TEMA 2 El agrosistema olivar: Componentes y diversidad.

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TEMA 2
El agrosistema olivar: Componentes y diversidad.
ÍNDICE
2.1 Estructura trófica y componentes del agrosistema ..................................... 4
2.2 Los vertebrados en el agrosistema olivar..................................................... 9
2.3 El flujo de energía en el olivar...................................................................... 18
2.4 El ciclo de los nutrientes .............................................................................. 22
2.5 El papel del agua ........................................................................................... 28
Los ecosistemas son las unidades básicas de la naturaleza. Tienen una
estructura y una función peculiar, y sus características no son atribuibles a las que
resultarían de la suma de las de cada uno de sus componentes por separado. Por
una parte se regulan a sí mismos, para mantenerse como son, y por otra
evolucionan con el transcurso del tiempo.
A los ecosistemas agrarios, para distinguirlos de los naturales (no
intervenidos), se les suele llamar “agrosistemas”.
Según Monserrat, veterano ecólogo e investigador, “agrobiosistemas son
aquellos ecosistemas en los que el hombre simplifica su estructura, especializa
sus comunidades, cierra ciclos de materia y dirige el flujo energético hacia
productos cotizados”.
En esta definición se encierra una de las pocas recetas válidas en
agricultura ecológica. Se trata de tomar un ecosistema, simplificar su estructura y
especializar sus comunidades lo necesario para obtener producción pero sin
afectar de forma irreversible a su estabilidad, cerrar los ciclos de nutrientes y dirigir
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el flujo de energía hacia los productos cotizados, que en nuestro caso son las
aceitunas y el aceite. Se dice fácilmente, pero, ¿cómo se hace?
Para poner en cultivo un territorio hay que “simplificar la estructura” (como
dice el profesor Monserrat) del ecosistema que contiene. Hay que quitar de en
medio a aquellos seres que molestan por alguna razón: Porque compitan con el
cultivador en el aprovechamiento del producto buscado; o porque compitan con la
planta por el agua, los nutrientes, la luz o el mismo espacio para vivir; o,
simplemente, porque estorben en el acceso para la recolección o las tareas de
cuidado. Desde que el hombre empezó a hacer agricultura, siempre ha empezado
simplificando, y ha seguido, a lo largo de toda la historia, manteniendo esa
simplificación inicial o haciéndola mayor.
Al simplificar un ecosistema, quitándole componentes, se reduce su
diversidad, y con ella se reduce también la estabilidad, el equilibrio. Es inevitable.
Para manejar un ecosistema y obtener una producción en cantidad suficiente, es
imprescindible simplificar su estructura y especializar sus comunidades, ya que de
un ecosistema maduro y complejo, como lo son los bosques naturales o las
marismas bien conservadas, es muy difícil obtener producción alguna, pues todo
lo que se produce se consume dentro del mismo ecosistema; por decirlo
llanamente, en un ecosistema maduro no sobra nada, todo se aprovecha. Para
que podamos extraer nuestra parte, en cantidad suficiente, es imprescindible que
simplifiquemos, en algún grado, el sistema.
Pero
deberíamos
ser
conscientes
de
que
al
hacerlo
reducimos
inevitablemente su estabilidad y que, para compensar esta pérdida - conjugando
productividad y estabilidad a largo plazo - es necesario aportar energía y
materiales desde fuera del sistema (trabajo humano y animal, combustibles
fósiles, abonos minerales, plaguicidas, etc.), tanto más cuanto mayor sea la
desestabilización.
Quizás, sirva para aclarar lo anterior un ejemplo, algo chusco, pero útil:
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Supongamos que en vez del ecosistema a simplificar tenemos una silla, a la
que su estabilidad se la dan sus cuatro patas. Estas patas son sus componentes,
unidos por unos cuantos travesaños (las relaciones entre esos componentes) que
también influyen en la estabilidad del conjunto. Si para aumentar el rendimiento
que esperamos de la silla (del sistema) tenemos necesariamente que simplificarla,
y para ello no hay otro camino que eliminar algún componente (pata),
empezaremos la simplificación quitándole un componente, o sea una pata, y nos
quedaremos con una silla de tres patas, que como todo el mundo sabe es
perfectamente estable, incluso no cojeará nunca porque los tres puntos de apoyo
definen un único plano. Se nos habrán quedado colgando los travesaños que se
apoyaban en la pata suprimida, y esto resta cohesión a la silla, pero la pérdida es
poco importante; sólo habrá que tener cuidado de no cargar el peso en el extremo
de la silla que no tiene pata. Pero, somos ambiciosos y no nos basta con la
productividad obtenida con esta primera simplificación, hay que forzar la máquina,
simplificar más. Y le quitamos una segunda pata. Ahora la silla no se tiene en pie
sola, habrá que dejarla apoyada en la pared, y si queremos sentarnos habrá que
tener la precaución de equilibrarla bien y mantener siempre una de nuestras
piernas bien asentada en el suelo, mejor las dos. Pero, hay especialistas en
sentarse en las sillas sobre dos patas, así que, aunque ha habido una pérdida
notable de estabilidad, la cuestión no parece excesivamente grave. Los
travesaños colgantes (interrelaciones) casi será mejor que se los quitemos. Aún le
quedan dos patas así que ¿por qué no simplificar un poco más? – somos
insaciables-. Le quitamos la tercera pata y ahora - hay que reconocerlo - la
estabilidad se resiente bastante, la silla ya casi es inútil, pero, con un poco de
esfuerzo por nuestra parte aún nos podemos sentar, sujetando el asiento con las
manos, equilibrando bien el cuerpo y apoyando firmemente las dos piernas en el
suelo (cada vez más energía empleada). La postura no es descansada, casi
compensaría quedarse de pie, pero la realidad es que sentarse, lo que se dice
sentarse, se puede. Ya puestos le podemos arrancar la última pata. La
simplificación es máxima, quizás también la supuesta producción, pero la
estabilidad es nula, la silla se cae sin remedio, sólo cabría mantener la apariencia
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de que la silla nos sostiene, sosteniéndola nosotros a ella, haciendo como si
estuviésemos sentados.
En el olivar ecológico hay que encontrar una posición intermedia que
permita obtener producción sin afectar irreversiblemente a la estabilidad (¿tres
patas? ¿dos?). Para ello es imprescindible conocer cómo se organiza, cómo es y
cómo funciona el “ecosistema olivar”. Los ecosistema suelen conocerse por su
estructura (la forma en que aparecen dispuestos sus componentes y las
condiciones que lo caracterizan en un momento dado) y por su función (cómo
funcionan,
las
relaciones
que
se
establecen
entre
sus
componentes,
fundamentadas en los intercambios de energía y materiales entre ellos y con el
exterior). Con los agrosistemas ocurre lo mismo.
2.1 Estructura trófica y componentes del agrosistema
Las relaciones que se establecen entre todos los componentes del
ecosistema, en cuanto a la comida se refiere, pueden representarse como una
cadena (la famosa “cadena trófica”) en la que cada eslabón representa un grupo
que se alimenta del eslabón anterior. También puede representarse como una
pirámide por aquello de que la base, sobre la que se apoya el resto, debe ser más
amplia.
La base en todos los ecosistemas terrestres del planeta Tierra son las
plantas verdes, que son los únicos seres capaces de aprovechar la energía del
sol, para, con el dióxido de carbono (CO2) del aire, el agua y los elementos
minerales extraídos del suelo, construir su propio organismo, por eso se les llama
“productores”. Las plantas verdes se las comen los llamados “consumidores
primarios” o “fitófagos”. Y a estos los “consumidores secundarios” o
“predadores”, y a estos los “superpredadores”. Y no es normal que haya más
eslabones, la cadena suele ser corta aunque, frecuentemente, complicada.
Pero hemos dejado la cadena a medias, hay otra parte, menos visible pero
quizás más importante, que es la de los organismos que se alimentan de materia
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orgánica muerta (cadáveres, excrementos, y restos en general, procedentes de
animales o de plantas). Estos organismos, los llamados “descomponedores”
(necrófagos, detritívoros) son los encargados de que los materiales nutritivos
vuelvan otra vez al suelo y puedan volverse a utilizar.
En los ecosistemas, la energía fijada por las plantas verdes va pasando de
un eslabón a otro, disipándose una parte en cada paso y sin posibilidad de
recuperación. Los elementos minerales, sin embargo, recorren la cadena de forma
cíclica, permitiendo, si el ecosistema funciona adecuadamente, su utilización
repetida una y otra vez de forma ininterrumpida.
Figura 2. Flujo de energía y ciclo de nutrientes en el ecosistema.
El olivar no es tan simple como puede parecer a primera vista, ni siquiera
los olivares muy intervenidos, en los que se intenta reducir la presencia de otros
seres vivos a fuerza de tratamientos con productos químicos a todas horas.
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Quizás, más de un olivarero satisfecho de sí mismo, de esos que presumen
de tener sus olivares “relucientes de limpios”, se haga la ilusión de tener un olivar
en el que los únicos seres vivos que lo componen son el olivo (como productor) y
él mismo (como consumidor primario y exclusivo). Así a cualquier animal que se
atreve a pasar por allí lo califica de intruso, y si es un insecto de “plaga”,
disponiendo inmediatamente su muerte por envenenamiento; y lo mismo ocurre
con cualquier planta, sea hierba o matorral, que intente instalarse sobre su suelo,
aunque sea tan comestible y sana como las collejas (Silene sp.) que es tratada de
“mala hierba” y condenada también, irremisiblemente, a muerte. Es preferible no
imaginar qué haría si supiese que el suelo lo tiene lleno de microbios...
Bueno, pues aún en la situación anterior, dejando aparte el poco que hay de
exageración, el deseo del olivarero, no pasa de ser una ilusión; es imposible
mantener un agrosistema con sólo dos especies vivas, tanto como que se
mantenga en pie una silla con una sola pata. De hecho, en estos olivares los
problemas de plagas y enfermedades se agudizan, especialmente cuando ocupan
grandes extensiones.
Para reconocer la estructura del agrosistema que constituye el olivar,
puede ser útil presentar los componentes de una forma simplificada, según el
esquema clásico, de separar para su comprensión los componentes vivos de los
inertes y, dentro de los primeros, utilizar la también clásica pirámide trófica, con
sus cuatro escalones:
- Productores
En el olivar esta pirámide es algo peculiar, pues durante varios meses al
año la única especie verde, capaz de realizar fotosíntesis, o sea de captar energía
para el resto de los pisos, es el olivo, lo cual limita gravemente la diversidad.
Aunque en el olivar existe una flora acompañante de plantas herbáceas, más
conocidas como “malas hierbas”, que puede incluir una larga lista de especies, y
desarrolla un importante papel en cuanto a la producción de biomasa y la
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protección del suelo. Esta peculiar “flora” varía según las condiciones del suelo, la
época y, sobre todo, las prácticas de cultivo, tanto que su presencia y abundancia
depende, principalmente, del tiempo transcurrido desde la última labor. Entre las
hierbas espontáneas, las plantas de los bordes y los reductos de vegetación
natural no es difícil encontrar en una sola hectárea de olivar más de cien especies
vegetales diferentes, considerando únicamente las plantas que se llaman
superiores.
- Consumidores primarios
Si nos fijamos en el escalón de los consumidores primarios o fitófagos (los
que se alimentan de plantas o de partes o jugos de estas) vemos que los
vertebrados son pocos, pero más de los que un principio pudiera parecer. Por
ejemplo, en determinadas zonas el olivar alberga en invierno una rica y
abundante avifauna, procedente en su mayoría del Centro y Norte de Europa. La
lista de invertebrados es muchísimo más extensa, constituida en su mayoría por
artrópodos y fundamentalmente por insectos. En la cuenca mediterránea se han
inventariado 137 especies de insectos que basan su alimentación en el olivo, de
las cuales unas 60 están presentes en los olivares españoles. A éstas hay que
añadir al menos 17 especies de ácaros conocidos sobre el olivar español.
- Consumidores secundarios
Al poner nuestra atención en los siguientes escalones de consumidores
encontramos algo similar pero aumentado: Algunos vertebrados, mamíferos
(insectívoros, quirópteros, y carnívoros), aves y reptiles poco valorados pero que
están presentes en todos los olivares. Y, al igual que entre los fitófagos, la mayor
variedad y número de consumidores secundarios y terciarios (predadores,
parásitos, parasitoides y superpredadores) se encuentra en los invertebrados, en
especial entre los insectos.
Así un inventario de “entomófagos” (que comen insectos) censados sobre
“plagas” del olivo (considerando únicamente los insectos que constituyen plagas
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de suficiente importancia económica como para justificar su estudio) en toda la
cuenca mediterránea permite adelantar una cifra superior a las 300 especies sólo
para los parasitoides. A esta primera cifra hay que añadir los predadores, entre los
cuales se encuentran algunos artrópodos no insectos, como las arañas que viven
en el follaje, y de las que no se conoce muy bien el papel que desempeñan, pero
de las que se han identificado hasta 217 especies diferentes; y, por supuesto,
muchos insectos, hasta 83 especies conocidas, entre los que destacan los
predadores que se desenvuelven en el suelo como las hormigas (23 especies
determinadas) y los escarabajos principalmente.
- Descomponedores
No hay que olvidar el último, y no por eso menos importante, eslabón de la
cadena trófica: Los descomponedores. La acción de los microorganismos
saprófagos aprovecha la energía ligada a los enlaces químicos de la materia
orgánica y libera los minerales que la componen, de forma que puedan volver a
ingresar en el ciclo productivo cerrando así el ciclo de los nutrientes. Bacterias,
actinomicetos, hongos, algas, protozoos, así como el resto de micro y meso fauna
del suelo, realizan un papel fundamental en el mantenimiento de la fertilidad del
suelo y en la capacidad de este para retener el agua, y constituyen un sistema
vivo complejo y variado.
La tierra, como llamamos también al suelo agrícola, con toda la vida que
encierra, es una parte fundamental de los agrosistemas de tanta importancia que
suele considerarse como un “subsistema” con un cierto grado de independencia
dentro del sistema total. La tierra, como conjunto, se comporta como un organismo
vivo, tan vivo que puede medirse su respiración.
El que la composición del agrosistema se presente de forma esquemática y
sus componentes separados, no debe llevarnos a olvidar que se trata un sistema
dinámico en el que los individuos y las poblaciones que lo habitan mantienen una
compleja red de interrelaciones de todo tipo.
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Figura 3: Pirámide trófica del olivar
2.2 Los vertebrados en el agrosistema olivar
Los ecosistemas naturales terrestres suelen contar con vertebrados entre
su fauna. Y en los ecosistemas de bosque ahuecado, como las sabanas y las
dehesas (el sistema agrosilvopastoral ibérico por excelencia al que queremos que
se asemejen los olivares), los grandes herbívoros son fundamentales. Unos están
especializados en el “ramoneo”, controlando y renovando el arbolado al tiempo
que aprovechan la energía solar fijada en sus hojas; otros están especializados en
el aprovechamiento de la hierba. Los herbívoros son actores principales en el
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ciclo de los nutrientes: Activan la vida microbiana de la tierra con sus
excrementos ricos en vida (bacterias de su tracto digestivo), energía y nutrientes,
y determinan la dinámica de la vegetación limitando el desarrollo de unas
especies al tiempo que favorecen el de otras, y distribuyendo los propágulos de
muchas plantas.
A nadie le extrañará que no haya peces en los olivares, por razones obvias,
ni tampoco anfibios, como no sea en algún olivar pasado de riego (hay más de
uno en el que cantan las ranas en las noches de mayo). No ocurre lo mismo con
los reptiles, todos ellos predadores, la mayoría cazadores de insectos, que suelen
tener presencia en el olivar. Casi en cualquier olivar, por deteriorado que esté, es
posible encontrar alguna lagartija correteando tronco arriba. Tampoco son
extraños los lagartos, más exigentes para elegir sus refugios, pero cada vez son
menos frecuentes las culebras.
Figura 4: Los vertebrados en la cadena trófica del olivar
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Las aves: una consideración especial
En los olivares siempre ha habido pájaros y otras aves. Ahora, lo dicen
todos los agricultores, “ya no hay ni pájaros en el olivar”. Y aunque no sea una
afirmación rigurosa, sí parece cierto que hay muchos menos que hace unos años.
Aves hay de muchos tipos. Si nos fijamos en sus hábitos alimenticios
comprobaremos que abundan las frugívoras y granívoras, consumidoras de
plantas verdes o de partes de ellas, pero también las hay insectívoras, algunas
estrictas, otras con alimentación diferente según las estaciones o según las fases
vitales. Hay muchos más criterios para agruparlas o diferenciarlas: las hay que son
estantes y pasan su vida en el paraje en que nacen; otras son migratorias y sólo
vienen a pasar el invierno para volver al Norte con el buen tiempo, o al revés,
vienen a criar en primavera y se van a pasar el invierno a latitudes más cálidas,
como las golondrinas. Hay aves que anidan en las ramas, otras lo hacen en el
suelo; algunas simplemente pasan por los olivares para comer o cazar.
Son curiosas las relaciones de las aves con el olivar, los estudios que
durante años vienen realizando investigadores de la Universidad de Jaén
presentan resultados muy ilustrativos.
Las comunidades de aves presentes en los olivares varían con la edad de
éstos. Los olivares jóvenes, que en Jaén se conocen con el nombre de estacares,
tienen comunidades propias de las estepas, con alondras, cogujadas y trigueros.
Cuando el olivar va creciendo y los olivos pasan del porte arbustivo al
semiarbóreo, la avifauna va evolucionando hacia comunidades propias de monte
abierto, en las que están presentes los pardillos y los zarceros comunes; para
pasar a comunidades de bosque maduro cuando los árboles alcanzan su pleno
desarrollo, con verdecillos, carboneros, el agateador común, especializado en
consumir insectos, que busca con avidez en los troncos de corteza agrietada, y las
mediterráneas currucas, la cabecinegra y la carrasqueña.
La avifauna no sólo está determinada por el carácter del arbolado, también
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es determinante la presencia o ausencia de la cubierta herbácea y su manejo. La
hierba es fundamental para proveer de alimento a las aves granívoras (como el
verdecillo y el jilguero) y de refugio a las aves que anidan en tierra como el
triguero, la cogujada común y la apreciada perdiz roja (indispensable en el menú
de los finales felices, como todo el mundo sabe), que es un habitante habitual de
los olivares con hierba. En la tierra desnuda no puede vivir, pues no encuentra
refugio ni alimento.
Sabemos que los olivares del Sur de la Península reciben en invierno
poblaciones de aves procedentes de Centroeuropa, que eligen este destino para
invernar. Primitivamente venían al monte mediterráneo que ocupaba estos
espacios pero, al ir siendo sustituido paulatinamente por olivar, han mantenido su
costumbre, ya que este medio, aunque artificializado, les sigue ofreciendo refugio
y un alimento muy rico en energía en pleno invierno: La aceituna. Pero, a pesar de
sus hábitos alimenticios y su relativa concentración, no suponen un problema para
el olivarero. La mayoría de estas aves, fringílidos (pajarillos les llamamos
coloquialmente), no picotean las aceitunas, se las comen enteras, y sólo les caben
en su pequeño pico aquellos frutos sin fecundar, redondos y pequeños, a los que
llamamos aceitunas pajareras, o azofairones. Las aves que son capaces de
picotear aceitunas suelen hacerlo con las caídas en el suelo.
“Cada mochuelo a su olivo”, se decía para indicar que cada uno debía estar
en su sitio. Esta pequeña rapaz nocturna ha utilizado tradicionalmente las ramas
de los olivos como apostadero y el olivar como territorio de caza. Donde tiene
sobre quién volar (ratoncillos, musarañas, lagartijas o escarabajos) lo sigue
haciendo.
Mamíferos en el olivar
Los mamíferos que más nos suelen interesar son los rumiantes, por la
función que cumplen de activadores del ciclo de los nutrientes, pero hay muchos
otros grupos presentes: Roedores, quirópteros, insectívoros, carnívoros, etc., que
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tienen algún representante rondando o viviendo en los olivares. Ratones, topillos,
topos, murciélagos, musarañas, ardillas, conejos, liebres, algún lirón, erizos,
comadrejas, garduñas, zorros, tejones, ginetas, gatos monteses, jabalíes, ciervos,
gamos y hasta la cabra montesa. Son animales que con muy distinta frecuencia es
posible encontrar en el olivar. A algunos los vemos muchas veces, a otros, sólo en
condiciones muy especiales, o vemos sus rastros, y a otros no los vemos nunca,
quizá porque no estén, quizá porque no sepamos mirar.
De cualquier manera los mamíferos silvestres, si exceptuamos algunas
poblaciones de roedores que en ocasiones se reproducen desordenadamente,
suelen ser escasos en el olivar, especialmente los grandes herbívoros.
¡Afortunadamente!, pues cuando los ciervos y los gamos entran en los olivares,
generalmente al final del verano, cuando no hay comida en el monte, lo hacen en
grupos numerosos y se dedican al ramoneo, causando, muchas veces, un
perjuicio económico notable al agricultor (las oleáceas, las plantas de la misma
familia botánica que el olivo, son la debilidad gastronómica de los ciervos, que las
consumen con avidez allí donde las haya). Pero esto sólo ocurre en olivares que
lindan con el monte cerrado.
Al principio del apartado hemos hablado de esa función tan especial de
activar el ciclo de los nutrientes, proceso básico para el buen funcionamiento del
agrosistema.
El olivar tradicional tenía este problema resuelto, aunque los animales no
pisaran el olivar más que para labrarlo un par de veces o tres al año. Al asociar el
olivar con los cereales y otros cultivos, era la tierra calma la que sustentaba a los
animales, unas veces con cereal (paja, grano y rastrojeras), otras con barbecho,
otras con leguminosas de grano. Los animales cumplían su función, fuesen de
trabajo (burros, mulos, caballos, bueyes, toros, vacas) o de renta (ovejas, cabras,
vacas). Y el agricultor, con sabiduría, hacía el resto: Recogía, amontonaba y
distribuía el estiércol sobre las tierras de cultivo, a cada una según sus
necesidades. Y esto era lo normal, se hacía en todas partes, sin darle mayor
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importancia, en realidad dándole tan poca importancia que se dejó de hacer como
si no pasara nada, como si fuera lo mismo, incluso como si fuese mejor labrar con
tractores y “fertilizar” con abonos químicos.
Pero, había más animales domésticos ligados al olivar. Cuando el cortijo
estaba junto a éste, las gallinas y los pavos lo recorrían picoteando, participando
activamente en la cadena trófica del olivar, tomando la energía y los nutrientes de
las briznas de hierba, de las larvas de insectos distraídas, y cerrando los ciclos
minerales directamente, con naturalidad.
También los cerdos, recicladores domésticos y suministro de proteínas y
grasas por excelencia, tenían cierta relación con el olivar, aunque no lo pisaran
nunca, o sólo muy ocasionalmente para aprovechar la aceituna caída. En la Sierra
de Segura era frecuente emplear para el engorde de estos animales la “jipia”
(orujo de aceituna que se obtenía como subproducto en las almazaras
tradicionales de prensas hidráulicas) mezclado con “harinillas” o salvado y
preparado con agua.
En algunas comarcas la implicación de los animales domésticos en el olivar
ha sido desde tiempo atrás mucho más directa. Es el caso del Valle de los
Pedroches, en el norte de Córdoba, donde el ganado ovino (principalmente de
raza merina) ha pastoreado los olivares tradicionalmente y lo sigue haciendo.
Aprovechan la hierba de las calles en la época de abundancia, de tal manera que
consiguen un triple objetivo: La oveja se alimenta de una hierba que de otra
manera se desaprovecharía; se evita la competencia de la hierba con el olivo; y se
estercola la tierra; todo ello a muy bajo coste. Claro que hay que disponer de
ganado, y que éste come todo el año, independientemente de que haya, o no,
hierba en los olivares. El olivar no puede ser la única fuente de pasto para el
ganado, el agricultor o el ganadero, que pueden ser la misma persona, o no, tiene
que disponer de otros recursos pastables.
Puede parecer elemental pero no lo es. Los usos tradicionales suelen ser
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más complejos de lo que parecen. Para ser beneficiosa para ambas partes esta
asociación debe proporcionar hierba abundante y apetecible a las ovejas en un
determinado período y, a la vez, las ovejas deben comerse esa hierba
uniformemente y con rapidez. Esto exige ajustar la carga ganadera (cuántos
animales van a entrar y durante cuánto tiempo) y manejar adecuadamente el
rebaño de modo que permanezca el tiempo preciso para apurar el pasto pero no
más, ya que empezará a dispersarse y pisotearlo todo y a ramonear en las ramas
bajeras. Por bien que se haga, el pisoteo de este ganado siempre origina
compactación del terreno, más si está mojado, y mucho más si, por cualquier
razón, se sobrepastorea.
Se sobrepastorea cuando en una superficie se mete más ganado del que
ésta es capaz de alimentar o se le mantiene allí durante más tiempo del adecuado.
Se reconoce fácilmente porque se generaliza el ramoneo y empiezan a formarse
multitud de senderos. Si no se detiene al primer síntoma las consecuencias son
graves: Se compacta el suelo, desaparece la cubierta herbácea, disminuye
drásticamente la capacidad de infiltración y con las primeras lluvias se inician los
procesos de erosión (regueros y cárcavas).
Si por el contrario la carga es insuficiente no hay estos problemas, pero no
se evita la competencia de la hierba con el arbolado por el agua, con las
consecuencias de caída de la producción que esto acarrea. Por otra parte se
produce un embastecimiento (pérdida de calidad) del pasto, pues el ganado
consume exclusivamente las plantas que más le apetecen y deja las que no le
gustan, las cuales pueden reproducirse y extenderse sin competencia. A los
pastos les ocurre lo que a la huerta y al molino, que con el uso ganan (el
Arcipreste de Hita, de quien tomo la comparación, la usaba con un tercer elemento
diferente).
No hay fórmulas generales para establecer la carga adecuada. Depende de
las características propias de la tierra, del manejo que haya recibido, de las
precipitaciones del año y de las temperaturas. Hay años con mucha hierba y años
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sin hierba. Si el número de animales es fijo, habrá que jugar con el tiempo: A más
hierba más tiempo.
Habrá lugares donde la otoñada sea buena y merezca la pena pastar los
olivares antes de la recolección; en la mayoría de los olivares de sierra es más
recomendable esperar hasta el final del invierno para que entre el ganado al olivar,
evitando si es posible que éste paste con la tierra húmeda, para reducir así la
compactación. Deberá salir cuando agote la hierba, y esto debe ocurrir antes de
que la hierba entre en competencia por el agua con los olivos. Entre una fecha y
otra, lo normal es contar aproximadamente con ocho o diez semanas.
Las ventajas del pastoreo en el olivar son evidentes: Control de la hierba
sin consumir energía fósil, sin quebrarse los riñones con la desbrozadora al
costado y sin eliminarla completamente, con lo cual se consigue que siga
protegiendo la tierra de la erosión, así como estercolado directo de toda la
superficie pastada y producción de corderos.
Pero los inconvenientes no son despreciables. Para empezar se complica la
vida, pues los animales exigen atención diaria; hay que aprender a manejarlos (y
no abundan las escuelas con este temario); es necesario hacer una inversión para
adquirirlos y hay que contar con otros pastos que complementen suficientemente
al olivar y con alimentos concentrados (cereales y leguminosas en grano) que
refuercen la dieta de los animales en momentos de especial esfuerzo productivo
(gestación y lactación, principalmente). Todo esto puede evitarse si el olivarero, en
vez de hacerse también ganadero, consigue la colaboración de alguien que ya lo
sea y a quien no le vengan mal pastos para un par de meses. Debería ser una
asociación beneficiosa para ambos. Lo que no hay quien evite es que con el
pisoteo las ovejas compacten la tierra, y en determinados tipos de terreno,
especialmente los muy arcillosos, este problema puede llegar a ser muy grave,
tanto como para anular la bonita colección de ventajas que se acaban de
enumerar.
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La solución no es sencilla, pero en zonas como Los Pedroches, en donde
este uso es tradicional, saben cómo manejar el ganado reduciendo los riesgos al
mínimo, aunque sea a costa de perder alguna ventaja.
El secreto está en aplicar cada año un manejo diferente, siguiendo el
compás de la poda. Allí la poda de los olivos se hace cada tres o cuatro años, y
con este mismo ritmo se van repitiendo los manejos en cada parcela.
La poda se realiza tras la recolección, al final del invierno, y tras ésta entra
el ganado a pastar la hierba y a alimentarse del ramón cortado. El ganado
permanece en el olivar mientras haya hierba.
Al otoño siguiente se siembra en la parcela una leguminosa, como la veza,
que se va a desarrollar en la primavera. Para sembrar se labra y se rompe la capa
de tierra compactada. El ganado ese año no entra para evitar, entre otras cosas,
que pueda dañar los renuevos que nacen como respuesta a los cortes de poda. La
veza se usa como abono verde o, si merece la pena, se siega para su
aprovechamiento como forraje. En cualquier caso fija nitrógeno en sus raíces.
Al año siguiente, el tercero, la hierba crece reforzada y el ganado vuelve a
pastar los olivares, y lo mismo en el cuarto, si éste es el turno, para volver a
empezar el ciclo.
No es tan difícil, unos años entra el ganado, y otros no. Se aprovecha para
descompactar la tierra y así se tienen las ventajas, pero no los inconvenientes.
Existe una amplia gama de posibilidades: Hay quien mantiene el ganado en
la parcela de olivar de forma continua y renuncia a mantener las ramas bajas, y
hay quien lo introduce a diario, en las épocas de pasto, durante un tiempo limitado,
siempre a la misma hora y con hambre, de forma que las ovejas consuman la
hierba con avidez sin atender a otros reclamos. Cada olivarero puede encontrar, o
ajustar, el manejo que mejor le convenga.
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Hay otros animales domésticos que se adaptan perfectamente a pastar en
el olivar y que presentan muchos menos inconvenientes que las ovejas (las cabras
no, que son consumadas ramoneadoras, especialistas en consumir los brotes más
tiernos allí donde estén, pues son buenas escaladoras e incluso aceptables
funambulistas). Hablamos de los équidos, las caballerías: Caballos, mulas y
burros. Herbívoros no rumiantes, cortan la hierba ligeramente por encima del
suelo, sin arrancarla. No ramonean, y compactan mucho menos la tierra, pues sus
cascos tienen una superficie mucho mayor con respecto a su peso. De este modo
pueden entrar en el olivar todos los años y permanecer en él prácticamente todo el
año.
2.3 El flujo de energía en el olivar
En todos los ecosistemas, un flujo de energía recorre la totalidad de sus
componentes, pasando de unos a otros de una manera simple y contundente: En
forma de alimento. En esta cadena cada ser toma la energía del precedente
cuando se lo come, no hace falta que sea de una vez, puede ser a poquitos (como
la abeja que liba el néctar de una flor, o el mosquito que nos chupa un poco de
sangre) o de mucho en mucho, como la golondrina que traga los mosquitos al
volar con la boca abierta.
La energía pasa de las plantas verdes a los animales consumidores de
plantas verdes, y de estos a los animales consumidores de otros animales, y un
poco de cada uno, o todo, al final pasa a los descomponedores del suelo.
Fluye la energía sin interrupción, de unos a otros, almacenándose
temporalmente en algunos. Un fluir muy semejante al de un río, desde la fuente, el
Sol, hasta el sumidero, el espacio. Un fluir que se produce siempre en un único
sentido, sin vuelta atrás. Se trata, ni más ni menos, de la manifestación de las tan
nombradas leyes de la termodinámica, como fenómeno universal, en la
Naturaleza. Son sólo dos, y Odum (uno de los científicos que más han hecho por
extender el conocimiento de la ecología) decía que todos los seres humanos
deberían entender los principios básicos de la transformación de la energía, ya
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que sin energía no existe la vida.
La primera Ley viene a decir aquello tan conocido de que "la energía ni se
crea ni se destruye, sólo se transforma". La energía pasa de unas formas a
otras, fluye (de ser luz pasa a los enlaces químicos de los hidratos de carbono o
de las grasas, de los enlaces de la leña a calor, de caída de agua a electricidad),
pero siempre proviene de una energía existente y va a dar otra forma de energía.
Una ley que da pie al optimismo, pues parece que deberíamos contar siempre con
una cantidad igual de energía. El único problema debería ser tomar la energía de
la forma más abundante o más fácil, pero... aún queda la segunda Ley: En
cualquier proceso de transformación de energía se produce una degradación
de la misma, desde una forma concentrada (hidratos de carbono, grasas, carbón)
a una forma dispersa (calor difuso). Desde un punto de vista práctico, la segunda
Ley establece que en cada transformación de energía se pierde una parte (se
pierde en sentido figurado, no es que no esté, simplemente no la podemos
aprovechar). Y se pierde en el espacio.
Las transformaciones de energía nunca son plenamente eficaces, siempre
hay pérdidas, el rendimiento siempre es inferior al 100%.
El Sol es, a nuestra escala, una fuente inagotable de energía en forma de
radiación. Calor, luz, radiaciones ultravioletas que emite el astro rey (divinidad
para tantas civilizaciones) todos los días, desde que sale hasta que se pone.
Dejando a un lado muchos procesos que se inician con esta entrada de energía en
el planeta Tierra (los vientos y la lluvia, por ejemplo), en las cadenas de la vida el
cauce para ese fluir se lo proporcionan las plantas verdes, únicos seres capaces
de aprovechar la luz para formar su organismo a partir del agua y el CO2 del aire,
transformando la radiación solar en otra forma de energía: La contenida en los
enlaces que unen los átomos de carbono con los de hidrógeno, principalmente, y
que forman en un principio los conocidos hidratos de carbono y después toda la
rica variedad de compuestos orgánicos que constituyen su organismo, la materia
vegetal viva. Este proceso de aprovechamiento directo de la luz solar, que realizan
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todas las plantas verdes, para formar compuestos orgánicos complejos a partir del
aire y el agua, es lo que se conoce como fotosíntesis y constituye la base de la
vida sobre la Tierra. Como dice Jaume Terradas (un ecólogo al que conviene leer
o escuchar) "la vegetación es la puerta de entrada de la energía sobre la que
funciona la vida en el planeta".
Los ecosistemas naturales maduros son capaces de funcionar manteniendo
a lo largo del tiempo su productividad, su estabilidad y el resto de los atributos que
lo caracterizan, mediante la entrada, exclusiva o predominante, de energía solar.
En un bosque mediterráneo maduro, las plantas verdes (árboles, arbustos, lianas,
herbáceas) captan energía para desarrollarse, crecer y alimentar al resto del
sistema, para formar nuevas hojas verdes que capten más energía durante un
tiempo y luego, en el otoño caer como juguetes del viento que son y ser
descompuestas por los detritívoros que aprovechan la energía que aún les
quedaba; para estirar el tronco hasta un poco más arriba y zafarse de la
competencia por el sol de otras plantas; para formar frutos ricos en energía
capaces, tras la germinación, de alimentar a la nueva plántula, o de alimentar al
jabalí. Captan energía para generar néctar en las flores o en otras partes, dulce
energía para los insectos (muchos de ellos buenos polinizadores, "celestinas" de
la diversidad vegetal y a veces padres de larvas voraces devoradoras de
insectos); para engrosar el tronco y un día, aún lejano en el tiempo, alimentar a los
barrenillos que iniciarán su desguace; para formar los granos de las leguminosas
silvestres que alimentarán a las perdices, que a su vez pondrán huevos de los que
una parte serán alimento del zorro, que las comerá mientras espera su menú
favorito a base de otros bichos en baja forma o enfermos, etc.
Los ecosistemas maduros disponen de un "servicio de mantenimiento"
propio, que hay que pagar entre todos, y en este caso el impuesto se paga en
energía, es como el IVA de los sistemas vivos. Y esta energía, toda la energía, la
captan en exclusiva las plantas verdes, que son los únicos productores (les basta,
para mover todo el ecosistema, con estar un rato al sol).
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En los agrosistemas es muy parecido, pero el flujo de energía se ve
modificado con la intervención humana, que lo dirige, o lo intenta dirigir como
puede, hacia productos cotizados, la aceituna y el aceite en el caso del olivar. Y
para dirigir esa energía elimina componentes del sistema, suprimiendo los
regatillos por los que la energía se va hacia otros lados que no sean la producción
de aceituna.
Figura 5: Flujos energéticos en el olivar
En el olivar la principal entrada de energía se produce a través de la
fijación fotosintética que realizan las hojas verdes (verdes por el haz,
plateadas por el envés). Y lo mismo el resto de las plantas verdes que puedan
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estar presentes de forma temporal o permanente: los jaramagos, las amapolas, los
lentiscos de la linde, la higuera que aún queda en el rincón más fresco... Esta
energía proviene del sol, y la cantidad fijada depende, fundamentalmente, de la
superficie de captación, la superficie de hojas verdes expuestas al sol, ya que el
resto de los factores que la determinan son prácticamente invariables.
2.4 El ciclo de los nutrientes
Los nutrientes, al igual que la energía, son una “cuestión del sistema” (sea
éste modificado o no), pasan de unos componentes a otros, circulan, se
almacenan, están disponibles o dejan de estarlo, entran y salen, de forma peculiar,
propia del sistema. Conocer esta peculiaridad es determinante para hacer un
manejo adecuado. Una visión excesivamente estrecha, en la que vemos sólo la
relación entre una especie vegetal, el olivo, y un nutriente, el nitrógeno por
ejemplo, está tan deformada que nos llevará a conclusiones erróneas, incluso
disparatadas.
ENTRADAS
SALIDAS
Subsidiadas:
Deseadas:
Fertilizantes
orgánicos
Aceituna
Consentidas:
No subsidiadas:
Hojín
N precipitado por la
lluvia
Ramón
N fijado
biológicamente
C, H y O fijados en
la fotosíntesis
Leña
ALMACENAMIENTO
RECICLAJE
Biomasa
Ceniza de quema
de ramas
Materia orgánica del
suelo
Hojas caídas
Complejo de cambio
del suelo
Hierba incorporada
al suelo
Indeseables:
Erosión
Lixiviación
Volatilización
Adaptado de Ávila Cano 1996
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Mientras que la energía fluye a través de los ecosistemas naturales en una
única dirección y sin posibilidad de reutilización, los nutrientes pueden circular
indefinidamente por las cadenas tróficas, de forma cíclica, una y otra vez, con un
sistema perfecto de “reciclaje”, sin necesidad de nuevos aportes. Eso sí, con
velocidades muy diferentes, y a través de un complejo entramado que en los
agrosistemas casi nunca está completo, y que en caso de algunos nutrientes está
abierto o mal cerrado, por lo que los elementos salen fuera del sistema (los
llevamos con la cosecha o los perdemos con determinadas prácticas de cultivo).
Para tener una idea aproximada sobre el movimiento de los nutrientes en el
olivar puede ser útil plantearlo como un “balance”, con sus entradas y sus salidas,
y con un “almacén”, como se presenta en el siguiente cuadro.
Almacenamiento
El olivar, como todos los bosques mediterráneos de hoja perenne, guarda
en su biomasa (su masa viva: sus hojas, ramas, tronco, raíces) grandes
cantidades de nutrientes. Éstos son, por orden de importancia, calcio (Ca),
nitrógeno (N), potasio (K), magnesio (Mg) y fósforo (P). Los nutrientes contenidos
en la madera quedan secuestrados del ciclo general durante largos periodos,
mientras que los existentes en las hojas, flores y frutos circulan mucho más
rápidamente. Las hojas son muy ricas en nitrógeno, mientras que el calcio se
acumula en los troncos, en la madera y la corteza. La mayor parte de la biomasa,
como es evidente, corresponde a las partes leñosas. También se acumulan
nutrientes en la hierba, que es mucho más acuosa, en el resto de las plantas que
acompañan al olivar y en los animales que por él transitan, pero todos estos tienen
menor importancia cuantitativa.
En la tierra de cultivo se encuentra el otro gran depósito de nutrientes, un
almacén con dos partes diferentes: la materia orgánica y el complejo de cambio.
La materia orgánica: Se trata de “depósitos a plazo” con una relativa
“liquidez”. Primordial para nutrientes como el nitrógeno (alrededor del 85% de la
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misma en nuestras tierras de cultivo) y en menor cuantía para el fósforo. Para su
liberación han de seguir un proceso complejo, en el que son indispensables los
microorganismos que viven en la tierra. Para que se liberen los nutrientes de la
materia orgánica es preciso que se descomponga, y esto sólo ocurre si tenemos
organismos “descomponedores”, componentes básicos de cualquier ecosistema
que funcione.
El “complejo de cambio”: Está formado por las arcillas (las partículas
minerales más pequeñas de la tierra, menores de dos micras) y por la materia
orgánica humificada, con todos los nutrientes listos para su aprovechamiento por
las plantas. Es el “gran bazar”, donde se realizan todos los intercambios.
Estos dos “almacenes” temporales de los nutrientes son como la plaza del
mercado, accesibles para las raíces de todas las plantas presentes y para los
microorganismos que viven en esa tierra. Pero existen otros grandes almacenes,
unos enormes, como la atmósfera para el nitrógeno (N), y el carbono (C), y otros
más reducidos y locales, como la roca madre, cuyos minerales contienen las
reservas
de algunos nutrientes principales (potasio, calcio, magnesio) y de la
mayoría de los oligoelementos necesarios para la vida. Se trata de almacenes
prácticamente inaccesibles para las plantas (excepto en el caso del carbono,
claro) y cuyas mercancías, digo nutrientes, van saliendo al mercado (se van
liberando) muy lentamente, con la acción del frío y el calor, del agua y del aire
(meteorización), o con la de microorganismos especializados (como las bacterias
fijadoras de nitrógeno).
Entradas
En las entradas de materiales en el olivar se distinguen claramente dos
grupos: las que se producen naturalmente, de forma gratuita (no subsidiadas); y
las que tiene que aportar el hombre (subsidiadas) y suponen un gasto, aquellos
materiales de fuera del sistema que, junto con energía también traída de fuera,
hay que aportar para remediar la inestabilidad provocada al simplificar el
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ecosistema. Esta entrada es la que suele ocupar, a veces de forma exclusiva, el
capítulo de fertilización de los tratados al uso, pero de momento vamos a dejarla a
un lado y vamos a fijar nuestra atención en el resto de las entradas.
En el grupo de las entradas gratuitas se pueden establecer, para aclarar,
otras dos nuevas categorías. Por una parte, los nutrientes que entran con el
proceso de la fotosíntesis, a saber, carbono (C), hidrógeno (H), y oxígeno (O);
recalcando que, en el olivar, el olivo es el organismo fotosintetizador principal,
pero no el único, no conviene olvidar que los olivos raramente cubren más del
30% de la superficie de la parcela. Y por otra, las entradas gratuitas de nitrógeno
(N). La entrada de nitrógeno incluye dos procesos distintos y de muy diferente
importancia cuantitativa, hablamos de los arrastres de compuestos nitrogenados
(óxidos de nitrógeno) por la lluvia, de escasa cuantía excepto en condiciones
excepcionales, y del nitrógeno fijado biológicamente, que puede llegar a ser
suficiente para cubrir las necesidades del cultivo, aunque normalmente se da una
limitación por la falta de microorganismos capaces de fijar el nitrógeno atmosférico
debido a los bajos niveles de materia orgánica y a la ausencia de otras plantas,
como las leguminosas (judías, habas, garbanzos, lentejas, tréboles, alfalfa, vezas,
carretones, retamas, genistas, etc.).
El nitrógeno es el gas más abundante en el aire (casi el 80%), pero tal como
se encuentra no es aprovechable por las plantas, que no son capaces de
asimilarlo si no lo absorben disuelto en agua y formando unas determinadas
combinaciones químicas con otros elementos (oxígeno e hidrógeno). Lo que las
plantas no pueden hacer, sí lo hacen algunos microorganismos, unos de vida
independiente como Azotobacter, y otros (los conocidos Rhizobium) que necesitan
asociarse a las raíces de determinadas plantas, las leguminosas, con las que
establecen una curiosa relación. Estos minúsculos seres, que viven en las zonas
oxigenadas de la tierra, aprovechan el nitrógeno del aire para incorporarlo a su
organismo, combinándolo de tal manera que les aprovecha a ellos, a la
leguminosa que les alberga y, al final, queda en forma aprovechable para el resto
de las plantas. Todo esto sin olvidar su excelente relación (les gusta instalarse
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juntas) con las “micorrizas”, hongos que se asocian a las raíces de la mayoría de
las plantas, entre ellas los olivos, multiplicando la capacidad de absorción de las
mismas, especialmente en algunos nutrientes como es el caso del fósforo, de
especial importancia en los olivares sobre terrenos calizos.
Salidas
Son salidas de nutrientes fuera del sistema. Éstos no vuelven sino que se
pierden. Pero no todas las salidas son iguales en importancia, ya que podríamos
distinguir entre las que se producen al retirar la cosecha, y las demás (y tampoco
bastaría con estos dos grupos).
Desde el punto de vista del agricultor, por más amante de la Naturaleza que
sea, la salida de nutrientes en la cosecha no se puede clasificar como pérdida, ya
que se trata de una “salida deseada”. El olivar se cultiva para recoger las
aceitunas y llevárselas pues, aunque no siempre la cosecha más cuantiosa es la
mejor, el objetivo que se persigue con el cultivo suele ser obtener una buena
cosecha.
En el olivar de almazara, de la cosecha extraída sólo una pequeña parte
(entre el 18 y el 24%) es realmente valiosa: El aceite. El resto tiene la
consideración de subproductos de poco valor, e incluso hay que pagar para que
se los lleven). El aceite está constituido casi exclusivamente por carbono, oxígeno
e hidrógeno (C, O, H), los tres elementos que el árbol toma en el proceso de la
fotosíntesis del aire y del agua, no de la tierra. Observad que con el aceite no se
extraen los nutrientes clásicos, los que nos traen de cabeza para reponer las
extracciones de la cosecha. Todo o casi todo el nitrógeno, el potasio, el fósforo,
así como el resto de elementos que hay que tener en cuenta, resulta que los
tiramos en forma de orujo y alpechín, o de “alperujo” si la almazara es de dos
fases.
Del resto de salidas cabe hacer dos grupos. Uno que acoja a aquellas
salidas conocidas y aceptadas por el agricultor aunque no cuantificadas: el
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“hojín” (hojas y tallos) que se transporta a la almazara con la cosecha y se separa
en el proceso de recepción, durante la limpieza del fruto, para el que no es difícil
imaginar sistemas simples para su recuperación. Los nutrientes de la leña de
poda que se retira del olivar cada invierno, y se emplea como combustible en
muchos hogares podrían recuperarse fácilmente devolviendo al olivar las cenizas,
aunque cuantitativamente son de escasa importancia. Algo distinto es el caso del
“ramón de poda” y de las “varetas”, que suelen quemarse en la misma finca
(pero no se esparcen), y además al quemarlas se disipa la energía acumulada.
Sería preferible la trituración y la distribución sobre el terreno de los restos,
uniformemente o en cordones.
Las salidas no deseadas son las que se producen sin que el agricultor
quiera, y, muchas veces, sin que llegue a darse cuenta. Son la lixiviación en
profundidad (penetran con el agua más profundamente incluso que las raíces del
cultivo), la erosión, en la que el agua suele ser también el vehículo de transporte,
o la volatilización de elementos gaseosos. No todos estos procesos tienen la
misma importancia, ni en cantidad ni en calidad, pero podemos llamarlas pérdidas
con toda propiedad. La erosión de la tierra, por la acción del agua, en los olivares
andaluces (es de los que tengo datos) supone una pérdida media anual de 80
Tm/ha.
La erosión suele arrastrar lo mejor de la tierra de cultivo, las capas
superficiales, las más ricas en materia orgánica, y las partículas de tamaño más
pequeño, las más fáciles de transportar y las más activas desde el punto de vista
de los nutrientes. Las pérdidas por este motivo se pueden considerar como de la
mayor importancia, y los cálculos cuantitativos sobre nutrientes perdidos dan
vértigo.
La lixiviación, el lavado y arrastre por el agua de los nutrientes,
principalmente nitrógeno, que es el más soluble, fuera del alcance de las raíces,
es poco significativa en los olivares de secano. Las zonas más sensibles son los
centros de las calles, donde hay menos raíces. En los olivares con riego estas
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pérdidas pueden ser mucho mayores, especialmente si la dosificación del riego no
está bien hecha.
Figura 6: Movimiento del K en el olivar en kg de K2O. Cifras medias para 1.000
hectáreas de olivar en Génave (Jaén).
La volatilización (pérdida de nutrientes en forma de gas) afecta
principalmente al nitrógeno, que se pierde en la atmósfera en forma de amoníaco,
a partir de la materia orgánica; o como nitrógeno reducido en condiciones de
anaerobiosis (sin aire, sin oxígeno, en suelos encharcados, por ejemplo) con la
colaboración de bacterias del género Pseudomonas
2.5 El papel del agua
El agua, para las plantas, es a la vez medio de transporte y componente
básico de su organismo. Un alto porcentaje de las hojas, tallos, flores, frutos y
raíces es agua, que es el medio adecuado para la actividad celular.
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El agua, al circular desde las raíces hasta las hojas y de ahí a la atmósfera
por la transpiración, distribuye los nutrientes que transporta disueltos al tiempo que
sirve de refrigerante, ya que evita que las hojas se calienten excesivamente bajo el
sol. El agua en las plantas, también en los ecosistemas, se comporta de forma
parecida a los nutrientes minerales: circula continuamente con velocidades muy
variadas, pero no es un nutriente más, un elemento químico simple como el
nitrógeno o el potasio, el agua es un compuesto. Como decían los abuelos de la
química moderna, Lavoisier y Laplace, “El agua no es una sustancia simple: se
compone, peso por peso, de aire inflamable y de aire vital” (sugerente manera de
expresar la conocida fórmula del agua: H2O). El agua es un compuesto
aparentemente nada complejo, presente en toda la biosfera, que con su especial
comportamiento (puntos de fusión y ebullición, calor específico, tensión superficial,
presión de vapor, viscosidad, constante de disociación iónica) determina las
condiciones de la vida y configura nuestro paisaje: las nubes, el mar, los ríos, los
valles, la nieve, la erosión glaciar…
Hay especies como el olivo, la encina, el tomillo, el romero o los lentiscos
que se conforman con muy poca agua. Se han adaptado a la vida en los medios
semiáridos de la cuenca mediterránea. Así las hojas son duras, la epidermis del
haz está recubierta de ceras y otras sustancias que la impermeabilizan para
impedir pérdidas por la parte más expuesta al sol; están curvadas ligeramente
hacia dentro y tienen el envés recubierto de pequeños pelos en forma de paraguas
invertido, lo que proporciona al aire que rodea los estomas un grado de
confinamiento suficiente para que el ritmo de salida de vapor de agua en la
transpiración no sea excesivo. El sistema radicular del olivo es extenso y tiene una
capacidad de extraer agua del suelo mayor que las plantas de zonas más
húmedas,
además
de
asociarse
a
hongos
(micorrizas)
que
aumentan
enormemente la superficie de absorción.
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Imagen 7: Ciclo del agua en el olivar
En la biosfera el agua sigue, movida por la energía del sol, un recorrido
circular que conocemos desde niños, como vemos en el dibujo. El problema es
que en nuestro clima mediterráneo, este ciclo, que no se detiene, se toma su
tiempo. Durante el verano el sol evapora el agua del mar y de donde la haya, pero
tienen que pasar meses (unos años más, otros menos) hasta que ese agua
evaporada se condense y forme nubes. Esas nubes serán empujadas por el viento
y acabarán descargando sobre las tierras sedientas. Y mientras tanto el olivar no
puede parar, al contrario, en verano es cuando debe trabajar más intensamente
para sacar adelante la cosecha. Tiene la necesidad ineludible de administrar bien
la humedad de la tierra, de ahorrar en los meses de abundancia para tener en los
de escasez. Y ya estamos otra vez hablando de economía, un balance entre
entradas y salidas en el conjunto de la parcela, como se recoge en la siguiente
tabla.
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ENTRADAS
ALMACENAMIENTO
SALIDAS
Evaporación del suelo
Precipitaciones
Biomasa
Transpiración de las plantas
Riego
Retención en el
suelo
Escorrentía
Flujo lateral
Infiltración en profundidad
Exportación de la biomasa
Adaptado de Ávila Cano 1996
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