MENÉNDEZ PELAYO Y CATALUÑA

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28 abr 2013 ABC
POR GONZALO ANES GONZALO ANES ES MARQUÉS DE CASTRI LLÓN Y DI RECTOR DE LA REAL ACADEMI A
DE LA HI STORI A
MENÉNDEZ PELAYO Y
CATALUÑA
«En los años en que el joven Marcelino permaneció en Barcelona, se
manifestaba en algunos catalanes el sentimiento nacionalista, que no compartía
Milá y Fontanals, a pesar de que era «catalán de mente y corazón»
MARCELINO Menéndez Pelayo tuvo a su padre, don Marcelino Menéndez Pintado, catedrático de
Matemáticas, asturiano de Castropol, como director de sus estudios primarios y secundarios en
Santander. El niño, en la escuela de primeras letras, llamaba la atención por «cierta gravedad algo
melancólica». Parece que no le atraían los juegos y que la afición a la lectura era manifiesta en él.
Destacó también en los estudios de bachillerato, en los que obtuvo las máximas calificaciones.
Como buen conocedor de las aptitudes del joven, de su prodigiosa inteligencia y gran aplicación, el
padre decidió que cursase la licenciatura en Filosofía y Letras en Barcelona, por la amistad que
tenía allí con el profesor de aquella universidad , el también castropolino D. José Ramón de Luanco
y Riego, catedrático de Química General, del que esperaba orientase al hijo en aquella ciudad. El
joven se hizo amigo de uno de sus compañeros, Antonio Rubió y Lluch. Al prologar en 1882 el libro
de Rubió y Lluch sobre El sentimiento del honor en el teatro de Calderón, reconoció las grandes
capacidades investigadoras de su amigo, su firmeza de juicio y su estilo fácil y ameno. Quiso con
este prólogo que permaneciese unido su nombre al de Rubió y Lluch como lo estaban ellos desde
que los había juntado la suerte en la cátedra de Milá y Fontanals. En la Universidad de Barcelona,
el joven Menéndez Pelayo recibió las enseñanzas de varios profesores notables, entre los que
destacaba Manuel Milá y Fontanals, quien le orientó en sus estudios sobre la Cataluña y la
Provenza medievales y sobre la épica castellana.
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ED. CAROSIA
En los años en que el joven Marcelino permaneció en Barcelona, se manifestaba en algunos
catalanes el sentimiento nacionalista, que no compartía Milá y Fontanals, a pesar de que era
«catalán de mente y corazón», según palabras de Menéndez Pelayo, en la semblanza que escribió
sobre él en 1908, al valorarlo como provenzalista, filólogo catalán, folclorista, conocedor de la
poesía popular, historiador literario de la Edad Media y como artista. En esta semblanza, recordó
que la Universidad de Barcelona, cuando él se vinculó a ella como alumno en 1871, tenía
«personalidad científica» y una vida espiritual propia.
Los estudios que el joven Menéndez Pelayo hizo en la Universidad de Barcelona constituyeron
lo que él denominó su «primitivo fondo», nunca modificado, al interesarse por la lírica horaciana y
por Fray Luis de León. Reconocía que, al comenzar él sus estudios en aquella universidad , se
aunaban en ella «venerables tradiciones con impulsos y anhelos de renovación», como heredera
del «floreciente romanticismo» de la escuela de Cervera, de la que procedía Milá. También la
consideraba heredera de la Escuela de Medicina y de los Estudios de la Casa Lonja. Por todo ello, la
Universidad de Barcelona habría tenido, «desde sus primeros días, un sentido histórico y positivo,
de pausada indagación y recta disciplina», no dado a «brillantes generalizaciones», pero sí
«intérprete y no deformador de la realidad».
Para resumir su valoración de Milá como profesor, Menéndez Pelayo recordaba que en sus
clases «se respiraba una atmósfera de pureza ideal», y que los alumnos se sentían «mejor
después de oír aquellas pláticas, tan doctas y serenas», jamás manchadas con la hipocresía. Don
Marcelino era sabedor de que Milá estaba valorado fuera de España como igual a los mejores en los
estudios de filología romance. Por lo que le calificó de «español europeo», gloria, apacible y
tranquila, de la que había disfrutado siempre, al haber aplicado los métodos de investigación crítica
del pasado que comenzaban a utilizar los investigadores que aspiraban a tener «clara conciencia»
de la historia de España. Veía a Milá como el primer provenzalista español, por no decir el único.
Para Menéndez Pelayo, en el discurso académico que pronunció Milá en la Universidad de
Barcelona en 1863, lleno «de intuiciones y rasgos geniales», había mostrado su «verdadero vuelo
de águila crítica». Consideró aquella oración como «la más luminosa síntesis» de los anales
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literarios españoles. Recordó que Milá difundía desde la cátedra el culto a Fray Luis de León, al que
consideraba «el más puro, el más amable y justo entre los poetas españoles». Valoraba que
supiese «de memoria la mayor parte de los romances viejos» y que dijese que el PoemadelCid
debería «escribirse con letras de oro». Por todo ello, pensaba que Milá, «nunca ni para nadie»,
había podido «ser sospechoso de tibio españolismo», pues parece que repetía con frecuencia la
frase de Antonio de Capmany «no puede amar a su nación quien no ama a su provincia», dando al
vocablo provincia no su acepción administrativa, sino la tradicional de tierra de la que se es
originario. Don Marcelino también veía a Milá como «símbolo y prenda de reconciliación» al ser gloria
de Cataluña y gloria de Castilla, por haber escrito el tratado de sus orígenes épicos. Estaba
convencido de que nadie había superado a Milá «en amor a la tradición castellana, en amor a la
común patria española», siendo su espíritu «de los más abiertos a la cultura europea». Recordó
que la versión de Milá sobre las relaciones literarias entre Cataluña y Castilla la había repetido por
última vez, «con severas y enérgicas frases», en el discurso leído en la Universidad de Barcelona
en mayo de 1881, con motivo de conmemorar el centenario de Calderón. Milá se había expresado
así: «La lengua castellana ha sido para nosotros la de un hermano que se ha sentado en nuestro
hogar y con cuyos ensueños hemos mezclado los nuestros. Es verdad que uno de los hermanos no
ha hecho siempre oficio de padre, y que el otro no se precia de muy sufrido, pero el vínculo existe y
es indisoluble». Al final de la Semblanza de Milá, don Marcelino recordó que de las obras de su
maestro, aun siendo estrictamente científicas, se podían obtener «grandes enseñanzas de amor y
estimación mutua» entre Castilla y Cataluña.
Durante los cursos académicos que Menéndez Pelayo pasó en Barcelona, aprendió a hablar
catalán. Mostró públicamente que dominaba el idioma, en el discurso que pronunció el 27 de mayo
de 1888 con motivo de que la Reina Regente, doña María Cristina, viajase a Barcelona para asistir a
los Juegos Florales que allí se celebraban. Se dirigió a la Reina en catalán, lengua que decía haber
permanecido hasta unos cincuenta años antes «en triste y vergonzosa postración». Exaltó el
catalán como lengua que había sonado un día «en todos los contornos del Mediterráneo», que
había hecho «estremecer las ruinas de la sagrada Acrópolis ateniense y las fragosidades de la
Armenia», lengua que Jaime I el Conquistador había dejado a Mallorca y a Valencia «como anillo
nupcial», en la que «dictaban sus leyes y escribían sus gestas» los «gloriosos príncipes de la Casa
de Aragón».
Don Marcelino agradeció a la Reina que hubiese ido a Barcelona «a escuchar amorosamente»
los acentos de la lengua catalana, «ni forastera ni exótica, sino española y limpia de toda tacha de
bastardía». Reconoció que la Soberana era de «espíritu generoso y magnánimo», sabedora de que
la unidad de los pueblos era «unidad orgánica y viva» y no ficticia, y que las lenguas no se forjaban
caprichosamente ni se imponían por la fuerza o por ley, ni se prohibían, ni se dejaban ni se
tomaban «a voluntad», puesto que nada había «más inviolable ni más santo en la conciencia
humana que el nexus secreto en que viven la palabra y el pensamiento». En este discurso dirigido a
la Reina, quiso Menéndez Pelayo desear que «si alguna suspicacia, resto de pasados yerros y
tempestades» quedaba entre Cataluña y el alma de Castilla, tan hechas «para estimarse y para
comprenderse», esa suspicacia habría de caer deshecha ante la Reina regente que venía a ser la
representación del «amor de ambos pueblos», Castilla y Cataluña, «juntos en uno solo».
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