III CONGRÉS CATALÀ DE FILOSOFÍA. PASSAT I PRESENT

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III CONGRÉS CATALÀ DE FILOSOFÍA. PASSAT I PRESENT
Federalismo, socialismo y democracia. Francisco Pi y Margall y el republicanismo
histórico, 1868-1902.
Oscar Anchorena Morales
Universidad Autónoma de Madrid (UAM)
[email protected]
Resumen
La presente comunicación buscaría acercarse a algunos puntos quizá menos
tratados del pensamiento de Pi y Margall –sustentados en tres claves profundas de la
historia contemporánea española: la republicana, la socialista y la federal– en íntima
conexión con su tarea política y con el momento histórico que vivió, con el objetivo de
contribuir a su reubicación en una historia de la filosofía española con algunas nuevas
características.
Este trabajo propone una lectura del pensamiento y el activismo de Francisco Pi
y Margall desde perspectivas de historia social y cultural de lo político, es decir,
incorporando al análisis de su filosofía política el de su trayectoria individual y el de su
relación con sus contemporáneos, como pensador, escritor, líder político y figura
carismática. Con ello se persigue cierta reivindicación y reactualización de una tradición
política y cultural alternativa a la oficial, española y catalana, de profundo valor desde
un punto de vista democrático y probable utilidad potencial hoy en día.
Introducción
El autor de La Reacción y la Revolución (1854) y Las Nacionalidades (1877),
entre otros muchos escritos filosóficos, periodísticos o políticos, constituye sin lugar a
dudas una de las principales figuras de la filosofía política española del siglo XIX, al
igual que un prolífico propagandista y un activista de primer orden. Además, el
proyecto y práctica políticas, las propuestas teóricas y la actividad propagandística de
Francisco Pi y Margall bien pueden ser interpretadas como símbolos de una corriente
social, de una tarea colectiva, en que participaron miles de personas durante casi un
siglo y que se quebró hacia 1939.
La filosofía política española de la Contemporaneidad temprana (1789-1936),
podría prestarse a nuevas narraciones o a matizar algunos enfoques. Dichos nuevos
análisis irían en el sentido de modificar lecturas biográficas, individuales y simplistas,
frente a las que potenciar dimensiones sociales y populares; tratar de superar los
condicionantes que hoy operan sobre el estudio del pensamiento proto-democrático,
procedentes de la hegemonía compartida por la socialdemocracia, el liberalismo y el
catolicismo; afinar las lentes liberal y marxista con que se ha observado casi en
exclusiva la filosofía política occidental hasta no hace mucho; y, de resultas quizá
contribuir a arrojar luz sobre corrientes de pensamiento relativamente desatendidas
históricamente.
En particular, la figura de Pi y Margall resulta paradigmática por pertenecer a lo
que podría ser la principal alternativa institucional y cultural al Estado liberal que
comenzó a levantarse en el siglo XIX: el republicanismo. El filósofo catalán fue uno de
los mayores contribuyentes al magma discursivo, activo y colectivo republicano (federal
y socialista), uno de los grandes, posibles pero derrotados, proyectos colectivos para
España.
El movimiento democrático histórico español alcanzó un alto grado de
complejidad
y de desarrollo propositivo, desde luego mucho más sólido
intelectualmente que la monarquía parlamentaria oligárquica. Sin duda, la filosofía
política de los republicanos del siglo XIX era más potente que la de sus adversarios, y
fue especialmente profunda la elaboración doctrinal del ala izquierda republicana, al ir
más allá de los principios político-institucionales de la democracia.
Así, los demócratas decimonónicos más radicales incorporaron al debate público
la economía política y la articulación del Estado. Junto a la defensa de los derechos
individuales, de la soberanía popular y de las instituciones democráticas, la izquierda
republicana quiso responder de forma racional y coherente a los desafíos que
presentaban la organización de la propiedad y de las relaciones económicas, por un
lado, y la articulación de los territorios de la monarquía hispana, por otro.
Por lo tanto, el socialismo y el federalismo –atravesados por la democracia– del
pensamiento de Pi y Margall, además de la racionalidad, la coherencia y la actitud
personal con que quiso hacer realidad sus ideas, convierten al filósofo de Barcelona en
un autor de innegable interés y de auténtica actualidad. Sus planteamientos teóricos –así
como su actividad política y su trayectoria personal– lo convierten, a mi entender, en
fuente de gran utilidad para reflexionar históricamente sobre la configuración
institucional, territorial y socioeconómica de la sociedad española.
La recuperación y glosa actuales del pensamiento republicano de Pi y Margall,
con ser tareas de interés, no explican completamente la intención de este trabajo.
Además, aquí se persigue discutir lo que se entiende como deformaciones históricofilosóficas que ha sufrido el pensamiento no hegemónico en España en los últimos
cincuenta años y resaltar algunos aspectos menos conocidos de Francisco Pi y Margall.
La visión hegemónica de la historia cultural de la política en España desde la
década de 1980 ha generado, en mi opinión, dos grandes estereotipos que resultan
erróneos por su exageración. De un lado, el imposible desarrollo político de un pueblo
aquejado de un atraso cultural inveterado, propenso al desorden destructor y que se
sometía servil a los dictados episcopales. De otro, la lentitud institucional consecuencia
de la inexistencia de revolución liberal al faltar sus protagonistas, las clases medias.
A tenor de esta interpretación, no serían las capas sociales dominantes las que
mantuvieron a España bajo un régimen político y social claramente atrasado e injusto,
combatiendo contra los movimientos demócratas y liberales, sino que la propia
estructura social española, de campesinos analfabetos al servicio del cacique, habría
hecho imposible otro sistema político que no fuera el gobierno directo del rey y sus
consejeros –ya se trate de Fernando VII o de Isabel II– o el fraudulento sistema
constitucional que se mantuvo hasta la Segunda República1.
El estudio acerca de la filosofía democrática en la España contemporánea no se
ha podido sustraer a las circunstancias concretas de los circuitos de producción de
conocimiento. Lo primero que cabría constatar sería la desatención que las grandes
historias del pensamiento político en España han hecho de la filosofía republicana y
democrática, por no considerarla una corriente de pensamiento en sí misma.
1
La historiografía reciente que dibuja el régimen de la Restauración (1875-1931) como el mejor de los
posibles, estable y en ocasiones democrático, se debe a varios autores. SUAREZ CORTINA, Manuel
(ed.), La Restauración, entre el liberalismo y la democracia, Madrid, Alianza, 1997; FORNER, Salvador
(coord.), Democracia, elecciones y modernización en Europa. Siglos XIX y XX, Cátedra, Madrid, 1998;
DARDÉ, Carlos, La aceptación del adversario. Política y políticos de la Restauración, 1875-1900.
Biblioteca Nueva, 2003; o VARELA ORTEGA, José (Dir.), El poder de la influencia. Geografía del
caciquismo en España (1875-1923), Marcial Pons, Madrid, 2001.
Dos obras colectivas pueden acaso servir de ejemplos. La colección Historia
crítica del pensamiento español dirigida por José Luis Abellán y la Historia de la teoría
política coordinada por Fernando Vallespín 2 . Si la primera de ellas se consagra por
entero al pensamiento español en tanto que la segunda se ciñe al pensamiento político
general con algunas especificidades españolas, en mi opinión ambas adolecen del
mismo fallo: el ninguneo relativo del pensamiento democrático y republicano.
Los tomos correspondientes a esta época de la obra de Vallespín, tercero y
cuarto, contienen capítulos dedicados al liberalismo y al socialismo en España3. Entre
ambos queda emparedado el republicanismo, al que no se alude más que lateralmente en
cada uno de los capítulos. Por su parte, el Volumen quinto de la obra de Abellán en su
edición de 1993, correspondiente al “Liberalismo y Romanticismo, 1808-1874”,
compuesta de veintisiete capítulos, dedica uno a la figura de Pi y Margall por seis
capítulos dedicados al krausismo en España.
Un sector nada desdeñable de la historiografía de tiempos más recientes ha
deformado la connivencia histórica de las elites católicas con un orden político caduco:
la monarquía tradicional apoyada en una oligarquía indolente y retardataria del progreso
material, para intentar trasladar una imagen más amable de la institución católica, por
razones fáciles de suponer. Obviando los trabajos directamente apologéticos, resulta
interesante lo que podría ser una manipulación de la realidad con objetivos de
blanqueamiento o legitimación de la historia política del catolicismo español.
Para ello, el krausismo y el catolicismo liberal son tratadas como las más
grandes y aceptadas manifestaciones de pensamiento de su época –la segunda mitad del
siglo XIX y sobre todo el periodo 1876–1936– en mi opinión en contra de todas las
evidencias empíricas de que dispone la historiografía 4.
2
ABELLÁN, José Luis, Historia crítica del pensamiento español, 6 Vols., Círculo de Lectores, Madrid,
1993 y VALLESPÍN, Fernando (coord.), Historia de la teoría política, 8 Vols., Alianza, Madrid, 1992.
ELORZA, Antonio, “El liberalismo español” en VALLESPÍN, Fernando. (coord.), Historia de la teoría
política, Vol. 3, Alianza, Madrid, 1992, pp. 123–165; y BIZCARRONDO, Marta, “Enanos y gigantes: el
socialismo español, 1835-1936” en VALLESPÍN, Fernando. (coord.), Historia de la teoría política, Vol.
4, Alianza, Madrid, 1992, pp. 306-376.
3
4
Esta operación intelectual ha consistido, a mi juicio, en hacer pasar como toda la vida cultural española
a una parte de la misma, la que se entendía menos crítica con el clericalismo reaccionario, el krausismo o
institucionismo. SUAREZ, Manuel, El gorro frigio. Liberalismo, democracia y republicanismo en la
Restauración, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000; CAPELLÁN, Gonzalo, La España armónica. El proyecto
del krausismo para una sociedad en conflicto, Biblioteca Nueva, 2006. También se podrían encuadrar
otros autores como Vicente Cacho Viu y Octavio Ruiz-Manjón.
Lamentablemente, estas concepciones en las que se soslaya u oculta el
pensamiento de Pi y Margall –en realidad del republicanismo, así como su impacto
social contemporáneo–, siguen en acción hoy en día. Uno de los más recientes ejemplos
de un siglo XIX irreal y deformado –puesto al servicio ideológico de los sectores
culturalmente hegemónicos de la España posterior a 1978– lo brindaba el catedrático
jubilado José Álvarez Junco hace unos días en el diario “El País”.
En el último de sus ya habituales artículos, el historiador afirmaba –a propósito
de una supuesta contradicción entre el “individualismo” con que se explicaba la historia
española y el “corporativismo” de que en realidad estaban hechos los proyectos
políticos– que “lo mejor de la tradición político-intelectual moderna estuvo
representado por la Institución Libre de Enseñanza”5, pocas líneas después de aludir al
Sexenio revolucionario en que “brilló fugazmente” el federal catalán.
El programa socialista en la España de finales del Siglo XIX
Pi y Margall, pero también Fernando Garrido y otros, defendieron principios
políticos que calificaban de socialistas para resolver las consecuencias de la miseria y la
desigualdad existentes en su tiempo. Trataron de priorizar la defensa de los oprimidos y
de solventar los conflictos derivados del reparto de la propiedad, digamos entre capital y
trabajo, y de armonizar los intereses económicos y sociales contrapuestos. Ambos
creían que la lucha de clases podía ser superada desde la acción política republicana.
Este socialismo republicano partía de la impugnación del reparto de histórico la
propiedad –del que las desamortizaciones eran su cara más visible– y de la negación de
la inhibición institucional en materia económica. Sin embargo, la condena del
liberalismo y su modelo económico salvaba, aunque sometía, dos grandes principios: la
propiedad privada y la libertad de contrato.
El pensamiento de Pi a cuenta del socialismo resulta una cuestión compleja.
Algunos autores lo califican de “demosocialista” 6 , de “liberal democrático” o
“socialdemócrata” 7 , incluso de “romántico pleno” 8 ; otros tildan su socialismo de
5
El
País,
4
de
enero
de
2015
(recuperado
http://elpais.com/elpais/2015/01/02/opinion/1420204804_511764.html)
de
Internet
6
MIGUEL, Román., La Pasión Revolucionaria. Culturas políticas republicanas y movilización popular en
la España del siglo XIX, CEPC, Madrid, 2007.
GABRIEL, Pere, “Francisco Pi y Margall: imágenes de un federalismo popular militante en España” en
PÉREZ LEDESMA, Manuel; BURDIEL, Isabel. (eds.), Liberales eminentes, Marcial Pons, Madrid,
2008, pp. 277, 285, 295 y 307
7
“ambiguo, contradictorio y oscilante”9, o secundario con respecto a las “excelencias del
contrato” 10 . En la negación o minusvaloración de este programa social se apoyan
quienes califican a Pi y Margall de liberal burgués, apelativo que propongo abandonar
en favor del de republicano o demócrata, tanto si se le quiere burgués como si no.
En la polémica entre socialistas e individualistas Pi contendió con Castelar a
través de la prensa en 1864. Pi defendía la necesaria intervención del Estado en algunas
cuestiones económicas pues, si el Estado era el garante y realizador de los derechos,
dado que existían derechos económicos de las colectividades, el Estado debía intervenir
para protegerlos. El secuestro de La reacción y la revolución motivó que nunca
apareciera la parte en que Pi iba a exponer sus ideas económicas11.
En la breve etapa como jefe del gobierno impulsara reformas que se adelantan a
la legislación laboral y social de tiempos de la Segunda República. En su Vindicación
de la República (1874), un folleto secuestrado por las autoridades al poco de aparecer,
el Pi más político intenta explicar su actuación en el agitado año de 1873 y, lo que más
me interesa en este momento, trata de exponer su programa económico12. Se declara
públicamente socialista, algo que ya había hecho en varias ocasiones desde la década de
1850 y explica que por tal entiende que el Estado “ha de servir de amparo y defensa a
los débiles contra los fuertes”13, que tiene un papel en la prestación de servicios y en la
marcha de la economía. En su programa postulaba también el reparto equitativo de los
impuestos.
Entre su obra de gobierno afirma que se aprobaron mejoras en las condiciones
de trabajo (fijación de edad y de condiciones mínimas), que presentó a las Cortes varios
proyectos: introducción de jurados mixtos, fijación de una jornada máxima de trabajo
(más corta para las mujeres), así como “un proyecto de ley para establecer la instrucción
gratuita y obligatoria”. El otro gran proyecto económico-social del republicanismo fue
siempre la reforma agraria. Pi defendía, como otros muchos republicanos, la necesidad
8
ABELLÁN, José Luis, Historia crítica del pensamiento español, Vol. 5., Círculo de Lectores, Madrid,
1993, p. 635.
9
JUTGLAR, Antoni, Pi y Margall y el federalismo español, Taurus, Madrid, 1975, p. 263.
10
JUTGLAR, Antoni, Pi y Margall y el federalismo español, Taurus, Madrid, 1975, pp. 277 y 460.
11
CORREA, Pablo (ed.), PI y MARGALL, Francisco, La federación, discurso ante el tribunal de
imprenta en defensa del periódico “La Unión” y otros trabajos, Madrid, 1880, p. XXIII.
12
13
Pi lo reedita cuando publica su Historia de España en 1902.
PI y MARGALL, Francisco; PI y ARSUAGA, Francisco, Historia de España en el siglo XIX, Vol. 5,
Madrid, 1902, p. 329).
de que “la tierra vaya paulatinamente a manos del que la cultiva” para lo que propuso la
“enajenación a censo reservativo”14.
Estas tesis de economía social, socialismo o socialdemocracia, llámense como se
quiera, constituyen la propuesta de programa social más avanzado en el campo liberal,
que adelantan en décadas los postulados del “nuevo liberalismo” o “liberalismo social”
europeo de comienzos del siglo XX y que supuestamente influiría en los dirigentes de la
Segunda República15.
Conviene no detenerse en la exposición de sistemas de pensamientos y de sus
influencias filosóficas, anteriores como posteriores, sino tratar de conectar en la medida
de lo posible toda propuesta filosófica con la sociedad de su tiempo. Dicho sea de paso,
esta tarea no suele ser muy cultivada por quienes hacen historia de la filosofía, tal vez
por causas de la arquitectura de las facultades de letras.
Con esto quiero decir que es harto relevante al historiador de la filosofía, y al
historiador y al filósofo, la plasmación social de sus propuestas políticas, es decir, la
identificación y el activismo de los individuos de su tiempo con un pensamiento
determinado. El caso del republicanismo federal resulta muy acorde con esta pretensión.
El Programa federal de 1894 fue la apuesta del partido dirigido por Pi y Margall
a la coyuntura que sigue a la desarticulación de la primera gran unión electoral
republicana de la Restauración. En 1893, la Unión Republicana que se viene gestando
desde una década atrás, arrasa en las grandes ciudades en las elecciones legislativas del
5 de marzo. Por ejemplo, en Madrid obtiene 6 de los 8 diputados que la capital envía al
Congreso. Las autoridades respondieron a través del fraude masivo, que hizo descender
oficialmente a la mitad el apoyo a los partidos republicanos en las elecciones
municipales de noviembre de 1893.
Ante la plasmación nítida de que los partidos monárquicos no aceptaban la
materialización de las elecciones democráticas que ellos mismos habían sancionado los
republicanos se dividen entre quienes consideran que sólo queda ir a la revolución y
aquellos que persisten en la estrategia electoral. El propio Pi confiaba en ambas
estrategias, con preferencia de la revolucionaria popular en estos años.
14
Pi Proponía que los campesinos fuesen satisfaciendo a lo largo de varios años pequeñas cuotas al
Estado que terminaran con el paso de la tierra a sus manos. PI y MARGALL, Francisco; PI y
ARSUAGA, Francisco, Historia de España en el siglo XIX, Vol. 5, Madrid, 1902, pp. 330 – 333.
15
SUÁREZ, Manuel, El gorro frigio. Liberalismo, democracia y republicanismo en la Restauración,
Biblioteca Nueva, Madrid, 2000.
Escindida por estas razones la Unión Republicana, los federales proyectan una
campaña de agitación popular basada en la acentuación de su veta socialista y en
defensa de las clases populares. Así, el 15 de julio de 1894, el Frontón Fiesta Alegre de
Madrid acoge ante unas 20.000 personas la presentación del Programa Federal en un
acto que constituye el mitin más grande celebrado en lugar cerrado en Madrid hasta el
momento y hace pensar en que en Madrid, al igual que en Barcelona o Valencia, se vive
ya política de masas16.
En modo alguno resulta aceptable, a mi entender, la tesis de que tanto el
programa social de los federales, en general, como el publicado en 1894, en particular,
constituyen una respuesta interesada ante la presión del Partido Socialista de Pablo
Iglesias17. Para comprobarlo, basta contrastar los resultados electorales en el Madrid de
comienzos de la década de 1890: en las legislativas de 1891, en los distritos obreros de
Inclusa, Hospital y Latina, los republicanos obtenían alrededor del 40% de los sufragios
frente al 2% de los socialistas; en las de 1893 los republicanos recibieron el 51% de
votos frente al 1,15% de los socialistas18.
Como espero haber mostrado, el pensamiento socialista de Pi y Margall y del
republicanismo federal, además de por su plena coherencia con el resto de la filosofía
pimargalliana, se caracteriza por su permanencia durante toda la segunda mitad del
siglo XIX y por su elevado grado de apoyo popular, al menos en la ciudad de Madrid.
La consecuencia territorial de los principios democráticos: federalismo y
anticolonialismo.
Francisco Pi y Margall dirigió su pensamiento a cuestionar la articulación
territorial de la monarquía borbónica, con lo que superaba nuevamente en sensibilidad y
finura analíticas a la mayoría de pensadores contemporáneos. Se opuso a la narración
nacional dominante, de resonancias imperiales y/o mitológicas –que unía de forma
16
El Nuevo Régimen, nº 185, 21 de julio de 1894. El País, nº 2.577, 16 de julio de 1894; y LÓPEZ
ESTUDILLO, Antonio, “El republicanismo en la década de 1890: restructuración del sistema de
partidos” en PIQUERAS, José Antonio; CHUST, Manuel (Eds.), Republicanos y repúblicas en España,
Siglo XXI, Barcelona, 1996, p. 221.
Entre otros, ROBLES EGEA, Antonio, “Modernización y revolución: socialistas y republicanos en la
España de entresiglos” en ÁLVAREZ JUNCO, José (Comp.), Populismo, caudillaje y discurso
demagógico, CIS, Madrid, 1987, p. 142.
17
18
GARCÍA LOPEZ, Amparo Elecciones parlamentarias en el Madrid de la Restauración, Tesis inédita,
UAM, 1988, T. 1, p. 380 y Boletín Oficial de la Provincia de Madrid, Suplemento al nº 55, 6 de marzo de
1893.
esencialista catolicismo y reconquista como pilares de la indisoluble unidad de la patria
española– con que se fundaban culturalmente los Estados-Nación del entorno.
Frente a la monarquía española como traducción política del ser de España,
sedimento historicista sobre tradición católica, Pi y Margall defendió un modelo de
Estado federal en que las libertades individuales universales ascendieran por la escala
de complejidad de las instituciones, del municipio a la región y finalmente al Estado.
Trató de justificar desde el punto de vista histórico como desde el político, una España
federal de clara inspiración en los EE.UU y en Suiza.
Antes que exponer de nuevo los diferentes momentos y resonancias de las ideas
federales de Pi y Margall, quisiera atender a su coherencia con las ideas que están a la
base de su teoría del Pacto y especialmente con el quehacer político del líder federal a
finales del siglo XIX, en esa España del 98 tan cultivada como probablemente
necesitada de revisión.
La piedra angular de la doctrina de Pi sería el individuo, “el ciudadano
autónomo y soberano”19, “la persona es el eje del sistema”20. La autonomía de la razón
individual se hallaría para Pi en el principio de toda ciencia y en la raíz de toda moral.
Su teoría del pacto de abajo arriba, desde los individuos hasta el Estado prometía
resolver las cuestiones nacionales o autonomistas. Las implicaciones morales que
contenía su pensamiento ensamblaban al individuo y al pueblo en una común obligación
de construir una sociedad política que garantizara el libre desarrollo de todos sus
integrantes de manera justa y racional.
En este sentido, la filosofía federal asentada sobre la soberanía individual, la
libertad, la igualdad y la democracia, iba a ser puesta a prueba por los acontecimientos
de la España finisecular. Si se acepta que los tres desafíos principales de aquel momento
eran cuestión la territorial, la cuestión social y la cuestión colonial, se observará cómo
Pi y Margall responde a las tres de forma coherente.
El líder federal destacaría por su coherente rechazo a las colonias, su pacifismo,
su “antiimperialismo” y, finalmente, su aceptación de las “reivindicaciones
independentistas”21 de Cuba. Desde sus primeras obras, Pi defendía para las colonias
19
MIGUEL, Román., La Pasión Revolucionaria. Culturas políticas republicanas y movilización popular
en la España del siglo XIX, CEPC, Madrid, 2007, p. 248.
20
Abellán (1993, 641)
PICH, Josep, “Francisco Pi y Margall y el problema cubano” en RODRIGO Y ALHARILLA, Martín
(ed.), Cuba: de colonia a república, Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, p. 299.
21
españolas la “autonomía rayana en la independencia”22. Toda la trayectoria del diario
federal “El Nuevo Régimen” –dirigido y escrito en su mayoría por Pi y Margall desde
1891– es un testimonio irrefutable de las ideas más avanzadas en materia colonial
sostenidas en España23.
Por exponer unas muestras, Pi sostiene en plena guerra con los EE.UU que
“Contra la libertad de los pueblos no hay prescripción posible”, que “debimos negociar
con los insurrectos la paz sobre la base de la independencia” 24 y, en referencia a
Filipinas, que “usando la autonomía se aprende á usarla…la libertad es la educadora de
las gentes”25.
Decir esto no es baladí, pues no pocas obras inciden en las flaquezas e
incoherencias republicanas, bien es verdad que sin distinguir autores, y lo asimilan a las
políticas de los partidos dinásticos26, lo encuentran demagógico27, resaltan su carácter
contradictorio28 e incluso legitimador del imperialismo29.
No solamente se opuso Pi y Margall al colonialismo y a las guerras en Cuba y
con los EE.UU., a los que consideraba una nación modelo de libertades, sino una
especie de internacionalismo anticolonial: “Yo, Carlos, miro siempre con respeto y
amor á los pueblos que luchan por ser libres é independientes. Estoy por Madagascar
contra los franceses, por la Abisinia contra Italia, por la India contra Inglaterra, por
Cuba y Filipinas contra España. No soy ni seré nunca de los que buscan en el
patriotismo un velo con que encubrir la maldad y el crimen”. Esto se complementa muy
bien con sus manifestaciones contra el racismo imperante en la Europa de su tiempo:
DE DIEGO, Javier, Imaginar la República. La cultura política del republicanismo español, 1876 –
1908, CEPC, Madrid, p. 247.
22
PICH, Josep, “Francisco Pi y Margall y el problema cubano” en RODRIGO Y ALHARILLA, Martín
(ed.), Cuba: de colonia a república, Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, pp. 299 – 320.
23
24
PI Y MARGALL, Francisco, Cartas íntimas, compilación de Francisco Pi y Arsuaga, Madrid, 1911, p.
166, carta fechada el 26/04/1898 y p. 169, carta fechada el 12/05/1898.
25
Ídem, p. 190, carta fechada el 1/06/1898.
Tan “nacionalistas, militaristas, colonialistas e, incluso, tan racistas como los monárquicos” DARDÉ,
Carlos “La larga noche de la Restauración, 1875-1900” en TOWNSON, Nigel (ed.), El republicanismo
histórico español, 1830-1977, Alianza, Madrid, 1994, p. 123.
26
Por “culpar a la Monarquía de todos los males” NÚÑEZ, Rafael “Los intelectuales españoles ante la
Guerra de Independencia cubana” en NARANJO, Consuelo; MALLO, Tomás (coords.), Cuba, la perla
de las Antillas, CSIC, Madrid, 1994, p. 287.
27
ROLDÁN, Inés, “El republicanismo español y el problema colonial del Sexenio al 98”, Ayer, 39
(2000), p. 38.
28
29
DUARTE, Ángel, El republicanismo. Una pasión política, Cátedra, Madrid, 2013, p. 161.
“Debemos, Carlos, considerar á todos nuestros semejantes como individuos de una sola
familia sin distinción de razas y también sin distinción de religiones”30.
Además, y en sintonía con otros revolucionarios de su tiempo como José Martí,
también defendía la revolución popular, dirigida por los civiles, frente al caudillismo y
al pronunciamiento militar de un “espadón”, tan propio del siglo XIX español como del
republicanismo zorrillista. Esta actitud de Pi quedó de manifiesto en sus críticas a los
generales Weyler o Polavieja31.
La autonomía racionalista del individuo convirtió su federalismo en la
vanguardia de la filosofía democrática y republicana. Esta combinación le acercó a un
socialismo de la época, entendido como la atribución al poder de la responsabilidad de
intervenir en las condiciones socioeconómicas para proteger la igualdad autónoma de
todos los individuos.
El pensamiento democrático en acción: la vida política del Partido Federal en
Madrid
No constituye novedad alguna la repetición del componente democrático que
atraviesa como en ninguna otra corriente filosófica al republicanismo federal español.
Los principios democráticos en la filosofía de Francisco Pi y Margall también
aparecerán claros a cualquiera de sus lectores. Los derechos individuales “ilegislables”
como fundamento de la sociedad, la democracia igualitaria, la soberanía individual –
variante federal de la soberanía popular republicana–, y la virtud cívica conforman el
edificio político republicano en el siglo XIX.
La elegibilidad, responsabilidad y posible remoción de todos los cargos públicos
son rasgos del republicanismo, aunque la Jefatura del Estado acabará por ser el más
notorio. La soberanía del pueblo exige su participación en los asuntos políticos, a través
de ciertos derechos y del ejercicio del sufragio universal, masculino durante la práctica
totalidad del periodo estudiado.
Las libertades
republicanas alcanzan a todas las esferas: civil, política, de
pensamiento, religiosa. Ello implicará el reconocimiento de derechos de expresión y
30
PI Y MARGALL, Francisco, Cartas íntimas, compilación de Francisco Pi y Arsuaga, Madrid, 1911, p.
209, carta fechada el 8/06/1898 y p. 230, carta fechada el 27/06/1898.
DE DIEGO, Javier, Imaginar la República. La cultura política del republicanismo español, 1876 –
1908, CEPC, Madrid, p. 345 y PICH, Josep, “Francisco Pi y Margall y el problema cubano” en
RODRIGO Y ALHARILLA, Martín (ed.), Cuba: de colonia a república, Biblioteca Nueva, Madrid,
2006, p. 312.
31
participación política y la petición de separación del Estado y la Iglesia. El individuo
autónomo en busca de la felicidad ocupa el centro de la concepción republicana
socialista, de donde se deriva claramente la necesidad del despliegue estatal de una
política social. Los inicios serán la extensión de la instrucción y del asociacionismo
particular. La reflexión llegará a las condiciones materiales de la existencia y a la
intervención del Estado en la adquisición individual de los medios para una vida digna.
Todas estas son cuestiones sobradamente conocidas.
Lo que quisiera en esta pequeña sección es traer a la tierra firme de la realidad
cotidiana del Madrid de 1880 o 1890 estas disquisiciones teóricas. ¿Cumplirían, y en
qué medida, los republicanos federales los dogmas de su líder y principal teórico? Las
investigaciones históricas en que me hallo incurso parecen dar una respuesta provisional
afirmativa: la actividad democrática del partido federal en Madrid no tiene parangón
con ningún otro partido del momento y modifica profundamente el estado de
conocimiento histórico sobre la materia.
Así, se puede sostener que los ciudadanos de Madrid podían participar de una
vida cotidiana democrática claramente coherente con sus postulados filosóficos. Los
federales se organizaron en comités de barrio, de distrito, municipal y provincial en
Madrid. Al partido podía pertenecer todo aquel varón mayor de 18 años que así lo
deseara, mediante la inscripción en el Censo del partido que se realizaba en periodos y
lugares de la ciudad publicitados en la prensa. Ser miembro del partido daba derecho a
participar en las decisiones y a ocupar cargos de representación interna y,
eventualmente, en las instituciones públicas.
Así, los federales del Distrito de Palacio eran avisados por los periódicos de que
podían inscribirse en el censo y recibir su cédula “en la calle de San Vicente baja, nº 60,
prendería, y en la calle de Amaniel, nº 21, tienda, todos los días de diez de la mañana á
ocho de la noche, á fin de que puedan tomar parte en la próxima elección para la
renovación de Comités de distrito y barrio, y delegados para la Junta provincial”32.
Las estructuras territoriales de la ciudad estaban formadas por un Comité
relativamente pequeño, un Presidente, uno o varios Secretarios y Vicepresidentes (en el
caso de los Distritos), un tesorero, así como entre cinco y diez vocales. En total se
observa que no se superaban las veinte personas. En las diferentes reuniones y
32
La República. Diario federal, nº 699, 25 de abril de 1886.
votaciones se ejercería sin duda la ciudadanía democrática en el Madrid de la
Restauración.
Entre las actividades federales, además de la elección de representantes, he
podido documentar la elección de candidatos a comicios oficiales mediante votación de
las bases, en lo que hoy llamaríamos elecciones primarias. De forma masiva, el 28
diciembre de 1890 se vota para elegir las candidaturas republicanas que concurrirán a
las legislativas de febrero de 1891, las primeras con sufragio universal. Los 4.500
federales madrileños eligieron de entre catorce candidatos a seis representantes33.
En otra ocasión se votaba sobre la línea política a seguir: revolucionaria o
legalista. El líder del partido proponía acudir a las Cortes dada la situación de Guerra en
Cuba; los revolucionarios pedían la abstención en toda política oficial de la
Restauración. En ese ambiente, los federales de Madrid votaron el 26 de enero la
elección de representantes a la Asamblea Nacional Federal, que decidiría los candidatos
al Congreso. A la elección se presentaba una única candidatura por Madrid, formada por
Pi y por Baldomero Lostau. Obtuvieron 98 votos.
El descalabro queda patente a la vista de los 832 federales censados en el
Distrito de Hospital o los 626 en el de Universidad 34 . Los federales de la Unión
Revolucionaria habían pedido la abstención y quedó claro que habían ganado. Así, la
prensa de Madrid recogía al día siguiente que “el entusiasmo de los federales partidarios
de la unión revolucionaria era anoche indescriptible”35.
Conclusiones
El pensamiento de Francisco Pi y Margall tuvo una potencia y un grado de
coherencia interna tan elevados como infrecuentes en la filosofía española de la segunda
mitad del Siglo XIX 36 . Su figura intelectual ha sido tratada de forma relativamente
injusta por una línea académica que posiblemente no compartía sus principios. Pero no
solamente la sistematicidad, la complejidad y la vanguardia que ha resultado encarnar
33
El País, nº 1.296 y El Liberal, nº 4.212, de 29 de diciembre 1890 y La República. Diario federal, nº
2.163, 30 de diciembre de 1890.
Antonio LÓPEZ ESTUDILLO: “El republicanismo en la década de 1890: restructuración del sistema
de partidos” en José Antonio PIQUERAS; Manuel CHUST (Eds.): Republicanos y repúblicas en España,
Barcelona, Ed. Siglo XXI, 1996, p. 208.
34
35
El Imparcial, nº 10.317, 27 de enero de 1896.
La reacción y la revolución (1854) es considerada como “una de las más valiosas obras de nuestra
literatura política decimonónica”. RIVERA, Antonio, Reacción y revolución en la España liberal,
Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, p. 15.
36
su pensamiento político son interesantes. También lo es, a mi modo de ver, la
repercusión que sus tesis tuvieron entre sus contemporáneos y la aplicación práctica de
su pensamiento en que cualquier ciudadano (varón) podía tomar parte.
En este sentido, el partido federal que seguía su liderazgo funcionó durante el
último cuarto del Siglo XIX como un auténtico partido de masas, horizontal y
democrático, al menos en Madrid. Esto adelanta en varias décadas la idea más común
de atribuir al PSOE de la década de 1920 la paternidad de la política de masas y de las
estructuras de encuadramiento de sus militantes. Si los federales en Madrid elegían
democráticamente a sus estructuras, que se extendían por muchos de los cien barrios y
diez distritos de la capital, bien puede aceptarse la modificación histórica.
Al mismo tiempo, las estructuras federales en Madrid tenían una intensa vida
cotidiana –censos, primarias, discusiones y votaciones internas– que seguramente
estuvo lo suficientemente cerca de los ciudadanos de las clases medias y populares de
Madrid como para empezar a pensar en considerar a este partido y a su red como una
“escuela de ciudadanía democrática”, ya que es incluso superior al nivel de capacidad
electiva que tienen los militantes de algunos partidos españoles en la actualidad.
El objetivo de este trabajo era interconectar la realidad política madrileña con el
pensamiento de Pi y Margall, así como analizar éste en sus facetas menos conocidas. La
figura del líder federal, no sería únicamente un autor que propugnaba la democracia
liberal republicana, sino un convencido antiimperialista crítico con el colonialismo
imperante en su tiempo, defensor de la libertad de los pueblos, enemigo de la guerra y
del militarismo, y partidario del derecho a la rebelión popular contra la tiranía: “no hay
derecho para rebelarse contra gobierno alguno, mientras no estén cerradas á las ideas las
puertas de los comicios, las de la prensa ni las de la tribuna”37.
Pi sería un propagador incansable, orador, escritor y líder político, al que incluso
sus enemigos reconocían la coherencia y la conducta honrada a lo largo de sus más de
cincuenta años de actividad política. A su pluma se debería la propuesta más importante
de articulación territorial para España junto con el centralismo monárquico y los
nacionalismos periféricos.
El pensamiento democrático de Pi era tan radical y auténtico que lo convirtió en
figura de interés incluso para quienes lo llevaban a su consecuencia más extrema en el
plano individual, los anarquistas. Frente a la mayoría de líderes del republicanismo
37
PI Y MARGALL, Francisco, La República de 1873. apuntes para escribir su historia y vindicación del
autor, Madrid, 1874, p. 40.
histórico español, Pi defendió como prioridad del partido republicano la preocupación
por las cuestiones sociales y la búsqueda de la emancipación de las clases trabajadoras.
Esta, por llamarlo de alguna manera, cercanía popular o sensibilidad social, su
confianza en que la libertad se aprendía al practicarla, lo distancian profundamente del
comportamiento elitista y desconfiado hacia las masas que mostraron, no ya los líderes
dinásticos sino los jefes republicanos como Castelar, Salmerón o Ruiz Zorrilla.
No estuvo, sin embargo, a la altura de su vanguardismo en la cuestión del papel
de la mujer en la sociedad republicana, pues, a pesar de que ya entonces surgían voces
que pedían su emancipación, el federal nacido en Barcelona no consideró que la mujer
tuviera otro protagonismo político que el de madre de buenos ciudadanos republicanos.
En definitiva, si sus obras contienen la formulación más acabada del federalismo
en España; si éste se imbrica con una teoría radicalmente democrática que tiene al
individuo con derechos y horizontes de autonomía y autorrealización como base,
teorización que alcanza desde un punto de vista institucional al orden político como al
económico y social; si su socialismo es comparable al aplicado entonces y más tarde por
varios teóricos europeos –del New liberalism, solidarisme o la socialdemocracia
alemana– en aspectos como el anticolonialismo y la preferencia del arbitraje a la guerra
en cuestiones internacionales; y, si, en su época sus principios inspiraron una forma de
organización de la que participaban miles de ciudadanos.
Entonces, estas características harían de Francisco Pi y Margall una figura
extraordinaria del
pensamiento
político español
en el
panorama filosófico
contemporáneo internacional. Como espero haber mostrado, las diferentes partes del
corpus teórico pimargalliano encajan entre sí, con su actuación pública y con la
realidad política de miles de sus “correligionarios”. Las críticas que los estudiosos
posteriores han vertido contra su trabajo no revisten mucha gravedad, básicamente se le
achaca la imprecisión terminológica del vocablo “nación”, empleado por Pi también
como “Estado”, así como su actitud poco resuelta o demasiado escrupulosa cuando,
siendo jefe del ejecutivo en verano de 1873, pudo imponer sus tesis federales ya que
contaba con la fuerza suficiente.
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