Un luchador polémico en las versiones teatrales libertarias CARLOS FOS El movimiento libertario argentino sufrió luego de las represiones de 1921 un duro golpe a su estructura, resentida aún más por las diferencias internas en su seno. Ya no se discutían corrientes pedagógicas o temas puntuales como el concepto del intelectual, la confrontación se había convertido en casi personal y las posibilidades de respeto horizontal habían casi desaparecido. El anarcosindicalismo se convirtió en el refugio de muchos militantes ya que observaban en la acción directa un mecanismo válido y alejado de las inquinas provenientes especialmente de Buenos Aires. En ese contexto se enmarcaron las huelgas de portuarios y ceramistas de 1924 y otras de menor importancia cualitativa pero sí simbólica, ya que demostraban la vitalidad aún decreciente del anarquismo local. Una figura que tuvo un papel destacado en esta década, marcándola para siempre en el imaginario popular hasta convertirse en sinónimo de libertario, apareció abruptamente. Severino Do Giovanni se abrió paso con sus ideas eclécticas y su accionar errático de acuerdo al purismo ideológico que sustentaban tanto acuerdistas como rebeldes. Tal como no se tiene mayor reparo en definir de alguna manera la experiencia del romanticismo como la tragedia del Yo, tampoco existirán objeciones para reconocer el breve e intenso período que va desde la llegada de Severino di Giovanni al país hasta su fusilamiento como la tragedia del anarquismo. El camino del exilio hará del obrero italiano un personaje de las crónicas policiales de un diario tan “popular” y de alcance masivo como el “Crítica” de Botana. En sus páginas lo bautizaron como “El hombre vestido de negro”, estereotipación que pasó luego a describir a cualquier libertario. Sin embargo, el poder sabía muy bien que no estaba tratando con un delincuente común o un bandolero sin formación sino que buscaba la cabeza del primer performer que conoció el provincialismo perpetuo asentado en Buenos Aires. Di Giovanni nunca actuará en una dimensión política. Poco le importan los ejes de la lógica de la acumulación y de la discriminación teórica entre reformismo y revolución y sí, en cambio, se halla más cerca de querer enfrentarse contra toda opresión cotidiana. Pretender convertirse en bandera de la rebeldía generalizada, siendo más amplio para entender el sufrimiento pero a punto de cegarse a la hora de la acción. Su concepción será una especie de anarquismo experimental, visceral, extraviado en un entramado de modernas pretensiones en situación de periferia racional de la cual el movimiento ácrata ocupa el lugar de la conciencia crítica. Su actuación consistió en una verdadera obsesión por un pasado glorioso que el ascenso de Mussolini destrozó en añicos. Nunca se asimilará a una práctica política local excepto para compartir añoranzas con las organizaciones del anarcosindicalismo y la prensa libertaria de la otrora regional más poderosa de América Latina. Las persecuciones brutales y los errores y enfrentamientos internos marcaban la decadencia irreversible de la FORA. La escisión de la central es casi el fin de su incidencia política sumado a la división del denominado grupo intelectual entre los moderados de “La Protesta” y los más virulentos de “La Antorcha”. Este proceso de desintegración finalizará en los años 30 y recibirá su tiro de gracia con el surgimiento del peronismo como fenómeno de captación de la masa obrera. Severino escribirá sólo en italiano, militará con italianos y por italianos y creará una corriente de anarquistas peninsulares que poco a poco irán aislándose conforme a la lógica del “círculo vicioso del honor”. Desde la inauguración de su prontuario (un incidente propagandístico en una función de gala del Teatro Colón) no tiene reparos en decir que se opone a la casa de Saboya y a Mussolini. Y si bien agrega que hacía cuatro años que participaba en conferencias y escribía en órganos libertarios se encarga en aclarar casi enfáticamente que no formaba parte de ninguna sociedad gremial porque era anti-organizacionista. Su pensamiento de acuerdo a declaraciones ante la fuerza policial que lo detuvo, estaba más próximo a Tolstoi que a Ravachol. Ningún detenido ideológico se expone tanto a no ser que se sienta inmerso en una pugna cuerpo a cuerpo. El periódico “Cúlmine” que él mismo dirigía, escribía y editaba, tenía una sección llamada “cara a cara con el enemigo” en la que se reivindicaban las acciones directas. Desconocer, negar la realidad del estado es convertirse en el más odiado enemigo del orden. Si la teoría está para ser cumplida sin distinción de medios y fines, entonces hay que aplicarla ya. La violencia redentora de justicia, vía de la “salvación”, es la mejor salida para enfrentar al totalitarismo que nacía en Italia y se expandía en Europa. Así va a desarrollarse su temeraria carrera de acciones directas volando la embajada de Estados Unidos de América, un local de la empresa Ford, el monumento a Washington y la casa del inspector Santiago. Como parte de la leyenda romántica aparecerá en su vida la joven de sólo 14 años, Fina Scarfó, su compañera extrafamiliar destinataria de una frondosa correspondencia. Di Giovanni se cobrará la vida del director colegiado de “La Protesta”, López Arango, y desde 1929, después de una frustrada bomba en la Catedral, se volcará hacia el anarquismo expropiador. Esta modalidad de militancia consistía en el asalto a la burguesía para financiar actividades, “recuperar” bienes que la oligarquía extrae a los compañeros trabajadores con mecanismos más refinados. Piensa comprar una imprenta para editar las obras completas del pacifista belga Eliseo Reclus, su autor favorito. También planea hacer casar a Fina con un amigo para aliviar sospechas y liberar a Alejandro Scarfó –su hermano- y emigrar ambos primero a Montevideo y luego a Francia donde practicaría una vida comunitaria. El mismo delatará la bomba que colocó en el buque “Apipé” para contribuir al espectáculo. Cae Irigoyen, y se establece la ley marcial con la pena de muerte como corolario. Cuando intente liberar a Scarfó, muy cerca de Tribunales, en medio del alboroto yerra de camión celular y abre uno en el que viajan tres prostitutas y un miembro de la Swi Migdal. La policía dispone vigilancia en todas las imprentas. Y es efectivamente a la salida de la imprenta donde había que entregar las pruebas corregidas del segundo tomo de los “Escritos sociales” de Reclus el lugar de la caída. Crítica podía definirlo como un hampón pero la policía jamás fue a buscarlo a un garito, ni a un balneario, ni a un local nocturno. Quizá por eso, por contagio de heroísmo, sea que un teniente primero de la compañía de ciclistas se propuso hacer una defensa seria e intentara descalificar a la ley marcial y al jurado. Dirá que fue la policía quien agredió a Severino, que actuó en defensa propia, que más que otra cosa se lo había construido como personaje fantasmagórico y que su supuesta criminalidad era en realidad una farsa tendiente a justificar la existencia de una fuerza especial en el presupuesto general de gastos. El tribunal militar no quería excusas ni juicios dilatados. Condenó al reo a muerte y para el teniente Franco dispuso el arresto y la baja del ejército. La defensa le costará un año de exilio en Paraguay. Tragedia del anarquismo. Con el fusilamiento del “bandolero italiano” caen uno a uno los demás miembros de su grupo y el único que queda libre, Jorge Tamayo Gavilán, es un hombre dispuesto a jugarse todo en una balacera por lo que su tiempo también estaba contado. Terminó con un balazo en la nuca. Entonces se extiende un reguero de temor en los intelectuales. Muertos y derrotados los cultores de la acción directa, se procederá a la identificación de los anarquistas con esos delincuentes de los partes policiales. Serán en su totalidad “tirabombas” o en el mejor de los casos “extranjeros anticuados”. Quizá como acto de fidelidad para con su destino trágico es que de varios emprendimientos cinematográficos ninguno hay llegado a buen puerto. Indudablemente su biografía tampoco encontrará un lugar destacado en la historia de las luchas obreras. Osvaldo Bayer, autor de la más serias de las investigaciones sobre su vida, titula su trabajo como el del rescate de la memoria de un “idealista de la violencia”. Quizá le quede mejor el llamarlo”violentista de la impotencia”. Víctima de la modernidad en ciernes, la existencia ácrata se explica en la comparación con un torbellino, que luego de un brusco y desgarrador paso, da comienzo a una quietud sombría y desesperanzada. Su vida generó en círculos afines numerosos poemas y escritos que destacaban su valor. Un ejemplo es la obra “Vengador” que fuera representada en numerosos espacios ácratas contestatarios al sector dominante que dirigía “La Protesta”. Sólo pudimos rescatar algunos fragmentos de la misma publicados en un libelo de mínima circulación en Tandil. En un soliloquio trunco se lee: “Soy Severino. Me acusan como animal de ser asesino, violento y no respetar los principios del anarquismo. Me quieren enjuiciar cómo si tuviera que dar cuenta de mis actos como respondiendo a un purismo que nadie cumple. Será mi juez el entreguismo de los que acuerdan con el gobierno burgués que se recibe los capitales de un genocida como Mussolini. Yo podría decir compañeros que defiendo las ideas de la ciencia. Creo que ella, precursora siempre como el pensamiento precede necesariamente a la acción a título de poder las reservas y los secretos de la iniciación, pasando del templo, donde la usurpaban los sacerdotes, a la universidad, donde la usurpan los burgueses. Derribado el ídolo, último refugio de la injusticia esotérica, ni en la universidad se detiene y pasa a la escuela racional, verdadera y positiva universidad donde se enseña a todas y a todos la ciencia de la vida. Por eso mi pasión por Reclus y su obra y por eso mi amigo te digo que puede valerme la vida esta lucha casi solitaria y pueden tildarme de rufián pero nada me detendrá. Antes que los legisladores codificaran la injusticia legalizando la usurpación propietaria y el despojo de las clases ínfimas, los sacerdotes habían santificado la ignorancia con el esoterismo; reservándose el privilegio del saber, y así quedó creado el absurdo antisolidario que representa el dualismo que nos divide. Soy Severino, no teman mi nombre, soy un luchador de las causas que sufre mi pueblo y solo una bala me detendrá.” Severino fue tomado como objeto de representación por diferentes cuadros filodramáticos que respondían a los criterios de la heterodoxia pedagógica de Plal. Con su taller escuela peleó contra el pensamiento verticalista y la ausencia de debates. Sus seguidores aplicaron este concepto en diferentes campos de la lucha obrera y en sus manifestaciones artísticas. Alberto Nista nos relata: “Yo llegué en 1925 y me fui al campo porque en la ciudad no había trabajo. Vine acá no para ganar dinero sino para escapar del fascismo, y resultó que aquí había fascismo también. Huí porque las querían darme aceite de castor. ¡Qué quiere!, ¿qué así nomás me deje dar aceite de castor. Me escapé de la purga y cambié de nombre. Le digo más: estaba Mussolini en el poder y yo trabajaba como ahora trabajan los camioneros, únicamente que yo en lugar de camión tenía una mula y cargaba piedras. Ponía la dinamita a la roca y después le dábamos forma a las piedras para que se hicieran las casas. Era en la provincia de Benevento. Y yo iba con mi mula al pueblo y los “mangiapapeles” se querían hacer dueños de todo mi cargamento. Hubo bronca y los que no aceptaban, les daban de castigo el aceite de castor. Si nos escapábamos, nos mataban llenándonos de purgante. Además querían que nos afiliáramos al fascismo. Escapé de noche. Llegué a la Argentina para vivir codo a codo con los demás, pero desgraciadamente, el fascismo acá también pegaba igual. Un día, porque hicimos huelga para que los obreros no pagaran la patente de la bicicleta, me llevaron preso y el comisario me quiso ahorcar con mi propia faja. Otra vez nos atropelló un escuadrón de caballería, conocí lo que eran los golpes de sable. No sabía escribir ni leer en castellano, por lo que me acerqué a la casa del maestro José Leguizamón. Era libertario y de pequeño había estudiado en un taller escuela en el que no existían reglas dogmáticas. De él aprendí mucho más que el abecedario, aprendí a desconfiar de los discursos cerrados y a defender la libertad en su máxima expresión. Durante más de un año lo ayudaba a reunir libros y revistas que luego llevábamos por toda la zona. El le llamaba la biblioteca con ruedas y era el único muro real contra la ignorancia que propiciaba el patrón en la comarca. Me animó a defender mi propio criterio y a valorarlo. Supe que mis ideas por más limitadas que fueran eran mías y por ello había que respetarlas. Creo que en ese tiempo sólo trabajaba y leía. Ya enrolado en el anarcosindicalismo estábamos preparando la gran huelga de 1928, cuando me enteré de los infortunios de mi paisano Severino. No comprendía por qué el movimiento le exigía patente de libertario cuando muchos compañeros habían traicionado a los suyos arreglando con los esbirros de la oligarquía. Por eso con un grupo de militantes que veníamos de la Italia fascista y conocíamos los por qué de sus luchas decidimos apoyarlo aún a la distancia. Y lo hicimos con varios encuentros en los que reunimos dinero que luego intentamos hacerle llegar por un correo de confianza. En uno de esos encuentros la compañera Irma Pretto declamó unos hermosos versos contra la dictadura del Duce en los que la figura de Severino se agigantaba y ocupaba la de un coloso que enfrentaba a los lacayos de la dictadura peninsular en Argentina. Luego la banda del círculo “Fraternidad” de Villa Constitución le dedicó dos piezas emotivas. Finalmente un improvisado cuadro filodramático esbozó un esquema de obra en la que se relataban los hechos del Colón y a la que se le puso el pretencioso nombre de “Opera anarquista”. Recuerdo que a pesar de los olvidos en los párrafos la acción adquirió cierto interés cuando se produce un cruce verbal entre un miembro de la burguesía apoltronado en su palco y el propio Severino. El contrapunto fue jugoso y permitió introducir elementos teóricos generales que servían para profundizar los conocimientos de nuestros trabajadores en vísperas de acciones directas de relevancia. En estas luchas comprendí cabalmente las enseñanzas de mi maestro. Usar el espíritu crítico”. El mundo capitalista empezaba a sacudirse con signos de inestabilidad crecientes y los remezones se manifestaban en la Argentina con reducciones en el comercio exterior, aumentos vertiginosos de la deuda pública y estancamiento de las economías regionales, agrícolas y ganaderas. La oligarquía y los frigoríficos de capitales extranjeros se quejaban por falta de mercados para las carnes y, con esa excusa, bajaban los precios en detrimento de los ganaderos menores. En el comercio y la industria se operaban numerosas quiebras. Aquel modelo económico agroexportador dependiente impuesto por el Unicato, y no modificado, estaba empujando al país a un estado crítico terminal. Sin dudas esa concepción política, que nos había ubicado en la escena mundial como productores de insumos primarios, arrastraba a la Argentina hacia la crisis que sufrían los centros imperialistas y que aparecía en el horizonte sin alternativas. Setenta y una huelgas con la participación de cincuenta mil obreros se habían declarado, solamente en Buenos Aires durante 1928. Las diferencias en el seno del anarcosindicalismo se postergaron y primó el criterio de la unidad, para hacer frente a la nueva amenaza patronal. Pero la figura de Severino seguía provocando escalofríos en los dirigentes de la FORA cercanos al diario La Protesta. Alberto Nista junto a Rocío Plal, sobrina del fundador del taller escuela de Berisso y alumna del mismo, reunieron a las distintas facciones ácratas de Villa Constitución y los pueblos bajo su influencia. Con la excusa de reflexionar sobre la reorganización del sindicato portuario se realizaron tres encuentros. Nos cuenta Nista sobre el último, “Necesitábamos madurar y rápidamente. Irigoyen estaba debilitado por contradicciones internas, presionado por la oligarquía y por la derecha radical antipersonalista. Los movimientos de fuerza eran incontables pero nuestra presencia efectiva en ellos era pequeña. Ya no nos convertíamos en la mecha que iniciaba el reguero de pólvora que culminaba en el estallido obrero. Los sindicalistas independientes y los comunistas ganaban terreno y los jóvenes que se acercaban a la anarquía eran cada vez menos y de peor formación. En la zona éramos claramente minoría en los gremios por lo que en las dos primeras veladas las discusiones se centraron en la recomposición de filas y no en las diferencias. Debíamos reorganizarnos y se sopesaban las diferentes estrategias. Pero el último día todo cambió luego de que José Miccio, un foguista italiano radicalizado pidiera la palabra para recitar un poema dedicado a Severino que había compuesto. Según su opinión reflejaba la necesidad de la acción directa y la perentoriedad de la misma. Claro que los acuerdistas no pensaron lo mismo. Con una intolerancia que rayó la idiotez comenzaron los insultos y debimos suspender el debate, sin conclusiones, cuando las primeras sillas volaron”. Y para concluir quisiera mencionar la influencia de Giorgio Lucio, otro alumno del taller escuela, sobre los militantes del círculo “Esperanza” de orientación combativa durante las huelgas de 1928 en Rosario. La agrupación había nacido como un claro ejemplo de la división del anarquismo argentino, con un discurso intolerante y autoritario. Pero Lucio, que se incorporó para hacerse cargo de la formación de un núcleo de adultos, trabajó para limar ese discurso y acercarlo a las otras posiciones de los seguidores del ideal. “Inicialmente me dediqué a mi tarea específica, aquella para la que me incorporé. Pero rápidamente inicié discusiones ocasionales en las que animaba un contrapunto con los que argumentaban la necesidad de cerrarse sobre ideas casi blindadas. Costó pero logré que aceptaran que nuestro origen era la diversidad en la libertad y que no podíamos olvidarlo. Claro que tuve que pagar mi precio, en este caso coordinar una jornada antifascista.” Unos cuarenta trabajadores de origen italiano intervinieron en la planificación del acto contra el gobierno de Mussolini. Para reconstruirlo sumo el testimonio de Braulio Di Conte, obrero portuario: “Mi actividad militante se inicia en junio de 1917 cuando entre seis compañeros iniciamos la organización del Partido Socialista en al localidad de Montecatini Alto, Italia. Este partido tuvo de inmediato gran desarrollo y al año, al formarse la juventud socialista, pasé a ocupar la secretaría de la misma. Desde el primer momento la juventud empezó a luchar contra el reformismo que en esa época tenía mayoría en el partido de la localidad. Pero la gran oposición de un grupo de hombres jóvenes del partido hizo que al poco tiempo volcáramos las fuerzas a favor del ala izquierda. Lo que ayudó fue la revolución rusa y el nombre de Lenin que promovió que varios se unieran al incipiente internacionalismo y en mi caso, las ideas de Malatesta que me llevaron al anarcosindicalismo. Pero en Toscaza el fascismo desencadenó la lucha antes que en otros grandes centros obreros de las regiones del norte de Italia. Ya en 1919 conocimos de sus intervenciones. A fines de marzo de 1920 me incorporaron compulsivamente al servicio militar en Bologna, donde tuve la oportunidad de ver el primer asalto fascista a las instituciones democráticas del país. En julio de 1921 me escapé y el mismo día de mi llegada clandestina a casa empezó la pelea con las escuadras de Mussolini. Decidimos con otros dirigentes emprender el exilio a Francia. Debíamos hacer todo de contrabando porque carecíamos de documentos. Pero al llegar a Niza nos sorprendió la policía y nos entregaron a sus colegas italianos que nos “escoltaron” a nuestro pueblo. Una vez allí no alcanzó a pasar media hora cuando dos escuadras fascistas tomaron por asalto mi casa, rompiendo todo para encontrarnos. No tuvieron suerte por diez minutos antes habíamos salido, y al escuchar los disparos, nos refugiamos en el bosque donde estuvimos hasta principios de 1923, en que pudimos conseguir el pasaporte para Argentina. Aquí llegué en 1923 y trabajé como peón agrícola en la cosecha hasta que un amigo libertario me acomodó en el puerto de Rosario. En 1928 me dI cuenta que la verdad se expresaría pronto y que las cenizas del capitalismo iban a ser dispersadas por el viento de la revolución libertaria. La burguesía estaba asustada por nuestra capacidad de organización y por la inoperancia del gobierno radical. Yo, por mi parte, me había acercado a un grupo que propiciaba una actitud más virulenta que las conducciones de la capital. Así descartamos cualquier negociación con los colaboracionistas y prestamos atención a Di Giovanni. Nunca creímos en la versión interesada de que se trataba de un ladrón asesino sin escrúpulos. A pesar de invitarlo numerosas veces no pudimos contactarlo debido a que estaba en la clandestinidad porque las fuerzas de la reacción lo buscaban con orden de detención. Debo decir que la situación era grave y que si bien no iba a vender mis principios con acuerdos oscuros, oía lo que el maestro Lucio tenía para decirnos. El proclamaba la tolerancia y la unidad en la divergencia. Al principio me peleaba, luego lo ignoraba, pero a fuerza de conceptos claros y convincentes acepté que algunos compañeros dialoguistas se unieran al círculo. De todas maneras fui el que con mayor fuerza alcé mi voz para que denunciáramos las atrocidades del monstruo de Italia. Con Liberio Marcos y el maestro organizamos una jornada de protesta que duró varias horas y en la con un breve monólogo destacamos la lucha de Severino. En un fragmento decíamos a través del personaje obrero: “Los que luchan proclamamos que los trabajadores de cada empresa son los dueños verdaderos de la energía eléctrica, de los frigoríficos, del ferrocarril, de los puertos y de los canales de la producción agropecuaria. Aspiramos a que la clase obrera elabore los planes reivindicativos inmediatos y empiece por plantearse los problemas de fondo y las soluciones de fondo: expropiación y nacionalización de los resortes económicos básicos. Y no creemos en los países. Por lo tanto sabemos que lo que se cuece en Europa se come aquí. Por ello el nombre del vindicador Severino debe tronar en los oídos de los patrones. El se enfrenta al fascismo, no al italiano, al concepto de totalitarismo que se pasea por el mundo esclavizando proletarios. ¡Viva la anarquía!”. La lucha de Plal germinó en nuestro país a través de sus discípulos. Las voces del pensamiento libre se escucharon durante décadas y resistieron a la represión de la oligarquía y a la incomprensión de los fundamentalistas del movimiento. El esfuerzo de síntesis quedó plasmado en publicaciones, obras de teatro, centros, círculos, libelos sindicales y bibliotecas. La tenue luz que encendieron dos jóvenes docentes en Berisso se convirtió en guía para los que creían en el individuo y en su capacidad de disentir. Bibliografía Abad de Santillán, Diego, El movimiento anarquista argentino desde sus comienzos hasta 1910, Buenos Aires, Argonauta, 1930. ------, La FORA (1933): Ideología y trayectoria, Buenos Aires, Proyección, 1971. Altamirano, Carlos y Sarlo Beatriz: “La Argentina del Centenario: campo intelectual, vida literaria y temas ideológicos”, en C. Altamirano y B. Sarlo, Ensayos argentinos. De Sarmiento a La Vanguardia, Buenos Aires, CEAL, 1983. Andreu, Jean (y otros), Anarkos, literaturas libertarias de América del sur, 1900, Buenos Aires, Corregidor, 1990. Aricó, José, La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina, Buenos Aires, Sudamericana, 1999. 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