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Hay ciertas figuras relevantes cuyo destino parece ser,
incluso en vida, el de ostentosos monumentos nacionales,
a los que luego embalsama la posteridad, ya en bronce, ya
en mármol, no sólo para ornato del país y de sus parques
públicos, sino para servir de postumo homenaje ante la
admiración de propios y extraños.
Otras grandes figuras, en cambio, o han pasado en silencio su vida, o han visto ésta turbada por la envidia y
la incomprensión de sus contemporáneos y disminuida
luego por la miopía o la cicatería crítica de la posteridad.
Son, con frecuencia, figuras que han tardado mucho en tener un monumento, si lo tienen, porque no aspiraron a
él, sino a estar presentes, vivas, con su obra y su ejemplo,
incluso después de morir. Entre estas últimas cabría incluir la figura realmente ejemplar del P. Feijoo.
* **
¿Cómo han valorado al P. Feijoo la sociedad de su
tiempo y la crítica posterior?
Conviene que reflexionemo.s unos momentos sobre
ello. Dijérase que, como un nuevo Quijote de carne y hueso, envuelto en su hábito de benedictino, ya al borde mis-
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JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
mo de la cincuentena, bien alto su espíritu, empuña Feijoo
las armas de la razón contra los errores comunes y las supersticiones de su tiempo. Así, desde el primer tomo del
Teatro critico universal (Ï726) hasta el último de las Cartas eruditas y curiosas (1760) va desfaciendo entuertos en
sus innumerables escritos, cuyas ediciones se multipücan
de una manera incesante e inusitada.
El sabio benedictino gallego, sin escuchar la llamada
de la Corte, sin aceptar tampoco un Obispado en América,
seguirá a gusto hasta el fillade su vida (1764) en la quietud
laboriosa e inteligente de su recoleto convento de Oviedo.
Pero sin proponérselo, sin darse él cuenta, ha irrumpido de golpe no sólo en el mundo literario, sino en la vida
misma del país; e incluso su nombre, a través de sus obras,
se irá extendiendo por Europa y América.
Feijoo, que no es un escritor de profesión y que, por
su apartada vida monástica, jamás se mezcló en el mundillo literario, significa un caso insólito a lo largo de nuestra
historia de la literatura: el de su inmensa penetración social. En este aspecto no le han igualado antes Guevara,
Quevedo, Gracián o Saavedra Fajardo ni después Cadalso,
Jovellanos, Larra, Balmes, Donoso Cortés, Ganivet, Costa
y ni siquiera lo más representativos escritores del 98. Quizá no han alcanzado tampoco en vida la popularidad del
fraile benedictino ni Mehéndez Pelayo ni Ramón y Cajal.
El P. Feijoo, adelantado en tantas cosas, se anticipa él
mismo con su propia obra a lo que mucho más tarde, hacia
1800, iba a denominar Madame de Staël la dimensión social de la literatura.
Acaso esa penetración social del escritor haya podido
adquirir en el P. Feijoo una dimensión aún más entrañable
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FEIJOO Y LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
porque se basa en sus altas calidades humanas. Como Cervantes, Goethe o Kant, es Feíjoo un escritor tardío. Comprende que su temprana y firme vocación religiosa va a
encontrar en la palabra escrita, por su mayor permanencia
y más larga proyección que la palabra hablada del pulpito
y de la cátedra, su mejor vehículo para orientar y educar
a los demás. Y así el escritor que desde sus libros habla y
persuade, viene a ser, desde su retiro monacal, una especie
de oráculo.
Pero hay también, ¿cómo no?, otra cara negativa en el
espejo de la época: la de sus impugnadores, en buena parte
religiosos, que le amargaron, las más veces, con críticas
miopes, malévolas y acerbas, a menudo por la incomprensión, la envidia o el resentimiento, que, como ha dicho
Marañón, sólo se satisface con el aniquilamiento del que
ha conseguido la gloria, aunque esta gloria, después, no
aproveche al resentido...
Tras de su muerte, y hasta una veintena de años después, seguirán reimprimiéndose ediciones del Teatro crítico y de las Cartas eruditas.
Al siglo siguiente, Ayguals de Izco llevará a cabo una
edición antològica, e incluso incompleta, del Teatro crítico. Esto ocurría en 1852.
Feyoo ha entrado ya en esa fase inevitable de olvido
que suele siempre suceder a un largo período de éxito.
Por otra parte, los años en que se va incubando el movimiento romántico le son hostües. Así, por ejemplo, la frase atribuida a don Alberto Lista —la posteridad debía erigir a Feijoo una estatua y quemar sus obras al pie de ésta—
hizo mucho más daño a la buena fama del monje benedic-
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JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
tino que todos los ataques, un siglo atrás, de sus más contumaces impugnadores.
Varios eruditos de mediados del XIX pretendieron sacar al autor del Teatro crítico de ese injusto olvido. Pero
no mucho después otro comentarista del monje gallego,
don Vicente de la Fuente, se preguntaba si valía la pena
reeditarle al prologar una ampUa antología suya.
Será ya en el último cuarto del siglo XIX cuando resurgirá el interés hacia el P. Feyoo, estimulado de una
parte por Menéndez Pelayo y de otra por el certamen literario convocado en Orense al cumplirse en 1876 el segundo centenario de su nacimiento.
Sorprende —y sólo puede atenuarlo su juventud en
aquel momento— que el sereno juicio de Menéndez Pelayo se dejase llevar por el apasionamiento y que, cicatero
y poco generoso, llegara a decir en los Heterodoxos que
ni Feijoo está solo ni los resultados de su crítica son tan
hondos como suele creerse; no obstante, su proverbial nobleza le hizo rectificar ese juicio primerizo cuando, en las
Ideas estéticas, propone llamar al XVIII siglo de Feijoo
o cuando exclama ¡Qué espíritu tan moderno y al mismo
tiempo tan español era el del P. Feijoo! o al afirmar, en
La ciencia española, que Feijoo es el hombre a quien más
debió la cultura española en el siglo XVIII.
Posteriormente Concepción Arenal, EmiUa Pardo Bazán. Pi y Margall, López Peláez, Morayta, el doctor Marañón, Millares Cario, Montero Díaz, Otero Pedrayo, Sánchez
Agesta, Julián Marías y yo mismo, entre otros españoles
más, y Delpy, Glascock, Staubach, Köhler y Borghini, aparte de otros extranjeros, han consagrado al P. Feijoo muy
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FElJOO Y LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
diversos estudios que por fortuna permiten hoy enjuiciar
su vida y su obra con una valoración cada vez más precisa
y objetiva.
* **
Vivió Feijoo ochenta y.i3cho años, de 1676 a 1764,
entre dos siglos del que uno es liquidación y el siguiente
un intento de nuevas ideas y estructuras que no llegaron
a cristalizar. Un momento difícil, de cambio, en el que
España, como dice Sarrailh, sacudiendo los yugos seculares, trata de salir de su soledad morosa y de seguir el ritmo del mundo.
En su nobilísimo afán de deshacer los errores comunes y de modernizar a España, Europa es para Feijoo el
espacio geográfico y el tiempo histórico en el que han
alcanzado las ciencias una mayor plenitud.
Feijoo, muy moderno y muy español a la vez, tratará
de incorporar España a Europa, pero dentro de las más
puras esencias de nuestro espíritu tradicional. Así, la obra
de Feijoo significa un esfuerzo muy importante para dar
a España una tradición al modo europeo, es decir, de
acuerdo con las categorías que prevalecían en ese momento en Europa. En ese sentido el estudio de Feijoo, Glorias
de España, viene a ser un anticipo de lo que mucho después sería el libro juvenil de Menéndez Pelayo, £a ciencia
española.
Por otra parte, lo que caracteriza en realidad a nuestra cultura del setecientos, a nuestra Ilustración, es el
europeismo, que no el afrancesamiento, y el criticismo.
Así, por ejemplo, las polémicas literarias entre casticistas
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JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
y europeístas no tendrán ya el mismo carácter que habían
tenido, a comienzos del XVI, las de Castillejo con Boscán
y Garcilaso sobre la introducción de la métrica italiana;
tales polémicas, en el siglo XVIII, responden a causas sociales e ideológicas mucho más hondas y complejas que
las meramente retóricas de dos siglos atrás.
La razón se halla sin duda en que antes del XVIII se
tiene literatura y desde entonces se hace literatura; a veces "comprometida", como se la llama hoy, puesto que
se halla mucho más sujeta o más conscientemente influida
que en otros tiempos a los vaivenes sociales.
Conviene precisar también en qué medida asimilaron
la cultura francesa nuestros escritores del XVIII, y de otra
parte, qué cultura francesa, la tradicional o la enciclopedista, fue la adoptada. Feijoo, concretamente, recibió influencias en particular de aquellos autores situados en una
corriente tradicional modernizada. A este respecto conviene recordar aquí la afirmación de Benedetto Croce de
que España fue tal vez el país de Europa que por más
tiempo resistió las pedanterías de los tratadistas; el país
de la hbertad crítica, desde Vives a Feijoo.
Como observa Sánchez Agesta, el P. Feijoo fue siempre actual y apenas si miró al pasado ni al futuro sino para comprender y obrar con más ahinco en el presente. Por
eso, sin duda, si el siglo XVIII español fue, ante todo, un
intento de reforma, una europeización frustrada en gran
parte, lo más positivo, lo más entroncado con nuestra tradición de todo ese intento de reforma se halla contenido,
a lo largo de los escritos de Feijoo entre 1726 a 1760, en
la propia actitud del monje benedictino.
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Fue el XVIII el siglo de las polémicas por antonomasia, y fue la obra de Feijoo, no sólo por una razón cronológica, sino por la amplitud temática y su enorme difusión, la primera que abrió el camino a tales polémicas.
Asombra cómo en sus dos primeros años (1726,1727),
si no los más virulentos, sí los más abundantes, aparecieron más de sesenta opúsculos en pro y en contra del Teatro crítico, segregados, por otra parte, como en distintos
campos de batalla, hasta en seis polémicas diferentes.
Luego, desde 1728, se reduce el número de escritos, pero
tales opúsculos menudean y con sorprendente regularidad
se continúan hasta la Real Orden de Fernando VI (1750)
prohibiendo las impugnaciones contra las obras de Feijoo.
En la década del 1751 al 1760 se pubhcarían incluso nuevos escritos apologéticos en España y, todavía polémicos,
en Lyon, Lisboa y Méjico.
Tal proceso polémico, que ocupa un lugar muy importante no sólo en la biografía de Feijoo, sino en el
ambiente cultural español de la época, nos ofrece a la
vez dos caras: una negativa, la de la insidia, la incomprensión o la envidia desatadas con el autor del Teatro crítico; y la otra positiva, porque impugnadores y apologistas empezaron por leer a Feijoo, que no fue poco, y, aunque muchas veces obraron llevados más bien por el apasionamiento que por la reflexión, hubieron de ejercitarse
en cotejar ideas y en contrastar opiniones, en consultar libros y documentos, lo que en nuestro siglo XVIII significaba ya bastante.
Hubo impugnadores que, con el pretexto de atacar al
P. Feijoo, trataron de introducirse en el mundo literario;
y, aunque los más no estaban destinados a obtener la fa45
JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
ma, se produjo un movimiento que de otro modo no hubiera tenido lugar. Se extendió también el uso de la lengua francesa. Se introdujeron nuevas ideas y, merced a su
difusión, se fue perfilando una diferente modalidad'en el
pensamiento y en la expresión. Es cierto que muchos de
los escritos originados por las polémicas feijonianas adolecían de seriedad, de rigor científico o de cahdad literaria.
Pero, a pesar de todo, no se había producido antes en España mayor agitación ideológica, como tampoco ha llegado a promoverla con tal intensidad otro escritor posterior
a Feijoo.
Y es que, dada la situación de nuestro país en aquella
época, la obra del monje benedictino, sin quererlo ni provocarlo él mismo, era una obra de combate; a menos de
pasar inadvertida, lo cual era imposible, había de suscitar
violentas discusiones. En aquella turbamulta de opúsculos,
entre los que tampoco fueron movidas por la seriedad ni
el rigor científico varias de las apologías que se enfrentaron a tan arbitrarios ataques, hubo día en que salieron a
la luz hasta tres escritos contra Feijoo.
Lo sorprendente es ver cómo se acrecienta, en medio
de aquella barabúnda de papel impreso, el temple espiritual del benedictino: no le arredran el número ni la condición de sus impugnadores, religiosos en buena parte. Tiene, sin embargo, amigos fieles que'son muchas veces los
que rompen una lanza en su defensa. Acaso su propia ingenuidad natural o más bien el apartamiento de su vida
monástica consagrada al estudio le movieron a conceder
mayor importancia a sus impugnadores de la que en realidad tenían. A veces no pudo callar y fue un tanto susceptible o puntilloso: tal es el único lunar en su nobilísima
biografía.
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Coincidiendo con la publicación del Teatro critico
universal, los ataques contra Feijoo surgen de médicos y
otros seglares como Mañer, mientras que en la otra veintena siguiente de años, 1741 al 1760, en que se va extendiendo la más lenta aparición de las Cartas eruditas, abundan los impugnadores religiosos, en especial los de la Orden de San Francisco, como Fomés o Torrubia y, sobre
todo, el cronista de aquélla. Soto Mame.
¿Qué nos queda hoy de unos y otros? Incluso los más
caracterizados detractores, como los aludidos Mañer y Soto Mame, de no haber ligado sus nombres al de Feijoo a
cuenta de sus polémicas no serían citados siquiera en ninguna obra de historia o crítica hteraria.
De la extensísima polémica en torno a la Medicina y a
los médicos merecen citarse la Carta defensiva (1726) de
su amigo y admirador el Dr. Martín Martínez y el folleto
de don José Ángel Conde, El médico común en defensa
de la Medicina y sus profesores, oponiéndose al Teatro
crítico universal (1726); los demás son, en frase del doctor Marañón, pequeños charcos...
Determinados discursos de Feijoo y, sobre todo, el titulado Astrologia judiciaria y almanaques, que combatía
el éxito de los almanaques advinatorios imitados de los
italianos, los cuales circulaban con el nombre de Piscator,
dio lugar a Torres Villarroel a intervenir en la polémica.
Como es notorio, era el más famoso de tales almanaques
el que desde 1723 pubücaba este estrafalario y buen escritor bajo el nombre de Gran Piscator de Salamanca; por
respeto sin duda al monje benedictino se contuvo al principio, hasta la pubUcación del Juicio final de la Astrologia (1726) del Dr. Martín Martínez, a quien contestó
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en su ingeniosísimo Entierro del juicio final y vivificación
de h Astrologia (1727).
Terció también en las polémicas feijonianas el P. José
de Isla, autor del famoso Fray Gerundio, quien, no obstante, publicaría después hasta cinco opúsculos en defensa del autor del Teatro critico universal.
Admiradores de Feijoo, como lo habían sido en el fondo el P. Isla y el mismo Torres Villarroel, años más tarde
le satirizarían otros grandes literatos de esa misma centuria: Cadalso, en Los eruditos a la violeta, cuando dice
ved cómo puedo brillar hablando de Medicina sin haber
saludado siquiera el arte médico; y en las Cartas marruecas, donde, al lado de otros párrafos favorables, le llama,
por boca de uno de sus personajes, archicritico ; Fomer,
que arremetería contra los que tienen la mania de tratar
de todos los asuntos, lamentándose en sus Exequias de la
lengua castellana de algunos absurdos del fraile benedictino en materia de poesía y oratoria; e incluso Leandro
Fernández de Moratín, pese a lo suave de su ironía, llegaría también a satirizarle. Sin negar aquí y ahora el talento
y la valía indiscutibles de estos grandes escritores, ni tampoco la posible razón de algunas de sus críticas, acaso hubiera también cierto disgusto latente al contrastar el éxito
incluso postumo de las obras del benedictino, cuyas ediciones seguían repitiéndose, frente a la indiferencia del
público hacia autores y obras, como la famosa Poética de
Luzán, que no habían logrado remontar la primera.
Otras diversas cuestiones suscitarían nuevas polémicas; entre ellas el discurso Música en los templos; el titulado Defensa de las mujeres; y, tanto o más, el Paralelo
de las lenguas.
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FElJOO Y LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
Cronológicamente, el primero y más minucioso de sus
impugnadores es el antes citado Salvador José Mañer, el
cual, tras la aparición del segundo tomo del Teatro crítico
universal, publica ese mismo año (1728) los dos volúmenes de su Antiteatro crítico, al que contestará Feijoo con
\à Ilustración apologética (1729), en cuyo prólogo prometía no continuar la polémica.
Pero, ante nuevos ataques, sería su fiel amigo y discípulo fray Martín Sarmiento quien le reivindicase con la
Demostración apologética (1732).
Otro ilustre escritor, el P. José Gerardo de Hervás,
indignado por la insistente impugnación de Mañer, exclamaría por boca de "Jorge Pitillas", que era su propio seudónimo :
Conozco que el fingir me aflige y daña,
y así a lo blanco siempre llamé blanco
y a Mañer le llamé siempre alimaña...
Guardan cierta relación con esta polémica, pues las
hubo también entre Mañer y Bordázar, las sostenidas entre este último, Feijoo y Mayans en las que, al atribuir al
último, sin seria confirmación, la paternidad de una Ortografía de Bordázar, dio lugar el fraile benedictino, con
una ligereza y un apasionamiento impropios de él, a enconar esa disputa con el ilustre filólogo.
Otra polémica ruidosa fue la motivada por la superioridad que otorgaba Feijoo a Lucano sobre Virgilio, destacando la répüca del jesuíta P. Javier Aguirre.
Pero es otra discusión surgida por entonces y durante
mucho tiempo prolongada la que no sólo hace más ruido,
sino que llega a comprometer el amplio crédito concedido
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JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
hasta entonces a sus juicios : fue la suscitada por sus opiniones nada favorables al Arte magna de Raimundo Lulio,que,
como confesaría más tarde el propio Feijoo, no había basado en el conocimiento directo de tal obra, sino en el juicio que de ella daba un autor por él tan admirado como el
inglés Bacon. Esta polémica luliana dio motivo para que
entrase en la palestra el antes citado fray Francisco Soto
Mame, cronista general de la Orden Franciscana y,junto
con Mañer, el más enconado de sus impugnadores.
La resonancia de esta polémica llegó a ser tal que daría lugar a un hecho sin precedentes: la antes aludida prohibición real, por orden de Femando VI (1750), de impugnar las obras de Feijoo y de imprimir las refutaciones.
Y a este respecto, desde la perspectiva y la objetividad
otorgadas ya por el paso del tiempo, es curioso observar
cómo los historiadores y los críticos posteriores de más
acusado carácter conservador —sirva como prototipo Menéndez Pelayo— han censurado tal prohibición real y acentuado cuánto encierra de autoritaria y atentatoria contra
la libertad del pensamiento, mientras que aquellos otros
de espíritu más amplio o liberal —el doctor Marañón, por
ejemplo— la interpretan en cambio —y cito sus palabras
textualmente— como un ensayo justísimo de defensa de
la inteligencia frente al rencor de los sentidos.
En la larga lista de los apologistas del benedictino, y
junto a algunos ya aludidos como el doctor Martín Martínez o el P. Martín Sarmiento, hay otros como el Dr. Gaspar Casal; los PP. Enrique Flórez, Mohedano y Codorniu; el erudito Antonio Ponz; los redactores del Diario de
los Literatos; don Juai) de Iriarte; el político e ilustre escritor Melchor de Macanaz;-y, fuera ya del mundo litera-
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rio, los cardenales Cienfuegos y Querini y, sobre todo,
una de las figuras más eminentes y tolerantes de la historia del Pontificado, el Papa Benedicto XIV, gran lector y
admirador del P. Feijoo.
* **
¿Cómo podríamos encuadrar literariamente los escritos del ilustre benedictino gallego?
La brevedad de sus discursos y sobre todo la de sus
cartas, equidistantes entre el discurso académico y la charla de vulgarización, entre el libro y el artículo de revista,
viene a ser un anticipo del moderno ensayo antes que un
género propiamente tal; un medio expresivo de orientación, divulgación y sugerencia, síntesis y puesta al día de
largos y complejos estudios o anticipo otras veces de una
rigurosa formulación científica o hteraria.
Pero, aun más que en la extensión, tal semejanza con
el actual ensayo se halla en su intehcionaUdad crítica, en
su finaUdad didáctica y en su variedad temática, junto a
un ingenuo —con frecuencia, muy ingenuo— sentido experimental. Esa amplitud enciclopédica o pohfacética del
ensayismo de Feijoo nos la revela él mismo con estas significativas palabras: Yo tuve, algunos años ha, el pensamiento de escribir la "Historia de la teología"; pero, habiéndolo comunicado a algunas personas, cuyo juicio me
era y me es más respetable, me disuadieron de él; representándome que en España había mucha mayor necesidad
de Literatura mixta, cuyo rumbo había yo tomado, destinada a desengañar de varias opiniones erradas.
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JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
Esa literatura mixta, como él dice, es una especie de
ensayismo destinado a educar, a innovar, a modernizar a
los españoles.
En este sentido "misional" de la Literatura hallamos
quizá la característica fundamental de la personalidad üteraria del P. Feyoo y, sin duda también, su rasgo diferencial más acusado frente a cualquier otro escritor.
La misión que incumbe a Feijoo es fa de abrir nuevos
cauces dentro de un humanismo enciclopédico —no enciclopedista— y de una actitud científica y experimental,
aunque no pasara del ensayismo divulgador y sugeridor, a
veces matizado de atisbos o intuiciones sorprendentes.
No fue la suya una originaHdad creadora, sino asimiladora y sintética, de juicio e interpretación, mezclándose
en él de manera asombrosa el intuitivo y el erudito que
logra expresarse con fluidez y claridad, en un tono natural e incluso familiar, viniendo a crear la que Marichal ha
llamado prosa general del siglo XVIII, inicio en realidad
de la prosa actual, de la que está mucho más cerca, pese a
las dos centurias que la separan, que de la pesada prosa
del XIX.
Si Juan de Valdés, un par de siglos antes, había dicho
escribo como hablo, Feijoo hubiera podido afirmar "escribo como soy y como siento", anticipándose con su
propio ejemplo a la conocida frase atribuida a su contemporáneo Buffon, el estilo es el hombre.
El polifacetismo enciclopédico de Feijoo impHcaba en
principio un peligro, el de la dispersión o discontinuidad;
pero, con un equilibrio poco frecuente, supo armonizar
contrastes y lograr una línea de continuidad y una trabazón de pensamiento que laten en el fondo de toda su obra.
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FElJOO Y LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
Esa varia y al parecer dispersa temática feijoniana vino a representar el papel de un gran periódico de altura,
iniciado con el Teatro critico universal y continuado con
las Cartas eruditas y curiosas. Este tono periodístico de
altura, semejante al de Addison y Steele, en Inglaterra, es
precisamente uno de sus mayores aciertos y una de sus
más positivas cualidades.
El Teatro critico universal resumía en el título mismo
su carácter: teatro, en su sentido etimológico de escenario;
es decir, gran escenario crítico del mundo con sus 118 discursos, escritos con una rapidez y facilidad casi periodísticas. Si el Teatro critico universal era, en efecto, una especie de revista o periódico misceláneo a la manera de The
Spectator de Addison y Steele —el cual, por cierto, no conocería Feijoo hasta 1750—, las Cartas eruditas y curiosas
—153, en cinco volúmenes aparecidos entre 1741 a 1760—
vendrían a ser su continuación en forma aún más breve y
famihar y, por lo tanto, más asequible al púbhco.
En ese aspecto social y divulgador de la cultura, Feijoo
tenía una especial habiUdad para "interesar a las muchedumbres".
***
¿Qué representa en su tiempo la obra del autor del
Teatro critico y de las Cartas eruditas!
Feijoo, en la línea del humanismo cristiano a lo Fénelon, es, en pleno siglo XVIII, el prototipo de los ideales
que, en el Renacimiento español, habían constituido, como dijo el Knciano, el concepto del "hombre entero".
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JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
Porque el P. Feijoo —entre dos épocas diferentes, en
plena crisis de dos momentos distintos, uno de liquidación de los siglos de oro, otro de comienzo de los tiempos
modernos— representa ál humanista integral, "ilustrado
cristiano", continuador de nuestras esencias tradicionales
y, a la vez, espíritu criticista y racionahsta que persigue,
en la búsqueda de la verdad por nuevos métodos experimentales, más amplios horizontes científicos, en armonía
por otra parte con la plenitud de valores morales del humanismo.
Ser moraUsta y religioso y al mismo tiempo innovador
en la España del XVIII, como lo fue Feijoo, era una empresa que sólo podía arrostrar con plena dignidad y sin
menoscabo de su propia ortodoxia una personalidad de la
calidad ética y de la probidad intelectual de este ejemplar
benedictino: tal es su mayor mérito, rayano quizá en una
especie de callado y sufrido heroísmo intelectual.
Al P. Feijoo le dolía cuanto había de espectacular, superficial, supersticioso y milagrero en nuestra reügiosidad
popular, que en el fondo estaba muchas veces falta de
auténtico sentimiento religioso. Sus afanes de renovación
ideológica y su actitud científica significaron, para las
mentes pacatas de su tiempo, el más grave peligro que se
oponía a la religión. No comprendían —o no querían entender— algo que pretendió expUcar el monje benedictino:
la compatibiüdad del progreso científico y de la renovación de las ideas con los principios eternos de la reügión,
ya que no cabe la suplantación de ésta por la ciencia. Feijoo
deseaba ardientemente que el pueblo español entendiera
y practicase la reügión en su más recto y puro sentido. Por
ese intento depurador de nuestro espíritu reUgioso,e/ ca-
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FEIJOO Y LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
tolìcìsmo español —dice Sánchez Agesta— tiene una deuda
de gratitud con algunos pensadores del siglo, y en cabeza
Feijoo, que incitaron a acrisolar el espíritu religioso desprendiéndolo de supersticiones y prácticas viciosas. Por
lo mismo que la labor era ingrata y hasta, si se quiere, peligrosa, era tanto más meritoria.
Dígalo si no el hecho lamentable de que se le delatase
a la Inquisición a cuenta de unos párrafos de su discurso
Importancia de la ciencia física para la moral que no ofrecían motivo alguno para tal delación. Gracias a la real protección de Femando VI escapó a un proceso.
Pese a ello, los enemigos y los timoratos seguían viendo en el P. Feijoo a un monje desconcertante y sospechoso de heterodoxia. Le quedaría colgado tal sambenito incluso post mortem. Por ello, como ha dicho con agudeza
Americo Castro, para vindicarlo de tales injustas sospechas le haría pasar don Marcelino Menéndez Pelayo por el
Santo Oficio de sus Heterodoxos, pmeba con la que la
gloria postuma del f. Feijoo se vería libre, al fin, del peso
de tan lejana como injusta carga.
* **
Es muy difícil resumir, dentro de la extensa obra del
monje benedictino, sus escritos de carácter filosófico. No
es, por otra parte, un filósofo sensu stricto, ni el constructor de un sistema, sino un oteador de ideas dentro de las
corrientes europeas de su tiempo, siguiendo la más pura
línea española, como antes lo hiciera Luis Vives.
Si para Menéndez Pelayo, era Feijoo un "positivista
católico", en opinión de Sánchez Agesta es, más bien, un
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JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
"racionalista cristiano", especialmente interesado en incorporar las nuevas corrientes físicas y cosmológicas de
Descartes, Gassendi o Newton al soporte tradicional.
Sus ideas políticas corresponden a un moralista católico, a un pacifista por convicción, como lo habían sido Vives y Vitoria, dentro de una línea de pensamiento, serena
y equiUbrada que luego se volvería a reflejar en Campomanes, Cabarrús, Macanaz y Jovellanos. El problema de
las diferencias nacionales, que el ilustre benedictino denomina mapa intelectual y cotejo de naciones, atisbo de lo
que Gustave Le Bon denominará siglo y medio después
psicología de los pueblos, procede, sin embargo, de la literatura del siglo XVII.
En otro discurso del Teatro crítico (IV 13-14) se lamenta del abandono en que estaba sumido nuestro país:
¡El descuido de España lloro, porque el descuido de España me duele! ¡Cuan diferente es' este siglo de los pasados! ¡Gotosa está España! Feijoo, que se anticipaba con
tales exclamaciones a los "regeneracionistas" como Macías
Picavea, Lucas Mallada y Joaquín Costa y al me duele España de don Miguel de Unamuno, hubiera podido vaticinar también que su época se parecería a otras posteriores
en las que, para desgracia nuestra, continuaba el descuido
—hoy, se diría más bien, el deterioro— de la gotosa España que a él tan hondamente le afligía. Le afligía, por ejemplo, entre tantas cosas más, el exceso de festividades existentes. Así, con una doble preocupación de moraUsta y
de economista, en el discurso Paradojas políticas y morales dice: La multitud de días festivos es perjudicial al interés de la república y nada conveniente a la religión. Y añade poco más adelante: Danse comúnmente de población
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FElJOO Y LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
O España ocho millones de almas poco más o menos. Más
de la mitad de éstas se ejercitan en la agricultura y otras
artes mecánicas. Pongamos que el trabajo de cada individuo, computado uno con otro, no valga más que real y
medio de vellón cada día. Sale a la cuenta que en cada día
festivo, por cesar el ejercicio de tadas aquellas artes, pierde España casi seis millones de reales. Por consiguiente, si
en todo el año se cercenasen no más de quince días festivos, se interesaría el reino en seis millones de pesos. ¡Qué
no hubiera escrito Feijoo de haber vivido ahora, ante el
espectáculo incesante de automóviles por nuestras carreteras en las vacaciones de verano o en cualquier fm de semana o en alguno de los muchos puentes en que abunda
el calendario actual!
* **
Tiene Feijoo el criterio de una justicia muy estricta.
El problema de los "menores delincuentes" le interesó de
un modo singular, presentándose en este aspecto como un
verdadero precursor de la moderna Criminología; así, por
ejemplo, su discurso Fisiognomía le muestra como un adelantado de los grandes criminologistas, anticipándose a
Retzel y a XemoUus en el análisis de las causas geográficosociales de la delincuencia; en la valoración de sus valores
psicológicos, a Ferri y a Lombroso; en las leyes de la herencia, con su discurso "de psicología genética Valor de la
naturaleza e influjo de la sangre, a eminentes tratadistas
muy posteriores como José Ingenieros, Feré y Ribot.
Pese a la variedad de materias por él tratadas, tuvo el
P. Feijoo el gran mérito de hacer o de presentar fáciles a
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JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
SUS lectores las cosas má"s difíciles, demostrando sus altas
cualidades de educador.
Dentro del panorama de las ideas pedagógicas en España, Feijoo representa una corriente culturista orientada
por un doble afán de innovación y de utilidad, pero sin
romper con la línea española de Juan Luis Vives o de Melchor Cano. Le interesó especialmente la metodología de
la Lógica, de la Metafísica y de la Medicina, lamentándose
del enorme descuido existente en todas nuestras Universidades respecto a las disciplinas relacionadas con las Matemáticas y las ciencias naturales.
En su concepto de las ideas pedagógicas generales, merece una mención la actitud del P. Feijoo ante las lenguas
clásicas y los idiomas modernos. Conocedor del latín, pero
no del griego, aunque su valoración estética de ambas lenguas clásicas permanezca intacta, ya no las considera un
vehículo vivo de civilización, porque no son fuente de
ciencia, incUnándose por ello a la necesidad de que los españoles conocieran otras lenguas extranjeras. Decía en
1730 - y esa triste situación ha tenido actualidad hasta
casi ahora mismo— que el adorno de las lenguas es una de
las cosas a que menos se han aplicado los españoles.
El haber permanecido aislado y consagrado a la vida
monacal desde los catorce años hasta el fin de sus días; el
no haber mantenido otro contacto que el de los Ubros,
salvo la reducida minoría de personas que le rodeaban; el
no haber viajado apenas no eran, ciertamente, circunstancias favorables para desarrollar en el P. Feyoo su formación estética.
Se le ha tachado a menudo de falta de gusto, de escasa sensibilidad poética o de limitado conocimiento de la
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FEIJOO Y LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
literatura española. Sus contemporáneos, como el implacable Fomer, no le perdonaron jamás su afirmación de
que la elocuencia es naturaleza y no arte; mas he aquí
dónde hay que destacar no ya la formación, sino la actitud estética de Feijoo, reveladora de su talento y de su
intuición. Fue en esto, como en tantas otras cosas, un espíritu de avanzada en una época en que la Estética no había nacido aún, puesto que todavía quedaban muy distantes sus futuros iniciadores, desde el más inmediato,
Baumgarten, a otros como Lessing, Kant o nuestro P. Arteaga. Dados el aislamiento y la formación tomista del autor del Teatro crítico, su actitud estética resulta aún más
sorprendente, sobre todo en algunos atisbos asombrosos
como el discurso titulado El no sé qué, acaso su mayor
acierto en esta materia y considerado por Menéndez Pelayo como muy superior a lo que la balbuciente estética europea había producido hasta entonces y como una derivación de las amplias teorías de nuestros tratadistas del siglo XVII a la vez que un verdadero manifiesto romántico.
Su aspiración a determinar qué es, en qué consiste lo que
gusta, supone con su solo planteamiento un avance importante para la caracterización de la belleza, avance tanto más sorprendente por cuanto la Poética de Luzán aparecería cuatro años después (1737) y \às Investigaciones
sobre la belleza ideal del P. Esteban de Arteaga se harían
todavía esperar por más de medio siglo, hasta su publicación en 1789. La libertad estética de Feyoo se oponía de
un lado al espíritu matemático de la filosofía cartesiana
y de otro al rígido convencionalismo poético o retórico
de Boileau.
En el terreno de la Historia, su idea dominante es deslindar lo propiamente histórico de lo fabuloso, lo cual se
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JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
comprende muy bien tras de una época todavía para él
muy próxima, el siglo XVII, en que abundaron los llamados falsos cronicones. Su discurso Glorias de España, verdadero precedente, como anoté antes, de La ciencia española de Menéndez Pelayo, ofrece aspectos de interés, siendo la finalidad de Feijoo el demostrar que España y los
españoles son parte esencial de la historia de Europa.
El amor a la verdad, el espíritu crítico y el afán innovador son los tres pilares esenciales sobre los que se asientan la acusada vocaqión y la firme actitud científica del
monje benedictino gallego. Otro rasgo muy destacable es
que ya sintió Feijoo la necesidad del trabajo en equipo,
concebido con un sentido casi moderno.
Divulgador e intuitivo de talento, representa el buen
sentido experimental frente al dogmatismo rutinario. Cotejada su obra experimental a la luz de los criterios científicos actuales —afirma el doctor Marañón—, resulta extraordinariamente profunda y clarividente; desde luego,
la más importante de cuantas ocuparon su insaciable curiosidad... Sus ideas médicas y, en general, biológicas son
lo más perdurable y significativo de su obra.
* **
La influencia, la huella del autor del Teatro crítico
universal en nuestra cultura es más profunda de lo que parece, porque no lo es tanto de fornia o estilo como de
nueva dimensión social de la Uteratura entendida como
un instrumento operante en la transformación del pueblo.
Así, Feyoo se nos presenta, en la primera mitad del siglo
XVIII, como el gran innovador que aporta a nuestras Le-
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FEIJOO Y LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
tras unos valores sociales que o no tenía antes o no se habían echado de menos hasta entonces. De aquí el que su
poderosa influencia gravite especialmente sobre valores
himianos, sociales y científicos que tienen como soporte
o vehículo de expresión a la palabra escrita, a la Literatura.
Es cierto, como señalé antes, que Feijoo, sin ser estiüsta, introduce, sin embargo, un nuevo estilo breve, claro,
directo, un "estilo científico" en la prosa española; pero,
con ser esto mucho, no lo es todo,ya que ese estilo directo vale, más aún que en sí mismo, en su apoyatura en la
intencionalidad social, altamente divulgadora, que el autor
del Teatro crítico introduce en nuestras letras.
Ya en tomo a la Universidad de Oviedo y a la celda
del P. Feijoo en el convento de San Vicente se había ido
formando un ambiente de curiosidad intelectual, del que
suigió la que podríamos llamar "generación de los discípulos de Feijoo", formada por hombres típicamente representativos del espíritu de la Ilustración: el marqués de
Sargadelos, el conde de Campomanes y, aunque algo posterior, incluso Jovellanos, que tenía veinte años a la muerte del monje benedictino.
En las Cartas político-económicas de Campomanes,
pubUcadas postumamente, un siglo después, hay una evidente influencia feijoniana; asimismo en las Cartas sobre
los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las leyes
oponen a la felicidad pública de Cabarms; también, como
ha destacado Delpy, en muchas de las ideas contenidas en
las Cartas marruecas de Cadalso e incluso en su poema
épico-burlesco Guerras civiles entre los ojos negros y los
azules, inspirado sin duda en el discurso Las modas del
Teatro crítico, discurso que, en algún otro aspepto, parc-
el
JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
ce ya hacemos presentir la cáustica ironía de Mariano José
de Larra; con rasgos y matices muy diversos, la preocupación feijoniana por España reaparecerá otra vez, todavía
más tarde, en el Idearium de Ganivet, cuyos párrafos, y
creo que es muy curioso anotarlo, ofrecen análoga estructura sintáctica a los del Teatro crítico; en ciertas actitudes
de Clarín y de Valera; y, sobre todo, en Joaquín Costa,
Lucas Mallada y Macías Picavea. En dos obras de este último. El problema nacional y La instrucción pública en España y sus reformas, las ideas feijonianas cobran todavía
vigencia; tal actitud ya casi "regeneracionista" aparece
asimismo en la obra del gran patriota y sociólogo Joaquín
Costa, partidario, como antes Feijoo, de "europeizar" a
España; actitud ésta que informaría también a la llamada
generación del 98, de la cual viene a ser asimismo Feijoo
un claro antecedente en algunos aspectos relativos al problema de la realidad española y la necesidad de incorporarla al movimiento científico e intelectual de Europa,
concepto éste que ya había empezado a cristaüzar durante el siglo XVIII gracias a los escritos de Feijoo y a su positiva e inmediata influencia sobre el grupo de ilustrados
y reformadores de los reinados de Femando VI y de Carlos III especialemente.
Pero es en América —y me parece de singular interés
el destacarlo— donde la difusión y la fama de la obra de
Feijoo alcanzaron increíble expansión. Si hubiera aceptado el Obispado que le había ofrecido FeUpe V, habría
visto limitada su benéfica acción a un solo país. De esta
otra forma, en cambio, a través de sus Ubros alcanzó a
todo el vasto territorio americano desde el norte de Méjico hasta la Patagonia: tal fue la expansión de sus obras y
su influencia o hueUa espiritual en las tierras de habla es-
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FElJOO Y LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
pañola del Nuevo Continente. Y es que hubo allí además,
en el último tercio del siglo XVIII y en los primeros
años del siglo XIX, inmediatos ya a la independencia de
los nacientes países hispanoamericanos, gran número de
admiradores de Feijoo, así como relevantes personalidades
-políticos, rehgiosos, escritores— afines con sus ideas.
La clave de tal penetración feijoniana radica de una
parte, en su mensaje de renovación, que suponía un sentido distinto de la vida, y de otra, en la preocupación por
América que aparece en la obra de Feijoo : con su intuición
característica supo ya darse cuenta de lo que significaba
la comunidad espiritual de España y de los diferentes pueblos hispánicos.
Dijérase que se anticipaba, en cierto modo, a Ramiro
de Maeztu para trazar ya embrionariamente si no un concepto, sí al menos una noción de la Hispanidad, siendo
Feijoo el primero en su siglo que se ocupó de lo americano, tema que sólo a partir de él encontraría otros insignes
cultivadores en Cadalso, Hervás y Panduro y Jovellanos.
Entre otros errores comunes combatidos por el P. Feijoo figura el que, en la Europa del XVIII, atribuía a los
españoles americanos un desarrollo precoz de la inteUgencia, al cual seguía luego una pérdida prematura de sus
facultades físicas e intelectuales. Algunos autores americanos difundían tal error al estudiar las que consideraban
causas de la decadencia física e intelectual que sufrían en
el Nuevo Continente los originarios de España o de otras
naciones europeas. Feijoo refutó experimentalmente tan
absurda creencia. Su defensa de los españoles americanos
ponía de manifiesto su amphtud de criterio a la vez que,
con muy clara intuición de la entonces todavía embriona-
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JOSE ANTONIO PEREZ RIOJA
ria teoria del "movimiento ondulatorio de la cultura",
anticipaba que América alcanzaría im alto grado de madurez dentro del acervo científico y literario universal.
No sólo había una lógica actitud científica en la postura
de ilustre benedictino, sino un amoroso sentimiento de
soüdaridad, acentuado sin duda por la corriente de idealización del americano, tan difundida en la Europa de su
tiempo: toda una leyenda, entre "rosa" y de aventuras,
origina el mito del Buen Americano, Buen Salvaje o Buen
Criollo que habría de hallar en autores como el francés
Chateaubriand —recordemos Atala o Les Natchez— sus
grandes creadores hterarios.
Esa idealización feyoniana del español americano y
la generosa siembra de novedades, impulsoras de reformas en los pueblos del Nuevo Continente, todavía por
entonces colonias de España, sería el punto ideológico de
partida de una línea que les conduciría bien pronto a su
independencia.
* **
Para concluir señalemos, coincidentes con un historiador actual, el profesor Miguel Artola, que nuestra última
figura de valor universal sincrónica con el pensamiento
europeo es Feijoo, y acordes asimismo con otro historiador, muy buen conocedor de la época del benedictino
—me refiero ahora al francés Sarrailh—, que no se podría
negar sin injusticia que el siglo XVIII, sobre todo en su
segunda mitad, ha querido modelar una España nueva y
que durante la primera mitad del siglo, ya Feijoo, en su
incansable cruzada contra el error y cualquiera que sea
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FElJOO Y LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA
a veces su asombrosa credulidad, encarna esta sed ardiente: enseña Feijoo la observación, la desconfianza ante las
conjeturas engañosas y las autoridades recibidas; primer
maestro del método experimental, es ya, se puede decir,
un europeo.
Como observa otro notable hispanista extranjero actual, Richard Herr, los trabajos de Feijoo señalaron el
principio de una nueva era de la vida intelectual española,
sobre todo por elgrado en que se leyeron y se discutieron.
Concluyamos nosotros, por último, que Feijoo, el primer español que mira y nos hace mirar a Europa en el siglo XVIII, es el continuador y renovador de nuestro pensamiento cristiano tradicional, pero a la vez —y ahí radican su equilibrio y su mérito — el gran precursor o adelantado de la Ilustración española.
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