ABELARDO MORALEJO LASO (28.1.1898

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ABELARDO MORALEJO LASO
(28.1.1898-10.4.1983)
Nació en Argujillo (Tierra del Vino), zamorano por tres costados y pasiego
por el cuarto. Era el menor de siete hermanos en una familia de labradores
que aliviaba su corta economía con la alquitara y el estanco. Ayudado por un
hermano sacerdote, hizo el bachillerato en el Instituto de Zamora (1911-17).
Entre sus recuerdos de infancia
solía destacar el de cierto improvisado cañón de madera, que
fabricó jugando a la guerra
entre rusos y japoneses, y que
con su explosión a punto estuvo
de poner un trágico final a su
lúdica imprudencia.
Desde su llegada a Santiago
en 1927 se integró rápida y cordialmente en la vida gallega,
incluso antes de hacerlo por lazos afectivos y familiares; pero
ello no impidió que siguiera
ejerciendo de zamorano inoxidable, que recordaba siempre
con nostalgia su pueblo. No puso más entusiasmo en sus alumnos o en la apofonía que en enseñarnos a hijos y nietos la era o
la bodega de su padre, el negrillo a cuya sombra descansaba
del trillo, la fuente en la que llenaba la barrila a la hora del rebojo ...
Entre 1917 y 1921 cursa Filosofía y Letras (Sección de Letras) en la Universidad de Salamanca, «...con la pensión de dos pesetas diarias por
ahora...)), según reza su credencial de becario del Colegio Mayor de San Bartolomé. De sus maestros recordará a González de la Calle, que lo aficiona a la
lingüística histórica y comparada, a Pascual Meneu, cuya excentricidad no le
impedía ser un excelente profesor de árabe y hebreo, y, sobre todos, a don
Miguel de Unamuno, del que hará reiterada defensa y elogio como profesor
dedicado y eficaz, tanto en la Cátedra de Griego como en la de Historia de la
Lengua Castellana. A las clases de don Miguel, y a las visitas a su casa y
biblioteca debía nuestro padre mucho de su afición políglota y de la conformación y amplitud de sus horizontes literarios y culturales. En este punto cabe
destacar un conocimiento de todas las lenguas y culturas peninsulares desgraciadamente poco habitual entre intelectuales españoles. Por cierto que en su
expediente de Licenciatura anotamos el dato curioso de que sólo tiene un
«aprobado»: jen Latín!
Sus estudios se ven interrumpidos en el verano de 1921: era soldado de cuota
en Zamora, y el Desastre de Annual se lo llevó a Melilla, donde poco más hizo
que leer poesía inglesa y enfermar de paludismo. Solía recordar que en cierta
ocasión su compaiíía se hallaba acampada junto a unos soldados del recién creado Tercio de Extranjeros, entre los cuales había un alemán, y que su propio teniente, que había visto la gramática alemana que nuestro padre llevaba con algunos otros libros en el macuto, lo invitó, a título de prueba, a que le preguntara al legionario qué hacía allí. Se acercó y le dijo «iWas machen Sie hier?», a
lo que el teutón le respondió ((Diesselbe frage ich mich jedem Tag». En fin, en
septiembre de 1922 fue repatriado, tras una recaída en su paludismo.
En 1922-23 sigue el Curso de Doctorado en la Universidad de Madrid, entonces «la Central». Recuerda con especial afecto a Menéndez Pidal, y renueva su devoción a Unamuno; en efecto, lo aprendido con él le permitió
aprovechar plenamente la exposición de los entonces nacientes Orígenes del
Espaíiol de don Ramón. No olvidaría tampoco a Daza de Campos, que supo
aficionarlo al Sánscrito.
En ese curso, y hasta 1926, es condiscípulo de García Solalinde, Sánchez
Sevilla, Dámaso Alonso, Valbuena Prat, Vallejo, García Bellido, etc. Ya de
antes arranca su íntima amistad con su paisano Ramiro Ledesma Ramos, con
el que entonces compartía un especial interés por la cultura alemana. Ledesma
fue pionero de la introducción en España de los textos capitales de la
fenomenología, en tanto que Abelardo Moralejo lo fue de la poesía de Rilke,
cuya obra conoció y parcialmente tradujo todavía en vida del poeta.
Para la historia menuda quede el dato de que Valbuena le hacía los comentarios estilisticos a cambio de las traducciones de Sánscrito. De éste dio algunas clases particulares a algunos de los condiscípulos citados y, según parece,
también a Jorge Guillén. De entre las gratificaciones que tales clases le valieron solía destacar nuestro padre la de haber tenido la oportunidad de escuchar a Valéry en la Residencia de Estudiantes, y de recibir información
sobre Vossler y sus tesis idealistas. Al recordar recientemente en la prensa a
esos que llamaba «mis más ilustres discípulos», ponía por delante el humor y
el temor de que se-le tomara por el pastor de Torrelaguna que se alababa de
ser maestro de Cisneros porque le había ensefiado a silbar...
En 1923 Menéndez Pidal lo llevó como becario al Centro de Estudios Históricos, donde trabajó en la Revista de Filología Española y, bajo la dirección
de Julio Cejador, hizo su tesis Las oclusivas sonoras aspiradas en latín, leída y
publicada en 1926. Fue también profesor en cursos para extranjeros y, apenas
un curso, en el Instituto Escuela. En diciembre de 1926 opositó a cátedra, y
obtuvo la de Santiago al tiempo que Bassols de Climent obtenía la de Sevilla.
En enero de 1927 tomó posesión, y en la misma cátedra permanecería hasta su
jubilación en 1968, sin otras interrupciones que las que supondrían sus dos
viajes a Alemania, becado por la Junta de Ampliación de Estudios, y, naturalmente, la Guerra Civil.
Moralejo llegó en 1927 a una Facultad condenada por muchos años a tener
un profesorado «de paso», a la espera de otro acomodo: en ella llegó a ser,
bien a su pesar, el único numerario y, por ello, Decano forzoso. Sus 41 años
de docencia, y casi los mismos de cargos académicos, en Universidad y ciudad
como Santiago, explican bien que llegara a convertirse en una verdadera institución: fueron 41 años de competencia reconocida, de dedicación ejemplar a
un número ingente de clases y cursos, de dignidad y rectitud en el desempeño
de los cargos académicos; además, y sobre todo eso, de humanidad y de bondad de trato, sin otro riesgo para el amigo y el interlocutor que el entusiasmo
ingenuo y apabullante y la ya proverbial disposición a poner cátedra allí donde
tuviese tiempo y oyentes; iy a veces aunque los oyentes no tuviesen tanto tiempo!; fue políglota en todos los sentidos, y no hay en Santiago calle o esquina
que no hayan tenido libre y larga lección de Abelardo Moralejo.
Tuvo fama y ejercicio de exigente, pero con una autoridad y, también, con
una clemencia unánimemente reconocida. En cierta entrevista periodística a
raíz de su jubilación declaraba que siempre había quedado muy agradecido a
los alumnos hijos de amigos que estudiaban lo bastante para aprobar, pues le
evitaban el enorme disgusto que le acarreaba el tener que suspenderlos.
Ensefió Latín, incluidos el Vulgar y el Medieval, Griego, Sánscrito -en un
intento frustrado de Sección de Filología Clásica en 1940, fenecido por la sordera ministerial-, y, por necesidad o afición, también Historia Antigua, Árabe y
Filología Románica; añádanse cursos libres o de Doctorado sobre Lingüística
Indoeuropea, Toponimia, lenguas prerromanas hispánicas, etc., sin olvidar su
labor pionera en los Cursos de Verano para Extranjeros, que aprovechaba para
lo que pudo haber sido su dedicación principal y fue siempre su hobby: la Gramática Histórica del Español, y la Filología Gallego-Portuguesa.
En el balance positivo de su docencia hay que anotar su participación en la
renovación y promoción de nuestros estudios clásicos y de las vocaciones hacia
ellos, y también hacia otros ámbitos filológicos. El afecto con que fue reconocido y recordado por sus alumnos es el mejor aval de ese balance, y concuerda
con su humilde insistencia en considerarse profesor más que investigador, y
con la memoria feliz, frecuente y orgullosa de la larga nómina de filólogos e
historiadores que fueron alumnos suyos.
Su dedicación a la Universidad, su obra investigadora y sus valores personales fueron varias veces reconocidos: la Real Academia Gallega, que tiempo
atrás lo contaba ya entre sus correspondientes, acabó llamándolo a su seno como miembro numerario; su antigua Facultad lo hizo su Decano Honorario; la
ciudad de Santiago lo honró con el título de Hijo Adoptivo, como lo honraron los gobiernos, también extranjeros, que le concedieron diversas condecoraciones. Pero, sobre todo, acaban de honrarlo tantos y tantos amigos, compañeros y antiguos alumnos, a los que la mucha edad de nuestro padre no les
ha restado sorpresa y fruaración ante su muerte.
La labor de investigación y publicística de Abelardo Moralejo tiene como
fondo un recato y prudencia ante la palestra de la letra impresa que bien pudiera considerarse antítesis del (do publish or to perish~,y la evidente limitación que para ella supusieron el ritmo y volumen de su docencia, el continuado desempeño de cargos académicos (Secretario de la Facultad, Decano,
Interventor General, Vicerrector); pero tampoco resulta objetiva la modestia
con que él mismo aludía a su obra en informes y cuestionarios: «...por haber
dedicado siempre bastante tiempo a la Facultad o a la Universidad, y por haber carecido también de suficiente bibliografía, sobre todo extranjera, sus trabajos son en general pocos, breves y seguramente de escaso interés...)). La relación completa de trabajos que damos más abajo es ejemplo de cómo jubilación es término capaz de cambiar mucho de significado, y de que tras ella
Abelardo Moralejo vivió, en realidad, quince anos sabáticos plenos de nuevas
lecturas y nuevos escritos; plenos de serena y viva actividad, que hacían de él
-como no mucho antes de su muerte decía un querido colega- «un Néstor
de nuestros estudios)).
Voces más autorizadas y menos comprometidas por la natural pietas harán
mejor balance de su producción escrita, en la cual nos atreveríamos a señalar
la seriedad de la información, el buen instinto y mesura de juicio, y la humilde
prudencia con que planteaba sus pareceres; también el dato de que vivió en y
para una tierra y una cultura, con un papel destacado, si no fundacional, en la
introducción en Galicia de los métodos y objetivos rigurosos de la Filología y
la Lingüística.
Hay una faceta en la obra de nuestro padre que puede ser especialmente
destacada: su actividad de traductor, natural resultado de su afición poliglota,
en la que bien puede decirse que muchas veces practicó un verdadero juego o
desafío consigo mismo: era habitual en él el gesto de echar mano de gramática, diccionario y textos de una lengua y llegar a entenderlos con, repetimos,
tanto o más de deporte que de estudio.
Ya hemos señalado que tal afición arrancaba del magisterio de Unamuno.
Particular preferencia mostró por la traducción de cuentos y poemas populares de todo el mundo, y entre las versiones publicadas o inéditas que deja las
hay de varias lenguas eslavas, germánicas, del lituano, sánscrito, antiguo irlandés, árabe, etc.; no pocas de ellas nacieron para el consumo doméstico de sus
hijos y nietos. Y caso aparte, naturalmente, son sus tempranas versiones de
Rilke -algunas aparecidas ya en 1928-, del que probablemente fue el primer
traductor de lengua española.
Capítulo notable forman las traducciones de manuales alemanes de diversas filologías, entre las que merece recordarse especialmente la de Das Wunder
der Sprache de Walter Porzig: un paradigma de versión rigurosa y trabajada,
enriquecida con abundancia de notas que acreditan la profundidad y amplitud
de conocimientos del traductor.
Y hasta aquí esos ochenta y cinco aiios plenos de un profesor que se dio
entero a su Universidad, de un filólogo y lingüista de curiosidad sin límites,
capacidad sin tacha y una obra investigadora no amplia, pero sí sólida; los
ochenta y cinco años de un hombre bueno, cortados por las secuelas de una
mala caída, riesgo inevitable de una ancianidad activa y lúcida. En nuestra ú1tima conversación con él nos decía que ya se sentía animado y con fuerzas como para ir a dar una clase. Murió leyendo; en aquel momento cayó de sus
manos su ejemplar de las Memorias de Adriano de Yourcenar, las que se inician con el recuerdo de aquellos versos que el emperador sabio dedicó a su
propia alma a modo de despedida: Animula uagula blandula, hospes comesque corporis.. .
BIBLIOGRAF~ADE ABELARDO MORALEJO
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38. «Sobre la fonética de ciertos arabismos y el topónimo Aibelda)), Verba 2, 1975.
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42. «Sobre grafía y pronunciación de los topónimos gallegos)), Verba 4,
1977 (cont. del n.O 39).
43. aTopónimos variables con nasal o sin ella: en -edo, -endo, etc.», Verba 4, 1977.
44. «Ojeada a los topónimos hispánicos y especialmente a los gallegos de
origen prelatino de J. Corominas», Verba 5, 1978.
45. «Ojeada a los topónimos hispánicos. ..», Verba 6, 1979 (cont. del n.O
44).
46. «Dos artículos casi coincidentes sobre toponimia)), Verba 5, 1978.
47. «Notas acerca de hidronimia gallega», Verba 7, 1980.
48. «Un topónimo fantasma y ambiguo: Lañobre)), Boletín del Seminario
Fontán-Sarmiento 2-3, Santiago, 1981.
49. En torno al nombre de Vigo (entregado para publicación en 1982; no
hemos podido saber a qué revista).
50. «Notas acerca de algunos topónimos de la comarca de Betanzos)),
Anuario Brigantino, 1982.
51. Catasós y otros topónimos derivados de «catar».
Los trabajos n.O 24 al 37, 40, 42 y 51 están recogidos en el libro Toponimia Gallega y Leonesa, Ed. Pico Sacro, Santiago, 1977.
De Rilke: en la revista canaria La Rosa de los Vientos, año 11, n.O 5, enero
de 1928: Liebeslied, Der Panther y Der Konig (de Neue Gedichte). En
Gelmírez, revista literaria editada por I.N.E.M. ((Arzobispo Gelmírez» de
Santiago: n.O 1, 1945-46, Requiem para una amiga y Anunciación a los pastores; en n.O 2, 1945-46, La bailarina española. Tiene inéditas las traducciones
de otros poemas.
En Trabajos y días, Salamanca, núms. 3, 6, 9, 11 y 15 (entre 1946 y 1951)
publicó traducciones de:
- sánscrito: unos poemas de Bhartrhari-y de Amaru.
- croata: El cautiverio de Stoyan Yankovich.
- lituano: canciones y cuentos populares.
En Homenaxe a Alvaro Cunqueiro, Univ. de Santiago, 1983, traduce y
anota del antiguo irlandés los Cuentos de la cerda de Mac Dathó.
Deja inéditas otras traducciones de literatura popular lituana, croata y germánica, de cuentos y apólogos árabes, de textos sánscritos, de Gorki, de Thomas Gray, y del Laques platónico.
Por azares editoriales queda sin publicar su traducción y anotación de las
Cartas Latinas de Antonio Pérez, a las que, según creo, acompañaría un estudio de J. Caro Baroja. La traducción es de 1974.
Además de Das Wunder der Sprache ha traducido La Épica en las Literaturas Románicas de Leo Pollmann (Planeta, Barcelona, 1973), la Historia de
la Lengua Griega de Hoffmann-Debrunner-Scherer (Gredos, Madrid, 1973) y
Las formas artísticas del Barroco de Tintelnot y otros, que no ha llegado a
publicarse.
(Nota.-En una revisión urgente de inéditos que habrá que valorar destaco
su última lección «El latín y las lenguas vivas» y «La vid y el vino en la antigua Roma y en su Imperio», que parece ser de bastantes años atrás).
Juan J. MORALEJO
ÁLVAREZ
Universidad de Santiago
José Luis MORALEJO
ÁLVAREZ
Universidad de Oviedo
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