EL MAHAPARINIRVANA “EVANGELIO” de BUDA

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EL MAHAPARINIRVANA
“EVANGELIO” de BUDA
(c. 560-483 AEC)
Siddhartha Gotama nació en el siglo VI AEC en uno de los estados del norte aledaños al
río Ganges, cercanos a lo que hoy es la zona fronteriza entre la India y Nepal. Tras una
serie de experiencias que le permitieron encaminarse en un primer momento hacia un
estado elevado de conciencia conocido como bodhi o ‘iluminación’, de aquí el título de
Buda o Iluminado, decidió ayudar a los hombres al predicar enseñándoles su manera de
liberarse de los vínculos que consideraba causaban todo el sufrimiento innato en el
mundo realmente existente.
Reunió un círculo de discípulos que seguían sus prácticas y explicaciones de esa realidad
que consideraba como transitoria y llena de elementos ilusorios que era posible
trascender y dejar atrás por medio de la reflexión, meditación y ejercicios de técnicas
yoguis con la meta de alcanzar el nirvana como forma de extinción total. En vida del Buda
se coordinó y organizó este cuerpo de discípulos –bikhus o monjes- en una orden
monástica denominada sangha.
La recién fundada orden encontró patrocinadores en diversos príncipes locales. Poco a
poco la complejidad de la organización vio surgir facciones que llevaron a pugnas y en las
que el arbitrio de Gotama era necesario, incluso se llegó a reunir un Concilio que definió
las premisas básicas de la enseñanza. Luego de varias décadas de prédica y de
conformar en vida un cuerpo social a través de la orden Buda alcanzó el nirvana y dejó su
legado a sus bikhus por medio de una última admonición, un último discurso o enseñanza.
Esta situación es la que aborda el documento que se presenta, el Mahaparinirvana o “de
la gran y última extinción”, pues constituye un relato de los últimos días del Buda y su
testamento.
Las enseñanzas de Gotama fueron establecidas de forma escrita por la sangha. Con el
paso de las décadas la multiplicidad de relatos y leyendas acerca de su vida y prédica
motivó que se reuniera un segundo Concilio para estudiar y autorizar los textos conocidos
y como resultado se apilaron tres cestas (Tripitaka) de lo que se convertiría en el canon:
los Sutra o discursos, las Vinaya o directrices de la orden monástica y la Abhidhamma
pitaka de material misceláneo.
El canon se fijó en idioma pali, pero con la extensión de la enseñanza vinieron las
traducciones, primero ocupando el sánscrito, luego el chino y las versiones tibetanas,
siendo la versión china que procede del sánscrito la más completa. La reunión de un
canon no impidió que se continuara compilando, escribiendo y transformando varios
elementos de la tradición conforme se difundía el Budismo. Así, encontramos dos
vertientes: el Hinayana o pequeño vehículo, también llamado Theraveda y el Mahayana o
gran vehículo.
"Después de mi nirvana, respetaréis a Pratimoksha y le obedeceréis, como a maestro,
semejante a una lámpara que brilla en medio de la noche tenebrosa o a un tesoro grande que halla
un pobre. Todos los mandatos que os he ido dando en diversas ocasiones debéis acatarlos y
cumplirlos con esmero, y no os vayáis por camino alguno diferente del mío.
Conservad puro vuestro cuerpo, vuestras palabras y vuestra conducta; dad de mano a cuanto
concierne a la vida ordinaria, tierras, casas, ganados, acumular riquezas y almacenar grano. Debeís
evitar todas esas cosas como quien se guarda de caer en una sima llena de fuego.
Os está prohibido sembrar campos, talar arbustos, curar heridas y practicar la medicina,
escudriñar los astros y daros a la astrología, para predecir mediante los augurios los acontecimientos
dichosos o desgraciados, y pronosticar lo bueno y lo malo.
Guardad la templanza del cuerpo, comiendo en los tiempos convenientes; no aceptéis cargo de
intermediario; no compongáis filtros y brebajes; aborreced el disimulo; seguid la doctrina recta y
sed bondadosos para todo lo que vive; recibid con moderación lo que se os da; recibid, pero no
atesoréis.
Tales son, brevemente dichos, los preceptos que os doy de viva voz. Son ellos el
fundamento de mis normas y el cimiento de la emancipación plena. Quien es idóneo para vivir así,
apto es para recibir todo lo demás. Esta es la verdadera sabiduría, que todo lo abarca; este es el
camino para alcanzar el fin; conservad, pues, y guardad este código de reglas, y no lo soltéis nunca
ni permitáis que se destruya.
Que donde se guardan reglas puras de conducta, allí hay religión verdadera; y sin ellas, la virtud
languidece. Por eso fundaos bien en mis preceptos. Si estáis firmes sobre este fundamento de las
reglas de la pureza, tendréis dominio de las fuentes de los sentimientos, como el vaquero que sabe
guiar bien a su rebaño.
Los afectos mal regidos se desbocan a manera de corcel indómito, y echan a correr por los
seis dominios de los sentidos, trayéndonos en este mundo desdicha y en el otro, nacimiento malo.
Como corcel mal domado, precipitánnos en el despeñadero.
Por eso el hombre sensato mantendrá sus sentidos a raya. Porque los sentidos son verdaderamente
nuestros peores enemigos y las causas de nuestra miseria. Pues los hombres que se dejan llevar del
amor de estas cosas sensuales, hacen que se les vengan encima todas estas miserias. Dañinas son
como sierpe venenosa, o como tigre feroz o como voraz incendio; y el mayor mal del mundo; mas
no amedrentan al sabio el cual no teme sino la ligereza y ordinariez del corazón, que aparejan al
hombre miserias para lo por venir, y eso por una brizna de placer, y sin dejarle ver el precipicio que
se abre delante de sus ojos. Como elefante salvaje que se zafa del anillo de hierro, o como jabalí que
se escapa a la selva, así es el corazón ligero y vulgar; y por eso el hombre sensato lo refrena y lo
tiene a raya.
El hombre que da rienda suelta a su corazón, no alcanza el nirvana. Por eso hemos de tener
sujeto nuestro corazón, apartarnos de los hombres y buscar un apacible lugar de reposo.
Aprended a comer, según la medida conveniente. Otro tanto se diga por lo que concierne a
los preceptos de la medicina; guardaos de avivar en vosotros mismos la lascivia o la iracundia, con
el alimento que tomáis. Comed para saciar el hambre y bebed para apagar la sed, como quien repara
un carro viejo o desvencijado, o como mariposa que liba la flor, sin menoscabarle ni la fragancia ni
la hermosura.
Al mendigar el sustento, debe guardarse el bhikshu de abusar de la confianza ajena; pues el hombre
que abre su corazón a la caridad no piensa en el límite de posibilidades; y no es bueno calcular
demasiado liberalmente las fuerzas del buey, no sea que, cargándolo en demasía, le causemos
daños. Atesorad buenas obras en el mañana, al mediodía y por la noche. No os dejéis vencer del
sueño durante la primera vigilia de la noche y la siguiente; antes en la vigilia media, compuesto el
corazón, tomad descanso y dormid, y poneos a meditar al filo del alba. No durmáis a pierna suelta
la noche entera, que eso relaja y debilita el cuerpo y la vida. ¿Cuánto podréis alargaos en el sueño
cuando el fuego os esté quemando el cuerpo sin cesar? Pues cuando la odiosa caterva de los pesares
se alce por el espacio acompañada de todos los horrores que forman su séquito, y se arroje sobre la
mente dominada por el sueño y la muerte, ¿quien la despertará?.
Con encantos apropiados es posible hacer salir a la luz a la serpiente ponzoñosa que mora
en una casa; así también el madrugador desencanta al lagarto negro que anida en el corazón, y lo
arroja de él. Carece de modestia el hombre que duerme a pierna suelta, sin tasa ni medida. La
modestia es como hermoso ropaje, como la barbada con que se conduce el elefante. La actitud
modesta conserva sosegado al corazón; sin ella perecerá la raíz de toda virtud. El mundo aplaude a
quien posee modestia; quien de ella carece se asemeja a una bestia cualquiera.
Aunque te despedazaren el cuerpo en pequeños trozos con afilado cuchillo, no des cabida a
ningún pensamiento de cólera o rencor, y no dejes escapar de tu boca ninguna palabra
descompuesta. Tus malos pensamientos y tus malas palabras te dañan a ti mismo, y a nadie más. No
hay victoria mayor que no perder la paciencia aunque a uno le estén mutilando el cuerpo.
Pues has de tener presente que a quien tiene tal y tan firme fortaleza, nadie puede vencerlo.
No te encolerices ni digas palabras injuriosas contra los hombres que tienen autoridad. La ira y el
odio destruyen la ley verdadera, y también menoscaban la dignidad y apostura del cuerpo; como el
que muere pierde su fama de gallardo, así el fuego de la cólera quema el corazón. La cólera es
enemiga de todo mérito religioso; quien ame la virtud, no se deje llevar de la pasión. No es digno de
admiración el seglar que se encoleriza cuando se le echan encima muchas tribulaciones; mas que,
'habiendo dejado su casa', se deja arrastrar por la cólera, se contradice a sí mismo y a sus principios,
como si se habla de agua congelada en que se hallase calor de fuego.
Si adviertes que la pereza se enseñorea de tu corazón, con tu propia mano bájate la cabeza,
rasúrate el cabello, coge en la mano el cazo para pedir limosnas y ve a mendigar el sustento. Si por
todas partes están pereciendo los vivientes, ¿cómo puede uno entregarse a la pereza? Malo es el
hombre mundano que depende de su fortuna o de la de su familia, se dé a la pereza; pues ¿qué decir
del religioso, cuyo fin es hallar el camino de la liberación, que se deja llevar de la indolencia? Cosa
es ésta ciertamente inconcebible.
La rectitud y el andarse con rodeos son cosas contrarias por su misma naturaleza y tan
imposible es que se compaginen una con otra como que se junten el fuego y el hielo. El hablar con
doblez y rodeos no dice bien del que se ha hecho religioso y va por la senda del obrar recto. El
lenguaje falo y adulador es como el arte mágico; quien aprecia la religión no puede hablar con
falsía.
La mucha ambición trae consigo pesares; en el desear moderado hállase al paz y el
descanso. Para alcanzar reposo, ha de haber moderación de deseos; con mayor razón en quien busca
la salvación. El avariento teme al codicioso, no sea que lo despoje de lo que le pertenece; el que es
amigo de dar, también teme no tener lo bastante para dar; por eso debemos fomentar el deseo
moderado, a fin de que podamos dar a quien lo necesite, sin que nos moleste ese temor. Merced a
este estado de alma, sin ambiciones, hallaremos el camino de la liberación verdadera. Si deseamos
la verdadera liberación, debemos ejercitarnos en estar contentos con lo suficiente.
El ánimo contentadizo siempre está alegre, y esta alegría no es sino religión. Tanto el rico
como el pobre que se dan por contentos, disfrutan de perpetuo descanso. El descontentadizo,
aunque naciere a los gozos celestiales, no se dará por satisfecho, y siempre tendrá la mente abrasada
por el fuego del pesar. El rico que no esta contento padece las tribulaciones de la pobreza; en
cambio el pobre que se siente contento es en verdad rico. Apretándosele más y más las ataduras de
los cinco deseos, el hombre descontentadizo se hace insaciable en sus exigencias, y por eso en la
larga noche de su vida va acumulando tristezas y más tristezas, y anda siempre elucubrando planes
laboriosos; mientras el que vive contento y libre de angustias por lo que toca a sus parientes, tiene el
corazón siempre tranquilo y en paz. Y como tiene dentro paz y la conserva, venéranle los hombres y
los dioses, y le sirven.
Prescindamos, pues, de toda solicitud por los parientes. Pues el que se halla entorpecido con
muchas relaciones de familia se asemeja al árbol solitario del desierto, cuyas ramas pululan de
pájaros y monos. Los muchos compromisos son otras tantas ataduras que nos tienen maniatados; si
tal nos sucede, somos como elefante viejo que se agita en el cenagal.
Mucho provecho puede alcanzar el hombre merced a la perseverancia diligente; por eso
debieran los hombres ejercitarse día y noche con empeño infatigable. Los hilillos de agua que
corren cerro abajo, de tanto correr acaban por gastar la peña. Si no frotamos con tesón un palo
contra otro para sacar fuego, no lograremos hacer saltar la chispa; hemos de tener la diligencia y la
constancia del hombre habilidoso que no deja de frotar la leña hasta sacar fuego.
El amigo virtuoso, por amable que sea, no puede compararse con el buen juicio; pues
conservándose en la mente el buen juicio, nunca podrá entrar en ella mal alguno. Por eso los que se
ejercitan en la vida religiosa debieran pensar siempre en el cuerpo; pues si uno deja de pensar en sí
mismo, fenece toda virtud.
El paladín confía en la fortaleza de su armadura para alcanzar victoria; el buen juicio es
semejante a una fuerte coraza, capaz de resistir los embates de los ladrones, que son seis sentidos.
La verdadera fe despeja al corazón iluminado; y merced a ella el hombre se percata de que
el mundo entero está sujeto al nacimiento y a la muerte; por eso el religioso debe ejercitarse en la fe.
Si halláramos la paz en la fe, acabaremos con toda la caterva de los pesares; y entonces podrá
iluminarnos la sabiduría, y daremos de mano a las reglas para adquirir conocimientos por los
sentidos.
Seguir con alegría las directivas de la ley verdadera, mediante el pensamiento interior y el
juicio recto, tal es el camino por donde deben andar así los seglares del mundo como los hombres
que han dejado su casa.
La sabiduría es la barca de remos con que se atraviesa el piélago del nacimiento y la muerte.
La sabiduría es la lámpara resplandeciente que alumbra al mundo obscuro y tenebroso. La sabiduría
es grata medicina, que cura todos los males de la vida. La sabiduría es el hacha con que el hombre
puede abrirse paso al través de la enmarañada selva del dolor. La sabiduría es el puente para cruzar
el turbulento río de la ignorancia y la lascivia. Por eso debe el hombre poner todo su empeño en
engendrar la sabiduría dentro de sí, y valerse para ello de todos los medios, usando del pensamiento
y de la recta atención. Si el hombre adquiere la triple sabiduría, aunque fuere ciego, el ojo de la
sabiduría todo lo ve. Mas, si carece de la sabiduría, la mente es pobre y falta de sinceridad. Tal cosa
no dice bien del hombre que ha dejado su casa. Tenga bien metido dentro del corazón el hombre
iluminado que no va bien con él lo falso y estéril; y con sencillez de ánimo esfuércese por alcanzar
esa alegría pura, que sólo puede hallarse en el sosiego y reposo perfectos.
Ante todo evite la incuria, porque la incuria es el peor enemigo de la virtud. El hombre que
evita este defecto puede hacer donde mora el rajá Sakra. Quien da cabida a la incuria, tendrá su
porción allí donde moran los Asuras.
He llevado a cabo mi faena, la faena que me correspondía presentándonos el camino de la
quietud, la prueba del amor. Por vuestra parte, sed diligentes. Para alcanzar la virtud, poned en
práctica estas reglas. Fomentad y conservad la paz y sosiego del corazón, en la apacible soledad del
retiro del desierto. Ejercitaos con diligencia máxima, sin dar cabida a la flojedad. Porque, así como
en el mundo si el médico de fama receta la medicina apropiada a la enfermedad que ha descubierto
y el enfermo por descuido no la toma, no es esto culpa del médico, así yo es he dicho la verdad y os
he puesto delante de los ojos el camino llano y único; y si, después de oír mis palabras, no ponéis
empeño en obedecerlas, la culpa no es de quien habla.
Ahora, si hubiere algo que no hayáis entendido claramente cuanto a los principios de las
cuadro verdades, podéis preguntármelo con toda confianza; no quiero que por más tiempo sigáis
ocultando vuestros pensamientos íntimos."
Así los instruyó el señor en su misericordia; y todos se quedaron en silencio. Entonces
Anuruddha, observando que la grande asamblea seguía callando, y no manifestaba duda alguna,
juntando las manos, habló a Buda de esta suerte:
Podrán calentarse la luna, enfriarse los rayos del sol, aquietarse el aire y hacerse movediza
la naturaleza de la tierra; aunque nunca tal se oyó en el mundo, pudieran suceder estas cuatro cosas;
pero esta asamblea nunca podrá tener duda alguna acerca de los principios de la tribulación, de la
emulación y de la destrucción y de las verdades incontrovertibles que ha declarado el señor. Mas,
como el señor está a punto de morir, todos nos sentimos tristes, y no podemos levantar nuestro
pensamiento hasta los sublimes asuntos de que nos predica el señor. Acaso duden algunos
discípulos, cuyos sentimientos no se han sustraído del todo a otras influencias; pero nosotros, que
acabamos de oír este discurso lleno de ternura y de tristeza, hemos salido de dudas por completo;
hemos cruzado el piélago del nacimiento y de la muerte; nada deseamos; nada tenemos que buscar;
sólo sabemos lo mucho que amamos a Buda, y pesarosos preguntamos por qué va a morir tan
pronto."
Buda, volviendo los ojos hacia Anuraddha, y percatándose de lo llenas de amargura que
estaban sus palabras, con amoroso corazón repuso, para sosegarlo:
"En el principio de las cosas, estaban fijas; pero al final se separan. Otras combinaciones
son causa de otras sustancias; porque en la naturaleza no hay ningún principio constante y uniforme.
Mas, ¿qué harán el caos y la creación, cuando se les hayan satisfecho todas sus tendencias? Los
hombres y los dioses que hayan de salvarse, se habrán salvado todos por completo. Recordadlo
vosotros, discípulos míos, que tan bien conocéis la ley perfecta: el fin tiene que venir. No déis
entrada a la tristeza. Echad mano con diligencia de los medios indicados. Anhelad llegar a la casa
en donde no podrá entrar la separación. He encendido la lámpara de la sabiduría. Sus rayos son los
únicos que pueden disipar las tinieblas que rodean al mundo. El mundo no permanecerá para
siempre. Regocijaos, pues, como cuando el amigo que adolecía de grave enfermedad recobra la
salud y se libra de su dolencia. He arrojado de mí esta vasija de pesares: he navegado a través del
proceloso mar del nacimiento de la muerte, y ahora estoy libre para siempre. Por eso debéis rebosar
de júbilo. Guardaos bien; no haya en vosotros flojedad. Cuanto existe ha de tornar a la nada. Y
ahora yo me extingo. En adelante se acabaron mis palabras. Es ésta mi exhortación postrera."
Entrando entonces en el samadhi del primer dhyana pasó sucesivamente por los nueve, en
orden directo; volvió luego a recorrerlos en orden inverso, hasta llegar al primero, y de allí se
remontó y entróse en el cuarto. Saliendo del estado de samadhi, su alma, falta de lugar de reposo,
alcanzó el nirvana.
Extinguindose Buda, retembló toda entera la vasta tierra. Llenóse todo el espacio de una
como lluvia de fuego que ardía sin pábulo, consumiéndose a sí mismo. De la tierra brotaron por
doquiera inmensas llamaradas y el incendio subió hasta las mansiones celestiales. El fragoroso
retumbar de los truenos sacudía los cielos y la tierra, rodando por los montes y los valles, como
cuando entre redoble de tambores traban combate los devas y los asuras, guerreando unos contra
otros.
De los cuatro confines de la tierra levantóse furioso vendaval, mientras de las sierras y colinas se
precipitaba una lluvia de polvo y de ceniza. El sol y la luna velaron su fulgor. Por doquiera los
apacibles arroyos se hincharon hasta convertirse en devastadores torrentes. Estremeciéndose la
imponente selva como el follaje del álamo temblón, en tanto que ha destiempo caían flores y la
hojas, a manera de lluvia.
Vertían lágrimas los dragones volantes que cabalgan sobre negros nubarrones. Ávidos de
compasión, los cuatro reyes y sus compañeros olvidaron sus obras de caridad. Bajaron del cielo a la
tierra los devas puros, y deteniéndose en medio del espacio, pusiéronse a contemplar la movediza
escena, sin entristecerse ni alegrarse; mas, con todo, suspiraron, pensando en el mundo que, privado
de su sagrado maestro, correría presuroso a su ruina.
Los óctuples espíritus celestiales ocuparon todos los ámbitos del espacio, y con el corazón dolorido
y pesaroso, dejaban caer flores, a modo de ofrenda.
Sólo se alegraba el rajá Mara, y en su regocijo púsose a tocar instrumentos de música. Por el
contrario, Gambudvipa, despojado de su gloria, parecía dolido y pesaroso, como la montaña cuya
cima se derrumba, como enorme elefante que arrancaron los colmillos, como el rey de los bueyes
privado de sus cuernos, como el cielo sin sol y sin luna, como el lirio tronchado por el cierzo. Tal
quedó el mundo, extinguido Buda.
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