo, algunos 141 armenios emigraron hacia el imperio donde con frecuencia alcanzaron notable importancia; esto da a entender que la ruptura entre los armenos y el imperio no fue tan grande como la que se presentó entre el imperio y las Iglesias jacobita y copta. Para concluir este apartado, las Iglesias nacionales nacieron en el transcurso de tres siglos (del V al VII) en el marco de las cuestiones políticas del imperio bizantino y las diferencias dogmáticas en relación a Éfeso y Calcedonia229; debido a estas diferencias las cuatro Iglesias mencionadas se ubican en dos tradiciones fundamentales: la Iglesia asiria de oriente (Iglesia nestoriana) y las Iglesias no calcedonenses (las tres restantes). 2.5 Elementos eclesiales bizantinos 2.5.1 Organización El canon 28 de Calcedonia230, que habla de la importancia de Constantinopla en relación a los patriarcados de Oriente y las ciudades autónomas, es decisivo para la organización de la Iglesia oriental porque Constantinopla adquirió mucha importancia hasta el punto que el primado romano quedaba en la sombra ya que se hacía referencia a Roma en casos extremos o como mención honorífica. Al canon 28 de Calcedonia se le suman las cuestiones políticas del imperio; la necesidad de contar con el apoyo imperial y patriarcal de Constantinopla; la aparición del título “patriarca ecuménico” para el obispo de Constantinopla231, título honorífico que se convirtió en una realidad histórica y concreta; la centralización eclesial en Constantinopla; y la decadencia de los otros patriarcados orientales debido a la creación de arzobispados autocéfalos. La centralización jugó un interesante papel el sínodo endemousa o endemusa, que se desarrolló en Constantinopla a partir de la segunda mitad del siglo IV, “en el que los obispos que se hallaban a la sazón en la capital del imperio se reunían, sin duda las más de las veces por incitación del emperador, con el obispo local para deliberar sobre importantes acontecimientos o problemas de la Iglesia”232. La estructura primado, patriarcados, arzobispados autocéfalos, diócesis sufragáneas, originó una estructura centralista, el germen de la división del 1054 y la aparición de Iglesias nacionales. Para organizar este mundo aparece el derecho canónico que tiene en Juan Escolástico233, el redactor que dividió el material recopilado en 50 categorías dentro de las cuales ordenó los cánones existentes hasta el momento, dando las normas fundamentales del derecho canónico; y en otra colección, los 78 capítulos, que es una recopilación del derecho imperial en materia eclesiástica234; posteriormente aparece la unión de ambas colecciones en los nomocánones. Además de la organización, el derecho y las disputas dogmáticas, está la liturgia bizantina, las liturgias de Basilio y Juan Crisóstomo, cuya expresión más típica es el trisagio; en este campo el calendario festivo experimentó un notable crecimiento con fiestas como la anunciación, la dormición de la Virgen y la exaltación de la cruz. Uniendo liturgia y calendario están los cantos litúrgicos de Romanos, la creación del Kontakion o prosa rítmica y la veneración de las imágenes o iconos235 y la abundancia hagiográfica como novela y romance popular con el deseo de alimentar la devoción. 142 La disciplina es otro aspecto de la organización eclesial. Una expresión, son los cánones del sínodo imperial de Constantinopla (691-692; in Trullo) convocado por Justiniano II (685-695; 705) en el que los asistentes vieron un complemento a los dos concilios anteriores; en sus 102 cánones habla de la jerarquía (3-39), la vida monástica (40-49) y reglas litúrgicas y sacramentales (50-102). Este sínodo, aunque pretendía ser universal, estaba más dirigido hacia Oriente que hacia Occidente, por ello su aprobación pontificia se logró muy tarde, hacia el 705 con el papa Constantino I quien reconoció los cánones siempre y cuando se suprimieran aquellos que expressis verbis iban contra Roma. Otro aspecto, quizás el más conocido y el que mejor disimula toda la problemática vivida es el arte bizantino y la arquitectura eclesiástica; en el templo de Santa Sofía (Hagia Sofía) se expresa la unidad mística de reino de Dios, Iglesia e imperio. En relación a este templo hay una tradición que sostiene que cuando fue consagrado, Justiniano exclamó: “Salomón, te he vencido”. 2.5.2 El monacato bizantino236 Egipto como cuna y Palestina como meta de las peregrinaciones a los lugares santos, son los centros monacales por excelencia a partir del siglo IV; ambos monacatos son diferentes ya que el palestino es más abierto y de mayor nivel intelectual. Sobresalen en este monacato: Eutimio el Grande (+ 473) quien fundó una laura internacional por la procedencia de sus miembros, quienes por su trabajo político y eclesiástico lograron suavizar algunas situaciones difíciles como era la propaganda contra Calcedonia que Eudoxia lideraba desde Jerusalén; Teodosio el Cenobiarca (+ 529) quien estableció un monasterio cerca de Belén siguiendo a Basilio su compatriota y siendo nombrado abad de todos los cenobios (archimandrita); san Sabas (+ 532) abad general de los anacoretas y las lauras. Con la presencia de estos tres fundadores, Palestina se convirtió en baluarte de la ortodoxia de Calcedonia a pesar de la presencia de algunos centros monofisitas que estaban más orientados hacia Egipto que hacia Jerusalén; un caso típico es el obispo de Gaza, Pedro el Íbero237 quien fue monofisita y tuvo entre sus discípulos a Severo de Antioquía. El florecimiento de este monacato también tuvo su expresión literaria; el monacato egipcio a través de las colecciones de los Apophthegmata, el palestino a través de biografías y narraciones sobre la vida de los monasterios y los monjes238. De Palestina y Egipto el monacato se fue extendiendo. En la península del Sinaí el monacato tuvo una feliz vida durante estos siglos. En Siria está el caso de san Simeón Estilita (+ 459) llamado así porque vivía en una columna, en la ciudad de Telneshin, donde se originó un complejo de edificios eclesiales y monacales para acoger peregrinaciones. La entrada en Constantinopla fue lenta: primero se afianza en Bitinia, después entra en la capital donde la más renombrada fundación, por lo que hace referencia a los acontecimientos políticos y eclesiásticos, es el monasterio de los acemetas239, hecha por el sirio Alejandro quien llegó hacia el 405 a Constantinopla. En el siglo VI ya había un monasterio en Tesalónica. En Máximo el Confesor la mística monástica alcanzó una altura de síntesis que no se logrará en tiempos posteriores. 143 El concilio de Calcedonia (451) significó el punto culminante de la actividad política y eclesiástica del monacato y la degeneración de su ideal; buscando una solución a su estado se dieron los cánones 3, 4 y 7 que hablan de: la prohibición de dedicarse a cosas ajenas a la vocación, acoger la voluntad del obispo y no regresar al mundo240. Los cánones de Calcedonia sobre la vida consagrada dan a entender que es una institución de derecho público; pero esto no disminuye en nada el hecho de ser más un movimiento que una institución, ya que se es monje por convicción y no por imposición; esta convicción, que es una realidad inalienable, no puede ocultar las escandalosas historias de algunos fanáticos y pendencieros que se hicieron monjes. Después de las normas de Calcedonia, aparece la legislación de Justiniano, compuesta por normas sobre la admisión de candidatos, los votos, el control eclesiástico y la estricta vida común; esta obligatoriedad comunitaria fue un error porque no se llegó a la esencia del movimiento monacal. El monacato tuvo presencia e influencia en el ambiente social y aunque muchos monjes fueron elegidos obispos, no se puede ignorar que su significado para el imperio es de un valor especial y no de algo integrado a la vida cotidiana, no en vano varios monasterios no eran más que albergues para peregrinos administrados por monjes. 2.5.3 La actividad misionera La situación teológica hizo que existiesen tantas expresiones misioneras como líneas teológicas cristianas; además, la religión y la política iban de la mano en algunos sectores del proceso evangelizador que muchas veces se vio reducido porque lo político prevalecía, sin contar que en aquel entonces “mundo romano” y “ecumene cristiana” eran conceptos relacionados. Algunos momentos especiales se presentan en las comunidades del extranjero o cristianos que llegaban a regiones donde la mayoría no era cristiana; las tribus extranjeras que penetraban el territorio imperial y se hacían bautizar porque identificaban imperio y cristianismo, los beduinos en los territorios limítrofes de Siria y Palestina, para quienes se crearon unas particulares diócesis. En la época de Justiniano se dio un impulso misionero; en esta oportunidad era más importante la política que la misión, por ello se puede hablar de una política misionera con lo que la evangelización se convertía en una conquista. Como fruto de esta empresa está la evangelización de los pueblos caucásicos en la frontera entre Bizancio y Persia, los himyaritas de Arabia Meridional, los hérulos que estaban asentados al sur del Danubio y algunos sitios de África. Mención particular merece Asia Menor que fue evangelizada por Juan de Asia, un monofisita que supo adaptarse a las exigencias de la Iglesia del imperio y evangelizó en Esmirna y Éfeso construyendo templos y comunidades, y alejando el paganismo con dinero proveniente de las arcas imperiales. Los judíos, cuya religión era lícita, vivieron una situación particular, porque algunos predicadores los condenaban como la mayor peste de la humanidad y por tal motivo hacia el siglo VII se les impuso como ley el deber de la conversión. Con los bárbaros, los búlgaros y los eslavos del norte del imperio la evangelización fue poca toda vez que ésta se inició en firme después de la irrupción del Islam, cuando hubo necesidad de dirigir 144 hacia otros horizontes la acción misionera. 2.5.4 La literatura teológica y religiosa Durante este período existe mucha repetición y poca creación, porque lo más importante era acercar los dogmas a los fieles; aunque las luchas dogmáticas desde finales del siglo V hasta la irrupción del Islam son un tanto violentas, no sirvieron para que este período fuera de teología clásica, sino un período en el que se presentan múltiples filosofemas aristotélicos para justificar las distinciones y se da un paso para dejar el latín clásico al tiempo que se optaba por tesis y antítesis más barrocas que precisas. La teología calcedoniana no tuvo durante varios años un representante de este tipo de teología. Algunos autores son241: Leoncio de Bizancio, de quien todavía se discute su encuadre en el marco de la teología global de la época. Juan de Escitópolis, quien mantuvo con pureza los principios doctrinales y supo exponer bien las formulaciones de fe; además profundizó los estudios del Pseudo-Areopagita. Severo de Antioquía, teólogo monofisita con excelente formación bíblica y patrística; sin enredarse mucho con las terminaciones filosóficas le dio un giro a la teología de Cirilo de Alejandría; su nombre, ligado con el monofisismo, adquirió gran dimensión por su obra literaria que abarca todos los sectores de la vida religiosa. Juliano de Halicarnaso: monofisita, padre de los aftardocetas. Juan Filipón, quien deseaba armonizar filosofía y dogma, por esto se le acusa de triteísmo; es uno de los mejores representantes del enfoque filosófico, científico y cultural que distinguió a la escuela alejandrina de la ateniense; su comentario al relato bíblico de la creación, dedicado al patriarca antioqueno Sergio, no tiene mucho contenido teológico pero sí muchas noticias. Dos autores bien interesantes son: Pseudo-Areopagita, cuyo nombre está en relación con aquel converso de los Hechos de los Apóstoles y su figura está fuera del marco dogmático y polémico de la época; su actividad literaria, con predilección por la mistificación, pretende trazar un cuadro increíble del mundo en sus Jerarquías; en su obra Nombres divinos quiso crear una sistematización de la teología negativa. Máximo el Confesor, a quien se le debe, en el contexto de la disputa monoenergética, la creación de los presupuestos necesarios para captar el meollo del problema; es, en el ámbito bizantino, el maestro de la mística de la cruz al sostener que Cristo doliente y glorificado reunió todos los contrastes en una unidad definitiva. En el ambiente bizantino surgieron algunas enseñanzas no muy convenientes para la vida espiritual como el caso del origenismo que era más vivido que discutido y el mesalianismo que en su deseo de una excesiva pureza acusaba una experiencia sensible de la gracia; para tratar de contrarrestarlos aparecieron algunos escritos entre los que se destacan: Instrucciones de Diadoro de Foticé y Escala del paraíso del sinaíta Juan. En el siglo VI aparecen las cadenas o florilegios, verdaderas antologías, para tener buenos elementos de argumentación sobre un tema. Uno de los primeros forjadores de cadenas fue Procopio de Gaza (siglo VI) famoso por haber sido el jefe de una escuela de 145 sofistas. El ambiente que se vivía, impidió el buen desarrollo de la homilética; a pesar de ello surgieron algunos oradores y algún hagiógrafo como Leoncio de Neápolis, autor de una biografía del patriarca alejandrino Juan el Misericordioso. Durante este período se dio poco impulso creador, mucho manejo de las obras de los padres, poca inspiración con base a la Biblia, una nebulosa relación entre eclesiásticos y políticos; aunque había rivalidades, la teología espiritual alcanzó altas cimas. En relación a la liturgia, se dieron cinco ritos. El bizantino, que es el más difundido, fue adoptado por las Iglesias nacidas directa o indirectamente a consecuencia del cisma del siglo XI; se celebra en cinco lenguas: griego en las Iglesias griegas, eslavo antiguo en las Iglesias rusas, rumano en la Iglesia rumana, georgiano en la Iglesia de Georgia y árabe en las Iglesias melquitas (imperiales) de Egipto y Siria. El armeno se celebra únicamente en la Iglesia armena que es monofisita. El jacobita, procede del rito antioqueno y fue adoptado por los monofisitas que sustituyeron el griego por el arameo; actualmente también utiliza el árabe. El caldeo, procede del rito antioqueno y fue adoptado por los nestorianos que cambiaron el griego por el sirio. El copto, procede del rito alejandrino y tiene una fuerte influencia monástica; en Egipto se celebra en copto y en Etiopía en gueez. 3. La Iglesia latina Al interior de esta experiencia eclesial se presentan dos hechos relacionados. Por un lado las migraciones de los pueblos germánicos y eslavos de Oriente a Occidente que acabaron con el imperio romano originando reinos independientes. Por otro lado, las migraciones árabes arrasaron la cultura romana occidental, tanto en África como en parte de Europa. A ello se le suman las migraciones de los vikingos procedentes del norte que también dieron su aporte al cambio. Además, la Iglesia tuvo que entrar en contacto con las transformaciones religiosas del occidente barbárico con religiones indoeuropeas, celtas y germánicas, éstas últimas ya convertidas al arrianismo. 3.1 El cristianismo norafricano Se retoma la historia de esta parte de la Iglesia a comienzos del siglo V, con Agustín de Hipona, a quien se le debe que el donatismo, que aún existía, estuviera un poco relegado, gracias a los aportes del sínodo de Cartago del año 411. 3.1.1 Bajo la dominación vandálica Los vándalos, bárbaros con confesión cristiana arriana, irrumpieron en África procedentes de Europa hacia el 429 bajo el mando de Genserico (428-477); a partir de ese momento comenzó un período de opresión y persecución para la Iglesia en el norte de África que ocasionó graves daños materiales y morales. La primera ola de persecución (429-442) se dio junto con el proceso de consolidación del poder vándalo: templos incendiados, monasterios destruidos, casas saqueadas y muertos242. Esta ola no amainó 146 ni cuando los vándalos fueron aceptados como provincia federada del imperio (435). La esencia de esta persecución era: católico o donatista que no aceptara el arrianismo era perseguido, unas veces iba al destierro, y otras, ajusticiado; quienes aceptaban el arrianismo eran bien tratados. La máxima expresión de esta persecución fue el odio con que Cartago fue tratada una vez cayó en su poder (439); cuando desterraron a su obispo Capréolo y al clero243, comenzó la caída de esta diócesis, ya que su nuevo obispo, Deogracias, sólo pudo ser nombrado 15 años después (454457); luego de él, Cartago estuvo 24 años como sede vacante. En el 442, hubo un acuerdo entre Genserico y Valentiniano III por el cual las provincias romanas norafricanas fueron repartidas entre los vándalos (Proconsularis, Byzacena, Tripolitana y Numidia oriental) y el imperio (Numidia occidental y las dos Mauritania). El caos político romano de 455 por el asesinato de Valentiniano III, fue aprovechado por Genserico para hacer una incursión en Italia, sometiendo a Roma a un pesado impuesto y llevando a África prisioneros de varios estratos sociales. El episodio del papa León Magno defendiendo a Roma se ubica en este momento histórico. Con Hunerico (477-484) la situación tomaba un camino favorable porque se permitió en Cartago el culto cristiano católico y llegó el nuevo obispo, Eugenio (481), después de 24 años de sede vacante; la acción social de este obispo despertó la envidia del clero vándalo que era arriano, con lo que se iniciaron nuevas medidas de persecución contra los cristianos católicos. Además, como resultado del diálogo religioso de 484, en el que los cristianos fueron vistos como perturbadores de la paz, la Iglesia fue puesta en estado de excepción y la persecución arreció; a esta persecución se le une el hambre que azotó por algunos años estas regiones. Con Guntamundo (484-496) se mitigaron los horrores porque varios decretos de destierro fueron abrogados y el culto pudo ser restablecido, pero la recuperación no fue fácil porque los golpes morales habían sido profundos y después de los primeros años del reinado de Trasamundo (496-523), volvió la persecución. Uno de los deportados fue Fulgencio de Ruspe, líder de la lucha contra el arrianismo de los vándalos. Por fin vino una cierta paz con el rey Hilderico (523-530), nieto de Valentiniano III, quien suspendió los decretos de destierro, permitió que las sedes episcopales fueran nuevamente asumidas y los cristianos católicos pudieran celebrar el culto. Estas medidas cristianas católicas provocaron una revuelta dirigida por Gelimer (530) quien mandó encarcelar al rey y se hizo proclamar tal; para contrarrestar esta sublevación entró la acción conquistadora de Justiniano (527-565) bajo la dirección de Belisario quien en medio año (de septiembre de 533 a marzo del 534) quebró la resistencia de los vándalos y acabó con ese reino. Belisario venía de conquistar las regiones italianas. 3.1.2 Bajo la dominación oriental Cuando Justiniano tomó el gobierno de África se encontró con tres problemas: los clérigos desterrados, la readmisión de quienes habían acogido el arrianismo y la restitución de los derechos y propiedades de la Iglesia; buscando soluciones se realizó el 147 sínodo de Cartago (534) bajo la presidencia del obispo Reparato y para confirmar las decisiones se acudió al Papa y al emperador. Este renacimiento cristiano católico fue unido a un duro trato hacia arrianos, donatistas, no cristianos y judíos; debido a ello los intentos de reorganización se vieron disminuidos por las sublevaciones que surgieron como consecuencia del duro trato que recibieron los no católicos, el ambiente teológico por las disputas sobre Orígenes y los tres capítulos, la creciente y abusiva burocracia que se presentó en estos territorios y la existencia del donatismo que subsistió hasta la conquista islámica. La reorganización no pasó de una serie de disposiciones y uno que otro foco de auténtica renovación ya que la reanudación de la labor misionera entre las tribus no cristianas de las zonas marginales de las provincias estuvo presente y tal como sucedía en otros lugares del imperio, aquí la misión también tenía un marcado interés político. En lo teológico, la Iglesia africana no aceptó el monotelismo ya que conocía el pensamiento de Máximo el Confesor por la disputa contra Pirro realizada en Cartago (645); además, varios obispos africanos asistieron al sínodo de Letrán (649) en el que el papa Martín I lo reprobó; pero, el monotelismo tuvo sus manifestaciones cuando llegaron cristianos de Oriente que venían huyendo de la invasión islámica. A partir de 647 comenzaron las invasiones musulmanas en el norte de África; en el 697, bajo Hassan, conquistaron Cartago y en el 709 el norte de África, excepto Ceuta, estaba en manos musulmanas. Con esta invasión el cristianismo norafricano entró en su ocaso por la expansión del Islam y aunque se puede suponer una cierta tolerancia, muchos cristianos optaron por emigrar hacia Italia o Las Galias. A pesar de ello, siguieron existiendo pequeños grupos de cristianos en medio del mundo musulmán. El ocaso del cristianismo en el norte de África tiene algunas causas: la presencia de tres confesiones cristianas: católica, donatista y arriana; el efecto desmoralizador de las persecuciones vándalas; la falta de ardor misionero; y un sepulcral silencio de parte del resto de la cristiandad que no levantó ni una sola voz para lamentar la pérdida de una Iglesia que había producido grandes genios: Tertuliano, Cipriano, Agustín, Felicidad y Perpetua, etc. 3.2 Hacia el nacimiento de Europa244 Se propone una premisa: el proceso misionero de la Iglesia permite que el cristianismo llegue a las regiones aisladas en relación a los sitios donde se tomaban las grandes decisiones; es decir, el cristianismo tomó cuerpo en los confines del imperio con dos líneas concretas: los pueblos germanos (visigodos, ostrogodos, lombardos, burgundios, vándalos y francos) y los pueblos insulares (celtas, anglosajones, etc.) dando origen a la “ecumene occidental” sobre la base de la fe y la cultura latina, que estuvo en vigor hasta comienzos del siglo XVI cuando se presentaran las rupturas de Lutero, Calvino, Enrique VIII y la respuesta de la Iglesia cristiana católica con el concilio de Trento (1545-1563) y las diferentes reformas religiosas que ayudaron a fortalecer la propuesta tridentina, que orientó el pensamiento eclesial hasta la segunda mitad del siglo XX. Además de ello, se 148 comienza a captar la manera como la Iglesia presencia las diferentes invasiones, asumiendo actitudes diversas: unas veces se aferraba al pasado y otras veces se lanzaba al futuro; en ambas situaciones se daba una transformación que la ayudó a cruzar el umbral del segundo milenio. 3.2.1 Europa insular En lo referente a Irlanda y Escocia, su evangelización comenzó con los prisioneros de guerra británicos. En el 431 ya se habla del primer obispo de esta región, Paladio, quien hacia el 429 aparece como diácono; el envío de este obispo a Irlanda está en conexión con el envío de Germán de Auxerre a Inglaterra para combatir el pelagianismo. El apóstol fue san Patricio (397-460) quien, procedente de una acomodada familia anglorromana, fue hecho prisionero y vendido como esclavo en Irlanda, de allí se escapó y retornó a su patria, para regresar a Irlanda como obispo misionero (432460) evangelizando el norte, a partir de Armagh, mientras que Paladio evangelizaba el sur. La evangelización de Irlanda tuvo que partir de la base social: los reinos tribales agrupados en cinco territorios y la influencia de los monasterios que se convirtieron en centros desde los cuales la Iglesia se fue desarrollando. La Iglesia fue progresando, al tiempo que el latín y la romanidad se afianzaban, pero con la invasión de los celtas (anglos y sajones) el cristianismo apareció como un puente entre la cultura romana y la cultura celta, donde se practicaban los cultos druidas; esto se pudo realizar porque los monasterios desempeñaban una excelente evangelización ya que las abadías eran centros pastorales y sociales que se extendían progresivamente. Los monasterios irlandeses y el monacato tenían normas muy particulares: la tonsura, la regencia de una jurisdicción por el abad más que por el obispo, quien pertenecía a la misma abadía, la celebración de la pascua en una fecha distinta, el culto a Todos los Santos, la práctica penitencial que tenían un poco de influencia oriental (fueron los creadores de la penitencia auricular) y las letanías. La influencia monacal, unida a las invasiones celtas, permitió que el desarrollo de la cultura fuera básicamente eclesial practicando la exégesis, la gramática y el cálculo (computus); además del aspecto cultural, los monasterios eran centros manufactureros y económicos, donde se practicaba la caridad; en el fondo los monasterios eran pequeñas ciudades. Los dos Columba son los más representativos personajes de estos territorios en este período: Columba el Viejo (+ 597) fue el evangelizador de los pictos en la actual Escocia (Caledonia) desde el monasterio fundado por él mismo en la isla Iona; Columba el Joven (Columbano, 530-615) fue el misionero que hacia el 592 partió para Las Galias al frente de una peregrinación para morir en Italia. Por lo que se refiere a Inglaterra, su historia comienza con los anglosajones, tribus bárbaras germánicas, que ocuparon las provincias orientales de Inglaterra (Londres y York) desplazando a los britanos hacia occidente, con esto la desromanización se fue haciendo una realidad. Los britanos siguieron conservando su liturgia y el uso del latín; 149 nunca se unieron con los invasores por la diferencia cultural (celta y anglosajona) y la permanente hostilidad que había entre ambos pueblos, aunque la organización política y social era muy similar por aquello de los pequeños reinos. Por esto los primeros influjos cristianos llegaron de Las Galias con el obispo Luithardo, que pertenecía al cortejo de acompañantes de Berta, hija de Cariberto I de París (561567), esposa de Etelberto de Kent. La iniciativa fundamental fue de Gregorio Magno (590-604) quien, desde antes de su pontificado, quiso realizar una misión entre los anglosajones. La misión enviada por Gregorio Magno (596) llegó a la isla Thanet en el reino de Kent bajo la dirección de Agustín de Canterbury, quien llevaba algunas cartas de recomendación dirigidas a altas personalidades de Las Galias; con el paso de los días llegaron refuerzos con lo que la misión adquirió fuerza. En el 601 fue bautizado el rey Etelberto, y con su ayuda, Agustín construyó la catedral de Canterbury, dedicada al Salvador, y junto a la basílica San Martín, fundada por Luithardo, un monasterio masculino cuyo templo consagrado a san Agustín, albergaría los sepulcros de obispos y nobles. Agustín de Canterbury recibió el palio en el 601; estaba al frente de esta Iglesia independiente y tenía la misión de crear las provincias eclesiásticas de Londres y York con doce obispados cada una. Londres pertenecía al reino de Essex, cuyo soberano dependía de Canterbury y, para ayudar al proceso misionero, se creó el obispado de Rochester (604) también en Kent. Todo iba bien: dos obispados en Kent y un naciente cristianismo en Essex, pero la muerte de Agustín (604) y Etelberto (616) condujo a una breve reacción no cristiana; con esto se da un giro en la política misionera al orientarse más hacia el norte, donde el rey Edwin de Deira (Yorkshire) se casó en el 625 con una hija de Etelberto de Kent y con la presencia de Paulino, misionero de Kent, el cristianismo comenzó a afianzarse en esa región cuando la asamblea del reino optó por la conversión colectiva. Con la provincia de York se presenta un acercamiento con Roma; en esta sede Paulino estableció su sede después de la conversión del rey (627), pero hacia el 632 tuvo que huir por las convulsiones políticas de ese reino que Penda de Mercia tomó bajo su mando hasta su muerte (654); Paulino terminó sus días en Rochester. La primera ola misionera llegó a la isla Thanet (reino de Kent), cristianizó este reino y llegó hasta el norte (Yorkshire); creó los obispados de Londres y Rochester, afianzó la sede de Canterbury y dio los primeros pasos para el obispado de York en Deira. En la segunda ola misionera el auxilio de los galos y el influjo de los monjes fueron vitales. En esta oportunidad no sólo se trataba de recuperar el campo regado, sino que comenzaba la evangelización de la región del occidente, Wessex, donde la sede de Winchester y la influencia del norte desempeñaron un importante papel en el viraje misional que se presentó porque se pasó a misionar, con la ayuda de monjes y obispos irlandeses, la región oriental que había sido dejada por la persecución. En la segunda oleada misionera se unificó la fecha de la pascua; prevaleció la tendencia romana, según la solución tomada por el sínodo de Withby (664) que dividió la cristiandad británica porque algunos no quisieron aceptar tal fecha; en esta oportunidad el arzobispado de Lindisfarne fue dividido en dos obispados: Ripon y York. 150 Además del sínodo de Withby, hubo otro hecho vital: la elección de Teodoro de Tarso, persona no británica, como obispo de Canterbury (669-690), quien fue el primer obispo reconocido por toda la Iglesia inglesa; este arzobispo le dio forma a esta Iglesia e hizo de ella una unidad eclesiástica que se regía por sínodos; en el contexto de estos sínodos nació la forma de datar los años a partir de la encarnación de Cristo. Además, las medidas adoptadas en cuanto al domicilio y la penitencia anual, fueron vitales para la vida eclesial; sólo los celtas de Gales no aceptaron las disposiciones de Teodoro de Tarso. Por su origen, la Iglesia anglosajona era más romana que la de francos, godos y lombardos; prueba de ello es el especial significado que adquirió la fiesta de san Pedro, el ponerse de parte de Roma en la disputa monotelita; era una Iglesia nacional como todas las demás pero particularmente ligada a Roma porque, exceptuando el caso de Teodoro de Tarso, los obispos eran anglosajones desde mediados del siglo VII. En el panorama histórico de la Iglesia anglosajona en este período se debe tener en cuenta que: a partir de la tercera década del siglo VII existía una legislación cristiana por lo que no era de extrañar que algunos templos no cristianos fueran destruidos; la influencia monacal es relevante; la existencia de algunos monasterios de hombres y mujeres245, que fue un rasgo característico de este monacato; el desarrollo del estudio del derecho romano y el griego; la notoria influencia irlandesa en la penitencia; la técnica de las miniaturas y la poesía religiosa. Son personajes para tener en cuenta: Beda el Venerable (672-735) autor de una historia eclesiástica, quien cultivó exégesis, gramática, métrica, cronología e historiografía; y Aldelmo de Malmesbury (640-709) especialista en gramática, métrica e instrucción religiosa. Finalmente, los comienzos de la cultura anglosajona cristiana coinciden con la conclusión de la misión en Inglaterra y el viaje de Willibrordo a tierra firme, pero éste ya pertenece a la historia de los francos. 3.2.2 Europa continental Las Galias fueron el escenario donde los godos atrajeron a la confesión arriana a los borgoñones y suevos en el siglo V; allí también se encontraron los germanos y el cristianismo con la misión emprendida por el episcopado galo durante los siglos V y VI, con obispos como Martín de Tours, Germán de Auxerre y Lupo de Troyes. En el ambiente del siglo V irrumpe el reino merovingio con Clodoveo (482-511) que fue adquiriendo importancia por las luchas políticas con los ostrogodos y visigodos de Teodorico y Alarico, respectivamente; con estas luchas y su triunfo contra los alemanes, Clodoveo optó por el cristianismo gracias a la influencia de su esposa Clotilde, recibiendo el bautismo de manos de Remigio de Reims en la navidad de 499. La conversión de Clodoveo al cristianismo influyó en los reyes germanos y el episcopado galo porque en ella se vio un llamado para que los demás reyes hicieran lo mismo; además, con su conversión quebrantó la costumbre, según la cual un rey germano sólo podía ser pagano o arriano. Después está la conversión de Segismundo de 151 Ginebra, rey borgoñón; con esto ya son dos los reinos cristianos católicos al norte de Las Galias. Al sur la situación era distinta porque entre los visigodos existían divisiones entre arrianos y católicos y la presencia de los francos era muy notoria; a comienzos del siglo VI Clodoveo marchó hacia el sur contra los visigodos de Toulouse; aquí entra en escena Teodorico el Grande con los ostrogodos ocasionando la guerra entre francos y godos (507-511) que dio origen a la Iglesia nacional franca y tuvo su primer sínodo en Orleáns (511) con el que nació la Iglesia merovingia con doctrina, derecho y liturgia, y con unas notas muy particulares: era la primera vez que los obispos se reunían en un reino, se presentó la organización eclesial y se afirmó la autonomía de los reinos frente a la decadencia del imperio. Con el nacimiento de la Iglesia merovingia también se dio el nacimiento de las Iglesias nacionales germanorromanas que desarrollan formas propias de vida religiosa pero manteniéndose en la tradición y dando un apoyo incondicional a Roma en su oposición a Constantinopla y las disputas teológicas; las relaciones francorromanas fueron intensificadas a través de Britania donde Teodoro de Tarso, obispo de Canterbury, desempeñó un importante papel. El hecho de que el cristianismo haya florecido en la Iglesia nacional merovingia no quiere decir que todo fuera una unidad ensamblada porque en cada reino se presentaban sínodos, que eran convocados por los reyes sin que las determinaciones necesitaran su confirmación; por esto se habla de dos fases de fuerte unidad: la de 511-555, y la de 613638, ésta es la edad de oro de los merovingios con el reinado unitario de Clotario II y Dagoberto I. Las ciudades donde se reunían los sínodos eran los centros de gravedad de la vida eclesiástica del reino merovingio (Orleáns, París, Lyon). Algunas características de la Iglesia merovingia durante estos siglos son: el derecho monárquico en relación a la elección de obispos con lo que el poder jurisdiccional episcopal se vio un poco reducido por aquello del feudalismo, el surgimiento de numerosos templos rurales y unas particulares relaciones entre el obispo y el monacato porque los monasterios estaban sujetos a la vigilancia del obispo que realizaba todos los actos de consagración246. Primero está la creación de la Iglesia merovingia, después el cambio que se produjo en el monacato que condujo a la Iglesia a un nuevo estadio; en tercer lugar está la propagación del cristianismo en las zonas marginales del reino, en los confines de Bélgica y Alemania. En este proceso misionero cada pueblo merovingio tuvo resultados diferentes, pero en conjunto se puede decir que su evangelización se fue dando en sucesivas oleadas que comenzaron con Clodoveo y se afianzaron hasta que a comienzos del siglo VII ya había obispos germanos al frente de las sedes episcopales de esas regiones (Worms, Spira, etc.); nota esencial de esta oleada misionera es la restauración eclesial que fue promovida por los reyes y felizmente realizada por el clero, los monjes y los ermitaños. Merece una mención particular en esta misión Eligio de Noyon (641-690) por su incansable celo pastoral. En estas oleadas misioneras los líderes eran monjes o estaban en conexión con ellos; la 152 predicación del Evangelio no estaba ajena a múltiples peligros materiales por lo que el salvoconducto regio o asilo eclesiástico era fundamental, los “milagros” realizados por algunos misioneros no eran desconocidos y varios centros misionales eran estaciones cristianas247 desde las cuales se proyectaban las misiones a otros sitios. Estas “oleadas misioneras” permitieron que otros pueblos fueron evangelizados por misioneros que provenían de otras regiones; entre los misioneros se mencionan: Emerano, Ruperto y Carbiniano llamados “patronos de Baviera” que no intervinieron en el comienzo de la historia de la conversión de la región, y san Bonifacio (Winfrido) artífice de la conversión de los germanos más allá de las riberas del Rin. Las sucesivas oleadas misioneras alcanzaron las regiones del Rin, Alemania y Baviera (siglos VI-VII) gracias al impulso misionero y a los reyes merovingios quienes promovieron directa o indirectamente la restauración eclesiástica y la misión; esta situación permitió que los misioneros fueran vistos como emisarios políticos de los reyes francos. En la conversión y “unificación” de estos pueblos contaba mucho la superstición248, los milagros de los santos, las proezas ascéticas de los monjes, las obras de misericordia; una vez convertidos expresaban su asentimiento a través de la profesión de fe, el culto y la piedad; en lo referente al culto se dio el esplendor de templos y sepulcros, así como la concepción de los santos, protectores y modelos a quienes se les rendía culto. La mentalidad de la época hizo que el derecho canónico, muy afín con el rito, se destacara por encima de la moral e influyera en las leyes civiles; en este contexto nació el Ecclesia vivit lege romana, que expresa el reconocimiento de un ámbito jurídico eclesiástico propio; en otras palabras, se dio una cristianización de las leyes y el Estado. La cristianización del Estado franco se dio entre 585 y 638 y se fue extendiendo en la medida que lo permitían las olas misioneras. El proceso no llegó a un punto culminante porque la dinastía merovingia comenzó a decaer a partir del 680; todo se fue evaporando hasta que a mediados del siglo VIII llegaron los carolingios quienes recogieron y reanudaron los hilos de esta historia plena de ardor misionero e injerencia política en la Iglesia porque el rey era, en atrevida comparación, el emperador de un pequeño territorio. En Hispania, entre el 455 y el 533249, el occidente estuvo bajo el dominio de los godos que aunque arrianos eran más accesibles a la cultura y supieron confederarse con el imperio, aunque no se pueden ignorar las escaramuzas persecutorias que se presentaron más por cuestiones políticas que religiosas, como el caso de Eurico quien desligó el reino visigodo del imperio y la influencia eclesial; todo fue solucionado con Alarico II y su Breviarium o Lex romana visigotorum250, que no tuvo mucho éxito debido a la guerra francogoda (507-511). Con la presencia de los godos se logró una cierta independencia de la Iglesia romana en relación a Constantinopla y la creación de vicariatos pontificios en Arlés (514) para Las Galias e Hispania y Sevilla (521) para Bética y Lusitania. Junto a los visigodos están los suevos, también arrianos, cuyo rey Cavarico (550) se convirtió al cristianismo impresionado por los milagros operados en la tumba de Martín de Tours; en este ambiente fue apóstol Martín de Dumio (561-580) que luchó por el cristianismo. 153 El afianzamiento de la Iglesia en el ámbito visigodo fue posterior. Primero comenzó a darse la unidad entre Iglesia y reino, después aparecieron los matrimonios políticos y finalmente la organización de una Iglesia nacional que unificó a godos y suevos en una sola Iglesia, la hispanogoda; en este proceso merecen ser destacados los reyes Leovigildo (572-586) y sus hijos Hermenegildo (asesinado hacia el 585) y Recaredo I (586-601); Leovigildo tomó actitudes cesaropapistas al convocar un concilio arriano en Toledo y buscar la unidad peninsular bajo la religión goda (cristianismo arriano); con Recaredo I el pueblo visigodo pasó oficialmente al catolicismo (III concilio de Toledo, I nacional de la Iglesia goda, del 589). Al tiempo que nació la Iglesia goda también se unificó Hispania bajo el régimen godo, con Toledo como capital eclesiástica. Después de Recaredo I, otros reyes continuaron la obra hasta consolidarla como el caso de Chindasvisto (642653) y Recesvinto (653-672) que plasmaron la lex visigotorum en sentido cristiano conforme al modelo de Justiniano, con unas particulares leyes contra los judíos que crearon una oscura sombra al agudizarse la crisis política de fines del siglo VII. Una nota distintiva de esta Iglesia es la importancia recíproca que ocupa el rey en relación a la Iglesia y los obispos en relación a los asuntos regios; por ello se puede decir que los concilios de Toledo fueron también asambleas del reino, no en vano de sus leyes emanaron la unidad ética de justicia y piedad y la consagración del rey para fortalecer la autoridad del soberano. Esta Iglesia nacional estaba más consolidada y centralizada que la merovingia, hasta el punto que muchas veces no se daba importancia al respaldo de Roma; por eso es importante Isidoro de Sevilla, para quien el obispo de Roma era la cabeza de la Iglesia al que todos están obligados a obedecer independiente de las cualidades personales; no obstante ello, las relaciones entre Toledo y Roma fueron tensas. Esta Iglesia estaba estructurada sobre una base cristiana antigua con inmunidad eclesiástica, derecho de asilo, jurisdicción eclesiástica y sumisión del clero a los tribunales eclesiásticos; en liturgia es importante la adopción del credo en la misa y el culto a los santos como expresión del orgullo patrio; en letras florecieron las escuelas episcopales y conventuales, y por su ubicación geográfica desempeñó un importante papel en las inmigraciones africanas cuando comenzó la persecución musulmana. De una de esas escuelas, salió Isidoro de Sevilla, padre y doctor de la Iglesia hispana (550-636) cuya obra Etimologías es muestra de un saber enciclopédico, del que la edad media extrajo el sistema de las siete artes liberales (Trivium y Quadrivium). Otras obras de este santo son: De las diferencias (gramática), La naturaleza de las cosas (astronomía), Hombres ilustres (literatura cristiana), etc. Otros autores de esta Iglesia son: Fructuoso de Braga que vino a ser el padre del monacato en Hispania, Ildefonso de Toledo autor de un libro sobre la virginidad de María. A los hombres de Iglesia de primera fila de aquel tiempo se les debe el auge de la liturgia mozárabe. En lo referente a Italia, los lombardos son el fruto tardío de los bárbaros y el arrianismo; su penetración en Italia (después de 560) se logró a través de fluctuaciones políticas y confrontaciones armadas con otros pueblos; entraron en Italia como 154 conquistadores con el rey Alboino (560-572). Después de la irrupción conquistadora, se vieron en una situación difícil por la guerra entre Bizancio y los francos, pero con Agilulfo (591-616) lograron superar las dificultades y con Rotaro (636-652) tomaron posesión del norte de Italia. La situación de la Iglesia hay que entenderla en el marco político de este pueblo. Hubo persecuciones, algunos obispos capitularon y fueron bien tratados; otros huyeron de sus diócesis. A la par con esta situación, las guerras y devastaciones anteriores aún no se habían superado. No se puede pasar por alto que en la tendencia a mantener la separación entre los lombardos y los romanos se ubica la prohibición que Autario dictó en el 590 sobre el no bautismo cristiano de los hijos. Mención aparte merece las tensas relaciones entre Roma y Constantinopla que en la segunda mitad del siglo VI repercutieron en la Iglesia y, por lo tanto, en los sitios donde había cristianos católicos; en la región lombarda se presentaron algunas tensiones porque la política ocupaba un lugar preponderante, con lo que los cristianos se vieron en medio de intereses cruzados; no obstante ello, el influjo romano se hizo sentir con la presencia de algunos obispos como Diosdado, sucesor de Constancio en la sede de Milán, y de la reina Teodolinda, esposa de Autario y Agilulfo, motor eficaz en la organización del cristianismo en esa región; ella apoyó a Columbano, el monje irlandés que murió en Italia hacia el 615. Con Agilulfo (591-616) quien trasladó la capital de Verona a Milán, se dio un cambio a favor de la Iglesia; la primera fase de su reinado coincidió con el pontificado de Gregorio Magno (590-604) y se inició una política cristiana que acabó en el 626 cuando al trono volvieron los reyes arrianos; éstos fueron derrocados y con Rotario (636-652) se volvió a una política cristiana católica. Al tiempo que esto sucedía se buscaban los medios para que se diera un acercamiento completo con Roma; en este acercamiento fue importante el monasterio de Bobbio. Aquí se dio una situación paradójica: bajo el reinado de un arriano las misiones cristianas católicas se desarrollaron. Con Ariperto (653-661) el arrianismo fue abolido como religión del Estado, lo cual no quiere decir que se haya acabado, ya que, en efecto, siguió subsistiendo en otras regiones del reino, a tal punto que la misión propuesta no tuvo éxito debido a la coexistencia de cristianos ortodoxos que defendían el monotelismo y estaban de acuerdo con Bizancio, y cristianos romanos que estaban de acuerdo con Roma condujo a un cisma que más tarde se pudo solucionar; las cosas cambiaron cuando el imperio bizantino fue derrotado en Italia , y con él el monotelismo, ya que por fin se unió el cristianismo bajo Perctarito (661-678) y Cuniberto (678-700) porque en el 679 este reino apoyó al papa Agatón, (678-681) y en el ámbito del III concilio de Constantinopla (681) firmó el compromiso de lealtad. Las luchas posteriores entre diferentes sectores del reino no impidieron que el cristianismo se afianzara; en este afianzamiento la particular creencia en san Miguel arcángel, patrono del reino, tuvo mucho que ver. Las misiones entre los lombardos dejan una cierta sensación de caos en comparación con los otros pueblos germanos (bárbaros) porque la monarquía cristiana católica lombarda sólo adquirió forma bajo el reinado de Luitprando (712-744). Los lombardos siempre estuvieron en tensión con Roma y 155 Constantinopla; por ello no debe extrañar que en el 774 con el rey Desiderio se diera la ruptura del reino de los lombardos con Roma; esto ya en vísperas de la irrupción de los carolingios. 3.3 Elementos de la experiencia eclesial latina 3.3.1 Organización eclesial Se crearon los vicariatos pontificios en los cuales los obispos asumieron un crecido poder. Hispania, Arlés y Tesalónica son los más nombrados. Hispania comenzó su vicariato con Zenón de Sevilla quien obtuvo especiales poderes del papa Simpliciano o Simplicio (468-483). En el pontificado de Hormisdas (514-523) se le renuevan los poderes a Salustio de Sevilla pero ya un poco limitados porque lo fundamental del vicario era mantener la tradición eclesiástica y, si era necesario, convocar sínodos pero manteniendo intacto los privilegios de los metropolitanos. Este vicariato tenía un tinte muy personal por lo que se suele decir que era como una delegación; a partir de la conversión de Recaredo, carecía de razón de ser porque la Iglesia hispánica estaba lo suficientemente protegida. El vicariato de Arlés se remonta a Zósimo (417-418) siendo confirmado por León I (440-461) e Hilario (461-468), quien esperaba los informes correspondientes; el vicario debía celebrar sínodos y otorgar cartas de recomendación para los eclesiásticos galos que iban de viaje. Este vicariato tuvo algunos inconvenientes con la sede de Vienne y sólo en el 513 alcanzó definitivamente la primacía no sólo en Las Galias, sino también en Hispania. Figura principal de esta sede fue Cesáreo de Arlés, de cuya posición frente a los diferentes Papas se puede concluir que los vicarios actuaban ad nutum pontificis. Después de un breve período de esplendor, aparecieron las sedes de Lyon y Autun que fueron adquiriendo mayor importancia que Arlés, con lo que este vicariato fue lentamente decayendo. La nota esencial de este vicariato era la lucha contra la simonía. Tesalónica, en Iliria occidental, comenzó a ser vital para Roma a partir del I concilio de Calcedonia (canon 28), pero pronto cayó en el olvido debido a las cuestiones políticas; a partir del 531, se le concedió nuevamente la función vicarial pero se presentó un nuevo fracaso por cuestiones políticas en tiempos de Justiniano (527-565) quien creó el patriarcado de Justiniana Prima. Este vicariato llevó una vida muy diluida y tuvo poca injerencia en el panorama global de la historia eclesiástica. Además de los vicariatos apostólicos que parece no existieron en África, Inglaterra e Irlanda, está la organización parroquial que comenzó a gestarse a partir del siglo IV251. Las parroquias, que no eran muy numerosas, eran centros de reunión y puntos desde donde se impulsaban las misiones; también se comenzó a organizar la atención pastoral a los cristianos con sus exigencias propias y una cierta formación para los pastores en las escuelas parroquiales, esbozos de seminarios e internados. Además de las parroquias, también se construían templos en villas y campos para una mejor atención pastoral; en éstas no se tenía la celebración de las fiestas principales252 porque se pretendía que los cristianos se reunieran o en la catedral o en la parroquia, pero con el tiempo sí se 156 celebraban (y aún hoy continúa así) con lo que se comenzaron a dar ciertos abusos253. Como no todas las parroquias dependían del obispo, con el tiempo se convirtieron en unidades que pertenecían a una diócesis. En este ambiente nacieron las visitas canónicas que debían celebrarse una vez al año, pero que muchas veces no se hacían. Con esto, unido a la ausencia del sínodo diocesano, se daba un paulatino distanciamiento entre el obispo y el clero rural. La parroquia se convierte en el centro religioso y pastoral de la comunidad. 3.3.2 La jerarquía El pontificado Hilario (461-468), sucesor de León Magno, continuó el entendimiento con el oriente cristiano, pero se insinuó el problema con los germanos arrianos quienes erigieron el templo Santa Águeda de los Godos en Roma; en su empeño por la unidad episcopal intervino en las disputas entre galos y españoles. Con Simpliciano (468-483) comienza un especial interés por el desarrollo de Calcedonia en Oriente donde el monofisismo iba triunfando con los emperadores León I (457-474) y Zenón (474-491); vivió el comienzo del henótico y el cisma acaciano, con lo que Calcedonia quedaba en peligro debido al monofisismo y la falta de comunicación. Félix III (483-492) condenó, en el sínodo del 484, a Acacio, patriarca de Constantinopla, por haber admitido en comunión a Pedro Mongo; con esto se dio la ruptura entre Oriente y Occidente, el cisma acaciano, que se ahondó con la instrucción que envió al emperador Zenón, al limitar el poder imperial respecto a la Iglesia. Gelasio I (492-496) también tuvo como meta la liberación de la Iglesia y en su primera comunicación con el emperador Anastasio (491-518) fue claro e intransigente al hablar de la misión y el rango de los dos poderes, sosteniendo la primacía de Roma y su misión de mantener pura la fe. En lo referente a la cristología sostuvo las dos naturalezas de Cristo aunque no era preciso al hablar de la relación entre naturaleza y persona. Su intransigencia frente a Oriente se debe al respaldo que tenía de los lombardos, cuyo rey Teodorico, había reconocido la personería jurídica de la Iglesia. De la concepción gelasiana del primado se destacan la conservación de la pureza de la fe y la libertad de la Iglesia frente al Estado. De este Papa no se puede olvidar su celo pastoral a favor de los necesitados, que en aquel tiempo eran muchos a causa de las luchas, su benevolencia con la clerecía y su preocupación por la liturgia. Bajo Anastasio II (496-498) la relación entre Roma y Bizancio cambió porque este Papa fue benévolo con Acacio y su ministerio; esta actitud originó el cisma laurenciano en Roma que entorpeció la actividad de la Santa Sede, a pesar de la intervención del rey Teodorico, que tenía su sede en Ravena. El pontificado de Símaco (498-514) se vio con la sombra de Lorenzo (antipapa 498-506), presbítero probizantino, por lo que se dio un choque entre el Papa y el emperador; su mayor preocupación fue la Iglesia en Las Galias; en su tiempo se dio la conversión de Segismundo de Ginebra, primer príncipe germano que cambió de confesión, y de Clodoveo. 157 Para Hormisdas (514-523) la reconciliación con Oriente era vital y contó con el cambio de política en Bizancio donde el descontento por el monofisismo era manifiesto. Fue autor de la Regula fide o Formula Hormisdae254 para entablar negociaciones, pero como la política cambió, todo se derrumbó, hasta que Justino (518-527) asumió el poder en Constantinopla y puso fin al cisma acaciano (519); se llegó a una unión que duró poco porque desde Egipto, donde estaba desterrado Severo de Antioquía, provino la resistencia. Con Juan I (523-526) comienza una serie de pontificados breves en medio de una caótica lucha entre Bizancio y los ostrogodos con lo que el apoyo de Occidente desapareció porque Teodorico, un arriano que permitía el catolicismo, se dio cuenta de que en Oriente un rey cristiano (Justino y Justiniano) no permitía el arrianismo; aquí se gestó la humillación de Juan I frente a Teodorico. Félix IV (526-530) intervino en la fase final de la disputa sobre la gracia mediante el apoyo dado a Cesáreo de Arlés contra los semipelagianos255, y eligió a su sucesor, Bonifacio II (530532), con quien la Sede Romana perdió su prestigio. Juan II (533-535) nombrado por voluntad del rey godo Atalarico, fue el primer Papa que cambió de nombre256; se dejó ganar para la fórmula teopasquista que pregonaba Justiniano en su afán unionista y comenzó la dependencia del papado frente al imperialismo bizantino. Agapito I (535-536), para mejorar las relaciones viajó a Constantinopla donde murió; su imprevista muerte dio origen a la más grave crisis del siglo VI en el papado. Silverio (536-537) hijo de Hormisdas, partidario de entregar Roma a Bizancio, fue acusado de alta traición, depuesto y desterrado. Vigilio (537-555) tuvo que sufrir la disputa de los tres capítulos y fue maltratado en Oriente; recibió, como cuenta de cobro por su trato a Silverio, muy poco apoyo de Occidente. Pelagio I (556-561), designado por Justiniano, pagó la hipoteca que dejó Vigilio; sufrió para hacerse reconocer políticamente pero su múltiple acción pastoral le ganó numerosos adeptos; vivió el cisma de Italia septentrional (Aquilea y Milán). Juan III (561-574) redujo el cisma italiano; en su pontificado irrumpieron los lombardos arrianos (568) quienes redujeron la acción de sus sucesores Benedicto I (575-579) y Pelagio II (579-590); con este último comenzó una política de acercamiento a los francos, y en su tiempo se produjo el primer conflicto serio con Bizancio a propósito del título patriarca ecuménico para el obispo de Constantinopla (587). Gregorio Magno257 (590-604) bisnieto de Félix III, fue un pontífice que pasó a la posteridad como figura ideal de Papa. Supo llevar las relaciones políticas con el imperio, no en vano procedía de familia senatorial; a él se le deben las bases del cambio del protectorado bizantino por el germánico. Sobre la cuestión del patriarca ecuménico de Constantinopla no gastó mucha fuerza ya que prefería el título de servum servorum Dei que después adoptó la cancillería pontificia. Su grandeza radica en la acción pastoral: la infatigable acción caritativa, la reforma del clero (Regula Pastoralis: ars et artium regimen animarum), la reforma de los monjes (Moralia in Job y Homilías sobre Ezequiel) y la misión entre los anglosajones. Se dice de él: “Junto a la habilidad 158 diplomática y la representación soberana, también mostraba la grandeza del corazón”; elevó el pontificado a un alto nivel incluso por encima de la más importante figura política de Italia (el Hexarca de Ravena). Fue aprocrisiario en Constantinopla durante el tiempo de Pelagio II. Los Papas del siglo VII se vieron envueltos en los problemas de la política eclesiástica del imperio bizantino. Algunos son: Bonifacio IV (608-615) quien intervino en el cisma de Italia septentrional; Honorio I (625-638) actuó bien con los lombardos y los anglosajones, pero no estuvo muy afortunado en la cuestión del monotelismo258; Martín I (649-655), convocó sin aprobación imperial el sínodo de Letrán (649) en el que se condenó el monotelismo, posteriormente fue acusado de alta traición por el emperador Constante II (641-668) y fue condenado al destierro en Crimea; Agatón (678-681) con quien fue posible la reconciliación entre Roma y Bizancio, y se alcanzó la condena definitiva del monotelismo259; Sergio I (687-701) con quien comenzaron de nuevo las tensiones porque el emperador Justiniano II (685-695; 705711) convocó un sínodo en Constantinopla (Trullano II o Quinisexto, 692) en el que, sin participación de Occidente, se dieron algunos cánones disciplinarios y como el Papa no los quiso aprobar, se optó por una acción violenta que fracasó. Con esto se inicia un proceso de desvinculación política y eclesiástica entre Occidente y Oriente. El clero Formación, moralidad y celibato son los puntos centrales; varias disposiciones sinodales estaban encaminadas hacia esos fines, aunque también se habla de la economía, los privilegios (derechos) y deberes. La formación era una gran preocupación pero insuficiente porque bastaba con leer y predicar; hacia el siglo VI un gran número de párrocos no estarían en capacidad para participar en discusiones teológicas. Había preocupación pero no existían los medios necesarios para lograrlo260, y por ello aparecieron las escuelas episcopales. La moral de los clérigos era un tema muy delicado; se les prohibía cazar y tener perros de caza, tener negocios de préstamos, llevar armas, emprender viajes sin la respectiva carta de presentación o salvoconducto. El celibato ocupa mucho espacio en la legislación clerical; su exigencia aparece a finales del siglo IV no sólo como anhelo pastoral sino, también, como realidad económica (la no herencia)261. Un elemento importante por lo que se refiere al clero lo conforman los arciprestes, clérigos que en Las Galias eran los responsables no de varias parroquias, como ocurrió en la era carolingia, sino del clero de varias parroquias262; en Hispania eran representantes del obispo con una alta función administrativa. 3.3.3 El monacato latino El monacato sufrió algunas modificaciones que no alteraron el ideal monástico; algunos eremitas se convirtieron en itinerantes debido a las peregrinaciones; el cenobitismo comienza a adoptar las notas esenciales por la presencia de las reglas. Eremitismo y cenobitismo se desarrollaron durante este período en sitios aislados y presentan una 159 legislación tanto interna como externa para regular su vida hasta llegar a las exenciones conventuales263; inician su acción misionera y aparecen las escuelas conventuales. En Italia el monacato aumentó considerablemente debido a las persecuciones africanas; en este país aparecieron numerosas Reglas, entre las cuales brillan la Regula Magistri (RM) y la Regla de san Benito (RB) la cual, sin entrar en pormenores de crítica textual, es la Regla más coherente y armónica entre todas las hasta entonces existentes porque trata el monaquismo a la luz de algunos temas básicos: la cristología (Cristo centro), la fraternidad (caridad), la liturgia (opus Dei). Además de san Benito, se citan entre los personajes más importantes del monacato en Italia: Casiodoro, un seglar que fundó un monasterio en Schillace al sur de Italia, y escribió Institutiones divinarum et seculiarum litterarum, con notable influjo oriental, y Gregorio Magno. El Vivarium de Casiodoro es importante porque allí se organizó un estudio científico sobre la Biblia y la patrística; se tradujeron al latín algunas obras griegas y se transcribieron algunas copias264. En Las Galias existieron dos centros de expansión monacal: Rodano y Aquitania. Cesáreo de Arlés, formado en Lérins, influyó en Rodano, al sur de Las Galias. A comienzos del siglo VII este monacato recibió un gran impulso con Columbano y sus doce compañeros; a Columbano se le debe la fundación de varios monasterios, entre los cuales el más importante fue el de Luxeuil. La acción misionera del monacato merovingio fue grande y los problemas con la autoridad no escasearon: con los obispos por la cuestión de la exención jurisdiccional, y con el rey Teodoberto II, por el lenguaje directo que usaban los monjes. La Regla de Cesáreo de Arlés, escrita para mujeres, no tiene un diseño orgánico porque es una serie de normas para la vida de las monjas, sus monasterios, la economía, el vestido y la liturgia; consta de 50 artículos e influyó notablemente en Las Galias. Columbano escribió dos reglas: Regla de los monjes donde presenta algunas líneas fundamentales sobre el monacato, y Regla de los cenobios donde hay detalles sobre la vida de los monjes. En Hispania también se propagó el monacato después de las invasiones godas; Leandro e Isidoro de Sevilla junto a Martín de Braga, quien difundió la espiritualidad de los padres del desierto, son los más ilustres legisladores de este monacato que tenía en la tendencia a lo intelectual un rasgo característico; este monacato tuvo el mérito de haber dado a la Iglesia un episcopado altamente estimado. En África del norte floreció el monacato de inspiración agustiniana, que sufrió en carne propia las persecuciones de los vándalos; debido a estas persecuciones se expandió por el Mediterráneo y llegó a Europa, Italia e Hispania principalmente; era un monacato independiente en relación al obispo. Fulgencio de Ruspe (+ 527) es una singular figura de este monacato que tenía gran interés por las cuestiones bíblicas y teológicas. Con la presencia de los musulmanes, este monacato compartió con la Iglesia el común destino de una muerte lenta pero incontenible265. 3.3.4 Acción pastoral En cuanto a la liturgia, en las colecciones litúrgicas o sacramentarios de León Magno 160 (Verona), Gelasio (Merovingio) y Gregorio Magno266 (dos versiones: “Adrianense” y “paduense”) la liturgia aparece abreviada y concisa, a pesar de las posibles equivocaciones que se pueden presentar en los textos, en los cuales se nota el desarrollo que tuvo la liturgia romana; ellos permiten conocer la forma como celebraban la fe en aquel entonces, es más, el sacramentario Gregoriano presenta una liturgia parecida a la del Vaticano II. Además de los sacramentarios, manuscritos y libros donde se encuentran las lecturas y las oraciones para todos los días, están los ordines romani, textos que contienen la forma como debe celebrarse; su fin es mostrar el desarrollo externo de las celebraciones267. La liturgia romana era menos pastoral y popular que la gálica y la hispana, aunque sendas liturgias seguían los sacramentarios y los órdenes romanos; una nota distintiva de la liturgia romana era la carencia de la bendición al final, en cambio las otras dos sí la tenían. Si en cuestión de rúbricas existe una cierta similitud con la liturgia actual, en lo referente a los ornamentos la situación cambia porque cada ministro tenía su ornamento particular, además, la solemnidad de las celebraciones no es difícil imaginarla porque cada uno de los tres grandes centros litúrgicos Roma, Galias e Hispania tenía un ceremonial propio con lo que la riqueza litúrgica era abundante. Además de la ordenación litúrgica eucarística, estaba la ordenación o rezo de oficio divino para santificar el día y las primeras estructuras del actual año litúrgico. Por lo que se refiere a la pastoral, la predicación ocupa un importante lugar con lo que nacieron los sermonarios; en Las Galias Cesáreo de Arlés hizo colecciones de homilías de las cuales se puede deducir el nivel moral y cultural de los oyentes; en Hispania, Martín de Braga escribió Correctio rusticorum, un manual de predicación que ofrece un modelo para las homilías de las visitas pastorales. En el siglo VI la predicación era el medio de acción pastoral más importante; normalmente era una instrucción dirigida a los adultos porque la catequesis era relativamente poca. Durante esta época la predicación era directa, y en las diferentes fiestas y necesidades se originaron los sermones fijos con lo que nacieron las colecciones de sermones que se hacían circular por las diferentes diócesis; estos sermones no tienen mucho vuelo teológico porque el interés no era defender la fe, sino luchar contra la superstición y las costumbres no cristianas, insistiendo en la importancia del amor, la limosna, la justicia y la castidad, y la colaboración con la Iglesia; también era importante saberse algunas oraciones y observar el descanso dominical268, y luchar contra el concubinato. En la práctica sacramental: el bautismo comenzó a administrarse en las parroquias ante la afluencia de personas que deseaban bautizarse, y no solamente el día de Pascua sino, también, en Navidad, la fiesta de san Juan y en las fiestas de los santos; había una cierta preparación prebautismal, pero una práctica desastrosa como lo era la conversión forzada de judíos sobre todo en Hispania. En la penitencia surgió la abreviación del tiempo de la penitencia pública y comenzó a ser concedida por el presbítero; existían algunas normas penitenciales que no eran fáciles de vivir; hacia el siglo VII ya aparece la penitencia privada por la influencia de los monjes irlandeses con lo que la penitencia parece humanizarse al tiempo que se relajaba la vivencia del compromiso cristiano269. La 161 unción de los enfermos también se presentaba y la confirmación comenzó a tomar forma como sacramento independiente del bautismo. En la piedad se dio: notable disminución en la recepción de la Eucaristía debido a las duras exigencias previas; especial veneración a los santos sobre todo a María, san Juan Bautista, san Esteban, y los apóstoles Pedro y Pablo; las peregrinaciones, a Roma principalmente, para adquirir las reliquias por contacto, que crearon y desarrollaron un espíritu universal, católico, del cristianismo y una novedosa praxis sacramental. Lo dicho sobre liturgia, pastoral y piedad permite comprender que el cristianismo lucha siempre por inculturarse, que la liturgia es algo vivo y que la piedad es la expresión pública de la vivencia de la fe; esto se dice para que en las actuales coordenadas históricas haya disposición por vivir un cristianismo genuino, profundo y dinámico, es decir, encarnado. 3.3.5 Discusiones teológicas El arrianismo fue duro rival para la fe cristiana católica que tuvo que hacer esfuerzos intelectuales para lograr una adecuada intelección de la doble naturaleza de Cristo. En la lucha contra el arrianismo se dieron algunas notas de la legislación disciplinar penitencial y litúrgica de varios concilios regionales, que son básicas para captar la magnitud de las disputas270. Las fuentes históricas dan a entender que el cristianismo católico desarrolló en los pueblos germanos un sentimiento individual de confesión de fe, mientras que el cristianismo arriano permaneció anclado en el sentimiento ético germánico del seguimiento al Señor, por ello aunque hubo legislaciones abiertamente cristianas arrianas también existieron otras que eran cristianas católicas; esta realidad produjo tensiones. En la obra de Fulgencio de Ruspe se encuentran tanto los logros y progresos como el lastre y exclusivismo de la teología antiarriana; Fulgencio se opuso decididamente a la fe arriana defendida en la profesión de fe homousiana antinicena de Seleucia-Rimini. En el pensamiento de este santo obispo hay una cristología en ciernes porque los conceptos actuales de persona, procesión y trinidad no estaban tan delineados como hoy; en cuanto a la intelección de la Trinidad propuso la analogía psicológica. La disputa semipelagiana sobre el tema de la gracia también tiene en Fulgencio su representante. El planteamiento semipelagiano sostenía que la salvación parte de la voluntad humana y que la predestinación es fruto de la presciencia divina; san Fulgencio se opone a esta doctrina proponiendo la doctrina cristiana católica de la gracia para la salvación del hombre insertando en ella la importancia de los sacramentos. Cesáreo de Arlés, cuyas propuestas influyeron en el concilio de Orange, y Gregorio Magno, también intervinieron en esta disputa aunque sin llegar a la altura de san Fulgencio. La disputa de los tres capítulos causó una fuerte repulsa en Occidente. El obispo Facundo de Hermiane partiendo de la Primera carta de Pedro 2, 17 en Defensa de los tres capítulos se opuso a la condena hecha por Justiniano; otro tanto hizo el diácono Pelagio quien de defensor de los tres capítulos pasó a apoyar su condena por lo que fue llamado “perseguidor de muertos”. Otro defensor de los tres capítulos fue el diácono 162 romano Rústico quien estructuró una acertada cristología con criterios aristotélicos que no fue tenida en cuenta por la escolástica. Esta disputa produjo fricciones al norte de Italia por su particular situación política que condujo al nacimiento de dos patriarcados Aquilea y Grado. Después de estas disputas la resistencia hacia el II concilio de Constantinopla se fue lentamente extinguiendo sin que se produjeran mayores controversias. 3.3.6 La literatura cristiana Este período es de decadencia, en él se encontraron hombres que trataron de salvar lo valioso con el deseo de hacer una síntesis de la fe y el pensamiento recibido por tradición; pero aunque sea un período de decadencia, no se puede olvidar que los autores de los siglos V a VII, tanto orientales como occidentales, conformaron una especie de eslabón entre la antigüedad y el medioevo, máxime cuando entre los siglos V y X (entre el 450 y el 950), se presentó una oleada de espíritu místico en el mundo, tanto cristiano como no cristiano, dándose una alfabetización religiosa en la cual se transmite la herencia de la antigüedad y las escrituras sagradas comenzaron a darle a los pueblos una cierta orientación cultural donde la experiencia religiosa es fundamental271. Entre estos previsores, además de Fulgencio de Ruspe y Cesáreo de Arlés, están Boecio, Casiodoro, Gregorio Magno e Isidoro de Sevilla. Boecio, autor de El consuelo de la filosofía es más filósofo que teólogo, traductor de Aristóteles y el fundador del argumento ex rathione teologica, que más tarde utilizó el diácono Rústico. En teología escribió algunas obras de ocasión: Unidad de la Trinidad, Las tres personas divinas, La persona única y las dos naturalezas. A este romano, la historia le debe la clásica definición de persona: persona est natura rationalis individua substantia; en el fondo de esta definición hay tres notas esenciales: sustancialidad, racionalidad e individualidad; el término persona debe ser entendido como el equivalente del griego hipóstasis. Fue ministro de educación de la corte de Teodorico, cayó en desgracia y murió en prisión. Casiodoro (+ 554) fue ministro de algunos reyes ostrogodos, después de retirarse a la vida privada, se puso de acuerdo con el papa Agapito (535536) para crear una academia teológica en Roma, pero esto no se pudo realizar porque la reconquista de Italia por Justiniano lo impidió. Después de la guerra fundó al sur de Italia un monasterio, el Vivarium, con carácter académico para cultivar los estudios bíblicos, siguiendo un particular estilo de crítica textual: dos o tres códices antiguos garantizan una lectura de acuerdo a lo afirmado en Mateo 18, 16. En los comentarios de Casiodoro lo más importante es la ortodoxia y el valor de edificación de un escrito. A él también se le deben las bases para la división de las artes en trivium (gramática, retórica y dialéctica) y quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía). A pesar de su bagaje cultural, no se puede ignorar que su actitud fideista autoritaria predominó en el período sucesivo. Hacia el 519 escribió Crónica, una historia desde Adán hasta su tiempo. Su obra Variae272 es una serie de las cartas oficiales escritas cuando trabajaba en la corte de los 163 godos; es importante porque presenta el modelo para la elaboración de cartas oficiales. También escribió Expositio psalmorum e Institutionis. Gregorio Magno, último doctor de la Iglesia latina, vivió en una época que ni exigía grandes aportaciones, ni las permitía; debido a esto, fue significativa la reorganización eclesial que se dio en su pontificado. Entre sus escritos, se citan: Regla pastoral, Moralia in Job, Dialogi de vita et miraculis patrum Italicorum; en sus obras escriturísticas no hay originalidad pero sí un acertado trato de los tres sentidos bíblicos (histórico, alegórico y moral); las dos primeras obras citadas son para clérigos y monjes, la tercera es para seglares. La legislación litúrgica gestada en su pontificado marcó huella en la Iglesia latina que aún conserva algunas de sus prácticas (las misas gregorianas) y creencias (la representación del diablo). Gregorio Magno proporcionó junto a los contenidos teológicos, algunos elementos de religiosidad popular a las generaciones futuras. En algunas de sus obras se encuentra una cierta desolación frente a la realidad del mundo. Isidoro de Sevilla fue un fecundo escritor que no aceptaba el II concilio de Constantinopla (553) porque era un sínodo de obispos heréticos acéfalos que no pertenecían a diócesis a las cuales no se les podía asignar un fundador apostólico. Sus obras son básicamente de divulgación (tipo enciclopedia) y síntesis, hasta el punto que la posteridad acogió sus obras sin ir a las fuentes. A él se le debe la implantación de las siete artes liberales; a nuestro juicio no es el último hombre de la antigüedad, sino el primero del medioevo. En su Regla monástica señaló la estructuración práctica de la vida monástica. Las diferencias es un escrito gramatical en dos libros; en Cuestiones sobre el Antiguo Testamento se preocupa por la alegoría; en Los oficios eclesiásticos describe el origen y la consecuencia de las diferentes instituciones eclesiales. También escribió una Crónica o historia de algunos pueblos bárbaros. Estos cuatro autores que no tuvieron junto a sí interlocutores válidos, tienen el mérito de haber transmitido a la posteridad casi todo el saber, sentir y pensar tanto de la antigüedad como de su tiempo; en todos ellos, aunque a diferente nivel, es notorio el influjo agustiniano. A manera de síntesis de este capítulo se puede decir que luego de analizar el particular contexto histórico, en el cual se tuvieron presentes situaciones tanto imperiales como eclesiales, se hizo un estudio comparado del camino que cada una de las grandes experiencias de la vivencia de una misma fe tuvo durante los siglos V al VII. Al interior de ese estudio se tuvieron presentes las diferentes manifestaciones que cada una de las Iglesias tuvo, incluyendo la experiencia de las Iglesias nacionales y el influjo social del cristianismo tanto en Oriente como en Occidente, donde dio lugar a la cultura occidental europea, que posteriormente fue extendida por diferentes continentes, incluyendo América. 164 ____________________ 189 Este capítulo sigue la estructura de Jedin, II, pp. 5731014. En estas páginas se encuentran las partes segunda y tercera del citado volumen: “La primitiva Iglesia bizantina” y “La Iglesia latina en la transición a la alta Edad Media”. También se puede consultar Fliche-Martin, IV y V. 190 Cf. Briceño, M. Op. cit., pp. 162-167. 191 Cf. COD, pp. 8-9; 31-32. 192 En una traducción libre sería: “Los 150 venerables padres han acordado iguales privilegios a la santísima sede de la nueva Roma, juzgando razonablemente que la ciudad honrada con la presencia del emperador y del senado y gozando de privilegios iguales a la antigua ciudad imperial de Roma, debe aparecer igualmente grande en el campo eclesiástico ya que es la segunda después de Roma”; cf. COD, p. 100. El problema de este canon es fundamentalmente político. 193 A manera de complemento; cf. Betancur, Darío. Historia de la Edad Media. USTA, Bogotá, 1984, pp. 4965. 194 Cf. Jerónimo. Carta 126, a las vírgenes; Agustín de Hipona. La ciudad de Dios; Orosio. La destrucción de Roma. 195 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 265-283. 196 Cf. De Santiago, Emilio. Las claves del mundo islámico. Planeta, Barcelona, 1991; Hourani, Albert. La historia de los árabes. Vergara, Buenos Aires, 1991; Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 289-293; Sanchís, R. Op. cit., pp. 127-132. 197 Para Mahoma, la doctrina, expuesta en el Corán, gira en torno a cuatro temas fundamentales: unidad de Alá, el profeta Mahoma, los ángeles y los demonios, y el juicio final y los novísimos. Esta doctrina, expuesta en el Corán, se vive en el culto que tiene: abluciones, oraciones, ayuno, limosna y peregrinación. 198 Cuando se presentó la irrupción del Islam, en Bizancio había luchas dogmáticas, decadencia de algunos patriarcados y diferentes expresiones misioneras. 199 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 371-374. 200 Eudoxia había sido esposa de Teodosio II, quien ya había fallecido. 201 El verdadero obispo era Calandión, quien no quiso suscribir el Henótico. 202 Sólo fue aceptado como patriarca por el emperador una vez firmó el Henótico. 203 Según esta teoría, uno de la Trinidad, Cristo crucificado, padeció en la carne; el problema no está en esta afirmación sino en el hecho de enfatizar el monofisismo. 204 Cf. Fedalto, G. Op. cit., pp. 1-27; Sánchez, José. Op. cit., pp. 31-33. 205 Justiniano era de ascendencia pobre, campesina, pero con un profundo deseo por restaurar la grandeza del imperio; este deseo lo unía a algunos intereses eclesiales y teológicos para sellar una alianza definitiva entre el Papa y el emperador porque en la medida en que hubiera unidad de fe, habría unidad política. 206 Esta mujer provenía del teatro, era un tanto liberal y amiga del monofisismo; debido a esto hizo que se levantaran algunas normas que eran contrarias a los monofisitas e incluso a los no cristianos. 207 La misión consistía en hacer abrir los templos godos que habían sido cerradas en años anteriores. 208 Ántimo era obispo dimisionario de Trebisonda y vivía como asceta en Constantinopla; fue depuesto en el 536. 209 La reconquista era capitaneada por el militar Belisario. 210 También son llamados aftartodocetas porque sostienen la incorruptibilidad del cuerpo de Cristo, con una visión muy particular de la resurrección, ya que sostienen que el cuerpo de Cristo es incorruptible desde la encarnación. 211 Cf. DPAC, voz Orígenes; Crouzel, Henri. Orígenes. Un teólogo controvertido. BAC, Madrid, 1998. 212 Este santo fue en su segunda etapa un declarado enemigo de las doctrinas de Orígenes, ya que en una primera no se había manifestado tan contrario a ellas. 165 213 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 316-318. Por las intrigas que rodearon esta polémica, surgió la expresión de san Agustín magnum et triste miraculum; cf. Carta 73, 6,10. 214 Posteriormente fue elegido Papa y ocupó la sede de Pedro del 556 al 561. 215 Los anatemas contra Orígenes fueron publicados por Justiniano quien se concebía a sí mismo como un teólogo en el trono imperial, tal como se puede ver en su obra Adversus Originem liber o Edictum; este documento fue firmado por el papa Vigilio cuando estuvo en Constantinopla entre el 547 y el 555, tal como lo da a entender Casiodoro en De institutionibus divinarum litterarum, 1. 216 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 351-352. 217 Las obras que dieron origen a los tres capítulos fueron: Contra impium Apollinarium libri III de Teodoro de Mopsuestia, Pentalogus de Teodoreto de Ciro y Carta al persa Maris de Ibas de Edesa. 218 Cf. DS 421-438; COD, pp. 107-122. 219 Con el interés de clarificar conceptos, conviene saber que el monofisismo hace referencia a la fusión de las dos naturalezas de Cristo en una sola, y el monotelismo y el monoenergetismo se refieren a la forma como Cristo actúa, teniendo presente que se debe diferenciar entre la acción (modo de operar la voluntad) y el acto (o facultad de querer). Estas discusiones se presentaban debido a los intereses políticos que buscaban la unidad de la fe para fortalecer la Iglesia del imperio. 220 Cf. Viciano, Albert. “La cuestión del papa Honorio”, Palabra, 395-396, agosto – septiembre de 1997, pp. 31-35. Este autor sostiene que en la actuación de Honorio I hay un error más disciplinar que doctrinal, es más, parece que el Papa fue negligente al no captar la gravedad del error (monotelismo) del patriarca Sergio de Constantinopla y, aunque quería sostener la doctrina correcta, la expuso con una terminología ambigua y equívoca. 221 Para las normas y cánones de Letrán I; cf. DS, nn. 500522. 222 Cf. Drobner, H. Op. cit., pp. 557-560; Sanchís, R. Op. cit., pp. 119-195. 223 Cf. DS, nn. 550-559; COD, pp. 123-130. 224 Para complementar este tema, aunque sea con una estructura diferente a la que se ofrece.cf. De Francisco, Carlos. Op. cit., pp. 19-159. Se habla de una estructura diferente en cuanto que el autor ofrece su visión desde una perspectiva ecuménica. 225 En esta escuela se formó Nestorio. Además, esta escuela es considerada como un centro monofisita, y por ello algunos sostienen que fue esta doctrina la que dio origen a las Iglesias nacionales. 226 Ambos cánones, como ya se ha dicho en otro lugar, hablan de Constantinopla como una segunda o joven Roma que tiene el primer lugar en Oriente. 227 Cf. NHI, I, p. 332. Es de anotar que esta Iglesia, iniciada por Gregorio el iluminador, no se adaptó al celibato, ni siquiera para los obispos. 228 Cf. Hallet, Carlos. Conozca a los Padres de la Iglesia, Paulinas. La Florida (Santiago), 1995, p. 105. Este autor dice que de Eznik se conserva una obra escrita en armenio clásico: Contra las sectas, donde refuta el dualismo mazdeísta, el politeísmo y el gnosticismo. 229 En conclusión se puede decir que las Iglesias nacionales surgieron en un contexto de autonomía y para quitarle influjo a la presencia y política del imperio bizantino en las regiones donde nacieron. 230 Cf. COD, pp. 99-100. 231 Como opinión personal, pienso que aquí se encuentra el germen del cisma del 1054. 232 Jedin, II, p. 337. 233 Este Juan es Juan III de Constantinopla que ocupó dicha sede entre el 565 y el 577. 234 Esta colección se conoce con el nombre de “nomos”, que debe su nombre a la colección Novellae de Justiniano. 235 El icono es la representación, la presencia del santo para los cristianos; la veneración de estas imágenes, expresión de la religiosidad popular, dio origen a la crisis iconoclasta de los siglos VIII y IX. 236 No es una historia pormenorizada de este monacato, sino algunas alusiones de este legado histórico; cf. NHI, I, pp. 411-418. 166 237 Pedro el Íbero era un príncipe georgiano llamado Nabarnugi que fue monje en Palestina. 238 Cirilo de Escitópolis y Juan Mosco fueron dos grandes autores palestinos. 239 La palabra acemeta quiere decir insomne; el monasterio se llamaba así porque se tenía adoración permanente; cf. DPAC, voz Acemetas. 240 Cf. COD, pp. 89-90. 241 Para completar los datos aquí ofrecidos, cf. Las voces respectivas del DPAC y algunos manuales de patrología y patrística, en especial Drobner, Quasten, etc. 242 La invitación de Agustín a los pastores para que permanecieran en sus puestos fue fundamental en aquellos duros momentos. 243 Algunos clérigos pudieron regresar hacia el 475. 244 Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 265-293. 245 Estos monasterios eran llamados dobles y eran de origen merovingio. 246 Esta forma de entender el monacato cambió con la llegada de Columbano (592) a Francia, a Luxeuil, y la posterior influencia del monacato irlandés (itinerante) que se mezcló con el benedictino (conventual). 247 Entre éstas se cita Saint Galles que con el tiempo se convirtió en un floreciente monasterio. 248 Como el caso de las pruebas del poder de Dios, que fueron el germen de las futuras ordalías y juicios de Dios. 249 Estos años marcan el fin de la era de Teodosio y el comienzo de la de Justiniano. 250 Este texto data del 506. 251 Cf. Bilhmeyer-Tuechle, 1, pp. 368-371. 252 Las fiestas principales eran: Navidad, Pascua y Pentecostés. 253 Un caso especial es Hispania: el sínodo de Mérida (666) ordenaba que los sacerdotes sólo debían comulgar en la última misa que celebraran en el día. 254 Esta fórmula es una condena de Nestorio, Eutiques y Acacio, y una aceptación de Calcedonia y del Tomus Leonis. Cf. DS, 363-365. Este documento data del 515. 255 Segundo sínodo de Orange del 529. Cf. DS, 370-397. 256 Él se llamaba Mercurio. 257 Cf. Sanchís, R. Op. cit., pp. 103-109. 258 Aquí nació “la cuestión de Honorio”, uno de los temas más polémicos que se han presentado en torno al pontificado. 259 Esto se logró con el VI concilio ecuménico, III de Constantinopla, siendo emperador Constantino Pogonato (668-685), el Papa era Agatón (678-681), y el patriarca de Constantinopla era Jorge, quien aceptó la doctrina del Papa: dos voluntades y dos operaciones en Cristo. El emperador publicó un edicto y como el Papa murió fue el sucesor León II, quien se encargó de aprobarlo. 260 Cf. Cánones: 16 de Orleáns (533), 11 de Narbona (589), 1 del II de Toledo (527), etc. 261 Al respecto: Cánones: 21 de Orange (441), 14 y 20 de Tours (567), 6 de Gerona (517), 5 del III de Toledo (589), y 27 del V de Toledo (633). 262 El sínodo de Tours (567) habla de ellos en el canon 20. 263 El primer monasterio que recibió la exención fue el de Bobbio, al norte de Italia, hacia el 629, siendo papa Honorio I. 264 RM y RB tienen algunas fuentes comunes como la citación de la Escritura y la literatura apócrifa; la RM es una exhortación que apareció hacia el 520 y fue conocida por san Benito quien al escribir su Regla la tuvo como fuente junto a algunas reglas orientales y la de san Agustín. 265 La Historia de las persecuciones de Víctor, narra los sufrimientos eclesiales bajo la dominación de los vándalos. 266 Fue publicado por Gregorio II (715-731). 267 El ordo n. 1 describía la misa papal. 167 268 La insistencia en el descanso dominical era una contraposición al descanso de los paganos que era los jueves y de los judíos que era el sábado. Al poco tiempo aparecieron los musulmanes que descansan el viernes. 269 Para Gregorio Magno “ni la penitencia debe ser demasiado severa ni la misericordia demasiado blanda”; Sobre Ezequiel, 40,18. 270 Entre las medidas se pueden citar: la recitación del Santo y el Gloria en la misa, la introducción del Credo, etc. 271 Cf. Pierini, Franco. La Edad Media, Curso de historia de la Iglesia, II. San Pablo, Madrid, 1997, pp. 6981. Se citará Pierini, 2. 272 En esta obra aparece por primera vez el término “moderno” (IV, 51): antiquorum diligentissimus imitator, modernorum nobilissimus institutor (imitador diligentísimo de los antiguos, nobilísimo creador de los modernos); por eso el término modernus es una de las últimas herencias del bajo latín, un signo del renacimiento carolingio. Cf. Pierini, Mil años..., p. 251. 168 Anexo Papas de la antigüedad cristiana (siglos I-VII) Siglo I: Pedro, Lino, Anacleto, Clemente y Evaristo (1-5). Siglo II: Evaristo, Alejandro I, Sixto I, Telésforo, Higinio, Pío I, Aniceto, Sotero, Eleuterio, Víctor y Ceferino (5-15). Siglo III: Ceferino, Calixto I, Urbano I, Ponciano, Antero, Fabián, Cornelio, Lucio I, Esteban I, Sixto II, Dionisio, Félix I, Eutiquiano, Cayo y Marcelino (15-29). Siglo IV: Marcelino, Marcelo, Eusebio, Milcíades, Silvestre I, Marcos, Julio I, Liberio, Dámaso I, Siricio y Anastasio I (29-39). Siglo V: Anastasio I, Inocencio I, Zósimo, Bonifacio I, Celestino I, Sixto III, León I, Hilario, Simplicio, Félix III273, Gelasio I, Anastasio II y Símaco (39-51). Siglo VI: Símaco, Hormisdas, Juan I, Félix IV, Bonifacio II, Juan II, Agapito, Silverio, Vigilio, Pelagio I, Juan III, Benedicto I, Pelagio II y Gregorio I (51-64). Siglo VII: Gregorio I, Sabiniano, Bonifacio III, Bonifacio IV, Adeodato I, Bonifacio V, Honorio I, Severino, Juan IV, Teodoro I, Martín I, Eugenio I, Vitaliano, Adeodato II, Dono, Agatón, León II, Benedicto II, Juan V, Canon y Sergio I (64-84). Antipapas274: Hipólito (siglo III, tiempo de Calixto, Ceferino y Ponciano), Novaciano (siglo III, tiempo de Cornelio), Félix II (355-358), Ursino (366367), Eulalio (418-419), Lorenzo (498; 501-505), Dióscoro (530), Teodoro (687-688) y Pascual (687-688). San Pedro Nació en Betsaida en Galilea. Recibió de Jesucristo la suprema pontificia potestad de transmitir a sus sucesores. Instituyó el primer orden eclesiástico y la oración del Padrenuestro. Arrestado quiso ser crucificado con la cabeza hacia abajo. Murió el 29 de junio del año 67. San Lino De Volterra. Elegido en el año 67, murió el 23 de septiembre del año 76. Enterrado cerca de san Pedro. Creó los primeros quince obispos. Ordenó que las mujeres entraran en el templo con la cabeza cubierta. Durante su pontificado fueron martirizados los evangelistas Marcos y Lucas. San Anacleto 169 Romano. Elegido en el año 76, murió en el año 88. Mártir. Fijó las normas para la consagración de los obispos. En el Vaticano, cerca de la tumba de Pedro, hizo construir un oratorio destinado a la sepultura de los mártires. Prescribió la forma de los hábitos eclesiásticos. San Clemente Romano. Elegido en el año 88, murió en el año 97. Exiliado por el emperador Trajano del Ponto, fue arrojado en el mar con un áncora al cuello. Restableció el uso de la confirmación según el rito de san Pedro. Empieza a usarse en las ceremonias religiosas la palabra Amén. San Evaristo Griego. Elegido en el año 97, murió en el año 105. Dado que los cristianos aumentaban dividió la ciudad en parroquias. Instituyó las primeras siete diaconías que confió a los sacerdotes más ancianos, originando el actual Colegio Cardenalicio. San Alejandro I Romano. Elegido en el año 105, murió en el año 115, fue discípulo de Plutarco. Se le atribuye la institución del agua bendita en las Iglesias y las casas y la disposición de que la hostia fuese hecha exclusivamente con pan ácimo. San Sixto Romano. Elegido en el año 115, murió en el año 125. Enterrado en la Acrópolis de Alatri (Frosinone). Prescribió que el retazo del cáliz fuese de lino y ordenó que el cáliz y paramentos sagrados fuesen tocados solamente por los sacerdotes. Estableció que se cantase el Trisagio antes de la misa. San Telésforo Griego. Mártir Elegido en el año 125, murió en el año 136. Compuso el himno Gloria in excelsis Deo e instituyó el ayuno durante las siete semanas antes de la Pascua. Prescribió que en la noche de Navidad cada sacerdote pudiera celebrar tres misas. Introdujo en la misa nuevas oraciones. San Higinio Ateniense. Mártir. Elegido en el año 136, murió en el año 140. Determinó varias atribuciones del clero y definió los grados de la jerarquía eclesiástica. Instituyó el padrino y la madrina en el bautismo de los recién nacidos para guiarlos en la vida cristiana y decretó que las Iglesias fueran consagradas. San Pío I Nació en Aquileya. Mártir. Elegido en el año 140, murió en el año 155. Se le atribuye 170 la fecha de la celebración de la Pascua el domingo después del plenilunio de marzo. Importantes sus normas para la conversión de los judíos. Combatió al hereje Marción. San Aniceto Nació en Siria. Mártir. Elegido en el año 155, murió en el año 166. Promulgó un decreto que impedía al clero dejarse crecer el pelo. Confirmó definitivamente la celebración de la Pascua en domingo, según la tradición de san Pedro. San Sotero Nació en Fondi. Elegido en el año 166, murió en el año 175, se le conoce como el Papa de la caridad. Prohibió que las mujeres quemaran el incienso en las reuniones de los fieles. Confirmó que el matrimonio es un sacramento y sin ningún valor si no ha sido bendecido por un sacerdote. San Eleuterio Nació en Nicopolis en Epiro. Mártir. Elegido en el año 175, murió en el año 189. Mandó a Fugacio y Damián a convertir a los bretones. Suprimió algunas costumbres hebreas sobre la pureza e impureza de las comidas a las cuales los cristianos le daban gran importancia. San Víctor I Nació en África. Elegido en el año 189, murió en el año 199. Estableció que para el bautismo en caso de urgencia se pudiese usar cualquier agua. Fue memorable su lucha contra los obispos de Asia y África, para que la Pascua se celebrara según el rito romano y no según el rito hebreo. San Ceferino Nació en Roma. Mártir. Elegido en el año 199, murió en el año 217. Estableció que los jóvenes después de los 14 años hiciesen la comunión en la Pascua. Su pontificado se caracterizó por duras luchas teológicas. Excomulgó a Tertuliano. Introdujo el uso de la patena y del cáliz de cristal. San Calixto I Nació en Roma. Mártir. Elegido en el año 217, murió en el año 222. Mandó construir las famosas catacumbas de la Vía Appia donde fueron enterrados 46 Papas y unos 200.000 mártires. Bastonado a muerte fue arrojado en un pozo donde hoy se alza la Iglesia de Santa María en Trastevere. San Urbano I Nació en Roma. Mártir. Elegido en el año 222, murió en el año 230. Convirtió al cristianismo a santa Cecilia en el 230, en el lugar del martirio hizo construir en Trastevere 171 el templo donde reposan los restos de la santa patrona de los músicos. Admitió que la Iglesia adquiriese bienes. San Ponciano Nació en Roma. Elegido el 21 de agosto del año 230, murió el 28 de septiembre del 235. Ordenó el canto de los salmos y la recitación del Confiteor Deo, antes de morir y el uso del saludo Dominus vobiscum. Deportado y condenado a las minas en Cerdeña. Murió de sufrimientos en la isla Tavolara. San Antero De la Magna Grecia. Elegido el 21 de diciembre del año 235. Sufrió el martirio por orden del emperador Máximo, un bárbaro de Tracia. Ordenó que las reliquias de los mártires fuesen recogidas y conservadas en la Iglesia en un lugar llamado Scrinium. San Fabián Nació en Roma. Mártir. Elegido el 10 de enero del año 236, murió el 20 de enero del 250. Una paloma símbolo del Espíritu Santo se posó sobre su cabeza en el momento de su elección. Bajo su reinado, se verificó el éxodo de Roma a causa de las persecuciones por parte de Decio, que dio inicio con los “anacoretas” la vida eremita. San Cornelio Nació en Roma. Mártir. Elegido en marzo del año 251, murió en junio del 253. Bajo su pontificado se efectuó el primer cisma con la elección del antipapa Novaciano que en un concilio celebrado en Roma fue excomulgado. Murió en exilio a Civitavecchia por no haber sacrificado a los dioses paganos. San Lucio I Nació en Roma. Mártir. Elegido el 25 de junio del año 253, murió el 5 de marzo del 254. De rigurosas costumbres prohibió la cohabitación entre hombres y mujeres que no fuesen consanguíneos, impuso a los eclesiásticos la no convivencia con las diaconizas que daban hospitalidad por sentimientos caritativos. San Esteban I Nació en Roma. Mártir. Elegido el 12 de mayo del año 254, murió el 2 de julio del 257. Bajo su pontificado se agudizaron las luchas cismáticas secuaces del antipapa Novaciano. Fue decapitado durante una ceremonia religiosa en la misma silla pontificia en las catacumbas de san Calixto. San Sixto II Griego. Mártir. Elegido el 30 de agosto del año 257, murió el 6 de agosto del 258. De carácter bondadoso solucionó las discordias que habían atormentado la Iglesia durante los 172 pontificados de Cornelio, Lucio y Esteban. Efectúo la traslación de los restos de san Pedro y san Pablo. Durante el martirio de Cipriano empezó a pronunciarse la exclamación Deo gratias. San Dionisio Nació en Turio. Elegido el 22 de julio del año 259, murió el 26 de diciembre del 268. En su tiempo los bárbaros se acercaban a las puertas del Imperio Romano. Elegido después de un año del predecesor a causa de las persecuciones, reorganizó las parroquias romanas y obtuvo de Galieno libertad para los cristianos. San Félix Nació en Roma. Elegido el 5 de enero del año 269, murió el 30 de diciembre del 274. Afirmó la divinidad y humanidad de Jesucristo y las dos naturalezas distintas en una sola persona. Padeció la persecución de Aureliano. Comenzó a enterrar a los mártires bajo el altar y a celebrar la misa sobre sus sepulcros. San Eutiquiano Nació en Luni. Mártir. Elegido el 4 de enero del año 275, murió el 7 de diciembre del 283. Ordenó que los mártires fuesen cubiertos por la “dalmática” parecida al manto de los emperadores romanos. Hoy constituye las vestiduras de los diáconos en las ceremonias solemnes. Instituyó la bendición de la recolección de los campos. San Cayo Nació en Salona (Dalmacia). Mártir. Elegido el 17 de diciembre del año 283, murió el 22 de abril del 296. Sufrió el martirio, pero no por parte de su tío Diocleciano. Estableció que ninguno podía ser ordenado obispo sin antes pasar por los grados de ostiario, lector, acólito, exorcista, subdiácono, diácono y sacerdote. San Marcelino Nació en Roma. Mártir. Elegido el 30 de junio del año 296, murió el 25 de octubre del 304. La persecución de Diocleciano alcanzó el máximo grado de violencia, quemando templos y textos sagrados. Entre las víctimas: Lucía, Inés, Bibiana, Sebastián, Luciano, etc. San Marcelo I Nació en Roma. Mártir. Elegido el 27 de mayo del año 308, murió el 16 de enero del 309. Su pontificado, después de cuatro años de sede vacante, se ocupó de la difícil tarea de obtener el perdón para aquellos que durante las persecuciones habían abjurado. Estableció que ningún concilio se podía celebrar sin la autorización pontificia. San Eusebio 173 Nació en Casano Jónico (de origen griego). Mártir. Elegido el 18 de abril del año 309, murió en el año 311. Durante su pontificado continuaron las polémicas sobre los apóstatas que llevaron la Iglesia al borde del cisma. Consiguió mantener posiciones firmes pero actuó con gran caridad. Sufrió el martirio en Sicilia. San Milcíades Nació en África. Elegido el 2 de julio del año 311, murió el 2 de enero del 314. Junto con el emperador Constantino vio el triunfo del cristianismo que después de la visión “con este signo vencerás” se convirtió en “religión oficial del Estado” con Teodosio. Empezó a usarse el pan bendito. Construyó la basílica de San Juan. San Silvestre I Nació en Roma. Elegido el 31 de enero del año 314, murió el 31 de diciembre del 335. Fue el primero en ceñir la tiara. Celebró el primer concilio ecuménico de Nicea que formuló el “Credo”. Para recordar la resurrección instituyó el domingo. Creó la “Corona Ferrea” con un clavo de la Cruz. San Juan de Letrán se convirtió en catedral de Roma. San Marcos Nació en Roma. Mártir. Elegido el 18 de enero del año 336, murió el 7 de octubre del 336. Estableció que el Papa debería ser consagrado por los obispos de Ostia. Instituyó el “palio” actualmente en uso y tejido con lana blanca de cordero bendecido y cruces negras. Se hizo el primer calendario con las fiestas religiosas. San Julio I Nació en Roma. Elegido el 6 de febrero del año 337, murió el 24 de septiembre del 352. Fijó para la Iglesia de Oriente la solemnidad de Navidad el 25 de diciembre en vez del 6 de enero, junto con la epifanía. Se le considera el fundador del archivo de la Santa Sede, porque ordenó la conservación de los documentos. Liberio Nació en Roma. Mártir. Elegido el 17 de mayo del año 353, murió el 24 de septiembre del 366. En su tiempo continúan las polémicas con los arrianos que llevaron a la elección del antipapa Félix II. Echó los primero cimientos de la basílica Santa María La Mayor sobre el perímetro que el mismo trazó después de una nevada el 15 de agosto. San Dámaso I Nació en España. Mártir. Elegido el 1 de octubre del año 366, murió el 11 de diciembre de 284. Fue un Papa erudito. Autorizó el canto de los salmos a dos coros (rito Ambrosiano), instituido por san Ambrosio. Introdujo el uso de la voz hebrea Aleluya. Hizo traducir del hebreo las Sagradas Escrituras. Proclamó el segundo concilio 174 ecuménico. San Siricio Nació en Roma. Elegido el 15 de diciembre del año 384, murió el 26 de noviembre del 399. El primero, después de san Pedro, que adoptó el título de Papa del griego “Padre”. Otros dicen que deriva del anagrama de la frase Petri Apostoli Potestatem Accipiens. Apoyó la necesidad del celibato para sacerdotes y diáconos. San Anastasio I Nació en Roma. Elegido el 27 de noviembre del año 399, murió el 19 del diciembre de 401. Concilió los cismas entre Roma y Antioquía. Combatió tenazmente los secuaces de costumbres inmorales convencidos de que también en la materia se escondiese la divinidad. Prescribió que los sacerdotes permaneciesen de pie durante el Evangelio. San Inocencio I Nació en Albano. Elegido el 22 de diciembre del año 401, murió el 12 del marzo de 417. Durante su pontificado vio el saqueo de Roma por los godos de Alarico. Estableció la observancia de los ritos romanos en Occidente, el catálogo de los libros canónigos y reglas monásticas. Obtuvo de Honorio la prohibición de las luchas en el circo entre gladiadores. San Zósimo De origen Griego (Masuraca). Elegido el 18 de marzo del año 417, murió el 26 de diciembre del 418. De temperamento fuerte, reivindicó el poder de la Iglesia contra las ingerencias ajenas. Su era muy radical y prescribió que los hijos ilegítimos no podían ser ordenados sacerdotes. Envió vicarios en Galilea. San Bonifacio I Nació en Roma. Elegido el 28 de diciembre del año 418, murió el 4 de septiembre del 422. La intervención de Carlos de Ravena señaló el principio de la ingerencia del poder civil en la elección del Papa. Fue consagrado Papa siete meses después de ser elegido, por haberle sido contrapuesto el antipapa Eulalio. San Celestino I Nació en Roma. Elegido el 10 de septiembre del año 422, murió el 27 de julio del 432. Proclamó el tercer concilio ecuménico en el que fueron condenados los secuaces de Nestorio patriarca de Constantinopla. Mando a san Patricio en Irlanda. Por primera vez se cita el bastone pastorale o báculo. San Sixto III Nació en Roma. Elegido el 31 de julio del año 432, murió el 19 de agosto del 440. 175 Amplió y enriqueció la basílica de Santa María La Mayor y San Lorenzo. Fue autor de varias epístolas y mantuvo las jurisdicciones de Roma sobre Iliria contra el emperador de Oriente que quería hacerla depender de Constantinopla. San León I Italiano de Toscana. Elegido el 29 de noviembre del año 440, murió el 10 de septiembre del 461. Fue llamado “El Grande” por la energía usada para mantener la unidad de la Iglesia. Proclamó el concilio ecuménico de Calcedonia. Definió el misterio de la encarnación. Solo e indefenso detuvo el “flagelo de Dios” (Atila) que se encaminaba a Roma. San Hilario Nació en Caller. Elegido el 19 de noviembre del año 461, murió el 29 de febrero del 468. Continuó la acción política de su predecesor. Estableció que para ser sacerdotes era necesario una profunda cultura y que los pontífices y los obispos no podían designar sus sucesores. Estableció un vicariato en España. San Simplicio Nació en Tívoli. Elegido el 3 de marzo del año 468, murió el 10 de marzo del 483. Bajo su pontificado ocurrió la caída del imperio de occidente y el cisma que ocasionó la fundación de las Iglesias de Armenia, Siria, Egipto (coptos). Regularizó la distribución de las limosnas a los peregrinos y las nuevas Iglesias. San Félix III Nació en Roma. Elegido el 13 de marzo del año 483, murió el 1 de marzo del 492. Trató de establecer la paz en Oriente. Tuvo varios hijos, uno de los cuales fue el papá san Gregorio Magno. Fue considerado erróneamente Félix II, un santo mártir. San Gelasio I Nació en Roma de origen africano. Elegido el 1 de marzo del año 492, murió el 21 de noviembre del 496. Instituyó el código para uniformar funciones y ritos de las varias Iglesias. Por su caridad fue llamado “padre de los pobres”. Defendió la supremacía de la Iglesia ante la del rey. Introdujo en la misa el Kyrie eleison. Anastasio II Nació en Roma. Elegido el 24 de noviembre del año 496, murió el 19 de noviembre del 498. Intervino en la conversión de Clodoveo, rey de los francos y su pueblo. Fue débil con los cismáticos y acusado de herejía. Dante Alighieri lo puso en el infierno. San Símaco Nació en Cerdeña. Elegido el 22 de noviembre del año 498, murió el 19 de julio del 176 514. Consolidó los bienes eclesiásticos, llamándolos beneficios estables a usufructo de los clérigos. Rescató los esclavos dándoles la libertad. Se le atribuye la primer construcción del palacio vaticano. San Hormisdas Nació en Frosinone. Elegido el 20 de julio del año 514, murió el 6 de agosto del 523. Durante su pontificado san Benedicto fundó la orden de los Benedictinos y la abadía de Montecasino destruida en el 1944 por un bombardeo. Estableció que los obispados fuesen otorgados no por privilegios. San Juan I Nació en Populonia. Mártir. Elegido el 13 de agosto del año 523, murió el 18 de mayo del 526. Coronó al emperador Justiniano. Murió en la cárcel en Ravena encarcelado por el bárbaro rey Teodorico invasor de Italia. Fue el primer Papa que visitó a Constantinopla. San Félix IV Nació en Benevento. Elegido el 12 de julio del año 526, murió el 22 de septiembre del 530. Arbitrariamente nombrado Papa por Teodorico demostró lealtad a la Iglesia a tal punto que el rey ostrogodo lo repudió y desterró. A su muerte los cristianos tuvieron libertad de culto. Bonifacio II Nació en Roma. Elegido el 22 de septiembre del año 530, murió el 17 de octubre del 532. De origen gótico fue considerado “bárbaro y extranjero” por lo cual sus adversarios eligieron al antipapa Dióscoro. Hizo construir el monasterio de Montecasino sobre el templo de Apolo. Juan II Nació en Roma. Elegido el 2 de enero del año 533, murió el 8 de mayo del 535. Se llamaba Mercurio y fue el primer Papa que cambió su nombre siendo el suyo el de una divinidad pagana. Con un edicto de Atalarico, el Pontífice fue reconocido jefe de los obispos de todo el mundo. San Agapito I Nació en Roma. Elegido el 13 de mayo del año 535, murió el 22 de abril del 536. Fue en misión a Constantinopla por deseos del rey de los godos para aplacar las intenciones del emperador Justiniano sobre Italia. Murió envenenado por oscuras intrigas de la esposa del emperador. Teodora de religión eutiquiana. San Silverio 177 Nació en Frosinone. Mártir. Elegido el 1 de junio del año 536, murió el 11 de noviembre del 537. Los ejércitos bizantinos de Justiniano, a las órdenes de Belisario, entraron en Roma. El Papa fue exiliado en la isla Ponza, donde fue asesinado. Se vio obligado a renunciar al pontificado. Vigilio Nació en Roma. Elegido el 29 de marzo del año 537, murió el 7 de junio del 555. Obligado por Teodora no anuló las condenas a la teoría eutiquiana. Detenido mientras celebraba misa, pudo huir. Proclamó el cuarto concilio ecuménico. Justiniano impuso la “Pragmática sanción” que limitaba la autoridad papal sobre la fe. Pelagio I Nació en Roma. Elegido el 16 de abril del año 556, murió el 4 de marzo del 561. Su elevación al pontificado sufrió de la influencia de Justiniano siendo ya Italia una provincia del imperio bizantino. Permaneció fiel a los principios de ortodoxia católica. Mandó construir el templo de los Santos Apóstoles en Roma. Juan III Nació en Roma. Elegido el 17 de julio del año 561, murió el 13 de julio del 574. Salvó a Italia de la barbarie ya que durante la desastrosa invasión lombarda, deseada por Narsete, llamó junto a él a todos los italianos a fin de que se defendiesen contra la crueldad de los invasores. Benedicto I Nació en Roma. Elegido el 2 de junio del año 575, un año después de sede vacante, murió el 30 de julio del 579. Trató inútilmente de restablecer el orden en Italia y Francia turbadas por las invasiones bárbaras y ensangrentadas por discordias internas. Confirmó el quinto concilio en Constantinopla. Pelagio II Nació en Roma, de origen gótico. Elegido el 26 de noviembre del año 579, murió el 7 de febrero del 590. Mientras Roma estaba asediada por los lombardos pidió ayuda a Constantinopla. Dispuso que cada día los sacerdotes rezasen el oficio divino. Fue víctima de una epidemia cuyas víctimas morían bostezando y estornudando. San Gregorio I Nació en Roma. Elegido el 31 de septiembre del año 590, murió el 12 de marzo del año 604. Confirmó la autoridad civil del Papa e inició el “poder temporal”. Cuando terminó la peste de Roma se le apareció un ángel sobre la roca que después se llamó Castillo del Santo Ángel. Se definía servus servorum Dei. Sabiniano 178 Nació en Blera. Elegido el 13 de noviembre del año 604, murió el 22 de febrero del 606. La Santa Sede permaneció vacante por seis meses. Regularizó el sonido de las campanas para indicar al pueblo las horas canónicas, el recogimiento y la oración. Decretó que en los templos se tuviesen las lámparas siempre encendidas. Bonifacio III Nació en Roma. Elegido el 19 de febrero del año 607, murió el 12 de noviembre del 607. Prohibió de ocuparse de la elección del nuevo Papa antes de que hubiesen pasado tres días (hoy 9) de la muerte del predecesor. Estableció que el único obispo universal fuese el de Roma, por lo tanto el Papa. Bonifacio IV Nació en Abruzo. Elegido el 25 de agosto del año 608, murió el 8 de mayo del año 615. Consagró para el culto cristiano el templo no cristiano de Agripa, el Panteón, dedicándolo a la Virgen y los Santos, instituyendo la fiesta de Todos los Santos el 1 de noviembre. Ordenó para el clero menor mejoras morales y materiales. San Adeodato I Nació en Roma. Elegido el 10 de octubre del año 615, murió el 8 de noviembre del 618. Con abnegación curó leprosos y apestados. Fue el primero en imponer el timbre a la bula y decretos pontificios. El suyo es el más antiguo timbre pontifical que se conserva en el Vaticano. Bonifacio V Nació en Nápoles. Elegido el 23 de diciembre del año 619, murió el 12 de octubre del 625. Su pontificado inicia once meses después y se caracteriza por continuas luchas por la corona de Italia. Instituyó la “inmunidad de asilo” para aquellos que perseguidos, buscasen refugio en la Iglesia. Durante su pontificado, Mahoma empezó sus sermones. Honorio I Nació en Capua. Elegido el 27 de octubre del año 625, murió el 12 de octubre del 638. Envió misioneros a casi todo el mundo. Instituyó la fiesta de la “Exaltación de la santa cruz” el 14 de septiembre. Sanó las cuestiones de la Iglesia en Oriente y el cisma de Aquileya debido a la polémica de los “tres capítulos”. Severino Nació en Roma. Elegido el 28 de mayo del año 640, murió el 2 de agosto del 640. Tuvo grandes dificultades con el emperador bizantino Heraclio, por haber condenado el monotelismo; para castigarlo, el rey ordenó de saquear la basílica San Juan y el Palacio Laterano. Murió de inmenso dolor. Juan IV Nació en Dalmacia. Elegido el 24 de diciembre del año 640, murió el 12 de octubre del 643. Intentó conducir por el camino de la verdad a los disidentes de Egipto. Hizo trasladar al Laterano los mártires Venancio, Anastasio y Mauro. Quiso consagrar 28 sacerdotes y 18 obispos para estar seguro de la profundidad de su fe. 179 Teodoro I Nació en Jerusalén. Elegido el 24 de noviembre del año 642, murió el 14 de mayo del 649. Agregó el nombre de “Pontífice” el título de “Soberano” y reorganizó la jurisdicción interna del clero. Tuvo contrariedades con Oriente y el emperador Constancio. Se sospecha muriese envenenado. San Martín I Nació en Todi. Elegido el 5 de julio del año 649, murió el 16 de septiembre del 655. Condenó a los obispos de Oriente protegidos por el emperador bizantino. Encarcelado y exiliado murió de sufrimientos en la isla Cherso. Se celebra por primera vez la fiesta de la “Virgen Inmaculada”, el 25 de marzo. San Eugenio I Nació en Roma. Elegido el 10 de agosto del año 654, murió el 2 de junio del 657. Fue elegido una año antes de la muerte de Martín I, quien se encontraba exiliado. Se opuso a las intrigas del emperador comunicando a los países de Europa el triste fin de su predecesor. Ordenó a los sacerdotes la observancia de la castidad. Vitaliano Nació en Segni. Elegido el 30 de julio del año 657, murió el 27 de enero del 672. Envió Nuncios en Galilea, España e Inglaterra. Fue el primer Papa en normalizar el sonido litúrgico del órgano usándolo en las ceremonias religiosas. En el 671 los lombardos se convirtieron al cristianismo. Adeodato II Nació en Roma. Elegido el 11 de abril del año 672, murió el 17 de junio del año 676. Con ayuda de los misioneros desarrolló una importante obra de conversión de los moronitas, pueblo fuerte de origen armenosirio. Fue el primero en usar en las lecturas la fórmula “Salud y bendición apostólica”. Dono Nació en Roma. Elegido el 2 de noviembre del año 676, murió el 2 de abril del año 678. Logró, durante su pontificado, que cesase el cisma de Ravena. Animó a los obispos a cultivar las incipientes escuelas de Treviris en Galilea y Cambridge en Inglaterra. San Agatón Nació en Palermo. Elegido el 27 de junio del año 678, murió el 10 de enero del 681. Tuvo relaciones con los obispos ingleses y puso a Irlanda como centro de la cultura. Organizó el sexto concilio ecuménico. Mereció el título de “Taumaturgo” por los milagros que obró. 180 San León II Nació en Sicilia. Elegido el 17 de agosto del año 682, murió el 3 de julio del 683. Celebró con gran solemnidad las ceremonias sagradas para que los fieles fuesen cada vez más conscientes de la majestad de Dios e instituyó la aspersión del agua bendita sobre el pueblo en las ceremonias religiosas. San Benedicto II Nació en Roma. Elegido el 26 de junio del año 684, murió el 8 de mayo del 685. Restableció la inmunidad de asilo que las sectas en lucha no respetaban matando a sus adversarios. Logró desligar a la Iglesia del poder del emperador que había sido introducido por Justiniano. Juan V Nació en Antioquía (Siria). Elegido el 23 de julio del año 685, murió el 2 de agosto del año 686. Elegido por interferencia de la corte de Bizancio. Puso orden en las diócesis de Cerdeña y Córcega concediendo sólo a la Santa Sede el derecho de nombrar los obispos de la isla. Canon Nació en Tracia. Elegido el 21 de octubre del año 686, murió el 21 de septiembre del año 687. Pontificado agitado a causa de la anarquía que reinaba en la Iglesia. Fue con frecuencia víctima de atentados por parte de los secuaces del emperador bizantino. Murió, se cree, envenenado. San Sergio I Nació en Antioquía. Elegido el 15 de diciembre del año 687, murió el 8 de septiembre del año 701. Nombrado después de dos antipapas (Teodoro y Pascual), intentó terminar con el cisma surgido en Roma e hizo cesar el de Aquileya. Introdujo en la liturgia el canto del Agnus Dei. ____________________ 273 Félix II no existe en la lista oficial de Papas porque este pontífice es tenido como antipapa que actuó entre el 355 y el 358 en el pontificado de Liberio (352-366). 274 El término antipapa designa al antagonista del Papa. Como en la elección de estos personajes algunas normas fueron violadas, no hacen parte de la lista oficial de los sucesores de Pedro. Para ser elegido Papa es importante: vacancia de la sede, libertad de los legítimos electores en el ejercicio de la elección, y observancia, en la elección, de las normas canónicas. 181 182 Bibliografía Aguirre, Rafael. Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana. Ensayo de exégesis sociológica del cristianismo primitivo. Verbo Divino, Estella, 1998. Alberigo, G. Conciliorum Oecumenicorum Decreta. EDB, Bologna, 1991. Alberigo, Giuseppe (dir.). Storia dei concili ecumenici. Queriniana, Brescia, 1993. Álvarez, José. Arqueología cristiana. BAC, Madrid, 1998. Álvarez, José. Historia de la Iglesia, I: Edad Antigua. BAC, Madrid, 2001. Álvarez, José. Manual de historia de la Iglesia. Claretianas, Madrid, 1987. Ancilli, Ermanno (dir.). Diccionario de Espiritualidad I-III. Barcelona, 1983-1984. Angelo di Berardino (dir.). Diccionario patrístico y de la amtigüedad cristiana I-II. Sígueme Salamanca, 1991-1992. Antoniazzi, A. y Cristiano, H. Cristianismo 2000 años de caminada. 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La Iglesia y la política francocarolingia 3. La Iglesia y la transición imperial Capítulo II: Apogeo cristiano medieval 1. Marco histórico 2. La reforma gregoriana 3. Manifestaciones del apogeo cristiano medieval Capítulo III: La Iglesia en la baja Edad Media 1. Elementos contextuales 2. El pontificado en Aviñón 3. Las dos luchas eclesiales Bibliografía 2 Autor José Uriel Patiño Franco, sacerdote agustino recoleto que, después de sus estudios básicos, hizo los estudios correspondientes a los ciclos de filosofía y teología en Manizales y Bogotá. Luego de su ordenación sacerdotal ingresó a la Universidad Santo Tomás de Bogotá, donde obtuvo la Licenciatura en Ciencias de la Educación con énfasis en Filosofía e Historia; posteriormente obtuvo el Magíster en Historia Eclesiástica después de cursar los estudios correspondientes en la Pontificia Universidad Gregoriana. Más tarde hizo un diplomado en Docencia para Educación Superior en la Pontificia Universidad Javeriana. Ha participado en varios encuentros y simposios nacionales e internacionales, siendo ponente en algunos de ellos. Ha escrito varios artículos sobre temas de historia y teología, publicados en diferentes revistas de Colombia, América y Europa. 3 Historia de la Iglesia La Iglesia en camino hacia la universalización: avatares de unas relaciones tormentosas − Siglos VIII - XV Tomo II A manera de pórtico En la experiencia de cada día se capta la existencia de diferentes puntos de vista sobre algún asunto concreto. Algo parecido sucede con esta colección de historia de la Iglesia, en la cual se ha hecho una opción pedagógica, según la cual se organiza en tres grandes momentos: desde pentecostés hasta el nacimiento cristiano de Europa, desde allí hasta la ruptura del cristianismo occidental y desde entonces hasta el presente. Esta propuesta, por varias razones que se descubren con la lectura del texto, rompe los tradicionales esquemas que organizan la historia de la Iglesia en cuatro o cinco épocas. Debido a ello, e intentando una síntesis, se puede decir que las unidades desarrolladas en este volumen constituyen un acercamiento a la historia de la Iglesia entre los siglos VIII y XV. Antes de entrar en materia, conviene recordar que el volumen I abordó la historia de la Iglesia desde pentecostés hasta finales del siglo VII sobre la base de tres ejes principales: la experiencia cristiana al interior del Imperio Romano en un ambiente persecutorio y martirial, la formulación de la fe en el marco de las discusiones teológicas y los primeros concilios ecuménicos, y dos experiencias de una misma fe que dieron origen a las Iglesias latina y bizantina. También es conveniente conocer algunos datos de la historia universal entre los siglos V y XV, ya que la mayoría de los historiadores, a pesar de los aspectos críticos que se proyectan, hablan de la Edad Media como un período de mil años, organizado en tres momentos claves: primera Edad Media, alta Edad Media y baja Edad Media; durante esos momentos el hombre y los grupos sociales asumieron una cierta escala de valores y unas determinadas actitudes que con el paso de los siglos cambiaron1, máxime cuando en Europa se presentaron grandes olas migratorias de germánicos y eslavos de oriente a occidente, musulmanes por el sur y vikingos por el norte. Frente a estos acontecimientos, la Iglesia asumió diferentes actitudes que de alguna manera la transformaron para acudir a esta cita y cruzar el umbral del segundo milenio, luego del traumático encuentro con las religiones de tipo indoeuropeo, celta y germánico, 4 aunque en ésta última algunos de sus grupos ya habían asumido el cristianismo arriano gracias a la predicación del obispo Ulfilas en regiones del oriente europeo. ____________________ 1 Cf. Pierini, Franco. La Edad Media. Curso de historia de la Iglesia, II. San Pablo, Madrid, 1997, pp. 9-28; Fossier, Robert. La sociedad medieval. Crítica, Barcelona, 1996; este autor ofrece una visión tripartida del medioevo: contracción, distensión y aceleración. 5 Capítulo I La Iglesia en la primera Edad Media En el marco de las diferentes clasificaciones históricas, este capítulo se ubica en la primera Edad Media o contracción histórica que se encuadra entre los siglos V y X, entre el 450 y el 950 aproximadamente. En la narración que se ofrece, sólo aparecen los acontecimientos a partir del siglo VIII, ya que los hechos anteriores a ese siglo se abordaron en la última parte de la historia de la Iglesia en la antigüedad, a la cual se le dio el título de Dos experiencias de una misma fe; a ello se le añade que en la narración histórica que se trae, se hace una aproximación a la comprensión de la Iglesia en su proceso de afianzamiento en Europa. 1. Ubicación histórica (siglos VIII a X) Los últimos años del siglo VII y los primeros del VIII fueron duros para la cristiandad por la irrupción del islam que arrastró consigo varias provincias de África y España. En África, los musulmanes crearon un califato en Bizacena, que se afianzó después de la caída de Cartago (669); los cristianos se fundieron con la mayoría musulmana y África se perdió para el cristianismo. En España desapareció el reino visigodo que durante el siglo VII fue el centro de la cultura romana y germánica; todo comenzó cuando el último rey godo, don Rodrigo, perdió la corona y la vida en la batalla de Guadalete (Jerez de la Frontera) el 19 de julio de 711 en manos de Tarik y de no haber sido por la resistencia de don Pelayo, su portaespada, quien consiguió el triunfo de Covadonga en el 722, no se hubiese asegurado un pequeño reino cristiano en Asturias; en España musulmana, la Iglesia siguió adelante, pero fue perdiendo contacto con la cristiandad libre. En el 732, Carlos Martel, con la victoria en Poitiers, contuvo el avance árabe occidental. Asegurado el triunfo en África y España, hasta donde pudieron triunfar, los musulmanes enfilaron baterías contra Constantinopla, pero se encontraron con el emperador León III, quien la defendió (717-718), convirtiéndose en el salvador de la cristiandad. A propósito de los musulmanes, conviene saber que en su arte, la mezquita, cuyo prototipo es la casa de Mahoma, es, junto con los baños, los dos edificios típicos del ambiente público; en cuanto a los edificios privados se tienen las casas y los palacios; las demás estructuras del mundo antiguo se dejaron de lado. Además de ello, es la primera 6 vez que una fe monoteísta parte de la conquista del mundo con un programa que se sintetiza en botín y guerra santa2. Con estas dos derrotas, Poitiers y Constantinopla, Europa se salvó de caer en manos de los musulmanes y la Iglesia tuvo que evangelizar el corazón de Europa, con lo cual el centro del mundo cristiano latino se desplazó hacia occidente, desprendiéndose del antiguo imperio; esto no era fácil porque se pensaba en el imperio como realidad política y espiritual. En este contexto, varias fiestas litúrgicas orientales entraron en Roma como la exaltación de la cruz y las cuatro grandes fiestas marianas; después vino el problema de las relaciones entre el Papa y el emperador romano oriental, que se agudizaron cuando surgió la polémica de las imágenes porque el iconoclasmo impugnaba la representación plástica de Dios y los santos3. 1.1 El oriente cristiano 1.1.1 Durante el iconoclasmo4 En la crisis iconoclasta, que azotó al imperio bizantino por más de un siglo, la política y la religión se entrecruzaron en una lucha doctrinal con influencias hebreas y musulmanas; por ello, en la cuestión de las imágenes entraron en juego el monoteísmo y la lucha contra la idolatría. También se dio una contraposición cultural porque existían dos culturas para entender la mediación de las relaciones entre humanidad y divinidad en Cristo; si en los siglos anteriores el problema era teológico entre el arrianismo y el monofisismo, ahora las dificultades estaban en la práctica religiosa que implicaba a fieles y monjes en el modo de expresar la religiosidad. Las diferentes teorías proponen como punto de partida del iconoclasmo la influencia judía en León III y su pertenencia a un grupo que condenaba el culto a las imágenes, el movimiento reformador realizado por la dinastía isáurica y la existencia de algunas prohibiciones anteriores sobre las representaciones de Cristo y los santos. León III (717-741) entró en Constantinopla el 25 de marzo de 717 y fue coronado en Santa Sofía; en el 726 hizo destruir el icono de Cristo que se encontraba en el palacio y publicó el primer edicto contra las imágenes en enero de 730. Como el patriarca Germano (715-730) se opuso, tuvo que abdicar; el papa Gregorio II (715-731) también protestó contra la actitud del emperador; a la protesta de estos dos jefes de la cristiandad se añade Juan Damasceno, formándose la primera tríada iconófila. León III y Constantino V están unidos no sólo a la lucha iconoclasta, sino también a un período de enérgica defensa nacional contra el islam y los bárbaros. Enérgica en lo administrativo y lo militar, capaz de adquirir el consenso para hacer reformas jurídicas, financieras y militares, necesarias para mantener la identidad territorial aunque la identidad histórica haya comenzado a desaparecer por la invasión del islamismo y las agresiones de turcos y eslavos. A la luz de lo anterior se entiende mejor la razón por la cual durante los siglos VI y VII vino para Constantinopla un momento de crecimiento en lo literario, administrativo y político, a tal punto que la cultura bizantina se difundió; en el siglo VIII llegó para 7 Constantinopla un momento de crisis literaria y cultural donde vuelven las contiendas doctrinales y nace el culto a las imágenes, acreditadas por los milagros que realizaban en favor del pueblo, como el caso de la victoria contra los ávaros (626) cuando los constantinopolitanos pusieron sobre la muralla los iconos de Cristo y María. Desde marzo de 843, el primer domingo de cuaresma de cada año, la Iglesia griega ortodoxa celebra la fiesta de la ortodoxia con la restauración del culto a las imágenes y la caída del iconoclasmo que marcó el intento de subordinar el poder eclesial al imperial. En sus dos fases: 726-787 y 815-843, el iconoclasmo puso en discusión el papel de las imágenes en las relaciones entre Dios y el hombre y trató cuestiones políticas como la defensa del territorio, la organización militar del imperio y las relaciones diplomáticas, poniendo en juego la identidad del homo byzantinus. Para comprender las causas y el desarrollo de la crisis iconoclasta se necesita conocer algunos elementos de los primeros concilios ecuménicos, la afirmación efectiva de la Iglesia oficial cuyos representantes eran protectores y formadores de los habitantes, el desarrollo del monacato que surgió espontáneamente en medio de un mundo que buscaba la salvación frente a la angustia e incertidumbre reinante debido a las divisiones en diferentes lugares del imperio por cuestiones políticas y doctrinales. Estos elementos hacían que el santo fuera tenido como un “icono viviente”. El poder del hombre santo nacía de la creencia popular en su intercesión delante de Dios, a tal punto de que lo que utilizaba lo santificaba conservando su poder; otro tanto sucedía con sus reliquias. También se pensaba que el poder del santo como mediador se transfiere a su representación iconográfica que llena el vacío dejado por su ausencia física. En este sentido el icono viene cargado con un valor mágico, poderoso, cercano al valor de la reliquia porque el icono casi siempre venía de la región donde el santo había vivido, es decir, era originado por él. De este modo, antes del siglo VI, las imágenes religiosas comenzaron a ser puestas en paralelo con las imágenes imperiales hasta ocupar su puesto y se comenzó a esperar de esa imagen milagros y beneficios que jamás los retratos imperiales habían concedido. De esta forma el icono se convirtió en el vínculo que unía al pueblo con las intercesiones del santo protector porque su representación era la expresión común de un grupo que se sentía protegido; por ello la manifestación iconográfica de la divinidad hacía posible una relación íntima y especial del individuo con lo divino. Primera fase La primera etapa del iconoclasmo (726-787) comienza con la orden que dio León III de remover la imagen de Cristo que estaba en la parte superior de la puerta de bronce del palacio imperial para poner una cruz; el pueblo se sublevó pero fue controlado con rapidez; no obstante, fueron asesinados varios soldados que habían ejecutado materialmente la orden. El 17 de enero de 730, el emperador publicó el primer decreto oficial iconoclasta y con ello comenzaron las primeras persecuciones contra los que veneraban las imágenes; se inició la separación entre Iglesia e imperio hasta el punto que 8 Italia, es decir, el papado, comenzó a acercarse a los francos. La disputa pasó de lo político a lo dogmático con los discursos de Juan Damasceno; el punto fundamental era: mientras que para los iconófilos o iconódulos los iconos eran tan importantes como el pan eucarístico, la cruz y el templo consagrado, para los iconoclastas no, y como no admitían las imágenes llegaron incluso a renegar de la encarnación de Cristo; con esto, Cristo se convierte en el punto central de la disputa. Con Constantino V (741-775), sucesor de León III, aparecieron nuevas objeciones teológicas en torno a la idolatría; una de ellas fue un escrito del soberano donde afirma que no es posible representar la naturaleza divina de Cristo, ya que la única imagen sería la eucaristía. Con esta posición, se cristalizó el conflicto entre el poder imperial y la Iglesia hasta el punto de ser sometida a un sínodo en que se pretendía oficializar la doctrina contraria a las imágenes, como sucedió en Hiereia (754), un pequeño barrio en la costa asiática de Constantinopla donde quedaba la residencia imperial veraniega; en este sínodo no tomaron parte ni el Papa ni los patriarcas orientales. Las deliberaciones sinodales, conocidas a través de Nicea II5, muestran la tendencia por evitar las formulaciones teológicas a través de razonamientos astutos. No obstante ello, este concilio confirmó el culto a María y los santos. Después del sínodo, la ofensiva de Constantino V fue violenta contra quienes se oponían, en especial los monjes, única voz que se levantó contra las decisiones iconoclastas; en este sentido la lucha iconoclasta se transforma, a partir de 760, en una lucha imperial contra el poder de los monjes. Buscando el éxito, el emperador refutó el título de Theotokos de María e impidió que los santos fueran denominados como tales; después se prohíbe el culto de imágenes y reliquias, los monasterios son desamortizados y los bienes son confiscados; la persecución fue tan dura que en algunas provincias los monjes y las vírgenes fueron obligados a renunciar a la castidad y a casarse. La política de Constantino V condujo a la alianza de Roma con los francos que se firmó en el 756 en Quierzy entre Pipino y Esteban II. Con la muerte de Constantino V se concluye el período más violento de la controversia iconoclasta, pero sin llegar al punto final. Asumió el trono León IV (775-780), un iconoclasta moderado que no continuó con las medidas de su padre. A su muerte, su hijo Constantino VI, tenía diez años y la regencia la asumió Irene quien se mostró benévola, con deseos de conciliar con los monjes y hasta tuvo la intención de restaurar el culto a las imágenes, lo cual era imposible mientras estuvieran vigentes las determinaciones de Hiereia; debido a esto era necesario convocar otro sínodo en el cual no participaran quienes hubiesen hecho parte de la polémica sobre las imágenes. Por esta razón el patriarca Pablo renunció y fue consagrado Tarasio, un alto funcionario laico, brazo derecho de Irene; hacia el 785 Tarasio entra en contacto con el papa Adriano I (772795), enviándole una carta donde profesaba la fe y le comunicaba el deseo de convocar un concilio ecuménico al cual debería enviar algunos representantes para reunirse con los patriarcas orientales; a pesar de las reservas pontificias sobre la elección de Tarasio, el sínodo fue convocado para agosto de 786 en el templo de los Santos Apóstoles de Constantinopla; desde la sesión inaugural se fracasó porque las tropas imperiales, 9 contrarias a las imágenes, irrumpieron y disolvieron la asamblea, acción que fue aplaudida por algunos obispos. El concilio se trasladó a Nicea, donde se reunieron los padres conciliares en el 787; este concilio fue el último concilio reconocido como ecuménico por la Iglesia bizantina y es el concilio al cual ha asistido un mayor número de monjes. En este concilio lo más importante era el sentimiento religioso que llevó a condenar el iconoclasmo como herejía y se ordenaba la destrucción de los escritos contrarios a la veneración de las imágenes; con las determinaciones conciliares se subraya el valor moral del culto a las imágenes sin hacer distinciones entre la cruz, las imágenes de Cristo y los santos. Todo se había solucionado, pero la actitud de Tarasio frente a los iconoclastas presentes en el concilio no fue aprobada por los monjes y por esto volvieron a chocar con los representantes de la Iglesia oficial. Se puede decir que Nicea II fue el triunfo de la sutileza política de Irene, quien se supo rodear de personas de confianza que la apoyaran en su modo de actuar, sobre todo en relación con el patriarcado político iniciado con Tarasio. Segunda fase En el 790 Constantino VI fue proclamado emperador y en el 792 lo hicieron aceptar a Irene como emperatriz, en un momento en que las tropas se sentían desilusionadas con el emperador debido a las derrotas militares y su débil personalidad. Uno de los problemas de Constantino VI fue su vida sentimental porque Irene lo obligó a deshacer el compromiso con Rotruda, hija de Carlomagno, para casarse con María de Paflagonia; posteriormente lo indujo a repudiar a María, que fue enviada a un monasterio, para que se casara con la cortesana Teódota, contando con la aprobación de Tarasio. Frente a esta situación los monjes, liderados por el abad de Sakkoudion, Platón y su sobrino Teodoro, protestaron porque vieron que el derecho eclesiástico era atropellado. Como los monjes no accedieron a un posible compromiso fueron encadenados y exiliados; al poco tiempo de este hecho, Irene mandó a que le sacaran los ojos a Constantino (797) en la misma habitación donde lo había dado a luz; después de esto, Constantino y Teódota fueron obligados a retirarse a la vida privada y el poder volvió a manos de Irene, quien permitió que Platón y Teodoro obtuvieran la libertad. Cuando Platón y Teodoro regresaron se radicaron en Constantinopla y trasladaron el monasterio a Stoudios, de donde les llegó el título de studitas y comenzaron una actividad que los condujo a desempeñar un papel estelar en lo cultural y político, de tal manera que llevaron hasta las últimas consecuencias la polémica del segundo matrimonio de Constantino VI, que tuvo su desenlace en el 812 cuando el sacerdote José bendijo dicho matrimonio y por ello fue depuesto; con esto se entra en la segunda fase del iconoclasmo porque Nicéforo había solicitado a Tarasio la convocación de un sínodo para condenar a los studitas por su actitud frente al sacerdote José. Se habla del 812 como fecha de desenlace porque en ese año se dio una reconciliación entre el partido de los monjes y el emperador Miguel I Rangabe (811-813). El contraste entre los monjes y la Iglesia oficial se debía a cuestiones jurídicas relativas a la justa aplicación de los 10 cánones eclesiásticos, a menudo influenciada por la voluntad del emperador; de hecho, los monjes no aprobaban la actitud de los patriarcas que ponían a prueba la precaria paz de los años que siguieron a la primera fase de la controversia iconoclasta. En esta fase las partes en conflicto no se dieron cuenta del estado efectivo de las cosas con lo que generaron un conflicto político y eclesiástico. El sucesor de Miguel I, León V (813-820), dio inicio a la segunda fase de la lucha iconoclasta (815-843), que concluyó con la proclamación definitiva del papel de las imágenes en un período de desarrollo cultural sin precedentes. Para comprender la segunda fase conviene recordar el valor de símbolo común de fidelidad y protección atribuido a las imágenes sagradas que en varios casos se convirtieron en el centro focal de un patriotismo cívico, cuando los ataques árabes desmoralizaban a quienes habían confiado su salvación y liberación a la protección de los iconos locales. Los iconoclastas veían la crisis política y social como un castigo divino por el progresivo aumento del uso de las imágenes que estaba conduciendo lenta pero visiblemente hacia la idolatría, por ello predicaban el regreso a la antigua vida religiosa unida al culto a la cruz y la liturgia eucarística estimulando un nuevo patriotismo que subrayaba a los bizantinos como el pueblo de Dios; este pensamiento, en aquel contexto, era cierto porque quienes habían defendido el culto a las imágenes, como Irene y Miguel I, sufrieron derrotas militares y soportaron graves problemas políticos y sociales. León V, empeñado en su lucha contra los búlgaros, pensó que era oportuno abolir el culto a las imágenes, tal como en el siglo anterior lo había hecho León III; en este proyecto contó con el aval de Antonio de Sylaion, Juan el Gramático y Teodoro Cassiteras6. León encomendó a Juan el Gramático la organización de un concilio formando una comisión que debía buscar en las bibliotecas los documentos que justificaran la destrucción de los iconos. El punto de partida teológico se basaba en un principio que no tenía ningún fundamento como era la argumentación de la construcción y el culto a las imágenes en consonancia con la Biblia, una argumentación que había sido impugnada por Juan Damasceno. Teodoro Cassiteras, el nuevo patriarca (815-821), reunió el segundo sínodo iconoclasta en Santa Sofía, donde fueron renovadas las deliberaciones de Hiereia suavizando los puntos extremos. En esta oportunidad los monjes no lideraron la oposición por dos razones: las restricciones no eran excesivas porque permitían el culto privado y a algunos monjes les concedieron sedes episcopales; además, la persecución contra los iconófilos no fue tan violenta porque las penas se limitaron a ser azotados o, en caso extremo, exiliados, como sucedió con Teodoro Studita. León V fue asesinado y tomó el poder Miguel II el Amorio (820-829), quien ni era favorable a los iconos, ni le interesaban las disputas religiosas, tanto que promulgó un decreto de tolerancia que consentía tanto el culto como su destrucción, ya que lo importante era el silencio sobre la controversia. El sucesor de Miguel II, Teófilo (829842), discípulo de Juan el Gramático, activo iconoclasta y a la sazón patriarca de Constantinopla, intensificó la persecución en especial contra los monjes; pero la actitud imperial no sobrevivió a la muerte de Teófilo ya que el poder lo asumió Teodora porque 11 Miguel III apenas tenía tres años y ella era favorable a las imágenes, cuyo culto había practicado a pesar de las dificultades. Junto a la actitud iconófila de Teodora, están las desgracias políticas que sufrieron los últimos emperadores iconoclastas, con lo cual las cosas cambiaron porque el iconoclasmo comenzó a ser visto como una prueba de la ira divina. Teodora, aconsejada por Teoctisto, hizo que el patriarca Juan el Gramático abdicara colocando en su puesto a Metodio de Siracusa, quien sin convocar ningún concilio proclamó en marzo de 843 la restauración de las imágenes y su culto lanzando un anatema sobre los iconoclastas. Así terminó oficialmente la lucha por el culto a las imágenes que ocupó la atención de la Iglesia de Bizancio por más de un siglo, pero permaneciendo casi extraña a la Iglesia de Roma. No obstante ello, se puede concluir con algunas consideraciones generales al respecto. En primera instancia se subraya la existencia de dos fases que se diferencian por la base filosófica de la teoría de las imágenes, ya que el punto de partida era un discurso de carácter ético porque se quería adorar en espíritu y verdad a Dios sin ninguna mediación con el deseo de purificar la religión de los ídolos que alejan al hombre de la verdadera fe; por su parte los iconófilos consideran la creaturalidad de la materia como algo positivo que no aleja al hombre de la fe. En segunda instancia, existen referencias aristotélicas cuando se considera la vista como el sentido más importante, por ello la visión tiene un papel principal, más importante que la conciencia. Finalmente, este período está ahora invadido por la curiosidad laica para conocer el modelo cultural antiguo clásico, cuando comenzó la difusión de los libros y se pasó de la escritura mayúscula a la minúscula, como síntoma de la creciente necesidad de textos, principalmente teológicos y litúrgicos; en otras palabras, en aquel entonces la institución que dirigía la cultura era Iglesia y sus representantes, principalmente obispos y monjes. 1.1.2 Después del iconoclasmo7 Elementos políticos En el 843 se puso fin a la lucha inconoclasta; por esa misma fecha el imperio estaba desacreditado y los emperadores tenían poco interés por occidente. Antes de esa fecha, con el emperador León III y la toma de posesión de la península Balcánica y parte del sur de Italia (731-732), había comenzado una nueva tensión entre Roma y Constantinopla que condujo a la desaparición de la Iglesia Latina Greca bajo el patriarcado de Constantinopla; a partir de ese entonces Roma fue vista como una rival para Constantinopla, y viceversa. También hay un dato importante: durante el siglo X y parte del XI el imperio bizantino tuvo dos enemigos: los musulmanes y los búlgaros, con quienes Basilio II fue muy duro. Rivalidades y tensiones convergen en el patriarca Focio quien, al apoyar la cristianización bizantina de algunas zonas eslavas y balcánicas, que pertenecían a Roma, era visto como el campeón de la Iglesia bizantina y portador de los intereses estatales. Focio, un laico que en poco tiempo fue nombrado y consagrado como patriarca (858) contra Ignacio que era el legítimo, influyó sobre el emperador Miguel III, quien en un 12 sínodo excomulgó al papa Nicolás I (858-867) no sólo por la cuestión del Filioque, sino también por otros motivos como el caso de Bulgaria y la intervención romana en Bizancio. El emperador Miguel III fue asesinado y Basilio I, sucesor e iniciador de la dinastía macedónica (867-876), heredó dos cismas: el interno entre los seguidores de Ignacio y Focio, y el externo por las relaciones con Roma; intentando una solución, depuso a Focio (867) y restituyó a Ignacio para comenzar tratados con Roma. Entre 869 y 870 se realizó el IV concilio de Constantinopla que fue reconocido por Roma, donde se habló del primado romano, la pentarquía y la comunión eclesial; este sínodo dejó abierta la cuestión búlgara. Al poco tiempo Focio fue rehabilitado, en el 875 fue llamado del exilio y después de la muerte de Ignacio (877) asumió nuevamente el patriarcado. A Basilio I, lo sucedió León VI (876-912), quien depuso nuevamente a Focio (886)8 y nombró a su hermano Esteban como patriarca; con este emperador el imperio se convirtió en una entidad centralista y burocrática que fue testigo del problema de los cuatro matrimonios del emperador, porque el derecho oriental prohibía la posibilidad de unas terceras nupcias. El emperador contrajo matrimonio muy joven, en el 897 murió su primera mujer sin dejarle hijos, en el 898 se casó con Zoe Zautsina quien también murió, en el 900 contrajo nuevamente matrimonio, y en el 901, a la muerte de su tercera esposa, se unió a Zoe Carbonopsina, con quien tuvo un hijo; este hijo fue bautizado por el patriarca Nicolás I el Místico con la condición de que el emperador se alejara de su amante, él aceptó la condición pero después del bautismo se casó con ella y la nombró emperatriz. El patriarca excomulgó al emperador quien acudió a Roma donde Sergio III (904-911) quien lo dispensó; el patriarca tuvo que renunciar y su sucesor coronó al hijo de León VI, Constantino VII Porfirogénito, como emperador en el 911. En el 912 murió León VI, Nicolás I el Místico retornó y en el 913 comenzó a liderar el gobierno imperial como regente. Esto creó un cisma al interior de la Iglesia bizantina que duró hasta el 920 porque no se sabía cómo tratar al emperador y cuál era su influencia; en este contexto de intrigas y golpes surgió la primera oleada del problema búlgaro cuando el rey Simeón tomó fuerza y se convirtió en una amenaza real porque se apoderó de Adrianópolis (914) y parte de Tracia y Grecia Septentrional (918). A este rey, le hizo frente el militar Romano Lecapeno, quien a través de un golpe de Estado tomó el poder, casó a Constantino VII con su hija, en el 920 se hizo emperador, alejó de la corte a Constantino VII, derrotó a los búlgaros e hizo nombrar a su hijo Teofilacto como patriarca cuando murió Nicolás I el Místico (925); el patriarca Teofilacto, reconocido por el papa Juan XI (931-935), murió en el 956. En el 945 reaparece Constantino VII quien gobernó hasta el 959; su rol histórico se sintetiza en su actividad cultural y literaria toda vez que escribió un libro sobre las ceremonias bizantinas y un tratado histórico y geográfico sobre los pueblos vecinos titulado La administración del imperio. En cuanto a la política interna mantuvo la protección en favor de los pequeños propietarios; en política exterior tuvo comunicaciones con Otón I, Berengario II (de Italia), Abderramán III (de Córdoba) y la 13 princesa Olga de Kiev quien estuvo en Constantinopla (955957) y fue bautizada por el patriarca; con este bautismo se dio un paso decisivo para la cristianización de Rusia. Romano II (959-963) asumió el trono a la muerte de su padre; se casó con la cortesana Teófano quien lo traicionó con el general Nicéforo Focas, cerebro del gobierno. Cuando murió, Nicéforo se casó con la viuda y optó por una política aristocrática contra los pequeños propietarios; en relaciones internacionales no quiso negociar con Otón I y trató como prisionero a Luitprando de Cremona que había sido enviado como delegado; su máxima preocupación era la guerra contra el islam y deseó que los soldados caídos en batalla fueran tratados como mártires; su esposa lo traicionó con Juan Tsimiskes, quien preparó su asesinato en el 969. Juan Tsimiskes (969-976) asumió el trono y, después de dejar a Teófano, fue recibido en la Iglesia en la “Canosa oriental”9. En el 971 derrotó a los rusos, trató el asunto del patriarcado búlgaro, que había sido creado hacia el 918, y estableció relaciones con Otón I al enviar a Roma a su sobrina Teófano, esposa de Otón II; luchó contra Bagdad, llegó hasta Jerusalén y retornó a Constantinopla donde murió. Basilio II, hijo de Romano II (976-1025) hizo que el imperio llegara a su esplendor. Sólo después del 985, cuando cayó su ministro Basilio Lecapeno, se vio libre para defenderse de los aspirantes al trono; en una de estas defensas lo ayudó Vladimir de Kiev, quien recibió en cambio a la princesa Ana con quien contrajo matrimonio en el 988, hecho con el cual se inicia la cristianización de Rusia. La cruenta campaña contra Bulgaria (984-1014) fue una nota básica de este mandato porque el antiguo patriarcado de Bulgaria con sede en Ocrina, actual Macedonia, fue degradado a arquidiócesis, y Serbia y Croacia fueron convertidos en estados vasallos; el reino búlgaro desapareció y sólo en el 1185 vuelve a recuperar su independencia. Enfrentamiento patriarcal10 El final del iconoclasmo (843) no significó la paz para Bizancio, porque en más de una ocasión los monjes studitas (radicales), que habían pretendido ser los defensores de la ortodoxia y polemizando en favor de la autonomía, deseaban ocupar algunos cargos episcopales que aparecieron vacantes cuando el patriarca Metodio I retiró algunos clérigos y obispos iconoclastas pero sin sustituirlos por monjes studitas, ya que nombró a otras personas que algunas veces no estaban en regla con las prescripciones del derecho canónico. Cuando Teodoro Studitas protestó, lo condenaron a arresto domiciliario y se inició una polémica entre los monjes y el patriarca, pero Metodio murió en el 847. Los seguidores de Metodio querían como patriarca al arzobispo de Siracusa, Gregorio Asbestas quien, debido al avance de los musulmanes, se encontraba en Constantinopla donde había adquirido cierta importancia. La emperatriz Teodora, amiga de los monjes studitas, tenía otro proyecto y designó al monje Ignacio como patriarca sin convocar un sínodo electoral como estaba previsto en el derecho oriental, por temor a que el candidato no fuera elegido. Ignacio era hijo del emperador Miguel I Rangabe11. Desde su 14 elección en el 847, Ignacio mostró poco tacto político y la tensión con Roma aumentó porque Gregorio Asbestas, al ser depuesto de la sede de Siracusa, apeló a Roma donde León IV (847-855) y Benedicto III (855-858) rechazaron la medida tomada por Ignacio contra Asbestas porque consideraban el sur de Italia como jurisdicción papal. En el 856 la emperatriz Teodora fue depuesta por Bardas quien nombró como emperador a su sobrino Miguel III, hijo de Teodora. El patriarca Ignacio permaneció fiel a Teodora y se negó a darle el velo cuando fue obligada a entrar en un monasterio y a darle la comunión a Bardas debido a un rumor que corría sobre su posible incesto; por esto fue obligado a renunciar, al ser acusado como promotor de una conspiración y en el 858 Focio fue nombrado patriarca12. Aunque fue nombrado siendo laico, en seis días recibió las órdenes necesarias convirtiéndose en uno de los más grandes patriarcas que Constantinopla ha tenido; los problemas comenzaron porque Focio escogió a Asbestas como uno de los obispos consagrantes. Cuando Nicolás I (858-867) recibió la carta oficial en la que Focio le comunicaba su elección, aprovechó la ocasión para afirmar el primado romano frente a la Iglesia bizantina y en carta de septiembre 20 de 860 llamó la atención a los bizantinos por haber depuesto a Ignacio sin el consentimiento de la sede apostólica de Roma y haber elevado a la dignidad patriarcal a un laico; a pesar de ello, deja ver la posibilidad de confirmar a Focio con tal de que Constantinopla se someta a la sentencia romana, después de una investigación que se debía hacer por medio de delegados pontificios; además, Nicolás I exigía la restitución de Iliria y el sur de Italia al patrimonio petrino; todo esto se trataría en Constantinopla en un sínodo que se celebraría en el 861. Los delegados pontificios confirmaron la deposición de Ignacio y Focio respondió de forma cauta al evitar una respuesta clara: se trataría de problemas territoriales que no estaban bajo su competencia. El acuerdo no era fácil y a ello se le suma que Bizancio miraba con simpatía hacia los pueblos que aparecían en el este de Europa donde misionaron Metodio y Cirilo y la presencia de seguidores de Ignacio en Roma que lo hicieron creer al Papa que la posición de Focio en Constantinopla no era estable. Creyendo a los seguidores de Ignacio, Nicolás I, en el sínodo de Letrán del 863 declaró nula la sentencia contra Ignacio, excomulgó a Focio y desmintió a sus delegados; la excomunión de Focio no fue una ruptura con la Iglesia bizantina porque aceptaba a Ignacio con quien estaba en comunión. En el 867 murieron Nicolás I y Miguel III; éste fue asesinado por Basilio I, quien se apoderó del trono, se separó de Focio y reconoció a Ignacio. Al interior del problema de Roma con Focio se ubica la discusión en torno a la existencia del octavo concilio ecuménico, teniendo presente que un concilio es ecuménico cuando de alguna manera participa el obispo de Roma y con él están de acuerdo los patriarcas orientales. El problema consistía en que entre el 869 y el 870 se celebró un concilio en Constantinopla para condenar a Focio, y entre el 879 y el 880 se realizó otro concilio; Roma acepta el primero, Constantinopla el segundo13. El recorrido realizado demuestra la dependencia de la Iglesia bizantina de las intrigas políticas y las fricciones personales de la casa imperial; si se piensa en la confusa 15 situación de Constantinopla es sorprendente la claridad con que respondió Nicolás I, al delinear dos objetivos primordiales en la relación entre Roma y Constantinopla: la afirmación del primado papal y la jurisdicción romana sobre Iliria e Italia meridional, pero las tensiones entre Roma y Constantinopla se agravaron por los intereses de las dos sedes en relación a los pueblos eslavos. Evangelización de los eslavos14 El centro de estos pueblos lo conforman las regiones de Moravia y Bulgaria, vistas por Roma y Constantinopla como una zona de influencia. Desde el siglo IV la migración germana había llevado a grandes cambios en el mundo latino, el reino franco había llegado a ser una potencia que marcó la vida eclesiástica al encontrar en la coronación de Carlomagno una expresión simbólica. La migración eslava fue un proceso largo y lento a través de una infiltración que le permitió a algunas tribus llegar al Volga y el Elba; una corriente, la oriental, llegó al Danubio y bajó al Peloponeso; otra corriente, la occidental, atravesó el Danubio y llegó a los Balcanes y los Alpes; esto da a entender que unos eslavos permanecieron fuera del Imperio Romano y otros entraron en él. En la primera mitad del siglo VII los eslavos habían fundado un efímero Estado en la región de Moravia; de la misma época data el reino de los croatas en el noroeste de la península balcánica; estos asentamientos contribuyeron a una evolución diferente en cuanto a la cristiandad griega y latina. En tiempo de Carlomagno el centro de la cristianización de los eslavos era el arzobispado de Salzburgo, creado en el 789 en Baviera con influencia sobre Austria y las zonas limítrofes con los eslavos. La actividad de los obispos de Salzburgo fue continuada durante el siglo IX hasta la región de Panonia, donde hubo necesidad de poner un límite, el río Drave, porque se dio un choque de misiones: la del imperio franco y la bizantina. En la cristianización de estos pueblos el primer aspecto importante es la obra de Cirilo y Metodio. Moravia y Panonia eran zonas eslavas porque los húngaros o magiares no habían llegado. Después del intento de Samo, Moimir quiso crear un Estado moravo independiente del reino franco, pero esto sólo lo logró su sobrino Ratislao (846-870) hacia el 855. Como la Iglesia de Moravia estaba bajo el arzobispado de Salzburgo, hacia el 860 Ratislao viajó a Roma para obtener una organización eclesiástica independiente; Nicolás I rechazó esta petición y por ello el príncipe envió una delegación al emperador bizantino Miguel III hacia el 862, pidiendo misioneros capaces de catequizar al pueblo en lengua eslava, siendo enviados Constantino (Cirilo) y Metodio15, quienes habían estado como misioneros entre los cásaros, en la actual Ucrania, que habían adoptado el hebraísmo y el islamismo en el siglo VIII. Las fuentes dan a entender que estos hermanos lo primero que hicieron fue orar, y en el transcurso de esa oración, Dios le reveló a Constantino, el filósofo, las letras para la lengua eslava con las que preparó el primer discurso16. Hacia el 863 llegaron a Moravia, donde fueron recibidos por Ratislao y continuaron las traducciones que habían comenzado en Constantinopla, con lo cual crearon la liturgia eslava y originaron una 16 rudimentaria organización eclesiástica. Aquí existe una cuestión interesante: Constantino y Metodio llegaron a Moravia el mismo año en que Focio, el patriarca que los había enviado, fue excomulgado; frente a esta situación los dos hermanos comenzaron a girar en el ámbito de la cristiandad latina, con lo cual dieron una lección de unidad eclesiástica entre la ortodoxia y el catolicismo por encima de los problemas políticos; esto da a entender que las divergencias entre oriente y occidente no eran todavía sentidas como incompatibles, porque lo importante era la armonía en el fundamento de la fe y no en el rito que se practicara. Después de 40 meses de misión regresaron a Constantinopla con el deseo de que alguno de ellos fuera consagrado obispo para ordenar a sus discípulos; tomaron el camino de Aquileya y al pasar por Panonia, conocieron al príncipe Cozel quien soñaba con una independencia semejante a la de Moravia y les confió a los dos hermanos un grupo de jóvenes para que los prepararan. Cuando llegaron a Venecia recibieron la invitación de Nicolás I para ir a Roma, justamente en los días en que Luis el Germánico reconquistaba Moravia e invadía la región con misioneros francos que comenzaron a denigrar de la actividad de los hermanos al acusarlos de usar la lengua eslava en la liturgia, lo cual estaba contra el uso de las tres únicas lenguas usadas para alabar a Dios: hebreo, griego y latín. Cuando Constantino y Metodio llegaron a Roma, Nicolás I había muerto y Adriano II (867-872) los acogió con gusto porque llevaban las reliquias de Clemente Romano, que según la tradición se habría ahogado en el mar Negro cuando fue desterrado, bendijo los libros eslavos, ordenó a quienes los acompañaban e hizo celebrar la liturgia en lengua eslava en diferentes lugares de Roma. En esta ciudad, Constantino entró en el monasterio griego de Santa Praxedes, donde tomó el nombre de Cirilo y allí murió el 14 de febrero de 869 siendo sepultado en la basílica San Clemente. Metodio regresó a su tierra de misión como obispo y con una carta de Adriano II dirigida a Ratislao y Cozel, en la cual se permitía el uso de la lengua eslava en la liturgia con una advertencia: la epístola y el evangelio, primero se debían leer en latín y después en eslavo; en otras palabras, se reconocía oficialmente el método misionero de los dos hermanos. Con esto aumentó la indignación contra los misioneros latinos, porque Bulgaria se sometió a la jurisdicción de Constantinopla. El Papa deseaba la creación de una provincia eclesiástica en aquella región y nombró a Metodio como arzobispo de Sirmio17 (Mitrowitza) cerca de Belgrado; con esto se estaba reaccionando a la situación de Bulgaria, se reafirmaba el derecho de Roma sobre Iliria para mantener la presencia en los Balcanes e impedir el influjo de los francos que misionaban desde Salzburgo. La reacción de los francos no se hizo esperar, apresaron a Metodio quien tuvo que defenderse en Ratisbona de las acusaciones; a pesar de ello fue confinado al monasterio de Velehrad en Suabia, donde estuvo prisionero hasta que Juan VIII (872-882) consiguió su libertad; junto a la libertad de Metodio vino la adhesión de Croacia y Serbia al arzobispado de Metodio, tal como lo dan a entender dos cartas de Juan VIII, una al príncipe croata Domagoi y otra a Montemir, príncipe serbio. 17 Como las cosas no andaban bien por diferentes motivos, llegó el momento en el cual el Papa se alió con los adversarios de Metodio y en el 879 prohibió la celebración de la liturgia en lengua eslava para evitarse problemas con el príncipe de Moravia, Swatopluk (870-894), y su favorito, el obispo de Neitra, Wichingo. Un año después se levantó la prohibición de la liturgia en lengua eslava a través de la bula Industriae tuae dirigida al príncipe moravo; Metodio fue acusado de no predicar como enseñaba la Iglesia romana desde el tiempo de los apóstoles y viajó a Roma a defenderse, justo cuando el papa recibía las primeras noticias positivas del sínodo de Constantinopla. Después Metodio viajó a Constantinopla donde murió el 6 de abril de 884. Los discípulos de Metodio tuvieron problemas con el sucesor Wichingo y por ello se fueron a Bulgaria, donde dieron origen al cirílico que es la lengua actual del cristianismo ortodoxo eslavo. El 31 de diciembre de 1980, el primer papa eslavo de la historia, Juan Pablo II, declaró a Cirilo y Metodio como patronos de Europa junto a san Benito, dando a entender que Europa tiene dos raíces: la occidental y la oriental o eslava, y que en ambas la Iglesia estuvo presente. El segundo aspecto de la cristianización de los eslavos es la cristianización de Bulgaria, puente sobre el cual se encontraron las cristiandades griega y latina; con la llegada de los eslavos y a causa del nacimiento del primer reino búlgaro (681), la península Balcánica dejó de servir de unión entre las dos partes del Imperio Romano. Los primeros intentos de cristianizar a los búlgaros son de finales del siglo IX cuando Boris I (852-889) decidió introducir el cristianismo para ser reconocido como aliado con los mismos derechos que las otras potencias cristianas; para la política interna contaba el deseo de Boris quien, siguiendo el modelo bizantino, quería sacralizar al soberano con lo cual le daría a su autocracia un fundamento teológico sólido. Con esto Bulgaria, que no tiene nada que ver con los límites del actual país, alcanzaría un cierto estatuto entre Bizancio, el reino franco, Moravia y Roma. Boris era un hábil político y aprovechó la coincidencia entre Bizancio y Nicolás I sobre la jurisdicción de los Balcanes y, poco después del envío de Cirilo y Metodio a Moravia, expresó su disponibilidad para recibir el cristianismo latino de parte de los francos; esta posición de Boris está en relación con los esfuerzos de Luis el Germánico contra Moravia. Las cosas cambiaron porque el bautismo de Boris según el rito latino no se realizó, ya que Bizancio aprovechó una carestía en Bulgaria y lograron que Boris aceptara la forma bizantina de la fe cristiana (864). Al poco tiempo, después de una superficial misión bizantina, Boris manifestó una tendencia de independencia eclesiástica, porque no le interesaba que la Iglesia búlgara estuviera bajo la autoridad de un patriarca excomulgado como Focio; Boris volvió a tratar con Roma con la intención de crear una jurisdicción paralela a Moravia y por ello le envió a Nicolás I una delegación que, además de una lista de preguntas, le pedía el envío de obispos y sacerdotes a Bulgaria. Nicolás I contestó en 106 puntos, de los cuales tres dan la oportunidad de minimizar la autoridad de Constantinopla: la fundación apostólica de los patriarcados, el segundo lugar después de Roma y la consagración del aceite para la confirmación. El problema era la no aceptación de los cánones conciliares referentes a Constantinopla como la segunda 18 Roma, o como la sede que está al mismo nivel de la sede romana. Con estas y otras respuestas, el Papa procuró la independencia de los Balcanes frente a Constantinopla y llegó a un arreglo con Boris mandando delegados para que instalaran un arzobispado e impusieran el latín en la liturgia; con esto el influjo de Roma llegó a las puertas de Constantinopla y se desataron diferencias y oposiciones que antes no existían. Focio reaccionó porque consideró esta situación como una ofensa y apostasía de la fe y envió una encíclica a los patriarcas orientales que se conoce como “la junta de la ortodoxia” con cinco puntos claves que Roma había propuesto al latinizar Bulgaria y destruir las costumbres bizantinas existentes: el ayuno sabatino, la posibilidad de comer alimentos lácteos, la exigencia del celibato para los sacerdotes y el rechazo de los casados, la repetición de la confirmación que ya habían dado los sacerdotes griegos y el añadido del Filioque. Es cierto que los delegados pontificios hicieron más de lo permitido con el deseo de romper toda relación disciplinar y eclesial; esto exasperó a Constantinopla y en el sínodo del 867, Nicolás I y los clérigos enviados a Bulgaria fueron excomulgados con lo cual se reforzó la posición de Focio. A los pocos días, Basilio I asesinó a Miguel III durante un banquete (23 de septiembre de 867) y rehabilitó a Ignacio como patriarca, destituyendo a Focio. Adriano II aprovechó la oportunidad y envió delegados a un nuevo sínodo de Constantinopla (869-870), donde se habló de la unión de la Iglesia oriental con la occidental y se reafirmó el primado papal; en este sínodo fue confirmado el II concilio de Nicea (787), rehabilitado Ignacio y condenados Focio y sus seguidores invalidando su ordenación y consagración; a pesar de todo, Bulgaria terminó dependiendo de Constantinopla y no de Roma. En el 877 murió Ignacio, el emperador rehabilitó a Focio e invitó al Papa a un nuevo sínodo, pero éste puso dos condiciones: confesión de culpa de Focio y renuncia a Bulgaria por parte de los bizantinos; todo parece indicar que aunque las dos condiciones se aceptaron en el sínodo que se celebró entre noviembre de 879 y marzo del 880 no se pudo evitar el triunfo de Focio, ni se logró que los bizantinos renunciaran a Bulgaria con lo cual se inició la lucha por los Balcanes, el germen del futuro cisma de 1054. Con la muerte de Basilio I en el 886, Focio fue exiliado a un monasterio donde murió en el 891 siendo reconocido por la Iglesia bizantina como un excelente defensor de la ortodoxia hasta el punto de canonizarlo y fijar su fiesta el 6 de febrero. 1.1.3 El iconoclasmo en occidente La emperatriz Irene quería anular las decisiones del sínodo de Hiereia (754) e invitó al II concilio de Nicea (787) al papa Adriano I, pero no invitó a ningún representante franco; el Papa aprobó los decretos conciliares con reservas porque no habían sido restituidos los bienes de la Iglesia romana confiscados por los bizantinos; poco después Adriano le envió a Carlomagno una versión latina de las actas del concilio, redactada por la cancillería pontificia. 19 Carlomagno hizo estudiar la versión, resumió lo que consideraba escandaloso en 84 capítulos y envió un esbozo de confutación al Papa en el 790; este texto fue visto por el Papa como un rechazo a Nicea II y se opuso a la desaprobación franca, valiéndose del poder de las llaves de la sede apostólica; frente a la posición del Papa, los francos comenzaron a dar una respuesta seria y precisa a través de los Libros carolinos, segunda confutación a Nicea II de 120 capítulos en cuatro libros que fueron escritos por Teodulfo de Orleáns; la idea central de este texto es: la Iglesia franca, guiada por Carlomagno, está llamada a guardar la pureza de la Iglesia y la fe ya que el imperio bizantino guiado por una mujer no tendría derecho a convocar un sínodo y menos atribuirle el título de concilio ecuménico. Los Libros carolinos afirman que los bizantinos caen de un error en otro: mientras que los iconoclastas de 754 rechazaron las imágenes, los de 787 pecan por el exceso admitiendo su adoración; estos libros reprueban a los iconófilos que oscurecen la esperanza, esencial para la vida cristiana; en este orden de ideas, los teólogos francos interpretaban con sentido diferente los textos bíblicos que los bizantinos presentaron en favor de las imágenes. El problema radicaba en la versión latina que fue enviada a Carlomagno, porque los traductores del texto griego no entendieron la diferencia bizantina entre latría y proskinesis, al traducir ambas palabras con el término latino adoratio; se aclara que no es que la traducción esté mala, sino que la diferencia fue oscurecida porque de hecho en lo cotidiano ambos términos se usaban para designar la genuflexión que se hacía frente al soberano. Adriano I defendió las actas conciliares sin indicar la problemática de la versión; los francos hicieron notar esa problemática y acusaron a los bizantinos de imprecisiones en la terminología, porque se debería distinguir entre adoración y saludo respetuoso. Aquí está el punto central de la problemática, porque se podía llegar a olvidar que Cristo vino a salvar a los hombres y no a las imágenes. En el fondo de la problemática subyacen algunas ideas: existe una cierta desconfianza hacia las imágenes por lo cual lo único digno de confianza es la Biblia; su poca claridad ya que pueden influir en la fe en cuyo centro está Cristo, quien convierte en superflua cualquier mediación. En el contexto de esta disputa surgió para los francos la importancia de las reliquias, ya que los cuerpos de los santos resucitarán y del discipulado activo y personal tomando como bandera la cruz. Con esto aparece un nuevo tipo de espiritualidad que se sale del marco de la problemática lingüística entre veneración y adoración, porque es cristocéntrica, toda vez que una mediación para la salvación por medio de las imágenes es superflua, absurda, una ofensa a Cristo, único mediador. Para los francos lo importante era saber si las imágenes eran medio de gracia u obstáculo para la adhesión al único mediador, Cristo. En tiempos de Ludovico Pío se presentó el epílogo de la controversia sobre las imágenes. En Bizancio, el emperador Miguel II sostuvo, desde el 821, una posición muy cercana a la de los francos en relación al culto de imágenes, ya que no son prohibidas pero advirtiendo que conviene evitar todo exceso supersticioso. Ludovico, trató sobre el asunto con Pascual I (817-824) y con su consentimiento convocó un sínodo en París 20 (825) donde se hizo una antología en favor de las imágenes que le fue enviada al Papa haciéndole ver que la posición clara y rígida de Carlomagno había sido abandonada por la Iglesia franca y que el culto a las imágenes había crecido en el reino franco. 1.2 El occidente cristiano Existe una connotación histórica: después de ver la historia de oriente, la historia de occidente resulta pobre debido a la alta civilización de oriente que permitió las discusiones teológicas que se dieron. No obstante ello, las transformaciones religiosas que se presentaron entre los siglos V y X en el occidente hicieron que el cristianismo católico se impusiera en Europa y se perdiera en África donde se impuso el islamismo. El objetivo de este apartado no es presentar esa diferencia, sino encuadrar la historia de la Iglesia en el marco de la formación de Europa, teniendo como punto de referencia el II Trullano, uno de los concilios ecuménicos de finales del siglo VII. Además, existe un detalle importante: se pasó del orden social romano al germánico, de lo público a lo privado y de la burocracia al feudalismo. 1.2.1 Europa mediterránea En España18 los visigodos arrianos habían creado un reino cuya capital era Toledo; Leovigildo (568-586) había pensado, después de conquistar el reino de los suevos, en una unidad nacional junto con los cristianos católicos teniendo como base el arrianismo moderado; Recaredo (586-601) se convirtió al cristianismo y en el sínodo de Toledo de 589 firmó el paso a la religión cristiana católica; en las decisiones de este sínodo se encuentra el sinergismo, ya que el rey se sintió responsable de la disciplina eclesiástica, de tal manera que a partir de entonces los sínodos de la Iglesia visigótica sólo eran obligatorios después de ser confirmados por el monarca, por esta razón el sínodo de Toledo es considerado como el nacimiento de la Iglesia visigótica. En los sínodos nacionales de esta Iglesia el rey aparece en la inauguración del sínodo, dejando una lista con lo que se debe tratar y, aunque no toma parte en las discusiones, es quien le da fuerza de ley a las decisiones tomadas, de tal manera que los delitos de religión son tomados como crímenes políticos. Para evitar la usurpación de poder se introduce la unción real, lo cual es vital para la historia de occidente; esta unción es atestiguada por primera vez al subir al trono Bambá (672) y significa la sacralización del poder cuya base teológica era ofrecida por el Antiguo Testamento: si la Iglesia establecía la posición del rey, esperaba de él justicia y piedad. Por esto, junto al rey aparecía el obispo de Toledo, que era prácticamente nombrado por él; es más, el obispo se convirtió en un funcionario de la corte. El sínodo de Toledo de 688, presidido por Julián, deja ver una posición reservada frente a Roma. La historia de esta Iglesia nacional, durante este período termina lánguidamente cuando en el 711 cayó en manos de los árabes, debido a su hispanismo que no le permitía ver más allá de sus fronteras. 21 En esta Iglesia la patrística floreció tardíamente; ejemplos son: Leandro e Isidoro de Sevilla, Braulio de Zaragoza, Ildefonso y Julián de Toledo, entre otros. Las Etimologías de Isidoro fueron la base del razonamiento teológico y científico, aunque a la luz del pensamiento actual puedan parecer un tanto graciosas. Como en el 711 el reino visigodo cayó en poder de los musulmanes, quienes comenzaron a conquistar mejores posiciones, los habitantes de la península huyeron al norte y se refugiaron en las montañas de los Pirineos, Cantabria y Galicia, donde se mezclaron con los vascos; con el aumento de la población y la gestación de los futuros Estados comenzó un proceso de recuperación que llevó a la creación del reino de Asturias. Alfonso II, contemporáneo de Carlomagno, trasladó la capital a León después de conquistar el curso alto del río Duero donde se creó el reino de Castilla; por las tendencias separatistas de algunos pueblos se perdieron las conquistas adquiridas, en el 985 Barcelona cayó en poder de los musulmanes, en 1003 León fue destruida. Gracias a la crisis interna del califato de Córdoba comenzó la reconquista que terminó en 1492. En el transcurso de esta lucha nacieron las dos líneas de la Iglesia en España. Al sur estaba la Iglesia mozárabe, que llevó una vida muy rica pero poco conocida en algunos ambientes eclesiales; esta Iglesia, que tenía tres centros fundamentales: Toledo, Mérida y Sevilla, perdió lentamente su esplendor pero dejó a la posteridad, con el calendario de Córdoba, una amplia información litúrgica y hagiográfica escrita en latín y árabe, probablemente por el obispo Rescinvinto de Elvira. La Iglesia del norte, con Oviedo y León como centros importantes, tuvo influencia de Las Galias y se consolidaba como una red de diócesis, a raíz de la cual se configuró la Iglesia hispánica. Italia19 fue invadida por los lombardos y otros grupos hacia el 568, siendo el último de los pueblos germanos que emigraron; su invasión fue más despiadada que la de los otros pueblos, ya que expulsaron los habitantes y destruyeron los lugares de culto; con la presencia de los lombardos, los bizantinos perdieron la península itálica. Entre los enemigos que tenían los lombardos se citan: bizantinos, francos y romanos, sobre todo el Papa, a quien tenían como un enemigo de primer orden, porque no les concedía autonomía absoluta; cuando se dio la alianza entre el Papa y los francos, este reino fue destruido. La situación de la Iglesia era difícil; el metropolitano de Aquilea se retiró, primero a una isla que todavía estaba en poder de los bizantinos y después a Turín. Unida a su fuerza destructora, está la fe arriana que traían; a pesar de ello el rey Aguilulfo contrajo matrimonio con la princesa católica Teodolinda, con quien el papa Gregorio I estableció comunicación epistolar. En la segunda mitad del siglo VII ya se estaba acabando el arrianismo y a finales del mismo siglo se había extinguido, con ello la capital de este reino, Pavía, se transformó en un centro de actividad cristiana-católica y en sede episcopal que dependía de Roma; por esta razón no es correcto hablar de una Iglesia lombarda, aunque los reyes lombardos influyeron en el nombramiento de obispos y las leyes eclesiásticas. Más tarde, Italia se encontró dividida en varios marquesados familiares, de los cuales 22 tres eran importantes: Friuli al oriente, Toscana en los Apeninos y Spoleto hacia el centro pero sin ambiente lombardo; es particular que la mayoría de las familias aristocráticas de estas marcas eran de origen francés. También existía el condado de Ivrea que buscaba su independencia. Estas familias comenzaron a luchar por la hegemonía y entró en escena Carlos el Gordo, último emperador carolingio de Italia, depuesto en el 888, quien apoyó a Berengario de Friuli contra Guido de Spoleto; aunque Guido no venció, fue proclamado rey y señor de Italia en Pavía y prosiguió su camino expansionista; en el 891 fue coronado emperador (en Roma) por Esteban V. Aquí comienzan los problemas: la familia de Guido de Spoleto, primer emperador no carolingio, tenía poder sobre Toscana y los estados pontificios (patrimonio petrino) cristalizándose el deseo que esta familia tenía de apoderarse de este patrimonio; además las tensiones continuaron entre los ducados y a eso se le suma la aparición de los húngaros (invasores) en la llanura del Po. En Roma, a las luchas de la nobleza romana que intentaba influenciar los cónclaves, se unían los problemas políticos entre Spoleto y Friuli; así como Guido alcanzó la corona imperial en el 891, también Berengario la conquistó en el 915 al ser coronado por Juan X; ambos emperadores tuvieron poca influencia. En el marco de las luchas de la nobleza romana está Teofilacto quien se hacía llamar dux senatu consuli y cuya hija Marozia estaba casada con el duque Alberico de Spoleto. El papa Juan X (914-929), sucesor de Sergio III (904-911), Anastasio III (911-913) y Lando (913-914), fue uno de los más notables pontífices del siglo oscuro, porque tuvo el valor de reclamar libertad y autoridad para la Iglesia; esta autoridad la hizo valer en otros sitios hasta el punto de participar personalmente en la batalla de Garellano contra los sarracenos; a raíz de esta batalla se dio la coronación de Berengario. Por reclamar la independencia y libertad del pontificado, lo apresaron y asesinaron. La problemática romana, unida a la situación italiana, dejó al país sin defensa, porque los sarracenos volvieron a atacar, ubicándose en zonas estratégicas desde donde asaltaban a los peregrinos que se dirigían a la tumba de Pedro; esta situación hizo que Italia y Roma fueran vistas a la distancia por el resto de la cristiandad con lo que la confusión y los acuerdos aumentaron, al tiempo que comenzó la independencia de las ciudades italianas como Nápoles, Amalfi, Génova y Pisa. 1.2.2 Europa insular En Irlanda el apóstol fue san Patricio (397-460) quien evangelizó una región que nunca fue conquistada por los romanos por lo que permaneció libre del influjo del mundo antiguo hasta cuando se dio la transición a la nueva civilización que se puede ubicar entre el 460 y el 560. De la Iglesia en esta isla se tratan dos elementos: el monacato irlandés y la penitencia privada. Para entender el influjo del monacato20 es necesario conocer los puntos esenciales de la estructura social y económica de Irlanda, dividida en dos reinos, a los cuales estaban subordinados otros cinco reinos locales conformados por cerca de cien tribus, que a su vez estaban articuladas en clanes cuyos miembros eran propietarios colectivos; debido a 23 esta estructura los monasterios fundados eran centros espirituales, administrativos e intelectuales donde el individuo que entraba comenzaba un proceso de culturización que permitía mantener la relación con la familia de tal manera que la relación entre clan y monasterio era una costumbre arraigada. También se dio la identificación de la diócesis con la posesión de la tierra del monasterio, porque estas tierras no sólo eran las que estaban junto al monasterio, sino también las propiedades que estaban ubicadas en otras regiones; con esta intelección los abades estaban por encima del obispo, hasta el punto de que el abad hacía consagrar a uno o varios de sus monjes como obispos que continuaban bajo su obediencia, de tal manera que hacían lo que el abad no podía hacer; pero el influjo del monacato irlandés no se queda ahí, avanza más y esto se debe a la santidad personal de los monjes que eran vir Dei, quienes tenían poder espiritual y excelente vida personal. Las reglas de san Columbano presentaban la relación del monacato irlandés con el oriental a través de algunos detalles que fueron tomados de Basilio y Casiano. La regula monachorum trata de la vida espiritual: obediencia, castidad, silencio, abstinencia, oficio divino, vigilias, etc. La regula cenobialis es un escrito disciplinario que presenta las determinaciones sobre la medida de los castigos para los transgresores de la disciplina monástica, que era muy importante porque los monjes vivían junto al pueblo sin buscar la soledad como los del continente; este contacto permitió que la población comenzara a asimilar las tradiciones monacales, entre las cuales sobresale la confesión ante un sacerdote, quien para imponer la penitencia contaba con los libros penitenciales donde el confesor encontraba las penitencias correspondientes para cada pecado, por ello, esta confesión también es conocida como “penitencia tarifada”. En la confesión, la penitencia por excelencia era el ayuno, entendido como remedio para todo. Era vista como algo que debe producir alivio moral y conversión; la concepción de la penitencia partía del concepto: “Dios castiga todo pecado” y era tan fuerte el sentido de pecado que a veces superaba la vida del individuo; frente a esta circunstancia varios penitentes pagaban para que alguien la cumpliera por ellos; para contrarrestar esta práctica, las penitencias comenzaron a ser más breves. Cuando hacia el siglo VII la disciplina monacal se relajó, muchos monjes se retiraron a lugares solitarios, con lo cual se originó la primera reforma del monacato irlandés llamada “reforma de los seguidores de Dios”; debido a la posición marítima donde se ubicaron estos monjes, algunos llegaron a ser excelentes marineros, capaces de atravesar el Atlántico e iniciar la colonización de Islandia. Con esto se llega a otra característica de este monacato: la peregrinatio. El peregrino es un viajero piadoso que después de visitar los lugares sagrados regresa a su hogar; es aquel que vive sin patria y renuncia a la comodidad de una morada fija al lado de sus compatriotas, es decir, el peregrino era un asceta que vivía a plenitud la pobreza y la soledad. Esto no excluye la presencia de otros que estaban en la misma tónica, viviendo aquello de Abrahám: “Sal de tu tierra y de tu parentela” (Gn 12, 1). Inglaterra21 tiene dos ramas: una, la de los celtas y otra, la de los anglosajones. Antes 24 de la llegada de éstos, existen testimonios del cristianismo en la isla; el más representativo es Beda el Venerable, quien en Historia ecclesiastica gentis anglorum habla del martirio de san Albano durante la persecución de Diocleciano, lo cual da a entender que el cristianismo en Inglaterra data de los primeros siglos de la historia de la Iglesia. Hacia los primeros años del siglo V la Iglesia en esta isla comenzó a sufrir la invasión bárbara: por el norte venían los pictos, escoceses, por el occidente se acercaban los irlandeses y por el sureste aparecieron los sajones, quienes después de atravesar el mar, se asentaron en la zona en torno a Londres y York y a finales del siglo VI fueron evangelizados cuando el papa Gregorio I (590-604) tomó la iniciativa de enviar misioneros. La isla estaba compuesta por siete reinos: Kent, Sussex, Essex, Wessex, Est Anglia, Mercia y North Umbría; por eso se habla de una heptarquía. Estos reinos estaban unidos bajo la idea de un pequeño imperio, en el cual el poder se desplaza del sur al norte hasta llegar a Alfredo el Grande en el siglo IX. El proceso misionero comenzó en Kent, cuyo rey estaba casado con una princesa merovingia cristiana, siguiendo las normas dadas por Gregorio I; una de las normas era no destruir los templos sino los ídolos. Con la llegada y asentamiento de los misioneros romanos se presentan dos corrientes cristianas en la isla: la romana y la irlandesa; el triunfo de la corriente romana se obtuvo en el sínodo de Whitby (664), donde se trataron temas como la fecha de la pascua y la tonsura de los clérigos. Se dio una problemática teológica que llevó al aumento de la devoción a san Pedro quien era visto como el “portero del cielo”, lo cual originó las peregrinaciones a Roma y se afianzó el deseo de ser enterrado en un templo cuyo titular fuera san Pedro. La romanización definitiva de la Iglesia anglosajona fue obra del monje oriental Teodoro de Canterbury (669-690), quien unió todas las corrientes en Inglaterra. En torno al 700 ninguna Iglesia nacional era tan cercana al Papa como la de Inglaterra; esto es importante para entender el influjo anglosajón sobre la Iglesia franca y la latina en general. A partir de los últimos años del siglo VIII (789) las islas británicas sufrieron sucesivas oleadas invasoras por parte de vikingos y normandos quienes venían más en plan de conquista y apropiación de tierras que de comercio y hurto. Frente a estas invasiones, que llevaron a la creación de un reino normando cerca a Dublín que duró hasta 1170, se dio la reconquista en la que se afirmó la identidad anglosajona a partir de las regiones de Essex y Wessex; algunas regiones de estas islas, sobre todo Wessex, se convierten en puente para el continente. El reino de Wessex, además, asumió la defensa frente a los ataques y por ello lideró el proceso de unificación. Es importante Alfredo el Grande (871-900) quien organizó los territorios reconquistados, promovió un movimiento de restauración queriendo imitar a Carlomagno; después de él, Eduardo y Édgar continuaron su obra hasta el 950. Después hubo una paz de medio siglo que se acabó hacia el 1000 cuando llegó una nueva oleada de vikingos. De este proceso de unidad se extrae una lección para la historia: la importancia de la guerra y la conquista para la formación del estado medieval. Al tiempo que se daba esta unificación, la Iglesia también se reformó; Etevoldo, Dunstan (+988) y Oswald (+992) son los tres más importantes monjes que colaboraron 25 en la restauración del monacato; también se presentó una rica literatura latina y sajona, y un esfuerzo misionero muy particular; en este esfuerzo misionero primero fueron cristianizados los nórdicos que vivían en Inglaterra y después los que estaban cerca a Dublín; algunas veces, este esfuerzo misionero ni siquiera es mencionado. En conjunto esta Iglesia fue la más floreciente del siglo X, y al igual que la “iglesia imperial” también tuvo una gran irradiación misionera. 1.2.3 Europa imperial En cuanto al reino de los francos22, existían grandes diferencias: al sur la influencia de la cultura antigua era notable, al norte y este de Francia no existían ni siquiera las condiciones para la cristianización; debido a esto el bautismo de Clodoveo (499) es un hito para la historia de la Iglesia en Francia y un modelo para entender la conversión de otros reyes, ya que se trataba de una conversión al Dios más fuerte que da la victoria en la batalla, y por esto se presentan las conversiones masivas, propias de un pueblo con mentalidad arcaica y guerrera. En este hecho se encuentra un cambio teológico importante: la cristianización comienza con el bautismo y no con la catequesis. Esta Iglesia, al no vivir la experiencia arriana, desarrolló un particular orgullo porque sus orígenes no eran heréticos23. En esta Iglesia los sínodos se tenían cuando el rey lo quería toda vez que él confirmaba los decretos; por ello el Papa sólo tenía un influjo espiritual, con lo cual la dependencia de la Iglesia terminó debilitando las estructuras eclesiásticas propuestas por Roma, que desaparecieron a finales del siglo VII, cuando la asimilación del esquema bizantino se hizo notorio sin la exposición y especulación teórica de allí. Los sínodos convocados con relativa frecuencia a partir del siglo VII nunca trataron cuestiones doctrinales, sino cuestiones disciplinarias y sociales en las cuales tuviera competencia el obispo; en este sentido los decretos de la Iglesia merovingia son una fuente para conocer la vida cristiana de la época. Los sínodos se preocuparon por abolir el sistema de las Iglesias privadas, pero no lo lograron porque la legislación al respecto sólo exigía que quienes atendían tales Iglesias fueran hombres libres; con esto la única relación del sacerdote que estaba al servicio de estas Iglesias con el obispo se reducía a la ordenación. Debido a la importancia que tiene para el futuro de la historia de la Iglesia, se hace un paréntesis para hablar de una de las leyes nacionales de los francos, la lex salica o exclusión de la sucesión femenina al trono. El prólogo de esta ley elogia con un sorprendente lenguaje poético al pueblo franco: bello, inteligente, esforzado, ortodoxo que ha coronado de oro y piedras preciosas los cuerpos de los santos mártires que los romanos habían mandado deshacer. Lo problemático de los manuscritos de esta ley, está en el hecho de presentar a Cristo como un “dios nacional franco”; a pesar de ello, el proceso evangelizador es bien presentado, porque quien escribió el texto de la ley fue un sacerdote. Algunas particularidades de esta Iglesia nacional son: el aislamiento de cada obispo debido a la desaparición de las estructuras eclesiásticas con lo cual los obispos 26 comenzaron a depender del rey, el celo de los obispos por sus derechos, las funciones espirituales y públicas de los obispos incluyendo el aspecto judicial. Esto llevó a la creación de estados eclesiásticos e Iglesias privadas donde el obispo era guía espiritual y señor del territorio, bajo la hegemonía del rey merovingio, y a una serie de conflictos con algunos obispos depravados. Esto da a entender que existían dos problemas fundamentales: la falta de una verdadera definición del derecho del obispo porque los límites entre lo eclesiástico y lo civil no eran claros y las Iglesias privadas hacían a los sacerdotes independientes frente a obispos que no podían intervenir. A propósito de las Iglesias privadas, término que no aparece en las fuentes, son templos pertenecientes a un terrateniente que hacía construir en su propiedad una capilla para los vecinos y empleados, dotándola de una renta para sostener al sacerdote que la atendía; este tipo de Iglesia llegó a ser una institución jurídica por la estrecha conexión del altar con la tierra donde estaba construido; con este sistema la Iglesia corrió el riesgo de ser explotada porque el propietario hacía una inversión y esperaba los réditos correspondientes. Lo mismo se puede decir de los monasterios fundados por familias nobles; en ellos el nombramiento del abad lo hacía el propietario o la familia. Con Ludovico Pío llegó el golpe final sobre estas Iglesias cuando fueron convertidas en propiedades reales y episcopales. En cuanto al imperio carolingio, dejando para más adelante la política francocarolingia, la unidad sellada con la Ordenatio imperii de Ludovico Pío (817) no duró mucho porque sus sucesores entraron en luchas y batallas sangrientas, en particular la de Fontenoy24, que condujeron al tratado de Verdún (843) donde se firmó la división del imperio y se perdió la validez de la Ordenatio: Lotario I gobernaría el “reino intermedio” que iba desde Hamburgo hasta Italia; Carlos el Calvo gobernaría el occidente, Galias o Francia occidental; y Luis el Germánico el oriente, Germania o Francia oriental; esta división era un retroceso al diseño arcaico y el reino quedaba dividido por problemas económicos, políticos y militares. Este tratado significó, además del rompimiento de la unidad imperial, la regionalización de la Iglesia. A la par con estos problemas, estaban las amenazas provenientes de los pueblos limítrofes: húngaros, nórdicos y musulmanes. A esta situación de división y temor, se le unía la incapacidad de mantener un gobierno central por lo que hubo necesidad de acudir a la aristocracia. En el reino franco occidental25, Carlos el Calvo (840-877) hijo de Judith, segunda mujer de Ludovico Pío, quiso influir sobre los otros reinos con el apoyo de los aristócratas que dominaban en Aquitania, donde nombró como representante a Bernardo Plantapilosa; allí nació el ducado de Borgoña. En el reinado de Carlos el Simple (893923) se organizaron Normandía, donde aparecen los Robertinos que ya habían alcanzado una buena posición al interior del poder carolingio, y Neustria, donde Hugo el Grande recibió el título de dux francorum siendo reconocido como el segundo en el reino. Con Ludovico IV de Ultramar, quien comenzó el reinado hacia el 936 (+ 987), hijo de Carlos el Simple, termina la dinastía carolingia, porque murió sin dejar hijos; a su muerte fue nombrado Hugo Capeto, de la familia de los Robertinos, rey entre el 987-996, con quien 27 comienza una nueva página en la historia de aquella región. En pocas palabras, la historia francesa del siglo X es una permanente caída del poder carolingio y el fortalecimiento de los reinos feudales; esto favoreció a los germanos que alcanzaron el trono imperial con Otón I. El reino de Lotaringia llevó una vida artificial a pesar de ser la zona más desarrollada y encontrarse en el corazón del imperio. A la muerte de Lotario II (869) quien no dejó sucesor legítimo por su problema matrimonial, se llegó a la ruina de este reino que tanto Italia como Francia y Germania pretendían; en estas luchas surgió el tratado de Meersen (870) que la dividió en dos partes con lo que ocasionó nuevos conflictos entre francos y germanos. Posteriormente, vino el tratado de Ribémot (880) según el cual Lotaringia, sin la parte de Italia, comenzaba a formar parte de Francia Oriental. Frente a estas divisiones, la Iglesia buscó la unión imperial pero los nobles y parte del clero promovían las divisiones. Germania o reino franco oriental había conservado una cierta identidad cultural con límites precisos y lengua diferente. Estaba compuesta por cinco ducados: Baviera (Ratisbona era su centro) que era gobernada por delegados del rey carolingio que con el tiempo comenzaron a llamarse prefectos; Svevia (suroeste de Alemania) cerca a Constanza donde se encontraba el monasterio San Gall; Sajonia que había sufrido con la conquista donde la aristocracia colaboró mucho con el imperio y se destacó la familia de los Liudolfingios; Franconia era una zona central que en el siglo IX se transformó en ducado autónomo donde los Guelfos y los Conradinos son las familias más notables; y Lotaringia después de la desaparición del reino intermedio. El rey de este reino oriental se encontraba al frente de una organización política multinacional, con lo que aparecen dos líneas diferentes: en occidente se afirma una dinastía, en oriente se afianza un reino electivo. Entre los ducados, para asegurarse la protección frente a las invasiones, se gestó la idea de elegir un rey después de la muerte del último carolingio oriental, Luis el Niño (+ 911) y no darle la corona a quien por derecho le correspondía, Carlos el Simple, rey de Francia; en efecto fue elegido Conrado de Franconia, pero la falta de colaboración y los ataques magiares hicieron fracasar este proyecto. Ante los fracasos, el rey elegido contaba con el apoyo de los obispos con la condición de que la Iglesia adquiriera algunos privilegios y se liberara del poder laico; la cuestión era clara: el poder central era débil, la subsidiaridad no se aplicaba bien y la Iglesia aprovechó, en una sociedad que comenzaba a ser piramidal, la oportunidad que se presentaba. El imperio carolingio se fraccionó perdiendo la unidad; frente a esta realidad, un cierto nacionalismo, la Iglesia mantuvo las diócesis que había erigido durante el imperio franco lo cual, pasando el tiempo, creó problemas. 2. La Iglesia y la política francocarolingia26 28 La experiencia de la Iglesia en occidente entre los siglos VIII y IX se enmarca al interior de las relaciones políticas en las cuales la nota más representativa es el giro pontificio hacia occidente, después del pontificado de los últimos Papas orientales. Este cambio y las relaciones políticas que se dieron posteriormente marcaron la historia, no sólo de la Iglesia, sino también de diferentes campos políticos de Europa durante el medioevo. 2.1 Iglesia y reino franco 2.1.1 El influjo insular Este influjo abarca dos esferas insulares un tanto diferentes: por un lado la de los irlandeses, y por otro la de los anglosajones. En ambas esferas la presencia de los monjes, quienes se entendían como varones de Dios, fue vital para comprender el proceso evangelizador. Los irlandeses El punto de partida es la obra Vida de san Columbano, porque este santo es el más notable de los misioneros irlandeses y su vida es típica para la actividad monástica y misionera de los irlandeses en el reino franco al conjugar la peregrinatio (ascética y misión) y la experiencia de ser vir Dei (santidad) en su vida. Columbano inició su vida monacal en Banghor, donde forjó su ideal monástico que más tarde puso en práctica cuando con autorización de su abad se embarcó con doce compañeros, primero para Inglaterra y después para Las Galias donde encontró una Iglesia que juzgó negativamente porque veía que la virtud de la religión estaba olvidada y sólo permanecía la fe cristiana. El sistema adoptado por Columbano era anunciar la palabra evangélica en forma agradable con elegante exposición. Esto quiere decir que en la vida monástica, peregrinación y actividad misionera van juntas, enfatizando que lo más importante no era la misión sino la peregrinación. La Iglesia merovingia, a la que llegó Columbano, dependía de príncipes que con frecuencia combatían entre ellos; los reinos más importantes eran Neustria, Austrasia y Borgoña; tres reinos que tenían la idea de ser uno solo que podía ser dividido temporalmente. Cuando Columbano llegó, Austrasia y Borgoña estaban unidos y con la ayuda de la casa real fundó los monasterios de Annegray, Luxeuil y Fontaine que se encuentran en Borgoña; estos tres monasterios fueron fundados sobre ruinas romanas usadas para hacer cultos no cristianos y expresaban el auge de la vida monacal irlandesa en esta región. Cuando Columbano se negó a darle la bendición a los hijos ilegítimos del rey Teodorico II fue expulsado del reino burgundo y, escoltado por militares, fue embarcado con sus compañeros con destino a Irlanda, pero una tempestad los desorientó y volvieron a las costas francesas; ante la imposibilidad de regresar al reino del cual fueron expulsados, se dirigieron más al oriente hasta llegar al lago Constanza donde le predicó al pueblo pero encontró resistencia entre la población que le rendía culto al dios Vodano. Debido a esta resistencia pasó a Italia, atravesando Suiza, allí se quedó el monje 29 Galles, quien más tarde se convirtió en el patrón de un monasterio que lleva su nombre. En Italia, Columbano fundó el monasterio de Bobbio. En el reino franco, Columbano influyó por medio del monacato de tal forma que a finales del siglo VII existían cerca de 350 monasterios que tuvieron como centro a Luxeuil. Jonás de Bobbio sostiene que quienes abrazaban la vida monástica casi siempre provenían de familias nobles; esto demuestra que la clase dirigente no sólo había abrazado el cristianismo sino que buscaba en él una nueva identidad por medio del ideal religioso; por esto no es raro que el modelo de santidad fuera el noble santo que, proveniente de una familia aristocrática, unía ascesis monástica con actividad política y vida eclesiástica; esto motivaba a las familias aristocráticas a tener entre sus hijos un santo. Aquí inicia el monacato en la Iglesia franca como consecuencia del influjo de Columbano y los monjes irlandeses que duró hasta el siglo XII. Los estudiosos hablan de tres tradiciones monásticas que influyeron en la Iglesia franca y por medio de ella en la vida religiosa posterior. La primera es el monacato del valle del Ródano que procedía del monasterio de Lérins, donde se fomentaba la vida cenobítica; la segunda es el monacato de Martín de Tours que enfatizaba el aspecto eremítico; la tercera, es el monacato irlandés con sus características que le permitían asentarse en centros donde no había tradición ni cristiana ni monacal. Así como el monasterio de Lérins se convirtió en semillero de obispos, otro tanto se puede decir del monasterio de Luxeuil, con la diferencia que si aquellos provenían de la aristocracia romana, éstos provenían de la aristocracia franca y sus círculos cercanos. En este monacato los monasterios basilicales sirven para entender la formación clerical y religiosa en la Iglesia Latina; estos monasterios se encontraban dispersos y estaban vinculados a un lugar de culto de un mártir o algún santo, alrededor del cual se establecían los monjes, quienes atendían el santuario; si para los monjes del desierto la soledad era la vocación, para estos monjes la vocación era la oración junto al santuario. El servicio al santuario implicaba la liturgia y el cuidado pastoral de los fieles, residentes y peregrinos, por lo que estos monasterios contribuyeron a formar la vida religiosa en la Iglesia occidental. Mientras que en oriente el monacato queda casi siempre al margen de la vida oficial de la Iglesia, en occidente la integración de los monjes a la vida pastoral es notable, hasta el punto de que en los siglos VIII y IX estos monasterios eran los más visitados en Roma27. En algunos de los monasterios basilicales se vivía la laus perennis, el oficio divino sin interrupción; algunos ejemplos son: San Galles, Saint-Dennis y Centula donde la laus perennis fue impuesta en tiempos de Carlomagno. El sistema de la oración sin interrupción era posible gracias a la cantidad de monjes existentes en cada monasterio: los monjes eran divididos en tres grupos que comenzaban en forma rotativa a celebrar el oficio de tal manera que día y noche se hacía oración. Este tipo de oración fue un fenómeno restringido a pocos monasterios del reino franco y sólo por un breve período de tiempo porque desapareció hacia el siglo IX. 30 Finalmente, el monacato, tanto en oriente como en occidente, en la alta Edad Media (450-950) fue el modelo para la reconstrucción civil y religiosa de la sociedad; su múltiple actividad: oración, trabajo, estudio, actividad misionera y pastoral, contribuyó en las transformaciones sociales de la segunda mitad del primer milenio cristiano. A la luz de esta situación se entiende mejor la caballería como una mezcla singular de espíritu feudal, cristianismo y espiritualidad monástica. Los anglosajones28 En el reino merovingio el palacio real era el centro administrativo y el funcionario encargado de la administración era el mayordomo o maestro de palacio; cuando el rey perdía autoridad, éste se convertía en la máxima autoridad del reino y aprovechándose de la debilidad personal del monarca, llegaba a ser el patrón del reino. Esta situación condujo, hacia el siglo VII, a la división del reino merovingio en reinos particulares con sus respectivos mayordomos: Neustria, Austrasia y Borgoña. Austrasia estaba hacia el este del reino merovingio y comprendía las regiones de Reno y Mosela y tuvo por capitales a Rietz y Metz; en este reino tomó fuerza la estirpe de los carolingios, descendientes de los pipinídidas, con reyes como Pipino el Medio (+ 714), Carlos Martel (+ 741) y Pipino el Breve (+768); estos tres personajes volvieron a unir el reino franco y lo renovaron. En la lucha por el poder la religión fue un factor decisivo, de manera especial en las fronteras donde existían zonas que debían ser conquistadas porque aún no pertenecían al reino como frisones y sajones, quienes defendían su religión e independencia. Los duques bávaros promovían el cristianismo para asegurar el poder; otro tanto hacían los mayordomos francos. En este juego de intereses, de reordenación del reino franco, se constató un cambio de tipo de cristianismo con lo cual el movimiento de Columbano pasó a la historia dando paso a la presencia de cristianos anglosajones; por ello, si para los merovingios los extranjeros eran los irlandeses, para los carolingios, eran los anglosajones. En la evangelización anglosajona de la Iglesia franca se debe tener presente que la Iglesia anglosajona, cuyos misioneros también vivían la peregrinatio, tenía sello romano como ninguna otra y por ello su misión y actividad reformadora difundía las huellas de la Iglesia romana en el reino franco; además, la suerte anglosajona en la región francesa estuvo ligada a la estirpe carolingia. Uno de los primeros misioneros fue el sacerdote Egbert, quien inició su predicación hacia el 691 con una idea muy clara: llevar la fe cristiana a los pueblos continentales que están emparentados con los anglosajones; no pudo realizar su proyecto pero transmitió su ideal a Willibrordo, quien había sido educado en el monasterio de Ripon cerca a York. Willibrordo reunió doce compañeros y llegó a la corte de Pipino el Medio, mayordomo franco en Frisia; con esta determinación Willibrordo tomó una decisión de grandes consecuencias: se alió con el conquistador franco29. Para ponerle contrapeso a esta situación, Willibrordo buscó ayuda y autorización del Papa para su trabajo y hacia el 695 31 viajó a Roma por órdenes de Pipino, donde obtuvo de Sergio I (687-701) la consagración episcopal y fue nombrado arzobispo, siendo ésta la primera vez que este título se usó en el continente. Willibrordo regresó a Frisia para establecer una provincia eclesiástica pero no pudo porque los carolingios no quisieron, ya que una organización independiente era peligrosa en una zona apenas reconquistada. A pesar de ello, continuó su trabajo y fundó un monasterio, Echternach, en Luxemburgo hacia el 697; este monasterio pasó a poder de Pipino (706) con lo cual se da a entender que para el derecho germano incluso las propiedades eclesiásticas están sujetas a la tutela del señor que es propietario del terreno donde están construidas. A la muerte de Pipino el Medio (+ 714) se desató una rebelión en Frisia, región donde evangelizaban Willibrordo y sus compañeros; por aquello de la unidad de fe y política, los misioneros fueron expulsados y regresaron cuando Martel reconquistó la región. A este punto del discurso conviene hacer una comparación entre los monjes anglosajones y los irlandeses. La misión de los irlandeses es casual y busca la conversión de los individuos, la de los anglosajones es sistemática y buscan la conversión de los pueblos; mientras los irlandeses comemzaban desde abajo, los anglosajones lo hacían desde arriba. Otro anglosajón que evangelizó en el reino franco fue Bonifacio30, Winfrid o Winfrido. Nació hacia el 675, hijo de un feudatario de Wessex, oblato desde los siete años en el monasterio de Nursling, a los 30 fue ordenado sacerdote y nombrado director de la escuela del monasterio; escribió obras de gramática y métrica en un latín bastante elevado y artificial, propio de la tradición anglosajona; hacia el 716 tomó la decisión de hacer la peregrinatio, viajó al continente pero tuvo que regresar porque el ambiente político era difícil; fue elegido abad del monasterio pero no aceptó y apoyado por el obispo Daniel de Winchester viajó nuevamente al continente; en el 718 se despidió de su comunidad y partió para Roma donde pidió la bendición de Gregorio II (715-731), quien lo animó en su actividad misionera a pesar de la presión bizantina que tenía Roma y la preocupación por Italia que tenía el pontífice. En mayo de 719 recibió de Gregorio II el nombre de Bonifacio y la autorización de predicar el evangelio en las regiones germanas, por ello fue calificado como ministro del Papa en la evangelización germana y estaba obligado a observar el rito romano; con esto se inicia la romanización de la liturgia franca. Salió de Roma, pasó por Lombardía, Baviera y Turingia para llegar a Frisia cuando ya había muerto el rey Radford, quien había expulsado a los misioneros anglosajones dirigidos por Willibrordo. Se presentó la conjunción de tres personajes: Carlos Martel mayordomo del reino franco, Willibrordo misionero anglosajón y Bonifacio quien había llegado de Roma con autorización para evangelizar; las fuentes dan a entender que la relación existente entre Willibrordo y Bonifacio no va más allá del respeto, incluso Bonifacio declinó el ofrecimiento que Willibrordo le hizo para sucederlo en la sede episcopal por razones de edad, ya que aún no había cumplido los 50 años; este rechazo significó la separación 32 entre Willibrordo y Bonifacio toda vez que éste se fue a la región de Hesse, una zona del reino franco, donde fundó el monasterio de Amöneburg (722) que se convirtió en centro misionero. En el 722, Bonifacio fue consagrado obispo por Gregorio II; en esta consagración se presentó el juramento de fidelidad al Papa, con lo que era reconocido como el metropolitano competente; es un hecho inaudito porque este juramento de fidelidad sólo lo hacían los obispos de Italia. Después del juramento, el Papa le dio algunas cartas de recomendación, una de ellas estaba dirigida a Carlos Martel, donde habla de Bonifacio como evangelizador de los germanos y los pueblos que habitan la zona oriental del Rin. Luego de recibir esta carta, Martel le dio una carta de protección a Bonifacio, en la cual no menciona al Papa. Contando con dos protecciones, Bonifacio comenzó un proceso de evangelización que lo llevó a tumbar la encina de Donar, símbolo de la religión germana que se encontraba en Geismar, con cuya madera construyó el primer templo de Fritzlar. Entre 724 y 725 Bonifacio extendió la misión a Turingia, donde las condiciones eran diferentes porque ya había una tradición cristiana desde tiempo del rey ostrogodo Teodorico, quien había casado a su sobrina con el rey de Turingia de aquel entonces; con esta mujer entró el cristianismo en Turingia, de tal manera que cuando Bonifacio llegó ya había cristianos y clérigos que no vivían de acuerdo a las normas cristianas, como el caso de los obispos Milo de Tréveris y Liege de Maguncia, que habían heredado la diócesis y el episcopado de sus padres. En el 731 fue nombrado Gregorio III (731–741), quien al año siguiente le envió a Bonifacio el palio arzobispal, con lo cual podría consagrar obispos y crear diócesis, pero no pudo porque Carlos Martel31 no estaba de acuerdo; con la actitud de Martel, las cosas cambiaron y la oposición del episcopado y la aristocracia del reino franco no se hizo esperar porque existía un choque de intereses, ya que mientras Bonifacio quería obispos que observaran el derecho canónico, los francos deseaban enriquecerse con los bienes de la Iglesia. Se puede decir que con el nombramiento arzobispal de Bonifacio se dio una tensión entre los anglosajones y los francos que se mantuvo hasta su muerte. Hacia el 737 se presentó la tercera visita de Bonifacio a Roma donde recibió el nombramiento como delegado Papal para Germania, con esto se le abrió un nuevo campo de acción en Baviera gracias al duque Odilón de Baviera, a quien el Papa le envió una carta recomendándolo. Una Iglesia regional, independiente del poder franco y sometida a Roma, era importante en aquellos momentos históricos en los cuales el reino franco quería convertirse en imperio; pero Bonifacio no alcanzó a terminar la reforma de la Iglesia en Baviera, que se extendió del 741 al 754. El 741 fue fatídico para el proceso evangelizador de Bonifacio entre francos y germanos porque en Constantinopla subió al trono Constantino V, en Roma fue nombrado Zacarías y en el reino franco, a la muerte de Martel, asumieron sus hijos Carlomán y Pipino el Breve32. Frente a este panorama Bonifacio le escribió una carta al Papa mencionando las reformas habidas en Germania y la situación de la Iglesia en el reino franco donde varias sedes episcopales habían sido confiadas a laicos que deseaban 33 tener propiedades o a clérigos adúlteros y usureros, dados a los placeres mundanos. La reforma se inició, tanto en Austrasia donde era mayordomo Carlomán como en Neustria donde el mayordomo era Pipino, con el llamado Concilium Germaniae (742), culmen de la reforma de Bonifacio. Se tomaron algunas determinaciones: restablecimiento de la constitución eclesiástica contra el derecho de las Iglesias privadas, exclusión de los clérigos que no viven canónicamente, colaboración de obispos y autoridades contra las tendencias y prácticas no cristianas, observancia de la regla benedictina y legislación matrimonial que prohibía nuevas nupcias durante la vida de la compañera legítima. Las determinaciones fueron promulgadas en forma de Capitulares33, que se convirtieron en signo de la colaboración entre la Iglesia y el reino franco. Hacia el 744 se realizaron dos sínodos: Les Estinnes en Hennegan para Austrasia y Soissons para la región de Neustria34. Después del Concilium Germaniae vino una lenta declinación que se puede esquematizar en tres núcleos. El primero era el tema del bautismo porque existía disparidad de ritos ya que mientras para los galos sólo existía una unción postbautismal que la hacía el que administraba el sacramento, para los romanos existían dos unciones postbautismales, una de las cuales era hecha por el obispo; en este orden de ideas, Bonifacio contribuyó a la separación de los sacramentos de iniciación en occidente. El segundo núcleo fue la abdicación de Carlomán y su ingreso al monasterio de Montecasino (747) con lo cual Pipino quedó como único regente del reino franco y comenzó a legislar sobre cuestiones eclesiásticas sin consultar con Bonifacio, a quien veía como un incómodo obispo anglosajón, porque ya había optado por Crodegango de Metz y Fulrado de Saint-Dennis. El tercero fue la fundación del monasterio de Fulda a partir del 12 de marzo de 744; este monasterio, ubicado en una región selvática, fue exento de toda jurisdicción episcopal para garantizar su seguridad; de este monasterio salió a evangelizar a los frisones, pero durante su viaje fue asesinado en Dukkum, Holanda, el 5 de junio de 754. Cuatro puntos son importantes en la reforma de Bonifacio: la nueva orientación eclesial frente a Roma; la organización metropolitana de la Iglesia franca donde fue introducida la liturgia romana; la reforma del clero diocesano teniendo presente el modelo monástico, enfatizando su importancia como testimonio de vida consagrada en castidad; la cristianización del pueblo, en particular de los campesinos, con lo cual se llegó a un nuevo concepto de sociedad donde la pastoral tenía un marcado acento cultural. Al interior de la reforma hay que ubicar el tema del matrimonio y los diezmos; éstos pueden ser vistos como un creciente influjo del Antiguo Testamento o como una recompensa (no se habla de pago) por la administración de los sacramentos y los servicios litúrgicos. Después de la muerte de Bonifacio, su herencia espiritual fue dividida: la abadía de Fulda pasó a manos de Sturmio quien defendió la independencia de Fulda frente a Lul, discípulo de Bonifacio y obispo de Maguncia, y Metz pasó a manos de Crodegango, un noble franco que había servido en la cancillería de Carlos Martel. Crodegango asumió para el reino franco las funciones que desempeñaba Bonifacio; su vida fue ejemplar por 34 su caridad con los pobres, la construcción de templos, la vida ascética y monástica porque escribió una regula canonicorum introduciendo de modo ordenado y sistemático la vida canónica para los clérigos, y la fundación de monasterios, uno de ellos, el de Gorze, sobresalió en el siglo X. La regla de Crodegango influyó en la legislación de Ludovico Pío de 817 y se convirtió en una alternativa a la regla de san Benito. Convocó varios sínodos; en el de Digny (762) impuso unas tareas concretas para los 27 asistentes: todos se obligaban por un contrato escrito a asistir a los miembros de la unión, después de la muerte de cada uno de los presentes, con un número determinado de oraciones, celebrando cien misas por cada obispo o abad y 30 por cada clérigo, en su defecto se debía hacer igual número de salterios. Esta tarea se convirtió en una tradición. 2.1.2 Primer giro pontificio hacia Francia35 Los últimos pontífices orientales El último Papa que hizo un viaje a Constantinopla, antes de Pablo VI, fue Constantino I (708-715) quien bajo el gobierno de Justiniano II viajó buscando una solución al problema del Trullano (692)36. Desde Sergio I (687-701) todos los Papas rechazaron las decisiones de ese concilio; Justiniano II buscaba un coloquio personal con el Papa para llegar a un compromiso, que fue premiado por el emperador con un privilegio para el primado romano. A pesar de las tensiones, se presentó, desde el concilio III de Constantinopla (680-681), la afluencia de clérigos y monjes orientales hacia Roma debido a las discusiones y controversias cristológicas en el reino bizantino y la conquista del medio oriente por los musulmanes. En este contexto es fácil entender que los Papas a partir de finales del siglo VII fueran sicilianos, griegos y sirios y por ello algunos Papas de este período ayudaron al renacimiento del cristianismo occidental, entre ellos: Gregorio II, Gregorio III, Zacarías y Esteban II, quienes pusieron la base para el restablecimiento imperial llevado a cabo por León III; también se puede citar León IV (847-855) quien organizó la defensa contra los sarracenos37. Gregorio II (715-731) como diácono había acompañado a Constantino en su viaje a Constantinopla; sus relaciones con el emperador León III el Isáurico (717-741) fueron tensas porque el emperador quiso gravar a Roma con una nueva tasa pero el Papa se empeñó en defender los bienes de la Iglesia; por esta razón, el emperador atentó contra su vida por medio de los oficiales que estaban en Roma y la colaboración de Ravena. Las tensiones crecieron cuando León III hizo del iconoclasmo su programa político y religioso que condujo a la desobediencia italiana al exarca de Ravena y un ambiente de reforma que deseaba sustituir al opresor. Gregorio, al ver el tenso ambiente, cedió con la esperanza de que el emperador cambiara; en esos momentos el último exarca bizantino de Ravena, Luitprando, se unió a los lombardos para asediar a Roma, pero el Papa le hizo cambiar de política y le pidió ayuda contra León III, a quien veía como un usurpador que venía de oriente. No obstante lo anterior, este Papa nunca quiso separarse del imperio bizantino. Gregorio III (731-741), sirio, buscó resolver el problema bizantino por canales 35 diplomáticos pero sin resultados ya que el delegado fracasó en varias oportunidades. Convocó un sínodo en Roma (731) donde el iconoclasmo fue condenado; las decisiones sinodales no fueron aceptadas por Constantinopla y en represalia el emperador golpeó los bienes de la Iglesia en Sicilia e Italia meridional que fueron gravados con tasas que terminaban confiscándolos; con esto la jurisdicción papal se redujo al centro de Italia y el Papa rara vez entraría en relación directa con la Iglesia oriental. La situación se hizo insostenible cuando el rey lombardo Luitprando conquistó el ducado romano para anexarlo a su reino (739). Frente a esta situación buscó apoyo en Carlos Martel, con lo cual se inició una tradición que marcó la historia de la Iglesia porque los francos veían en el Papa al vicario de Pedro; Martel dio una respuesta negativa a su petición porque no quería mezclarse en los asuntos de Italia donde era rey su amigo Luitprando. En medio de esta desesperada situación murió Gregorio. Zacarías (741-752) último pontífice de origen griego, supo llevar una hábil política con los lombardos y los bizantinos. Con Luitprando, rey de los lombardos, obtuvo que Roma no fuera atacada durante 20 años, pero tuvo algunas dificultades cuando este rey quiso atacar Ravena; con esta actitud, que muestra la lealtad con Bizancio, obtuvo que las tensiones disminuyeran por lo cual se puede inferir que el Papa aún esperaba algo de oriente ya que su política no tenía futuro; por esto es fácil entender su poco interés por la Iglesia franca y el arzobispo Bonifacio. No obstante lo anterior, Zacarías, que deseaba mantener a toda costa el orden heredado al ignorar el cambio de los tiempos, inició la alianza con los francos. Comienzo de la alianza A la muerte de Carlos Martel (741), sus hijos Carlomán y Pipino se dividieron el poder; Carlomán se retiró en el 747 a un monasterio dejando a Pipino38 como único mayordomo. Pipino le había formulado al Papa, en el 746, sin contar con Bonifacio, algunas preguntas sobre el rango de los metropolitanos, los derechos episcopales, el celibato sacerdotal, la validez de los votos monásticos, algunos detalles sobre la penitencia, cuestiones matrimoniales y el mayorazgo; el Papa respondió a cada una de las inquietudes y en una de esas respuestas aparece el título de rey en lugar de mayordomo para Pipino. Esta respuesta, que no era más que una decretal, se convirtió en un asunto político porque el rey tendría sacralidad de sangre, ya no por pertenecer a la estirpe de los merovingios, sino por voluntad de Dios expresada por el Papa y realizada a través de la unción, que marcó el carácter sagrado del monarca39. Todo parece indicar que cuando fue ungido por un obispo aparece con el nombre de Hilderico, después de haberse hecho elegir como rey por la nobleza franca; era el 750. Entre el 753 y el 754 Esteban II (752-757)40 viajó al reino franco ya que Roma estaba amenazada por Astolfo, rey lombardo. Esteban había pedido ayuda al emperador de Bizancio quien, por estar ocupado en el sínodo de Hiereia (754), le envió una delegación al rey lombardo pidiéndole la restitución del territorio ocupado, sin ningún resultado positivo. Después del fracaso diplomático, llegó a Roma una delegación bizantina 36 sugiriéndole al Papa que tratara con Astolfo; casi al mismo tiempo llegaron dos altos oficiales francos, uno de ellos el obispo Crodegango de Metz, con la misión de acompañar al Papa al reino franco, saliendo de Roma el 14 de octubre de 753; en Pavía fracasaron las negociaciones con Astolfo y Esteban siguió su camino hacia el reino franco. Allí fue recibido en la Epifanía de 754, con todos los honores por Pipino, quien siguió el ceremonial bizantino: postración en tierra, servicio de palafrenero y apoyo para descender del caballo. Al día siguiente el Papa se presentó ante el rey para pedirle protección y se postró ante él. La situación para Pipino no era fácil porque los francos se sentían ligados a los lombardos y su hermano Carlomán viajó, por petición del rey lombardo, para pedirle que no aceptara la petición pontificia. Pipino retuvo a Carlomán en un monasterio franco y al poco tiempo murió, dándose un cambio favorable al Papa en la pascua de 754 en Quierzy (Carisiacum), a través de la promesa carisiaca, primer paso hacia la formación del estado pontificio, hecho que debe ubicarse en el marco de las concesiones feudales. En agradecimiento, Esteban coronó y ungió como rey a Pipino el 14 de julio de 754 en la basílica Saint-Dennis; esta era la segunda unción porque ya en el 751 había sido ungido por un obispo41. En esta segunda coronación existen varios motivos importantes para la historia: la dignidad de quien coronaba, el mandato del Papa bajo pena de excomunión, la posible ruptura con Bizancio, ya que Esteban II le concedió a Pipino el título de patricio romano que implicaba protección y garantía para los carolingios. Pipino tomó en serio su promesa y entre el 754 y el 756 atacó a los lombardos, quienes prometieron ceder algunos terrenos, pero no los desocuparon. En la promesa carisiaca se encuentra el inicio de los estados pontificios porque Pipino conquistó algunos territorios que pertenecieron a los bizantinos y estaban en manos de los lombardos; éstos, aprovechando la ocasión, enviaron una delegación pidiendo la restitución de esos territorios, pero Pipino declaró que había hecho la campaña por amor a san Pedro, a quien le pertenecería lo conquistado. Esto indica que el inicio de los estados pontificios se puede datar en el 756. Andando el tiempo los estados pontificios abarcaban casi toda Italia, pero en estos momentos le fueron entregados a la Santa Sede los territorios del norte y parte del centro; esto da a entender que los francos no sólo dieron protección sino que le concedieron al Papa, por devoción a san Pedro, algunos territorios. En el contexto de esta donación se ubica el monumento a santa Petronila, la hija de san Pedro, que Pipino y los carolingios hicieron construir para trasladar sus reliquias y celebrar allí la misa; este monumento, erigido por Pablo I (757-767), estuvo en lo que hoy es la sacristía de la basílica vaticana. Sobre el origen de los estados pontificios, territorios para proteger el ducado romano que había sido concedido tácitamente por los emperadores bizantinos, no se debe hablar del concepto de jurisdicción, sino de territorialidad y dominio, es decir, no era una cuestión eclesiástica, sino de soberanía territorial; por ello en aquel entonces no se hablaba de estados pontificios sino de patrimonio de Pedro. Con honestidad histórica se dice que los Papas se preocupaban por el patrimonio de Pedro a raíz de la pérdida del sur de Italia, porque buscaban una fuente de ingresos para alimentar a los romanos, que 37 producían poco pero consumían y gastaban mucho; además de esos gastos, existían otros como las lámparas de aceite que estaban encendidas día y noche. Los estados pontificios y la presencia real como garante del orden público se insertan en una dinámica de concesiones mutuas para superar el vacío del poder imperial occidental (legalidad sustancial) justificada por la autoridad moral que tenía el pontífice (autoridad formal)42. Para comprender mejor la promesa carisiaca se debe conocer la leyenda de la donación constantiniana o Constitutum Constantini43 que data del siglo VIII y fue difundido en occidente en la colección canónica del Pseudoisidoro; se trata de un supuesto documento que dejó el emperador Constantino en el 330 cuando trasladó la capital del imperio a Constantinopla. Está dividido en dos partes: la confesión y la donación; en ésta son enumerados los derechos que el emperador le transfiere al Papa. Debido a una incurable lepra Constantino buscaba los medios para curarse, pero no lo conseguía; tuvo un sueño en el cual se le aparecían los apóstoles Pedro y Pablo, que lo enviaron al papa Silvestre, quien lo sanaría a través del agua de una piscina. Constantino quedó sano y en agradecimiento tomó unas determinaciones: el Papa tendría preeminencia sobre las otras sedes patriarcales (el primado); debería trasladarse al palacio imperial, Letrán, que de ahí en adelante sería su casa; debía tener la diadema, la corona, en oro y gemas preciosas en honor a san Pedro y en caso de no usarla debía utilizar sobre la tonsura un solideo blanco significando la resurrección del Señor; junto a estas determinaciones aparece el hecho de dejarle al Papa y sus sucesores las provincias, lugares y ciudades de Roma e Italia. Durante el medioevo este supuesto documento fue tenido como auténtico y no era usado para fines religiosos sino políticos y territoriales. 2.2 La Iglesia y Carlomagno 2.2.1 El pontificado Carlomagno había subido al trono en el 768; la situación política de Roma era agitada y los Papas vivían en peligro. Después de la muerte de Pablo I (757-767), hermano de Esteban II, una familia romana se apoderó de la sede y nombró a Constantino II (767768), quien buscó la ayuda de los carolingios sin encontrarla; en esos momentos hubo una rebelión en Roma liderada por los lombardos y llegó al pontificado Felipe (767), quien al poco tiempo fue enviado de nuevo a su monasterio; con esto se llegó a la elección de Esteban III44 (768-772) con quien comenzó el primer siglo franco del papado que llegó hasta Adriano II (867-872). Esteban III llegó al pontificado en circunstancias confusas, debido a las rivalidades existentes en Roma. Apenas elegido, renovó el pacto de amistad con los carolingios y pidió una delegación franca para el sínodo romano de 769 con más de 50 obispos, de los cuales 13 eran francos. Este sínodo, además de condenar a Constantino II, antipapa (767-768), dio disposiciones sobre la elección pontificia vetando el nombramiento de un laico y la participación activa de los laicos en el nombramiento45. También se habló de la controversia de las imágenes y los iconoclastas fueron condenados. Si bien las 38 disposiciones eran claras, las tensiones no desaparecían porque los francos se estaban acercando a los lombardos por el matrimonio de Carlos con la hija del rey Desiderio. Adriano I En el 772 asumió el pontificado Adriano I (772-795), quien se movió con habilidad entre los poderes que amenazaban su independencia: bizantinos, francos, lombardos y romanos; frente a la amenaza de los lombardos buscó refugio junto a Carlomagno, quien inició una campaña para dominar las corrientes que simpatizaban con ellos, asedió Pavía y se dirigió a Roma para celebrar la pascua. El Papa lo recibió en las escalas de la basílica con los honores de un patricio y cuando entraron se cantó el Benedictus qui venit in nomine Domine y renovaron el pacto de amistad; en esta ocasión el Papa hizo cantar la laus regiae, una alabanza franca, por primera vez en San Juan de Letrán46. En esta ceremonia Carlomagno renovó la promesa de Quierzy y el Papa lo trató como rey de los francos sin tener en cuenta al mundo bizantino; fue un acto diplomático de Adriano para mantener la independencia. Después de esta ceremonia, Carlomagno conquistó Pavía, exilió a Desiderio y se proclamó rex longobardorum. Con esto terminó la dominación lombarda que duró cerca de 200 años y el reino lombardo comenzó a ser parte del reino franco. Esto significó para el Papa que en lugar de tener un potente aliado lejano ya tenía un vecino poderoso con quien no se podía estar en igualdad de condiciones. Carlomagno tenía poder para darle una nueva configuración política a Italia, estableciendo los territorios que serían entregados a san Pedro. No se sabe cuál era la disposición de Carlomagno, lo que sí se sabe era que Adriano I quería que Carlomagno fuera fiel a la promesa carisiaca y la donación de Constantino; hubo un tiempo de espera en el cual el Papa le escribió una carta a Carlomagno, recordándole la donación de Constantino y la forma como había enriquecido a la Iglesia de Dios, del apóstol Pedro, de Roma, con lo cual la Iglesia de Dios era la de Roma en el sentido más estrecho de la palabra47. El Papa estaba pidiendo las regiones de Toscana, Spoleto, Benevento, Sabina y Córcega; Carlomagno, después de algunos años, concedió parte de esos territorios. En el 781 se realizó la segunda visita de Carlomagno a Roma y se volvió a hablar de la restitución de los bienes para darle solución al problema; se confirmó el pacto de amistad y el Papa escribió una carta de agradecimiento de forma prematura porque aún no se había cristalizado la donación tal como la esperaba ya que las donaciones hechas no permitían un estado independiente del reino franco; no en vano Carlomagno durante su vida vio el patrimonium Petri como parte del reino franco. Se puede decir que Adriano fracasó en su intención de un Estado soberano frente al reino franco. Paralela a esta situación estaba la imposibilidad de la autonomía política pontificia al norte de los Alpes. Estando Carlomagno por segunda vez en Roma llegó una embajada bizantina pidiendo la mano de una de sus hijas, Rotruda, para Constantino VI; los tratados concluyeron pronto, se llegó al compromiso pero el matrimonio no se realizó porque el interés bizantino no era el matrimonio sino la recuperación del terreno perdido. En este 39 momento surgió una actitud muy particular por parte de Adriano I, quien comenzó a datar los documentos con el año del pontificado para subrayar su independencia frente al emperador bizantino. En el contexto de esta embajada bizantina se trató, al margen de las cuestiones políticas, el tema de las imágenes; la emperatriz y su hijo le enviaron al Papa una carta pidiéndole que participara en un sínodo para eliminar lo tratado en Hiereia (754); éste respondió con entusiasmo y envió dos delegados48, quienes lo representaron en el II concilio de Nicea, que fue favorable para el Papa por el restablecimiento del culto a las imágenes. En Nicea II (787) no se aceptó la propuesta pontificia sobre la restitución del patrimonio petrino en Italia meridional y Sicilia, por lo cual los derechos patriarcales de Iliria y parte de Grecia siguieron bajo jurisdicción de Constantinopla. También fue doloroso para el Papa el hecho que Carlomagno no fuera invitado al concilio ya que Bizancio convocó, al lado de los patriarcas orientales, únicamente al obispo de Roma como patriarca occidental; con esto Carlomagno fue despreciado porque se estaba obrando como si él no existiera. Las primeras consecuencias de este hecho se manifestaron en el campo político porque, aprovechando la actitud de Irene, se disolvió el compromiso de la hija de Carlomagno con el hijo de la emperatriz y aparecieron las hostilidades contra las posesiones bizantinas del sur de Italia. En el campo eclesiástico se presentó la negativa de Carlomagno frente a las decisiones del concilio con el deseo de demostrar la supremacía franca en occidente; con esta reacción aumentó la dependencia papal del rey franco. A pesar de la imposición a la cual se vio sometido para que rechazara el concilio, el pontífice se mostró valiente, no se adhirió a la condena que proponía el rey franco, defendiendo y justificando el concilio con calma pero decisivamente. Carlomagno tuvo en cuenta la actitud del Papa y convocó un sínodo en Francfort para el 794, que constituyó una humillación para Adriano I, quien se puso contento cuando en el sínodo fue condenado el adopcionismo, que él ya había condenado. Al poco tiempo murió Adriano, en la navidad del 79549. Hacia el 787 llegó una embajada del duque Tásilo, quien deseaba una cierta independencia frente al reino franco, pidiendo la mediación papal; Carlomagno se encontraba en Roma, con lo cual la ocasión sería propicia, pero el Papa tuvo que ceder a las intenciones de Carlomagno hasta el punto de amenazar con la excomunión a Tásilo y sus seguidores si no eran leales al reino franco. La actitud del Papa era una especie de apoyo moral a Carlomagno en su guerra contra Tásilo, quien se sometió inmediatamente a las disposiciones pontificias, pero el rey lo confinó, junto con su familia, a un monasterio del norte de Francia. De acuerdo a lo dicho, el Papa dependía de Carlomagno, debía plegarse en los asuntos económicos y ponía la situación eclesiástica de Italia en sus manos; mientras tanto, para Carlomagno Italia no era más que un lugar de interés secundario. Esto da a entender un cambio de mentalidad en Adriano I: de un deseo de libertad de acción se pasó a una cierta dependencia para asegurar la autonomía frente a los intereses de Bizancio. Sobre los 23 años de pontificado de Adriano se han hecho diferentes juicios: para unos 40 no fue feliz, para otros fue brillante; lo cierto fue que el pontificado comenzó a depender del rey franco de una manera muy particular porque daba a entender que era una cuestión de responsabilidad compartida (compaternitas), un parentesco espiritual y político entre dos autoridades supremas, lo cual implicaba oración y ayuda militar. Por esto, cuando el biógrafo de Carlomagno, Eginardo, escribe que el rey lloró la muerte de Adriano como si fuera “la muerte del más querido de sus amigos o el más amado de sus hijos”, se debe entender como la muerte de un buen aliado. A la luz de esto se comprende mejor la misión de Carlomagno, la cual se encuadra en tres sectores: la difusión del cristianismo, la organización interna de las instituciones eclesiales y la exaltación del pontificado dándole prestigio e independencia política50. León III51 Si Adriano I tuvo sus inconvenientes para mantenerse frente a Carlomagno, León III (795-816) también, y por ello se apresuró a enviarle la noticia de la elección junto con una promesa de obediencia y fidelidad, las llaves de la tumba de san Pedro y la bandera de Roma, reconociendo la supremacía del rey franco sobre Roma, sobre los estados pontificios. En el fondo el deseo de independencia de Adriano murió por el momento, debido a la oposición de algunos nobles de Roma que no aceptaban de buen grado a León III. Carlomagno envió a Angilberto como embajador exhortando al Papa a vivir una vida honesta observando los sagrados cánones. Además, daba a entender que la función espiritual pontificia quedaba limitada a la oración, mientras que la guía de la cristiandad debía quedar en manos del rey; esto no era una ironía sino un convencimiento personal de Carlomagno para quien la fuerza de la oración era imprescindible en las campañas bélicas contra sajones y musulmanes; es más, Carlomagno hizo aquellas guerras con la convicción de tutelar al pueblo cristiano contra sus enemigos. Esta realidad fue un desafío para León III quien estaba dispuesto a colaborar; una prueba de ello es la nueva datación de la cancillería pontificia que al lado del año del pontificado ponía el del reinado de Carlomagno. Pictóricamente existe una prueba de esto en la basílica de Letrán: allí existen dos cuadros, en el primero Cristo da las llaves a Pedro y una bandera a Constantino, en el segundo san Pedro entrega con la izquierda una bandera a Carlomagno y con la derecha el palio a León III; es un monumento de la coexistencia del poder carolingio y el poder eclesiástico y era lo máximo que se podía esperar del Papa en aquel entonces, porque fue León III quien lo mandó a pintar. No todo era felicidad porque en ese entonces, hacia el 799, el Papa era atacado en Roma. La rebelión se desató durante una procesión, el Papa fue asaltado y llevado al monasterio San Erasmo; en la noche logró escapar; el duque de Spoleto lo ayudó y le comunicó a Carlomagno lo sucedido; el rey que se encontraba en campaña militar ni siquiera se inmutó y para ayudarlo hizo que se presentará en un campo militar, en Padeborn (Sajonia), donde fue recibido con todos los honores; en este hecho surgió el término Pater Europae para designar a Carlomagno52. En aquel campo militar las cosas se complicaron porque además del Papa, llegaron algunos representantes romanos para 41 acusarlo; por esto las opiniones de los consejeros carolingios estaban divididas: para algunos la vida del Papa era impecable, para otros no; frente a esto, Alcuino citó el Pseudo-Símaco, un falso del siglo VI, según el cual nadie podía juzgar la sede apostólica. El rey supo negociar: condujo al Papa con una escolta a Roma e inició la instrucción del proceso escuchando las acusaciones contra él; los jueces no dieron una sentencia definitiva sino que hicieron un informe que le entregaron al rey. En este contexto se gestó el tercer viaje de Carlomagno a Roma en noviembre del 800; allí llegó con su séquito y fue recibido con solemnidad y honores imperiales; se tuvo un sínodo en la basílica de San Pedro para dar una solución al problema papal pero nunca se pronunció una sentencia contra él. Frente a esto, León III hizo el juramento de purificación previsto por el derecho romano el 23 de diciembre del 800, jurando en el ambón de la basílica de San Pedro que no había seguido ni ordenado los hechos criminales y la traición de que lo acusaban; con este juramento el caso se dio por finalizado53. Dos días después, Carlomagno fue coronado como emperador; un acontecimiento de trascendencia histórica por las consecuencias que se derivaron54. Analizando las fuentes se encuentran algunos datos fundamentales: el título y la aclamación de parte del pueblo romano indican que se asiste al rito de la coronación imperial; el nuevo imperio (romano y cristiano) estaba ligado a Roma; la autoridad se fundaba en la del Papa, quien había concedido la corona y la unción. También surgen las divergencias entre las fuentes, porque las que son de origen franco, callan lo de la unción y en su lugar ponen el homenaje del Papa al nuevo emperador; la fuente romana pone la unción pero calla el homenaje. Carlomagno, después de la coronación imperial, no volvió a Roma, trató de minimizar lo referente a ella y puso la capital en Aquisgrán. La coronación imperial de Carlomagno representó un problema con Constantinopla, porque hasta cuando los carolingios habían llevado el título de Patricio de Roma reconocían formalmente la autoridad del Basileos de Constantinopla, ya que el Patricio era un representante del Basileos; por esta razón con la dignidad imperial, Carlomagno aparece como un usurpador que deseaba conquistar Bizancio. Carlomagno soportó el desprecio bizantino con entereza porque fue una reacción sarcástica, aunque el trono bizantino como tal estaba vacío porque allí gobernaba la emperatriz Irene, quien había depuesto a su propio hijo; no obstante esto, en el 812 fue reconocido como tal por los bizantinos pero para la región de Italia que no pudieron reconquistar porque para el resto del imperio siguió siendo un escándalo. Sobre el título imperial para Carlomagno se debe tener presente que los francos, en especial Alcuino y los dignatarios, no querían un emperador como sucesor de los emperadores romanos, sino una cosa nueva, algo así como un imperio de acuerdo al Antiguo Testamento en el que Carlomagno sería el nuevo David. Posterior a este hecho surgió la traslatio imperii, una teoría política que se desarrolló en el medioevo con raíces de la antigüedad cristiana: Eusebio, Jerónimo y la Constitutum Constantini; por ello se puede decir que en el momento de la coronación lo importante era la renovación del imperio, de ahí que Carlomagno pensara en un posible acuerdo con los bizantinos y no en el traslado del imperio55. 42 Después de la coronación, Carlomagno juzgó al acusador del Papa, lo condenó a muerte y, gracias a las súplicas del pontífice, le perdonó la vida pero lo exilió. Carlomagno jamás renunció a la supremacía sobre la Iglesia en su imperio e incluso sobre la Iglesia de Roma; la relación con Roma no es por el Papa sino por la importancia de san Pedro. En el testamento de Carlomagno se reafirma esta situación porque el Papa es visto como el primer metropolitano del reino, plenamente integrado en la Iglesia imperial franca ya que la única cabeza era Carlomagno y los sucesores. 2.2.2 El renacimiento carolingio56 Son varios los historiadores que sostienen que entre el 450 y el 950, la baja Edad Media, el occidente promovió renacimientos espirituales más o menos duraderos en los cuales hubo escritores y promotores culturales de cierto relieve; un caso concreto es el renacimiento carolingio, en el cual se puso de moda el uso de los cuatro sentidos: el literal que informa sobre los acontecimientos, el alegórico sobre la fe, el moral sobre lo que se debe hacer y el anagógico en torno a lo que se debe aspirar. A propósito de los renacimientos, se dice que en sus autores se unen los símbolos paganos con los símbolos cristianos configurando una síntesis particular en la cual la historia se convierte en metahistoria y se traduce en arte. Vida eclesiástica En aquel momento se daba la unidad de vida eclesiástica y estatal; el punto de partida es la Admonitio generalis del 23 de marzo de 78957. En ese documento se encuentran los avisos generales para una renovación eclesiástica en el reino franco. Este documento está dirigido a los dignatarios del reino: obispos, abades, nobles, que estaban bajo la autoridad de Carlomagno, quien en su oratorio, su capilla, tenía algunos clérigos que dependían directamente de él y eran los responsables de los servicios litúrgicos y la correspondencia del monarca, es decir, eran los más altos oficiales de la administración del reino con competencia universal; esos clérigos, llamados capellanes, fueron los que escribieron la Admonitio generalis. El jefe de estos capellanes era llamado archicapellán, y como a medida que el reino crecía, el trabajo aumentaba, algunos clérigos se especializaron en hacer documentos (diplomas); al frente de este grupo estaba el cancellarius, el canciller. Los misi dominici son los oficiales enviados por Carlomagno para controlar las cuentas en las diferentes regiones del imperio, un imperio que estaba dividido en condados (comitatus); al frente de cada condado estaba un conde, funcionario real nombrado por el rey. Los enviados oficiales eran dos: un laico y un eclesiástico, éste era por lo general un obispo o un abad. En este documento Carlomagno se refiere al rey judío Josías (2 R 22) porque concebía su reino como el nuevo Israel, donde el rey sería responsable del bienestar terreno, el culto divino y la moral de los súbditos; en este contexto se ubica su preocupación por la capilla del palacio de Aquisgrán, que en su tiempo ocupaban el lugar central de la vida 43 pública; debido a esta importancia Carlomagno se preocupó por la corrección de los libros litúrgicos, por lo cual la época carolingia fue un rico período para la liturgia romana que fue aceptada por el reino franco desplazando la galicana, debido al conocimiento que se tuvo de los sacramentarios de Gelasio y Gregorio, y la creación de un nuevo sacramentario romano franco, llamado “gelasiano mixto”, que data del siglo VIII58. En relación a la renovación litúrgica se puede decir que bajo Carlomagno se llegó a la conclusión del proceso de romanización que se dio en tres momentos: Bonifacio, Pipino y Carlomagno. Con el deseo de recuperar los textos auténticos, el rey le pidió a Adriano un ejemplar del sacramentario gregoriano y éste le envió una copia hacia el 785 que no era lo que pedía Carlomagno, sino un libro para las celebraciones pontificales en las solemnidades litúrgicas y la cuaresma; como faltaba lo demás, Carlomagno, a través de sus liturgistas, lo adaptó a las necesidades de la Iglesia franca añadiendo un suplemento en el cual se encontraban las misas y ritos que faltaban, tomando elementos de los ritos galicano y visigótico. En torno al autor del suplemento existen dos posiciones: unos dicen que fue Alcuino, otros que fue Benito de Aniano (+ 821). Hasta la reforma de Pablo VI, parte de los formularios de la misa del rito romano eran casi los mismos que se habían desarrollado desde los carolingios; por esta razón cuando los seguidores de Lefebvre hablan de la misa tridentina en el fondo están hablando de la misa carolingia. La reforma litúrgica es importante porque es el primer intento de extender la liturgia romana fuera de Roma ya que los Papas no se preocupaban por ello, además Roma era un punto de referencia por ser la sede de Pedro; en este sentido Roma sería, debido a la lejanía de Jerusalén, el anticipo de la Jerusalén celestial, un símbolo, un modelo, principalmente para germanos y anglosajones. No es extraño que en la reforma litúrgica no estuvieran ausentes algunas intenciones políticas como el deseo de acabar con el influjo bizantino en el reino franco, que se podía presentar a través de la liturgia ya que la antigua liturgia galicana miraba con simpatía al mundo bizantino de donde había heredado varios elementos. Tampoco es extraño que la liturgia asumiera un carácter utilitario al transformarse en un intercambio entre clérigos y laicos. La unidad gobierno e Iglesia es notable en los sínodos, donde los problemas eclesiásticos y políticos se mezclan porque sus miembros eran clérigos y laicos; estos sínodos eran convocados por el rey, quien le daba a las decisiones fuerza de ley al promulgar las determinaciones en forma de capitulares; un caso típico de esta realidad bajo Carlomagno son las actas del sínodo de Francfort (794), el más importante de su reinado59. Además de los temas doctrinales, el adopcionismo y el iconoclasmo, también trató otros problemas como la cuestión del duque Tásilo, el precio del trigo, la reforma monetaria, la administración de la justicia, etc. En este sínodo se determinó que el puesto de la Iglesia era educar al pueblo, civilizarlo y conducirlo a la salvación, no en vano la Admonitio prescribía que los sacerdotes debían preparar bien el canto romano, celebrar ordenadamente los oficios diurnos y nocturnos, y predicar sobre cosas útiles, honestas y rectas que conducen a la vida eterna explicando bien el contenido del credo; además se encuentra un catecismo que enfatiza la hospitalidad. 44 En la Admonitio también se hablaba de la formación sacerdotal pidiendo que en las diócesis los obispos debían tener cuidado de sus sacerdotes para que mantuvieran la ortodoxia; se solicitaba que los sacerdotes comprendieran las oraciones de la misa, es decir, que supieran algo de latín; también se urgía el canto siguiendo la cadencia de los versos y la comprensión del Padre Nuestro, el Gloria y el Santo. Se recomienda que los clérigos no lleven armas para que sean capaces de confiar en la protección divina. En cuanto a la formación en sentido estricto fue publicado un documento que se llamaba Interrogationes et examinationes, que era como un formulario para un examen de órdenes que incluía preguntas de teología, derecho, sacramentos, Biblia, liturgia y patrística. A los fieles se les pedía que supieran de memoria el Padre Nuestro y el Credo aunque fuera en lengua vulgar. Para la formación de los fieles existía una especie de catecismo compuesto en cinco partes: Padre Nuestro, lista de pecados capitales, texto del símbolo apostólico, texto del símbolo atanasiano (ya desaparecido de la liturgia) y Gloria60. Otro aspecto importante son los Capitula episcoporum, textos promulgados por los obispos para sus diócesis; son importantes porque ofrecen una visión de la pastoral en el reino franco, son como un espejo de los problemas cotidianos pastorales de la Iglesia carolingia. Finalmente, “la vida del cristiano estaba marcada por la liturgia, vivida en las parroquias, instituciones que se transformaron a lo largo de los siglos acercándose a la población pero perdiendo libertad por el influjo de la territorialidad y la feudalización, con lo cual se dio la formación de las Iglesias privadas que llevaron a la formación de una maraña de relaciones jerárquicas”61. La cristianización de los sajones62 Es la empresa misionera más importante del período carolingio y muestra la problemática de la relación del poder político con la Iglesia. Los sajones originalmente residían en el Elba inferior; desde el siglo VII comenzaron a migrar hacia el norte de Alemania y cuando llegaron a la zona de influencia e interés de los francos se dio un enfrentamiento en el cual triunfó Carlomagno después de varias campañas militares que duraron 33 años; la conquista, absorción y cristianización, fueron violentas y los sajones perdieron parte de su identidad por lo que, a veces, se habla de una agresión contra los sajones. Antes de Carlomagno, se habían presentado algunos intentos privados como los hermanos Evaldi antes del 700 y el sacerdote anglosajón Edwin un poco después; ambos intentos fracasaron porque no contaron con apoyo político. Carlomagno comenzó la guerra hacia el 772, después de alcanzar la soberanía en el reino franco; en esta campaña destruyó el santuario principal de una de las tribus sajonas al tumbar el Irminsul, árbol sagrado considerado la columna del mundo para mostrar la superioridad del Dios cristiano; los sajones reaccionaron con actos de venganza; frente a esto, tomó la decisión de no tener paz hasta que los sajones, vencidos, aceptaran la fe 45 cristiana o fueran eliminados. Aquí se ubica la dieta de Padeborn de 777, en Sajonia, con lo cual el rey quería demostrar que era el dueño de la región; a partir de esta dieta comenzó la primera organización de la misión entre los sajones, que se hicieron bautizar en masa. Un año después de esta dieta, algunos sajones que se habían hecho bautizar se unieron a sus hermanos para rebelarse contra el rey, incendiando templos y violando monjas; el rey reaccionó y en el 785 les impuso a los sajones la Capitulación de Sajonia, que fue muy dura para ellos porque fácilmente podían ser condenados a muerte. Frente a esta capitulación los nobles sajones estaban de acuerdo pero el pueblo no, porque no deseaban abandonar su religión ni perder su libertad; aquí surgió Widukingo, quien organizó la rebelión, y por ello Carlomagno actuó con más dureza e hizo decapitar a muchos sajones en el “tribunal de sangre de Werden” (782), en el corazón de Sajonia; Widukingo huyó, al tiempo regresó arrepentido y en la navidad de 785 se hizo bautizar en Attengy siendo su padrino Carlomagno, quien le entregó un condado; los descendientes de Widukingo llegaron a ser reyes de Germania después del 900, sucediendo a Carlomagno en la protección de la Iglesia en esa región. Sólo en el 804 la región sajona estaba completamente pacificada. En relación a esta Capitulación, algunos criticaron a Carlomagno y le hacían ver que la fe era algo voluntario que no debería ser recibida por presión; no obstante las críticas, Sajonia se convirtió en un floreciente centro cristiano. El principio de conquista y evangelización no es criticado, sólo se cuestionan los excesos de presión que se presentaron, como el caso del elenco de penas de la Capitulación. En este orden de ideas, sería bueno hacer un paralelo entre el estilo de Carlomagno y el de los españoles para con los americanos siete siglos después. A la altura del proceso evangelizar con la “lengua de hierro” conviene hacer una recapitulación del proceso de ingreso de los pueblos al cristianismo: para los griegos, una cuestión de credibilidad racional; para los romanos, un problema de licitud en sentido jurídico y moral, tanto desde lo civil como desde lo religioso; para los celtas y los germanos, particularmente para los segundos, era una cuestión de poder. La reforma cultural63 Es otro de los aspectos de la reforma carolingia, que buscaba el retorno a la auténtica tradición. Ya se habló de la Admonitio generalis donde se encuentran algunos elementos de la reforma cultural, aquí se hablará de otros documentos que son importantes en esta reforma, que permitió la transcripción de muchos libros en los monasterios de aquel entonces, de los cuales hoy se conservan cerca de ocho mil. Hacia el 774 Carlomagno le pidió a Adriano I la colección canónica de Dionisio el Exiguo, pero como se habían agotado los ejemplares, el Papa le envió una colección más amplia que ha sido llamada el Derecho de Dionisio - Adriano, que se convirtió en el libro de derecho más importante del reino franco e influyó en el Decreto de Graciano y el Código de Derecho Canónico. Para unificar la vida monástica Carlomagno le pidió al abad de Montecasino una copia 46 del texto de la Regla de san Benito; el ejemplar llegó a Aquisgrán en el 787 y se convirtió en la base para normar el texto de esta regla. Para Carlomagno los monasterios tenían la obligación de promover la cultura de acuerdo a lo expresado en una carta enviada al abad del monasterio de Fulda hacia el 784 donde se lamenta de los errores gramaticales en la correspondencia que le llegaba de los monasterios y el peligro de no comprender el significado de la Biblia, es decir, los géneros literarios. En este sentido, el monje, al igual que el sacerdote y los siervos, estaba en la obligación de aprender a leer y escribir bien porque los hombres libres sólo tenían tiempo para dedicarse a ser guerreros. Aquí conviene resaltar que la reforma carolingia no era una reforma más, sino que estaba imbuida de un espíritu de oración y por ello era importante corregir los libros que estuvieran relacionados con ella. Otro aspecto importante era la unificación de un texto auténtico de la Biblia ya que los códices latinos existentes variaban notablemente. Alcuino fue el encargado de hacer la revisión y corrección del texto bíblico y en la navidad de 801 se la presentó a Carlomagno. La Biblia de Alcuino es un evento en la historia de la cultura europea que ha influido en el texto de la Biblia latina, que se conoce como la Vulgata; naturalmente que esta revisión no se puede entender como una revisión científica actual porque no fueron consultados los textos originales, es decir, sólo se eliminaron los errores más notables, la ortografía, la interpunción64, etc. Además del intento de Alcuino, también se presentó otro, el de Teodulfo de Orleáns, un texto más válido porque se ayudó del hebreo, pero con menos éxito; Teodulfo, también hizo una redacción del salterio teniendo como punto de referencia la versión que san Jerónimo hizo directamente del hebreo. Para llevar adelante la reforma Carlomagno contaba con sus colaboradores, los consejeros de la capilla de la corte; entre estos consejeros eran pocos los francos y los más importantes venían de otros países: Alcuino (735-804) era anglosajón, Teodulfo era visigodo. Alcuino había sido educado en York y durante una peregrinación a Roma (781) se encontró con Carlomagno, quien lo invitó a su corte; Alcuino aceptó y estuvo durante dos períodos: 782-790 y 793-796; del 796 hasta su muerte fue abad del monasterio de Tours; fue un erudito que publicó obras didácticas, exegéticas, dogmáticas, morales y hagiográficas; su principal obra teológica es De fide sanctae et individuae Trinitatis, dirigida a Carlomagno65; puede ser visto como el ministro para el culto de Carlomagno; fue en lo cultural lo que Bonifacio había sido en lo eclesiástico y político. Teodulfo, huyendo de los sarracenos, llegó al reino franco y en el 790 ya se encontraba en la corte; era el mejor biblista de su época, teólogo perspicaz y buen poeta. Otros dos colaboradores eran italianos: Paulino de Aquileya y Pablo diácono; el primero un gramático que se convirtió en el consejero teológico más consultado y, parece, escribió el himno sobre la caridad que se canta en la liturgia del jueves santo; el segundo un lombardo que se hizo monje en Montecasino y escribió Historia de los obispos de Metz y la Historia de los lombardos. Junto a esta reforma estaba el deseo personal de Carlomagno por aprender, pero fue poco lo que logró; quizá por ello todas sus iniciativas estaban al servicio de la fe cristiana 47 como él la concebía, ya que la Iglesia carolingia había recibido y modificado la doctrina de los dos poderes. El mundo era considerado como algo ordenado porque existía una Iglesia universal gobernada por el Cristo Celeste, quien tenía sobre la tierra dos sustitutos o vicarios que gobernaban la cristianitas con oficios distintos; por esto, el cargo del soberano laico era sagrado. Teniendo presente este pensamiento se entiende la preocupación de Carlomagno por la Iglesia Universal y el establecimiento de relaciones con cristianos que vivían bajo dominio musulmán, con quienes también entabló relaciones, hasta el punto de que un califa de Bagdad le envió un elefante, un regalo exótico nunca antes visto en el reino franco; estas relaciones fueron los primeros contactos culturales de occidente con el mundo islámico con lo cual se logró que los peregrinos pudieran visitar libremente los lugares sagrados de Palestina. Discusiones teológicas66 La primera es el adopcionismo. Esta controversia nació en la Iglesia española y repercutió en la franca. Al inicio está Migencio, quien había sostenido una teología trinitaria heterodoxa; Elipando, arzobispo de Toledo y primado de la Iglesia española, afirmó en el concilio de Sevilla (782, del cual no existen testimonios) que había que distinguir respecto a la persona de Cristo entre su relación intratrinitaria según la cual es Hijo de Dios desde la eternidad (Filius verus et propius) y su estado de hijo por medio de la adopción que le compete en cuanto hombre (Filius adoptivus) porque los dos conceptos convergen en la persona de Cristo. Elipando sostenía que esta fórmula era perfectamente ortodoxa porque se basaba en ciertos textos litúrgicos mozárabes pero fue atacado por la Iglesia asturiana por dos motivos: la ortodoxia y el deseo de autonomía; el portavoz de Asturias era el sacerdote y monje Beato de Liébana, quien acusó a Elipando de romper la unidad personal del único Hijo de Dios con lo cual se rompería la unidad del hombre con Cristo en cuanto que el hombre sólo podría estar de parte del hijo adoptivo. Elipando para defenderse contó con la ayuda de Félix de Urgel, quien en su deseo de combatir el islam buscó seguidores en los Pirineos orientales para conservar la unidad y concordia de la Iglesia española que se encontraba en una situación precaria frente al islam. Comenzó la división de la Iglesia española y su posible extinción; por ello Félix inició la defensa de las ideas de Elipando y escribió una obra que se perdió, pero gran parte del texto se conservó en la refutación que Alcuino hizo contra Félix, Adversus Felicem Urgilitanum, libri septem. Según Alcuino, para Félix existían dos argumentos importantes: distinguir la generación eterna del Hijo de Dios de su nacimiento de la Virgen y el Cristo encarnado como modelo de nuestra redención. Estando así las cosas, los asturianos le informaron a Adriano; el Papa contestó condenando la cristología adopcionista como una cristología nestoriana. Elipando no hizo mayor caso a la carta papal y vino la reacción de Carlomagno, quien obligó a Félix a justificarse en el sínodo de Ratisbona (792); en este sínodo Félix fue condenado a repetir su retractación en Roma dejando una confesión de fe en la tumba de san Pedro; así lo 48 hizo, pero una vez regresó a Urgel desmintió la retractación por lo que fue capturado por los francos. El episcopado hispano mandó dos cartas a Carlomagno y los obispos francos con palabras fuertes, acusando de herejía a Beato de Liébana y pidiendo la rehabilitación de Félix; Carlomagno y sus consejeros contestaron a través del sínodo de Francfort (794) donde el adopcionismo fue condenado. Como la decisión del sínodo de 794 para capturar a Félix y Elipando era impracticable, se optó por luchar contra el eco que el adopcionismo encontró en la zona de influencia del reino franco donde aún existía la liturgia mozárabe, que era vista con sospecha por los francos. Dos obispos francos hicieron un viaje a esta zona hacia el 798 predicando contra la cristología adopcionista y en el 799 se tuvo un sínodo en Aquisgrán; a este sínodo se presentó Félix, quien tuvo que ceder frente a la argumentación de los francos, escribió una confesión de fe en señal de sumisión y fue confinado a Lyon con arresto domiciliario y allí murió en el 818. Los teólogos francos se preocuparon por erradicar la cristología adopcionista, porque la entendían como un ataque al corazón de su fe y su espiritualidad que se centraba en Cristo rey de las gentes y del universo; esta concepción, además de teológica, era política porque la soberanía de Cristo se refleja en la soberanía del rey pío y ortodoxo, vicario de Cristo, responsable de la Iglesia como reino de Dios. La segunda discusión teológica fue en torno al Filioque. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (a Patre Filioque procedens; qui ex Patre Filioque procedit) es una expresión de la teología trinitaria de san Agustín, pero la fórmula como tal no se encuentra en él. Esta fórmula nació y tuvo éxito en la península ibérica porque expresaba bien la unidad sustancial del Hijo con el Padre; el problema consiste en que mientras oriente expresa el carácter de origen primero del Padre en relación al Espíritu Santo, occidente expresa la comunión sustancial entre el Padre y el Hijo de quienes procede el Espíritu Santo. La Iglesia franca en el sínodo del 767 discutió sobre el tema de la Trinidad e hizo de esta fórmula una expresión propia de su fe: Cristo había mandado su Espíritu, con lo cual la acción de Cristo se expresa mejor. Adriano aceptaba la doctrina pero no tenía intención de introducir la fórmula en el credo que, de hecho, es un texto intangible. En el sínodo de Friuli (796) bajo la presidencia del patriarca Paulino de Aquileya y órdenes de Carlomagno introdujeron esta palabra en el credo. Mientras esta palabra estuvo en el ámbito franco no hubo problemas; pero hacia el 809 la discusión comenzó porque los francos cantaron en tierra santa el credo añadiendo la palabra Filioque, lo cual provocó una protesta de parte de los monjes griegos; los monjes latinos del monte de los Olivos, se dirigieron a León III, quien le envió dos cartas a Carlomagno; el rey encargó a sus teólogos para que hicieran algo. En el sínodo de Aquisgrán del 809 se decidió sobre la legitimidad del añadido y le mandaron las deliberaciones al Papa, quien consintió en la doctrina teológica pero sostenía que había que dejar el credo como estaba y en señal de una protesta silenciosa hizo fundir dos placas metálicas con el credo en latín y griego sin la expresión Filioque y las fijó junto a la tumba de san Pedro. Para los francos era muy importante el Filioque porque expresaba la soberanía de Cristo, quien comunica el Espíritu Santo. 49 2.3 La Iglesia y los sucesores de Carlomagno 2.3.1 Camino a la división El único sobreviviente legítimo de Carlomagno era Ludovico Pío67, virrey desde el 781 para el sur de Francia; desde el 813 había sido nombrado emperador y se había ceñido la corona imperial en Aquisgrán sin la participación de un eclesiástico; con este hecho Carlomagno le dejó en herencia a su hijo el cuidado de la Iglesia. Ludovico no tenía ni la energía ni la seguridad de su padre pero supo llevar el imperio que le dejaron. En el 816 repitió en Reims la coronación imperial cuando Esteban IV (816-817) vino y lo coronó con una corona que perteneció a Constantino y no protestó cuando su hijo Lotario se hizo coronar en el 823 por Pascual I (817-824) en Roma sabiendo que ya Ludovico lo había coronado en el 817. Aunque es visto como débil, ejecutó la reforma eclesiástica iniciada por Carlomagno y propagó la civilización carolingia. Ludovico unió reino e Iglesia dándole un nuevo significado a los privilegios de los templos episcopales y los monasterios. Hasta Ludovico la inmunidad significaba que el titular del privilegio juzgaba y castigaba a los habitantes del lugar sin la intervención de la justicia pública, decidía el impuesto que había que pagar al rey, etc.; junto a la inmunitas existía una forma de protección que derivaba del vasallaje, llamado mundio o mundiburdium, que implicaba ponerse bajo un señor feudal, quien estaba obligado a protegerlo y representarlo; la novedad consistió en unir las dos formas de protección concediendo ambos privilegios a monasterios y obispados. Con esta novedad se presentaron dos cosas: obispos y abades adquirieron nuevos poderes y el rey se hizo dueño de monasterios y obispados, con lo cual se inició la Iglesia imperial en la que abades y obispos estaban en la obligación de participar, con militares y en forma personal, en las guerras del imperio; esto lo hacían con gusto porque la mayoría provenía de la nobleza y estaban habituados a la guerra. En tiempos de paz debían hospedar al rey y su séquito (servitium regis), una onerosa carga financiera. Una de las acciones más importantes para la historia de la Iglesia fue la legislación monástica y canonical que se dio en tres momentos: 816, 817 y 819 con la orientación del visigodo Benito de Aniano, quien desde el 814 hasta su muerte en el 822 estuvo cerca de Ludovico. Benito había comenzado una reforma en Aquitania cuando Ludovico era virrey y cuando fue emperador se trasladó a Aquisgrán. El punto central de la reforma era la obligación de observar la Regla de san Benito excluyendo cualquier otra tradición, excepto las que fueran aprobadas en Aquisgrán; por esta razón, Benito es considerado como el fundador del monacato benedictino carolingio. Junto a la reforma monástica vino una legislación para los canónigos68 que habían sido organizados por el obispo Crodegango de Metz, quien les había dado una regla propia; los sínodos de Aquisgrán se preocuparon de ellos y de las canoniquesas69, acentuando los rasgos característicos: obligación del oficio divino, falta de profesión religiosa al prometer una especie de obediencia y recomendar la pobreza. 50 Después de 817 quiso modificar los estatutos para dividir el reino entre sus hijos habidos en dos matrimonios; con esto comenzó la desunión hasta el punto que Gregorio IV (828-844) viajó al reino franco (833) para mediar entre Ludovico y sus tres hijos; este viaje fue un fracaso porque después de la muerte de Ludovico (840) se encendió una guerra civil hasta formar tres reinos: Francia occidental para Carlos el Calvo, hijo de las segundas nupcias de Ludovico, Francia oriental para Luis el Germánico y Francia central o Lotaringia para Lotario. La problemática habida condujo a los tratados de Verdún (843) y Meerssen (870). El resultado de la nueva configuración jurídica de las relaciones entre el Papa y el emperador, iniciada bajo Esteban IV, es el Pacto ludovisianum; allí aparecía implícito un reconocimiento del naciente estado pontificio y del Papa como su soberano, por medio de la unidad y libertad de elección del pontífice; con esto la Iglesia romana se desvinculaba del imperio carolingio, pero el imperio tenía derecho de intervención en virtud de la protección que le concedía. Se menciona este pacto porque en él, sin entrar a discutir si es falso o no, se encuentra la base jurídica del estado pontificio. Como el Pacto dejó amplio margen de interpretación, Lotario promulgó la Constitución romana donde se estableció que el Papa electo no podía ser consagrado si primero no prestaba juramento de fidelidad al emperador frente a los representantes imperiales y el pueblo. 2.3.2 Las decretales Pseudoisidorianas70 Parte del programa reformador de los carolingios era el restablecimiento de las provincias eclesiásticas según la estructura metropolitana de la Iglesia franca propuesta por Bonifacio; Carlomagno y Ludovico optaron por los sínodos donde se hacía presente parte del episcopado, pero cuando decayó la praxis sinodal todo comenzó a decaer, por lo cual varios obispos metropolitanos, como Igmaro de Reims, comenzaron a buscar una especie de supremacía jurisdiccional sobre los obispos de la provincia eclesiástica; esto fue algo nuevo porque en la antigüedad los metropolitanos sólo eran jefes del sínodo de los obispos toda vez que la instancia suprema no era el obispo sino el sínodo provincial, que tenía en sus manos el poder eclesiástico. Al darse el debilitamiento de la estructura sinodal en occidente, varios obispos procuraron ejercer el poder jurisdiccional con lo cual comenzó el uso de denominar a los obispos de la misma provincia como sufragáneos71, que tenía en su origen un sentido de asistentes. En la base de la pretensión de Igmaro existe un problema eclesial: la insuficiente determinación entre los derechos del metropolitano y los de los obispos provinciales; este problema es una consecuencia de la caída del antiguo sistema metropolitano que Bonifacio había querido restablecer, pero no se pudo lograr porque durante Carlomagno no se vio la necesidad de retomar ese camino porque él, como cabeza de la Iglesia franca, decidía todo y por ello cuando el poder imperial se debilitó la problemática volvió a aparecer. Aquí tomaron auge las Decretales Pseudoisidorianas, una recopilación del derecho canónico que, de acuerdo al prefacio de la obra, fue hecha por Isidoro Mercator; en realidad fue una recopilación realizada por un grupo de eclesiásticos francos muy hábiles que sintetizaron los puntos principales de la problemática existente: protección de los bienes de la Iglesia contra la usurpación laical, libertad del clero para las tareas eclesiásticas, extensión del privilegio de fuero para los clérigos y tutela de los obispos 51 sufragáneos contra el metropolitano recordando que el Papa es el juez supremo de las causas mayores. Cuando se habla del Papa como juez supremo aparecen cosas nuevas que reforzaron notablemente su poder, por ello este documento, hecho por los francos, se convirtió en un don del cielo para Roma, con un lenguaje jurídico igual al que Roma postulaba para el Papa desde hacía mucho tiempo en torno al primado romano, en un momento en que nadie pensaba en el ejercicio concreto de la jurisdicción universal. Como las Pseudoisidorianas las hicieron personas inteligentes, fueron tenidas como auténticas y los Papas supieron y pudieron utilizarlas en bien de sus prerrogativas; con esta utilización se le dio un carácter jurídico a la legislación eclesiástica y a la Iglesia al reforzar lo jurídico. Por eso se puede decir que quienes compilaron las Pseudoisidorianas querían defender los derechos de los obispos pero resultaron otorgándole poderes al Papa. Como los obispos poco se preocuparon por esta situación, porque para ellos lo más importante era vivir la unión de los dos poderes, los Papas sí y aprovecharon para extender la jurisdicción universal sobre la Iglesia occidental teniendo dos factores previos vitales: la organización de la nueva Iglesia anglosajona y la reforma de Bonifacio. Con estos elementos se trataba de estrechar la unión con Roma y para expresarla de una forma concreta se utilizaba el palio. Los Papas del siglo VII concedieron este signo honorífico, que viene de la antigüedad, a los arzobispos anglosajones otorgándoles el derecho de ordenar obispos sufragáneos; en el siglo VIII esta tradición se trasladó con Bonifacio al continente y con Carlomagno nació en la Iglesia franca la costumbre de conferir el palio a los arzobispos metropolitanos; con el tiempo el palio llegó a ser la confirmación del nuevo honor concedido por el Papa, porque a partir de entonces los metropolitanos tenían que pedir a Roma, en los tres primeros meses, la confirmación de su cargo solicitando el palio, que posteriormente hizo de los arzobispos metropolitanos una especie de delegados pontificios. La problemática de las Pseudoisidorianas radica en la forma de cómo un asunto esencial de la antigua estructura metropolitana, que se fundaba en la colegialidad del episcopado, comenzó a decaer hasta el punto de desaparecer de la conciencia viva de la cristiandad; con ello la victoria de la monarquía papal era una cuestión de tiempo. Unido a este hecho existe otro no menos importante: el progresivo alejamiento de la Iglesia occidental de la estructura sinodal de la Iglesia antigua que tiene algo que ver con el cisma de la Iglesia oriental, porque las Iglesias de oriente han conservado la estructura sinodal. En este sentido las Pseudoisidorianas son un eslabón más de la larga cadena de rupturas eclesiales. A propósito de las Pseudoisidorianas, se puede hablar del material falso del medioevo: literatura, textos jurídicos, documentos diplomáticos, cartas, etc. Para la ilustración y algunos historiadores tantos falsos son signo de la hipocresía y deshonestidad moral de los clérigos del medioevo; pero un juicio de esta magnitud desconoce la visión del mundo del medioevo porque en aquel entonces la verdad era algo objetivo y trascendente que no se decidía por los hechos sino por Dios y su voluntad, es decir, la verdad depende de la relación con el orden querido por Dios y si para seguir ese orden era preciso cambiar un 52 nombre, una fecha o hacer un documento, había que hacerlo; desde esta óptica producir un documento no es una mentira, porque el problema está en saber cuál o qué verdad quiere Dios. No obstante ello, en algunas oportunidades hubo verdaderos crímenes. 2.3.3 Nicolás I y la crisis de Lotario II La Iglesia tuvo con León IV (847-855) y Nicolás I (858-867) un breve fulgor para después hundirse en una oscuridad de casi un siglo. Las ideas de Nicolás no eran nuevas pero sí bien formuladas y actuadas: Roma sería el máximo tribunal de apelación al cual se podía acudir en cualquier fase del proceso, el Papa sería el único con potestad para ratificar los decretos de un concilio y los hombres, en cuanto pecadores, estarían sometidos a su juicio; en el fondo, Nicolás I puso en práctica las Pseudoisidorianas y se convirtió en el segundo eslabón de la cadena de ascenso del pontificado: Gregorio I, Nicolás I, Gregorio VII (1073-1085) e Inocencio III (11981216). El pontificado de Nicolás I dejó una señal en la vida eclesial y social de aquel entonces porque el mundo dependía del Papa; por ello no es de extrañar que los cristianos protestantes afirmen que este Papa fue el constructor del papado medieval. Este pontificado estuvo caracterizado por la aplicación práctica del “principio petrino” como sucedió en el caso de la situación jurídica y canónica de Lotario II72, cuya problemática matrimonial es uno de los casos que han entrado en la historia de la Iglesia por sus consecuencias. Lotario estaba apoyado por los obispos de Colonia y Tréveris en un tema que en aquel entonces no tenía ni doctrina jurídica ni práctica fija ya que sólo la escolástica y la ciencia jurídica del medioevo precisaron el carácter sacramental del matrimonio. Lotario II era rey de Lotaringia, el reino intermedio que se extendía desde Frisia hasta los Alpes, y aunque se había casado canónicamente con Teutberga vivía con la noble Waldrada con quien tenía dos hijos; el problema era si Waldrada era una simple concubina o algo más que ello, es decir, podía ser su mujer con todo lo que ello implica o simplemente una amante sin dote y sin protección (Muntehe o Friedelehe, según las expresiones del antiguo derecho germano); la Iglesia, que bien habría podido favorecer el segundo, por aquello de la libertad de la esposa, privilegió el primero y devaluó el segundo como un concubinato al enfatizar la indisolubilidad del matrimonio. A esta realidad se le suma otro hecho: en el mundo germano un buen número de nobles tenía junto a la mujer legítima, una o más con una unión más o menos fija. El punto central de esta clarificación era el siguiente: cuando Lotario II se casó con Teutberga ya tenía su relación con Waldrada y como no tuvo hijos con Teutberga, con quien se había casado por motivos políticos, quería legitimar a los hijos de Waldrada para que no fueran excluidos de la sucesión al trono. Los obispos Guntaro de Colonia y Teutguardo de Tréveris expresaron un parecer favorable y justificaron la intención de Lotario quien quería elevar su unión con Waldrada a nivel de matrimonio indisoluble, lo cual implicaría el divorcio con Teutberga. Hacia el 865 Nicolás I estableció la validez de un único tipo de matrimonio, el tipo Muntehe, y abolió la antigua usanza germana con lo cual frustró los deseos de Lotario II y para evitar cualquier problema llamó a los dos 53 obispos a Roma y los depuso, no aceptó la petición que Teutberga le hizo en torno a la anulación del matrimonio y excomulgó a Waldrada. En el 867 murió Nicolás y lo sucedió Adriano II (867-872), quien se mostró partidario de absolver a Waldrada de la excomunión, porque no se quería separar de Lotario, y discutir el caso en un concilio que se celebraría en Roma en el 870, pero Lotario II murió en Piacenza el 8 de agosto del 869, Teutberga y Waldrada se retiraron a sendos conventos, y en el 870 Lotaringia desapareció a pesar de los esfuerzos que hizo Hugo, hijo mayor de Lotario y Waldrada por acceder al trono; Hugo fue capturado, cegado y confinado a un monasterio. Con esto concluyó la primera gran lucha y uno de los grandes triunfos de Nicolás I; la otra gran batalla fue la controversia entre los patriarcas orientales Ignacio y Focio, de la cual ya se habló al abordar la Iglesia bizantina después del iconoclasmo. 3. La Iglesia y la transición imperial73 3.1 Aproximaciones básicas La Iglesia Latina buscaba liberarse del yugo civil, ya que en cada región vivía una experiencia diferente de acuerdo con el crecimiento o decaimiento del reino. En el reino franco vivía una desastrosa situación porque los reinos querían apoderarse de la Iglesia; en el germano, reyes y obispos estaban unidos en su lucha contra los duques. Además se presentaron dos factores comunes en las Iglesias territoriales: la herencia de la antigüedad y el impacto de la reforma carolingia. La teología permaneció en el surco de la tradición, la pastoral y la piedad no sufrieron mayores cambios, la liturgia tuvo una fuerte estructuración, la disciplina fijó algunas normas; aunque oficialmente no se daban cambios, en la práctica sí pero no se presentaba la reflexión sobre su significado, simplemente se hacían y basta. En liturgia se comienza a imponer la romana asumiendo rasgos precisos, sin impedir que algunas liturgias74 se conservaran. Son interesantes, como libros litúrgicos, el sacramentario de Fulda y el pontifical romano-germánico de Maguncia (950). Durante este período la liturgia francoromana adquirió gran importancia de manera que, después de la aprobación de Trento, fue la que rigió la Iglesia hasta el Vaticano II. En la vida cotidiana aparecen las parroquias rurales que se sostenían con la dote y los diezmos. La Institutionis canonicorum de Aquisgrán (816) da a entender que los clérigos podían llevar una vida comunitaria, con derecho a la propiedad individual; estas disposiciones estaban sometidas a las determinaciones episcopales. Otro aspecto de las parroquias fue el hecho de que no todas tenían derecho a bautismo y sepultura; teniendo esto presente se puede entender mejor porque algunas parroquias terminaron siendo Iglesias privadas. La estructuración eclesial era jerarquizada, es decir episcopal; el contacto con Roma era poco y se reducía a la recepción del palio arzobispal y la presencia de delegados 54 pontificios en algunos sínodos regionales. En este ámbito jerarquizado y sinodal, desaparecieron los corepíscopos, obispos consagrados de segundo nivel; su función principal era la crismación o segunda unción, que comenzó a llamarse confirmación al darse la ruptura de la unidad de los sacramentos de iniciación. Este tipo de obispos nació en Inglaterra, donde, por fidelidad a Roma, los obispos se vieron en la obligación de tener entre los misioneros que se desplazaban al continente alguien que pudiera administrar la crismación75; al final del medioevo volvieron a aparecer pero como obispos titulares. A pesar de la decadencia, la organización eclesiástica era estable; ello se puede captar en algunas colecciones o manuales para la administración pastoral, como la colección de Regino de Prüm (906) que era un manual para que los obispos en las visitas pastorales supieran desempeñarse como pastores y jueces. No debe extrañar que el ordenamiento de la Iglesia permaneciera dentro de un contexto político preciso, por lo que, algunas veces, aparecía como una federación de Iglesias territoriales. Las Iglesias privadas dependían de un señor feudal y casi todas eran rurales, estaban en continua lucha con los monasterios y las colegiatas que eran de nobles y, al margen, quedaban las Iglesias catedrales. En este contexto desapareció la distinción entre patrimonio y jurisdicción por parte de los obispos, entre posición patronal y apropiación feudal por parte de laicos y señores feudales que deseaban adueñarse de diócesis y monasterios tomando para sí los bienes eclesiásticos; por esto se presentaron algunos abades laicos sobre todo en la región de Lorena76. La problemática suscitada entre la presión de los reyes y señores feudales por apoderarse de la Iglesia y la lucha de los monasterios y los obispos por adquirir privilegios para liberarse fue el germen de la lucha de las investiduras. En el contexto de esta problemática se encuentran: las exenciones (fiscal y judicial), las regalías (mercado, moneda y aduana) para episcopados y abadías y la lucha de las abadías para liberarse de los abogados. Como los monjes no podían tomar las armas ni participar en pleitos, existían los abogados, encargados de defender los derechos civiles de la Iglesia; con el tiempo este cargo comenzó a ser hereditario y los abogados terminaban siendo patrones de los monasterios para disfrutar sus bienes; contra estos abusos lucharon los monasterios no con armas sino con argumentos con lo que se originó un problema jurídico. A superar esta realidad en Germania y el norte de Francia, iba encaminada la reforma gregoriana, que de alguna manera ayudó al “renacimiento de la cristiandad medieval”77. En la presentación episcopal, un derecho patronal, el influjo del soberano era grande, tanto que normalmente se elegía al candidato presentado por el rey; la práctica era sin reglas fijas y daba al soberano y al señor feudal posibilidades para intervenir en una elección después de la cual venía la designación del cargo, la investidura, que era un preaceptum o documento para proceder a la consagración. En un principio la investidura era una cuestión simbólica en la que el soberano dotaba la Iglesia diocesana, catedralicia, y el obispo hacía un juramento de fidelidad al soberano; aquí aparece el servitium regis que comprendía gistum (alojamiento), fodrum (alimentación), auxilium (tropas); 55 posteriormente el rey comenzó a entregar el báculo (fines del siglo IX) y el anillo (mitad del siglo XI) a los obispos; una cuerda (para la campana) a quienes eran nombrados para las capillas, y un fusil a quienes recibían una parroquia rural (un terreno para conservar). Además del servitium estaba la obligación de orar por el soberano y el bienestar del reino. 3.2 Transición real En el mundo occidental el pontificado era la única autoridad máxima pero se vio sometida a las luchas de poder que se presentaron entre familias y reinos que originaron las Iglesias territoriales. En la época poscarolingia se presentó esta situación: en el 817 se firmó el Pacto ludoviciano en el cual, a raíz de la sucesión apostólica petrina, se le concedía mayor autonomía al Papa; en el 824 con Lotario I se firmó la Constitución Romana en la que, sin quitarle libertad al pontificado, se presentaba la posibilidad de intervención regia en la elección papal. Era una solución equilibrada en medio del caos, pero con la caída del imperio y la división política en tres regiones, una de las columnas de este naciente equilibrio también cayó con lo que la autoridad pontificia disminuyó en medio de las luchas por el pontificado y el aumento de poder episcopal, sin descontar lo llamativo que era estar al frente del patrimonio petrino, de los estados pontificios, que habían sido concedidos por Pipino el Breve78. Conrado I (911-918) fue el primer rey no carolingio que rigió los destinos de una parte del imperio. En la navidad de 911 visitó el monasterio San Gall; esta visita es importante para entender algunos aspectos de las relaciones entre la Iglesia y los reinos. Entre los datos importantes que se deducen de esta visita están: las abadías eran centros culturales y políticos, los reyes tenían intereses litúrgicos hasta el punto de que algunos desearon ser inscritos como hermanos generales, la recíproca sumisión del rey a la Iglesia en cuestiones religiosas y de la Iglesia al rey en cuestiones políticas, la ruptura que produce la presencia de un extraño al interior de un convento, la creación de libros de hermanos generales, por quienes se oraba, que tenían un uso básicamente litúrgico: unos, vivos, y otros, muertos. El rey tenía el deseo de ser inscrito como hermano general; se hizo la votación, fue aceptado y, siguiendo la tradición, la pagó generosamente79; después de la aceptación se celebraba la misa y luego venía la mesa. Con el hecho de ser inscrito como hermano general se creía que ya se tenía asegurada la vida después de la muerte. Hacia el 916 se reunió el sínodo de Hohen-Altheim con obispos de Franconia, Svizzera y Baviera; no hubo obispos de Sajonia. Fue el primer sínodo en tierras germanas que contó con la presencia de un delegado pontificio enviado por Juan X (914-928); en este sínodo se encuentra una concreta colaboración de la Iglesia (obispos) con las intenciones del rey en la lucha contra los duques quienes estaban alzando la mano contra el consagrado al darse tendencias separatistas; es cierto que se defendía el ideal de la unidad, pero no es menos cierto que algunos nobles fueron confinados a vivir como prisioneros en algunos monasterios (enclaustrados) con la aprobación de la Iglesia. La presencia del delegado pontificio deja entrever la influencia del obispo de Roma, que 56 desapareció a los pocos años porque dentro de la mentalidad feudal, el rey era el jefe de la Iglesia territorial. En este sínodo comenzó a presentarse una cierta oposición a la simonía80. Dos elementos importantes para entender a Conrado I. El deseo de ser hermano general no debe ser visto como una jugada diplomática e hipócrita porque la vida cristiana de la mayoría de los reyes era un compromiso para buscar los medios con los cuales pudieran salir de su situación de pecado: se sentían pecadores, aceptaban esa realidad y sentían su vida cristiana. En su tiempo, el Estado no era una realidad jurídica como hoy se entiende; era una realidad personal encarnada en una persona concreta. A la muerte de Conrado I, asumió el trono Enrique I (918-936) de Sajonia quien de rival de la casa de Franconia pasó a ser rey de Germania con lo que el reino germano se alejó de manos carolingias; este rey, que se hacía llamar “el primero entre los príncipes iguales”, pertenecía a la familia de los Liudolfinos. En su nombramiento y elección desempeñó un importante papel Abelardo, hermano de Conrado I. El obispo de Maguncia lo quiso coronar rey pero él buscó las mejores razones para que no sucediera; algunos han querido ver en esta actitud un cierto laicismo, otros la juzgan como un acto de humildad81. Tenía una actitud pacífica con los otros príncipes germanos, abandonó la región de Germania, se desplazó hacia el suroeste, a Lotaringia y Francia, donde fue reconocido como soberano; con esto se inició una nueva orientación de la historia imperial. En el 928, Enrique I eligió como sucesor a su hijo Otón quien estaba casado con una princesa inglesa. En la capilla palatina de Aquisgrán, la ciudad de Carlomagno, sucedió la coronación82 y unción de Otón I (agosto 7), quien después de aceptar el homenaje de vasallaje, ser nombrado rey por consenso de los príncipes y aclamado por el pueblo, participó en un festejo cultual y ritual en el que los cuatro duques del reino germano fueron los encargados del servicio: el de Lotaringia era el camarlengo, el de Baviera, el mariscal encargado del campamento y los caballeros, el de Svevia, el copero mayor, y el de Franconia, el encargado de la mesa. El ceremonial de esta coronación se fijó en el Ordo de Maguncia y en el pontifical romanogermánico con lo que terminó siendo el modelo para las coronaciones. Junto a la coronación, otro dato importante del reinado de Otón versa sobre los obispos como nuevos príncipes imperiales, es decir, no sólo pastores, sino también duques y condes. La magnificencia de esta ceremonia no acabó con las rebeliones que aún antes de la coronación se presentaron; estas rebeliones, en las que participaron los príncipes de los otros reinos e incluso los familiares de Otón I, condujo a que los obispos terminaran siendo príncipes. El príncipe de Baviera deseaba la libertad y la supremacía sobre la Iglesia; el hermano menor de Otón I, también participaba en las rebeliones y por esto se desplazó a Lotaringia para organizar la oposición. En el 941 se gestó un complot contra Otón I, del cual se liberó en el palacio de Quedlinburg; escapó e intervino en Francia donde fue reconocido como sucesor de Carlomagno; hacia el 951 aparece como rey de francos y lombardos; hacia el 954 su hijo Ludolfo figura como jefe de los rebeldes; al 57 poco tiempo los húngaros volvieron a invadir territorios de Germania. Estas vicisitudes hicieron cambiar los planes políticos; en lugar de confiar la autoridad de los ducados a sus familiares, optó (953) por entregar la autoridad política a obispos y abades con lo que la autoridad de la Iglesia se refuerza, al tiempo que se hace eficaz uso de ella. Este sistema, llamado sistema otoniano, que venía de siglos anteriores (merovingios y carolingios), fue mejorado por Otón I hasta el punto de que aparece la Iglesia imperial, en la que el rey tenía la autoridad suprema (no propiedad), y la Iglesia, una autoridad delegada en los estados episcopales; los obispos comenzaron a ser útiles al reino porque ni tenían herederos, ni tenían, supuestamente, intereses personales. El sistema germano, con sus inconvenientes, era diferente del sistema francés; mientras que en Germania los obispos no eran propietarios de las diócesis, en Francia algunos duques terminaron siendo obispos y propietarios de la Iglesia en sus territorios. Frente a esta estrecha colaboración, que convertía a los obispos en príncipes, hubo algunas críticas; entre ellas está la de Guillermo de Maguncia, familiar de Otón I, quien en el otoño del 955 le escribió una carta al papa Agapito II (946-955); esta carta es una protesta contra el proyecto de Otón I, quien quería crear algunas diócesis segregadas del territorio de Maguncia. 3.3 Relaciones políticas de los eclesiásticos 3.3.1 El pontificado83 Con Adriano II (867-872), cuyo pontificado terminó con la expulsión de los misioneros romanos de Bulgaria, se cierra la primera parte del libro de los pontífices que retoma las crónicas a mitad del siglo XI; aparece un largo y oscuro período, el siglo X, donde son pocas las noticias por lo que ha sido llamado “siglo oscuro y de hierro”. Al tiempo que se presentó esta laguna, está la decadencia moral del pontificado; no en vano algunos hablan de la pornocracia romana. A lo largo del siglo IX el pontificado estuvo metido en las contiendas entre los herederos carolingios y los partidos romanos y así estuvo hasta mediados del siglo X cuando Otón I, de la dinastía sajona, restableció la autoridad imperial (962), gracias al movimiento reformista que desde el 910 se había iniciado en Cluny. Durante el siglo IX el Papa era el señor de Roma, los reyes de los diferentes ducados eran mantenidos fuera de la ciudad; el primer palacio pontificio, el Palatino, fue abandonado para centrarse en Letrán, cerca del cual se encontraban las estatuas de Marco Aurelio y la Loba, signos de la autoridad y el poder de la ciudad, y una cierta preocupación por san Pedro, que no estaba sometido a ninguna jurisdicción; durante este siglo los ritos latinos comenzaron a tomar elementos del esplendor bizantino con lo que la liturgia pasó de la celebración a la manifestación, donde eran más importantes el lujo y las normas que la vivencia. Junto a estos elementos se ubican: la creciente importancia que va tomando el personal del palacio lateranense que comienza a ser llamado “sacro”; la aparición de los jueces clericales y el bibliotecario, entre los cuales el más célebre es Anastasio; y el creciente influjo de las familias romanas sobre el pontificado. 58 El siglo oscuro del pontificado comienza hacia el 882 cuando Juan VIII (872-882) fue asesinado y se desencadenaron unas rivalidades que disminuyeron en 1046, cuando tres Papas fueron depuestos por Enrique III. Durante este período pasaron por la sede petrina 45 personas entre Papas y antipapas; de esas 45 personas: 15 fueron depuestas, 14 murieron o en la cárcel o asesinadas y 7 fueron exiliadas. Lindo escenario para escribir una crónica negra sobre el pontificado que se encontraba entre los deseos de libertad, el poder de los reyes y las manos de la aristocracia. Algunos Papas de este período son: Juan VIII (872-882). En el 875, cuando murió Luis II, el Papa optó por acogerse a la protección de Francia, consagrando emperador a Carlos el Calvo (navidad de 875) quien renovó el pacto con la Iglesia y le regaló la Cátedra de San Pedro, que hoy se encuentra en el ábside de la Basílica Vaticana, y una cruz de plata, de la cual hoy se encuentra una copia junto a la Pietà, porque la original desapareció en el saqueo de 1528. Carlos el Calvo, a la muerte de Luis el Germánico (+ 876) quiso anexar ese territorio y al entrar a conquistarlo fue vencido por Luis el Joven; derrotado, quiso retornar a Italia y Roma pero al encontrar oposición de los grandes del reino franco occidental y fracasar en la reconquista a Italia, se refugió en Francia, cerca a Saboya, donde murió (octubre 6 de 877). Al mismo tiempo, Lamberto de Spoleto ocupó Roma. Frente a esto el Papa acudió a Francia (878) y después de varios trámites sin obtener ayuda, retornó a Roma (882) donde fue asesinado por un pariente que quería adueñarse del patrimonio petrino. Formoso (891-896). En medio de luchas aristocráticas, tuvo el valor de enfrentarse al reino de Spoleto. En sus relaciones políticas optó por Germania, haciendo alianza con Arnulfo de Carintia, un carolingio habido fuera del matrimonio, quien llegó a Roma, comenzó a luchar y en el 896 fue coronado emperador. El problema estaba en el hecho de que el Papa había coronado como emperador (892) a Lamberto de Spoleto quien comenzó a aprovecharse del poder, por lo cual el Papa hizo alianza con Arnulfo de Carintia y lo desterró de Roma; a la muerte de Formoso, Lamberto retornó a Roma y en el pontificado de Esteban VI (896-898) convocó el concilio cadavérico. Este concilio consistió en que el cadáver de Formoso fue exhumado, se le juzgó por ambicioso, ya que había dejado su diócesis de Porto84; por estas y otras razones, los actos de su pontificado fueron anulados. Se ignoró la verdadera razón: la venganza contra una persona que se había opuesto a Spoleto. A raíz de este concilio, la Iglesia se dividió entre quienes apoyaban a Formoso y quienes lo condenaban; se desató un período de crisis, que se pacificó un poco con el pontificado de Juan X (914-928), quien optó por la casa de Friuli y cayó en manos de las familias romanas. El concilio cadavérico condujo a varias consecuencias positivas: hizo ver que el Papa no es solamente el obispo de Roma sino que su jurisdicción traspasa los límites de la ciudad, y se abolió la prohibición del cambio de sede. El Papa Teodoro II (897) hizo enterrar a Formoso en San Pedro; el libro de los pontífices calla sobre el asunto del juicio a Formoso y algunas disputas posteriores. Con el pontificado de Juan X (914-928) se entra en la historia del pontificado en manos de las familias romanas que al final lo depusieron y lo mataron; entre estas familias está 59 la de Teofilacto y Teodora cuya hija Marozia fue amante de un Papa (Sergio III, 904911) y madre de otro (Juan XI, 931-935). Esta familia, entró en lucha con Alberigo II, preceptor romano (932-954), hijo y rival de Marozia debido a su segundo matrimonio con Hugo de Provenza, para quien el Papa sólo debía tener funciones espirituales. Durante estos años al Papa sólo lo conocían los miembros de la familia de Teofilacto, para los demás era un desconocido. 3.3.2 El episcopado85 Bruno (925-965), hermano de Otón I, fue destinado por su familia a la vida eclesiástica, recibió una esmerada formación en Utrech. A partir de 940 figura desempeñando funciones políticas, al tiempo que era el director de la capilla imperial, el puesto más influyente del naciente imperio, se preocupaba por la vida espiritual y el monacato. Siendo obispo de Colonia recibió la administración del ducado de Lorena. Como influyó en el episcopado germano para que los obispos aceptaran los cargos civiles, se le tiene por organizador del sistema eclesial germano. Junto a Guillermo de Maguncia fue regente del reino durante el tiempo que Otón I estuvo en Italia. Creó una escuela cerca de la catedral de Colonia donde se formaban los futuros obispos y clérigos que desempeñarían funciones civiles. A pesar de sus afanes políticos fue un celoso pastor con tendencia al monacato y el ascetismo. Otro obispo fue Ulrico o Uldarico de Augsburgo, quien, cuando los húngaros quisieron tomarse la ciudad (954-955), se vio obligado a defenderla tomando parte en la batalla, portando los ornamentos sacerdotales, hasta que llegaron las fuerzas de Otón I; en esta oportunidad se obtuvo el triunfo en la batalla de Lechfeld (agosto 11 del 955). Con este triunfo, que fue un triunfo para todo el imperio, los húngaros fueron vencidos. Sobre la base la actividad de esos dos obispos se puede describir y analizar el trabajo de los obispos teniendo presente la sinergia entre reino e Iglesia al interior del sistema otoniano de la Iglesia imperial; cuando se habla de Iglesia se hace referencia a la institución jerárquica del episcopado y los abades de los grandes monasterios, que normalmente estaban al servicio del rey; la expresión simbólica era la investidura. Las notas características de este servicio eran: ninguna elección episcopal y abacial era posible sin el consenso del rey, los candidatos eran elegidos de entre los miembros de la capilla imperial, normalmente los candidatos pertenecían a la aristocracia, obispos y abades presentaban un homenaje de vasallaje y fidelidad al rey y no al Papa86, creando un nexo personal mediante la recepción del báculo, y desde Enrique III del anillo y las regalías87. En contraprestación, obispos y abades, aceptaban el servitium regis, eran consultores políticos y se constituían en apoyo moral para el rey. En el fondo, la tarea política del obispo era compatible con su ministerio pastoral. En torno a esta realidad se han dado varios juicios. Es un plan meditado contra la aristocracia laica que encontró el culmen cuando el pontificado fue unido a este sistema. Para otros era la continuación de la línea impuesta por los carolingios. No se puede entender el sistema otoniano como una Iglesia nacional, aunque es posible encontrar 60 algunos elementos nacionalistas como la concentración de poder en manos del soberano. Más que lanzar un juicio, es justo decir que la Iglesia no fue vista como un instrumento y existía un alto grado de concentración de poder en el que la Iglesia colaboró; para entender esta realidad conviene comparar la vida de la Iglesia en las diferentes regiones para sacar una conclusión objetiva. Lo más preciso sería decir que se asiste a los primeros pasos de la lucha de las investiduras, que junto con la simonía y el nicolaísmo fueron las tres plagas que pretendió erradicar la reforma gregoriana. 3.4 El movimiento monástico88 Durante varios siglos el monacato influyó en la sociedad marcando una época, sembrando semillas que posteriormente dieron origen a las órdenes mendicantes, influyendo en la sociedad y la economía, y asumiendo notas características en las diferentes regiones. Además, recibió la tradición de la antigüedad y los primeros siglos del medioevo y la conservó y transmitió al mundo; por estas razones se convirtió en un fenómeno de la historia sobre todo cuando fueron los nobles quienes terminaron siendo monjes. Esta nota es vital para entender la teología monástica, básicamente escatológica, porque en un mundo que se acercaba al fin todos deseaban asegurar su salvación a través de la consagración religiosa. Por eso el monacato medieval era un asunto de interés público. En los monasterios no sólo se oraba y se hacía silencio, también se trabajaba y se recibía formación cultural, por eso los monjes fueron llamados a desempeñar importantes cargos al interior de las cortes y de la Iglesia; a través de estos personajes se conoce la historia del monacato, pero se olvida que la mayoría de los monjes vivían en sus monasterios dedicados en su consagración, para sostener con su trabajo y oración las estructuras de la sociedad y la Iglesia. Por esto es importante apreciar las memorias, los libros de hechos notables, donde se imprimía la historia viva del convento. En aquel entonces, los monjes eran lo bastante inteligentes y por ello se encuentran los “libros memoriales” tanto de vivos como de muertos, por quienes a diario se hacía oración. En cuanto a la oración, ésta era el servicio fundamental de los monjes, porque hacia el siglo X no se entendía a un monje haciendo pastoral activa, cultural, política o económica. En un documento de 819, del tiempo de Ludovico Pío, se habla de tres clases de monasterios atendiendo a sus riquezas: los que estaban obligados a pagar impuestos y servicio militar, los que pagaban impuestos sin proporcionar servicio militar, los que eran eximidos de ambas cosas para prestar el servitio monasticorum a través de la oración por el rey, su familia y el imperio. De este documento se deduce que la vida monástica no era una isla, sino que la sociedad se interesaba por ella, porque era la garantía de los bienes públicos y su presencia era tan necesaria como la del ejército; unida a esta necesidad se ubica la mentalidad, que vivía un ambiente religioso donde se buscaba una cierta seguridad en torno a la salvación. En medio de tantas luces, es normal que aparezcan las sombras; frente a éstas apareció la reforma carolingia, liderada por Benito de Aniano con el apoyo de Ludovico Pío; esta reforma impuso la Regla de San Benito a 61 los monjes y entre 817 y 819 promulgó una serie de disposiciones que se fueron aplicando aún después de la muerte de Benito de Aniano (+ 821). Esta reforma desembocó en la reforma de Cluny. 3.4.1 El monacato cluniacense89 La abadía de Cluny, villa feudal cerca a Mâcon, fue fundada en el 910. El documento sobre la fundación tiene la fecha del 11 de septiembre. Guillermo de Mâcon, duque de Aquitania y propietario de aquella villa, tomó la decisión de donarla y sostener el monasterio por aquello de dar los bienes a los pobres, a condición de asegurar su salvación gracias a la oración que se haría por él, su familia, el emperador y el imperio. La novedad consiste en organizar una orden que tuviera en Cluny el centro desde el cual se difundiera la vida monástica; al mismo tiempo Cluny fue nombrado como propiedad de los apóstoles Pedro y Pablo y por lo tanto exento de cualquier soberanía terrena, es decir, el fundador renunció a sus derechos, concedió libertas romana y le impuso la tuición y la defensa en favor de Roma. Además, permite captar la doble ventaja con la cual nació Cluny: el fundador renunció a sus derechos y fue construido donde no existían ni muchos problemas políticos, ni un fuerte influjo monárquico. Sus primeros abades fueron: Bernón (910-926), Odón (927-942), Aimaro (942-954), Mayolo (954-994), Odilón (994-1049), Hugo (1049-1109), personajes claves en la expansión del monacato cluniacense por Europa formando lo que se puede llamar la primera orden monacal en occidente. Para entender la expansión de este monacato se citan cuatro causas básicas: La organización. Cluny se convirtió en el centro de una serie de monasterios satélites, que aunque independientes seguían las normas trazadas allí. Las cinco grandes abadías que giraban en torno a Cluny eran: Souvigny (921), Sauxillanges (950), La Charité-surLoire (1059), Lews (1078), Saint Martin-des-Champs (1079); cada una de estas abadías tenía varios prioratos que dependían de ellas y de Cluny. El ideal eclesiológico y litúrgico. En lo eclesiológico, una cosa es la Cluniacensis ecclesia y otra el Ordo cluniacensis, a la primera pertenecían todos los profesos, el segundo se refiere a la forma de vida practicada y fijada que lentamente se expandió. En liturgia aparece la solemnidad del oficio divino: “Una Iglesia en oración que espera el juicio final”; junto a esta realidad surgía la importancia de la penitencia. La relación con el feudalismo. Cluny tenía la libertas romana pero no se alejó del plano social porque de hecho, y dado que los monjes en su mayoría eran nobles, el abad era el rey del monasterio quien podía elegir a su sucesor y a quien los monjes tenían que rendirle vasallaje. En relación con el mundo exterior, Cluny ofrecía la oración por los benefactores y un nuevo ideal de santidad: “Es cierto que en el monasterio se puede asegurar la santidad; también se puede ser santo viviendo en el mundo pero llevando un cierto ritmo de vida conventual”90; aquí nació el ideal del caballero cristiano de las posteriores cruzadas, el ideal de aquel que protege al pueblo. La conciencia comunitaria y la acción social. En el campo comunitario existía preocupación por la oración por vivos y muertos; en cuanto a la preocupación por los 62 difuntos, nació bajo el gobierno abacial de Odilón, la memoria de todos los fieles difuntos el día siguiente a la celebración de todos los santos. En relación con la memoria de los difuntos está el nacimiento de la acción social ya que cada vez que moría un monje se le concedía alimentación a un pobre por 30 días; el día del aniversario de la muerte de un monje se le daban dones a los pobres; en el siglo XII esta práctica fue restringida porque la crisis económica era grande, los “muertos se estaban comiendo a los vivos”, y hubo que limitar la distribución diaria a 50 comidas. 3.4.2 La reforma lorenesa En Lorena, cerca a Gorze, fue fundado el monasterio San Gorgonio (757) por parte del obispo Crodegango de Metz; después de un glorioso nacimiento vino un período de crisis en el que tomaron parte activa los abades laicos. Adalberto I, obispo de Metz y propietario del convento, lo ofreció a unos clérigos que deseaban vivir en comunidad; hacia el 934 comenzaron a vivir allí algunos canónigos bajo la regla de san Benito y las normas carolingias. Contemporáneamente Gauzalín de Toul, renovó los monasterios de Saint’Evre y Verdún; en Tréveris también se dio una reforma en el monasterio San Maximino. Estos monasterios entraron en contacto con Gorze, y bajo la protección de los Otones, comenzó una reforma diferente a la de Cluny que nunca pensó en crear una congregación porque cada monasterio era autónomo, no veían ningún problema en trabajar para el rey91, no tenían libertas romana, y se intercambiaban las listas de difuntos. Hacia el 956 se entra en la segunda etapa cuando los obispos de Metz y Toul, encargaron a un cluniacense, Guillermo de Diogine, fundador del monasterio de Fruttaria, en Italia, de la reforma, no porque faltaran personas idóneas sino porque querían recibir la influencia de Cluny; es la llamada reforma neogorziense en la cual se destaca el abad de Schwarzch, Ekkerberto (+ 1076); hacia la primera mitad del siglo XII termina este influjo. Otro centro con influjo de Lorena era Brogne. Hacia el 918 el señor feudal Gerardo de Brogne fundó un monasterio de canónigos; en el 923 este señor tomó el hábito benedictino, fue nombrado abad del monasterio que fundó y comenzó un movimiento de reforma y organización de los monasterios de Lotaringia y Fiandra. Al monasterio san Pedro de Gans, centro de la reforma en Fiandra, llegó (955957) el monje inglés Dunstan, quien era perseguido en su tierra y fue el que transportó la reforma lorenesa a Inglaterra. En Inglaterra, por las invasiones vikingas, los monasterios prácticamente desaparecieron durante el siglo IX. Entre 959 y 975 se dio la primera edad de oro anglosajona, cuando el rey Edgar quiso incluir a los vikingos dentro de la población; este rey quiso también una reforma monástica y eligió a tres monjes: Dunstan, Etevoldo y Oswald, quienes conocían los monasterios reformados del continente de Gans y Fleury. En el ámbito de esta reforma, los capítulos catedralicios de Canterbury, Winchester y Munster se convirtieron en abadías benedictinas, lo cual duró hasta 1539, cuando 63 Enrique VIII decretó normas favorables a la Iglesia anglicana. En el 970, después del sínodo de Winchester, apareció la Regularis concordia anglicis nationis en la que, además de la reforma, se creó un nexo entre el monacato y la monarquía. Para terminar, Cluny fue la cuna del movimiento reformador monacal, y junto a él, se dio el de Gorze. Ambos se expandieron por Europa: Cluny por Francia, Italia, España e Inglaterra, sin entrar en Germania; Gorze, además de expandirse por estas regiones también penetró en Germania. Algunos historiadores sostienen que Cluny no penetró en el imperio debido a la actitud de los obispos germanos. ____________________ 2 Cf. Pierini, F. Op. cit., pp. 85 y 104. 3 Cf. Jedin, Hubert (dir.). Manual de Historia de la Iglesia, III. Herder, Barcelona, 19872, pp. 56-61. De aquí en adelante se citará Jedin y el tomo respectivo. 4 Este apartado es una síntesis de varios textos: Guerriero, Elio (dir.). Complementi alla storia della Chiesa diretta da Hubert Jedin. Jaka Book, Milano, 19912, pp. 61-81; Jedin, III, pp. 89-123; Ostrogorsky, Georg. Storia dell’impero bizantino. Enaudi, Torino, 1996, pp. 139-197; Hughes, Philiph. Síntesis de historia de la Iglesia. Herder, Barcelona, 1984, pp. 104-106; Hertling, Ludwig. Historia de la Iglesia. Herder, Barcelona, 1989, pp. 159-161; Fliche, Agustín y Martin, Víctor (dir.). Historia de la Iglesia de los orígenes a nuestros días, V. Edicep, Valencia, 1974, pp. 455-478. Se citará Fliche – Martin y el tomo respectivo. 5 Alberigo, Guisuppe et al. (dir.). Conciliorum Oecumenicorum Decreta. Dehoniane, Bologna, 1991, pp. 131156. Se citará COD. 6 Este Teodoro fue nombrado patriarca de Constantinopla en el 815 sustituyendo a Nicéforo, quien fue depuesto porque no cooperó con el iconoclasmo, ni ayudó a preparar un sínodo contra las imágenes. 7 Cf. Ostrogorsky, G. Op. cit., pp. 198-291. 8 Focio murió en el exilio en el 891. 9 Cf. Ostrogorsky, G. Op. cit., p. 256. 10 Cf. Rogier, L. J. et al (dir.). Nueva historia de la Iglesia, II, Cristiandad, Madrid, 1967, pp. 103-111. Se citará NHI y el tomo respectivo. 11 Después de la caída de su padre fue castrado y exiliado, se retiró a un monasterio donde se hizo monje y posteriormente fue abad. 12 Focio era un inteligente e influyente personaje del imperio bizantino, profesor de filosofía en el ateneo imperial de Constantinopla, director de la cancillería imperial y miembro del senado. 13 Cf. Pierini, F. Op. cit., p. 60. 14 Cf. Bihlmeyer, Karl y Tuechle, Hermann. Storia della Chiesa, II. Morcelliana, Brescia, 1996, pp. 40-50. Se citará Bihlmeyer – Tuechle, y el tomo respectivo. 15 Cf. Grivec, F. y Tonsic, F. Constantinus et Metodius. Tesalonicenses fontes. Rodevi Staronslavensko Institute, Zagreb, 1960; esta edición crítica tuvo como base Vita Constantini et Vita Metodii del siglo IX, escrita en lengua paleoeslava. 16 La creación del primer alfabeto eslavo es el glagolítico y no el cirílico; este alfabeto constaba de 38 letras con una grafía que en parte fue tomada de las letras minúsculas cursivas griegas añadiendo algunos signos orientales. 64 17 No pudo fijar allí su sede sino en el castillo de Szalavár que pertenecía a Cozel; con esto entró en crisis con el primado de Baviera y por ello fue apresado por Carlomán, hijo de Luis el Germánico. Cf. Jedin, III, p. 260. 18 Cf. Fliche – Martin, V, pp. 665-672; Orlandis, José. “Del mundo antiguo al medieval”. En: Equipo. Historia Universal Eunsa, III. Pamplona, 1981, pp. 273-285. Esta obra se citará Historia Eunsa y el tomo correspondiente. 19 Cf. Historia Eunsa, III, pp. 303-312. 20 Cf. Masoliver, Alejandro. Historia del monacato cristiano, I. Encuentro, Madrid, 1994, pp. 104-108. 21 Cf. Fliche – Martin, V, pp. 291-307; Historia Eunsa, III, pp. 312-316; NHI, II, pp. 50-55. 22 Cf. Historia Eunsa, III, pp. 301-302; NHI, II, pp. 40-49. 23 Esta Iglesia conservó el latín para la liturgia y la teología, y el gálico para el derecho canónico; además, en su deseo de imitar la civilización antigua, se esforzaron por hablar y escribir bien el latín. 24 Junio 25 de 839. 25 Cf. Jedin, III, pp. 323-325. 26 Cf. Jedin, II, pp. 53-87. 27 Los cronistas galos dan a los monjes de estos monasterios los nombres de devotos, sirvientes, custodios e incluso canónigos. 28 Cf. Bihlmeyer – Tuechle, II, pp. 27-34. 29 Por ello se dice que la misión anglosajona es una misión franca que sigue a los conquistadores. 30 Cf. NHI, II, pp. 44-45; Fliche – Martin, V, pp. 547-548. 31 Martel después de la victoria sobre los árabes (732) estaba en la cima del poder. 32 Los nuevos regentes francos habían sido educados en un monasterio, es decir, era una generación abierta a la reforma eclesiástica que era fundamental para los intereses del reino franco. 33 Con este nombre se conocen las disposiciones legislativas escritas emanadas por los carolingios. 34 Cf. Jedin, III, pp. 69-70. 35 Cf. Lortz, Joseph, Storia della Chiesa in prospettiva di storia delle idee, I. Paoline, Milano 1987, pp. 310317. Engelbert, Pius, “Viajes de los papas al reino franco”, original alemán cedido por el autor. 36 En este sínodo existían algunos cánones expressa verbis contra los usos de las Iglesias de occidente: sobre el matrimonio de los clérigos (13), el ayuno sabatino durante la cuaresma (55) y la cuestión del papa Honorio (1). Cf. Jedin, II, pp. 680-681. 37 Cf. Pierini, F. Op. cit., p. 61. 38 Cf. Fliche – Martin, VI, pp. 13-26. 39 Por esta razón los soberanos europeos añadían a su título la expresión gratia Dei. 40 Técnicamente este Papa sería Esteban III, pero se conoce como II porque sucedió a otro Papa, Esteban II que apenas duró tres días en el pontificado. 41 Cf. Gasparri, Stefano et al. Fonti per la storia medievale. Dal V all’XI secolo. Sansoni, Firenze, 1992, pp. 226-227. 42 Cf. Pierini, F. Op. cit., p. 57. 43 Cf. MGH. Fontes iuris germaniae antiquae, X, 1968. En este volumen existe una edición crítica de la donación de Constantino. 44 En sentido estricto este Papa sería Esteban IV; el problema radica en que el Papa conocido como Esteban II, sucedió a otro Esteban que sólo estuvo en la sede tres días. 45 Esta consideración es importante porque hasta ese entonces las dos cosas eran posibles. 46 En este canto, una exaltación en forma de oración litánica, se encuentra, por primera vez, la aclamación Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat. 47 Cf. Carta 60, Codex carolinus; en MGH Epistulae, III. Este texto es la publicación de las 99 cartas del Codex Vindobonensis 449, un manuscrito del siglo IX. La carta citada data de mayo de 778 y es bastante discutida. 48 Eran el arcipreste Pedro y el abad Pedro del monasterio San Sabas. 65 49 En relación a la muerte de Adriano, Carlomagno envió una lápida en mármol con una inscripción redactada por Alcuino donde honra el recuerdo del Papa; actualmente esta lápida se encuentra en el atrio de la basílica de San Pedro. 50 Cf. Sanchís, Ricardo. También la Iglesia tiene historias. Mensajero, Bilbao, 1995, pp. 133-139. 51 Cf. Jedin, III, pp. 175-183; Fliche – Martin, VI, pp. 42-50. 52 Con este hecho ya aparecen tres personas a la cabeza del mundo: el Papa, el emperador bizantino y el rey. 53 En relación a las acusaciones sobre León III ninguna fuente las menciona; algunos proponen una conducta de adulterio o una irregularidad sexual. Conociendo la situación histórica es muy difícil creer esto y por ello opino que el problema fundamental era cuestión de dinero y la consecuente corrupción en un momento en que había obsesión por construir y embellecer a Roma. 54 Las fuentes principales son los Anales regni francorum. En: MGH, el Liber Pontificalis, Vita Leonis III, y Eginardo, Vita Caroli, c. 28. Existe una cuarta fuente: Codex Vindebonensis, 515, en MGH, Códices selectos, I. Cf. Gatto, Ludovico, Il medioevo nelle sue fonti, Monduzzi, Bolonia, pp. 146-147; este autor cita el Liber Pontificalis; Gasparri, S. Op. cit., pp. 338-339. 55 Del 850 data la única crónica que habla de la traslatio imperii, Cf. Acta Sanctorum, noviembre 3, 844. En el siglo XII, Otón de Frisingia y posteriormente Inocencio IV hablan de la misma idea pero en un contexto diferente. 56 Cf. Fliche – Martin, VI, pp. 63-86. 57 Cf. MGH, Capitulari, I, n. 22, 52-62; Gatto, L. Op. cit., pp. 153-156. El título correcto es Epistula delegationis edicto. En ella se encuentra delineada la legislación para la praxis eclesial. 58 El texto más antiguo se encuentra en la Biblioteca Nacional de París, BN Lat. 12048; data de finales del siglo VIII y todo parece indicar que proviene de un monasterio del norte de Francia llamado Gelone. Los manuscritos anteriores al 800 están publicados en una colección que se llama Códices Latinos Antiguos. 59 Las capitulares de este sínodo se encuentran en MGH, Concilia II/1, p. 165. 60 El texto manuscrito data del 790 y proviene del monasterio de Neissenburg. Códice 91, Catecismo de Neissenburg, del Archivo de Alemania. 61 Pierini, F. Op. cit., pp. 62-63. 62 Cf. Bihlmeyer – Tuechle, II, pp. 34-40. 63 Cf. NHI, II, pp. 168-171. 64 Consistía en hacer puntos para separar las palabras de un texto; al eliminarse, aparecieron los espacios entre las palabras como actualmente se acostumbra escribir. 65 Patrología Latina, 101, pp. 11-58. 66 Cf. NHI, II, pp. 101-114; Jedin, III, pp. 164-166. 67 Cf. NHI, II, pp. 47-49. 68 Este concepto apareció en el reino franco en el siglo VI para designar a los clérigos que bajo la dirección del obispo o del arcipreste celebraban la liturgia en común y se encontraban en el registro (el canon); estos clérigos tenían derecho a asistencia de parte del obispo diocesano. 69 Cf. Institutiones aquisgranenses, en MGH, Concilia II, 1, pp. 312-421; 421-456. 70 Cf. NHI, II, pp. 147-149. Se llaman así porque se pensaba que su autor era Isidoro de Sevilla. 71 Este término aparece por primera vez en una carta capitular del 779. 72 Cf. Jedin, III, 233-236. 73 Cf. Jedin, III, pp. 319-410. 74 Como el caso de la ambrosiana y la mozárabe, en Milán y España, respectivamente. 75 Lo cual implicaba un rito episcopal. Esta realidad, unida a que en la práctica era un obispo, condujo a varias disputas sobre la legitimidad de la consagración. 76 Por ejemplo Bernardo Plantapilosa se firmaba abadcomes; además, algunas diócesis del sur de Francia estuvieron en manos de señores feudales. 77 Cf. Gutiérrez, Alberto. La Reforma Gregoriana y el renacimiento de la cristiandad medieval. PUJ, Bogotá, 66 1983. 78 Los estados pontificios hicieron que hasta el siglo XIX, el Papa fuera la figura más representativa de la política italiana. Las fuentes de este período dejaron testimonios valiosos, únicos, de aquellos siglos tristemente célebres para la historia de la Iglesia. 79 Quien deseaba ser inscrito como hermano general (frater conscriptus) tenía que cancelarle al monasterio lo que un monje gastara económicamente durante un año, aproximadamente una libra de plata. Como cada monasterio tenía su tarifa, lentamente se fueron enriqueciendo. 80 Cf. Gasparri, S. Op. cit., pp. 539-544. 81 Sin optar por ninguna opinión, la compra de la Santa Lanza, una de las reliquias más apreciadas de la Edad Media que hoy se encuentra en Viena, hecha por Enrique I al duque Rodolfo II de Alta Borgona (h. 926) entregando en pago algunos terrenos de Baviera y Basilea, da a entender que no es fácil juzgar de laicismo a este rey. 82 Cf. Gasparri, S. Op. cit., pp. 546-548. 83 Cf. Fliche – Martin, VII, pp. 11-105; Orlandis, José. Historia de la Iglesia, I. Palabra, Madrid, 1986, pp. 234-236. 84 En aquel entonces los obispos no podían cambiar de diócesis, por aquello de que eran esposos de la respectiva Iglesia. 85 Cf. Orlandis, J. Op. cit., I, pp. 276-278. 86 El gesto fundamental del vasallaje consistía en poner las manos entre las manos del rey. La fidelidad al rey y no al Papa era lo normal en aquel entonces. 87 Las regalías comprendían: tierras, inmunidad y prerrogativas territoriales como moneda, mercados, distritos, etc.; estas regalías, a su vez, crearon los núcleos de los “estados episcopales”. 88 Cf. Historia Eunsa, IV, pp. 190-195. 89 Cf. Hertling, L. Op. cit., pp. 176-178; Orlandis, J. Op. cit., pp. 244-247. 90 Cf. Gasparri, S. Op. cit., p. 523. 91 Por ejemplo Juan de Vendières, abad de Gorze, fue embajador de Otón I ante el califa de Córdoba. 67 Capítulo II Apogeo cristiano medieval Entre los siglos X y XIII (950-1250), la Iglesia desempeñó un importante papel al interior de la cultura occidental, en la cual las migraciones poblacionales le dieron a Europa una nueva configuración teniendo como eje el feudalismo con sus implicaciones, incluyendo los viajes y las peregrinaciones que de alguna manera aportaron a esa configuración en medio de contextos religiosos y políticos muy diferentes. En lo referente al feudalismo, fenómeno que venía desde la antigüedad tardía, estaba patente en la era carolingia y se hizo realidad social con el vasallaje y la concesión de beneficios que llevaron a la fragmentación del poder que originó los linajes nobles y la caballería. A la par con ello, se fortalecieron dos líneas culturales: la militar y la clerical, que forjaron dos líneas diferentes en la educación: intelectual y militar, hasta llegar a las universidades, la más revolucionaria institución medieval. Conviene tener presente los cuatro imperialismos con los cuales la Iglesia entró en contacto: europeo, bizantino, islámico y mongol. Este cruce de imperialismos de la impresión de una ordalía, de un juicio de Dios, que al poco tiempo entró en crisis y provocó visiones apocalípticas. El espacio geográfico del período se encuentra formado por tres modelos culturales, dos cristianos y uno islámico. 1. Marco histórico Dentro del contexto histórico es importante conocer los acontecimientos eclesiales para valorar mejor los acontecimientos que se desarrollaron en una sociedad que se entendía como cristiandad y no existía una clara división entre reino y sacerdocio. 1.1 El mundo bizantino92 1.1.1 El Imperio Romano El Imperio Romano de oriente reivindicó para sí dos privilegios: la representación del imperio que implicaba la imposibilidad de reconocer a occidente y la preeminencia cristiana por la ortodoxia y la posesión de los lugares santos. La edad de oro del imperio bizantino estaba pasando toda vez que a partir de la muerte de Basilio II (1025) comenzó 68 un proceso de decadencia en el cual se vivía un particular tiempo de calma que terminó con la caída de Bizancio en poder de los cruzados en 1204. Al interior se dio la transformación de la estructura social y económica con un feudalismo cada vez más potente. Hasta el siglo XI el imperio tenía un ejército fuerte con los soldados campesinos, a quienes el Estado les concedía algunos terrenos libres de impuestos con la condición de formar el cuerpo armado; estos campesinos estaban asociados. En el siglo XI esta política desapareció, porque el gobierno central impuso impuestos con lo que la aristocracia y sus latifundios se desarrollaron ya que no tenían que pagar impuestos; otro tanto se puede decir de los eclesiásticos. Este cambio produjo la crisis militar porque el número de soldados disminuyó con lo que hubo necesidad de acudir a mercenarios para mantener el ejército. Al aspecto militar, se le suma que Bizancio era un imperio básicamente agrícola, ya que sólo dos ciudades eran importantes: Bizancio y Tesalónica, a las cuales emigraba la mayoría de los aristócratas que a su vez eran los grandes latifundistas. Al exterior está la presencia de los musulmanes y la aparición de nuevos pueblos más allá de las fronteras del imperio, como los pecenegos procedentes de las estepas rusas, los seldjúcidas que eran descendientes de los turcos y los normandos que estaban al sur de Italia; esto da entender que el imperio estaba rodeado de potenciales enemigos. El 26 de agosto de 1071 el ejército mercenario bizantino fue derrotado por las tropas seldjúcidas de Alp Arslan en la batalla de Mantzikert y apresaron al emperador romano IV Diógenes; mientras que el emperador hizo algunos pactos para ser liberado, el partido de oposición nombró otro emperador y cuando aquel regresó fue nuevamente apresado en Constantinopla donde murió en 1072. Los seldjúcidas no se sentían ligados ya que el emperador había muerto en situaciones irregulares e invadieron Asia Menor, perdiéndose cultural y cristianamente esta región. En 1071 Bari, último baluarte bizantino en Italia, cayó en manos de los normandos dirigidos por Roberto Guiscardo, abriendo el camino hacia Bizancio, que entró en pactos con Venecia, concediéndole el monopolio comercial sin impuestos ni aduanas en 1082; con esto el poder bizantino en occidente era cada vez más débil. Aprovechando esta debilidad, llegaron los ataques y las peticiones de algunos reinos como Croacia y Serbia que estaban bajo la protección papal. Suerte diferente tuvieron los armenios, quienes fueron autorizados para entrar al imperio, ya que el poder central bizantino pensaba que así podría tener más ejército y vencer con mayor facilidad a sus enemigos en campos desolados. La problemática descrita, sucedida después de la muerte de Basilio II, termina con el ascenso de la dinastía Comnena con Alejo I (1081-1118), quien fortaleció la aristocracia militar que estuvo en el poder hasta 1204. Con la dinastía Comnena aparecieron la pronoia y el caristicariado. La pronoia o providencia, era la concesión administrativa concedida a algunas personas con el compromiso de prestar servicio militar; este sistema condujo a la feudalización del ejército ya que cada administrador estaba al frente de un grupo de soldados que reunía en su territorio. El caristicariado, consistía en conceder en administración los bienes de un monasterio a un laico; mientras que los monjes eran los 69 que la concedían no había ningún problema porque eran los propietarios, pero cuando con Alejo I se convirtió en una concesión imperial, las cosas tomaron otro camino que condujo a los resentimientos porque el emperador se apropiaba de algunos bienes de la Iglesia para sostener la guerra93. En el contexto de esta situación, se ubica la pregunta de Urbano II (1088-1099) sobre la razón por la cual el Papa no era mencionado en los dípticos litúrgicos de oriente con lo que los cristianos se verían sin una autoridad máxima. El emperador, reunió el sínodo permanente de Constantinopla y envió una respuesta diciendo que la bula de excomunión de 1054 era contra el delegado pontificio y se le hacía ver que si quería ser admitido en los dípticos, debía aclarar algunas cosas sobre los ritos y los cánones, además de enviar la carta entronística, diciendo que había sido elegido en forma regular. El Papa aceptó las condiciones y envió a Basilio, quien había sido destituido como obispo ortodoxo de Reggio Calabria y no hizo mucho por la unión entre oriente y occidente. El emperador comenzó a negociar directamente con el Papa, y éste, olvidando la presencia del patriarca, aceptó los tratos, en los que se gestaron las cruzadas como un acuerdo político entre el Papa y el emperador. En cuanto a la vida interna de la Iglesia, las antiguas controversias doctrinales aún seguían presentes, además existían dos corrientes divergentes: la mística y ascética, y la filosófica; la mística, liderada por Simeón el nuevo Teólogo (+ 1022) y Stethatos (+ 1090), no era muy intelectual; la filosófica liderada por Miguel Psellos (1018-1099) tenía una actitud neoplatónica y se enfrentó con el patriarca Juan Xifilino sobre el uso de la filosofía en la teología: Psellos defendía su uso en la teología, Xifilino no aceptaba esta posición porque la filosofía era vista con sospecha; por ello en 1082 fue condenada esta corriente como heterodoxa. Además, los bogomilos y los paulinos aún estaban presentes y el monacato oriental, después de la caída de Asia Menor, estaba llegando a un momento de ocaso. 1.1.2 Iglesia e imperio94 Existía una estrecha relación que permitía una recíproca intervención, porque la concepción de cuerpo cristopolítico no permitía una separación de poderes ya que el emperador era fiel, vicario y defensor de la ortodoxia. El patriarca se convirtió en el personaje más importante cuando se perdieron los otros patriarcados orientales y Roma fue prácticamente ignorada; para su elección, hecha por los metropolitanos, se proponía una terna; como era consagrado por el emperador era casi imposible el nombramiento de un patriarca contrario a él. En torno al patriarca, existía un sínodo permanente llamado endemusa que se convirtió en un órgano de colaboración; este sínodo influía en el nombramiento del patriarca, quien normalmente estaba de acuerdo con el emperador; cuando esto no se daba, el sínodo hacía presión para que renunciara. A pesar de todo el patriarca estaba en el vértice de una jerarquía en la cual los obispos eran reunidos en regiones metropolitanas que casi siempre correspondían a las provincias imperiales. Los obispos, cuya elección exigía el 70 celibato, eran monjes; los sacerdotes se podían clasificar en clero alto y bajo. Tanto los unos como los otros buscaban las mejores posiciones porque la situación económica no era del todo segura; en este contexto nació el clericato, un auxilio económico que los sacerdotes recibían, parecido al beneficio occidental. Junto a la jerarquía, está el monacato, que tenía en la contemplación y su laicicismo dos notas características. Se organizaba en grupos de monasterios y aunque normalmente no intervenían en política, en algunas oportunidades se opusieron al emperador. Su centro era el monte Athos; allí existía un monasterio que albergaba a los monjes que procedían de las lauras de Palestina y otras regiones, creándose una especie de reserva para monjes donde Atanasio Athonites, amigo y confesor de Nicéforo Focas, comenzó la construcción de un monasterio (963) para el cual dejó unas normas muy precisas como ascesis mitigada, oración y trabajo. Algunos monjes se opusieron y entraron en rivalidades en las cuales intervino Juan Tzimiskes, quien obligó al monje Eutimio a componer algunas normas (Typicon) todavía vigentes en aquel centro, donde no pueden entrar las mujeres. 1.1.3 Herejías orientales95 Se presentaron dos movimientos heréticos que criticaron la Iglesia por la situación social que presentaba un contraste entre el mensaje bíblico y la riqueza eclesial, llegaron a criticar la doctrina y tuvieron éxito porque daban respuesta a las protestas que se presentaban por las tensiones y desigualdades sociales. El paulinismo aparece mencionado en un sínodo armeno de 719; las fuentes dicen que apareció en Armenia hacia el siglo VI y desde allí se difundió a otras regiones, siendo su fundador un tal Pablo; en los escritos de Juan de Otzun (717728) y Pedro Sikeliotes (850-880), se encuentran algunos elementos de su doctrina en un contexto polémico. Es una doctrina maniquea que frente a la injusticia del mundo sostenía que era imposible que un mundo tan malo fuera creado por un Dios tan bueno; además buscaban la simplicidad de la Iglesia primitiva, negaban algunas partes del Antiguo Testamento y afirmaban el docetismo por lo cual la cruz no tenía sentido. Todo era interpretado desde una perspectiva espiritual que veía como malo cualquier tipo de poder. A causa de la persecución de Constantino V Coprónimo se desplazaron al norte de Grecia y comenzaron a florecer bajo Nicéforo I (comienzos del Siglo IX); a este punto se iniciaron las campañas contra ellos no tanto por su doctrina como por su alianza con los musulmanes. El bogomilismo comienza en Bulgaria debido a la crisis social causada por las campañas de Simeón; la situación del clero bajo y los campesinos, quienes no tenían tiempo ni para rezar, condujo a una insurrección liderada por Bogomilis (amigo de Dios) a quien el sacerdote Cosme le dio el nombre de Bogoemilis (enemigo de Dios). Los seguidores de Bogomilis se sintieron cercanos a Dios contra la Iglesia oficial con el deseo de retornar a la Iglesia primitiva y separarse de una sociedad injusta. Lentamente su doctrina se volvió dualista al afirmar que un ángel renegado creó el mundo material, por 71 esto rechazaban partes del Antiguo Testamento; al interior de ellos existe la clásica división maniquea de perfectos y otros fieles. Después de la caída de Bulgaria difundieron su mensaje en el imperio y sólo a mediados del siglo XII pudieron ser vencidos; algunos huyeron a Bosnia y desde allí se desplazaron a Italia y Francia; en Bosnia se hicieron musulmanes y en Francia dieron origen al catarismo. 1.1.4 La cristianización de los rusos Sus orígenes se encuentran en el desplazamiento de algunos monjes griegos por la tempestad iconoclasta a la orilla septentrional del mar Negro; en la segunda mitad del siglo IX aparecen algunas señales de cristianismo en la región del reino de Rus (Rhos) formado por vikingos y eslavos que tenían en Kiev y Novgorod los centros más importantes; algunos miembros de ese reino venían en una embajada bizantina que llegó hasta el emperador Ludovico Pío (839, a Ingelheim en Renania). En esta embajada se ha querido ver el primer paso para la cristianización de Rusia. El segundo paso fue el bautismo de Olga de Kiev, quien a la muerte de su esposo Igor (945) asumió la regencia del reino por su hijo Sujatoslav y viajó a Constantinopla (956957) donde fue bautizada96. En esta visita, Olga manifestó su deseo de autonomía eclesiástica; para obtenerla envió una embajada a Otón I pidiendo un obispo misionero, pero la oposición de Sujatoslav apoyada por Bizancio, hizo fracasar al obispo enviado, el monje Adalberto. Con Vladimir (978-1015) se dio el paso definitivo de la cristianización rusa que se logró después de un examen de las tres grandes manifestaciones religiosas del momento: la Iglesia Latina juzgada en la vivencia cristiana de los germanos, el islam y la Iglesia bizantina; ésta fue aceptada por su festiva liturgia. Además, la derrota de las tropas imperiales por los búlgaros (976) y el intento de golpe de estado por parte de Barda Foca a Basilio II (978) permitieron que, previa solicitud de auxilio, Vladimir se hiciera presente con sus tropas, venciera a los rebeldes, recibiera a la princesa Ana y se hiciera bautizar en el 988; después, los dirigentes y el pueblo también lo hicieron. La conversión de Rusia fue uno de los últimos ejemplos de cristianización desde arriba, desde el príncipe. A partir de este momento comienza la organización de la Iglesia rusa. De Kiev sólo se sabe que a partir de 1039 era una sede metropolitana que dependía de Bulgaria o de Constantinopla, hasta que ésta cayó en poder de los turcos (1453). En esa ciudad se construyó entre el 989 y el 996 el templo de las décimas, llamado así porque Vladimir prometió la décima parte de sus réditos para mantenerla. 1.1.5 El cisma de 105497 Desde el siglo IV hasta el siglo VII se presentó el nacimiento de las Iglesias nacionales orientales en sus dos tradiciones: la Iglesia Asiria de Oriente (nestoriana) y las Iglesias no Calcedonenses (copta, jacobita y armena). Después de esas rupturas se había vivido una cierta unidad en la cual existía la paz en medio de las tensiones; hasta el siglo XI la 72 situación se mantuvo en esa línea, de tal manera que Roma era ortodoxamente católica y Constantinopla católicamente ortodoxa. “A partir de esa fecha, estos dos adjetivos se convierten en sustantivos y van a servir para denominar dos Iglesias hermanas”98. Además, este cisma fue el cuarto episodio del enfrentamiento entre oriente y occidente después del sínodo Trullano de 692, la crisis iconoclasta de 726, la polémica con Focio por el problema de Bulgaria y su irregular nombramiento patriarcal; estas tensiones crearon desconfianza de ambas partes99. León IX (1049-1054) consagró a Humberto de Silvacándida como arzobispo de Sicilia (1050); al tiempo entraron en juego tres fuerzas diferentes: Roma, Bizancio y los normandos con el deseo de conseguir el poder en el sur de Italia; el Papa quiso aliarse con ellos pero no pudo, buscó apoyo en Enrique III y no lo obtuvo, buscó un acuerdo con el gobernador bizantino de Sicilia, Argyros, quien estaba dispuesto a aceptarlo pero cuando iba a firmarse el pacto, intervino el patriarca bizantino Miguel Cerulario (10431058). Cerulario tuvo una vida muy particular antes de ser patriarca: por participar en una conjura contra el emperador Miguel IV fue exiliado y se convirtió en monje; tenía pocos conocimientos teológicos, mucha ambición y aversión contra los latinos. Su oposición al acuerdo entre León IX y Argyros se debe a que en ese pacto veía un aumento del poder latino y una posible subordinación de la Iglesia bizantina en el sur de Italia. Vino entonces la polémica cuando en 1053 León, arzobispo de Ochrid, le envió un tratado al obispo Juan de Trani, acusando a los latinos de ayunar el sábado y comulgar con pan ázimo. Los cristianos latinos de Constantinopla protestaron porque se sentían tratados como judíos; en respuesta sus templos fueron cerrados. Frente a la acusación se alzó Humberto de Silvacándida, exagerando el primado romano y haciendo responsables a los bizantinos de noventa herejías; al mismo tiempo, aumentaba en Italia el peligro político porque las tropas, tanto pontificias como bizantinas, fueron derrotadas por los normandos, quienes al conseguir tierras dejaron de ser los mercenarios del sur de Italia. Para superar esta dificultad y hacer una alianza contra los normandos, el emperador Constantino IX Monómaco pidió a Roma que enviara unos delegados. El Papa nombró a Humberto de Silvacándida, Federico de Lorena y Pedro de Amalfi, quienes viajaron a Constantinopla portando dos cartas una para el emperador y otra para el patriarca. Los delegados fueron recibidos bien por el emperador en abril de 1054, pero fríamente por el patriarca; las cartas fueron entregadas y como Cerulario no respondía, Silvacándida comenzó a movilizar la población contra el patriarca; en esta movilización apareció el monje Nicetas Stethatos o Pectoratos, quien atacó el ayuno y el celibato sacerdotal latino, Silvacándida contestó con palabras poco adecuadas, el emperador hizo silenciar al monje para no comprometer la alianza que estaba negociando. La ambición de ambas partes no tenía límite y Silvacándida introdujo el Filioque, redactó una bula de excomunión que dejó en el altar del templo Santa Sofía el 16 de julio de 1054, un diácono pensó que este documento había sido olvidado y lo quiso restituir a sus dueños quienes no la aceptaron; en esta bula se hacían afirmaciones falsas contra 73 Cerulario y León de Ochrid. El emperador fue informado y llamó a los delegados quienes en lugar de responder, abandonaron la ciudad; el 20 de julio Cerulario excomulgó a los autores de la bula y el 24 del mismo mes, un sínodo hizo lo mismo. Posteriormente Cerulario envió una carta al patriarca Pedro III de Antioquía en la que iban la carta dejada por Silvacándida y la bula de excomunión, traducidas al griego; en esta carta Cerulario deja en claro tres cosas: la carta recibida no es del Papa, los delegados no representan al Papa porque ya había muerto y los delegados fueron excomulgados. En la experiencia humana se suele buscar un culpable. Al respecto, es cierto que Silvacándida y Cerulario no eran ni unos angelitos ni las personas más indicadas porque su pasión era grande, con lo que las relaciones llegaron al más bajo nivel posible; como si ello fuera poco las cruzadas, sobre todo la cuarta (1204), bajaron aún más el nivel del abismo. Así permanece aún hoy a pesar de que en diciembre de 1965 se abolieron las excomuniones lanzadas en el 1054. A esto se le añade que el movimiento de reforma liderado desde Roma más que buscar la identidad de la Iglesia imponía costumbres romanas que chocaban con las costumbres orientales; en otras palabras, se identificaba la tradición latina no con la Iglesia de Roma, sino con la Iglesia Católica imponiendo más la unicidad que la unidad. No obstante ello, la división de 1054 con las faltas y razones para las excomuniones mutuas no fue tan traumática con el resultado de la cuarta cruzada (1202-1204) cuando Constantinopla fue conquistada y se fundaron el imperio y el patriarcado latino de allí. 1.2 El mundo latino100 Comparando oriente y occidente, mientras la cristiandad bizantina disminuye, la occidental aumenta y se expande gracias a dos conceptos que la animaban: la uniformidad litúrgica con el rito romano a partir de Gregorio VII con el progresivo reconocimiento y aumento de la autoridad papal y la cristiandad como una realidad territorial y espiritual que se distingue de las demás regiones que son llamadas paganas, es decir, no cristianas. 1.2.1 La situación europea En orden a una mejor comprensión del marco histórico que se está desarrollando, se abordan algunos datos básicos para comprender la situación de Europa en aquel entonces; este recorrido se hará por regiones, centrando la atención en Europa mediterránea (Francia, Hispania e Italia) y Europa insular (Inglaterra e Irlanda), dejando de lado a Europa imperial que será vista al interior de los apartados dedicados al estudio de la sinergia entre reino y sacerdocio y la reforma gregoriana. Europa mediterránea Hasta el siglo X, Francia era un reino débil en manos de feudales y nobles, que ni el rey ni los príncipes podían vencer; hacia el 1000 Francia se vio colmada de castillos 74 donde vivían los pequeños nobles, llamados castellanos, que controlaban el territorio e imponían normas a los campesinos. Esta nobleza deseaba adquirir más poder y hacía guerras cuyos gastos eran sufragados por los campesinos que debían pagar décimas, protección y construcción; como esto no era suficiente, a partir del siglo X se convirtieron en jueces, y posteriormente en señores, que monopolizaron todo obligando a los campesinos a usar los bienes públicos del señor: el molino, los hornos, el establo, etc. Esto proporcionaba buenas entradas, pero hacía morir a los campesinos; por ello, la anarquía feudal produjo carestías, hambres, guerras y debilitamiento del poder central. La anarquía feudal se superó con la defensa que la Iglesia hizo de los pobres; esta actitud era la respuesta que obispos y abades daban a los señores que querían apoderarse de los bienes de la Iglesia, sobre todo obispados, abadías y parroquias pudientes, jurisdicciones eclesiásticas entregadas a laicos. Conviene señalar la diferencia existente entre Francia y Germania en cuanto a las abadías y los episcopados; en Germania estaban bajo el poder del emperador, en Francia bajo el poder de los señores; por esto se entiende que las reformas vinieran desde Francia donde la Iglesia sufría bajo el poder laico de la anarquía feudal. Además del deseo de reforma expresado en la cuestión disciplinaria, están: la paz o tregua de Dios, la propuesta del celibato sacerdotal y la lucha contra la simonía; las dos últimas para liberar la Iglesia de la sofocación del poder laico y las investiduras. Felipe I (1060-1108), contribuyó a una cierta estabilidad del reino y dejó en el aire la aplicación de la reforma gregoriana en Francia por lo que las investiduras se siguieron dando sin usar báculo y anillo. Si bien el rey no hizo mucho, no se niega que existieron prohibiciones sobre las investiduras; además, Felipe podía mostrarse generoso porque sólo tenía poder sobre 25 de las 70 diócesis francesas, el centro del conflicto era entre el Papa y el emperador Enrique IV y los obispos franceses tenían pocos derechos y sólo eran administradores de algunas propiedades estatales. La Iglesia vio en el rey un baluarte que ayudaba en su lucha contra los señores feudales, es decir, comenzó a apoyarse en el rey a pesar de su desinterés y su problema matrimonial; no obstante ello se dio un adecuado entendimiento entre los poderes. El rey Felipe tuvo problemas con la Iglesia porque repudió a su mujer para casarse con Bertrand de Monfort, esposa de Fulco Anjou; en un sínodo de 1094 el rey fue excomulgado; en 1095 Urbano II estuvo en Francia y en el sínodo de Clermont confirmó la excomunión; las cuestiones sobre este problema matrimonial siguieron hasta que en 1104, después de una promesa hecha por los dos adúlteros, el rey fue absuelto; finalmente Pascual II cerró el caso porque le interesaba más afrontar el problema con el emperador Enrique V (1106-1125). Un elemento importante fueron las soluciones propuestas para las investiduras. En el ambiente de la reforma gregoriana algunos pensadores admitían que la Iglesia no podía sustraerse del poder estatal; uno de estos pensadores fue Ives de Chartres, quien dio una solución a las investiduras distinguiendo entre lo temporal y lo espiritual, con lo que hacía ver que el obispo era administrador en lo temporal y pastor en lo espiritual101. Otra solución fue propuesta por Hugo de Fleury, quien escribió un tratado sobre el poder real y la dignidad sacerdotal dirigido a Enrique I de Inglaterra, proponiendo que durante la 75 ceremonia de investidura el rey usara otro símbolo para evitar algún equívoco, pero mantenía que el obispo recibiera del rey los bienes temporales y del arzobispo el báculo y el anillo. En el sínodo de Clermont se prohibió el vasallaje, siendo reemplazado por el juramento de fidelidad; con esto se llegó en Francia a un acuerdo: el rey conservaba el ius regalía mientras que la Iglesia conservaba lo espiritual. Dejando de lado las investiduras, se abordan dos áreas que son importantes. La primera es la posición de algunos duques y condes como el caso de Guillermo de Normandía (1035-1087), quien conquistó el sur de Inglaterra creando una compleja situación al norte de Francia, y Balduino V de Fiandra (10351067), quien dio origen a Bélgica siendo al mismo tiempo vasallo del rey francés y del emperador. La segunda es el movimiento comunal, que se desarrolló al norte de Francia; gracias al comercio, algunos municipios ricos comenzaron a emanciparse del poder que estaba en manos del obispo, y en algunos casos lo alejaron de la ciudad; en el contexto de estos movimientos están las conjuras para defender sus intereses. Otro elemento es el ascenso de los capetos en Francia por aquello de la unción sagrada de la cual era objeto. Luis VI hizo ungir como rey a su hijo Luis en la catedral de Reims con el óleo que, según la tradición, una paloma había traído del cielo y depositado en manos de san Remigio, cuando bautizó a Clodoveo (499); este óleo fue conservado y se utilizaba para ungir al rey el día de su coronación102. Otro elemento de la sacralización de la monarquía es el estandarte de Saint-Dennis, abadía donde estaban enterrados los reyes franceses bajo la protección de este santo y la llama de oro, el estandarte de Carlomagno, de la cual habla la Canción de Rolando; a partir de esto el rey francés se convierte en el continuador de la dinastía carolingia con derecho al imperio. En lo referente a Hispania, durante el medioevo la historia se divide en dos períodos: musulmán y reconquista. El dominio islámico comenzó hacia el 711 por la preponderancia política árabe que, aunque no alcanzó a conquistar toda la península, estableció un califato que tenía en Córdoba la capital; la unidad política de los árabes duró poco, porque hacia 1031 el último califa abandonó Córdoba y se fueron formando los pequeños reinos independientes que no eran lo suficientemente fuertes como para oponerse a los cristianos que venían desde los reinos de León (sucesor de Asturias), Castilla (que había sido un condado de León), Porto (que dio origen a Portugal hacia 1140) y Navarra. Bajo el gobierno de Sancho el Mayor (+ 1135) León, Castilla y Barcelona fueron sometidos hasta formar un sólo reino que después cayó y se dividió en Navarra, Aragón, León - Castilla, Galicia y Portugal, que formaban un entramado político inestable en cuanto se aliaban y enemistaban con facilidad. Cuando en 1083 Alfonso VI de León, amenazó con destruir el reino de los musulmanes y tomó Toledo en 1085, éstos pidieron ayuda a los musulmanes del norte de África, quienes reconquistaron algunas regiones de España e hicieron de esas regiones parte del reino almorávide103 del norte de África. Poco después el reino de Aragón comenzó, bajo Sancho Ramírez a vivir un ambiente de cruzada por defender los territorios del poder almorávide; del mismo tiempo es el Cid Campeador, quien creó el 76 reino de Valencia entre Aragón y los musulmanes (1094 y 1099), y era vasallo de Alfonso VI de León. Se comenzó un ambiente de cruzada ya que la expedición de Barbastro contó con una indulgencia para los que participaran en la reconquista. La Iglesia se encontraba dividida en dos corrientes: mozárabe y francoromana; la primera tenía en Santiago de Compostela su centro espiritual, que comenzó a ser sede independiente de Braga hacia 1095; la segunda, tenía en Toledo su centro espiritual sobre todo a partir del 1088 cuando fue restaurada ya que en 1085 fue reconquistada. El rito mozárabe despertó sospechas por lo que la Iglesia francoromana comenzó a tenerlo por hereje; a esto se le suma que en 1088 fue nombrado como obispo de Toledo un monje cluniacense que además era delegado pontificio, partidario de la reforma gregoriana, con la misión de acercar la península a Roma. En Europa mediterránea, luego de Francia e Hispania se aborda Italia. Hasta el siglo XI se hablaba de dos Italia: norte y sur, un dualismo con dos problemas diferentes: el sur con el reino normando y siciliano, el norte con el desarrollo de las ciudades - estados; en medio de estas dos regiones comenzaba a tomar fuerza el estado pontificio que bajo el poder de un papado reformado, exigía los derechos feudales y estaba interesado por las dos Italia para superar los peligros que rodeaban el patrimonio de Pedro. Italia septentrional tenía una organización comunal que se venía reafirmando a partir del 1000 a través de un gobierno gestionado por asociaciones privadas que sostenían sus derechos frente al señor de la ciudad; estos municipios teóricamente pertenecían al imperio, pero eran apoyados por el papado para debilitar la presencia y el poder imperial en Italia, hasta el punto que la Liga Lombarda tuvo enfrentamientos con Federico Barbarroja, en los cuales los municipios salieron triunfantes. La Iglesia vivía una situación pacífica a pesar de los problemas existentes, el monacato era floreciente y las reformas se hacían realidad; fue en esta región donde desarrolló su ministerio el canonista Deusdedit quien en el sínodo de Piacenza (1095) propuso una solución al problema de la simonía: validez de las ordenaciones pero concediendo dispensas para evitar problemas. En Italia meridional el dominio normando había construido una particular estructura a partir de la familia Altavilla (Hautville): el príncipe de Puglia, Calabria y Capua era vasallo del Papa; el duque de Sicilia era vasallo del príncipe normando de Puglia. Roberto Guiscardo (el Astuto) con el acuerdo de Melfi (1059) obtuvo de Nicolás II el título de vasallo papal con el compromiso de expulsar definitivamente a los ortodoxos y atacar la Sicilia musulmana; por unos veinte años Roberto dominó casi todo el sur italiano, desembarcó en Epiro y amenazó a Constantinopla. Rogerio I, hermano de Roberto, estaba empeñado en la conquista de Sicilia (1061-1091) y recibió de Urbano II el “privilegio sículo”: sin autorización y aprobación del rey no se enviaría ningún delegado pontificio104. Rogerio II reunificó ambos reinos y asumió el título de rey de Sicilia poniendo la capital en Palermo, ciudad conquistada en 1072; fue un reino que se convirtió en una potencia militar, con una particular organización territorial y una adecuada centralización, que creó un fuerte aparato burocrático para contrarrestar la influencia de algunos nobles. Al interior de este reino era lamentable la situación de los 77 campesinos, que impedía cualquier movilización social y sofocaba todo anhelo comunal, exceptuando el caso de Palermo que se convirtió en una metrópolis donde se encontraban oriente, los árabes y occidente. La Iglesia vivía una situación confusa: Bizancio tenía algunas jurisdicciones en las cuales la Iglesia Latina, bajo la aprobación de los normandos, sustituyó los obispos bizantinos pero dejó el clero para respetar las tradiciones locales; Sicilia era musulmana y había que cristianizarla para lo cual se erigieron diócesis, todas latinas; y los normandos eran cristianos. Por el acuerdo de Melfi, Roberto se comprometió a poner todas las jurisdicciones bajo la potestas papae; por ello los normandos comenzaron a intervenir en la Iglesia. Los monjes prácticamente eran pocos, unos de la reforma cluniacense y otros griegos pero controlados por latinos; la ausencia de monjes cistercienses se entiende porque san Bernardo no era partidario de Rogerio quien apoyaba al antipapa Anacleto II (1130-1138) porque en 1130 le concedió la corona del reino de Sicilia. Había necesidad de la reorganización para tratar de recuperar las antiguas diócesis que se habían perdido; junto a esta reorganización se dio la creación de nuevas diócesis, unas 150 en total. En Sicilia fueron creados algunos monasterios griegos, los cuales fueron permitidos para tener una fuerza más contra el islamismo. Europa insular Inglaterra, hacia 1066, comenzó a ser conquistada por los normandos. A la muerte de Eduardo el Confesor se presentaron tres candidatos al trono inglés, uno de ellos fue Guillermo el Conquistador, príncipe normando que había recibido de Alejandro II (10611073) el estandarte de San Pedro y se hizo coronar rey en Westminster, no en Canterbury como era lo normal, en 1071, después de derrotar a Harold en la batalla de Hastings. Guillermo comenzó a hacer algunas reformas al interior de la Iglesia inglesa contra la simonía y el concubinato de los clérigos; para llevar adelante estas reformas contó con el apoyo del monacato normando que era floreciente y la elaboración del Domesday Book (1086), que es el más antiguo catastro inglés; según este catastro la Iglesia apareció como propietaria del 30% de la tierra. Al interior de las reformas se dio el cambio de obispos que comenzó a hacer Guillermo quien nombró para la sede de Canterbury a Lanfranco de Le Bec; los problemas comenzaron porque el rey introdujo la investidura con el anillo y el báculo y transfirió las sedes episcopales del campo a las ciudades; esto condujo a que el clero apareciera dividido por la lingüística. No contento con esto, siguió avanzando en sus pretensiones y en 1072 comenzó a reunir sínodos, prohibir el viaje de los obispos a Roma y exigir explicaciones a los delegados para dejarlos entrar en Inglaterra. En 1087 murió Guillermo, sucediéndole Guillermo II el Rojo (1087-1100) quien no era conciliador, sobre todo en lo referente a la división entre Normandía e Inglaterra, que Guillermo el Conquistador había hecho. En 1089 murió el obispo Lanfranco, el rey dejó la sede vacante y se apropió de los bienes de la Iglesia porque necesitaba dinero. Para evitar problemas con Roma, se declaró neutral en la cuestión de Urbano con el antipapa 78 Clemente III; y cuando sintió cerca la muerte permitió que fuera elegido el nuevo obispo de Canterbury, elección que cayó en Anselmo, quien prestó juramento de vasallaje y al poco tiempo comenzó a cambiar y pidió la restitución de los bienes eclesiales de los cuales el rey se había apropiado. Como el rey no cedió, Anselmo quiso viajar a Roma pero el rey se lo impidió, el obispo hizo algunas consultas sobre qué era más importante si la obediencia al Papa o la fidelidad al rey, a lo que le respondieron que era más importante la fidelidad al rey; frente a esto, luego de sostener algunas controversias, salió de Inglaterra sin permiso del rey, quien en respuesta confiscó los bienes de la Iglesia de Canterbury y lo exilió; en 1100 murió Guillermo II en un accidente de caza y todo cambió. Subió al trono Enrique I (1100-1135) quien quiso mejorar las cosas, llamó a Anselmo, quien se hizo intransigente y se negó a prestar otra vez juramento de fidelidad; esto dio origen a una nueva lucha por las investiduras, que fue motivada por diferentes medios como el caso del Anónimo Normando (o de York), obra que habla de las relaciones entre reino y sacerdocio sosteniendo la cristiandad como congregación de fieles en oposición al partido gregoriano al afirmar que el rey es el jefe de la Iglesia en Inglaterra con derecho a las investiduras. En este sentido el rey exigía de Anselmo el respeto de las tradiciones y como el obispo se refutó a coronarlo, ordenó la confiscación de los bienes de la Iglesia y exilió por segunda vez a Anselmo (1103-1106) por desear la abolición de las investiduras y el juramento. Frente a estas circunstancias, Pascual II (1099-1118) comenzó a negociar hasta llegar al concordato de Westminster (1107) que fue un arma de doble filo. Anselmo había retirado el juramento de fidelidad, el Papa le concedió al rey el juramento de fidelidad pero quitó el báculo y el anillo, dejando el ius regalía y el homenaje; el problema está en que el homenaje era un rito impreciso porque no se sabía si era vasallaje o juramento. Este concordato dejó en claro que el obispo elegido debía prestar juramento antes de la consagración, con lo cual la elección de obispos quedó prácticamente en manos del rey. De todas maneras este compromiso disminuyó el poder del rey sobre la Iglesia; pero, si bien produjo un momento de tranquilidad, o al menos así era cuando murió Anselmo (1109), la libertad de la Iglesia no era más que una quimera. Por lo que hace referencia a Irlanda, ésta fue conquistada, primero por los vikingos quienes comenzaron a construir algunas ciudades como Dublín y posteriormente tuvo una cristiandad influenciada por los monjes con lo que la Iglesia sería más personal que territorial. Hacia el comienzo de este período llegaron los anglonormandos, quienes describieron a los irlandeses como no cristianos por no tener las mismas costumbres de ellos. 1.2.2 Sinergia entre reino y sacerdocio En el capítulo anterior se habló del comienzo de las relaciones de la Iglesia con la política germana, realidad que abarcó varios siglos y diferentes etapas, viviendo una especie de carrusel de amores y desamores. Por lo que hace relación a la unidad entre 79 reino y sacerdocio, si bien ésta se presentó en diferentes momentos, la experiencia vivida con los emperadores Otón I, II y III marcó la historia. Otón I hizo tres incursiones en Italia: 951-952, 961-965, 965972 con lo que se puede entender que parte de su gobierno se desarrollará en una región de territorios feudales y familias aristocráticas que luchaban continuamente; cada vez que una familia o un reino adquiría cierto poder comenzaba a llamarse rey de Italia. Uno de estos personajes fue Hugo de Provenza, rey de Italia desde 927, quien trató con Juan X (914-928) e hizo elegir a su hijo Lotario como regente para crear una dinastía; a esta política de Hugo de Provenza se le opuso Berengario de Ivrea quien huyó a la corte de Otón I, juró vasallaje y regresó a Italia. Al poco tiempo de su regreso, murieron Hugo de Provenza y su hijo Lotario por lo cual Berengario se hizo coronar y encarceló a la viuda de Lotario, Adelaida; ésta apeló a Otón I, quien hizo su primera incursión en Italia. En Pavía recibió homenaje real y se casó con Adelaida, pero no llegó a Roma porque Alberigo II, hijo de Teofilacto y regente de Roma, se opuso porque existía la posibilidad de que Otón I fuese hecho emperador. Berengario II fue tratado con benignidad y recibió en feudo el reino itálico. Vinieron años difíciles para Otón I por las rebeliones y regresó a Germania; frente a esto, Berengario II quiso extender su poder al patrimonio petrino por lo que Juan XII (955-964), hijo de Alberigo II y familiar de Marozia, apeló a Otón I, quien antes de venir en su ayuda hizo coronar en Aquisgrán a su hijo Otón II (mayo de 961). Otón I salió de Aquisgrán (agosto de 961) rumbo a Pavía, desde donde envió un delegado a Roma, el abad Atón de Fulda, y el 2 de febrero de 962 entró en Roma. Fue coronado emperador junto con su esposa Adelaida y recibió juramento de fidelidad. Esta coronación, llamada imperial, era superior a la coronación habida en Aquisgrán con lo que el Papa se convertía en el primer vasallo; esta coronación, con su liturgia (unción, coronación y alabanzas) era una sacralización del poder. El 13 de febrero, el emperador confirmó al Papa en San Pedro y el patrimonio petrino con el privilegio otoniano; el documento de este privilegio es el único original que se conserva de los años comprendidos entre 724 y 1020, ha sido muy estudiado por su cláusula: “El Papa debe hacer, antes de su consagración, una promesa de fidelidad al emperador”105. Antes de continuar se abordan dos inquietudes que han creado problemas en el transcurso de la historia de la Iglesia: el significado de la coronación imperial de Otón I y la intención que tenía el emperador. En cuanto al significado existen dos posiciones: la primera dice que fue un error ya que las fuerzas germanas se dispersaron para ayudar a otros pueblos; la segunda sostiene que era un evento internacional en el que se encuentra la ascendencia carolingia de Otón I. Hoy se va a las fuentes para descubrir que aun antes de la coronación, Otón I era llamado emperador sin ninguna referencia a Roma106 porque la coronación imperial no exigía que fuera concedida por el Papa. En el pontifical germano se encuentra el secundum occidentales donde se describe la coronación imperial sin ser concedida por el Papa. En cuanto a la intención de Otón I se han dado diferentes interpretaciones: las posibles 80 ventajas para el imperio debido a la creación de episcopados y la posibilidad de regir la Iglesia a su arbitrio; el aumento de la sacralidad para ubicarse mejor al interior de la cristiandad, creando una cierta hegemonía que entraba en la línea escatológica en la que el emperador sería el único que podía obstaculizar el poder del mal (cf. 2 Ts 2,7). La verdad es que la coronación imperial hecha por el Papa fue una decisión personal de Otón I, quien unió los imperios germano y romano con lo cual el título Imperator Augustus era una consecuencia del deseo de unidad del antiguo imperio carolingio; además, el apoyo de grupos aristocráticos y episcopado fue un medio de pacificación y crecimiento económico. Después de la coronación imperial, Otón I salió de Roma para luchar contra Berengario II; Juan XII, hijo del segundo matrimonio de Marozia, se arrepintió y cambió de orientación, Otón I regresó a Roma, el Papa huyó y fue depuesto. En el 965 fue elegido Juan XIII (965-972) quien fue el primer Papa que entró en la órbita de la Iglesia imperial, al coronar en el 967 a Otón II como emperador. En este ambiente se gestó la tercera venida de Otón I a Italia con el objetivo de lograr un acuerdo con los bizantinos que estaban al sur de la península. Para llegar al acuerdo sin necesidad de armas, Otón I envió a Liutprando como delegado suyo para negociar con el emperador bizantino Nicéforo II Focas y se pedía en señal del acuerdo una princesa que sería la esposa de Otón II; esta misión de Liutprando no obtuvo ningún resultado. La situación en oriente también era problemática; allí Juan Zimiskes o Tsimiskes derrocó al emperador Nicéforo II Focas y para buscar el reconocimiento oficial se dirigió a Otón I, a quien llamó “emperador de los francos”, enviándole una princesa, su sobrina Teófano, inteligente y joven mujer que desempeñó un importante rol político. En 972 se realizó el matrimonio entre Otón II y Teófano y en 973 murió Otón I. De Otón I se ha dicho que aprendió a leer y hablar varias lenguas; además, antes de las fiestas en las que tenía que portar la corona siempre ayunaba. Su interés por Italia se debía a la relación entre reino y sacerdocio, que tuvo como símbolo el privilegio otoniano que le garantizaba a los Papas la posesión del patrimonio petrino pero le reservaba al emperador la supremacía sobre ese patrimonio y el derecho a intervenir en la elección papal. Otón II, emperador del 973 al 983, no tuvo un gobierno tan brillante como su padre porque murió muy joven y tuvo problemas familiares. En el marco de estos problemas, con el deseo de restarle poder al rey Enrique, le dio en feudo una parte de Baviera al conde Liutpold Babemberg; esta parte es la actual Austria. En el 980 centró su atención en Roma e Italia; en 981 tomó la decisión de suprimir la diócesis de Meseburg porque su obispo Gisilher quería ser promovido a arzobispo; en el 982 comenzó a llamarse Imperator Augustus Romanorum y emprendió una expedición militar contra musulmanes y bizantinos, que se encontraban al sur de Italia, fue vencido y en el 983 murió de malaria en Roma a los 28 años; su tumba se encuentra en el Vaticano. A la muerte de Otón II (955-983), su hijo Otón III tenía tres años. Teófano lo hizo coronar emperador en Aquisgrán con la presencia de los obispos de Maguncia y Ravena. Mientras el emperador alcanzaba la mayoría de edad, Teófano asumió la regencia del 81 imperio hasta su muerte en el 991 en Colonia; como Otón III apenas tenía once años su abuela, Adelaida, tomó la regencia del imperio hasta que en el 994 y con quince años asumió el poder. Con Otón III, quien recibió formación de Juan Filogato y otros maestros, entre quienes se destaca Bergardo obispo de Hildeshein, aparece la idea romana bizantina del imperio, la Renovatio Imperii Romanorum. Este emperador que recibió el apoyo de Juan XV (985-996) e hizo nombrar a Bruno de Carintia como Papa (Gregorio V, 996-999), quien lo coronó emperador el 21 de mayo de 996. Otón III hizo de Roma la capital del imperio y buscó la hegemonía occidental; en estrecha relación con Roma y, después de restaurar el antiguo palacio imperial en el Palatino, quiso unir dos autoridades occidentales en una misma ciudad; esta política se llama sinergismo y se caracterizó porque el pontificado perdió su autonomía. Otón III fue el primero que rechazó la donación constantiniana del patrimonio petrino107 y, al tiempo que la rechazaba, hizo nuevas donaciones al Papa para que ejerciera mejor su apostolado dándole el título de servus apostolorum. La cima de su pensamiento intervencionista se dio cuando hizo nombrar al francés Gerberto de Aurillac como Papa, Silvestre II (999-1003), quien soñó una renovatio imperii con Otón III mostrándose como precursor del papado reformado y reformador. Silvestre II nació en Aquitania (950), estudió en el monasterio benedictino de Aurillac; en alguno de sus viajes conoció a Otón I, quien le ofreció la posibilidad de continuar sus estudios en Reims aprovechando su capacidad intelectual. En 981 tuvo una disputa pública en Ravena con Ohtrich, maestro de Marburgo; en premio a su triunfo, Otón II le concedió la abadía de Bobbio a la que renunció para retornar a Francia; hacia el 991 asumió, después de ser depuesto el obispo Arnulfo108, el arzobispado de Reims; en 998 aparece como obispo de Ravena después de un nuevo viaje que hizo por Italia; en 999 asumió el pontificado y confirmó al depuesto Arnulfo en el arzobispado de Reims. El nombramiento de Silvestre II tiene su historia. A los romanos no les gustaba que un extranjero los gobernara, por ello durante los últimos años del siglo X se presentaron en Roma varias revueltas populares. En una de esas revueltas el senador Crescencio II se apoderó de la ciudad, desterró a Gregorio V aprovechando que Otón III no se encontraba en Roma, nombró a Juan Filogato, quien tomó el nombre de Juan XVI (997-998), después de algunos acuerdos políticos. Frente a esta situación, Otón III regresó a Roma, hizo decapitar al senador Crescencio II y mutilar y encarcelar a Juan XVI, su antiguo maestro, suprimió las oposiciones y nombró a Silvestre II. Con este nombramiento comenzó en firme la política de la renovatio imperii con dos modelos unidos: el bizantino y el carolingio; a esto se le une el ideal místico del emperador quien entró en contacto con los reformadores religiosos: Adalberto de Praga, Nilo de Rosano, fundador del monasterio de Grottaferrata, y Romualdo de Camaldoli, fundador de los camaldulenses. En el contexto de esta política se entiende la elección de Otón III de Roma como capital. Esta elección no acabó con las continuas revueltas que se presentaban. Luego de alguna de esas revueltas el Papa y el emperador tuvieron que huir de Roma 82 desplazándose a Ravena, donde esperarían los refuerzos militares que procedían de Germania para acabar con las revueltas; de esa ciudad retornaba a Roma, cuando la muerte sorprendió a Otón III a la edad de 21 años; su cadáver fue trasladado a Aquisgrán y Silvestre II se alió con la aristocracia romana. La actividad de Otón III se puede enjuiciar desde dos puntos de vista. Su empeño evangelizador y político originó encontradas reacciones por lo que se dice que fue una persona polarizante; puede ser visto como una persona que presentó y vivió un concepto que la Europa de aquel entonces no entendió al superar la concepción señor - vasallo (concepto germano) y proponer una monarquía estructurada en familias reales con reinos independientes y principados dependientes (idea bizantina). En cuanto a su relación con el pontificado los juicios pueden cambiar: aunque el pontificado adquirió algunas ventajas perdió la libertad, esto se entiende mejor si se tiene en cuenta que sin el apoyo real el Papa no podía sentirse responsable de la Iglesia en otros lugares; con esto se llega a una constatación: el pontificado fue débil porque durante la época cerrada por Otón III hubo un buen número de Papas desterrados109. Después del pontificado de Silvestre II y la muerte de Otón III, el pontificado retornó a una cierta insignificancia porque no existía un apoyo fuerte y el aspecto jurisdiccional pontificio ni estaba previsto ni era practicado toda vez que los nexos entre los obispos y Roma eran mínimos y se reducían a la concesión del palio arzobispal y dar respuesta frente a los conflictos entre obispos o entre religiosos y obispos a raíz de las exenciones abaciales y monásticas110. 1.2.3 El culto a los santos y las beatificaciones Desde Enrique I (918-936) hasta Otón III (980-1002), siempre hubo una preocupación en la Iglesia porque no existía la división entre lo civil y lo religioso. Aunque de estos reyes no se tiene ninguna referencia cultual, sí se encuentran en Matilde, esposa de Enrique I, y Adelaida, esposa de Otón I, veneradas como santas; en las biografías de estas mujeres se encuentra que son consideradas santas por su preocupación por los pobres y la construcción de monasterios. Teófano, esposa de Otón III, no es venerada como santa; la razón es simple: aunque llevó una vida impecable como cristiana, esposa y emperatriz no se preocupó por fundar monasterios y murió antes que Adelaida. En el 993 Juan XV (985-996) canonizó a Ulrico de Augsburgo (+ 973), el primer santo canonizado por un Papa, después de un proceso que tenía tres pasos: petitio, informatio y publicatio. Antes de este hecho, normalmente se le llamaba santo a aquel cristiano que después de su muerte, su cadáver permanecía en cierto sentido incorrupto (excepción hecha de los mártires), razón por la cual el culto siempre comenzaba junto a la tumba; cuando aumentaba el culto aparecía el problema de las reliquias porque el cuerpo era distribuido por diferentes sitios; esta dispersión de los restos mortales dio origen a los traslados para reunir de nuevo el cuerpo cuya sacralidad encerraba el concepto de la forma cómo se entendía la resurrección de los muertos. Los procesos de canonización tenían tres etapas. En la primera, partiendo de la 83 presencia de las reliquias, los laicos proponían el culto y finalmente se presentaba el proceso oficial; la canonización era oficializada a través de un sínodo. En la segunda ya comienza a intervenir el Papa: después de una petición de canonización, que incluía vida y milagros, se llegaba a la información sobre la veracidad de los datos y en un sínodo se promulgaba la canonización, esto en tiempos de Eugenio III (1145-1153). En la tercera etapa, después del proceso descrito, era el Papa quien tomaba la determinación sin necesidad de un sínodo111. En el proceso de las canonizaciones (petición, información y publicación) se presentó un método de lo que hoy se llama inculturación, porque el culto a los santos fue un aspecto de la inculturación del cristianismo en el medioevo. Entre los cultos más representativos están san Miguel Arcángel; san Mauricio, legendario mártir romano venerado por los merovingios y Otón I; san Nicolás, obispo de Mirna, cuyo culto fue propagado en occidente por Teófano. Caso especial es Hildegarda quien es venerada como santa sin ser todavía canonizada porque el obispo de Maguncia siempre se opuso. 1.2.4 Actividad misionera La Iglesia siempre ha estado en misión y este período no es la excepción de la regla. Hasta el siglo X, después de la invasión musulmana, el mundo conocido era el occidente de Europa, ya que el norte y el oriente eran prácticamente desconocidos. En este ambiente se ubica la preocupación misionera de Otón I, quien extendió su acción hacia Dinamarca al norte y los pueblos eslavos, incluyendo Polonia y una parte de Rusia, hacia el oriente; para lograr la evangelización de estos pueblos, Otón estableció las marcas siguiendo el estilo que los carolingios usaron con los sajones, pero distinguiendo entre la cristianización de los pueblos que querían incluir en el imperio y la de otros reinos. Aquí hubo algunos problemas porque los pueblos eslavos eran confederados pero independientes y no querían aceptar el cristianismo porque lo veían como la religión de los opresores; además, los señores feudales no eran partidarios de estas misiones porque se perdían unos terrenos aptos para ser conquistados y adquirir más propiedades, siempre y cuando permanecieran no cristianos. Frente a esta problemática, el mérito de Otón I consistió en proclamar que aceptar el cristianismo no implicaba el reconocimiento de la soberanía; lo único que propuso fue que el soberano no sólo era responsable de la seguridad de los súbditos, sino también de su salvación. En el fondo de esta solución se encuentra la unidad de sacerdocio y reino, siguiendo el pensamiento de Carlomagno. Por ello se debe tener presente que “el cuadro múltiple y confuso que ofrece la cristianización de los países del norte y del este, se hace claro apenas se atiende a las relaciones de estos pueblos entre sí”112. Fundación del obispado de Magdeburgo En el siglo X la fundación de un obispado requería el consenso de varios intereses. La fundación de este obispado, en la frontera del imperio, básico para entender la acción misionera emprendida por Otón I, comprende un proceso de 30 años durante los cuales fueron superados los problemas a través de cinco etapas. 84 Hacia 936 Otón I fundó un monasterio benedictino con monjes procedentes de San Maximino de Tréveris en la frontera oriental y lo consagró a san Mauricio; por la dotación concedida se entreveía su futura importancia. En el 948 se fundaron los obispados de Brandeburgo y Havelberg como puntos de apoyo para las misiones; al mismo tiempo fueron promovidos los obispados daneses de Schleswig, Ribe, Aarhus que eran sufragáneos del arzobispado de Bremen-Hamburgo. Así quedan dos centros en Germania, Bremen-Hamburgo y Maguncia, de los cuales dependían las misiones del norte y el este. Hacia 955, después de la batalla del Lech contra los húngaros, Otón I fundó el monasterio San Lorenzo en Merseburg; con esto ya quedaban dos monasterios como centros misioneros. El mismo año Otón I le solicitó a Agapito II (946-955) la fundación del obispado de Magdeburgo; aunque el Papa aprobó la petición, algunos obispos se opusieron y así finaliza la segunda etapa. En 962, a propósito de la coronación imperial de Otón I por parte de Juan XII (955964) comienza la tercera etapa. La información de la coronación iba unida a la autorización papal para crear el arzobispado de Magdeburgo y el obispado de Merseburg; como hubo oposiciones, Otón I decidió esperar y, a la muerte de algunos opositores, logró la fundación. Hacia 967 comienza la cuarta etapa, cuando Juan XIII (965972) y Otón I se reunieron en Ravena para discutir asuntos políticos y eclesiásticos. Allí se decidió la creación de la arquidiócesis de Magdeburgo como sede metropolitana con Brandeburgo y Havelberg como sufragáneas. Además, el Papa autorizaba al metropolitano para nombrar obispos donde fuera necesario, propiamente en Merseburg, Zeitz y Meissen; esta determinación permite entender que el Papa toma en sus manos la acción misionera que hasta 967 estaba en manos del emperador Otón I113. La autoridad pontificia se hace internacional bajo el influjo de los Otones; aquí se confirma que si bien el emperador tomaba la iniciativa era el Papa quien en última instancia decidía. La ejecución del mandato (968) se realizó después de la muerte de los obispos que se oponían. Fue elegido obispo el monje benedictino Adalberto de Weissenburg, quien hacia 961 había vivido una experiencia misionera en Kiev cuando la princesa Olga le pidió a Otón I misioneros para aquella región. La ejecución del mandato exigía que Adalberto, quien había sido nombrado obispo de aquella diócesis, recibiera el palio arzobispal en Roma. En este momento se presenta una diferencia entre el Papa y el emperador; mientras Otón eligió a Adalberto para ser obispo de la zona con regencia sobre los cristianos y los no cristianos, el Papa sostiene que la jurisdicción de este obispo era sólo sobre los eslovenos recientemente convertidos. Con este obispado ya eran seis las provincias eclesiásticas germanas: Maguncia, Tréveris, Colonia, Salizburgo, Bremen, Magdeburgo. El inicio del cristianismo en otras regiones europeas Hacia el siglo X el único estado cristiano era Bohemia, convertido al cristianismo en el 85 siglo IX bajo la casa de los Premyslidas, quienes se apoderaron de Moravia. Es importante Wenceslao, símbolo de la nobleza y el clero bohemo. En esta región comienza la organización eclesiástica con la diócesis de Praga (973) que dependía de Maguncia, del imperio. La cristianización de Bohemia comenzó hacia el siglo IX, cuando llegaron algunos misioneros procedentes del monasterio de San Everardo de Ratisbona en Baviera; a la caída del reino de Moravia, donde predicaron Cirilo y Metodio, esta región continuó bajo la dirección de Ratisbona. Bohemia, cuyo centro era Praga, estaba dirigida por la familia Premyslida y dependía, desde 928, de Sajonia cuando su rey se hizo vasallo de Enrique I de Sajonia; cuando sucedió este vasallaje se presentó la lucha entre Wenceslao I y su hermano Boleslao, quien hacia 935 asumió el gobierno en medio de problemas internos después de asesinar a su hermano. Aunque Bohemia era políticamente independiente, eclesiásticamente seguía dependiendo de Ratisbona. En esta situación Boleslao deseó un obispado y en 975 Otón I hizo crear la diócesis de Praga, eligió como obispo a un monje sajón y la hizo sufragánea de Maguncia; esta anexión era una indemnización por el territorio de Magdeburgo. El sucesor del primer obispo fue Adalberto Vojtech que tuvo como maestro a Adalberto de Magdeburgo y fue consagrado por el obispo de Maguncia. El episcopado de Adalberto no tuvo mucho éxito debido al rigorismo que exigía a los súbditos, su pertenencia a la familia Slavnik, la rivalidad con los Premyslidas y faltaba claridad sobre si era un obispo imperial o territorial. Frente a los problemas dejó el país, llegó a Roma en el 990 pero el obispo de Maguncia, su metropolitano, lo obligó a regresar si el pueblo estaba de acuerdo; él quería regresar, pero al ser asesinada su familia, se convirtió en misionero en las regiones polacas donde fue asesinado por los miembros de un pueblo báltico donde estaba misionando (997). El duque polaco Boleslao Chroby compró sus restos mortales que fueron trasladados a Gniezno; fue canonizado por Silvestre II en 999, a instancias de Otón III, y se convirtió en el primer santo del cual se conservaba su cuerpo. En Polonia todo comenzó en Gniezno con el duque Mieszko I quien se casó con la hija de Boleslao según el rito latino; al darse este hecho comenzaron a llegar los primeros misioneros procedentes de Bohemia. Hacia 968 se creó la diócesis misionera de Poznan; con este hecho Polonia da un giro hacia Sajonia, por lo que al finalizar la primera etapa de su cristianización comenzó a girar en el mundo sajón. Al mismo tiempo Mieszko I buscó relaciones con Roma para asegurar, poniéndose bajo la protección petrina, una cierta independencia; con esto se presentaba una realidad muy particular: Roma adquiría un triunfo (991) donde Bizancio había obtenido el éxito de Rusia (987). Vino la segunda fase de la cristianización polaca, ésta bajo Boleslao Chrobry (9921025), quien entró en contacto con Otón III. Es importante el “acto de Gniezno” del 1000, cuando Otón III quiso visitar la tumba de Adalberto de Praga y al llegar a Gniezno la hizo arquidiócesis con tres diócesis sufragáneas: Kolberg, Cracovia y Breslau; Poznan ni siquiera fue mencionada. En este encuentro hubo un intercambio de regalos: Otón le entregó al rey un clavo de la cruz del Señor y la lanza de san Mauricio; Boleslao le entregó a Otón un brazo de san Adalberto. El hecho creó dificultades porque el 86 emperador hizo rey a Boleslao y proveyó jurisdicciones que no le competían ya que no respetó los derechos ni de Silvestre II, ni del obispo de Poznan. Otro impulso a la evangelización cristiana se inició en Pomerania, que en 1122 conquistó el rey polaco Boleslao III. El rey llamó en su ayuda al obispo de Bamberg, Otón, que en dos momentos, 1123 y 1128, trabajó bautizando y predicando. Poco después se inició desde Hamburgo - Bremen el trabajo para cristianizar a los eslavos del otro lado del Elba. La cruzada contra los vendos en 1147 no significó sólo la interrupción de los trabajos misionales, sino también un endurecimiento de los frentes y una mayor dificultad en el posterior apostolado sobre los eslavos. Para proteger el territorio evangelizado desde Riga se hicieron durante el siglo XIII levas de cruzados que repelían los ataques de los no cristianos. La dominación del obispo Alberto fue dividida por la intervención de la curia, éste declaró a Livonia propiedad de la madre de Dios, con lo que teóricamente la sometió a la Iglesia; aún después de la división del poder, esta idea siguió siendo el vínculo de la unión de obispo, ciudad y orden. Los primeros intentos de evangelización de los no cristianos prusianos entre el Vístula y el Memel hacia fines del siglo X se debieron a iniciativa de Boleslao I de Polonia, pero sólo la iniciativa de Inocencio III hizo progresar seriamente la obra. Hermann de Zalsa, gran maestre de la orden teutónica desde 1209 hasta 1239, aceptó el ofrecimiento; el emperador Federico II le otorgó protección imperial y Gregorio IX también aprobó el proyecto. Por otra parte Honorio III puso bajo su protección personal a los nuevos convertidos de Prusia y Livonia. La bula de oro de Rimini (1226) de Federico II, autorizaba a la orden para ejercer señorío en los territorios conquistados y el gran maestre fue hecho príncipe del imperio. Hacia 940 el cristianismo comenzó a ser importante para los húngaros114. El primer intento fue hacia 948 cuando algunos nobles querían unir esta región a la Iglesia bizantina; hacia 957 Olga de Kiev llegó a Constantinopla con lo que el emperador Constantino VII comenzó a anexionar el territorio ruso a Bizancio; años después, el 972, fue enviada una embajada a Otón I manifestando su deseo de unirse al occidente porque de oriente no se podía esperar nada. A partir de ese momento comienza la cristianización latina de Hungría, después de un primer período de evangelización bizantina. La primera etapa comienza cuando Otón envió a Bruno de San Gall como obispo misionero quien posiblemente bautizó a Géza y fundó algún monasterio (Pananalma). La segunda etapa comienza con el obispo Piligrim de Passau, quien ayudó al anterior pero de manera interesada hasta el punto que falsificó algunas bulas. En esta fase es importante Esteban quien fue coronado rey en Esztergom en 1001 con una corona enviada por Silvestre II, que se convirtió en el símbolo nacional de Hungría; en su gobierno llegó a fundar diez diócesis y por ello puede ser considerado fundador de la Iglesia húngara. Los Arpad (o Parpati) pusieron una base sagrada al reino con el rey Esteban el Santo (+ 1038) que fue canonizado en tiempos de Ladislao I; Esteban se convirtió en protector y patrón de la nación, que fue definitivamente cristianizada por la presencia de los 87 benedictinos. Silvestre II le concedió autonomía a esta Iglesia en tiempos de Esteban el Santo. Como aún existía el paganismo, éste no tuvo mucha fuerza por la presencia de los colonizadores germanos, quienes hacían prevalecer el cristianismo. En Dinamarca la evangelización comenzó en tiempos de Ludovico Pío, posteriormente llegó san Ansgario (+ 1065); en el siglo X esta región dependía de Hamburgo - Bremen; con Canuto I, rey de Inglaterra y Noruega (+ 1035) la Iglesia se vio favorecida; cuando Adalberto obispo de Hamburgo – Bremen, quiso transformar la diócesis en el patriarcado del norte, también fue impulsada la evangelización de esta región; hacia 1104 se creó el obispado de Lund con jurisdicción sobre los países nórdicos, Islandia y Groenlandia. En Suecia la evangelización fue escasa hasta el siglo XI cuando el cristianismo se fortaleció al sur por el influjo de sajones y germanos; hacia 1120 ya tenía seis obispados y en 1164 Upsala se convirtió en sede metropolitana. En Noruega el cristianismo es más fuerte; el rey Olaf (10141030) puso las bases de una cultura cristiana con la ayuda de los anglosajones, al proponer el cristianismo como la única religión legítima para suprimir el paganismo; hacia el siglo XI tenía ya cuatro diócesis pero ninguna sede episcopal porque todo dependía de Hamburgo - Bremen; en 1104 comenzaron a depender de Lund; en 1152 se creó la provincia de Trondheim. En esta región la vida sacerdotal era particular porque el celibato apenas fue introducido en el siglo XIII. La obra misional entre los mongoles estaba bajo la idea de aquellos tiempos de una dilatatio imperii christiani y estuvo caracterizada por la conexión de motivos políticos y religiosos de acuerdo con la idea que la Iglesia tenía de sí misma. La obra principal no estuvo, como era de esperarse, en manos de los Papas, sino en las de las nuevas órdenes reformadas del siglo XII: cistercienses, premonstratenses y canónigos regulares, a las que se juntaron en el siglo XIII las órdenes mendicantes, como el caso de misión franciscana en Pekín. La evangelización de los eslavos y pueblos del Báltico estuvo estrechamente unida con la conquista y dominio de los territorios y la cruzada se tornó en instrumento de expansión y poder. 2. La reforma gregoriana Al interior de este proceso se ubica el drama de la experiencia eclesial y su relación con los altibajos del imperialismo occidental donde se pasó del agustinismo político de Gelasio I (492-496) que inspiró la coronación de Carlomagno a la querella de las investiduras con la dinastía Franconia (1027-1125) y el enfrentamiento con la dinastía Suabia o Hohenstaufen (1138-1250) hasta perder con Bonifacio VIII el brazo secular a comienzos del siglo XIV. La reforma gregoriana se ubica históricamente al interior de la querella de las investiduras. 2.1 Auge de la sinergia 88 En el siglo XI comenzó una etapa que duró hasta el siglo XII, conformándose un período en el que se dieron algunos cambios que condujeron al enfrentamiento entre Gregorio VII y Enrique IV; frente a ello existen posiciones divergentes, como es apenas normal. 2.1.1 Los comienzos Con la muerte de Otón III (1002) desapareció la dinastía otoniana y fue elegido como rey el duque Enrique II de Baviera. Enrique II nació en 973, fue destinado al estado clerical por su padre, pero en 995 fue elegido duque de Baviera y se casó con la princesa Cunicunga de Luxemburgo, contando con el apoyo del alto clero germano. La elección se presentó en junio de 1002 y comenzó una cabalgata por el imperio solicitando apoyo a los súbditos. Desde el momento de su elección todo cambió porque para él lo más importante no era la renovación del imperio sino la renovación del reino franco, la idea de Ludovico era nuevamente acogida, dejando de lado la concepción romana; así se llega a un interés particular por Germania y una aceptable intención administrativa imperial. Como el objetivo es la historia de la Iglesia, el interés se centra en la relación con Italia y el pontificado y la Iglesia imperial. En relación a Italia y el pontificado, Enrique II buscó la estabilidad germana; mientras tanto en Italia, algunos tenían interés por el gobierno germano, otros deseaban ser autónomos como el caso de Arduino de Ivrea, quien fue el último rey italiano hasta el siglo XIX. Enrique II viajó a Italia y en Pavía fue coronado rey de Italia por el obispo Arnulfo de Milán en 1004. Al tiempo que Italia estaba convulsionada, en el pontificado se presentaban luchas entre los Crescencio y los Tusculano; los Crescencio recuperaron el poder con Juan XVIII (1004-1009) y Sergio IV (1009-1012) quienes evitaron que Enrique II llegara a Roma; mientras tanto, los Tusculano buscaban contactos con Enrique. Hacia 1013 Enrique II llegó a Roma donde fue coronado en febrero de 1014 por Benedicto VIII (1012-1024) siguiendo el ritual del orden sálico; después de la coronación convocó un sínodo en Roma y una dieta en Pavía y concedió varios documentos. Es importante el sínodo realizado en 1014 porque, además de condenar algunos aspectos simoníacos, introdujo la costumbre de recitar el credo en la misa después del evangelio115. La política imperial con relación a Italia también tuvo un episodio al sur, que estaba en poder de los bizantinos. Benedicto VIII, después de haber sido derrotado por los bizantinos del sur de Italia (1018), atravesó los Alpes para buscar unidad de criterios con el emperador en relación a la política italiana; el emperador hizo la tercera incursión en Italia siendo, en esta ocasión, reconocido como emperador en Capua y Salerno, y cuando retornaba a Germania convocó el sínodo de Pavía (1022) que fue presidido por Benedicto VIII contando con la asistencia de obispos germanos e italianos, entre los cuales estaba León de Vercelli. En este sínodo fue condenado el concubinato del clero y el matrimonio de los sacerdotes lo cual tiene que ver con los bienes de la Iglesia que 89 podían ser heredados por los hijos de los clérigos; las normas, que primero fueron pastorales, terminaron siendo imperiales116. En relación a la Iglesia imperial, dos diócesis acapararon la atención: Merseburg y Bamberg que fueron creadas en 1007 a pesar de la oposición del obispo de Maguncia. La diócesis de Bamberg fue creada en un territorio que le había sido expropiado al duque Enrique de Schweinfurt porque se había rebelado contra Enrique II, quien quiso hacer de esta diócesis el centro espiritual de Germania dándole buena dotación. En esta diócesis murió Enrique II el 13 de julio de 1024; la leyenda surgida en torno a su actuar y su vida matrimonial (no relaciones sexuales) permitió su pronta canonización junto a su esposa Cunegunda117. A la muerte de Enrique II fue elegido Conrado II (1024-1039) con quien comenzó la dinastía sálica de Franconia118. Continuó la política de alianza con la Iglesia, favorecida con los dominios eclesiásticos en Germania que existieron hasta el siglo XIX, donde el gobierno era presidido por un eclesiástico (obispo o abad). Este favor de la Iglesia conllevaba los dones que los obispos daban; aquí se encuentra el germen de la simonía y la lucha de las investiduras, porque para regentar un dominio eclesiástico había que pagar. En relación al pontificado, dejó en libertad a los Tusculano para que siguieran adelante. Viajó dos veces a Italia; la primera para ser coronado emperador (1027), después de haber sido coronado rey de Italia, por Juan XIX (1024-1032); la segunda hacia 1036 cuando se presentaron algunos problemas en Milán. Cuando fue coronado emperador, tomó como lema Roma caput mundi regit orbis frena rotundi, se creó el imperio, ahora sí romano con tres grandes reinos: Germania, Italia y Borgoña, que recientemente se había anexionado. Durante su gobierno cambió el papel del emperador en relación a Italia. Ariberto de Milán (1018-1045) tuvo problemas con la rebelión de unos súbditos que dependían de los capitanes, porque aún no habían obtenido ninguna herencia. En este enfrentamiento, en la época precomunal, el obispo estaba de parte de los barones o capitanes; Conrado II reconoció con la Constitutio feudis119 que los súbditos de cada feudo pudieran heredar; fue una revolución que no tuvo en cuenta las esferas sociales, sino las dos que se encontraban en conflicto y por ello surgió otro movimiento que se opone a los nobles, a quienes tenían alguna posibilidad de heredar. Aunque el rey fue claro y las presiones del pontificado no se hicieron esperar, Ariberto estuvo en su cargo hasta su muerte; este obispo no fue capaz de mantener en orden la población y pretendió conjurar contra Conrado II al hacer una alianza con el príncipe de Lorena. Dos hechos son notables en la actitud de Conrado II: el cambio de orientación al no sostener el pensamiento de los obispos feudales en Italia porque quería incardinar una nueva clase, y el origen de la pataria, un movimiento religioso, espiritual y social que pretendía una violenta renovación. 2.1.2 La concreción120 90 Durante aquella época no es fácil separar la historia de la Iglesia de la imperial, por ello es mejor hablar de historia de la cristiandad, que tuvo marcados acentos durante el reinado de Enrique III, quien nació el 28 de octubre de 1017. Con erudita formación e interés teológico, asumió el trono en 1039; su piedad mariana era grande y presentó algunos signos ascéticos por el influjo monástico que vivió. Uno de estos signos se presentó cuando en su matrimonio con Inés de Poitou hizo alejar a cantantes y bufones; otro signo fue el perdón que le concedió a quienes había vencido en una batalla. Promovió la paz y la justicia e hizo suyo el movimiento de la paz de Dios toda vez que ésta era su responsabilidad ante Dios como emperador, por lo cual la sacralidad real era vital. En su política tuvo que resolver algunos problemas y por ello nombró duques de confianza en algunas zonas del imperio; por la división que hizo del ducado de Lorena (1044) tuvo dificultades con Godofredo el Barbudo, quien se convirtió en su enemigo personal121. Con los ducados sajones tuvo tensas relaciones por razones obvias y para asegurar la dinastía hizo elegir como sucesor a Enrique IV a condición de que fuera un hombre recto; además, fundó la colegiata de Goslar que terminó siendo su sede preferida. Con Italia y el pontificado tuvo buenas relaciones. El problema de Milán se aplacó, aunque continuó siendo una ciudad violenta, que no aceptó al obispo Guido nombrado por él; Milán era una ciudad que continuaba en lucha porque la nueva clase noble deseaba participar en el gobierno. En Italia entró en contacto con los centros reformadores de Valleumbrosa y Ravena. Los sínodos de Sutri y Roma Conrado II había dejado que los Tusculano siguieran adelante; en el 1046 Enrique III se dirigió a Roma para ser coronado emperador, cruzó los Alpes, se dio cuenta que la situación de la sede de Pedro era caótica y decidió intervenir. El pontificado era un negocio Tusculano: Alberigo III hizo elegir a su hijo Teofilacto, quien tomó el nombre de Benedicto IX (1032-1044/1045/1047-1048) cuando sólo tenía entre 10 y 12 años y fue acusado de llevar una vida escandalosa; hacia 1044 el pueblo romano, liderado por los Stefano, se rebeló, la familia triunfante nombró a Silvestre III (enero de 1045), en marzo regresó Benedicto IX y cedió la dignidad pontificia al canónigo Juan Graciano (Gregorio VI, 1045-1047), por dos mil libras de plata; este Gregorio VI obtuvo el dinero de una familia hebrea. Estando así la situación romana, Enrique III inició su viaje de coronación en el verano de 1046 y en octubre convocó un sínodo en Pavía, del cual, aunque no se conocen las actas, se dice que condenó la simonía; después continuó su viaje a Roma y en Piacenza se encontró con Gregorio VI e hizo una alianza de oración; prosiguió su viaje y el 20 de diciembre de 1046 convocó el sínodo de Sutri para deponer los Papas que había encontrado y elevar uno sobre quien no hubiese dudas para que lo coronara. Las decisiones que allí se tomaron fueron básicas, pero su estudio está condicionado por los 91 prejuicios y la división de los primeros cronistas entre pontificios (jerárquicos) e imperiales. Sutri, tenía como objetivo preparar el camino para ingresar a Roma sin problemas. Allí se dijo que el proceso contra Benedicto IX no era necesario porque su pontificado ya había terminado; el proceso contra Gregorio VI, quien alegó que tuvo como objetivo, al comprar el pontificado, el deseo de liberarlo de cualquier duda, fue diferente porque se declaró culpable, se quitó las vestiduras pontificales y dimitió; Enrique III lo hizo arrestar y lo exilió a Colonia donde murió en 1047. En esta intervención de Enrique III fue un juicio eclesial que terminó siendo político. Aunque esos fueron los hechos, algunas fuentes sostienen que Gregorio VI fue obligado a dimitir, a confesar contra su voluntad, siendo depuesto por quien no tenía competencia; el hecho fue que el Papa, aceptado como legítimo por Gregorio VII, dimitió, teniendo presente que ya existía un precedente cuando Otón I depuso a Benedicto V (964–966). El 23 de diciembre de 1046, Enrique III llegó a Roma, el 24 fue abierto el sínodo de Roma donde, por sugerencia imperial, fue elegido Suidger de Bamberg, quien tomó el nombre de Clemente II (1046-1047); este Papa fue entronizado el 25 de diciembre y el mismo día coronó emperador a Enrique III y su esposa Inés. Este Papa continuó la reforma que venía desde Silvestre II, según la inspiración de Cluny. Al tiempo que fue coronado, Enrique III se hizo conceder el título de patricio romano, que no se usaba desde Carlomagno, dando a entender la participación del pueblo y los derechos imperiales del Papa. El 5 de enero de 1047 se tuvo el sínodo de coronación en el cual los obispos de Milán, Ravena y Aquilea litigaron por el puesto de presidencia en caso de ausencia del emperador; en este sínodo se dieron algunas disposiciones antisimoníacas moderadas para solucionar el problema de la validez de una ordenación simoníaca. El mismo año murió Clemente II, Benedicto IX retornó a Roma y se alió con Bonifacio de Canosa; mientras tanto, Enrique III nombró a Dámaso II, cuyo pontificado duró 24 días; murió posiblemente de malaria, aunque algunas crónicas admiten la posibilidad de un envenenamiento. En este punto del recorrido conviene anotar que algunos obispos elegidos Papas no renunciaron a sus diócesis de origen122; esto obedecía a varios motivos: por cuestiones prácticas y económicas era lo más recomendable, por una concepción mental, según la cual el obispo era el esposo de su diócesis. Esta realidad cambió con la intervención de Enrique III para quien el obispo de Roma tenía el primado jurisdiccional; esta idea imperial se une con el pensamiento de los romanos para quienes el Papa era el obispo de Roma; ambas teorías convergen en la teoría del primado pontificio dentro de una concepción espiritual según la cual, cuando un obispo de una diócesis diferente a Roma asume el pontificado se encarga tanto de su esposa como de la madre de ésta. Los sínodos de Sutri y Roma son una muestra de la lucha contra la simonía conducida por el Papa y el emperador; además, la posibilidad de una reforma tomó cuerpo en Sutri, sínodo que planteó el problema de la validez de las ordenaciones simoníacas. 92 El pontificado de León IX Bruno de Egisheim, obispo de Toul, fue designado Papa (1049-1054) por Enrique III. Buscó la reforma en diferentes ambientes y sometió su designación a la acogida romana; en el fondo de esta determinación está el deseo de crear un principio canónico para la elección del pontífice y concretizar la idea del primado a través de sínodos; en ellos se trataban la reforma del clero, la simonía y el nicolaísmo. Si bien al comienzo fue exigente, fue cediendo y haciendo compromisos porque de otra manera el clero desaparecería; el problema fundamental era la simonía que adulteraba la presencia del Espíritu Santo en el proceso vocacional sacerdotal. En 1051 quiso renunciar a su diócesis de Toul, dando unas normas, según las cuales se precisaba la elección canónica (clero y pueblo) antes de la investidura imperial; por esta forma de pensar se dice que León IX comenzó a rehabilitar el poder pontificio después de Enrique III. Dos hechos son fundamentales durante su pontificado: la reestructuración del pontificado y el cisma de Cerulario, del cual ya se habló. En cuanto a la reestructuración del pontificado y sus instituciones con la presencia de algunos hombres de Iglesia procedentes de Lorena, León IX comenzó a independizar el pontificado del influjo de las familias romanas al transformar los cardenales obispos y los cardenales presbíteros en administradores haciéndolos instrumentos para llevar adelante la reforma. Junto a este cambio, está el hecho de pasar del papiro al pergamino para los documentos oficiales que comenzaron a ser escritos en letra minúscula. Además, algunos obispos comenzaron a mostrar un nuevo pensamiento, incluso frente al emperador; todo ello manifiesta síntomas de una reforma. En este campo se ubica uno de los grandes inconvenientes para la historia de la Iglesia porque la reforma pontificia comenzó a presentarse en términos de competencia con la autoridad imperial, lo cual implicaba la superioridad de lo espiritual sobre lo civil; lo peor fue que esta posición de ahondó con los sucesores de León IX123. La ruptura con la Iglesia bizantina se dio por diferentes motivos porque la política sinodal y la estructuración pontificia hicieron cambiar tanto la concepción episcopal como la del primado jurisdiccional que pedía supremacía de honor y respeto. A esta situación, unida al Filioque, se debió el cisma cuando el patriarca Miguel Cerulario fue excomulgado. También se deben tener presentes: la equivocada política de Humberto de Silvacándida y el problema de las ordenaciones simoníacas. La carta Libellus de León IX a Miguel Cerulario, donde la Iglesia bizantina es presentada como hija de Roma, también ayudó a la división. En el panorama de este cisma hay una particular concepción de herejía, la cual, más allá de la cuestión doctrinal, consiste en no estar de acuerdo con Roma. El pontificado de León IX, testigo de la rebelión de algunos obispos, desencadenó un proceso de reforma unida al imperio, ya que nunca discutió la estrecha relación entre reino y sacerdocio y dejó el camino abierto para pasar de Iglesia imperial a libertad de la Iglesia; fue un papado de transición, un puente entre dos épocas. 93 León IX participó en el conflicto entre Benevento y los normandos y, buscando el control sobre el sur de Italia, se puso al frente del ejército pontificio, que fue derrotado el 18 de junio de 1053; el Papa fue hecho prisionero y murió, después de retornar a Roma, en abril de 1054. En esta acción bélica papal, con la cual no todos estaban de acuerdo, Enrique III, que no estaba de acuerdo con esta actitud, no es que haya ayudado mucho; Pedro Damián la vio como un castigo de Dios. A la muerte de León IX, sin acabarse el influjo imperial sobre el pontificado, una comisión romana presidida por el monje Hildebrando llegó a Maguncia para solicitar el nombramiento de un nuevo Papa; en 1055 fue nombrado Víctor II (1055-1057, Gebardo de Eichstätt) a quien en el sínodo de Florencia (contra la simonía y la clerogamia) le fue confiada la administración de Spoleto para contrarrestar el influjo de Godofredo de Lorena. Este Papa viajó a Germania en 1056; allí Enrique III le confió la tutela de su hijo Enrique IV; el 5 de octubre de 1056 murió Enrique III y en 1057 murió Víctor II; con este hecho la tutela quedó en el aire y una época llegaba a su fin. La paz de Dios Entre los siglos X y XI nació un movimiento que da a entender la acogida que el pueblo le dio a los movimientos de reforma. Este movimiento nació al sur de Francia a finales del siglo X, bajo el influjo de Cluny, para restablecer la paz en el país debido a las luchas por el poder; como el rey estaba lejos, los obispos intervinieron dando normas precisas. En estas normas se ubican: las de Le Puy en Auvernia “los nobles deben respetar las propiedades de la Iglesia y los pobres” (975); y el sínodo de Charroux (989), que habla de la excomunión para quien se apropie de las cosas de la Iglesia, los pobres y los campesinos124. En el fondo era un deseo de proteger la economía de la población rural. A comienzos del siglo XI se encuentra el movimiento en Borgoña, más cercano a Cluny, y desde allí se proyecta a otras regiones como Cataluña (sínodo de Vich, 1033). También surgió la tregua de Dios como una prohibición de hacer guerra algunos días de la semana (de jueves a domingo) y algunas temporadas (de adviento a epifanía y de la cuaresma al segundo domingo de pascua). La mejor expresión para el cumplimiento de esta tregua es el entredicho. En general, la paz de Dios es la base de las cruzadas, la muestra de un entusiasmo religioso en el que el pueblo era el protagonista; es el primer movimiento laical porque los príncipes y el pueblo estaban contra los que violaban la tregua. La relación de este movimiento en la edad pregregoriana se dio no sólo en la competencia eclesiástica para conseguir fines temporales, sino también en el hecho que en los sínodos habidos para tratar el tema de la tregua de Dios también se daban decretos para la reforma del clero: simonía, nicolaísmo y porte de armas. 2.2 El choque de poderes125 Es un sentir histórico que a mediados del siglo XI se dio un cambio en Europa porque a 94 partir de ese momento comenzó a romperse la unidad entre reino y sacerdocio dando origen a la revolución europea del siglo XI. Cada historiador propone diferentes fechas para enmarcar esta reforma; aquí se propone el siguiente prospecto: 1057-1075, la ascensión de los gregorianos; 1076-1085, enfrentamiento entre reino y sacerdocio; 10851100, el cisma antigregoriano; 1100-1122, la lucha de las investiduras. Esto da a entender que dos hechos enmarcan este apartado: la muerte de Enrique III (1056) y el concordato de Worms (1122). 2.2.1 Fortalecimiento del poder pontificio A Enrique III (+ 1056) le sucedió Enrique IV quien nació en 1050, fue bautizado en 1051 siendo su padrino Hugo de Cluny, elegido rey en 1053 y coronado en Aquisgrán en 1054, en 1055 su padre le dio como prometida a Berta de Turín. Como era menor de edad cuando su padre murió, su madre, Inés de Aquitania, tomó la regencia del reino; durante ésta los príncipes seculares se hicieron más independientes con lo que el eje de la historia de la cristiandad retorna a Italia, gracias al triunfo del partido de la reforma que transformaría el pontificado. A Víctor II (+1057) le sucedió Esteban IX (Federico de Lorena, 1057-1058); en su elección no fue consultada la corte porque con la muerte de Enrique III y la regencia de Inés las cosas no estaban del todo claras y, además, el papado iba adquiriendo independencia. Este Papa era hermano del duque Godofredo de Lorena, quien por su influjo, incluso en Italia, no era bien visto por la corte; a pesar de esta situación, Roma envió una embajada dirigida por Hildebrando para solicitar la confirmación imperial. En el primer sínodo que convocó Esteban IX fueron condenados la simonía y el nicolaísmo. Uno de los hechos más notorios de su pontificado fue el nombramiento cardenalicio de Pedro Damián, exponente del partido reformador y defensor del status quod en las relaciones entre reino y sacerdocio pero respetando el derecho canónico. Dos intentos de reforma El primero de ellos es la pataria. Para entender este movimiento se retrocede un poco en el tiempo. A la muerte de Ariberto obispo de Milán (1045), Enrique III rechazó los cuatro nombres propuestos por la nobleza de Milán y nombró a Widón, partidario de los intereses imperiales, para contrarrestar el creciente poder de la nobleza. Este obispo, consagrado en 1045, se apoyó en el poder imperial y no participaba de las ideas reformadoras por lo que la nobleza y el alto clero se unieron a él para, con simonía y nicolaísmo, seguir usufructuando el patrimonio eclesial. En reacción a esta situación nació la pataria, en la que participaron los laicos; el término pataria es un epíteto para calificar a las personas que perturbaban el orden o pretendían cambiar las costumbres de la Iglesia. A la muerte de Enrique III el diácono Arialdo de Varese comenzó a predicar contra las costumbres del alto clero y la nobleza, con lo que las clases sociales inferiores se veían favorecidas; el clérigo Landulfo Cotta se unió a Arialdo y así nació la pataria entre 1056 95 y 1057. Como el obispo Widón no estaba en Milán, el movimiento creció rápidamente, concentrando su acción contra simoníacos y nicolaístas hasta obligarlos a dejar sus puestos. La situación hizo que ambas partes acudieran a Roma y en un sínodo provincial Arialdo y Landulfo fueron excomulgados sin haberse presentado; aprovechando esta condena, el partido antipatario hizo violentas acciones contra los templos patarinos. Para apaciguar la tempestad, Roma envió dos delegaciones; en la segunda iban: Anselmo de Baggio (Alejandro II), Hildebrando (Gregorio VII) y Pedro Damián. En esta oportunidad Arialdo cambió de estrategia y dirigió su lucha contra la simonía. Con esto se formaron dos partidos en Milán: Widón, el alto clero, los nobles y los clérigos que no querían reformarse, y Arialdo y sus seguidores. Uno de los asuntos que se trataron fue la creación de unas casas canónicas para que allí vivieran los clérigos y así se pudiera superar el nicolaísmo y la simonía. En 1061 murió Landulfo y Arialdo encontró en Erlembaldo un gran aliado y el brazo armado de la pataria porque este personaje recibió de Alejandro II una insignia petrina con lo que el movimiento parecía ser aceptado por Roma; sintiéndose con más poder, Arialdo comenzó a criticar los ritos litúrgicos celebrados por simoníacos y nicolaítas, con lo que el movimiento perdió la fuerza interna que traía para convertirse en una fuerza armada que había perdido su finalidad original. Frente a esta doble circunstancia, la intervención de Roma y la radicalización de la pataria, Widón lanzó un entredicho contra Milán que era válido mientras que Arialdo estuviera en la ciudad; Arialdo fue apresado y deportado a una isla donde murió el 28 de junio de 1066; al poco tiempo Erlembaldo emprendió una expedición militar para rescatar sus restos mortales y en 1068, con el apoyo de Hildebrando, Arialdo fue declarado beato. Como la situación era cada vez más delicada, Widón renunció (1070) y el emperador nombró a Godofredo (1070-1074), quien asumió como coadjutor la sede ambrosiana con simonía y en medio de un rechazo casi unánime; como casi todo estaba contra él, fue excomulgado. Aprovechando esta excomunión y la muerte de Widón (1072), Erlembaldo propuso como obispo de Milán a Atón (1072) quien fue apoyado por Gregorio VII. Con esto se gestó un cisma en Milán y comenzó el enfrentamiento entre reino y sacerdocio. Aunque Gregorio VII apoyaba la pataria, Erlembaldo cometió el error de ir contra la liturgia, fue asesinado en Milán en 1075 y al poco tiempo comenzó a ser venerado como santo. Aprovechando la muerte de este líder y para no seguir sosteniendo a Godofredo, Enrique IV nombró a Teodaldo (1076-1085) como obispo de Milán; éste permaneció fiel al rey e incluso dirigió alguna de las expediciones contra Roma; murió el 25 de mayo de 1085, justo el mismo día en que murió Gregorio VII. El segundo intento es la lucha contra el nicolaísmo, fundamental para comprender la reforma gregoriana; su inspiración bíblica se encuentra en Apocalipsis 2,6 y para entenderlo conviene tener presente la disciplina celibataria de la Iglesia Latina. En la Iglesia primitiva se prohibía la bigamia pero no el matrimonio, que era normal entre los ministros eclesiásticos. En los siglos IV y V comenzó en occidente la prohibición del matrimonio después de recibir las órdenes pero sin decir nada respecto a quienes eran 96 casados; con ello la división entre oriente y occidente se hizo más notoria; para llegar a esta decisión se debe tener presente la corriente monacal que defendía la vida virginal frente a la matrimonial126. En los siglos VI y VII la disciplina celibataria fue más fuerte: no matrimonio para los sacerdotes y a quien fuera casado se le exigía continencia perfecta después de la ordenación. Entre los siglos VIII y X las prohibiciones seguían en pie pero en la práctica eran normalmente violadas. Este sumario sirve para ubicar la reforma del siglo XI que hunde sus raíces en la historia del celibato. Si bien las leyes negaban la posibilidad del matrimonio posterior a la ordenación, en la práctica se presentaban tres tipos de clérigos: celibatarios, concubinos y casados con obligación de continencia. Además de las violaciones existían dos motivos de base: uno, de tipo económico, ya que al afirmarse el concepto jurídico de propiedad y herencia, los bienes de la Iglesia corrían peligro de desaparecer; otro, de tipo espiritual, hablaba de la necesidad de la pureza ritual que veían incompatibilidad entre la celebración eucarística y las relaciones sexuales. Esto condujo a que durante la reforma gregoriana, concubina y esposa fueron términos sinónimos; y aunque las normas se aceptaron, la práctica no era mucha. Posterior a esta reforma, el II concilio de Letrán (1139)127 dice que el matrimonio de un clérigo es ilícito e inválido. Dos cosas trajo esta actitud frente al nicolaísmo: la alternativa de la vida canónica o monaquización del clero y la drástica disminución en la frecuencia sacramental de la comunión debido a la exigencia de pureza ritual. Nicolás II A la muerte de Esteban IX (1058) los Tusculano hicieron elegir a Benedicto X (10581059) quien al no ser entronizado por Pedro Damián, obispo cardenal de Ostia, encontró oposición; los reformadores eligieron a Gerardo, obispo de Florencia, quien tomó el nombre de Nicolás II (1059-1061), sus electores pidieron consentimiento a la corte imperial y después de algunos meses y la huida de Benedicto X, llegó a Roma. Dos hechos son importantes en su pontificado: el sínodo romano de 1059 que condenó la simonía y propuso un mecanismo para elegir al Papa y el cambio de política frente a los normandos. El sínodo de 1059 produjo la encíclica Vigilantia universalis que es la primera formulación canónica contra el nicolaísmo (n. 4) y la simonía (n. 6). La rigidez propuesta por este documento fue la base para la obra del cardenal Humberto de Silvacándida; actualmente se cree que la prohibición es contra las investiduras menores ya que la episcopal, incluso la papal, no fue tratada para no atacar la investidura regia. También produjo un decreto sobre la elección papal en seis puntos: la libertad frente a cualquier interferencia; la abolición de la prohibición del traslado de un obispo a la sede petrina; la primacía de la voz de los cardenales; la nueva presentación del influjo de la nobleza y el clero romano que se redujo a una aclamación ya que el Papa, además de obispo de Roma es Pastor Universal; el papel del rey es velado, es el “parágrafo del rey”, al concederle un papel de honor y reverencia; y la posibilidad de hacer la elección papal 97 fuera de Roma. Este decreto fue un paso decisivo para la creación del colegio cardenalicio que cuando se reunía con el Papa se llama consistorio, con lo que comenzó a imitar al emperador oriental porque los cardenales conforman una especie de senado. Por cuanto hace referencia a los cardenales, existían tres grados: los obispos, que estaban al frente de las diócesis romanas (Ostia, Albano, Palestrina, Porto, Silvacándida, Túsculo, Veletri-Sabina); los sacerdotes, quienes celebraban en las cuatro grandes catedrales (San Pedro, San Pablo, San Lorenzo y Santa María; siete por cada una); y los diáconos que estaban adscritos a la basílica lateranense y eran 18. En relación con el decreto sobre la elección papal se hacen dos precisiones: la mayoría y el cónclave. La mayoría no se puede entender en sentido numérico sino que se basaba en el criterio del sano juicio; esto condujo a las elecciones dobles, por lo que entre 1059 y 1179 hubo doce antipapas, y a las luchas entre los cardenales; uno de los concilios de Letrán solucionó el problema al proponer el concepto de mayoría sobre una base numérica. Con esto se debe tener presente que la elección papal implica: el hecho histórico y el significado teológico. La segunda nota esencial del pontificado de Nicolás II es el cambio de actitud política con los normandos. Como ningún emperador podía protegerlo en su enfrentamiento con Benedicto X, Nicolás II, reafirmando la independencia, envió a Hildebrando para negociar con los normandos quienes tenían en Ricardo de Capua y Roberto Guiscardo sus dos principales jefes que aceptaron ser feudos pontificios. Con este acuerdo, que se convirtió en la legitimación de las conquistas normandas, el pontificado consiguió otra fuerza que lo protegía, además de los toscanos que estaban al norte. Los normandos comenzaron a defender la elección papal hecha por la mayoría de los cardenales (no en sentido numérico). Alejandro II Las consecuencias del acuerdo de Nicolás II con los normandos sólo se vieron después de su muerte (1061) cuando fue elegido Alejandro II (10611073) porque la nobleza romana había acudido a la corte imperial nombrando al rey Enrique IV, de once años, como patricio romano. De esta manera el rey podía nombrar un Papa porque el “parágrafo del rey” del sínodo de 1059 no era del todo claro; a las intenciones del rey se le unió el episcopado lombardo y así fue elegido Honorio II (1061–1072) quien no pudo asumir la sede petrina porque las fuerzas reformadas apoyaban a Alejandro II; en un sínodo habido en 1064 Honorio fue excomulgado. Con Alejandro II el pontificado aumentó su influjo en diferentes regiones de Europa. En Aragón a través de Hugo Cándido, promovió la liturgia romana contra la mozárabe; en 1068 el rey Sancho Ramírez I de Aragón, quien viajaba como peregrino a Roma y con el deseo de aumentar su autoridad, se hizo vasallo del Papa y en 1071 se dio el cambio a la liturgia romana. En Inglaterra, Alejandro II intervino en la controversia por la sucesión a la muerte de Eduardo Confesor; el Papa apoyó a Guillermo de Normandía, frente al rey de Noruega y el conde Aroldo de Wessex que pretendían el trono, 98 enviándole una insignia petrina, con lo que la guerra emprendida por los normandos fue justificada; casi todos los obispados quedaron en manos de normandos o loreneses, pero Guillermo no cumplió con lo prometido. El influjo pontificio también se extendió a Francia, país preferido por los delegados pontificios para realizar sínodos, y Milán, a propósito del apoyo dado a los patarinos cuando Arialdo fue beatificado. En relación a Germania, el sínodo de 1073 excomulgó a los consejeros reales, que habían propuesto la elección de Godofredo de Milán, con lo que el rey quedó en una lamentable situación; a esto se le suman sus problemas matrimoniales porque buscaba la anulación del matrimonio contraído cuando él tenía cinco años, esto da a entender que con el imperio, es decir con Enrique IV, la relación era fría y tensa. En el pontificado de Alejandro II se gestaron los primeros problemas de un caldeado ambiente de cambio y la ascensión del poder pontificio por la institucionalización de la curia romana y el apoyo de los cardenales obispos. Este poder se nota en que durante su pontificado el derecho canónico comenzó a ser fundamental en la vida de la Iglesia y la pastoral se realizaba a través de los delegados pontificios. 2.2.2 Gregorio VII Los primeros años de su pontificado Hildebrando fue aclamado Papa por el pueblo y el clero romano durante los funerales de Alejandro II y como no tenía ningún grado del orden, primero recibió el sacerdocio y el 30 de junio de 1073 recibió la consagración episcopal. El proceso verbal de la elección confirmó la aclamación popular; en enero de 1076 los obispos alemanes criticaron no la forma de la elección sino el hecho de no pedir el consentimiento real. El origen de Hildebrando permanece en la oscuridad; pertenecía a una familia toscana y sus padres confiaron su educación a un tío materno que vivía en Roma en el monasterio Santa María en el Aventino. De joven perteneció al séquito de Gregorio VI, a quien acompañó hasta su muerte; después se hizo monje en Cluny donde lo encontró León IX, en 1049, quien lo convenció de ser su colaborador, en 1050 fue encargado del gobierno de la basílica San Pablo Extramuros, en 1059 fue nombrado archidiácono. En su servicio diplomático se dio una gradual ascensión en el poder, un radicalismo afirmado hasta hacer de Roma el centro de la reforma de la Iglesia; en este radicalismo se enmarcan: los patarinos, el caso del obispo Pedro de Florencia, quien fue acusado de simonía, el enfrentamiento con Pedro Damián y el deseo de obstaculizar toda acción de Enrique IV, quien deseaba una Iglesia imperial al norte de Italia; no se puede ignorar que la cuestión milanesa es uno de los elementos de la ruptura entre la Iglesia y el imperio. Entre 1073 y-1075 siguió la línea de sus predecesores con dos preocupaciones: los problemas de Enrique IV, porque sus consejeros habían sido excomulgados y tenían dificultades con los sajones, y las inexistentes relaciones con el episcopado germano. En septiembre de 1073 Enrique IV le escribió una carta a Gregorio VII donde se reconoce simoníaco y promete observar las decisiones papales; era un deseo de acercamiento para ser reconciliado y protegido; Gregorio eligió como delegados a Geraldo de Ostia y 99 Humberto de Palestrina, quienes fueron recibidos por el rey y la emperatriz. En Nurimberg se realizó la reconciliación en 1074, con la cual el rey se comprometía a apoyar a los delegados pontificios para establecer relaciones con el episcopado a través de un sínodo germano en el que condenarían el nicolaísmo y la simonía; de hecho este sínodo no se realizó porque los obispos germanos y el clero no iban a aceptar ser condenados en un sínodo realizado por ellos mismos; no en vano se dice que los sínodos convocados bajo el pontificado de Gregorio VII eran tribunales de inquisición y promulgación de determinaciones papales más que una reunión para deliberar. En 1074 se realizó un sínodo cuaresmal que dio normas contra el nicolaísmo; el Papa buscó, con férrea voluntad, aplicarlas pero encontró una crecida oposición del episcopado. En 1075 se tuvo el segundo sínodo cuaresmal, que fue la primera actuación política de Gregorio VII contra la investidura laica; además, fueron condenados cuatro obispos acusados de simonía y amenazados con la excomunión el rey de Francia y algunos consejeros de Enrique IV; fue una advertencia para quienes querían oponerse a Gregorio VII y su política reformadora. Este sínodo, del cual no existen las actas, según testimonio de Arnulfo de Milán, produjo la primera prohibición contra la investidura laica en relación a las “iglesias mayores” y se inició el enfrentamiento entre reino y sacerdocio. Otros cronistas dicen que esta prohibición no se dio en este sínodo sino en otro porque a finales de 1075 Gregorio VII le solicitó a Enrique IV el nombramiento de un obispo para Bamberg. Esta posición fue confirmada ya que estas decisiones son las que se encuentran en el Decreto de Graciano y el cuerpo jurídico eclesiástico. Durante los primeros años del pontificado de Gregorio VII se dio la prohibición de investidura eclesiástica por parte del rey que condujo a la ruptura entre el rey y el Papa. De 1075 también data el Dictatus Papae, uno de los textos más importantes en la historia de la Iglesia128. En dos cartas que datan de 1074 y 1075 se encuentran 27 proposiciones que son o un programa para realizar o unos criterios para actuar. Este documento producido antes de la ruptura de 1076, cuando Enrique IV y los obispos germanos no reconocieron al Papa, se puede sintetizar en cinco temas básicos: institución divina de la Iglesia, primado romano, centralización de la organización eclesiástica, relación del Papa con el concilio y relación del Papa con emperadores y príncipes. Lo propuesto de hecho ya existía pero no con tanto radicalismo. El problema es el fin del documento: para unos es una capitulatio o índice de cosas para hacer, para otros es una lista de temas para tratar la unión con la Iglesia bizantina, para algunos más es el borrador de un discurso del Papa; como era un documento que pocas personas conocían, aumentan las dificultades. Enfrentamiento entre reino y sacerdocio Son los años más importantes de la reforma gregoriana con la cual se rompió una tradición, se afirmó un nuevo concepto de Iglesia y el pontificado terminó siendo cada vez más independiente, porque ya estaban dados los ingredientes necesarios para darse el enfrentamiento teniendo presente los pontificados precedentes. 100 En los anteriores pontificados Enrique IV se había mantenido alejado pero con el triunfo sobre los sajones y la tragedia de los patarinos, aprovechó la oportunidad para afianzar su poder en Italia; para Milán hizo nombrar a Teodaldo como obispo, para Fermo y Spoleto también hizo nombrar obispos. Frente a estos hechos, Gregorio VII reaccionó con rudeza y a finales de 1075 le escribió una carta exhortándolo para que alejara de su corte a los consejeros que habían sido excomulgados; el rey respondió convocando la dieta de Worms (enero 26-28 de 1076) donde estuvieron presentes 26 obispos germanos. Después de la dieta, los obispos germanos le escribieron una carta a Gregorio VII en la cual, además de no reconocerlo, escribieron algunas acusaciones contra Hildebrando: la cuestión del gobierno femenino, el autoritarismo, el desprecio a los obispos, etc. Enrique IV escribió una carta al Papa pidiéndole que descendiera del trono, es la llamada carta de deposición; en su calidad de patricio romano también escribió una carta dirigida al pueblo romano; en ambas cartas hace notar la ilegalidad del pontificado de Gregorio VII. El Papa respondió y a través de una oración dirigida a san Pedro, excomulgó y depuso a Enrique IV129, además de prohibir a los súbditos del imperio germano el servicio real y la obediencia; con los obispos tuvo actitudes diferentes: a Sigifredo de Maguncia lo excomulgó y depuso, a los obispos lombardos los excomulgó y a otros los suspendió. Aparecen dos posiciones encontradas: la del rey que actuó imprudentemente y con razones no convincentes, y la del Papa que reaccionó fría, osada y políticamente, porque hasta ese entonces era normal que un pontífice fuera depuesto por el rey, pero no que el rey fuera depuesto por un Papa. Estas posiciones tuvieron efectos inmediatos: la concordia del rey con los obispos desapareció, los sajones aprovecharon la oportunidad y propusieron una asamblea para febrero de 1077 en Augsburgo, que sería presidida por Gregorio VII con el fin de elegir un nuevo rey. Con el deseo de asistir a esta asamblea Gregorio VII se puso en camino en noviembre o diciembre de 1076; al mismo tiempo Enrique IV emprendió viaje a Italia y cuando esta noticia llegó a Gregorio, éste se dirigió a Canosa donde se hospedó en el castillo de la condesa Matilde. La humillación de Canosa, sobre la cual existen varias fuentes, se presentó en enero de 1077. Enrique IV, junto con su esposa Berta y su hijo Conrado, se presentó como penitente en Canosa el 25 de enero pidiendo ser recibido por el Papa, los días 26 y 27 vuelve a hacer lo mismo; ante la intercesión de Matilde y el abad Hugo de Cluny, el Papa lo recibió el 28 de enero levantándole la excomunión pero sin reintegrarle todos los derechos ya que esto se haría en la asamblea de Augsburgo. Canosa no es ni un triunfo del clericalismo ni una humillación del orgullo germano ya que el rey simplemente estaba siguiendo las normas penitenciales; fue un suceso político que rompió el orden medieval: por un lado el rey impidió que el Papa le diera a sus opositores un apoyo más decidido al tomar en serio la penitencia; por otro lado el carácter sagrado de la realeza fue golpeado con lo que se confirmó la supremacía del poder sacerdotal sobre el real, del espiritual sobre el temporal. Gregorio VII cambió sus planes después de Canosa, su actitud despertó a la oposición 101 germana que en Forchheim eligió como rey a Rodolfo de Rheinfeldn en presencia de dos delegados pontificios pero sin aprobación de Gregorio VII; esto creó problemas pero parece que eso era lo que buscaba el Papa quien en un sínodo de 1078 se contentó con hacer jurar que los reyes no impidieran a los delegados pontificios el derecho de convocar un sínodo o coloquio para determinar cual de los dos reyes debía ocupar el trono. De este sínodo es la primera referencia real de la prohibición absoluta de la investidura bajo la pena de excomunión. Mientras tanto en Germania había una clara división: la mayoría de los ciudadanos, la baja nobleza, el bajo clero y algunos obispos que no querían la reforma apoyaban a Enrique IV, los demás apoyaban a Rodolfo; a esta división se le suma el hecho que Gregorio VII contó con el apoyo de la reforma cluniacense que ya había llegado al sur de Germania (la reforma de Hirsau). Después de Canosa, el Papa permaneció en silencio hasta que en el sínodo cuaresmal de marzo 7 de 1080, volvió a deponer a Enrique IV a través de un discurso en el que criticaba la desobediencia del rey, quien se opuso a la proyectada asamblea de 1077. Algunos estudiosos dicen que esta deposición se debió a que Enrique le pidió al Papa que excomulgara a Rodolfo ya que de no hacerlo él se vería obligado a elegir otro pontífice. La amenaza del rey se hizo eficaz y en un sínodo realizado en Bressanone el 25 de junio de 1080, después de ser depuesto Gregorio VII, fue elegido el antipapa Guiberto de Ravena, quien tomó el nombre de Clemente III (10801100)130. Después de este sínodo y de vencer a Rodolfo, quien murió en 1080, Enrique IV quedó en libertad de acción y en 1081 llegó a Roma, pero encontró la ciudad cerrada; el objetivo de Enrique era hacer un trato con Gregorio VII pero éste se opuso porque esperaba la ayuda de los normandos y mientras llegaban se recluyó en el castillo Sant’Angelo. En 1084, mientras Gregorio estaba prisionero en Sant’Angelo, el rey fue coronado emperador por Clemente III; en estos momentos llegaron las tropas normandas que alejaron al nuevo emperador, saquearon la ciudad131 y para liberar al Papa se lo llevaron a Salerno donde bajo la protección de Roberto reafirmó lo que había dicho; en esa ciudad murió el 25 de mayo de 1085; se dice que sus últimas palabras fueron: “Amé la justicia y odié la iniquidad, por ello muero en el exilio”132. Gregorio dejó tres nombres para que de entre ellos fuera elegido su sucesor, pero ninguno de ellos fue tenido en cuenta en la elección del abad de Montecasino, Desiderio, quien tomó el nombre de Víctor III (1086-1087) buscando la reconciliación con Enrique IV, no en vano su nombre hacía referencia a Víctor II, quien tuvo buenas relaciones con Enrique III. A la muerte de Víctor III, fue elegido Otón de Lagery quien tomó el nombre de Urbano II (1088-1099) y era un gregoriano convencido. Lo más importante del pontificado de Gregorio VII y su lucha política es la visión escatológica en referencia al sermón de la montaña que lo animaba toda vez que su lucha era por la salvación de los hombres. Relaciones con la cristiandad Dando un giro de aborda la relación de Gregorio VII con otros países europeos. Se 102 parte de un doble hecho: la reivindicación para sí del derecho a intervenir en Europa y África y la moderación que tuvo frente a los otros soberanos europeos. A este respecto se entiende el radicalismo frente a Enrique IV, en quien veía su rival más poderoso porque este rey dominaba gran parte de Italia y tenía la colaboración episcopal como algo fundamental, lo cual Gregorio VII no podía aceptar jamás. En relación a Francia, el rey Felipe I fue amonestado por su adulterio. Felipe I tenía influencia sobre 25 de las 70 diócesis francesas, y por esto no le fue muy difícil aceptar la reforma, desprenderse de su influencia en relación a ellas y ver con buenos ojos los sínodos que se hicieron en su territorio; como resultado de estos sínodos, a los sacerdotes se les exigió que refutaran las investiduras. Las relaciones con Inglaterra, donde reinaba Guillermo el Conquistador, tuvieron alguna fricción por la aceptación de sacerdotes casados que no fueron alejados de su ministerio por orden del rey, la prohibición hecha a los obispos en torno a la visita ad limina y la imposibilidad de los delegados para comunicar las decisiones tomadas en Roma. En España se buscó la colaboración para vencer la fuerza y la resistencia de la liturgia mozárabe que era vista como sospechosa de herejía. Más allá de la cuestión está la aversión de Gregorio VII a lo que tuviera una impronta de localismo, porque la única forma de expresar la fe era aquella que se usaba en Roma; por ello no es de extrañar la prohibición que le hizo al duque de Bohemia para celebrar la misa en eslavo. Planteamientos históricos Existen tres textos para entender el pensamiento de Gregorio VII: el Dictatus papae y dos cartas al obispo de Metz (agosto 25 de 1076 y marzo 15 de 1080). En la primera, habla sobre la autoridad que tiene la sede apostólica para juzgar las cosas seculares y reprimir a los secuaces del anticristo; en la segunda, trata del primado petrino contra el carácter diabólico del poder monárquico que es entendido como una actitud de soberbia para dominar a los demás, de ahí que la única salida es asumir el poder con humildad y en favor de los cristianos, es decir, el rey tiene que ser un vasallo obediente al Papa y a la fe. El conflicto entre reino y sacerdocio fue librado a través de principios y escritos polémicos. En el marco de este conflicto se cita: la teoría de la práctica celibataria que aparece hacia 1080, la lucha de las investiduras y la inversión del orden tradicional de aquel entonces. Es un cambio de tradiciones: mientras que para el rey lo más importante era la tradición, para Gregorio VII lo vital era la verdad, la teocracia con la cual el mundo laico adquirió mayor autonomía. Cuatro ideas para un juicio histórico: la desacralización del oficio real, la separación entre reino y sacerdocio, el centralismo romano y la clericalización de la vida eclesial al distinguir entre el clérigo como célibe que debe renunciar a las investiduras y el laico. En relación a esta última idea está el Decreto de Graciano (1142) donde se habla de dos géneros de cristianos: clérigos al servicio divino y laicos que pueden poseer bienes y 103 hacer oración y donaciones para que sus pecados sean perdonados. 2.3 Regreso a la sinergia El imperio comprendía tres reinos: teutónico, itálico y burgundo (Borgoña); el problema mayor en relación a la Iglesia era el de las investiduras, que condujo al enfrentamiento entre reino y sacerdocio por lo que desde Gregorio VII se presentó un cisma papal cuando en 1080 Enrique IV hizo elegir al antipapa Clemente III (1080-1100). En 1085 murió Gregorio VII y en 1086, sin tener en cuenta sus indicaciones, los cardenales eligieron a Desiderio, abad de Montecasino quien tomó el nombre de Víctor III y murió en 1087. En 1088 fue elegido en Terracina el obispo cardenal de Ostia, Otón de Lagery133; tomó este nombre para recordar a Gregorio VII, quien había muerto el día de San Urbano. Era partidario de la reforma gregoriana y escribió una carta en la que comunicó su intención de seguir el derrotero propuesto por Gregorio; si bien utilizó palabras fuertes, era flexible, conciliador y con facilidad para adaptarse a las circunstancias. Al momento de su elección la situación era complicada porque cuando llegó a Roma tuvo que refugiarse en la isla Tiberina ya que la ciudad estaba en manos del antipapa Clemente III quien había convocado un sínodo contra la simonía y era partidario de una reforma pero sin enfrentamiento con el emperador. Este antipapa salió de Roma en 1092 y en 1093 Urbano II llegó allí. En 1090 Enrique IV emprendió la segunda expedición contra Italia para imponer a Clemente III y luchar contra Matilde de Canosa; Urbano II intervino sugiriéndole a Matilde, una mujer de más de 40 años, que se casara con el príncipe Welfo V de Baviera quien tendría 18 años. El matrimonio se realizó, lo cual fue un peligro para Enrique IV quien fue vencido y tuvo que retirarse; al tiempo que esto sucedía, Conrado, hijo primogénito de Enrique IV, se separó de su padre por influjo de Matilde, se hizo coronar rey de Italia en 1095 y cuando Urbano II llegó a Cremona, le sirvió de escudero; también en 1095 se deshizo el matrimonio entre Matilde y Welfo y con ello las cosas mejoraron para Enrique IV quien en 1098 nombró como sucesor a su hijo Enrique V. En el pontificado de Urbano II hay dos datos importantes: el reconocimiento del primado pontificio y el impulso a la vida consagrada canonical. En relación al primero, la iniciativa del Papa en Clermont es fundamental porque extendió su influjo a Francia, España, Italia, Inglaterra, pero sin atraer a los partidarios de Clemente III, no en vano este pontificado representa el punto más bajo de la influencia de la reforma gregoriana en Germania. En 1099 murió Urbano y le sucedió Pascual II (1099-1118); era la ocasión propicia para solucionar los problemas pero no fue así porque el emperador se mantenía en su derecho a las investiduras y en el sínodo cuaresmal de 1102 Pascual II fue radical contra las investiduras y reafirmó la excomunión para Enrique IV; el emperador quería superar los problemas mediante una acción de paz y justicia, quería la absolución y deseaba establecer la concordia entre reino y sacerdocio; en 1103 proclamó una paz general por 104 cuatro años para ir a Jerusalén, pero en 1104 su hijo Enrique V lo capturó y lo hizo abdicar el 31 de diciembre de 1105. Poco después, Enrique V fue coronado y el 7 de agosto de 1106 Enrique IV134 murió en Lieja, expresando su deseo de ser sepultado en Speger, pero su hijo no lo permitió porque había muerto excomulgado. Es importante conocer estos datos porque Pascual II tomó partido en favor de Enrique V. Enrique V (1106-1125), tuvo una tensa relación con los Papas por las investiduras y la simonía, es decir continuó nombrando obispos, y el Papa actuó contra ellos y no contra el rey; frente a esto, Anselmo protestó porque la actitud de Pascual II era peligrosa para la Iglesia en Inglaterra. El Papa quiso acabar con las investiduras pero fuera de algunas palabras contra Enrique V, no hizo nada. Aprovechando esta actitud, Enrique envió en 1109 una embajada a Roma para organizar su viaje con motivo de la coronación imperial; a raíz de esta situación comenzaron los problemas y se llegó a un conflicto inevitable, al distinguir entre el campo espiritual y el temporal, una unidad que de hecho se estaba rompiendo; en este contexto tomaron fuerza las posiciones de Ives de Chartres, quien tuvo en Guido de Ferrara135 un predecesor, y de Heriberto de Gambloux quien actuaba como perito por parte del imperio. La problemática se solucionó temporalmente con el acuerdo de Sutri (1111) cuando el rey renunció a las investiduras y el Papa restituyó los bienes de la Iglesia imperial. Frente al poder imperial, Pascual II debía elegir: o se oponía al rey o le ofrecía una propuesta para que renunciara definitivamente a las investiduras; los embajadores no aceptaron estas propuestas, entonces el Papa le propuso al emperador la restitución al imperio de los bienes que le había concedido a la Iglesia, dejando diezmos, limosnas y alo que poseía antes de las donaciones y las concesiones. En esta inesperada propuesta del Papa está la liquidación del sistema otoniano: Iglesia imperial e imperio. Este tratado, firmado el 4 de febrero de 1111, implicaba el aumento del poder real frente a los príncipes. El 12 de febrero era la coronación imperial, se comenzaron a leer los dos documentos que se habían hecho a raíz del acuerdo, pero cuando el Papa dio la orden de restituir las regalías, los príncipes y obispos que no querían renunciar se rebelaron y por ello fue imposible la coronación. Entonces Enrique hizo prisionero al Papa, salió de Roma y dos meses después el Papa cedió a sus exigencias. En abril de 1111 se dio el acuerdo de Tivoli: el emperador renunciaría a las investiduras y los eclesiásticos renunciarían a los beneficios, quedándose con diezmos y ofrendas; el Papa se comprometió a no excomulgar a Enrique V en ningún caso. Enrique cumplió su palabra, liberó al Papa y fue coronado emperador el 13 de abril de 1111. Esta victoria de Enrique fue aparente porque el privilegio concedido a Enrique fue contestado en Italia y Francia; el sínodo lateranense de 1112 hablaba de un robo y el de Viena silenció al Papa y excomulgó al rey; lentamente Enrique V se encontraba en la misma situación de su padre136. En 1115, Enrique volvió a Italia, después de la muerte de Matilde de Canosa para posesionarse de sus propiedades por el acuerdo hecho en 1111, pero había problemas ya que Matilde en 1080 y 1102 había prometido sus propiedades a San Pedro, al Papa. 105 En 1118 murió Pascual y Enrique nombró un antipapa, Gregorio VIII (1118-1121), quien se enfrentó a Gelasio II (1118-1119) y Calixto II (11191124), noble europeo que se mostró favorable para tratar con el emperador; era el primer canónigo regular en llegar a la cátedra de Pedro. Con la actitud de Calixto II se abría el camino hacia un acuerdo: en junio de 1119 los príncipes que habían reconocido a Calixto, pidieron el acuerdo entre el Papa y el emperador; en septiembre comenzaron los coloquios donde se le propuso al emperador que renunciara a las investiduras pero dejando las Iglesias imperiales con el servitium regis. Para octubre de 1119 se organizó un encuentro entre el Papa y el emperador, pero no se pudo porque lo sucedido en 1111 todavía estaba en el aire, y para evitar algún problema, Calixto II regresó a Riems, donde estaba presidiendo un sínodo y allí excomulgó tanto al emperador como al antipapa. En 1120 Calixto II llegó a Roma, luego viajó al sur de Italia donde recibió el vasallaje de los normandos obteniendo un éxito político; regresó a Roma, le quitó la basílica San Pedro al antipapa Gregorio, quien en 1121 se entregó y fue encarcelado en una abadía bajo estrecha vigilancia; en septiembre de 1121 se tuvo una asamblea de paz en la cual los príncipes obligaron a Enrique V a un acuerdo con Calixto II; el emperador envió a Roma tres cardenales; comenzaron los negocios y en septiembre de 1122 se llegó al concordato de Worms, uno de los hitos en la historia de la Iglesia137. Este acuerdo contiene dos documentos uno de Enrique V y otro de Calixto II. El de Enrique, dirigido a Dios, los apóstoles y la Iglesia era la renuncia del emperador al anillo y al báculo y fue firmado por varios príncipes, eclesiásticos y laicos, que formaban la representación del imperio; llama la atención que no estaba la firma del principado de Sajonia. El de Calixto estaba dirigido a Enrique V, a quien le concedía el derecho a estar presente en la elección de los obispos pero sin simonía ni violencia, y cuando se presentaran para una misma sede episcopal dos candidatos, debía prevalecer el de la Iglesia. En el fondo este documento conservaba las regalías que fueron aplicadas en dos formas: en Germania antes de la consagración, en Italia y Francia después de la consagración; de acuerdo a esto, los obispos eran vasallos de los reyes ya que tenían que prestar juramento de fidelidad; en otras palabras, era un privilegio para la parte pontificia y un precepto para la parte imperial. No obstante este tratado, la lucha entre el papado y el imperio por la hegemonía política y religiosa en la cristiandad continuó ya que el compromiso no contentó a nadie. El tratado de Worms significó: el fin del sistema otoniano de la Iglesia imperial, que sostenía la sacralidad del rey que fue atacada por Gregorio VII; la oficialización de la diferencia entre lo temporal y lo espiritual; la derrota del partido gregoriano que deseaba libertas ecclesiae que de hecho no se logró; la nivelación entre prelados y príncipes con lo que se crearon los principados eclesiásticos que duraron hasta 1830; la continuación del influjo del rey germano en las elecciones episcopales si bien ya con menos fuerza porque Worms fue una pérdida para el imperio; además fue un acuerdo provisional que estuvo en vigor por varios siglos. Con este concordato pacificador, posterior a una mala ley, se puso fin a la querella de las investiduras, llegando a un acuerdo real que llevó a la 106 práctica de dos investiduras: la eclesial y la laical138. En la dieta en Bamberg el imperio ratificó el tratado; en 1123 la Iglesia también lo hizo en el I concilio de Letrán poniendo fin a las luchas y reformas de la época gregoriana; las discusiones realizadas en este sínodo dan a entender que los gregorianos entendían el tratado de Worms como una traición: todos estaban de acuerdo en que el rey debía renunciar, pero los gregorianos no estaban de acuerdo con las concesiones que el Papa debía dar; frente a esto el Papa propuso la tolerancia por el bien de la paz. 3. Manifestaciones del apogeo cristiano medieval En este campo se abordan cuatro elementos básicos para conocer la fuerza que tuvo la Iglesia en el apogeo medieval cristiano: el pontificado139, los movimientos religiosos, las cruzadas y la inquisición. 3.1 El pontificado En los siglos XII y XIII, el poder del Papa era indiscutible a pesar del de los cardenales, quienes a partir del siglo XI reemplazaron el sínodo del clero romano como órgano de consulta; bajo Urbano II (1088-1099) el sínodo fue sustituido por el consistorio que inicialmente fue una asamblea solemne y pública judicial, en la cual se reunía el Papa con los cardenales y podían participar clérigos y laicos. Después de Alejandro III (1159-1181), al interior del consistorio comenzó a tomar parte un creciente número de canonistas, con lo cual se demuestra su interés jurídico. La historia del pontificado como institución no puede prescindir del cardenalato140 ya que los cardenales elegían al Papa y se convirtieron en sus colaboradores en el gobierno; desde el siglo XII comenzó a crecer su importancia hasta llegar a la cima con el cisma de occidente y el concilio de Constanza y aunque tenían funciones litúrgicas, las abandonaron para comenzar a desempeñar funciones de gobierno. Debido a esto, los cardenales, que normalmente mantenían el título de la diócesis a la cual pertenecían, fueron llamados senadores. El vestido rojo, dado por Inocencio IV (1243-1254) en 1246 es señal de la unión con el Papa; la concesión de la púrpura, que data del siglo XIII, servía para simbolizar que los cardenales formaban parte del cuerpo papal, ya que sus vestidos eran blancos y rojos. Antes de entrar en materia, conviene conocer algo en torno al derecho canónico y la constitución eclesiástica para comprender mejor el papel desempeñado por los Papas. Desde el Decreto de Graciano (1140), el derecho canónico se fue desarrollando en Bolonia y París. Con un método escolástico los canonistas prepararon un código en forma de glosas, cuestiones, tratados y sumas para la enseñanza académica y los tribunales. Al Papa con las decretales y los concilios con las constitucionales, les correspondió la parte más importante en la actividad legisladora de la Iglesia. Hacia 1234 107 apareció en la legislación eclesiástica, bajo el auspicio de Gregorio IX, el Liber Extra, un código de la Iglesia con carácter oficial, auténtico, uniforme, universal y exclusivo. En la enseñanza del derecho canónico se utilizaban los métodos seguidos en las facultades de teología: la lectio y la disputatio. Posteriormente, nacieron sumas y comentarios destinados a la praxis como manuales. Estos comentarios solían ocuparse de temas parciales (derecho matrimonial, procedimiento judicial, derecho penal, derecho electoral). Los canonistas no desarrollaron una teoría general del poder jurídico o legislativo de la Iglesia, porque se ocupaban de los problemas especiales que surgían del cambio de estructuras. La evolución histórica trajo consigo que la ordenación jerárquica (de institución divina) tuviera la primacía en el pensamiento y acción de la Edad Media, y pasara a segundo término la Iglesia como pueblo de Dios. Por ello, el Papa fue reconocido como maestro, juez y guía de la cristiandad en la acción y gobierno de la misma. Este reconocimiento se hizo en los siguientes aspectos: se estructuró el supremo derecho administrativo del Papa, las canonizaciones fueron reservadas y la elección papal comenzó a ser exclusiva de los cardenales. Se convocaron asambleas generales a las cuales eran invitados cardenales, metropolitanos, obispos, abades y prelados de los cabildos catedralicios y regulares. En estas asambleas habían votaciones deliberativas (cardenales y obispos) y consultivas. La visita ad limina fue hecha obligatoria por Gregorio IX (12271241). Los obispos nombraban oficiales (tribunales) y vicarios generales (administrativos) como representantes personales de oficio. En la organización de la diócesis, el párroco recibía su cargo por institución episcopal o por el patrono de la Iglesia (régimen de patronato), no raras veces también por elección de la comunidad. El clero ocupaba en esta organización un lugar privilegiado respecto de los laicos, formaba una entidad propia, se sentía como minoría selecta. El cabildo catedralicio vino a ser un elemento integrante de la constitución episcopal, estaba compuesto por capitulares que se encargaban del culto en la catedral y el servicio en el gobierno de la diócesis. El cabildo catedralicio vino a ser en este tiempo (siglo XIII) una potencia en la Iglesia y la sociedad. Finalmente, los laicos, que constituyen la masa del pueblo cristiano, fueron aparentemente menos atendidos por la legislación eclesiástica que el clero que gozaba de atención privilegiada. Sin embargo, en muchos casos este derecho regulaba las relaciones del laico con el clero. 3.1.1 El siglo XII Durante este siglo se dieron dos cismas: 1130 y 1159; las causas de estas elecciones se encuentran en las tensiones existentes al interior del colegio de electores, del cardenalato. Cisma de 1130 El pontificado de Honorio II (1124-1130) fue tranquilo a pesar de los problemas que tuvo con los normandos quienes pasaron de aliados a enemigos con Rogerio II de Sicilia, quien desde 1127 comenzó a dominar los feudos papales de Calabria y Puglia; Honorio quiso impedir esta conquista con una expedición militar pero fracasó y capituló a través 108 de una paz con la cual le concedía a Rogerio la región de Puglia. Cuando Honorio II se enfermó, Aimerico lo hizo trasladar de Letrán al monasterio San Gregorio que estaba en poder de los Frangipani; fue constituida una comisión electoral formada por ocho cardenales, de los cuales cinco eran amigos de Aimerico, con lo que sería más fácil hacer una elección unánime y sin influjos externos; es más, la elección se realizaría en la fortaleza San Adriano que sería entregada por los Frangipani, quienes no la entregaron. El cardenal Pedro Pierleoni de Santa María in Trastévere junto con Jonatás, obispo de Cosme y Damián, abandonaron la comisión propuesta por Aimerico, ya que no querían formar parte de una elección dirigida por esta familia. En la noche del 13 de febrero de 1130 murió Honorio II, quien fue enterrado sin los debidos honores y vino la elección del candidato propuesto por Aimerico, Gregorio del Santo Ángel, quien fue elegido por cuatro cardenales en Letrán y tomó el nombre de Inocencio II (11301143). Como fue elegido sin que la mayoría de los cardenales lo supieran, trece cardenales se reunieron y eligieron a Pedro Pierleoni, el 14 de febrero, quien tomó el nombre de Anacleto II (1130-1138). En pocas horas fueron elegidos dos Papas, ambos irregularmente. Las dos elecciones eran criticables, por ello lo más importante es entender la actitud de la Iglesia frente a los papas elegidos. Los rivales se preocuparon por conseguir apoyo de parte de los reyes cristianos. Anacleto entró a tratar con Rogerio II, a quien le fue concedido el sur de Italia, Rogerio prestó juramento feudal y fue creado un estado normando con el cual el pontificado tuvo que luchar posteriormente. Inocencio contó con más fortuna porque Aimerico y sus relaciones con Bernardo de Claraval y el abad Pedro de Cluny influyeron en Luis VI, quien convocó un sínodo (1130) donde Francia lo reconoció y en noviembre de 1130 el Papa recibió en Clermont la obediencia de varios obispos. Enrique I de Inglaterra también apoyó a Inocencio II y bajo el influjo de Bernardo le rindió homenaje; Castilla y Aragón también apoyaron a Inocencio; Aquitania estaba de parte de Anacleto. Aún faltaba el apoyo del rey germano, candidato al trono imperial; en 1125, después de la muerte de Enrique V, fue elegido Lotario III de Sajonia. Ambos Papas buscaron su apoyo, pero Lotario III quiso contar con el parecer de los obispos y príncipes por lo que convocó el sínodo de Wurzburg (1130) donde, bajo el influjo de Norberto de Xanten, fue reconocido Inocencio II. Cinco meses después de este reconocimiento, Lotario III e Inocencio II se encontraron en Lieja donde el rey germano actuó como escudero y mariscal del Papa; allí se trató sobre el viaje de Lotario a Roma para ser coronado emperador pero fue postergado hasta 1132. Mientras tanto, Inocencio II en el sínodo de Reims excomulgó a Anacleto y coronó al rey francés, pero aún no podía regresar a Roma porque Anacleto era defendido por Rogerio. Hacia 1132 hubo una insurrección en Sicilia, Rogerio tuvo que salir de Roma para aplacar la insurrección y Anacleto quedó sin protección por lo cual aceptó la presencia de Lotario y su esposa; en 1133 parte de la ciudad cayó en manos de Inocencio II y Lotario III fue coronado emperador el 4 de junio. A este punto conviene tener presente dos ideas que el nuevo emperador quería tratar: las investiduras y los bienes de la condesa Matilde 109 de Canosa, que fueron reconocidos como propiedad de San Pedro pero dados en calidad de feudo al emperador quien debía pagar anualmente un impuesto. A la muerte de Anacleto II, fue elegido como sucesor Víctor IV, quien a los pocos meses se sometió; de esta forma se superó el cisma de 1130, cuando Inocencio II fue reconocido por la cristiandad. Después de este reconocimiento, ya en 1139 Inocencio convocó el sínodo de Letrán, que pasó a la historia como el X concilio ecuménico y II de Letrán141. El número de participantes en este concilio varía entre 500 y 1000 que provenían de los países cristianos142. En 1139 Inocencio II entró en lucha con Rogerio II, pero la empresa fracasó, el Papa y los cardenales que lo acompañaban fueron apresados y en julio el Papa firmó una paz con Rogerio, en la cual reconoció la dignidad real concedida por Anacleto. A pesar de esto, en el II concilio de Letrán (1139) se puso de manifiesto lo que la Iglesia pensaba y lo que pesaba la preocupación política y religiosa al ser proclamados varios decretos que confirmaban la reforma y excomulgaban al rey. Rogerio comenzó a extender su reino hacia el norte e Inocencio quiso reaccionar porque el rey se estaba apropiando de territorios del estado pontificio. A esta problemática se le suma la reactivación del movimiento comunal romano que buscaba revivir el pasado romano y la destrucción de Tivoli; así estaban las cosas cuando en 1143 murió Inocencio II; a su muerte fue elegido Celestino II, quien estuvo en la sede petrina cuatro meses; posteriormente fue elegido Lucio II (1144-1145) quien fue asesinado cuando se enfrentó con los partidarios del movimiento comunal. Eugenio III (1145-1153) Su pontificado se centró en la lucha contra los musulmanes y los romanos. De la primera se hablará en el tema de las cruzadas; la segunda es clave para entender su ausencia de Roma. A la muerte de Lucio II, los cardenales se reunieron en San Cesáreo Palatino y eligieron al monje cisterciense Bernardo Paganelli de Pisa, abad del monasterio de Cuatro Fuentes, quien tomó el nombre de Eugenio III; tomó posesión de Letrán pero no de San Pedro y fue coronado en el monasterio de Farfa; sólo en diciembre de 1145 logró restablecer la autoridad pero duró poco debido al problema con el movimiento comunal romano. En 1147 viajó a Francia donde fue apoyado por san Bernardo, quien a pesar de no haber sido partidario de su elección, estuvo a su servicio e invitó a apoyarlo para llegar a la reforma de la Iglesia en simplicidad; además Bernardo le dedicó la obra De considerationes que se convirtió en una especie de espejo para Papas y príncipes143. Eugenio estuvo en Francia hasta 1148; allí convocó dos sínodos, París y Riems, donde se trató el tema de Gilberto de Poitiers sin llegar a condenarlo. Después del fracaso de la cruzada regresó a Italia y desde el norte del país condenó a Arnaldo de Brescia, canónigo regular que predicaba contra la mundanidad y riqueza de la Iglesia desde una perspectiva revolucionaria que era apoyada por el movimiento comunal. Rogerio no sometió a Roma que continuaba siendo hostil al Papa y protegía a Arnaldo; por esto el Papa se dirigió a Conrado III, quien a su vez quería ser coronado emperador; sólo en 1151 los príncipes 110 germanos aceptaron la expedición de Conrado a Roma, pero en 1152 murió y con él la esperanza papal para someter el movimiento comunal; con el sucesor de Conrado, Federico Barbarroja, las cosas fueron diferentes. Federico I Barbarroja (1152-1190), hombre mítico y figura imperial medieval, pertenecía a la familia de los Hohenstaufen144; después de ser coronado rey en Aquisgrán por el arzobispo de Colonia, le envió una carta a Eugenio, quien le respondió dos meses después usando una fórmula no tradicional al decirle que para ser rey germano y candidato al imperio debía contar con el favor apostólico. Eugenio no estaba poniendo condiciones porque necesitaba la ayuda para vencer el movimiento comunal, pero este movimiento también le envió a Federico una embajada ofreciéndole la corona imperial concedida por la ciudad de Roma y no por el Papa; el rey percibió las tensiones existentes en Roma y quiso intervenir por lo que envió una embajada para negociar. En marzo de 1153 se firmó el tratado de Constanza aprobado por Federico; este tratado era diferente al concordato de Worms. Fue un tratado bilateral en el cual Federico se comprometía a no firmar la paz con romanos y normandos sin consenso papal, someter los romanos, no conceder territorios italianos al emperador bizantino, luchando contra él en caso de que atacara. El Papa se comprometía a coronar a Federico como emperador, proceder eclesiásticamente contra los enemigos del imperio y anular el matrimonio de Federico con Adela de Vonburg para casarse con Beatriz de Borgoña. Este tratado ha sido juzgado desde diferentes puntos: para unos fue una ventaja para el Papa, para otros fue una ventaja para Federico. El viaje de Federico estaba listo, pero el Papa murió al poco tiempo, su sucesor Anastasio IV murió a los pocos meses de su elección lo mismo que Bernardo de Claraval; con esto se cerró una época. Adriano IV (1154-1159) Era el cardenal inglés de Albano Nicholas Breakspear; llevó una vida de estudiante pobre y fue creado cardenal por Eugenio III, quien lo nombró delegado de los países nórdicos; durante esta delegación la Iglesia nórdica obtuvo la autonomía cuando la diócesis de Trondheim fue separada de Lund. Era una persona enérgica y decidida; procedió contra los rebeldes romanos que defendían a Arnaldo de Brescia, fijó su residencia en la ciudad leonina y cuando los partidarios de Arnaldo atacaron a un cardenal puso en entredicho la ciudad; el senado aceptó las condiciones, exilió a Arnaldo, el Papa levantó el entredicho y tomó posesión de Letrán. Mientras tanto Adriano había enviado una comisión de tres cardenales a Federico, quien de hecho ya se encontraba en Italia. En abril de 1155 Federico fue coronado rey de Italia en Pavía y desde allí buscó contactos con la escuela de derecho de Bolonia a cuyos estudiantes y profesores les concedió el autentica habitat, que se convirtió en la base legislativa imperial que puso a los juristas a favor del imperio. Contemporáneamente Federico había enviado su ejército a Roma y el Papa se mostró escéptico porque quería que Federico hiciera un juramento de fidelidad antes de entrar en la ciudad entregándole a Arnaldo, el rey cumplió: le entregó a Arnaldo quien fue asesinado, quemado y sus 111 cenizas dispersadas. El encuentro entre el Papa y Federico se realizó en Sutri. Como Federico no prestó el servicio de mariscal, el Papa no le dio el beso de la paz; para solucionar este inconveniente se hizo una investigación, después de la cual Federico prestó el servicio de mariscal sin el significado de vasallaje. En esos momentos también llegó a Sutri una delegación del senado romano que pedía el reconocimiento de sus derechos de parte de Federico, en contraprestación el senado le concedería la corona imperial; Federico dio una respuesta negativa con lo cual dejó abierta la puerta para una posible insurrección. Sin perder tiempo, Federico hizo ocupar la ciudad leonina y el 18 de junio de 1155 se realizó la coronación imperial; como los romanos quisieron asaltar la ciudad, Federico la dejó y el Papa quedó desilusionado porque el rey no había mantenido su promesa. Adriano IV inició una expedición contra los normandos, contra Guillermo I de Sicilia; fue un nuevo fracaso para las tropas pontificias, el Papa tuvo que negociar y así se llegó al concordato de Benevento, junio de 1156, que fue favorable a los normandos: el Papa reconoció la unificación del sur de Italia y la existencia de un estado normando145. Esta nueva alianza le trajo algunos problemas con Federico, quien sólo lo reconocía como obispo de Roma imperial y no admitía la participación del pontificado en su coronación imperial; el Papa por su parte decía que los germanos lo querían deponer. Hacia 1157 el conflicto entre Adriano y Federico I se agudizó a raíz de un mal entendido diplomático en Besançon. Adriano había conferido a Eskul, obispo de Lund, el primado sobre Suecia; el arzobispo de Bremen protestó y cuando Eskul viajaba a Roma fue arrestado; el Papa envió al emperador unos delegados; a esta dieta los delegados pontificios llevaron una carta que fue traducida al alemán por Reinaldo de Dassel, quien entendió la expresión beneficia excellentia como la concesión imperial feudal dada por el Papa y Federico actuó para favorecer a los delegados. Cuando iban a regresar, sus maletas fueron revisadas y encontraron instrucciones en las cuales se hablaba del centralismo curial romano; frente a esto Federico reaccionó y ordenó que en adelante para viajar a Roma se necesitaba permiso del obispo o del superior. Adriano se sintió casi solo porque los obispos estuvieron a favor del emperador, se mostró conciliador y le escribió otra carta donde aclaraba la expresión beneficia como una buena acción y no como una concesión feudal. Aquí es importante comprender que la lucha entre el Papa y el emperador era sobre los principios del derecho romano que estaba renaciendo, con lo cual el emperador era heredero de los Césares; se vuelve a antes del edicto de Milán: ya es mucho que el Papa sea respetado. Después de Besançon, Federico inició su segunda expedición a Italia (1158-1159) para imponer su doctrina y en la dieta de Roncaglia reafirmó su competencia para conceder regalías146; con esto el proceso de centralización imperial se iba organizando. Adriano IV quiso excomulgar a Federico pero murió antes de la fecha fijada. Lo importante de estos hechos es la nueva ideología imperial elaborada jurídicamente como una respuesta al concepto de honor imperii en la cual tomaron parte los juristas de Bolonia. 112 Alejandro III (1159–1181) En la elección del cardenal Bandinelli se repitió el cisma de 1130: un partido quería abandonar los conflictos entre reino y sacerdocio, el otro estaba contra el movimiento comunal del norte de Italia y la intromisión imperial. El 5 de septiembre de 1159 se inició el cónclave, cada partido tenía su candidato, el partido imperial presentó a Ottaviano de Monticello, el otro partido presentó a Bandinelli, quien obtuvo dos tercios de los votos y fue vestido con el manto papal tomando el nombre de Alejandro III, Ottaviano protestó y también fue vestido con un manto papal tomando el nombre de Víctor V; ambos salieron de Roma el uno fue coronado en Ninfa y el otro en Farfa; así se llegó al cisma que duró hasta 1177. La Iglesia se vio otra vez en la necesidad de legitimar al Papa; esta dolorosa experiencia condujo a la determinación del III concilio de Letrán de 1179: dos tercios de votantes son suficientes para elegir al Papa. Detrás del cisma existían problemas políticos: o la paz o el enfrentamiento con el emperador Federico, quien, si bien estaba en favor de Víctor V, no se quiso expresar sobre el particular hasta que Francia e Inglaterra lo hicieron. En 1160 fue convocado un sínodo en Pavía donde fueron invitados ambos papas pero como cardenales, Víctor estuvo de acuerdo, pero Alejandro no; tampoco asistieron los obispos franceses e ingleses; Reinaldo de Dassel, obispo de Colonia, manipuló el sínodo donde fue reconocido Víctor V, a quien Federico le prestó el servicio feudal y Alejandro fue condenado. Este sínodo confirmó el cisma y constató que el imperio se estaba disolviendo por las tendencias nacionalistas. En 1160 Alejandro III excomulgó a Federico y a los promotores del cisma, incluyendo a Víctor V, al disolver el juramento de fidelidad de los súbditos del imperio frente a Federico. Debido a las tensiones entre sacerdocio e imperio por legitimar al Papa, surge la importancia de los reyes de Francia, Luis VII, e Inglaterra, Enrique II. Estos dos reinos eran partidarios de Alejandro, los monjes cistercienses también, los cluniacenses favorecían a Víctor V; en el sínodo de Touluose (1160) Luis y Enrique reconocieron a Alejandro con lo cual Hungría y otras regiones italianas también se inclinaron por él, e incluso algunos obispos de Germania. Frente a esta circunstancia Federico tenía que fortalecer el imperio en Italia y convencer al rey inglés para que apoyara a Víctor V, ya que por los problemas en Roma, Alejandro se había trasladado a Francia. En relación al fortalecimiento imperial está la toma de Milán (1162) después de un largo asedio y la destrucción de las fortificaciones milaneses; esta reorganización fue obra de Reinaldo de Dassel, quien obtuvo y trasladó las reliquias de los reyes magos desde el templo San Eustorgio en Milán hasta Colonia, su sede episcopal, a donde llegaron el 23 de julio de 1164. Como el trato con el rey inglés no se realizó, Federico quiso convencer al rey francés, Luis VII, para que apoyara al antipapa Víctor V. Esto se realizaría a través de un encuentro entre los dos papas, el emperador y el rey en Saint-Jean de Laune el 29 de agosto de 1162; cada soberano expondría sus razones, pero Alejandro no se presentó, Luis VII tampoco pero pidió una prórroga, Federico perdió la paciencia y en un sínodo 113 convocado en Saint-Jean Alejandro fue nuevamente condenado; esta condena se convirtió en otro fracaso para Federico quien quería sostener una posición anacrónica, que reforzó la posición de Alejandro, quien tomó la decisión de tratar con Federico, aprovechando la muerte de Víctor V el 20 de abril de 1164 en Lucca; pero no se pudo realizar nada porque Reinaldo de Dassel hizo elegir como antipapa a Guido de Cremona, quien tomó el nombre de Pascual III (1164-1168), sin que el emperador lo supiera. Pascual III, el antipapa, fue sostenido como papa en la dieta de Würzburg donde, paradójicamente, los príncipes y obispos germanos fueron obligados a rechazarlo147. Mientras tanto Alejandro regresó a Roma donde organizó las fuerzas antiimperiales, que dejó en el aire cuando Pascual III llegó a Roma protegido por Federico y huyó a Benevento; en Roma se realizó la segunda coronación de Federico como emperador y su segunda esposa como emperatriz. Debido a una epidemia de malaria que se desató en Roma, de la que fue víctima Reinaldo de Dassel, Federico salió de la ciudad pero en su camino de regreso se encontró con la sublevación de la Liga Lombarda que, apoyada por Alejandro, pedía la liberación del yugo imperial y la restauración comunal; el emperador no fue capaz de vencerlos y los lombardos en agradecimiento construyeron la fortaleza de Alessandria. Con la derrota de Legnano, después de otras excursiones de Federico, esta región se perdió para el imperio148. En el contexto de la lucha entre reino y sacerdocio se abordan dos puntos interesantes: la paz de Venecia y el III concilio de Letrán. La paz de Venecia: el nombramiento del antipapa Calixto III (1168-1178) produjo una situación particular ya que las fuerzas se estaban agotando y con la intervención de los abades de Citeaux y Clermont se comenzó a caminar hacia la paz; entre 1176 y 1177, Federico logró separar al Papa y los lombardos y se originó el tratado de Anagni, donde los obispos alemanes estuvieron de parte del emperador; en este acuerdo Federico reconoció a Alejandro, prometió restituir las regalías tal como estaban en el pontificado de Inocencio II y los bienes de Matilde de Canosa, firmar la paz con lombardos y normandos y desocupar los territorios ocupados del estado pontificio; Alejandro se comprometía a no excomulgarlo y reconocerlo como emperador. En 1177 se llegó al acuerdo cuando una comisión le levantó la excomunión a Federico, quien fue acompañado a San Marcos, allí se acercó al Papa y se postró en tierra, y éste lo levantó y lo aceptó. El 1 de agosto fue ratificada esta paz y el 14 se sancionó; Calixto III se sometió y fue nombrado gobernador de Benevento. El 5 de marzo de 1179 se inauguró el III concilio de Letrán149; de este concilio data, por primera vez, la lista de los participantes, 291, la mayoría era italiana y la minoría procedía de diferentes naciones cristianas católicas, incluyendo los estados cruzados. La decisión más importante hace referencia a la mayoría de dos tercios exigida para la elección papal; esta norma estuvo vigente hasta cuando Pío XII decretó que se exigía dos tercios más uno; también son importantes las decisiones contra quienes vendían armas a los árabes y la cruzada contra los cátaros. Este concilio celebró la victoria de Alejandro III sobre Federico I. En 1181 murió Alejandro III, primer Papa de la burguesía europea, 114 dispuesto a compromisos para no tener grandes pérdidas; su pontificado se caracterizó por el progresivo crecimiento de la centralización curial. 3.1.2 El siglo XIII Entre 1181 y 1198 ocuparon la sede petrina cinco papas, todos ancianos con pontificados cortos. Lucio III (1181-1185) en cuyo pontificado se dio la paz de Constanza, Urbano III (1185-1187), Gregorio VIII (1187), Clemente III (1187-1191), quien coronó como emperador a Enrique VI, hijo de Federico I, y Celestino III (11911198). Inocencio III y el apogeo pontificio Lotario de Segni fue elegido cuando tenía 37 años; de noble familia y gran cultura jurídica y teológica, se educó en Bolonia y París. Fue creado cardenal por Clemente III, Celestino III lo alejó un poco de la curia; cuando fue elegido sólo era diácono, recibió la ordenación el 21 de febrero y el 22 el episcopado. Fue un hombre enérgico, práctico y ordenado, dotado de un intelecto superior con capacidad para captar lo más importante de los asuntos. Su programa se centra en la plenitud de la potestad; esto da a entender que se identificó con su oficio a través de unas rígidas costumbres y una sincera piedad y, consciente de la dignidad de su cargo, no se limitó a llamarse solamente sucesor de Pedro sino vicario de Cristo: el Papa es puesto entre Dios y los hombres con plena potestad, por lo que estaba por encima de cualquier tipo de autoridad con una libertad sin límites. Su programa eclesiológico es importante para conocer su acción. La supremacía papal se aplica por la plenitudo potestatis, una jurisdicción sin límites que tiene como base una razón de pecado. Para lograr este objetivo se preocupó por el ritual de la coronación imperial que desarrollaba el simbolismo de la supremacía papal, expresada a través de algunas alegorías: las dos espadas (Lucas 22,38), el sol y la luna, el ánima y el cuerpo. La actitud del Papa se entiende como consecuencia de un pensamiento frente al creciente deseo de libertad de los reyes; todo parece indicar que Inocencio era un hombre elástico que supo aplicar con rigidez los principios de la reforma gregoriana. Su actividad, que buscaba plasmar la plenitudo potestatis, se sintetiza en las relaciones políticas, la lucha contra las herejías y la reforma de la Iglesia. En cuanto a las relaciones políticas, después de su posesión, invitó al gobernador de Roma a someterse a su autoridad; el gobernador lo hizo y al poco tiempo los barones también. Comenzó un proceso de recuperación de territorios que Carlomagno había prometido a la sede de Pedro; Inocencio tuvo la ventaja de que el poder imperial estaba cayendo en Italia y el sentimiento nacional italiano crecía; así logró adquirir varios territorios como Spoleto, Ancona, Sora (parte de Toscana). Con la anexión de estos territorios se creó una franja transversal que dividía a Italia, estaba fuera del poder imperial y sólo se sometía al Papa; por ello, el verdadero fundador del estado pontificio fue Inocencio III a través de una política de recuperación que refutaba darle al 115 emperador el título de rey de los romanos. El segundo campo de las relaciones políticas es el imperio. A la muerte de Enrique VI en Messina (1197) y su esposa Constanza (1198) le fue entregada la custodia del futuro emperador Federico Rogerio, de acuerdo al coloquio de Francfort de 1196 con los príncipes alemanes. Los príncipes alemanes rompieron el acuerdo de 1196 y eligieron dos reyes: Felipe de Suabia, de la familia de Enrique VI, los guibelinos, y Otón IV de Brunswick de los güelfos; esto provocó una guerra civil de diez años. En mayo de 1199 Inocencio publicó un escrito en el cual mostraba el daño de esta doble elección y amenazó con apoyar a quien lo mereciera; días después los partidarios de Felipe se reunieron en Spira y buscaron el apoyo del Papa quien respondió con un escrito donde afirmó que el Papa debía dar la corona porque el sacerdocio estaba por el encima del reino. Este texto es fundamental para comprender el pensamiento político de Inocencio ya que habla del traslado del imperio como acción papal; en este sentido la santa Sede sería la primera y última instancia, la encargada de entregar la corona imperial. Esta teoría se convirtió en doctrina papal durante el medioevo con dos elementos básicos: era reconocido el derecho de las naciones germanas para elegir al rey pero se afirmaba que el título y la corona imperial sólo la concedía el Papa, con lo cual el emperador era visto como el brazo fuerte del Papa para garantizar la unidad de la Iglesia, toda vez que el emperador tenía unas tareas precisas e incluso actuaba con poder pleno que llegaba hasta donde el Papa se lo permitía; el imperio fue sometido al pontificado. El 5 de enero de 1201 en un consistorio secreto el Papa se pronunció sobre los tres candidatos que se presentaron: Federico Rogerio, Felipe de Suabia y Otón de Brunswick. Lo dicho en este consistorio es conocido con el nombre de Deliberatio que afirma que la contienda por el trono es competencia de la sede apostólica; después de examinar a los tres candidatos con base al derecho, la conveniencia y la oportunidad, Inocencio se inclinó por Otón; los príncipes presentaron una propuesta formal y el Papa contestó con la Venerabilem que entró en el derecho canónico y estuvo en vigor hasta el código de 1917. Inocencio reconoce el derecho de los príncipes a nominar el emperador, pero dice que ese derecho fue recibido de la Santa Sede que hizo el traslado imperial y reafirma que es competencia del Papa la consagración del emperador, porque de resto se corría el peligro de elegir a alguien no digno, y que al pensar en el bien de la Iglesia había optado por Otón. La lucha entre Otón y Felipe siguió adelante, e Inocencio se dio cuenta que con ideas abstractas no se gobierna; se mostró flexible cuando Felipe y sus partidarios ofrecieron algunas concesiones; hacia 1208 quería apoyar a Felipe pero cuando las cosas estaban listas el rey fue asesinado; Otón quiso recuperar su posición aprovechando que las fuerzas estaban diezmadas a raíz de una guerra civil de diez años, y el 4 de octubre de 1209 fue coronado emperador. Después de la coronación de Otón IV, Inocencio se dio cuenta de su error porque el nuevo emperador no cumplió las promesas, y cuando en 1210 se quiso apoderar del reino de Sicilia lo excomulgó y declaró nulos los juramentos. En 1211 los príncipes germanos con el apoyo del rey de Francia, Felipe Augusto, 116 eligieron a Federico Rogerio; esta noticia hizo regresar a Otón IV a Germania; en 1212, después de su coronación en Maguncia, Federico buscó el apoyo papal y en 1213 le ofreció a Inocencio el reconocimiento de los estados conquistados y la potestad para influir en los principados. Estando así los tratados se dio la batalla de Bouvines, julio 27 de 1214, en la cual el rey francés derrotó la coalición del imperio con Inglaterra, Felipe Augusto tomó el águila dorada y se la envió a Federico; en 1215 Federico fue coronado en Aquisgrán cerró la urna de oro que contiene los restos de Carlomagno, tomó la cruz porque su deseo era participar en la cruzada, pero esto ya no lo vio Inocencio. Otro campo de las relaciones políticas se refiere a Inglaterra, donde existía la lucha entre los obispos y los benedictinos porque nueve capítulos catedrales eran comunidades benedictinas; frente a esto, algunos obispos habían creado un segundo capítulo catedral; Inocencio III no había sido claro sobre el tema, pero cuando el obispo de Canterbury creó otro capítulo catedral, Inocencio ordenó la abolición de estos nuevos capítulos, violadores de un derecho que tenían los benedictinos. Si bien algunos obispos protestaron, el rey Ricardo Corazón de León no lo hizo porque necesitaba el apoyo papal para su sobrino Otón IV, pero cuando subió al trono Juan sin Tierra (1199-1216) las cosas cambiaron porque el rey se unió a la protesta; el Papa se mantuvo un tanto tolerante y cuando cambió la situación imperial, comenzó la lucha entre el Papa y el rey. En 1205 el obispo de Canterbury, Hubert Walter, murió, y para ocupar la sede fueron propuestos tres candidatos; fue elegido John de Gray de Norwich, pero era necesaria la aprobación papal y para lograrla fue enviada una embajada a Roma; otro tanto hicieron los benedictinos; Inocencio rechazó ambos, aunque se inclinaba por el de los monjes, a quienes presionó para que en Roma eligieran como arzobispo de Canterbury a Stephan Langton que era su candidato150. Juan sin Tierra se vio ofendido, reaccionó contra la consagración de Langton que el Papa hizo en Viterbo; en 1208 el Papa lanzó el entredicho contra Inglaterra suspendiendo todo servicio litúrgico; el rey se apropió de los bienes de la Iglesia, Inocencio III lo excomulgó y en 1213 le quitó el juramento de los súbditos e invitó al rey francés para que invadiera la isla; en mayo de 1213 Juan sin Tierra aceptó la paz propuesta y convirtió el reino en un feudo papal con lo que Inocencio fue señor feudal de Inglaterra. En junio de 1215 Juan sin Tierra fue obligado a conceder la Carta Magna que aseguraba los derechos en favor de los nobles; no era una constitución democrática sino una limitación de los derechos reales. Para su confirmación el rey se dirigió a Inocencio III quien como señor feudal la declaró nula. Cuando el Papa y el rey murieron en 1216 no se había llegado a ningún acuerdo; este acuerdo se logró con Honorio III a través del delegado Walla y Enrique III el 12 de noviembre de 1216, cuando el papado reconoció la Carta Magna. El cuarto frente de las relaciones políticas es Francia. Inocencio III había estudiado en París y tenía predilección por este reino, pero las relaciones con Felipe Augusto (1180- 1223) fueron tensas debido a la política real a favor del candidato Felipe de Suabia por el trono imperial y su doble matrimonio. En 1193 Felipe ganó para su causa contra los ingleses, al rey danés Canuto IV y se casó con su hermana Ingeborg pero después la repudió; en 1196 contrajo de nuevo matrimonio con Inés de Merant. Cuando Inocencio 117 III fue nombrado Papa exigió la reintegración de la primera esposa y autorizó al delegado Pedro de Capua en 1199 para que decretara el entredicho. Frente a esto el rey comenzó a hacer tratos y en el sínodo francés de Saisson, al cual Inocencio envió dos cardenales, se quiso tomar una determinación, pero después de catorce días de disputas el rey abandonó el sínodo e hizo prisionera a su primera esposa Ingeborg que continuaba alegando sus derechos; en 1201 murió Inés, pero ni aún así el rey regresó a su primera esposa ya que en 1208 pidió la anulación de su matrimonio, en 1212 Inocencio respondió negativamente y en 1213 Felipe le concedió libertad a su esposa pero sin unirse a ella. Finalmente están las relaciones con España. En esta región Inocencio también insistió sobre la cuestión matrimonial. Alfonso IX de León se casó por intereses políticos con Teresa de Portugal a pesar de la consanguinidad existente, por esto fue excomulgado pero no le causó ningún efecto. Cuando entró en guerra contra Castilla se separó de Teresa y para lograr la paz con Alfonso VIII de Castilla se casó con Berenguela con quien también era consanguíneo, y otra vez fue excomulgado. Esto fue lo que encontró Inocencio III quien puso en entredicho el reino y excomulgó al rey, pero las cosas siguieron igual hasta que en 1204 los esposos se separaron. Con Pedro II de Aragón, quien se hizo coronar el 14 de noviembre de 1204, en Roma, comienza el Papa a ser el señor feudal de este reino. Inocencio concedió como sede de la coronación a Zaragoza y como ministro al obispo de Tarragona quien coronaría al rey con una corona enviada por el Papa; todo iba bien hasta cuando llegó el conflicto debido a que Pedro II quiso repudiar a su esposa María de Montpellier. La lucha contra las herejías fue una cruzada contra los albigenses de Francia; durante esta cruzada la actitud del Papa no fue la actitud típica contra los herejes, porque dejó todo en manos de los delegados pontificios Pietro de Castelnou y Arnardo de Citeaux, quienes no pusieron en práctica las exhortaciones papales porque tuvieron una actitud más política que pastoral y en ese sentido su predicación era diferente en relación a la realizada por Diego de Osma y Domingo de Guzmán en España que se centraba en la pobreza. Inocencio exhortó a los príncipes del sur de Francia para que expulsaran a los albigenses pero no tuvo éxito porque el príncipe Raimundo de Tolosa, condado que era feudo de Aragón, era favorable a los herejes. Cuando el 15 de enero de 1208 fue asesinado Pietro de Castelnou por un súbdito de Raimundo, las cosas empeoraron porque el príncipe y el súbdito fueron excomulgados y se le quitó a los súbditos de Raimundo el juramento de fidelidad y fue promulgada una cruzada contra los albigenses. El Papa invitó al rey francés para que tomara parte en esta cruzada, pero no lo hizo porque estaba en lucha contra el rey de Inglaterra Juan sin Tierra; el Papa hizo un nuevo llamado y en esta ocasión los príncipes del norte de Francia respondieron. Cuando se comenzó a predicar la cruzada y los príncipes de norte de Francia se estaban acercando al condado de Tolosa, Raimundo se sometió por lo cual la cruzada se dirigió contra el vizconde de Biziere Carcassone, donde fueron asesinadas unas 15.000 personas entre albigenses y católicos, y el jefe militar, Simón de Montfort, se apropió del condado; posteriormente dirigieron la cruzada contra el condado de Tolosa donde aún seguían los 118 albigenses. Simón de Montfort deseaba la soberanía sobre el sur de Francia apoyado por los delegados pontificios; en 1213 Pedro de Aragón entró en la guerra y acudió al Papa en favor de Raimundo, porque Simón estaba invadiendo terrenos feudales suyos; el Papa actuó con prudencia: desaprobó la actitud de los delegados y prometió una investigación para Raimundo; surgieron nuevos problemas porque los delegados obstaculizaron las decisiones papales ya que consideraban como un error la rehabilitación de Raimundo; Inocencio se dejó convencer por los delegados, retiró sus iniciativas e invitó a Pedro de Aragón para que hiciera la paz con Simón, pero entró en guerra contra éste, siendo derrotado y asesinado en septiembre de 1213; Simón tomó posesión de Tolosa, Raimundo y su hijo huyeron a Inglaterra, y el Papa admitió a Simón como administrador del condado hasta cuando en el futuro concilio ecuménico se tomara una decisión. Simón de Montfort murió en 1218, pero la guerra continuó hasta 1229. En el IV concilio de Letrán, las disputas que hacen referencia a este tema fueron ásperas y eran patrocinadas por Fulco de Tolosa. Se llegó a un compromiso: Raimundo fue declarado hereje y por ello perdía la soberanía, el territorio le fue concedido a Simón, exceptuando la región de Provenza que después de una breve administración eclesial pasaría a manos del hijo de Raimundo. El mayor problema está en que Inocencio no apoyó la forma como los delegados actuaron, pero tampoco los retiró de sus puestos. Otros problemas son: el hecho de abrir la puerta contra movimientos como los campesinos rebeldes del norte de Alemania y la dinastía Suabia; además no se puede negar que a partir de este momento apareció la utilización instrumental de las cruzadas. En lo referente a la reforma de la Iglesia, se dieron varias iniciativas frente al pauperismo y el reconocimiento de su significado; entre éstas está el hecho de atraer a los humillados lombardos, a quienes les fue concedida una regla en 1209 dando origen a una orden con tres ramas, y a los pobres católicos de España, exvaldenses dirigidos por Durando de Huesca, que tuvieron que afrontar serios inconvenientes. Otros grupos de pobres fueron lentamente incorporados hasta llegar a la unión de varios de ellos en la Orden de Ermitaños de san Agustín. Otro elemento es el inicio de las órdenes dominicana y franciscana; la primera aprobada en 1216, la segunda en 1223 por Honorio III. La cima del proceso reformador fue el IV concilio de Letrán (1215) al cual asistieron más de 400 eclesiásticos y cerca de 800 dignidades civiles casi todos embajadores de los reyes, exceptuando al emperador Federico II quien estuvo presente. El discurso inaugural es una interpretación de Lucas 22,15 “deseo ardiente de celebrar esta pascua” entendida como un paso en tres formas: de occidente a la liberación de Jerusalén (cruzada), de la tibieza al ardor (reforma) y de lo temporal a la vida eterna (espiritualidad). El concilio produjo 71 constituciones que cuando fue clausurado, aún no habían sido promulgadas, porque fueron escritas posteriormente; casi todas fueron incluidas en el Corpus Iuris Canonici. Algunas de estas constituciones son: la primera es un símbolo de fe donde aparece el término transubstanciación; las segunda y tercera son contra las herejías. También habla de la reforma eclesial del clero (14-20), la simonía (63-66), los obispos (9-10), la vida religiosa (12-13), la confesión y la comunión una vez al año (21), la 119 legislación contra los hebreos (67-70) que tenía el sentido de buscar la pureza de la fe y no el racismo151. Este concilio fue visto como el triunfo de la lucha pontificia contra las pretensiones imperiales y en favor de la reforma eclesiástica; pero ello fue sólo una ilusión Dentro de las constituciones también se habla de la cruzada, cuando los cruzados fueron convocados para que el 1 de junio de 1217 se reunieran en las costas del sur de Italia donde el Papa se presentaría. Para lograr este fin se dieron algunas normas como: por tres años los sacerdotes debían pagar el 20% de los ingresos, los cardenales el 10% y 33.000 liras de plata, los cruzados no tendrían que pagar nada, y por cuatro años fue decretada una paz para la cristiandad con severas penas de excomunión para quien la violara. Inocencio se trasladó en 1216 al norte de Italia para solucionar los problemas entre Pisa y Génova, pero murió en Perugia en julio de 1216 a los 54 años. Honorio III: primera fase de las tensiones con Federico II Celso Savelli, camarlengo de Inocencio III, fue elegido Papa y tomó el nombre de Honorio III (1216-1227); su objetivo era seguir el camino iniciado por su predecesor: la ejecución de la cruzada, pero antes tenía que superar algunos obstáculos: la lucha entre Francia e Inglaterra y la actitud de Federico II. Murió en 1227 y fue enterrado en Santa María la Mayor. Federico II, rey de Sicilia desde 1197, fue coronado rey de Alemania en 1215 y tomó simbólicamente la cruz sin decir nada pero buscando el apoyo de Inocencio III frente a su rival Otón IV; su voto se venía postergando por la presencia de Otón IV pero después de la muerte de este (1218) siguieron otros problemas, uno de ellos, era su deseo de unir el reino de Sicilia al imperio, que desde 1212 estaba en manos de su hijo Enrique; el problema está en que antes de la muerte de Inocencio III, Federico había renunciado a Sicilia, pero en 1220 en la reunión de Francfort hizo nombrar a su hijo Enrique como rey de Germania; para lograr este objetivo renunció a los privilegios concediendo a los principados eclesiásticos mayor autonomía a través de la Confirmatio cum principibus ecclesiasticis. En 1231 concedió a los príncipes laicos un documento a cambio del apoyo a Enrique, quien sería regente del imperio. Esta política tuvo varias oposiciones contra Enrique de parte de algunas ciudades que querían la libertad; la oposición siguió adelante y en 1235 Enrique fue depuesto y murió en 1242. El 22 de noviembre de 1220 Federico II fue coronado emperador por Honorio III con el compromiso de la cruzada pero surgió el problema de Sicilia, ya que Federico tenía dos estados a título personal y puso su campamento en el Monte Mario; desde allí declaró que renunciaba a la unión de los dos reinos (Sicilia y el imperio), ya que Sicilia era un feudo papal que debía ser administrado por un siciliano. Después de la coronación, Federico renovó el voto de la cruzada para agosto de 1221 y promulgó algunas leyes favorables a la Iglesia: privilegio del fuero, amenaza a los herejes y a quienes los apoyaban y defendían; en resumidas cuentas, casi todas las leyes iban contra las ciudades lombardas y fue producto del deseo papal. 120 Frente al problema de Sicilia, Honorio III esperaba que Federico asumiría la cruzada pero fue desilusionado por los problemas económicos y administrativos de Sicilia. A la muerte de Enrique VI, Sicilia cayó en el caos, y Federico II se empeñó en restaurarlo. Dentro de esta restauración está, en primer lugar la cuestión de los musulmanes quienes fueron sometidos después de largas luchas hacia 1224 y deportados a Lucea, en Foggia, donde les garantizaron la libertad religiosa y les concedieron algunas condiciones favorables. Otros elementos importantes son: la fundación de la Universidad de Nápoles en 1224 y la creación de una flota autónoma después de alejar a los genoveses. En relación a las ciudades lombardas se tuvo la dieta de Cremona en 1226; estas ciudades formaron una liga contra Federico II. La cuestión lombarda es importante por el tema de la libertad de los comunes que estaba unido a la libertad de la Iglesia en el norte de Italia. En marzo de 1226, durante la estadía de Federico en el norte de Italia, le fue concedida, en Rimini, una bula de oro a los caballeros teutónicos con la cual se da inicio a la conquista de Prusia. Gregorio IX: el enfrentamiento con el imperio de Federico II152 Hugolino de Segni era obispo cardenal de Ostia cuando fue elegido; había nacido en Anagni y era familiar de Inocencio III; estudió en París y Bolonia; hábil e inflexible diplomático que quiso dominar con la fe puesta en Dios e intrepidez frente al peligro. Sus relaciones con Federico II eran complicadas y tuvieron como punto de partida: la cruzada, la región lombarda y la cuestión de Sicilia, que fue convertida en un estado moderno con un absolutismo que influía sobre la Iglesia; el problema de Lombardía era el tema de restauración de la soberanía imperial que ni los lombardos ni el Papa deseaban. El regente de Sicilia atacó los territorios de Ancona y Spoleto; Gregorio lo excomulgó y lo atacó con un ejército formado con los fondos provenientes de las rentas eclesiásticas que tenía como insignias las llaves de Pedro. Federico regresó de Jerusalén en 1229 y comenzó un proceso de reconquista respetando los territorios pontificios, en cada ciudad conquistada se hacían procesos y se celebran misas de acción de gracias. Para aliviar las tensiones entre el Papa y el emperador se comenzó a caminar hacia la paz de Ceprano, pero antes se tuvo una reunión de conciliación en San Germán, cerca a Cassino, entre Hermman von Sailzal y el cardenal Tomás de Capua. El 23 de julio de 1230 fue hecha la lectura de los motivos por los cuales Federico había sido excomulgado; Federico aceptó y se sometió a las órdenes de la Iglesia, aceptó el proyecto de paz y perdón en favor de quienes lucharon contra él, se comprometió a respetar los territorios de Ancona y Spoleto; también concedió otros privilegios en favor de la Iglesia en Sicilia, entre los cuales el más representativo es la inmunidad eclesiástica y el fuero eclesiástico especial. El 28 de agosto de 1230 le fue levantada la excomunión a Federico y en septiembre del mismo año el Papa y el emperador se encontraron en Anagni para cerrar el proceso de reconciliación que pensaba acabar con la lucha entre reino y sacerdocio. Este proceso es llamado la paz de San Germán y ha sido vista como una segunda Canosa. 121 La paz de San Germán no solucionó todo, porque dejó abierto el problema lombardo, frente al cual el Papa y el emperador tenían puntos de vista diferentes, ya que el deseo del emperador se convertía para el Papa en un atentado contra la libertad de la Iglesia. El punto central gira en torno a quien tiene la última palabra en cuestiones temporales. El Papa deseaba tenerla, pero Federico II le contestó este deseo. A pesar de ello la paz de San Germán duró cerca de diez años, mientras tanto Federico consolidó el reino de Sicilia con una fuerte burocracia que fue sometida a él; sus deseos los manifestó en la Constitución de Melfi de agosto de 1231; entre los elementos fundamentales se citan: el decreto contra los herejes considerados como enemigos del Estado en consonancia con el pensamiento de Inocencio III, sumisión de feudos y comunes, reorganización fiscal, burocracia con estipendio, administración formada por juristas y políticos, y prohibición de las ordalías; dejó en la sombra la inmunidad eclesiástica lo cual fue visto como peligroso por el Papa, quien descubrió en esta constitución un documento absolutista. Durante estos años, Federico se dedicó a restaurar el poder imperial en Lombardía: en enero de 1232 decretó un bando contra las ciudades de la liga y el 27 de noviembre de 1237 se realizó la batalla de Cortenuova en la cual fue derrotada la liga lombarda y el poder de Federico II llegó al cenit; a esta lucha Federico le quiso dar el sentido de cruzada, pero lo único que hizo fue confirmar los temores de Gregorio IX, quien se sentía amenazado en Roma por un partido imperial compuesto por el pueblo y algunos cardenales; a miembros de ese partido, Federico les envió la señal de la soberanía lombarda, que fue puesto en el Campidoglio a pesar de la oposición de Gregorio IX; este gesto de Federico se entiende como el deseo de hacer de Roma el centro de su imperio con lo cual estaría atacando los intereses del Papa quien lo excomulgó el 29 de marzo de 1239, presentando como motivo la opresión de la Iglesia en Sicilia, que de hecho no era el verdadero motivo ya que el verdadero motivo era la cuestión lombarda; el mismo día de esta excomunión murió el mediador entre los contendientes, Hermman von Sailzal. El 7 de abril de 1239 Gregorio motivó la excomunión contra Federico poniendo en entredicho los lugares donde estuviera; esto trajo consecuencias: la lucha de vida o muerte entre ambos, el fin de los Hohenstaufen, el inicio de una campaña publicitaria. Federico contestó la excomunión acusando al Papa de sostener a los rebeldes lombardos y corromper a los jueces en Milán, por ello se pedía un concilio general que estaría contra el Papa; la respuesta papal también fue fuerte señalándolo como la bestia apocalíptica y precursor del anticristo que habría sostenido que el mundo fue engañado por tres grandes timadores: Moisés, Jesús y Mahoma; frente a estas acusaciones Federico respondió subrayando su fe, su papel de protector de la Iglesia y las leyes que había dado en favor de la Iglesia y contra los herejes. Además de la lucha publicitaria, también se desarrolló la lucha literaria donde se descubrió la importancia de manejar la opinión pública. Gregorio entró en alianza con Génova y Venecia para atacar a Sicilia, pero Federico también tomó medidas rompiendo relaciones con la curia y ocupando los territorios de Benevento, Ancona y Spoleto con lo cual unía casi toda Italia. En febrero de 1240, Federico avanzó contra Roma pero Gregorio supo resistirle al realizar una solemne 122 procesión el 22 de febrero, que dejó impresionados a los asistentes; Federico dio marcha atrás, pero se dio cuenta que la excomunión que pesaba contra él no fue acogida por todos. En agosto de 1240, el Papa convocó un concilio para 1241 y para traer a los padres conciliares, que no podían venir por tierra porque era territorio imperial y el emperador había prohibido cualquier tipo de viaje a Roma, hizo un tratado con Génova ciudad que prestaría las naves; Federico tomó medidas y el 3 de mayo capturó a más de cien prelados que venían en la isla Lirio y los llevó prisioneros a Puglia; esto trajo consecuencias: el concilio no se realizó, la cristiandad reaccionó contra Federico, quien deseó viajar a Roma para invadirla, pero ya en el horizonte se divisaba el peligro de los mongoles. Ninguna cosa se solucionó porque Gregorio murió el 22 de agosto de 1241. Inocencio IV: el fin de Federico II153 A la muerte de Gregorio IX, Federico se retiró a Puglia a esperar la nueva elección, porque entendía que su lucha no era contra el pontificado sino contra Gregorio IX y esperaba la absolución y un tratado de paz. Los doce cardenales, de los cuales dos eran prisioneros de Federico, se reunieron en cónclave que fue largo debido a las discusiones que se presentaron sobre la política a seguir en relación al emperador; el senador Mateo Rosso Orsini encerró a los cardenales en un viejo palacio al sur del Palatino y después de dos meses fue elegido, el 25 de octubre de 1241, Godofredo de Sabina, quien tomó el nombre de Celestino IV y murió el 10 de noviembre antes de ser coronado; los cardenales huyeron de Roma y se demoraron casi dos años para elegir al nuevo Papa, Sinibaldo Fieschi, quien tomó el nombre de Inocencio IV. Este Papa fue quien en 1252 autorizó a los inquisidores eclesiásticos a utilizar torturas, contradiciendo la condena que de este método había hecho Nicolás I en el 866. Inocencio IV era de familia genovesa, estudio en Bolonia donde se formó como canonista; con esta elección Federico se mostró satisfecho porque veía la posibilidad de la paz y la amistad, pero la cuestión lombarda impidió el encuentro; Inocencio quiso hacer de árbitro pero le fue imposible; Federico restituyó algunos territorios pontificios e invitó al Papa a un encuentro, pero Inocencio huyó el 27 de julio de 1244 hacia Génova y posteriormente a Lyon, donde llegó el 1 de octubre; en la vigilia de la navidad, Inocencio anunció un concilio ecuménico para 1245 que se realizaría en Lyon, cuyos temas serían: la ayuda a los lugares santos, el peligro mongol y el problema con Federico. La fuga del Papa fue para Federico un duro golpe; le escribió una relación donde expuso su plan, se puso en contacto con los cardenales pero le fue imposible reunirse con el Papa quien se encontraba atrincherado en una ciudad libre. El concilio de Lyon (1245) tuvo tres sesiones importantes. En la sesión preconciliar realizada en el monasterio San Justo el Papa no recibió a Tadeo de Sueza, enviado del emperador, para presentar su plan, de hecho Inocencio rechazó todas las mediaciones. El 28 de junio fue la primera sesión con la participación de unos 140 prelados, la presencia de Balduino de Constantinopla, los embajadores de Francia e Inglaterra y los generales de las órdenes mendicantes; en esta sesión el Papa hizo un discurso sobre sus cinco 123 dolores: los pecados del clero, la pérdida de Jerusalén, la tribulación del imperio latino de oriente, el peligro de los mongoles y la persecución de la Iglesia de parte de Federico II. En la segunda sesión un obispo que había sido rechazado por Federico II hizo una intervención contra él. Entre la segunda y la tercera sesiones, Inocencio preparó la sentencia de deposición del emperador, la cual fue leída en la tercera sesión el 17 de julio de 1245154; con esta deposición Federico fue privado de todo honor y los súbditos liberados de la fidelidad feudal, fue decretada la excomunión para quienes lo ayudaran, además los príncipes germanos fueron invitados a hacer una nueva elección y el Papa se reservó para sí el reino de Sicilia en calidad de señor feudal; la base de esta bula se encuentra en las luchas y violaciones de los tratados, el sacrilegio por detener a algunos prelados, la sospecha de herejía por su actitud ante la segunda excomunión y el entredicho, la amistad con los árabes y la situación de la Iglesia en Sicilia que no había efectuado el pago feudal. Después vino el enfrentamiento final entre Inocencio IV y Federico II. Inocencio fue más allá de los límites y se presentó como el emperador; la lucha fue dura y desesperada, para Federico era el dilema de ser o no ser. En marzo de 1246, Federico se dejó examinar sobre su fe por una comisión de prelados, el resultado le fue enviado en una bula de oro al Papa porque a Federico le importaba ser tenido como cristiano. Esto no tuvo ningún resultado y ambos contendientes se dieron a la publicidad; Federico denunció las deficiencias en los procesos contra él, contestó el derecho del Papa para destituir al emperador e introducirse en temas temporales haciendo notar que presidir la ceremonia de coronación no se puede entender como potestad para deponer, porque en lo temporal el emperador no tiene a ninguno sobre él, además lanzó la propuesta de una reforma de la Iglesia. Inocencio contestó definiéndolo como precursor del anticristo, diciendo que la riqueza y la mundanidad del clero no serían las únicas cosas para reformar, por ello escribió el tratado Eger cum lenia, proclamó lo dicho en Lyon y rechazó el pensamiento imperial contra la destitución, con esto defendió su poder como juez debido a la facultad concedida al príncipe de los apóstoles que se desarrolla tanto en lo espiritual como en lo temporal. En marzo de 1247 fue descubierta una conjura contra Federico y su hijo Enzo, en la cual algunos cardenales participaron y los que escaparon fueron protegidos por el Papa. De 1247 a 1250 fueron años difíciles para Federico: su hijo fue apresado en Bolonia, en la primavera de 1250 quiso emprender una expedición contra Lyon, pero estando en Castelfiorentino en Foggia se enfermó, el obispo de Palermo, Eberardo, lo absolvió, y el 13 de diciembre de 1250 murió; fue sepultado en Palermo junto a sus padres. Con él se cierra una época y termina el antagonismo entre sacerdocio e imperio; el papado resultó triunfante pero perdió crédito, se laicizó y comenzó a depender de Francia. Federico II encarnó las dotes y los defectos de los emperadores suabos: genial pero absolutista, inteligente pero escéptico y cínico, brillante pero violento y cruel; debido a ello no encajaba en ningún proyecto eclesiástico y por ello se dieron las tensiones con el pontificado por más de 40 años. Con este emperador desapareció el imperio medieval que había nacido con Carlomagno y se había fortalecido con Otón I. 124 Otro aspecto importante de Inocencio IV fue su actitud frente a los mongoles de Gengis Kan y el reino de la horda de oro, el cuarto imperialismo medieval con el cual la Iglesia tuvo que relacionarse; el Papa no envió una cruzada sino una misión de paz y aprovechando un período de tranquilidad se organizaron tres grupos de franciscanos y dominicos para dirigirse a tierra de mongoles pero en direcciones distintas. 3.2 Los movimientos religiosos La edad gregoriana había iniciado un proceso de reforma, buscando la formación del clero y la libertad de la Iglesia; el proceso de reforma monacal había comenzado con Cluny y Lorena. Hacia el 1100 el monacato benedictino no tenía necesidad de reforma y aunque su fuerza inicial se estaba acabando aún tenía un alto nivel espiritual, social y económico; por ello la reforma se entiende como una nueva orientación. Durante varios siglos nadie había dudado que el monacato era la mejor imitación de Cristo y la realización del ideal de la Iglesia primitiva; de hecho los monjes tenían al interior de la sociedad un papel preciso porque eran uno de los órdenes en los cuales estaba clasificada la sociedad: oradores, veladores o defensores y los trabajadores. Además, son indicio de los cambios sociales y la disolución de las categorías sociales. La reforma gregoriana también llegó a los laicos y se fortalecieron tres ideas para entender los movimientos religiosos del siglo XII: pobreza radical, vida eremítica y predicación itinerante; surgió un movimiento religioso que unió los tres elementos al interior de una particular vida común. No todo marchaba por los caminos de la ortodoxia ya que a veces se presentaron tendencias no eclesiales y heréticas, pero no es fácil dar una apreciación justa sobre estos movimientos porque los confines entre la reforma y la herejía eran vagos, toda vez que al interior de una reforma se podía llegar a puntos radicales que destruían la orientación genuina. En medio de los extremos, se ubican los movimientos de reforma como el caso del noble Esteban de Muret (+1124), quien afirmaba que la única y verdadera regla para Dios era el evangelio, ya que las reglas existentes solían caminar por las ramas. 3.2.1 Los eremitas El aspecto más representativo de los movimientos religiosos medievales es la pobreza. Hacia 1100 aparecen en Francia los pauperes Christi quienes vivían una pobreza radical y real, teniendo en la imitación de Cristo el ideal de vida. Utilizaban el evangelio de Mateo cuyos discursos se aplicaban a la Iglesia oficial, estigmatizando a las personas ricas por su hipocresía. Al interior de estos pobres había dos ideales: el predicador, que invita a la penitencia convirtiéndose en guía espiritual y el eremita que busca una vida simple en la soledad y por ello se convierte en modelo. Llama la atención el florecimiento de la vida eremítica, que desde el siglo XI se fue extendiendo por Europa a partir de Toscana y Ravena, como es el caso de san Romualdo (+1026), un hombre carismático y poco teórico que tuvo en Pedro Damián al 125 organizador una congregación de ermitaños cuando escribió para sus hermanos la vida de san Romualdo dando un nuevo modelo para imitar; por ello, los escritos de Pedro Damián son el fermento del ideal eremítico: una comunidad estable que vive en pobreza y soledad. Este nuevo estilo monástico se desplazó de Italia a Francia donde se desarrolló hasta convertirse en un elemento típico de Francia en aquel entonces. El eremitismo francés era menos unido a la idea de la stabilitas loci por lo que se confunde con la idea del predicador itinerante, que vive en los campos y atrae a un crecido número de personas que vivían cerca a él. Tal es el caso de Roberto de Arbrissel (1045–1116), hijo de un párroco quien hacia 1078 estudió en París y recibió la ordenación sacerdotal; en 1095 comenzó como predicador itinerante y en 1096 recibió de Urbano II el mandato de predicar moderadamente; en 1098 fundó una comunidad en Fonterault. Posteriormente fundó otras comunidades que puso bajo la guía de unas viudas que lo habían seguido y continuó su vida como predicador itinerante fundando otras comunidades siempre dirigidas por mujeres. Sus enemigos lo criticaron por violar las normas existentes; entre sus enemigos está el obispo de Reims, quien en una carta manifestó duras acusaciones: la escandalosa familiaridad con las mujeres, sus discípulos lo llamaban maestro y la crítica que hacía a los eclesiásticos. La dirección espiritual e institucional del monacato era vaga y casi siempre comenzó con una fase eremita, pobre y ascética; en cuanto a la regla seguida hay tres elementos: la Regla de san Benito no era aceptada por todos debido a las diferencias institucionales, la Regla de san Agustín era aceptada con menos problemas porque les daba más libertad para su organización, otros escribían reglas particulares porque ninguna de las dos les satisfacía. Un caso particular es Gilberto de Sempringham quien fundó un monasterio donde las monjas observaban la Regla de san Benito, los monjes la de san Agustín y los religiosos no canónigos seguían una regla propia. Es importante tener presente al interior del nuevo monacato la presencia femenina que no siempre fue aceptada por las diferentes congregaciones: los premonstratenses lograron finalmente separarlas, los cistercienses, a pesar de su oposición, las tuvieron que aceptar después de un privilegio que obtuvieron las monjas cistercienses. 3.2.2 Los cistercienses De un grupo de eremitas de Colan surgieron los cistercienses155, quienes se caracterizan por la estrecha observancia de la Regla de san Benito; el centro más conocido fue Citeaux. Las fuentes son partes de algunas cartas papales y episcopales que se encuentran en el monasterio de Molesme. Existen dos textos principales: uno narrativo, el Exordium parvum y otro constitucional, la Carta Caritatis. El Exordium es una introducción al texto constitucional; como tal no forma un texto independiente, sino que hace parte de un cuerpo más amplio que era usado para expresar su ideal. El problema se pone sobre la historiografía porque ambos textos tienen más de una redacción; el Exordium presenta dos redacciones: 1130 y 1135; la Carta también tiene dos redacciones: la primera salió cuando la nueva observancia era practicada en pocos 126 monasterios y fue presentada por Esteban a Calixto II en 1119, la segunda, data de los años comprendidos entre 1165 y 1194 cuando Citeaux ya había cedido el puesto a un capítulo general. Los inicios de Citeaux están impregnados por la acción de los primeros abades. Roberto de Molesme, típico representante del monacato del siglo XI, quien después de salir de varios monasterios y llevar una vida eremita, fundó un monasterio en Molesme; descontento con el camino que tomó esta fundación la abandonó junto con otros monjes hacia 1098 y se dirigió a Citeaux, donde fundó otro monasterio, pero la comunidad de Molesme y los señores feudales de ese lugar obtuvieron, a través de un documento papal, el regreso de Roberto, y allí en Molesme murió en 1111; por este hecho los cistercienses lo consideraron por algunos siglos como traidor. A Roberto lo sucedió el abad Alberico, quien le dio fisonomía propia al instituto aprovechando un privilegio papal de 1100; la forma de vida estaba inspirada en san Benito y creó un scriptorium para procurarse los libros necesarios para la independencia intelectual y litúrgica. El tercer abad fue Esteban, a partir de 1109, tenido como el verdadero fundador ya que le dio un camino a través de la estrecha observancia de la Regla de san Benito (rectitudo, puritas et regula ad litteram); los cistercienses aplicaron esta concepción en los diferentes campos de su vida: liturgia, trabajo, renuncia a los privilegios y construcción de monasterios en lugares desérticos que tenían un templo sin adornos y exclusivamente para los monjes. Las constituciones de la orden fueron fijadas en la Carta Caritatis con tres elementos estables: autonomía abacial como una reacción a la congregación de Cluny, principio de filiación o relación permanente con la abadía madre a través del derecho y obligación de visita canónica, el capítulo general anual de Citeaux que tomaba las decisiones y estaba formado por todos los abades. El hecho más notorio durante el tiempo del abad Esteban fue el ingreso de Bernardo de Claraval en 1113 con 30 compañeros más; este ingreso cambió radicalmente la situación de Citeaux porque le dio origen a un movimiento de expansión; en 1115 Bernardo fue nombrado abad de Claraval y cuando murió en 1153 era padre de 68 monasterios en línea directa y de 164 si se cuentan las fundaciones hechas a través de los árboles genealógicos del Císter. Bernardo de Claraval fue y es famoso no sólo por el hecho de ser abad, sino también por su refinado estilo para escribir, su alta espiritualidad y sus relaciones políticas con los jefes de aquel entonces; fue canonizado en 1174. 3.2.3 Los militares Como se verá en las cruzadas, para la historia de la Iglesia es vital la creación de la jerarquía latina en oriente que tuvo dos patriarcados: Jerusalén y Antioquía, y varias arquidiócesis y diócesis creadas más por cuestión de prestigio que por necesidad pastoral; un problema grave fue el de los patriarcas ortodoxos de las sedes tomadas por los latinos. Hacia los años treinta del siglo XII la Iglesia Latina Oriental contaba con 30 diócesis desde Cilicia hasta el mar Rojo. La presencia de latinos y ortodoxos creó una situación particular porque coexistieron dos ritos, lo cual no era fácil de entender, mucho menos 127 cuando también existían monasterios de ambos ritos. La Iglesia Latina era monástica e importada, porque quienes cuidaban los lugares santos eran en su mayoría monjes y europeos y por ello se dice que su mayor aporte a occidente fue la fraternidad surgida en torno al santo Sepulcro y el nacimiento de dos formas religiosas: hospitalaria y militar. Entre ellos: Hospitalarios de san Juan, Caballeros Teutónicos, Caballeros de san Lázaro y Templarios; los dos primeros aún existen, los dos últimos ya desaparecieron. Los Hospitalarios de san Juan existían desde antes de las cruzadas. Los amalfitanos habían creado un hospital regentado por monjes occidentales de tradición benedictina, que se hacían llamar siervos de los pobres de Cristo y su misión era ayudar a los peregrinos que llegaban a tierra santa. En tiempos del gran maestro Gerardo se convirtieron en una orden con ideales muy cercanos a la reforma gregoriana; en 1113 recibieron de Pascual II (1099-1118) un privilegio, Institutos ad propositus, y bajo el influjo de los Templarios se convirtieron en una orden militar que tenía tres tipos de religiosos: militares, enfermeros y eclesiásticos; hoy en día son los Caballeros de Malta. El hospital que regentaban en Jerusalén se convirtió en un modelo para occidente y cubría sus gastos gracias a las donaciones que recibía de occidente. Los Templarios156 desde el inicio eran militares; su fundador, el caballero Hugo de Payns (+1136), se juntó en 1119 con ocho compañeros para crear una comunidad religiosa de laicos que tenían como objetivo defender los caminos por donde cruzaban los peregrinos que iban hacia Jerusalén. El grupo obtuvo apoyo del rey de Jerusalén, Balduino II, quien les donó como sede un lugar cercano al templo de Jerusalén, por lo que comenzaron a ser llamados hermanos de la milicia del templo. Con el apoyo de Bernardo de Claraval, quien había escrito De laude novae militiae ad militis templi, el sínodo de Troyes (1128) aprobó su regla que en 1130 fue completada por Esteban de Jerusalén. Fue una orden militar que duró hasta que en 1312 Clemente V, bajo presión de Felipe IV el Hermoso, la suprimió después de un escandaloso proceso. 3.2.4 Los canónigos Su fuerza, todavía desconocida, condujo a que las colegiatas fueran vistas desde otra perspectiva. En su historia medieval se dieron algunas fases que se pueden esquematizar en tres ideas básicas. La distinción entre monjes y canónigos data de la reforma carolingia cuando el obispo Crodegango de Metz escribió una regla para canónigos y después del sínodo de Aquisgrán se publicó la Institutio canonicorum o Regla de Aquisgrán; según estas normas, los canónigos no estaban obligados a un voto particular, ni a la pobreza personal; vivían una vida común no muy rigurosa y una liturgia solemne en un templo propio. El concilio de Letrán de 1059 presentó el ideal de la vida común con pobreza personal al estilo de la primitiva Iglesia. Este ideal no era novedoso porque en Germania ya se practicaba, como el caso de Bamberg y Heilsdesaing antes de la reforma gregoriana; en Francia e Italia las cosas eran diferentes porque como no existía el apoyo de los monarcas, algunos obispos y eremitas apoyaban este movimiento como el caso de Juan 128 de Cessena, quien hacia 1042 reformó el clero de su diócesis a través de un documento que presentaba una teología de la vida clerical ubicada entre laicos y monjes para ser más cercana a los apóstoles. Las ideas de Ravena fueron difundidas por Pedro Damián quien proponía renunciar a san Benito para regresar a la vida apostólica. Este modelo fue tomado por Gregorio VII quien fue el promotor de la “monaquización” de los canónigos. A finales del siglo XI no se alcanzó mucho éxito debido al problema de las investiduras. Con Urbano II (1088-1099), se dio el paso decisivo porque puso bajo protección pontificia algunas colegiatas, asignándoles a los canónigos un papel particular, tal como se expresa en un privilegio que en 1092 fue concedido a la colegiata de Rottenburg; en este documento aparece por primera vez una referencia explícita a la Regla de san Agustín, que hasta ese entonces había desempeñado un modesto papel en la vida religiosa. Urbano II presenta a san Agustín como el autor de una regla que se debe observar, la cual estaba formada por dos partes: el preceptum y el ordo monasterii. El primero es una orientación espiritual, el segundo es una serie de normas ascéticas: ayuno, silencio, trabajo, oficios corales, ordenación litúrgica; según Verheijen, el precepto fue escrito por san Agustín, el ordo por Alipio157; en los siglos XI y XII, ambos textos eran considerados de san Agustín y debido a esto comenzaron los problemas porque algunos solamente aceptaron el precepto y tomaron el nombre de “orden antiguo”, otros aceptaban las dos partes y tomaron el nombre de “orden nuevo”; en Germania fueron aceptadas ambas partes, en Francia, Italia y España solamente el precepto. Dentro de los canónigos se destacó Norberto de Xanten, nacido en 1080 y destinado desde la infancia al estado clerical, siendo canónigo de San Víctor; en 1115 sucedió un cambio, se hizo ordenar sacerdote y comenzó su vida como predicador itinerante dirigiéndose a Germania; como allí fue conminado a presentarse a un sínodo, se retiró a Francia donde recibió permiso de Gelasio II (1118-1119) para predicar; en Nantes, cuya colegiata reformó, reunió algunos discípulos y con el permiso del obispo se dirigió a un campo y hacia 1120 fundó en Premontrè una comunidad de canónigos eremitas; en 1121 esta comunidad comenzó a vivir bajo la regla agustiniana, conocida como ordo monasterii, algunos en los monasterios dobles, que fueron abolidos en el capítulo de 1140. Después de 1121 Norberto continuó su predicación itinerante, fundó otros monasterios y en 1126 fue nombrado arzobispo de Magburgo; este hecho cambió su vida y la de la orden, ya que se convirtió en un obispo imperial que no se preocupó más por su fundación, por lo que se ganó varios enemigos, para quienes era un traidor del ideal del “pobre de Cristo”. Como obispo encargó la predicación en su diócesis a varias comunidades premonstratenses, quienes junto con los cistercienses extendieron el influjo occidental al oriente de Europa. Murió en 1134, después de llevar una vida que sembró inquietud en su época. 3.2.5 Los mendicantes Hacia el siglo XIII en la sociedad europea todo cambiaba y la progresiva riqueza creó un ámbito de materialismo al cual los movimientos paupertistas se opusieron; algunos de estos movimientos llegaron a la herejía, otros dieron origen a las órdenes mendicantes que nacieron en este contexto: franciscanos, dominicos, carmelitas y agustinos, casi todas 129 dedicadas a la predicación. Inocencio III se empeñó desde el comienzo de su pontificado en renovar la vida monástica de la Iglesia, ya que las abadías benedictinas se encontraban en crisis económica y religiosa, lo mismo que las órdenes reformadas del siglo XII: cistercienses y canónigos regulares; por eso las órdenes mendicantes pueden ser vistas como un aspecto de la reforma eclesial propuesta por Inocencio III. Entre las características de los mendicantes: pobreza individual y colectiva, actividad pastoral y no estabilidad monacal, gobierno central, formación metodológica y teológica, y la creación de una tercera orden de laicos que colaboraban en el ministerio. El mérito consistió en hacer propia la idea de una vida simplemente evangélica en Europa, compatible con la sumisión al pontificado, y transformar la práctica pastoral porque los nuevos monjes iban al encuentro del hombre para persuadirlo, por esto los templos de los mendicantes eran espacios donde los ciudadanos se podían reunir y a veces se daban predicaciones públicas; de ahí que los conventos sean típicos de las ciudades medievales. Además, desarrollaron la filosofía y la teología impulsando la piedad cristiana al punto que los franciscanos cambiaron la idea de cruzada en la práctica del vía crucis. De estos años data el conocido dístico: Benedicto prefirió los montes, Bernardo los valles, Francisco las ciudades pequeñas y Domingo las grandes. Finalmente, “mientras los cluniacenses, los cistercienses y los premonstratenses habían respondido a la sociedad feudal sobretodo en el mundo agrícola, y las órdenes de caballería habían tratado de asumir una tarea semejante en la coyuntura excepcional de las cruzadas, las órdenes mendicantes tuvieron que responder a los retos anteriores y además a otras dos necesidades que empezaban a plantearse: la predicación y el testimonio religioso en el mundo urbano y la predicación y el testimonio religioso frente a las primeras herejías del mundo medieval”158. Dominicos Domingo de Guzmán nació en Caleruega hacia 1170 y murió el 6 de agosto de 1221 en Bolonia; fue canónigo de Osma y siguió a su obispo Diego de Osma en la predicación contra los albigenses hacia 1205. En 1207 Diego regresó a Osma y Domingo siguió adelante con lo cual se llega a la primera fase de la creación de los dominicos al fundar una casa para convertidos en Proville (1207) que después terminó siendo un convento femenino. La segunda etapa se desarrolla desde esta fecha hasta el IV concilio de Letrán (1216): la mayoría de los primeros compañeros de Domingo era de Tolosa, cuyo obispo había confirmado la fundación; el obispo de Tolosa y Domingo asistieron al concilio e Inocencio les concedió la aprobación después de que Domingo optó por la Regla de san Agustín. Después vino la tercera fase entre 1216 y 1217 Domingo regresó a Roma y obtuvo de Honorio III dos bulas que confirmaron la orden enfatizando que el monasterio de Tolosa era para predicadores itinerantes, por ello Domingo envió a sus compañeros dejando algunos pocos en Tolosa; en Roma les fueron concedidos los templos San Sixto y Santa Sabina, que desde entonces conforman la sede del maestro general. Los primeros capítulos generales celebrados en Bolonia entre 1220 y 1221 son importantes por las 130 constituciones. Las ideas que animan el carisma dominico son: la vida evangélica y la predicación apostólica a lo cual todo se debe someter, de aquí el estudio, la pobreza, la oración y la vida común. Por el estudio atrajo a los universitarios de aquel entonces a quienes impulsaba a que se mantuvieran al tanto de las corrientes del momento; de ahí que todo deba ser sometido al estudio y el apostolado. La pobreza era vista como el medio eficaz para remediar la situación de la Iglesia pero sin llegar al radicalismo franciscano. La intención de santo Domingo era renovar la predicación de la doctrina de la fe partiendo de la teología y por ello sus compañeros venían de las universidades como su sucesor, el beato Jordán de Sajonia (1222-1237) que había estudiado en París y luego Raimundo de Peñafort (1238-1240). También venían vocaciones de los dirigentes de la burguesía. Como la constitución recalcaba pobreza, ayuno, abstinencia, penitencia y elementos tomados de la vida mendicante de los cistercienses, Gregorio IX e Inocencio IV colmaron de privilegios a la orden y se valieron de ella para la organización de la inquisición. De una cofradía de laicos de la milicia de Cristo nació la orden tercera. Franciscanos En relación a las fuentes se distingue entre los escritos de Francisco y los escritos franciscanos. Los escritos de Francisco se pueden clasificar, de acuerdo al género literario, en: reglas y admoniciones, cartas y oraciones e himnos. Existen dos reglas: la no bulada de 1221 que si bien no fue aprobada por la santa Sede es importante para entender el desarrollo del movimiento franciscano entre 1210 y 1221; y la bulada de 1223 con lo cual Honorio III aprobó la orden franciscana, esta regla es tenida por los estudiosos como una obra de equipo. El testamento de 1226 es un texto discutido. Las biografías sobre Francisco son de dos tipos: las oficiales y las no oficiales. Las oficiales nacieron por voluntad del Papa o del gobierno de la orden; entre ellas están: las dos biografías escritas por Tomás de Celano, una con motivo de la canonización de san Francisco (1228-1229) y la otra por orden del capítulo general de 1244 (1246-1247), la primera presenta a Francisco en su realidad concreta, la segunda hace de Francisco un mito porque es una visión hagiográfica; las dos biografías escritas por san Buenaventura, una es la Leyenda Mayor (1260-1262) escrita en París cuando la tensión entre los espirituales y la comunidad amenazaba con destruir la unidad, la otra es la Leyenda Menor que es una abreviación de la Mayor con el fin de leerla en el oficio divino. Estas dos biografías exasperan el tema hagiográfico, que fue reforzado cuando el capítulo general de 1266 ordenó la destrucción de las vidas anteriores exceptuando las biografías escritas por san Buenaventura. Debido a esta orden se puede hablar de biografías no oficiales en cuanto que algunas de las biografías anteriores siguieron con vida; entre éstas: Leyenda de los tres socios que ha dado origen a varias discusiones franciscanas y Recopilación de Asís, una serie de episodios, conocida como Leyenda Antigua. Otro tema importante y espinoso es la conversión de Francisco; al respecto hay dos teorías. De acuerdo al testamento, su conversión comenzó con su experiencia en medio 131 de los leprosos. Frente a esta teoría se habla de un proceso realizado entre 1204 y 1208 cuando Francisco entró en la Porciúncula y escuchó el texto de Mateo 10,1-13 que entendió como un programa de vida por lo cual se despojó de su hábito eremítico; en el transcurso de estos años Francisco tuvo varias visiones. Estas teorías dan a entender que Francisco puede ser modelado de acuerdo a los tiempos. En relación al ideal franciscano y su posible fallo, se presentan dos actitudes. La primera: en el fondo el ideal solamente lo podía vivir como lo entendía Francisco y ningún otro por lo cual es normal que los sucesores hayan hecho modificaciones, de hecho Francisco sólo quería un movimiento religioso para presentar y predicar el evangelio desde la pobreza concreta; la santa Sede quiso canalizar este movimiento y terminó fundando una orden nueva. La segunda: parte con la bula de Gregorio IX (28 de septiembre de 1230), que le quitó al testamento de Francisco la fuerza que el santo exigió a sus religiosos frente a la pobreza permitiendo que los franciscanos pudieran usar los bienes que les regalaban o iban consiguiendo; esta bula se convirtió en el punto de partida de la división al interior del franciscanismo: los espirituales, fieles al ideal de Francisco, se identificaban con el Cristo sufriente y hacían de la pobreza la clave de su lucha incluso contra la orden y los Papas; los conventuales, más orientados hacia el apostolado, el estudio, las parroquias y las universidades y con gran cultura, aceptaron sin mayores oposiciones, la bula gregoriana. La pregunta sigue en pie en torno a quien tiene la razón en relación a la vivencia del ideal franciscano, si los espirituales o los conventuales. Los primeros, por fidelidad a las raíces rechazaron la Iglesia; los segundos, aceptaron la Iglesia pero los orígenes quedaron muy atrás. Agustinos La Orden de san Agustín tuvo su origen en la fusión de grupos eremíticos radicados en lo que hoy es el centro de Italia. Los avances sociales hacían que el sistema de vida llevado por los ermitaños quedara descontextualizado ya que la vida religiosa caminaba hacia una mayor inserción social, un apostolado más intenso y una organización centralizada; este proceso, unido al esfuerzo para contrarrestar las herejías, fue favorecido por la santa Sede. Un paso más en este proceso de fusión fue la intervención de los obispos y la Curia Romana en la vida de los grupos eremíticos de las regiones de Romagna, Toscana, Las Marcas y Umbría al obligarlos a elegir una de las tres reglas monásticas que habían sido aprobadas, teniendo presente los cánones conciliares del IV de Letrán. Entre 1225 y 1244 adoptaron la Regla de san Agustín los discípulos del beato Juan Bueno, las comunidades ligadas al yermo de Brettino, los guillermitas y un grupo de 44 yermos toscanos, que se habían unificado en 1244. El proceso evolutivo hacia la Gran Unión fue decisivo en cada uno de los grupos porque todos experimentaron una discreta expansión, se abrieron al apostolado y al sacerdocio. En 1255 la Curia Romana decidió acelerar esa evolución y en julio de ese año Alejandro IV (1254-1261) ordenó a toscanos y guillermitas que enviaran a Roma un par de delegados de cada casa para tratar “ciertas cosas saludables”. Esta invitación fue 132 extendida a los ermitaños del beato Juan Bueno, Brettino y Monte Favale. El capítulo tuvo lugar en marzo de 1256 en el templo romano Santa María del Pueblo; en él los cinco grupos renunciaron a su autonomía y se fusionaron para dar vida a una nueva orden religiosa la Orden de Ermitaños de san Agustín, que vestiría de negro, se dedicaría al apostolado y no podía poseer bienes terrestres; el 9 de abril el Papa ratificó los acuerdos del capítulo a través de la bula Licet Ecclesiae; el cardenal degli Annibaldi nombró general a Lanfranco de Milán. La escolástica y la universidad Al interior de las órdenes mendicantes se ubica el desarrollo de la escolástica y las universidades, teniendo presente que el período de la cultura medieval culminó en el siglo XIII debido a tres factores: el descubrimiento de la enciclopedia aristotélica compuesta por comentarios y tratados de filosofía natural (traducciones, comentarios); rápida organización de las universidades, que junto al Papa y la autoridad secular conforman los tres poderes del mundo medieval; y la contribución de las órdenes mendicantes. Las estructuras que contribuyen al concepto de universidad medieval, sólo se desarrollaron en París, Bolonia, Oxford y Nápoles. En Bolonia los profesores pertenecían a la burguesía; en 1224 la santa Sede pudo imponerse en la vigilancia de la universidad, cuya característica seguía siendo que los estudiantes y no los profesores se asociaban. En París se asociaron profesores y estudiantes; esta universidad nació de la escuela catedralicia de Notre-Dame por la fusión de asociaciones de maestros y estudiantes; hacia 1222 se distinguía en medicina, teología, artes liberales y derecho (canónico). En 1217 se establecieron los dominicos y dos años más tarde los franciscanos; Inocencio IV en 1231 le dio sello propio y con ello existencia legal. Académicamente sólo trabajaba la ética de Aristóteles y el organón. Oxford se desarrolló en Inglaterra como tercer centro universitario de occidente, donde se abrió paso al aristotelismo; a diferencia de París, las órdenes mendicantes, sobre todo los franciscanos, pudieron imponerse fácilmente en la facultad de teología; allí se estudiaba la metafísica y la filosofía natural. En Nápoles se tradujo y se filosofó y como fruto de esta actividad hubo una multitud de obras literarias, incluyendo las traducciones de los escritos de filósofos árabes como Alfarabi (+950), Avicena (+1037) y Averroes (+1198), y judíos como Maimónides (+1204). Las universidades citadas tenían en común una estructura fundamental que recordaba a las escuelas catedralicias. En la vida de estas universidades los maestros debían pertenecer al clero, excepto Bolonia. Al principio la enseñanza debía impartirse gratis, por lo menos en artes y teología; la medicina y el derecho se pagaban. Poco a poco se impuso la costumbre de elevar las tarifas de los estudios con lo que los maestros obtenían prebendas (renta anexa a una dignidad eclesiástica) lo mismo que los estudiantes. Falta de dinero y espacio imperaba en las grandes universidades, lo mismo que escasez de alojamiento y lugares para enseñar. Mientras decaían las escuelas monásticas y capitulares, las universidades vinieron a ser durante el siglo XIII lugares privilegiados de la ciencia filosófica y teológica, medicina y derecho. La teología del siglo XIII se dividió 133 por la tendencia conservadora de la escuela de Pedro Lombardo donde se compusieron sumas teológicas y trabajos menores de carácter litúrgico, homilético y pastoral; este siglo se puede calificar como una época de cultura filosófica y teológica, la edad de oro de la metafísica en la cual la teología comenzó a ser especulativa. Cada orden mendicante iba creando una escuela o línea de pensamiento con sus respectivos maestros. Entre los franciscanos se distinguen tres fases: la primera, los discípulos de Alejandro de Hales, la segunda, san Buenaventura, y la tercera, Duns Scoto. La escuela dominica antigua comenzó con Ronaldo de Cremona; en esta escuela la tendencia aristotélica fue fundada por Alberto Magno quien recibió el título de Doctor Universalis porque dominó la filosofía, las ciencias naturales y la teología, y escribió comentarios a los libros de Aristóteles; su Summa de creaturis contenía la ética sistemática, los sacramentos y la escatología y muchas de sus obras menores trataban cuestiones dogmáticas de mariología y doctrina cristiana. Tomás de Aquino es el representante cumbre de la escolástica y de la escuela dominica, fue discípulo de Alberto Magno, su obra literaria puede dividirse en: comentarios filosóficos de las obras más importantes de Aristóteles; comentarios bíblicos; comentarios teológicos a las obras de Boecio (De Trinitate, De hebdomadibus), PseudoDionisio (De Divinis nominibus) y Pedro Lombardo (Liber Sententiarum); obras de síntesis teológica: las dos sumas; disputas académicas; obras menores: filosóficas, teológicas, apologéticas en defensa de las órdenes mendicantes, litúrgicas y homiléticas. Poseía un conocimiento universal de la tradición patrística, pero su exégesis se reciente por su ignorancia del griego y el hebreo. Tomás fue un maestro de vida espiritual. La contribución de Inglaterra a la historia de la escolástica se mantuvo en la línea continental. El más grande de los teólogos ingleses es Duns Scoto (1266-1308), quien estudió y enseñó en Oxford y París; como franciscano permaneció ligado a la tradición agustiniana pero su aristotelismo ecléctico fue mucho más allá de Buenaventura; se esforzó por mantener la unidad de fe y saber y logró una síntesis de metafísica y teología con lo que la vida científica se enriqueció. 3.3 Las Cruzadas159 Sobre las cruzadas existen dos vías de investigación histórica: como una acción eclesiástica por lo que es importante estudiar las motivaciones políticas y las expectativas espirituales; la otra vía las ve como un movimiento independiente del pensamiento papal. Existen dos datos que crean problemas para hacer un juicio sobre ellas: ningún Papa fue comandante de una cruzada y la mayoría de los participantes iban por voluntad propia. Esto da a entender que las cruzadas no pueden ser definidas como una organización política y militar para hacer una guerra promovida a través de indulgencias; por ello, conviene conocer las ideas teológicas que lo animaron. No está de más advertir que el término cruzada fue acuñado en la modernidad y nunca se usó en el medioevo; en aquel entonces se utilizan los términos: peregrinación, paso, viaje o expedición a ultramar160. Además, estas expediciones fueron vistas como la manera que tuvo la Iglesia occidental y 134 el cristianismo en general para relacionarse con el islamismo, tercer imperialismo con el cual la Iglesia Latina se encontró en la Edad Media (siglos XXIII) dando una respuesta a la guerra santa islámica que unía religión, política y guerra. Incluso se podría pensar que frente a las invasiones, incursiones y opresiones islámicas, en algún momento concreto la cristiandad tuvo que dar una respuesta bélica; pero esa no es toda la verdad porque la cristiandad organizó las cruzadas cuando tenía capacidad para defender y devolver el golpe que durante cinco siglos (VII-XI) había recibo. 3.3.1 Ideología de las cruzadas El nuevo concepto de guerra y milicia de Cristo. La Iglesia había distinguido entre militia Christi y militia secularis, la primera era la lucha espiritual contra el mal; la segunda, el servicio militar que implicaba los servicios al emperador. Esta desconfianza hacia el servicio militar continuó hasta el medioevo, cuando surgió la idea de la guerra justa, es decir, por defensa; hacia el año mil la base teórica cambió cuando se comenzaron a presentar las excepciones que hablaban de una guerra justa, incluso cuando se atacaba como el caso de la reconquista española y las luchas contra los sarracenos. Con Gregorio VII esta diferencia comenzó a desaparecer, ya que el uso de las armas para luchar por la fe cristiana fue vista como parte de la milicia de Cristo. Los intereses de la caballería europea, principalmente francesa. En Francia existía una multitud de pequeños nobles que deseaban tener su ejército privado; dentro de esta aristocracia estaban los caballeros, quienes, al haber alcanzado este nivel social, querían dejarlo a su descendencia; como sus propiedades eran pequeñas y no se debían dividir surgieron las fraternidades para garantizar la unidad de la propiedad que sería para los hijos; al estar garantizada la unidad se buscaba ampliar la propiedad, lo cual se hacía a través de las pequeñas guerras particulares que condujeron a una difícil situación económica. Frente a esta situación económica los jóvenes de estas familias tenían como alternativas: el monasterio, la ampliación de la propiedad, o ganarse la vida como caballero; por esto se entiende que algunos caballeros franceses siguieron a Guillermo el Conquistador en 1066 o participaran en la cruzada de los españoles contra los sarracenos en 1064. Esto da a entender que la idea de cruzada no está ligada a la conquista de la tierra santa, sino a los territorios que estaban en poder de quienes no eran cristianos. La peregrinación para expiar las culpas. La peregrinación a lugares santos es típica del medioevo cuando se visitaban las tumbas de Pedro y Pablo, Martín, Santiago y los Reyes Magos; según esto, las cruzadas serían el deseo de visitar la tierra santa. Si se tiene en cuenta la primera idea, milicia de Cristo, y la peregrinación, se encuentran dos conceptos importantes para entender las cruzadas como una peregrinación armada, es decir, una empresa de penitencia y defensa de la fe para combatir a los no cristianos. El deseo de unión con la Iglesia bizantina a través de una campaña militar contra el islamismo. Gregorio VII, en 1074 le escribió una carta a Enrique IV explicándole la idea de una ayuda militar a oriente, al frente de la cual se pondría él, dejando la protección de la Iglesia en manos de Enrique. Este deseo de unión con oriente también se encuentra en 135 Urbano II y otros Papas; pero todo terminó cuando los occidentales conquistaron a Constantinopla en 1204. Las cruzadas como un movimiento escatológico realizado por los pobres y los campesinos. Hacia el siglo XI se vivía una tensión apocalíptica y por ello se esperaba el fin de los tiempos, que vendría después del Anticristo; junto con el fin de los tiempos estaría el triunfo definitivo de Cristo y el establecimiento del Reino de Dios, un reino que tendría su punto de partida en Jerusalén, reconquistada por los cristianos y de la cual serían herederos los pobres y los campesinos, es decir los pobres de aquel entonces. 3.3.2 El nacimiento del movimiento de las cruzadas El nacimiento de las cruzadas tuvo su origen en la petición de ayuda que el emperador Alejo I le hizo a Urbano II porque desde 1089 ya existían contactos entre Roma y Bizancio, y, debido a la debilidad militar de Bizancio, existían mercenarios occidentales en el ejército bizantino. El culmen de las peticiones hechas por Alejo llegó con una embajada que se presentó en el sínodo de Piacenza en marzo de 1095; el emperador solicitaba la presencia de algunos soldados, pero el Papa y sus consejeros entendieron otra cosa y no se llegó a ningún acuerdo. De Piacenza Urbano se desplazó a Francia, a Le Puy, donde era obispo Adhemar de Monteil, y desde allí convocó el sínodo de Clermont para noviembre de 1095. El sínodo de Clermont, del 14 al 28 de noviembre de 1095, convocado para la reforma de la Iglesia pasó a la historia cuando el 27 de noviembre el Papa pronunció un discurso con el cual convocó la cruzada. Si bien no existe el texto original, los cronistas hablan de este discurso y al confrontar las fuentes se encuentran ocho ideas básicas: necesidad de ayudar a los cristianos en oriente, descripción de los sufrimientos de los cristianos en oriente, la santidad espiritual de Jerusalén, la cruzada como una obra de Dios, las indulgencias, la lucha contra los bárbaros y los infieles, la promesa de una recompensa terrena y eterna, y combatir bajo la guía de Dios. En este orden de ideas, el discurso de Urbano II se convirtió en un eco inesperado de las ideas que se venían gestando desde antes. Una carta dirigida por el Papa a los cristianos de Fiandra en febrero de 1096161 que habla de la ayuda a los cristianos en oriente es la clave de interpretación para entender las cruzadas, con base en dos ideas fundamentales el modelo de la reconquista española y las indulgencias. En relación a la indulgencia, el viaje a tierra santa para liberar la Iglesia no era para conseguir honor y dinero sino para hacer penitencia, obteniendo de este modo la indulgencia temporal; esta indulgencia se refiere al aspecto de la confesión que se debe hacer en el contexto del sacramento de la penitencia, pero no al aspecto sobrenatural, es decir, a la remisión espiritual del reato de culpa posterior a la muerte. Con la predicación popular de las cruzadas esta distinción teológica desapareció y se llegó a dos ideas diferentes: una en el pueblo y otra en la jerarquía, ya que mientras para el pueblo era muy atractivo descontar penas con una aventura que se desarrollaría en oriente, en Jerusalén, para el Papa lo importante era hacer de la cruzada un retiro penitencial. La 136 más reciente doctrina sobre las indulgencias, data de Pablo VI162 quien afirma que la indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal de los pecados perdonados a través del cumplimiento de unas condiciones que son presentadas por la autoridad apostólica. El entusiasmo despertado en los países latinos cambió todo hasta el punto que el Papa perdió el control de la situación, a ello se le suma que se comenzaron a dar privilegios a quienes participaban en las cruzadas. Los cruzados debían cumplir algunas obligaciones: llevar una cruz roja sobre su vestido, hacer el voto de juramento de ir a Jerusalén, cumplir con los requisitos estipulados; entre los privilegios dados a los cruzados se citan: la indulgencia, la protección de los bienes y la postergación del pago de las deudas. 3.3.3 Las peregrinaciones armadas163 La historia habla de varias cruzadas oficiales hasta 1270 sin contar las no oficiales, como la de los niños que se realizó en 1212 con un fracaso rotundo porque los pequeños fueron embarcados y llevados al norte de África, donde fueron vendidos como esclavos, y otras cruzadas como el caso de las que se realizaron en España y los Países Bálticos y la que se realizó contra los albigenses. En las cruzadas se encuentra que casi todas son reacciones occidentales frente a los peligros que amenazaban a los francos en oriente, exceptuando la primera. En cuanto a la primera, es importante conocer que para los musulmanes el mundo está compuesto por dos casas: la del islam y la de la guerra; en la primera viven los convertidos, en la segunda quienes deben ser conquistados y convertidos. La casa del islam era formada por España, Sicilia, África del Norte, Siria, Irán, Irak y Asia Central, pero se encontraba dividida por el cisma debido a la presencia de dos grupos fuertes: los sunnitas que tenían el centro en Bagdad y los shiitas descendientes de los fatimistas que tenían su centro en El Cairo. A través de una serie de acuerdos, bizantinos y musulmanes convivieron en una cierta paz, pero cuando los turcos seljúcidas se presentaron y conquistaron Bagdad y parte de Asia Menor, las cosas cambiaron porque a partir de la creación del sultanato de Al-rom, que tenía a Iconio como capital, los pueblos cristianos de Palestina y Asia Menor comenzaron a caer en su poder; por esta razón los bizantinos veían a los turcos musulmanes como un pueblo apocalíptico, sobre todo a partir de la batalla de Manzikert (1071) y el fin del dominio bizantino en Siria (1084). El florecimiento del islam ya era una cuestión del pasado, si bien aún permanecían sus centros intelectuales en Alejandría, Bagdad y Córdoba; desde estos centros era reanimada la idea de la estrecha ortodoxia musulmana. Los cristianos que vivían en territorio musulmán eran vistos como personas de segunda categoría, se les daba protección porque tenían un libro sagrado como los judíos, pero tenían que pagar un impuesto, eran sometidos a vestirse de una forma particular y a los caprichos de los gobernadores locales. Antes de comenzar la cruzada ya se habían reunido algunas personas bajo el influjo de Pedro el Ermitaño de Amiens, un predicador popular que logró reunir un considerable 137 número de personas de la baja sociedad y formó un ejército que saqueó algunas ciudades e incluso persiguió a algunas personas; esta situación condujo de una parte al fracaso, de otra parte a un cierto odio y prevención contra este tipo de acciones. La cruzada oficial comenzó después de los preparativos realizados por los señores feudales y los acuerdos entre el emperador oriental Alejo I y algunos príncipes occidentales sobre la fidelidad y la restitución de los territorios conquistados; al poco tiempo se presentaron las discordias entre los tres jefes occidentales: los hermanos Godofredo y Balduino de Boulogne de Baja Lorena y Bohemundo de Tarento. Balduino en 1098 se posesionó del emirato de Edesa y lo convirtió en un condado personal; Bohemundo, después de la conquista de Antioquía en 1098, también se posesionó de esta zona; ambos violaron el acuerdo fijado con el emperador oriental antes de la cruzada. Los cruzados que seguían fieles a su ideal, guiados por Godofredo llegaron a Jerusalén y la conquistaron el 15 de julio de 1099; pero el 29 de julio murió Urbano II sin conocer la noticia. Godofredo tomó el título de “Abogado del santo Sepulcro” y su sucesor, Balduino I (1100-1118), asumió el título de rey de Jerusalén. Esta reconquista, violenta y sangrienta, y la violación de los acuerdos pactados condujo a que se presentara el recelo y que algunos franceses no quisieran regresar con lo cual se originó la colonización europea de Siria y Palestina, y la fundación de cuatro estados: el reino de Jerusalén, el condado de Trípoli, el principado de Antioquía y el condado de Edesa. En estos reinos se impuso una monarquía hereditaria que no tuvo ningún adversario hasta que apareció una clase aristocrática con lo cual el modelo de la sociedad francesa se desarrolló en oriente. La segunda cruzada, realizada entre 1147 y 1149, fue provocada por la política del Emir de Mossul Imad-a- Din Zenghi (Imadeddin Zenghi), hijo de un oficial turco quien tomó en 1144 el condado de Edesa, después de motivar al pueblo musulmán a través de la guerra santa; en 1146 Zenghi fue asesinado y su hijo Nured-Din (Norandino) asumió el mando y tomó otras ciudades. Frente a esta agresión se organizó la cruzada, que fue predicada por Bernardo de Claraval y liderada por los reyes Luis VII de Francia y Conrado III de Germania; los acuerdos de Luis VII con Rogerio de Sicilia y de Conrado III con Miguel Comneno, destruyeron la unidad del ejército cruzado. Además, Luis VII tomó la cruzada con un sentido de penitencia ya que él había hecho quemar un templo con varias personas dentro y fue a Jerusalén como peregrino. El fracaso de esta cruzada acabó con el mito de Francia invencible y le dio fuerzas a Norandino, quien en 1155 tomó a Damasco con lo que la región de Siria fue islamizada. Norandino hizo de la guerra santa una teoría concreta que condujo a una política precisa: a través de la guerra santa se llega a la sacralidad de la tierra santa para el islam y a la necesidad de unir políticamente el área musulmana para derrotar definitivamente a los francos; desde este punto de vista la guerra santa se convierte en un movimiento espiritual de retorno a la más pura ortodoxia musulmana para defenderse contra francos y latinos; así se llegó al fundamentalismo. Para esta cruzada Eugenio III (1145-1153) quiso imitar a Urbano II, el llamado fue escrito el 1 de diciembre de 1145 en una bula dirigida a Luis VII de Francia; el rey quería 138 ir pero no obtuvo el consenso de los nobles franceses, por ello el Papa repitió la bula el 1 de marzo de 1146 invitando a los que quisieran tomar parte concediendo la indulgencia. La cruzada fracasó y las consecuencias fueron incalculables porque el prestigio de Bernardo fue herido, pero él salió al paso diciendo que los responsables del fracaso eran los cristianos debido a sus pecados. En el contexto de la predicación de la segunda cruzada en Germania se ubica la predicación de la cruzada del norte, contra los eslavos no cristianos; por sugerencia de algunos nobles, Bernardo le solicitó al Papa la extensión de la indulgencia a esta posible cruzada, y la obtuvo; la forma como se entendió esta cruzada es uno de los puntos negros de la historia de la evangelización en los pueblos eslavos, ya que según la dieta de Francfort, los eslavos sólo tenían como alternativa hacerse cristianos o enfrentarse a la muerte; políticamente fue un error porque impedía la posibilidad de una evangelización pacífica. La obra de Norandino (+1174) fue continuada por Saladino (Salah ad-Din), que fue más temible para los árabes que para los occidentales porque acabó con el califato de El Cairo y unió el mundo árabe dentro de la ortodoxia. En nueve años conquistó los territorios de Siria. Frente a esto los francos en 1183 tomaron la iniciativa de atacar a Saladino, quien estaba empeñado en la conquista de Egipto; Saladino atacó a los francos por tierra y mar, los rodeó y venció; en 1184 el patriarca latino de Jerusalén y los maestros de Templarios y Hospitalarios viajaron a occidente buscando ayuda, pero no la consiguieron; los francos se vieron solos y en 1185 pidieron una tregua; Saladino la concedió por cuatro años, pero en 1187 el señor feudal de Transjordania, Reinaldo de Châtillon, rompió la tregua al atacar una caravana procedente de La Meca. Para recuperar el botín, Saladino atacó a los francos en la batalla de Hattin, julio 4 de 1187, donde el ejército francés fue derrotado, cayendo prisioneros el rey de Jerusalén y los maestros de Templarios y Hospitalarios; Reinaldo fue ajusticiado por Saladino y en octubre 21 de 1187 Jerusalén cayó en sus manos; frente a los cristianos latinos vencidos tomó una actitud benévola ya que no los asesinó sino que los dejó salir pagando un impuesto y permitió que los cristianos ortodoxos permanecieran. A partir de 1187 las mezquitas fueron abiertas y Saladino se convirtió hasta la ilustración en un príncipe modelo de generosidad. Para la historia de la piedad, es notable la pérdida de la santa cruz. La pérdida de Jerusalén llevó a la tercera cruzada (11891192). Federico Barbarroja, consecuente con su idea del primado universal del emperador se puso al frente de la empresa, reunió algunos cristianos, marchó a oriente y conquistó a Iconio, pero en 1190 murió en oriente. Su hijo Federico quiso tomar Acri pero murió en 1191; Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, y Felipe II Augusto, rey de Francia, conquistaron a Acri. Ricardo llegó a un acuerdo con Saladino y obtuvo los territorios de Tiro y Jaffa y la promesa de no obstaculizar a los peregrinos que iban a Jerusalén. El nuevo reino latino de oriente, que conservaba el nombre de Reino de Jerusalén, tenía como capital a Acri y duró hasta 1291 cuando fue destruida la presencia latina en tierra santa. Con Inocencio III (1198-1216) se realizó la cuarta cruzada, cuyo objetivo principal era 139 la reconquista de Jerusalén. El 15 de agosto de 1198 Inocencio promulgó una encíclica donde convocaba a los cristianos a participar en la cruzada y extendió a todos la posibilidad de ganar la indulgencia; esta actitud de Inocencio condujo a un cambio en la intelección de las cruzadas: el aspecto económico sería a partir de entonces lo más importante y junto al dinero estaba la presencia de acuerdos políticos. Después de las respectivas organizaciones, se tomó la decisión de iniciar la cruzada viajando por mar; como Génova y Pisa estaban en guerra, los cruzados se dirigieron a Venecia y en abril de 1201 se firmó un contrato por 80.000 escudos de plata entre los cruzados y Enrique de Venecia; como los cruzados sólo tenía la mitad, Enrique de Venecia propuso pagar la otra mitad siempre y cuando los cruzados le ayudaran a reconquistar a Zara, en Croacia. Al tiempo que esto sucedía, el príncipe bizantino Alejo Ángelo ofreció dinero en cambio de ayuda, si los cruzados conquistaban Constantinopla y recuperaban el cetro imperial para su padre Isaac II. Las luchas y los problemas políticos hacían que el imperio bizantino se presentara militarmente débil. Los cruzados accedieron y se desviaron a Constantinopla, ciudad que conquistaron en 1204, Isaac II asumió el trono y su hijo Alejo Ángelo fue nombrado emperador; después de un saqueo en el cual desapareció la posibilidad de unión de la Iglesia, se creó el imperio latino de oriente con Balduino de Fiandra como emperador; mientras tanto Venecia se adueñó de los centros importantes, los dirigentes bizantinos huyeron a Nicea y se creó la política eclesiástica véneta. Una de las grandes preguntas de la historia hace referencia a la actitud de Inocencio III frente a esta cruzada que destruyó la posibilidad de unión entre Roma y Constantinopla, creó una barrera de odio que aún no se ha superado porque las obras de arte fueron expropiadas y se gestó un proceso de latinización forzada, que era dirigido por Venecia. Esta concepción de la cruzada era una idea nueva si bien mantenía la voluntariedad para participar en ella; la cruzada y la cristiandad le permitían al Papa la adaptación y concentración de las fuerzas en sus manos porque la cruzada era una defensa de la cristiandad; en este orden de ideas la cruzada era un ejército de cristianos voluntarios, que esperaban alguna ganancia espiritual dispuestos a actuar donde fuera necesario; esto hizo que la cruzada se convirtiera en un instrumento político ya que el Papa sustituyó a príncipes y emperadores. Esta nueva idea de cruzada era un poco atrasada en relación a la evolución del pensamiento cristiano que estaba proponiendo una cruzada más como una misión que como una guerra; la idea de misión, salvo cuando hace referencia a España, no aparece en el pensamiento de Inocencio164. Con Honorio III (1216-1227) se dio la quinta cruzada. Los cruzados eran dirigidos por el cardenal Pelagio; las fuerzas cruzadas comenzaron por asediar Egipto con el deseo de golpear la potencia más temida; el 24 de agosto de 1218 fue tomada Damietta, el sultán Malik al-Kabil quiso entregar Jerusalén a los cruzados pero el cardenal jefe se opuso; en 1220 las cosas empeoraron; Federico II envió una tropa que llegó tarde; la cruzada fracasó y de este fracaso fue responsabilizado el emperador Federico II. En abril de 1222 tuvo lugar un coloquio entre Federico II y Honorio III sin ningún acuerdo ya que el Papa continuaba sospechando que Federico quería apropiarse de Ancona y Spoleto, territorios 140 pontificios. Con Gregorio IX (1227-1241) se presentó otra cruzada. El Papa exhortó a Federico II a la cruzada que ya había sido preparada, por lo cual los cruzados se encontraban en Brindisi; la cruzada partió y en ella iba el emperador y Ludovico de Turingia, pero se presentó una epidemia por lo cual cuando llegaron a Otranto desembarcaron; Ludovico murió en Otranto y Federico renunció a la cruzada hasta que se aliviara y regresó a Puozzoli; Federico le comunicó su situación al Papa, quien no le creyó y el 29 de septiembre de 1227 lo excomulgó; Federico no hizo mayor caso y el 28 de junio de 1228 partió nuevamente con 40 galeras, llegó a Chipre y el 7 de septiembre llegó a San Juan de Acri con un pequeño ejército. Los cristianos de tierra santa no le colaboraron porque no podían tratar con un excomulgado, por esto Federico entregó el mando a Hermman von Sailzal, comenzó a negociar con el sultán de Egipto y en 1229 hizo un acuerdo por diez años por el cual le concedieron a los cristianos: Jerusalén, Nazareth, una franja costera y el ingreso libre a Belén; en Jerusalén, Federico les permitió a los musulmanes continuar con algunos sitios cercanos al templo. Estos negocios fueron criticados por el patriarca de Jerusalén y el Papa. La cruzada fue vista como inválida porque fue realizada por un excomulgado; se debe tener presente que a través de acuerdos políticos Jerusalén fue entregada a los cristianos, excepto la plaza del templo, hasta 1244 cuando fue tomada nuevamente por los musulmanes. Finalmente, una breve mirada sobre la reconquista española, introducida por los Papas en el contexto de las cruzadas hasta llegar a Inocencio III, quien sólo aceptaba como cruzada la conquista de Jerusalén. En España son importantes las órdenes militares, entre las cuales brilla la Orden de Calatrava. En 1147 Lisboa fue liberada por los cruzados nórdicos que iban a participar en la segunda cruzada, pero se detuvieron allí. En 1212 se realizó la batalla de las Navas de Tolosa donde fueron derrotados los almorávides. En 1213 se presentó el ascenso del reino de Castilla que se unió con el reino de León; así quedaron tres estados cristianos fuertes empeñados en la reconquista: Portugal, Castilla León y Aragón; Navarra permaneció al margen. En 1248 Sevilla fue conquistada y lentamente también fueron conquistadas otras ciudades, hasta que en 1492 fue conquistada Granada. Toledo se convirtió, en el contexto de esta reconquista, en un centro de intercambio cultural donde convergían tres culturas: española, árabe y hebrea. 3.4 La Inquisición Para comprender la inquisición165, es vital entender las herejías que se presentaron como movimientos laicales e intelectuales, un despertar del laicado, con poca reflexión sistemática, que tuvo como punto de partida la invitación hecha por Gregorio VII para que los laicos se rebelaran contra los enemigos de la reforma. Cada herejía se convertía en un reto para la Iglesia toda vez que representaba una laguna teológica o pastoral; además, dado el enfrentamiento entre los imperialismos, en la sociedad y la Iglesia se presentaron inquietudes, protestas y rebeliones que terminaron siendo heréticas y cismáticas. Estas inquietudes no existieron en el primer milenio, pero sí en los primeros 141 siglos del segundo milenio. Tal fue el caso del libre examen de valdenses y apocalípticos (Joaquín de Fiore) y el anticlericalismo y laicismo de cátaros, paulicianos, bogomilos, patarinos y arnaldistas (de Arnoldo de Brescia, ejecutado en Roma en 1155 por orden de Federico I). Los movimientos heréticos del medioevo se pueden agrupar en dos categorías: movimientos doctrinales y evangelismo ascético; el evangelismo ascético, como los valdenses, se caracterizaban por el deseo de vivir el pauperismo e imitar radicalmente a Cristo con lo cual se oponían a la riqueza de la Iglesia y la donación constantiniana; los movimientos doctrinales, como los cátaros, presentan un principio teológico y filosófico. Es una distinción que no olvida la complementariedad existente entre los diversos movimientos heréticos. 3.4.1 Herejías Las primeras noticias son del 1000 en el nordeste de Francia y los confines del imperio; entre 1018 y 1028 se mencionan algunos fenómenos aislados y distantes provenientes de las clases rurales sin un contenido doctrinal fuerte. Glabro en Crónica del año mil habla de Leutardo quien dejó su mujer, destruyó la cruz y rechazó la Biblia. En 1022 se tuvo un proceso en Orleáns contra los que sostenían la diferencia entre el mundo visible y el espiritual, criticaban el matrimonio, sostenían el docetismo, etc. Estos movimientos señalaban la necesidad de coherencia moral y mayor libertad del pueblo frente al poder del clero, es decir, son movimientos autóctonos del pueblo que busca regresar a los orígenes. Estos movimientos aparecieron en territorios económicamente fuertes donde era más fácil propagar la herejía y por ello, con el paso del tiempo, los laicos comenzaron a reaccionar contra ellos. La primera ola herética terminó hacia la mitad del siglo XI, en tiempos de Gregorio VII (1073-1085) quien luchó contra la pataria; después de la reforma gregoriana nacieron otros movimientos heréticos en lugares más conocidos y transitados como el norte de Italia, Fiandra y Francia. Casi todos los herejes eran pobres itinerantes que criticaban y actuaban contra la Iglesia. Uno de los primeros predicadores fue Pedro de Buis, quien comenzó a predicar al sur de Francia contra los edificios de la Iglesia, las cruces, la oración por los difuntos, la eucaristía, sosteniendo que la única autoridad eran los evangelios; con su predicación paupertista motivó a la gente a destruir varios edificios eclesiales; en Saint-Gilles fue apresado y quemado hacia 1132, pero su herejía continuó y sus seguidores fueron llamados pietrobrusianos; hacia 1135 apareció el exmonje Enrique quien predicó contra la Iglesia como institución porque sólo admitía el evangelio, hasta cuando se perdieron sus huellas hacia 1145. Los cátaros En 1143 aparecen en Colonia los pauperes Christi con lo que se habla de un nuevo tipo de herejes que tienen una doctrina parecida a los bogomilos, una división de fieles entre creyentes y perfectos que se dejaban quemar sin mayores problemas. Antes de 142 1147 llegaron al suroeste de Francia donde llevaban una vida apostólica, oraban siete veces al día y rechazaban la propiedad; fue en esta región donde san Bernardo los conoció entre 1144 y 1147. En 1163 aparece por primera vez el nombre de cátaros, aunque también utilizaban el nombre de verdaderos cristianos, de “buenos hombres”. En 1162 llegaron a Inglaterra, allí Enrique II los arrestó e hizo condenar. Los centros principales de esta herejía fueron el norte de Italia, donde fueron llamados patarinos, y el sur de Francia. En 1165 se realizó una disputa en Lombers entre cristianos y cátaros, pero los cátaros evitaron las discusiones dogmáticas para centrarse en la crítica a los obispos y la vida poco evangélica del clero. Hacia 1167 Papas Nicetas, obispo bogomilo de Constantinopla y representante de la Iglesia dragovítica se hizo presente en un sínodo cátaro realizado en Saint-Félix de Caraman; allí consagró nuevos cátaros de acuerdo al rito dragovítico; a partir de entonces los cátaros franceses se hicieron radicales. En este sínodo se crearon otras diócesis cátaras, tanto en Italia como en Francia, pero el centro seguía siendo Albi; así nacieron varias Iglesias cátaras que se colaboraban mutuamente sin organización centralizada; posteriormente buscaron llegar a otras zonas europeas pero no obtuvieron éxito y aunque lograron hacerse presentes nunca crearon un fenómeno de masas. Menos difundido estaba el catarismo en otras partes de Europa. Intentaron penetrar en Champagne, Borgoña y Flandes, incluso estaban presentes en algunas ciudades alemanas, como Colonia, Maguncia, Bonn, Coblenza, Pasavia y Viena, entre otras. También hay rastros de grupos cátaros en Inglaterra y el norte de Aquitania. De las fuentes166 y otros testimonios resulta la doctrina cátara que subraya y acentúa la importancia del dolor, el sufrimiento, la muerte, la pureza y la santidad. En esta acentuación del momento del mal, del negativo en la vida de los hombres, emerge Satanás, el Diablo, el Tentador que en las diversas articulaciones de las herejías se presenta con un doble rostro. Los cátaros radicales enseñaban la doctrina de la metempsicosis, la transmigración de las almas, en el sentido que mi alma es un ángel caído el cual ya se ha transmigrado a través de muchos cuerpos. Tras la venida de Cristo a la tierra se había revelado la vía de la redención, que no es un don gratuito sino que se consigue a través de pena y sacrificio, es decir mediante la obediencia a los preceptos de la moral cátara. Además de esta observancia se tenía que recibir un sacramento especial, la Consolación, único sacramento cátaro consistente en el rito de la imposición de la mano derecha por parte de un perfecto considerado portador del Espíritu. Este sacramento permitía dejar el cuerpo terreno y unirse al Dios bueno sin más transmigraciones e implicaba una serie de responsabilidades, ya que quien transgrediera los preceptos de la moral y la pureza perdía los efectos redentores del sacramento debiendo renovarlo. Los que habían recibido la Consolación y vivían según las estrictas reglas de la Iglesia cátara eran los “perfectos”. La segunda clase era mucho más numerosa y la formaban los “creyentes”. La mayor parte de los cátaros era, en general, sólo “creyentes”, que retrasaban la Consolación hasta el momento de la muerte para no soportar las difíciles 143 reglas de vida que se le imponía. En casos excepcionales, la Consolación era acompañada de una especie de “suicidio ritual”, que en Francia meridional se llamó “endura” (= penitencia) y consistía en dejar morir de hambre con su consentimiento a quien la hubiese recibido. En el fondo los cátaros no son una secta cristiana, sino una religión no cristiana, aunque se pueden considerar un movimiento de protesta contra algunas deficiencias de la Iglesia. La ofensiva eclesial comenzó en los años 20 del siglo XIII con Inocencio III, quien proclamó la cruzada contra los albigenses y el trabajo de los predicadores con el fin de convertir a los cátaros entre los que se destacó Santo Domingo de Guzmán, y más tarde los franciscanos. La cruzada duraría hasta 1229 y no consiguió eliminar completamente a los cátaros en el sur de Francia, naciendo así la Inquisición. A partir de aquí el catarismo se convierte en un movimiento clandestino. Las formas organizativas de los obispos cátaros franceses desaparecerán hacia 1275. Los valdenses Deben su nombre a un tal Valdés; las fuentes más antiguas citan el nombre de Valdesius. Se trata de un toponímico, pero no se sabe el lugar. El nombre de Pedro se le atribuyó a partir del siglo XIV por motivos apologéticos de los valdenses en oposición a san Pedro. Las fuentes sobre la conversión de Valdés son muy pocas y de procedencia católica167. La obra Tractatus, en un texto sobre los dones del Espíritu Santo, introduce muchas anécdotas y la conversión de Valdés describiéndolo como un rico mercader de Lyon que descubrió el evangelio y para conocerlo mejor habría encargado a un sacerdote gramático la traducción del latín a la lengua vulgar de una selección del texto sagrado. Era una empresa costosa y Valdés la emprendió antes de deshacerse de sus bienes. Esta iniciativa se introduce en el proceso según el cual las lenguas europeas se desligan de la matriz latina, es decir, el inicio de las lenguas romances. Valdés y sus amigos comenzaron a leer el evangelio y encontraron al Jesús del evangelio en el contexto de una ciudad medieval, Lyon caracterizada por un régimen episcopal. Las fuentes son unánimes en afirmar que Valdés experimentó una conversión (1176), entregó sus bienes y comenzó a predicar por las calles. Los puntos fundamentales de su conversión fueron: la pobreza voluntaria y la predicación. Valdés habría oído por casualidad un domingo por la calle a un músico giróvago que cantaba la leyenda de san Alejo y poco después habría decidido imitarlo. Dejó a su mujer, a la que le entregó sus bienes y muebles, mientras que parte de su dinero la utilizó para instalar a sus dos hijas que confió a un monasterio. Así comenzó su nueva vida. Valdés no se limitaba a abrazar la pobreza ya que añadió la predicación itinerante penitencial. En 1179 se tuvo en Roma el III concilio de Letrán, es comprensible que Valdés y los suyos presentaran en el concilio su proyecto de vida y acción para ser aprobado; de suyo está documentada la presencia de dos pobres de Lyon en las sesiones del concilio y no se puede excluir que uno de ellos fuese Valdés. Los valdenses cayeron en los razonamientos escolásticos, ellos no eran teólogos y no se dieron cuenta de la insidia contenida en las 144 preguntas que les hicieron. Este asunto demuestra el desprecio y la superficialidad con la que fue acogida la petición de los valdenses por la comisión conciliar. Los valdenses no han olvidado nunca aquel momento en que vieron romperse su confianza en el concilio e incluso en el clero y la Iglesia. Sólo se podría encontrar una excusa para el comportamiento del concilio, todos los prelados de aquel momento estaban muy preocupados por las discusiones con el movimiento cátaro, que les parecía un peligro grave. Afortunadamente para los valdenses, el catarismo en Francia meridional se reforzaba en concomitancia con la aparición del valdismo. Los seguidores de Valdés no eran cátaros, querían diferenciarse de ellos y fueron ayudados por ellos en la posición frente a una sociedad deficiente y hostil. Tras el concilio parece que el arzobispo de Lyon había recobrado el control del movimiento valdense. En 1181 Valdés fue convocado a una asamblea de representantes del clero y la nobleza de Lyon, presidida por un cisterciense junto al arzobispo de Chartres que era el delegado pontificio, Enrique de Marsi, y el Abad de Altaconva. Esta comisión hizo jurar a Valdés una profesión de fe y suscribiendo esta profesión, Valdés demostró su fidelidad a la enseñanza católica porque era católico. El valdismo no se contrapone a la Iglesia, Valdés y sus pobres de Lyon quisieron ser católicos e imitar la vida de los apóstoles. Con esto se cerró la primera etapa. Entre 1182 y 1215, se dio la segunda etapa con la excomunión. A la muerte de Guischard, arzobispo de Lyon, asumió esta sede el inglés John Bellemane quien pensó que el grupo se le estaba yendo de las manos con lo cual reaparecía el conflicto entre pobres y jerarquía; por esta razón los valdenses fueron excomulgados y expulsados de Lyon. Además, en 1184 con la bula Ad Abolendam Lucio III los condenó junto con los humillados lombardos; el IV concilio de Letrán confirmó la excomunión. Pedro Valdés salió de Lyon diciendo que era mejor obedecer a Dios que a los hombres, sus huellas históricas se pierden y se presupone su muerte hacia 1206. La tercera fase se ubica entre 1215 y 1532 cuando el valdismo se convirtió en evangelismo herético. Los valdenses continuaron considerándose como cristianos porque pensaban que la excomunión era injusta. Existen dos fuentes para conocer el ambiente medieval de este movimiento después de 1215: Durando de Huesca, quien se reconcilió con la Iglesia en tiempos de Inocencio III y formó el grupo de los pobres católicos, y Esteban de Borbone, inquisidor que interrogó a Valdés. A raíz de la cruzada contra los albigenses pasaron a la clandestinidad y se refugiaron al norte de Italia en Piamonte, que se conoce con el nombre de Valles Valdenses. Hasta el siglo XVI se difundieron por varias regiones del imperio donde podían afianzarse con cierta facilidad siendo predecesores de los hussitas. Ruptura y clandestinidad los condujo a adquirir una nueva estructura: perfectos y creyentes, los primeros eran confesores y directores espirituales pero sin predicación pública; en esta nueva estructura surgen los “barba” y posteriormente los “mayor”, que se pueden equiparar con los obispos. El ocaso de este movimiento llegó en el siglo XVI cuando dos “barba” se pusieron en contacto con los reformadores suizos y con el sínodo reformado de Chauroun se unieron a ellos con lo cual murió el movimiento de los pobres de Lyon y nació una nueva Iglesia evangélica. 145 Otras tendencias heréticas A la par de cátaros y valdenses asomaron en el siglo XII, primero aisladamente, luego creciendo de diferentes maneras, herejías de otra clase, que no llegaron a organizarse en sectas. Sus fuentes fueron especulaciones teológicas y filosóficas de círculos eruditos. Aparecen también tendencias espiritualistas, sobre todo entre mujeres. Hay que tener presente que el IV concilio de Letrán condenó la doctrina trinitaria de Joaquín de Fiore y las del maestro parisino Amalrico de Bena. La doctrina de las tres edades de Joaquín de Fiore influyó en un grupo de herejes de París, compuesto de discípulos de Amalrico de Bena, pues consideraban al Espíritu Santo encarnado en ellos. Ideas semejantes a las defendidas por los amalricanos y David de Dinat aparecieron en Ortlieb de Estrasburgo, quien sólo quería oír al Espíritu Santo que se le revelaba interiormente. Los ortliebianos de Alemania no creían en la creación y enseñaban la eternidad del mundo como los averroístas; tampoco creían en la resurrección de la carne y el juicio final, y entendían los sacramentos en el sentido de la tradición. Estos movimientos crearon expectativas religiosas hasta llagar a dar motivos de malestar y descontento con la Iglesia que estaba preocupada por las luchas de poder. Contra estos movimientos heréticos resultaba insuficiente la defensa papal. En Francia España, Italia y el Imperio, la Iglesia llamó al brazo secular y, aprovechando la idea de la cruzada, aplicó medidas de guerra; por ello el papado desarrolló la inquisición, cuyos orígenes se remontan al siglo XII, pero su constitución sólo se adquirió en el siglo XIII. Entre otras tendencias heréticas se ubica el iluminismo medieval porque al realizar las cruzadas, la Iglesia, con la predicación de las órdenes mendicantes y la inquisición, logró que cátaros y valdenses sucumbieran; sin embargo, fue creciendo un nuevo movimiento que deseaba hacer que el cristianismo se viviera con rigor, postulando que la Iglesia institucional y jurídica debería ser sustituida por una Iglesia espiritual que viviera las exigencias del evangelio. En este contexto Joaquín de Fiore consideraba la historia de la Iglesia en tres etapas: la primera era la del Padre, que correspondía al hombre carnal; la segunda, la del Hijo, donde el hombre vive en la carne y el espíritu, y finalmente la del Espíritu Santo donde se vive el evangelio eterno y corresponde al hombre espiritual, proponiendo una Iglesia invisible, sin sacramentos, jerarquía y culto externo. Un posible origen de este movimiento espiritual se halla en la generación de san Francisco, donde algunos que anhelaban vivir estrictamente la vida religiosa se retiraron a eremitorios, mostrando hostilidad a la ciencia y lejos del apostolado para darse a la contemplación. El concilio de Lyon y sus medidas disciplinarias llevaron a formar grupos en Provenza y Toscana, como una forma para evitar el daño que causaría las determinaciones conciliares. Con la llegada de Bonifacio VIII, las medidas se tornaron más duras, hasta el punto de tener que huir, pero hallaron apoyo de los Aragón, los Anjou y Arnoldo Vilanova. Con Juan XXII quedaron limitados a la orden franciscana. El grupo de los apostólicos de Gerardo de Parma, quienes proclamaban la penitencia, dio origen a las procesiones de disciplinados, que invitaban a volver a la pobreza al estilo 146 de la comunidad primitiva, criticando la Iglesia rica. Este grupo llegó a su término con la cruzada de 1307 en Novara. Otros grupos como las beguinas, grupo de mujeres piadosas, deseaban vivir en comunidad pero sin votos. Los herejes condenados por la Iglesia eran desterrados y se les confiscaban sus bienes, pena que se extendía a sus herederos. A los sospechosos de herejía se les imponía infamia y excomunión y, en caso de contumacia, las mismas penas que a los herejes. El que hubiere sido convencido de hereje por el obispo de su diócesis, era detenido por la autoridad y condenado a la hoguera. En España, Pedro de Aragón admitió en 1197 la muerte por fuego, pero Jaime I no lo recogió en la legislación de 1226. En Italia Federico II mandó aplicar la pena de fuego, mientras la curia vacilaba todavía. Gregorio IX prosiguió enérgicamente la política de su antecesor, que dio validez en Francia, España y el imperio a los cánones del IV concilio de Letrán. Desde 1232, Gregorio IX confió, como lo harían sus sucesores, la inquisición a las nuevas órdenes. 3.4.2 La inquisición Frente a las herejías del medioevo, la Iglesia respondió de dos maneras. Primero intervino el Magisterio a través de sus órganos oficiales pronunciando condenas claras y explícitas por boca de Papas, concilios y obispos; luego intervino con la inquisición “institución jurídica destinada a la búsqueda de oficio, directa y sistemática, de las herejías y los herejes, con el fin de identificarlos y tomar las medidas pastorales pertinentes”168. Esta inquisición tuvo tres etapas: confiada a los obispos, confiada al Papa y delegados pontificios y confiada por el Papa a los religiosos, principalmente dominicos y franciscanos. Se debe distinguir entre inquisición como proceso y como institución. Como proceso es el resultado de la madurez del pensamiento jurídico occidental; hasta aquel momento se usaba la difamación que venía del derecho germano arcaico que sólo admitía como absolución un juramento de purificación, que se realizaba a través de procesos particulares como el caso de la ordalía o juicio de Dios; contra este tipo de procesos se comenzaron a presentar objeciones con lo cual se originaron los procesos con interrogatorios, testimonios, pruebas, etc., en los cuales el acusado podía defenderse. Los procesos tenían como fin disciplinar al clero, pero con el correr de los años se convirtieron en procesos de persecución contra los herejes. El derecho penal eclesiástico hasta el siglo XII no tenía un procurador público ya que sólo existía la condena de hecho; el juez intervenía con base en una acusación. Como institución tiene su origen en la bula Ad abolendam de Lucio III, que hizo válida una disposición de Alejandro III sobre las denuncias penales. Esta bula fue introducida en el cuerpo jurídico organizado por Gregorio IX, las Decretales gregorianas; en esta legislación el obispo con ocasión de la visita pastoral debía alejar a los herejes sin necesidad de esperar una acusación formal. En 1199 Inocencio III con la bula Vergentes confirmó la bula Ad abolendam y catalogó la herejía como un delito de lessa majestad. El IV concilio de Letrán transformó todas las normas existentes en leyes con la Constitución 147 III, al hablar contra los herejes y las penas impuestas. Honorio III siguió el mismo camino y en 1226 dio una norma que es paradigmática: un condenado debía ser castigado con la pena de muerte (animadversio) y los partidarios con la difamación. El emperador Federico II también promulgó algunas leyes contra los herejes: confiscación de bienes, exilio y hoguera, y le dio valor de ley imperial a la Constitución III del IV concilio de Letrán. Gregorio IX en 1231 acogió las legislaciones existentes sobre el tema y decretó la legislación pontificia sobre la inquisición. Lo dicho da a entender que frente a la inquisición episcopal que ya existía, la inquisición papal podía ser entendida como suplementaria y complementaria. El 15 de mayo de 1252 Inocencio IV organizó la inquisición con la constitución Ad extirpanda y le entregó el trabajo a dominicos y franciscanos; posteriormente aparecieron los manuales donde los inquisidores explicaban las herejías no siempre con objetividad y exponían los métodos usados por los inquisidores169. En 1542 Pablo III le puso fin a la inquisición medieval al crear la Congregación del Santo Oficio, a la cual, en 1965, Pablo VI le dio el nombre de Doctrina de la fe. El proceso inquisitorial era más o menos así: los inquisidores llegaban e invitaban a los herejes a presentarse en los quince días siguientes que era el tiempo de gracia concedido; los culpables que confesaban su culpa eran perdonados y se les daba una penitencia secreta, eran exceptuados de esta gracia los herejes ya conocidos quienes recibían algunas penas eclesiásticas en lugar de la penitencia secreta. Pasados los quince días se promulgaba el edicto de fe que obligaba a denunciar, bajo pena de excomunión, a los herejes; el acusado era arrestado, se le hacía conocer la acusación y se le pedía la confesión, en caso de no haber confesión, venía un proceso de investigación, en el cual testigo y acusado jamás eran careados. Si a pesar del proceso el acusado no confesaba, venía la cárcel y después la tortura, que fue permitida por Inocencio IV como un medio para lograr la confesión. Entre las penas están: ayunos, peregrinaciones, obras caritativas, signos difamatorios como la cruz de los herejes, confiscación de bienes, flagelación, encarcelamiento y entrega a la autoridad civil pidiendo la animadversio. El proceso inquisitorial era una investigación itinerante con pleno poder que buscaba la cooperación del poder civil. Algunos inquisidores fueron asesinados, como Conrado de Magburgo y Pedro de Verona (san Pedro mártir). Hoy ningún cristiano católico justifica la inquisición, pero en el medioevo la vida cristiana penetraba todos los ambientes y por eso el hereje aparecía como un terrorista político que atentaba contra la Iglesia y el Estado; también conviene tener claridad sobre las ideas de algunos teólogos que condenaban las penas pero decían que por amor a la verdad los herejes debían ser tratados con dureza. Quizá lo más funesto de la inquisición fue haberse convertido en una lucha contra la disidencia que acabó persiguiendo toda doctrina diversa sin tolerar el pluralismo ideológico. Finalmente se debe tener presente que hasta el siglo XVIII se vivió la práctica de los procesos inquisitoriales hasta que gracias al concepto de tolerancia se llegó a olvidar esta práctica contra herejes y brujas. 148 ____________________ 92 Cf. Ostrogorsky, G. Op. cit., pp. 198-291; Pierini, F. Op. cit., p. 136; NHI, pp. 327-329. 93 A raíz del caristicariado conviene tener presente la sintonía entre el emperador y el patriarca, que desde el 535 con Justiniano y posteriormente con Focio, no fue puesta en discusión porque de hecho el emperador Alejo fue visto como uno de los grandes defensores de la ortodoxia; si bien no se discutió esta sintonía, sí se presentaron críticas porque el emperador estaba haciendo acuerdos desastrosos con occidente; además, la ruptura de 1054 aún estaba en la mente de algunos eclesiásticos. 94 Cf. Jedin, III, pp. 618-644. 95 Cf. Orlandis, J. Op. cit., pp. 254-256. 96 En relación a este bautismo existen algunas fuentes: Néstor de Kiev, Narración de los tiempos pasados, Juan Skylitses y la crónica de Reginón de Prüm, continuada por Adalberto que hablan del bautismo realizado en Constantinopla; Ostrogorsky, atento al silencio del libro de ceremonias de Constantino VII, niega que este bautismo se haya realizado en aquella ciudad. 97 Cf. Bihlmeyer – Tuechle, II, pp. 119-122; Orlandis, J. Op. cit., pp. 261-262; Sanchís, R. Op. cit., pp. 141146. 98 De Francisco, Carlos, Las Iglesias Orientales Católicas. Identidad y patrimonio. San Pablo, Madrid 1997, p. 50. 99 Cf. Pierini, F. Op. cit., pp. 100-103. 100 Los datos ofrecidos se basan en los apuntes personales de Historia Universal; además de los manuales de Jedin, Pierini, Orlandis, Bihlmeyer – Tuechle, Fliche – Martin y NHI, entre otros. 101 Esta doctrina se encuentra en una carta, que en 1097 Ives le envió a Hugo de Dre, donde da a entender que algunas de las posesiones episcopales son ius regalía, un derecho que el rey tiene para dar algunas cosas, el regalo es simbolizado a través de la investidura; además, el rey no da ninguna cosa espiritual ni viola la competencia eclesial porque lo espiritual es concedido por el obispo metropolitano. 102 Esta tradición llegó hasta la revolución francesa cuando la ampolla que contenía este óleo fue destruida, usándose por última vez en 1825 al ser ungido el último