HAY LETRAS EN XALAPA Suplemento especial gratuito Hay Festival Xalapa Del 2 al 5 de octubre de 2014 Salman Rushdie Valeria Luiselli Margo Glantz Myriam Moscona Forrest Gander Alan Weisman Rubén Gallo PowerPaola 2 Estimados amigos y amigas: L es presentamos un suplemento especial del periódico Hay Letras en Xalapa, diario del Hay Festival Xalapa en el cual incluimos una selección de textos, imágenes y viñetas de algunos de los participantes destacados de esta cuarta edición del festival en México. Entre el 2 y el 5 de octubre regresa lleno de novedades el Hay Festival Xalapa. Con vocación de excelencia y un carácter accesible, el programa del festival incluirá más de sesenta eventos sobre literatura, ciencia, arte, periodismo y cine para el público general, nueve para el público infantil y siete dirigidos al público universitario. En esta edición contaremos con la presencia de escritores como Salman Rushdie, Juan Bonilla, Luiz Ruffato, Ray Loriga, Rosa Beltrán, David Safier, Joumana Haddad, Hari Kunzru, Margo Glantz y Sergio González Rodríguez, entre muchos otros. Asimismo, el público podrá asistir a eventos de personalidades como el cineasta camboyano Rithy Panh, la bloguera cubana Yoani Sánchez, divulga- dores científicos como Alan Weisman o Paul Bogard, autores de novela gráfica como Killoffer y artistas como Abraham Cruzvillegas. La música viene de la mano del Instituto Mexicano del Sonido (México), Daniel Johnston (Estados Unidos) y Concha Buika (España). Y por último quisiéramos también destacar la segunda edición del Encuentro Talento Editorial, celebrado por primera vez en Cartagena de Indias (Colombia) en enero del 2014, con eventos de carácter profesional e internacional abiertos al público, que pretenden dar a conocer experiencias novedosas y exitosas en la industria editorial, en los que participarán más de 20 editores internacionales. Los invitamos a acompañarnos en Xalapa en esta fiesta de las ideas y la cultura. Los boletos ya están a la venta en nuestra web y, si eres estudiante, ¡puedes obtenerlos gratis! Los esperamos en Xalapa. Hay Letras en Xalapa • Suplemento especial • Septiembre de 2014 Hay Letras en Xalapa es un suplemento especial, previo al Hay Festival Xalapa, realizado por Editorial Sexto Piso e impreso por La Jornada. Editores: Diana Gutiérrez, Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe Rosete Diseño y formación: donDani El equipo del Hay Festival Xalapa Hay Festival Xalapa Del 2 al 5 de octubre hayfestival.org/xalapa @hayfestival_esp #hayXalapa14 Hay Festival Xalapa Compra de boletos: www.hayfestival.org/xalapa • Hay Festival Xalapa 2014 • Del 2 al 5 de octubre de 2014 3 En defensa de la novela, una vez más E n la conferencia pronunciada con motivo del centenario de la Asociación de Editores Británicos, el profesor George Steiner realizó un pronunciamiento atrevido: Nuestras novelas se están volviendo sumamente cansadas… Los géneros viven un auge y un declive: la épica, el verso épico, la tragedia formal en verso. Atraviesan grandes momentos, y después decaen. Durante un buen tiempo seguirán escribiéndose novelas pero, cada vez más, existe una búsqueda de formas híbridas, lo que llamamos, con algo de torpeza, narrativa factual… ¿Qué novela puede hoy competir con los mejores reportajes, con lo mejor de la narrativa inmediata?… Píndaro fue el primer hombre que enunciara: Este poema será cantado cuando la ciudad que lo encargó haya dejado de existir. Se trata de la gran jactancia de la literatura frente a la muerte. Hoy en día, me atrevo a decir que incluso el mayor poeta se sentiría profundamente avergonzado de decir algo así… La gran vanagloria clásica —pero qué maravillosa vanagloria— de la literatura: «Soy más fuerte que la muerte. Puedo hablar sobre la muerte en la poesía, en el drama, en la novela, porque la he superado, porque soy más o menos permanente». Eso ya no puede afirmarse más. Salman Rushdie señor Naipaul se encuentra en estos momentos a la vanguardia de la historia, creando esta nueva literatura posficcional.1 Otro prominente escritor británico dijo lo anterior: «Casi ni hace falta señalar que en este momento el prestigio de la novela es extremadamente bajo, tan bajo que las palabras “Yo nunca leo novelas”, que incluso hace doce años comúnmente se pronunciaban con un dejo de vergüenza, ahora siempre se pronuncian con un tono de orgullo… si las mejores mentes literarias no deciden regresar a la novela, lo más probable es que ésta sobreviva de una manera somera, detestada, y degenerada sin remedio, como las lápidas modernas o los espectáculos de marionetas». Lo anterior es de George Orwell, y fue escrito en 1936. Daría la impresión —como en realidad lo admite el profesor Steiner— de que la literatura jamás ha tenido futuro alguno. Incluso la Iliada y la Odisea obtuvieron reseñas negativas al principio. La escritura de calidad siempre ha sido atacada, principalmente por otros buenos escritores. La mirada más superficial a la historia literaria revela que ninguna obra maestra ha estado exenta de ataques al momento de ser publicada, que la reputación de ningún escritor escapó al juicio de sus contemporáneos: Aristófanes llamó a Eurípides «un compilador de lugares comunes… y un fabricante de maltrechos maniquíes». Samuel Pepys consideró que Sueño de una noche de verano era «insípida y ridícula»; Charlotte Brontë desestimó la obra de Jane Austen; Zola minimizó Las flores del mal; Henry James despedazó Middlemarch, Cumbres borrascosas y Nuestro común amigo. Todo el mundo se burló de Moby Dick. Cuando se publicó Madame Bovary, Le Figaro anunció que «El señor Flaubert no es un escritor»; Virginia Woolf calificó el Ulises de «espurio»; y el Odessa Courier escribió de Anna Karenina que era «Basura sentimentaloide… Que alguien me muestre una sola página que contenga una idea». Así que, cuando los críticos alemanes contemporáneos atacan a Günter Grass, cuando los literati italianos se ven «sorprendidos», como nos lo comenta el novelista y crítico francés Guy Scarpetta, de enterarse de la gran reputación internacional de Italo Calvino y de Leonardo Sciascia, cuando los cañones de lo políticamente correcto en Estados Unidos son apuntados hacia Saul Bellow, cuando Anthony Burgess denigra a Graham Greene justo después de su muerte, y cuando el profesor Steiner, tan ambicioso como siempre, no sólo embate contra algunos escritores en lo individual, sino contra toda la producción literaria en la Europa de la posguerra, es posible que todos sufran de la añoranza por Sólo un intelectual de Europa occidental pronunciaría un lamento para toda una forma artística a partir de que la literatura de, digamos, Inglaterra, Francia, Alemania, España e Italia ya no fueran las más interesantes de la Tierra. Así que, ahí lo tenemos nuevamente, envuelto en una retórica fina y reluciente: me refiero, desde luego, a esa deliciosa y antigua castaña, la muerte de la Novela. Por si no fuera suficiente, el profesor Steiner le añade la muerte (o al menos la transformación radical) del Lector, convertido ahora en una especie de prodigio computarizado, algo así como un súpernerd; y también la muerte (o, al menos, la radical transformación hacia su forma electrónica) del Libro como tal. Como la muerte del Autor fue anunciada desde hace ya varios años en Francia —y la muerte de la Tragedia fue anunciada por el propio profesor Steiner en un obituario previo—, el escenario queda atiborrado con más cuerpos que el final de Hamlet. Sin embargo, en medio de la carnicería permanece incólume una figura solitaria e imponente, un verdadero Fortimbrás, ante el cual todos nosotros, los escritores de textos sin autor, los lectores posliterarios, la Casa de Usher en la que se ha convertido la industria editorial —la Dinamarca, en donde hay algo podrido, que es la industria editorial—, e incluso los libros mismos deben inclinar la cabeza: a saber, naturalmente, el Crítico Literario. Un prominente escritor también anunció recientemente la muerte de la forma que él mismo ha practicado con gran celebridad. No es sólo que V.S. Naipaul haya dejado de escribir novelas: la misma palabra «novela», nos dice, le provoca repulsión. Al igual que al profesor Steiner, el autor de Una casa para Mr. Biswas siente que la novela ha trascendido su momento histórico, que ya no desempeña ningún papel útil, y que será reemplazada por una escritura factual. Quizá no sorprenda a nadie enterarse de que el 1El Sr. Naipaul —ahora nombrado Sir Vidia— publicó una nueva novela, Media vida, cinco años después de realizar esta declaración. Debemos agradecerle por traer a esa forma muerta de vuelta a la vida. 4 los tiempos mejores, tan endémica al mundo de la cultura: esa recurrente y biliosa nostalgia por un pasado literario que nunca, en su respectivo momento, pareció ser mucho mejor de lo que el actual presente nos revela. El profesor Steiner dice: «Es casi un axioma el postulado de que hoy en día las grandes novelas provienen de los márgenes, de India, del Caribe, de América Latina», y quizá a algunos les parezca sorprendente que yo me oponga a esta visión de un centro exhausto y una periferia vital. Si lo hago, es en parte porque es un lamento sumamente eurocéntrico. Sólo un intelectual de Europa occidental pronunciaría un lamento para toda una forma artística a partir de que la literatura de, digamos, Inglaterra, Francia, Alemania, España e Italia ya no fueran las más interesantes de la Tierra. (No queda claro si el profesor Steiner considera que Estados Unidos se sitúa en el centro o en los márgenes; la geografía de esta visión literaria de una Tierra plana es algo difícil de seguir. Desde mi punto de vista, la literatura americana goza de buena salud). ¿Qué importa de dónde provengan las grandes novelas, con tal de que se sigan escribiendo? ¿Cuál es esta Tierra plana en la que vive el buen profesor, con los malvados romanos en el centro y los escalofriantemente talentosos hotentotes y antropófagos amenazándolos en los márgenes? El mapa mental del profesor Steiner es un mapa imperial, y los imperios europeos desaparecieron hace mucho tiempo. El medio siglo cuya producción literaria demuestra, según Steiner y Naipaul, el declive de la novela, es también el primer medio siglo del periodo poscolonial. ¿No será que simplemente estamos presenciando el surgimiento de una nueva novela, la novela poscolonial, descentralizada, trasnacional, interlingual, que viaja a través de distintas culturas? Y que en este nuevo orden, o desorden, mundial, encontramos una mejor explicación para la salud de la novela contemporánea que en la ligeramente condescendiente visión hegeliana del profesor Steiner, que considera que la razón que explica la creatividad de los «lejanos márgenes» es que se trata de zonas «que se encuentran en un estado previo de la cultura burguesa, que se halla en una forma más temprana, agreste, y más problemática». Después de todo, gracias al éxito del régimen franquista para sofocar década tras década a la literatura española fue que los reflectores se dirigieron a los buenos escritores que trabajaban desde América Latina. El llamado boom latinoamericano fue, por ende, provocado tanto por la corrupción del viejo mundo burgués como por la supuesta creatividad primitiva del nuevo. Y la descripción de la ancestral y sofisticada cultura de la India como en un estado más «temprano, agreste» que Occidente es extraña. India, con sus grandes clases mercantiles, sus extensas burocracias, y su economía en explosión posee una de las mayores y más dinámicas burguesías del mundo, y la ha tenido por lo menos durante el mismo tiempo que Europa. La gran literatura y una clase de lectores literarios no son nada nuevo en India. Lo novedoso es la emergencia de una talentosa generación de escritores indios que escriben en inglés. Lo nuevo es que el «centro» se ha dignado mirar al «margen» porque el «margen» ha comenzado a hablar en una gran variedad de versiones de un lenguaje que Occidente puede comprender con mayor facilidad. Incluso la apreciación del profesor Steiner de una Europa literariamente exhausta es, en mi opinión, simple y demostrablemente falsa. Los últimos cincuenta años nos han dado las obras de, por nombrar tan sólo a unos cuantos, Albert Camus, Graham Greene, Doris Lessing, Samuel Beckett, Italo Calvino, Elsa Morante, Vladimir Nabokov, Günter Grass, Aleksandr Solzhenitsyn, Milan Kundera, Danilo Kiš, Thomas Bernhard, Marguerite Yourcenar. Cada quien podría elaborar su propia lista. Si incluyéramos escritores situados fuera de las fronteras europeas, parecería claro que el mundo rara vez ha visto un conjunto de grandes novelistas que viven y escriben en la misma época, que el lamento fácil de la postura Steiner-Naipaul no es sólo deprimente sino injustificado. Si V.S. Naipaul ya no desea, o ya no puede, escribir novelas, será nuestra pérdida. Pero el arte de la novela sin duda alguna sobrevivirá sin él. En mi opinión, no hay ninguna crisis en el arte de la novela. La novela es precisamente esa «forma híbrida» que anhela el profesor Steiner. Es en parte indagación social, en parte fantasía, en parte es confesional. Cruza fronteras del conocimiento, al igual que fronteras topográficas. En lo que sí tiene razón es en que hay muchos buenos escritores que han difuminado las fronteras entre realidad y ficción. El magnífico libro de Ryszard Kapuściński sobre Haile Selassie, El emperador, es un ejemplo de esta difuminación creativa. El llamado Nuevo Periodismo desarrollado en Estados Unidos por Tom Wolfe y otros más fue un intento abierto por robar el ropaje de la novela, y en el caso de los libros del propio Wolfe, La izquierda exquisita ß Mau-Mauando al parachoques, o Lo que hay que tener, el esfuerzo fue de un éxito bastante persuasivo. La categoría de «literatura de viaje» se ha expandido para incluir obras de profunda meditación cultural: por ejemplo, El Danubio, de Claudio Magris, o El mar negro, de Neal Ascherson. Y frente a un brillante tour de force no ficticio como Las bodas de Cadmo y Harmonía, de Roberto Calasso, en donde una reexaminación de los mitos griegos alcanza toda la tensión y emoción intelectual de la mejor narrativa, no nos queda sino aplaudir la llegada de una nueva forma de escritura de ensayo imaginativo; o, mejor aún, el retorno del ludismo enciclopédico de un Diderot o un Montaigne. La novela puede dar la bienvenida a estos acontecimientos sin sentirse amenazada. Hay lugar para que quepamos todos. Hace algunos años el novelista inglés Will Self publicó un gracioso cuento llamado «La teoría cuantitativa de la demencia», que sugería que la suma total de cordura disponible para la raza humana quizá era fija, una constante; de ahí que el esfuerzo por curar a los dementes fuera inútil, pues el efecto de que un individuo recuperara su cordura inevitablemente sería que alguien más en algún otro lugar perdería la suya, como si todos durmiéramos en una cama cubierta por una cobija —de cordura— que no fuera lo suficientemente grande como para abarcarnos a todos. Así que cuando alguno jala la cobija para taparse, deja descubiertos los dedos de los pies de algunos otros. Es una idea bastante graciosa, y aparece también en el descabellado argumento del profesor Steiner, mismo que ofrece con toda seriedad: que en un momento determinado existe una cantidad total de talento creativo, y que en la actualidad el encanto del cine, la televisión, e incluso de la publicidad están jalando la cobija para dejar descubierta a la novela, que en consecuencia queda expuesta, temblando en su pijama en las profundidades de nuestro invierno cultural. El problema con esta teoría es que asume que todo el talento creativo es de la misma especie. Si aplicáramos esta idea al atletismo, su carácter absurdo quedaría de manifiesto. La cantidad de corredores de maratón no se ve disminuida por la popularidad de las carreras de distancias cortas. La calidad de los saltadores de altura no guarda relación alguna con el número de participantes del salto con garrocha. Es más probable que el advenimiento de nuevas formas artísticas permita que nuevos grupos de personas ingresen a las disciplinas creativas. Conozco a muy pocos cineastas que podrían haber sido buenos novelistas: Satyajit Ray, Ingmar Bergman, Woody Quizá sea precisamente el bajo requerimiento tecnológico lo que salve a la escritura. Las formas de expresión artística que requieren grandes cantidades de dinero y tecnología sofisticada —las películas, el teatro, los discos— se vuelven, debido a dicha dependencia, fáciles de censurar y de controlar. www.hayfestival.org/xalapa • Hay Festival Xalapa 2014 • Del 2 al 5 de octubre de 2014 Salman Rushdie © Daniel Mordzinski Allen, Jean Renoir y basta. ¿Cuántas páginas del incisivo material de Quentin Tarantino, las peroratas de sus gangsters sobre la ingesta de Big Macs en París, podríamos leer si no fueran pronunciadas por Samuel L. Jackson o por John Travolta? Los mejores guionistas lo son precisamente porque no piensan en términos novelísticos sino pictóricos. Para resumir, estoy mucho menos preocupado que Steiner por la amenaza que representan para la novela estas novedosas formas de alta tecnología. Quizá sea precisamente el bajo requerimiento tecnológico lo que salve a la escritura. Las formas de expresión artística que requieren grandes cantidades de dinero y tecnología sofisticada —las películas, el teatro, los discos— se vuelven, debido a dicha dependencia, fáciles de censurar y de controlar. Pero lo que un escritor puede producir en la soledad de una habitación es algo que ningún poder puede destruir con facilidad. Concuerdo con la celebración de la ciencia moderna por parte del profesor Steiner: «Hoy en día es ahí en donde se encuentra la alegría, ahí yace la esperanza, la energía, la formidable noción de un mundo que se abre frente a nosotros», pero esta explosión de creatividad científica es, de manera irónica, la mejor réplica a su «teoría cuantitativa de la creatividad». La idea de que potenciales grandes novelistas se hayan perdido a favor del estudio de la física subatómica o de los agujeros negros es tan insostenible como su contraria: que los grandes escritores y escritoras de la historia —digamos, Jane Austen, o James Joyce— podrían fácilmente, si hubieran seguido otro camino, haber sido los newtons o los einsteins de su día. El novelista Paul Auster me dijo hace poco que todos los escritores americanos tenían que aceptar que se dedicaban a una actividad que era, en Estados Unidos, tan sólo del interés de una minoría como, digamos, el futbol soccer. Esta observación está en la línea de la queja de Milan Kundera, en su nuevo libro de ensayos, Los testamentos traicionados, sobre la «incapacidad de Europa para defender y explicar (explicar con paciencia ante sí misma y ante los demás) ese arte europeo por antonomasia, el arte de la novela; en otras palabras, para explicar y defender su propia cultura». Los «hijos de la novela», argumenta Kundera, «han abandonado el arte que les dio forma. Europa, la sociedad de la novela, se ha abandonado a sí misma». Auster se refiere a la muerte del interés del lector americano en este tipo de lecturas; Kundera a la muerte del sentido de conexión cultural por parte del lector europeo con este tipo de producto cultural. Si añadimos a esto que los hijos del mañana son iletrados y están obsesionados con la computadora, quizá estemos hablando de algo así como la muerte de la lectura como tal. O quizá no. Ello porque la literatura, la buena literatura, siempre ha generado interés tan solo en una minoría. Su importancia cultural no proviene de su éxito en alguna especie de guerra de ratings, sino de su éxito en contarnos cosas sobre nosotros mismos que no escuchamos en ninguna otra parte. Y esa minoría —la minoría que está dispuesta a leer y comprar buenos libros— en realidad nunca ha sido tan grande como ahora. El problema es cómo conseguir que se interesen. No es tanto que el lector haya muerto como que se encuentra un poco abrumado. En Estados Unidos, en 1999, se publicaron más de cinco mil nuevas novelas. ¡Cinco mil! Sería un milagro que se hubieran escrito quinientas novelas publicables en un año. Sería extraordinario si entre ellas hubiera cincuenta buenas. Sería una causa de celebración universal si cinco de ellas —¡aunque fuera una!— fueran maravillosas. Los editores están sobrepublicando libros porque, en casi todas las editoriales, los buenos editores han sido despedidos o reemplazados, y una obsesión con el reemplazo editorial ha minado la capacidad de distinguir los buenos libros de los malos. Hay demasiados editores que parecen pensar: dejemos que el mercado decida. Encarguémonos de poner los libros en circulación. Alguno debe de pegar. Así que los cinco mil libros son enviados a las librerías, como si se encaminaran al valle de la muerte, y la artillería publicitaria no puede cubrirlos a la distancia como se debe. Este 5 6 enfoque es fuertemente autodestructivo. Como dijo Orwell en 1936 —como pueden ver, no hay nada nuevo bajo el sol—, «la novela está siendo aniquilada a base de gritos». Los lectores, incapaces de abrirse paso por la jungla de la narrativa basura, vueltos cínicos por el denigrante lenguaje hiperbólico con el que se presenta cada libro, terminan dándose por vencidos. Compran un par de libros premiados al año, quizá uno o dos libros más de escritores cuyo nombre reconocen, y salen huyendo. La sobrepublicación y la hipérbole editorial ocasionan que la gente lea menos. No es sólo un asunto de que haya demasiadas novelas para tan pocos lectores, sino que las demasiadas novelas ahuyentan a los lectores. Si publicar una primera novela se ha convertido, como sugiere el profesor Steiner, en una «apuesta en contra de la realidad», se debe en parte a este enfoque no discriminatorio, que apuesta por disparar en todas las direcciones para ver si alguna bala da en el blanco. En la actualidad, escuchamos hablar a menudo sobre un nuevo espíritu editorial, orientado a los negocios y con un despiadado enfoque financiero. Sin embargo, lo que necesitamos es un despiadado enfoque editorial. Necesitamos una vuelta hacia el juicio. Y está también otro gran peligro al que se enfrenta la literatura, que no menciona para nada el profesor Steiner: a saber, el ataque contra la propia libertad intelectual; la libertad intelectual, sin la cual no puede haber literatura. Tampoco se trata de un nuevo peligro. Nuevamente, George Orwell, en un texto de 1945, nos ofrece una sabiduría que suena bastante contemporánea, y les pido disculpas por la cita tan extensa. En nuestros días, la idea de libertad intelectual se encuentra asediada por dos direcciones distintas. Por un lado tenemos a sus enemigos teóricos, los apólogos del totalitarismo [hoy en día podríamos sustituirlo por «fanatismo»], y por el otro tenemos a sus enemigos prácticos, el monopolio y la burocracia. En el pasado (…) la idea de rebelión y la de integridad intelectual se encontraban mezcladas. Un hereje —político, moral, religioso o estético— era alguien que se negaba a ultrajar su propia conciencia. [Actualmente] la peligrosa proposición consiste en que la libertad es indeseable, y que la honestidad intelectual es una forma de egoísmo antisocial. Los enemigos de la libertad intelectual siempre buscan presentar su caso como un alegato a favor de la disciplina y en contra del individualismo. El escritor que se niega a vender sus opiniones es siempre etiquetado como un simple egoísta. Es decir, que o se le acusa de quererse encerrar en una torre de marfil, o de hacer un despliegue exhibicionista de su propia personalidad, o de resistir al inevitable torrente de la historia en un esfuerzo por aferrarse a privilegios injustificados. [Pero] para escribir en lenguaje sencillo me dio su no saver me dio su amor de un día la lingua preta nel pinsel desinó la suerte echada —mira, el ojo kome mas ambre ke la tripa— uno tiene que pensar sin temores, y si uno piensa sin temores no se puede ser políticamente ortodoxo. Las presiones de los monopolios y la burocracia, del corporativismo y el conservadurismo, que limitan y reducen el rango y la calidad de lo que se publica, son un tema conocido por todo escritor en la actualidad. En cuanto a las presiones de la intolerancia y la censura, en estos últimos años quizá las he conocido demasiado de cerca. Existen muchas luchas que se libran por el mundo hoy en día: en Argelia, en China, en Irán, en Turquía, en Egipto, en Nigeria, los escritores se encuentran bajo censura, son acosados, encarcelados e incluso asesinados. Incluso en Europa y en Estados Unidos, los soldados rasos de diversas «sensibilidades» buscan limitar nuestra libertad de expresión. Jamás ha sido de mayor importancia continuar defendiendo aquellos valores que hacen posible el arte de la literatura. Es posible que la muerte de la novela se encuentre lejana, pero la muerte violenta de muchos novelistas contemporáneos es, por desgracia, un hecho ineludible. A pesar de esto, no considero que los escritores hayan renunciado a la posteridad. Lo que George Steiner llama con belleza la «maravillosa vanagloria» de la literatura aún nos motiva, incluso si, como sugiere, nos produce demasiada vergüenza reconocerlo en público. El poeta Ovidio escribió estas maravillosas y seguras de sí mismas frases al final de sus Metamorfosis: Con la parte aun así mejor de mí sobre los altos astros, perenne, iré, y un nombre será indeleble el nuestro. Estoy seguro de que esa misma ambición aún reside en el corazón de todo escritor: la de ser recordado, en los tiempos por venir, como recordó Rilke a Orfeo: Él es un mensajero que perdura. Y más allá, en el reino de los muertos, alza las copas de gloriosas frutas. Tripas Mayo del 2000 Traducción de Osmodiar Lampio Salman Rushdie en conversación con Valeria Luiselli Sábado 4 de octubre • 13:30-14:30 • Teatro del Estado (Sala E. Carballido) Cuentos maravillosos. Con Salman Rushdie Sábado 4 de octubre • 19:00-20:00 • Teatro del Estado (Sala E. Carballido) Myriam Moscona (poema en ladino) las kartas abolteadas el sakrifikado enkolgado del rovés me mira la mirada miya malos signos ambezados ande el ombre da su no saver el mazal esta salado: mas mejor ser ke parezer Ignacio Martínez de Pisón y Myriam Moscona en conversación con Malcolm Otero Barral Viernes 3 de octubre • 20:30-21:30 • Ágora de la Ciudad Glosario spartidas: repartidas preta: negra ambezados: aprendidos, enseñados mazal: suerte Margo Glantz en conversación con Myriam Moscona Sábado 4 de octubre • 11:30-12:30 • Teatro del Estado (Sala D. Guillaumin) Literatura y migración Domingo 5 de octubre • 11:30-12:30 • Casa del Lago (carpa) Víctor Andresco, Margo Glantz, Myriam Moscona y Luigi Amara en conversación con Roberto Frías www.hayfestival.org/xalapa • Hay Festival Xalapa 2014 • Del 2 al 5 de octubre de 2014 Onda corta: la gran incógnita E n los primeros días de mayo de 1926, el explorador noruego Roald Amundsen, un avezado aventurero que había sido el primer hombre en llegar al Polo Sur, emprendió una expedición camino al Polo Norte. A diferencia de expediciones anteriores, en este viaje no abordó un barco ni un avión, sino un enorme dirigible de casi cien metros de largo que, no sin cierto fervor patriótico, bautizó como el Norge. Su decisión despertó algunas suspicacias, pero Amundsen explicó que un dirigible tenía muchas ventajas sobre el avión. «Una aeronave —escribió en su crónica de la expedición— flota en el aire incluso si fallan sus motores». Al parecer, la perspectiva de que fallaran los motores mientras sobrevolaba aquella gélida tierra de nadie que es el Polo Norte no intimidaba tanto al explorador. En tono frío y sereno explica que en caso de tal eventualidad —que por cierto sí ocurrió en el curso de ese viaje—, simplemente «se pueden hacer ciertas reparaciones mientras la aeronave sigue volando con ayuda de los motores restantes». Con un equipo de especialistas a bordo que incluía mecánicos, radiotelegrafistas y climatólogos, el Norge salió de Spitsbergen, en el norte de Noruega, en una ruta que lo llevaría a través del Océano Glacial Ártico, sobre el Polo Norte —«la punta del mundo», como escribe el explorador en sus diarios—, y hasta Alaska, del otro lado del globo. La logística del viaje era extraordinariamente complicada. Dado que no habrían piezas de recambio en el Ártico, Amundsen preparó cajas con cientos de repuestos de todo tipo y las envió por barco a cada una de las paradas que se tenían contempladas. Para no perder contacto con la tierra, instaló también un radio de alta potencia adentro del dirigible —una especie de estación flotante capaz de enviar y recibir reportes meteorológicos, detalles del viaje o la señal de la hora exacta. «Se prestó particular atención —escribió después el explorador— al equipo de radio. Se había obtenido toda la información necesaria sobre el aparato de radio a bordo del Norge, de la Compañía Marconi en Inglaterra». Amundsen escribió una crónica detallada de aquel viaje escalofriante, en la que cuenta, con lujo de detalle, cómo era la vida diaria a bordo del zeppelín que flotaba por encima del Polo Norte. Cuenta, por ejemplo, que las reglas de conducta eran sumamente estrictas: «Lo más importante era que nadie arrojara nada por la borda que pudiera atorarse en las turbinas y atascarlas. También, si se caminaba por la quilla, estaba prohibido llevar zapatos que no tuvieran protecciones de hule, ya que el metal de una suela podía provocar chispas al entrar en contacto con las partes de acero de la quilla, y si alguna de éstas hacía contacto con los vapores de la gasolina o el hidrógeno, podía provocarse un incendio». Contra toda expectativa, el viaje de Amundsen fue un éxito. Llegó al Polo Norte el 12 de mayo de 1926 y, para marcar su hazaña, bajó dos banderas desde el zeppelín —una noruega y otra estadounidense—, diseñadas especialmente para ser clavadas sobre la superficie del hielo. «Estamos seguros de que nuestros lectores entenderán el sentimiento general del equipo a bordo del Norge —escribe más adelante— cuando vimos… las banderas ondeando debajo de nosotros, contra esa superficie de hielo cubierta de nieve». Inmediatamente después de izar las banderas, Amundsen se enfiló hacia el cuarto de radio, o «habitación Marconi» como también lo llama, y envió un radiotelegrama anunciando la buena noticia. El mensaje, escrito en ese lenguaje rápido y abrupto de los telegramas que tanto fascinaba a poetas como Marinetti o Apollinaire, transmite el entusiasmo del explorador: «cuando 7 Rubén Gallo norge sobre polo norte fue más grande de todos los eventos este vuelo». El telegrama incluye una breve descripción de los paisajes polares: «trozos de hielo cuyas orillas brillaban como oro en la luz solar pálida aparecían de entre la neblina que nos rodeaba stop». Este breve mensaje se parecía tanto a las «palabras en libertad» de Marinetti que los editores del New York Times decidieron restituir los elementos sintácticos faltantes, añadiéndolos a mano. El resto de la travesía fue aún más riesgosa y terrorífica, porque para llegar a Alaska, Amundsen tuvo que atravesar «la mayor área del mundo no explorada» —una zona que muchos cartógrafos llamaban «la gran incógnita». El recuento de Amundsen capturaba la atmósfera desolada de este territorio vasto e ignoto: «¿Qué secretos guarda esta región?… ¿Lograríamos levantar parcialmente el velo que la cubría? Y si lo lográbamos, podríamos volver al mundo para contar lo que habíamos visto? Estas preguntas inquietaron a todos los tripulantes de la aeronave cuando sobrevolamos el Polo, aunque pronto retomamos nuestras obligaciones y el viaje volvió a la normalidad». Amundsen aterrizó en Alaska (el aterrizaje, contó, «espantó a los perros esquimales»), y la fama del explorador se acrecentó más aún. Los reportajes sobre su travesía se transmitieron por radio y las fotos de Amundsen y su dirigible se publicaron en las primeras planas de los periódicos del mundo. En la ciudad de México, los diarios reportaron la hazaña del noruego durante todo el mes de junio de 1926. Desde la Revista de Revistas hasta El Universal Ilustrado, todos los medios más importantes del país publicaban —algunos a diario— las fotos de Amundsen y su zeppelín. El Excélsior, publicó las aventuras de Amundsen por entregas, y anunció orgullosamente a sus lectores que el texto había sido enviado por vía inalámbrica —en un «radiograma directo, exclusivamente para el Excélsior»— desde Estados Unidos, donde se encontraba temporalmente el explorador. El corresponsal neoyorquino del periódico consiguió, incluso, una entrevista en exclusiva con el noruego, que apareció en primera plana el 4 de julio de 1926. Según varios historiadores de la radio, la prensa mexicana mostró tanto interés en la historia de Amundsen a causa de un incidente extraño de transmisión radiofónica. Al parecer, cuando el explorador llegó por fin al Polo Norte, sintonizó, por casualidad, un programa transmitido desde México por la estación de El Buen Tono, que acababa de adquirir un potente transmisor de onda corta. El incidente, cuenta el historiador Jorge Mejía Prieto, «se convirtió en uno de los principales motivos de orgullo de la estación de radio» e inspiró una nueva campaña publicitaria: la imagen de Amundsen en el Polo Norte, al lado de su zeppelín, apuntando hacia una cajetilla de cigarros Radio. El anuncio muestra al noruego fumando un cigarro de El Buen Tono. «Fumen Radio», exhorta el anuncio. Fragmento del libro Máquinas de vanguardia, de próxima publicación por Editorial Sexto Piso y la dgp del Conaculta. Traducción de Valeria Luiselli Rubén Gallo en conversación con Valeria Luiselli Viernes 3 de octubre • 20:00-21:00 • Casa del Lago (sala) Álvaro Enrigue en conversación con Rubén Gallo Sábado 4 de octubre • 13:30-14:30 • Casa del Lago (sala) 8 ¿Qué se espera en un futuro Alan Weisman sobrepoblado? E n 1958, el presidente y comandante en jefe del ejército durante la Segunda Guerra Mundial, Dwight Eisenhower, encargó al general aliado William Draper que analizara las mayores amenazas para la seguridad global de la posguerra. Eisenhower advertiría posteriormente que la conclusión de Draper fue que el principal peligro era la sobrepoblación. El general Draper pasó el resto de su vida tratando de convencer a los líderes mundiales de invertir recursos en la planeación familiar. En ese entonces, cuando la Tierra estaba poblada por menos de tres mil millones de personas, poca gente le hizo caso. Sin embargo, en la actualidad somos ya más de siete mil millones. Cada 4¼ días se añade un millón de personas más. Mientras realizaba la investigación para mi libro La cuenta atrás. ¿Tenemos futuro en la Tierra?, pude ver de cerca lo que preocupaba a Draper y a Eisenhower. Entre los 21 países que visité se encontró Pakistán, que es uno de los lugares del mundo con mayor crecimiento poblacional, y también uno de los más escalofriantes. Pakistán, que cuenta con una población de 195 millones de personas, apenas es más grande que Texas, que tiene 26 millones. Al paso actual, para 2050 Pakistán tendrá una población mucho mayor que la de Estados Unidos, con casi 400 millones de habitantes, pero seguirá siendo del tamaño de Texas. Debido a que es imposible que ofrezca suficientes trabajos para todos, existen muchos jóvenes pakistaníes enojados y desempleados. Cotidianamente fui testigo de alguna manifestación de caos, incluidas batallas urbanas libradas con granadas. Perdí una entrevista con dos hombres que habían trabajado para salvar los manglares de Karachi, porque la noche anterior fueron torturados, asesinados y arrojados en el puerto por la mafia local de la madera. En el hospital civil de Karachi hay soldados que vigilan cada piso para evitar que se desate una guerra. Pakistán, una potencia nuclear, está saliéndose de control. De manera irónica, Pakistán alguna vez fue una historia de éxito, salvándose de la hambruna que lo acechaba gracias al cruzamiento genético de semillas en Texcoco, México, que de manera milagrosa multiplicó sus cosechas. Se suponía que esta «revolución verde» echaba abajo las famosas predicciones del economista inglés Robert Malthus, sobre la hambruna masiva que se produciría conforme el crecimiento poblacional superara a la producción alimentaria. Pero cuando Norman Borlaug, el fundador de la revolución verde, recibió en 1970 el Premio Nobel de la Paz advirtió: «No podremos realizar un progreso permanente en la batalla contra el hambre hasta que se unan las luchas por aumentar la producción alimentaria y la del control poblacional». Alan Weisman © Olmo Calvo Borlaug, a quien se le acredita el haber salvado el mayor número de vidas de la historia, comprendió que la existencia de más comida implica que menos gente muere de hambre, y ello implica que hay más gente que engendra a nuevas personas que requieren de ser alimentadas. Hasta su muerte, Borlaug participó en consejos directivos de grupos dedicados al control poblacional, porque sabía que la producción alimentaria no podía mantener el ritmo del crecimiento poblacional que genera. Los primeros lugares en donde la revolución verde se puso en práctica fueron India y Pakistán. Dentro de una década, India sobrepasará a China como el país más poblado del mundo. Y los millones de jóvenes pakistaníes enojados y desempleados convierten a su país en una cuna para el terrorismo. Entonces, ¿qué puede hacerse? No podemos permitir que la gente muera de hambre, y nadie quiere poner en práctica la coercitiva política china del hijo único, ni siquiera los chinos. Pero, mientras realizaba mi investigación para La cuenta atrás, visité varios países con exitosas prácticas voluntarias para limitar la población. Poco después de la revolución islámica de 1979, Irán pidió a toda mujer fértil que se embarazara, para desarrollar un ejército de veinte millones de hombres que combatirían contra Irak y su intento por apoderarse de sus pozos petroleros. En ese entonces, la otan suministraba armamento a Irak, incluidos materiales para armas de gas nervioso. Irán, que no contaba con armamento sofisticado, respondió con incesantes oleadas de soldados, ofreciendo batalla a Irak durante ocho años. Pero posteriormente, el director de presupuesto iraní se dio cuenta de que todos esos bebés nacidos durante la guerra algún día necesitarían trabajo, y cada nue- www.hayfestival.org/xalapa • Hay Festival Xalapa 2014 • Del 2 al 5 de octubre de 2014 vo nacimiento reducía las probabilidades de ofrecérselos a todos. Advirtió al líder supremo de Irán que los países poblados por jóvenes frustrados son peligrosamente inestables. El Ayatolá pronunció una fatwa que rezaba: «Cuando la sabiduría dicte que no hace falta tener más hijos, se permite realizar la vasectomía». Una ginecóloga que conocí en Teherán me contó cómo equipos médicos que se desplazaban a caballo llevaron condones gratuitos, píldoras y ligaduras uterinas a las aldeas más remotas. Todo el mundo podía decidir cuántos hijos querían tener. La única obligación era recibir aconsejamiento premarital, donde las parejas eran informadas sobre el costo de alimentar, criar y educar niños. Un aspecto crucial fue que Irán alentó a las chicas a que permanecieran en la escuela, porque las mujeres generalmente posponen el tener hijos mientras están estudiando. En todos los sitios que visité, la educación femenina resultó ser el mejor anticonceptivo. Las mujeres educadas tienen mejores y más interesantes maneras de ayudar a sus familias, pero como es difícil trabajar cuando se tienen siete hijos, las mujeres de todo el mundo que acaban la educación secundaria promedian dos o menos hijos. En Irán, donde el 60 % de los estudiantes universitarios son mujeres, el crecimiento poblacional cayó por debajo de la tasa de reemplazo —lo que significa que dos padres tienen un promedio de apenas dos hijos— un año antes que China. Según los datos del Instituto Demográfico de Viena, si la educación femenina fuera universal, para mediados de siglo habría mil millones menos de habitantes en la Tierra, en lugar de la proyección actual de un incremento de dos mil quinientos millones. Conforme la educación mejora, países tan diversos culturalmente como Tailandia, México, Brasil y Bangladesh se encuentran ya cerca, o incluso debajo, de la tasa de reemplazo. Pero a menudo se me pregunta qué pasará con polvorines como Pakistán, Afganistán y Nigeria, en donde los extremistas religiosos prohíben que las mujeres estudien. «La historia más esperanzadora en La cuenta atrás», respondo, «de hecho proviene de Pakistán». En 1995, seis hombres de negocios de Karachi, asqueados por escuelas donde los maestros sólo se aparecen en el día de paga, decidieron comenzar la Fundación de los Ciudadanos: un sistema escolar financiado por donaciones, destinado a las zonas más pobres del país. En una colonia de paracaidistas llamada Machar —que significa mosquito—, tuve la oportunidad de visitar una escuela de dicho proyecto, llamada Vohra. Tenía paredes de ladrillo cubiertas de cal, un agradable patio, electricidad y tuberías. Una escuela secun- daria cercana tiene laboratorios científicos con microscopios, mesas de disección y una sala con computadoras. La mitad de los estudiantes son niñas, de manera que los chicos aprenden a respetar al sexo opuesto. Como los padres no confían en el trato de los maestros hombres con las mujeres, el profesorado se compone de mujeres. El 95 % de los estudiantes de la Fundación de los Ciudadanos pasa los exámenes nacionales, en comparación con el promedio nacional del 55 %. La tasa de deserción es menor al 1 %, debido a que las maestras visitan constantemente los hogares de los estudiantes, presionando a los padres para que no saquen a sus hijas de las escuelas para casarlas. «Ésa es la clave», me explicó el director. «Cuando una chica recibe educación, educa a la familia entera». No se les permite impartir planeación familiar, pero las chicas la aprenden por sí mismas. En segundo de secundaria, los estudiantes se reúnen con profesionales de los campos que puedan interesarles más. 9 Los chicos a menudo eligen ser pilotos o ingenieros; las chicas quieren ser maestras, doctoras o azafatas, y pronto se dan cuenta de que la gente a la que admiran no tiene más de dos hijos. «Así es como lograremos transformar Pakistán», me dijo uno de los directores de la Fundación de los Ciudadanos. «¿Y qué hay de los talibanes? ¿No hacen estallar escuelas en donde se educa a las chicas?» «Cuando recibimos amenazas de los talibanes, les respondemos: por cada escuela que hagan estallar, construiremos cinco más». Este año, la Fundación de los Ciudadanos abrió su escuela número 1000. Traducción de Osmodiar Lampio Alan Weisman sobre el futuro en la Tierra Viernes 3 de octubre • 12:30-13:30 • Casa del Lago (carpa) PowerPaola Cusco 10 Valeria Luiselli Columpios de Harlem Riverside Park – Esquina de Riverside Drive y 116th Street E l sol de otoño cuelga apenas por encima del río Hudson. Estoy sentada sola en la banca de un parque, envuelta en un abrigo azul; la cámara en mi bolsa, envuelta en su tela roja. Han pasado al menos tres años desde la última vez que estuve sola en un parque, sin mi hija. De inmediato me siento extraña: niños, columpios, una cámara, una mujer sola. Quedé de verme con Frías frente al restaurante coreano de Broadway antes de venir al parque. Me entregó la Polaroid envuelta en su tela roja y dejó que yo la desenvolviera: una máquina hermosa. Me la arrebató de inmediato —como si fuera un juguete que en realidad no quisiera compartir—, y me enseñó cómo utilizarla. Se abre igual que la carriola Maclaren de mi hija, así que desde el principio supe cómo abrirla y cerrarla. Repasamos lo básico: cargar, enfocar, disparar. Mientras aprendía cómo enfocar, por error apreté el obturador. La cámara escupió una foto, y Frías rápidamente la tomó y la escondió en el bolsillo de su chamarra. Me explicó que las fotos necesitan estar en completa oscuridad mientras se revelan. Mientras guardaba la cámara en mi bolsa, me dijo: —Cuídala bien. —Sí. —Como si fuera un hijo tuyo. Le prometí que cuidaría la cámara. Frías no tiene hijos, pensé. Me levanto de la banca del parque y camino hasta unos juegos situados un poco más allá, y le pregunto a una niña adolescente —melancolía infatigable, acné, ruido mental— si le puedo tomar una foto columpiándose. Dice: Está bien, y toma impulso suavemente, apoyando los pies en el suelo, con los ojos fijados en su regazo, murmurando algo para sí misma. Le tomo la foto y la coloco con torpeza en el bolsillo de mi abrigo. Cuando le digo Gracias me devuelve la mirada y sonríe —es una sonrisa hermosa, liviana, de pronto liberada de toda pesadumbre—. Mientras camino por la 116th Street para tomar el metro hacia la guardería para recoger a mi hija, saco la foto de la bolsa de mi abrigo y la estudio. General Grant Memorial Park –parque infantil situado en lo alto de la colina – Esquina de Riverside y 124th Street Lleva puestos unos jeans azules, una camiseta roja con un perro estampado, un abrigo rosa y calcetines blancos tan pequeños que me pregunto cómo es que logra meter sus pies regordetes en ellos. Está sentada en el suelo, junto a la puerta de su recámara, concentrada, esforzándose, encomendando su alma entera a un tenis Converse azul que quiere encajar en su pie derecho. Intento explicarle: Tienes que meter el pie en el tenis y no el tenis en el pie. ¿Tiene alguna importancia, en su mundo de tan pocas palabras, todavía desprovisto de la carga gramatical, si va primero el pie o el tenis? Me devuelve la mirada; sus enormes ojos almendrados me piden en silencio que la deje ser, que deje de darle instrucciones, que sólo me siente y observe cómo decide hacerlo. Me dirige la mirada, me traspasa con la mirada, hacia lo que está detrás de mí, y de nuevo vuelve a posarla en su pie. Ahora intenta lo contrario de lo que venía haciendo. Quizá ella esté en lo correcto: el tenis en el pie y no el pie en el tenis. El acto mismo posee una especie de ambivalencia gramatical. www.hayfestival.org/xalapa • Hay Festival Xalapa 2014 • Del 2 al 5 de octubre de 2014 Después de este último intento, abrumada, rendida, deja que el pie se le escape de las manos y caiga al suelo. Con la mirada fija en sus pies, una lágrima pesada, sincera, una sola lágrima nubla su ojo, resbala por su cachete, se aferra al límite de su barbilla, tiembla un poco, y se precipita hacia el suelo de madera. 11 Aliento Forrest Gander Marcus Garvey Park – Esquina de Madison Avenue y 120th Street Una viejita china le enseña a su hijo, o quizá su yerno, o quizá su nieto, cómo llevar a su recién nacido en un cargador para bebé mei tai. Es aguerrida, autoritaria y muy bajita —combinación que normalmente apuntaría a una persona horrible, pero que en este caso resulta hilarante—. El grueso cabello blanco le cuelga sobre la frente como un paraguas bien cernido. Las cintas inferiores del mei tai están terciadas como cananas a la altura de su pecho y atadas por la espalda. Levanta al bebé de la carriola, sin dejar de parlotear, lo alza y le muerde suavemente la nariz; el niño gime; después le dobla las piernas como en cuclillas y con una mano lo envuelve con la tela del cargador. El bebé se acurruca contra ella y deja de llorar. Sin dejar de hablar, la vieja pasa dos cintas por encima de sus hombros, las cruza por detrás, y las trae de nuevo hacia delante mientras ata un gran nudo debajo del trasero del bebé. Después, con una sola mano quita el seguro de la carriola y la dobla. Presiona un pie contra una de las ruedas para levantarla, toma la asidera de la carriola con la mano, y se la echa al hombro para llevársela. Cuando ha terminado, permanece de pie, se ajusta la chaqueta, sonríe –dejando ver una abertura entre sus pequeños dientes frontales–, y realiza una pequeña y torpe reverencia. El joven padre la observa con estoicismo. Tengo ganas de aplaudirle, pero me contengo. Pienso para mis adentros: puta madre. Pero no digo nada. Mi hija la observa, con los ojos y boca abiertos, desde su columpio, que para entonces ya se ha detenido por completo. Traducción de Osmodiar Lampio Primer bosquejo del mundo. O como si todo lo que una vez existió hiciera de ellos su urna. Son una hendidura del tajo. Son. Tierra sin flores. Vientogimiente sobre un hojoso montón de tierra y formas humanas diseminadas, ramas y venas. Para llegar a ser lo que uno fue: eso nunca pasa. Pero el auténtico suelo se frunce hacia ellos e incita su lánguida pandiculación. La creciente aspa del hombro y la sombra en bahías de expansibles, contráctiles costillas. Así la mamífera familiaridad reconocible se contrae en revelaciones, en tiempo dilatado. Volviéndose uno, inhumano, más allá del animal. Son ellos. Poema tomado del libro Eiko ß Koma Traduccion de Alfonso D’Aquino Rubén Gallo en conversación con Valeria Luiselli Viernes 3 de octubre • 20:00-21:00 • Casa del Lago (sala) Salman Rushdie en conversación con Valeria Luiselli Sábado 4 de octubre • 13:30-14:30 • Teatro del Estado (Sala E. Carballido) Katie Kitamura y Forrest Gander en conversación con Gaby Wood Valeria Luiselli en conversación con Mario Jursich Lectura de Poesía Sábado 4 de octubre • 17:00-18:00 • Casa del Lago (sala) Sábado 4 de octubre • 17:00-18:00 • Ágora de la Ciudad Viernes 3 de octubre • 21:00-22:00 • Casa del Lago (carpa) Participan Luigi Amara, Juan Bonilla, Luis Felipe Fabre, SJ Fowler, Forrest Gander, Joumana Haddad, Juan Hernández Ramírez, Pura López Colomé y José Luis Rivas 12 Asociaciones Margo Glantz impertinentes V iena es maciza, una capital imperial remozada, con grandes avenidas, plazas e iglesias. El Belvedere, con sus versallescos jardines y fuentes, situados en plena ciudad, parece desmentir esa impresión: desde las galerías del pabellón de arte austriaco, se ven distribuidas torres y cúpulas, un sol extemporáneo ilumina el cielo y casi podría decirse que se está en el campo; pero estamos solamente en el palacio del príncipe Eugenio, construido para alejarse del mundo y de los gobernados y contemplar las obras de arte coleccionadas pacientemente a finales del xviii, mismas que fueron dispersadas por los herederos y de nuevo coleccionadas y albergadas ahora por los gobiernos no imperiales con gran nostalgia de Imperio. Vi hace poco una película, El jardín de Celibidache, un director de orquesta que en mi adolescencia venía a México y dirigía la orquesta del palacio de Bellas Artes; yo lo admiraba los domingos, en mi ciudad espléndida y transparente, con su smoking impecable y su batuta moviéndose con maestría, aunque el Maestro tuviese un pequeñísimo defecto que compartía con el salzburgués Herbert von Karajan, haber manifestado —¿colaborado?— una gran admiración por los nazis. En la película mencionada, Celibidache, a pesar de sus veleidades fascistas (afortunadamente soslayadas), predica una teoría que después de su muerte no tomaron en cuenta sus herederos: la música no es para grabarse, la música debe escucharse en los palacios, en las casas, las iglesias y catedrales, o en las salas de concierto: la música como la practicaron Mozart, Beethoven y Schubert en Viena. Por más fieles y tecnificados que sean, aseguraba Celibidache, los discos son una aberración (no sé qué pensaría ahora de los iPods). En Viena tuve ocasión de comprobarlo. Asistí a varios conciertos y en la iglesia de los agustinos situada en el Graben en Margo Glantz © Daniel Mordzinski Margo Glantz en conversación con Myriam Moscona Sábado 4 de octubre • 11:3012:30 • Teatro del Estado (Sala D. Guillaumin) Literatura y migración Domingo 5 de octubre • 11:3012:30 • Casa del Lago (carpa) Víctor Andresco, Margo Glantz, Myriam Moscona y Luigi Amara en conversación con Roberto Frías Viena escuché el Requiem de Mozart. Lo había escuchado varias veces en vivo y en casa tengo varias versiones, las oigo a pesar de todo; una, dirigida por Nikolas Harnoncourt (nacido en Graz), me gusta en especial, interpretan los Niños Cantores de Viena. ¿Por qué pude justamente ese día comprobar la verdad de la teoría de Celibidache? ¿Sería por el grosor de las paredes, lo alto de las bóvedas, la calidad de la interpretación, la perfección de las voces, el frío, los hermosos altares, el fervor de la gente, o la magnífica elocuencia de las cuerdas y los cobres? No lo sé, pero esa noche luché de verdad con el ángel, aunque suene cursi: cada vez que el coro se unía a la orquesta y la acústica de la iglesia magnificaba los sonidos, la música entraba en el cuerpo convulsionado por el gozo y el sufrimiento como en las novelas del marqués de Sade, o, usando libremente las palabras de Georges Bataille en El erotismo, podría decirse que la música nos aparta de cualquier interés banal para transformarse en un gozo desbordado e infinito. Y podría decirse también que un movimiento místico del pensamiento —o un movimiento surgido de una sensación de absoluta plenitud convocada por los sonidos armónicamente combinados, como la producida al escuchar esta música religiosa en un contexto particular— haga estallar el mismo reflejo físico que una imagen o una acción erótica tiende a desatar. Pero no es posible quedarse solamente con lo sublime. Viena produce sentimientos controvertidos, se los produce también a muchos austríacos. Cuando subimos a cualquier transporte, advierto sorprendida que no hay barreras ni controles; tenemos, explican mis amigos, un control interior, un control semejante al que antes reprimía a los ingleses cuando aún creían en el Imperio, un control desaparecido; contrasta con la puntualidad de los trenes de la época de Sherlock Holmes, le permitía resolver a la perfección cualquier homicidio; son trenes ahora neoliberalizados, impuntuales, aunque produzcan todavía ganancias fantásticas para sus dueños y catástrofes a sus usuarios. En Austria la falta de control se da sólo en sus limpias calles, profusamente cargadas de excrementos de perros, los seres más mimados de esa sociedad tan ávida de música y de café. La libre producción de desechos animales, prohibida por la ley, no tiene previsto ningún castigo para los transgresores. En cambio, existen procesos muy decantados para separar los deshechos domésticos, a fin de que puedan reciclarse: el vidrio y el papel se clasifican en muy diversos receptáculos, los desechos biológicos y los industrializados, también, los plásticos y los metales deben lavarse perfectamente antes de depositarse en los basureros que les corresponden; para lograr que esta clasificación se respete estrictamente, cada usuario debe anotar su nombre y dirección exacta en sus propios basureros. Hay un museo dedicado a Sigmund Freud, pero hay quienes me aseguran que no existe ninguna cátedra en la Universidad donde se enseñe el psicoanálisis. Para entenderlo debemos quizá volver a los excrementos: recordemos que en tiempos del Imperio austrohúngaro el húngaro Sándor Ferenczi, discípulo de Freud, descubrió la correspondencia que en el inconsciente tiene la mierda con el oro.