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La comunicación es textual. Semiótica de la productividad textual e interpretación
La comunicación es textual. Semiótica de la
productividad textual e interpretación
Sandra Naranjo*
Reducir la cultura entera a un problema
semiótico no equivale a reducir el conjunto
de la vida material a puros fenómenos mentales. Considerar la cultura en su globalidad
sub especie semiótica no quiere decir tampoco que la cultura en su totalidad sea sólo comunicación y significación, sino que quiere
decir que la cultura en su conjunto puede
comprenderse mejor si se la aborda desde
un punto de vista semiótico.
Umberto Eco
Resumen
En este artículo se realiza una adaptación escrita de la reflexión elaborada para el
ciclo de conferencias sobre hermenéutica y semiótica «Texto e interpretación»,
realizado en la Universidad Nacional de Colombia, del 21 al 25 de abril de 2003;
en él se plantea una definición de la noción de texto desde la perspectiva de la
semiótica, señalando las dos etapas de esta ciencia: semiótica del signo y semiótica textual, y explicando los principios categoriales en los que se apoya la investigación semiótica; estos principios pretenden relacionar los procesos de producción de textos, de comunicación y de interpretación que participan en la circulación social del sentido.
*
Licenciada en Filosofía y Letras. Estudios de Maestría en Lingüística Hispánica. Profesora de
cátedra de las Universidades Jorge Tadeo Lozano (Facultad de Comunicación Social), Central
(Facultad de Humanidades) y Pedagógica (Departamento de Lenguas, Facultad de Humanidades). E-mail: [email protected].
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Interrogar el sentido del texto para la semiótica y las condiciones de interpretación que esta ciencia aporta en su análisis, obliga a realizar una determinación de sus principios metodológicos desde una definición disciplinar o de dominio, que incluye las particulares condiciones de su desarrollo histórico. En
principio, esta introducción nos permite entender la coexistencia en nuestro
medio de versiones de la semiótica apoyadas, bien en la representación sígnica
o bien en la condición textual de toda producción de sentido, sin que resulten en
esencia contradictorias. Es necesario aclarar que en esta parte de la reflexión no
realizaremos una rigurosa explicación de la constitución de la semiótica; en su
lugar, nos limitaremos a señalar los aspectos más importantes de este proceso.
En el desarrollo disciplinar de la semiótica es posible identificar tres corrientes
o tradiciones fundamentales: la tradición franco-europea, inspirada en la lingüística
general propuesta por Saussure, origen a su vez del movimiento estructuralista; la
tradición anglosajona, derivada de las posturas críticas en torno a la filosofía analítica
representada por las propuestas de C.S. Peirce y Morris, y la tradición de las escuelas
del este, entre las que se incluyen las propuestas de Voloshinov, de Lotman y de la
escuela de Tartu. En este panorama se establecen diversas filiaciones entre las tradiciones. La tradición franco-europea y la de las escuelas del este se centran en sus
vinculaciones con los estudios lingüísticos, en tanto que la tradición anglosajona
conserva sus vinculaciones con la filosofía lógico-analítica y crea nexos con la pragmática, también de origen filosófico. Las propuestas teóricas, los postulados, las
dimensiones de análisis y las relaciones que estas tradiciones instauran a lo largo de
casi un siglo de evolución de la semiótica (y de la lingüística) son considerables,
pero en términos de sus implicaciones para la constitución de una ciencia de la
semiótica se puede establecer una división histórica: la semiología y la semiótica del
signo hasta la década de los años 60, y la semiótica textual posterior a ella.
En esta división es fundamental la labor de la Escuela de Altos Estudios de
París y del Centro de Estudios Transdisciplinares (CETSAS), que reúne en sus congresos y publicaciones (específicamente la revista Communications) trabajos
provenientes de las diversas corrientes y destacados autores como Barthes, Edgar
Morin, Burgelin, Metz, Eliseo Verón, Violette Morin, Todorov, Greimas, Genette,
Moles y Bremond, entre otros, y la labor del Centro de Estudios de la Comunicación de Masas (CECMAS) de la Sorbona. A raíz de estos encuentros surge la Asociación Internacional de Estudios Semióticos en 1969, en cuya carta constitutiva se
propone el término «semiótica» para definir el dominio de análisis de esta ciencia
y se perfila la insistencia del texto como la unidad de análisis por excelencia.
Desde esta frontera institucional se define a la semiótica como la ciencia de
las estructuras de significación y de los procesos comunicativos en variados ámbitos
de la comunicación y la cultura. El dominio de la semiótica abarca todo tipo de
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acontecimientos en que pueda suponerse la operación de mecanismos de representación o significación y de comunicación. En este punto, se hace necesario
señalar la revisión del concepto de signo en términos de funciones semióticas;
en otras palabras, representar es establecer relaciones entre formas materiales
–cualquiera sea el rango de materialidad– y significados funcionales, a partir de
reglas de relación reunidas en códigos –sobre la definición de los códigos volveremos más adelante–. De ello se deriva que la posibilidad de la comunicación
descansa en la existencia de los códigos que estructuran las reglas de relación:
«cualquier proceso de comunicación entre seres humanos –o entre cualquier otro
tipo de aparato «inteligente», ya sea mecánico o biológico– presupone un sistema
de significación como condición previa necesaria» (Eco, 1995: 25). Este dominio
exige realizar una diferencia ontológica entre información y comunicación.
La información es cualquier intercambio de señales entre una fuente y otra,
independientemente de la naturaleza de dichas fuentes; en este sentido, el funcionamiento de todo sistema presente en un orden natural o artificial depende de la
transmisión de información. Por su parte, la comunicación supone el intercambio,
ya no de señales, sino de significados, una operación de representación que implica necesariamente la labor interpretativa. Esta diferencia puede hacerse probablemente más clara si utilizamos como ejemplo el caso de la «habitación china» que
propone Searle en su discusión con la teoría del procesamiento de la información.
Imaginemos que se le encierra a usted en una habitación y que en esa
habitación hay diversas cestas llenas de símbolos chinos. Imaginemos que
usted (como yo) no entiende chino, pero que se le da un libro de reglas en
castellano para manipular esos símbolos chinos. Las reglas especifican las
manipulaciones de los símbolos de manera puramente formal, en términos
de su sintaxis, no de su semántica. Así la regla podría decir: «toma un signo
changyuan-changyuan de la cesta número uno y ponlo al lado de un signo
chongyoun-chongyoun de la cesta número dos». Supongamos ahora que
son introducidos en la habitación algunos otros símbolos chinos y que se le
dan reglas adicionales para devolver símbolos chinos fuera de la habitación.
Supongamos que usted no sabe que los símbolos introducidos en la habitación son denominados «preguntas» y los símbolos que usted devuelve fuera
de la habitación son denominados «respuestas a las preguntas»… He aquí
que usted está encerrado en su habitación barajando sus símbolos chinos en
respuesta a los símbolos que entran. Sobre la base de la situación tal como
la he descrito, no hay manera de que usted pueda aprender nada de chino
manipulando esos símbolos formales. Lo esencial de la historia es simplemente esto… Usted se comporta como si entendiese chino pero a pesar de
todo usted no entiende ni una palabra de chino (Searle, 1985: 38).
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En otras palabras, la comunicación implica la existencia de procesos
cognitivos superiores, el equivalente a una mente que interprete las estructuras
de significación y el contenido de la producción de sentido; sin embargo, en
una polémica línea de análisis la semiótica se ha ocupado del comportamiento
comunicativo de comunidades no humanas, tocando terrenos caros a la definición de cultura de corte racionalista y centrada en el carácter del lenguaje
humano; un tema interesante del que no nos ocuparemos por el momento,
pero citaré un ejemplo propuesto por Paul Watzlawick en su reflexión sobre la
realidad:
Las pioneras investigaciones del premio Nobel Karl von Frisch han
demostrado que las abejas emplean un lenguaje corpóreo sumamente complejo para comunicar a sus congéneres no sólo el descubrimiento de nuevos centros de alimentación, sino también su situación y calidad del alimento. En términos generales disponen para comunicar esta información
de tres «danzas» diferentes:
Si el néctar descubierto se halla muy cerca de la colmena la abeja
ejecuta la llamada «danza circular», que consiste en moverse en círculo
alternativamente a derecha e izquierda.
Si el alimento de halla a una distancia media, se ejecuta la «danza de
la hoz» que, vista desde arriba, parece un ocho falciforme, curvo y plano.
La abertura de la hoz señala la dirección en que se encuentra la fuente
alimenticia y, como en las restantes danzas, el ritmo más o menos vivo
indica la calidad del néctar.
Si el alimento está a mayor distancia, la abeja ejecuta la «danza del
vientre», que consiste en avanzar unos centímetros en dirección al lugar
descubierto, volver luego al punto de partida siguiendo una trayectoria
semicircular a derecha e izquierda, y repetir de nuevo el movimiento de
avance. Al tiempo que avanza agita el vientre de una manera llamativa.
Hace algunos años hizo Von Frisch un nuevo descubrimiento: las
especies de abejas austríaca e italiana pueden cruzarse, convivir y colaborar pacíficamente. Pero hablan distintos dialectos, es decir, que las
antes mencionadas indicaciones de distancia tienen para estas dos especies distintos significados. La abeja italiana utiliza la «danza del vientre»
para referirse a distancias de 40 metros, mientras que para la austríaca
esta misma señal indica una distancia de al menos 90 metros. Una abeja
austríaca que, fiándose de la información proporcionada por su colega
italiana, emprendiera el vuelo hacia el néctar, se fatigaría en vano, porque el alimento se encuentra más cerca de la colmena. Y, a la inversa,
una abeja italiana no volará lo suficiente si se guía por la información de
una abeja austríaca (1986: 16).
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El lenguaje de las abejas es innato y aparte de mostrar, como lo menciona el
autor, que la confusión de lenguas babilónica no se limita a la comunicación
humana, hace parte del límite inferior del dominio de la semiótica; ejemplos
como éste abundan en las investigaciones, pero para efectos de la finalidad de
nuestra reflexión nos moveremos en los terrenos más seguros de la cultura.
Desde la dimensión antropológica, la comunicación es para la semiótica
todo intercambio de sentido en los procesos socioculturales, por cualquier medio (o medios) y contexto, pues concibe que el universo cultural se sustenta en
mecanismos de representación. Allí donde se dé el intercambio comunicativo
humano tiene presencia la semiótica, llamada a entender y dar cuenta de la
naturaleza de las representaciones, las reglas y principios que las posibilitan y la
lógica de las interacciones humanas en las que se manifiestan. La semiótica es
una ciencia de los fenómenos culturales en tanto hechos de representación,
fenómenos de creación simbólica, universos de sentido.
En este punto es inevitable acusar el supuesto imperialismo de la semiótica;
como lo señala Umberto Eco: «efectivamente, el proyecto de una disciplina que
estudia el conjunto de la cultura, descomponiendo en signos una inmensa variedad
de objetos y de acontecimientos, puede dar la impresión de un «imperialismo» semiótico
arrogante. Cuando una disciplina define como objeto propio “toda clase de cosas” y,
por consiguiente, se considera con derecho a definir mediante sus propios aparatos
categoriales el universo (cultural)1 entero, el riesgo es grave indudablemente» (Eco,
1995: 21). Pero el riesgo se deja de lado cuando se comprende la naturaleza
transdisciplinar de la semiótica; si bien no limita un objeto de estudio en particular en
el campo global de la cultura, comparte con otras ciencias humanas y disciplinas las
problemáticas en torno a sus objetos en los procesos y fenómenos culturales, como
un aporte a la comprensión de sus naturalezas simbólicas, aspecto que también le
permite acoger constantemente nuevos principios categoriales.
La semiótica puede ocuparse de las manifestaciones culturales desde tres
instancias básicas: determinar la naturaleza de las reglas de relación subyacente
en las estructuras de significación que las sustentan, esto es, las convenciones
sociales o códigos; estudiar las condiciones de su circulación social en tanto
procesos comunicativos, o reflexionar sobre las relaciones entre las manifestaciones culturales y la sociedad en la que se producen o interpretan. Los resultados investigativos varían de acuerdo con sus alcances, desde fundamentaciones
semióticas de los mecanismos de producción, semióticas de la publicidad, de la
narrativa audiovisual, del diseño industrial, etc., análisis de los textos y mensajes
que éstos actualizan, manifestaciones estéticas o textos de la comunicación de
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masas, hasta reflexiones sobre los procesos e interacciones sociales, las condiciones de las ideologías o los mecanismos de poder, por ejemplo.
Por los límites de nuestra reflexión resultaría una labor compleja mostrar los
resultados específicos de estos horizontes investigativos, tanto en términos de
principios y metodologías como en términos de sus resultados, pero es probable
que algunas constantes categoriales de la reflexión semiótica se clarifiquen al
enfocar la definición del texto.
Partiendo de la referencia hecha a los códigos como estructuras de significación constituidas por reglas de relación entre los sistemas que las componen,
una primera definición de texto lo señala como actualización comunicativa de
los códigos, lo que nos remite a explicar la naturaleza estructural que le es
propia. Los códigos estructuran funciones semióticas, esto es, relaciones entre
significados y formas vehiculares de materialización. A la dimensión de las formas se la denomina plano de la expresión, y a la dimensión de los significados,
plano del contenido. Las relaciones entre estos planos se organizan en cuatro
sistemas: en el plano de la expresión, un sistema morfológico –sustancias materiales de las que se componen sus manifestaciones– y un sistema sintáctico
–reglas de articulación de estas sustancias en unidades significativas formales–;
en el plano del contenido, un sistema semántico –reglas para establecer relaciones entre las unidades formales y los significados– y un nivel pragmático –reglas
para determinar las condiciones contextuales de sus manifestaciones y sus restricciones interaccionales–. Este esquema de organización se especifica en reglas
determinadas que los diferencian unos de otros. Entendidos así, los códigos son
conjuntos de reglas de producción y comprensión de textos y mensajes.
Desde estas categorías, la producción de textos a partir de un código o de
varios se sustenta en condiciones como el conocimiento operativo y la
intencionalidad comunicativa que permiten actualizar sus estructuras de significación en relación con las situaciones y los contextos del entorno comunicativo;
pero es aquí donde el panorama de la interpretación –tanto para producir textos
como para entenderlos– se hace complejo. Los códigos no son entidades fijas e
inmutables, como generalmente se cree en una muy superficial lectura de su
naturaleza estructural; por el contrario, en tanto que productos culturales son
cambiantes y están sometidos a la constante hibridación que les demandan las
necesidades comunicativas de los usuarios, en forma tal que, por regla general,
en la producción textual se encuentra presente la actualización de dos o más
códigos, o de dos o más prácticas significantes que en su relación pueden originar códigos con características expresivas autónomas o prácticas en las que conservan su independencia. El uso somete sus reglas a modificaciones, algunas
momentáneas, otras permanentes, que además deben su existencia a los proce-
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sos sociales y se manifiestan en las experiencias textuales de los sujetos, lo que
implica que el conocimiento y el acceso a ellos nunca es homogéneo.
Por ello, el estudio de los códigos no puede ser más que aproximado en
cada situación investigativa, pues se trabaja en un terreno inestable en el que las
condiciones apenas descubiertas pueden ser otras en el siguiente momento histórico, rasgo que se hace aun más marcado en aquellos códigos que le exigen a
sus usuarios la innovación en la producción de sus manifestaciones, como los
códigos implicados en la comunicación de masas. En otras palabras, existen
códigos con condiciones estructurales más fuertes que otros; por ejemplo, el
código lingüístico en comparación con los ya citados. En este sentido, los textos
no están sometidos a los códigos; por el contrario, los códigos están allí para ser
usados en la producción textual, para ser deformados, reconstruidos en caso de
que no respalden las necesidades expresivas que se les exigen; sus reglas estructurales son puntos de partida en permanente revaluación que sólo requieren que
sus variaciones puedan ser comprendidas por los actores de los procesos
comunicativos. Es para y por la comunicación que existen, y es ella la garantía
de su permanencia; todo se hace posible en el borde mismo de su única regla
inmodificable: que sus manifestaciones sean inteligibles.
Esta caótica pero afortunada condición de los códigos ha obligado a la
reflexión semiótica a desplazar sus estudios al texto y a preocuparse por la
inserción de la producción textual en procesos socioculturales, procesos de los
que creyó posible prescindir en algún momento de su evolución disciplinar. El
lugar del estudio de los códigos ha sido ocupado por el estudio de las competencias textuales y discursivas, integrando la dimensión de las estructuras de significación en los procesos complejos de producción, circulación y consumo. Estos
desplazamientos son también el producto de la revisión de principios de la reflexión semiótica en el campo de los modelos de comunicación y de la interpretación. Desde esta perspectiva, el conocimiento de los códigos o competencia
comunicativa es sólo una de las condiciones de la producción y comprensión,
dentro del conjunto de las competencias interpretativas.
La producción e interpretación textual se realiza en un contexto social en el
que interviene una serie de factores de orden sociocultural, y este contexto tiene
un importante papel en la generación e interpretación de los significados y sentidos. Las estructuras de significación ofrecen condiciones para la comunicación,
pero toda generación y transmisión de significados es producto de la actualización de los sujetos, que las utilizan con fines determinados y en situaciones
comunicativas específicas dentro de un contexto social.
Esta noción de texto se apoya significativamente en los desarrollos paralelos de la lingüística discursiva y textual, liderada por la corriente de la teoría de
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la enunciación y los más recientes desarrollos de las escuelas de Kazan y de
Constanza, que proponen una serie de categorías para estudiar la lengua como
proceso social. Vamos a detenernos en algunas de estas propuestas para apoyar
la comprensión de esta noción y superar algunas ambigüedades que se presentan en su uso en la lingüística y en la semiótica. Empezaremos con la distinción
entre oración y enunciado, y entre enunciación y enunciado.
La oración es una unidad gramatical que hace parte del sistema formal de la
lengua; el enunciado es la actualización de oraciones en la comunicación en las que
pueden ser sometidas a cambios y modificaciones por parte de los hablantes. Los
enunciados se organizan en el discurso, que es el principal producto de la actividad
lingüística; por ello es el discurso y no la oración el que constituye verdaderamente
el acto de la comunicación, por más que en ciertos casos un discurso pueda estar
conformado por una sola oración o para el caso por un solo enunciado.
El enunciado es aquello que se comunica, y el acto de comunicar que implica
siempre la participación de un emisor y de un destinatario se denomina enunciación. El acto de enunciación deja huellas en el enunciado que sólo tienen sentido
por referencia a la situación comunicativa. Esta relación enunciación-enunciado es la
estructura básica de la comunicación, y desde esta perspectiva el objeto de la investigación lingüística ya no es la lengua y su estructura, o las reglas para producir
expresiones verbales, sino la relación de enunciados que por medio de marcas
introduce en el discurso todas las variables que intervienen en el acto de comunicar.
Previo al intercambio de significados en la comunicación, existen procesos de
producción, esto es, condiciones y estrategias para generar discursos que hacen
parte de regulaciones tanto lingüísticas como socioculturales; a estos procesos de
producción se los denomina textos. Los textos para esta escuela lingüística son
esquemas para producir discursos, y estos esquemas obedecen a finalidades
comunicativas. El texto es un esquema de producción y el discurso una actualización del texto en la actividad comunicativa. Esta disciplina utiliza la distinción
entre discurso y texto para establecer sus unidades de análisis y sus finalidades
investigativas, pero en la mayoría de sus aplicaciones a la interpretación del comportamiento comunicativo no se establece una diferencia clara entre ambos términos y se los utiliza indistintamente para referirse a la actividad lingüística; así, por
ejemplo, se clasifica la producción lingüística en dos clases de textos generales: el
texto oral y el texto escrito. En la semiótica de la productividad, que se ocupa de
las diversas estructuras de significación, el texto es el equivalente al discurso; para
referirnos a los esquemas utilizaremos el término de superestructuras textuales.
Volviendo al tema de las competencias interpretativas, la comunicación textual
como práctica social está determinada por un conjunto de reglas y condiciones
históricas y culturales que son el producto de una compleja red de relaciones en la
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estructura social y que no son reducibles a los códigos. Y se expresan en representaciones colectivas, conjunto de conocimientos fundamentales que rigen la actividad
comunicativa. Las competencias se adquieren en la convivencia social, aunque pueden ser objeto de especialización y se clasifican en: competencia epistémica (o
epistemológica), competencia comunicativa y competencia pragmática.
La competencia epistémica es el conjunto de conocimientos que posee una
comunidad sobre la realidad natural y social. A estos conocimientos se los denomina
«cosmovisión» o «visión de mundo», y se expresan en teorías científicas, ideologías,
explicaciones religiosas, interpretaciones míticas, principios filosóficos, etc. Generalmente, en todas las comunidades coexisten diversas interpretaciones sobre la realidad, a las que se adhieren los sujetos por afinidades de distinta índole, y se transmiten de varias formas: en la convivencia social, en las instituciones de enseñanza, a
través de medios masivos de comunicación, en libros y medios impresos, etc. Los
sujetos sustentan sus actividades comunicativas en estos conocimientos, y aun cuando realicen elecciones de determinadas interpretaciones, poseen conocimientos de
las demás, sea que provoquen distancias o acercamientos sociales.
La competencia comunicativa es el conjunto de conocimientos sobre las
estructuras de significación o códigos de comunicación: lingüísticos, gráficos,
visuales, audiovisuales, musicales, gestuales, espaciales, etc. Este conocimiento
puede ser más o menos especializado. Puede ser un conocimiento práctico, esto
es, saber usarlos aunque no se comprendan las estructuras que los conforman;
por ejemplo, hablar una lengua sin estudiar su estructura de funcionamiento.
Puede ser un conocimiento operativo: saber cómo funcionan pero no producir
manifestaciones; por ejemplo, entender el proceso de producción del cine pero
no saber realizar películas. Puede ser un conocimiento teórico: interpretarlos
entendiendo sus propuestas comunicativas sin finalidades de ejecución. O puede ser una mezcla de conocimiento práctico, operativo y teórico.
La competencia pragmática es el conjunto de conocimientos de los comportamientos sociales, de los contextos o situaciones de actuación, y atraviesa
los distintos ámbitos de la interacción social. En cada uno de ellos existen regulaciones de la conducta, normas de actuación y restricciones interaccionales.
Estos conocimientos determinan el intercambio comunicativo, establecen las formas y los contenidos posibles de las manifestaciones textuales.
Por otra parte, al margen de las estructuras de significación, los textos están
determinados por esquemas de organización que establecen la ordenación de
los fragmentos que los integran y las relaciones entre ellos, de acuerdo con sus
finalidades comunicativas. Estas formas globales se denominan superestructuras
y son fundamentales en la producción y comprensión textual. Existen cuatro
clases de formas esquemáticas: narrativa, enunciativa, argumentativa y descripti-
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va, que obedecen a su vez a la intencionalidad de contar, persuadir, convencer o
informar. El conocimiento de estas superestructuras se denomina competencia
textual y es producto de la acumulación, en la experiencia de los sujetos, de
acontecimientos textuales.
Las competencias interpretativas se actualizan en la producción y comprensión textual, pero dado que el contenido de estas competencias no es igual en
todos los sujetos, la comunicación se revela como un juego de negociaciones, de
presuposiciones contextuales y circunstanciales que hacen que en los procesos
comunicativos, más que trasmitir significados, se resignifiquen relaciones y sentidos sociales. Es a raíz de esta negociación que se revela la diferencia existente
entre textos y mensajes. Los textos son artificios o dispositivos en los que se
realizan propuestas de sentido, pero estas propuestas sólo se materializan o se
invalidan en la interpretación de los mensajes que es posible suponerles, y que
dependen de la actividad interpretativa de sus polos destinatarios.
Un texto puede producir diferentes mensajes, todos aquellos que sean posibles en las diversas negociaciones que establece con sujetos sociales; en esta situación los textos se construyen sobre estrategias de diversa índole para instaurar un
recorrido de interpretación, insinuaciones, invitaciones, coerciones, amenazas, apelaciones a la buena voluntad, apariciones sorpresivas, tomas por asalto; todo es
posible en el juego de la comunicación en donde el texto debe competir primero
para conseguir la atención de sujetos sociales en un medio invadido por multiplicidad de manifestaciones textuales, y convertirlos en destinatarios y después arreglárselas para que éstos lo interpreten en alguna dimensión que convenga a sus
intencionalidades. Para ejemplificarlo viene al caso esta cita:
… generar un texto significa aplicar una estrategia que incluye las
previsiones de los movimientos del otro; como ocurre, por lo demás, en
toda estrategia. En la estrategia militar (o ajedrecística, digamos: en toda
estrategia de juego), el estratega se fabrica un modelo de adversario. Si hago
este movimiento, arriesgaba Napoleón, Wellington debería reaccionar de tal
manera. Si hago este movimiento, argumentaba Wellington, Napoleón debería reaccionar de tal manera. En ese caso concreto, Wellington generó su
estrategia mejor que Napoleón, se construyó un Napoleón modelo que se
parecía más al Napoleón concreto que el Wellington imaginado por Napoleón
al Wellington concreto. La analogía falla por el hecho de que, en el caso del
texto, lo que el autor (o productor)2 suele querer es que el adversario gane,
no que pierda. Pero no siempre es así (Eco, 1999: 79).
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Las estrategias de la producción textual se encuentran con las estrategias de
la comprensión textual; los sujetos sociales también cuentan con sus propios
mecanismos para participar en este juego del sentido con una intención cooperativa o sin ella.
Hasta este punto hemos intentado realizar una presentación de categorías
que puedan referirse a todo tipo de producción textual; si se quiere ser espectador, apasionado o no, de uno de estos encuentros de estrategias, se haría necesario fijar la atención en alguna práctica o lógica de la productividad. El terreno
es amplio. Umberto Eco ha dedicado una buena parte de su obra al análisis
semiótico de la productividad textual narrativa; para citar una de ellas, en Lector
in fabula se dedica al estudio de la cooperación interpretativa que se da al
interior de esta tipología textual. Las estrategias reciben nombres propios: lector
y autor modelos, recorridos generativos, isotopías, etc. Las competencias se especifican en estructuras ideológicas, estructuras actanciales y estructuras narrativas y discursivas, cada una de ellas habitada por mecanismos de producción y
comprensión.
Con esta referencia no estoy presentando el próximo tema de la conferencia; les estoy extendiendo una invitación (estratégica) a participar en un juego
del sentido, las posibilidades son múltiples, desde la semiótica de la productividad textual.
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