Guerra 1939 40 05 11

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Estudios Bardina
Guerra 1939 40 05 11
Una campaña en 19 días. Desastre aliado en Noruega La SI 11/05/40 p. 1-6
La gresca de los Balcanes. Gresca en el Mediterráneo La SI 11/05/40 p. 6 col. 3-5
Una campaña en 19 días. Desastre aliado en Noruega
La SI 11/05/40 p. 1-6
Ni el más pesimista lo habría podido prever. No, precisamente, la derrota de las fuerzas aliadas en Noruega, que era
inevitable, sino la rapidez de la catástrofe, lo absoluto de la desbandada, lo fantásticamente ciclónico del desenlace.
Conociendo la desorientación del comando aliado, y especialmente de los políticos que mal dirigen los destinos de
Francia y Gran Bretaña, podíase augurar una campaña con un fin adverso para ellos. ¿Cómo adivinar esa completa,
total y ruidosa derrota, suponiendo que hubiese un Estado Mayor solo mediocre y una prepotencia naval algo más que
mediana?
¡Veinte días! Acabamos de leer una reseña, por lo demás interesante, de un crítico militar francés sobre la pasada
campaña alemana en Polonia. En 21 días Alemania barría todos los obstáculos y señoreaba sobre un país de 35
millones de habitantes. La acometida había sido fantásticamente rápida, bien llevada, demoníacamente preparada, si
queremos usar de la frase misma del crítico. Había sido algo maravillosamente superior…si no hubiese una
circunstancia: que Alemania peleaba contra polacos.
¿Qué quiere indicar este crítico despectivo? ¿No tenía Polonia 4 millones de soldados, una oficialidad educada por los
franceses, un Estado Mayor en el cual había siempre varios oficiales superiores formados en Saint Cyr? Sí. Es verdad.
Pero se trataba de polacos. Por esto había sido posible una campaña relámpago de 21 días.
Pero pasan no más unas semanas. Noruega. Nada de polacos. Los valientes noruegos. Franceses alpinos, los
famosos alpinos “bleus” azules. Británicos. Para no faltar, todavía moros de Argelia, sus dientes
adelantados en actitud de morder y sus cimitarras amenazadoras. Ahora se trata de los poderosos ejércitos aliados, lo
mejor que han podido reunir los dos pueblos mejores de la tierra, según sus propias y un poco vanidosas
declaraciones. Se trata de Alemania contra los Aliados, todavía auxiliados por unos 30.000 noruegos. Y ahora ¿tenía
razón el crítico aludido? Ahora no se trata de una campaña de 21 días, sino de una de 19 días…
Es interesante recorrer el camino de este desastre, que es de una nitidez especial, de una sencillez portentosa. Tanta
ha sido la inepcia de los atacantes y lo primitivo de su plan, que todo el problema está exento de complicaciones. Las
fichas se mueven sobre un tablero ante el cual un acabado jugador se bate –hace como que se bate- con un
principiante. Y ahí está la tragedia del caso: que hayamos de emplear la palabra mediocre y principiante al referirnos a
los hijos científicos de los que fueron maestros en estrategia y suma de buenas cualidades: los Foch y los Kitchener.
a) Cuando los alemanes, en una rápida acción marítima, en que burlaban toda la capacidad de señorío de las escuadras
británica y francesa, se apoderaban de los cinco principales puertos noruegos, la estupefacción fue grande en Francia y
Gran Bretaña. Y, no pudiendo dar los respectivos gobiernos explicaciones satisfactorias, hubo crisis política en ambos
países. Crisis consistentes, como se explicó se explicó en su día, en cambiar de sillón ministerial a los mismos fracasados,
con una cierta flema que obligaba a admirar la santa paciencia de esos dos pueblos.
Los nuevos gobiernos –los viejos gobiernos- se salvaron con una manipulación espectacular: echarse sobre
Noruega para “barrer en unos días –frase de Churchill- la mancha nazi del noble solar noruego”. No
se puede negar que Mr. Churchill tiene gestos gallardos. Lo malo para su pueblo es que se limitan a gestos retóricos. El
mismo Reynaud se salvaba a causa de esta “decisiva acción aliada en Noruega”: son sus palabras. Al subir
al poder, patrocinado por el Gobierno británico, el parlamento votaba en favor de Reynaud con un voto de mayoría, el
cual, para la risa, pertenecía a un diputado comunista. Pero vino en su ayuda la invasión aliada de Noruega contra el
alemán. Y estaba tan ansiosa de algo positivo la opinión francesa, siempre a remolque su gobierno del británico y
ambos a remolque del gobierno alemán, que en una nueva votación Reynaud, el rechazado de ayer, era aplaudido por
unanimidad.
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Y en ambos pueblos la prensa respiraba por la herida anterior, expresando el anhelo común:
-¡Ahora sí que vamos a tener la iniciativa! ¡Ahora sí que Alemania tendrá que aceptar por vez primera, un papel
defensivo, arrebatándole nuestras poderosas fuerzas la dirección de la guerra! Y como un hálito de esperanza soplaba
sobre ambos pueblos, que tienen la desgracia de no conocer todavía a fondo a sus propios gobernantes.
Estos, para su desgracia también, continuaban embadurnados con una especie de olor de superioridad innata. Este
defecto, que ha hecho cometer a los aliados tantos errores y les ha traído tantos dolores –el creerse superiores al
pueblo y al comando alemán- continuaba ahora en toda su pródiga ampulosidad al invadir Noruega. Se hablaba
irónicamente del ejército alemán. Y se miraba por encima del hombro cuanto procedía del este.
Era mal comienzo éste de inventar terribles batallas y darnos datos absolutamente absurdos. “Hemos minado el
Báltico –decía una Nota oficial inglesa- en la extensión tal y cual”. Y daba las cifras representativas de los
paralelos y meridianos límites de una minación tan absurdamente pueril, que un aprendiz de minador no habría sido capaz
de soltar tales errores. “Hemos entrado con nuestras flotas al fiord de Oslo”. Y la noticia era otro absurdo,
bastando conocer lo que es el fiord y lo que es el Skagerrak, por los cuales escasamente pueden deslizarse media
docena de submarinos, bajo ningún aspecto una sola nave superficial. “Ha habido una gran batalla en el oeste
de Jutlandia”. Y no había más que unas escaramuzas aéreas entre media docena de aviones, convertidos por
los aliados para entonar a esos pueblos, en acorazados terribles, empeñados en singular batalla en que –por
supuesto- el inventor del cuento salía siempre triunfador.
A esa letanía de exageraciones intencionadas sigue otra letanía que había de traer todavía peores desesperanzas. Nos
referimos a los desembarcos de tropas aliadas. Fueron tan escasos, tan costosos y tan infelices –ahora,
después de la derrota, lo explican los mismos aliados- que no valía la pena de hacer de ellos actos heroicos, y menos de
una capacidad estratégica sobrehumana.
Apenas desembarcan los ingleses en Andalness, se corren sin tino por la vía del ferrocarril que va a Dombaas y de ahí a
Lillehammer. Estaba aquí el rey Haakon, fugitivo de Animar, y tiene lugar la primera derrota. Primera derrota que obliga a
los aliados a dar vuelta (véase en el mapa la trayectoria), arrancando hacia el mar más que de prisa. Sin embargo, las
noticias aliadas son, como siempre, optimistas y forradas de una superioridad que encanta. “Nuevos y felices
desembarcos nos han permitido llevar a cabo una lucha victoriosa en las puertas de Lillehammer, ciudad que ha caído ya
en nuestro poder. Estamos a dos pasos de Oslo”. Esto decía un Ministro británico, que más valiera que hubiese
sellado su boca. Creía tan al pie de la letra en lo seguro del avance, que ya lo daba por realizado. En el mismo instante
habían caído prisioneros de los alemanes los Estados Mayores de dos regimientos y el mismo de la brigada, y las tropas
corrían para atrás a paso acelerado. ¿No escribía aquél día el mismo Hore Belisha, ex Ministro de la guerra y tenido
como el primer político técnico en cuestiones bélicas, que “era inminente una línea de batalla Bergen-OsloStokolmo pues era seguro que los alemanes, derrotados, invadirían Suecia en su despecho”? Apenas serían
creíbles estas cosas si no hubiesen quedado escritas. Otro Ministro, ahora francés, afirmaba que “se había ya roto
el contacto alemán entre Oslo y el centro de Noruega, quedando perdida ya definitivamente la causa alemana”.
Son éstos simples botones de muestra de una literatura que daña enormemente, no solo la seriedad de una causa,
sino también la causa misma. Porque no hay circunstancia más expuesta a hacer perder que aquella que se refiere a
la propia superioridad sobre el enemigo, creída sin base de hechos que la muestren claramente. El pueblo aliado creía
sinceramente en estas noticias falsas, dadas en parte para animar, en parte por orgullo racial ilógico. Y de ahí había de
venir una caída más grave cuando la realidad, que no está conforme con los cuentos de nadie, aunque se llamen
aliados, muestra todo lo contrario de lo que se había dicho.
b) En nuestra crónica anterior dejábamos a los alemanes triunfantes después de Lillehammer, camino de Dombaas,
cruce de ferrocarriles. Decíamos así: “Los aliados parece se están atrincherando en los alrededores de Otta (ya
caída). Las fuerzas alemanas avanzan tan matemáticamente, que o pasa algo muy extraordinario o puede darse
Dombaas por caída. Si así
fuese, los ingleses de Andalness y Molde deberían correrse hacia la costa, al amparo de sus buques. Es decir, que el
desembarco habría sido un fracaso. Es aquí donde hay que esperar novedades inmediatas”. Y tan inmediatas.
Porque todo sucedía al pie de la letra como habíamos supuesto, con vertiginosa rapidez. Caía Dombaas. Atacaban los
alemanes en la dirección de las flechas que en mama habíamos previsto. Y, no solo los ingleses se corrían a la playa al
amparo de sus buques, sino que se embarcaban y se iban definitivamente. No podían hacer otra cosa, aún a despecho
de la rechifla que ello movería en los medios estratégicos del mundo. De no hacerlo, los alemanes los copaban a todos,
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sin que los hubiesen salvado cuantos acorazados hubiesen podido comparecer ante esos fiords, para estabilizar unas
posiciones inconservables ante la táctica alemana.
Otras pequeñas columnas alemanas se corrían por detrás de Trondheim, con ánimo de hacer contacto con las fuerzas
de esa ciudad, tan ambicionada por los aliados. El éxito vino también por este lado. Su empuje fue tal, que las
columnas avanzaban con rapidez asombrosa por los valles hacia Trondheim, dándose la mano con los alemanes que
desde esta ciudad bajaban hacia el sur, en espera de una pronta conjunción de fuerzas.
Cuando ambas fuerzas alemanas se daban la mano, el plan estratégico de los aliados se desmoronaba como castillo
de naipes. Este plan consistía en adentrase Noruega adentro hasta la frontera sueca, y, como primera hazaña, cortar el
país en dos. De este modo quedaban aislados los alemanes de Trondheim, esta ciudad –entre las dos mandíbulas
representadas una por los franceses de Namsos que se cerraría lentamente hacia el sur, y la otra esos ingleses (que
suponían ser vencedores en Dombaas) que se cerraría hacia el norte. La caída de la ciudad era, bajo estos galanes
supuestos, segura. Y el rey Haakon y su gobierno sin gobernados estaban esperando en Andalness este hecho para
instalarse en la ciudad tradicional de la realeza noruega, iniciando desde aquí la marcha hacia el sur, para arrojar a los
alemanes de Oslo y la costa meridional.
Lo que pasaba era todo lo contrario. La tenaza superior –los franceses de Namsos- estaban ya derrotados, ocho
días atrás desde la caída de Steinkjer, y se habían tenido que dispersar por los bosques a cubierto de la aviación
alemana. Esta tenaza estaba mellada. Los británicos del sur eran derrotados en Dombaas, cruce ferrocarrilero, tal
como habíamos previsto. Tras esta derrota, las fuerzas alemanas, fuertes de 5.000 hombres, avanzaban tan
rápidamente hacia la costa, que los vencidos no tuvieron tiempo material de embarcar siquiera sus enseres y el más
preciso material: abandonando todo al vencedor, tomaban los buques, que, entre una lluvia de metralla alemana, los
retornaban a Gran Bretaña, donde desembarcaban en la costa occidental escocesa.
Si en resumen quiere definirse la operación, diríamos que los soldados alemanes han aplicado sus métodos en Polonia,
aunque ahora adaptados a una geografía absolutamente contraria (y esta última frase sería la llave del fracaso aliado,
cuyo Estado Mayor sostenía que aquellos métodos no podían aplicarse más que en tierra abierta y llana, en manera
alguna a valles estrechos y casi inexistentes, por estar formados exclusivamente por quebradas de inclinación
acentuada). Pequeños destacamentos (de menos de 2.000 soldados cada uno, seguramente) avanzan con rapidez
pasmosa por caminos y no-caminos hacia adelante, arriesgando quedar aislados. Este riesgo disminuye por venir
detrás de ellos, a unos 50 kilómetros de distancia, otra fuerza igual. Estas fuerzas mecanizadas desbaratan toda
resistencia a causa de su mecanización, y se limitan a rodear grandes extensiones, cuyo interior (bolsos de enemigos) no
les interesa. Estos bolsos serán, luego, reducidos poco a poco por fuerzas “de limpieza”. De este modo
se tiene una “táctica desbordante los flancos enemigos, en solo horas”, echado abajo todo plan enemigo
que no se haya cimentado sobre esta misma táctica, tanto activa (realizar lo mismo) como pasiva (defensa suponiendo
que sucederá esto).
Técnicamente hablando, esta nueva táctica alemana (que no es, en manera alguna, el antiguo método de cerco
rebalsando los flancos enemigos, aunque tenga mucho de ello) ha llevado a la infantería el problema básico de la
aviación: ganar por causa, no de mayores fuerzas, sino por mayor rapidez.
Es ejemplo notable de esta táctica lo que pasaba en Roeros, pequeña ciudad situada en el oriente de Trondheim, que
el lector hallará en el mapa del número anterior y en el de la
portada de este número. Interesaba al comando alemán que esta ciudad no constituyese, por un momento
determinado, una fuerza molestosa a retaguardia de las pequeñas columnas. Una columna pasó por ella, venciendo
toda resistencia y tomándola. Esta posesión duraba solo un día: el día en que la oposición por la retaguardia habría sido
fatal. Pasado este día, las fuerzas abandonan la ciudad y embocan por el norte hacia Namsos. Las radios aliadas
cantaban victoria sobre “la reconquista de Roeros”. No habían pensado que se acercaba la
“columna de limpieza” por el sur, la cual entraba en la ciudad nuevamente. En tanto, la que había realizado
la captura primera y logrado la inmunidad en este sector, estaba ya en marcha, hacia Mo, lo cual prueba la precisión la
precisión matemática del Comando alemán: había ya previsto el embarque aliado y la necesidad de emprender camino
más que de prisa hacia Narvick, aún antes de la huida misma. Esta columna va a Mo, Círculo Polar (véase el mapa), y
en estos instantes ha de hallarse probablemente ya muy cerca, en una correría relámpago que maravilla por el
vencimiento de dificultades enormes: la primera, la falta de caminos expeditos. Tras ella han seguido dos columnas
más, norte arriba: probablemente unos 10.000 hombres en total.
El lector hallará en el mapa de la portada la trágica odisea de las fuerzas aliadas alrededor de Trondheim, en forma de
línea gruesa que marca el avance, las derrotas y la huida. La línea “a” marca la marcha de la columna
aliada de Bode (unos 18.000 hombres, entre británicos y noruegos) que llegaba a posesionarse del mejor punto de la
región (el entronque de líneas férreas) y era batida al oeste de Roeros por fuerzas muchos menores, pero mecanizadas.
La línea “b” marca la marcha de la columna aliada salida de Aalesund y Levanger, que llegaba nada
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menos que cerca de la frontera sueca, sin atinar a dar un golpe decisivo. Los alemanes que estaban en Lillehammer
desbarataron la columna que se atrincheraba en Otta, de donde era echada, y, luego, en las afueras de Dombaas,
donde era también vencida, volando de prisa hacia los buques, a causa de acercarse hacia los puertos tres pequeñas
columnas alemanas.
Fue un verdadero desastre, rápido como un relampagueo. “Una sorprendente historia de ineptitud” ha
dicho en los Comunes el almirante Keyes, amigo de Churchill, el principal responsable de esta verdadera catástrofe.
Una línea negra más al norte, alrededor de Namsos, señala la marcha de la columna francesa, que era la primera
derrotada, en los alrededores de Steinkjer, extremo norte del fiord deTrondheim. (El lector encontrará esta ciudad en el
mapa del número anterior).
Las fuerzas aliadas no se sabe bien qué número alcanzaban. Los gobiernos respectivos han ocultado todo, para no
poder deducir de ello el número de víctimas que se habrá tragado esa torpe aventura escandinava. Sin embargo, por
revelaciones de un Ministro francés podemos deducir que serían unos 40.000 hombres cuando menos. “Teníamos
100.000 soldados enteramente preparados para auxiliar a Finlandia. No fueron del todo disueltos cuando la paz entre
Finlandia y Rusia. Y, si bien una parte de ellos eran enviados a un lugar de Francia donde eran necesarios, todos los
demás eran enviados a Noruega en buques británicos”. Según esta relación, que tiene visos de oficial, serían
por lo menos, 60.000 los expedicionarios. La diferencia entre esta cifra y los reembarcados, entre la mitad y las dos
terceras partes, serían las víctimas que morían en los desembarcos, y las batallas en los quince desgraciados días que
duraba esta contienda.
Las fuerzas noruegas auxiliares de los aliados pueden calcularse en unos 10.000 hombres.
Las fuerzas alemanas nos explican los mismos aliados que eran muy reducidas, probablemente menos de la mitad de
las aliado-noruegas. Iban, en cambio, admirablemente preparadas, no solo en material, sino -y esto era lo mejor- con
una formación individual extraordinaria.
c) Esta última frase nos pone ante un problema militar de extraordinaria importancia. Nos referimos a las relaciones
entre la disciplina y la autarquía en plena ejecución bélica. Es decir, aquella fusión de dos cualidades que parecen
contradictorias y que, en la realidad viva, son ambas absolutamente necesarias para la victoria: disciplina absoluta y
libre determinación perfecta.
Desde luego se encontraban las fuerzas alemanas con un enemigo no mecanizado, pero provisto del mejor material. Ha
sido Chamberlain el que ha revelado en plenos Comunes que “nuestros soldados iban armados con fusiles
automáticos incendiarios y con abundancia de ametralladoras y cañones de montaña último modelo”. En los
puertos de desembarco han encontrado los alemanes montañas de material, entre otros, más de 500 automóviles que
no supieron usar, pues siempre pelearon los aliados a los lados de caminos bien trazados. La alimentación de esas
fuerzas era perfecta. Los corresponsales que estuvieron en Namsos y demás puertos explican con detalles
impresionantes los centenares de toneladas de provisiones abandonadas, entre las cuales 500 barriles de 50 litros de
cognac y alcohol, seguramente para prevenir la temperatura glacial de la región.
El terreno era particularmente malo para los alemanes, que seguían generalmente en sus avances la línea carretera, pero
no en el caso de empujar a los británicos hacia el mar. Estos se retiraban por el fondo del valle, mientras los alemanes
marchaban por las crestas lindantes del valle, sobre rocas escarpadas, nieve en abundancia y la mayor parte del tiempo
(revelación del comando británico) verdaderas tempestades de nieve que naturalmente, más habían de molestar a los
que marchaban por las crestas que a los que se retiraban por los caminos carreteros del valle. Los noruegos volaban
todo en su retirada, y los aliados se excedían en ello: puentes dinamitados, caminos obstruidos a base de toneladas de
dinamita, enormes peñascales que caían sobre los caminos, árboles gigantescos atravesados por millares, bosques
incendiados, aldeas reducidas a cenizas por los que se retiraban, para dejar sin medios de vida a los perseguidores. Un
frío enorme, que los franceses han exagerado tal vez al hablar de 15 grados bajo cero, pero que se supone que
quemaba a la vez a ambos beligerantes. El comienzo del deshielo primaveral, que inunda los caminos y los embarra,
dificultando el avance de los tanques sobre hielo en derretimiento…
Una serie de obstáculos tan acentuados, y además tan diversos, puede decirse que en cada kilómetro una nueva faz,
que exige tomar una nueva determinación de aquellas que los franceses llaman “sur le champ”.
Volvamos al problema anunciado. Militarmente hablando, se ha estudiado profundamente la necesidad, en la acción
bélica, a la vez de la Disciplina y de la Autodeterminación de cada unidad, esmerándose los tratadistas y los Comandos
en buscar la fórmula conciliatoria de dos cualidades que parecen incompatibles: realizar cuanto ordena el Comando y
saber moverse libremente en cada momento.
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En los nuevos métodos alemanes ambas cualidades son necesarias en grado superlativo, mucho más que antes.
Pequeñas unidades se apartan centenares de kilómetros (en los avances mecanizados envolvedores) de altos mandos.
Y, en una extensión tan grande alejados, las condiciones que los rodean varían enormemente: enemigos posibles,
terrenos distintos, dificultades imprevistas al alto mando. Se necesita de una potencia de autodeterminación precisa en
cada instante, para sacar de cada lugar y de cada momento las ventajas máximas.
Pero se necesita, a la vez, una disciplina férrea en el sentido de no salirse un ápice, en esas odiseas de la libre
determinación, de las órdenes superiores de comandos a veces alejados centenares de kilómetros y que no pueden prever
los mil detalles. Sin esa disciplina, la unidad de plan se viene abajo y el fracaso es seguro, por sabias que hayan sido
las medidas que cada pequeña columna haya tomado.
Tanto la guerra en Polonia, como –principalmente- esta guerra en Noruega (con terrenos tan varios y aún
desconocidos en los mapas en sus detalles), parece mostrar que los soldados alemanes, y especialmente los oficiales
inferiores han sabido empalmar estas dos cualidades contradictorias. Han sabido ser fieles hasta el extremo a las
órdenes del Comando, para no malear una malla del plan y hundir el plan con ello. Y han sabido, dentro de esta
disciplina, ser tan libres y dueños de atacar cada metro de terreno y cada minuto del tiempo con tanta libertad
acomodada al espacio-tiempo, que solo ello explica el éxito maravilloso de esta campaña de 19 días que ha logrado en
horas pulverizar las mejores esperanzas de dos Estados Mayores cuya capacidad sería torpe desconocer: el francés y
el británico
Ahora bien: ello nos haría ver algo extraordinario. En esto, y no olviden esta idea cuantos son aficionados a estudios
sociológicos: esta nueva Alemania, que ha sabido convertir
su tradicional mediocre diplomacia en la más fina de la actualidad ¿habrá logrado también convertir la antigua
tradicional “disciplina pasiva de la mayoría alemana” en una disciplina autodeterminante”, que
vendría a ser la fusión de dos cualidades al parecer contradictorias, y que sería la solución de aquel problema militar, ahora,
con las fuerzas mecanizadas, más vital que antes? Estas fuerzas alemanas que vencen en Polonia y Noruega, que
avanzan por pequeñas fracciones autónomas dentro de un plan general ¿tendrían el secreto de sus éxitos en un
entroncamiento feliz entre la Disciplina férrea y la Autodeterminación en cada momento?
Si así fuese, y todo inclina a creerlo, no solo tendríamos sobre el tapete un importante problema militar resuelto, sino
también un problema social de enorme importancia: un régimen político-social alemán que, séanos simpático o no,
estaría enchufando en las nuevas generaciones alemanas un sentido nuevo de la disciplina, sacándola de la
Obediencia absoluta a órdenes que podían darse, y llevándola a la obediencia autodeterminante. Y no se dirá que no
sería éste uno de los cambios más maravillosos y trascendentales de la Nueva Edad histórica que estamos iniciando.
Pero, volvamos a Noruega.
d) El desastre de que habla el almirante británico ha sido verdaderamente excepcional. Todos los corresponsales que
estaban con los aliados en Andalness están contestes en que todo el material bélico fue abandonado, lanzándose los
noruegos (en las tres horas que mediaron entre la huida y la llegada de los alemanes) sobre los víveres, rifles
automáticos y automóviles, haciendo sus provisiones. La celeridad de la huida fue tan rápida, que no hubo tiempo de
embarcar los cañones de montaña ni los antiaéreos, y, lo que parece casi inexplicable, de inutilizar tanto material a
dinamitazos. Se limitaron a disparar desde varios destroyers una vez embarcados todos, sin lograr el objetivo buscado.
El embarque fue de noche. Pero se trata de una noche polar primaveral, que dura ahora apenas cuatro horas. De modo
que la aviación alemana podía al amanecer sorprender el embarque y descargar sobre los buques centenares de
bombas. Confiesan los ingleses que una división de 5.000 embarcados sufría 800 bajas por esta causa (16%). Podríamos
traer aquí numerosos testimonios. Solo pondremos uno, por tratarse de un corresponsal amigo de los aliados, y que trae
la prensa aliadófila:
“Cierto número de civiles se ha marchado en los camiones abandonados por los franceses en su marcha
precipitada, llevándose barriles de ron, azúcar y otros artículos, y hasta municiones abandonadas por los ingleses.
Cuando recibí la noticia de que los alemanes se acercaban, me encontraban en Grong, y pude percatarme de que fui
una de las pocas personas a quienes afectó la noticia. La mayoría de la gente no pareció darle mucha importancia.
Cuando los ingleses y franceses partieron, la confusión fue indescriptible. La población civil se apoderó de todas las
mercaderías que los aliados abandonaron, y se quedaron con ellas antes que cayeran en poder los alemanes. La gente
iba de un lado para otro con los automóviles y camiones que dejaron las tropas expedicionarias aliadas, llevando bultos
de objetos abandonados por las mismas.
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Aparentemente la población civil parecía aguardar la llegada de las tropas alemanas sin miedo ni preocupación. Algunos,
en pequeño número parecían nerviosos y disgustados, pero la mayoría no daba señales de interés ni curiosidad ante
los acontecimientos.
Al salir de Grong, a las 12,30 p.m. de hoy, los alemanes no habían llegado aún a Namsos las carreteras estaban
cubiertas de un fango que las hacía intransitables…”.
Una carta del general inglés Carton que dejó escrita para el comando noruego, acepta este abandono de material:
“Dejamos aquí enorme cantidad de material bélico y ojalá que llegue a vuestro poder”. El sabía que los
alemanes estaban a 10 kilómetros y que eran ellos los que habían de beneficiarlo.
La censura aliada ha paliado en lo posible esta derrota, aún para dar a entender la impresión del pueblo francés sobre
ella, que se supone cuál es. El corresponsal del “Giornale d’Italia” mandaba su impresión desde
París, y la censura le tachaba dos tercios del mensaje: 326 palabras.
Una circunstancia existe, que el crítico se resiste a registrar, aunque la avaloren firmas de dos altos jefes militares
noruegos: la de haber éstos sido engañados, planeando con los aliados una ofensiva para ser realizada el mismo día
del embarque. Plan que habría sido combinado dos días después de saber ya el comando aliado que debían retirarse, y
que, por lo mismo, el plan era irrealizable. Se comprende la finalidad: no enterar a las fuerzas noruegas de la retirada, y
aún forzarlas a defender esta retirada, suponiendo que se trataba de alguna medida estratégica para reforzar el plan.
He ahí un Comunicado de fuerzas noruegas, además del que, firmado por el coronel jefe de la zona de Trondheim, va
en Documentación: “Desde el 29 de Abril notamos mucha agitación entre las fuerzas aliadas nuestras amigas. Nos
prometieron que del 1 al 2 de Mayo nos llegarían refuerzos. El día 1º un buque inglés abandonó el puerto, diciéndonos
que se dirigían al encuentro de transportes de tropas. No nos explicamos por qué este buque llevaba oficiales franceses
y británicos en cantidad. Avanzada la noche, los franceses y británicos llevaron a bordo con gran precipitación algunas
vituallas, asaltando los buques para embarcarse. Comprendimos entonces lo que estaba pasando. Tratamos de
comunicarnos con el Alto Comando noruego. Habían los aliados cortado las comunicaciones. Los ingleses con sus
carabinas nos amenazaron si restablecíamos las comunicaciones con nuestros jefes. Hubo un fuerte altercado, en el
cual recibimos nosotros la peor parte en cuanto a golpes”.
No tendrían valor alguno estas declaraciones si procediesen de campo enemigo. Aún no siendo así, apenas serían
creíbles. Ni aún en medio de terror pánico, que un soldado no debe tener jamás.
e) Los dos discursos de Mr. Chamberlain en la Cámara, después de reconocer el desastre, amontonan una montaña
de disculpas para excusarlo. No hay una sola aceptable.
Ha hablado, antes de todo, de “la poderosa aviación alemana”, que imposibilitaba los embarques y destruía
las columnas. Pero ¿no habían quedado los mismos aliados en que la superioridad aliada en el aire era incontestable?
¿Qué los aeródromos alemanes en Noruega habían sido puestos todos, sin excepción, fuera de uso? ¿O es que esto eran
mentiras para ganar la confianza pública? ¿No había, por ejemplo, buques portaviones que no son más que aeródromos
con ventajas superiores a los terrestres, o es que, como afirman los alemanes, todos los buques portaviones habían sido
hundidos por aviones?
Hablan, políticos y militares, de la increíble rapidez alemana. Pero ¿ha dotado por ventura la naturaleza de piernas
especiales a ese pueblo? ¿No podían tener la misma los aliados, y hasta la tuvieron el primer día del desembarco, pues
avanzaron de Andalness a Lillehammer más de 100 kilómetros en día y medio, antes de ponerse en contacto con fuerzas
enemigas? ¿No habían podido prever (resultado de la guerra polaca) esa rapidez portentosa, para tenerla en cuenta
antes de meterse en aventuras?
Acumulan cien otras circunstancias. Pero ¿no es obligación de los Estados Mayores preverlas y no post lamentarlas
como excusa? ¿No conocían la nieve noruega, las tempestades de este mes, los barros, la falta de caminos? ¿No eran
estas circunstancias igualmente reales para los alemanes? ¿Cómo se explica la fuga, muy distinta de una retirada,
dejando intacto todo el material, ante la inminente llegada de alemanes, que tardaron todavía 4 horas en llegar?
Pueden aceptarse aquí solo dos razones, después de botar todas estas excusas inaceptables: la incapacidad o la
politiquería.
Si los aliados desconocían de verdad todo esto, se trataría de la incapacidad absoluta, tanto en el Comité de Guerra
como en el Estado Mayor. Ciertamente que se trata de estrategas mediocres y ha sido un acierto de “La Semana
Internacional” el afirmarlo así desde meses atrás, los hechos a la vista. Pero aún la mediocridad tiene sus
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límites.
El que no aceptase esa absoluta mediocridad de un Comando Supremo, habría de aceptar el otro extremo del dilema.
Los aliados habrían conocido todas estas dificultades. Habrían sabido de antemano su derrota. Habrían conocido la
absoluta imposibilidad de conquistar Trondheim y de echar a los alemanes del centro de Noruega. Pero habrían, a pesar
de todo, realizado la aventura, para calmar a sus pueblos y salvar a sus gobiernos. Es decir, todo habría sido un
sacrificio en aras de la politiquería.
Tan difícil como es de aceptar esta conclusión, sin embargo, casi nos obligan a ello la imposibilidad de creer tan ignaro al
Estado Mayor aliado. Sería una confirmación de ello el que el gobierno de Mr. Chamberlain se salvaba al saberse la
expedición a Noruega y que el de M. Reynaud pasaba de un voto favorable de mayoría a recibir un aplauso por
unanimidad. Es decir, que la expedición a Noruega salvaba a dos gobiernos ineptos. Este es el hecho. Ahora, si la
expedición fue hecha especialmente para salvar a esos Gobiernos de las iras populares, o si ellos, creían con los Estados
Mayores en la posibilidad de vencer a los alemanes, esto quedará siempre ignorado entre dos absurdos: un Estado
Mayor tan radicalmente inepto y unos políticos tan radicalmente antipatriotas. El lector escogerá de estas dos
posibilidades la que mejor le cuadre.
f) Ya aquí, aparece un nuevo problema. “La Semana Internacional” lo ponía en estudio siete años atrás,
porque él se veía venir ya en lontananza. En una serie de artículos sobre “Los Mosquitos de Hierro”
explanábamos largamente la lucha de supremacía entre los aviones y los acorazados, y todo nos llevaba a una
conclusión, por lo menos provisoria, sobre la decisiva fuerza aérea, si era llevada a los últimos extremos de construcción
posible
Los aliados confiesan que no pudieron realizar como esperaban los desembarcos, por la superioridad de la aviación
alemana. Ellos carecían de aviación, aunque esto no se explica, con buques portaviones de 100 aparatos cada uno.
Confiesan, pues, que los buques solo no pudieron contrarrestar a la aviación alemana, cuando deploran no tener ellos
aviación suficiente. Esta confesión es tan radical, que la ponemos en cuarentena. Pero la hacen precisamente los que
siempre han dicho que la flota de mar jamás sería obstaculizada seriamente por la flota aérea.
No se trataría solamente de grandes unidades hundidas y transportes volados con todos los soldados, sino de algo peor.
Escuchemos a Churchill. Es algo que tiene una importancia enorme, aunque no lo excuse a él, que había de haber
sabido prever todo esto: “No pudimos desembarcar cantidad de cañones antiaéreos ni piezas mecanizadas de
transporte, porque la aviación enemiga había reducido a polvo y a ruinas apenas concebibles todos los muelles y medios
de desembarque”. Lo cual no es excusa alguna. Pero aceptarla el Almirantazgo (lo dice su jefe) vendría a
significar claramente que, si la Marina puede salir incontrastable, tal vez, en alta mar, no sería capaz de ganar a la
aviación en desembarcos, que son mucho más importantes que batallas de alta mar. La razón {es} que los mosquitos de
hierro inutilizan en minutos los puertos, los medios de desembarco, cuanto haría posible esto. Y aún exponiéndose a
ser hundidos en la inmovilidad de un intento de desembarco ofreciendo blanco fijo al avión.
Respecto a esto, no nos atrevemos a aceptar las cifras que nos dan oficialmente, los Comunicados alemanes, aunque
siempre se han distinguido por una parquedad verdaderamente militar. En esta lista de bajas británicas nos cuentan
que hubo las siguientes, del 9 al 30 de Abril, es decir, escasamente en 20 días:
hundidos: 9 cruceros, 9 destructores, 22 submarinos, 23 transportes, 1 buscaminas;
dañados: 7 grandes barcos, 14 cruceros, 9 destructores, 3 portaviones, 36 transportes.
Y un diputado británico ha dicho en plena Cámara ayer, si era que, ante esos desastres, la escuadra británica había
arrancado al Mediterráneo, donde no hay guerra.
Por confesión británica estaríamos, por lo mismo, en que la empresa de Noruega fue imposible a causa de que la aviación
alemana no dejó maniobrar a las numerosas unidades marítimas. Sin embargo, creemos que ha de aceptarse con reserva
esta conclusión todavía. De aceptarla, quedaría decidida la supremacía aérea sobre las flotas marítimas, al menos
tratándose de embarques y desembarcos.
Esto ha hecho tanta impresión en Gran Bretaña, que el mismo Mr. Chamberlain ha dado como posible el intento de un
desembarco aéreo alemán en suelo británico. Y ha insistido en ello en dos ocasiones distintas, añadiendo que se
han tomado ya serias medidas para que “un desembarco aéreo sea muy difícil, y que, en caso de ser realizado,
no puedan los invasores avanzar fácilmente”.
Si se tratase de un personaje de primera fila, sería todo esto muy grave. Pero Mr. Chamberlain, político muy mediocre y
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accionista de fábricas de armas, es capaz de haber dicho todo esto para amedrentar al público y desviarlo de las
responsabilidades de la derrota noruega.
En vista de un peligro tan serio como la invasión aérea de Gran Bretaña, había que acallar críticas y ponerse todos
alrededor del Gobierno.
El Partido Conservador británico es de una inmoralidad tan crasa, que ante cualquier peligro de ser desbancado apela
a cualquier medio. Es la casta vieja, que se agarra a todo. Sabido es cómo inventaba, en unas elecciones pasadas, la
famosa carta de Rusia a los laboristas británicos, y luego, hechas las elecciones, a base de esta carta antipatriótica, y
derrotados los laboristas, confesaban tranquilamente que habían inventado la carta. Para ellos no hay más que su
hegemonía dentro del país, aunque sea con medios deshonestos. Y ahora, ¿no sería capaz el jefe del Gobierno de
inventar este peligro de invasión aérea para salvar a su partido y al Gobierno, como habrían inventado la aventura de
Noruega para salvarse de la crisis anterior?
Sin embargo, no dejan de haber antecedentes interesantes bajo este punto de vista. En la guerra ruso-finlandesa, en
que Rusia ponía numerosas novedades que los aliados no han sabido tener en cuenta, tropas rusas lanzadas en avión
desorganizaron toda la retaguardia finesa, destruyendo vías de comunicación, quemando depósitos, atacando ciudades
indefensas de la retaguardia, poniendo una tensión de nervios precisamente detrás de las líneas de fuego que aplanaba
a la opinión.
En los mismos instantes de la retirada aliada del centro de Noruega, cien aviones alemanes, en unos seis viajes
cerrados, enviaban al norte extremo de Noruega, más atrás de las tropas aliadas de Tromso, fuerzas bastantes para
atacar por la retaguardia a los aliados que avanzan con refuerzos sobre Narvick. El cable nos hablará pronto de la
acción de estas fuerzas, descendidas mediante paracaídas.
Este problema de la supremacía supuesta del avión sobre el acorazado ha querido ser impugnado diciendo que bastaría
con triplicar la coraza de acero que todo buque de guerra tiene ya. En este sentido ha hablado el secretario de Marina
norteamericano, ignorando, tal vez, que los buques británicos han realizado ya esta medida. Todos los principales,
especialmente los más modernos, han tenido en cuenta este peligro y han sido dotados de una coraza muy superior a
la potencia de los aviones… de aquel momento.
Estas tres palabras echan al suelo todo el valor de la observación. Porque se comprende que, al mejor acorazamiento
sucede un explosivo mayor. Y sabido es que la fuerza explosiva, en el estado actual de la química, no tiene límites. A
triple coraza, séxtupla multiplicación del poder de la bomba.
g) ¿Qué consecuencias inmediatas podrá tener este fracaso aliado en Noruega? Sería inacabable anotarlas todas. Nos
limitaremos a unas pocas, a la vista:
1º Crecimiento de la audacia en sentido militar. No se trata de polacos, sino de ingleses y franceses. Superioridad
táctica en los destacamentos. Absoluta superioridad estratégica en el Alto Comando. Confianza en las propias fuerzas.
Crecimiento de la audacia y del amor al riesgo.
2º Nuevos cambios en la alta dirección aliada de la guerra. Con los resultados sorprendentes siguientes: que el principal
derrotado es Mr. Churchill, autor del plan, y que, para castigarlo, le conceden ahora poderes superiores. Los alemanes
serán los primeros en aplaudir tan absurda medida. Goering, general del aire alemán, necesita veinte Churchills por lo
menos. Los hechos hablan.
Sin embargo, volvemos a una observación que hacíamos en un número anterior. Los aliados no pueden realizar cambios,
con personal eminente nuevo, porque no existe, al menos a la vista, este personal eminente nuevo. Ni viejo. Lloyd
George es odiado por los conservadores, y no se toleraría que fuese ese dinámico galés el que zanjara la cuestión.
3º Italia necesita, para entrar en guerra en su día, saber de hecho que la aviación y el submarino vencen a los
acorazados. Es esta derrota aliada en Noruega un estimulante que diríamos decisivo para el porvenir de la conducta
italiana.
4º No sirven mescolanzas de tropas, como esos británicos, noruegos, franceses, negros, moros, suecos, etc., etc., que
peleaban en Noruega llamándose “fuerzas aliadas”. Unidad, no solo de Comando, sino también de
ideales. Unidad medular entre todos los soldados. El salario alto que se da a mercenarios no sirve para esto. Por tanto,
tampoco da resultado alguno el
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entregar 20 libras a los artilleros que vuelquen un aeroplano alemán. El ideal manda en estos casos. La libra es algo
demasiado inferior para mover heroísmos.
5º ¿Qué pensaran los Balcanes –Turquía ante todo- ante la eficiencia negativa en Noruega de ese ejército
poliracial? Weygand tiene 500 mil hombres en Siria, Palestina y Egipto. Póngale usted veinte razas y colores, y
tendremos la amalgama de este pêle-mêle de rostros y espíritus. ¿Tendrá fuerza de choque, y, sobre todo, de
continuación, este revolutum de caras raras? Desconfianza en Turquía hacia la potencia aliada.
6º Desconfianza en todos los neutrales, que ven cada día mayor la impotencia aliada, y ahora han visto la ineficacia de
sus enormes flotas. ¿Cómo no compararán la eficacia alemana y su eficiencia en todas partes, con esa mediocridad
aliada, apenas concebible?
7º Menos valor día a día a las noticias aliadas, aunque sean oficiales, como el famoso y cómico minamiento del Báltico,
dado con todos sus pelos y señales. Gran victoria aliada, toma de Narvik, cerco de Trondheim, derrota alemana,
nuestros buques en Oslo, dominando el aire… ¿cómo no ponen los aliados un poco de moderación en sus
imaginaciones ávidas de triunfos anticipados que mueren antes de nacer, para que el público neutral crea en los
Comunicados oficiales cuando menos? ¿Qué tonto redacta la comunicación oficial diaria del Quai d’Orsay a la
prensa, que con sus ingenuidades hace tanto daño a Francia?
8º ¿Qué desengaño no habrá habido en los dos grandes pueblos burlados por sus políticos, especialmente en esa
Francia merecedora de mejores indigentes? Se comprende que todas las persecuciones a los pacifistas (en un solo día,
disolución de 999 sindicatos) serán impotentes, si avivan el descontento nacional, los desaciertos inconmensurables de
políticos y militares.
9º Completa pacificación de Noruega, que quedará entregada totalmente a las fuerzas alemanas. La indignación en los
comandos partidarios de los aliados, que son burlados, ha de ser grande. Las rendiciones incondicionales son diarias,
entre ellas de comandos regionales enteros, y de ese valiente fuerte de Hegra, que con solo 150 hombres había resistido
veinte días a la presión alemana. El famoso novelista Knut Hansum, ha dirigido a sus compatriotas una serena proclama
en que se declara partidario de aceptar la ocupación alemana durante la guerra, declarándose absolutamente enemigo
del Imperialismo Británico
10º Suecia absolutamente estrangulada por Alemania, sin que los alemanes hagan nada contra ella. Pura consecuencia
de tener ellos toda la frontera y de aplicar a Suecia las reglas de bloqueo que la misma Suecia había aceptado en su
último Convenio con Londres.
h) Queda Narvik.
En el extremo norte del país (véase el mapa de la primera página) quedan aliados. Cierto que no han tomado Narvik las
diez veces que nos lo han anunciado ya, y que no han avanzado un paso desde el día mismo del desembarco a 60
kilómetros lejos. Pero se supone que han ido reforzando estas tropas, y que algún día podrían ser tan eficientes, que toda
resistencia alemana en la ciudad del Hierro fuese inútil
En un número anterior dábamos por lógicamente perdida la ciudad para los alemanes, fuera del caso –decíamosde una absoluta incompetencia aliada. Esta incompetencia parece que ahí está. Además, la posibilidad de tomar la
ciudad estaba en simultaneidad de otra acción en el sur, que distrajera a los alemanes. Pero ahora esta acción en el sur
está barrida. Y el Comando alemán se encuentra con un solo problema: Narvik. Y ahí acumulará sus esfuerzos, no
solo para arrojar de Noruega el último reducto aliado, sino para definitivamente cortar el hierro que ya no reciben los
aliados desde principios de mes.
Se supone que en estos instantes nuevas fuerzas alemanas marcharán rápidamente tras estas primeras, para lograr
una superior efectiva sobre el enemigo. En Narvik había 4.000 alemanes, la mitad en la ciudad y el fiord, rechazando
todo intento aliado, y la otra mitad a lo largo del ferrocarril que va a Suecia en busca del mineral. Los aliados tendrán
en la región unos 20.000 hombres, amén de una docena de buques, con otros tantos.
Por la parte norte hemos indicado antes que un centenar de aviones habían trasladado estos últimos días quien sabe
qué número de soldados. Si es verdad que realizaron tres viajes todos ellos, y aún suponiendo que la mitad de los
aviones llevasen material, podríamos calcular
en unos 4.000 hombres los que habrán llegado a esa parte. Seguramente para correrse todos ellos a la línea del
ferrocarril.
¿Qué puede esperarse de este cuadro, para aguardar el episodio final de este drama noruego, cuya representación
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está teniendo lugar con rapidez tan vertiginosa?
Si los aliados no dan ahí muestras efectivas –nada de retórica- de su poder, especialmente aéreo y naval, el telón
bajará rápidamente ante el estupor de tantos como creían en la omnipotencia marítima y “rule” del
consabido lema. “Narvik –ha dicho un ministro británico recientemente- tiene más importancia que
Noruega entera”. Y se comprende. Noruega son “los otros”. Narvik es “mi” hierro. Ha
llegado la hora de mostrar que esa importancia puede ser efectiva gracias al innegable poderío naval aliado.
i) Una de las notas menos simpática de esta campaña noruega es la estridencia con que las más altas personalidad
aliadas comentan los sucesos, por una parte, y por otra, afirmaciones pueriles que quieren beneficiar, pero que malean
la causa que se quiere defender.
El general Ironside habla así a sus soldados, apenas desembarcados en Escocia huyendo de Noruega: “No
creáis que habéis sido expulsado de Noruega. Nos hemos retirado voluntariamente”. El supremo fracasado, Mr
Churchill ha dicho así ni más ni menos: “Al cabo de tres semanas todavía los alemanes no han conquistado el
norte noruego”. Mr. Chamberlain: “Nuestra retirada ha sido espléndida”. (Frenéticas aclamaciones
en la Cámara, dice el telegrama). “Si los aliados hubiésemos podido ocupar de antemano y sin obstáculos
todos los puertos noruegos, otro habría sido el resultado”. ¿Que quién firma esta perogrullada tan simpática?
Nada menos que Hore Belische, el “reformador del ejército británico”, como se llama él a sí mismo,
desde el ministerio de la guerra que le quitaron por indicación del Alto Comando. Pertenecen al mismo brillante e ingenuo
político las dos siguientes frases, que están escritas de espaldas la una contra la otra. “Lo realizado por nuestros
combatientes se destaca con aureola brillante…”. Sucesos que “apenan nuestros corazones y
nuestros espíritus”. Y el diario local que reproduce tan raras cosas, lo pone a dos columnas, extasiado ante tan
extraordinarias declaraciones.
Los británicos tienen entre sus buenas cualidades, una que pocos pueblos poseen: saber perder. Ellos saben perder
en el deporte. Y en el deporte internacional, ellos han sabido perder Irlanda con ánimo tranquilo. Si los políticos que han
pronunciado estas frases transcritas fuesen –que no lo son- verdaderamente representativos del pueblo inglés,
deberíamos decir que, desgraciadamente, este pueblo no sabe ya perder.
La gresca de los Balcanes. Gresca en el Mediterráneo
La SI 11/05/40 p. 6 col. 3-5
a) Los políticos de las democracias europeas tienen una cualidad, que sería injusto negarles: saber capear los
temporales en que podría naufragar su propia barca. Si nos atuviésemos a esto, diríamos que las concentraciones
militares aliadas en el Mediterráneo no eran más que una capeadura del temporal noruego, comprobada por la fecha
en que estas concentraciones eran realizadas: el mismo día en que la fuga de Noruega había de poner al descubierto la
impotencia de dos poderosos países para detener a 60.000 alemanes en Noruega.
Una de las leyes fundamentales de la política al uso es meter bulla cuando se trata de ahogar, ante la opinión pública,
algo que podría molestarnos. De este modo uno que intente dar un golpe por un lado mete brega por otro lado. Y las
críticas que podrían venir por un hecho desgraciado quedan eliminadas por la necesidad de dedicar las conversaciones a
algo más sensacional.
La retirada de Noruega es algo excepcionalmente grave. El prestigio, no ya de dos gobiernos ineptos, sino de dos
fuerzas armadas quedaba en entredicho. Era necesario inundar el mundo con rumores ultra graves, para que el
comentario fuese menos abundante y menos radical. Si era el propósito meter ruido en el Mediterráneo, en parte lo han
logrado. La derrota de Noruega ha hallado, en los países aliados, un verdadero y salvador pararrayos en estas
noticias sobre el Mediterráneo, quebrándose en estas noticias sensacionales gran parte de la fuerza que habrían
tenido en Francia y Gran Bretaña las actitudes críticas de los que no confunden todavía, los gobiernos con los pueblos.
Cierto que, en ese supuesto, esa mañosería costaría a los respectivos países muchos millones de libras. Pero para esto
están los impuestos. Es argumento que tiene escasa consistencia ante grupos cuyo lema totalitario es “el
interés partidario ante todo”.
De no ser esta movilización un medio para ahogar críticas sobre la hecatombe noruega, podría ser, como han indicado
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algunos, una huida de las escuadras del mar del norte al Mediterráneo, libre ahora de la guerra, y, por lo mismo, de las
incursiones temibles de la aviación alemana. No ha faltado un diputado en el parlamento británico que ha expresado
esta opinión. A pesa de lo cual, la consideramos de poco peso. Una cosa es que la flota enorme de Gran Bretaña haya
sido incapaz de vencer a la aviación alemana, y otra sería que arrancase de su lugar de honor, incapaz de enfrentarse
ante los peligros de una aviación todavía de corto empuje, pues jamás se han puesto en juego más allá de un centenar
de aviones, todavía sucesivamente.
Tercera posibilidad sería querer de veras iniciar una acción aliada en los Balcanes, forzando la neutralidad de alguno de
aquellos pueblos. Como antecedente lejano, podrían citarse las opiniones de los dos jefes de gobierno aliados según
las cuales todos los neutrales tienen deber de alistarse al lado de los aliados. El “Daily Telegraph”
afirmaba que “todo este embrollo de la neutralidad no era más que ficciones de tratadistas, no pudiendo tener
realidad práctica”. Seguía “Le Populaire”, órgano del pseudo-socialista León Blum, afirmando que
“era cosa asombrosa que haya todavía pueblos que crean en el deber de atenerse a una leve neutralidad”.
Lo cual era reafirmado por “La Depeche”, el gran diario del midi francés, al decir que “la neutralidad
era una posición esencialmente contraria a los planes e intereses aliados”.
Cuando por un lado de tal modo se hacen burlas de la neutralidad, no es raro que el lector saque el corolario de que los
que así hablan no han de respetar para nada una cosa según ellos tan absurda.
Por otra parte ¿convendría a los alemanes que Italia se entremezclase actualmente en la guerra, extendiendo el área
del conflicto? Los mismos aliados han contestado negativamente, al decir que Italia era la puerta abierta mayor que
inutilizaba las medidas de bloqueo contra Alemania. Esta no puede recibir de Rusia numerosos productos hasta que
ciertas líneas en construcción sean terminadas, y hasta que las cosechas sean puestas a buen recaudo en Julio próximo.
Un escritor británico afirma lo mismo al escribir así: “Si Italia se uniese a Alemania inmediatamente, su causa
quedaría perjudicada. La irrupción de Italia en la guerra se opone a los intereses militares del Reich, y aumentaría el riesgo
para éste de perder la guerra. Cuando Alemania proclama que no desea extender el teatro de la guerra a otros frentes,
dice efectivamente la verdad, por lo menos en la fase actual de la guerra. El interés de Alemania está en extender
pacíficamente, si es posible, su dominio económico en los países del sureste de Europa que tiene materias primas en
abundancia, con el fin de poder resistir el bloqueo aliado”.
De ello se desprendería que las concentraciones navales y militares aliadas en el Mediterráneo, no pudiendo estar
motivada por interés de Italia a Alemania, obedecen a una de las tres causas antedichas: bulla para despistar de la
tragedia noruega; arrancada del mar del norte para alejarse de la aviación alemana; intentos de forzar la neutralidad de
algún país balcánico y por ahí iniciar un nuevo agradecimiento de la guerra que debe tener lugar –según plan
aliado- en país neutral y lo más lejos posible de los dos países aliados.
b) Según esto, las múltiples Conferencias que tienen lugar en estos días entre diferentes países y varios altísimos
personajes, podrían tener dos significados distintos. De temerse realmente la entrada de Italia en la guerra, uno. De
temerse una irrupción aliada sobre algún pueblo balcánico, otra muy distinta.
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