18 de enero de 2008 Los otros eran los profesores Alicia Fernández Labeque y Óscar Jorge Villa, investigadores de la biblioteca, que desde 1979 trabajaban sobre las relaciones entre fotografía e historia y que el 26 de noviembre de 2004, a las 10.4515 entregaron al señor Vallarino un artículo encargado por éste en su calidad de director: “Fotografías y conflictos bélicos. Un ejemplo del siglo XIX (1865-1870”.16 Aunque los funcionarios de la biblioteca no perciben derechos de autor por sus producciones institucionales, corresponde que éstos sean inscriptos en la Oficina Reguladora de Trámites de la misma. Vallarino omitió hacerlo. A mediados del año pasado, otra vez con Vigil, publicó La triple alianza.17 Las coincidencias de este libro con los trabajos de Fernández, Villa y Del Pino son asombrosas. Los textos que van de la página 30 a la 34 y de la 36 a la 40 del libro tienen el mismo nivel de similitud con el artículo de Fernández y Villa que los ofrecidos a la comparación en el recuadro. Lo peor es cuando los escritores apuran el paso (no es fácil publicar dos libros por año). Fernández y Villa citaban en su trabajo una carta de Flores a dos generales argentinos: “Jamás debe dejar de contar el pueblo correntino –decía el caudillo oriental–con sus aliados naturales, los orientales. La hora de la caída del tirano del Paraguay toca a su término (…) y con la triple alianza de brasileños, argentinos y orientales, su caída es inevitable”. En la página 37 Vallarino y Vigil citan el mismo fragmento atribuyéndolo al presidente argentino Bartolomé Mitre, sin notar que sería excesivo desenfado de parte de éste andar ofreciendo la colaboración del país vecino. La triple alianza incluye fotografías de la guerra: son 44; 40 ya habían sido publicadas por Del Pino. Las leyendas al pie también son muy similares a las de éste; diríamos que abreviadas. Otra vez surgen problemas cuando los autores se apartan del guión. Así, debajo de la fotografía de la batería brasileña del coronel Mallet (pág 26) escriben que los carros con municiones que se aprecian en la misma “se colocaban en fila frente a la batería, previniendo un eventual ataque paraguayo”, lo cual cualquiera comprenderá que constituye un procedimiento suicida. La colección de similitudes podría proseguir ad nauseam. La de disparates también. Sin embargo vale la pena agregar que tampoco en este caso Vallarino confiesa sus más probables fuentes. En su bibliografía, en lugar de mencionar el artículo de Villa y Fernández con el que ostensiblemente coincide, incluye otro, muy anterior, sin estricta relación con lo tratado. En lugar de indicar qué fotografías tomó de la Biblioteca Nacional, las atribuye todas al Museo Histórico Nacional o las presenta sin indicar su origen.18 Esto cuando hay alguna, como la de la página 51, que sólo existe en la biblioteca y cuando otras (las que el lector ve en esta página) todavía llevan su sello. Otro chacinado entonces que no supera las más indolentes prescripciones bromatológicas. Los asturianos dicen, sabrán por qué, “carne en calceta, quien la meta”. ■ 25 El conjunto de errores históricos que contiene el libro “Expediente Nardone. La CIA en Uruguay”, publicado por Raúl Vallarino, es tan amplio que se torna confuso y desinformativo. El lector, no necesariamente avezado en los métodos de la investigación histórica ni estudioso del tema, merece estas aclaraciones. A propósito de de un libro irresponsable ROBERTO GARCÍA FERREIRA1 EL ENFRENTAMIENTO bipolar en tiempos de la Guerra Fría convoca a un creciente número de estudiosos y da lugar a encendidos debates entre investigadores de Estados Unidos, Rusia, Europa, México y el Caribe. En Uruguay, en cambio, con las excepciones de Juan Oddone y Clara Aldrighi, no se ha prestado mayor atención a este tema. Una amplia literatura coincide en que América Latina permaneció ajena a la Guerra Fría hasta la consolidación de la revolución cubana, un catalizador de la intervención soviética. Es que hasta 1961 ambas potencias le asignaron al continente americano un lugar marginal en sus agendas de política exterior. Era natural: la zona formaba parte de la esfera de influencia de Estados Unidos y su peso resultaba tan abrumador como distante y desconocida era la región para los ideólogos soviéticos, nada deseosos –más allá de su retórica propagandística– de exportar la revolución mundial al “rebaño latinoamericano”. Sin embargo, ello no quiere decir que los efectos de la lucha global entre las superpotencias no se hayan sentido con intensidad en todos los países del continente. El inconveniente, nada menor, es la falta de investigación en archivos latinoamericanos, lo que habrá de permitir romper la excesiva dependencia de los fondos estadounidenses y evidenciar el grado de involucramiento de la región en los conflictos devenidos de la Guerra Fría. Por el momento, los aportes realizados desde México, Chile, Guatemala y Cuba arrojan suficientes evidencias para afirmar que, aun desde la periferia, la Guerra Fría latinoamericana no fue templada. Dentro de ese espacio, el caso uruguayo merece especial atención. Nuestra “excepcionalidad” y “estabilidad democrática” nos “acercaron” a la URSS , que mantuvo vínculos diplomáticos para asegurarse aquí un puesto de observación “privilegiado” entre los dos grandes países del continente. En razón de ello, parecen atendibles los recuerdos de varios ex agentes, quienes reconocían a nuestro país como un territorio de permanente intercambio entre los servicios de espionaje de Estados Unidos y la Unión Soviética. Por lo anterior, resulta obvio deducir que acerca de la Guerra Fría existe un amplio campo de investigación sobre el cual todo está por hacerse. LOS DOCUMENTOS DE LA CIA Y EL “ARCHIVO DEL KGB”: ALGUNAS PRECISIONES. En Expediente Nardone. La CIA en Uruguay (Planeta, 2007), Raúl Vallarino pretende nutrirse de documentos liberados por la estadounidense Agencia Central de Inteligencia (CIA) y, según consigna, también de “archivo(s) del KGB” (pág 64). Sin explicación alguna sobre la “política de apertura” de la CIA, da la sensación de que Vallarino es un privilegiado investigador que accedió a los documentos. Nada de eso: ellos se encuentran disponibles en Internet y es la propia CIA quien otorga todas las “comodidades” al permitir buscar según palabras clave, número de documento, fecha, etcétera. Muy diferente es el caso de los archivos de la ex URSS, donde tras varios años de una “apertura” poco clara se han vuelto a cerrar y sólo se permite la consulta a familiares directos de ex agentes y/o víctimas. Para América Latina, los pioneros trabajos de Daniela Spenser y Erick Ching son significativos de esa breve “apertura” pero sus estudios resultan lejanos: las triangulares relaciones entre México, la Unión Soviética y Estados Unidos durante los años veinte en el caso de la primera, y el nulo papel de los comunistas en la rebelión indígena de 1932 en El Salvador, en el segundo. Debido a ello, y cuando menos, resultan discutibles –si no enteramente dudosas– las “citas” de presuntos documentos originales del “archivo del KGB”, aunque ello sería fácilmente solucionable si el autor proporcionara a los lectores alguna referencia sobre qué colecciones consultó, fechas, etcétera. El “CASO ARBENZ”. Si de documentos de la CIA se trata, resulta improbable no encontrarse con registros desclasificados sobre la intervención de esa agencia en Guatemala para deponer a Jacobo Arbenz. Fue su primera operación encubierta en el continente y hoy sabemos que Arbenz debió soportar una sistemática campaña de desprestigio montada desde los principales medios de prensa latinoamericanos, que difundieron las sugerencias propagandísticas de la CIA buscando convencer a la opinión pública de que el régimen guatemalteco era “controlado por los comunistas de Moscú”. Vallarino aborda el tema del “derrocado presidente de Guatemala exiliado en Uruguay en 1954” citando un telegrama de la estación de la CIA en Montevideo fechado el 25 de junio de ese año. Según el autor allí se reportan “las reacciones que el derrocamiento de Arbenz provocó en distintos ámbitos de Uruguay” (pág 13). Soslayando su defectuosa transcripción y traducción –una constante en todo el libro2–, caben dos puntualizaciones. La primera es que Arbenz renunció el 27 de junio y por ello el documento generado dos días antes no da cuenta de las “reacciones” provocadas por su “derrocamiento”. La segunda es que el ex presidente solicitó asilo y se refugió en nuestro país tres años después, en mayo de 1957. Páginas más adelante, el autor retoma el caso Arbenz. Nuevamente queda al descubierto su escaso conocimiento y, lo que resulta más doloroso, exhibe como propios esfuerzos de investigación que no le corresponden, sin realizar las citas correspondientes. Según Vallarino, “un capricho del destino” trajo a Arbenz a Montevideo y aquí “fue vigilado en todo momento” ya que su “servicio doméstico” fue “infiltrado por una mujer que reportaba a la CIA”. Además, según su investigación, fue gracias a la acción de un ex agente de la CIA que consi- ▲ 1. Entrevista dada a Jorge Clara para el programa radial Sábado Sarandí, trasmitida el 13-X-07, http://www.radiosarandi.com/ temasAgenda_ver.asp?idTema=3555 2. La dirección es http://es.wikipedia.org/wiki/Usuario:Raul_Vallarino. Sin embargo no se lo menciona en la nómina de caballeros de la orden publicada en http://www.ordendelsabadiego.es/part_cofradia/ cofrades.jtm 3. http://www.ordendelsabadiego.es/part_elsabadiego/historia.htm 4. Antes de ser nombrado director de la Biblioteca Nacional, Vallarino escribió Síndrome (1994), Todo comenzó en un galpón (1996), Historias del vapor de la carrera (1997) y Sueños de centreforward (1999). La serie a que este comentario se refiere está constituida por sus libros posteriores. 5. Raúl Vallarino y Mercedes Vigil, Crónicas del 900. El Uruguay en imágenes, Montevideo, Planeta, 2006, 190 págs. 6. Raúl Vallarino, Nombre clave: Patria. Una espía del KGB en Uruguay, Montevideo, Sudamericana, 2006, 223 págs. 7. José Pedro Díaz, “El escritor y la espía soviética”, Brecha, 25-IV1997, págs 28-29. 8. Fernando Barreiro, “La coronela”, Tres, 28-VIII-1998, págs 35-47. 9. Barreiro, op cit, pág 39. 10. Barreiro, op cit, pág 42. 11. Barreiro, op cit, pág 42. 12. Comunicación personal del profesor Juan Fló con este comentarista, 1-I-08. 13. Comunicación personal del licenciado Alberto del Pino Menck con este comentarista, 10-I-08. 14. Alberto del Pino Menck, “Javier López, fotógrafo de Bate & Cia en la Guerra del Paraguay”, Boletín Histórico del Ejército, año 68, números 294-297, Montevideo, 1997, págs 33-69. 15. Registro de la computadora del Departamento de Investigaciones Literarias de la Biblioteca. 16. Copia en poder de este comentarista. 17. Raúl Vallarino, y Mercedes Vigil, La triple alianza. La guerra contra el Paraguay en imágenes, Montevideo, Planeta, 2007, 133 págs. 18. La licenciada Graciela Gargiulo, directora del Departamento de Materiales Especiales de la biblioteca, indicó a este comentarista que Vallarino tuvo mucho tiempo en su poder las fotografías de la guerra paraguaya pertenecientes a la institución. Diálogo mantenido el 11-I-08. Brecha 26 Brecha 18 de enero de 2008 ▲ guió salir de Guatemala. “Yo le salvé la vida a Arbenz”, declaró Howard Hunt, citado por el autor sin indicar la fuente (pág 53). Nuevamente se imponen las correcciones. En primer lugar no se trató de un “capricho”, el guatemalteco deseaba regresar a América Latina para intentar escapar, en un país “liberal y democrático” como el nuestro, del seguimiento de la CIA. Segundo, la opinión de Hunt, que Vallarino recoge de forma acrítica, es falsa. Como consta en una extensa bibliografía, Arbenz y su familia eludieron por muy poco el linchamiento. Nada tuvo que ver el ex agente que en ese entonces –y como consta en sus egocéntricas memorias, leídas sin atención por Vallarino– ni siquiera estaba en Guatemala. En realidad, Arbenz consiguió llegar al aeropuerto tras despistar la atención de una turba enfurecida que se la tomó contra un vehículo en el que sólo iba uno de los empleados de la embajada de México. Por último, y en lo relativo a su presencia en Montevideo, ¿cómo sabe Vallarino que Arbenz fue vigilado “en todo momento”? ¿Qué le permite aseverar con tanta convicción que el servicio doméstico trabajaba para la CIA? Al no exhibir “sus” fuentes, Vallarino nos remite al terreno deductivo. De esta forma es muy probable que el autor se haya nutrido de los contenidos –tan deformados por el periodista que realizó la nota como es- crito está su libro– de una entrevista que este investigador concediera al suplemento “Qué Pasa” de El País (19-V-07, págs 8-9). URUGUAY: ¿UN PAÍS DE RELEVANCIA PARA LOS SOVIÉTICOS? Hoy también sabemos que América Latina no permaneció exenta del accionar sigiloso de la inteligencia soviética. Vallarino afirma que los rusos “trabajaban totalmente compartimentados en todo el territorio uruguayo, sin ceder terreno a los estadounidenses” y “al igual que la CIA ejercieron actividades ilegales de todo tipo” (págs 7-8). Lamentablemente, no exhibe fuentes para demostrarlo. Poco más adelante, el autor añade –esta vez con éxito– que los soviéticos enviaron a Uruguay a María de las Heras, la célebre esposa de Felisberto Hernández que en realidad era espía del KGB y desde Montevideo formó una red de agentes. Es acertado pero en nada se demuestra por la precaria novela del mismo autor, editada este año. 3 Afortunadamente, el paso de los años va permitiendo conocer varios de estos hechos. Todo indica que las misiones diplomáticas del bloque soviético acreditadas en Uruguay le permitieron desplegar agentes, distribuir propaganda y poco más ya que esos eran sus objetivos posibles en América Latina. Difícilmente los agentes rusos podían realizar operaciones de importancia. Se sabían vigilados y cualquier exceso podía motivar el cierre de la embajada. Las escasas evidencias indican que a la menor falta Benito Nardone, fuente de Vallarino de un diplomático el recambio era inmediato. Para finalizar, importa subrayar que la intervención soviética en nuestro continente tenía un carácter limitado, condicionado por factores geográficos –las distancias eran insalvables–, políticos –la influencia de Estados Unidos era decisiva– y hasta mentales. Es que, como recuerda Nikolai Leonov –el más importante ideólogo soviético sobre América Latina y que terminó su carrera como vicedirector del KGB–, para la inteligencia soviética “el rebaño latinoamericano” era considerado “como parte de un continente que incluía a Estados Unidos: es decir (…) no se separaba de la temática estadounidense”.4 Por todo lo señalado, resulta discutible definir a María de las Heras como “agente de relevancia” (pág 18) para Moscú, que difícilmente la enviaría a una zona no precisamente relevante. NARDONE Y LA CIA. No es novedosa la estrecha relación de la CIA con Benito Nardone. Era un político en ascenso y su virulento anticomunismo lo convirtió en un blanco natural de la inteligencia estadounidense, que de hecho consiguió su concurso. Ello fue revelado tres décadas atrás en las memorias del citado Hunt y el “diario” de su colega Philip Agee –no “Philips” como escribe Vallarino en todas las oportunidades–, cuyas primeras ediciones fueron de 1974 y 1975 respectivamente. Para Vallarino, los documentos de la CIA en que aparece mencionado “Chicotazo” –expuestos al final del libro (págs 187 y 189)– “colaboran a construir un expediente sobre la actuación de Benito Nardone” (pág 6). Sin embargo, los mismos nada dicen, son párrafos con comentarios generales que sólo confirman una obviedad: que la CIA estaba muy ente- rada de lo que sucedía en nuestro país. Pero, ¿es esperable que revelen algo respecto de los vínculos de la agencia con Nardone? Francamente no. Si la CIA es cautelosa en la divulgación de sus métodos, es completamente hermética en la conservación de las identidades de sus fuentes, y Nardone era “colaborador” de la agencia. EL ASESINATO DE ARBELIO RAMÍREZ. En 1961, y luego del fiasco estadounidense en Bahía de Cochinos, la revolución cubana se consolidaba. Al igual que Guatemala antes, Cuba simbolizaba entonces la esperanza y el problema era el “ejemplo”. Como parte de sus respuestas, Estados Unidos promovió la Alianza para el Progreso. Una reunión importante en ese sentido tuvo lugar en Uruguay a mediados de 1961 y para ella llegó Ernesto Guevara representando a Cuba. Durante su estadía ofreció una recordada conferencia en el Paraninfo de la Universidad, desbordado de un público expectante por escucharlo. El clima montevideano no era el más propicio. Desde la década anterior, actuaban en Montevideo varias “organizaciones controladas” de la CIA –casi una decena–, y algunas de ellas contemplaban el uso de la violencia para intimidar a los comunistas. A tal punto que recibían el calificativo de “grupos extremistas” por parte de la inteligencia policial. Los episodios que terminaron con la muerte del profesor Arbelio Ramírez son conocidos. Si bien nunca fueron investigados a fondo, ni aclarados por la justicia o la Policía, su autoría ha sido unánimemente atribuida a las mencionadas “escuadras de castigo” de ultraderecha, particularmente al Movimiento Estudiantil para la Defensa de la Libertad, un frente detrás del cual operaba la CIA. En ese marco de tensio- nes, Vallarino sostiene que “los servicios soviéticos tenían información algo difusa sobre la posibilidad de un atentado pero nada sabían sobre el momento y el lugar” (pág 73). A lo que el autor añade una revelación inédita: los rusos serían los responsables del atentado contra Ramírez ya que éste “pudo haberse enterado de la doble vida de sus amigos” María de las Heras y Valentín Marchetti, agentes del KGB en Montevideo. “El solo hecho de conocer la verdad, lo tornaba peligroso para la cobertura clandestina del matrimonio” y en razón de ello el autor cree que esa hipótesis es “verosímil” (págs 74-75). ¿Cómo fundamenta tan gruesa afirmación? ¿De dónde provienen los documentos de “los servicios soviéticos”? Una vez más, tampoco hay respaldo documental. JOÃO GOULART Y EL EXILIO BRASILEÑO EN MONTEVIDEO. El derrocamiento de Goulart y el apenas disimulado apoyo estadounidense a los golpistas que lo derrocaron es uno de los episodios clave de la Guerra Fría, dado que con él se inaugura en América Latina una nueva era de golpes militares inspirados en la doctrina de la seguridad nacional. En su libro (págs 100101), Vallarino recoge un audio desclasificado correspondiente a una conversación telefónica entre el presidente de Estados Unidos Lyndon B Johnson y dos asesores cercanos. La misma se refiere a Brasil en momentos en que los militares intentaban deponer a “Jango”. “Me parece que debemos dar todos los pasos que podamos, estar preparados a hacer lo que necesitemos”, le decía el presidente Johnson “al subsecretario de Estado George Bail” el “31 de marzo de 1964, un día antes de que el presidente brasileño Goulart abandonara el país”, sostiene Vallarino. Además de precisar que el apellido del funcionario era Ball, no “Bail”, también corresponde corregir que Goulart llegó a Montevideo el 4 de abril de 1964, luego de que circularan varios rumores sobre su paradero y se intentara derribar –en la frontera entre ambos países– la avioneta que lo transportaba. NOTICIA: SALVADOR ALLENDE NO SE SUICIDÓ. Años más tarde y tras varios intentos fallidos, Estados Unidos consiguió deponer al presidente chileno Allende. Poco hay por esclarecer tras la exhaustiva investigación de Peter Kornbluh en los archivos estadounidenses. Sin embargo, y desconociendo también la reciente autopsia al cuerpo del ex presidente –que confirma que se autoeliminó–, Vallarino nuevamente desliza una tesis sor- prendente: “Allende no se habría suicidado, sino que podría haber sido ejecutado por el oficial cubano Patricio de la Guardia, al entender que el presidente chileno tenía pensado solicitar asilo político desde (…) La Moneda” (págs 178-179). SUPERFICIALIDAD Y AUSENCIA DE RIGOR. Un párrafo aparte merece la afirmación de que la inteligencia policial uruguaya nada tenía para “enfrentar a grupos guerrilleros organizados” (pág 144). Según el trabajo de Vallarino, haber luchado contra la subversión “logrando desmantelarla” fue casi hazañoso. Para contrariar esta idea el lector puede remitirse a la reciente Investigación Histórica sobre Detenidos Desaparecidos, aunque también sería apropiado repasar lo expuesto semanas atrás por el coronel (r) Ernesto Ramas en Búsqueda (número 1.429, pág 47): cuando las Fuerzas Armadas decidieron actuar contra el PCU “poco y nada” sabían, “sólo la Dirección Nacional de Inteligencia” poseía “informantes y estaban al tanto de sus actividades terroristas”. Por momentos, la superficialidad de las interpretaciones de Vallarino se torna inverosímil. Al final de su trabajo sostiene que los arrepentidos no son creíbles y de ellos “se sirve Dios… y los servicios de inteligencia” (pág 171). Se refiere a Agee, a quien Vallarino no cree porque “habría recibido un millón de dólares por parte del gobierno de Fidel Castro”, aunque el autor reconoce que “no existen pruebas” (pág 177). ¿Quizá pretendería ubicar un recibo de sueldo? Exhibir como novedad copias de documentos que se obtienen en breves minutos –como se hace desde la página 183 a la 218– nada aporta. El oficio del historiador pasa por su habilidad para contextualizarlos, criticarlos, entrecruzarlos con otras fuentes y de esa forma “hacerlos” hablar. Más allá de su cuestionable manera de entender la ética intelectual, el ensayo es bienvenido en tanto constituye un excelente ejemplo de cómo no debe trabajar jamás un investigador. Para finalizar, y si su permanente presencia en los “medios” le deja tiempo, sería deseable que para la segunda edición corrigiera el medio centenar de faltas que hay en el texto. ■ 1. Autor de La CIA y los medios en Uruguay. El caso Arbenz (Amuleto, 2007). Profesor del Departamento de Historia Americana de la UDELAR . 2. En página 141 se llega a traducir “Army” como “Armada”. 3. Sobre ello se recomienda leer el excelente y documentado libro de Marjorie Ross, El secreto encanto de la KGB, Norma, 2006. 4. Nikolai Leonov, “La inteligencia soviética en América Latina durante la Guerra Fría”, en Estudios Públicos (73: 1999), Santiago de Chile (págs 39 y 50).