Proyecto sobre Regionalismo en Asia: Asia Central y el caso de Afganistán Equipo de investigación: Dr. Josep Baques, Profesor de Ciencia Política y de la Administración, Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política, Universidad de Barcelona, investigador. Nuria del Viso, Doctoranda en el Instituto Universitario General Gutierrez Mellado e investigadora en el Centro de Investigación para la Paz (CIP), responsable del Area de Paz y Seguridad. Dr. Pere Vilanova, Catedrático de Ciencia Política y la Administración, Universidad de Barcelona y Director del Proyecto. Actualmente es Director de la División de Asuntos Estratégicos y Seguridad del Ministerio de Defensa. Este proyecto de investigación ha recibido una ayuda a la investigación del programa de becas integradas Ruy de Clavijo 2008, concedidas anualmente por Casa Asia. (Nota: cada capítulo excepto esta Introducción va firmado por su autor o autora, único responsable de sus opiniones y contenidos). 1 Indice Capítulo 1: presentación del proyecto Capítulo 2: regionalismo y estabilización en Asia Capítulo 3: Afganistán y la lucha global contra el terrorismo: parámetros históricos Capítulo 4: los conflictos en Asia Central: el caso de Afganistán Capítulo 5: entre el pragmatismo internacional y el imperativo humanitario: España en Afganistán 2001-2008 Capítulo 6: Afganistán, perspectivas de futuro y dimensión regional: un diagnóstico. Capítulo 7: bibliografía y fuentes de utilidad 2 Capítulo 1: presentación del proyecto Proyecto sobre Regionalismo en Asia: Asia Central y el caso de Afganistán Equipo de investigación: Dr. Josep Baques, Profesor de Ciencia Política y de la Administración, Departamento de Derecho Constitucional y Ciencia Política, Universidad de Barcelona, investigador. Nuria del Viso, Doctoranda en el Instituto Universitario General Gutierrez Mellado e investigadora en el Centro de Investigación para la Paz (CIP), responsable del Area de Paz y Seguridad. Dr. Pere Vilanova, Catedrático de Ciencia Política y la Administración, Universidad de Barcelona y Director del Proyecto. Actualmente es Director de la División de Asuntos Estratégicos y Seguridad del Ministerio de Defensa. Descripción del Proyecto: 1.-: Marco Teórico: se trata de explorar la importancia del fenómeno del nuevo regionalismo en un sistema político mundial en plena mutación. A continuación se aplicará el concepto de regionalismo al estudio de caso, para subrayar la estrecha relación entre las dinámicas regionales emergentes en Asia (incluyendo Asia central), y el potencial desestabilizador del caso de Afganistán. a) No se trata de un fenómeno nuevo en sentido estricto, pues el regionalismo como concepto que define la existencia de diversos subsistemas regionales en el sistema global es un fenómeno conocido, ya durante el sistema bipolar. Pero ha emergido con más fuerza en las últimas dos décadas, en formatos diferentes y con rendimientos desiguales, pero en todo caso significativos. 3 b) Estamos asistiendo a una serie de novedades, que en nuestra opinión parecen confirmar al nueva importancia del regionalismo en un sistema internacional global que calificamos como de sistema en mutación. Y una de las mayores novedades potenciales de este nuevo regionalismo es su función potencialmente estabilizadora, al menos como hipótesis de trabajo. 2.- Por tanto, nuestra investigación ha avanzado a partir de tres niveles diferentes: a) El sistema político mundial como sistema global en mutación: exploración del concepto de transición a escala global. Indicadores de las líneas de mutación en el sistema político mundial desde 1989/1991. b) El regionalismo y la consolidación de subsistemas regionales (en un sistema global en mutación). c) El caso de estudio de Afganistán (como factor de inestabilidad) en el centro de un subsistema regional en vías de estabilización, pero de modo irregular y desigual. 3.-Marco empírico: el nuevo regionalismo asiático. En Asia, además del consenso general sobre su importancia como factor de cambio a escala global, así como la consagración de algunos actores de tipo estatal como referencias de futuro (China e India), este fenómeno de nuevo regionalismo aparece en toda su complejidad. a) Subsistemas regionales de larga tradición, pero que se han reactivado desde la segunda mitad de los años noventa con una agenda renovada: el caso de ASEAN. b) El caso de nuevas formas de regionalismo con una agenda densa, en fase de institucionalización, basado en un régimen de encuentros: el caso de la Organización de Cooperación de Shanghai. 4 c) El caso del Grupo de Los Seis, como intento de crear un régimen de control sobre el caso de Corea del Norte y su arsenal nuclear. Baja institucionalización, régimen de encuentros, diplomacia multilateral, agenda específica pero alto rendimiento 4.- Metodología. a) Análisis de las siguientes variables: perfiles institucionalesnormativos de los procesos regionales, evaluación de sus agendas (geográficamente limitadas, especializadas en sus contenidos (armas nucleares, agenda económica, seguridad regional, etc). b) ¿Cómo se relacionan estos subsistemas regionales con actores Estado (China, India, Rusia, Estados Unidos) u otros actores (Unión Europea)? c) ¿Cómo afectan estos subsistemas regionales a la dinámica global del sistema mundial? d) A través de un caso de estudio, concretamente Afganistán, analizar sus dimensiones internas (estructurales, históricas, políticas, sociales, etc), las implicaciones /intervenciones de actores externos, las consecuencias de todo ello a nivel interno, regional y global. 5.- Caso de Estudio: Afganistán. a) Continuidad y cambio en Afganistán en términos de inestabilidad y conflicto: perspectiva temporal (desde 1973 hasta la actualidad). 5 b) Análisis politológico: conflictividad, cleavages y líneas de fractura en la sociedad afgana, en contextos globales empíricos diferentes (sistema bipolar, transición años 90, etapa post 11 septiembre). c) Afganistán en la actualidad, balance del proceso institucional, de la presencia de la comunidad internacional (en sus diversas expresiones y componentes): balance y prospectiva. El diagnóstico sobre este caso de estudio se cierra en febrero de 2009. 6 1.-: Marco Teórico: se trata de explorar la importancia del fenómeno del nuevo regionalismo en un sistema político mundial en plena mutación. a) No se trata de un fenómeno nuevo en sentido estricto, pues el regionalismo como concepto que define la existencia de diversos subsistemas regionales en el sistema global es un fenómeno conocido, en particular durante el sistema bipolar. b) Pero estamos asistiendo a una serie de novedades, que en nuestra opinión parecen confirmar al nueva importancia del regionalismo en un sistema internacional global que calificamos como de sistema en mutación. c) Y una de las mayores novedades potenciales de este nuevo regionalismo es su función potencialmente estabilizadora, al menos como hipótesis de trabajo. 2.- Por tanto, nuestra investigación deberá avanzar a partir de tres niveles diferentes: d) El sistema político mundial como sistema global en mutación: exploración del concepto de transición a escala global. Indicadores de las líneas de mutación en el sistema político mundial desde 1989/1991. e) El regionalismo y la consolidación de subsistemas regionales (en un sistema global en mutación). f) El caso de estudio de Afganistán (como factor de inestabilidad) en el centro de un subsistema regional en vías de estabilización, pero de modo irregular y desigual. 3.-Marco empírico: el nuevo regionalismo asiático. En Asia, además del consenso general sobre su importancia como factor de cambio a escala global, así como la consagración de algunos actores de tipo estatal como referencias de futuro (China e India), este fenómeno de nuevo regionalismo aparece en toda su complejidad. a) Subsistemas regionales de larga tradición, pero que se han reactivado desde la segunda mitad de los años noventa con una agenda renovada: el caso de ASEAN. b) El caso de nuevas formas de regionalismo con una agenda densa, en fase de institucionalización, basado en un régimen de encuentros: el caso de la Organización de Cooperación de Shanghai. c) El caso del Grupo de Los Seis, como intento de crear un régimen de control sobre el caso de Corea del Norte y su arsenal nuclear. Baja institucionalización, régimen de encuentros, diplomacia multilateral, agenda específica pero alto rendimiento 4.- Metodología. e) Analizar las siguientes variables: perfiles institucionales-normativos de los procesos regionales, evaluación de sus agendas (geográficamente limitadas, especializadas en sus contenidos (armas nucleares, agenda económica, seguridad regional, etc)). 7 f) ¿Cómo se relacionan estos subsistemas regionales con actores Estado (China, India, Rusia, Estados Unidos) u otros actores (Unión Europea)? g) ¿Cómo afectan estos subsistemas regionales a la dinámica global del sistema mundial? h) A través de un caso de estudio, analizar sus dimensiones internas (estructurales, históricas, coyunturales, etc), las implicaciones /intervenciones de actores externos, las consecuencias de todo ello a nivel interno, regional y global. 5.- Caso de Estudio: Afganistán. d) Continuidad y cambio en Afganistán en términos de inestabilidad y conflicto: perspectiva temporal (desde 1973 hasta la actualidad). e) Continuidad conflictiva, cleavages y líneas de fractura en la sociedad afgana, en contextos globales empíricos diferentes (sistema bipolar, transición años 90, etapa post 11 septiembre) f) Afganistán en la actualidad, balance del proceso institucional, de la presencia de la comunidad internacional (en sus diversas expresiones y componentes): balance y prospectiva. Regionalismo y estabilización Pere Vilanova Catedrático de Ciencias Políticas y de la Administración Universidad de Barcelona Como bien indica Montserrat Sanchez Moreno1, el regionalismo está en auge en los estudios internacionales, tanto en cuanto a monografías, como en el ámbito de lo que académicamente se conoce como “area studies” (o “estudios regionales”). La aplicación de la hipótesis del auge o emergencia de los subsistemas regionales como factor de estabilización en el sistema internacional, aplicado al caso de Asia-Pacífico, requiere varias líneas posibles de investigación y de debate. En primer lugar, el debate sobre regionalismo, aunque no es nuevo en si mismo, se enmarca actualmente en el contexto de un sistema internacional en mutación, dentro de una dinámica de transición global prolongada, de la que hay pocos precedentes empíricos. Aparcado, por poco productivo, el debate de si el mundo es unipolar o es multipolar, la atención debe desplazarse a los conceptos de orden y desorden, estabilidad e inestabilidad, actores y procesos.2 En segundo lugar, es útil profundizar la noción de poderes emergentes, pero se aplica restrictivamente sólo a actores estatales, India, China, Indonesia, etc. Sin 1 Tesis de Master en curso. Pere Vilanova, “El Estado y el sistema internacional”, en Manual de Ciencia Política, M. Caminal (ed), Tecnos, 2006. 2 8 embargo, otros poderes emergentes, a nivel regional sobre todo, se dejan sentir y crean redes y condicionantes para los actores estado. Obsérvese que la dinámica regional puede cristalizar en Organizaciones Regionales formalizadas (Asean) o en simples procesos no institucionalizados, pero cuya funcionalidad en el sistema es necesaria (el “grupo de los seis” en el tema nuclear de Corea del Norte: Rusia, EEUU, China, Japón y las dos coreas). En tercer lugar, todo ello ha cobrado mayor importancia a la luz del fracaso de la tan anunciada reforma de Naciones Unidas, pues el año del 60 aniversario (como sucedió en 1995, cuando el 50 aniversario) se cerró con un fracaso total, en el que por cierto tuvo un papel importante la demostración de China y varios estados de Asia Pacífico para vetar –con carácter indefinido—la presencia de Japón en el Consejo de Seguridad como miembro permanente (aunque sin derecho del llamado “veto”). No se trató sólo del veto chino, no fue necesario, sino que Naciones Unidas prefirió no alienarse un poder emergente genuinamente regional aunque no formalizado institucionalizado, desde Corea hasta Singapur, de perfil hostil a Japón por razones históricas bien conocidas. Por último, Asia Pacífico ofrece varios aspectos interesantes como casos de estudio multidireccionales. Una posibilidad podría ser (no es el objeto de estas páginas) la comparación de las transiciones Soviética y China, su influencia regional respectiva y su impacto en el sistema global. Otra, otras transiciones exitosas como la de Indonesia, a la que haré referencia, vinculada no sólo a su emergencia regional, sino a su rol fundamental dentro del mundo musulmán y su dramática condición de víctima del terrorismo transnacional de matriz islamista. Andrew Hurrell y Louise Fawcett consideran que el regionalismo y las organizaciones regionales pueden contribuir positivamente de cinco maneras diferentes a promover el orden y la estabilidad en la región3. En primer lugar, los cambios en el sistema internacional han dejado en manos de los estados la responsabilidad sobre el orden regional. El regionalismo empezó a cobrar relevancia a causa de la ‘regionalización’ de la seguridad internacional, cuando finalizó el período de Guerra Fría, y las grandes potencias se vieron libres de la responsabilidad de desarrollar una función global y de utilizar los conflictos regionales como parte de una competición política. Una segunda contribución de las organizaciones regionales se relaciona con su papel como proveedoras de legitimidad internacional: especialmente importante hoy en día en que la cooperación internacional depende de niveles cada vez mayores de intrusión en la jurisdicción exclusiva de los estados. En tercer lugar, los partidarios del regionalismo aseguran que es más fácil negociar acuerdos eficaces regionalmente. Cuarto, teóricos de pensamiento liberal mantienen que la integración económica creciente inhibe las posibilidades de un brote de conflicto e incrementa los mecanismos para resolverlo: primero, aumentando los costes materiales del conflicto armado, y en segundo lugar, proporcionando el marco dentro de el cual pueden emerger las nuevas identidades colectivas y las nuevas formas de cooperación institucionalizada. Finalmente, el 3 Fawcett, Louise y Hurrell, Andrew, Edit., Regionalism in World Politics, Oxford University Press, Oxford, 1995. 9 regionalismo puede contribuir al orden ya que representa un espacio donde se pueden mitigar los conflictos étnicos, nacionalistas o entre estados. En los últimos años, la dinámica en el Sudeste Asiático ha estado marcada por un creciente proceso de ‘regionalización’, con el relanzamiento de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, ASEAN. Fueron, sobre todo, factores externos de tipo económico, político y estratégico los que impulsaron la creación de la ASEAN en agosto de 1967 y su posterior desarrollo. M. Sanchez Moreno cita al embajador de España en Tailandia, Juan Manuel López Nadal: “la dialéctica de la unidad frente a la diversidad y la necesidad de combinar la afirmación de la soberanía de los nuevos estados –esencial para los movimientos nacionalistas que los originaron- con los imperativos de una integración reclamada por la propia supervivencia de los mismos, determinan el rasgo a mi juicio más particular del proceso de integración representado por la ASEAN.” 4 Los ‘padres fundadores’ de la ASEAN nunca buscaron promover la disolución de las soberanías nacionales de sus Estados con la integración regional; bien al contrario, la filosofía que inspira el proceso es que a través de la configuración de un conjunto regional con capacidad para superar los retos internos y externos se podrá garantizar la supervivencia de los estados ante los desafíos que puedan surgir. Pero coincidiendo con el trigésimo aniversario de la ASEAN, se inició la grave crisis económico-financiera en Tailandia, que se extendería por toda la región, afectando de forma especialmente grave a Malasia e Indonesia. Sus efectos se extendieron más allá de la ASEAN y alcanzaron a Corea del Sur y a la economía japonesa. A parte de los efectos económicos, la crisis también provocó un fuerte impacto social y político, ya que los dirigentes del Sudeste Asiático habían intentado legitimar sus regímenes autoritarios con el fuerte crecimiento económico de las dos últimas décadas. En este contexto, la ASEAN procedió a culminar su ampliación, con Laos y Myanmar en 1997, y Camboya en 1999. Una ampliación que, junto con Vietnam que se había incorporado en 1995, acentuaba los desequilibrios económicos y políticos entre los miembros fundadores más Brunei y los recién llegados, con monolíticos sistemas comunistas y golpes de estado. Ante la grave crisis económica, la ASEAN fue incapaz de actuar de manera eficaz y coordinada, dando una imagen negativa sobre su viabilidad como organización de cooperación económica. A finales de los noventa se debatió sobre la necesidad de cambiar los modos de actuación de la organización, caracterizados por la flexibilidad institucional y normativa, el carácter voluntario y no vinculante de sus acuerdos, y el respeto máximo a los asuntos internos de sus socios. Pero el compromiso entre nacionalismos en el que se inspiran los principios de la ASEAN hacen inviable el uso de la ingerencia. En cuanto a la cuestión de los conflictos regionales, hay que tener en cuenta lo siguiente. En la actualidad existen conflictos internos en la región ASEAN aún 4 Farrés Martínez, Oriol, coord., Anuario Asia-Pacífico, Barcelona, 2005. 10 por resolver que tienen relación con contenciosos fronterizos terrestres, como los existentes entre Myanmar y Tailandia o Camboya y Vietnam, así como conflictos de límites marinos y explotación de recursos, como los vigentes entre Indonesia y Vietnam, y entre Malasia y Tailandia. El contencioso sobre zonas en el Mar de China Meridional en torno a las islas Spratly, ricas en recursos energéticos, afecta a cuatro estados de la ASEAN –Filipinas, Malasia, Brunei y Vietnam- además de a China y a Taiwan. Ninguno de estos contenciosos, pero, parece amenazar la estabilidad regional. Persisten otro tipo de conflictos no resueltos que sí que constituyen fuente de preocupaciones para la ASEAN y sus estados miembros, por el riesgo que pueden comportar para la seguridad del Sudeste Asiático. Estos contenciosos son el de la península de Corea, el posible conflicto entre Beijing y Taiwan, y el enfrentamiento entre India y Pakistán sobre Cachemira. Con el Foro Regional ASEAN, ARF, se pretende crear un marco de confianza y de diplomacia preventiva, para poder abordar la solución de contenciosos específicos. En cuanto al reequilibrio de poder entre las principales potencias en AsiaPacífico, cabe resaltar algunos aspectos. Las principales relaciones de poder en Asia-Pacífico se desarrollan en torno al triángulo formado por Estados Unidos, China y Japón. Otros actores internacionales también influyen en los equilibrios de la región pero en menor grado, como Rusia, India, Australia o una Corea hipotéticamente reunificada. En el Sudeste Asiático preocupa el agravamiento de la rivalidad entre los dos colosos de Asia Oriental, China y Japón. En la subregión, China ha incrementado su grado de influencia en los últimos años a costa de Japón. Beijing se adelantó a Tokio en la propuesta de crear con la ASEAN una gran zona de libre comercio para el 2010 y obligó a la japoneses a hacer una oferta semejante. Además, China se siente mucho más cómoda que Japón en el nuevo foro ASEAN+3, que reúne a los diez estados ASEAN y a los tres grandes países del Nordeste Asiático: China, Japón y Corea del Sur. Por otro lado, Washington ha mostrado su desagrado por la celebración de un foro al que no ha sido invitado, y Japón no tiene más remedio que aceptarlo si no quiere dejar a la ASEAN en manos de su gran rival chino. Eric Teo Chu Cheow , secretario del Consejo del Instituto de Asuntos Internacionales de Singapur, SIIA, destaca que “para construir estabilidad en su región inmediata, garantizar la sostenibilidad económica y la paz social, y evitar el cerco estratégico de China por parte de los Estados Unidos y sus aliados asiáticos, Beijing ha desplegado una intensa diplomacia para construir su propio sistema de aliados y amigos por toda la zona de Asia-Pacífico. Como ejemplo, el papel de Beijing en las conversaciones a seis partes con la participación de Corea del Norte”. Chu Cheow habla incluso de una “Doctrina Monroe” inspirada en China, para construir su propio “sistema” o coalición en el Sudeste Asiático, porque Beijing incluso podría considerar la organización de un sistema de seguridad asiático a semejanza de Europa5. La ASEAN, por su parte, utiliza esas rivalidades para mantener un equilibrio entre las potencias y evitar el predominio de alguna de ellas, como ya hizo 5 Farrés Martínez, Oriol, coord., Anuario Asia-Pacífico, Barcelona, 2005. 11 durante el período de la Guerra Fría. Estas rivalidades podrían convertirse en conflictos abiertos entre esas grandes potencias, como por ejemplo un contencioso entre China, por un lado. Y Japón y Estados Unidos, por el otro, en relación a Taiwan o a la península de Corea. Otras dimensiones del regionalismo en Asia-Pacifico Como indica con acierto el corresponsal en Asia de La Vanguardia6, en un momento en que Irak actúa sobre la potencia americana como un agujero negro que absorbe toda su atención, China y Rusia han tejido un contrapeso eficaz a la ambición americana por amarrar, aun más, el control de las dos grandes zonas energéticas del mundo La Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) comienza a ser algo serio. Implicando a seis países miembros, cuatro ex soviéticos de Asia Central, más China y Rusia, es una de las mayores organizaciones regionales del mundo. Cuando la OCS, entonces el “quinteto de Shanghai”, se fundó, en 1996, Shanghai era una ciudad en obras. Hoy podemos constatar que esta gran organización está afirmando un enorme espacio de autonomía y contrapeso en el mundo. La OCS representa a una cuarta parte de la población mundial, y va a más. Si se incluye en la cuenta a India, Pakistán, Mongolia e Irán, los países que han acudido como “observadores” a la cumbre anual de esta semana, esta organización euroasiática de matriz chino-rusa, reúne al 44% de la población mundial. El Presidente de Afganistán, también ha sido invitado, y en el otro extremo continental, el bielorruso Lukashenko está llamando a la puerta para ser admitido. La OCS no hace más que desmentir que no es una “OTAN de oriente”, y que sus relaciones militares, “no apuntan contra ningún país”. El problema es que su mera existencia ya significa que al poder global de Estados Unidos le están saliendo enormes agujeros. Junto con la otra gran realidad asiática, la ASEAN, la OCS recuerda, “urbi et orbe”, que el mundo se organiza al margen de Washington. El eje de este fenómeno es China, la creciente necesidad de energía de los dos grandes “en desarrollo” (China e India), así como la bonanza de los altos precios del crudo, que permiten a Rusia elevar la voz y el listón de sus ambiciones internacionales, para poner coto al entrismo de Estados Unidos y la OTAN en sus patios traseros de Afganistán y el Caspio. Todo eso topa con el expansionismo militar de Estados Unidos. En un momento en que, en palabras del analista Michael Klare, Irak actúa sobre la potencia americana como, “un agujero negro que absorbe toda su atención”, China y Rusia han tejido un contrapeso eficaz a la ambición americana por amarrar aun más el control de las dos grandes zonas energéticas del mundo, el Golfo Pérsico y la cuenca del Caspio, en medio de 6 El contrapeso de Shanghai va a más, junio 2006 12 los cuales se encuentra Irán, cuarto productor mundial de petróleo. La OCS, a la que pertenecen también Kazajstán, Kirguizstán. Tadjikistán y Uzbequistán, es pieza esencial de ese contrapeso. La ausencia de empresas americanas en Irán, supone enormes oportunidades para chinos e indios, que mantienen un consenso energético considerable. Washington, y Europa, están empeñados en la estéril presión contra Irán, por perseguir, ese país, lo que en Israel, no es delito: tener armas nucleares en Oriente Medio. Se intenta marginalizar a Irán, convertirlo en un paria patrocinador de terroristas, pero, eh aquí al Presidente Ahmadinejad, arropado por varios grandes en Shanghai, entrevistándose con Putin y Hu Jintao, y pidiendo, en un discurso retransmitido en directo por la televisión china, que la OCS sea, “una organización poderosa que sirva para bloquear las amenazas e injerencias, ilegales y brutales, de diferentes países”. La presencia del Presidente iraní en la cumbre, y su solicitud de ingreso en la organización, cuya siguiente cumbre quiere que se celebre en Teherán, ha escocido en Washington. La Secretaria de Estado Condoleezza Rice, telefoneó al ministro de exteriores chino Li Zhaoxing para expresarle su disgusto. El 3 de junio, desde Singapur, Donald Rumsfeld ya había dicho que le chocaba, “que se invite a Irán, una de las principales naciones terroristas del mundo, a formar parte de una organización que dice estar contra el terrorismo”. “Si consideráramos que es un patrocinador de terroristas, no le habríamos invitado”, respondió el jefe de la OCS, Zhang Deguang. China y Rusia invalidan por completo el escenario euro americano de las sanciones contra Teherán en el Consejo de Seguridad de la ONU. En todo el mundo se constata “el factor norcoreano”; que el que tiene la bomba nuclear no es invadido como lo han sido Yugoslavia, Irak o Afganistán, así que la lógica es aplastante. Si Occidente quiere algún día hablar en serio de la no proliferación nuclear, lo que implica predicar con el ejemplo, tanto en Oriente Medio como globalmente, ya se verá, mientras tanto, Irán proporciona el 13% de la importación de crudo a China, y está negociando un millonario contrato con Pekín para desarrollar el yacimiento de gas de Yadavarán. En julio, la OCS se dirigió directamente a Estados Unidos para que pusiera fecha a la retirada militar de las tropas que desplegó en Asia Central, en 2001 con la excusa de la “guerra contra el terrorismo”. La presencia de India como observadora también es muy irritante para Washington, cuyo plan era convertirla en ariete contra China en Asia. Pero las relaciones entre Delhi y Pekín mejoran. Tras el arreglo de la disputa fronteriza con Rusia, China está avanzando mucho en ese mismo capitulo con India. “No consideramos a China una amenaza, ni ellos a nosotros”, dice el ministro de defensa indio Pranab Mujerjee. Y Pakistán, descontento con el trato de favor nuclear que Washington ha concedido a India, recibe motivos adicionales para acercarse a la Organización de Shanghai: también ha pedido ser miembro pleno de ella y se muestra favorable a llevar el gas iraní a China por un oleoducto a través de su territorio. 13 En la OCS son pocas las naciones “democráticas”: ninguno de sus miembros lo es y solo dos de los observadores merecen tal etiqueta. También es cierto que la desconfianza entre sus miembros, empezando por China y Rusia, por no hablar de los “observadores adversarios”, India y Pakistán, es enorme. Sin mutua confianza y cierta democracia, es muy difícil forjar una integración estrecha. Al mismo tiempo, los intereses comunes contra el intento americano de continuar en Irán la caótica y agresiva escalada por controlar recursos energéticos globales, tanto en el Golfo Pérsico como en la cuenca del Caspio, son considerables. Y la falta de democracia interna, en China y Rusia, no impide que su discurso internacional sea mucho más democrático e integrador que el del hegemonismo. El comunicado conjunto aprobado por la cumbre de Shanghai habla de configurar la OCS como, “un buen ejemplo de dialogo entre civilizaciones”. Se propone, “un modelo no confrontacional de relaciones internacionales, desmarcado de la mentalidad de guerra fría”, decidido a apoyar la multipolaridad y el papel central de la ONU, como, “organización internacional más representativa” y salvaguarda del “orden en la ley internacional”. De paso, se dice que el próximo Secretario general de la ONU, “debería ser un asiático”. En un mensaje claramente dirigido a las repúblicas situadas entre China y Rusia, se dice que los estados miembros de este club, “no integrarán ninguna alianza u organización internacional que perjudique la soberanía y la integridad territorial de otros miembros. No es una OTAN de oriente, desde luego, pero es un espacio autónomo en clara expansión, que irrita sobremanera en Washington. Como bien indica Rafael Poch, la Organización de Cooperación de Shanghai, ilustra lo que el sociólogo Immanuel Wallerstein describe como pesadilla del Departamento de Estado norteamericano, “la preocupación porque su voz ya no es escuchada en el mundo con el respeto y el miedo de antes”. Esa es la razón por la que, pese a la presencia de casi 900 periodistas estos días en Shanghai, los grandes medios de comunicación globales, americanos y europeos, apenas han dedicado atención a ese importante evento. La cuestión de las transiciones en el área Asia-pacífico: Indonesia como paradigma. Antes del trágico protagonismo que ha tenido con el Tsunami, Indonesia afrontó en el 2004 el reto de organizar elecciones legislativas y presidenciales, importante hito de su vida política desde la caída de la dictadura de Suharto y las convulsiones que marcaron el inicio de la transición. El acontecimiento era de enorme importancia, aunque en Europa pasó relativamente desapercibido, si lo comparamos con la atención prestada a otras elecciones, como por ejemplo las de octubre en Afganistán. Y desde este punto de vista, podemos considerar Indonesia como un referente, un caso de estudio dentro de un proceso complejo que afecta a otros países del área Asia-Pacífico como Malasia, Tailandia u otros. Indonesia es un país asiático de gran valor estratégico. Con más de doscientos millones de habitantes, y con algo más de ciento cincuenta millones de 14 electores, el primer país musulmán del mundo es un reto que viene a recordarnos, por ejemplo, la importancia sociológica y política del Islam asiático. Los países musulmanes más poblados del mundo actual son, por orden decreciente, Indonesia, Pakistán, India (con sus ciento treinta y ocho millones de musulmanes), Bangla Desh y Turquía: ninguno es árabe, todos son asiáticos. Organizar unas elecciones democráticas, abiertas y competitivas, en un país que apenas está saliendo de varias décadas de una férrea dictadura militar, no es fácil. Indonesia, desde este punto de vista, sigue empeñada en una ambiciosa transición, y los indonesios se merecen que está transición llegue a buen puerto, al menos tanto como los españoles, los chilenos o los checos merecimos en su día un buen final a las nuestras. Además, no hay que olvidar que el contexto de estas elecciones se veía ensombrecido por la sombra del terrorismo. En 2002 (Kuta, Bali), en 2003 (Jakarta-Hotel Marriot) y en 2004 (Jakarta, Embajada de Australia), el terrorismo golpeó Indonesia con furia. Pero desde occidente tendemos a pensar en Indonesia como un territorio en el que Al qaida recluta terroristas, y donde organiza atentados contra Australia. Pero fueron todos ellos atentados también contra la transición indonesia. ¿Por qué sucede esto? Sin duda, sería una pésima noticia para el terrorismo islamista que en un país sociológicamente musulmán (aunque coexisten en él varias minorías como los cristianos, los hindúes y los chinos), fuera posible la consolidación de un régimen político de democracia representativa, pluralista y secular, a pesar de las limitaciones y déficits democráticos que pudiera conllevar. Es un riesgo inaceptable para Al Qaida. Hay signos de que esta transición va por buen camino. Las elecciones han sido un test ineludible, condición necesaria aunque no suficiente. Ya en 1999 hubo unas primeras elecciones legislativas que fueron relativamente abiertas y competitivas, pero las tensiones políticas, religiosas, culturales y sociales, después de décadas de dictadura, desembocaron en episodios de un elevado grado de violencia. Al final, de aquel proceso electoral salió algo parecido a un sistema de partidos, un cierto sistema parlamentario, aunque sometido a fuertes liderazgos unipersonales (Megawati Soekarnoputri, por ejemplo) y a una considerable corrupción. En comparación, las elecciones de 2004 han tenido un rendimiento netamente superior. Ante todo, los tres episodios electorales fueron tranquilos, sin incidentes significativos. Hubo algunos aquí y allá, pero un muy riguroso dispositivo de observación electoral (a cargo de la Unión Europea y otras organizaciones internacionales y nacionales), permitió llegar a la conclusión de que la violencia política organizada con fines de sabotaje electoral fue nula. Incluso en lugares con cierta tensión, como Aceh, Sulawesi, Kalimantan o Papua, la tónica fue la misma. Los partidos pudieron competir libremente, los medios de comunicación (públicos y privados) cubrieron con bastante objetividad los eventos, el acceso a ellos fue considerablemente abierto a las diversas candidaturas. No hubo intimidación a los votantes, los órganos electorales (los equivalentes de nuestras Juntas electorales de zona, 15 provinciales o central) actuaron con gran profesionalidad, eficacia y, como también la policía y el ejército, con total neutralidad. Se podría añadir que la compleja normativa electoral, en todas sus variantes, estaba técnicamente bien elaborada, era exacta y rigurosa, y sobre todo, fácil de interpretar y aplicar a nivel de calle, es decir, de colegio electoral, tanto para los votantes como para las mesas electorales y los observadores de los partidos. De las legislativas de abril emergieron varias señales positivas. Sobre todo, una composición del Parlamento significativamente distinta de la del Parlamento saliente. Es decir, hubo alternancia, de modo que ahora podemos hablar de un sistema de partidos susceptible de ser ubicado en el espectro clásico “Derecha, centro, Izquierda”, por supuesto con todos los matices necesarios, por ejemplo, la “izquierda” parlamentaria indonesia se correspondería con una corriente muy moderadamente socialdemócrata en nuestro parlamento. Pero sobre todo, competían veinticuatro partidos, de los que sólo tres se presentaban como explícitamente confesionales, y al final la suma de sus electores no llegaba al 18% del total, lo cual quiere decir que el 82 % del electorado indonesio, aun siendo sociológicamente musulmán, optó por formaciones políticas seculares, laicas. Las presidenciales confirmaron ampliamente estas tendencias.. El ganador, Susilo BangBang, era el “outsider”, el recién llegado, su partido sólo sacó el 8% de votos en las legislativas (pero era totalmente nuevo), y sin embargo acabó derrotando por 60% a 40% a la todopoderosa Megawati, presidente saliente. Estas últimas elecciones, por tanto, deben ser analizadas en la perspectiva histórica apropiada. Las reformas constitucionales aprobadas por la MPR en sus sesiones de 1999, 2000, 2001 y 2002 han dado lugar a una nueva Constitución que pone la soberanía en manos del pueblo; crea la Cámara de las Regiones (DPD) que junto al Parlamento (DPR) componen la MPR; establece la elección directa del presidente y vicepresidente de la república por sufragio universal; crea el Tribunal Constitucional; regula las elecciones y las autoridades regionales; e introduce un nuevo capítulo sobre los derechos humanos. Se partía de un sistema centralizado, en que la única autoridad electa radicaba en el Parlamento nacional. Por tanto, se ha acometido un proceso de descentralización que implica, además de la participación de las regiones en el proceso legislativo nacional a través de la mencionada DPR, la elección de asambleas regionales y municipales, vía de participación popular y fuente de legitimidad democrática en todos los niveles de gobierno. El ejército también ha sufrido una transformación a través de las sucesivas reformas constitucionales. Las antiguas fuerzas armadas, ABRI, que incluían a la policía, tenían una doble función (dwifungsi) constitucional, militar y política, que se reflejaba en el encuadramiento de los militares en funciones políticas y administrativas (kekariaan) y en los 75 escaños de su grupo parlamentario, reducidos a 38 en 1999, en compensación por la prohibición de participación electoral de sus miembros. Las funciones constitucionales del Ejército Nacional de Indonesia (TNI) se limitan a la defensa de la integridad y soberanía del Estado, sin escaños ni grupo parlamentario. Mientras tanto, la Policía Nacional 16 Indonesia que es ahora independiente de las fuerzas armadas, está definida como instrumento del Estado para el mantenimiento de la seguridad y el orden público. A pesar de ello, las funciones para casos específicos no están bien definidas ni delimitadas entre los dos cuerpos, sobre todo en las intervenciones relacionadas con la lucha contra el terrorismo y los conflictos regionales. Por su parte, los miembros del ejército siguen teniendo un notable prestigio político, como demuestra el hecho que todos los partidos desean tener a exmilitares en sus filas, empezando por dos de los tres principales candidatos a la presidencia en 2004, entre ellos el vencedor de las urnas. La cuestión terrorista7 La proliferación de las redes extremistas y terroristas en Indonesia se debe a factores tanto nacionales como internacionales. Mientras que algunos yihadistas quieren establecer un Estado Islámico en Indonesia, un número cada vez más reducido de ellos desea crear un califato islámico que abarque parte del Sudeste Asiático (Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur y Tailandia). Pero cada vez más, los yihadistas indonesios se ven impulsados por el entorno internacional, y quieren trasladarse a Irak para luchar contra el ejército estadounidense. La invasión de Irak por parte del gobierno norteamericano, y más recientemente el papel que ha jugado Washington en la intervención israelí en Líbano, ha incrementado la amenaza del terrorismo en Indonesia y en la región. En estos momentos, el centro de gravedad del terrorismo en el Sudeste Asiático se encuentra en el sur de Filipinas, donde se situan los campos de adiestramiento de terroristas, y en Indonesia, donde los ideólogos extremistas reclutan miembros para unirse a una docena de grupos yihadistas, incluyendo Jemaah Islamiya. Las redes extremistas y terroristas de Indonesia están instigadas y financiadas por fuentes externas, por tanto, la responsabilidad de combatirlas debe ser compartida por todos los gobiernos del Sudeste Asiático y de la comunidad internacional en general. La cooperación en materia antiterrorista entre los países de la ASEAN se ha incrementado desde el primer atentado de Bali, pero sigue siendo insuficiente la provisión de una adecuada ayuda antiterrorista a los estados más afectados, Indonesia y Filipinas. Ha sido efectiva, a pesar de todo, la ayuda recibida por los socios externos: Australia, Japón y Estados Unidos. En respuesta a los atentados de Bali, donde Australia perdió tantos ciudadanos, Canberra desarrolló su política antiterrorista en el exterior, con la oferta de apoyo continuado para crear una estrategia antiterrorista sólida en Indonesia. La mayor parte de esta ayuda se ha utilizado para formar a la policía indonesia a nivel táctico y operativo. A través del Centro de Cooperación Legal 7 Montserrat Sanchez Moreno, op.cit. 17 de Jakarta, Jakarta Centre for Law Enforcement Cooperation, JCLEC, de Semarang, la policia federal australiana y la policia indonesia han formado conjuntamente a varios miles de oficiales de policía, miembros de los servicios de inteligencia y otros profesionales para combatir el terrorismo. Pero debido a la gran extensión de Indonesia, es necesario invertir en capacidad y potencial antiterrorista especialmente fuera de la isla de Java. Indonesia está intentando responder a la pregunta ¿se puede construir una democracia representativa efectiva, en sociedades predominantemente musulmanas, pero multiculturales, multiétnicas y plurilingüísticas, en el umbral del siglo XXI? Malasia por su parte está en su propia versión del intento, mientras que en Tailandia o en Filipinas, los musulmanes viven su experiencia como minoría. Como en todas partes, la respuesta no la tiene Al Qaida, sino que vendrá de estas mismas sociedades complejas, con un potencial económico fenomenal, y su voluntad de consolidar formas políticas abiertas, legitimadas por vía del sufragio, con alternancia, único marco en el que la famosa invocación a la tolerancia es poco relevante porque la pluralidad social y política se expresa objetivamente en las instituciones. Debemos prestar mucha más atención al área Asia-Pacífico, desde la óptica de las transiciones, no sólo como tigres económicos, ni desde una visión simplista y reduccionista del Islam. Resumen o abstract: "Estados De Facto versus ¿fallidos, tutelados, frágiles?: unas notas acerca de la dificultad teórica para establecer nuevas tipologías" El propósito de este trabajo es aportar unas notas introductorias a los debates en curso sobre un fenómeno que, de momento y provisionalmente, denominamos De Facto Sates, o Estados de Facto. Se inserta este debate en otro más amplio: la proliferación de nombres, etiquetas y conceptos para hacer referencia a situaciones políticas que de un modo u otro afectan al concepto de actor Estado en la política internacional contemporánea. Vea el lector algunos efectos de esta proliferación semántica: Estados frágiles, Estados fallidos, Estados bajo presión, Quasi-Estados, Estados de Facto. El nexo común a todos estos conceptos (y otros que están por venir), es el concepto de Estado, pero en todos los casos, vinculado a alguna anomalía: sistemas políticos que o bien son formalmente estados, pero no consiguen desarrollar con estándares de normalidad las funciones propias de tal condición, o bien lo contrario, sistema políticos materialmente de perfil estatal, pero sin reconocimiento jurídico formal de tal manera que sólo tienen una dimensión funcional. Palabras clave: estudios internacionales, tipologías de sistemas políticos, transición global, Estados De Facto, seguridad. Nota sobre el autor: Pere Vilanova es Catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad de Barcelona, ha publicado recientemente 18 “Orden y Desorden a Escala Global”, Ed. Síntesis, Madrid 2007, colabora en diversos medios de comunicación, y es experto en temas de conflictos, seguridad internacional, Oriente Medio, Balcanes y Asia Central. Título: "Estados De Facto versus ¿fallidos, tutelados, frágiles?: unas notas acerca de la dificultad teórica para establecer nuevas tipologías" Pere Vilanova Catedrático de Ciencia Política y de la Administración Universidad de Barcelona El propósito de este trabajo es aportar unas notas introductorias a los debates en curso sobre un fenómeno que, de momento y provisionalmente, denominamos De Facto Sates, o Estados de Facto. Se inserta este debate en otro más amplio: la proliferación de nombres, etiquetas y conceptos para hacer referencia a situaciones políticas que de un modo u otro afectan al concepto de actor Estado en la política internacional contemporánea. Vea el lector algunos efectos de esta proliferación semántica: Estados frágiles, Estados fallidos, Estados bajo presión, Quasi-Estados, Estados de Facto (EDF en adelante, n. del a.). Como puede observarse, el nexo común a todos estos conceptos (y otros que están por venir), es el concepto de Estado, pero en todos los casos, vinculado a alguna anomalía: sistemas políticos que o bien son formalmente estados, pero no consiguen desarrollar con estándares de normalidad las funciones propias de tal condición, ni “hacia dentro” (soberanía interna”) ni “hacia afuera” (en relación al concepto de estado soberano en el plano internacional); o bien lo contrario, sistemas políticos materialmente de perfil estatal, pero sin reconocimiento jurídico formal de tal manera que sólo tienen una dimensión funcional (de eficiencia mayor o menor según los casos). Estamos de lleno en el territorio de dos complejidades teóricas. La primera es que en el análisis politológico, cuando se analizan casos empíricos, el criterio central de análisis ha de ser la correlación entre la dimensión formal (institucional-formal, jurídico-formal) de un sistema, y su efectividad o eficiencia funcional, es decir, materialmente verificable, empírica. La segunda complejidad es la de no dejarse limitar por las tipologías disponibles, en particular a la hora de analizar sistemas políticos de tipo estatal, con o sin reconocimiento formal. Por los límites del presente trabajo, y sin perjuicio de hacer referencias puntuales a varios de los conceptos aquí mencionados, estas páginas de centrarán en la exploración del concepto de EDF. En un interesante documento de trabajo8, Scott Pegg propone la siguiente definición: 8 De Facto States in the International System, Scott Pegg, Working Paper nº 21, Institute of International Relations, University of British Columbia. 1998. 19 “The De Facto State is a secessionist entity that receives popular support and has achieved sufficient capacity to provide governmental services to a given population in a defined territorial area, over which it maintains effective control for an extended period of time.” Es un buen punto de partida como hipótesis conceptual. Pero es necesario recordar algunos elementos del contexto global en el que se inserta el fenómeno (es decir los elementos de cambio en el Sistema Político Mundial), para intentar responder a la pregunta de si se trata de un fenómeno nuevo, correlativo a la desaparición del sistema bipolar, o de si ya existía y la multiplicación de casos se debe a causas coyunturales o accidentales. En los últimos años, los debates acerca de los cambios en el Sistema Político Mundial han tenido diversas etapas, altibajos, pero a casi veinte años del fin del mundo bipolar, existen elementos suficientes para hacer un cierto balance. Balance no tanto de los cambios acontecidos a escala mundial, a escala sistémica (del sistema político global), como de algunos criterios y métodos para analizar dichos cambios. Este trabajo no pretende abarcarlos todos, ni mucho menos, sino abordar algunos que tiene valor de ejemplo sobre la complejidad de la tarea en curso. Y ejemplos también de hasta qué punto se subestimaron algunos factores de continuidad, o se ignoraron otros. Desde este punto de vista, como se verá, la exploración del concepto de los De Facto States es muy estimulante. En cuanto a los cambios sistémicos a escala mundial, como marco estructural genérico genérica del objeto de estas páginas (los EDF), me remito a algunas consideraciones formuladas en su día, y que siguen siendo vigentes 9: ¿Estamos en condiciones de definir algunos de los parámetros de este sistema internacional en plena mutación? Varias tendencias se han ido consolidando desde finales de los años 90 y cabe confirmar que ni el 11 de septiembre de 2001, ni las crisis posteriores las han modificado de modo cualitativo. La globalización, no es una teoría autosuficiente para explicar el mundo, pero sí que define el telón de fondo, el terreno de juego, la situación de hecho, en la cual operan todos los demás fenómenos. Está aquí para quedarse, es irreversible, y por ello las acciones y movilizaciones contra la globalización, a falta de una mayor reflexión por parte de algunos de sus defensores, no superan el estadio de síntomas o señales (relevantes, en grado extremo incluso) de crisis del sistema, pero no alcanzan de momento el nivel de alternativas portadoras de soluciones a escala también global10. En el actual sistema internacional no caben comportamientos autárquicos o aislados duraderos por parte de cualquiera de los actores presentes, y éste es un aspecto esencial de la problemática que afecta a los EDF, el de las 9 Entre otros trabajos, he abordado el tema en “Orden y desorden a escala global”, Editorial Síntesis, Madrid 2006, y en “El Estado y el Sistema Internacional”, en Manual de Ciencia Política, Miquel Caminal (ed), Tecnos, Madrid, 2005. 10 Con excepciones, como por ejemplo la de Susan George y su ‘Informe Lugano’, recién publicado en España por Icaria (Barcelona). 20 interacciones que generan a su alrededor. Este fenómeno no necesita mayor demostración, y nos lleva a admitir que por ello aumenta también en la misma proporción la interdependencia. Y la interdependencia, al quitar o reducir margen de acción a los actores, conlleva potencialmente a que éstos dependan en su toma de decisiones unos de otros, independientemente de su voluntad de colaborar o de enfrentarse. Este hecho ¿es bueno o es malo? el criterio de medición de la respuesta no está claro, pero en potencia ello reduce los márgenes para las tentaciones al unilateralismo y ello es un fenómeno portador de mayor estabilidad11. Por su parte, la crisis de las grandes ideologías totales (concepto no exactamente igual a totalitarias) que han dominado la segunda mitad del siglo XX, ha tocado fondo. Lo relevante ha sido la mutación de las ideologías seculares tradicionales (dominantes en los parámetros de la guerra fría), uno de los fenómenos más contundentes de nuestro tiempo, entendiendo por ello su sustitución por formidables construcciones (o más bien re-construcciones) culturales de matriz religiosa, cultural-lingüística, étnica u otras, como fuerzas de movilización colectiva. La novedad no estriba en los fundamentos de dichas matrices (de hecho son propiamente premodernas) sino en el contexto en el que esta vez operan, lo cual multiplica geométricamente sus efectos sociales, y las interacciones entre los actores implicados. Aquí sí que el 11 de septiembre ha introducido una novedad importante, pero que no consiste en que ha actuado un grupúsculo terrorista islamista, de identidad musulmana en su versión más radical, sino en algunos aspectos muy concretos: la estructura del grupo, su consideración estratégica del uso de los medios de comunicación, el perfil del terrorista suicida, el tipo de reivindicación a-concreta, y por ello innegociable.12Es decir, su transnacionalidad. En este terreno, algunos autores, a la búsqueda de un referente único como motor de las masas, se han apresurado a construir una ecuación falsa (o al menos no totalmente cierta): los criterios de identificación colectiva de tipo ideológico político tradicional, como la clase social, el marxismo-leninismo, etc, se han visto sustituidos por un único criterio de identificación colectiva: la identidad del grupo (es de suponer que desde una perspectiva étnica, religiosa, lingüística, u otras). El criterio identitario siempre ha existido, en el sentido de que los individuos han buscado (o se les ha proporcionado) una serie de mecanismos para su identificación subjetiva con el colectivo al que pertenece. Por ello, en el siglo XX se ha visto como colectivos humanos enteros han adherido, de un modo u otro, a procesos subjetivos colectivos de matriz ideológica secular, de tipo social, institucional, político, etc. Pero el mecanismo de identidad colectiva sigue funcionando socialmente hoy como ayer, con la diferencia, a mi parecer, de que lo que caracteriza el momento actual es, precisamente, la dificultad para el predominio de un único mecanismo de identificación. El espacio geopolítico de Asia central es un buen ejemplo, no de esta afirmación sino de su refutación: la variedad y escala de lealtades y 11 Aunque la Política Exterior de Estados Unidos desde el 11 de septiembre pudiera sugerir lo contrario. De hecho no disponemos aquí del espacio necesario, pero en este tema es preciso hacer dos precisiones: la primera es la importancia de distinguir entre Islam, fundamentalismo e islamismo, y la segunda, Bin Laden corresponde a la tercera ola de islamismo radical de los últimos 25 años. 12 21 prioridades a que se enfrentan, desde el punto de vista de la lealtad y la adhesión activa un tadjiko, un uzbeko, un pakistaní o un iraní son más diversas de lo que podemos pensar. Además, se puede dar por cerrado el fallido debate sobre el supuesto mundo unipolar. No estamos en un mundo unipolar, sino con varios centros de poder, de naturaleza funcional distinta (militar, económica, ideológica) y no sometidos a dinámicas pautadas o sujetos a reglas formales. El sistema internacional no parece estar re-estructurándose de un modo jerárquico vertical, sino que por el momento está en una dinámica de tanteo (situación siempre desestabilizadora), en base a confrontaciones de bajo o alto nivel basadas (suponemos) en un cierto cálculo racional (en términos riesgo/beneficio). Estamos igualmente en una etapa en la que los diversos actores del sistema están intentando marcar el territorio (según la terminología del mundo animal y su lucha por el control del territorio, la caza, el agua y los recursos). Las relaciones entre Rusia y Estados Unidos, entre China y los dos anteriores, o las vacilaciones de Europa ante todos, son señales, síntomas, pero poco más. La crítica del unipolarismo, del sistema basado en un centro de poder imperial, requerirá toda nuestra energía intelectual durante mucho tiempo, si en verdad queremos avanzar en la comprensión del mundo del siglo XXI. ¿Por qué? Pues porque por comodidad intelectual, o por inercia, tendemos a aceptar cada señal de acto de poder que hace Estados Unidos, como prueba de dos conclusiones falsas: la primera es que si el mundo fuera realmente unipolar, quien detenta el poder podría hacer siempre lo que quiere en todos los ámbitos, desde la política a la economía. ¿Controla alguien la famosa volatilidad financiera global (principal fuente de inseguridad económica en el mundo contemporáneo)? la respuesta es no. otro ejemplo: en Oriente Medio, ¿hace Israel lo que quiere Estados Unidos? ¿o es al revés? Si es lo segundo, ¿por qué? , a menos que aceptemos volver a la teoría de juegos, al dilema del prisionero y del carcelero, o al teoría de la disuasión del débil al fuerte? Y sobre todo, la famosa y recurrente afirmación de la crisis de la soberanía de los estados debe ser cuidadosamente evaluada, pues se ha sobreestimado su dimensión y se llegó incluso a dar por supuesto que culminaría en su simple y llana desaparición. Y esto es, por ahora, falso. Por tanto hay que enfocar esta crisis con otros criterios. Entre ellos evaluar su significado en términos de erosión, de desvalorización relativa, de modificación de sus efectos. Pero la centralidad del actor estatal en el sistema internacional no puede darse por cerrada, entre otras cosas porque desde el punto de vista normativo, el Estado sigue siendo irremplazable (de momento), y su control sobre las organizaciones internacionales sigue siendo determinante. Por tanto, toda formalización de acuerdos, de tendencias al orden, en el sistema internacional, ha de pasar y seguirá pasando por la concertación entre estados13. La cuestión estructural de fondo, en el momento actual del sistema internacional, es precisamente la de cómo resolverá el Estado (y un actor afín y dependiente de aquél: las Organizaciones Internacionales) sus relaciones complejas, conflictivas, etc con actores más transnacionales¸ que por su naturaleza operan en el sistema a 13 Pensemos, por ejemplo y por su actualidad, en el caso Pinochet y la emergencia de una jurisdicción penal internacional. 22 escala internacional de modo desestabilizador. Pero también con actores atípicos desde el punto de vista jurídico-formal, pero que generan dinámicas interactivas muy complejas: justamente los EDF. Por supuesto conviene añadir dos reflexiones más. La persistencia de las guerras (o conflictos de uno u otro nivel), y de la limitada, muy limitada, capacidad de acabar con ellas desde fuera, seguirá siendo una componente estructural del sistema mundial. Incluso las intervenciones militares más necesarias, o más ineludibles, no siempre conllevan la garantía de que sea posible la gestión política de su fase post-militar. Pero tampoco el balance actual permite sostener radicalmente la tesis contraria. A saber, que nunca, en ningún caso ninguna de las intervenciones habría servido para nada. Por tortuosa que haya de ser la demostración, alguna relación de causa a efecto hay entre las intervenciones militares en los Balcanes y, la posterior aparición de procesos democratizadores en Croacia y en Serbia. O la decantación final del caso de Kosovo, que no se puede ni analizar ni entender al margen de lo sucedido exactamente entre 1987 y 2008 entre Belgrado y la provincia kosovar. A la vez, la sobrecarga de Naciones Unidas, o el exceso de solicitación de la llamada comunidad internacional, ha tocado techo, y el balance es contradictorio. Por tanto, vamos a asistir a un reflujo del voluntarismo humanista y universalista que ha afectado a la opinión pública internacional en los años 90. La exigencia de Estados Unidos de un gran consenso internacional en determinadas materias, por ejemplo la lucha contra el terrorismo, entra en crisis antes de empezar porque viene acompañada, por imposición de Estados Unidos, de que ello funcionaría en la práctica mediante coaliciones a la carta, es decir, contra según quién se hará de una manera, en según que casos, de otra. Y en muchos casos no se actuará. No hace falta ser un gran jurista para entender que esta aproximación choca frontalmente con una exigencia indispensable para que el uso de la fuerza, de aplicarse, vaya en el sentido de un mejor orden global: la fuerza, basada en la ley, debe apoyarse en el principio de igualdad (ante la Ley) y de generalidad en su aplicación (sanciones y fuerza). Con otras palabras, casos iguales, similares o analógicos, deben ser tratados igual. El doble estándar es el principal desmentido de las expectativas que el derecho humanitario ha llegado a suscitar durante la década de los noventa. Sigue además abierto el debate sobre la crisis del concepto de seguridad, así como la dificultad teórica para revisarlo y renovarlo. O si se prefiere, la incapacidad para ir más allá de la afirmación según la cual el concepto de seguridad dominante durante el sistema bipolar (y que no se reduce, precisamente, a su dimensión militar convencional y/o nuclear) se colapsó en 1990 y no ha encontrado elemento de sustitución. Ahora bien, el concepto tradicional de seguridad se ha colapsado, pero no ha desaparecido, porque en ausencia de un concepto alternativo operativo, y ante un sistema en el que dominan las incertidumbres, se vuelve a colar por la ventana: a falta de una doctrina política de seguridad, persiste el criterio de tener al menos un brazo armado. La polémica en curso sobre la PESC no saldrá de sus límites actuales sino se aborda la cuestión de fondo: ¿al servicio de que doctrina de uso, de que visión estratégica del mundo por parte europea, está o estará dicho brazo armado? Carlos Alonso Zaldivar ha opinado con autoridad en relación a esta 23 cuestión14. La posición de la Unión Europea en la crisis de Oriente Medio desde los inicios de la segunda intifada (septiembre 2000), ilustra a la perfección el techo al que ha llegado, por el momento y hasta nueva orden, la expectativa de una política exterior y de seguridad común europea. Paradójicamente, puede darse que se avance más en una política común de defensa, que en la PESC como tal. ¿Por qué? porque a modo de política de defensa Europa está construyendo los instrumentos organizativos, jurídicos y militares de una fuerza operativa común. Pero de ello no se deriva que se avance en el terreno de la decisión política común. En otras palabras, ante una situación de crisis de decisión política, paradójicamente se definen antes los medios que los fines. Estos tres últimos elementos (la revitalización y re-centralización del actor Estado en el sistema mundial, la persistencia de los conflictos y el aumento de sus variedades, así como la dificultad de construir un nuevo modelo de concepto securitario factible, no sólo doctrinal), enlazan por supuesto con la esencia del problema al que nos estamos refiriendo como novedad relativa en el sistema: los Estados de Facto. Para volver al referido Working Paper de Scott Pegg, su aproximación (y no olvidemos que es un texto de 1998, muy anterior a 2001) tiene interesantes ventajas metodológicas, más allá de los límites de su definición del caso EDF. Plantea cuatro aspectos clave que deben tenerse en cuenta a la hora de abordar los estudios de caso: a) ¿Cuál es el impacto de los EDF en lo que el autor denomina Sociedad Internacional? Nosotros preferimos el concepto de Sistema Político Mundial, más operativo desde la lógica metodológica del concepto de “World Politics” 15, pero a los efectos de la reflexión del autor, la pregunta es relevante, y el balance de las respuestas, complejo. b) ¿Cómo se relaciona la Sociedad Internacional con los EDF? c) La cuestión del Derecho Internacional Público y los EDF. d) ¿Tienen los EDF alguna utilidad para la Sociedad Internacional? En sus conclusiones, el autor afirma en síntesis los siguientes extremos. Por un lado, el número limitado de casos reales de EDF los relega de algún modo a un fenómeno periférico en el sistema internacional, aunque de ahí no debe deducirse que el impacto político y a veces económico de algunos de los casos en las relaciones entre actores estatales, a escala regional o global, no pueda ser muy importante (el interminable contencioso sobre la República Turcochipriota, por ejemplo). En segundo lugar, la sociedad internacional (terminología del autor del Working Paper) ha adoptado tres actitudes según los casos: actitud activa para socavar o debilitar algunos EDF; ignorar otros EDF; buscar alguna forma de acomodo pragmático –que no formal—con otros casos de EDF. Más complejo es el tema de la dimensión jurídico-formal del problema que se plantea. El caso de Somalia es espectacular: el derecho internacional, Naciones Unidas, la OUA, 14 El País, 28 de febrero de 2002. FS Pearson y JM Rochester, Relaciones Internacionales: situación global en el Siglo XXI, Mc Graw Hill, 2004. También: J. Baylis & S. Smith (eds), The Globalization of World Politics: an Introduction to International Relations, Oxford University Press, Oxford, 1997. 15 24 reconocen sólo aquello que no funciona, el Estado somalí; e ignoran aquellos subsistemas políticos que, en comparación, tienen un grado de eficiencia (para empezar, hacia sus poblaciones respectivas) en comparación muy superior, Somaliland y Puntland. En principio, lo que caracteriza por definición al EDF es su falta de reconocimiento pleno (es decir, como pleno sujeto del derecho internacional, como Estado soberano), pero ello no cierra por completo la puerta a algún tipo de capacidad de relación. Por ejemplo, en algún supuesto de conflicto abierto, y a través de la invocación del Derecho Internacional Humanitario, la comunidad internacional ha actuado (siempre bajo en paraguas del criterio de provisionalidad) aunque el balance de algunos casos sea muy polémico (por citar uno: a partir del final de la guerra del Golfo de 1991, el EDF kurdo establecido a través de la invocación del Derecho Internacional Humanitario y la creación de las zonas de exclusión aérea subsiguientes. Por último, Scott Pegg sostiene ya en 1998: “En contraste con la actitud prevalentemente negativa y hostil hacia este tipo de entidades (los EDF), nuestro argumento es que los EDF pueden, en algunos casos y desde ciertos puntos de vista, producir resultados beneficiosos.” Y más adelante añade: “Lo que se afirma es que estas entidades no son soluciones óptimas, pero los EDF en situaciones concretas no deben ser vistas sólo como costes, sino que en ocasiones aportan beneficios a la sociedad de estados... Su estatus inherentemete nebuloso tiene el beneficio adicional que por si mismo no cierra la puerta a futuros arreglos o acuerdos en el problema o conflicto (del que han emergido).” En realidad, lo que este autor afirma, con razón, es que los EDF deben ser analizados como síntomas de problemas reales, deben buscarse las relaciones causales que los han creado, y sobre todo, no debe abordarse su juicio –al menos en sede académica y científica—desde la perspectiva exclusiva del paradigma jurídico formal. Si en sí mismo puede llegar a ser limitativo, este criterio formal se apoya sobre un suelo de fragilidad vidriosa, pues reposa sobre el exceso teórico de considerar que en el sistema internacional, y sobre todo caso en situaciones de conflicto, el criterio de legalidad y el de legitimidad coinciden o son idénticos, y son autosuficientes. Y este punto de vista es abiertamente discutible desde varios territorios: el de las ciencias sociales, el del derecho, el de la ética, y el de la eficacia de la política para resolver conflictos. Entre otras cosas, porque en su fase actual, los EDF se sitúan en un Sistema Político Mundial en plena mutación, que en otras páginas 16 he intentado definir desde el concepto de “transición global”. Pero en los sucesivos sistemas internacionales empíricos históricamente anteriores al actual, fenómenos parecidos o similares a los EDF ya han existido. Siguiendo un criterio convencional, los sucesivos sistemas internacionales 16 Orden y Desorden a escala global, Editorial Síntesis, Madrid 2006, Capítulo 2, “Sistemas internacionales empíricos y transiciones globales”, pags 39 y sig. 25 correlativos a la aparición y consolidación del Estado Moderno (primero en su versión de Estado Absoluto, y luego en las sucesivas versiones de Estado liberal-representativo) son: el sistema de la Paz de Westfalia (siglo XVII); el sistema post-napoleónico del Congreso de Viena (1814) y su evolución hasta el estallido de la I Guerra Mundial; el sistema de la Sociedad de Naciones (1920/1939); y el sistema de Naciones Unidas, en sus dos etapas, la etapa del Sistema Bipolar, y el actual sistema en transición. De hecho, los protectorados, los territorios administrados, el caso de Suiza con Napoleón, el de Bosnia Herzegovina y el Imperio Austrohungaro, los mandatos de tutela de la Sociedad de Naciones, incluso la descolonización tiene algunos episodios que se emparentan con la emancipación territorial basada en la exigencia de la obtención del estatus de Estado soberano, con fórmulas supuestamente transitorias de administración externa. En todo caso, las novedades habrá que buscarlas en algunas especificidades del actual sistema global en transición y en mutación. La sensibilización hacia este tipo de problemáticas ha hecho proliferar múltiples iniciativas que en muchos casos siguen siendo poco conocidas, cuando no ignoradas, no ya por el gran público, sino incluso por académicos y especialistas. Por ejemplo, es interesante el caso de UNPO (Unrepresented Nations and Peoples Organization)17, que tiene los siguientes miembros: Miembros de UNPO: Abkhazia Aboriginals of Australia Afrikaner Ahwazi Assyria Balochistan Batwa Buffalo River Dene Nation Burma Buryatia Cabinda Chechen Republic of Ichkeria Chin Chittagong Hill Tracts Circassia Cordillera Crimean Tatars East Turkestan Greek Minority in Albania Hmong Hungarian Minority in Romania Inkeri 17 Ver www.unpo.org, 26 Inner Mongolia Iranian Kurdistan Iraqi Kurdistan Iraqi Turkmen Kalahui Hawaii Karenni State Khmer Krom Komi Kosova Maasai Mapuche Mari Mon Montagnards Nagalim Nahua Del Alto Balsas Ogoni Oromo Rehoboth Basters Sanjak Scania Shan Sindh Somaliland South Moluccas Southern Azerbaijan Southern Cameroons Taiwan Tibet Tsimshian Tuva Udmurt Vhavenda West Balochistan West Papua Zanzibar Se puede considerar que la lista es extravagante, tiene criterios confusos en los que se superponen reivindicaciones comunitaristas, de identidades colectivas, con reivindicaciones clásicas de tipo soberanista con reclamación territorial. Pero en todo caso es ilustrativa de la pluralidad de casos y situaciones que se consideran habilitadas para plantear sus reivindicaciones. Como lobby no es actor irrelevante, su web muestra sus múltiples actividades, pero además, el 15 mayo de 2008, y con el apoyo de las Alliance de los Liberales y Demócratas Europeos (ALDE), organizó una conferencia en el Parlamento Europeo, con tres paneles de intención muy significativa. El primero planteaba la cuestión de la dimensión internacional del los EDF. El segundo se centraba en las dimensiones económicas, sociales y de seguridad que se plantean en casos 27 específicos de EDF; y el tercero ponía sobre la mesa la cuestión de la Gobernanza y la Democracia en los EDF. En la Introduction a su documento fundacional y de afiliación, UNPO afirma: “The Unrepresented Nations and Peoples Organization (UNPO) is an international, nonviolent, and democratic membership organisation. Its members are indigenous peoples, minorities, and unrecognised or occupied territories who have joined together to protect and promote their human and cultural rights, to preserve their environments, and to find nonviolent solutions to conflicts which affect them. Although the aspirations of UNPO Members differ greatly, they are all united by one shared condition – they are not adequately represented at major international fora, such as the United Nations. As a consequence, their opportunity to participate on the international stage is significantly limited, as is their ability to access and draw upon the support of the global bodies mandated to defend their rights, protect their environments, and mitigate the effects of conflict. In today’s world where over 90 percent of conflicts are intra-state, UNPO has been established to fill this gap, providing an international forum through which its Members can become effective participants and contributors to the international community. In an increasingly interdependent world it is ever more important that those who continue to be denied their rights or remain excluded be given an opportunity to present their case. UNPO works therefore to address the consequences of marginalisation, working with its Members to promote their democratic causes, to provide information, and to articulate creative and nonviolent strategies for progress, above all however, UNPO works to ensure their voices are heard.” En 2007, otro ejemplo, el tema de los EDF aparece en el 47 º Congreso Anual de la International Studies Association, en Chicago, en un texto de Erol Kayman 18, en el que plantea la siguiente hipótesis, que el autor aplica luego al contencioso de Chipre: “An ongoing political question is whether or not to engage separatist entities. The proliferation of de facto states in Euroasia and the growing realization that most of these conflicts may not be resolved in the near term gives rise to questions of policy. However, what may be overlooked is the role of international organization in de facto state building, thus lessening the degree of legal or political asymmetry prevalent between metropolitan states and the secessionist entities. Engagement imposes a framework on the de facto state, but it may also provide incentives for the (formerly) secessionist entity to engage international organizations.” 18 Erol Kayman, “Socializing De Facto States into International Regimes and De Facto States Engaging International Regimes”, paper presentado en el 48º Congreso anual de la International Studies Association, Chicago,2007. 28 Incluso una fuente como Wikipedia, –dejemos de lado algunas reacciones hostiles superficiales de corte seudo-académico— en su versión inglesa incluye sustantivas informaciones sobre esta problemática, que pueden orientar al investigador y facilitar su progreso hacia fuentes adicionales 19, partiendo del triple criterio de distinguir entre: a) EDF no reconocidos, b) EDF no reconocidos internacionalmente, pero sí por otros EDF no reconocidos, c) EDF con reconocimiento internacional limitado, y EDF con reconocimiento internacional mayoritario: De entre las contribuciones más completas adía de hoy, con todo, una muy significativa es la obra colectiva de Tozun Bahcheli, Barry Bartmann y Henry Srebrink 20, en la que abordan los casos más conocidos del mundo actual, pero con una introducción y un capítulo inicial 21 en los que proponen un esquema teórico de mucha utilidad. Por un lado constatan que hay un cambio estructural, coincidiendo con el cambio de siglo (del XX al XXI) que se deriva del derrumbe del mundo bipolar, cambio que definen como la crisis de la forma convencional de soberanía estatal. Es verdad que después de 1945 y hasta 1975 aparecen muchos estados (el número total de estados practicamente se multiplica por tres), y que incluye algunos casos de partición de territorios en estados diferentes, pero en general esta proliferación va ligada a la descolonización (India y Pakistan, Israel y Palestina, los dos vietnams). En otros no tiene relación con la descolonización, sinó más bien con la lógica del balance of power t(las dos alemanias, las dos coreas), pero una dinámica ligada a la guerra fría era la de buscar acomodos jurídico-formales a este tipo de situaciones, por mucho que las partes implicadas en general fueran reticentes al reconocimiento mutuo. Pero a partir de 1990, la desintegración de la Unión Soviética y de la Yugoslavia federal de Tito abren la principal fuente de casos contemporáneos de EDF, de mayor o menor duración, así como queda abierta la cuestión de cómo puede la comunidad internacional (aceptemos el término en su acepción más convencional: Naciones Unidas y otras Organizaciones regionales intergubernamentales, como la Unión Europa, Osce). Sin embargo, los casos de Somaliland y Puntland, posteriores al mundo bipolar, y desde luego a la descolonización clásica, plantean excepciones singulares, junto al de Eritrea y Etiopía, aunque este último caso tiene sus raíces en el modo como se distorsionó en su momento en calendario y modalidad de descolonización previsto por y desde Naciones Unidas. Ante la afirmación muy extendida de que las fronteras entre estados son artificiales sobre todo en Africa, hay que tener en cuenta que no es en este continente donde se dan la mayoría de casos de EDF. Se dan en Africa muchos casos en los que la autoridad del Estado no controla efectivamente la totalidad del territorio, pero ese es un estadio distinto de este tipo de problemas. Por ejemplo, los más recientes ejemplos de violencia étnica en Kenya y en Zimbawe en 2008 tienen que ver con otras variables de inestabilidad política, vinculadas ambas al momento 19 http:en.wikipedia.org/wiki/ list of unrecognized countries. Tozun Bahcheli, Barry Bartmann y Henry Srebrink (eds), De Facto States: the quest for soverignity, Rotledge, Londob & New York, 2004. 21 Introduction y Political realities and legal anomalies, op.cit. 20 29 electoral, como momento álgido de la competición por el poder político institucionalizado en el Estado. Pero que no se traducen (al menos de momento) en creaciones de EDF ni en tentativas secesionistas explícitas. Y en el extremo contrario, cabe considerar que la RASD (República Arabe Democrática Saharui), siendo una reivindicación legítima, de hecho el último caso de descolonización pendiente según el modelo ONU de los años 1960 a 1975, no ha llegado a reunir las condiciones (entre otras de control territorial) de un EDF. Incluso cabe considerar que su caso tuvo una derrota estratégica cuando no se impuso de forma clara en el seno de la Organización para la Unidad Africana (OUA) en los años que van de 1975 a 1990. Los citados autores afirman que se dan al menos dos condiciones previas en todos los procesos de aparición de EDF: ante todo una forma estatal preexistente, reconocida formalmente por el derecho internacional y dotada de todos los atributos inherentes a ello. Por supuesto, dicha entidad estatal ha entrado en crisis por causas internas o externas (o ambas). En segundo lugar, una composición población heterogénea, con cleavages explícitos de diferenciación (étnica, religiosa, lingüística, etc) entre los diferentes grupos de población, a lo que se puede añadir que el traumatismo del conflicto postestatal suele ser correlativo a la mezcla o superposición de dichos grupos sobre el territorio. Ejemplo contrario (aunque sobre todo demuestra que lo crucial es la voluntad política de las partes), es el de Checoslovaquia y su partición política rápida y pacífica en dos estados soberanos: República Checa y Eslovaquia. A su manera, los autores se remiten incluso al caso irlandés, donde la población no católica y unionista estaba concentrada en los “seis condados”, esto es, el Ulster, Irlanda accede a su independencia en 1921. Estos dos ejemplos ilustrarían la hipótesis de que, cuando los distintos grupos poblacionales están previamente distribuidos de modo homogéneo y diferenciado en el territorio, ello facilita la separación pacífica. Naturalmente, los autores también subrayan una evidencia adicional. Para que tengan éxito, los EDF necesitan imperativamente “durar en el tiempo”, y en casi todos los casos ello depende de dos posibilidades. La primera es que un actor externo, estable, próximo y fuerte o relativamente fuerte (es decir con capacidades disuasorias), adopte el EDF como asunto de interés propio. Ejemplo irrefutable: la Rusia postsoviética en relación a los tres problemas de Georgia, Abjasia, Osetia del Sur y, en cierto modo Adjaria. O el más obvio todavía de Transnistría, en el caso de Moldavia. El primero de todos los casos que producirá la crisis de la Urss, justamente, se produce todavía bajo su jurisdicción, y es el de Alto Karabaj entre Azerbaijan y Armenia, y aquí la vinculación se produce con éste último Estado antes de que llegue a ser soberano (la crisis y conflicto armado se inician ya desde 1988/89, cuando Armenia y Azerbaijan eran Repúblicas federadas de la Urss). La segunda opción depende de que una organización internacional relevante (la propia ONU, la Otan, en ciertos casos la Osce, u otras, como la Oficina del Alto Representante (OHR) en Bosnia Herzegovina después de los acuerdos de Dayton de noviembre de 1995) se haga cargo del caso, en principio de modo temporal, hasta llegar a una decantación del problema a través de múltiples variantes. Uno de los casos más interesantes de estudio es, y seguirá siendo, el de Kosovo, y el Plan Ahtisaari es un paradigma de la complejidad de la carga 30 transferida a la comunidad internacional a la hora de resolver este tipo de supuestos. En síntesis, en sus conclusiones, estos autores abordan los casos de Chechenia (que en mi opinión son otro supuesto específico de intento de secesión, que no alcanza los parámetros de un EDF), Kosovo, la República Turco-chipriota, Somaliland, Puntland, Abjazia, Transnistria, República Srspka, y Montenegro (por supuesto, antes de alcanzar su plena soberanía). Abordan igualmente otro caso que en mi opinión responde más bien al concepto de quasi-state, o mejor incluso, al de no entidad plena, como es el de Palestina, que exigiría por si sola varios trabajos monográficos, pero que no entra en el supuesto de la definición de EDF 22. En un interesante seminario internacional de UNDP23, se pusieron sobre la mesa varios elementos a tener en cuenta acerca de como gestionar las situaciones post-conflicto en las que, muy frecuentemente, aparecen como actores relevantes o centrales los EDF. Ante todo la relación entre actores estatales, organizaciones regionales y procesos de gestión post-bélica, que se convierten de facto o de iure en procesos de construcción de estados (statebuilding processes), que a su vez son situaciones en las que la lógica jurídicoformal y la lógica de intereses políticos divergen o entran directamente en colisión. Se puso de relieve que las herencias históricas invocadas por las partes, con ser relevantes para la comprensión de los orígenes del conflicto, suelen ser usadas para distorsionar la lógica negociadora, o simplemente para aparcarla indefinidamente (las actitudes de Milosevic en los casos de Bosnia Herzegovina y de Kosovo –en particular cuando la negociación de Rambouillet de 1998—son un caso de manual). Estos procesos van vinculados a dinámicas de transición, que aplicadas a sistemas políticos de tipo estatal o para-estatal, son heterogéneas en sus modalidades y sobre todo en sus ritmos. La acción de quién actúe como comunidad internacional, en este tipo de situaciones, ha de tener múltiples facetas, pero ha de centrarse en la triple capacidad de mediación, disuasión e imposición (en particular de deadlines en cuanto a toma de decisiones). Y sobre todo: “To be effective, international actors should get in earlier and stay longer. In Terms of the chronological scope of international engagement in post-conflict state-building, recent experiences reveal that international actors often intervene too late and depart too early. ... ... Just as important to success, is the international community’s decision not to withdraw immediately following achievement of (usually self-defined) short-term goals”. Una de las conclusiones finales es obvia, como encrucijada analítica y metodológica: 22 Ver a este respecto Gresh, A, Billion, D (eds), Actualites de l’Etat palestinien, Editions Complexe, Paris 2000, publicado justo en el momento de máximo optimismo sobre el proceso de paz de Oslo. 23 “UNDP Workshop report, “Rebuilding post-conflict scoities: lessons from a decades of global esperience”, New York, 19-21 septiembre 2005. 31 “In an era of globalization, the experiences of societies emerging from crisis and conflicts highlights the importance of statehood and state institutions as frameworks for promoting human security, welfare and the rule of law”. En casos de desintegración o crisis destructiva de estados previamente existentes y reconocidos, estas estrategias no pueden ni reponerse no proponerse desde la simple invocación de derechos históricos que –de seguir al pie de la letra las versiones de las partes implicadas en un conflicto—se contradicen entre sí, ni tampoco desde la simple llamada a la aplicación del “derecho de sucesión” de los estados, que no son (salvo supuestos excepcionales de consenso entre las partes) la forma para gestionar el proceso, sino en todo caso para darle forma ante la comunidad internacional una vez los procesos secesionistas han concluido o al menos alcanzado una fase irreversible. Aunque de momento todavía limitada, comparada con otros campos de la Ciencia Política y las Relaciones Internacionales, esta temática va creciendo y tiene aportaciones significativas, tanto en el campo de las publicaciones, como en tanto que centro de interés para think tanks y centros especializados, lo cual es significativo 24. Sería de desear que en nuestra comunidad académica el interés por este tipo de fenómeno creciera en paralelo. Una de sus virtudes es que vuelve a subrayar la relevancia (extrema) del actor Estado en el centro del análisis del sistema político mundial, obliga a replantearse la variedad y complejidad de tipologías de sistemas políticos de tipo estatal y subestatal a efectos de la política internacional, y a profundizar en los esfuerzos por renovar las teorías disponibles. En si mismo, ello no resuelve el problema del desfase recurrente entre instrumental analítico disponible ante un objeto de estudio (el sistema mundial actual) en fase de mutación acelerada, pero al menos tiene el mérito de plantearlo en toda su dimensión. Capítulo 2 Regionalismo y estabilización en Asia Pere Vilanova 24 A modo de ejemplo, y sin ánimo de exhaustividad: “Enquete sur les etats non reconnus”, Dossier en Le Courrier International, nº 841, enero 2007. Web de “The Institute for State Effectiveness”: www.effectivestates.org ; “La Securite Humaine et l’Etat fragile”, Revue de la Securite Humaine, Issue 3, Febrero 2007; “Nagorno-Karabach: risking war”, International Crisis Group, Europe Report nº 187, noviembre 2007; Governance Indicators: a user’s guide, documento de la Comisión Europea y el UNDP Oslo Governance Center, 2004, en www.undp.org/oslocenter ; “La Osce y la promoción de la democracia: ¿una misión en punto muerto?”, Jos boonstra, Working Paper nº 44, Fride, octubre de 2007. 32 El regionalismo está en auge en los estudios internacionales, tanto en cuanto a monografías, como en el ámbito de lo que académicamente se conoce como “area studies” (o “estudios regionales”). La aplicación de la hipótesis del auge o emergencia de los subsistemas regionales como factor de estabilización en el sistema internacional, aplicado al caso de Asia-Pacífico, requiere varias líneas posibles de investigación y de debate. En primer lugar, el debate sobre regionalismo, aunque no es nuevo en si mismo, se enmarca actualmente en el contexto de un sistema internacional en mutación, dentro de una dinámica de transición global prolongada, de la que hay pocos precedentes empíricos. Aparcado, por poco productivo, el debate de si el mundo es unipolar o es multipolar, la atención debe desplazarse a los conceptos de orden y desorden, estabilidad e inestabilidad, actores y procesos.25 En segundo lugar, es útil profundizar la noción de poderes emergentes, pero se aplica restrictivamente sólo a actores estatales, India, China, Indonesia, etc. Sin embargo, otros poderes emergentes, a nivel regional sobre todo, se dejan sentir y crean redes y condicionantes para los actores estado. Obsérvese que la dinámica regional puede cristalizar en Organizaciones Regionales formalizadas (Asean) o en simples procesos no institucionalizados, pero cuya funcionalidad en el sistema es necesaria (el “grupo de los seis” en el tema nuclear de Corea del Norte: Rusia, EEUU, China, Japón y las dos coreas). En tercer lugar, todo ello ha cobrado mayor importancia a la luz del fracaso de la tan anunciada reforma de Naciones Unidas, pues el año del 60 aniversario (como sucedió en 1995, cuando el 50 aniversario) se cerró con un fracaso total, en el que por cierto tuvo un papel importante la demostración de China y varios estados de Asia Pacífico para vetar –con carácter indefinido—la presencia de Japón en el Consejo de Seguridad como miembro permanente (aunque sin derecho del llamado “veto”). No se trató sólo del veto chino, no fue necesario, sino que Naciones Unidas prefirió no alienarse un poder emergente 25 Pere Vilanova, “El Estado y el sistema internacional”, en Manual de Ciencia Política, M. Caminal (ed), Tecnos, 2006. 33 genuinamente regional aunque no formalizado institucionalizado, desde Corea hasta Singapur, de perfil hostil a Japón por razones históricas bien conocidas. Por último, Asia Pacífico ofrece varios aspectos interesantes como casos de estudio multidireccionales. Una posibilidad podría ser (no es el objeto de estas páginas) la comparación de las transiciones Soviética y China, su influencia regional respectiva y su impacto en el sistema global. Otra, otras transiciones exitosas como la de Indonesia, a la que haré referencia, vinculada no sólo a su emergencia regional, sino a su rol fundamental dentro del mundo musulmán y su dramática condición de víctima del terrorismo transnacional de matriz islamista. Andrew Hurrell y Louise Fawcett consideran que el regionalismo y las organizaciones regionales pueden contribuir positivamente de cinco maneras diferentes a promover el orden y la estabilidad en la región26. En primer lugar, los cambios en el sistema internacional han dejado en manos de los estados la responsabilidad sobre el orden regional. El regionalismo empezó a cobrar relevancia a causa de la ‘regionalización’ de la seguridad internacional, cuando finalizó el período de Guerra Fría, y las grandes potencias se vieron libres de la responsabilidad de desarrollar una función global y de utilizar los conflictos regionales como parte de una competición política. Una segunda contribución de las organizaciones regionales se relaciona con su papel como proveedoras de legitimidad internacional: especialmente importante hoy en día en que la cooperación internacional depende de niveles cada vez mayores de intrusión en la jurisdicción exclusiva de los estados. En tercer lugar, los partidarios del regionalismo aseguran que es más fácil negociar acuerdos eficaces regionalmente. Cuarto, teóricos de pensamiento liberal mantienen que la integración económica creciente inhibe las posibilidades de un brote de conflicto e incrementa los mecanismos para resolverlo: primero, aumentando los costes materiales del conflicto armado, y en segundo lugar, proporcionando el marco dentro de el cual pueden emerger las nuevas identidades colectivas y las nuevas formas de cooperación institucionalizada. Finalmente, el 26 Fawcett, Louise y Hurrell, Andrew, Edit., Regionalism in World Politics, Oxford University Press, Oxford, 1995. 34 regionalismo puede contribuir al orden ya que representa un espacio donde se pueden mitigar los conflictos étnicos, nacionalistas o entre estados. En los últimos años, la dinámica en el Sudeste Asiático ha estado marcada por un creciente proceso de ‘regionalización’, con el relanzamiento de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, ASEAN. Fueron, sobre todo, factores externos de tipo económico, político y estratégico los que impulsaron la creación de la ASEAN en agosto de 1967 y su posterior desarrollo. M. Sanchez Moreno cita al embajador de España en Tailandia, Juan Manuel López Nadal: “la dialéctica de la unidad frente a la diversidad y la necesidad de combinar la afirmación de la soberanía de los nuevos estados –esencial para los movimientos nacionalistas que los originaron- con los imperativos de una integración reclamada por la propia supervivencia de los mismos, determinan el rasgo a mi juicio más particular del proceso de integración representado por la ASEAN.” 27 Los ‘padres fundadores’ de la ASEAN nunca buscaron promover la disolución de las soberanías nacionales de sus Estados con la integración regional; bien al contrario, la filosofía que inspira el proceso es que a través de la configuración de un conjunto regional con capacidad para superar los retos internos y externos se podrá garantizar la supervivencia de los estados ante los desafíos que puedan surgir. Pero coincidiendo con el trigésimo aniversario de la ASEAN, se inició la grave crisis económico-financiera en Tailandia, que se extendería por toda la región, afectando de forma especialmente grave a Malasia e Indonesia. Sus efectos se extendieron más allá de la ASEAN y alcanzaron a Corea del Sur y a la economía japonesa. A parte de los efectos económicos, la crisis también provocó un fuerte impacto social y político, ya que los dirigentes del Sudeste Asiático habían intentado legitimar sus regímenes autoritarios con el fuerte crecimiento económico de las dos últimas décadas. 27 Farrés Martínez, Oriol, coord., Anuario Asia-Pacífico, Barcelona, 2005. 35 En este contexto, la ASEAN procedió a culminar su ampliación, con Laos y Myanmar en 1997, y Camboya en 1999. Una ampliación que, junto con Vietnam que se había incorporado en 1995, acentuaba los desequilibrios económicos y políticos entre los miembros fundadores más Brunei y los recién llegados, con monolíticos sistemas comunistas y golpes de estado. Ante la grave crisis económica, la ASEAN fue incapaz de actuar de manera eficaz y coordinada, dando una imagen negativa sobre su viabilidad como organización de cooperación económica. A finales de los noventa se debatió sobre la necesidad de cambiar los modos de actuación de la organización, caracterizados por la flexibilidad institucional y normativa, el carácter voluntario y no vinculante de sus acuerdos, y el respeto máximo a los asuntos internos de sus socios. Pero el compromiso entre nacionalismos en el que se inspiran los principios de la ASEAN hacen inviable el uso de la ingerencia. En cuanto a la cuestión de los conflictos regionales, hay que tener en cuenta lo siguiente. En la actualidad existen conflictos internos en la región ASEAN aún por resolver que tienen relación con contenciosos fronterizos terrestres, como los existentes entre Myanmar y Tailandia o Camboya y Vietnam, así como conflictos de límites marinos y explotación de recursos, como los vigentes entre Indonesia y Vietnam, y entre Malasia y Tailandia. El contencioso sobre zonas en el Mar de China Meridional en torno a las islas Spratly, ricas en recursos energéticos, afecta a cuatro estados de la ASEAN –Filipinas, Malasia, Brunei y Vietnam- además de a China y a Taiwan. Ninguno de estos contenciosos, pero, parece amenazar la estabilidad regional. Persisten otro tipo de conflictos no resueltos que sí que constituyen fuente de preocupaciones para la ASEAN y sus estados miembros, por el riesgo que pueden comportar para la seguridad del Sudeste Asiático. Estos contenciosos son el de la península de Corea, el posible conflicto entre Beijing y Taiwan, y el enfrentamiento entre India y Pakistán sobre Cachemira. Con el Foro Regional ASEAN, ARF, se pretende crear un marco de confianza y de diplomacia preventiva, para poder abordar la solución de contenciosos específicos. 36 En cuanto al reequilibrio de poder entre las principales potencias en AsiaPacífico, cabe resaltar algunos aspectos. Las principales relaciones de poder en Asia-Pacífico se desarrollan en torno al triángulo formado por Estados Unidos, China y Japón. Otros actores internacionales también influyen en los equilibrios de la región pero en menor grado, como Rusia, India, Australia o una Corea hipotéticamente reunificada. En el Sudeste Asiático preocupa el agravamiento de la rivalidad entre los dos colosos de Asia Oriental, China y Japón. En la subregión, China ha incrementado su grado de influencia en los últimos años a costa de Japón. Beijing se adelantó a Tokio en la propuesta de crear con la ASEAN una gran zona de libre comercio para el 2010 y obligó a la japoneses a hacer una oferta semejante. Además, China se siente mucho más cómoda que Japón en el nuevo foro ASEAN+3, que reúne a los diez estados ASEAN y a los tres grandes países del Nordeste Asiático: China, Japón y Corea del Sur. Por otro lado, Washington ha mostrado su desagrado por la celebración de un foro al que no ha sido invitado, y Japón no tiene más remedio que aceptarlo si no quiere dejar a la ASEAN en manos de su gran rival chino. Eric Teo Chu Cheow , secretario del Consejo del Instituto de Asuntos Internacionales de Singapur, SIIA, destaca que “para construir estabilidad en su región inmediata, garantizar la sostenibilidad económica y la paz social, y evitar el cerco estratégico de China por parte de los Estados Unidos y sus aliados asiáticos, Beijing ha desplegado una intensa diplomacia para construir su propio sistema de aliados y amigos por toda la zona de Asia-Pacífico. Como ejemplo, el papel de Beijing en las conversaciones a seis partes con la participación de Corea del Norte”. Chu Cheow habla incluso de una “Doctrina Monroe” inspirada en China, para construir su propio “sistema” o coalición en el Sudeste Asiático, porque Beijing incluso podría considerar la organización de un sistema de seguridad asiático a semejanza de Europa.28 La ASEAN, por su parte, utiliza esas rivalidades para mantener un equilibrio entre las potencias y evitar el predominio de alguna de ellas, como ya hizo durante el período de la Guerra Fría. Estas rivalidades podrían convertirse en 28 Farrés Martínez, Oriol, coord., Anuario Asia-Pacífico, Barcelona, 2005. 37 conflictos abiertos entre esas grandes potencias, como por ejemplo un contencioso entre China, por un lado. Y Japón y Estados Unidos, por el otro, en relación a Taiwan o a la península de Corea. Otras dimensiones del regionalismo en Asia Como indica con acierto el corresponsal en Asia de La Vanguardia, en un momento en que Irak actúa sobre la potencia americana como un agujero negro que absorbe toda su atención, China y Rusia han tejido un contrapeso eficaz a la ambición americana por amarrar, aun más, el control de las dos grandes zonas energéticas del mundo La Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) comienza a ser algo serio. Implicando a seis países miembros, cuatro ex soviéticos de Asia Central, más China y Rusia, es una de las mayores organizaciones regionales del mundo. Cuando la OCS, entonces el “quinteto de Shanghai”, se fundó, en 1996, Shanghai era una ciudad en obras. Hoy podemos constatar que esta gran organización está afirmando un enorme espacio de autonomía y contrapeso en el mundo. La OCS representa a una cuarta parte de la población mundial, y va a más. Si se incluye en la cuenta a India, Pakistán, Mongolia e Irán, los países que han acudido como “observadores” a la cumbre anual de esta semana, esta organización euroasiática de matriz chino-rusa, reúne al 44% de la población mundial. El Presidente de Afganistán, también ha sido invitado, y en el otro extremo continental, el bielorruso Lukashenko está llamando a la puerta para ser admitido. La OCS no hace más que desmentir que no es una “OTAN de oriente”, y que sus relaciones militares, “no apuntan contra ningún país”. El problema es que su mera existencia ya significa que al poder global de Estados Unidos le están saliendo enormes agujeros. Junto con la otra gran realidad asiática, la ASEAN, la OCS recuerda, “urbi et orbe”, que el mundo se organiza al margen de Washington. 38 El eje de este fenómeno es China, la creciente necesidad de energía de los dos grandes “en desarrollo” (China e India), así como la bonanza de los altos precios del crudo, que permiten a Rusia elevar la voz y el listón de sus ambiciones internacionales, para poner coto al entrismo de Estados Unidos y la OTAN en sus patios traseros de Afganistán y el Caspio. Todo eso topa con el expansionismo militar de Estados Unidos. En un momento en que, en palabras del analista Michael Klare, Irak actúa sobre la potencia americana como, “un agujero negro que absorbe toda su atención”, China y Rusia han tejido un contrapeso eficaz a la ambición americana por amarrar aun más el control de las dos grandes zonas energéticas del mundo, el Golfo Pérsico y la cuenca del Caspio, en medio de los cuales se encuentra Irán, cuarto productor mundial de petróleo. La OCS, a la que pertenecen también Kazajstán, Kirguizstán. Tadjikistán y Uzbequistán, es pieza esencial de ese contrapeso. La ausencia de empresas americanas en Irán, supone enormes oportunidades para chinos e indios, que mantienen un consenso energético considerable. Washington, y Europa, están empeñados en la estéril presión contra Irán, por perseguir, ese país, lo que en Israel, no es delito: tener armas nucleares en Oriente Medio. Se intenta marginalizar a Irán, convertirlo en un paria patrocinador de terroristas, pero, eh aquí al Presidente Ahmadinejad, arropado por varios grandes en Shanghai, entrevistándose con Putin y Hu Jintao, y pidiendo, en un discurso retransmitido en directo por la televisión china, que la OCS sea, “una organización poderosa que sirva para bloquear las amenazas e injerencias, ilegales y brutales, de diferentes países”. La presencia del Presidente iraní en la cumbre, y su solicitud de ingreso en la organización, cuya siguiente cumbre quiere que se celebre en Teherán, ha escocido en Washington. La Secretaria de Estado Condoleezza Rice, telefoneó al ministro de exteriores chino Li Zhaoxing para expresarle su disgusto. El 3 de junio, desde Singapur, Donald Rumsfeld ya había dicho que le chocaba, “que se invite a Irán, una de las principales naciones terroristas del mundo, a formar 39 parte de una organización que dice estar contra el terrorismo”. “Si consideráramos que es un patrocinador de terroristas, no le habríamos invitado”, respondió el jefe de la OCS, Zhang Deguang. China y Rusia invalidan por completo el escenario euro americano de las sanciones contra Teherán en el Consejo de Seguridad de la ONU. En todo el mundo se constata “el factor norcoreano”; que el que tiene la bomba nuclear no es invadido como lo han sido Yugoslavia, Irak o Afganistán, así que la lógica es aplastante. Si Occidente quiere algún día hablar en serio de la no proliferación nuclear, lo que implica predicar con el ejemplo, tanto en Oriente Medio como globalmente, ya se verá, mientras tanto, Irán proporciona el 13% de la importación de crudo a China, y está negociando un millonario contrato con Pekín para desarrollar el yacimiento de gas de Yadavarán. En julio, la OCS se dirigió directamente a Estados Unidos para que pusiera fecha a la retirada militar de las tropas que desplegó en Asia Central, en 2001 con la excusa de la “guerra contra el terrorismo”. La presencia de India como observadora también es muy irritante para Washington, cuyo plan era convertirla en ariete contra China en Asia. Pero las relaciones entre Delhi y Pekín mejoran. Tras el arreglo de la disputa fronteriza con Rusia, China está avanzando mucho en ese mismo capitulo con India. “No consideramos a China una amenaza, ni ellos a nosotros”, dice el ministro de defensa indio Pranab Mujerjee. Y Pakistán, descontento con el trato de favor nuclear que Washington ha concedido a India, recibe motivos adicionales para acercarse a la Organización de Shanghai: también ha pedido ser miembro pleno de ella y se muestra favorable a llevar el gas iraní a China por un oleoducto a través de su territorio. En la OCS son pocas las naciones “democráticas”: ninguno de sus miembros lo es y solo dos de los observadores merecen tal etiqueta. También es cierto que la desconfianza entre sus miembros, empezando por China y Rusia, por no hablar de los “observadores adversarios”, India y Pakistán, es enorme. Sin mutua confianza y cierta democracia, es muy difícil forjar una integración 40 estrecha. Al mismo tiempo, los intereses comunes contra el intento americano de continuar en Irán la caótica y agresiva escalada por controlar recursos energéticos globales, tanto en el Golfo Pérsico como en la cuenca del Caspio, son considerables. Y la falta de democracia interna, en China y Rusia, no impide que su discurso internacional sea mucho más democrático e integrador que el del hegemonismo. El comunicado conjunto aprobado por la cumbre de Shanghai habla de configurar la OCS como, “un buen ejemplo de dialogo entre civilizaciones”. Se propone, “un modelo no confrontacional de relaciones internacionales, desmarcado de la mentalidad de guerra fría”, decidido a apoyar la multipolaridad y el papel central de la ONU, como, “organización internacional más representativa” y salvaguarda del “orden en la ley internacional”. De paso, se dice que el próximo Secretario general de la ONU, “debería ser un asiático”. En un mensaje claramente dirigido a las repúblicas situadas entre China y Rusia, se dice que los estados miembros de este club, “no integrarán ninguna alianza u organización internacional que perjudique la soberanía y la integridad territorial de otros miembros. No es una OTAN de oriente, desde luego, pero es un espacio autónomo en clara expansión, que irrita sobremanera en Washington. Como bien indica Rafael Poch, la Organización de Cooperación de Shanghai, ilustra lo que el sociólogo Immanuel Wallerstein describe como pesadilla del Departamento de Estado norteamericano, “la preocupación porque su voz ya no es escuchada en el mundo con el respeto y el miedo de antes”. Esa es la razón por la que, pese a la presencia de casi 900 periodistas estos días en Shanghai, los grandes medios de comunicación globales, americanos y europeos, apenas han dedicado atención a ese importante evento. La cuestión de las transiciones en Asia: Indonesia como paradigma. 41 Antes del trágico protagonismo que ha tenido con el Tsunami, Indonesia afrontó en el 2004 el reto de organizar elecciones legislativas y presidenciales, importante hito de su vida política desde la caída de la dictadura de Suharto y las convulsiones que marcaron el inicio de la transición. El acontecimiento era de enorme importancia, aunque en Europa pasó relativamente desapercibido, si lo comparamos con la atención prestada a otras elecciones, como por ejemplo las de octubre en Afganistán. Y desde este punto de vista, podemos considerar Indonesia como un referente, un caso de estudio dentro de un proceso complejo que afecta a otros países del área Asia-Pacífico como Malasia, Tailandia u otros. Indonesia es un país asiático de gran valor estratégico. Con más de doscientos millones de habitantes, y con algo más de ciento cincuenta millones de electores, el primer país musulmán del mundo es un reto que viene a recordarnos, por ejemplo, la importancia sociológica y política del Islam asiático. Los países musulmanes más poblados del mundo actual son, por orden decreciente, Indonesia, Pakistán, India (con sus ciento treinta y ocho millones de musulmanes), Bangla Desh y Turquía: ninguno es árabe, todos son asiáticos. Organizar unas elecciones democráticas, abiertas y competitivas, en un país que apenas está saliendo de varias décadas de una férrea dictadura militar, no es fácil. Indonesia, desde este punto de vista, sigue empeñada en una ambiciosa transición, y los indonesios se merecen que está transición llegue a buen puerto, al menos tanto como los españoles, los chilenos o los checos merecimos en su día un buen final a las nuestras. Además, no hay que olvidar que el contexto de estas elecciones se veía ensombrecido por la sombra del terrorismo. En 2002 (Kuta, Bali), en 2003 (Jakarta-Hotel Marriot) y en 2004 (Jakarta, Embajada de Australia), el terrorismo golpeó Indonesia con furia. Pero desde occidente tendemos a pensar en Indonesia como un territorio en el que Al qaida recluta terroristas, y donde organiza atentados contra Australia. Pero fueron todos ellos atentados también contra la transición indonesia. ¿Por qué sucede esto? Sin duda, sería 42 una pésima noticia para el terrorismo islamista que en un país sociológicamente musulmán (aunque coexisten en él varias minorías como los cristianos, los hindúes y los chinos), fuera posible la consolidación de un régimen político de democracia representativa, pluralista y secular, a pesar de las limitaciones y déficits democráticos que pudiera conllevar. Es un riesgo inaceptable para Al Qaida. Hay signos de que esta transición va por buen camino. Las elecciones han sido un test ineludible, condición necesaria aunque no suficiente. Ya en 1999 hubo unas primeras elecciones legislativas que fueron relativamente abiertas y competitivas, pero las tensiones políticas, religiosas, culturales y sociales, después de décadas de dictadura, desembocaron en episodios de un elevado grado de violencia. Al final, de aquel proceso electoral salió algo parecido a un sistema de partidos, un cierto sistema parlamentario, aunque sometido a fuertes liderazgos unipersonales (Megawati Soekarnoputri, por ejemplo) y a una considerable corrupción. En comparación, las elecciones de 2004 han tenido un rendimiento netamente superior. Ante todo, los tres episodios electorales fueron tranquilos, sin incidentes significativos. Hubo algunos aquí y allá, pero un muy riguroso dispositivo de observación electoral (a cargo de la Unión Europea y otras organizaciones internacionales y nacionales), permitió llegar a la conclusión de que la violencia política organizada con fines de sabotaje electoral fue nula. Incluso en lugares con cierta tensión, como Aceh, Sulawesi, Kalimantan o Papua, la tónica fue la misma. Los partidos pudieron competir libremente, los medios de comunicación (públicos y privados) cubrieron con bastante objetividad los eventos, el acceso a ellos fue considerablemente abierto a las diversas candidaturas. No hubo intimidación a los votantes, los órganos electorales (los equivalentes de nuestras Juntas electorales de zona, provinciales o central) actuaron con gran profesionalidad, eficacia y, como también la policía y el ejército, con total neutralidad. Se podría añadir que la compleja normativa electoral, en todas sus variantes, estaba técnicamente bien elaborada, era exacta y rigurosa, y sobre todo, fácil de interpretar y aplicar a 43 nivel de calle, es decir, de colegio electoral, tanto para los votantes como para las mesas electorales y los observadores de los partidos. De las legislativas de abril emergieron varias señales positivas. Sobre todo, una composición del Parlamento significativamente distinta de la del Parlamento saliente. Es decir, hubo alternancia, de modo que ahora podemos hablar de un sistema de partidos susceptible de ser ubicado en el espectro clásico “Derecha, centro, Izquierda”, por supuesto con todos los matices necesarios, por ejemplo, la “izquierda” parlamentaria indonesia se correspondería con una corriente muy moderadamente socialdemócrata en nuestro parlamento. Pero sobre todo, competían veinticuatro partidos, de los que sólo tres se presentaban como explícitamente confesionales, y al final la suma de sus electores no llegaba al 18% del total, lo cual quiere decir que el 82 % del electorado indonesio, aun siendo sociológicamente musulmán, optó por formaciones políticas seculares, laicas. Las presidenciales confirmaron ampliamente estas tendencias.. El ganador, Susilo BangBang, era el “outsider”, el recién llegado, su partido sólo sacó el 8% de votos en las legislativas (pero era totalmente nuevo), y sin embargo acabó derrotando por 60% a 40% a la todopoderosa Megawati, presidente saliente. Estas últimas elecciones, por tanto, deben ser analizadas en la perspectiva histórica apropiada. Las reformas constitucionales aprobadas por la MPR en sus sesiones de 1999, 2000, 2001 y 2002 han dado lugar a una nueva Constitución que pone la soberanía en manos del pueblo; crea la Cámara de las Regiones (DPD) que junto al Parlamento (DPR) componen la MPR; establece la elección directa del presidente y vicepresidente de la república por sufragio universal; crea el Tribunal Constitucional; regula las elecciones y las autoridades regionales; e introduce un nuevo capítulo sobre los derechos humanos. Se partía de un sistema centralizado, en que la única autoridad electa radicaba en el Parlamento nacional. Por tanto, se ha acometido un proceso de descentralización que implica, además de la participación de las regiones en el proceso legislativo nacional a través de la mencionada DPR, la elección de 44 asambleas regionales y municipales, vía de participación popular y fuente de legitimidad democrática en todos los niveles de gobierno. El ejército también ha sufrido una transformación a través de las sucesivas reformas constitucionales. Las antiguas fuerzas armadas, ABRI, que incluían a la policía, tenían una doble función (dwifungsi) constitucional, militar y política, que se reflejaba en el encuadramiento de los militares en funciones políticas y administrativas (kekariaan) y en los 75 escaños de su grupo parlamentario, reducidos a 38 en 1999, en compensación por la prohibición de participación electoral de sus miembros. Las funciones constitucionales del Ejército Nacional de Indonesia (TNI) se limitan a la defensa de la integridad y soberanía del Estado, sin escaños ni grupo parlamentario. Mientras tanto, la Policía Nacional Indonesia que es ahora independiente de las fuerzas armadas, está definida como instrumento del Estado para el mantenimiento de la seguridad y el orden público. A pesar de ello, las funciones para casos específicos no están bien definidas ni delimitadas entre los dos cuerpos, sobre todo en las intervenciones relacionadas con la lucha contra el terrorismo y los conflictos regionales. Por su parte, los miembros del ejército siguen teniendo un notable prestigio político, como demuestra el hecho que todos los partidos desean tener a exmilitares en sus filas, empezando por dos de los tres principales candidatos a la presidencia en 2004, entre ellos el vencedor de las urnas. Capítulo 3 45 Afganistán y la lucha global contra el terrorismo: parámetros históricos. Pere Vilanova La cuestión del terrorismo transnacional La proliferación de las redes extremistas y terroristas se debe a factores tanto nacionales como internacionales. Mientras que algunos yihadistas quieren establecer por ejemplo un Estado Islámico en Indonesia, un número cada vez más reducido de ellos desea crear un califato islámico que abarque parte del Sudeste Asiático (Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur y Tailandia). Pero cada vez más, los yihadistas se ven impulsados por el entorno internacional, y quieren trasladarse a Irak o Afganistánpara luchar contra el ejército estadounidense. La invasión de Irak por parte del gobierno norteamericano, y más recientemente el papel jugó Washington en la intervención israelí en Líbano, ha incrementado la amenaza del terrorismo. En estos momentos, el centro de gravedad del terrorismo en el Sudeste Asiático se encuentra en el sur de Filipinas, donde se situan los campos de adiestramiento de terroristas, y en Indonesia, donde los ideólogos extremistas reclutan miembros para unirse a una docena de grupos yihadistas, incluyendo Jemaah Islamiya. Las redes extremistas y terroristas de Indonesia están instigadas y financiadas por fuentes externas, por tanto, la responsabilidad de combatirlas debe ser compartida por todos los gobiernos del Sudeste Asiático y de la comunidad internacional en general. La cooperación en materia antiterrorista entre los países de la ASEAN se ha incrementado desde el primer atentado de Bali, pero sigue siendo insuficiente la provisión de una adecuada ayuda antiterrorista a los estados más afectados, Indonesia y Filipinas. Ha sido efectiva, a pesar de todo, la ayuda recibida por los socios externos: Australia, Japón y Estados Unidos. 46 En respuesta a los atentados de Bali, donde Australia perdió tantos ciudadanos, Canberra desarrolló su política antiterrorista en el exterior, con la oferta de apoyo continuado para crear una estrategia antiterrorista sólida en Indonesia. La mayor parte de esta ayuda se ha utilizado para formar a la policía indonesia a nivel táctico y operativo. A través del Centro de Cooperación Legal de Jakarta, Jakarta Centre for Law Enforcement Cooperation, JCLEC, de Semarang, la policia federal australiana y la policia indonesia han formado conjuntamente a varios miles de oficiales de policía, miembros de los servicios de inteligencia y otros profesionales para combatir el terrorismo. Pero debido a la gran extensión de Indonesia, es necesario invertir en capacidad y potencial antiterrorista especialmente fuera de la isla de Java. Indonesia por otro lado está intentando responder a la pregunta ¿se puede construir una democracia predominantemente representativa musulmanas, pero efectiva, en multiculturales, sociedades multiétnicas y plurilingüísticas, en el umbral del siglo XXI? Malasia por su parte está en su propia versión del intento, mientras que en Tailandia o en Filipinas, los musulmanes viven su experiencia como minoría. Como en todas partes, la respuesta no la tiene Al Qaida, sino que vendrá de estas mismas sociedades complejas, con un potencial económico fenomenal, y su voluntad de consolidar formas políticas abiertas, legitimadas por vía del sufragio, con alternancia, único marco en el que la famosa invocación a la tolerancia es poco relevante porque la pluralidad social y política se expresa objetivamente en las instituciones. Debemos prestar mucha más atención al área Asia-Pacífico, desde la óptica de las transiciones, no sólo como tigres económicos, ni desde una visión simplista y reduccionista del Islam. Es esencial profundizar en todo ello y en el contexto global, por su lugar en la geopolítica del terrorismo transnacional de matriz Al Qaida. En efecto, los atentados del 11 de septiembre de 2001 habrán marcado una época, sea cual fuere el nivel de retórica que se use para describirlos: la primera guerra del siglo XXI, la tercera guerra mundial, etc. Pero hay que evitar los excesos estructuralistas, y sobre todo los excesos de lenguaje. Ha pasado tiempo 47 suficiente, a estas alturas, para evaluar su impacto y ver, por ejemplo, aquello que no han sido dichos atentados. Para analizar la apresurada afirmación de que produjeron un cambio estructural en el sistema bipolar. Un cambio estructural, en este sentido, comparable al que produjo la caída del Muro de Berlín en 1989, cuando –al menos simbólicamente— escenificó el fin del mundo bipolar. De hecho, cuatro años después del 11 de septiembre del 2001, es perfectamente posible evaluar si las previsiones iniciales más comunes, eran exageradas, alarmistas y desajustadas. No podemos, decentemente, hablar de tercera guerra mundial, porque es un insulto a la inteligencia de la gente, y a la memoria de los 75 millones de muertos que las dos primeras (guerras mundiales) sumaron, i porque tal afirmación tiene más de exorcismo que de análisis. Precisamente en mayo de 2005, las conmemoraciones del 8 de mayo (fecha oficial de la Rendición del III Reich), los medios de comunicación han tenido ocasión de rememorar las dimensiones reales de aquella hecatombe y devolvernos, no sin esfuerzo, a un mayor sentido de la realidad y de la proporción. No podemos hablar de la primera guerra del siglo XXI, porque estamos apenas en el comienzo de este siglo, y francamente, no tenemos ni idea de qué nos deparan los próximos noventa y pico en términos de guerra o violencia a gran escala. Pero las hipótesis más credibles nos sugieren que lo peor está por venir. Además, en el año 2001, el de los atentados, como el 2000, y como el 2002, el 2003 y el 2004 por cierto29, el mundo contempló una media de treinta y cinco a cuarenta conflictos armados de intensidad diversa. Como en la década de los noventa, de promedio, con una continuidad y persistencia muy alarmante. Precisamente, aquello que podemos hacer es poner las cosas en su justa perspectiva y ponderar su proporción, que ya es de por sí lo bastante dramática. 29 Ver a este respecto la publicación: “Alerta 2005: informe sobre donflictos, derechos humanos y construcción de paz”, Escola de cultura de la Pau- Medicos Sin Fronteras, Editorial Icaria, Barcelona 2005. Su periodicidad anual es un instrumento imprescindible para seguir la conflictividad en el mundo con datos empíricos. 48 Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, los estudios sobre terrorismo nos muestran diversas variedades de este fenómeno, pero en el tramo final del Siglo XX todas ellas pueden extrapolarse en dos 30. La primera sería el terrorismo de invocación nacionalista, con una base territorial definida y con un proyecto finalista con igualmente una base territorial definida, y un objetivo político explícito, generalmente centrado en la independencia desde un Estado propio que conllevaría la amputación del Estado en el que se produce el fenómeno (o su variante de los años de la descolonización: la independencia de la potencia colonial):ETA, IRA, Tamiles de Sri Lanka, musulmanes en Banda Aceh (Indonesia), son ejemplos convencionales de ello. La definición se centra, como puede verse, en el criterio del objetivo final del grupo tomado en consideración, considerando secundario (o subsidiario) el hecho de que estos grupos tienen o han tenido, por necesidad, vinculaciones internacionales, apoyos externos, bases de retaguardia en países extranjeros, financiación y tráfico de armas de tipo transnacional. Pero todo ello, como parte del utillaje táctico, no porque su estructura, naturaleza, programa y horizonte final sean globales. De hecho, comparado con hace treinta o cuarenta años, algunos analistas piensan que esta variante de terrorismo (con independencia del mayor o menor fundamento de alguna de sus causas estructurales), está en declive en relación a otras formas de terrorismo. Una de las razones se deriva de que el ciclo de las descolonizaciones históricas, que en su día legitimaron –incluso en sede de Naciones Unidas—el concepto de Movimiento de Liberación Nacional (y similares), se ha cerrado. Las posibilidades de amputación de los estados existentes es escasa o baja, no tiene ni tendrá el apoyo de Naciones Unidas. La segunda variante: el terrorismo de matriz transnacional, ya sea por sus modos de reclutamiento, ya por su objetivo finalista, ya sea de modo genérico ya de modo explícito. Lo cierto es que desde finales de los años sesenta, la 30 De hecho hay otra variante significativa: el terrorismo de Estado, pero las dimensiones de este breve texto no pemiten entrar en ello. Merece ser tratado aparte, sobre todo porque resulta relativamente más sencillo: está identificado el sujeto (tal o cual Estado), y es muy claro el referente de condena (el derecho que el propio estado afirma representar, y que vulnera tanto en su dimensión interna como internacional). 49 matriz medioriental (es decir, Oriente Medio como referencia de fondo) ha sido portadora de diversos fenómenos terroristas, que tienen su contexto, sus causas estructurales y sus propias dinámicas. Ello no se confina literalmente al mundo musulmán o árabe. Por ejemplo, en relación más o menos directa o manipuladora con la causa palestina, es muy relevante el caso de Ilich Ramírez, más conocido como Carlos, venezolano de nacionalidad y con varios alemanes en sus filas. Tuvo vinculaciones con algunos grupos palestinos, pero ahora sabemos que también con los servicios secretos de la República Democrática Alemana. Pero su carrera, iniciada en 1975 en Paris, acabó en 1998 en Khartum, donde el régimen sudanés permitió que el contraespionaje francés lo detuviera y lo llevara a Francia, donde ha sido juzgado y condenado. Su discurso ideológico de fondo, era la lucha antiimperialista, pero cuando secuestro en 1976 a la plana mayor de Opep (Organización de países productores de petróleo) en Viena, pidió la liberación de algunos presos en Alemania y mucho dinero. Es un buen ejemplo de esta transnacionalidad, tanto por el reclutamiento de sus miembros, como por sus campos de actuación y sus objetivos finalistas, de los que siempre conviene que algunos sean concretos (la causa palestina) y otros más difusos en el tiempo (la “lucha antiimperialista”). Los campos de actuación: en los años sesenta, setenta y ochenta hubo actos terroristas a gran escala en muchos países: Francia, Gran Bretaña, Austria, Alemania, Grecia, Pakistan, Líbano. La invocación ideológica: este tipo de grupos, en los años reseñados, invocaban más o menos artificiosamente ideologías revolucionarias, pero sobre todo seculares y al menos formalmente progresistas: el naserismo o el baasismo, el marxismo leninismo, el maoismo, el guevarismo, etc. Del Islam, hasta el advenimiento del Jomeinismo en 1979, literalmente ni una palabra (se suele citar a los Hermanos Musulmanes de Egipto, pero hasta el asesinato de Sadat en 1981 estaban prácticamente inactivos desde hacía cuarenta años). Esto plantea una cuestión interesante: cierto tipo de matriz transnacional, por tanto, no data del 2001, tiene décadas detrás suyo, pero pueden haber cambiado algunos de sus parámetros operativos. Por un lado, los medios utilizados, su impacto audiovisual a escala global y en tiempo real. Por el otro, la ideología de reclutamiento, la motivación 50 de los activistas (ha de ser alta: hasta el suicidio), su capacidad de legitimación interna y hacia su base social, en suma, los contenidos ideológicos de este fenómeno, pueden ser a la vez totalitarios e intemporales, y cambiar según etapas históricas. Desde 1980, como se ha visto, el islamismo radical y militante ha presidido la escena, pero en realidad su capacidad expansiva puede haber tocado fondo, y sus núcleos activos, precisamente por ello, haberse radicalizado 31. Todavía es pronto para llegar a una única conclusión, pero será interesante ver si el terrorismo que está detrás del 11 de septiembre y de sus secuelas (desde Bali a Kenia, y desde Casablanca a Atocha), es tan innovador como se ha dicho o está en una línea de continuidad con la perspectiva aquí planteada. El propio INET (Instituto de Estudios Transnacionales de Córdoba, España) ya hizo en su día una interesante reflexión sobre dicho fenómeno, que no vamos a repetir32. Pero los elementos de continuidad son obvios: reclutamiento variado, transnacional, aleatorio (aunque la condición de musulmanes es común en los hasta ahora identificados y/o detenidos, es interesante notar la presencia de franceses, belgas, británicos, algún español); búsqueda deliberada de un impacto mediático (a la escala de los actuales medios de comunicación, más potentes que los de los años setenta), transnacionalidad de las víctimas; reivindicaciones contradictorias, ambiguas, concretas (que se vayan los americanos de Arabia Saudí) o generalistas y difusas (la lucha contra los “cruzados” y/o “occidente”). No hay propuesta de negociación, no hay un discurso político convencional, pero hay un objetivo político permanente y finalista. Las diferencias también son numerosas, y, por ejemplo, es imprescindible centrar también nuestra atención y nuestros debates en las consecuencias que este fenómeno, en su versión actual, está produciendo en le terreno de las políticas de respuesta, en el campo de la tentación involucionista de los regímenes políticos (en el tema de los derechos humanos, principalmente), en 31 32 Tal es la tesis de Gilles Kepel en “Expansion et declin de l’Islamisme”, Gallimard, Paris 2000. Ver IneTemas nº 22, año VIII, diciembre 2001, monográfico sobre el 11 de septiembre. 51 nuestra cultura política, y en el devenir social en la era de la globalización. ¿Momento histórico? Con toda seguridad. Desde estas precauciones tan elementales como poco utilizadas, hablemos del conflicto que sí existe, ha adquirido dimensión de paradigma, y tiene relación directa con la alarma generada por el 11 de septiembre, y que no cabe minimizar desde presupuesto ideológicos: el terrorismo. ¿Cuál es su rasgo dominante desde la perspectiva de la novedad? De hecho su novedad dista de ser evidente. El terrorismo no es nuevo, ha existido desde siempre: se trata del uso de la violencia a gran escala, con una finalidad política expresa, y se basa en una estrategia y en una o varias tácticas, tiene un mínimo de estructura organizativa, y para durar en el tiempo depende de un cierto número de causas estructurales. Esto es un intento de explicación descriptiva, no es una toma de posición o de justificación moral. La parte moral es la (relativamente) fácil, pero sería un error centrarnos, o centrarnos únicamente, en ella. El terrorismo es condenable, debe ser condenado, y no cabe la neutralidad. Pero esta toma de posición no puede ni debe ser un sustituto de la igualmente necesaria reflexión política para entender el fenómeno, entre otras, no se entiende cómo, sin un análisis adecuado, cabe pensar en políticas de acción colectiva para neutralizar el terrorismo. Cuando Bush se limita a hablar del eje del mal, y propone únicamente centrarse en la lucha contra el terrorismo a partir de actuaciones sobre sus efectos, pero sin interesarse sobre sus causas, con la implícita pretensión de que los efectos son una causa en si mismo, de que no hay causas anteriores al acto terrorista, no hay contextos estructurales, sino simplemente maldad moral, está obviando lo esencial y está evitando la cuestión central del problema. Ahora bien, en el debate que provoca el fenómeno del terrorismo, sobre en círculos de personas relativamente politizadas, suele ser frecuente una especie de precaución metodológica, que resulta totalmente incomprensible. En muchos debates, la persona que interviene, empieza por curarse en salud diciendo: “Se podrían decir muchas cosas sobre el terrorismo” , para a continuación no decir ninguna o casi, y a continuación esgrimir un discurso, este sí, explícita y contundentemente crítico con la o las políticas de respuesta 52 al terrorismo. Otra variante suele ser: “es muy difícil proponer una definición clara de terrorismo, pero....” y a continuación, lo mismo que en el caso anterior. Y es cierto que, como palabra de valor polisémico, de significados variables según el sistema de valores y la cultura política de quien emite el juicio, la pretensión de definir sus contenidos es complicada. No en vano, y amplios sectores de la opinión desconocen este extremo, Naciones Unidas no dispone sesenta años después de su fundación, de una definición expresa, unívoca, jurídicamente vinculante, de la palabra terrorismo. ¿Por qué? Simplemente por la imposibilidad, a lo largo de los años, de que los Estados miembros se pusieran de acuerdo en una única definición, visto el valor relativo de los argumentos de unos y otros, que en ocasiones eran literalmente antagónicos. Cierto, inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad de la ONU produjo, por unanimidad, dos resoluciones sucesivas, relativas al terrorismo, la 1368 y la 1373, creando esta última el Comité Contra el Terrorismo, formado por los quince miembros del Consejo de Seguridad. Y antes, ya existían doce tratados o resoluciones internacionales en materia antiterrorista, desplegadas a los largo de los últimos treinta y cinco años. Pero en realidad, el estudio detallado de estas decisiones muestra de nuevo las limitaciones de Naciones Unidas y las del derecho internacional. Su eficacia dependerá de la voluntad de los Estados miembros de la organización, y la capacidad de decisión directa del Consejo de Seguridad seguirá siendo tributaria con carácter general de las limitaciones que afectan al Capítulo VII de la Carta de la Organización (relativo al uso de la fuerza). La otra dimensión significativa es que estas resoluciones lo que hacen en realidad no es definir qué es el terrorismo, sino (y ya es mucho), definir actos materialmente violentos, ilegales, y que causan víctimas, y por tanto materialmente punibles (en la lógica del derecho penal como expresión del derecho de coerción legal): secuestros de aviones, de barcos, ataques a personal diplomático y a bienes y legaciones diplomáticas, toma de rehenes, ataques contra aeropuertos, etc. Es decir, políticas de respuesta a actos, siguiendo la lógica de lo que marcó el auge del terrorismo transnacional (finales de los años sesenta). Algunas conclusiones (2008) sobre el terrorismo transnacional: 53 1.- No se puede obviar el problema de la definición unívoca, explícita y sobre todo, consistente a efectos jurídicos supranacionales. El término Terrorismo sigue siendo polisémico, ideológico, sesgado, y a veces genera más confusión que otra cosa. 2.-Variedad de definiciones. Naciones Unidas no ha conseguido nunca una definición clara, precisamente por los debates políticos de los posibles significados. Pero Naciones Unidas ha producido a la vez en las últimas décadas más de una docena de resoluciones (convenios, etc) vinculantes sobre acciones terroristas, esto es, sobre actos materialmente punibles (secuestros de barcos, de aviones, ataques a sedes diplomáticas, delito financiero). Esta es la vía más eficaz, pues es paralela a la lógica del derecho penal en el Estado de Derecho: no juzga intenciones, ideas, ideologías u horizontes programáticos, sino actos materialmente punibles. En mi opinión, precisamente cuando se entra en la zona gris de definir cosas como apologías, intenciones, etc es cuando el terreno se vuelve resbaladizo. 3.- En última instancia, no debemos pretender alcanzar la definición exacta y universalmente aceptada del término terrorismo global, aunque tenga un uso convencional generalizado en los medios, en la opinión, y a escala global. Como tampoco debe entrarse demasiado en polemizar con las “autodefiniciones” que dan de si mismo los grupos terroristas (luchadores por la libertad, resistentes, martires, etc etc). De hecho ello nos recuerda la importancia del lenguaje y de las palabras en este terreno, pues la violencia política, como la coacción legal en el Estado de derecho, necesita de legitimidad, apoyo social, y ello se busca en dos terrenos: la invocación del lenguaje indicado, y cómo se aborda la relación entre fines y medios. Esto último es el ámbito material donde se sitúa la línea de separación entre el Estado de Derecho y todo lo demás. 4.- Es válida la diferencia entre los terrorismos de matriz “liberación nacional” (Ira, Eta), de la de matriz “ideología revolucionaria” (Brigadas Rojas en Italia, Banda Baader Meinhof en Alemania), de la actual matriz jihadista. Pero es una diferencia obvia. Mucho más importante, al menos en el terreno de la 54 inteligencia, es buscar la máxima información en la variedad y fragmentación de la “nebulosa Al Qaida” versus otras variantes de grupos armados como Hamas o Hezbollah. El análisis debe ser político (es decir, establecer las relaciones adecuadas entre causas, efectos y consecuencias) y debe evitar que el supuesto análisis se vea sustituido por generalizaciones ideológicas. La política de comunicación en relación a la opinión es otra cuestión que debe ser tratada de modo diferente. 5.- En relación al jihadismo, conviene tener presente que nos afecta por tres tipos de actividades: su capacidad de reclutamiento (en países mayoritaria o totalmente musulmanes), su actividad de import-export de militantes terroristas, y su “geografía de actos terroristas”. La primera cuestión, reclutamiento, se ha ido desplazando hasta instalarse también en países no musulmanes (europeos básicamente), pero con importantes bolsas de población sociológicamente musulmana de origen. Aunque la cifra de reclutados sea numéricamente ínfima, es un elemento potencialmente muy peligroso. 6.-Por otra parte, la “geopolítica” de los actos terroristas a escala global muestra dos cosas: la primera es que se han cometido más actos terroristas en países musulmanes que en Europa o Estados Unidos (desde Mauritania hasta Filipinas, casi todos los países musulmanes han padecido el fenómeno), han muerto muchísimos musulmanes en actos jihadistas, y ello debería ser incorporado a nuestro análisis político y de comunicación. La Alianza de Civilizaciones también pasa por explicar esto adecuadamente a escala global, pues permite explicar que somos todos objetivo del terrorismo y somos todas víctimas del terrorismo. Es una evidencia empírica. La segunda es que hay amplias franjas del planeta donde el fenómeno es inexistente o se reduce a casos muy específicos (amplias zonas de Eurasia y Asia Central, América Latina, Africa Subsahariana –con la puntual excepción de Kenia). 7.- También en relación a la presentación mencionada, cabe tener reservas sobre la evidencia del llamado “programa finalista” del jihadismo: el Emirato Islámico Mundial o Universal. En efecto, desde el 11 S, el hecho es que Al Qaída no ha conseguido derribar ningún gobierno, en ningún país del mundo 55 (árabe, musulmán u otro), no ha conquistado ningún Estado, y no es seguro que ponerse en evidencia (como pasó en Afganistán con el régimen talibán) mediante la toma del poder en un régimen político de un país concreto sea la estrategia que buscan. Ello implica identificarse y significarse en una forma y una estructura que, justamente, es la relativamente fácil de perseguir y neutralizar. Nosotros pensamos en términos de que la máxima expresión de la victoria política es alcanzar el gobierno de un Estado. Ellos, no necesariamente. 8.-La estrategia de Al Qaída, o la de sus máximos dirigentes, es instalarse en el tiempo como factor de inseguridad creciente y constante, para ir debilitando a los que define como enemigos. Pero no necesariamente institucionalizarse. La lógica del atentado de Bombay era otra: desestabilizar India, agudizar las tensiones India-Pakistán, demostrar que pueden actuar a escala de guerrilla urbana muy profesional, golpear el sector turístico, animar a sus supuestos seguidores. Pero no hay una reinvindicación específica, no hay un programa de negociación, no hay una oferta de mínimos o máximos, no hay otra estrategia de la de los medios son los fines y viceversa. 9.- Un factor adicional a tener en cuenta es el peligro estratégico del aumento de capacidad tecnológica de estos grupos, y su interacción con otras formas de delincuencia global o transnacional (narcotráfico, ciber-crimen, delito financiero) en torno a estas tecnologías más avanzadas. Aquí es donde la concertación entre gobiernos, cuya capacidad tecnológica no es despreciable, es esencial. 10.- Puntualizaciones finales: .- Inteligencia, anticipación, concertación política y social con las estructuras naturales o tradicionales de los segmentos de población musulmana en los países desarrollados y en concreto Europa. .- Prudencia a la hora de mezclar el debate ideológico en los medios, entre las élites políticas, en la propia opinión, con el análisis político por parte de las instituciones y agencias apropiadas, que debe ser racional, basarse en 56 relaciones causales, y no anteponer las prisas del lenguaje a la de una estrategia adecuada que deberá también instalarse en el factor tiempo, y que será de larga duración. .- No perder de vista, en esta estrategia basada en la adecuada relación entre fines y medios, el balance de las diferentes políticas de respuesta al terrorismo global. No se debe huir de este debate, porque su balance nos será útil. Porque la opinión necesita estar informada de ello, a la hora de aceptar pagar los costes de afrontar una larga campaña de lucha contra el terrorismo. Y porque en ello radica precisamente nuestra fortaleza como modelo político y social, y como forma de gobierno para sociedades cada vez más heterogéneas, y sujetas a factores transnacionales percibidos como altamente portadores de inseguridad (terrorismo, crisis financiera, cambio climático, y otros). El primer ejemplo de conflicto que siendo anterior a la matriz 11 de septiembre es Afganistán, donde la Casa Blanca decidió probar la validez de la respuesta militar al terrorismo de Al Qaida, con un resultado más bien atemperado. Este país que entró en el nuevo siglo y milenio del modo más catastrófico posible, de la mano del régimen talibán, de los atentados del 11 de septiembre, y de las consecuencias que se derivaron de ello. Ninguna de las hipótesis acerca de lo que pueda pasar en un futuro a corto y medio plazo es optimista, como muchos unas son menos malas que otras. Se reducen a dos: más conflicto, y por tanto más muerte y destrucción, o se va a una relativa estabilización, y la sociedad afgana seguirá siendo en el laboratorio de un nuevos experimentos políticos y sociales a escala de todo un pueblo. Pero sería un gran error pensar que las desgracias de los hombres y mujeres de Afganistán han empezado con la intervención norteamericana de finales de 2001, la formación del gobierno Karzai, o en que los problemas empezaron en su día con la llegada al gobierno de Kabul de este extraño fenómeno talibán, a mediados de los noventa. Comenzaron mucho antes y han sido constantes a lo largo del último cuarto de siglo, y sobre todo se ha visto convertido en territorio de transnacionalización 57 tanto para la agenda de Bin Laden, como para las políticas de respuesta antiterrorista. Cuando en la primavera de 1989, tal como había prometido públicamente Gorbachov en febrero del año anterior, las tropas soviéticas abandonaron Afganistán, los analistas afirmaban que después de casi diez años, la guerra tocaba a su fin. Los más prudentes, sin embargo, pensaban que tan sólo se cerraba una etapa del conflicto, y que simplemente éste continuaría a través de un proceso de mutación. Hablando claro, la guerra civil duraría mucho más tiempo. De modo que, si bien en 1989 nadie podía prever la aparición de los talibán, no es menos cierto que las condiciones para una paz duradera eran casi inexistentes. La guerra contra los soviéticos, desde diciembre de 1979 hasta marzo de 1989 no había unificado a las diversas facciones afganas, al contrario. Ante todo, pocos conflictos del mundo actual han mostrado una tal imbricación entre aspectos puramente locales (guerra civil), una sociedad especialmente fragmentada, una herencia histórica muy particular, y un cúmulo de ambiciosos países vecinos, empezando por Irán, y sobre todo Pakistán, en su día responsable último del fenómeno talibán. Nuestra mirada europea podría pensar en Afganistán como un país a la vez simple y complicado. Simplicidad: un pueblo musulmán sometido a reglas absurdamente estrictas por parte de un gobierno de fanáticos, pero el Islam, ya se sabe... Volvamos la vista atrás, después de la salida de los soviéticos. Complicación: ¿qué sabemos de la sociedad afgana? ¿quiénes eran los talibán? ¿y quién luchaba contra ellos? ¿Y ese tal Masud, quién fue? La realidad, como suele suceder, es mucho más complicada que nuestros prejuicios. La sociedad afgana está poblada de grupos etnolingüísticos 33 tan variados como los pashtun, los beluches, los uzbecos, los tadjikos, los turkmenos, los hazara, los kirghiz y los nuristani. Cada uno con sus tradiciones, 33 El término debe ser entendido de modo convencional, para designar grupos con antecedentes étnicos claramente distintos según los especialistas, y cuyo criterio de identidad colectiva reside más bien en las raíces distintas de sus lenguas, unque en última instancia todos se vinculan ya a la la herencia lingüística turkmena, ya a la persa. 58 sus rasgos culturales y sus variantes linguísticas. Pero todos ellos, menos los hazara que son chiitas, son musulmanes sunitas. El Islam, por tanto, no sólo ve desmentida en Afganistán su supuesta vocación unificadora a escala mundial, sino que no ha tenido capacidad alguna para imponerse, como cultura compartida, a las divisiones de grupos sociales enfrentados por otros rasgos lingüísticos o culturales, ni mucho menos para pacificar sus enfrentamientos en nombre de la unidad del Islam. Poca gente sabe, por ejemplo, que Afganistán es uno de los tres países o estados del mundo actual que en su historia no han sido nunca colonia de ninguna potencia colonial (los otros son Tailandia y Liberia), aunque lógicamente su territorio, desde Alejandro Magno hasta hoy, haya sido ocupado por breve tiempo en diversas ocasiones y haya visto pasar hordas invasoras en una u otra dirección a lo largo de siglos. Sin necesidad de remontarnos a tiempos tan lejanos, vale la pena subrayar la importancia de los sucesos que en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX afectan a Afganistán. Su unificación en términos de lo que en Europa fue la aparición del estado moderno, en la segunda mitad del siglo XVIII, fue obra de Ahmed Durrani Shah, que delimitó lo que prácticamente siguen siendo sus fronteras actuales. El siglo XIX contempla varios intentos británicos de penetración desde el imperio de la India34. Siempre por Peshawar y el legendario paso de Khyber, actualmente en Pakistán. Y Afganistán fue el muro contra el que se estrelló el imperio británico y su poderío militar. En una ocasión, en 1841, un cuerpo de ejército británico de 15.000 hombres que alcanzó el paso de Khyber y se adentró por la ruta de Kabul, simplemente, desapareció. Meses después, la guarnición fronteriza vio llegar a un hombre gravemente herido y enfermo. Era el Dr. Bydon, médico militar, y las tribus afganas le permitieron regresar, simplemente para que contase lo que vio35. Afganistán, a diferencia de sus vecinos, no ha conocido la experiencia de la colonización, lo cual contribuye a explicar algunos de los rasgos de su cultura 34 Hasta la independencia, en 1947, el Imperio de la India incluía también Pakistán y Bangla Desh. El episodio inspiró el relato de R. Kipling en el que se basó la famosa película ‘El hombre que pudo ser Rey’, dirigida por John Huston. 35 59 política y social, el arraigo de sus costumbres, su desconfianza ante toda influencia o ingerencia extranjera, así como su tenaz capacidad de resistencia. Además, desde su consolidación como Estado independiente, mantuvo durante décadas una celosa tradición de neutralidad y no alineamiento, con especial atención a su relación con Rusia. La Rusia imperial primero, la joven Rusia revolucionaria después de 1918, y la URSS hasta 1973. De hecho, Lenin, al término de la guerra civil, firmó en 1921 el tratado de relaciones entre Rusia y Afganistán, sobre la base del reconocimiento mutuo y la buena vecindad. Esta neutralidad y política de equilibrio dio a la monarquía afgana una larga estabilidad, que le permitió, por ejemplo, tener después de 1945 una buena relación a la vez con la URSS, con Estados Unidos, pero también con Alemania y Francia, que aportan las primeras inversiones extranjeras y un comienzo de modernización técnica y en infraestructuras. La crisis de este equilibrio está directamente vinculada a la caída de la monarquía, que se produce en 1973, cuando el Rey Zahir Shah es destituído por el príncipe Daud, que a pesar de su vinculación con la familia real, se embarca en una extraña aventura que intenta a la vez instaurar una república y modernizar la sociedad. Todo ello, como es lógico, con medidas tan autoritarias como artificiales, o al menos, extrañas a una sociedad profundamente arcaica, rural y sostenida en estructuras tribales tradicionales. Si la sustitución de la monarquía por la república fue noticia en Kabul, Herat y Kandahar, las principales ciudades, las medidas políticas de modernización económica y social produjeron de inmediato severas resistencias en las zonas rurales. Se trató, de hecho, de una revolución o un golpe de palacio básicamente urbano, ligado a la influencia de Daud sobre la burocracia y el ejército. Curiosamente, se trató de un golpe ‘de izquierdas’, ya que Daud se apoyó en un numeroso grupo de oficiales y altos funcionarios vinculados al las dos facciones del PPD, siglas del partido comunista de Afganistán (Parcham y Khalk). Las razones de por qué las élites afganas del momento (o una buena parte de ellas) estaban encuadradas en el partido comunista es un fenómeno que los especialistas no han acabado de explicar. Por un lado, la monarquía, en su política de equilibrios, mandaba a muchos de sus jóvenes a estudiar a la URSS (mientras 60 que otros iban a Francia o Alemania, y en menor medida Estados Unidos). Por otro lado, el fenómeno de jóvenes oficiales dejándose seducir por ideologías nacionalistas y revolucionarias en los años sesenta y primeros setenta fue muy extendido, por ejemplo, en los países árabes de Oriente Medio. Los enfrentamientos entre las dos facciones del partido comunista marcan los altibajos de la política afgana entre 1973 y 1978, cuando Taraki da un nuevo golpe de estado, ejecuta a Daud, y pone en marcha una versión más claramente prosoviética del régimen. Ello provoca las primeras insurrecciones en zonas rurales, y la aparición de los primeros grupos de resistencia. Las dos facciones, Parsham y Khalk, se enzarzan en una verdadera guerra civil de palacio, hasta el punto de que en menos de quince meses, hasta la invasión soviética de 21 de diciembre de 1979, el país conoce a tres presidentes: Taraki, Amin y Babrak Karmal (finalmente, la opción de los soviéticos). Cada uno de ellos liquida físicamente al anterior. La invasión soviética suscitó en su día un interrogante de fondo, que en parte fue ya aclarado por Gorbachov. ¿Por qué la URSS de Brezhnev se embarcó en la aventura afgana, que se convirtió en su Vietnam particular? En su día se afirmó, de modo simplista, que aquella invasión no era sino otra muestra del expansionismo soviético, que actuaba siempre del mismo modo en todas partes en las que conseguia poner pie. Después se supo, y Gorbachov así lo admitió, que incluso la cúpula militar de la URSS desaconsejó a Breznev la invasión a gran escala, pues estaba abocada al desastre más absoluto. En realidad, la aventura militar fue una reacción de los soviéticos ante el temor de que la revuelta de la sociedad afgana no sólo se iba a llevar por delante al régimen político de Kabul, sino que a la luz de los informes sobre quiénes eran los dirigentes de la resistencia, Afganistán iba a perder su tradición de neutralidad y buenas relaciones con la URSS para caer del lado de sus adversarios. No debe olvidarse que estamos en 1978/ 1979, es decir, Irán acaba de contemplar la caída del Sha y la llegada al poder de un hombre, desconocido hasta entonces, de nombre Jomeini. El temor a un brote de radicalismo islámico no sólo enIRAn, sino también en Afganistán, colocaba a las repúblicas soviéticas de Asia Central (Turkmenistán, Uzbekistán, 61 Tadjikistán, Kirghizistán), sociológicamente musulmanas, en una posición de gran fragilidad. En otras palabras, los dirigentes de la URSS temían, con razón, lo que en realidad ha acabado sucediendo, aunque en el caso de Afganistán, sus maniobras desde 1973 fueron la razón principal del desastre posterior. La guerra entre las tropas soviéticas y los diversos grupos armados de la resistencia se instaló, desde 1980, en unas constantes que no variaron sustancialmente hasta la retirada soviética de principios de 1989. Muy pronto se vió que ni los soviéticos estaban en condiciones de ganar militarmente, ni la resistencia parecía en condiciones de expulsar a sus enemigos, de modo que aquí, los paralelismos militares con la guerra de Argelia o la de Vietnam son espectaculares. Las reglas no escritas eran curiosamente respetadas: las tropas soviéticas controlaban las ciudades (Kabul, Kandahar, Herat y Mazari Sharif) y las tres únicas carreteras del país, mantenían en el poder al gobierno de Kabul, y procuraban mantener a los grupos guerrilleros, los mudjahidin36, en sus montañas más apartadas. Los grupos guerrilleros, por su parte, hostigaban a los soviéticos, luchaban entre sí, con mayor o menor intensidad según los años, y conseguían demostrar su incapacidad para una mínima política de unidad, que prefiguraba lo que sucedió cuando finalmente llegaron a Kabul en 1992. En 1986, por ejemplo, los soviéticos destituyen al Presidente Karmal, por incapaz, y ponen en su lugar a Najibullah, responsable hasta entonces de la policía política del régimen, hombre de confianza de la KGB. De Najibullah nada recordaríamos, si no fuera porque era Presidente cuando los mudjahidin tomaron Kabul en 1992. Más tarde, cuando a su vez los talibán tomaron la capital, fue colgado en la plaza pública con su hermano. ¿Quiénes eran los mudjahidin? Es una cuestión esencial, pues los talibán no aparecen en escena hasta 1994, mucho después de la partida de los soviéticos. Desde 1978, incluso antes, las medidas de reforma autoritaria desencadenaron en amplias zonas del país una fuerte resistencia. La resistencia afgana, fragmentada, heterogénea, incapaz de unirse, y mucho 36 Del término mudjahid, el que lucha en la jihad (o guerra santa) y está dispuesto al martirio. 62 menos de proponer un proyecto político, económico y social para después de la guerra, llegó a estar formada por una decena de milicias armadas. Cada una de ellas reclutaba entre su propia gente, sobre las líneas divisorias de tipo étnico-lingüístico ya mencionadas. Así, por mencionar los más importantes, el Jamiat I islami, dirigida políticamente por Rabbani y militarmente por el entonces muy joven Ahmed Sha Massud, conocido como el ‘Leon de Panshir’ (del nombre del valle que utilizaba en 1980 de base de operaciones, y que aún hoy los talibán no han podido tomar), era un grupo ‘plural’ pero formado sobre todo por tadjikos y nuristanis, con algunos pashtun. El grupo Hezb I Islami, dirigido por Gulbudin Hekmatyar, era esencialmente pashtun ( que es la fracción mayoritaria de la población afgana), y llegó a ser muy fuerte, junto con el Jamiat. Se puede citar además a otro grupo del mismo nombre, Hezb I Islami, escindido del anterior, y liderado por Yunis Khales, lider espiritual de cierto prestigio. El Harakat I Islami, es el principal grupo que representaba a la minoría chiita de la población, pero su área de acción se limitaba a una pequeña franja del centro del país. Había un grupo, el Ihtihad I Islami, de inspiración wahabbita y directamente financiado y organizado por Arabia Saudí, cuyo líder era Abdul Sayyaf. Y finalmente, dejando de lado grupos menores y marginales, había dos grupos armados que, sin renunciar a su vinculación al Islam, reivindicaban y defendían en retorno a la Monarquía y a las estructuras sociales de antes de 1973: el grupo Majaz, de Sayyed Gailani, hombre de prestigio, muy familiarizado con las costumbres occidentales y con Francia en especial, y el grupo Jabba, liderado por S. Modjadedi, acusado por los otros grupos de pro-occidental. Esta es una cuestión esencial. Todos los grupos, menos los dos últimos, acusan a occidente de todos sus males, aparte de su enconada lucha por echar a los soviéticos, y para desprestigiar a sus rivales políticos usan frecuentemente el término ‘pro-occidental’. Pero todos ellos recibieron, desde 1980, importantes ayudas externas de tipo económico y militar de Estados Unidos, directamente en unos casos, o a través de países amigos, sobre todo Pakistán y Arabia Saudí37. La guerra fría y el sistema bipolar tenían su lógica, que tendemos a olvidar con facilidad. El proyecto 37 No olvidemos que estamos en el apogeo de la era Reagan, de la lucha a escala mundial contra el comunismo soviético, y de sus excesos, como el de Afganistán o el más conocido escándalo del Irangate, con la venta ilegal de armas a la contra nicaragüense, que acabo con tres miembros del Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca procesados y condenados en 1987. 63 político de estos grupos (menos los dos monárquicos), desde 1980, no es el regreso a la monarquía o el restablecimiento de de las estructuras sociales afines. Es la instauración de una república islámica, en una versión que en su momento (1980) parecía ya muy radical, pero que la irrupción de los talibán y su propio proyecto, ha dejado en la memoria como algo relativamente moderado. Este es uno de los aspectos más complejos de Afganistán . Los que resistieron contra los talibán, básicamente Ahmed Sha Massud (asesinado por egentes de Bin Laden dos días antes del 11 de septiembre de 2001) y otros comandantes, ya luchaban contra los soviéticos hace veinte años. Su proyecto político, que ahora calificamos en occidente de moderado, sólo lo era en comparación con el régimen talibán. Pero si Massud es un hombre conocedor de las costumbres y la cultura occidental (estudió en el Liceo francés de Kabul), los otros dirigentes aquí mencionados, desde Hekmatyar hasta Sayyaf, eran tan fundamentalistas e integristas como los talibán. Simplemente, entraron en colisión por cuestiones de poder político y militar, y perdieron. La última etapa antes de la aparición en escena de los talibán gira en torno a la retirada militar soviética de 1989. En efecto, aunque la URSS no podía ganar militarmente esa guerra, tampoco podía ser derrotada militarmente. El valor histórico, el gran mérito de Gorbachov, como De Gaulle en su día con Argelia, es el de haber tomado la medida política que modifica radicalmente la situación sobre el terreno: irse de Afganistán. Aún sabiendo que en ningún caso ello significaba volver a la situación anterior a 1973, a un Afganistán monárquico, estable, neutral y en buenas relaciones con sus vecinos, sino instalarse en la peor hipótesis, la de un Afganistán en guerra civil constante, con un régimen político muy peligroso para la estabilidad de las repúblicas musulmanas exsoviéticas de Asia Central. Sin tropas soviéticas, los grupos de la resistencia pasan los tres años siguientes luchando contra el régimen de Kabul, presidido por Najibullah , al que los soviéticos han dejado atrás con vagas promesas de ayuda técnica y económica, y peleando entre sí para intentar formar una especia de gobierno 64 provisional. Después de meses y meses de negociación, todos los grupos se reunieron en Islamabad, y bajo una muy fuerte presión de Pakistán 38, la shura (Consejo Consultivo islámico, que reunía a todos los grupos) eligió un gobierno provisional (a la espera de tomar Kabul, cosa que no sucedió hasta 1992), presidido por Mojjadedi, dirigente moderado promonárquico, y con Sayyaf de primer ministro. Tan heteróclita coalición no podía durar mucho tiempo, y de hecho no sobrevivió mucho a su instalación en la capital Kabul, en abril de 1992. Como señala acertadamente uno de los mayores expertos en Afganistá, Olivier Roy39, después de la toma de Kabul, el conflicto se reactivó en el terreno de los choques entre milicias y grupos armados, cada vez más explícitamente de base étnica: Ahmed Sha Massud, en teoría ministro de Defensa del Gobierno de Afganistán, contaba con sus tropas tadjikas; Gulbudin Hekmatyar, líder del Hezb I Islami, se apoyaba en milicianos pashtun; el autoproclamado general Rashid Dostom40 sólo contó con soldados uzbecos, y los chiitas seguían únicamente a su partido/milicia Wahdat. Por su parte, no es casual que los dos grupos promonárquicos desaparecieron inmediatamente del mapa. En este contexto, la población, que estaba agotada después de más de diez años de guerra, con tres millones de refugiados en Pakistán, y algo más de un millón en Irán, esperaba mucho de la llegada del gobierno de los mudjahidin a Kabul. El fin de la guerra, el restablecimiento de la normalidad, la recuperación de un mínimo de economía. No sólo no fue así, sino que el desorden, la arbitrariedad de tal o cual comandante o cabecilla, la proliferación de feudos y reinos de taifas, la imposibilidad del nuevo gobierno de funcionar ni siquiera bajo mínimos, y sobre todo la corrupción, exasperaron a una sociedad que no podía más. Sin saberlo, estaba madura para una de las mayores manipulaciones de la historia contemporánea. 38 Pakistán controló siempre la llegada de dinero y armas a los diversos grupos, favoreciendo a unos u otros según los casos, hasta la llegada de su carta secreta, los talibán, en 1994. 39 Afganistán: la montée des taliban, en Universalia 1998, Paris. 40 Un caso extremo de oportunismo. Durante la ocupación soviética luchó a su servicio, cuando se fueron, luchó contra Hekmatyar, uno de sus lugartenientes se pasó con armas y bagajes a los talibán en 1994. 65 En efecto, Pakistán también se había cansado de la inestabilidad afgana, y en particular del fracaso del líder que más habían apoyado, Gulbudin Hekmatyar, autoritario, fanático, corrompido, y que había cometido un grave error, pues en 1990 había apoyado explícitamente a Saddam Hussein, mientras que Pakistan se alineó con Arabia Saudí en la coalición internacional contraIRAk. Estados Unidos, bajo la presidencia G. Bush (1988/ 1992), exigía también el fin de la crisis, puesto que hacía ya cuatro años que el objetivo central de su política, echar a la URSS de Afganistán, había sido conseguido. El efecto colateral de la gestación de un régimen fundamentalista era preocupante, y correspondía a Pakistán, ya que la opción islámica parecía irreversible, mantenerlo bajo control dentro de la variante fundamentalista amiga, con la ayuda de Arabia Saudí. Los talibán aparecen en escena por el sureste, irrumpen desde la ciudad pakistaní de Quetta, se apoderan de Kandahar, segunda ciudad de Afganistán, en noviembre de 1994, y bajo el aspecto de estudiantes de teología islámica41, imponen la sharia o ley islámica, pero en una versión de una radicalidad sin precedentes. A la vez, acaban con la corrupción, organizan un mínimo de servicios sociales y administrativos, castigan físicamente a los cabecillas anteriores más impopulares y anuncian la era de la pureza. De hecho crean un Ministerio de lucha contra el vicio y promoción de la virtud que llegará a hacerse tristemente famoso en años posteriores. La reacción de la población, en un primer momento, parece ser expectante pero no desfavorable. La leyenda de los jóvenes talibán puritanos, disciplinados y rectos estudiantes que ‘espontáneamente’ salían de no se sabe donde y venían a redimir al pueblo, no resistía el más somero análisis. Desde el primer momento tenían no sólo una eficaz formación y organización militar, sino que disponían de camiones, blindados, tanques e incluso algunos aviones (no identificados). En general, en su expansión fulgurante en el tercio oriental y suroriental del país, los talibán no encuentran resistencia de ningún tipo. Es donde vive esencialmente la población pashtun, y es cierto que los talibán, y su líder principal, el mollah Omar, son esencialmente pashtun. Desde esta óptica, la 41 Tal es el sentido del término ‘talib’ en singular, ‘talibán’ en plural. 66 variable de la lealtad étnica explica muy bien el éxito inicial de los talibán en zona pashtun. Los pashtun son el grupo mayoritario, se calcula que casi el 40% de la población afgana es pashtu. Tradicionalmente habían dominado la vida política y social, los gobernantes y la élite administrativa eran a menudo pashtun. En cambio, desde la crisis de la monarquía y en concreto desde el golpe de 1978, su influencia decreció. Durante la guerra, otros líderes, otros grupos étnicos, y en particular sus enemigos de siempre, los uzbecos, los tadjikos y los hazaras, ganaron en importancia, entre otras cosas porque las operaciones contra los soviéticos normalmente tenían lugar en el este y el norte. Incluso se puede considerar que en abril de 1992, la coalición políticomilitar que toma Kabul, aunque representa formalmente a todos los grupos de la resistencia, está liderada por tadjiks y uzbecos. En ella, los pashtun se consideran marginados. Los talibán consiguieron a la vez unificar ese grupo étnico, excesivamente fragmentado por enfrentamientos tribales y familiares, y recuperar casi todos los cuadros militares que en su día pertenecieron al Hezb I islami, al Hezb de Yunis Khales, o del grupo Harakat i Enquelab y que eran de origen pashtu. Su gran éxito conlleva, sin embargo, su mayor fracaso, pues se pusieron en contra a todos los demás grupos étnicos, sin excepción, que no sin razón se sientieron amenazados por una nueva hegemonía pashtú. En cuanto a su origen, en relación a la palabra talib, es verdad que, tradicionalmente, los jóvenes de las tribus pashtun y beluches a los que sus familias podían costear un mínimo de estudios, se formaban primero en pequeñas madrassa42 rurales, para ir posteriormente, los mejores de entre ellos, a escuelas religiosas de Pakistán. Por tanto, en términos de influencia religiosa, detrás de los talibán hay una larga tradición a caballo de la frontera afgano-pakistaní. La oposición a los talibán, no sólo fue sólo la de Massud y los tadjiks. Incluía a los uzbecos, con Rashid Dostom a su cabeza, y a los chiitas, por supuesto. Hay que recordar que una de las primeras cosas que hicieron los talibán al 42 Escuelas religiosas musulmanas, de corte tradicional 67 entrar en Kabul, en 1996, fue quemar la mezquita chii. Los hazaras, chiitas instalados en la llanura central del país, aunque muy débiles militarmente, estaban en rebelión abierta y de hecho fueron víctima de una persecución sistemática, hasta el punto de que Irán llegó a alzar la voz de modo amenazador. En cuanto a quién era quién en el mundo talibán, no se sabía gran cosa. Su jefe máximo, el mollah Omar, era un pashtu de Pashway, pueblo cercano a Kandahar, en el sureste de Afganistán. Durante la guerra contra los soviéticos fue herido, se le consideraba un gran combatiente, y si unos le sitúan en el Hezb I Islami de Hekmatyar, otros le colocan como comandante del Harakat, grupo islámico tradicionalista. En todo caso, estudió en una madrassa, y además de mollah43, se autoproclamó emir al muminim, esto es, comendador (o comandante) de los creyentes, máximo título políticomilitar. Se decía que, para poner de relieve a la vez su desprecio de la política institucional y su apego a su entorno tribal, se estableció en Kandahar, no en Kabul. Mientras que la administración pública, en la capital como en las provincias, estaba en manos de mollahs del sur, siempre pashtun. Lo que caracterizaba a los talibán, en términos de proyecto político, de programa de gobierno en sentido amplio (instituciones, economía, relaciones exteriores, etc), era una ideología extremadamente rigurosa pero simple, rústica, limitada a lo que un experto occidental a definido como ‘una policía de las buenas costumbres’. Consideran los mejores conocedores de Afganistán que los talibán no eran exactamente la última versión de un islamismo radical, antioccidental, revolucionario, pero con un discurso político e institucional muy complejo, que incluía una visión que va desde la economía a las relaciones internacionales, como lo fue en su día Irán. No, se trataría más bien de un proyecto político rigorista, puritano, tradicionalista hasta el extremo, pero orientado básicamente a imponer ese sistema a la sociedad bajo su control. La sharia integral, pero en el terreno de la moral, de las costumbres, de las relaciones sociales. Se prohibió desde el ajedrez hasta los cometas, por no 43 Director de plegaria, doctor en doctrina. 68 mencionar los deportes públicos, las antenas parabólicas, o la música. Se impuso la asistencia a las ejecuciones públicas, los domingos, en el estadio de la capital. La mujer era el objetivo, fácil por inerme, de todos sus excesos. El chadri , o burka, no existe salvo contadas excepciones en otros países musulmán, por no mencionar el rigor de las prohibiciones que las afectaban, hasta el insólito caso (incluyendo desde luego la óptica musulmana) de la prohibición de recibir asistencia médica en los hospitales. Todo parece indicar que el fenómeno talibán no se explicaba sólo por la opción a favor de un Islam rigorista hasta el absurdo. Arabia Saudí reivindica, en su caso, la aplicación exclusiva de la sharia en las relaciones sociales, con muchas dosis de hipocresía. Pakistán se define como una república islámica, aunque las consecuencias sociales de ello son mucho más ligeras que en el caso de Arabia Saudí. Los talibán son algo más: el resultado del cruce de este rigorismo absurdo44, con una tradición social rural y montagnarde estructurada en clanes y tribus en la que la mujer ha estado siempre particularmente oprimida, y un grupo de dirigentes fanáticos ignorantes, formados en largas guerras (contra los soviéticos, entre ellos) y educados en una lectura somera del Islam que, como se ha visto, condujo a la destrucción de los Budas de Bamiyan, invocando unos preceptos coránicos que simplemente, no existen. Una de sus últimas infamias, antes de su caída final, fue la obligación impuesta a los hindúes afganos de llevar un pedazo de tela amarilla bien a la vista, para poder ser distinguidos por la famosa policía moral. En este contexto, todo lo sucedido desde la caída del régimen talibán responde en parte a las mencionadas políticas de respuesta al 11 de septiembre, pero sobre todo se sitúa en una línea de gran continuidad con la tradición y la estructura social, política e ideológica de Afganistán. En síntesis, Afganistán parece haber vuelto a una especie de rutina tradicional: quien gobierne en Kabul, Hamid Karzai por ejemplo, sabe muy bien (pues es pashtu, de los pocos que se opuso a los soviéticos pero también a los talibán) que su capacidad de 44 Que el Islam mayoritario no reconoce como propio. 69 gobernanza dependerá exclusivamente de los señores locales, desde Ismael Khan a Rachid Dostom. Bibliografía Olivier Roy, L’échec de l’Islam politique, Esprit, Sueil, Paris 1992 Bruno Etienne, L’islamisme radical, Hachette, Paris,1987 Gilles Kepel, Jihad: expansion et déclin de l’islamisme, Gallimard, Paris, 2000 Gérard Chaliand, Rapport sur la résistance afghane, Berger-Levrault, Paris 1981 Eqbal Ahmad & Richard Barnet, Afganistan: tribus y superpotencias, Papeles para la paz, nº 18, CIP, Madrid, 1989 Ahmed Rachid, Los talibán. El islam, el petróleo y el nuevo ‘Gran Juego’ en Asia Central, Península, Barcelona, 2001. Pere Vilanova, Afganistán ¿quién es quién?, Revista de la Asociación para las Naciones Unidas, nº 48, Barcelona, 1996. Capítulo 4: Los conflictos en Asia Central: el caso de Afganistán45. 45 Este análisis ha recibido una ayuda a la investigación del programa de becas integradas Ruy de Clavijo 2008, concedida anualmente por Casa Asia. 70 Josep Baqués Quesada 1. Contextualización del conflicto. Cuando Brzezinski, hace algunos años, comentaba cuales serían los escenarios que iban a convertirse en el epicentro de la conflictividad a escala planetaria ya decía que la “zona global de infiltración de la violencia” estaría en Asia Central. En su particular mapa geoestratégico, Afganistán ocupaba una posición central (Brzezinski, 1998: 61). A su vez, se daba a entender que no dejaba de ser una pieza de un engranaje bastante más amplio y diversificado. En realidad, la apuesta del norteamericano por reubicar el mapa mundial ha sido académicamente exitosa. Sobre todo en lo que concierne a la atención que este escenario está mereciendo por parte de los Estados Unidos, así como del conjunto de la sociedad internacional. En el fondo, Brzezinski alude constantemente a situaciones emergentes y a la cuestión de las prioridades geoestratégicas de los principales actores estatales o para-estatales en el contexto de la post-guerra fría. Y eso nos vale, también, para el caso que ahora nos ocupa. Dicho lo cual, es preciso tener en cuenta que Afganistán es un Estado (o, al menos, algo que se le parece) que posee una larga trayectoria de inestabilidad interna y cabría decir, en este sentido, que también posee una agenda propia nada desdeñable. Es decir que, con o sin reubicación del tablero geoestratégico internacional, se ha ganado a pulso un lugar de privilegio en los anuarios. Sin perjuicio de lo cual iremos viendo como algunos de los temas que a ojos de Brzezinski y otros analistas estimulan la renovada preponderancia del escenario de Asia Central también están presentes en Afganistán y, de hecho, complican sobremanera la solución de esa crónica inestabilidad interna. Por lo tanto, si bien es de todos conocido que el de Afganistán es un conflicto especialmente complejo, merece la pena llevar a cabo una tarea preliminar consistente en codificar las causas de esa complejidad. A tenor de 71 lo indicado, habrá que atender tanto a explicaciones endógenas como a otras de carácter exógeno. O, más frecuentemente, como iremos viendo a lo largo de este análisis, a la interdependencia y hasta a la retroalimentación que se produce entre las unas y las otras. Por una parte, la primera evidencia estriba en que nos encontramos ante un Estado étnicamente heterogéneo. Uno más, podríamos pensar. Ciertamente, pero estamos ante uno de esos casos en los que esas divisiones constituyen, por sí mismas, un eje de conflicto. Uno que en cuanto eje es ya duradero y que en tanto que conflicto deriva en una variante armada y especialmente sangrienta. Por otra parte, no podemos pasar por alto que estamos ante una tierra indómita, siempre apetecida pero nunca completamente dominada por ninguna de las grandes potencias. Eso ha complicado la situación pues sus gentes se han visto tradicionalmente abocadas a empuñar las armas también contra enemigos extranjeros. De hecho, Afganistán ya fue punto de confluencia de los intereses ruso-zaristas y británicos en el siglo XIX. Mientras que en el XX, más vívida en nuestra memoria, tenemos la imagen de la ocupación soviética. Pero lo interesante es constatar que las rivalidades internas antes mencionadas han sido tan fuertes que ni siquiera la exitosa resistencia contra el ocupador soviético pudo salvarlas (Vilanova, 2006: 86). Esto da idea del talante de sus habitantes. En este sentido, se ha dicho que la palabra Afganistán deriva de feghan, que en árabe significa “tumulto”. De esta manera, “Afganistán significaría literalmente istán o tierra de los beligerantes” (Kern, 2006: 9). Lo que está fuera de toda duda es que con el devenir de las generaciones algunas tribus afganas han hecho de la guerra (en su variante de guerra de guerrillas) así como de los factores económicos a ella asociados – incluyendo la proliferación de diversos tráficos ilícitos- su auténtico modus vivendi. Por otra parte, eso que en occidente definimos como cultura política democrática –en puridad de conceptos, liberal-democrática- brilla por su ausencia. No es un reproche. Porque la democracia, medida en clave empírica, 72 es una anomalía histórica. Por consiguiente, su consolidación es un fenómeno muy reciente, incluso en los países occidentales que hoy más alardean de ello. Y esto sin entrar en otras consideraciones de tipo cualitativo que podrían ensombrecer el bagaje de dichos países. Ahora bien, tras años de andadura y no sin sobresaltos más o menos periódicos, lo cierto es que sí se ha ido segregando una cultura cívica –por emplear la terminología al uso en la ciencia política- que favorece y hasta exige la práctica de la democracia en ciertas latitudes. La cuestión es que Afganistán ni participa de esta evolución ni está integrado en esas latitudes. Su historia se lo ha impedido. Por lo tanto, ni constituye el único caso ni este relato debe plantearse, como antes apuntaba, a modo de crítica. Ni siquiera a modo de queja. Simplemente, conviene no perder este dato de vista, dada su relevancia a la hora de entender muchas de las cosas que están sucediendo en la actualidad. Por último, no podemos omitir que la ubicación geográfica del país ha sido y es importante también por otros motivos. Afganistán es –siempre lo ha sido- un país de encrucijada. Pero no se trata sólo ni principalmente de un objeto de preocupación por parte de las grandes potencias mundiales, en los términos que ya he señalado. De hecho, de un tiempo a esta parte, los intereses de actores regionales tan relevantes como Pakistán, Irán, e incluso Arabia Saudita, también se han dejado notar. A veces esos intereses han sido auspiciados por las propias y lógicas rivalidades entre países vecinos. En otras ocasiones han sido estimulados por agentes externos, como en el contexto de la guerra fría. Pero raramente de la manera que mejor podría contribuir a la paz en Afganistán. Los últimos años del siglo XX vinieron a complicar más, si cabe, esta situación de partida. La llegada en masa de los talibanes y su indisimulado apoyo a los terroristas de Al´Qaida ha convertido Afganistán en blanco de las iras norteamericanas, sobre todo tras el 11-S. Tendremos ocasión de pormenorizar más adelante en las vicisitudes de las operaciones que se están llevando a cabo para contrarrestar esa amenaza. Por el momento, valga señalar que la necesidad misma de enviar tropas y suministros a esas latitudes una vez tomada la decisión de intervenir militarmente sobre el terreno, ha 73 contribuido a que muchos países de la zona se vean directa o indirectamente afectados por, digamos, la onda expansiva del conflicto afgano. No en vano, trasladar recursos materiales y humanos a Afganistán –que no limita con el mar- requiere transitar o sobrevolar espacios de Estados con una situación geopolítica también complicada. Y esos Estados no siempre son proclives a atender las demandas estadounidenses al respecto. El caso es que el paso de Khyber es en nuestros días casi tan inseguro como lo era cuando hace un siglo y medio fue testigo de piedra del exterminio de más de 15.000 soldados británicos. La solución alternativa más verosímil (que, de hecho, se ha decidido emplear, desde abril de 2008) consiste en utilizar como base el territorio de algunas antiguas repúblicas ex soviéticas46. Es lo que se conoce como la “ruta del norte”. Con lo cual, el conflicto de Afganistán también ha contribuido a incrementar el interés de Washington por Estados que de otra manera hubieran permanecido algo más lejos de su punto de mira (Cornell, 2008: 190). De esta forma, Afganistán es un país ciertamente “salpicado” por litigios ajenos, pero también está empezando a ser vislumbrado como un Estado capaz de “salpicar” a terceros. Como veremos, más adelante, refiriéndonos a temas como el del narcotráfico, esta es una variable cuyo peso tiende a incrementarse de modo exponencial. El cóctel que surge de la combinación de todos estos factores no es fácil de digerir. Bien mezclado, nos ayuda a comprender muchos de los problemas por los que atraviesa este país, las presiones que recibe, las intrigas a las que tradicionalmente se ha visto sometido y el hecho, en fin, de que actualmente sea uno de los puntos más calientes del planeta. Como también nos ayuda a asimilar algunos sucesos que creo son algo más que meras anécdotas sangrantes, como que la mayoría de máximos dirigentes afganos han terminado sus días violentamente, ya sea derrocados por la fuerza o, directamente, asesinados. Por último, nos invita a pensar que el camino que queda por recorrer será largo y difícil. Sin garantías de que las gentes del lugar 46 Aunque, por el momento se trata de una solución parcial, que incluye el tránsito de equipos no bélicos, entre los que se incluye el combustible. La verdad es que el equipo pesado sigue llegando a través de la ruta Karachi-Jalalabad-Kabul. 74 puedan continuar con el proceso de importación de la democracia en el que se hallan inmersos, en muchos casos sin saber muy bien por qué. 2. En particular, el caso de Pakistán. Pakistán es un vecino especialmente implicado, por una parte y “salpicado”, por otra, en el conflicto afgano. Ya en tiempos de la ocupación soviética de Afganistán jugó un rol significativo en apoyo de los muyahidines afganos. Incluso se ha dicho que los servicios de inteligencia pakistaníes habrían apoyado el por entonces incipiente mercado del narcotráfico afgano en connivencia con la CIA, por cierto- como mecanismo de financiación del gasto necesario para expulsar a las tropas de la extinta URSS (Priego, 2008: 1). Asimismo, sus escuelas coránicas han tenido mucho que ver con el auge del fundamentalismo islámico en general pero muy especialmente con la pujanza de la variante alimentada por los talibanes. Es más, parece evidente que durante mucho tiempo el influjo talibán en territorio afgano ha sido, básicamente, uno de los formatos que los pakistaníes han articulado para poder influir de forma decisiva sobre la política afgana. Pero todo ello ha sido posible mientras Pakistán mantenía fuertes lazos con el mundo occidental. Y muy especialmente con los Estados Unidos. Así las cosas, las ambigüedades patentes en las políticas pakistaníes no han impedido que en los últimos tiempos venga prestando su ayuda a la lucha contra el terrorismo internacional, mediante el incremento de la vigilancia de la frontera con Afganistán y mediante el rastreo de enclaves que miembros de Al Qaida puedan utilizar como escondrijos. En este sentido, lo que no puede negarse es que desde la intervención estadounidense en 2001 hasta la actualidad muchos soldados pakistaníes han caído en el intento de impermeabilizar una frontera que es demasiado porosa. Sólo en 2006, 1.700 militares murieron en este empeño. Evidentemente, se puede añadir que el esfuerzo vertido en esa línea podría ser más intenso. En realidad, no faltan analistas que detectan cierta dejadez, dado que el rendimiento obtenido por los más de 80.000 soldados encargados de custodiar la frontera se antoja más 75 bien escaso, hasta el punto de sospechar que muchas veces se “hace la vista gorda con las actividades transfronterizas de los talibán y otros insurgentes” (Kern, 2006: 4). Es más, en algunas ocasiones el gobierno de Musharraf ha demostrado muy poca predisposición a ayudar al gobierno de Karzai en la caza y captura de cuadros talibanes residentes en Karachi, Peshawar o Quetta. Valga como botón de muestra que cuando Karzai visitó Pakistán, en 2006, a Musharraf le fue entregada una lista con 150 de esos nombres… pero él espetó que no se fiaba de la inteligencia afgana (sic). De todas estas vicisitudes también hay que tomar buena nota. El inconveniente es que Pakistán está, literalmente, contra la espada y la pared. Seguramente debería entonar el mea culpa, debido a su dilatado doble juego a caballo entre los intereses de las potencias occidentales y la condescendencia para con los sectores islamistas más radicales. La cuestión es que no sólo podemos registrar el descontento de los Estados Unidos hacia este doble juego. También se está dejando notar –y de modo especialmente virulento- el rechazo de esos sectores hacia el papel de connivencia pakistaní para con las necesidades geopolíticas de Washington. El caso es que en poco más de un año se calcula que las víctimas de la violencia islamista en el interior de Pakistán ascienden a 1.200. Aunque estamos acostumbrados a que cada conflicto de esa región eclipse al resto, y la luz cegadora de los de Irak y Afganistán contribuyen a distraer la atención del caso pakistaní a ojos del gran público, la verdad es que la situación que actualmente se vive en Pakistán es ya muy cercana a la de una guerra civil. Esto todavía reduce más, si cabe, el margen de maniobra del actual gobierno. Algunos analistas opinan que un mayor celo pakistaní en la destrucción del santuario de Al´Qaida no tendría el éxito garantizado mientras que, por el contrario, “tales esfuerzos pondrían en peligro su estabilidad, e incluso su propia existencia como Estado” (Aláez, 26: 52). La situación es, pues, muy delicada. Los equilibrios que se ve obligado a mantener son dignos de un prestidigitador. Veamos algunos ejemplos de ello, así como las consecuencias que se están derivando de estas dinámicas. Por una parte, es verdad que el gobierno de Pakistán ha llegado a movilizar algunas tribus fronterizas en su favor, con el objetivo de que 76 participen en la persecución de grupos yihadistas vinculados a Al Qaida. Estas tribus están configurando pequeños ejércitos, denominados lashkars, relativamente bien organizados para los estándares de la zona. Pero no es menos cierto que se hallan en franca minoría, en comparación con las tribus más propensas o bien a hacer oídos sordos o bien, incluso, a apoyar directamente a terroristas y narcotraficantes (Reyes, 2008: 3). De esta manera, esta experiencia, lejos de demostrar la implicación de las tribus fronterizas en las políticas gubernamentales, segrega una imagen de falta de solidez estatal. Como consecuencia de ello, sólo se trata de un complemento en precario a una política de impermeabilización de la frontera afgana que de por sí ya presentaba demasiadas grietas. De hecho, recientemente el ejército pakistaní se ha negado a atacar en el territorio de Waziristán, en el que están enfeudadas las huestes de Hafiz Gul Bahaday y Mullah Nazir, de los que se sabe que vienen apoyando los esfuerzos de Al Qaida en Afganistán. Como resultado de ello, y ante las dificultades existentes en suelo afgano, los Estados Unidos han optado por llevar a cabo varias incursiones militares de motu propio en territorio pakistaní. Entre 2006 y 2007 ya se confirmaron 10 de ellos. Pero sólo en 2008 la cifra supera las 25. Generalmente se emplean UCAVs47, aunque en otras ocasiones se utilizan helicópteros. Pero, sea cual sea el formato empleado, constituye una vulneración de la soberanía pakistaní. Tanto es así que, en lo estrictamente militar, cabe recordar que en alguna ocasión el ejército pakistaní ha abierto fuego antiaéreo contra esos aparatos, al parecer con fines puramente disuasorios. Y que, en el ámbito político, el presidente Ali Zardari se ha visto obligado a pronunciarse en términos muy enérgicos, manifestando que su gobierno no tolerará esas violaciones de su soberanía por más que se haga en nombre de la lucha contra el terrorismo en Afganistán (Reyes, 2008: 2). Es relevante el hecho de que estos ataques estadounidenses se amparen en la teoría de la “agresión indirecta”, un clásico dentro de la doctrina de la guerra justa. Este concepto sugiere que la incursión ajena (en este caso de los Estados Unidos) es legítima si el país que actúa como santuario (en este caso 47 Vehículos aéreos no tripulados dotados de armamento, como los misiles aire-tierra Hellfire. 77 Pakistán) no quiere atajar a quienes hacen posible las actividades violentas que afectan a otro Estado (en este caso Afganistán). Pero los estadounidenses aplican una versión algo más generosa de dicho ítem y añaden que tienen derecho a operar en casa ajena siempre que el Estado que opera como santuario, quizá a su pesar, no quiera o no pueda atajar esas incursiones48. Más allá de interpretaciones de tipo ético, lo que parece evidente es que las dificultades pakistaníes son un fiel reflejo de la situación por la que atraviesan esa sociedad y sus elites políticas. Así, pues, el prestidigitador está en la cuerda floja… 3. Antecedentes inmediatos del conflicto afgano. No pienso ir a buscar las claves históricas del actual conflicto demasiado lejos. Pero tampoco creo que sea útil hacer un trabajo puramente periodístico, con noticias frescas, pero limitadas en su profundidad y con una visión a corto plazo de las cosas. Por eso, voy a dedicar algunos párrafos a desbrozar en la medida de lo posible el aparente caos afgano. Para ello, sí considero conveniente hacer referencia a algunos acontecimientos del pasado (reciente) de dicho país. Sobre todo en la medida que sirven para entender mejor lo que hoy en día está pasando. Lo primero que hay que tener en cuenta que Afganistán no conoce fórmulas pluralistas hasta mediados de los años 60 del siglo XX. En ese momento, el hasta entonces monarca absoluto, Zahir Khan, decide permitir la existencia de partidos políticos en un intento de preservar la institución monárquica mediante dicho reconocimiento público. Esta especie de “huída hacia delante” durará unos 10 años (desde 1964 hasta su destitución, en 1973). Para los analistas tiene la ventaja de que se trata de un primer rayo de luz que permite entender algunas claves de esa sociedad. 48 En realidad, esta interpretación es sugerida por Walzer, quien se basa en la idea de una responsabilidad objetiva o culpa in vigilando que todo Estado debería satisfacer si desea que también lo sean sus atributos de soberanía (Baqués, 2007: 153-157). Lo cual no es óbice para que pueda ser discutida de acuerdo con la teoría clásica de la guerra justa, debido sobre todo a los riesgos implícitos en su vis expansiva. Son especialmente interesantes, en esta línea, los argumentos de Grocio y de Vattel (Baqués, 2007: 82-94). 78 Efectivamente, lo que entonces sale a la superficie es muy significativo: ya emergen dos líneas políticas principales, una laica (y socialista); otra islamista (muy tradicionalista y hasta fundamentalista). A su vez, cada una de estas grandes opciones aparece rota por dentro desde el principio. Por ejemplo, en el sector laico y laicista, representado por el PDPA (Partido Democrático del Pueblo Afgano) que es en realidad una formación de corte socialista a la vieja usanza, surge una línea que defiende el entendimiento entre la clase obrera-campesina y las clases medias, intelectuales y militares (facción Parcham, liderada por Babrak Karmal) y otra caracterizada por la intransigencia en la defensa de una revolución proletaria sin concesiones (facción Khalk, liderada por Taraki). Lo interesante, sociológicamente hablando, es comprobar que detrás de cada una de ellas, y de esas pantallas ideológicas, se distingue la subdivisión étnica entre el colectivo pastún (facción Parcham) y el formado por las principales etnias no pastunes -sobre todo tadyikos y hazaras- (facción Khalk). Algo similar acontece en el sector islamista, que aparece dividido en dos entidades principales, a saber, la asociación islámica (Jamiat-e Islami) y el partido islámico (Heb-e Islami). La primera, liderada por el tadyiko Buranuddin Rabbani; la segunda, por el pastún Giulbuddin Hekmatyar… Esto expresa bien el peso específico de lo étnico en Afganistán, así como su capacidad para aglutinar lealtades cruzando transversalmente las otras divisiones de tipo ideológico y/o teológico. Con lo cual se estaría generando una especie de cuadrícula de la discordia por combinación de esas variables. Claro que, como digo, el interés de esta primera mirada a la sociedad afgana radica en mostrar que debemos tener mucho cuidado con las ecuaciones demasiado fáciles. Porque ni todos los pastunes son fundamentalistas islámicos (o, a fortiori, talibanes), ni son los únicos actores relevantes en el panorama político afgano, ni resulta extraño un alineamiento de pastunes y colectivos no pastunes sobre bases distintas de las sostenidas por quienes desearían ver el advenimiento de un Afganistán radicalizado en términos teológicos. Se trata, como mínimo, de saludables ejercicios mentales 79 que no deberíamos abandonar puesto que su traslación a la práctica es del todo factible, que no necesariamente fácil. En todo caso, los cambios experimentados a lo largo de los años sesenta y setenta desembocaron en el dominio político de la opción laicosocialista, gracias primero al apoyo indirecto de la URSS, y después de 1979, a su intervención militar sobre el terreno49. Al final de este proceso, convulso y con varios cambios violentos de gobierno de por medio, Babrak Karmal se hace con el poder. A tenor de lo dicho hasta ahora, puede colegirse que, con él, las tribus pastún también certifican la relevancia que siempre han creído merecer por el hecho de ser la etnia mayoritaria (entre un 35% y un 40% de toda la población afgana, según estimaciones). Situación que, por otra parte, ya habían detentado en las décadas anteriores, por oposición a esa miríada de etnias minoritarias que componen Afganistán50. Con todo, la particular cuadrícula afgana nos ha mostrado que los pastunes están divididos entre sectores laicos y sectores islamistas. Esto contribuye a explicar que los sucesivos gobiernos pro-soviéticos tuvieran que ver como algunos líderes de su propia etnia los hostigaban armas en mano. Pero, sobre todo, también vieron como otras etnias se iban estructurando políticamente y asumían gran protagonismo en esa lucha por la independencia51. 49 Siguiendo los comentarios de Pere Vilanova al respecto, creo que la explicación más verosímil sobre las auténticas causas de la invasión soviética es la que en su día ofreció el propio Gorbachev (vid. Vilanova, 2006). Por lo visto, a la URSS no dejaba de preocuparle la debilidad del gobierno laico-prosoviético existente desde 1973 hasta el momento de la invasión del ejército rojo. Sobre todo, frente a las acometidas, cada vez más violentas, del colectivo islamista de la sociedad afgana. Pero, más allá de esta preocupación digamos, en abstracto, hubo dos factores que contribuyeron sobremanera a la toma de esa decisión. A saber, por una parte, el temor a la reproducción en Afganistán de algo similar a la recientísima revolución islámica en Irán (pero en versión sunnita, lógicamente) así como el efecto simpatía que esto podría tener en las vecinas repúblicas soviéticas de confesión musulmana. Por otra parte, el hecho de que por aquel entonces los países que apoyaban a las facciones anti-comunistas afganas eran Arabia Saudita y Pakistán. Esto es, aliados de los Estados Unidos. Ni que decir tiene que la mera posibilidad de que Afganistán cayera en la órbita occidental, en plena guerra fría, no era de recibo para Moscú. 50 Afganistán se constituye como Estado moderno en el siglo XVIII y en esa época era básicamente pastún. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX las presiones británicas y la propia ambición provocaron su expansión hacia el norte, tomando como referente el río Oxus. Fue a partir de ese momento que tierras pobladas por hazaras, tadjikos, uzbecos llegaron a formar parte de Afganistán. 51 Es probable que el mero hecho de verse sometido a un poder central con demasiadas ínfulas ya sea un factor controvertido para muchas tribus afganas, acostumbradas como están a no depender de autoridades extrañas, ni a verse excesivamente encasilladas por ellas. 80 Paradójicamente, pues, un proceso que estaba pensado para enterrar las ansias islamistas en Afganistán, les sirvió de acicate. Y un proceso que prometía certificar el dominio pastún, terminó por cercenarlo. Todo lo cual provocó que a la caída del régimen prosoviético (suceso acaecido sólo en 1992, tres años después de la marcha de las tropas de la URSS) no le sucediera una etapa de consenso político, paz y estabilidad institucional, sino todo lo contrario. Más bien se trataba de una prolongación de la guerra civil afgana. Efectivamente, la participación de ciertos grupos no pastunes en la derrota de Moscú fue decisiva. Cabía esperar, por ende, algún tipo de reconocimiento post-conflicto. Pero la mesura del mismo, en una sociedad tan quebrada como la afgana, prometía traer complicaciones. Como así fue. De esta manera, algunos análisis asumen que cabe situar el origen del descontento vigente en la decepción que tuvieron los pastunes al comprobar que en el Tratado de Génova de 1989, que virtualmente ponía fin a la guerra y a la presencia soviética en suelo afgano, sus posiciones estaban mal representadas, mientras que las de otros grupos muyahidines habrían sido desproporcionadamente atendidas (Aláez, 2006: 45). Es necesario que nos detengamos un momento para comprobar la complejidad de la situación vivida a lo largo de estos últimos quince años, y que alcanza hasta el día de hoy. Ocurre que a principios de los años noventa, y antes de la llegada de los talibanes, el escenario socio-político afgano incluía la presencia de diversos actores con otras tantas sensibilidades, que mantienen una delicada situación de cooperación-conflicto entre todos ellos. Sin ánimo de ser exhaustivo, lo primero que cabe destacar es el peso específico logrado por Jamiat-e Islami, ese viejo partido liderado por Rabbani y ahora también por el líder guerrillero Massud. Ubicado principalmente en el valle del Panshir, suele ser considerado como el máximo exponente de la pujanza tadjika en la alta política afgana. Sin perjuicio de lo cual, otros grupos étnicos, como los nuristanos, también nutrieron de efectivos a lo que en ocasiones se conoce como la Alianza del Norte y compartieron intereses con los tadjikos. Por otra parte, a su beligerancia anti-soviética se le unirá, algunos años después, una hostilidad no menos clara contra los talibanes, mayoritariamente pastunes. En realidad, se trata de una disputa entre “creyentes” y, para más inri, entre creyentes 81 sunnitas. Un ejemplo más, por ende, de las dinámicas transversales antedichas52. Pero Heb-e Islami no se quedó atrás. Aunque mayoritariamente pastún, el grupo todavía liderado por Hekmatyar combatió eficazmente contra el gobierno laico de Kabul. Durante muchos años recibió todo tipo de apoyos desde Pakistán –y también desde los Estados Unidos- hasta que en la coyuntura de la guerra del golfo de 1991 decidió alinearse con las posturas de Saddam Hussein. Nada volvió a ser lo mismo para él y sus acólitos, dada la línea oficial sostenida al respecto por el gobierno de Islamabad (Vilanova, 2006: 90). Lo que sucede es que en el ínterin habían aparecido otros grupos, como las milicias uzbecas de Rashid Dostom, o como los hazaras del centro del país, que comenzaban a articularse políticamente. Los hazaras son una minoría chiíta muy concienciada y tradicionalmente maltratada por la aplastante mayoría sunnita afgana. Por último, entre los más relevantes, el grupo Intihad-e Islami liderado por Abdul Sayyaf, entró en escena con un discurso también sunnita, en su variante wahabista. Se puede decir que mientras Hekmatyar era el hombre fuerte de Islamabad, Sayyaf era el mejor delegado posible del gobierno de Ryad en Afganistán. De hecho, se sabe que Arabia Saudita financiaba sus operaciones. Por si faltaba algún ingrediente, los primeros años noventa también vieron el resurgimiento de grupos monárquicos conservadores, pero esta vez pro-occidentales. Grupos que, no por casualidad, tuvieron una corta vida. Con todo, el más significativo de ellos, el Jabba, liderado por Modjadedi, aportó el primer jefe de Estado al primer gobierno afgano independiente post-soviético. Nada menos. Con eso se le daba un toque laico a dicho gobierno. Pero con el fin de respetar el resto de sensibilidades se optó por ubicar en los demás puestos relevantes a dos líderes islamistas cuya trayectoria ya conocemos: el pastún Sayyaf como primer ministro y el tadyiko Massud como ministro de 52 No fueron las únicas dinámicas transversales a tener en cuenta. También podríamos añadir el hecho de que muchos de estos grupos estaban interesados, sobre todo, en de-construir los esfuerzos soviéticos por crear en Afganistán una élite técnica, urbana y, digamos, “moderna”. De hecho, con ello esperaban romper la estructura tribal tradicional, que es el substrato que viene generando muchos de los actuales problemas. 82 defensa. La cuestión es que un gobierno que no puede gobernarse a sí mismo no puede gobernar un Estado. Y la guerra civil continuó. Este es el enredo existente en el momento de la llegada de los talibanes, hecho acaecido a partir de 1994 (con la toma de Kandahar en noviembre)53. Precisamente, su empuje inicial se explica a partir de la promesa de poner punto y final a esa situación de crisis permanente en la que se hallaba –y en gran medida todavía se halla- sumido el país. Ellos traían el orden. O eso decían. Es más, esa loable intención hizo que en un principio los talibanes fuesen bien recibidos por muchos afganos que no necesariamente compartían su forma de pensar, deseosos como estaban de terminar con la pesadilla de años de violencia. La evolución posterior de la conducta de los talibanes en el poder es, lógicamente, harina de otro costal… Es consabido el hecho de que los talibanes fueron formados, sobre todo, en las madrasas pakistaníes, con el beneplácito de un Estado que les servía de santuario y de lanzadera hacia Afganistán. Y que incluso les proporcionó armamento pesado. De hecho, se baraja la hipótesis de que el gobierno de Islamabad canalizara de este modo su desconfianza hacia esos otros colectivos pastunes que priorizaban el nacionalismo de base étnica sobre el hecho religioso. ¿La explicación? Muy sencilla: Pakistán temía –y teme- que los pastunes de los dos lados de la frontera con Afganistán se unan para crear una entidad política propia, algo así como un “Pastunistán”. En realidad, los pastunes de Pakistán han estado muy integrados en sus instituciones políticas, e incluso en sus Fuerzas Armadas, aunque esto fue especialmente cierto en la etapa del dominio británico. Los años cincuenta, tras la independencia, vieron cierto declive de esta situación. A fortiori, los pastunes que viven en la frontera suelen tener un sentimiento de inferioridad frente a la elite punjabi –mayoritaria en su país- que siempre ha dominado Islamabad54. Es evidente que una maniobra de este tipo debilitaría a Afganistán, pero 53 Kabul no fue ocupado por los talibanes hasta casi dos años después, en septiembre de 1996. Si bien no se trata de un asunto meramente psicológico, claro. Ocurre que las pastunes pakistaníes de la frontera se quejan de la falta de inversiones de Islamabad, atribuyéndole a ese hecho sus dificultades para mejorar la agricultura y desarrollar la industria. 54 83 también al propio Pakistán, ya que perdería una parte sustancial de su actual territorio. Así que es poco conveniente forzar las cosas hasta ese punto. Por el contrario, los talibanes son pastunes con una concepción panislámica y, por ende, integracionista antes que separatista (Harrison, 2008: 3). Al menos, ésta era la esperanza sobre la que se cimentaban las intrigas pakistaníes en los primeros años noventa. Pero en la práctica no es descartable que la idea de la integración manejada por los talibanes tenga como primera parada esa unidad política del pueblo pastún más allá de la actual distribución de fronteras estatales55. Lo que parece evidente es que la identidad pastún en cuanto tal he penetrado en la agenda política de una forma que hasta hace bien poco era impensable y que en el futuro próximo habrá que articular políticas para evitar que una mala gestión (o, simplemente, una no-gestión) de este fenómeno termine afectando negativamente a los intentos por estabilizar la zona (en este caso, ni siquiera es ya suficiente aludir a Afganistán por separado, por razones obvias). No faltan voces que ya recogen la conveniencia de establecer paquetes de medidas legislativas que permitan a los pastones una suerte de “encaje cómodo” en suelo tanto pakistaní como afgano, pero fundamentalmente en el primero, dado que es allí donde acumulan más agravios. Estas medidas podrían incorporar desde mejoras económicas hasta reconocimiento de derechos lingüísticos a nivel administrativo. Por otra parte, enseguida se pudo comprobar que los métodos empleados por los talibanes eran cualquier cosa menos pacíficos. De hecho, los libros que les dan nombre llegaron acompañados de un fuerte despliegue de blindados y de artillería. En este contexto, y a título de significativo ejemplo, los hazaras contemplaron atónitos que una de las medidas iniciales de los talibanes fue incendiar la mezquita chiíta de Kabul, para luego dedicarse a una persecución sistemática de los chiítas afganos. La situación se complica más, 55 En la práctica, como indica Harrison, los talibanes se negaron a reconocer la actual frontera entre Afganistán y Pakistán, contrariando así las expectativas del gobierno de Islamabad que tanto los había apoyado y dejando la puerta abierta a futuras intrigas transfronterizas. De ahí, también, que la actual postura pakistaní en relación con los talibanes sea sinceramente menos condescendiente que en épocas pretéritas. 84 si cabe, ante esta nueva variable. Como consecuencia de ello, no mucho después de que Pakistán y Arabia Saudita reconocieran la legitimidad del nuevo gobierno talibán –gesto en el cual se quedaron prácticamente sólos en el mundo, por cierto- Irán amenazó con intervenir militarmente para frenar lo que parecía un genocidio en ciernes. Por su parte, los uzbecos también tuvieron serios problemas y se opusieron a la nueva elite taliban de forma homogénea. Sin embargo, los talibanes se impusieron. Y lo hicieron con bastante autoridad, como lo prueba el hecho de que en el momento de la entrada de las tropas de la coalición occidental, liderada por los EEUU (en el otoño de 2001) sólo los allegados de Massud56 estaban en condiciones de afirmar que aún dominaban una parte del territorio afgano, atrincherados como estaban en sus feudos del norte del país. Realmente sólo ellos podían considerarse sucesores, a duras penas, de algo semejante a un Estado afgano que pudiera reclamar para sí la herencia de quienes expulsaron a los soviéticos en 1989. 4. Situación actual La operación Libertad Duradera llevada a cabo por los Estados Unidos previa invocación del a-51 CNU consiguió desalojar a los talibanes del poder mediante el empleo de la fuerza. Lo primero que llama la atención es la relativa facilidad con que los norteamericanos cubrieron este primer objetivo, porque ni siquiera fue necesario empeñar grandes cantidades de tropas. Así que en noviembre de 2001 el régimen taliban en cuanto tal había dejado de existir. La verdad es que al enos una parte de la explicación hay que buscarla en el hecho de que muchos líderes locales pertenecientes a las diversas etnias nopastunes apoyaron la intervención internacional habida cuenta de que, con el pasar de los años, “se sintieron amenazados por una nueva hegemonía pastún” (Vilanova, 2006: 91). Lo relevante del caso es que entre los pastunes hubo grupos que tampoco veían con buenos ojos la presión ejercida en sus asuntos por los talibanes, tanto en el aspecto religioso –dado su radicalismo-, 56 El propio Massud fue asesinado dos días antes de los sucesos del 11-S, todo parece indicar que por cuenta de Al´Qaida. 85 como por las pegas que al principio ponían a sus cultivos de opio (Calvo Albero, 2007: 2-3). Todo ello contribuyó sobremanera al éxito fulgurante de dicha operación. Lo cual no significa, por supuesto, que los talibanes hayan sido desalojados de Afganistán. Lejos de ello, siguen siendo un actor relevante. En realidad, los principales líderes de la organización, acompañados de activistas de Al´Qaida pudieron refugiarse en la frontera pakistaní, precisamente en la zona controlada por los pastunes, caracterizada por un escaso control de las fuerzas armadas de Pakistán. Control que se ha ido incrementando paulatinamente desde entonces, pero con los modestos resultados que hemos comentado con anterioridad. Es más, en los últimos dos años puede apreciarse una decidida recuperación de los colectivos talibanes. Incluso en lo que se refiere a una recuperación territorial. De hecho, según fuentes de ISAF, aproximadamente la mitad de lo que abarca Afganistán debe ser considerado como zona con “presencia talibán alta”. Ese espacio se prolonga virtualmente hasta los arrabales de Kabul57. En este punto, no podemos olvidar que el objetivo principal de la operación Libertad Duradera no era, en sí mismo considerado, un cambio de gobierno. Este dato puede parecer un dato espectacular, e incluso puede ser visto como la condición de posibilidad de los verdaderos logros a alcanzar. Pero el objetivo principal era la desarticulación del santuario de Al´Qaida, sostenido al amparo del auge político e ideológico taliban. Y esta todavía es una historia sin un final definido. Al menos por ahora. Eso significa que el primer y principal reto sigue estando sobre la mesa. Hay que tener presente que en esa tesitura se mezclan varias cuestiones: la lucha contra los grupos terroristas y la necesaria reconstrucción del Estado en Afganistán. Claro que, en realidad, se trata de hechos complementarios. Lo primero sin lo segundo puede ser el equivalente a una miríada de éxitos tácticos sin mayor trascendencia estratégica. Sólo un Estado 57 Como comenta Calvo Albero, en realidad lo que ha venido ocurriendo es que los talibanes son fuertes allí donde a las tribus pastún les conviene tenerlos como aliados. Así las cosas, entre 2001 y 2004 su presencia fue mínima, debido a que esas tribus les negaron su apoyo. La situación ha variado, como iremos viendo, con posterioridad. Pero debería tenerse en cuenta que, en última instancia, podría aludirse a zonas dominadas por tribus pastún opuestas al gobierno. 86 fuerte, capaz de ejercer eficazmente el monopolio de la violencia legítima weberiano, puede llegar a constituirse en una suerte de dique capaz de dificultar y de limitar la actividad terrorista a medio y largo plazo. Con ello, Afganistán dejaría de ser un santuario. Con el fin de cumplir ambos objetivos, las fuerzas de intervención se subdividieron entre las asignadas a la operación Libertad Duradera y las asignadas a la coalición ISAF. Estas últimas están especialmente vocacionadas a actuar como fuerza de estabilización. La autorización inicial de Naciones Unidas (resolución 1386/2001 de 20 de diciembre) sólo suponía un despliegue capaz de garantizar el mantenimiento de la seguridad en Kabul y sus alrededores. Nuevas resoluciones (v.gr. 1510/2003 de 13 de octubre) supusieron una extensión geográfica de dicha autorización, mediante la puesta en marcha de una primera gran oleada de 9 PRTs (Mazar-e Charif, Maimana, Faizabad, Baghlan –año 2004-; Herat y Ferah –mayo 2005-; Chagheharan y Qal´eh-Now –septiembre 2005-). En la medida que en las primeras fases de la campaña de Afganistán (lato sensu considerada) las tropas de la ISAF pudieron diferenciarse claramente de las fuerzas asignadas a la operación Libertad Duradera, también fue posible que la población local las percibiera como una suerte de “supergendarmería” en vez de tomarlas como un ejército hostil (Roy, 2004: 64). Aunque esta situación ha ido cambiando ante la propia fuerza de los acontecimientos, como por otra parte cabía esperar. El líder local escogido para llevar las riendas de la transición hacia una auténtica democracia liberal fue Hamid Karzai. Un pastún. Pero un pastún que, por un lado, es capaz de apoyarse en otras etnias, y notoriamente en los tadjikos. Y, por otro lado, es capaz de buscar un equilibrio entre las legítimas posiciones del Islam y una opción política secular. Su postura es, en este sentido, abiertamente anti-taliban. Si esta propuesta saliera bien, la cuadrícula de la discordia afgana a la que antes hacíamos mención saltaría en mil pedazos y, por fin, se podría consolidar un Estado multiétnico basado en la tolerancia religiosa (que no necesariamente en el laicismo). Pero, ¿por qué tiene que salir bien? Karzai tiene la historia en su contra. Tiene las de perder. Ciertamente, ya podemos observar que las cosas no están sucediendo según 87 lo previsto en la hoja de ruta. Del (precipitado) optimismo inicial se ha ido pasando paulatinamente a un (razonable) escepticismo. Los últimos tiempos han visto un recrudecimiento del rechazo local a este proyecto político tutelado, no lo olvidemos, por extranjeros. Más o menos bienintencionados, pero extranjeros en definitiva. Algo que no casa nada bien con ese particular talante afgano que traía a colación en las primeras páginas de este análisis. En este sentido, la primera toma de contacto afgana con la práctica democrática tiene un sabor agridulce. Dulce, porque se han podido llevar a cabo diversos procesos electorales que, por cierto, han ratificado y legitimado a Hamid Karzai, según lo esperado. Una buena noticia para la coalición occidental, sin duda. Cabe añadir que también para Afganistán. Pero nuestro análisis no puede atascarse en esa complacencia. Efectivamente, el sabor agrio es perceptible por varias razones. Por la constatación (previsible) de que en Afganistán no existe cultura política democrática alguna -esa credencial no se obtiene por el mero hecho de depositar una papeleta en una urna de vez en cuando- lo cual ha redundado en graves problemas tanto para las elites políticas como para los electores, como para la comunicación entre ambos, pese a los cursillos acelerados organizados por Naciones Unidas; por la constatación (también previsible, dadas las circunstancias) de que en algunas provincias los talibanes boicotean el proceso poniendo en riesgo la imparcialidad de los resultados y, en ocasiones, el proceso mismo, siendo esto especialmente evidente en la zona de Kandahar y en la provincia de Helmand, que son sus feudos por antonomasia; y por la constatación, matizadamente distinta (y no tan previsible) de que la confianza de la población en las primerizas instituciones democráticas y en sus instrumentos más emblemáticos está bajo mínimos: los partidos políticos, en general, son mal vistos y muchos de sus candidatos son tildados automáticamente de “candidatos occidentales”, de forma despectiva (vid. Tortosa, 2006: 74-76). Tampoco es un hecho ajeno al debate acerca de los niveles de éxito alcanzados en esta primera prueba de fuego de la democracia representativa afgana la constatación de que si, al fin y al cabo, esas elecciones pudieron llevarse a buen término con escasos incidentes ello es debido, al menos en 88 parte, a la connivencia de algunos “señores de la guerra”. Por supuesto. Y, aunque no se trate de los líderes vinculados a Al Qaida, eso no deja de ofrecer una imagen por lo menos pintoresca del poder legislativo afgano. Según algunas fuentes, dignas de todo crédito, se calcula que entre un 60% y un 80% de los cargos electos en septiembre de 2005 mantienen algún tipo de relación con grupos armados irregulares (Kern, 2006: 9). En realidad, esto es consabido en Afganistán. Es decir que la sorpresa es sólo relativa. Es más, todo parece indicar que forma parte del programa, ya que Karzai tiene las esperanzas puestas, precisamente, en que estos mecanismos favorezcan una progresiva integración de estos colectivos en una lógica, digamos, más “sistémica”, a través de la previa involucración de sus cabecillas en las estructuras formales del Estado. Algunos dirían que todas estas disfunciones las resuelve el tiempo. Al menos en parte. Pero no es precisamente escaso el tiempo necesario para acompañar la lenta evolución de este tipo de procesos (nation building, de hecho) hasta su consolidación. Ni en Afganistán, ni en ninguna otra parte. Lo que sucede es que las peculiaridades afganas acrecientan el problema. Así las cosas, tal y como afirma una autoridad en estas lides, “stabilizing and transforming a state is extremely complex, nearly always taking many years or even decades” (Metz, 2007: 16). Entonces, la siguiente pregunta es, ¿realmente se dispone de ese tiempo? La verdad es que, por diversas circunstancias, el escenario afgano no ha gozado de la prioridad requerida en la agenda de la coalición internacional encargada de llevar a cabo estas acciones. En muchos casos, y muy señaladamente en el de los Estados Unidos o Gran Bretaña, ha ocupado – todavía viene haciéndolo- un dignísimo pero quizá insuficiente segundo lugar, después de Irak. En efecto, el conflicto de Irak ha tenido como efecto inmediato el de atraer una miríada de recursos de todo tipo, dada su importancia objetiva. Y está claro que los seres humanos no gozamos del don de la ubicuidad. El análisis de la situación de Irak, que compromete tantas tropas y otros medios por parte norteamericana (y británica), extrapola nuestros objetivos. Pero lo cierto es que siete años después del éxito militar inicial, el clima en Afganistán 89 está más enrarecido que al comienzo de esas operaciones. Es más, algunos empiezan a hablar de que existe “un elevado riesgo de marcha atrás” (Yánez, 2008: 24). Estaríamos inmersos en una inflexión contraria a los intereses que defendían Libertad Duradera, ISAF y hasta Naciones Unidas. Todas estas sensaciones son fácilmente demostrables mediante números. Un ejemplo: los atentados suicidas con bombas no existieron en el período 2001-2003. En 2004 se documentan sólo 3 y en 2005, 17. A partir de ahí tenemos un punto de inflexión. En 2006 ya se contabilizan 123 y en 2007, llegan a 137. Dadas las noticias que vamos recibiendo sobre la marcha, todo parece indicar que los guarismos de este 2008 serán descorazonadoras. Todo esto ha hecho posible que se venga aludiendo a un fenómeno de progresiva “iraquización” del conflicto afgano, a partir de 2006 (v.gr. Kern, 2006: 4 y Hsu&Cole, 2006). Como corolario de este proceso, en Afganistán ya se ha detectado la presencia de terroristas extranjeros, y no sólo de origen pakistaní, sino también de varios países árabes, aunque indefectiblemente entren en el país por Pakistán. Hay que tener en cuenta que estos guarismos coinciden con la expansión de la misión internacional. La inflexión comentada tiene una explicación fácil. En enero de 2006, la Conferencia de Londres aprueba el “Pacto por Afganistán” cuyo objetivo es ampliar el control de la coalición internacional a prácticamente todo el territorio afgano58. Eso incluye, por vez primera, los territorios más conflictivos. Están ubicados en el sur y el sudeste del país. Para llevar a cabo esta penetración se implementan diversas operaciones que implican de lleno a la ISAF, como es el caso de la operación Medusa (zona de Kandahar, desde septiembre de 2006) y la operación Aquiles (zona Helmand, desde marzo de 2007). Eso ha llevado a estas fuerzas más allá de lo que hasta entonces había sido su misión de estabilización y reconstrucción. Lo cual ha sido objeto de críticas debido a la confusión 58 Ni que decir tiene que esta Conferencia internacional, así como su precursora en 2001 (la Conferencia de Bonn) plantea asimismo otros objetivos más amplios. De hecho, en Londres se reunieron cerca de 70 Estados y se aprobaron medidas de todo tipo, incluyendo una inyección económica de más de 10.000 dólares y otras iniciativas tendentes a coadyuvar a la reconstruicción del país. Otra cosa es que los estándares alcanzados a día de hoy sean suficientes. Sobre ello volveré más adelante. 90 generada y a las dificultades de gestión/coordinación inherentes (Aláez, 2006: 52) pero también de críticas de tipo más conceptual, apelando a que la población afgana ya estaría identificando a las fuerzas ISAF como parte de una “operación bélica” de carácter ofensivo (Regueiro, 2007: 72). Algo que podría generar desconfianza incluso en las zonas pacificadas. Con todo, lo cierto es que la escasez de tropas sobre el terreno hizo inevitable la implicación de ISAF en esos operativos. En todo caso, el problema ha sido, una vez más, que estas operaciones han sido iniciadas con menos efectivos de los convenientes. Se trata de una constante en muchos conflictos de perfil contrainsurgencia habidos a lo largo de la historia. Afganistán, simplemente, no ha sido una excepción. Por eso los militares con experiencia sobre el terreno advierten una y otra vez que, más allá de los lógicos y necesarios considerandos organizativos, en las conflictos que tienen por objeto el control de territorios asediados por una contrainsurgencia fuerte no puede descuidarse la cuestión del despliegue adecuado de fuerzas (v. gr. Gentile, 2007), por más que el tipo de guerra de guerrillas genere una apariencia engañosa, en el sentido de estar acometiendo a núcleos armados dispersos y mal dotados. Y por más que se asuma, como es el caso, que la solución que finalmente sea adoptada deberá ser una solución eminentemente política. 4. El impacto del narcotráfico en el conflicto de Afganistán. De todas formas, ya se pueden establecer a ciencia cierta algunos comentarios que nos deberían llamar a la reflexión. Principalmente, la constatación de que las mayores cotas de violencia se alcanzaron con la presencia de tropas británicas en la provincia de Helmand, que es la principal productora de opio del país59. En efecto, aquí la variable decisiva tiene que ver con el hecho de que los talibanes han flexibilizado su postura en torno al espinoso tema del cultivo de la amapola, al mismo tiempo que la coalición 59 En realidad se calcula de que sólo en Helmand se produce el 50 % del opio… ¡del mundo! 91 occidental incrementaba su presión sobre quienes la cultivan. A los talibanes les conviene seguir esta nueva estrategia dado que además de mantener y hasta reforzar la aquiescencia de las tribus locales, pueden conseguir una fuente adicional de financiación. Es curioso, porque a fin de terminar aceptando algo que en principio rechazaban por ser contrario a la ley islámica, los talibanes han hecho un auténtico ejercicio de ingeniería ideológica –aunque también podría ser calificado de cinismo- indicando que de ahora en adelante ese cultivo y venta del opio es lo más congruente con su causa porque gracias a ello se puede luchar más eficazmente contra los enemigos ubicados en Occidente y Rusia, al ser ellos los consumidores actuales o potenciales de esta droga. Esa es, por ejemplo, la tesis del Mullah Omar (Priego, 2008: 2)60. En todo caso, hay varios indicadores que revelan el nivel de importancia que está alcanzando este tema como uno de los principales catalizadores del conflicto de Afganistán. Algunos se refieren a la corrupción política existente, y que ya sobrepasa con mucho el círculo de los grupos talibanes. El otro alude, pura y simplemente, a las cantidades producidas, ya que se están disparando de forma exponencial en los últimos tiempos, pese a algunos esfuerzos de las tropas de la coalición en sentido contrario. En lo que respecta al primer tema, valga como botón de muestra que el exgobernador de Helmand, Sher Mohammed Akhundzade, fue sorprendido manteniendo en depósito hasta 9 toneladas de pasta de opio. No es una cuestión menor el que para ello empleara recintos públicos. La cuestión es que una vez Karzai fue consciente de esta embarazosa situación se limitó a destituirlo, pero sin abrir investigación alguna al respecto. Por el contrario, Akhundzade fue nombrado Presidente del Consejo de Ancianos (sic). Al parecer la corrupción motivada por el narcotráfico se está expandiendo como un reguero de pólvora en los círculos más altos del poder político hasta el punto de que se cree que incluso se podría “estar desviando ayuda extranjera 60 Si bien China también está consolidándose como receptor de los estupefacientes de origen afgano, así como las ex repúblicas soviéticas de Asia Central. En todos estos casos, el número de adictos se está incrementando. Cifra que ya alcanza los 2 millones en Rusia y supera el millón y medio en la UE. 92 hacia dicho tráfico” (Kern, 2006: 9), con lo cual esto añade un plus de dificultad a la de por sí complicada situación institucional del país. En lo que concierne al segundo tema, los datos disponibles son realmente espectaculares. Hacia 1990, antes de la llegada de los talibanes, el cultivo de opio en Afganistán alcanzaba las 1570 toneladas. Cuando se produce su ascenso al poder, el cultivo de opio ya llega a las 3400 toneladas. Y, si bien es verdad que al principio de su mandato se produce un descenso significativo (2200-2300 toneladas en 1995 y 1996) rápidamente se produce un repunte que supera por vez primera las 4000 toneladas en 1999. Sin embargo, los datos disponibles dan a entender que la auténtica época dorada de la producción de droga es la actual, habida cuenta de que en estos últimos años se han alcanzado cotas sin precedentes: 6100 toneladas en 2006 y 8200 en 2007 (UNODC, 2008). Cultivo de opio en Afganistán (toneladas métricas) 9000 8200 8000 7000 6100 6000 5000 4565 4000 3416 3000 2330 1980 1970 4200 4100 3400 3276 2335 2248 3600 2804 2693 2000 1570 1000 85 0 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 Fuente: UNODC/MCM (2008); Priego (2008) y elaboración propia. De esta manera ya podemos establecer los parámetros de un círculo vicioso que ha sido diáfanamente explicado por Alberto Priego, a saber, “en lo que a los talibán se refiere, han establecido una relación de conveniencia con 93 los traficantes, a los que dan protección a cambio de financiación para comprar armas. A su vez, Al Qaida colabora con los talibán facilitando su red de contactos para comprar dichas armas y, a cambio, éstos ayudan a los líderes de Al Qaida a mantenerse ocultos” (Priego, 2008: 8). Por su parte, muchos campesinos afganos están literalmente atrapados por un sistema de créditostrampa que resultan ser imposibles o muy difíciles de devolver. Se trata de una financiación que les proporcionan esas mismas redes delictivas. De esta forma se aseguran su lealtad por vía coercitiva. En los últimos tiempos la presión ejercida sobre estos campesinos es tan grande y descarnada que los talibanes “han distribuido folletos donde se ordena a los agricultores locales cultivar adormidera” (Kern, 2006: 3). Sea como fuere, la verdad es que llueve sobre mojado. Me explico. Como era de esperar, el cultivo de opio es, de por sí, un cultivo capaz de reportarles a estos campesinos más rentas que el cultivo de otros productos alternativos. Por ejemplo, el salario diario medio del personal dedicado al cultivo ilegal asciende a 7 dólares al día, mientras que cuando esa mima gente cultiva trigo obtiene sólo 3 dólares. El caso es que la suma de los refuerzos negativos y positivos que he ido exponiendo ha provocado que actualmente la población afgana implicada en el tráfico de drogas, en cualquiera de sus fases, se sitúe en torno al 30% del total (Kern, 2006: 6). Algo, pues, cada vez más difícil de desactivar. 5. Hacia un balance provisional del conflicto. El resultado es que, a pesar de los pesares, muchos pastunes están decididos a seguir apoyando a los talibanes. No parece que los factores ideológicos o teológicos sean decisivos en este caso. En realidad, existen insurgentes cuya motivación es única o básicamente económica. Por eso se ha dicho que “no está muy claro cuando las milicias tribales luchan por apoyar a los talibán o cuando lo hacen por su propio interés” (Calvo Albero, 2007: 4). Algunos van más lejos y señalan, pura y simplemente, que “en Afganistán la historia demuestra que las coaliciones políticas no se crean por razones ideológicas o programáticas. Lo que une y separa es el dinero” (Batalla, 2008: 94 10). La verdad es que de esto podrían ponerse ejemplos con nombres y apellidos, prácticamente desde los primeros tiempos de la intervención occidental, empezando por el papel jugado por el líder de la minoría uzbeca Dostom (Debay, 2004: 40). Sea como fuere, la mejor opción que tiene esta amalgama de insurgentes de variopintas motivaciones para poder seguir adelante con sus “negocios” es, precisamente, que el gobierno central baje la guardia (Yánez, 2008: 30). Esa es una zona de intersección para los intereses de los pastunes más pragmáticos y de los talibanes más fanáticos. Justo lo contrario de lo que están haciendo las fuerzas de la coalición occidental y las nuevas fuerzas de seguridad afganas. Aquí el problema potencial reside en un hipotético realineamiento pastún que pueda tener como “federador externo” (e involuntario, pero no por ello menos eficaz) las políticas de occidente. Sería una pésima noticia para las fuerzas de la coalición. Según parece, algo así ya estaría sucediendo en el interior de Pakistán y, si no se hace nada al respecto, podría extenderse a Afganistán o incluso adquirir una dimensión transfronteriza, en la línea que ya he comentado en el apartado anterior. En la práctica, por lo tanto, el poder de los talibanes no se basa sólo ni principalmente en sus premisas religiosas. En realidad, los talibanes pueden llegar a ofrecer sueldos muy suculentos (de hasta tres o cuatro veces lo que ganaría un policía afgano) para reclutar insurgentes. En una situación de pobreza generalizada, se trata sin duda de una buena oferta. Quienes se adhieren a esta aventura proceden tanto del interior de Afganistán como de Pakistán. Aprovechando la inercia favorable lograda desde 2006, su tendencia lo es hacia una expansión del conflicto allende sus feudos de la zona sur y sudeste del país, con la mirada puesta en ir reduciendo la presión a la que han estado sometidos por las fuerzas de la OTAN a lo largo de los dos últimos años. Eso puede contribuir a generar un peligroso efecto-rebote, en la medida que aumente la inseguridad en provincias consideradas hasta ahora pacificadas (Pascual, 2007: 50). A su vez, obligará a una dispersión del esfuerzo militar llevado a cabo por las fuerzas occidentales. 95 Este cúmulo de constataciones contribuye a incrementar la complejidad del conflicto. Pero a decir verdad no constituye ninguna novedad, medida desde el punto de vista académico. Por el contrario, está muy en la línea de lo indicado por Kaldor unos años atrás bajo la etiqueta de “nuevas guerras”, esto es, las consistentes en un “desdibujamiento de las distinciones entre guerra[clásica], crimen organizado y violaciones a gran escala de los derechos humanos”, lo cual implica una creciente confusión entre actores de naturaleza diversa cuyos objetivos a veces tienen más que ver con la obtención de beneficios privados que con motivaciones de índole más tradicional, como las patrióticas (Kaldor, 2001: 16). Simplemente, Afganistán constituye un caso paradigmático de lo que éstas representan. Como consecuencia de este proceso, las víctimas causadas por la guerra a lo largo del año 2006 fueron 4.400. En el año 2007 se elevaron hasta unas 6.000 en total, de las cuales 210 eran soldados de los diversos países de la coalición y 700 miembros de las fuerzas de seguridad afganas que fueron profusamente empleadas, precisamente, en las operaciones Medusa y Aquiles. Asimismo, se viene registrando un preocupante incremento de las víctimas civiles, producto de los daños colaterales originados, entre otros, por los bombardeos de las fuerzas de la coalición (VVAA, 2008: 30-31). Esto ya ha arrancado algún toque de atención desde el gobierno de Karzai. En junio de 2007, el presidente afgano se quejó amargamente de que en sólo 10 días murieran 90 civiles a modo de víctimas colaterales de operaciones militares de la coalición aludiendo un tanto enigmáticamente a que “las vidas de los afganos no son baratas”. En agosto de 2008, el gobierno de Kabul ha decidido investigar la muerte de hasta 76 civiles producidas en similares circunstancias. Pero, al margen de estas puntas, el goteo es incesante. Ni que decir tiene que este hecho puede dañar la legitimidad de las fuerzas occidentales a ojos de los afganos. Tanto de los ciudadanos como de las elites hasta ahora comprometidas con la reconstrucción tutelada del Estado. Además, siempre es posible que una interpretación retorcida de estos sucesos anime a gente perteneciente a los círculos de familiares y amigos de los damnificados a unirse a la causa de la insurgencia. Al fin y al cabo, esto ya ha sucedido en conflictos 96 similares (Metz, 2007: 28). Con lo cual es algo que debería evitarse a toda costa. Sin que eso signifique que sea tarea fácil. Al revés. Efectivamente, el problema es que los milicianos suelen operar confundidos entre la población civil. Saben que, de facto, la están empleando como escudo humano. Los mandos de la OTAN han reiterado que sus tropas tienen derecho a defenderse frente a grupos armados parapetados de esa forma. Todo eso es cierto y convierte la responsabilidad por estas muertes en una responsabilidad compartida. Sin embargo, estas dinámicas de tipo acciónreacción son exactamente las pergeñadas por los grupos insurgentes, o por los terroristas, como parte esencial de su estrategia de enfrentamiento (v.gr. Kilcullen, 2006: 71). Conviene tenerlo muy en cuenta para extremar las precauciones. Ni que decir tiene que algunas de las bajas civiles causadas en la persecución de elementos hostiles sólo podrían evitarse al precio de poner en peligro más vidas de soldados propios. El dilema (moral) está servido, aunque no es novedoso. Al revés, es un clásico. En este sentido, la sustitución de algunos bombardeos de artillería y/o aéreos por operaciones en las que se comprometan directamente tropas de infantería es la solución que mejor responde a los criterios morales del ius in bello. Pero debe admitirse que se trata de una decisión difícil. Mientras tanto, el conflicto va a mayores. Algunas fuentes calculaban hacia finales de 2007 que las milicias talibán prestas para el combate alineaban entre 8.000 y 10.000 efectivos (Calvo Albero, 2007: 3). El mullah Daddulá manifestó, antes de morir a manos de fuerzas de la coalición en mayo de 2007, que contaba con unos 12.000 (Aláez, 2006: 49). La cuestión es que se sospecha que estas cifras puedan estar aumentando. No en vano, un informe del secretario general de las Naciones Unidas ha reconocido, entre otras cosas, que la insurgencia “está envalentonada tras sus éxitos estratégicos” (Ban Ki Moon, 2007). Estas malas vibraciones no son aleatorias, sino que constituyen el resultado de otros muchos reveses incluidos en dicho informe. Contrarrestar esta tendencia está resultando complicado. Aunque los efectivos occidentales en Afganistán han ido aumentando progresivamente hasta superar los 50.000, las tropas que intervienen en las zonas más conflictivas 97 son, básicamente estadounidenses, británicas, canadienses61 y holandesas, con alguna presencia rumana. Dicho con otras palabras, son pocos los Estados que desean comprometerse en operaciones de ese perfil. Esta circunstancia, además de restringir la eficacia del operativo, ha acarreado un efecto político que juega a favor de los insurgentes, esto es, las acusaciones de falta de solidaridad entre aliados occidentales. No es de extrañar, pues, que algunos piensen que “el principal reto de la OTAN en Afganistán no son los talibanes, sino conseguir que sus Estados miembros adopten una postura común a la hora de afrontar la difícil labor encomendada a las fuerzas de la ISAF” (Pascual, 2007: 50) habida cuenta de que “un fracaso occidental no sólo sería un desastre para los afganos, sino también para la OTAN” (Batalla, 2008: 10). O sea que parte del problema está en casa. En la nuestra, me refiero. La cuestión es que el estancamiento es generalizado. Aumenta el riesgo de atentados y proliferan los secuestros por doquier. El narcotráfico no puede ser controlado. La corrupción entre las fuerzas de seguridad afganas y hasta en el seno del poder judicial es evidente. También se han producido ataques contra profesores y atentados contra centros educativos. Esto último llama la atención, en principio. Pero al final tiene mucha lógica. La insurgencia sabe donde golpea. Si hay algo consensuado entre los expertos en esta materia es que las guerras de insurgencia y contrainsurgencia son guerras por la conquista de los “corazones” de la gente. O, si se desea, por la conquista de las “mentes” de la gente (v.gr. Kitson, 1971: 78; Rosenau, 2007: 17). Ante esa evidencia, la ocupación de un pedazo de terreno puede ser inútil y, si para ello se causa una gran destrucción de vidas e infraestructuras, puede ser totalmente contraproducente. En cambio, lo decisivo es hacerse con la opinión pública local, en vez de tener que enfrentarse a ella. La importancia de estos factores es tal que la diputada Maladai Joya comentaba en junio de 2007 las diferencias existentes entre un hipotético liderazgo estadounidense y una 61 Pero el constante goteo de bajas afecta mucho a la opinión pública de los países occidentales. Por eso, el primer ministro canadiense, Stephen Harper ha evitado tener que convocar elecciones anticipadas prometiendo la retirada de las tropas de su país del Sur de Afganistán (unos 2.500 militares) para julio de 2011. 98 alternativa europea a la hora de afrontar la cuestión educativa mostrándose, dicho sea de paso, más favorable a la lógica del viejo continente. El caso es que una intensificación de esas políticas debería ser vista como conditio sine qua non para lograr algo relevante a medio plazo. Por todo ello, algunos observadores son muy escépticos con los escasos réditos de la ofensiva occidental desplegada a partir de 2006 y ya piden un cambio de orientación a través del cual se prioricen las medidas de tipo político sobre las soluciones militares (Suhrke, Strand y Harpviken, 2008: 30). Es una reacción comprensible, porque los resultados no han sido los esperados. Pero no creo que debamos plantear una suerte de juego de suma cero entre medidas militares y medidas políticas. Ambas se refuerzan mutuamente, si son acertadas. Es más, en un escenario como el afgano, las medidas políticas no tienen absolutamente ningún sentido sin un adecuado soporte militar. Al menos por el momento, y seguirá siendo así en un futuro razonable. Precisamente, una de las posibles críticas a la gestión llevada a cabo hasta la actualidad se refiere a la escasa presencia militar sobre el terreno. No a lo contrario. Por lo tanto, habrá que agudizar el ingenio –e incrementar las medidas- en ambas direcciones. Otra cosa es que haya que tener muy claro lo que comenta al respecto Steven Metz, a saber, que “stabilization and transformation […] is a task where the military should be a supporting rather than a supported organization” (Metz, 2007: 80). En ese sentido los comentarios de los expertos noruegos antedichos sí pueden ser aprovechables. Lo cierto es que en los últimos tiempos, el propio Karzai parece que está tendiendo la mano a ciertos sectores talibanes. En la nueva lógica, un tanto alimentada por las circunstancias, se intenta dividir a los grupos talibanes entre los “radicales” y los “moderados”. Es evidente que esta postrer categoría conceptual puede sonar a contradictio in terminis. Pero algunos analistas se han hecho eco de la opinión de expertos británicos, como Michael Semple, según cuyas estimaciones hasta 2/3 de las facciones talibanes estarían dispuestas a colaborar con las fuerzas de la coalición en la búsqueda de una paz duradera. Entiéndase bien: sin que el precio a pagar sea hacerles concesiones del tipo de una vuelta a la situación previa a septiembre de 2001 99 (Harrison, 2008: 7). En realidad, el hasta hace poco ministro de defensa británico, Des Browne, ya manifestó que aceptaría de buen grado una negociación con esos sectores. Asimismo, desde el entorno de David Petraeus, jefe del USCENTCOM, también se ha sugerido la opción de dialogar con los talibanes “moderados” -a cambio de que renuncien a apoyar las actividades de Al Qaida- como una de las vías que podrían allanar el camino hacia la paz en Afganistán (Reyes, 2008: 4)62. 6. Conclusiones. En los párrafos siguientes voy a sumarizar algunos objetivos de policymaking que entiendo constituyen algo así como un recetario de mínimos sobre cuya base podrían dibujarse políticas específicas para mejorar la situación en Afganistán. Para ello me inspiro en la literatura clásica de la contrainsurgencia, aunque la adapto a las circunstancias concretas que se viven en el país que nos ocupa. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que estas propuestas son complementarias y acumulativas. Es decir, el hecho de emplear alguna o algunas de ellas por separado, obviando la imagen de conjunto, puede contribuir a un fracaso rotundo. En todo caso, esa no sería la opción que aquí se defiende. a) State-building. Ya se ha apuntado que la piedra filosofal de campañas como la de Afganistán es la lucha por los corazones y las mentes de la gente. Ahora bien, esa lucha no opera en abstracto. Sólo podrá lograrse algún rédito si se logra incrementar la confianza popular en las incipientes instituciones del nuevo Estado. Eso pasa por reducir los actuales niveles de corrupción. Y esto, a su vez, por incrementar los sueldos de los funcionarios de policía y judiciales nativos. Ni que decir tiene que no deben descuidarse otras terapias más pedagógicas, pero no podemos obviar que éstas operan a largo plazo. Hay que potenciarlas, pero no bastan. Asimismo, es básico que la gente aprecie resultados tangibles a corto plazo en lo que concierne a la mejora de la 62 Lo que seguramente está en mente de Karzai y de quienes como él defienden esta opción es la negociación con algunos líderes tribales pastún que, ciertamente, están apoyando a los talibanes. 100 calidad de vida –muy deteriorada tras décadas regidas por el conflicto armado casi permanente- a lo largo y ancho del país. Históricamente se ha demostrado que los conflictos que han logrado ser reconducidos a pesar de la presión de la insurgencia han partido de esta premisa (v.gr. Galula, 1964: 20-22). Digamos que se trata de una condición necesaria –aunque no suficiente- del éxito. Por lo tanto, la inversión en esta tarea debe ser más contundente. Queda mucho por hacer en términos de desarrollo económico y social. Un buen trabajo en ese aspecto puede resultar barato a la larga. De hecho, lo caro es tener que mantener sine die el despliegue de personas y medios ya existente. Y no sólo en términos estrictamente crematísticos, sino también en lo concerniente al desgaste político que en bastantes casos puede llevar asociado63. Ni que decir tiene que el caso afgano es doblemente complejo, puesto que la opción pergeñada por la coalición occidental ya no pasa, simplemente, por reconstruir el Estado de cualquier manera. En este sentido, es razonable pensar que no sería de mucha utilidad la creación de un Estado sólido pero autocrático, o teocrático. Por el contrario, en este momento los esfuerzos se orientan a la creación de un Estado cualitativamente diferente de cualquier otra cosa que antes haya existido en Afganistán. Es decir, de crear algo que se parezca a un estado de derecho, pluralista y con algunos componentes auténticamente democráticos. Pero llevar a cabo esta tarea no es nada fácil. De hecho, si se pretende perseverar en estos términos, deberá tenerse la máxima sensibilidad por las costumbres nativas, sus reglas y su idiosincrasia. El reto consistente en integrar ambos armazones conceptuales es impresionante. Este hecho, por cierto, permitiría distinguir el caso de Afganistán de otros casos más elementales de lucha contrainsurgencia (con o sin base religiosa; con o sin contacto con grupos terroristas) que se han dado hasta el presente (Gorka, 2007: 9-10). 63 Lógicamente, en estos años de intervención en Afganistán se han producido algunos avances significativos. Pensemos en la construcción de nuevos hospitales, carreteras y escuelas. Más de 5 millones de niños han sido vacunados contra el sarampión y la polio. Se ha formado a más de 6.000 maestros y se mantienen escolarizados más de 5 millones de niños y, muy importante, también niñas. Pero frente a esas buenas noticias se tiene que reconocer que muchas familias afganas todavía viven en casas sin electricidad ni agua corriente, que el paro en las zonas urbanas es galopante -70% en Kabul- y que la desigualdad de renta tiende a crecer, generando malestar entre los sectores más desfavorecidos (Kern, 2006: 2 y 7). 101 b) Guerrilla financiera. A su vez, hay que tener en cuenta que las “nuevas guerras” de la globalización no se ganan o pierden sólo ni principalmente sobre el terreno. Según las fuentes que se empleen, se calcula que Afganistán produce entre el 80% y el 87% del opio del mundo. Entonces, es decisivo, por ejemplo, que mejoren los resultados de la persecución del tráfico de estupefacientes en los países que compran a los productores (ya sea como países de tránsito o de consumo). Curiosamente, uno de los Estados que más empeño está poniendo en esta línea es Irán. De hecho, se calcula que en el año 2007 en ese país se llevaron a cabo cerca del 80% de las incautaciones de alijos a nivel mundial (Priego, 2008: 7). También la UE ha creado agencias para perseguir el tráfico de estupefacientes. Agencias que incluyen oficinas en países de tránsito obligado, como algunas de les repúblicas exsoviéticas de Asia Central. Pero este esfuerzo es insuficiente. Es preciso impedir o, al menos desincentivar, la producción misma. De la misma manera, debe incrementarse la presión sobre las finanzas transnacionales que coadyuvan a que grupos guerrilleros ofrezcan el pago de esos sueldos tan elevados. Ya se ha producido alguna cooperación interestatal en la buena dirección. Pero la colaboración de Estados como Arabia Saudita es meramente simbólica, en este apartado. En realidad, además de acrecentar esa presión a través, por ejemplo, de la congelación de cuentas corrientes, se deben tomar otras medidas, porque el problema es mucho más extenso, alcanzando hasta el blanqueo de dinero en el mercado inmobiliario de muchos países occidentales (Napoleoni, 2004). El cerco a quienes fomentan la conexión entre redes de delincuencia organizada y grupos insurgentes y/o terroristas tiene que contar con esta variable64. c) Presión militar. Las operaciones del perfil de la que acontece en Afganistán en la actualidad requieren de la combinación de fuertes medidas coercitivas y de profundas medidas de ayuda al desarrollo. Lo importante es recordar que la conjunción empleada es copulativa, nunca disyuntiva. Dicho 64 Blair llegó a plantear, en 2006, la posibilidad de comprar toda la producción de opio afgana, valorada en una cuantía que puede oscilar entre los 3000 y los 4000 millones de dólares. Pero la propuesta no prosperó. 102 con otras palabras, no valen los juegos de suma cero entre ambas opciones. Hay que huir de las posturas maniqueas que tratan de oponer ambas dinámicas con base en un planteamiento tan superficial como demagógico. En realidad, no es de ningún modo contradictorio que ambas acciones se lleven a cabo al mismo tiempo. Al revés, la progresiva implementación de medidas sociales relativas a la mejora del bienestar (sanidad, educación, mejora de las infraestructuras de comunicación y transporte) implica siempre un incremento proporcional de los objetivos a batir por parte de los insurgentes. De hecho, pueden llegar a convertirse en un auténtico cebo que atraiga más atentados y sabotajes. Especialmente en el momento en que esas infraestructuras están construyéndose. Por eso, si se fracasa en la protección de esos logros, reales o potenciales, y el gobierno afgano da muestras de incompetencia al respecto, todo el esfuerzo previo se puede venir abajo como un castillo de naipes. Entonces, no es verosímil una postura que tienda a rebajar la presión militar sobre el terreno para re-orientar la actuación en términos puramente políticos, diplomáticos y/o económicos. De esta manera, lo expuesto en el punto a) no constituye una alternativa a las operaciones militares. Por el contrario, implicará colateralmente nuevos despliegues. d) Consenso interno. Precisamente, el gran problema del conflicto de Afganistán es la parsimonia de muchos Estados occidentales y las notorias diferencias de implicación de que hacen gala casi todos ellos. El riesgo de entrar en una espiral de comportamientos propios de un free-rider es obvio. Evidentemente, puede aducirse que las cuestiones de política interior son un factor de máxima importancia para explicar esto. No sólo no lo discuto, sino que yo iría más lejos: existen cuestiones de tipo sociológico, más estructurales, que subyacen a su vez a esas decisiones de política interior que inhabilitan o al menos limitan la posible contundencia de muchos gobernantes occidentales, deseosos como están de no perder el favor de su electorado. Con ello me refiero a la preeminencia de esos valores a menudo conocidos como posmodernos, que hoy dominan las sociedades occidentales (no sólo ni principalmente a su clase política) y que, por cierto, tan extraños son a la afgana. Pero también, en particular, a la preeminencia del principio de las “cero bajas” propias. Huelga decir que toda esta sensibilidad es muy razonable, 103 medida en términos de ciencia política. Es más, cualquier manual diría que es el comportamiento esperable, o al menos estandarizable, por parte de las elites políticas. Dicho lo cual, no se puede vivir en la ambigüedad permanente. Ni se debe engañar a nadie. Las cosas claras. Si de verdad se desea afrontar con alguna esperanza de éxito este conflicto, en el que tanto nos jugamos todos, es preciso redoblar el esfuerzo económico y militar; es necesario asumir que en un futuro cercano habrá más bajas propias (y ajenas); y es necesario que los gobiernos implicados cierren filas al respecto. Cualquier otra opción está abocada al fracaso. Es sólo cuestión de tiempo. Esta opción (la del fracaso) también es plausible. A corto plazo es hasta más cómoda. Y más económica. Ahora bien, se le debería explicar a la ciudadanía de nuestras sociedades cual sería el resultado previsible. Porque abandonar a su suerte a Karzai puede conllevar un desenlace no muy diferente al que en su día tuvo la retirada soviética. Pero en el caso que ahora nos ocupa el gobierno instalado en Kabul sería de otro perfil, bastante menos previsible en su comportamiento (por decirlo sin aspavientos) que el soviético de antaño. e) Relato común/Cemento social. Es preciso tener en cuenta que la lucha por los corazones de la gente no está completamente perdida. Aún no. Pero puede perderse. Porque no se gana sólo con declaraciones de intenciones, ni con buena voluntad. Este aspecto tan delicado debe trabajarse mucho y con tino. Además, he enfatizado suficientemente desde el comienzo de este análisis que la situación étnica afgana es tan variopinta y tan proclive a las escaramuzas intestinas que a uno hasta le resulta difícil pensar que eso que todos llamamos Afganistán exista realmente. La reflexión no es baladí. Porque el reto planteado es reconstruir un Estado (o quizá, simplemente, construirlo). Pero para eso se necesita “cemento social”. No sólo ingeniería constitucional. Pretender que la segunda funcione sin lo primero es tan ridículo como pretender que se tenga en pie un cuerpo sin esqueleto. Si no lo sujetamos, se caerá. 104 Esto me recuerda una reflexión de Kilcullen que viene muy a cuento, aunque él la planteaba a un nivel, digamos, más micro (a un nivel táctico, en términos militares). En efecto, alude a que para afrontar estas operaciones es necesario disponer de un “relato –una historia o explicación simple, unificadora y fácilmente expresada” (Kilcullen, 2006: 74) que pueda entender el ciudadano de a pie. Incluso podría tratarse de un mito, a condición de que sea capaz de aglutinar adhesiones en derredor suyo. Lo que no es necesariamente cierto es que eso tenga que ser un invento de nadie. La artificialidad acaba siendo superficial e hipócrita. Más bien habría que aprovechar los relatos ya existentes en el lugar y buscar un denominador común. O potenciar los ingredientes que puedan ser más útiles para ganar legitimidad y/o para disminuir la de quienes se oponen al proceso de construcción del Estado. De hecho, podemos plantear esta intuición en formato algo más académico. Dicho en los términos en que lo propone Tönnies, si la Gemeinschaft resulta utópica, al menos debería ser posible avanzar hacia una Gessellschaft. O hacia algo que se le parezca suficientemente. Es decir, si nadie es capaz de crear una auténtica comunidad afgana que sea digna de tal nombre (desde luego, esas cosas no se improvisan), al menos debería insistirse en identificar, consensuar y divulgar unos intereses afganos transversales que pasen por el respeto compartido a las instituciones democráticas, a ciertos valores liberales básicos -como el pluralismo- y a una economía funcional capaz de ir resolviendo los crónicos problemas de pobreza y subdesarrollo que aquejan al país. Esta es, en definitiva, la mejor arma para ganar la guerra. f) Diplomacia intraestatal. Por lo demás, existen resortes en los que apoyarse para lograr una mejora de la situación incluso a corto plazo. Para ello deben manejarse con inteligencia, con generosidad y con auténtico ánimo de mediación -no exento de liderazgo- las variables en juego. Todo ello atendiendo a la distribución étnica cuya complejidad he mostrado desde los primeros párrafos de este análisis. Después de mucho tiempo, los hazaras todavía temen a los talibanes y por ello se ocultan en lugares desérticos, sin agua ni víveres (Tortosa, 2006: 80). Aunque se repita hasta la saciedad que los pastunes son la etnia mayoritaria, lo cierto es que estamos ante una mayoría relativa (el resto de etnias suman más del 60% del total afgano, y sólo los 105 tadjikos se acercan al 25%). Mayoría precaria que, además, mantiene importantes grietas internas. Un ejemplo tan sencillo como significativo: el propio Karzai es un pastún de la tribu Durrani. El mullah Omar, por ejemplo, es un pastún de la rama Ghilzai. En esta línea, algunos apuntan que la solución no tiene porqué ser la que pasa por incentivar el enfrentamiento entre ambos grupos. Por el contrario, podría ser más inteligente cooptar personajes destacados de entre los pastunes ghilzai con el fin de que colaboren activamente en el gobierno de Kabul. Todo ello sin descabalgar a los tadjikos, sino simplemente reequilibrando la situación y procurando generar mayores sinergias entre todos esos colectivos (Harrison, 2008: 7-8). En cambio, sería adecuado ir aislando progresivamente a los actores demasiado imbricados en la delincuencia organizada. 4. Bibliografía -Aláez, Octavio (2006). “La reconstrucción de Afganistán”, en Boletín de Información del CESEDEN nº 296. Ed. Ministerio de Defensa, Madrid, pp. 4353. -Ban Ki Moon (2007). Informe del Secretario General de las Naciones Unidas “La situación en el Afganistán y sus consecuencias para la paz y la seguridad internacionales” (A/61/799-S/2007152-15 de marzo). -Baqués, Josep (2007). 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Capítulo 5 ENTRE EL PRAGMATISMO INTERNACIONAL Y EL IMPERATIVO HUMANITARIO: ESPAÑA EN AFGANISTÁN 2001-2008 Nuria del Viso Introducción Cuando se han cumplido siete años del inicio de la intervención de Estados Unidos en Afganistán, el deterioro paulatino de la situación de seguridad está generando crecientes dificultades para la misión internacional frente una insurgencia65 refortalecida. A ello se unen unos alarmantes niveles de narcotráfico, la ineficacia del Estado y el fracaso en la reconstrucción del país, que continúa entre los cinco países más pobres del mundo. En este contexto, aumenta el descontento de la población afgana y se reduce el apoyo a la 65 Por insurgencia entendemos los grupos con objetivos políticos que se oponen al gobierno por medios militares. En Afganistán es una amalgama compuesta por los grupos taliban que gobernaron entre 1996 y 2001, los neotaliban surgidos en las zonas tribales de Pakistán, elementos de Al Qaeda, algunos muyahidín que lucharon contra la invasión soviética –en concreto, las milicias de Jalahudin Haqqani y de Gulbudin Hekmatyar-, junto a algunos elementos del narcotráfico y otras redes criminales. 108 presencia internacional. Mientras el pesimismo cunde en las capitales de los países participantes y crecen las dudas en torno al éxito de la misión tal como se concibió en sus orígenes: derrotar al terrorismo internacional y consolidar Afganistán como estado democrático y de derecho, reduciendo sus niveles de pobreza. Por su parte, la opinión pública en distintos países cuestiona crecientemente la presencia en una misión que cada vez se parece menos a una operación de paz. Afganistán constituyó la primera operación internacional de envergadura enmarcada en la doctrina de la “guerra contra el terrorismo”, iniciada con tal denominación por la administración de George Bush después de los ataques del 11-S. La intervención en Afganistán se produjo en un primer momento por una coalición de países liderada por Estados Unidos, la Operación Libertad Duradera (OLD), que tenía el objetivo prioritario de derrotar militarmente a los grupos terroristas y taliban. Muy pronto, en diciembre de 2001, se formó una segunda operación militar internacional, fruto de la Conferencia Internacional de Bonn de noviembre-diciembre de 2001, denominada Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF), que desde 2003 ha sido dirigida por la OTAN. Después del 11-S, Afganistán se convirtió en un asunto de primera magnitud en la agenda internacional. Con la invasión de Irak, la atención concedida a Afganistán se redujo sensiblemente en un momento crucial, complicando el logro de los objetivos. Con la llegada a la Casa Blanca la nueva administración Obama es previsiblemente que la atención volverá a centrarse en Afganistán en un intento por enderezar la operación. La misión internacional en Afganistán es relevante más allá de sus propios contornos porque es paradigma de cuestiones clave de la seguridad a comienzos del siglo XXI: qué instrumentos y respuestas utilizar ante el terrorismo internacional, cómo se configuran las operaciones de paz en países frágiles, cómo encauzar la evolución de organizaciones de seguridad supranacionales surgidas hace más de medio siglo en un contexto de Guerra Fría. Las opciones que se adopten en la misión de Afganistán a estas y otras 109 preguntas pueden determinar las opciones con las que se responderá en las operaciones de estabilización en los próximos años. En un momento en que los equilibrios hegemónicos internacionales se están redefiniendo, los países participantes en la operación de Afganistán y la propia OTAN se juegan parte de su prestigio en esta misión: ganarán peso político si son capaces de estabilizar el país y promover su desarrollo, pacificando una zona inestable; se resentirá si no lo logran. Además, individualmente, la contribución asumida por los aliados de la OTAN contribuirá en parte a definir su “lugar en el mundo” en años venideros en función del peso que tuvieron en la operación, el papel desempeñado y su capacidad para satisfacer sus responsabilidades internacionales. No se trata tanto de que el no estar signifique una pérdida automática de peso político, pero si se desea ser un miembro aceptado y respetado en la arena internacional, es imperativo contribuir a la operación. Por su parte, la OTAN dirime en esta operación –la primera realizada fuera del marco europeo y a la que sus dirigentes han calificado como la más importante-- si se convierte en una organización central de la seguridad global en este siglo, o queda como un exponente marginal de la Guerra Fría, condenado a la extinción. En este contexto, existe un creciente interés por analizar cómo los distintos países enfrentan el reto de Afganistán. Así, se ha producido abundante análisis en torno a la operación, su evolución y el papel de los países presentes en ella, especialmente en relación a EE UU 66 . Sin embargo, el caso de España se ha tratado de forma muy limitada: no se ha contemplado en los análisis internacionales que revisan la participación por países67 y no existen estudios integrales sobre la implicación y el impacto de la presencia española en Afganistán. La evaluación y análisis de aspectos parciales están dispersos en 66 En este sentido, ver los trabajos del Center on Foreign Relations, del Center for Strategic and International Studies y sus estudios sobre Afganistán dentro del Post Conflict Reconstruction Project, Congressional Research Service de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, New Century Foundation y su boletín, Rand Corporation y los especialistas Barnett Rubin y Ahmed Rashid. Para una perspectiva europea, ver los análisis del European Council on Foreign Relations y los informes de International Crisis Group sobre el país y la región. 67 Por ejemplo, GALLIS, Paul, NATO in Afghanistan: A Test of the Transatlantic Alliance, Congressional Research Service, The Library of Congress, CRS Report for [US] Congress, 22 de agosto de 2006. 110 informes elaborados por centros de investigación, declaraciones de líderes de opinión y artículos en medios de comunicación. La presencia de España en Afganistán se remonta a 2001 y se ha mantenido a través tres gobiernos sucesivos de distinto signo –uno del PP y dos del PSOE. España desempeña un papel discreto en la operación. Sus contingentes se ubican al oeste de Afganistán, en una zona tranquila, aunque recientemente está experimentando el deterioro general de la seguridad en el país. El aumento de la violencia insurgente genera más riesgos para las tropas españolas, lo que a su vez suscita más debate público, que se reabre cada vez que se producen nuevas muertes de soldados españoles. La opinión pública española, por diferentes motivos, se muestra cada vez más crítica con la misión, como reflejan los sucesivos análisis del Barómetro del Real Instituto Elcano (BRIE)68. En el último BRIE disponible (junio de 2008) a la hora de cerrar este informe se aprecia la caída de casi diez puntos en la aceptación de la misión en Afganistán desde la anterior oleada; en paralelo, los ciudadanos muestran su desorientación respecto a los objetivos de la misión. En un momento en que la OTAN trata de redefinir su estrategia hacia Afganistán, existen diversas cuestiones que conviene examinar con el fin de disponer de una imagen más nítida del papel de España en Afganistán. ¿Qué significa para España su presencia en Afganistán? ¿Qué ha supuesto para la operación el cambio de gobierno en 2004? ¿Qué impacto tiene la misión en la política interna? ¿Cómo la percibe la opinión pública? ¿Cuáles son las cuestiones que generan debate? ¿Y las perspectivas? Y sobre todo, ¿Por qué y para qué estamos en Afganistán? Este texto no pretende responder a todas las preguntas mencionadas, pero sí realizar una primera aproximación a estas cuestiones que sirva de punto de partida a futuros análisis. En la primera parte se examina la evolución de la participación española en Afganistán desde diciembre de 2001 hasta diciembre 68 Ver los boletines periódicos del Barómetro del Real Instituto Elcano, BRIE, en: http://www.realinstitutoelcano.org/wps/portal/rielcano/BarometroDelRIElcano 111 de 2008, durante los gobiernos de José María Aznar (desde 2001 hasta las elecciones de 2004) y los dos gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero (2004- 2008 y gabinete surgido de las elecciones de marzo de 2008), estableciendo sus similitudes y diferencias. En la segunda parte se analizan las posiciones de los principales grupos políticos parlamentarios, centros de investigación y sociedad civil, y se examinan las principales cuestiones de debate, para acabar, a modo de conclusión, con unos comentarios finales. EVOLUCIÓN DE LA IMPLICACIÓN DE ESPAÑA EN AFGANISTÁN La presencia de España en Afganistán ha mantenido una línea de implicación ascendente desde 2001 a 2008. España ha aumentado paulatinamente el peso de su presencia en Afganistán, que se plasma en el compromiso político, la presencia militar –tanto en número de tropas como en responsabilidades asumidas— y la cooperación para la reconstrucción del país. El componente militar es quizá la faceta más conocida y más polémica de la presencia española en Afganistán. Desde 2002, con el gobierno de José María Aznar, las tropas han aumentado de 190 soldados a los 778 que estaban desplegados en diciembre de 2008. A partir de 2005 se registró un salto cualitativo en las responsabilidades asumidas por España cuando el ejecutivo, ya bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, aceptó hacerse cargo de la Base Avanzada de Apoyo de Herat –donde se ubica la mayor parte del contingente español- y poner en marcha un equipo de reconstrucción provincial (PRT) en la provincia de Badghis, basado en la capital, Qala i Naw. Desde ahí desarrolla sus proyectos la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (AECID). La evolución de la misión indica que si bien la de Afganistán fue una operación heredada del gobierno Aznar, se ha convertido en una cuestión importante para actual gobierno. Como se analiza más adelante, las razones de la presencia de España se relacionan con los compromisos internacionales adquiridos y con 112 cuestiones de seguridad global. Pero además, como han sugerido grupos políticos y analistas, en el aumento de los compromiso podría haber pesado un “síndrome compensatorio” por la retirada española de Irak, lo que hizo imperativo demostrar que España es un socio fiable. El agravamiento de la seguridad en Afganistán ha corrido paralelo al aumento de las presiones de la OTAN para que los aliados incrementen cuantitativa y cualitativamente su implicación en la misión. Si bien con reticencias y gran cautela, España ha aumentado poco a poco su compromiso. Se ha tratado de un esfuerzo medido en tanto se ha intensificado hasta alcanzar un nivel “aceptable” de la presencia española de acuerdo con su peso económico e internacional, pero su implicación no ha ido más allá. Esto tiene que ver con la distancia ideológica que separaba a los gabinetes de Rodríguez Zapatero de la administración Bush, que tanto peso tuvo en la configuración de la misión en Afganistán. Si bien el actual gobierno da muestras de avalar el mandato de ISAF, dista mucho de identificarse con los objetivos, forma y métodos de OLD, con la que ideológicamente no concuerda. Los debates en torno al nivel de compromiso han surgido en el seno de la OTAN a medida que el espíritu de OLD se ha ido imponiendo al de ISAF e impregnando sus acciones. Sin embargo, no es la única dificultad para España vinculada a Afganistán. De forma paulatina se ha hecho patente la tensión que existe entre las demandas de los socios internacionales, las de la opinión pública española y el propio proyecto político del gobierno español. Mientras los socios de la OTAN exigen cada vez mayor compromiso, la opinión pública española aumenta sus dudas en torno a la presencia militar. Por su parte, el proyecto político del gobierno respecto a Afganistán se vincula más a la estabilización y rehabilitación del país, objetivo al que sirve la presencia de las tropas españolas. Esta postura se puede sintetizar en la frase del ex ministro de Defensa, José Antonio Alonso, en la reunión de la OTAN en Sevilla en 2007: “la operación militar existe para hacer posible la reconstrucción”69. Así, existen tres posiciones contrapuestas entre las que se generan tensiones, a las que el gobierno necesita responder con una política muy bien calibrada para salir airoso. 69 El País, 9 de febrero de 2007. 113 La misión en Afganistán ha sido especialmente costosa en vidas humanas: a finales de 2008 se registraban 87 bajas. De ellas, seis se produjeron como resultado de acciones hostiles y el resto como resultado de accidentes diversos. Gobierno de José Mª Aznar - Partido Popular (PP) (2000-2004) España se integró en la misión en Afganistán por acuerdo del Consejo de Ministros el 14 de diciembre de 2001, que aprobó la integración en la Operación Libertad Duradera de un máximo de 190 soldados por un periodo de tres meses. La decisión se argumentó basándose en el derecho a la legítima defensa de EE UU después del 11-S, y subrayó la legalidad de las acciones sobre la base de distintas resoluciones de la ONU. España fue uno de los primeros países en expresar su total apoyo y colaboración a las acciones emprendidas por EE UU. El gobierno de Aznar decidió poner a disposición de la operación medios terrestres, navales, aéreos. El envío de fuerzas navales al Golfo Pérsico y al Océano Atlántico, fuera del teatro de operaciones, aumentó significativamente el número de tropas movilizadas para la operación, un total de 959 efectivos70. Además, las bases aéreas de Morón y Rota sirvieron como punto de avituallamiento para los aviones de la misión y desde España se colaboró también en proporcionar información y análisis de cuestiones de inteligencia sobre diversos temas, en especial sobre los grupos terroristas extremistas y colaboró en el traslado ilegal de detenidos. Cualitativamente, sin embargo, el contingente se limitó a labores logísticas y de apoyo, y en ningún caso se implicó en tareas de combate ni en operaciones de tierra. Tampoco existió una petición expresa de EE UU a España para entrar en misiones de combate. Ello se debió a dos razones: por una parte, el gobierno 70 Los 959 militares asignados a OLD se repartieron según el siguiente desglose: una unidad de asistencia sanitaria del Ejército del Aire, 42 militares; un destacamento de transporte aéreo, 75 militares; una fragata destinada al Golfo Pérsico, 700 militares; un avión de patrulla marítima P3 Orion, 60 militares; cuatro helicópteros del Ejército de Tierra, 82 militares. 114 español era consciente de que no disponía de las capacidades militares más críticas para operaciones de combate --por carecer de una experiencia de combate reciente--, pero, sobre todo, por expreso deseo de EE UU, que no quería que muchos países estuvieran presentes en las fases iniciales de la operación71. Por ello, no solicitó tropas de combate a sus aliados, bien porque existía una sobrecapacidad, bien por su deseo de conservar el protagonismo y resarcir así su orgullo nacional, que había recibido un grave varapalo con los atentados del 11-S. El envío de tropas a Afganistán se debatió en el Congreso, pero no se solicitó ni el respaldo ni mucho menos la aprobación72. Por su parte, el PSOE apoyó la integración en OLD porque entendió que la gravedad de los atentados del 11S, la existencia de un Estado terrorista y la situación de las mujeres justificaba una intervención militar en Afganistán; a ello se añadía la ausencia de un condicionante legal como hoy existe -- la Ley de Defensa Nacional— y la decisión de aprobación parlamentaria expresa para este tipo de operaciones. El grupo Izquierda Unida/Iniciativa per Catalunya se opuso a la integración de España en la misión. La incorporación a la misión auspiciada por las Naciones Unidas, ISAF, se produjo pocos días después por acuerdo del Consejo de Ministros, el 27 de diciembre de 2001, que autorizó la participación de un máximo de 485 efectivos del Ejército de Tierra y del Ejército del Aire. Las primeras unidades españolas llegaron a Afganistán a finales de enero de 2002. El contingente, con una media de 350 efectivos, estaba formado por unidades de mando, comunicaciones y apoyo logístico, ingenieros, un equipo de desactivación de explosivos y otro de apoyo al despliegue aéreo. El contingente se mantuvo hasta enero de 2003, cuando se redujo significativamente hasta 130 efectivos – compuestos por una unidad de ingenieros y otra de apoyo al despliegue aéreo-, poco antes de que el Gobierno español decidiera su apoyo a la invasión de Irak. 71 Entrevista telefónica a Ignacio Cosidó, senador del PP, junio de 2007. Citado en ORTEGA SANTIAGO, Carlos, La dimensión constitucional de la guerra: Conflictos armados e intervenciones militares en el extranjero, Real Instituto Elcano, DT nº 43/2004. Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, Pleno y Diputación Permanente, VII Legislatura, nº 112, 2001, p. 5424 y ss.). 72 115 En ambos casos se trató de funciones de apoyo y como lo han definido fuentes del PP, “fue una presencia secundaria”. En consecuencia, el gobierno dio un peso político puntual y limitado a esta misión: durante el primer semestre (enero-junio 2002), y coincidiendo con la presidencia española de la UE, el gobierno nombró a un representante especial en Afganistán, el diplomático José Manuel López Nadal. Pasado ese periodo, la misión mantuvo un perfil bajo, en consonancia con la visión triunfalista de la Administración Bush, que en 2003 declaró finalizada la operación militar, mientras ya preparaba la invasión de Irak. La entusiasta respuesta del gobierno del PP a las operaciones en Afganistán debe encuadrarse en el clima de sintonía existente entre el gobierno de José María Aznar y el de George Bush en EE UU, que quedó simbolizado en la foto de las Azores –junto a Tony Blair—poco antes de la invasión de Irak en 2003. La misión española en Afganistán, como en Irak, se vio dominada durante este periodo por una política subordinada a la estrategia de Washington. Un incidente que ilustra esta situación fue el apresamiento por parte de España en diciembre de 2002 –ya iniciada la “guerra contra el terrorismo”- de un carguero norcoreacono que transportaba 15 misiles Scud en el Océano Indico. España lo entregó a EE UU y éste a su vez lo devolvió a Yemen, sin ni siquiera informar a España. El ministro de Defensa, Federico Trillo, tuvo que acudir al Parlamento a dar explicaciones, a solicitud de Izquierda Unida y el Bloque Nacionalista Galego. Como recogió la prensa73: “El incidente con el So-San ha puesto de manifiesto el papel subalterno que España juega en la Operación Libertad Duradera de lucha contra el terrorismo. No se trata sólo de que EE UU ejerza el liderazgo, como hace también en la OTAN, sino de que, al contrario de lo que sucede en dicha organización, ni siquiera existe un foro de consultas políticas en el que participen los aliados que aportan tropas. Los únicos comités permanentes tienen carácter militar y las decisiones políticas las adopta la Casa Blanca o el Pentágono de forma unilateral”. 73 El País, 13 de diciembre de 2002. 116 La subordinación del PP se mostró de nuevo cuando el único detenido como sospechoso del atentado que costó la vida a siete agentes del CNI en Irak en noviembre de 2003 no fue entregado al juez español, sino a EE UU, que lo encarceló en Abu Ghraib y finalmente lo excarceló por falta de pruebas. El gobierno del PP también pudo apoyar de forma activa las políticas más turbias de la Administración Bush en Afganistán a través del trasporte de detenidos, según indican los manifiestos de carga de algunos vuelos realizados desde Afganistán en 2001-02, que revelan sólo la identidad de algunos pasajeros, lo que apunta a que se trataba de sospechosos transportados para su interrogatorio bajo tortura en lugares secretos. Como se ha desvelado recientemente74, el gobierno de José María Aznar autorizó en enero de 2002 el uso de la base de Morón “por ser el lugar más discreto”, como escala en el traslado de detenidos en Afganistán en su camino a Guantánamo. De acuerdo con Amnistía Internacional y el Parlamento europeo, la CIA utilizó aeropuertos civiles en España en 68 ocasiones entre 2002 y 2005, cuestión que está siendo investigada por la justicia española. En el campo de la ayuda internacional, durante este periodo las prioridades de la cooperación española estuvieron en consonancia con la agenda política de la Administración estadounidense: el grueso de la cooperación se destinó a Irak y Afganistán. En la conferencia de donantes de Tokio, en 2002, España comprometió 100 millones de euros. Durante el último trimestre de 2002 y primer trimestre de 2003 la operación en Afganistán quedó eclipsada por el clamor nacional e internacional que suscitó la invasión de Irak. Sólo reapareció como tema de actualidad y debate en mayo de 2003, cuando se produjo el accidente aéreo del Yak-42, que causó la muerte a 62 militares españoles de vuelta desde Afganistán. Este accidente tuvo un hondo impacto en las Fuerzas Armadas y en la sociedad española, además de un intenso debate político. Las irregularidades en el contrato del vuelo, las contradicciones en las explicaciones del Ministro de Defensa, la negativa del PP a crear una comisión de investigación en el Congreso y graves 74 El País, 30 de noviembre de 2008. 117 errores en el reconocimiento de los restos, desataron fuertes críticas del Parlamento y de los familiares de las víctimas. Después, la presencia de España en Afganistán volvió a quedar en un segundo plano. Gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2008 y 2008-actualidad) El atentado del 11-M, quedó asociado en la opinión pública a la presencia de España en Irak75. El fracaso del PP en las elecciones generales del 14 de marzo de 2004 y la victoria del PSOE fueron interpretados como un voto de castigo al PP por la decisión unilateral de ir a Irak, en contra de la opinión mayoritaria de la población y del Parlamento. A ello se sumó la deficiente gestión informativa de la crisis que realizó el ejecutivo saliente76. La cuestión de Irak marcó durante años los debates en torno a las misiones españolas en el exterior y, en especial, la de Afganistán. Sólo en la segunda legislatura de Rodríguez Zapatero se ha suavizado la sombra de Irak. El agravamiento de la situación en Afganistán y la mejora del clima en Irak han contribuido a este cambio. El primer gabinete de Rodríguez Zapatero imprimió un cambio de enfoque significativo respecto a las misiones internacionales post-11-S --Afganistán e Irak-, recuperando en parte la voz propia perdida durante el gobierno de Aznar por su subordinación voluntaria a las políticas de EE UU. Si el gobierno de Aznar se identificó con el modelo neocon representado por la administración Bush, el nuevo presidente apostó por impulsar el protagonismo de España en la cooperación, el diálogo y la paz, reactivó su alineación con los socios tradicionales europeos –Alemania y Francia, principalmente—de los que el gobierno Aznar se había distanciado, y apostó decididamente por el multilateralismo. 75 La mayoría (el 64%) de los españoles piensa que no se habría producido el ataque terrorista del 11-M si España no hubiese apoyado a EE UU en Irak, frente al 23% que no lo cree. En el mismo sentido, el 60% sintió que el 11-M era consecuencia de la política internacional seguida por España. Barómetro del Real Instituto Elcano, junio 2004. 76 GONZALEZ BUSTELO, Mabel, Terrorismo y democracia: España y los atentados del 11-M, informe del Centro de Investigación para la Paz, 2005. 118 Cambio de políticas Al nivel nacional, este cambio de enfoque supuso la adopción de tres decisiones de amplia repercusión en las operaciones españolas en el exterior, y que recogía unos mínimos de actuación en los que coincidían todos los grupos parlamentarios –a excepción del PP--, mínimos que el gobierno de Aznar se había negado a negociar. Estas decisiones son: - La retirada de las tropas españolas de Irak, en cumplimiento de una promesa electoral. La decisión se anunció mayo de 2004 y se llevó a cabo un mes después. Tal celeridad creó un profundo malestar en Washington, que se tradujo en una serie de desaires diplomáticos a los que el ejecutivo español resta importancia; ciertamente, tuvieron poco impacto en otros órdenes de las relaciones bilaterales. Las relaciones con EE UU empezaron a mejorar a partir de 2006. El entonces secretario de Estado de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, se entrevistó en Washington con el ministro de Defensa español, José Antonio Alonso. El ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, celebró varios encuentros con su homóloga estadounidense, Condolezza Rice, que finalmente visitó España en la primavera de 2007. - El acuerdo para que toda participación militar española en el exterior sea aprobada por el Parlamento, que recibió luz verde del Consejo de Ministros en junio de 2004 y se presentó en el Congreso unos días después, obteniendo el beneplácito de todas las fuerzas parlamentarias, a excepción del PP. Esta decisión quedó sancionada en la Directiva de Defensa Nacional 1/2004, de 30 de diciembre de 2004, que establece los objetivos de la defensa nacional y recoge las líneas generales de actuación. Entre sus pautas principales figura que las operaciones militares en el exterior se enmarcarán “dentro del multilateralismo eficaz” como medio para la resolución de conflictos que requerirá el cumplimiento de las siguientes condiciones: 1) que exista una decisión previa de Naciones Unidas o, en su caso, otra organización multinacional de la que España forme parte, 2) que el Parlamento tenga una participación activa en el debate las grandes cuestiones de política de defensa 119 y que se busque el respaldo parlamentario a las decisiones relativas a la participación militar en operaciones en el exterior; y 3) se asumen de forma solidaria con los socios y aliados de España los compromisos en el ámbito de la seguridad compartida y de la defensa colectiva77. Estas líneas de actuación quedaron recogidas por la Ley de la Defensa Nacional, de 17 de noviembre de 2005, por la que se regula la participación de unidades militares en operaciones en el exterior. La Ley añade nuevas responsabilidades al Congreso respecto a las operaciones en el Exterior, ya que otorga a este órgano la capacidad de autorizar con carácter previo la participación de las Fuerzas Armadas en dichas misiones, y asigna al gobierno “el acordar la participación de las FF AA en misiones fuera del territorio nacional”. Recogen tres matizaciones respecto a la Directiva de Defensa Nacional: 1) las misiones en el exterior se realizarán a petición expresa del Gobierno del Estado en cuyo territorio se desarrollen, sean autorizadas en resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU o acordadas por organismos internacionales de las que España forme parte; 2) cumplirán fines defensivos, humanitarios, de estabilización o de mantenimiento y preservación de la paz; y 3) serán conformes con la Carta de las Naciones Unidas y que no contradigan o vulneren los principios del Derecho Internacional. Hasta ese momento no existía una regulación por ley de estas actividades, que eran decididas en base a comparecencias parlamentarias, consejo de ministros y las sucesivas Directivas de Defensa Nacional emitidas por el jefe del ejecutivo78. A diferencia de otros países donde sus Parlamentos autorizan las misiones por tiempo determinado y es necesario su concurso para la renovación de la misión, en España esta decisión corresponde al Consejo de Ministros, que aprueba a finales de año el volumen y destino de las tropas en misiones en el 77 Web del Ministerio de Defensa. Disponible en http://www.mde.es/multiContenido.jsp?id_nodo=4045&navegacion=T&&keyword=&auditoria=F [Acceso 5 de julio de 2007]. 78 CUENCA ORDIÑANA, “Las FF AA, elemento relevante de la acción exterior del Estado. Misiones internacionales”, en Panorama Estratégico 2005/2006, Dirección General de Relaciones Institucionales de la Defensa, Ministerio de de Defensa, grupo de trabajo nº 1/05, sin fecha. 120 exterior para el ejercicio siguiente. Se solicita el concurso del Parlamento en caso de ampliación de tropas. Por otra parte, el gobierno acordó el límite de 3.000 efectivos para participar en misiones en el exterior por Acuerdo del Consejo de Ministros del 30 de diciembre de 2005. Ante las crecientes necesidades de implicación del ejército español en misiones internacionales, la ministra de Defensa defiende el aumento del límite auto impuesto por el Gobierno de 3.000 efectivos en misiones en el exterior, iniciativa que apoyan todos los grupos parlamentarios a excepción de IU. “A partir de 2009, el número de soldados españoles que participará en misiones internacionales está limitado solamente por la legalidad de la misión, la voluntad del pueblo español y la capacidad de nuestras Fuerzas Armadas”, lo que podría suponer hasta 7.700 soldados, según ha señalado Chacón79. A la hora de cerrar este informe se esperaba la inminente aprobación de esta medida por parte del Consejo de Ministros. - La retirada de OLD y el aumento de la participación española en ISAF. El aumento del tope máximo destinados en ISAF fue la primera propuesta relativa a misiones en el exterior que se sometió a votación en el Congreso. En la sesión del 4 de julio de 2004 quedó aprobada el alza del contingente español en Afganistán hasta 540 efectivos. Compromiso en alza Las responsabilidades ampliadas de España se han plasmado en los ámbitos político, militar y de cooperación. A continuación se repasan las principales decisiones. En el ámbito político, a través de varias decisiones y actuaciones el gobierno ha mostrado el nuevo énfasis concedido a la misión afgana. En diciembre de 2005 se presentó el Plan Asia-Pacífico 2005-2008, que concedió gran relevancia a Afganistán, un país con el que tradicionalmente España no ha 79 El País, 11 de diciembre de 2008. 121 tenido apenas relación, pero que se ha convertido en el segundo receptor de fondos de España en aquel continente, después de Filipinas80. Como parte del Plan, España inauguró una embajada en Kabul, dirigida desde mayo de 2006 por embajador José Turpin. El fortalecimiento de la presencia española tiene su correlato en la actividad diplomática desplegada desde el gobierno en sucesivas visitas a Afganistán, incluida la del presidente del ejecutivo. Resulta significativo que, después de la sustitución de José Bono por José Antonio Alonso al frente del Ministerio de Defensa en abril de 2006, el primer viaje al exterior del nuevo ministro fuera a Afganistán. Después de las elecciones de marzo de 2008, la nueva titular de Defensa, Carme Chacón, también ha mostrado una atención especial a Afganistán, donde ha viajado en tres ocasiones desde su nombramiento hasta fines de 2008. Por lo que respecta a la presencia militar, España ha intensificado cualitativamente su presencia. Un salto significativo se produjo en 2005 cuando asumió la coordinación de la Base Avanzada de Apoyo de Herat, que da cobertura a los cuatro equipos de reconstrucción provincial (PRT) que operan en el oeste de Afganistán, y la puesta en marcha un PRT en la vecina provincia de Badghis, una de las más pobres y –en esa fecha- tranquilas. Al sur de esta región se encuentra la provincia de Farah, la más inestable de la zona oeste. En términos cuantitativos, el volumen del contingente español ha registrado un lento pero continuado aumento desde la llegada del PSOE al gobierno. Durante la primera legislatura, en julio de 2004, el ejecutivo obtuvo autorización del Congreso para aumentar el contingente máximo en Afganistán de 485 a 540. Esta fue la primera ocasión en que se utilizó el procedimiento de autorización previa, que se ha convertido en norma en los sucesivos envíos de tropas en todas las misiones en el exterior. 80 Entrevista personal con Carlos César Morales, director general de la región de Asia, Ministerio de Asuntos Exteriores, enero de 2006. 122 El Congreso volvió a autorizar un nuevo aumento de 150 efectivos –hasta 690— para Afganistán en mayo de 2006, justificado por el ministro por el deterioro de la seguridad en el país. A partir de esta fecha, el gabinete de Rodríguez Zapatero mantuvo congelado el volumen de tropas durante más de un año, frente a las crecientes presiones de EE UU y la OTAN para el aumento de los contingentes, el envío de efectivos a zonas de combate y la eliminación de las salvaguardas operativas –los llamados caveats-, que limitan el movimiento de las tropas sin consentimiento del país al que pertenecen. España declinó estas peticiones con el argumento de que el Congreso español dio su autorización para el aumento de tropas en 2006 con unas condiciones políticas determinadas, en una zona concreta, y no se puede alterar para enviarla a otras zonas, salvo en casos de emergencia. No obstante, España ha realizado otras concesiones en respuesta a las presiones. En la reunión de Riga (noviembre de 2006) los representantes españoles admitieron la posibilidad de salir de su zona de operaciones para auxiliar a tropas aliadas que necesitaran atención sanitaria81. En 2007 la OTAN puso en marcha un plan para acelerar el entrenamiento del ejército afgano, a fin de traspasarle cuanto antes la responsabilidad de la defensa de su país82. Este plan contempla el envío de pequeños equipos operativos de entre 16 y 45 militares que actúan “incrustados” en el ejército afgano, los llamados OMLTs. Desde la reunión de ministros de Defensa de la OTAN en Sevilla (primavera de 2007), Alonso defendió en varias ocasiones el propósito de que España reforzara cualitativamente –no cuantitativamente- la contribución a ISAF. La presencia en los OMLT va en esa línea. En este marco, en septiembre de 2007 el gobierno obtuvo autorización del Congreso para enviar 52 militares más para integrar los OMLTs que formarían a dos unidades del ejército afgano. El gobierno autorizó, además, en julio de 2008 la firma del acuerdo entre España y Afganistán para el patrocinio y equipamiento de una 81 El único caveat del contingente de España en ISAF es la utilización de las unidades españolas fuera del área oeste, situación que requiere la autorización expresa de las autoridades españolas. Comparecencia de la ministra de Defensa ante la Comisión de Defensa del Congreso, 17 de noviembre de 2008. 82 Esta estrategia, conocida como la “afganización” del proceso, fue sancionada en la reunión de la OTAN en Bucarest (abril, 2008) e integrada en su plan para los próximos 3 - 5 años. 123 unidad del ejército afgano acuartelada en la provincia de Badghis, con un presupuesto de 14,5 millones de euros. El último aumento de tropas dentro del periodo analizado se produjo en marzo de 2008 con ocasión de la adquisición de cuatro aviones no tripulados (UAV), que requirió el envío de 36 militares más para su operación, situando el contingente próximo a los 800 efectivos. España es el décimo contribuyente de ISAF, aunque aporta poco más del 1% de las tropas internacionales en Afganistán83. La futura evolución del contingente militar español podría estar marcada por la victoria de Barack Obama como presidente de EE UU. Obama ha defendido la revisión de las políticas de lucha antiterrorista para reorientarlas de Irak a Afganistán, y en este sentido se baraja un aumento muy significativo de las tropas estadounidenses en Afganistán --de las 30.000 actuales hasta 60.000. Esta decisión podría ir aparejado de una petición a los aliados de la OTAN para que realicen un esfuerzo paralelo. Para los países europeos, incluido España, será muy difícil rechazar la petición del nuevo presidente norteamericano que llega a la Casa Blanca cargado de legitimidad y de promesas de renovación. En este sentido, los medios de comunicación especulan ya con el posible aumento del contingente español en 200 soldados84. Además de los efectivos militares, España ha destacado a Afganistán 12 de los 195 integrantes de la misión de la Unión Europea Eupol para el entrenamiento de la policía afgana en marcha desde 2007. Por no tratarse de personal del Ejército, no requirió la aprobación del Parlamento. El contingente español, compuesto por policías y guardias civiles, sitúa a España como tercer contribuyente. La cooperación internacional constituye la tercera pata de la presencia española en Afganistán. La reconstrucción de Afganistán ha recibido 236 83 Intervención de la ministra de Defensa en la Comisión de Defensa del Congreso, 17 de noviembre de 2008. 84 El País, 13 de noviembre de 2008. 124 millones de euros entre 2001 y 2010. Desde la llegada de Rodríguez Zapatero a La Moncloa este capítulo ha recibido más atención. En la Conferencia de Londres de 2006 España comprometió fondos por 150 millones de euros para cinco años, de los que 50 millones son gestionados por AECID85. Acorde con este compromiso, en enero de 2007 España solicitó y obtuvo el ingreso en la mesa conjunta de coordinación de donantes y el gobierno afgano, el Joint Co-ordination and Mentoring Board, donde se adoptan importantes decisiones sobre la reconstrucción de Afganistán. En la reciente conferencia de donantes de París (junio, 2008), el Ministro de Asuntos no realizó nuevos compromisos por entender suficiente el esfuerzo realizado en la conferencia de Londres, y apostó por incidir en la efectividad de la ayuda a través de mejorar los mecanismos institucionales de Afganistán y de los organismos internacionales implicados en ese país. España realizó su aportación a la conferencia al liderar una estrategia tripartita (España, Polonia y Emiratos Árabes) para la reforma de la agricultura en Afganistán, centrada en identificar cultivos alternativos al opio, con la intención de crear escuelas técnicas de formación en agricultura por todo el país86. AECID ha puesto en marcha un Programa de Infraestructuras de Emergencia que ha cristalizado en la construcción de un puente y una carretera entre Qalai-Naw y Herat, el suministro de agua potable y el tendido eléctrico, la rehabilitación del hospital provincial, módulos escolares en seis centros de la provincia de Badghis, apoyo a instituciones locales y género, entre otros proyectos, que cuentan con un presupuesto de 12,5 millones de euros. Actualmente se realizan proyectos de desarrollo rural, infraestructuras, salud y educación. Por su parte, el ejército había realizado a finales de 2008 un total de 123 proyectos de impacto rápido y repartido varias decenas de toneladas de ayuda humanitaria. Badghis ha pasado del penúltimo al segundo puesto en la 85 Según informaciones oficiales, la mitad de dichos fondos se ha destinado al Fondo Fiduciario Multilateral para la reconstrucción de Afganistán. 86 Respuesta del Secretario de Estado de Asuntos Constitucionales y Parlamentarios a la pregunta escrita (184) al gobierno presentada por Jordi Xuclà i Costa (GC-CiU), BOCG 6 de noviembre de 2008. 125 lista nacional de calidad de servicios de sanidad, según una auditoría de la Universidad John Hopkins y el ministerio de Salud afgano87. Por el momento, España no se plantea asumir nuevos PRT. En contraste con la versión oficial, centros de investigación y ONG ofrecen datos más críticos respecto a la aportación española. La plataforma de ONGD internacionales en Afganistán, ACBAR, señala en un informe el bajo nivel de cumplimiento general de los compromisos de los donantes. En concreto, indica que España figura entre los países que han realizado aportaciones bilaterales más bajas desde 2001, de tan sólo 26 millones de euros88. Según las cifras del gobierno de Afganistán, España sólo ha desembolsado el 10% de la ayuda prometida en el periodo 2002-2011 89. Costes de la presencia española La presencia española en la OLD supuso un coste de 197,8 millones de euros (enero 2002 a julio 2004)90. Por su parte, la presencia en ISAF generó hasta 2006 un coste de 774 millones de euros, resultado de la suma de los datos que figuran en el Cuadro 1 91 , que comprende los gastos entre 2003 y 2005, y el Cuadro 292, que detalla el coste para 2006 que, como se aprecia, ascendió a 237 millones de euros, como se recoge en los cuadros siguientes: Cuadro 1: Presupuesto asignado a la presencia militar en España en Afganistán 2002-2005 87 Intervención de la ministra de Defensa, en su comparecencia ante el Senado, 30 de septiembre de 2008. WALDMAN, Matt, Falling Short. Aid Effectiveness in Afghanistan, ACBAR, marzo de 2008, p. 4. 89 ELIZONDO, Luis, Espacio para respirar. El humanitarismo en Afganistán (2001-2008), Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI), noviembre de 2008. 90 Datos recogidos por el investigador Alejandro Pozo para la plataforma Aturem la Guerra . 91 Respuesta del gobierno a la pregunta escrita 684/036242 del senador Ignacio Cosidó, del Grupo Parlamentario Popular. BOE del Senado nº 537, de 8 de septiembre de 2006, pp. 113. 92 Respuesta del gobierno a la pregunta escrita de la diputada Asunción Oltra Torres (GP). BOE de las Cortes nº 458, 2 de noviembre de 2006, pp. 320 321. 88 126 Cuadro 2: Presupuesto asignado a las misiones militares españolas en el exterior en 2006 Estos presupuestos se incrementan en 2007 y 2008 con los costes de equipamiento para aumentar la seguridad de los contingentes en Afganistán, cifrado en 109 millones de euros. Parte del nuevo equipamiento para Afganistán se inscribe en el Plan de Renovación de Vehículos Blindados BMR destinados a operaciones en el exterior, que supone 321 millones para la adquisición de 575 unidades en tres fases. La primera fase contempla la adquisición de 40 vehículos Lince por 14 millones de euros destinados a las misiones en Afganistán y Líbano –28 están ya en Afganistán-; 80 vehículos más con un coste de 25 millones de euros, y 100 vehículos de mayor tamaño por 75 millones de euros. La segunda fase contempla la adquisición de 355 vehículos más93 y la tercera fase el desarrollo de un nuevo vehículo de transporte. En marzo de 2008, antes de formarse el nuevo gobierno, se aprobó por el procedimiento de urgencia el envío de cuatro aviones no tripulados (UAV) para Afganistán, con un coste de 14 millones de euros, encargados de funciones de 93 Intervención de la Subsecretaria de Defensa, Mª Victoria San José, en el Senado, 19 de noviembre de 2008. 127 información e inteligencia. A ellos se suman 27 aviones más pequeños –los mini UAV-, por 3 millones de euros, que explorarán el terreno antes del paso de los convoyes. Nueve de ellos ya se han enviado. Además, se han mejorado los sistemas de seguridad de la base española en Afganistán y se ha construido nuevas instalaciones para el PRT en Qala-i-Naw. El envío de los OMLT y el patrocinio de la unidad del ejército afgano en Badghis tienen un presupuesto de 200.000 euros mensuales más 200.000 euros de la construcción del acuartelamiento. Argumentos gubernamentales en torno a la misión Gobierno de Aznar El gobierno del PP alegó la legítima defensa como justificación del ataque de EE UU a Afganistán. Argumentó que OLD estaba amparada por la legalidad internacional, bajo el artículo 51 de la Carta, y las resoluciones de la ONU. Ambos sirvieron como base para justificar la integración de España94. Aunque la mención de la legítima defensa entraña la existencia de acciones hostiles, el gobierno explicó la operación ante la opinión pública y el Parlamento como una misión humanitaria, de paz, argumento repetido cuando envió tropas españolas a Irak. El actual líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, presentó las acciones hostiles dentro de una lógica de “choque de civilizaciones”, diciendo que “se trata de una guerra para defender la libertad, los derechos humanos, el modelo de vida occidental y la democracia”. 94 En la decisión del Consejo de ministros del 14 de diciembre de 2001, se lee: “la Comunidad Internacional, sobre la base de distintas Resoluciones del Consejo de las NNUU, está acometiendo a través de una coalición contra el terrorismo liderada por EE UU, diversas acciones en legítima defensa después de los atentados del 11 de septiembre en EE UU”. 128 Por su parte, Gustavo de Arístegui, diputado del Grupo Popular y portavoz en la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso en la anterior legislatura, se desmarcó de las posibles reminiscencias bélicas que pudiera sugerir la operación –mal acogidas en Europa—y se aferró a lógica de la “guerra contra el terrorismo”. Para Arístegui, Afganistán “no se trata de una guerra, es una lucha contra el terrorismo internacional”. Argumentó que España, por la amenaza de ETA, estaba “más obligada que nadie a estar en vanguardia de la lucha contra terror” 95. Con esta afirmación equiparó ambos tipos de terrorismo, una tesis defendida por el partido dentro y fuera de España con fines de política interna. No sorprende, pues, que sostuviera que el nuevo clima de sensibilidad hacia el fenómeno terrorista pudiera servir para liquidar a ETA. Gobiernos de Rodríguez Zapatero Si bien existía una gran distancia en política exterior y en su trasfondo ideológico entre el gobierno del PP y el del PSOE, por lo que se refiere a la misión en Afganistán, las razones fueron muy similares. Se ha insistido en la legalidad de la operación y su carácter humanitario, aunque aplicado a dos operaciones muy distintas: la OLD carecía completamente de estos atributos, mientras que sí estaban presentes, al menos en sus orígenes, en la misión de ISAF. El primer gobierno de Rodríguez Zapatero esgrimió un amplio abanico de razones para justificar la presencia de las tropas españolas en Afganistán. Las justificaciones empleadas tanto el presidente de gobierno como los ministros de Defensa y Exteriores y otros altos cargos se relacionan con: - La seguridad global, por la presencia en Afganistán del foco del terrorismo yihadista y “foco del radicalismo y fundamentalismo que hay que contener”. La operación contribuye, por tanto, a garantizar la seguridad de los afganos, de la región, internacional y de los españoles. También se resaltó la importancia geoestratégica de Afganistán en el mundo. 95 El Mundo, 17 de octubre de 2001. 129 - El imperativo humanitario y moral96, debido a la extrema pobreza, el bajo nivel de desarrollo –tiene “el peor sistema educativo del mundo”97--, y el elevado nivel de destrucción debido a décadas de conflicto armado. Tanto el presidente del gobierno como los sucesivos ministros de Defensa han insistido en que se trata de una misión de la ONU, de reconstrucción, con un objetivo noble y solidario para ayudar a reconstruir un país necesitado, consolidar la democratización y los derechos de la mujer. Ya en 2008, en un contexto de seguridad muy diferente, la ministra de Defensa aludió a la legitimidad de ISAF en el empleo de la fuerza por a tenor de su carácter de misión de imposición de la paz bajo el Capítulo VII de la Carta de la ONU. - El apoyo a misiones de la ONU, cumpliendo la política de multilateralismo eficaz en el orden internacional y respondiendo a la llamada del gobierno afgano. - La conveniencia política y de responsabilidad con el sistema internacional al que España pertenece. Se ha argumentado que “necesitamos a nuestros aliados y nuestros aliados nos necesitan”, y que la Defensa es un instrumento esencial de la política exterior del Estado. Además se ha indicado que “hay que estar donde está la agenda internacional, y hoy el tema número 1 es Afganistán”98. En esta línea, un editorial de El País99 argumentaba la presencia de España en Afganistán como “un tributo que hay que pagar por ser una potencia europea, la octava economía mundial, que está allí donde la defensa de la paz se lo requiere”. 96 “Afganistán: año II de un desafío”, artículo conjunto de Miguel Angel Moratinos y José Antonio Alonso, ABC, 18 de mayo de 2006. 97 Comparecencia del Ministro de Defensa, José Bono ante la Comisión de Defensa del Congreso, El País, 24 de agosto de 2005. 98 Intervención de Pablo Benavides (entonces embajador de España ante la OTAN, en el Seminario España en Afganistán, organizado por el Ministerio de Defensa, Ministerio de Asuntos Exteriores, Real Instituto Elcano y Casa Asia, Madrid, 18 de mayo de 2006. 99 El País, 25 de junio de 2007. 130 - Su condición de país islámico donde se puede poner en la práctica las tesis de la Alianza de Civilizaciones, una de las prioridades en política exterior de Rodríguez Zapatero. - Por ser uno de los principales productores de opio, base de la heroína, y foco del narcotráfico internacional. Esta gama de argumentos plantea dimensiones tan distintas que bien pudiera estar en la base de la confusión existente en la opinión pública, como más adelante se indica en el apartado correspondiente. Cabe recordar que varias de las razones que se han defendido no figuran expresamente en el mandato de ISAF100, como la reconstrucción física del país, la ayuda humanitaria, la democratización, el fortalecimiento de los derechos de los ciudadanos ni la lucha contra el narcotráfico. A este respecto, sin embargo, la OTAN decidió en el otoño de 2008 incluir la lucha directa contra el narcotráfico en las funciones de ISAF. En general, se ha insistido en que se trata de una misión “noble”, pero los compromisos internacionales fueron y son una poderosa razón para permanecer en Afganistán. Este motivo corre paralelo a la aspiración de España y de los españoles en cuestiones de geopolítica mundial101. La obligación percibida de cumplir con su cuota de responsabilidad internacional ha pesado considerablemente en las decisiones de los gobiernos de Rodríguez Zapatero, que aporta sus recursos a la misión de acuerdo con su peso internacional102. Además, ISAF reunía todas las condiciones objetivas que el gobierno consideraba necesarias para implicarse en ella: el Consejo de Seguridad avaló 100 La Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad en Afganistán (ISAF) se crea por la Resolución 1386 (20 diciembre 2001) y su mandato consiste en: 1) garantizar un entorno seguro en Afganistán y apoyar al Gobierno afgano para extender su autoridad en todo el país para permitir la reconstrucción; 2) controlar el aeropuerto de Kabul y las comunicaciones aéreas; y 3) mejorar las capacidades de la Policía y el Ejército afganos. ISAF se nutrió de la aportación voluntaria de tropas. 101 Entrevista al presidente del Gobierno, El País, 2 de septiembre de 2007. 102 Comparecencia del Ministro de Defensa, José Antonio Alonso, en la Comisión de Defensa del Congreso, 28 de marzo de 2007. 131 la misión y los afganos la aceptaban, existían unas condiciones objetivas dramáticas en el país, los principales socios de España estaban presentes y ya existía una presencia española. Sin entusiasmo, pero empujada por una combinación de factores, el ejecutivo de Rodríguez Zapatero continuó y amplió su compromiso en Afganistán. Si comparamos los motivos que justificaron las decisiones de uno y otro gobierno, se puede inferir que el gobierno de Aznar fue más idealista, en el sentido de que ideológicamente se adhería plenamente al proyecto y las ideas de la administración Bush, la guerra contra el terrorismo, la guerra preventiva y el empleo de la fuerza para asegurar un modelo de sociedad, aunque introdujo el ingrediente pragmático sobre la identificación de todos los tipos de terrorismo para obtener réditos internos. Por su parte, si bien los ideales humanitarios forman parte de los valores y el discurso del gobierno de Rodríguez Zapatero, éste ha sido mucho más pragmático al expresar la conveniencia política y la responsabilidad internacional como móviles de sus decisiones. Como resultado, ha terminado apoyando, aunque sea de forma tangencial, un proyecto promovido por EE UU dentro de la lógica de la guerra preventiva y la remodelación del “Gran Oriente Medio”, a gran distancia ideológica de las tesis del actual mandatario español. LOS DEBATES EN ESPAÑA EN TORNO A AFGANISTÁN La presencia española en Afganistán ha generado y genera intensos debates en círculos políticos y en la sociedad en torno a distintas cuestiones. Se trata de una situación inusual, que no se ha producido en torno a otras misiones en el exterior, como las de Balcanes, Haití, Congo, Líbano o Chad. El debate sólo es superado por la polémica y profunda división que suscitó el despliegue en Irak. La pregunta sobre las razones para estar en Afganistán y la conveniencia de continuar flota en el ambiente de forma más o menos patente, como pone de 132 manifiesto la publicación de editoriales y artículos de prensa tratando periódicamente la cuestión103. Este apartado examina los debates suscitados en torno a la misión. La primera parte examina las posiciones de los principales grupos parlamentarios. A continuación se analizan las cuestiones de debate, incluyendo tanto las posiciones de los grupos parlamentarios como de la sociedad civil. Por último, se examinan las percepciones de la opinión pública sobre esta cuestión. El Parlamente ante la misión La presencia española en Afganistán ha recibido el respaldo parlamentario mayoritario desde 2001, con la excepción del Bloque Nacionalista Galego y el bloque IU-IPC, que se ha mantenido desde 2001. Sin embargo, ha generado numerosos en intensos debates. Como indicó el anterior ministro de Defensa, José Antonio Alonso, “la misión en Afganistán ha sido seguramente la que ha tenido mayor presencia y mayor visibilidad parlamentaria”104. Después de la perdida del poder del PP en las elecciones del 2004 la cuestión de Afganistán se utilizó como campo de batalla ideológica entre los dos principales partidos. Esto ha conducido a una politización de la misión, muy lejos del pacto de Estado en torno a misiones en el exterior que debería haber guiado la legislatura. Con un gobierno carente de mayoría absoluta y sometido a una oposición desleal por parte del principal partido de la oposición, ganar la adhesión de los grupos parlamentarios constituyó un punto crucial para el primer gobierno de Rodríguez Zapatero. 103 Entre ellos, RASHID, Ahmed, “España y Afganistán”, El País, 12 de mayo de 2006; BASSETS, Lluis, “¿Qué hacemos en Afganistán?, El País, 26 de abril de 2007; NUÑEZ, Jesús, “España en la oscura primavera afgana”, El País, 30 de abril de 2007 y “Afganistán, un problema de todos”, El País, 11 de noviembre de 2008; y SARTORIUS, Nicolás, “¿Hay que enviar más tropas a Afganistán?, El País, 8 de enero de 2009. 104 Intervención del Ministro de Defensa ante la Comisión de Defensa del Congreso, 25 de septiembre de 2007. 133 En la presente legislatura se detecta cierta relajación de la actitud de acoso y paralelamente la misión en Afganistán ha rebajado su carga política. Llama la atención, sin embargo, que continúan apareciendo cuestiones debatidas en repetidas ocasiones en la anterior legislatura, como la naturaleza de la misión. Grupo Parlamentario Socialista El PSOE apoyó al gobierno de Aznar cuando se integró en OLD, y después en ISAF. Actualmente justifica la pertenencia a ISAF en base a una necesidad en pro de la seguridad internacional, además de la razón moral-humanitaria. La legalidad y la legitimidad, junto con la naturaleza humanitaria de la misión avalada por la ONU constituyen el eje de su argumentación. Estiman que la presencia en ISAF responde a las condiciones mínimas que exige la opinión pública. Niega que el fortalecimiento de la misión española se deba a un efecto compensatorio por Irak –de lo que se le ha acusado- y argumentan que el apoyo del gobierno de José María Aznar a OLD comprometía un número de fuerzas muy superior al que hoy están participando en ISAF en Afganistán, aunque la mayor parte de tales fuerzas eran oficiales de la Armada y se encontraban lejos del teatro de operaciones. Grupo Parlamentario Popular El PP, que respalda la misión de Afganistán, entiende que el agravamiento de la seguridad debería llevar aparejado una aumento de tropas, incluso unirse al grupo de países que desarrollan misiones de combate, y la eliminación de los caveats. Admite, no obstante, que si la población española rechaza el objetivo de la misión, es difícil alcanzar el éxito, por muchos soldados que haya en el terreno. Sin embargo, su acción desde la oposición no se ha basado tanto en este u otro argumento legítimo, sino que se ha orientado más hacia un ataque sistemático a las acciones del gobierno y el planteamiento de cualquier decisión como problema. La política sistemática de entorpecimiento y crispación realizada por el PP durante el primer gobierno de Rodríguez 134 Zapatero es interpretada por algunos analistas como una decisión consciente del partido de “iraquizar” Afganistán, esto es, de crear las condiciones para que la misión afgana acabara empantanando políticamente al gobierno del PSOE como la de Irak dañó al gobierno del PP. Al intentar convertir la misión en Afganistán en “el Irak del PSOE” se equiparan las dos operaciones, descargando así los errores de la misión de Irak. El Grupo Popular entiende que la política del Gobierno en misiones de paz entraña una paradoja entre un discurso muy pacifista, que renuncia de forma expresa al uso de la fuerza en cualquier circunstancia, y la práctica, que lleva a desplegar tropas en lugares muy peligrosos, como Congo, Afganistán o Líbano. Grupo Parlamentario de Izquierda Unida/Iniciativa per Catalunya El Grupo IU/IPC se opuso desde el inicio a esta misión, tanto a la presencia española en OLD, como a la presencia en ISAF por entender que se trató de un ataque unilateral de EE UU, dentro de la guerra preventiva iniciada después del 11-S, y que posteriormente la ONU cubrió la intervención, a la que se asoció la misión de ISAF de la OTAN. Por tanto, “España no pinta nada en esa guerra de invasión promovida por Bush con el único objeto, hasta ahora fallido, de encontrar a Bin Laden”105. Aunque minoritaria, la posición de IU/IPC y BNG introduce en el debate una visión crítica de la presencia militar española en Afganistán y pone sobre la mesa la propuesta de la retirada de tropas, que ha sido apoyada puntualmente por los grupos nacionalistas106. Además, promueve un programa no militar de 105 Declaraciones de Isaura Navarro. El País, 4 de mayo de 2006. En el debate celebrado en la Comisión de Defensa del Congreso el 14 de marzo de 2007, en que IU reclamó al Gobierno la presentación de un calendario de retirada de Afganistán que debía culminar antes fin año, junto a IU votó Eusko Alkartasuna, del Grupo Vasco, y Ezquerra Republicana de Catalunya (ERC) se abstuvo. En mayo de 2008 el grupo parlamentario ERC/IU/IPC presentó en el Congreso una proposición no de ley para su debate en la Comisión de Defensa en la que se alega la contradicción de la presencia española en Afganistán con la estrategia de la Alianza de Civilizaciones y, por tanto, proponen reorientar los esfuerzos hacia el ámbito civil, diseñar una estrategia propia de la participación española en operaciones de paz y establecer un calendario definitivo de retirada de las tropas españolas. 106 135 cooperación solidaria de servicios básicos desde un firme compromiso en la defensa de los derechos humanos y la legalidad internacional107. IU interpreta que la situación en Afganistán está en deterioro vertiginoso al que la OTAN responde manteniendo una estrategia que cada vez tiene peores resultados, tanto en la seguridad como en la consolidación de la democracia y en derechos humanos. La operación se halla en un círculo vicioso de ocupación militar sin estrategia política de solución autónoma al conflicto. Su diagnóstico de la situación es, como poco, de estancamiento, lo que obliga a una presencia indefinida de las tropas. En contraste a la de Afganistán, IU/IPC apoya la misión en Líbano por entender que se trata de una misión de imposición de la paz después de la guerra, bajo la única bandera de la ONU. Junto a las críticas, en la presente legislatura el grupo parlamentario ha presentado un plan propositivo para Afganistán que incluye el desarrollo de una estrategia política en contraste a la actual estrategia militar, que contemplaría: a) promover el diálogo político en el interior del país; b) buscar la seguridad regional, no la seguridad internacional; c)retirada de las fuerzas de ocupación; d)apoyar la reconstrucción civil y una estrategia europea propia108. Otros grupos parlamentarios El Bloque Nacionalista Galego, del Grupo Mixto, también se ha opuesto a la presencia de las tropas españolas en Afganistán. El BNG sostiene que el actual aumento de la inseguridad tiene su origen en la ofensiva militar de EE UU, y, por tanto se opone al aumento de tropas a fin de no contribuir a aumentar el caos y la violencia en Afganistán. Argumenta la necesidad de devolver la soberanía al país109. 107 A la Mesa del Congreso de los Diputados, escrito de Gaspar Llamazares y Joan Herrera, 1 de junio de 2006. 108 Intervención de Julio Llamazares en la Comisión de Defensa del Congreso, 17 de noviembre de 2008. 109 Pregunta al Gobierno del diputado Francisco Rodríguez, del 18 de abril de 2006. 136 Por su parte, el Grupo Parlamentario Catalán (Convergencia i Unió) se ha pronunciado a favor de la presencia en Afganistán, pero en contra de aumentar las tropas. Los integrantes del Grupo Vasco (PNV y EA) en las votaciones más recientes han dado su apoyo al gobierno, pero ha expresando sus reservas. Cuestiones de debate Naturaleza y legalidad de la misión Uno de los principales ejes de debate ha girando en torno a la naturaleza de la misión. La importancia de esta cuestión se relaciona por un lado, con su legalidad y legitimidad y, por otro, con su propia esencia, si se trata de una misión de paz, o de guerra. El primer punto de debate se desencadenó pocos días después del 11-S respecto a la cuestión de si era o no aplicable la legítima defensa que argumentaba EE UU como razón de la puesta en marcha de la Operación Libertad Duradera (OLD). Como señala Alejandro Pozo, “de acuerdo con el Artículo 51, que regula el derecho a la legítima defensa, para que las hostilidades estén legitimadas tienen que estar permitidas por el Consejo de Seguridad, y respetar los principios de necesidad (debe tratarse de defensa, no de venganza o represalia) provisionalidad (cuando el Consejo tome medidas, cesará el derecho a la defensa unilateral) y proporcionalidad (los ataques de la defensa los recibirán los autores de los ataques originales) […] los tres principios mencionados no fueron cumplidos”.110 110 POZO, Alejandro, “¿Es legal lo que hace España en Afganistán?”, Materials de Treball nº 28, Centre d'Estudis per a la Pau J.M.Delàs - Justícia i Pau, abril, 2006. 137 El Consejo de Seguridad en sus Resoluciones 1368, del 12 de septiembre de 2001, y 1373, del 28 de septiembre, reconoce de forma tangencial el derecho a la legítima defensa, de acuerdo a la Carta de la Naciones Unidas, y aunque se manifestó de forma ambigua respecto al uso de la fuerza, las resoluciones traslucen que la lucha contra el terrorismo internacional debe encauzarse a través de la colaboración en materia de información, la justicia internacional y la intervención de los activos de las redes terroristas. No se da, pues, cobertura legal expresa al operativo militar que estaba preparando Estados Unidos. En cuando a ISAF, no hay duda de que la resolución 1386 y posteriores da cobertura legal a su existencia. Aun siendo legal, sin embargo, su cercanía a OLD cuestiona su legitimidad. Pozo sostiene que la ilegalidad de OLD salpica a ISAF, poniendo en entredicho su legitimidad. “No se puede concebir ISAF sin Libertad Duradera. De hecho, la creación de la primera es una consecuencia del interés por legitimar la segunda”, señala Pozo, y añade “el intento de legalizar una operación a través de la otra convierte la nueva fusión en otro proyecto contrario al Derecho Internacional”111. Éste es el mismo argumento mantenido por Carlos Taibo112, quien duda de la legalidad de la operación por la relación existente entre OLD e ISAF. Estima que a través de los PRT –como ya se ha indicado, la asistencia humanitaria no se recoge en el mandato de ISAF— se esta legitimado a OLD y se violenta la condición de ISAF por usurpación del papel humanitario por parte de los ejércitos. Por tanto, al no limitarse a las tareas expresas de su mandato, resulta cuestionable113. IU/IPC se suma al debate indicando la misión de ISAF se ve cuestionada cada día por OLD: resulta cada vez más difícil mantener una operación de guerra y otra de reconstrucción de forma paralela. La creciente convergencia entre las dos operaciones, los bombardeos indiscriminados sobre civiles y las violentas manifestaciones de los afganos contra las tropas extranjeras –sin distinción-son elementos que ponen en tela de juicio la legitimidad –aunque no la legalidad-- de la misión de la OTAN. Estos argumentos son implícitamente 111 Comunicado ante una eventual ampliación de las tropas en Afganistán, Centre d’Estudis per a la Pau J.M. Delàs, 5 de mayo de 2006. 112 TAIBO, Carlos, “¿Afganistán? No, gracias”, El País, 13 de mayo de 2006. 113 POZO, Alejandro, Tropes espanyoles a l’Afganistan?. Materials per debatre el desplegament militar, Plataforma Aturem la Guerra, mayo de 2007. 138 aceptados desde el actual gobierno cuando admite que está dispuesto a mantener la presencia española en Afganistán mientras pueda cumplir su misión original (de apoyo a la reconstrucción). En el momento en que ésta se haga imposible, bien por deterioro de la seguridad, por el aumento de victimas civiles o por ser percibidos como ocupantes, y, en definitiva, si la presencia española se convierte más en parte del problema que de la solución, restaría razones para justificar la misión. Respecto a la naturaleza de la misión, el gobierno de Rodríguez Zapatero se ha insistido en que se trata de una misión de paz, legal, y realizada al amparo de las Naciones Unidas. En este sentido, la ministra de Defensa ha enfatizado que continúa siendo una misión “de imposición de la paz” que no ha variado su naturaleza, sino que lo que ha cambiado han sido las circunstancias de la seguridad en Afganistán. Sin embargo, esta cuestión ha alimentado múltiples debates que, en ocasiones, han tenido clara intencionalidad política. Si bien es cierto que se encuadra bajo el Capítulo VII de la Carta de la ONU como misión de imposición de la paz, participa también de otras características que recibió la generación de misiones internacionales surgidas después del 11S. La de Afganistán forma parte de las operaciones de estabilización más enérgicas114, bajo liderazgo de EE UU, que combinan la lucha antiterrorista por medios militares junto a elementos de reconstrucción; se encuentra, pues, a cierta distancia tanto ideológica como operativa de las misiones de paz clásicas de Naciones Unidas, con liderazgo multilateral. Aprovechando la complejidad y las contradicciones que tiene la misión en el ámbito internacional, el PP ha seguido la estrategia de utilizar las bajas que se producen para rebatir el argumento esencial del gobierno de que se trata de una misión humanitaria y una operación de paz, y contraataca con la idea de que se trata básicamente de una guerra. Después de la muerte por acción hostil de la soldado Idoia Rodríguez en 2007 surgió una polémica en torno al distintivo de las medallas concedidas, si debía ser banda roja o amarilla. La banda roja que pedía el PP sólo se concede en casos de muertes en acciones 114 Para un análisis detallado, ver BARANYI, Stephen, ¿Estabilización o paz sostenible? ¿Qué clase de paz es posible después del 11-S?, Centro de Investigación para la Paz, 2006. 139 bélicas, y el debate se centró en si las muertes resultado de atentados terroristas en acciones en el exterior deberían considerarse una forma de ataque bélico en determinados contextos. En realidad, el debate escondía la cuestión crucial sobre la naturaleza de la misión: si se concedía el distintivo rojo equivalía a admitir que Afganistán es, en realidad, una guerra. Se trasluce aquí el intento desde la oposición de manejar a conveniencia el sentimiento antibelicista del conjunto de los españoles para crear problemas al gobierno. Para el ejecutivo, por tanto, toda participación española en el exterior que el partido de la oposición pueda interpretar como guerra se considera “muy delicada”115. En la controversia entre gobierno y oposición existe una confusión de base, y es que el gobierno alude a la naturaleza de la misión –humanitaria y de paz--, mientras que el PP se refiere al empeoramiento de ese escenario116. La complejidad del caso contribuye a crear este tipo de malentendidos que enfangan el debate y aportan muy poca luz. Como explica el analista Mariano Aguirre, además de la complejidad de los mandatos de las misiones internacionales, “algunos gobiernos colaboran con la confusión entre guerra e intervención humanitaria, unas veces por ignorancia y otras con el fin de evitar que se les acuse de enviar a sus soldados a guerras por causas no directamente relacionadas con la seguridad nacional.[…] El problema empieza cuando esas misiones humanitarias se vuelven peligrosas y hay víctimas entre las tropas. Entonces puede ocurrir que parte de la sociedad pregunte: ‘¿por qué ponemos en riesgo a nuestros soldados en una misión que no tiene relación con nuestra seguridad nacional?’. Para sortear estos obstáculos de la diversidad de opiniones o lo que puede denominarse ‘el dilema de la legitimación del uso de la fuerza’, los gobiernos aplican de manera flexible diversas definiciones de una misma misión, desde la intervención humanitaria a la guerra, pasando por la 115 Soledad Gallego-Díaz, El País, 4 marzo 07. Para un análisis más detallado de las posiciones de gobierno y oposición, ver DEL VISO, Nuria, “Una misión de paz en medio de un conflicto”, El Correo, 28 de septiembre de 2007. 116 140 lucha contra las tiranías, la promoción de la democracia y hasta la lucha global contra el terrorismo. El resultado final es que se produce un abismo entre los gobernantes, los mandos militares y la sociedad”117. Por su parte, el columnista Andrés Ortega argumenta118 que se trata de operaciones de paz, pero no pacíficas, motivo por el que se envían fuerzas armadas, y explica la complejidad de las modernas operaciones de la comunidad internacional dirigidas a “generar estabilidad, seguridad, desarrollo, propiedad y establecimiento de instituciones, con una integración de esfuerzo”. Aunque resulta difícil definir en un escenario de rapidísima evolución, de estos argumento puede extraerse la idea de que se trata de una misión de imposición de la paz de mandato amplio, más enérgica y que se ha visto envuelta en un panorama creciente de conflicto –el número de muertes fruto de los enfrentamientos –unas 4.500 al año-- supera con creces el umbral establecido para que se considere un conflicto (1.000). Nos encontramos pues, con la paradoja de unas tropas equipadas para una misión de paz sumidas en combates y tácticas asimétricas para las que originalmente no estaban preparadas. La percepción de “guerra” viene reforzada por el enfoque militarista que EE UU ha imprimido al combate de la insurgencia. Riesgos y volumen de tropas Los riesgos que entraña la misión han concentrado buena parte de los debates y constituye la clave del apoyo o el rechazo a la presencia española en Afganistán. Se trata de una cuestión de medida, tanto para la opinión pública como para la clase política: si los riesgos se mantienen dentro de parámetros “asumibles”, habrá apoyo; pero si éstos exceden lo que se entiende como las obligaciones de España, la balanza se inclinará a favor de la retirada. Como argumenta Herfried Münkler119, las democracias modernas, por estar más inclinadas al diálogo que al sacrificio, están poco dispuestas a asumir la 117 AGUIRRE, Mariano, “Guerras y operaciones de paz, ¿juegos de palabras?”, Política Exterior, nº 118, julio/agosto 2007. 118 ORTEGA, Andrés, “De paz; no pacíficas”, El País, 2 de julio de 2007. 119 MÜNKLER, Herfried, “Las guerras del siglo XXI”, Revista Internacional de la Cruz Roja, nº 849, 31 de marzo de 2003. 141 muerte de sus soldados. En los enfrentamientos asimétricos, esas “sociedades posheróicas” harán todo lo posible por minimizar las bajas propias, compensándolo a través de una tecnología superior. Esta es precisamente la estrategia adoptada por el gobierno de Rodríguez Zapatero, como muestra la renovación de los vehículos blindados BMR por los Lince –actualizados con inhibidor de frecuencia y sistemas de comunicaciones-, los sistemas de visión nocturna, la mejora de la seguridad de las instalaciones con videocámaras y el envío de aviones no tripulados de reconocimiento e información. La preocupación sobre los riesgos atiende a tres aspectos: a) Seguridad de la zona b) Medidas para minimizar los riesgos para las tropas c) Amenaza yihadista en España a) Seguridad de la zona En la selección de la zona oeste para el asentamiento de las tropas españolas pesó, entre otros, el criterio de seguridad, aunque nunca se ha escondido el riesgo existente. Los servicios de inteligencia militar y el CNI realizaron en 2005 una evaluación de los riesgos en la zona Oeste, que concluyeron que “no se percibe hostilidad por parte de la población civil o no existe”. El riesgo se calificó de “moderado”. Sin embargo, a partir de 2006 se ha complicado la situación de seguridad en todo el país. Como indicó el ex ministro de Defensa, Alonso, “se ha revuelto el avispero en Afganistán”120. No obstante se mostró convencido que no tendría repercusiones en la provincia de Badghis. Esta situación ha cambiado en los últimos años. En noviembre de 2006 los servicios de inteligencia alertaron del aumento del riesgo para las tropas, y se confirmó la presencia de taliban y señores de la droga en el norte de la provincia de Badghis. En 2008 se detectó presencia insurgente en el norte de la provincia y se han producido algunos incidentes violentos con las tropas españolas. El contingente español ya había sufrido acciones hostiles desde finales de 2005, pero a partir de junio de 2006 se produce una escalada y en los cinco 120 El País, 20 de octubre de 2006. 142 meses siguientes sufren cinco incidentes, incluyendo la primera baja por ataques de la insurgencia: un artefacto explosivo produjo la muerte de un soldado en julio de 2006. En febrero de 2007 se produjo la segunda muerte, la de la soldado Idoia Rodríguez por ataque insurgente cuando el blindado en que viajaba pisó una mina en la provincia de Farah. Esta muerte causó especial conmoción en la opinión pública y generó tres comparecencias del ministro de Defensa, dos en el Congreso y una en el Senado. Desde el PP se ha interpretado que el Ejecutivo no había advertido sobre los riesgos de la misión, aunque en las sucesivas comparecencias no ha dejado de mencionarse la complejidad del escenario. Un atentado a las tropas españolas en la misión de cascos azules en Líbano a fines de junio de 2007 desató una nueva polémica sobre la dotación de inhibidores de frecuencia de explosivos en los vehículos que utilizan las tropas españolas en el exterior. Sin embargo, minas como la que mató a Idoia Rodríguez o el artefacto explosivo de Líbano no son detectadas por los inhibidores. Con ocasión de esta polémica, se ha recordado que las tropas enviadas por el anterior gobierno a Irak y a Afganistán carecían no sólo de inhibidores, sino incluso de blindaje en muchos vehículos. En julio de 2007 las tropas españolas sufrieron, aunque sin daños, la primera emboscada e intercambio de fuego con un grupo taliban. Este hecho se calificó como de “salto cualitativo en la escalada de violencia en la provincia de Badghis”121. Ya no se trató de minas o artefactos explosivos improvisados (IED) como en anteriores ocasiones, sino de un ataque directo. Hasta ese momento, el argumento de Defensa para rechazar la petición de aumento de tropas se basaba en parte en que no se producía este tipo de ataques. En agosto se produce un nuevo ataque a una patrulla española cerca de Qala i Naw. En septiembre de 2007 murieron dos soldados más y se produjeron tres heridos graves cuando un artefacto, posiblemente una mina, explotó al paso del primer vehículo de una columna en la provincia de Farah. El blindado 121 GONZALEZ, Miguel, “Primera emboscada contra una patrulla española en Afganistán”, El País, 24 de julio, 2007. 143 estaba equipado con inhibidor de frecuencia. En noviembre de 2008 un nuevo atentado en Farah contra una columna causa la muerte a dos soldados del contingente español. Además de los indicados, desde el inicio de la misión han fallecido dos soldados más, uno por infarto de miocardio y otro al volcar el vehículo blindado en que viajaba. En total, hasta finales de 2008, las muertes de militares españoles en Afganistán se elevaban a 87, una de las cifras más altas de los países participantes en la misión. b) Medidas para minimizar los riesgos Si hay una cuestión en la que líderes políticos, analistas y ciudadanos están de acuerdo es que los soldados españoles deben disponer de las máximas medidas de seguridad, y no existen objeciones respecto al coste. Las primeras víctimas por ataques de la insurgencia y el nuevo fenómeno de los enfrentamientos abiertos suscitaron el debate en torno a si los soldados estaban suficientemente equipados para minimizar los riesgos. Frente a las recriminaciones del principal partido de la oposición, Alonso defendió que “el riesgo cero es inalcanzable”, y sostuvo que una vez suministrado el mejor material, la amenaza depende de la naturaleza del riesgo, que es de carácter terrorista. Por su parte, la ministra de Defensa ha afirmado que la seguridad de las tropas figura entre las prioridades de Defensa en sus misiones internacionales, junto con la legalidad122. El debate sobre la seguridad de las tropas ha llevado a otro, el del posible aumento del contingente –tal fue el argumento en el aumento de soldados realizado en mayo de 2006-, en un intento por blindarse ante eventuales ataques. En un contexto de agravamiento de los enfrentamientos con la insurgencia, esta estrategia podría desembocar en una ampliación de tropas sin fin para proteger a las anteriores. Sin embargo, el gobierno ha bloqueado 122 Comparecencia en la Comisión de Defensa del Congreso para explicar las líneas generales de su departamento, 30 de junio de 2008. 144 esta vía123: Alonso argumentó en 2006 que el tamaño actual del contingente está dimensionado para la actividad civil y el volumen actual del contingente es el adecuado. Desde el gobierno insisten que siempre que los mandos del Ejército han pedido tropas con un fundamento, se les ha dado. La congelación del contingente ha levantado críticas tanto por la izquierda como por la derecha del espectro político. IU argumentó que no se justificaba un incremento de tropas, precisamente porque el aumento de la inseguridad debería llevar al gobierno al repliegue, no a empantanarse más con nuevos efectivos. Para el PP constituye un error porque no obedece a una razón estratégica ni a un criterio lógico, sino a condiciones políticas de no querer asumir más riesgos, lo que paradójicamente conduce a enfrentar más riesgos. En la presente legislatura, aunque se respeta el espíritu de no aumentar el contingente, se observa un nuevo talante, personalizado por la ministra de Defensa, de acceder a ligeros aumentos del contingente, bien del personal para operar los aviones no tripulado, bien para nutrir los equipos españoles de entrenamiento del ejército afgano. c) Amenaza yihadista en España Después del atentado del 11-M, que muchos españoles vincularon con la presencia de tropas españolas en Irak, España volvió a convertirse en objetivo de las amenazas de Al Qaeda por el envío de tropas a Afganistán124. El canal de Internet La Voz del Califato lanzó una advertencia expresa al gobierno español, que “ha engañado a su pueblo al retirar las tropas de Irak y enviar otros 600 soldados a Afganistán”. En su excelente análisis sobre las amenazas del terrorismo yihadista, el especialista Fernando Reinares confirma que existe un alto riesgo de acciones terroristas en España, tanto por las constantes referencias a recuperar AlAldalus como por la proximidad al Magreb, donde se han reorganizado grupos 123 Comparecencia del Ministro de Defensa en la Comisión de Defensa del Congreso, 28 de marzo de 2007. 124 El País, 13 de marzo de 2007; El Mundo, 13 de marzo de 2007. 145 y células que actualmente forman parte de Al Qaeda. Reinares estima que existe una “amenaza permanente” para España125. La detención en mayo de 2007 de 16 personas de una red asentada en Cataluña dedicada a reclutar y enviar a combatientes yihadistas a Irak y Afganistán avalaban este análisis. Las amenazas de los grupos yihadistas reaparecieron en noviembre de 2008 con la difusión de un vídeo del líder talibán Shaykh Abd al-Basit a través del Yihad Center que amenazaba directamente a intereses españoles, tanto dentro como fuera de Afganistán, si España no retiraba las tropas de aquel país. El vídeo fue difundido el 14 de noviembre, sólo cinco días después del atentado suicida que costó la vida a dos soldados españoles126. El riesgo de sufrir nuevos atentados terroristas en suelo español como el del 11-M alimenta tanto las tesis a favor de rechazar la presencia de tropas en Afganistán en una parte de la sociedad española como los argumentos de los que interpretan la amenaza precisamente para justificar la necesidad de combatir al terrorismo allá donde se encuentre. En cualquier caso, el temor a nuevos atentados en suelo europeo es utilizado por los grupos extremistas para –a través de sus opiniones públicas- presiona a los gobiernos de la misión en Afganistán para que retiren sus tropas. Evolución: Dos misiones, un sólo mando La revisión del plan de operaciones de la OTAN en diciembre de 2005 encontró la oposición del gobierno español, que pidió expresamente a los ministros de Exteriores en la Asamblea Atlántica que las dos misiones se mantuvieran diferenciadas. El ejecutivo vinculó la petición al deseo de la opinión pública española, que se había opuesto a la guerra de Irak. Pese a las reservas expresadas en la Asamblea Atlántica y al hecho de que la OTAN asumiera en 2006 la responsabilidad de la seguridad en el sur y este de Afganistán, los representantes del gobierno y miembros del PSOE insisten en 125 REINARES, Fernando, ¿Cuál es la amenaza que el terrorismo yihadista supone actualmente para España?, Real Instituto Elcano, ARI 33/2007, 8 de marzo de 2007. 126 El País, 27 de noviembre de 2008. 146 sus comparecencias parlamentarias en que se trata de dos operaciones distintas –y que la opinión pública las diferencia--, aunque admiten que se produce cierta contaminación de ISAF por OLD127. En contraste, algunos analistas coinciden con IU/IPC128 en que se ha producido una fusión de las dos misiones: aunque técnicamente permanecen separadas129, los objetivos y las acciones se parecen cada vez más. Sobre el terreno, el progresivo solapamiento entre las dos misiones ha creado ambigüedad. En febrero de 2007 culminó la integración del mando bajo las órdenes de un general estadounidense, lo que proporciona a OLD el paraguas legal de ISAF. Aunque por diferentes razones, tanto IU/IPC como el PP han solicitado al gobierno que reevalúe su posición en Afganistán por los sustantivos cambios que se han operado en el terreno. El portavoz del PP en la Comisión de Defensa, López-Amor130, llegó a pedir que se vote de nuevo el respaldo a la misión “porque la situación excede claramente la autorización que se dio al Gobierno en mayo 2006”. Por su parte, IU/IPC estima que el aumento de los enfrentamientos y la fusión de las dos operaciones dificultan –si no impiden-- la misión de reconstrucción de ISAF, lo que refuerza aún más el argumento de la retirada. Este grupo estima que las tropas españolas han dado un salto cualitativo en cuanto a sus funciones, ya que no se limitan a reconstrucción, sino que participan en misiones de combate antiterrorista131, lo que desborda el mandato del Parlamento. La articulación y organización de las misiones no dejaría de ser una cuestión interna si no fuera porque en este punto está en juego el asunto de la 127 Sin embargo, como recuerda Alejandro Pozo, este extremo fue admitido por el anterior ministro de Defensa, José Bono, en su comparecencia en febrero de 2006. 128 Sesión del Congreso del 25 de abril de 2006. 129 Unos 12.000 soldados de OLD se integraron en ISAF en octubre de 2006. 130 Sesión de la Comisión de Defensa del Congreso, 28 de marzo de 2007. 131 En alusión a la Operación Año Nuevo realizada en 2007 por soldados italianos y españoles en Farah para sellar la zona ante la posible infiltración de taliban desde el sur, donde la OTAN había llevado a cabo la Operación Aquiles a finales de 2006. 147 legitimidad y la legalidad. La integración de las dos misiones puede interpretarse como un golpe de mano de EE UU para revestir sus acciones de la legalidad internacional y la legitimidad de que carecían. Además, la convergencia de las dos misiones no ha resultado en una mayor coordinación, como cabría esperar, sino que OLD sigue actuando con gran autonomía. Métodos empleados y víctimas civiles El uso indiscriminado y desproporcionado de la fuerza principalmente por parte de EE UU, pero también de la OTAN, ha provocado numerosas víctimas civiles y el distanciamiento de la población afgana. Los métodos empleados por EE UU han incluido la tortura, bombardeos indiscriminados, detenciones arbitrarias, ejecuciones extrajudiciales, creación del limbo jurídico en Guantánamo (Cuba) y de Bagram (Afganistán) y registros casa por casa que ofenden las costumbres afganas. Estas prácticas exceden claramente los límites del Derecho Internacional Humanitario y los Derechos Humanos. La convergencia de las dos misiones y las dudosas prácticas de Washington han erosionado la credibilidad de ISAF. Varios países europeos se han desmarcado de tales actuaciones y han expresado oficialmente su protesta. El gobierno español envió en mayo de 2007 una queja formal a EE UU después de una serie de bombardeos que causaron un elevado número de víctimas civiles. Suscitó especial malestar en el ejecutivo que uno de estos incidentes se produjera en la zona de responsabilidad española sin que los mandos estadounidenses avisaran previamente a sus homólogos españoles. España exigió tres condiciones para evitar estas actuaciones en el futuro: 1) evaluación cuidadosa de la necesidad de la operación; 2) uso proporcionado de la fuerza; y 3) estrecha coordinación ISAF-OLD. Estas peticiones fueron respaldadas por Alemania, Francia e Italia. Aunque EE UU se mostró comprensivo con los argumentos, se han repitiendo los bombardeos. En un incidente especialmente grave en agosto de 2008 murieron 90 personas. Aunque EE UU alegó que se trataba de insurgentes, una investigación de la ONU mostró que se trataba de civiles, entre ellos 60 148 niños. Para el actual gobierno, es fundamental mantener una política de muertes cero, aunque ello implique la evasión de algunos insurgentes. En España, mientras unos condonan los bombardeos como mal necesario de la “guerra contra el terrorismo”, otros lo consideran intolerable mientras arrecian las críticas a la actuación estadounidense y, en general, a la misión. Soluciones y vías de salida: retirada, congelación o combate Existe unanimidad de políticos y analistas sobre la gravedad de la situación en Afganistán y la necesidad de replantear la misión. Las diferencias surgen a la hora de prescribir la receta, que presenta una amplia gama de opciones, desde la retirada a la implicación total en los combates, pasando por mantener un perfil discreto. En este apartado, se examinan las posibles soluciones barajadas para revertir la situación y encontrar vías de salida. En este sentido, la posibilidad de negociar con la insurgencia se perfila creciente como una opción probable. El PP ha expresado en sus intervenciones su concordancia con la estrategia de “mantener el rumbo” que defendió la administración Bush. Recomienda: 1) reducir las restricciones operativas sobre las tropas de las misiones europeas132; 2) replantear la estrategia de lucha contra el narcotráfico, que está financiando a la insurgencia, estableciendo como prioridad la erradicación de cultivos e implicando a las organizaciones internacionales (OTAN) en su combate; 3) en la zona de responsabilidad de España, responder con más contundencia porque que consideran que ya no es suficiente utilizar medidas de autodefensa; y 4) unificar totalmente ISAF y OLD para dar mayor coherencia a la misión. Estas medidas, sin embargo, insisten en una estrategia y unos métodos que son los que han conducido precisamente a la situación actual, y es poco 132 Aunque el PP abogue por eliminar las restricciones operativas o caveats, cabe recordar que la autorización específica de las autoridades españolas es algo que ya se contemplaba durante la participación en OLD. 149 probable que en un escenario más polarizado y complejo pudieran ofrecer unos resultados más positivos que hasta ahora. Por su parte, el Grupo Parlamentario Socialista aboga por exigir mayor responsabilidad a Karzai en buen gobierno y a Pakistán en cuanto a control de la frontera común. Sin duda, ambas medidas ayudarían y deben formar parte de una estrategia más exitosa, pero deben ir acompañadas de otros ingredientes: cesar las acciones contraproducentes; un mayor énfasis en la reconstrucción y la mejora de las condiciones de vida de los afganos; un enfoque regional, no sólo incluyendo a Pakistán sino a otros vecinos. España junto a otros países promovió en la reunión de la OTAN de Bucarest (abril de 2008) una nueva estrategia que recoge algunos de estos puntos. La ministra de Defensa explicó dicha estrategia en su comparecencia ante la Comisión de Defensa del Congreso el 17 de noviembre de 2008 y que se compone de los siguientes puntos: 1) acelerar la afganización, es decir, la transferencia progresiva de responsabilidades en materia de seguridad al ejército y la policía afgana. 2) mejora de la coordinación de los actores internacionales bajo liderazgo de la ONU. 3) evitar a toda costa bajas civiles, como imperativo moral y meta operativa. 4) mayor implicación de los países vecinos. 5) mayores exigencias del cumplimiento de sus deberes a las autoridades afganas, y su compromiso en la lucha contra la corrupción y el narcotráfico. 6) mayor coordinación entre ISAF y Libertad Duradera, a favor de un mismo objetivo estratégico. Se valoró igualmente que “resulta imprescindible que el Consejo Atlántico mantenga en todo momento el control político de ISAF”. Por su parte IU/IPC y el BNG, como ya se ha indicado, abogan por la retirada de las tropas internacionales como primera medida para solucionar la situación. Otro de los ejes del debate se articula en torno a una cuestión clave: estar o no estar. El problema es que los aliados acudieron a la misión sin una estrategia de salida, opción que se complica con unos objetivos excesivamente ambiciosos y el deterioro de la seguridad. El repliegue de las tropas antes de completar la misión ha generado una intensa actividad diplomática internacional y está alimentando vivos debates tanto en la Alianza Atlántica 150 como en el interior de varios países (Canadá ha aprobado su salida en 2011; Países Bajos proyecta su compromiso hasta 2010; Alemania, Francia, Italia y Japón). Los gobiernos han insistido en que la misión llevará varias décadas, pero es posible que las opiniones públicas no estén dispuestas a esperar tanto. Pocos se atreven a hablar de retirada y es posible que con la nueva Administración Obama sea aún más difícil. El gobierno español no ha escondido su preocupación al respecto y, aunque actualmente no existen calendarios y las posibilidades de repliegue son nulas, en sus cálculos ha aludido a que permanecerá mientras pueda realizar la misión por la que fue a Afganistán, pero que si las condiciones imposibilitan realizarla, retiraría el contingente. En este sentido, Enrique de Ayala, general de brigada del Ejército de Tierra, explica que: “la decisión de retirar las tropas podría ser una opción válida. Sin embargo, una retirada unilateral por parte española es impensable, pues supondría eludir la responsabilidad que España tiene como miembro de la OTAN y la UE, y causaría un gran rechazo de la comunidad internacional. Tampoco parece viable la retirada sin más de las fuerzas internacionales, ya que equivaldría a dejar a Afganistán volver al caos de los 90 y supondría una victoria de los taliban. Permanecer y extremar al máximo las medidas de protección parece por el momento la única opción posible. Pero permanecer en las condiciones actuales sin un horizonte realista de solución sólo supone retrasar el problema hasta que su agravamiento exija una decisión, probablemente en condiciones peores que las actuales” 133. El columnista Lluís Bassets redunda en este punto, y sostiene que España no puede ni debe irse de Afganistán porque están en juego muchas cosas: “la creación de un nuevo Estado terrorista, la credibilidad y el fututo de la OTAN, la propia credibilidad de nuestro gobierno”. 133 De AYALA, Enrique, Afganistán, ¿Qué hacer?, OPEX, documento de trabajo nº 25/2006, Fundación Alternativas, 2006. 151 Por su parte, el analista Jesús Núñez estima que “para España, la situación es especialmente delicada”, y explica que: “Conscientes de que la victoria militar es inalcanzable y la reconstrucción imposible, el argumento original para seguir allí [Afganistán] hace aguas por todas partes. Sin embargo, tras la acertada decisión de retirarse de Irak, España no puede ahora acompañar a Canadá (decidido a retirarse de Afganistán en 20011), aunque sólo sea porque el coste político a pagar sería excesivo en la OTAN y en sus relaciones con Washington”134. Por su parte, Nicolás Sartorius, de la Fundación Alternativas, argumenta la ausencia de estrategia como principal impedimento para la implicación de España, y señala que “nuestro país no debe enviar más soldados a Afganistán hasta que exista una estrategia clara, compartida con los aliados en su diseño y ejecución”. Ante la posibilidad de que la mayor implicación militar de Estados Unidos con el nuevo presidente implique la exigencia a los socios europeos de aumentar su implicación, Sartorious previene de lo erróneo de ceder a esa presión, y recalca que “sería inaceptable enviar más tropas porque alguien nos lo pide”.135 Sin mejores alternativas a la vista, los socios de la OTAN optan por traspasar la responsabilidad al gobierno afgano, aun cuando el ejecutivo de Karzai es extremadamente débil y ha demostrado su ineficacia, y barajan la posibilidad de crear milicias locales para combatir a la insurgencia, lo que echaría por tierra los esfuerzos del programa de Desmovilización, Desarme y Reinserción financiado por Japón. La opción de negociar con la insurgencia se va afianzando paulatinamente. Reino Unido y Países Bajos ya ha realizado algunas experiencias en sus 134 135 NUÑEZ, Jesús, “Afganistán, un problema de todos”, El País, 11 de noviembre de 2008. SARTORIUS, Nicolás, “¿Hay que enviar más tropas a Afganistán?, El País, 8 de enero de 2009. 152 respectivas áreas de responsabilidad, ante las críticas de EE UU. Sin embargo, Washington está cambiando su posición ante el agravamiento de la situación de seguridad. Por su parte, el ejecutivo afgano clama por negociar con la insurgencia; Karzai ha indicado que si el mulá Omar se decide a dialogar, garantizará su seguridad hasta Kabul. Además, aunque sea de manera informal, ya se ha producido un primer contacto136. Si bien la opción de la negociación aliviaría la situación actual, entraña muchos riesgos y es compleja de articular. En primer lugar, los talibán integrados en la insurgencia aún figuran en la lista de organizaciones terrorista de la ONU; en segundo lugar, porque la multitud de grupos que componen la insurgencia dificulta identificar los actores de la negociación; y en tercer lugar porque, de hecho, esa insurgencia es el enemigo al que la OTAN sigue combatiendo militarmente. La posible negociación con la insurgencia suscita en España variadas opiniones. Para el Grupo Parlamentario Popular, la solución de hablar con un grupo calificado de terrorista genera gran rechazo y representa una opción “no asumible”, considerada como un error. Para IU hablar con los taliban forma parte de una solución autónoma del conflicto, y además debe incluir a los países del entorno. Desde el gobierno español se admite que no habrá paz hasta que no se involucre a los taliban. La periodista Ángeles Espinosa sintetiza con estas palabras una posición ampliamente compartida entre los políticos y analistas de los países de la OTAN: “Hay que diferenciar entre Al Qaeda y los talibán. Mientras que la primera es una organización ajena al país, los segundos no dejan de ser parte del panorama socio-político. Si aceptan dejar las armas y participar en el proceso político, no queda más remedio que integrarlos. Más aún cuando se ha admitido en el Parlamento y en otras instituciones a antiguos ‘señores de la guerra’ que en nada se diferencian de los talibán. Afganistán no es Dinamarca 136 La cena de festejo del fin del Ramadán celebrada por el rey Abdalá de Arabia Saudí en septiembre de 2008 reunió en la misma mesa a un hermano de Karzai y a varios representantes del antiguo gobierno talibán, además de altos cargos de Pakistán. 153 ni va a serlo nunca. No queda más remedio que ser posibilistas y aceptar un compromiso entre nuestros ideales y la realidad (la local y la de nuestra ayuda, que tampoco está a la altura de esos ideales). Si hay una forma de acabar con la violencia, las posibilidades de que el país evolucione de forma pacífica serán mayores, pero nadie puede garantizar el futuro”137. La batalla por la opinión pública Ganar a la opinión pública resulta un asunto clave para los gobiernos en las democracias occidentales, especialmente en cuestiones polémicas; la misión en Afganistán es uno de estos casos. Jesús Cuadrado, integrante del Grupo Parlamentario Socialista, ha señalado que España está en Afganistán “haciendo lo que quieren los españoles”. Esta pauta guía y condiciona la acción del gobierno. Pero se trata de una relación dinámica: si la opinión pública influye en la actuación del gobierno, también el gobierno y otros grupos políticos han tratado y tratan de ganar la batalla de la opinión pública. En repetidas ocasiones se ha mencionado en los debates parlamentarios y representantes de los medios de comunicación la necesidad de explicar a la opinión pública la importancia de la misión afgana. Así lo entendieron los representantes de los principales grupos políticos parlamentarios, administración y sociedad civil que participaron en la sesión España y Afganistán138, auspiciada por los ministerios de Exteriores y Defensa. El entonces portavoz socialista en la Comisión de Exteriores, Rafael Estrella, indicó que es necesario atravesar el muro para hacer entender a los ciudadanos la complejidad de la misión en Afganistán, y argumentó que el apoyo a la misión puede caer si no se explica bien la misión civil-militar en el Parlamento y en los medios de comunicación. Estrella reclamó resultados concretos que ayudaran a transmitir y a justificar la misión. Sin embargo, este 137 Entrevista por e-mail, junio de 2007. Sesión organizada por los ministerios de Defensa y Asuntos Exteriores, y celebrada en Madrid el 18 de mayo de 2006. 138 154 objetivo se complica a medida que se agrava la situación de seguridad y se suman las víctimas civiles. La opinión pública española aceptó en su inicio la misión en Afganistán. En ello pesó el contexto en que las tropas estadounidenses intervinieron en Afganistán –11-S—; la existencia de una misión de estabilización para permitir la reconstrucción avalada por la ONU; y las escasas simpatías que despertaba el régimen taliban en la opinión pública internacional. Aunque los temas de defensa en términos globales suscitan poco interés entre los españoles139, la valoración general de las misiones en el exterior es positiva, con valores en torno al 50%. En comparación con otras misiones, la de Afganistán genera ligeramente más aceptación, tal como muestra el Cuadro 3. Cuadro 3: Aceptación pública de las misiones españolas en el exterior Fuente: BRIE, 18 oleada, Real Instituto Elcano, junio de 2008 La población española, como otros europeos, presenta un arraigado sentimiento antibélico –que no pacifista—y una fuerte aprobación de la acción humanitaria. En consecuencia, la sociedad española expresa un amplio apoyo a acciones relacionadas con la paz y la reconstrucción después de la guerra. 139 CAMPO, Salustiano del y Juan Manuel CAMACHO, La opinión pública española y la política exterior, Informe INCIPE, 2003. 155 Algunas de estas posiciones se evidencian en los resultados del sondeo realizado por la German Marshall Fund sobre percepciones a ambos lados del Atlántico140. Los españoles son los más entusiastas de Europa a la hora de comprometer tropas para la reconstrucción en Afganistán, con un apoyo del 81%, frente a una media europea del 64%. Los datos concuerdan con los ofrecidos por la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS)141, que en mayo de 2007 mostraban que el 84% de los españoles estaban a favor de la participación de España en misiones internacionales de paz. Este nivel se ha mantenido más o menos constante a lo largo de diez años. En contraste, el apoyo de los europeos al envío de tropas de combate en Afganistán es de sólo un 30%, como muestra el siguiente cuadro: Cuadro 4. Comparativa de Europa frente a EE UU de la aprobación de tropas en Afganistán, por cometidos Fuente: German Marshall Fund, Transatlantic Trends 2007 Teniendo en cuenta que el porcentaje de ciudadanos que se opone a cualquier tipo de ataque es dos veces mayor en España que en la media de los países europeos142, se puede inferir que el porcentaje del 30%, referido al conjunto de 140 Transatlantic Trends 2007, German Marshall Fund, 6 de septiembre de 2007. La defensa nacional y las FF AA, CIS, mayo de 2007. 142 Barómetro del Real Instituto Elcano (BRIE), Real Instituto Elcano, noviembre de 2002. 141 156 Europa, sea bastante inferior en el caso de España. Además, es el país europeo más crítico con las líneas estratégicas de EE UU en política exterior. Sin embargo, los españoles se muestran a favor de un papel activo en política internacional143 a través del multilateralismo. Desde 2006, cuando empieza el deterioro de la situación en Afganistán, se observa el declive de la valoración positiva de la misión y el alza de la opinión negativa, situándose en junio de 2008, fecha del último barómetro de Elcano disponible, en un 50% de aceptación, frente a un 38% de rechazo. Además, se observa que el pesimismo se acentúa, cayendo la valoración positiva en 10 puntos, tal como muestra el siguiente cuadro. Cuadro 5: Fuente: BRIE, 18 oleada, Real Instituto Elcano, junio de 2008 De forma paralela, se ha registrado un aumento del porcentaje de ciudadanos que se inclinan por retirar las tropas, un 49% (junio 2007), cuatro puntos más que en marzo de 2007, mientras que un 43% defiende mantener su presencia, bien al mismo nivel o con cierta disminución. Solo 3% es partidario de aumentar las tropas. La petición de retirada es más frecuente entre los votantes de IU y los partidos nacionalistas –incluso por encima que los votantes de IU--, mientras que los votantes del PP son partidarios de mantener o aumentar el 143 Barómetro del Real Instituto Elcano (BRIE), Real Instituto Elcano, junio de 2004. 157 contingente. Los del PSOE se decantan por mantenerlo o disminuirlo144. Resulta significativo que estos porcentajes no se corresponden con el tamaño de los grupos parlamentarios que piden la retirada; ese 49% revela que en la calle las percepciones y los cálculos de intereses son bien diferentes a los que se hacen en el Parlamento. Esto supone un condicionante para la política del gobierno, cuyos votantes –o al menos una parte—bien pudieran estar contenidos en ese porcentaje. Si crece la percepción de que Afganistán se hunde en un conflicto o aumentan las víctimas civiles, el gobierno se podría ver más presionado desde el ala más anti-bélica de sus votantes. Cuadro 6: ¿Qué se debe hacer con las tropas españolas? Evolución de la opinión en 2007 Fuente: Barómetro del Real Instituto Elcano, oleada junio de 2007 Una cuestión que también llama la atención es el bajo nivel de conocimiento sobre la misión entre los españoles, cuya percepción de la misión no refleja la mayor parte de las razones argüidas por los gobiernos del PP y del PSOE. Básicamente se define como una misión humanitaria, sin apenas asociarla a la lucha contra el terrorismo internacional o la estabilización y reconstrucción del país, como se aprecia en el cuadro a continuación: 144 Barómetro del Real Insitito Elcano (BRIE), decimocuarta oleada, Real Instituto Elcano, marzo de 2007. 158 Cuadro 7: Aspectos de la misión en Afganistán, según la opinión pública española Fuente: Elcano Otro indicador de este desconocimiento es el alto porcentaje de los que ofrecen respuesta: tan sólo un 25% en el sondeo del Barómetro del Real Instituto Elcano de diciembre de 2006. Esta característica puede atribuirse a la forma de presentar la misión y la falta de claridad de los motivos desde el gobierno: no acaba de quedar claro si estamos allí para ayudar a los afganos y reconstruir el país, para derrotar al terrorismo internacional, para responder a nuestras obligaciones como miembros de la comunidad internacional, para ayudar a impulsar la democracia y los derechos de las mujeres, para combatir el narcotráfico, para aplicar la Alianza de Civilizaciones, o todas las razones a la vez. Tampoco se comprende bien la naturaleza de la misión de ISAF, que se inició como una misión de paz y humanitaria, pero que está sumida en combates y atentados cada vez más extendidos, con decenas de víctimas cada mes. Tal como ha admitido la ministra de Defensa, las circunstancias han cambiado ostensiblemente. 159 Además, la opinión pública tiene dificultades para ver la conexión entre los intereses de España y la presencia en un país distante, con el que apenas existe una relación anterior. Sin una fotografía clara de qué está ocurriendo y la justificación del riesgo es difícil que se genere apoyo. A medida que la situación se complica, es previsible una mayor oposición. COMENTARIOS FINALES La participación española en Afganistán ha corrido paralela a las principales apuestas en política exterior de los gobiernos que han estado al frente de la misión. Con el gobierno de José María Aznar se optó por la cercanía a las propuestas de la administración Bush y, en consecuencia, el respaldo sin fisuras a sus aventuras en Afganistán e Irak. La política exterior española, junto a su papel en misiones en el exterior, estuvo condicionada por las prioridades de la agenda de EE UU. La llegada al gobierno de Rodríguez Zapatero imprimió un profundo giro a la política exterior española, con un nuevo acercamiento a sus socios europeos tradicionales, el multilateralismo y las opciones de paz y de diálogo. Esto tuvo un reflejo inmediato en tres decisiones de gran calado para la presencia de España en misiones en el exterior, que supuso renovar e intensificar el papel de España en ISAF. Como en otros países, la misión en Afganistán tiene en España un hondo contenido político y sintetiza en buena medida las diferentes sensibilidades nacionales en torno a los valores que deben imperar en la política exterior y en las misiones de estabilización. Por las circunstancias, naturaleza, estrategia, métodos y resultados que rodean a la operación, se trata de un asunto de política internacional que está impactando con fuerza en la política interna de varios de los socios. Paralelamente, crea tensiones en el seno de las organizaciones internacionales más implicadas –la OTAN— y enturbia las relaciones trasatlánticas. 160 La discreta presencia española en Afganistán, ha limitado en parte la magnitud de los debates internos, aunque no ha podido evitar que el principal partido de la oposición viera en la anterior legislatura la oportunidad de utilizar la misión como medio de crear problemas a un gobierno que, en su percepción, le arrebató la victoria electoral en 2004. Como resultado, y a diferencia de otros casos –como Congo o Chad- se ha politizado la operación en un grado sólo superado por el envío de tropas españolas a Irak. La sombra del error de Irak ha impregnado los debates sobre Afganistán. Por su complejidad y calado, la que se ha definido como “la más dolorosa de nuestras misiones” debería haber conducido a un pacto que permitiera una política de Estado en materia de operaciones en el exterior. Por el contrario, ésta misión en concreto se convirtió en la primera legislatura de Rodríguez Zapatero en uno de los campos de batalla entre el partido del gobierno y el principal partido de la oposición, en el marco del clima de crispación post 14-M. La dialéctica de los enfrentamientos no ayudó a aclarar las principales cuestiones; estuvo ausente un debate público abierto, menos mediatizado por cálculos políticos. El hecho de que, desde el inicio, el gobierno del PSOE no acertara a transmitir claramente por qué y para qué España estaba en Afganistán --la profusión de razones enturbió más el mensaje— ha conducido a un generalizado desconocimiento y confusión en la opinión pública. Precisamente, es en esa opinión pública donde el gobierno bebe para dar legitimidad a sus decisiones. La negativa evolución de la situación en Afganistán y la insatisfacción por sus resultados suscita dudas en sectores políticos y sociales que hasta ahora han posibilitado la acción del gobierno. Si se agrava la misión, el gobierno podría perder el respaldo de estos grupos, que aportan unos votos esenciales para sacar adelante sus decisiones. En la calle, el respaldo a la misión se va erosionando. Si crece la percepción de que Afganistán se hunde en un conflicto o aumentan las víctimas civiles, por ejemplo, el gobierno se podría ver más presionado desde el ala más anti-bélica de sus votantes. Al mismo tiempo, al gobierno cada vez le resulta más complicado explicar una misión a la deriva que se entremezcla con tesis y estrategias contrarias a la línea ideológica del partido y del gobierno. 161 En este contexto, el ejecutivo de Rodríguez Zapatero debe hacer equilibrios para salir airoso de un triángulo de presiones que le imponen diferentes grupos: por un lado, sus socios de la OTAN, cumpliendo sus responsabilidades como miembro de la comunidad internacional y manteniendo la presencia en Afganistán, aunque sin rebasar sus propios intereses; por otro, manteniendo un nivel de riesgo bajo para evitar víctimas y eludir también las críticas de la oposición; y por otro, evitando que la opinión pública perciba la misión como de combate o guerra, contrario al arraigado sentimiento antibélico de los ciudadanos. Además, debe conciliar sus actuaciones con su propio proyecto político. 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Morales, realizada en enero de 2006. 166 Capítulo 6 Afganistán, perspectivas de futuro y dimensión regional: un diagnóstico. Pere Vilanova Situación general: la histórica falta de vertebración del país ha de ser una línea constante de referencia para la comunidad internacional, y va estrechamente ligada a la cuestión de la gestión del tiempo. A la coalición el tiempo le está contado, o mejor dicho, no trabaja a su favor si no lo integra a su estrategia, para las OMF (fuerzas opositoras insurgentes)146 la incertidumbre de esta variable es una ventaja estratégica considerable. Sobre el terreno, se ha podido comprobar147 que la población afgana, interrogada sobre la inestabilidad crónica, apunta de modo constante lo siguiente: balance globalmente positivo (e idealizado) de la monarquía de Zaher Sha; aspectos malos, pero algunos buenos (orden, cierta seguridad en medio urbano, etc) y otros malos con los soviéticos; aspectos malos, pero algunos buenos (los mismos) con los talibán; aspectos buenos, pero deterioro rampante, en la actualidad; pero la unanimidad era total, ningún aspecto bueno, todos negativos, del 92 al 96, cuando la guerra de los warlords, episodio que concita unanimidad total. En este sentido, mucha población en medio rural, sobre todo en áreas donde hay bolsas pashtun pero no son mayoría, está a la expectativa de ver quién ganará, o sobre todo, quién se quedará más tiempo. Problema: algunos de los ineludibles interlocutores actuales son estos mismos warlords, o sus familiares más directos. Pero este es un tema que en Afganistán ha sido y será recurrente. No se puede estabilizar a nivel local y provincial sin una progresiva aceptación por parte de las estructuras sociales presentes (tribus/ clanes). O al menos, no se puede si se las tiene en contra. El incentivo económico o en infraestructuras 146 Desde el año pasado, Isaf ha adaptado su lenguaje oficial a una realidad cada vez más fragmentada. En lugar del término reductivo “Talibán” (palabra que es el plural de “Talib”, estudiante religioso), y ante la diversidad de grupos y de insurgencias, se habla de “Fuerzas opositoras insurgentes”. 147 Ver por ejemplo: “Afghanistan Watch:a Project of the Century Foundation”, de 23 de octubre de 2007, Url: www.afghanistanwatch.org 167 es necesario, pero no suficiente: la dimensión cultural y sociológica es determinante. Es preciso seguir de cerca este tipo de interlocución, pero el gobierno Karzai, a escala nacional y sobre todo provincial, no podrá eludirla. Ello se aplica a una parte esencial de la Estrategia de la Comunidad Internacional (“end state” o “final status”), es decir, la “Seguridad y desarrollo” como estrategias complementarias. Está claro en relación al concepto de “ownership”, pero esta línea implica que el Gobierno de Kabul pueda implementarla no sólo en la capital o en las pocas grandes ciudades, también a escala local y provincial, y aquí el rendimiento será desigual, en el territorio, en el tiempo, y en intensidad. La batalla de la comunicación y la pedagogía deberá centrarse en los lugares y en los aspectos de rendimiento más positivo. La sinergia de las organizaciones internacionales es crucial, y es el núcleo central de la cuestión. a) el liderazgo y la coordinación por parte de Naciones Unidas, aprovechando además la fuerza de la figura de K. Eide, requiere seguro un amplio consenso entre aliados, y éste se ha de consolidar primero entre europeos, o al menos los que tienen posiciones próximas o comunes. Y simultáneamente con la nueva Administración de Estados Unidos. b) casi todos los observadores subrayan sin embargo que Estados Unidos no renunciará a seguir marcando su propia línea estratégica, que sobredetermina la de Isaf. La cuestión clave aquí es no sólo la complicada relación ISAF/Libertad Duradera, sino qué escenarios se abren con la nueva presidencia US . c) en este aspecto, el “transfer” de tropas US de Irak a Afganistán presentará varios problemas. Uno es que si serán transferidas a Isaf o a LD. Otra es si este “transfer” viene a señalar una voluntad de reforzar (sin entrar a modificar o corregir) la actual estrategia US en la “guerra global contra el terrorismo”, o justamente a acompañar una serie de rectificaciones en la conducción de las operaciones. Las señales emitidas por la Casa Blanca en 168 enero y febrero 2009 parecen apuntar a esto último. En otras palabras, este incremento, debería evitar comportar una modificación unilateral (o un aumento) de la ya complicada relación operativa y de mando entre Isaf y LD. d) en el tema de la sinergia entre Organizaciones Internacionales, hay una vertiente política, en la que los europeos (desde OTAN y a nivel bilateral) deberían jugar con determinación a favor del liderazgo NNUU. La dimensión regional. Pensar en estabilizar Afganistán sin integrar esta dimensión, es un sinsentido. Con todo, hay que introducir algunos matices. Iran y Pakistan son dos actores esenciales, pero completamente distintos. Algunas de las diferencias: Iran tiene un sistema político sustancialmente estable y funcional. Aunque sus fronteras son muy amplias, en la gestión del flujo de refugiados afganos (y la regulación del grifo de su retorno a Afganistán) han demostrado a lo largo de los años un control muy considerable. Para no extendernos en este tema: conviene seguir de cerca la agenda de los intereses de Iran en Afganistán, que a dia de hoy coinciden con tres necesidades: estabilizar el gobierno Karzai (Iran no tiene un escenario “B”, al menos por ahora); proteger a minorías que considera responsabilidad suya (hazaras); influir en general en la política afgana, pero mantener amplia influencia social y cultural en el área que va de Herat a Mazar hi Sharif. Cabe añadir uan cuarta opción en la agenda iraní: hacer un “trade off” entre su capacidad de influir (en un sentido u en otro) en Afganistán, sus complejas negociaciones con la Unión Europea y la comunidad internacional, y su tensa confrontación con EEUU. Y está interrelación no es a la carta, es ineludible integrarla en la estrategia de los aliados. Pakistán. El balance Musharraf es más complejo de lo que suele decirse. Desde 2005/2006 su beligerancia contra talibán e insurgentes tribales –policial y militar—en las áreas tribales y la NWFP fue muy considerable. En 2007 el 169 ejército pakistaní tuvo cerca de 900 bajas (un incremento espectacular), y la nueva cúpula militar, con el general Kayani, parece seguir la misma línea. Prudencia también la las asignaciones de lealtades hacia occidente en general y EEUU en particular. Cierto que Musharraf pagó un cierto precio ante la opinión por las acusaciones de pro-occidentalismo, pero tanto el partido de Butho como el de Nawaz Sharif, sobre todo el primero, son tenidos por mucho más prooccidentales. Las últimas elecciones legislativas, fueron un avance sustancial en términos de retorno a las instituciones y a una potencial estabilidad constitucional. Fueron considerablemente abiertas y competitivas, es cierto que el asesinato de Benazir tuvo un efecto de catarsis sobre el conjunto de la población (no sólo su partido), y en la NWFP (como en el resto del país), el retroceso de los partidos islamistas fue espectacular, en beneficio del retorno de los partidos políticos pashtun más tradicionales pero también más vinculados a las instituciones constitucionales (parlamento nacional, asamblea provincial, etc). El seguimiento de las principales incidencias de la vida política pakistaní, es una tarea compleja, pero es indispensable para hacer prospectiva sobre Afganistán y sobre la dimensión regional del conflicto. En este apartado, no deberíamos perder de vista la evolución de otros actores vecinos o cercanos, cuya “agenda afgana” es igualmente significativa: las exrepublicas soviéticas de Asia central, Rusia y China. Por una lado, varias de ellas se consideran “protectoras” de minorías afines en Afganistán (sobre todo, Uzbekistán). Por otro lado, en la reciente crisis de Georgia, más allá de las gesticulaciones crecientes entre unos y otros, hay un aspecto que ha sido preservado en el terreno de la cooperación: es el de Rusia con la coalición internacional en Afganistán. La concertación con Rusia es necesaria y a la vez ha de ser una ventana de oportunidad para mantener (o incrementar) puertas de concertación por parte de la Otan. Es necesario mejorar la relación con la sociedad afgana, y aquí las exigencias no se pueden resolver sólo con medios convencionales, con los medios de comunicación, o sólo la opinión /sociedad de medio urbano. El “outreach” a medio rural, es determinante, y únicamente puede hacerse a través del tejido 170 social “natural”. Este es un punto muy vulnerable a ataques de OMFs, por supuesto. En cuanto a la comunicación hacia las opiniones públicas, de los países implicados en Isaf, es un tema muy complejo. Recordar el principio de legalidad, en este caso de Afganistán, es relativamente sencillo. Vincularlo al principio de legitimidad, de momento se puede seguir haciendo, pero la mala gestión del factor tiempo, la posibilidad de incidentes y bajas, la percepción de que lo que más aumenta en víctimas civiles viene de la mano de la coalición internacional (¿quién entiende, no sólo allá sino aquí, la diferencia entre Isaf y Libertad Duradera?), todo ello puede a la larga erosionar este principio de legitimidad a largo plazo. La coalición internacional, de la manos de las autoridades afganas, tendrá que mantener y renovar el argumentario de las razones para nuestra permanencia en Afganistán, en la perspectiva 2009/ 2010, pues estas fechas electorales afganas justifican por si solas la continuación de esta presencia hasta entonces por lo menos. Las OMFs también tienen una elaborada estrategia de “diplomacia pública” o de comunicación, su acción pretende sobre todo demostrar la vulnerabilidad de los extranjeros si entran en determinada zona, más que ganar y “fijar” conquista territorial en general. Su estrategia busca igualmente provocar y publicitar bombardeos que causen víctimas civiles, y algunas de las tácticas actuales de LD se dejan arrastrar a esta lógica. Es una mala política de comunicación que el número de bajas sea siempre “cifra redonda” y que nunca distinga muertos y heridos (cosa obvia en todo conflicto armado). Unama ha fortalecido y posición en esta materia, pero debería señalar un giro estratégico sostenido. Puede generar tensiones entre aliados, pero es la única manera de restablecer una cierta credibilidad ante los afganos, empezando por sus élites políticas e intelectuales. Por último, las OMFs creen que les basta durar en el tiempo con dos derivadas, además de lo anterior: sus acciones pueden “fijar” a las tropas extranjeras sobre el terreno, sin necesidad de combatirlas frontalmente para expulsarlas militarmente. Les basta con erosionarlas a base de acciones puntuales pero de gran impacto mediático; sus acciones han de demostrar que pese a su gran superioridad tecnológica, las tropas extranjeras no pueden garantizar totalmente la seguridad de la población civil, y sobre todo, no van a quedarse 171 eternamente, por lo que la población debe “invertir en seguridad” en dirección a las OMFs. En la medida en que Isaf ( y por tanto la OTAN) abra un debate sobre modificaciones operativas sobre el terreno, dentro del actual mandato de Isaf definido por Naciones Unidas, en el momento y el lugar oportunos los aliados debatiran (Isaf y OTAN) para fijar la posición común consensuada entre todos. Este debate puede producirse en su momento en torno a los compromisos de Bucarest (2008), en torno al rendimiento del “Afganistán Compact” (Londres 2006), o en las instancias legitimadas para ello (Alianza Atlántica, ONU), y a día de hoy estos compromisos –susceptibles de adaptación y revisión—están vigentes y son el marco dentro del cual hemos definido nuestra posición. En esta óptica, y dentro del calendario de compromisos antes citados, cabe esperar que Isaf (Otan+ Naciones Unidas) abran un debate sobre los recursos de seguridad necesarios para avanzar en cuestiones cruciales para la reconstrucción institucional del país, por ejemplo las elecciones de 2009 y de 2010. Sobre si la presencia de Isaf en Afganistán es una misión de paz, una misión humanitaria o de guerra (aunque este aspecto del debate parece ir perdiendo intensidad, puede volver), se trata de un falso dilema, y la pregunta está mal formulada, por dos razones. La primera es que no son los actores políticos o militares quienes definen como se llaman estas misiones: la definición de la misma viene explícitamente en las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y cualquiera que tenga dudas al respecto debería acudir a dichas resoluciones (RCSNU 1386, 1510, 1776, 1806 –la última, por ahora, de octubre 2008). En ellas se recuerda que “la situación en Afganistán sigue constituyendo una amenaza para la paz y la seguridad internacional”, y subraya que “actúa por estas razones bajo el Capítulo VII de la Carta”. La segunda es que las misiones o acciones que autoriza el Consejo de Seguridad, ya sean de Peace Keeping (mantenimiento de la paz, interposición, etc), de peace enforcement (imposición de la paz) o de uso de la fuerza, ya sean bajo el Capítulo VI, ya del Capítulo VII de la carta, comportan riesgos y se trata de evaluarlos cuidadosamente y tomar todas las medidas posibles para 172 limitarlos al máximo. Pero las del Capítulo VII preven expresamente el uso de la fuerza. En este contexto, resulta importante definir bien el estado final –“end state”- que la Comunidad Internacional persigue en Afganistán, así como las acciones necesarias para alcanzarlo. El objetivo último debería ser que Afganistán se convierta en un país estable, con un sistema político capaz de concitar un consenso interno suficiente, económicamente autosostenible y capaz de resistir por sí mismo la presión armada de los talibanes, de manera que no constituya una amenaza para sus vecinos ni para la Comunidad Internacional en su conjunto. Para ello, la Comunidad Internacional debe aplicar una estrategia que permita la progresiva transferencia de las responsabilidades en estos ámbitos (y, muy especialmente, en lo que a defensa se refiere, en el ámbito de la seguridad) a las autoridades afganas. Cabe recordar que el marco general de esta estrategia es el siguiente: en enero del 2006 tuvo lugar en Londres la reunión del “Afghan Compact”, en la que se aprobó un plan para el periodo 2006-2010, con una serie de “benchmarks” o hitos que permiten el seguimiento puntual de los avances en materia de reconstrucción y desarrollo. Propiedad (ownership) afgana o “afganización”. Una asunción progresiva por parte del Gobierno de Kabul de sus deberes y responsabilidades, al objeto de que los afganos tengan el control final de todo y, por tanto, permitiendo una reducción de la dependencia internacional. Ello entrañará, entre otras cosas, un incremento desde los 80.000 efectivos inicialmente previstos hasta 122.000 efectivos del ANA, solicitados recientemente por las autoridades de Kabul. La herramienta principal para el logro de este objetivo son los Equipos de Entrenamiento (OMLTs). Seguridad y desarrollo/reconstrucción. Son complementarios y mutuamente dependientes. Sin seguridad no se puede construir nada, pero sin reconstrucción no habrá seguridad a medio y largo plazo. El instrumento fundamental para ello son los Equipos de Reconstrucción Provincial (PRTs). Es preciso hacer hincapié 173 en que los PRTs no son unidades de combate ni herramientas de desarrollo, sino instrumentos para la estabilización. Coordinación y Sinergia de las organizaciones internacionales. La OTAN (con Isaf) es una organización de seguridad, que actúa a petición del Gobierno afgano y al amparo de las resoluciones del Consejo de Seguridad. Para ello, es preciso que la infraestructura de UNAMA (Misión de NN. UU. para Afganistán), llegue a todas las esquinas del país y un liderazgo internacional político en la figura del Enviado especial del Secretario General de Naciones Unidas. Es preciso que se visualice a Naciones Unidas como la coordinadora de todo el entramado de la comunidad internacional en Afganistán. Hacen falta unas relaciones inclusivas con todos los países vecinos. En el caso de Pakistán, se abrió una ventana de oportunidad con la elección del nuevo Presidente, Asif Zardari, aunque serían necesarios incentivos en dos ámbitos: en materia económica, mediante un paquete de medidas que permitiesen al Estado pakistaní llevar servicios sociales básicos a la región fronteriza del noroeste. “Provincial outreach”. Un enfoque desde abajo, más consistente con la idiosincrasia afgana, respetando las diferencias culturales, étnicas, tribales y religiosas. Un Estado articulado debe apoyar sus pilares en estos cimientos. El objetivo final de la misión es estabilizar el país con el apoyo imprescindible de la población afgana. Para ello son necesarios, entre otras cosas, un uso proporcionado de la fuerza y un planeamiento de las operaciones que minimice el número de bajas, en general, y evite las bajas civiles en particular, así como una mayor coordinación entre Libertad Duradera e ISAF. También se precisa una estrategia de diplomacia pública que permita explicar mejor el carácter global de la misión. El objetivo realista es conseguir un gobierno afgano capaz de ejercer sus responsabilidades de seguridad en todo el país, constituir unas fuerzas nacionales de seguridad afganas autosuficientes y capaces de llevar la iniciativa en las operaciones de seguridad y lograr que las fuerzas insurgentes no supongan ninguna amenaza para la estabilidad. A tal efecto, prevé una transferencia progresiva de las responsabilidades de seguridad de ISAF a las autoridades afganas. A modo de síntesis: 174 El objetivo final en Afganistán es que se convierta en un país estable, con un Gobierno que concite un consenso interno suficiente, capaz de ejercer sus responsabilidades de seguridad en todo el país, y con unas fuerzas de seguridad autosuficientes que puedan llevar la iniciativa en las operaciones y resistir la presión armada de los talibanes, para que éstos no supongan ninguna amenaza para la estabilidad. Existe una estrategia político-militar aprobada por la OTAN en Bucarest y una estrategia de desarrollo, el Afghan Compact, acordado en la reunión de Londres de enero de 2006. Ambos planes establecen unas líneas de actuación claras, así como unas fases y unos plazos para desarrollarlas. Realizamos un seguimiento atento y puntual de la aplicación de ambos planes. Debemos insistir en el cumplimiento de sus fases y plazos, e incidir en aquellos aspectos de la estrategia que menos se están cumpliendo: afganización, coordinación entre ISAF y Libertad Duradera, eliminación de las bajas civiles, mayor dirección del proceso político por parte de NN.UU. y mayor esfuerzo por parte de las autoridades de Kabul en la erradicación de la corrupción y la lucha contra el crimen organizado. Cualquier decisión sobre el futuro de ISAF pasa por un debate a fondo entre todos los aliados y países contribuyentes a la operación, sobre el modo de reorientar nuestra estrategia en ese país, dentro del actual mandato de ISAF definido por NN UU. Al igual que nuestros aliados más próximos, los aspectos que más preocupan a España son los enumerados anteriormente: a) Aceleración de la afganización. b) Mejor coordinación entre ISAF y Libertad Duradera. c) Control político de la operación. d) Eliminación de las bajas civiles. e) Mayor liderazgo de Naciones Unidas en todo el proceso político. f) Mayor responsabilidad del Gobierno afgano en la lucha contra la corrupción y el crimen organizado, incluido el tráfico de drogas. 175 Algunas preguntas adicionales: ¿Cómo medir el rendimiento de una intervención sobre el terreno? Conviene evitar el error clásico de medir avances y retrocesos de un proceso complejo en base a momentos muy coyunturales muy favorables o muy desfavorables El rendimiento no se puede hacer exclusivamente en relación al escenario óptimo/ideal de la conferencia de Bonn de 2002. En situaciones de reconstrucción post-bélica este escenario rara vez se puede cumplir. A la inversa, la situación contraria tampoco es evidente: no es verdad que los talibán están a las puertas de tomar Kabul, no es verdad que la progresión de su capacidad de acción se haya convertido en una consolidación de ganancia territorial estable y permanente. Ha aumentado su capacidad operativa, en términos cuantitativos, y la cuestión clave es ahora la de ciertas variables: ¿por qué aumenta su capacidad de reclutamiento? ¿De libertad de acción en varias provincias (no en otras)? ¿Percepciones de la población local? Lo crucial es entender es que para los Talibán el control del factor tiempo, y la apuesta por el largo plazo, juegan a favor de su agenda. A la inversa, para la coalición internacional, el problema de los deadline, la perspectiva de instalarse en plazos muy largos, sobre todo si va acompañado de una política de erosión sostenida de sus posiciones (bajas puntuales, ataques talibán en centros urbanos, vulnerabilidad de las vías de comunicación terrestre, etc), todo esto juega negativamente. La evaluación de este aspecto es muy compleja: los Talibán se instalan en una confrontación de usura, sobre plazos de 10 o 20 años. A la vez, tiene sus propias divisiones internas, facciones con “geometría variable” (talibán de noche, warlords locales de día, volatilidad de sus alianzas, etc). La percepción de la población civil: en relación al punto anterior, es un factor de deterioro creciente, y la discusión de este problema no puede eludirse indefinidamente entre aliados y con las autoridades afganas. A modo de conclusión, diversos analistas y expertos coinciden en una serie de indicadores relevantes por lo que hace referencia a la evolución del contexto político de Afganistán, y que conviene tener presente para una perspectiva de futuro. 176 Recientemente, diversas declaraciones de altos responsables militares,como el General Petraeus (EEUU) y el General Mark Carleton-Smith (Reino Unido), son significativas por varios motivos. Por un lado, las declaraciones de Petraeus al New York Times (1 octubre de 2008) y a Der Spiegel (entrevista reproducida por El País el 5 de octubre de 2008), en las que advierte de que los progresos en Irak son reversibles, y sobre todo, de que el modo aplicado en Irak no puede ser trasladado mecánicamente a Afganistán. Aunque afirma que en algunos aspectos, sí cabe tener presente la referencia iraquí: - La solución puramente militar, y de victoria (en sentido clásico) a corto plazo, es poco realista. - Los progresos se harán si la estrategia viene acompañada por una clarificación política, con la reactivación de la negociación con determinadas contrapartes de los diversos grupos insurgentes; nuevos impulsos a la reconstrucción; etc - La inestabilidad creciente dentro de Pakistán, tiene que ver no sólo con el conocido problema de las zonas tribales de la NWFP (North West Frontier Province), sino con el hecho preocupante de que a corto bien pudiera ser que el actual gobierno de Islamabad sea más inestable que el del General Musharraf, por razones que tienen que ver con la escasa capacidad de los dos partidos mayoritarios de mantener la dinámica de reconstrucción institucional que se puso de manifiesto en la últimas elecciones, así como el auge del terrorismo de corte islamista que ha hecho de las instituciones pakistaníes un objetivo prioritario. Además, en la Conferencia de Seguridad de Munich (Werkhunde) de febrero de 2009, el mismo General Petraues ha establecido en su intervención una serie de planteamientos que los medios ya han definido como ·el decálogo Petraeus para Afganistán”: 177 Estos son los principios que Petraeus expuso en Múnich (El País, 12 de febrero de 2009): - 1. Ganar el apoyo de la población. "En primer lugar, nuestras fuerzas tienen que esforzarse para proteger y servir a la población. Tenemos que reconocer que el pueblo afgano es el terreno de batalla decisivo. Tenemos que protegerles, respetarles, ayudar a la reconstrucción, promover la economía y el establecimiento de una forma de gobierno que incluya relaciones con los líderes tradicionales de la sociedad". - 2. Ubicaciones más inteligentes. "Hay que ser buenos vecinos. Es esencial elegir con cuidado donde ubicamos nuestras fuerzas, consultando con los líderes locales. Debemos desplegarnos con inteligencia para afectar lo menos posible la vida de la gente, no molestar a quienes van a trabajar, y a la vez de manera oportuna para entender a la población, comprender su cultura, tradiciones, y distinguir los buenos de los malos. Eso requiere escuchar. Requiere tomar muchas tazas de té". - 3. Promover la reconciliación. "Habrá que hacerlo en el respeto de los valores de la Constitución afgana. Junto con los socios afganos, tenemos que identificar a los elementos reconciliables y separarlos de los irreconciliables. Tenemos que crear las condiciones para que los reconciliables se conviertan en parte de la solución, en lugar de perpetuar el problema. Hay que fracturar a la insurgencia e inducir a grupos a abandonar las armas". - 4. Batalla de la información. "Debemos derrotar a la insurgencia en la batalla de los titulares. Sólo podremos conseguirlo recopilando información rigurosa, comunicándola a los mandos, a los socios afganos y a la prensa en cuanto sea posible. La integridad es esencial en esta batalla. Por tanto, cuando tengamos malas noticias habrá que admitirlas y evitar la tentación de manipularlas. Al contrario, es oportuno describirlas y aprender de nuestros errores". - 5. Policía eficaz. "Necesitamos una reformada y eficaz policía afgana. Es un imperativo". 178 - 6. Perseguir al enemigo con tenacidad. "Habrá que seguir capturando, matando y persiguiendo a los enemigos. No podremos retraernos de eso. Tendremos que limpiar áreas, pero también asegurarnos de poderlas mantener. Necesitamos que la población sepa que lo haremos, que no la abandonaremos. Y tenemos que asegurarnos que la población participe de los éxitos". - 7. Legitimación de las autoridades locales. "Tenemos que asegurarnos que la población reconozca la legitimidad de las autoridades gubernamentales. Por eso, tenemos que respaldarlas para que den respuestas afganas a problemas afganos. Tenemos que dar a la población razones para apoyar al Gobierno". - 8. Unidad de esfuerzos. "Necesitamos coordinarnos mejor, entre nosotros, con las fuerzas afganas, pero también con las paquistaníes, las embajadas, los líderes locales, las ONG". - 9. Fidelidad a los valores. "Tenemos que ser fieles a nuestros valores, que son lo que nos distingue de nuestros enemigos. No tendremos que dudar en enfrentarnos al enemigo pero reducir al máximo posible las víctimas civiles". - 10. Adaptación constante. "Finalmente, tenemos que esforzarnos siempre de aprender y adaptarnos. Lo que funciona hoy en un área, puede no funcionar mañana, y lo que funciona en un área puede no funcionar en otra". Por otro lado, el General Carleton-Smith abundaba en sentido parecido en otoño de 2008. Además de recordar la urgencia de fortalecer la afganización tanto en lo militar, como en lo policial e institucional, afirma: “Es poco realista esperar que las fuerzas multinacionales pueden eliminar totalmente a las fuerzas insurgentes en el país”, y añade: “Si los talibán estuviesen preparados para hablar de una solución política… éste es exactamente el tipo de progreso que puede al final neutralizar las insurgencias”. Y más precisamente insiste en que: “No vamos a ganar (militarmente) esta guerra. De lo que se trata es de reducir la insurgencia a niveles manejables para que no pueda constituir una amenaza estratégica para nosotros, y pueda ser manejada por las fuerzas de seguridad afgana”. 179 En las mismas fechas se ha ido confirmando que el gobierno afgano ha mantenido (a alto nivel) conversaciones con grupos talibán (de nivel suficientemente representativo como para involucrar al Mollah Omar, no presente en la negociación), a través de Arabia Saudí (y en suelo Saudí). Las conversaciones habrían durado cuatro días, del 24 al 27 de septiembre, en Mecca, con presencia de dos representantes del gobierno de Karzai, 11 líderes talibán (fuente: Unama). Al parecer, está prevista una nueva ronda de conversaciones dentro de dos meses. Entre otras cuestiones, los analistas entienden que esta mediación se debe a la preocupación creciente de Arabia saudí por el peso creciente de Irán en algunas zonas de Afganistán. Es significativa igualmente la reunión de una decena de países influyentes a final de septiembre en Nueva York, con el fin de promover un “Plan Marshal” de inversiones en las zonas tribales de Pakistán. El llamado Grupo de Países Amigos de Pakistán” podría incluir a algunos del G8, además de China, Arabia saudí y los Emiratos Arabes Unidos. EEUU y Gran Bretaña habrían mostrado su acuerdo. En la reciente reunión entre Gordon Brown y el Presidente Zardari (Pakistán), se habría abordado la posibilidad de crear un mecanismo intergubernamental de coordinación antiterrorista (llamado “United Against terrorism”) que incluiría además a China, Rusia, Irán e India, pero de esta iniciativa se sabe poco más, excepto que el presidente Zardari insiste en la necesidad de abordar el problema desde una perspectiva regional. Tema a seguir, pues es cada vez más innegable que la perspectiva regional (teniendo por ello en cuenta las sensibilidades y necesidades de todos los países implicados) es uno de los ejes centrales de cualquier vía de estabilización. El gobierno afgano inició en octubre de 2008 el proceso de registro de votantes, no a fin de hacer un censo nuevo, sino de actualizar y completar el que sirvió hace cuatro años (13 millones de registros) para aquellas elecciones. Se cree que podrían registrarse 8 millones de nuevos votantes, en base a los cambios lógicos de censo (los que llegan a la mayoría de edad), y a los afganos que hayan regresado de los campos de refugiados en el exterior. Por supuesto, esta operación, que debe durar cuatro meses (oficialmente) será un 180 test esencial para evaluar la situación de seguridad sobre el terreno y en particular sobre la vulnerabilidad de los agentes del censo y otros representantes de la Administración sobre el terreno. Probablemente, esta operación permitirá levantar “un mapa de situación” sobre el conjunto del país, que ofrecerá resultados muy desiguales, pero en todo caso significativos. Las elecciones finalmente están fijadas para el 20 de agosto, y se está a la búsqueda de una solución institucional de transición entre el fin del mandato presidencial de Karzai y la fecha de las elecciones. Pero hasta el momento (febrero 2009), el número de incidentes vinculados al proceso de registro electoral no se considera significativo. Es interesante seguir –como uno de los indicadores significativos-- la posición canadiense, que desde este verano ha actualizado su estrategia en relación a sus seis prioridades estratégicas (de hecho en línea con el Afganistan Compact de Londres) y sus 21 “benchmarks”, que han sido especificados de acuerdo con el Gobierno Afgano, algunos de los cuales son cuantitativos (escuelas, infraestructuras, puestos de trabajo), y otros más cualitativos. En su web oficial, Canadá especifica que analizará el progreso trimestralmente (aun admitiendo la dificultad de hacerlo en algunos temas, pues el rendimiento será a más largo plazo), presentando los resultados regularmente ante el Parlamento “de cara a la terminación de nuestra misión para 2011”. El proceso de registro de votantes, y en general la perspectiva de las elecciones de 1009 y 2010 (presidenciales y legislativas) son una referencia objetiva, clara y neta, que nos pueden servir como referencia indicativa de modo constante. Por ejemplo, para indicar, regularmente, que no vamos a modificar nuestros compromisos (unilateralmente) sin tener en cuenta esta referencia de 2010, pero recordando que en su momento pueden ser reevaluados y revisados. Se trata una vez más de ser proactivos y no reactivos. Nota final: Escenarios de futuro Sin pretender pasar de la prospectiva a la profecía, los diversos escenarios que se presentan ante nosotros a medio plazo, pueden resumirse en tres (aunque 181 pueda haber en su día versiones intermedias), con los datos actualmente en nuestras manos, y partiendo del escenario 2010/2011 como fecha de referencia de la actual estrategia de la comunidad internacional en Afganistán. Los escenarios 1 y 2 son los que podemos situar en los extremos del arco, el tercero constituye la zona intermedia y es el más verosímil. El balance de los progresos de la estrategia de la coalición internacional al término del calendario del Afghan Compact y del programa aprobado en Bucarest se hará posiblemente en relación a estos escenarios. 1 er escenario: Escenario ideal pero irreal, al término de 2010 se habrían cumplido íntegramente los objetivos del AfghanCompact de 2006 y de Bucarest 2008, con un Afganistán plenamente estabilizado, con instituciones públicas sólidamente democráticas, un tejido social armónico, y un desarrollo económico y social consistentes. Es evidente que no es realista contar con este escenario, ni en Afganistán, ni en tantos otros lugares del mundo actual sometidos a fuertes conflictos (Darfur, la región de los Lagos en Africa, etc). Los progresos se deben medir con otros indicadores más realistas. 2º escenario: catastrófico pero improbable. Se basaría en un total colapso militar de la coalición internacional, unos avances militares organizados de los grupos insurgentes, con conquista territorial hasta Kabul, que además tendrían el apoyo incondicional de una abrumadora mayoría de la sociedad afgana. Este escenario es improbable por varias razones aquí resumidas: a) a pesar del deterioro de la seguridad en el último año y medio, la presencia militar de la coalición sigue siendo determinante, las provincias de situación de confrontación militar abierta, aunque ha crecido en número, afecta a unas doce sobre un total de treinta y cuatro. En otras la inseguridad creciente tiene razones de tipo delincuencia común, bandidaje, y, no es secundario, enfrentamiento y rencillas entre líderes locales, señores de la guerra y “comandantes” no vinculados a la denominación talibán. Esta es la razón principal por la cual la coalición internacional adoptó en su día la 182 denominación OMF’s, pues agrupar todo bajo la etiqueta “talibán” no es cierto. b) A pesar del aumento del número de incidentes, la estructura de las omf (fuerzas militantes opositoras) sigue siendo muy fragmentada, no piramidal, muy heterogénea, y esta fragmentación (que es cierto debe ser analizada con mucha atención por la inteligencia de Isaf) marca a día de hoy un límite para este escenario en concreto y sobre todo para sus protagonistas. c) El crecimiento de la insurgencia sigue afectando sobre todo a zonas de población pashtun, pero no gana influencia en paralelo en los otros grupos étnicos de la población afgana. Ello es una constante en las diversas etapas del conflicto afgano desde 1973 hasta hoy, y debe ser tenido en cuenta a la hora de mantener alianzas, entablar negociaciones con determinados grupos o líderes, etc. 3º Escenario: hipótesis según la cual, como ha dicho la Canciller Merkel, “si nos vamos de Afganistán en las condiciones actuales, estamos abriendo la puerta al escenario de Afganistán como estado fallido”, hipótesis mucho más verosímil que la del “retorno del régimen talibán” tal como lo conocimos en su día. El símil con otros casos actuales es aleccionador y evidente, como lo muestra el caso de Somalia, porque las derivadas de esta hipótesis van en varias direcciones: a) un estado fallido deja a sus habitantes en unas condiciones terribles, de catástrofe humanitaria y en todos los casos deja abierta la necesidad de que la comunidad internacional “tenga que volver” más adelante, quizá en peores condiciones. En todo caso, un estado fallido en Afganistán deja a este país en la agenda de graves problemas de la comunidad internacional en su conjunto. b) Un estado fallido ofrece condiciones de cobijo, complicidades e impunidad a diversas formas de delincuencia política, económica, etc (terrorismo, piratería, narcotráfico, etc), para que éstas puedan actuar no sólo dentro del territorio de este estado fallido, sino hacia fuera, ya 183 sea a nivel regional, ya a nivel global. Es un factor de desestabilización permanente. c) Un estado fallido en Afganistán constituye la peor de las sinergias con un Pakistán muy necesitado de estabilidad, de autoridad y de integración regional, tanto hacia India, como hacia Afganistán y Asia Central. d) Un estado fallido en Afganistán tiene otras derivadas potenciales, como ejemplo muy peligroso para otras situaciones (ya sea en algunos puntos de Oriente Medio o del Mediterraneo), en las que algunos grupos radicales puedan verse estimulados a la estrategia de que generar inseguridad permanente, colapsar gobiernos y estados, y aunque no lleguen a alcanzar el poder en términos convencionales (como hicieron los Talibán en el 96), pueden considerar que es una estrategia rentable para ellos. Este conflicto no tiene solución militar únicamente, como bien han subrayado altos responsables militares y políticos de estados Unidos, Reino Unido y otros países. El uso de la fuerza es sólo el instrumento de una estrategia política, económica y social, de alcance nacional, regional e internacional. 184 Bibliografía y Fuentes de utilidad Olivier Roy, Afghanistan, la difícile reconstruction d’un Etat, Cahiers de Chaillot nº 73, Institut d’Etudes de Securite de l’UE, Paris, 2004 Daniel Korski, Afghanistan: Europea’s forgotten war, European Council of Foreign Relations, Londres 2008 AAVV, A guide to Government in Afghanistan, AREU & The World Bank, Kabul 2004 “Key Issues and consolidates comments: from the donor dialogues on the draft sector strategies “, UNDP Document, New York, 2007 Hamish Nixon, International Assistance and Governance in Afghanistan: a study. Heinrich Boll Foundation, Berlin, 2007, Url: www.boell.de Afghanistan: humanitarian profile and country profile, UN-OCHA, New York, 2007, Url: www.afghanconflictmonitor.org Afghanistan Research and Evaluation Unit, The A to Z Guide to Afghanistan Assistance (6ª Edición,) Kabul 2008. 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"VIDAL Nuria Fernandez": Programme Officer, [email protected] www.iom.int 189 AREU : Afghanistan Research and Evaluation Unit Shrana Nolan Flower Street (corner of Street 2) Shahr-i-Naw Kabul, Afghanistan Tel (mobile): +93 (0)799 608 548 E-mail: [email protected] Web: www.areu.org.af UNAMA (United Nations Assitance Misión in Afganistán) Peace Street Kabul, Afganistan Tel No.: (+39-0831) 24 6000 Fax No.: (+39-0831) 24 6069 (+1-212) 963 2669 Email: [email protected] Rafael Bueno, Director del Programa East-West Dialogue, Casa Asia, Barcelona, [email protected] José María Ferré de la Peña, Embajador en Misión Especial para las relaciones con las organizaciones y comunidades islámicas en el exterior. [email protected] http://www.frontlineclub.com/ http://www.afghanlinks.org/ [email protected] http://www.gandamacklodge.co.uk/ [email protected] Sherpur Square, next to the UNHCR HQ, just up the road from DHL, across the road from the queues for visas at the Embassy of Iran TELEPHONE +93 (0) 700 27 6937 190 http://www.kabulguide.net/ http://www.afghanistan-fpa.net/ +93 798 013 409 [email protected] http://www.afghanlogisticstours.com/ No 106 Ansari Square, Phone: Street No 1, Shar -e- Now, Fax: +65-6100 7683 +65-6385 8584 Kabul, Afghanistan Phone: +93 -(0)70 277 408 USA / New York City , +93 -(0)70 288 668 , +93 -(0)799 391462 Phone: (646) 382 5755 United Kingdom Phone: (44) 1962 738492 University of Kabul, Chancellor (Rector) Dr. A. Rahman Ashraf Ministry of Education: Minister, Dr M. Azam Dadfar, Dr. Sayed Askar Mousavi, Chief Advisor to the Minister. Centre for Strategic & peace studies, Kabul Tel: 0093 (0) 752003901 Email: [email protected] [email protected] 191