Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires – Facultad de Ciencias Humanas V Encuentro Nacional y II Latinoamericano La Universidad como objeto de investigación LA RESPONSABILIDAD DE LA UNIVERSIDAD EN LA FORMACION EPISTEMOLOGICA DE LOS INVESTIGADORES Díaz, Esther Araceli; Rivera, Silvia Adriana Universidad Nacional de Lanas. Argentina E-mail: [email protected] [email protected] Palabras clave: Política científica – Universidad- Investigación- Epistemología – Educación en valores 1. Universidad e investigación En la construcción del conocimiento incide la integridad de la maquina social. En función de ello, los análisis sobre la dimensión social de la investigación, la función de los investigadores y su relación con la universidad no sólo deben tener en cuenta los factores específicamente cognoscitivos, académicos y técnicamente innovadores, sino también los político-sociales relacionados con la empresa científica y los marcos epistemológicos en los que se desarrolla. La universidad se presenta como una institución dedicada tanto a la producción como a la transmisión de conocimiento. En este sentido, se ocupa de formar profesionales de la ciencia y la tecnología capaces de insertarse en el campo de la docencia y de la investigación en una fértil intersección –recordemos en nuestro medio la figura del docente-investigador- que permite compartir con sus discípulos los avances de sus investigaciones y entrenarlos en el manejo de las técnicas propias de producción del conocimiento. En términos de Kuhn, el ámbito por excelencia para la ciencia normal es el contexto de educación en general y la universidad en particular. Contexto en el que se desarrollan a su vez procesos que puede ser entendido como de “normalización”. Es por esto que, en caso de existir diversas comunidades científicas, estas siempre pugnan por tener agentes activos en defensa de sus paradigmas en la institución universitaria. Pero aún más, formar a alguien en los contenidos y las técnicas propias de un paradigma es también formarlo en compromisos, en lealtades, en valores que dan sentido a su práctica. Y es a partir de esos valores que los científicos se incluyen en las redes de relaciones interpersonales, institucionales e inter-institucionales pautadas en base a cargos, jerarquías, es decir, vínculos de poder. La gestión de la investigación se presenta como un espacio constitutivo de conocimiento, en tanto regla prácticas, normaliza sujetos, establece prioridades en torno a temas, métodos y objetivos y distribuye recursos. Este espacio es del orden del deber ser. Se construye en torno a decisiones que pautan acciones y en consecuencia se ubica en un político, en el sentido de policies o líneas institucionales que determinan las características y el rumbo de lo que en cada caso llamamos “ciencia”. ISBN 978-950-658-187-9 1 Oscar Varsavsky, en un texto de 1969, se pregunta si es posible concebir una ciencia diferente. La respuesta es contundente: “Es indudable que sí. Basta una diferente asignación de recursos –humanos, financieros y de prestigio- para que las ramas de la ciencia se desarrollen con diferente velocidad y sus influencias mutuas empiecen a cambiar de sentido. Eso da una ciencia diferente” (Varsavsky, 1975: 16). Precisamente en la polémica que en la década de 1970 mantiene Varsavsky con otros docentesinvestigadores con protagonismo en la gestión de la universidad argentina, se pone de manifiesto el estrecho vínculo entre la posición epistemológica y las decisiones a nivel de la definición de la política de investigación en la universidad. Poner de manifiesto este vínculo es una de las funciones de la universidad en el campo de la investigación. Es decir, formar investigadores responsables de la posición epistemológica que asumen y de sus implicancias ético-políticas. 2. Filosofía de la ciencia y política científica Para pensar de modo fértil la relación entre universidad e investigación es necesario ampliar los estrechos márgenes de la reflexión epistemológica, incluyendo miradas sociológicas, antropológicas, axiológicas y, muy especialmente, político-científicas. Miradas que nos ayudan a la hora de responder preguntas clave, tales como aquella que interroga acerca de quién o quienes son responsables de decidir las políticas de investigación a implementar. Concentrarse en un solo aspecto del quehacer científico es como construir un telón de acero que separara la investigación de los factores “extracientíficos”. El objetivo consistiría en saltar ese telón y sumergirse en las estribaciones de los procesos cognoscitivos e institucionales, en las indeclinables afecciones humanas y en la incidencia de factores de poder. Para lograr este objetivo consideramos que se deben manejar conceptos epistemológicos ampliados a lo político social para abordar objetos de estudios que van más allá de la forma de los enunciados o la racionalidad de los métodos, y evaluar la incidencia de la ciencia en la cultura y en la naturaleza, preocupándose por el núcleo duro de la investigación, sin aislarlo del entretejido de fuerzas en el que se produce y desarrolla. Pues la racionalidad del conocimiento, aun la más estricta y rigurosa, hunde sus raíces en luchas de poder, factores económicos, connotaciones éticas, pasiones, idearios colectivos, intereses personales, y pluralidad de nutrientes que no están ausentes, por cierto, en el éxito o el fracaso de los planes y proyectos. Los estudios llamados CTS –Estudios sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad- entienden que la ciencia y la tecnología son recursos económicos y políticos que se enmarcan en una cultura dada (Cf. Medina y Kiatkowska, 2000). La perspectiva CTS comienza negando la distinción entre ciencia y tecnología. La tecnociencia se presenta, en su interacción con el resto de las prácticas sociales, y muy especialmente en su dimensión transformadora de la realidad, también de la realidad social, con el reconocimiento de la responsabilidad que esto implica. ISBN 978-950-658-187-9 2 El reconocimiento de la tecnociencia como un bien social socava otro importante supuesto de la concepción heredada, el de la “autonomía científica”. A partir de aquí se platea la necesidad de una evaluación y control social del desarrollo tecnológico, que comienza a percibirse como un derecho ciudadano. En este sentido, la perspectiva CTS aboga por la democratización de las decisiones sobre el desarrollo tecnocientífico. Y la universidad tiene una función que cumplir, en tanto se presenta no sólo como medio para el conocimiento de problemática tecnocientíficas contemporáneas sino como base formativa necesaria para la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones en el campo de la investigación tecnocientífica. Función que puede ser planteada en términos de potencial emancipador, en tanto al socializar la información pone fin al despotismo ilustrado de los expertos. –científicos y tecnólogos- que tradicionalmente se erigían como los principales actores en la definición y orientación de la investigación. El cuestionamiento del monopolio de los expertos en las decisiones sobre la innovación y transferencia tecnocientífica es uno de los principales objetivos de la perspectiva CTS, que busca desmitificar a la ciencia sin descalificarla, pero disminuyendo la distancia entre científicos y no iniciados, en la convicción de que a partir de la complejidad tecnocientífica de un proyecto no puede derivarse la misma complejidad de la conveniencia o pertinencia de realizarlo. Algunas figuras institucionales, tales como los comités de ética para la investigación clínica, han intentado llevar más allá la posibilidad de participación ciudadana iniciada en el contexto de educación, al crear espacios de decisión que incluyen miembros de la comunidad. Parafraseando a Wittgenstein podemos decir que el fin de la ciencia es extracientífico (Cf. Wittgenstein, 1987). Ahora bien, las cosas no son tan simples, porque la exacerbación del capitalismo junto con el impacto de la globalización en los intereses económico-empresariales inciden en el poder de orientación de las políticas en ciencia y tecnología. Advertimos entonces un gran crecimiento de las relaciones entre las universidades y las empresas, también la proliferación de políticas de apoyo a la investigación con el propósito de incidir en la competitividad industrial. La tecnociencia resulta conceptualizada como una fuente de oportunidades estratégicas. Esto quiere decir que desde la perspectiva política, la investigación en la Universidad resulta doblemente pautada. Por una parte, en función de un marco institucional interno, propio de cada Universidad, en tanto responde a las características de sus capacidades de investigación y a su desarrollo histórico. Pero existe también un marco institucional externo, que está integrado por un conjunto de entidades públicas y privadas nacionales e internacionales cuyo accionar produce efectos en el desarrollo de la investigación universitaria. Ambos intervienen como instancias formales de regulación y organización de las actividades científicas y tecnológicas que inciden en la orientación de la investigación y en el desarrollo de las carreras profesionales de los científicos universitarios. ¿Qué impactos tiene todo esto sobre las universidades? Una primera imagen que viene a la mente es la de pérdida del monopolio en la producción de saberes legitimados y, con ello, pérdida del monopolio en la certificación legítima de conocimientos. Las universidades comienzan a reconocerse como sólo uno entre diversos tipos de jugadores de un juego cuyas reglas las exceden. ISBN 978-950-658-187-9 Una muestra de esto es que las 3 universidades han perdido el monopolio sobre algo que consideraban de la mayor importancia: la agenda de investigación. Porque no se trata de cobrar por transmitir lo que se hace internamente siguiendo una lógica autónoma -en cuyo caso la constitución de la agenda no se hubiera alterado- sino de vender capacidades todavía no materializadas para resolver problemas, es decir, hacer investigación por encargo, y eso sí implica perder el monopolio sobre la definición de la orientación del trabajo académico. 3. La concepción heredada en filosofía de la ciencia La filosofía de la ciencia, que surge en el siglo XX reúne la tradición experimental de la ciencia moderna con el interés central por el lenguaje que habían instalado los primeros filósofos analíticos, entre ellos Frege, Russell y Wittgenstein. El Círculo de Viena inicia así una tradición de reflexión sobre la ciencia que se conoce con el nombre de “concepción heredada” (Cf. Putnam, 1989). La ciencia es considerada un conocimiento privilegiado por el carácter verdadero que garantiza su método. Conocimiento que se materializa en un sistema de formulaciones lingüísticas que toman la forma de enunciados, sistemas, teorías. El análisis lógico pasa a considerarse el método válido para el estudio de la estructura de las teorías científicas. La concepción heredada circunscribe el estudio de la ciencia a la lógica y la metodología. Para esta tradición, la investigación, que se presenta como el motor del proceso de producción del conocimiento científico, se inicia con un primer el momento, el de la investigación básica -también llamada “pura”- al que sigue la investigación aplicada, que en tanto hace posible la fabricación de artefactos específicos da paso a la tecnología, y una vez que estos artefactos se producen en serie, encontramos a la industria inserta en la dimensión del mercado. Este esquema, unidireccional en su orientación, se ha denominado en las últimas décadas “modelo lineal de innovación”. Tiene entre sus “ventajas” el hecho de preservar un espacio de neutralidad y excelencia que se ubica en el polo de la ciencia básica por un lado y, por otro, rescatar a la tecnología del lugar degradado en que la colocó la filosofía griega clásica, para reubicarla en el espacio propio de la reflexión epistemológica, si bien a la manera de un subproducto, pero partícipe mediato al menos de la excelencia del conocimiento científico. La filosofía de la ciencia se presenta así como una “epistemología”, es decir como una filosofía del conocimiento científico. Este conocimiento, si bien resultado de un proceso de investigación, puede ser deslindado de este a los fines analíticos, y estudiado en su estructura lógica sin necesidad de referirse a cuestiones contextuales más que de modo accidental o anecdótico. Una serie de categorías dicotómicas se constituyen en los instrumentos conceptuales que introduce la concepción heredada para pensar la ciencia: contexto de descubrimiento-contexto de justificación; ciencia pura-ciencia aplicada; historia interna-historia externa de la ciencia. Las citadas dicotomías refuerzan el carácter puramente epistémico de la ciencia, la abstracción y ahistoricidad de sus sujetos, la neutralidad valorativa de sus productos, la linealidad del proceso de innovación, la autonomía científica y, en definitiva, la preeminencia de la teoría sobre la praxis. En este ISBN 978-950-658-187-9 4 sentido, las dicotomías en cuestión deben ser revisadas a través de un estudio riguroso y sistemático que redefina el abordaje de la ciencia como producto inmaculado, para poder incluir en él las marcas o huellas de su proceso de producción. Y muy especialmente para incluir el análisis de ese proceso de producción en el campo de la reflexión epistemológica. 4. Consecuencias ético-políticas de los reduccionismos epistemológicos Consideramos que una de las consecuencias más inquietantes que se siguen de sostener el modelo de ciencia que establece y legitima la concepción heredada es la desresponsabilización que promueve. Si el conocimiento científico se despliega en función de una lógica interna e inexorable, entonces la no intervención se presenta como la estrategia más adecuada para garantizar el progreso. Por otra parte no sólo preserva la neutralidad de la ciencia pura sino que extiende esta neutralidad a lo largo de todo el proceso de innovación, de modo tal que los productos tecnológicos se invisten con el signo de un progreso inevitable, que exorciza posibles efectos indeseados bajo la figura de un saber siempre perfectible. Si cientos de personas mueren por la radicación de centrales nucleares que colapsan o si muchas mujeres sometidas a tratamientos de fertilización asistida sufren las graves consecuencias de la hiperestimulación hormonal o de los embarazos múltiples, no es cuestión de revisar la orientación que damos a nuestras investigaciones sino de seguir en la misma senda confiando en que mayores inversiones de recursos técnicos, humanos y económicos lograrán minimizar estos efectos. Pero esto no es todo, porque la afirmación de la neutralidad, objetividad y universalidad de la ciencia nos distrae no sólo de las consecuencias éticas de las aplicaciones tecnológicas, ni del peso de las decisiones políticas a la hora de fijar prioridades en ciencia, sino que posterga además un debate desde todos los ángulos “impostergable”: el poder de la inversión económica –en especial de sectores privados- en el campo de la investigación. Queda claro entonces que abrir el debate sobre las cuestiones mencionadas, esto es sobre la dimensión ética, política y económica de la ciencia- implica tanto redefinirla como revisar el reduccionismo de la concepción heredada, superando las dicotomías que la articulan y muy especialmente reconociendo que la ciencia es ante todo práctica. O mejor aún, un conjunto de prácticas sociales que se desarrollan en contextos institucionales diversos, pero todos ellos atravesados por relaciones de poder, que involucran a personas, grupos, sociedades, organismos nacionales, regionales e internacionales públicos, privados o mixtos. Está claro definir a la ciencia como “práctica” hace que las dicotomías señaladas se desmoronen al trastocar uno de sus supuestos básicos: el de la prioridad de la teoría sobre al praxis. Es decir que la idea de ciencia que manejamos es solidaria de un discurso que la sostiene –el de la epistemología clásica- que a su vez resulta funcional a un determinado modelo de sociedad, en este caso, la sociedad capitalista contemporánea y su exacerbación del mercado como mecanismo regulador de la política en general y de la política científica en particular. ISBN 978-950-658-187-9 5 La modificación de la idea de ciencia sólo puede realizarse en el marco de una revisión epistemológica que no se limite a los círculos expertos, sino que alcance a las aulas y se inserte en la curricula de todos los niveles educativos y muy especialmente en el universitario, en tanto esta institución juega un rol central en la formación de investigadores. Revisión que debe alcanzar a la concepción de ciencia que en cada caso manejamos y al modo como esta impacta en la definición del modo de gestión de la investigación. Porque los conceptos que usamos –en este caso el concepto de “ciencia”- definen un campo de acciones posibles. El reduccionismo epistemológico empobrece entonces no sólo el pensamiento sino también la acción, al tiempo que neutraliza la responsabilidad de los agentes presentando la producción del conocimiento como un proceso teórico impulsado por una lógica interna que sólo reconoce como guía el valor epistémico de la verdad. 5. La educación como contexto de la actividad científica Javier Echeverría (Cf. Echeverría, 1995) coincide, con muchos otros autores, en el reconocimiento de una profunda transformación en el campo de la filosofía de la ciencia, que se ubica en los años setenta, pero que tiene como detonante la publicación en 1962 del libro de Thomas Kuhn La estructura de las teorías científicas (Cf. Kuhn, 1982). Transformación que puede sintetizarse en una serie de ampliaciones y desplazamientos. En relación a las ampliaciones, cabe mencionar aquella que modifica la unidad de análisis epistemológico -que dejan de ser las teorías para pasar a ser los paradigmas – y también la que modifica la concepción del sujeto de la ciencia, que adquiere a partir de Kuhn una dimensión social constitutiva: la comunidad científica. Entre los desplazamientos, señalaré el que enfatiza la dimensión pragmática por sobre la semántica, en tanto aquello que nos ofrece la ciencia dejan de ser “representaciones” de los hechos para ser “herramientas” que se usan para “resolver enigmas”. Y también el desplazamiento que corre el acento del contexto de justificación para ubicarlo en el de educación de la ciencia, o como lo denomina Kuhn en La tensión esencial, el “contexto de pedagogía” (Kuhn, 1996: 351). La definición de la ciencia como “actividad social reglamentada” que se juega en espacios institucionales diversos, nos permite disipar la falsa identificación del plano institucional con la figura de un “exterior” complementario para manifestar su poder constitutivo del llamado núcleo interno de la ciencia. Y nos permite también reubicar adecuadamente el contexto de educación como ámbito de interés para la epistemología, no sólo a igual nivel que los contextos clásicos, sino aún como preeminente. Preeminencia que manifiesta en el núcleo mismo de la propuesta de kuhneana. Porque es el éxito en el proceso de enseñanza de la ciencia aquello que garantiza la internalización incondicional de ciertos supuestos por parte de los investigadores, de modo tal que puedan llevar adelante su tarea dejando atrás los cuestionamientos y revisiones que caracterizan a períodos de crisis. Se siguen de aquí importantes consecuencias para el tema que nos ocupa, y que podemos – a los fines expositivos- separar en dos grupos. En primer lugar, la relevancia de una reflexión filosófica sobre el contexto ISBN 978-950-658-187-9 6 de educación, ya que tiene una función decisiva en la determinación de la estabilidad o, por el contrario, la revisión critica de un paradigma. En segundo lugar, la importancia de incluir nuevas perspectivas y miradas en el campo de la filosofía de la ciencia. Porque el estudio de la ciencia no se agota en el estudio de su estructura comunitaria –como aconteció en aquellos autores que introdujeron la clásica sociología de la ciencia- sino, que anclando fuertemente la ciencia en la sociedad, debe enfatizar la relación de la comunidad científica con otras comunidades y grupos. Conclusión Está claro que posiciones políticas y éticas muy diferentes se siguen de un mismo reconocimiento: el del carácter social del conocimiento científico. Y no hay aquí posición “verdadera” que pueda ser tomada sobre la base de metodologías científicas. Hay posiciones que podemos argumentar como justas o pertinentes a partir de argumentos revisables y debatibles. A la base de la producción del conocimiento se ubican entonces la ética y las decisiones políticas que posibilitan la investigación. La filosofía de la ciencia debe hacerse cargo de esto. Sin duda alguna, la universidad tiene una misión que cumplir. Esto es instalar el debate en torno a la necesidad de una filosofía de la ciencia ampliada, que se haga cargo de su dimensión social y también política de la ciencia. A partir de aquí recuperar la dimensión crítica, formando profesionales no sólo capaces de insertarse activamente en el proceso de producción del conocimiento, sino responsables, en cada caso, de las consecuencias de la posición epistemológica que asumen. ISBN 978-950-658-187-9 7 Bibliografía BACHELARD, G., El racionalismo aplicado, Buenos Aires, Paidós, 1978; - La formación del espíritu científico, Madrid, Siglo Veintiuno, 1985. ECHEVERRÍA, J., Filosofía de la ciencia, Madrid, Akal, 1995; - “Ciencia y valores: propuestas para una axionomía de la ciencia”, en P. MARTÍNEZ-FREIRE, Contrastes. Revista Interdisciplinaria de Filosofía. Filosofía actual de la ciencia, Suplemento 3, Madrid, 1998; - “Seventeen teces on telepolis”, en Technology in osociety, Madrid, 1998; - “Teletecnologías, espacios de interacción y valores”, en Teorema, XVII, 3, 1998. FOUCAULT, M., Vigilar y castigar, México, Siglo Veintiuno, 1977; - La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1980. KUHN, T.S., The Structure of Scientific Revolutions, Chicago University Press, 1962, (La estructura de las revoluciones científicas, Buenos Aires, FCE, 1982); - Segundo pensamiento sobre paradigmas, Madrid, Tecnos, 1978; -¿Qué son las revoluciones científicas? 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